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1 Juan 2.18-29

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Introducción: La «hora última» (v. 18).

I. La antítesis herejes y cristianos: Los cristianos tienen "unción» "conocimientos» (v. 19-21).

II. La antítesis herejes y cristianos: En relación con el contenido de la fe (v. 22-25).

III. La antítesis herejes y cristianos: Los cristianos son enseñados por la «unción" (v. 26.27).

Introducción (2, 18)

18 Hijitos, es la hora última. Y así como habéis oído que viene el anticristo, ya ahora han
llegado muchos anticristos. De aquí conocemos que es la hora última.

La ahora última» es el tiempo que precede inmediatamente al fin. Este aserto no significa aquí un intento de
calcular por anticipado el fin. No se indica en modo alguno cuánto tiempo dura la última hora. Se dice tan
sólo que ya ha llegado esa hora, el tiempo de decisión que ha de extenderse hasta la parusía de Cristo. La
expectación de un anticristo concebido con tintes apocalípticos (véase 2Tes; Ap) adquiere incluso un nuevo
aspecto por la afirmación de que el anticristo está ya presente en los que niegan a Cristo.

De aquí se deriva la importancia de esta conciencia de estar viviendo en la «hora última». La Iglesia y cada
cristiano en particular tienen una tarea irrenunciable: la de «testificar y presentar de manera fidedigna que
ha llegado la hora última».

a) La antítesis herejes y cristianos según 2,19-21.

19 De nosotros salieron; pero no eran de los nuestros. Si de los nuestros fueran, habrían
permanecido con nosotros. Sin embargo, con esto se ha puesto en claro que no todos son de los
nuestros.

El v. 19 responde a una pregunta que el autor se hace, y que para él es muy urgente: los herejes, en otro
tiempo, fueron miembros de la comunidad. ¿Cómo es posible que de las filas de los elegidos salgan los
«anticristos»?

La respuesta: desde un principio no pertenecieron a los nuestros, «no eran de los nuestros». Literalmente:
«no eran de nosotros»; significa que no vivían del campo de fuerza que representa este «nosotros» (es
decir, la comunidad). ¿Se niega con ello que se hayan decidido libremente contra Cristo?

No se aborda aquí la cuestión de si esas personas habían estado de antemano excluidas por Dios, de si -en
cierto modo- habían sido predestinadas para el anticristianismo. Así como el autor, por la guarda de los
mandamientos, conoce la comunión con Dios que los cristianos tienen, y está leyendo -en cierto modo- tal
comunión: así también por la negación de Cristo que tales personas hacen, está deduciendo que no vivieron
realmente de la fuente de energía de la que vivía la comunidad. ¿O el autor, en el fondo, apuntará
únicamente al v. 19c? Entonces pretendería decirnos: Hemos de saber que, dentro de la comunidad de los
creyentes, existe la terrible posibilidad de que sólo se pertenezca a ella externamente, y no internamente.
Por consiguiente, las duras palabras del v. 19a y b (que nos chocan, porque no conciben a los herejes como
personas en quienes pueda haber un cambio para bien o para mal, porque dichas personas pertenecían
ineludiblemente a la categoría del anticristianismo), ¿serían principalmente una exhortación y una
advertencia? Queda en todo ello, evidentemente, un residuo de pensamiento que nos resulta extraño: un
pensamiento que no debemos medir con las normas de nuestro siglo. Pero está íntimamente relacionado con
ideas que también nosotros podemos y debemos aceptar.

20 Vosotros, en cambio, tenéis unción recibida del Santo, y todos tenéis conocimiento. 21 No os
escribo que no conocéis la verdad, sino que la conocéis y que sabéis que ninguna mentira
proviene de la verdad.

Ahora se acaba de mencionar lo que diferencia de los "anticristos» a los cristianos: la fuente de
conocimiento, que -en la fe en Cristo- los mantiene fuertes y les da solidez. La "unción» es, sin duda, una
manera de designar al Espíritu Santo 60. La expresión «del Santo» significa, seguramente, «de Cristo» 61.

¿Qué quiere decirnos con ello el autor? Nos llevan de nuevo a la idea de 2,13s: «Habéis conocido al que es
desde el principio.» Pero ¿qué significa esto en el contexto? Que la unción es una cosa importante, nos lo
muestra el énfasis del v. 21: El autor pretende dar a los cristianos la seguridad y la firme convicción de que
«ellos conocen la verdad». Se defiende contra un equívoco que pudiera brotar de su carta, como si él
quisiera escribirles que ellos no conocieran la verdad (y tuviesen que echar mano de maestros humanos).
Los cristianos conocen la verdad. Y saben que existe lo opuesto de la «verdad», que es la «mentira»: la
mentira que no proviene de la verdad y que no es compatible con ella. Ahora bien, ¿la herejía es una
«mentira»?

¡Interrumpamos aquí! Estas observaciones sobre la marcha del pensamiento podrían bastar aquí. La
pregunta sobre el sentido de estos enunciados (y, con ello también, la meditación), lo mejor será
planteársela con ocasión de la segunda redacción, que es más clara, de esta misma idea en el v. 27, con
cuya luz podremos también entender mejor los v. 20.21.

....................

60. Se discute si hay aquí o no una alusión a la unción en el bautismo.

61. La traducción: "Todos tenéis conocimiento», corresponde mejor al texto original. Pero la
tradición textual no es aquí clara e inequívoca. Según otros testimonios, podrían también
traducirse: "Lo conocéis todo".

....................

b) La antítesis herejes y cristianos, en relación con el contenido de la fe (2,22-25).

Lo más importante de estos versículos es que hacen que toda la comunión con Dios, es decir, toda la
salvación (la «vida eterna», v. 25), dependa de la confesión que la Iglesia hace de la fe en Cristo. Podemos
afirmar que tales versículos fusionan la confesión de Cristo (la cristología) con la confesión de Dios (la
teología) y la comunión con Dios. Pero inmediatamente surge una dificultad: ¿Podemos hacer que la
salvación y la comunión con Dios dependan tan exclusivamente de la doctrina ortodoxa? ¿O quizás la recta
confesión de fe no estará aquí considerada de manera tan unilateral y exagerada como vemos que ocurrió
en los excesos de las ulteriores luchas por cuestiones de fe? Ahora bien, el escándalo es todavía mayor,
cuando nos damos cuenta de la dureza con que se caracteriza al hereje, a quien en el v. 22 se le llama "el
mentiroso»:

22 ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? ése es el anticristo, el que
niega al Padre y al Hijo.

¿Hasta qué punto el que niega la mesianidad de Jesús es un mentiroso (e incluso «el mentiroso»)?

Comprendemos que una persona cuya vida no está de acuerdo con su supuesta comunión con Dios, sea un
«mentiroso» (1,6). Pero un negador de Cristo ¿no puede ser sencillamente una persona que se equivoca?
No ayuda mucho el tener en cuenta que, a fines del siglo I, no se habían conocido ni sentido tan vivamente
estas cuestiones como las conocemos y sentimos nosotros ahora. Con eso no haríamos más que desplazar el
problema, y nos equivocaríamos en cuanto al contenido real de la afirmación de la carta. Porque tal vez no
se refiera él a nuestra tolerancia con respecto a los que yerran, pero tenga algo que decirnos, que nos venga
bien hoy día. No olvidemos tampoco que los «anticristos» a quienes el combate, no son herejes
sencillamente, en el sentido de las ulteriores luchas religiosas, sino que minan los fundamentos de la fe y los
están vaciando de sentido en una forma que constituyen una amenaza para la totalidad del cristianismo.
Esto quiere decir: A los reformadores no se les puede confundir, ni mucho menos, con los "seductores» de
los que se habla en 2Jo 1:7. Pero toda época cristiana, y también la nuestra, tiene que preguntarse si se
están poniendo o no en peligro los fundamentos. Y puesto que la línea de demarcación entre la fe y la
incredulidad pasa siempre, realmente, por medio de nosotros mismos, no debemos dudar en dirigirnos
también esta pregunta a nosotros mismos.

El hecho de que no se trata sólo de la negación intelectual de dogmas, del no ser capaz de comprender los
dogmas, nos lo está indicando ya la significación fundamental del verbo griego que hemos traducido a
nuestra lengua por «negar». Este verbo (arneisthai) significa «decir que no», en el sentido de rechazar una
comunión personal. Y así, este «negar» que hacen los herejes, significa en realidad un decir que no al
«Hijo», el rechazo de la comunión con él.
En primer lugar, arneistlhai, como se ve por el v. 22, tiene el sentido habitual para nosotros, de «negar».
Pero decir que no a la verdad de que "Jesús es el Cristo (el Mesías)» es, al mismo tiempo, decir que no al
Hijo y al Padre. Esto es: rechazar la comunión con el Hijo y con el Padre.

El v. 22 podría quizás traducirse: ¿Quién es el mentiroso, sino el que, diciendo que no (= rechazando la
comunión), afirma: Jesús no es el Mesías? El v. 22 enlaza íntimamente la negación del Hijo con la del Padre.
Para comprender por qué la negación -el rechazo- del Hijo es también negación -rechazo- del Padre, habrá
que pensar en lugares como aquel de Joh 14:9 (cf. 14,6): «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.» Ahí
está el núcleo de la solución joánica del problema de cómo la intensa vinculación con Cristo, el
cristocentrismo, es compatible con el monoteísmo bíblico radical.

23 Quien niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. Quien confiesa al Hijo, tiene también al Padre.

El pensamiento sigue moviéndose en una línea que sobrepasa mucho el ámbito intelectual. Este «tener» no
significa sencillamente: «El que confiesa al Hijo, tiene también la fe recta (ortodoxa) en el Padre», sino: ése
tiene verdadera comunión con Dios, ése tiene al Padre de Jesucristo como Padre suyo.

24 En cuanto a vosotros, que permanezca en vosotros lo que desde un principio oísteis. Si


permanece en vosotros lo que desde un principio oísteis, también vosotros permaneceréis en el
Hijo y en el Padre. 25 Y ésta es la promesa que él nos prometió: la vida eterna.

El mensaje de Cristo debe «permanecer». Aquí se expresa la necesidad de esta permanencia para que
pueda manifestarse la promesa.

¿Qué es eso que debe permanecer en los cristianos: «lo que desde un principio oísteis»? ¿Tan sólo la
confesión ortodoxa, o quizás está vinculado con ello (en una forma que todavía no somos capaces de intuir)
el «mandamiento antiguo» de 2,7? En efecto, este «mandamiento antiguo» que los cristianos han tenido
«desde el principio», consiste -según 2,7- en la palabra que oyeron.

Con toda seguridad, hemos de sostener que la permanencia de la palabra en los cristianos hace posible la fe
en Cristo y la comunión con Dios, es una realidad más amplia y de mayores dimensiones que la simple
aceptación formal de dogmas.

En los v. 24-25 se nos dice expresamente que la «promesa» de Cristo, la «vida eterna», consiste en la futura
comunión con Dios y con Cristo, es decir, en la comunión con Dios y con Cristo propia de la consumación
(como se deduce del futuro «permaneceréis», del v. 24). Y la promesa de Cristo es lo que da orientación a
nuestra vida.

Por consiguiente, el v. 25, terminando la sección sobre la confesión de Cristo (v. 22-24), la sitúa a la luz de la
promesa, en el horizonte de la consumación, que ha de seguir esbozándose en 2,28 y principalmente en 3,2.

c) La antítesis herejes y cristianos según 2,26-27.

26 0s escribo estas cosas acerca de los que os inducen al error. 27 En cuanto a vosotros, la
unción que recibisteis de él, permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe; sino
que tal como su unción os enseña todas las cosas -y es verdad y no mentira-, tal como os
enseñó, permaneced en él.

El paréntesis se cierra. Nuevamente se hace una antítesis entre los cristianos y los que los «inducen al
error». Nuevamente se dice que lo que a los cristianos los distingue de ellos es la «unción» que aquéllos han
recibido de Cristo.

«De él» («que recibisteis de él») se refiere a Cristo. Por eso, la palabra «unción» podría ser una alusión a
«Cristo» = «el Ungido». El Espíritu Santo lo hemos recibido -como nuestra unción- de aquel que
originalmente está ungido, también él, con el Espíritu Santo, y que por tanto se llama «Cristo», «el Ungido».

Ahora se dice que la «unción» «permanece» en nosotros. «Permanecer» es el típico verbo joánico que
expresa el permanente «estar en».
La «unción» del bautismo no sólo influyó en nosotros entonces, con motivo de la recepción del sacramento.
Sino que «permanece». O, más exactamente: El Espíritu de Cristo, que nos condujo a la fe y al bautismo,
permanece siendo la fuente constante de energía, la fuente que determina nuestra vida.

Ahora bien, el punto culminante de todos los asertos sobre la «unción» es el siguiente: que la unción nos
«enseña todas las cosas», de suerte que no necesitamos que nadie nos enseñe. ¿Qué querrá expresar esta
afirmación? El autor ¿querrá realzar aquí la potestad espiritual de cada cristiano en particular, a costa del
magisterio de la Iglesia? ¡Esto queda excluido ya por el énfasis que se hace sobre la función del testimonio,
en 1,1 ss! Aquello sobre lo que el Espíritu instruye a los cristianos, es -objetivamente- lo mismo que ellos
«desde el principio oyeron» (v. 24). ¿Y qué es ello? La respuesta la ofrecen Joh 14:26; Joh 15:26s (el
Paráclito y, con el poder de él, los discípulos dan testimonio), la respuesta la ofrece principalmente Joh
6:44s: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo atrae... Escrito está en los profetas: "¡Todos
serán instruidos por Dios." Todo el que oye y aprende la enseñanza del Padre, viene a mí» .

Recordemos también el pasaje de 1Jo 2:20s («todos tenéis conocimiento») y relacionémoslo con lo que se
afirma en el v. 27: «No necesitáis que nadie os enseñe.» Fijémonos ahora en el texto de Joh 6:45. Los
cristianos «tienen conocimiento». Pueden enjuiciar la herejía cristológica, porque son «instruidos» por el
Padre, es decir, porque -por medio del Espíritu Santo- los atrae hacia Cristo (véase Joh 12:32).

No es necesario que renunciemos a asegurar nuestra fe cristológica y nuestra fe trinitaria por medio de la
formulación clara de dogmas, tal como se hizo durante las controversias religiosas de los siglos IV y V (y
tampoco nos es lícito hacerlo). Pero no captaríamos plenamente lo que nos quiere decir la 1Jn, si la
viéramos únicamente en la perspectiva -restringida por las controversias de fe- de varios escritores
eclesiásticos de los siglos IV y V. Hasta qué punto la comunión con Dios dependa de la recta fe en Cristo, es
un problema para cuya dilucidación los dogmas de los siglos IV y V hicieron una aportación decisiva (en el
sentido de una confirmación que entonces era necesaria). Pero es un problema que, con esa sola
aportación, no se puede agotar para nuestra época. Cuando se ha captado plenamente la carta 1Jin, se
tiene la solución esencial.

No se trata únicamente de doctrina ni de captar intelectualmente proposiciones de fe, sino de la comunión


personal con Cristo («conocer» y «ser conocido», véase Jn 10). Lo que nos da la norma para enjuiciar a los
«anticristos», es, pues (expresándolo en nuestro lenguaje) el amor a Jesús: pero un «amor a Jesús» que lo
reconozca a él como el manifestador del Padre (véase Joh 10:4.14), un amor que no puede subsistir y que ni
siquiera puede surgir sin la transmisión de su amor.

La piedra de toque para enjuiciar a los herejes, es el efecto de la «unción» del Espíritu Santo en nosotros 64,
es decir la acción del Espíritu, el cual suscita el «conocimiento» de Jesús, o sea, el amor a Jesús: el amor
(derramado en nosotros por el Espíritu) hacia Jesús y por tanto hacia Dios (véase Rom 5:5).

Volveremos otra vez sobre la cuestión de hasta qué punto se puede decir que los herejes son «mentirosos».
Ahora la antítesis está más clara: Por un lado se halla la comunión con Cristo y con Dios: una comunión
«conocedora». Y, del otro lado, está el rechazo de esa comunión. Por un lado está la «verdad» como
realidad divina que se manifiesta en Cristo. Y del otro lado está la «mentira» como «antítesis y
obscurecimiento de esa verdad» (es decir, como lucha contra la revelación de la realidad de Dios: y en esto
consiste la revelación del maligno).

Este Espíritu del conocimiento de Cristo ¿tiene algo que ver con el «caminar en la verdad», es decir, no sólo
con la fe sino también con el amor?

Toda la sección 2,18-27 es, de hecho, por medio de estas palabras de la «unción», una explicación de la
frase dirigida a los cristianos como «padres» (2,13s), en la que se les decía que habían conocido a Cristo
como el «que es desde el principio». Se trata precisamente de una aplicación de esa frase a la situación que
ahora se halla en perspectiva, a la situación creada por los herejes. También esta sección de 2,18-27 sirve
para los fines del autor, que trata de consolidar entre sus cristianos la gozosa seguridad de la salvación.

El final del v. 27 dice así: «Tal como os enseñó, permaneced en él.» La promesa y afirmación de la seguridad
de salvación no puede hacerla un testigo de Jesucristo, si -en cierto modo- en la misma alentada no lanza
también el imperativo «¡permaneced en él!». La promesa de salvación y el llamamiento a dar buena cuenta
de sí son inseparables. La promesa de salvación, sin el «caminar en la luz» (que es lo que el llamamiento
pretende lograr), sería una promesa caduca. Y el cumplimiento de los mandamientos, sin la promesa de la
salvación, no sería más que una sombra de lo que, según la carta, es la vida cristiana. Por consiguiente, del
enunciado (la «unción» permanece en vosotros) se sigue la exhortación: «permaneced en él» (véase ya el v.
24: «... que permanezca en vosotros...»). Y este llamamiento a «permanecer en él», este llamamiento a dar
buena cuenta de sí mediante la práctica de los mandamientos de Cristo, domina todo lo que sigue hasta el
final del capítulo. Dentro de este capítulo tercero, el llamamiento llega a su punto culminante en la redacción
concreta a que se hace del mandamiento del amor en 3,16s. La segunda exposición sobre el tema «Cristo y
el pecado» (3,4-10) se encuentra ya en intima relación con ello.

Y puesto que hemos sabido ya que todo va encaminado al fin de consolidar la seguridad de salvación,
haremos bien en preguntarnos sin cesar si lo restante del capítulo, que sigue en 3,4 ss, no estará también
quizás al servicio de esta seguridad de salvación, como lo estuvo el fragmento de 2,18-27.

....................

64. San Agustín, Ad I Jn, escribe: Cathedram in coelo habet qui corda docet («El que enseña a
los corazones, tiene su cátedra en el cielo"). Podríamos entender erróneamente estas palabras
de san Agustln como si él no hubiera refutado todavía por completo la objeción (de aquellos
que se preguntan por qué quienes han sido instruidos por la unción, necesitan, por añadidura,
una instrucción realizada por los hombres). Cuando san Agustín dice que el magisterio de la
Iglesia no «más que una ayuda y un estimulo (que no es más que adiutoria quaedam et
admonitiones), no refleja por completo el pensamiento de Juan. En efecto, sólo refleja una
faceta de la concepción joánica. La otra es: en las palabras de los testigos habla el Espíritu
Santo mismo. Debemos tener en cuenta la estructura «encarnatoria» del pensamiento joánico.
Véase Joh 15:26s: el Espíritu Santo da testimonio y los discípulos dan testimonio a su tiempo.
Cuando se entiende así la interpretación de san Agustín, cuando presuponemos la estructura
«encarnatoria» y la necesidad de la encarnación del Verbo eterno («necesidad» según el plan
salvífico de Dios, según la estructura que él dio a la realidad de salvación), entonces es cuando
las palabras de san Agustín adquieren todo su peso y ¡no se prestan ya a ser mal interpretadas!
Alguna ayuda nos ofrecen también las formulaciones de G. Ebeling, de que el Espíritu Santo es
«aliento de la fe», y su función, dar entendimiento para creer.

....................

5 EXPECTACIÓN DE LA SALVACIÓN, FILIACIÓN DIVINA Y OBLIGACIÓN MORAL DEL CRISTIANO (,3).

La sección 2,28-3,3 sirve para vincular las dos (o las tres) grandes secciones de la parte segunda, que de
antemano se reconocen como muy unidas en la marcha del pensamiento: la sección «la fe en Cristo» (2,18-
27), por un lado, y las dos secciones, íntimamente asociadas, «Cristo y el pecado» (3,4-10) y «el
mandamiento del amor» (3,11-24), por otro lado: las dos últimas secciones, en el fondo, no son más que la
variación negativa y la variación positiva sobre el mismo tema: «el mandamiento del amor».

Por consiguiente, la sección 2,28-3,3 (considerada desde el punto de vista de la marcha del pensamiento)
es, indiscutiblemente, una especie de pieza intermedia o de acoplamiento. Pero es mucho más que eso.
¿Hasta qué punto?

El autor tiende el puente entre estos dos cursos del pensamiento que están íntimamente asociados, por el
siguiente procedimiento: a) introducir un nuevo motivo, que en lo sucesivo ha de ser básico, el motivo de
haber nacido de Dios o de ser hijos de Dios (motivo que, objetivamente, continúa los motivos aducidos
hasta ahora, de la comunión con Dios, del conocimiento de Dios, etc.),

b) en relación íntima -precisamente- con este motivo, lleva a su punto culminante el motivo escatológico de
2,18-27, y

c) entrelazando estos dos motivos, asocia también el motivo de la interpelación (el motivo exhortativo), y de
este modo lo consolida.

Precisamente esta consolidación del motivo interpelativo es de importancia para lo siguiente, porque, si
comparamos 3,4-24 con 2,18-27, vemos que el motivo interpelativo, que se contenía en 2,24 y
principalmente en el final del v. 27 («permaneced en él»), es continuado ahora en una línea más amplia.
Ahora bien, en 2,28-3,3 hay algo más que un simple acoplamiento de tres motivos. Lo característico de la
sección que estamos estudiando, consiste en que el motivo escatológico (el motivo de la expectación de la
salvación) aparece aquí con más énfasis que en ninguna otra parte de las cartas o del Evangelio de Juan. En
este aspecto, nuestra sección es un punto culminante dentro de los escritos joánicos.

Resumiendo, pues, podemos formular así la índole propia de esta sección: ,3 es una pieza de acoplamiento
que tiene la misión de consolidar el decisivo motivo interpelativo, y que para ello introduce de nuevo el
motivo de la filiación divina, un motivo que en lo sucesivo ha de ser codeterminante. Pero, desde un
principio, los coloca a ambos bajo el aspecto de la «esperanza» (véase, especialmente,1Jo 3:3).

De este modo, la pieza intermedia o de acoplamiento, considerada también en sí misma, se convierte en una
afirmación de salvación: en una afirmación y promesa que tiene peso propio. El contenido de estos cinco
versículos podemos enunciarlo de la siguiente manera: Al comienzo y al final, la sección queda resumida,
cada vez, en un versículo que asocia el motivo ético con el motivo escatológico (2,28 y 3,3):

2,28: «permaneced...»- «para que, cuando se manifieste...»

3,3: «... esta esperanza»-«... se vuelve puro»

Los tres versículos que quedan en medio, los v. 2,29-3,2, tienen el siguiente contenido:

2,29: asociación del motivo ético con el de haber nacido de Dios.

3,1: el motivo de la filiación divina entra, él solo, en el horizonte de la perspectiva;

3,2: asociación del motivo de la filiación divina con el motivo escatológico.

28 Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que, cuando él se manifieste, tengamos confianza y
en su parusía no nos veamos avergonzados, lejos de él.

Por única vez en los escritos joánicos aparece aquí la palabra «parusía». El llamamiento «permaneced en él»
se ve corroborado ahora por la perspectiva de la llegada del Señor, que vendrá a juzgar 65, tal como la
espera todo el cristianismo primitivo 66, y hace que en el día de su juicio no nos avergoncemos ante él y
tengamos «confianza»: una de las palabras que el cristianismo primitivo amó como pocas.

Lo que acontezca, en el juicio de Cristo, a los que permanezcan en Cristo, no es sencillamente el que a ellos
se les vaya a dejar en paz. Sino que este permanecer en Cristo es ya la salvación: es la libertad y la alegre
confianza ante él y ante su Padre. Y esto es ya la comunión consumada, la comunión que inunda de dicha
67.

....................

65. El autor, para referirse a esta venida para juzgar, utiliza el mismo verbo «manifestarse»
que utilizó para designar la primera venida en carne. Las dos «manifestaciones» están
íntimamente relacionadas. Son la revelación unitaria de Dios, pero distanciada temporalmente.

66. Se ha sostenido a veces que la manera joánica de pensar (principalmente en el cuarto


Evangelio) corrige esta primitiva expectación cristiana de la parusía. Frente a esto,
precisamente la sección que estamos estudiando y especialmente el v. 28 muestran lo
íntimamente vinculado que permanece el mundo joánico de ideas, no obstante sus
peculiaridades, con la fe de toda la Iglesia (por lo menos, en el caso de la carta 1Jn; pero, a mi
parecer, también -fundamentalmente- el cuarto Evangelio. Incluso «avergonzarse» y
«confianza" no son expresiones específicamente joánicas, sino que son universales del
cristianismo primitivo.

67. La palabra griega parrhesía (= confianza), que se utiliza aquí, significa la franqueza y
apertura que puede y quiere decirlo todo.

....................
29 Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que practica la justicia ha nacido de él
68.

Lo nuevo, lo importante en este versículo, y que llama inmediatamente la atención, es el giro final: «ha
nacido de él» (de Dios). Conviene reflexionar sobre estas expresiones desacostumbradas para nosotros, y
que designan algo de lo que hemos oído hablar ya con frecuencia. La expresión «nacidos de Dios» puede tal
vez decirnos más acerca de nuestra relación con Dios que el concepto de «hijos de Dios», un concepto que
está ya un poco manido.

Ahora bien, ¿cómo llega el autor a emplear esta expresión? El hecho de que el autor vaya a usarla en lo
sucesivo, y de que por tanto ponga rumbo hacia ella, es algo que podemos ver fácilmente. Pero ¿qué quiere
decirnos en toda esta frase?

Con esta exhortación: «¡Sabed...!», pretende seguir tras la meta que le ha servido de orientación hasta
ahora. Quiere decirnos cómo podemos conseguir la seguridad de nuestra salvación. O, más exactamente,
quiere grabarnos cada vez más profundamente que Dios nos facilita y regala esa gozosa confianza. Hemos
de tener la alegre «confianza», no sólo cuando llegue el día del juicio, sino que ya desde ahora, debe ir
germinando en nosotros esta confianza, y debe irse convirtiendo en la energía de nuestro vivir de cristianos.

En 2,3 se había dicho que conocemos nuestra comunión con Cristo («que lo hemos conocido») y con ello
nuestra comunión con Dios por el hecho de que guardamos los mandamientos de Cristo. Según nuestro v.
29, conoceremos que somos hijos de Dios ( = que hemos nacido de Dios) si «practicamos la justicia».
Porque, he aquí lo que quiere decir inmediatamente el versículo: todo el que practica la justicia, ha nacido
de Dios. Y así tiene que ser, porque «sabemos» que «él» (¿Dios o Cristo?) es justo.

En el v. 28 se hablaba claramente de Cristo. En la expresión «nacido de él», del v. 29, sólo puede hablarse
de Dios. ¿Cambia, por tanto, el sujeto al que se refiere el aserto? ¿Comienza un razonamiento
completamente nuevo? ¡De ningún modo! El v. 29 forma parte estrechamente del contexto de la sección. ¿O
se ha utilizado una fuente, y aparece aquí todavía la costura? Tampoco esto es probable. Este aparente
cambio de sujeto se explica únicamente por la peculiar manera joánica de ver íntimamente unidos a Dios y a
Cristo, de verlos el uno en el otro (véase anteriormente, sobre 2,22-25).

Sospechamos que en la primera parte del v. 29 se habla todavía de Cristo. Y, en consecuencia, habría que
entender la frase, de la siguiente manera: Si sabéis que él (Cristo) es justo (y se muestra, por tanto, como
Hijo de Dios), entonces sabréis también que todo el que practica la justicia, ha nacido de Dios. En favor de
esta interpretación habla no solamente el hecho de que a Cristo se le haya designado antes expresamente,
en 2,1, como el justo (también a Dios se le designa, en 1,9, como «justo»); sino también el que la conducta
de Cristo, según 2,6, sea la norma de nuestra conducta, y principalmente el que 3,3 tenga esta misma
estructura. En este último lugar encontramos también la alusión a la pureza de Cristo («como puro es él»).
Con seguridad, hallamos aquí la expresión que también en otras partes alude a Cristo. Si esta comprensión
está justificada, detrás de esta manera joánica de expresarse, tan poco clara (aparentemente), habría una
profundísima visión del «haber nacido de Dios»: sería algo que sólo podría comprenderse desde Cristo.
Podríamos ser «hijos de Dios», únicamente participando de la filiación del único que por esencia es «el
Hijo».

Al v. 29 podría añadirse ahora, sin más, los v. 3,4 ss. Ahora bien, ni el motivo del «haber nacido de Dios» ni,
principalmente, el motivo de la expectación de la salvación han llegado ya al punto culminante, es decir, no
se han profundizado todo lo que el autor necesita como base para 3,4 ss.

....................

68. Al parecer, en este versículo se habla primero de Cristo («que él es justo») y luego de Dios
(«ha nacido de él»). Este curioso cambio del sujeto de quien se habla, no debe explicarse -
seguramente- por la elaboración de las fuentes, sino por la peculiar manera joánica de ver a
Dios y a Cristo, el uno en el otro.

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