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Tolerancia A La Frustración

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FORO JUVENIL: FRAGILIDAD EMOCIONAL Y RESILIENCIA “PARA NO METERTE EN BRONCAS”

TEMA: TOLERANCIA A LA FRUSTRACIÓN

La fragilidad emocional, ocurre cuando una persona actúa de forma errática, desorganizada y
paralizante ante sucesos en los que podría responder y gestionarse de manera efectiva,
experimentando un gran sufrimiento emocional. Estas personas pueden tener un
pobre autoconcepto así, como una escasa estima propia, estos aspectos se desarrollan
principalmente en la primera infancia y la adolescencia.

No es únicamente caer con facilidad en el llanto, la ira o la tristeza, sino que dichas emociones se
magnifican, la preocupación se vuelve excesiva, y pueden manifestarse síntomas como: inquietud
constante, baja tolerancia a la frustración, sentimientos de agobio, miedos diversos que muchas
veces no tienen un fundamento real, lo que los lleva a tener una atención dispersa, una sensación
de vacío interior, algunos tienen miedo al abandono, por lo que pueden ser presas fáciles de la
manipulación de otros.

Hay eventos con los que la persona no puede lidiar muchas veces sola, puede manifestarse con
un pobre control de impulsos, y frecuentemente tienen una incapacidad para tener una óptima
regulación emocional, lo que puede derivar muchas veces en trastornos de ansiedad generalizada,
del estado de ánimo como distimia, lo que les puede conducir al aislamiento, mermando su
calidad de vida.

Algunas personas que se reconocen como frágiles emocionalmente, no trascienden esa etapa de
aceptación y caen en el victimismo, pueden derivar muchas veces en trastornos de ansiedad
generalizada, del estado de ánimo, conducirles al aislamiento, impidiendo su desarrollo en muchos
ámbitos, y mermando su calidad de vida.

Tolerancia a la frustración

La frustración, es la respuesta emocional común que experimentamos cuando tenemos un deseo,


una necesidad, un impulso y no logramos satisfacerlo; entonces sentimos ira, molestia y
decepción, un estado de vacío no saciado, donde, cuanto mayor sea la barrera a nuestro deseo,
mayor será la frustración resultante. También se ha definido la frustración o contraste negativo
como el estado o respuesta del organismo que se desencadena cuando una persona experimenta
una devaluación sorpresiva, en la calidad o cantidad de un reforzador apetitivo, en presencia de
señales previamente asociadas con un reforzador de mayor magnitud.

Es una emoción estrictamente desagradable que aparece en aquellas situaciones en que nos
damos cuenta de que no podemos conseguir algo que es importante para nosotros, a pesar de los
esfuerzos físicos, psíquicos, actitudes y tiempo invertidos con la finalidad de lograr un objetivo o
meta establecida previamente y, en su lugar, obtenemos la anulación del mismo. No obstante, es
una emoción normal que impacta en nuestras vidas.
La frustración se origina en sentimientos de incertidumbre e inseguridad que se derivan de una
sensación de incapacidad para satisfacer las necesidades. Si las necesidades de un individuo son
bloqueadas, es más probable que se produzcan malestar y frustración. Cuando estas necesidades
son constantemente ignoradas o insatisfechas, es probable que avancen a la ira, la depresión, la
pérdida de confianza en sí mismo, la molestia, la agresión y, a veces, la violencia.

Algunas personas están predispuestas a sentimientos de frustración, identificados en términos de


temperamento en la adolescencia y neuroticismo en la edad adulta.

La frustración se puede clasificar como un comportamiento-respuesta asociado a un problema de


salud mental y puede tener una serie de efectos, dependiendo de la salud mental del individuo. En
casos positivos, cuando la frustración se acumula hasta un nivel demasiado grande para que el
individuo la contenga o permita continuar, éste produce una acción dirigida a resolver el problema
inherente, en una disposición que no causa daño social o físico.

Sin embargo, en los casos negativos, el individuo puede percibir que la fuente de la frustración
está fuera de su control y, por lo tanto, la frustración continuará aumentando, lo que
eventualmente conducirá a un comportamiento más problemático (por ejemplo, una reacción
violenta contra los opresores o enemigos percibidos)

Manifestaciones psicológicas y fisiológicas

La discrepancia negativa que resulta al comparar lo que se espera y lo que se recibe en respuesta a
las expectativas, representa una decepción que desencadena las alteraciones psicofisiológicas que
caracterizan a la frustración. Cuando esas respuestas aparecen de manera constante, se pueden
ver traducidas en insomnio, estrés, falta de concentración, ansiedad, falta de apetito, depresión y
agresión, entre otras.

Reacción a la frustración

Existen dos formas generales de reaccionar a la frustración:

 Ataque o agresión. Con base en la ira y el enojo generados, puede aparecer una respuesta
conductual agresiva, ya sea dirigida a modificar la situación que nos frustra o en otras
direcciones, como desahogo, sin importar si la respuesta es o no socialmente aceptable.

 Huida y retirada. Cuando la conducta de origen no estaba enfocada frente a nada o nadie
externo, con frecuencia se observa la huida o retirada.

Todos hemos experimentado la frustración como emoción en situaciones y condiciones que no


favorecen (más bien estorban o impiden), el logro de un objetivo; y la sensación de malestar nos
lleva a responder de distintas maneras, como pudiera ser persistiendo o dándonos por vencidos.

Frecuentemente, cuando nos encontramos frente a un obstáculo que aparece de manera


inesperada, o simplemente cuando los planes no salen como los teníamos visualizados,
escuchamos hablar sobre la “tolerancia a la frustración”. A pesar de que la frustración se
experimenta como algo aversivo y doloroso, no deja de ser un estado emocional normal y
pasajero, incluso si las situaciones que la provoquen sean obstáculos complejos.

Cuando las cosas no están bajo nuestro control, es recomendable reconocerlo, para cambiar la
respuesta de evitación por una respuesta de aceptación y, en consecuencia, por acciones que nos
permitan buscar alternativas ante el problema.

Intensidad de la frustración

Hay diferentes factores que se relacionan con la intensidad de la frustración, a continuación, se


enlistan algunos:

 La fuerza del motivo. Cuanto más fuerte el motivo, más intensa es la frustración cuando se
impide su satisfacción.

 Tipo de barrera u obstrucción. Conforme la percepción de que la barrera u obstáculo a la


satisfacción del motivo sea arbitraria y sin razón, la frustración será mayor; en cambio,
ante la percepción de que el obstáculo es algo más manejable, la frustración será menor.

 Disponibilidad de metas sustantivas. Si se dispone de otras metas interesantes de igual o


casi igual atracción, entonces se experimentará menos frustración.

 Estabilidad personal. Este factor se relaciona con el nivel de tolerancia-intolerancia a la


frustración. En general, es menos probable que una persona con antecedentes de
inestabilidad emocional soporte bien los efectos de la frustración; éstos también le
confieren el potencial para reaccionar con mayor inestabilidad ante cualquier situación de
frustración.

Estos factores son importantes para considerar las estrategias a que se ha de recurrir para tolerar
y manejar mejor la frustración.

Tolerar la frustración significa ser capaces de afrontar los problemas y limitaciones que nos
encontramos a lo largo de la vida, así como las molestias o incomodidades que puedan causarnos.
Por lo tanto, se trata de una actitud y, como tal, puede trabajarse y desarrollarse.

La tolerancia a la frustración es la capacidad de uno para resistir la frustración cuando se enfrenta


a tareas difíciles. Tener una baja tolerancia a la frustración se relaciona con un rasgo de ira y un
mayor nivel de tolerancia a la frustración se relaciona con niveles más bajos de ira y una mayor
persistencia en las tareas difíciles.

Por ejemplo, un niño con una alta tolerancia a la frustración puede enfrentar desafíos y fracasos
repetidos sin experimentar una frustración significativa. El niño con baja tolerancia a la frustración
puede experimentar frustración rápidamente cuando se le pide que realice tareas de dificultad
moderada.
La frustración puede afectarnos de diversas formas si no trabajamos en regularla; una afectación
es cuando nos genera ansiedad, esto nos lleva a actuar con impaciencia y conductas repetitivas o
nerviosas, un ejemplo puede ser mordernos las uñas continuamente. Otra manera en que nos
afecta, es cuando la proyectamos hacia quienes nos rodean, pues muchas veces lo hacemos de
forma inadecuada, con ira o agresividad.

Asimismo, cuando nos encontramos frustrados, muchas veces terminamos evitando la situación
que nos genera está emoción, lo que nos lleva a abandonar la meta que procurábamos alcanzar.
Esto va de la mano con la sustitución de actividades, lo que no siempre es positivo, ya que con
frecuencia lo hacemos porque no nos sentimos capaces de conseguir la primera actividad, no
porque realmente queramos hacer otra actividad. Un sentimiento prolongado de frustración
puede llevar a la depresión.

Consejos prácticos para trabajar en nuestra frustración

Seguramente, muchas de las situaciones a las que nos enfrentamos día a día tienen una
recompensa demorada, por la cual valga la pena continuar avanzando, por lo que estas son unas
buenas recomendaciones:

o No buscar la perfección (ésta no existe).


o Promover la autoestima saludable e intentar evitar presiones excesivas.
o Procurar ser positivos con nosotros mismos y con quienes nos rodean.
o Reconocer nuestros errores, para avanzar y afrontar mejor aquello que se nos
presente.
o Tener planes extra en la vida, sin pensar que todo nos tiene que salir bien al
primer intento.
o Preguntarnos, esto que estoy haciendo, ¿me acerca o me aleja unos pasos de mi
objetivo?
o Identificar si estamos actuando al servicio de la emoción o al servicio de nuestras
metas fortalece las habilidades de tolerancia a la frustración.

Técnicas para enseñar a tolerar la frustración

 Modelar la conducta. Que los menores vean cómo afrontas problemas y dificultades
cotidianas.
 Enseñar a identificar las emociones, a reconocer qué sienten y a ponerles nombre:
etiquetar la emoción que están sintiendo; aprender a identificarla y reconocerla. Esto les
ayudará a conocer mejor su mundo interno y a gestionar mejor sus emociones.
 No conceder todo lo que pidan ni resolver los problemas que pueden aprender a resolver
solos. Por un lado, enséñales a esforzarse para conseguir aquello que quieren y a afrontar
las dificultades sin abandonar; por el otro, enséñales cuándo tienen que asumir un “no”.
 Aportar herramientas necesarias para gestionar estos momentos. Acompañarlos
emocionalmente cuando estén enfadados, y ayudarlos a relajarse cuando el momento de
tensión ya haya pasado.
 No ceder. Una vez que se haya marcado un límite, no ceder. Enseñarles que a veces la
respuesta es “no”. Ayudarlos a gestionar el enfado y frustración que sentirán.
 Marcarles objetivos. Hay que enseñar a los niños y a las niñas a tolerar la frustración,
marcándoles objetivos realistas y razonables, pero sin exigirles que se enfrenten a
situaciones que, por su edad o madurez, sean incapaces de superar.
 Enseñarles a ser perseverantes. La perseverancia es esencial para superar situaciones
adversas. Si el o la niña aprende que con la constancia puede solucionar muchos de sus
problemas, sabrá controlar la frustración en diversas ocasiones.
 Enseñar al niño o niña cuándo tiene que pedir ayuda. A algunos niños se les dificulta pedir
ayuda, mientras que otros la piden de una manera constante e inmediata. Hay que
enseñarles a encontrar una solución. Modifica la tarea. Enséñales formas alternativas de
lograr sus objetivos.
 Convierte la frustración en aprendizaje. Las situaciones problemáticas son una excelente
oportunidad para aprender cosas nuevas. Cuando haya pasado la dificultad, habla y
rescata las cosas que lo han ayudado a afrontarlo y las que no. De este modo, podrá
afrontar el problema por sí mismo/a cuando éste se le vuelva a presentar.

Resiliencia y afrontamiento

El concepto fue introducido en el ámbito psicológico hacia los años setenta por el paido-psiquiatra
Michael Rutter, directamente inspirado en el concepto de la física. En la opinión conductista de
Rutter, la resiliencia se reducía a una suerte de «flexibilidad social» adaptativa. En psicología, el
término resiliencia se refiere a la capacidad de los sujetos para sobreponerse a períodos de dolor
emocional y puede sobreponerse a contratiempos o incluso resultar fortalecido por los mismos.

La resiliencia distingue dos componentes: la resistencia frente a la destrucción; es decir, la


capacidad de proteger la propia integridad bajo presión; por otra parte, más allá de la resistencia,
es la capacidad de forjar un comportamiento vital positivo pese a circunstancias difíciles
(Vanistendael, 1994).

La resiliencia se ha caracterizado como un conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos que


posibilitan tener una vida “sana” en un medio insano. Estos procesos se realizan a través del
tiempo, dando afortunadas combinaciones entre los atributos del niño y su ambiente familiar,
social y cultural. Así la resiliencia no puede ser pensada como un atributo con que los niños nacen
o que los niños adquieren durante su desarrollo, sino que se trata de un proceso que caracteriza
un complejo sistema social, en un momento determinado del tiempo (Rutter, 1992).

La resiliencia significa una combinación de factores que permiten a un ser humano, afrontar y
superar los problemas y adversidades de la vida, y construir sobre ellos (Suárez Ojeda, 1995)

Es conveniente diferenciar entre el enfoque de resiliencia y el enfoque de riesgo, se refieren a


aspectos diferentes pero complementarios. Considerarlos en forma conjunta fortalece su
aplicación en la promoción de un desarrollo sano.
El enfoque de riesgo se centra en la enfermedad, en el síntoma y en aquellas características que se
asocian con una elevada probabilidad de daño biológico o social. La resiliencia se sustenta en la
interacción existente entre la persona y el entorno, en un proceso continuo que nunca es absoluta
ni terminantemente estable. Los individuos nunca son absolutamente resilientes de una manera
permanente. Hasta el niño más resistente puede tener altibajos y deprimirse cuando la presión
alcanza niveles altos. Por eso el enfoque de resiliencia con el de riesgo se complementan en
función de fomentar un desarrollo sano.

Cabe insistir en que la resiliencia tiene dos componentes importantes: la resistencia a la


destrucción y la capacidad para reconstruir sobre circunstancias o factores adversos.

Promover la resiliencia es reconocer la fortaleza más allá de la vulnerabilidad. Apunta a mejorar la


calidad de vida de las personas a partir de sus propios significados, según ellos perciben y se
enfrentan al mundo. La primera tarea es reconocer aquellos espacios, cualidades y fortalezas que
han permitido a las personas enfrentar positivamente experiencias estresantes. Estimular una
actitud resiliente implica potenciar esos atributos. Son condicionantes externos de carácter social,
económico, familiar, institucional, espiritual, recreativo y religioso, los cuales son promovidos o
facilitados por el ambiente, las personas, las instituciones y las familias que intervienen en la
atención, el trato y el tratamiento de los grupos e individuos que están en situación de riesgo y
vulnerabilidad.

Factor de riesgo: es cualquier característica o cualidad de una persona o comunidad que se sabe va
unida a una elevada probabilidad de dañar la salud. Por ejemplo, se sabe que una adolescente
tiene mayor probabilidad que una mujer adulta de dar a luz a un niño de bajo peso; si además es
analfabeta, el riesgo se multiplica. En este caso, ambas condiciones, menor de 19 años y madre
analfabeta, son factores de riesgo.

Factores protectores: son las condiciones o los entornos capaces de favorecer el desarrollo de
individuos o grupos y, en muchos casos, de reducir los efectos de circunstancias desfavorables. Así,
la familia extendida parece tener un efecto protector para con los hijos de las adolescentes
solteras.

En lo que concierne a los factores protectores, se puede distinguir entre externos e internos. Los
externos se refieren a condiciones del medio que actúan reduciendo la probabilidad de daños:
familia extendida, apoyo de un adulto significativo, o integración social y laboral. Los internos se
refieren a atributos de la propia persona: estima, seguridad y confianza de sí mismo, facilidad para
comunicarse, empatía.

Dentro de los puntos que fortalecen internamente el poder personal y de ahí la resiliencia, se
encuentra tener, durante el desarrollo infantil, trato estable con al menos uno de los padres u otra
figura significativa, además otros factores que influyen son:
1. Apoyo social desde dentro y fuera de la familia.
2. Clima educativo emocionalmente positivo, abierto, orientador y regido por normas.
3. Modelos sociales que estimulen una conducta positiva.
4. Balance de responsabilidades sociales y exigencia de resultados.
5. Capacidades cognoscitivas.
6.Rasgos conductuales que favorecen una actitud eficaz.
7. Actuación positiva frente al estrés.
8. Insight hacia lo que significa su propio crecimiento.

Individuos resilientes: Son aquellos que, al estar insertos en una situación de adversidad, es decir,
al estar expuestos a un conglomerado de factores de riesgo, tienen la capacidad de utilizar
aquellos factores protectores para sobreponerse a la adversidad, crecer y desarrollarse
adecuadamente, llegando a madurar como seres adultos competentes, pese a los pronósticos
desfavorables.
La resiliencia no debe considerarse como una capacidad estática, ya que puede variar a través del
tiempo y las circunstancias. Es el resultado de un equilibrio entre factores de riesgo, factores
protectores y la personalidad del ser humano. Esto último permite elaborar, en sentido positivo,
factores o circunstancias de vida que son desfavorables.

Sin embargo, ya es posible identificar elementos de resiliencia y factores de protección en relación


con algunos daños. Diversos estudios han demostrado que ciertos atributos de la persona tienen
una asociación positiva con la posibilidad de ser resiliente. Estos son: control de las emociones y
de los impulsos, autonomía, sentido del humor, alta autoestima (concepción positiva de sí mismo),
empatía (capacidad de comunicarse y de percibir la situación emocional del interlocutor),
capacidad de comprensión y análisis de las situaciones, cierta competencia cognitiva, y capacidad
de atención y concentración.

También se han encontrado condiciones del medio ambiente social y familiar que favorecen la
posibilidad de ser resiliente como son: la seguridad de un afecto recibido por encima de todas las
circunstancias y no condicionado a las conductas ni a ningún otro aspecto de la persona; la
relación de aceptación incondicional de un adulto significativo; y la extensión de redes informales
de apoyo.

Perfil de la resiliencia

Competencia social. Los niños y adolescentes resilientes responden más al contacto con otros
seres humanos y generan más respuestas positivas en las otras personas; además, son activos,
flexibles y adaptables aún en la infancia. Incluye cualidades como la de estar listo para responder a
cualquier estímulo, comunicarse con facilidad, demostrar empatía y afecto, y tener
comportamientos prosociales.

Resolución de problemas. Capacidad para resolver problemas que incluye la habilidad para pensar
en abstracto reflexiva y flexiblemente, y la posibilidad de intentar soluciones nuevas para
problemas tanto cognitivos como sociales. Ya en la adolescencia, los jóvenes son capaces de jugar
con ideas y sistemas filosóficos.
Autonomía. Se refiere a la habilidad para poder actuar independientemente y el control de
algunos factores del entorno. Otros autores han identificado la habilidad de separarse de una
familia disfuncional y ponerse psicológicamente lejos de los padres enfermos, como una de las
características más importantes de los niños que crecen en familias con problemas de alcoholismo
y enfermedad mental.

Sentido de propósito y de futuro. Relacionado con el sentido de autonomía y el de la eficacia


propia, así como con la confianza de que uno puede tener algún grado de control sobre el
ambiente. Incluyen como factores protectores: expectativas saludables, dirección hacia objetivos,
orientación hacia la consecución de los mismos (éxito en lo que emprenda), motivación para los
logros, fe en un futuro mejor, y sentido de la anticipación y de la coherencia. Este último factor
parece ser uno de los más poderosos predictores de resultados positivos en cuanto a resiliencia.

De estas cualidades, las que se han asociado con más fuerza a la presencia de adultos resilientes
han sido las aspiraciones educacionales y el anhelo de un futuro mejor. Cuando un futuro atractivo
nos parece posible y alcanzable, somos fácilmente persuadidos para subordinar una gratificación
inmediata a una posterior más integral.

Para muchos el ser una persona resiliente, implica contar con la capacidad de afrontamiento. La
capacidad de afrontamiento parte de la idea del stress, que se puede definir como cualquier
demanda al organismo que se percibe, que el individuo no puede dominar o solucionar dentro de
un periodo razonable de tiempo (prolongado) y que puede producir cambios físicos reversibles o
irreversibles. Cuando un organismo se encuentra en esta situación, el afrontamiento deberá
entrar en funciones a través del esfuerzo fisiológico, emocional, cognitivo y conductual para
manejar continuamente las siempre cambiantes demandas internas y externas, que agobian o
saturan los recursos ordinarios de una persona.

El afrontamiento permite al individuo que se encuentra bajo estrés responder positivamente de


algunas de las siguientes maneras:
1. Solicitar ayuda de personas apropiadas movilizando los apoyos sociales.
2. Obligarse a hacer esfuerzos cognitivos voluntarios, como buscar información, anticipar el peligro
y ensayar respuestas al peligro.
3. Utilizar mecanismos adaptativos involuntarios inconscientes que permitan mantener la
integridad del ego. Ejemplo: ante la muerte de un ser querido, se procura controlas las emociones
para realizar actividades necesarias para cumplir con las obligaciones pertinentes.
BIBLIOGRAFÍA

 UNAM Revista Gobal. DGDH-Facultad de Psicología (2022) Trabajemos en la tolerancia a la


frustración. Recuperado de https://unamglobal.unam.mx/global_revista/trabajemos-en-la-
tolerancia-a-la-frustracion/
 FORÉS, Anna y Jordi GRANÉ (2008): La resiliencia. Crecer desde la adversidad. Barcelona:
Plataforma Editorial.
 VERA POSECK, Beatriz (2004): «Resistir y rehacerse: Una reconceptualización de la experiencia
traumática desde la psicología positiva», en Revista de Psicología Positiva, vol. 1.
 VERA POSECK, Beatriz, Begoña CARBELO BAQUERO, y María Luisa VECINA JIMÉNEZ (2006): «La
experiencia traumática desde la psicología positiva: resiliencia y crecimiento postraumático», en
Papeles del Psicólogo, vol. 27, n.º 1, págs. 40-49.
 Dra. Mabel Munist, Lic. Hilda Santos, Dra. María Angélica Kotliarenco, Dr. Elbio Néstor Suárez
Ojeda, Lic. Francisca Infante, Dra. Edith Grotberg. OP

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