Memorias de Luisa Bergel para sus hijos
Memorias de Luisa Bergel para sus hijos
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Para mis cinco hijos: Diego, Juan, María Luisa, Emilio y Francisca. En la memoria de
los que ya no están y en homenaje a los descendientes presentes y futuros. Porque mis
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INDICE
Páginas
3. Mi educación. 16
4. Mi primer trabajo. 22
7. Mi regreso a España. 44
9. Mi vida de casado. 53
13. Apostilla 80
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Para dar nítida cuenta a mis hijos de las fortalezas y debilidades de sus progenitores;
para que valoréis lo que sois como producto de mis certezas y errores me propongo dejar
algunas fotos y escribir estas memorias que les servirán, además, como guía de vuestras
vuestra juventud. Quiero reflejar aquí, lo mejor que me sea posible, mis costumbres e ideas;
mas no con el objeto de que vosotros hagáis o penséis igual porque muy poco vale la
opinión de las personas que se dejan seducir, sin actitud crítica, por las acciones o palabras
(bien o mal intencionadas) de parientes o extraños. Cuando empiecen a leer esta crónica
autobiográfica recuerden que su padre tuvo mucha voluntad y poco estudio; pero poseyó la
lucidez de no confundir las circunstancias con su condición. Quizá este diario sea lo único
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1. Donde nací y me crié.
Almeriense (la más oriental junto al mar Mediterráneo), provincia de Almería, en 1882.
Dicho pueblo, cuya única vía de comunicación eran caminos carreteros, distaba dieciocho
leguas de la capital homónima de la provincia y, con dieciocho mil habitantes, era cabeza
Garrucha “la marítima” era un paseo y puerto de mar, puesto que la pesca era su
Cuevas era un pueblo minero de cuyas menas ha salido plata pura lo que hacía aun más
XIX y principios del XX) originó el esplendor de este municipio, que, desde entonces, fue
considerado uno de los más ricos y prósperos. Durante esta época, se construyeron grandes
casas señoriales y solariegas, para acoger a los 27.000 cuevanos que las habitaban, algunos
de ellos, pequeños y medianos propietarios de las minas. Por otro lado, Antas era un pueblo
Los Pinos y el Pinar de Bédar merecen un párrafo aparte. En las sierras de Bédar, me
crié. Tenía yacimientos ferrosos, de plomo, zinc, azufre y cobre. Era la tercera cuenca en
único que tuvo alguna relevancia fue la galena. El hierro se encontraba depositado en
almerienses. Era la zona más alejada del mar de las mencionadas, por lo que no comenzó a
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vagonetas y líneas ferroviarias) y se instaló un alto horno en la playa de Garrucha, lugar
por donde se podía importar y exportar el combustible (hulla inglesa) que se necesitaba.
Las minas más importantes eran Las Cañadicas, cercanas a la pedanía de Serena, donde
mitad del XIX, concentrando la mayor parte de los trabajadores del sector y
proporcionando el porcentaje más elevado del valor total de los minerales obtenidos en la
provincia. El mineral más apreciado, en cantidad y valor, era el sulfuro de plomo con
elevado contenido argentífero. El tenor argentífero era muy variable, siendo mayor en las
llamadas "minas ricas" del barranco Jaroso y en las capas más superficiales, descendiendo
galena era bastante irregular, en filones sin paralelos, lo que imposibilitaba un laboreo
filones.
energéticas. La explotación del subsuelo fue uno de los sectores más dinámicos de la
economía española del siglo XIX, contribuyendo con un porcentaje elevado a su balanza
extranjeros que arrebataron el liderazgo que habían tenido, hasta entonces, los inversores
españoles. De aquí, surge la importancia de este primer apartado e intentaré explicar, cómo
actividad minera.
mecánico en las labores extractivas, como podrían ser los malacates movidos por
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caballerías. Debo decir, que en esta época el único método de transporte posible, debido a
lo accidentado del camino serrano, eran las reatas de burros. Estos animales cargaban todo
yacimientos: los planos inclinados, los puentes móviles, los elementos de iluminación,
Los lunes, al tocar el silbato a las cinco de la mañana, en verano e invierno, con un
cesto colgado de un brazo (para los cascotes) y su vara en la otra mano (para el camino), mi
padre comenzaba a andar las tres leguas sinuosas que lo separaban de las minas. El
domingo estaba en su trabajo al sonar, nuevamente, el silbato a las 5. No existían días libres
ni feriados ni asuetos (excepto Navidad y Pascua lo que permitía contabilizar 360 jornadas
de trabajo al año). Cuando papá llegaba a casa me encontraba durmiendo y, del mismo
modo, me dejaba al marcharse. Lo veía sólo uno o dos días al mes cuando los curas venían
a decir misa y los mineros, con sus familias, bajaban al pueblo al escuchar el tañido de la
campana, que anunciaba el servicio. Yo tenía cinco o seis años y sabía cuando se había ido
porque mi madre me daba una golosina diciendo que papá me la había dejado.
invertir en la comodidad y salubridad del obrero; lo poco que se hacía se consideraba más
laborales con jornadas, sin luz natural, extenuantemente largas. Los frecuentes accidentes
ocurrían por falta de recaudos durante las explosiones que provocaban derrumbes de
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roca era muy dura lo que hacía obligatorio y continuo el uso de la pólvora para poder
avanzar. Las galerías no tenían una dirección fija, sino que se orientaban por los puntos
donde la piedra tenía menor dureza. Así, lo mismo subían que bajaban, alterándose la
dirección de forma continua. Pero la mayor dificultad que presentaban, era su reducido
diámetro: por ellas sólo se podía caminar encorvado o arrastrándose. No se hacía ningún
costosos. Ello hacía que las desgracias fueran usuales, sobre todo en algunas zonas donde el
terreno era más frágil. La gran demanda de mano de obra, también, fue cubierta con la
utilización de niños tanto en minas como en fundiciones. En las primeras, los niños
trasladaban el mineral a través de las galerías (gavias) puesto que, por su tamaño, se
clasificación. El laboreo de las minas no sólo implicaba muchos riegos, sino que era fuente
menores de doce años. Desde 1867, el Archivo Municipal de Vera, daba a conocer una
estadística (poco fiable) de las desgracias en las minas, en la que se indicaban los muertos,
heridos graves y leves con incapacidades permanentes totales o parciales. Sin embargo, los
prensa local y provincial. Estos datos reflejaban la nula preocupación por la salud y la
seguridad de los obreros quienes, en este punto, afectaban los beneficios que obtenían las
empresas explotadoras.
padre; la resignación y los suspiros de mi madre. Esos suspiros que he oído, mucho
después, tantas veces en otros pueblos y me traen recuerdos de mi querida España castiza.
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Vestigios de la minería del plomo que, a
http://novaciencia.es/turismo-minero-por-la-sierra-de-br/
1926.
https://cedetrabajo.org/los-autores-del-libro-de-la-
contraloria-mineria-en-colombia-comparten-
publicamente-las-conclusiones-del-estudio/
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Antes de mudarnos al distrito de Bédar, vivimos en Palomares donde mi padre fue
fogonero de un ferrocarril minero de vía estrecha que transportaba hierro desde allí hasta
Cuevas del Almanzora (una obra de 115 km. con capital Vasco). De este sitio sólo recuerdo
que papá me levantaba muy temprano para que lo acompañara a tocar el silbato. Ignoro el
tiempo que vivimos en este pueblo; pero creo que no pasó de los dos años.
Luego mi padre alquiló un cortijo en Los Pinos y, a mitad del verano, nos mudamos
para allá. Mi madre y yo íbamos montados en una mula; en otra, llevábamos todos nuestros
muebles y menajes: un catre, dos colchones, una mesa, dos sillas, una sartén, una bota y un
candil. Sé, con certeza, que la mudanza se hizo durante el verano porque por primera vez
vi trillar el trigo a la manera que todavía existe en muchos pueblos rurales de España: un
hombre montado en una tabla provista con una cuchilla de hierro y dos machos tirando.
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2. Mi infancia en Los Pinos.
La población de Los Pinos no era muy numerosa. No tenía más de cuarenta vecinos
en 1889. Dista de Vera tres leguas a pié porque en burro es (casi) imposible el acceso por el
camino montañoso. Precisamente, Los Pinos está edificado entre cuatro montañas, sin
calles ni líneas divisorias. Algunas de las casas se levantan, anárquicamente, en una rambla
y otras terminan diseminadas en lo alto de la montaña. Para que os deis una idea, si hoy
quisierais ir de una casa a la otra, tendríais que moveros en cuatro patas como las cabras
Las dos grandes industrias de todos aquellos contornos: Bédar, Serena, Los Pinos,
Torrecica, Alvarico y el Pinar son las minas ferruginosas y el cultivo de almendras, peras,
higos, duraznos, granada, ciruela, algarroba, uva, trigo, cebada, maíz, garbanzo y chumbos
esparto y, sobre todo, la barrilla, comercializada junto con otros productos agrícolas,
compartiendo en parte una misma mano de obra. Aunque una gran porción del suelo era
muy pobre e improductivo por ser piedra; el chacarero que recogía suficiente para su
consumo era considerado inmensamente rico. La agricultura era de subsistencia. Hay que
tener en cuenta, además, que Almería era el lugar más árido de Europa. Las dificultades
climáticas se veían agravadas por la sucesión de períodos de sequía cada cierto número de
años y por la torrencialidad de sus lluvias, lo que ligado a un gran desnivel del terreno
provocaba numerosas anegaciones. A todo ello se le sumaban otros problemas, como por
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ejemplo las frecuentes plagas de langosta, que arrasaban completamente las cosechas a su
paso.
En este pueblo no había muchas facilidades ni servicios. Los dos o tres boliches
existentes vendían vino o agua ardiente; pero para conseguir otros artículos de almacén mi
madre tenía que montar una de las burras montaña abajo hasta Los Gallardos y cargarle
cinco o seis arrobas de harina. Para volver a Los Pinos no sólo tenía que subir andando,
sino que también tenía que ir empujando a la bestia que siempre llevaba demasiado carga.
Por aquellos sitios no llegaba el panadero y la peluquería era ambulante. Los viernes
y estaba hasta la media noche rasurando a todo aquel que se acercara. El que por cualquier
motivo no se afeitaba esa noche, tendría que estar sin hacerse el toilette hasta la próxima
semana. ¿Afeitarse solo? ¡Jamás! Para eso estaba el barbero al que se le pagaba 2 pts (dos
pesetas) al año y tenía la obligación, además, de sacar las muelas, tomar el pulso o recetar
cirujano de las compañías mineras cuyo punto de residencia debía estar dentro de los diez
kilómetros de la mina de referencia. Lo único que tenía para ejercer la profesión era un
sueldo y entre sus funciones se incluían el realizar los diagnósticos, autopsias y tratamiento
las incómodas presiones de la Compañía y firmar las altas a pesar de que los lesionados no
estaban del todo curados y útiles para el laboreo. Sólo estaba obligado a dar asistencia a los
trabajadores contratados a jornal por ésta, disponiendo para ello de un listado de obreros en
los que constaba esta condición. El matasanos se jactaba de atender “por caridad” a los
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vecinos; pero había que buscarlo con una caballería cada vez que se requería su visita. Las
medicinas se conseguían a través de los peluqueros que también hacían de boticarios para
ganarse la vida.
desarrollo, como era el caso de la parte del Levante. Ello se podría entender en el hecho de
que allí existía otra fuente de ingresos suplementaria, el contrabando o mejor, “el tráfico
ilícito”, que se veía facilitado por la extensa costa y la proximidad a Gibraltar, entre otros
puertos peninsulares.
Imagen ilustrativa: se observan las viviendas características de bloques alargados de un solo piso.
Todavía no se había instalado el cable aéreo que venía de la estación de carga de Serena.
http://www.juntadeandalucia.es/cultura/archivos/web/ListadoExposicionVirtualArchivo?idArchivo=6fda16c0
-58a3-11dd-b44b-31450f5b9dd5&idContArch=d99091d0-e652-11dd-ac81-00e000a6f9bf&pag=2.
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Imagen ilustrativa: vista parcial del Pinar de Bédar, 1911.
https://minasdebedar.files.wordpress.com/2012/09/accidentes-bedar86-95.pdf
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3. Mi educación.
campo. Yo tenía seis años y mi tarea era mantener a los conejos encerrados en las jaulas
hasta que el sol hubiera secado el moho que cubría la hierba, para evitar que los animales
enfermaran al comerla.
En Vera, mi pueblo natal, había asistido a la escuela; pero en Los Pinos no había
quien supiera leer o escribir. Sólo existían dos o tres montañeses que cobraban cuarenta
centavos por redactar cartas para los maridos o hijos que estaban sirviendo al rey.
Para que os deis más exacta cuenda de mi educación debo retroceder un poco y
Papá, oriundo de Vera, quedó huérfano de padre a los siete años de edad. Su madre
puso un boliche y él, quien era el mayor de tres hermanos, se pasó la infancia arriando,
muerto de frío, una burra cargada con bebidas para el parador de su madre. Nunca fue al
colegio y tampoco trató de enseñarse. Cuando fue mozo, trabajó como fogonero en
Palomares y como minero en Bédar. Su única experiencia del mundo la obtuvo durante los
cinco años que estuvo al servicio de la guerra entre Carlistas y Republicanos. Era un
provincia de Sevilla, Andalucía. Era la mayor de seis hermanos: Marcos, Martín, Diego,
Beatriz y Catalina. Todos analfabetos. Para saber cuánto era dos veces cincuenta, recurrían
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a los granos de maíz. La chacra, La Talaya, dónde vivían no era propiedad de mis abuelos.
todos los veranos a recoger el trigo, la cebada y el maíz, que era lo único que producía la
tierra. La Talaya era un lugar muy solitario. La labor cotidiana de mi madre, entre otras
faenas rurales, consistía en esperar que pasara algún transeúnte por el camino, pedirle un
fósforo, encender una soga y llevar a su casa el fuego para todo el día.
momentos felices de Los Pinos cuando me ocupaba de cuidar a los conejos y de corretear
por los montes. Recuerdo que a la semana de haber llegado, mi padre me obsequió unas
esparteñas hechas por él. ¡Qué alegría fue tirar las alpargatas viejas y las medias rotas! En
el campo no había donde comprar ropa u otros elementos de “lujo”. Por ejemplo, para
obtener una libra de pescado o una caja de tabaco, había que bajar hasta el pueblo con una
docena de huevos o una arroba de paja para hacer el intercambio de productos sin que
Mis padres eran los primeros forasteros que llegaron a vivir a Los Pinos y, a decir
verdad, eran los más cultos entre aquellos serranos. ¡Imagínense el grado de ignorancia! Mi
padre era muy atento con los vecinos. Tenía consejos para todos y, además, les regalaba
tomizas, cuerdas, sogas y cestos de esparto que hacía con sus propias manos. Ahora el
esparto se conseguía en abundancia, desde que las autoridades locales habían tomado
medidas contra el arranque indiscriminado de esta materia prima utilizada por los
fundidores como combustible vegetal para los hornos. Para complementar los modestos
ingresos de la familia, mi madre cosía. En la costura, estaba más adelantada que las mujeres
de aquel sitio, cortaba camisas para unas vecinas, hacía delantales para otras y
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confeccionaba calzoncillos con la tela de algodón de los sacos de harina. Sus dedos
manipulaban con gran destreza los bolillos con las cuales confeccionaba encajes y puntillas.
Mientras tanto, yo iba a recoger almendras, algarrobas o aceitunas con otros niños.
Como estos servicios eran recompensados con un cesto de frutas; mis padres no tenían
inconveniente en que, a los ocho años, estuviera todo el día fuera de casa (muerto de frío en
invierno y de calor en verano) para ganar el sustento. Recuerdo que más de una vez, mi
padre, después del trabajo, salía a buscarnos por las montañas si no llegábamos antes de
oscurecer. Se nos hacía de noche y habíamos cargado mal la burra, entonces, teníamos que
regresar, lentamente, sosteniendo la carga y la burra. Este fue mi oficio hasta los doce años,
además de proveer la leña y el agua para la casa y darle de comer a los animales.
una crianza y educación esmeradas. Al poco de habernos instalado en Los Pinos llegó,
desde Vera, un viejo amigo de mi padre buscando trabajo. A cambio de casa y comida se
comprometió a darme educación regular y sistematizada. Era un buen maestro puesto que le
faltó poco para terminar la carrera de cura. Por la réplica de San Francisco de Borgia, que
educación cristiana, comenzó a enseñarme las letras antiguas (muy característico de los
jesuitas) con un voluminoso diccionario latino. Todas las noches después de cenar me ponía
a dar lección delante de mis padres. Tenía un régimen de enseñanza muy particular: me
horrible suplicio (¡al fin madre!) se acostaba llorando y yo me quedaba con mi maestro y su
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sonrisa de menosprecio durante largas horas en clase nocturna. Mi padre, con un gesto
no iba a aprender. Cómo sería el miedo que le cobré a mi señor maestro (¡al fin cura!) que
cuando empezaba a oscurecer, yo comenzaba a tartamudear. Estuve dos o tres años con ese
maestro, poco sensato y nada realista, hasta que se dio por vencido. Según él, era estéril
Muy pronto, mi padre me encontró otro maestro; pero éste era aún mucho peor que el
cura. Un joven hijo de muy buena familia que, como es natural en los mozos de su edad,
todos los días se iba de novias. Después de una breve conversación con mi padre, aceptó
gustoso darme lecciones en su casa todas las noches, tarea ímproba para la cual no había
nacido. Para la hora de las lecciones, nunca estaba en su domicilio, que quedaba a tan sólo
dos cuadras de la mía. Entonces comenzaba mi itinerario vespertino hasta dar con él en la
Salir de recorrida,
entrada la noche.
apuntes y reproches.
Hacer garabatos
mientras a la novia
Intentaba enseñarme lo único que sabía: gramática latina y versos griegos en metros
líricos (como bien imaginarán, éstos son conocimientos innecesarios para el hijo de un
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fogonero o minero). Aparentemente tenía la intención de sacarme bueno, presentando sus
extrañas. Mantenía su sonrisa altanera cuando yo no podía hacer bien las cuentas; pero ¿qué
cuentas? ¿De dividir sin haber pasado por las de multiplicar? Por eso digo que este joven
era más bestia que el cura, pues, estaba preso del pánico a que se revelara su ignorancia
fueron interrumpidas, muy oportunamente, por un menudo trabajillo nuevo. Un día estaba
jugando en la calle y una vecina me pidió que vaya hasta el trabajo de mi padre para
avisarle que ya había nacido mi hermanita. Más trabajo, digo, porque ahora, además, tenía
Francisco (Paco) Bergel y la tía Antonia no tuvieron hijos. En la foto posan junto a Francisca, la menor de
mis cinco hijos (aprox.1918).
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Afortunadamente, en este tiempo, se instalaron en el pueblo dos o tres escuelas. Estas
instituciones, generalmente, estaban dirigidas por hombres rengos, mancos o inútiles para el
trabajo manual y daban clases particulares para ganarse la vida. Aquí recién comienza mi
estudio formal y sistematizado. Éramos muy pocos los niños privilegiados que, pagando
una peseta al mes, teníamos acceso a una básica educación académica y religiosa. La
mayoría de las necias madres, argumentando que sus hijos no habían aprendido a redactar
una carta en un mes o que eran necesarios para las faenas agrícolas, retiraban los alumnos
de la escuela y los desdichados maestros, al poco tiempo, debían huir para eludir la
Cuando cumplí doce años, ya estaba hecho un hombre. Brincaba como un cordero por
esas montañas con una soga y un escardillo para cortar leña, hacerla un manojo y cargarla
hasta la casa. Sabía dónde estaban las mejores higueras y uvas. Ayudaba en los quehaceres
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4. Mi primer trabajo.
Las minas distaban de casa dos kilómetros de camino sinuoso y agreste. Dos horas de
viaje, doce horas de trabajo rudo, catorce horas fuera del calor de mi hogar para ganar, por
ser menor, sólo una peseta. El primer día me levanté a las cinco de la mañana y con el cesto
bajo el brazo (para los escombros) y una vara en la otra mano (para el camino) me presenté
media hora más tarde ante mi patrón. El capataz era contratista lo cual significaba que todos
teníamos que trabajar el doble para que ganara el contratista y la Sociedad Civil Minera La
Recuperada, que rentaba las concesiones. Eran escasas las referencias que poseía sobre esta
Las empresas mineras, para afrontar los desembolsos de la explotación, recurrían a los
de crédito. Les proporcionan dinero a cuenta de la galena que iba a ser extraída, lo que
producía, por una parte, una menor necesidad de capital en las sociedades mineras y, por
evidente con las protestas que hubo después de 1830, cuando, a raíz de la baja de .los
La jornada de trabajo alcanzaba las doce horas efectivas (con dos descansos para las
comidas), en tareas que, por la temperatura, no permitían otra vestimenta más que un
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seguían siendo ejecutados por las cuadrillas de "gavieros" compuestas por niños de menos
de 15 años. Algunos de mis compañeros desde los 9, se veían obligados a realizar estas
penosas tareas ante los insuficientes jornales de sus progenitores. Enviar a los niños a
trabajar a la mina era una forma de obtener un dinero con qué alimentarlos –sin que ello
redundara en una merma, a priori, de los recursos para mantener a los adultos. El niño
minero a menudo sufría, como cualquier otro minero adulto de accidentes y enfermedades
etc.); y era muy posible que la muerte acabara sobreviniéndole antes de llegar a los 40.
Sírvanles unas cifras a modo de ejemplo. Desde Agosto de 1901 hasta Septiembre de 1906
del trabajo, pero no mayores a los de otras cuencas mineras como fue el caso del accidente
en Villanueva del Río, ocurrido en 1904, en el que murieron 63 obreros, quedando otros
tantos heridos.
fortaleza (que no aportaba ninguna academia) como para labrarme cierto futuro en el
trabajo, aunque dicho futuro fuera simplemente ser poseedor de trabajo constante.
común la enfermedad producida por el plomo en suspensión, el "cólico saturnino", que allí
trabajadores del interior de la mina, sino también los del exterior, a causa del sistema de
limpieza por garbillo. En las fundiciones, también, se sufrirá el emplomamiento, pero aquí
aparecía con unos síntomas diferentes. Esta enfermedad era muy común y recurrente,
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siendo raro el minero que no la hubiera sufrido. Se combatía con un remedio popular: la
extranjero, los niños fueron usados como mano de obra principal puesto que se les pagaba
menos (aunque era un suficiente complemento para la magra economía familiar) y permitía
entibado de las minas, haciendo estas más estrechas y largas, con las dimensiones justas
trabajo de los muchachos adolescentes consistía en sacar tierra en unas espuertas dobladas
en las espaldas sobre el torso desnudo y amarrada con una soga por la cintura. Cada
espuerta llena de tierra pesaba alrededor de cuatro arrobas. Era como el trabajo que hacen
las hormigas.
A los 12 años, veía la luz del día durante la media hora que tenía para almorzar y
abundaba el agua. Había que traerla, desde varios kilómetros, en cántaros de barro. La
primera noche llegué a casa con la espalda en carne viva. Mi madre, muy cariñosa, me curó
con vinagre y sal. Todavía no existía la Ley de Accidentes de Trabajo ni las Juntas de
encargado. A los treinta días cobré mi primer sueldo: 29 pts. Me habían descontado el día
no trabajado. Sólo yo sé el efecto que ese dinero les hizo a mis padres; y sólo yo sé el
Hasta hacer efectivo el pago mensual, los obreros podíamos satisfacer nuestras
necesidades básicas mediante el empleo de unos vales suministrados por el patrón con su
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correspondiente descuento. Estos se canjeaban en el almacén de la misma empresa minera o
en aquellas tiendas del pueblo que estuvieran en convivencia con el expendedor de los
vales, siendo frecuente que al querer pagar con este papel por valor menor del que
representaba, el tendero se negaba a dar vuelto y obligaba a que se emplee, desde luego,
De los 12 a los 19 años hice todo tipo de labores mineras, no solo de interior (hoyos
y galerías) sino también en el exterior en actividades tan diversas como el acarreo de agua o
responsabilidades asignadas, mi jornal ascendía a 2 pts diarias. A esta altura la tía Antonia,
que ya era una señorita, y yo teníamos una prenda más de vestir que el resto de los jóvenes.
Entré a trabajar a la mina de muy niño y salí del pueblo de Los Pinos a los 23.
Durante siete años trabajé doscientos metros bajo tierra a la luz de un candil a
kerosén, tragando humo y con el cuerpo negro sin haberme ausentado más de cinco días en
esos años. El tiempo suficiente para templar el carácter del más indómito.
¡Y pensar que mi viejito llevaba más de 25 años en aquel maldito hoyo estrecho, mal
Igualmente, la plata nunca alcanzaba. Después de haber estado doce o catorce años
pagando un alquiler, nos hicimos la casa propia en Los Pinos. Para solventarla, mi padre
había puesto un boliche atendido por mi madre que, como contaba con los dedos, las
cuentas dieron pérdida que fueron reparadas por el trabajo de mi padre y el mío.
útiles, quienes al cumplir la mayoría de edad, debían realizar el servicio militar obligatorio.
En 1901 existía la posibilidad de pagar una cuota para eludir el reclutamiento. Este dinero
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actividad militar para la defensa de la patria. Aunque era sabido que esta “redención en
metálico” causaba mucha animadversión entre los afectados; mis padres me libraron,
Esta libranza les costó 360 pts. Esto deshacía todos mis planes de ser carabinero y de
conquistar honores militares. En mi fuero interno, sentía una inquietud, un afán de aventura
que, pese a la desagradable existencia que llevaba en aquel agujero negro, se hacía más
En Argentina, el servicio militar era obligatorio desde 1902. En la foto aparece Emilio, mi cuarto hijo,
usando su uniforme del ejército a principios de la década de 1930.
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A esta edad me divertía mucho en los bailes que se organizaban alrededor de una
guitarra. A los 18 años me eché una novia. Nada serio, no era para casarme, sino para tener
donde pasar las noches. Tres años fui su novio; hasta que llegó un momento en que
comprendí que esa señorita podía casarse con un buen vecino y busqué un piadoso pretexto
para disgustarme de ella. Nos es de caballero dejar a una novia sin causa justificada y
mucho menos vanagloriarse de que la ha dejado. Aunque esto sea así, debe decirse lo
contrario. Estuve seis o siete meses sin novia ¡Mucho tiempo para un pueblo de campaña y
para un joven de 20 años! Lo mucho que pesaba la soledad y lo incesante del trabajo hacían
notar que el tedio laboral desaparecía ante la perspectiva de un momento de ocio. Los
novia. Para el primero nunca alcanza la plata y es, por esa razón, que los campesinos se
casan jóvenes.
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5. Mi segunda novia, vuestra madre.
En 1903 conocí a la que sería mi compañera para toda la vida y la autora de vuestros
días. Un viejo vecino de Los Pinos había fallecido y se había pasado la voz para que todo
el pueblo concurra al velorio. Me había ofrecido como voluntario para llevar el cajón en
hombros hasta Vera donde sería sepultado. El féretro estaba hecho de percal e iba cubierto
con un manto funerario. Allí no había coches fúnebres y además, no había otro modo de
trasladar al muerto que no sea a pulso: eran cuatro leguas de camino por las sierras. Si el
finado estaba descompuesto igualmente había que cargarlo entre seis jóvenes fornidos y
hacer relevos entre los dolientes más fuertes que iban en el cortejo. Algunos amigos del
muerto llevaban candeleros abollados, otros llevaban palas, el carpintero llevaba una cruz
de pino negra bajo el brazo; otro, el epitafio escrito a mano con letras blancas. Los hombres
usaban luto en sus rústicos sombreros; las damas iban vestidas de negro riguroso y, en estas
Íbamos por mitad de camino cuando divisé entre los deudos sollozantes una señorita,
en edad casadera, con ojos húmedos y un traje muy usado ceñido a la cintura. Llevaba el
largo cabello castaño recogido en unas trenzas enrolladas alrededor de la cabeza debajo de
un pañuelo negro, según la moda del luto. Al esquivar un grupo de personas rezagadas de la
comitiva, el sol la iluminó de tal forma que la silueta de su delgada figura se dejó entrever a
través del raído tejido del vestido. Sus manos, juntas en oración, tenían el aspecto
característico de las lavanderas: deformadas, hinchadas, callosas y rojas. Ella me regaló una
de esas sonrisas inconfundibles, llenas de resignación o, tal vez, de hondo dolor. El resto
del camino me la pasé averiguando quién era y dónde vivía. Las muchachas de familias
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honradas permanecían púdicamente recluidas hasta que se desposaban, pero yo me enamoré
de ella al instante. Según averigüé, aún no se había prometido con ningún joven.
Por la misma razón, que os he dado detalles de mi infancia y juventud, os voy a contar
dónde nació y cómo se crió vuestra madre. No hay nada de bueno o agradable en este
relato; pero, así, os daréis cuenta de la ingratitud de ciertas personas: no importa que una
mujer sea decente, trabajadora y honrada, si es huérfana de padre y, por ende, no tiene qué
Vuestro abuelo materno, Juan Cabezas, era un viudo viejo y con hijos ya grandes y
casados cuando se casó con la abuela Francisca, también entrada en años (tenía casi
treinta). Él fabricaba cernidores para harina y salía todas las mañanas de Sorbas e iba con
harina, papas, aceite, higos u otras verduras. A la noche llegaba a la casa con el burro
Juan y Francisca tuvieron una única hija, Emilia, que quedó huérfana de padre a los
seis. En vida, Juan Cabezas había tenido muchos clientes, amigos y parientes; pero después
cual había más hambre que comida. ¡Qué terrible conjunción! ¡Pobreza y soledad! Se puede
¿En que podría trabajar Doña Francisca y ganar lo suficiente para las dos? ¡Una mujer
que no sabía contar hasta veinte sin recurrir a los dedos y en un pueblo tan miserable como
era Sorbas! A la abuela no le quedó otra alternativa que ofrecerse como sirvienta en casas
de vecinos, hombres borrachos e inútiles. Ahora les pregunto: ¿hay algo más injusto que
limpiar lo que otros ensucian? Humillaciones, denigraciones y maltrato eran toleradas por
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un puñado de papas, un poco de aceite o unos cuantos higos. La abuela era incapaz de
pronunciar un solo grito de sublevación o de protesta porque ¡el patrón es el patrón!, así
que simplemente hacía el gesto más triste de este mundo: mostrar una sonrisa que, ojalá,
Mientras la abuela se pasaba los días limpiando mugre ajena, mamá, muy niña aún,
quedaba encerrada en la casa, desde muy temprano, y a oscuras para que nadie supiese que
estaba sola. Cuando fue adolescente, se ganaba su jornal cosechando o lavando ropa. La
lavandería casera era una buena opción para mujeres jóvenes: empezó a los 7 años como
lugar de acceso público al que llamaban La Fuente: consistía en dos zanjas de material con
agua helada proveniente de las montañas. Las mujeres se metían en una zanja y en la otra
lavaban la ropa, un burro o lo que fuera. El agua corría constantemente, pues ambas zanjas
estaban en pendiente. La baja temperatura del agua y la tensión repetitiva del trabajo,
congelaban, enrojecían e incluso deformaban las manos de las lavanderas. A los 12,
sufriendo el escozor de la lejía alcalina en las manos y brazos, encorvada hora tras horas
sobre la tina con agua helada y con los pies hundidos en un jabonoso barrizal. Emilia
llegaba a La Fuente de madrugada para poder ocupar el mejor sitio del lavadero y hacer uso
casos, estaban libres los puestos sucesivos de la hilera, en los cuales el agua llegaba sucia y
¡A los 12 años! ¡Hasta qué punto puede ser cruel la pobreza! No tenía domingos, ni
paseos, ni juegos al escondite con otros niños. Nunca aceptó ser sirvienta, porque sabía que
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se expondría a las mismas bajezas humanas a las que, lamentablemente, estaba
desayuno, el almuerzo y la cena se tomaban en el mismo momento; sin saber lo que era
Aquella noche, después de venir del entierro, hablé con mi mamá y la tía Antonia de
aquella señorita que había visto en la procesión. Cuando la vieron en los rezos del finado,
compañero que me permita visitar su casa para pedirle relaciones a su joven pariente. Era
una señorita de 18 años que no estaba acostumbrada a hablar de amoríos con hombres, por
lo que le llevó bastante tiempo darme el sí. Ambos comprobamos que nos sentíamos a
gusto en mutua compañía. Seguidamente, madre e hija fueron invitadas a cenar a casa
aunque muy pronto debieron regresar a Sorbas, otro municipio de la provincia de Almería,
Desde el momento que le pedí relaciones, toda la ropa que ambas vestían y los
alimentos que comían, se los mandaba mi madre. Nunca les habían hecho regalos. A las dos
horas de viaje hasta la mina y las doce horas de trabajo bajo tierra se sumaban tres horas a
pié, con el cesto bajo el brazo (para la ropa y provisiones) y vara en mano (para el camino),
amabilidad en todos sus actos y su dulzura en el trato. Emilia era joven, inocente y con
seguidos por carcajadas y una sonrisa radiante. ¡Era increíble que fuese hija de semejante
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mujer! Se había criado sin más contención que la de una madre ausente, aún así, no tenía un
A Emilia le parecía que su joven y rendido enamorado era el hombre más inteligente
el mundo (¡y eso que nada le había contado de mis dos primeros maestros: uno malo y otro
peor!). Fuimos novios alrededor de tres años y en todo ese tiempo sólo tuvimos un
altercado del cual yo asumo la culpa. No puedo precisar la causa, probablemente haya sido
mi exceso de libertad en hecho o palabras. Sin embargo, recuerdo nítidamente que mamá,
—Al darle a Ud. entrada en mi casa, lo creíamos todo un caballero; pero resultó ser lo
fuera, por mi impertinencia, arrojado de la casa de esas damas, sin malos modos, pero con
volvimos a quedar como antes. Pese a haber caído en desgracia ante estas mujeres, yo era
sin dudas el mejor partido que Emilia tendría ocasión de encontrar en una olvidada comarca
como Sorbas.
¡Comparad a vuestra madre con las señoritas que con frecuencia vemos y oímos en
este país hoy en día! ¿Heredarán mis hijas la decencia y el temple de su madre?
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Emilia a los 21 años
Quería casarme cuanto antes para que Emilia y su viejita tuvieran una vida digna y
más amparada; pero mi padre tenía ya cincuenta años y en poco tiempo tendría que dejar
de trabajar. Con 60 pts al mes, no había forma de ahorrar para casarse y ser el sostén
económico de ambas familias. Además, mi padre todavía tenía la deuda de mi libranza que
saldaría en, no menos, de dos o tres años. No me podía casar y dejarlos empeñados o
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comiendo de fiado todos los días. La pobreza no es la escasez de recursos materiales, sino
foguistas de vapores ganaban más dinero y trabajaban menos horas que los mineros. Yo ni
siquiera conocía el mar, pero tenía algunos conocimientos teóricos de fogonero gracias a
los relatos y las anécdotas de mi padre cuando trabajó en Palomares. ¡No debe ser tan
difícil alimentar el fuego de una máquina o auxiliar en la limpieza y engrase de las piezas!
En esos días, nos había ido a visitar un conocido de la familia que venía de Garrucha. Era
mineral extraído de las minas hasta un alto horno que había en el puerto. Después de
escuchar atentamente sus estimulantes palabras y de elucubrar durante semanas, tomé una
decisión sin entrever que me disponía a provocar una explosión que le cambió el destino a
mi familia. A partir de ese día, mi ansiedad, en lugar de disiparse poco a poco, se fue
delineado, expuesto de forma razonada y respetuosa; contenía ejemplos muy precisos sobre
los motivos que me inducían a creer que permanecer en Los Pinos era un error. A
continuación hice unas sugerencias prácticas con respecto a una nueva organización
alegato excelente del que podía sentirme justificadamente orgulloso, pero lo cierto es que
no contenía ni una palabra que mi familia deseara oír. A pesar de los ruegos de mi padre,
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6. Mi primer viaje a la Argentina.
Mi madre me preparó un baúl con ropa limpia y zurcida para que bajara de Los Pinos
hasta Garrucha (uno de los más importantes puertos pesqueros y comerciales) y tenerlo
listo hasta que se produzca una plaza de palero o fogonero en alguno de los vapores que
transportaban mineral hasta América. En este pueblo teníamos varios parientes en cuyas
casas me repartí comiendo y durmiendo para no serles molesto a ninguno. El mismo día
que llegué había un vapor cargando; pero no precisaban hombres. Según el proveedor, a los
pocos días llegarían otros en los cuales podría haber plazas. Durante un mes me la pasé
mirando fijo el horizonte. Las olas, que rompían sobre la rocosa costa, tenían un sonido
melancólico. Pero quizá se debiera a mi estado de ánimo. El mar Mediterráneo era como la
imagen líquida de la desolación; la miseria hecha agua. Creo que era la época de carnaval
porque mis primos me invitaban todos los domingos a las fiestas y desfiles para ver las
máscaras; pero yo prefería seguir de guardia, muerto de frío, sentado en la arena. Con sólo
ver el humo a lo lejos, saltaba de alegría, aunque el vapor pasara de largo. Rápidamente, me
di cuenta de dos cosas curiosas: que al hablar con la gente me agachaba, como si me
concentrara intensamente en lo que decían; pero cuando no conversaba con nadie, mis ojos
adquirían una expresión distante, como si soñara con algún lugar remoto. Pensar en
volverme a Los Pinos frustrado y lleno de vergüenza hacía que se me llenaran los ojos de
lágrimas.
paraba al lado del pescado, para que los posibles compradores tengan referencias del
tamaño, y comenzaba la subasta con un precio máximo, 100 pts por ejemplo. Según el
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intercambio de pujas, iba reduciendo el precio del atún hasta que uno de los interesados
Finalmente amarró un vapor para cargar 8000 toneladas de hierro. La línea férrea de
burguesía vasca. Sin embargo, los inversionistas debieron afrontar no pocas dificultades. La
tarifas hicieron que el traslado de los minerales, a pesar de la escasa distancia desde las
minas a la costa, redujera de forma importante los beneficios. El embarque era también un
elemento importante, que había que cuidar para obtener una mayor ganancia. Los vagones
carros hasta los muelles y, de ahí, cargarlos, a mano, en esportones hasta las bodegas de los
buques. El pronto despacho (que consistía en cargar un buque en menos del tiempo
promedio establecido) suponía una ganancia adicional que nunca se obtenía. Al contrario,
cuanto más se tardara, había que abonar el tiempo extra que el barco permaneciera sin
realizar ningún servicio. Además de ello, estaba las labores de estiba, por la que no se pudo
economizar debido a las precarias instalaciones en los muelles y las estaciones embarque.
Entonces, mil toneladas de plomo se cargaban en una jornada de diez horas, utilizando
hierro) se realizaba casi en su totalidad en barcos con pabellones franceses e ingleses, que
cargamento en el de Málaga. El elevado peso específico del plomo hacia que las bodegas
no pudieran llenarse por completo con este artículo, lo que permitía compartir la carga con
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otros productos de mayor volumen por unidad de peso: uvas de mesa, pasas, vino, esparto,
barrilla y aceite, por ejemplo. Los barcos extranjeros se encargaban, así mismo, de
transportar el carbón asturiano o la hulla inglesa en los viajes de retorno, lo que disminuía
A finales del siglo XIX, la economía almeriense mostraba, pues, una gran fragilidad,
dependiente del intercambio internacional de unos pocos productos. Debilidad que fue
puesta de manifiesto a principios del siguiente siglo, cuando disminuyeron las salidas de
provincia. El dato más significativo de ello, era la masiva emigración que se produjo
durante el primer decenio de 1900, colocando a Almería entre las primeras provincias de
proveedor un hombre para trabajar de mozo. La primera vez que subí a un barco de carga
trabajé como camarero. No sabía ni agarrar un plato; pero prefería que me tiren al agua por
inútil que seguir esperando en Garrucha. El trabajo era sencillo: debía levantarme a las
cuatro de la mañana, llevarle el desayuno al Capitán y los demás oficiales, limpiar las
cubiertas, los camarotes, los bronces, hacer las camas, preparar y servir la mesa para el
almuerzo. Llegar de la popa al puente con una bandeja llena de tazas de porcelana, café
caliente, mareado y en pleno temporal en el mar Atlántico era toda una odisea. Sin
embargo, cualquier cosa era mejor que seguir en la oscuridad de las minas ferruginosas de
Los Pinos o sentado en la orilla del puerto. Además, jamás hubiera tenido la posibilidad de
conocer Rótterdam, Cartagena, Marsella y Liverpool (sin pagar pasaje), de comer carne de
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Estuve de camarero dos meses durante los cuales engordé cinco kilos. Luego
convencí al mayordomo que tenía mejores dotes para la mecánica que para la cocina, así
que me pasó a otro barco de la misma compañía como foguista. Recibí mi paga y con mi
colchoneta y baúl a cuestas llegué a tierra firme en un bote remero. Aquel día fue uno de
vapores. Tenía que buscar uno llamado Diciembre con la cama y el baúl sobre las espaldas,
acalambrado de tanto frío y hambre. No me podía hacer entender con los boteros y estuve
desde las ocho de la mañana a las seis de la tarde sin dar con él. A esa hora, bien oscuro y
bien frío por cierto, estaba sentado al amparo de unos fogones de ferrocarril con las manos
y piernas entumecidos, cuando veo desembarcar cuatro marineros que, por la boina, advertí
que eran españoles. Los grumetes me ayudaron con la carga y hablaron con un botero que
Hacían ya ocho meses que estaba en altamar enviando dinero, fotos y cartas que
prometían mucho para muy pronto. No fui negligente en mi correspondencia con los seres
queridos porque sabía que mi silencio debía inquietarlos. A mi novia le escribía cada
quince días, pero sólo la participaba de mis logros y nada se enteraba de mis penas y
fatigas. Todas las cartas cerraban con una posdata que la informaban de la buena opinión
que el capitán tenía de mí. En ese tiempo, comprendí que los marineros están tan mal pagos
como los mineros; y que la mayoría de los hombres que se embarcan son incapaces de vivir
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promiscuidad y la vida licenciosa. Antes de bajar, pedían dinero adelantado al capitán o
vendían sus prendas. Era digno de lástima ver al oscurecer como las trotacalles (que tenían
edad suficiente como para ser mi madre) vestidas con colores violentos, sobrecargadas de
maquillaje y colonias baratas se acercaban al muelle, agitando sus manos y mostrando esos
sucios mechones de pelo negro bajo los brazos, a buscar muchachos de 16 o 17 años para
enseñarles, según ellas, “la armonía del placer y el arte de practicar el amor”. Los
depravados, con ansias de hacerse hombres, bajaban corriendo y después de cuatro días de
aires de las personas que se disculpan por tener que ir a satisfacer necesidades perentorias e
años, les decían a sus familias que habían tenido mala suerte con el ahorro.
Por el contrario, yo me había propuesto guardar diez duros de los catorce que cobraba
y, ni bien consiguiera un trabajo en tierra firme, en el cual ganara como en alta mar, me
quedaría. Una noche mientras estaba de guardia arrimando las cuatro toneladas de carbón a
los dos foguistas, recibimos la orden de ir a Inglaterra y luego a Buenos Aires. Fue una gran
alegría para toda la tripulación y, especialmente, para mí porque sabía que muchos vecinos
de Los Pinos, habían tenido que disponer de un gran capital para venir a la Argentina, de la
cual, se decía, se podía ahorrar el doble. Después de treinta y seis días de viaje trabajando
muy duramente debido a los temporales y el calor del Ecuador, llegamos al puerto de
Buenos Aires.
Al amarrar el barco comprobé que en este país había más abundancia que en España:
los jornaleros cargaban los cereales al hombro desperdiciando algo de trigo y maíz que
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Pergeñé un plan para desertar del barco. Observé, pensé, estudié y busqué un punto
iría a Ensenada o La Plata para evitar ser arrestado. Yo era el único de los hombres de proa
que traía cuatro libras en mi poder. Otros marineros se aventuraron a seguirme, a pesar de
no tener ni para cigarros, con esa complicidad amistosa que suelen tener los muchachos que
madrugada, en un descuido del sereno, huimos sin cobrar nuestros sueldos. Eso fue lo único
Al día siguiente, nos lanzamos a pedir trabajo donde veíamos una chimenea echar
humo. Una semana anduvimos como tres linyeras caminando por todas las calles platenses.
nuestro desaliño. A pesar de que la inmigración había comenzado lentamente unos años
mano de obra barata. Como los inmigrantes veníamos de una sociedad rígida y de zonas
patrón. Lo cierto es que la mayoría de los lugareños le temían a los conflictos sociales y
que superar ésta y otras situaciones de discriminación por nuestra procedencia que, aunque
Decididos a evitar los conventillos y todos los fenómenos de hacinamiento por sus
típicas de la falta de cultura y principios; nos decidimos a comer y dormir en una austera
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Antes de cambiar la última libra que me quedaba, debíamos encontrar trabajo que
una agencia de colocación. Mis compañeros tomaron los puestos de peón de hornos de
ciudad de Berisso, llamada así por su fundador (Juan Berisso) un inmigrante genovés. Le
aboné la comisión al empleado, les di cincuenta centavos a cada uno de mis compañeros y
para Carlos Carreto (tal vez, Diego se acuerde de él), el encargado de la cocina. No me
agradaba mucho deambular cerca puerto porque el vapor todavía no había zarpado, pero me
propuse salir lo menos posible a la calle. El trabajo no era gran cosa, pero pagaban treinta y
dos pesos libres (lo mismo que a bordo pero sin mareos ni temporales).
En 1906, en Berisso había poco menos que doscientas casas y muy pocas familias
españolas (creo que no llegaban a una docena) aunque, de a poco, la zona fue acogiendo a
una gran cantidad de inmigrantes, atraídos por las posibilidades laborales que ofrecía el
lugar. Trabajé en la cocina de la fonda durante siete meses. Cada vez que le decía al patrón
que me iba a ir, me aumentaba dos pesos a mi salario; así llegué a ganar cuarenta pesos.
una semana sin trabajar. Gastaba lo menos posible para poder girar dinero quincenalmente
a España. Mi único vicio era comprar de vez en cuando libros que leía antes de dormir. Los
libros son un gran consuelo, quizá el mayor de todos. Recuerdo que cada vez que salía a dar
una vuelta por Ensenada o Berisso me quedaba contemplando extasiado los estantes de las
librerías, pensando que en toda Almería no había visto tantos libros como en una sola repisa
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de esos negocios. Una tarde vi, en un destartalado escaparate, un libro titulado: Historia de
me di cuenta que en aquellos tiempos, ese libro jamás hubiera ocupado un sitio en ninguna
librería española. Las ideas y las religiones no se exhibían tan abiertamente como en
Argentina. Todo esto me llevó a meditar y reflexionar sobre las diferencias que existían
entre los dos mundos. Al año de estar aquí, ya había enviado el dinero suficiente para
proporcionar a mis padres cierta holgura económica. Había cumplido como hombre y como
hijo.
En 1908, mientras hacía trabajos de herrería, carpintería y mecánica en los talleres del
Astillero del Arsenal de la Base Naval de Río Santiago, llegó una carta de mi novia
urgiéndome a que regrese para casarme. Al mismo tiempo, uno de mis jefes, que me tenía
finalizar mis estudios estaría cobrando un salario de doscientos pesos. Sin embargo, con
veintiséis años, una mujer comprometida y único sostén de padres viejos y cansados no
podía hacerme acreedor ni culpable de las penas que les estaba causando a todos en España
Estuve dos o tres meses buscando una solución que satisfaga a la mayoría. Entonces,
mandé a decir a mi novia y a su viejita que se vengan para la Argentina. Aquí nos
casaríamos y yo podría hacer carrera en la escuela de formación. Todo fue inútil. Aunque
Emilia hubiera aceptado hacer el viaje, mis padres no la hubieran dejado venir, por temor a
no verme más; a pesar de que les había prometido traerlos detrás de ellas.
Regresé a España no sin antes averiguar sobre su conducta durante mi ausencia. Mis
padres me escribieron que ella pasaba más tiempo en Los Pinos (con ellos) que en Sorbas
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(con su madre) y que estaban convencidos que era una señorita discreta, leal y había
guardado decoro.
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7. Mi regreso a España.
admitir que regresaba a España como los presos que van entre vigilantes para la comisaría.
Sólo adquiría otro aspecto mi semblante mientras pensaba que iba a abrazar a mis padres y
a contemplar de cerca de la mujer que sería finalmente mía y que tanto había alimentado mi
cariño con sus cartas durante los tres años que me estuvo esperando. Llevaba el suficiente
dinero para la vida en matrimonio; pero cuando pensaba que tendría que volver a las
circunstancias extremas de inseguridad, carencia y miseria de las minas para hacer frente a
las necesidades de mi casa, señora y suegra; mi espíritu se comprimía de tal manera que se
Cuando llegué al puerto de Almería fue muy grande mi abatimiento al ver una gran
cantidad de mendigos alargando la mano pidiendo una limosna por Dios (no por ellos) a
todos los, supuestamente, ricos que bajaban del vapor procedente de Buenos Aires. Fui a
una fonda, alquilé una pieza, me puse la mejor ropa limpia que tenía y aquella misma noche
viajé en diligencia hasta Sorbas. Me hice conducir por un mozo hasta la casa de mi novia.
resto de grasa superflua, y su delgada figura había sido sustituida por los contornos firmes y
voluptuosos de una mujer. Había cambiado, pero su espléndida madurez, era tal cual me la
había imaginado. Emilia tenía el rostro fijo en el carruaje observando la escena fascinada.
Cuando me apeé de él, percibí el olor alcalino con el que las lavanderas se diferenciaban
del resto de los mortales, y me di cuenta de que no había olvidado aquel ingrato hedor. Su
cutis seguía teniendo el color tostado por el sol de La Fuente y una lisura sin tachas que
parecía emitir un leve fulgor; era obvio que la vida bajo el amparo de mis padres, le sentaba
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mucho mejor. La joven, hija de una criada, huérfana de padre, que se reía a carcajadas
después de sus arrebatos infantiles y me veneraba por mis epigramas inteligentes, se había
transformado, en el intervalo de pocos años, en una adulta juiciosa. Eso era de esperar, pero
La tarde siguiente, alquilé un burro para transportar el baúl y marché a Los Pinos. Mis
padres habían terminado de cenar y estaban alrededor de la cocina cuando llegué muy
los seres queridos después de tres largos años de ausencia! Acudieron vecinos y amigos al
improvisado convite de bienvenida. Cuando, ya tarde, nos quedamos solos, le entregué las
llaves del baúl a mi madre y un cheque por cobrar a mi padre. Antes de irse a acostar mi
Como he dicho antes, yo había observado y leído mucho sobre la vida y costumbres
de los argentinos. Esto llevó a convencerme de que no debía estar subyugado por los curas.
Como tenía destinada poca plata para la boda, no permitiría que éstos se quedaran con poca
(o mejor, nada) de la mía. Fue entonces cuando les dije a mis padres que me casaría sin
misa nupcial; y aunque no eran muy religiosos y pocas veces oyeron misa, se opusieron
vehementemente a que no me casara como “Dios mandaba” (al parecer de ellos). Más
suplicaba mi madre; más porfiaba yo. Después de muchas discusiones y de reproches, les
hice entender que casarse por iglesia costaba caro: las flores, el órgano, los cirios para la
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hermana de mi padre, que vivió circunstancialmente con nosotros después de enviudar, casi
se enferma por la mortificación que le causó mi anuncio (más adelante hablaré de la tía
Bárbara). Me acuerdo que mi tío Martín, al que tenían por el más sabio en la familia, me
aconsejó:
—¡Queridísimo tío, estoy seguro que si Ud. supiera lo que dice, no lo diría más!
Cuando comencé con los trámites para el civil en Sorbas, todo el pueblo se enteró.
propuesta, por razonable que fuera, se consideraba herética e indecente así que todas las
un gordo perezoso y glotón con privilegios seculares, me mandó llamar a la sacristía para
el más claro ejemplo de apostasía bíblica: la caída de Sodoma y Gomorra. Este cura, más
bien hombre de palabra que de iglesia, a quien consideré el auténtico enterrador del
—Los pecados capitales son los que se cometen adrede y con conocimiento de causa,
los que hacen que el pecador vaya al infierno. Ellos son: la soberbia, la avaricia, la lujuria,
la ira, la gula, la envidia y la pereza ¿De cuáles eres culpable hoy aquí? —prosiguió la voz
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cortante del canónico—. En primer lugar, del pecado de la avaricia, un pecado sin perdón.
Estás dispuesto a condenar tu alma por dinero, el amor por el dinero es avaricia y eso es
una falta muy grave. Y luego ¡el pecado de la soberbia, Francisco! —gritó con aires de
virtuosa autoridad.
— En ese caso, sólo soy culpable de la lujuria, pero ¿qué joven veinteañero no es
lujurioso?
—El deber de la iglesia es velar por la condición espiritual de las personas laicas.
Debéis hacer penitencia por vuestros pecados —me ordenó en tono imperioso——. Y no
Me abstuve de responder, pues una afirmación tan aberrante me daba el pie para una
cínica disputa ético-moral: ¿existe algún pecado para el que no haya redención? Esta
—No discutas nunca con un imbécil. De ese modo, ganarás— me había prevenido mi
padre.
Fue una visita muy ingrata y constaté que era un experto en el arte del debate
viene al caso contar si el cura me disuadió o no; pero quiero haceros comprender que si fui
un necio fue porque no tuve otro remedio y sin haberse dado ningún caso antes de un
enlace civil, yo quise ser el pionero; y, por lo tanto, creo daros a comprender que aunque
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Francisco y Emilia, 1909. Francisco, un hombre bien plantado y de mediana estatura,
llevaba bigote y cabellera con raya al costado. La lisa melena de Emilia tenía las puntas
hacia adentro, un peinado que conseguía utilizando unas tenazas calientes y que daba un
aire aristocrático a su armonioso semblante.
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8. La hermana mayor de mi padre.
Con el fin de que conozcáis toda mi familia directa, os voy a dar referencia de la
Se casó con un primo hermano, de quien nadie podía precisar si era un hombre o un
barril de vino. Tanto su borrachera constante como su mal carácter le habían granjeado la
antipatía de la gente. Sin embargo, ambos eran mis padrinos. Desde que tengo uso de razón,
la tía siempre estuvo de posadera en Garrucha, en una fonda a la vera del camino donde
paraban a comer y dormir los carreros. Bárbara se estaba haciendo vieja, según le recodaba
a menudo su marido. La edad no había mermado su belleza. Tenía unos hermosos ojos
oscuros que antes estaban llenos de alegría; pero a la sazón mostraban una expresión
pensativa, un poco resignada. Los visitábamos una o dos veces al año y jamás recuerdo
habernos despedido de él, pues siempre estaba borracho, de mal humor o durmiendo.
Mi tía lo justificaba diciendo que bebía de alegría, por nuestra visita y que brindaba
por nosotros. Él decía que sólo tomaba una vez al mes, pero que, lamentablemente, la
borrachera le duraba treinta días. Ella siempre tuvo que buscarse los medios para sobrevivir
y mantener a este borracho holgazán. No pudieron tener hijos; pero adoptaron, desde niña,
gritos e improperios entre la pareja eran muy comunes, pero nunca habían derivado en una
agresión física.
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He aquí la versión de mi pariente: era media tarde y mi tío estaba ebrio, no mucho
sino lo bebido que solía estar a esa hora del día. Aparte de eso no paraba de bramar: no por
su ebriedad -eso, por lo general, lo sumía en un profundo mutismo-, sino porque estaba
furioso. A través de la bruma causada por los vapores etílicos y la rabia que le nublaba la
vista, mi tío había logrado distinguir, con bastante nitidez, al dúo que tenía en frente:
Mi tío trató de fijar la vista en su hija adoptiva. Enseñaría a esa muchacha una lección
que no olvidaría.
grandes ojos castaños de la joven: ¿ira, odio, temor, rechazo? No tenía importancia.
Esa niña de baja estatura, con el pelo negro y rizado y unos ojos luminosos, lo estaba
desafiando.
— ¡No quiero dependientes, ni ayudantes, ni empleados en esta casa! Para lo que hay
—¿Y qué piensas hacer? —le espetó la joven—. Supongo que nada, como de
Cada palabra destilaba desprecio. Mi tío abrió la boca para gritar, pero su cerebro se
negó a suministrarle la palabra adecuada. Entonces recordó el jarro de metal que tenía en la
mano. Con un esfuerzo tremendo, se precipitó hacia Soledad y le descargó un golpe con
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Se escucho el impacto del latón sobre un cuerpo sólido, seguido por una exclamación
de dolor y el derrame del vino; al mismo tiempo. ¡Le había dado una lección a la chica! Mi
tío miró a ambas mujeres con expresión de triunfo. Luego arrugó el entrecejo. Algo había
salido (muy) mal. Bárbara permanecía quieta con una gran mancha roja en la ropa. Una
gota de sangre se deslizaba por la comisura de sus labios. ¿Cómo era posible que hubiera
errado el golpe a tan corta distancia? El rostro de mi tía contenía, además, toda la rabia y la
frustración que se habían acumulado en todos esos años. El hecho de ver a su esposa
sangrar tanto hizo que mi tío se serenara en el acto. Avergonzado, bajó la vista, encorvó la
viuda nunca haría fortuna para dejarle a su hija. Esas dos personas eran todo cuanto ella
tenía.
Bárbara se encontró sola agotada, sin recursos y vino a vivir con mi padre, viejo y
cansado también, pero con dos hijos jóvenes y trabajadores. Y aunque no quería ser una
carga, se quedó al lado de mis padres hasta que me los traje a la Argentina.
Dicen, que ella se empleó como ama de llaves en la casa de un viejo ermitaño y
gruñón que pretendía ser servido en todo. Al fin de cuentas, Bárbara sabía que no podía
esperar mucho más de la vida y que tendría que luchar para sobrevivir; esa certeza era lo
único que tenía para protegerse contra la humillación. ¿Tendría una vida larga? No le
resultó difícil imaginársela. Con suerte trabajaría en la casa del viejo unos veinte años, o
quizá trabajara de lavandera, lo cual aceleraría su muerte. Entre tanto, tendría que poner en
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Bárbara (aprox 1909)
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9. Mi vida de casado.
cama, manteles y servilletas. Sólo tenía que comprar una cama, una mesa y dos sillas; pues
mi madre nos daría la mitad de su batería de cocina. Unos cuarenta pesos españoles
(equivalente a ochenta argentinos en ese momento) fue el gasto que hice en amoblar mi
habitación (¡más caro salía casarse por iglesia!). En la mejor de las cuatro alcobas que tenía
la casa de mis padres (o sea en la de ellos), instalamos nuestra cama y ellos se mudaron a
Nos casamos en una calurosa mañana de enero de 1909 y dimos un austero convite
para las dos familias y unos pocos vecinos. Para las dos de la tarde, alquilé un coche tirado
por un caballo para viajar dos leguas. El animal tenía un collar cascabeles, que al andar el
coche sonaban advirtiendo de su paso. Después caminamos una legua de montaña hasta
llegar a Los Pinos. Cuando arribamos a la casa, mi tía Bárbara, nos tenía la comida hecha,
la mesa puesta y la cama arreglada. Cenamos y boda terminada. De este primer encuentro
de casados tampoco os daré detalles porque sigo siendo un caballero. Lo único que puedo
declarar es que por primera vez sentí tal éxtasis de felicidad que logré olvidarme del
la Argentina con algo de plata y mucha salud? Pues, absolutamente nada hubo aparte de la
esperado tanto y de haber sufrido hambre y frío, esta mujer, no merecía que la dejara,
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nuevamente para enterrarme en una mina. Era un vivir doloroso y resignado el de esos
labriegos por la monotonía y la desesperación de las doce horas que pasan lentas y eternas
sepultados en las minas. Entonces, volvéis a salir para ir a vuestras casas, volvéis a caminar
azotados por el viento, cegados por el polvo, entráis a vuestro cuarto (donde tampoco hay
luz natural), os sentáis, os entristecéis y sentís sobre vuestras espaldas, todo el tedio, la
absoluta soledad, los ruidos de la herrería, la explosión de las detonaciones, toda la angustia
de la mina una y otra vez. Era lo que pasaba por entonces, con aquellas mujeres que se
casaban con un minero y no tenían otros recursos para hacerle frente a las necesidades de la
casa y la familia, más que las dos míseras pesetas diarias que ganaban sus maridos. Era por
todo esto, que no había necesidad de despilfarrar el dinero en fiesta o ceremonia religiosa.
esposa más comodidades de las que aquel sitio ofrecía. Mis padres, mi hermana, mi tía e
incluso mamá me preguntaban con frecuencia, por qué no estaba más contento. Se
asombraban, (¡y con mucha razón, porque había nacido y me había criado allí!) cuando les
contestaba que no me podía acostumbrar a tantas miserias y tantas fatigas para poder
sobrevivir apenas.
mortificaban, cada vez que hacía un comentario de este tipo. A mamá la conformaba
pintándole el mundo que yo había visto y que deseaba para ella y le decía que tan pronto yo
Hacía poco que había llegado de la Argentina y estuve un mes más, después de
casado, sin necesidad de preocuparme por el trabajo, viviendo con mis ahorros. Sesenta
días es el período más largo, hasta la fecha, que he estado si trabajar desde los doce años.
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Ya tenía preparado el baúl y la maleta con ropa zurcida y limpia para embarcarme
desde Almería, cuando mi padre llegó de trabajar con novedades laborales: un contratista
necesitaba hombres para hacer un pozo cerca de las minas. El boom minero produjo un
Al otro día estaba preparado y amarrado a una soga esperando que dos hombres
fortachones me bajaran hasta el fondo del hoyo a unos sesenta metros de la superficie. Ésta
era otra manera de explotación subterránea. Se buscaba el mineral mediante pozos y nunca
por galerías, ya que la irregular disposición de las bolsadas hacía poco viable este último
sistema. Los hoyos eran rentables dada la poca profundidad a la que se encontraban las
bolsas. Donde los capataces tenían la sospecha de que podía haber una galena, mandaban
excavar un agujero. Si había suerte y se daba con el mineral, se realiza un segundo pozo
doscientas varas (160 metros), siendo lo normal entre cuarenta y sesenta m. (la
torno al metro y medio. Por ellos, se realizaba la entrada a la mina, siendo raras las galerías
que salieran a la superficie, que allí se denominan trancadas. Nunca podrán imaginar la
sensación que provoca verse colgado de una soga (cual balde) dependiendo de la habilidad
rudimentarios. El único aparato que se utilizaba para sacar los minerales a la superficie era
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el torno movido a mano. Las herramientas eran muy simples: se reducían a las necesarias
para romper la roca y a un conjunto de utensilios fabricados con esparto por los mismos
mineros. Nada parecía haber cambiado en tres años. Se mantenían las mismas formas de
Entre las nueve o diez de la mañana, llegaron mamá y la tía Antonia a traerme el
“bocado” (especie de caldo hecho de comino, pimiento molido, ajos, aceite y sal y un
por ella, cobraba más de lo que realmente le costaba); sino por curiosidad. Querían saber
dónde y cómo trabajaba. Al verme emerger a la superficie amarrado con la soga, cubierto
de tierra y polvo y enceguecido por la luz natural, mamá se impresionó de tal manera que
le vi correr lágrimas por las mejillas. La vergüenza era completa. Me tuve que hacer el
alegre y el chistoso para minimizar la situación y hacerle creer que el trabajo no era tan
denigrante como aparentaba. Podría llenar páginas enteras describiendo el laboreo; pero
como anhelo que vosotros nunca tengáis que someterse a la humillación que provocan estas
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Cuando cobré mi primer sueldo, alquilamos una casita (cortijo se dice allí) al lado de
mis padres y fuimos a buscar a la abuela Francisca, que había quedado en Sorbas.
Empezamos nuestra vida los tres solos, en apariencia, porque mamá ya estaba esperando a
Diego. Como es natural, las primeras semanas se sentía un poco extraña, así que mi nueva
casa estaba constantemente concurrida por mis padres, mi tía y mi hermana que no paraban
Transcurrieron nueve meses que me parecieron nueve días. En ese lapso, cambié de
patrón, me hice contratista con personal bajo mis órdenes, hice trabajos por mi cuenta y
la difícil tarea de hacerlo un hombre de bien. La inmensa alegría que me trajo Diego estaba
necesidad y privación, y ahora queríamos darle lo mejor a nuestra nueva familia; y lo mejor
Mis padres quedaron atónitos cuando, una noche después de volver del trabajo, me
¿Cómo se atrevía un hombre a abandonar a su familia por segunda vez? Era una
aventura absurda. Mi padre me miró serio. Sabía que lo que yo decía era cierto y, en su
57
fuero interno creo que se sentía orgulloso de mis hazañas extraordinarias allende del mar.
Mi madre sabía que algunas vecinas hablaban de mí a sus espaldas debido a mis delirios de
grandeza. Las tías Antonia y Bárbara apoyaron mi precipitado viaje, lo que entristeció aun
más a mi madre.
—Yo lo he visto en el hoyo —dijo Antonia— y, prefiero tenerlo vivo allá lejos, que
58
Emilia y Diego, 1909.
59
10. Mi segundo viaje a Buenos Aires.
me gasté los únicos veinte centavos que traía desde España. Tenía decidido dormir en
aquella fonda que conocí mi primera vez en esa ciudad, así que no necesitaba mucho dinero
por el momento. El posadero era un italiano que, no sé por qué razón, me apreciaba
bastante y me cedió un cuarto sin necesidad de pagarle por adelantado. A los tres días
estaba trabajando en el frigorífico Swift. Las empresas productoras de carne eran tan
lucrativas que ocupaban un porcentaje muy alto de la oferta de mano de obra existente. El
trabajo era pesado, sucio y con un ritmo extenuante. En las cámaras reinaba el frío intenso
mientras que en otras áreas el calor era insoportable. Sin embargo, yo había entrado como
peón foguista. En aquellos tiempos, un peón común ganaba $ 2.75. Yo ganaba $3 y, como
no había abundancia de personal con experiencia laboral anterior, hacía horas extras o
España. Era un esfuerzo colosal dejar solos a su mujer e hijo a los veinticuatro días de
haber nacido; pero vale la pena dejar tristes unos cuantos días a la familia con tal que no
Mamá recibía quincenalmente dinero y una carta en la cual le había detallado todo lo
que debía hacer o dejar de hacer cuando zarpase desde el puerto Almería. Con dinero
ahorrado y prestado logré traer a mi esposa, hijo y suegra al año siguiente. Mis padres y
nos volverían a ver. Pero yo les había prometido traerlos a morir acá y cumpliría con ese
compromiso solemne.
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Viajé hasta Montevideo, donde anclaría el barco por algunas horas, para darles una
sorpresa. Mi intención era comprar un pasaje en ese mismo buque, el Cambodge, para
viajar los cuatro juntos desde Montevideo hasta Buenos Aires y, así, anticipar por algunas
horas el reencuentro. Para mi desconsuelo, ya no quedaban boletos. Además, como era día
hábil y el buque venía con algunas horas de retraso, tampoco dejarían bajar a los pasajeros
en tránsito para evitar más demoras en la aduana. Se me llenaron los ojos de lágrimas
cuando vi a mamá con Diego en brazos asomada en la proa y saludando a los portuarios
uruguayos. Las autoridades del barco no me dejaron subir a bordo, ni siquiera para
abrazarlos; pero era tal mi ansiedad y zozobra que, en un descuido de los marineros, me
trepé por una soga y viajé (de polisón) el resto del trayecto hasta Buenos Aires. Yo sabía
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Al desembarcar en el puerto de Buenos Aires, fuimos directamente a nuestro hogar
provisorio de Berisso: una casilla con dos piezas y cocina detrás de una panadería. Había en
ella una cama, cuatro sillas y una mesa de pino cubierta con un mantel de hule. Las paredes
estaban blanqueadas con cal y tenían un ancho zócalo ceniciento; el piso estaba cubierto
por una estera de esparto blanco. La cocina estaba enfrente de uno de los cuartos; en una de
las paredes laterales colgaban cazos, sartenes y cazuelas muy viejas. Había decorado la
uno de los trabajos más duros ya que me pasaba ocho horas (o catorce si llegaba a faltar
personal) acercando el carbón a las calderas con quemaduras en las manos y llagas en el
máquinas del frigorífico. Ya veis, fui ascendiendo, poco a poco, de mi situación inicial por
otra más floreciente. Mi sueldo era ahora de $110 y no me llevó mucho tiempo devolver el
dinero que debía a base de trabajo, tenacidad, paciencia, viveza y, sobre todo, ahorro.
En el momento que mamá y Diego llegaron a Berisso, enero de 1911, creo que mi
deuda, si mal no recuerdo, era poco más de $400. Cuando mamá conoció la suma se
preocupó mucho porque, doscientos duros, como ella decía, un jornalero español no los
devolvía ni en dos años. Fue muy grande su satisfacción cuando la deuda quedó
completamente saldada a los seis meses y nos estábamos preparando para edificar en un
pedazo alquilado de terreno fiscal entre los dos canales, cerca del puerto. Mamá manejaba
el dinero de este país como si estuviera en España: no quería gastar 10 centavos porque,
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Francisco, Emilia y Diego, 1911.
Al poco tiempo de llegar, mamá se puso gruesa de Juan. El buen clima y la estable
situación financiera colaboraron para que aumentara de peso. Al año pesaba 15 kilos más
que cuando desembarcó a pesar de los disgustos que le provocaba su madre con sus
costumbres españolas y sus usos raros. Yo trataba de compensarla dándole todos los gustos
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A los quince meses de establecernos definitivamente en América, construimos las
primeras cuatro piezas en el terrenito alquilado. Dos eran para ser habitadas y dos para ser
rentadas. Cuando había dinero seguro, gracias a que mamá manejaba hábilmente los
a través de la ventana
tempranito a la mañana
No es difícil de creer
zarandeando la abonera.
soledad y la escasez que había padecido en Sorbas y ahora estaba rodeada de familia y
confort. Lloraba de felicidad; de esa felicidad de los pobres en presencia de las cosas
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Ya sabéis como se crió mamá; ahora voy a contaros, también, como era su físico y su
salud. Se hizo señorita muy joven, tan solo tenía doce años. A los quince, tenía sus cosas de
mujer cada 20 o 25 días con gran abundancia. Por lo tanto, su salud también era mucha. Yo
era joven y robusto así que es natural que a los nueve meses de casados llegara Diego y a
los nueve meses de llegar aquí nació Juan. Antes de tiempo, mamá le quitó el pecho a Juan
porque venía María Luisa y poco después, Emilio y, por último Francisca (a quien Diego
Luisa con biberón y a los dos últimos con pecho. Fueron muchas las lágrimas que derramó
por lo continuo que tenía los hijos; pero mamá nació para ser madre. Mientras dio el pecho,
jamás se le interrumpió el ciclo. Recuerdo que la partera que la asistía nos aseguraba que
Por otra parte, en mi juventud, fui muy reservado y nada mujeriego. Otros hombres
consecuencias pagaban señora e hijos durante toda su vida. No pretendo el título de santo;
pero fui metódico y previsor. Jamás he conocido ninguna enfermedad. Es por esto, que al
unirme a una mujer como mamá, venían hijos robustos, sanos y en abundancia.
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Diego, Juan y María Luisa, 1914.
Transcurrieron los años como cuentas de rosario, trabajando ocho horas de guardia
en divertirse fuera de su casa. Yo no salía a pasear si no venía mi familia con migo, aunque
preferíamos disponer de ese tiempo para arreglar nuestro hogar de la mejor y más
¡Cuántos hombres tienen una mala mujer; y es porque ellos la han hecho así!
Pero todo no era felicidad: mamá adquirió una enfermedad que nos hizo sufrir a
todos. A ella porque lo padecía y a nosotros porque la veíamos sufrir. Piedras en el hígado,
según los muchos doctores que la vieron, producto de los continuos embarazos. Era un mal
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que la atacaba de pronto y la postraba en la cama por 24 horas con un agudo dolor en el
estómago que sólo a fuerza de ponerles barras de hielo, le pasaba. Se enfermaba cada 20,
30 o 40 días. Dos veces estuvo internada en un hospital a punto de operarse. Pero los
Me pasé la vida convencido de que mi mujer se sanaría ya que nunca me faltaron $10
para la consulta. Ella no paraba de trabajar en los quehaceres de la casa o atareada con sus
cinco hijos. El dolor lo sentía igual, esté en la cama o la cocina. Sus manos no podían
descansar: se ocupaba de mis prendas, le arreglaba los trajecitos y chalecos a Diego, a Juan
y a Emilio; les zurcía las medias y la ropa interior a María Luisa y a Frasquita; hacía la ropa
Era 1914 y todavía no había podido traer a mis pobres padres ni hermana. Les escribía
con mucha frecuencia, sabía que estaban bien y no les hacía faltar nada. Pero me
mortificaba saber que mi viejito estaba próximo a los sesenta años, todavía seguía
trabajando para llevar el sustento a casa y su único hijo estaba lejos. No me parecía justo.
La tía Antonia no se había casado y aún estaba con ellos; pero yo era el varón que debía
ayudar en la economía del hogar. Esto me tenía más preocupado que la enfermedad de
mamá ya que estimo que es lo único que castiga la providencia. Según reza un viejo
epigrama español:
la bendición obtendrás.
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ni todo se puede vender.
aprendiendo a cultivar
aprenderás a florecer.
Tengo la esperanza de que vosotros haréis con migo lo propio cuando fueseis
allá por mis pagos: había una familia que tenía una extraña costumbre. Cuando los padres
llegaban a viejos y ya no tenían las fuerzas necesarias para realizar ningún trabajo, los
hijos, sacando provecho de sus miserias, los mandaban a mendigar. Había ya pasado toda
una generación de viejos, cuando en una oportunidad un padre le dijo a su hijo de diez
años:
—Bartolo, trae una manta para dársela al abuelo, que sale a pedir limosna, y para que
El hijo hizo lo que el padre le había ordenado; pero antes de entregarle la manta
—Voy a darle la mitad al abuelo y quedarme con la otra para Ud. Para cuando vaya a
— ¿Cómo? ¿Todavía soy joven y ya te estas preparando para cuando sea viejo?
—Sí señor. Con la misma insensibilidad que Ud. deja ir a su padre; yo lo dejaré partir
a Ud.
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La verdad de estos ejemplos se pueden comprobar entre nuestros parientes: Pepe
Sánchez (sobrino de una prima hermana de mamá) y Francisco Jerez (mi primo hermano).
El primero, dejó a su madre ciega de tanto llorar en España, quien murió en las más
indignas de las miserias pues no tenía nada que comer. Mientras que él, aquí ganaba tanto
como yo, en un trabajo que yo le conseguí y se jactaba diciendo que no gastaba menos de
mande algunos pesos para su madre y hermanos menores; pero jamás lo hizo. Se casó, muy
a pesar nuestro, con una de esas mujeres que frecuentaba y fue entonces cuando
comenzaron sus desgracias. De ser un hombre honorable, henchido y ufano pasó a ser una
ciudad y su aspecto la dejó pasmada. Pepe, siempre tan robusto y unos años menor que ella,
parecía un anciano. Caminaba despacio y con dificultad; sus pantalones, siempre pulcros y
bien planchados antes, tenían los dobladillos deshilachados de tanto arrastrarlos por el
suelo. Estaba reducido a tan penosa situación que, incluso, le faltaban algunos dientes y
tenía un pañal de franela puesto de corbata. Mucho ha sufrido hasta el día en que murió de
apoplejía, en compañía de un gato, quien era el único que le evidenciaba algo de afecto.
no serán arrancadas
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ni otro fin comercial.
No dejó descendencia,
Su miserable herencia,
Por otro lado, mi primo Francisco Jerez, al principio y siguiendo mi ejemplo, mandó
socorro a España durante unos pocos años. Después no sólo dejó de enviar dinero, sino que
dejó de escribir. Llegó a decir que lo hacía para castigar a los que lo habían traído al
mundo. Él, también, mucho ha padecido. Mozo, como era, se casó con una viuda con tres
y semblante rubicundo era ahora una sombra de sí mismo. Andaba siempre cabizbajo,
lamentable aspecto que ofrecía se veía exagerado por su negativa a afeitarse, de modo que
por encima del labio lucía cuatro pelos blancos que no llegaban a constituir un bigote. En
lugar de caminar con paso arrogante y erguido como antes, andaba arrastrando los pies.
Dicen que lo envenenaron con estricnina ni bien entró en vigencia una magra póliza en la
Les confieso que estas dos personas tienen, para mí, la misma categoría que dos
extraños. Ante semejantes actos es mejor decir lo que Virgilio aconseja a Dante de
aquellos cuyas vidas carecen de nobles impulsos y cuyas intenciones son triviales: “…No
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María Luisa, Juan, Frasquita y Emilio, 1932.
71
María Luisa, 1933
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11. La salud de Juan, el Bueno.
Juan fue el primero de la familia que no tuvo como patria dos naciones. Tenía
alrededor de un año cuando cayó en cama por un simple resfrío, que de haberlo curado bien
no hubiese traído mayores complicaciones en las vías respiratorias. Como hubo que quitarle
el pecho antes de tiempo por la llegada de María Luisa; al pobre Juan se le juntó el destete,
un fuerte resfriado y su corta edad. Los diez primeros años de vida no estuvo sano ni un
mes de corrido con una tos tan espasmódica que, en tres o cuatro oportunidades pensamos
que se moriría asfixiado a pesar de los fomentos y las ventosas. Nos daba mucha
impotencia el ruido de la respiración, escucharlo toser, ponerse lila por la falta de aire y ver
como sus ojos, desmesuradamente, abiertos, nos miraban fijos como pidiendo auxilio.
Los médicos le diagnosticaron tos convulsa, más conocida en nuestra época como
complicaciones como asma e incluso la muerte. En el año 1921, día de carnaval, cayó
abuela. Los doctores hablaban de una enfermedad pulmonar pronosticando mala calidad de
vida hasta los doce años como mínimo. Juan nos ha costado muchas lágrimas y demasiadas
(En rigor de verdad, Juan vivirá hasta los noventa y dos años).
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Por ser tan enfermizo, nunca se apartaba del lado de mamá, se sentía más seguro y
protegido junto a ella. Mientras María Luisa y Emilio jugaban en el piso, Juan se paraba al
lado de mamá (siempre sentada junto a la ventana cociendo, bordando o haciendo labores
con aguja e hilo) y le acariciaba el lóbulo de la oreja. Por eso decía mamá:
Cuando María Luisa y Emilio salían a jugar al fondo, Juan se sentaba sobre un
gallinas o sacar la miel de las colmenas y traía la radio para escuchar la música.
(Dicen que los niños que se crían y curan, con el calor de la madre, son más
buenos).
un violín y lo llevé a tomar clases particulares con un profesor de música que se había
mudado, recientemente, al barrio. Juan decía que estaba aprendiendo a tocar serenatas para
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Juan, su esposa Catalina y su hija Liliana.
75
Juanito Cansado
(Berisso, 2004.Carlos)
76
12. La muerte de Emilia.
Cuando finalmente Juan quedó fuera de peligro, cayó mamá en cama. Con regular
frecuencia, pasaba uno o dos días acostada esperando que se aliviara el dolor abdominal
cuando la llevamos al hospital fue demasiado tarde. Sus cinco hijos hermosos y robustos
aquellas caminatas,
ya enferma y cansadita
solía realizar.
¡Oh, la nostalgia de las cosas que podrían haber sido! Viudo a los 40 años, al cuidado
de cinco hijos pequeños viviendo en el campo con una cantidad considerable de animales,
mis padres en España y mi suegra muy viejita; decidme un poco ... si es cierto que Dios
está en el cielo, lo ve todo y es inmensamente justo, ¿por qué nos ha privado de algo que
nos hacía tan felices? Tanto ella y como yo necesitábamos un poco de esa felicidad de la
que no hemos tenido demasiada nunca. Me declaro culpable de otro pecado capital: la ira.
No he vuelto a rezar desde aquel día cuando decidí que era mejor admitir que el Creador no
77
existe antes que tratar de explicar y justificar a un Dios que castiga a los que ama y que
permite que ustedes queden sin su madre. Su muerte fue tan terrible para mí que, aun
cuando alguna vez haya dominado el lenguaje, no tengo palabras para expresar mi
porqué no lo puede todo. Yo sólo atino a llorar a mis anchas esta pérdida tan amarga.
Por ahora con el corazón ulcerado no puedo hacer otra cosa que dejarles escrito mi
pasado, las memorias y los recuerdos de mi infancia, porque conociendo mi juventud y mis
En la mayoría de los casos, los hijos tenemos una visión idealizada de nuestros
padres: son hombres mejores que los demás y superiores al resto. Pero cuando llegamos a la
razón y estamos en pleno uso del sentido común analizamos con meridiana claridad
nuestros actos y el de nuestros progenitores. Cuando cumplí 18 años recién comprendí que
mi padre no había podido recibir una educación regular ni sistematizada porque había
tenido, desde muy temprano, la penosa obligación de proveer el pan. Si en lugar de haberse
ido a Los Pinos, se hubiese venido a las Américas del Sur o del Norte, hubiese manejado
más dinero y Antonia y yo hubiéramos tenido más estudios, otros oficios y mejores
oportunidades laborales. Ahora a los 40 mientras escribo estas líneas pienso que mis cinco
capital. Tened en cuenta que cuando vine a la Argentina a los 23 años, no conocía más que
contraídos. No me podía largar a las aventuras desconocidas sin que mi familia sufriera las
consecuencias.
78
En 1923, cumplí con la promesa de traer a mis padres, hermana y a su marido Francisco
Bergel. La hermana mayor de mi padre, la tía Bárbara, ya no vivía en Los Pinos con ellos.
alguna casa a fin de ahorrar lo suficiente para venir, también a la Argentina. Había dejado
algunas pertenencias y objetos personales, pero olvidó avisar dónde y para quién trabajaba;
En casa había lugar suficiente para todos y la industria frigorífica berissense podría
ofrecerle trabajo estable a mi cuñado. Antonia y Paco no tuvieron hijos propios, sin
ocupado de explicar los asuntos femeninos y del matrimonio a María Luisa y Frasquita.
Una de las cosas, que deseo que aprehendan con el paso del tiempo es cierta
1 de Enero de 1924.
Francisco.
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13. Apostilla
Diego, el primogénito viajará de regreso a España natal, por primera vez (aunque no
habría tenido dificultades para responder. Ni el acento español tenía en el habla. La idea de
hogar era más importante que el vago concepto de nación. Esta oportunidad será una
travesía por placer con su esposa María del Carmen (Mariquita) que incluirá, además de
algunas ciudades portuarias europeas, pueblos y municipios del litoral costero del Levante
Almanzora, Antas, Los Gallardos, Turre, Mojácar, Sorbas y Garrucha. Las carreteras
seguirán angostas pero asfaltadas, no habrá que subir, bajar o rodear montañas en burro.
Los pueblos se comunican por túneles con cabina de peajes, luces, teléfonos para
emergencias y ventiladores. Comprará, por anticipado, dos boletos para el vapor Cabo San
Vicente, con suficiente antelación como para elegir la ubicación del camarote y el turno de
las comidas. En la dársena A del puerto de Buenos Aires, se reunirán sus dos hijos, nueras,
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En Vera, el pueblo natal de su padre, encontrará algo de progreso (no mucho) y
mejoras. Ahora, en la intersección de las cuatro calles más importantes, habrá un caño con
tres grifos para sacar agua. Se dirigirán a la casa a la casa donde nació en Los Pinos y el
dueño actual lo dejará entrar y recorrer. Una casa muy modesta pero llena de recuerdos: en
la reja del dormitorio que da a la calle todavía estarán sus iniciales forjadas en hierro (pues
su abuelo se llamaba como él). En un rincón, bien amontonados, estarán los hatillos que la
tía Bárbara había dejado, al marcharse, todo este tempo, esperando a que alguien los
reclamara.
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Se encontrará con vecinos y parientes que conocieron a sus padres y les contarán
anécdotas graciosas e historias tristes de aquellos días. Los más viejos asegurarán que la
rescatados, ni identificados, ni reclamados por sus familiares. También les hablarán del
cable aéreo más largo de Europa, de operarios venidos de fuera, de empresas extranjeras, de
minerales extraídos. Visitarán las minas (donde trabajaron su papá y abuelo), los hornos del
pueblo costero de Palomares, la cortadura, los pozos y los restos de edificios, que son parte
Conocerá la casa que Paco Bergel construyó para su tía Antonia en 1922. Comerán
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Es enorme la melancolía que me provoca mirar estas imágenes y desandar mis
están ni estarán jamás. Vida y muerte, presencia y ausencia, pasado y presente se abrazan
en estas fotografías y de ese abrazo, surge la conciencia de donde hay memoria, hay
nostalgia.
83
Anexo I
Selección de versos familiares.
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Dedicado a quien me regaló un libro sobre juegos tradicionales andaluces.
85
Recuerdos de una abuela española
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Anexo II
Galería de fotos familiares
87
Bodas de Plata de Diego y Mariquita, 1956.
88
Mar del Plata, 1951
89
Diego y familia. Fernando debería tener 12 ó 13 años, ya que el traje con pantalones
largos se usaba a partir de los 14 años (1949).
90
Diego, Mariquita y sus hijos Francisco y Fernando. 24 de marzo de 1955 festejo en ocasión
a los 18 años de Fernando.
91
Diego, Mariquita, hijos y nietos, 1981.
92
Emilio y su esposa Beatriz (1943).
93
Emilio, Beatriz y sus hijos varones (1953). Antes de Alberto y Carlos, perdieron a
Tito (a los5años de difteria) y Beatricita (al nacer).
En la década del cincuenta, arreciaba el traje de pantalón corto, clásico, cruzado o
derecho con dos o tres botones, en tonos sobrios: grises, marrones o tostados.
94
Emilio, Beatriz, Alberto y Carlos (1954)
95
María Luisa y su esposo Pedro, 1955.
96
María Luisa y Pedro, 1950. La el motivo de la reunión es por el festejo del 18°cumpleaños
de Francisco,
97
Carlos, Pedrito (hijo de Ma. Luisa), María Luisa, Juan y sobrinos, 2002.
98
Frasquita, su esposo Miguel e hijos: Emilia, Alicia, Cristina y Daniel (1985)
99
Los nombres propios, los topónimos, las personas en las fotografías, las fechas, la
selección poética y demás datos no son ficticios. Cualquier semejanza con la realidad NO
es coincidencia ni casualidad.
Francisco.
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