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Novela Española: 1900-1939

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Desde el punto de vista artístico, el siglo XX se caracteriza por la velocidad a la que se suceden las

diversas tendencias, incluidas las literarias. Los movimientos son intensos, pero breves en comparación con
otros siglos, algunos muy efímeros y, sobre todo, están muy condicionados por los avatares sociopolíticos e
históricos en los que nacen (crisis, guerras mundiales…).
España no es una excepción, pero, además, en nuestro país hay que añadir los acontecimientos
particulares que han marcado la vida y la cultura de los españoles durante el siglo pasado, a saber: la
Guerra Civil (1936-1939), la dictadura de Fco. Franco (1939-1975) y la transición a la democracia hasta la
actualidad (1975 hasta nuestros días). Estos tres acontecimientos acotan la realidad artística de España en
el siglo XX.
Desde finales del siglo XIX hasta el comienzo de la Guerra Civil, se suceden en nuestro país estos
movimientos artístico-literarios, que surgen como derivación u oposición al movimiento anterior:
Modernismo y Generación del 98, Novecentismo o Generación del 14, Vanguardias y Generación del 27. A
esta etapa se la conoce como la Edad de Plata de la literatura española, ya que encontramos algunos
autores y obras muy importantes para la literatura universal.
El género que nos ocupa, la novela española del siglo XX hasta el estallido de la Guerra Civil, se
desarrolla especialmente en dos de esos movimientos literarios, la Generación del 98 y el
Novecentismo, debido a sus espíritus filosóficos y críticos.

Generación del 98 es el término con el que Azorín se refiere a un grupo de jóvenes escritores
que comenzaron a publicar hacia finales de siglo. Estos, junto a los modernistas, compartían una
misma actitud de protesta contra la sociedad y contra el estado de la literatura, preocupándose del
problema de España y de algunas cuestiones filosóficas. Los autores más relevantes son: Miguel de
Unamuno, Pío Baroja, Ramírez de Maeztu, Azorín, Antonio Machado y Valle- Inclán.

Todos estos escritores tienen unas características comunes, entre las que destacan:

1. Su preocupación por el problema de España. Coincidiendo con el Desastre del 98, se


había extendido una sensación generalizada de crisis y decadencia. Rechazan la
política del momento, el espectáculo deprimente de la sociedad, la pobreza y el
atraso de la España de la época. Pero, por otro lado, se exalta la belleza eterna de
pueblos y paisajes, sobre todo de Castilla, donde se busca la esencia de lo español, y
se bucea en la historia de España (en la intrahistoria, según Unamuno, es decir “la
vida callada de millones de hombres sin historia”) para encontrar los valores
permanentes de la nación.

2. Las preocupaciones filosóficas y religiosas. Cuestiones como el sentido de la


existencia o el destino del hombre son fundamentales en muchas de sus obras. Estos
temas derivan de la influencia de los filósofos de la época, especialmente
Schopenhauer, Nietzsche y Kierkegaard. Por otro lado, mantienen una postura
agnóstica ante la fe y una clara oposición al catolicismo tradicional.

3. Unas mismas inquietudes literarias:

- Crítica del Realismo, a través del subjetivismo, que no persigue, como en la


estética realista, la reproducción exacta de la realidad, sino la expresión de la
realidad interior.

- Búsqueda de un lenguaje preciso y natural, sobrio y antirretoricista, pero muy


cuidado; gusto por las palabras terruñeras y tradicionales.

- Innovaciones en los géneros literarios, particularmente en el ensayo y la novela.


Esta última se considera un género multiforme, en el que tienen cabida también
la reflexión filosófica, el ensayo, el lirismo...
Los novelistas más representativos de la Generación del 98 son:

Miguel de Unamuno: la novela unamuniana escapa de los postulados tradicionales del género.
Para estas novelas tan heterodoxas, Unamuno acuñó el término “nivolas”. Se sirvió de este género
narrativo y de sus ensayos, para dejar testimonio de su intimidad agónica, para la expresión y reflexión de
las mismas ideas obsesivas sobre la religión, la vida, la muerte y la propia conciencia. Para ello interviene
en el relato, interpelará al lector, etcétera. Sus obras más importantes son: Niebla (1914) y San Manuel
Bueno, mártir (1930).

José Martínez Ruiz, Azorín: es el escritor de lo minuciosos, del detalle y de la descripción


sencilla, ordenada y clara. La narración de sus novelas se fragmenta en instantáneas que congelan el
tiempo y captan la impresión del momento. Obras: La voluntad, Antonio Azorín y Confesiones de un
pequeño filósofo.

PÍO BAROJA: sus novelas se caracterizan por estar centradas en un personaje; la acción y los
diálogos son abundantes, con una marcada presencia del narrador a través de comentarios y
reflexiones; las descripciones son impresionistas y en su lenguaje presenta cierto desaliño expresivo.
En sus principales obras son: de su primera etapa (1900-1912), La busca, Zalacaín el aventurero, El
árbol de la ciencia, Las inquietudes de Shanti Andía; de su segunda etapa (1913-1936), Memorias de
un hombre de acción; y de la tercera (tras la Guerra civil) Desde la última vuelta del camino.

Ramón María del Valle- Inclán: dos estilos definen su obra, el Modernismo y el esperpento.
De tendencia modernista es su novela Sonatas, subtitulada “Memorias del Marqués de
Bradomín”, una especie de donjuán, "feo, católico y sentimental". Lo más destacable de las Sonatas, son
sus valores formales, la prosa rica, refinada y sensual.
Entre las obras más próximas al noventayochismo de Valle, destaca la que, sin duda, es una de las
mejores novelas de la primera mitad del siglo XX, Tirano Banderas (1926), cuya historia se centra en un
supuesto dictador americano y no está localizada en un tiempo ni espacio concretos. En ella aparece la
técnica esperpéntica, esa visión deforme y monstruosamente grotesca de los personajes.
Por último, las tres novelas del Ruedo ibérico (1927-1932), en las que el escritor intenta reflejar la
historia y vida de nuestro país desde el reinado de Isabel II hasta el desastre del 98, poniendo al
descubierto la degradación social y moral de España durante esta época.

Las principales ideas estéticas de los novecentistas son:


• Serenidad, pulcritud y equilibrio como valores fundamentales de un arte puro, cuyo único
objetivo es el placer estético.
• Intelectualismo, que busca un arte inteligente alejado de la afectación de los sentimientos y
expresado a través de la palabra exacta y la idea precisa, como así lo defendió Ortega y
Gasset en su ensayo La deshumanización del arte.
• En la novela, se desprecia el Realismo, porque según esta generación la tarea del escritor no
es la reproducción fiel de la realidad, puesto que no debe confundirse el arte con la vida, sino
la búsqueda de nuevas formas de sorprender al lector. De este modo, se subordina el
argumento al estilo.

Los novelistas más importantes son:

Gabriel Miró: obras destacables: Nuestro Padre San Daniel (1921) y El obispo leproso (1926),
que forman un bloque. La acción es mínima. Lo fundamental es la creación de ambientes y de
personajes.
Ramón Pérez de Ayala: pasa de una estética noventayochista a la novela “intelectual”. Sus
obras más importantes son: La carta de la raposa (1912) y Troteras y danzaderas (1913).
Ramón Gómez de la Serna: su vida y obra son una constante ruptura con lo establecido, con las
convenciones. Su excéntrica personalidad caracteriza también su literatura. La base de su producción es la
greguería, frase o apunte breve que encierra una pirueta verbal o una metáfora insólita: "Humorismo +
Metáfora = Greguería". Como novelista, Gómez de la Serna rompe los moldes del género. En sus obras
cabe de todo. La más famosa es El torero Caracho (1927).
En los mismos años en los que llega a su auge la Generación del 27 están escribiendo en líneas
distintas al menos otros dos grupos de autores.
El primero está formado por novelistas republicanos que padecieron el exilio: Benjamín Jarnés (Lo rojo
y lo azul, 1932), Juan Chabás, Rosa Chacel (Estación. Ida y vuelta, 1930), Juan José Domenchina o Max Aub
(Luis Álvarez Petreña, 1934); estos autores, en sus primeras obras, practican una novela en línea con el
“arte deshumanizado” que planteaba Ortega y Gasset.
El segundo grupo (llamado nuevo romanticismo) plantea una novela social muy comprometida con la
ideología revolucionaria: José Díaz Fernández, Ramón J. Sender (Imán, 1930; El lugar de un hombre, 1939)
y César Muñoz Arconada (La turbina, 1930).

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