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La Hospitalidad
Derrida Jacques SOBRE LA HOSPITALIDAD Entrevista en Staccato,
programa televisivo de France Culturel producido por Antoine Spire, del 19 de
diciembre de 1997
Para el filósofo Emmanuel Lévinas (1905-1995) el término filosofía desde
Sócrates había adquirido un significado erróneo. Se había identificado a la
filosofía con el amor a la sabiduría. Occidente había creado una filosofía
preocupada por el ser (la esencia) y había ignorado al ente (al sujeto). Se había
olvidado de la diferencia, de los sentimientos. Según el filósofo habíamos
conseguido más aspectos negativos que positivos, ya que nos había conducido
a una sociedad en la cual lo más importante era el ser, el ego cartesiano, el
ensimismamiento; es decir, a consecuencia de esta idea habíamos creado un
mundo en el que habíamos olvidado factores imprescindibles de la persona,
como son las pasiones y los sentimientos, o aspectos básicos de carácter ético
por los que podemos hablar realmente de persona, como el decir "los buenos
días". Deberíamos aceptar que somos, tal y como señalaba Aristóteles en
su Política, animales cívicos; aceptar que a mi lado se encuentra el Otro,
gracias al cual soy yo quien soy.
Lévinas propondrá pensar de nuevo la filosofía entendiendo a ésta no ya como
amor a la sabiduría, sino a la inversa, como la sabiduría que nace del amor. La
filosofía a partir de ahora no empezará en el yo, sino en el Otro. Pues, ¿cuándo
soy yo? Cuando otro me nombra, si nadie nos nombra no somos nada.
Podemos sustituir, de esta manera el "pienso, luego soy", que enunciaba
Descartes, por "soy amado, soy nombrado, luego soy".
La relación con el otro se hace más evidente a través de elementos como
la proximidad, la responsabilidad y la sustitución. La cercanía hacia el
otro no es para conocerlo, por tanto, no es una relación cognoscitiva, sino una
relación de tipo meramente ético, en el sentido de que el Otro me afecta y
me importa, por lo que me exige que me encargue de él, incluso antes de que
yo lo elija. Por tanto, no podemos guardar distancia con el otro.
Por otro lado, ante la exigencia del otro de que me encargue de él, yo no
puedo escaparme. El sujeto está llamado a responder del Otro, hasta de su
propia responsabilidad. De este modo, mi yo queda sustituido por el Otro, por lo
que el Otro se impone como límite de mi propia libertad.8
Lévinas identificará al Otro con las figuras del huérfano, el extranjero y la
viuda, con las cuales estoy obligado. A este Otro no lo determino a partir de
ser ni a partir del conocimiento, sino que él permanece intacto en su alteridad,
es absoluto. Lo único que me queda es acogerlo como infinito y trascendente,
responsabilizarme de sus necesidades. Según el filósofo la ética no se va a
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basar en el ser, sino en la relación, ya que cada uno de nosotros será la
suma de las relaciones que tenga, por ello, hemos de responsabilizarnos de
estas tres figuras, ya que están faltas de una relación muy importante.
Para Lévinas la noción de respeto, antes de ser un mandamiento,
describe la situación de distancia infinita de la que hablábamos: el respeto
es la mirada, la mirada a distancia. Y, como sabe, Lévinas redefine a la
persona, al yo y al otro como rostros. Lo que denomina el rostro, a la vez
en la tradición judaica y según una nueva terminología, tiene derecho al
respeto. Desde el momento en que estoy , en relación con el rostro del
otro, en que hablo al otro y en que escucho al otro, la dimensión del
respeto está abierta. Después resulta preciso, naturalmente, hacer que la
ética esté en consonancia con esa situación y que resista a todas las
violencias que consisten en reprimir el rostro, en ignorar el rostro o en
reducir el respeto.
En lo que concierne a la tolerancia; intenté mostrar, en una notita,
hasta qué punto el concepto de tolerancia, por el cual siento el mayor
respeto, naturalmente, como todo el mundo, estaba marcado en los textos
que lo incorporan, por ejemplo, en Voltaire, por una tradición cristiana. Se
trata de un concepto cristiano, respetable en ese sentido, pero quizás
insuficiente con vistas a la apertura o a la hospitalidad para con unas
culturas o dentro de unos espacios que no estén simplemente dominados
por un pensamiento cristiano. Lo mismo diría en lo que respecta a la
fraternidad. Siento el mayor respeto por la fraternidad, es un gran motivo
del lema republicano, a pesar de que, durante la revolución, surgieron
muchos problemas para hacer que se aceptase la fraternidad, que se
consideraba demasiado cristiana. En Políticas de la amistad he
intentado mostrar hasta qué punto el concepto de fraternidad resultaba
inquietante por varias razones: en primer lugar, porque enraíza con la
familia, con la genealogía, con la autoctonía; en segundo lugar, porque se
trata del concepto de fraternidad y no de sororidad, es decir, que subraya
la hegemonía masculina. Por consiguiente, en la medida en que convoca a
una solidaridad humana de hermanos y no de hermanas, debe inspirarnos
algunas preguntas, no necesariamente una oposición. No tengo nada en
contra de la fraternidad, pero me pregunto si un discurso dominado por el
valor consensuado de fraternidad no arrastra consigo unas implicaciones
sospechosas.
Así, de acuerdo con Lévinas, el punto de partida del pensamiento
filosófico no ha de ser el conocimiento, sino el reconocimiento, pues a
través de los otros me veo a mí mismo. Esto conducirá a nuestro autor a
sustituir las categorías tradicionales por otras nuevas como la mirada o el
rostro: La mejor manera de encontrar al rostro es la de ni siquiera darse cuenta
del color de sus ojos […] La piel del rostro es la que está más desprotegida,
más desnuda […] Hay en el rostro una pobreza esencial. Prueba de ello es que
intentamos enmascarar esa pobreza dándonos poses, conteniéndonos […] Al
mismo tiempo, el rostro es lo que nos prohíbe matar (LÉVINAS. Ética e infinito.
Págs. 71 y 72).
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Como consecuencia de la primacía que le da a esta relación, le otorgará más
importancia al decir que a lo dicho, pues el decir pertenece al ámbito de la
expresión, al momento anterior de las palabras, de los signos o de cualquier
otro elemento del lenguaje. El decir responde al momento ético, que es lo
que realmente interesa a Lévinas: La experiencia absoluta no es develamiento,
sino revelación: coincidencia de lo expresado y de aquel que expresa,
manifestación, por eso mismo, privilegiada del Otro, manifestación de un rostro
más allá de la forma. […] El rostro habla. La manifestación del rostro es ya
discurso. (LÉVINAS. Totalidad e infinito. Pág.89)
La ética levinasiana es también una ética de la justicia pues, queramos o no,
estamos obligados a juzgar, a emitir juicios, a comparar. Por ello, para convivir
se hace imprescindible la presencia de un Estado que nos garantice seguridad,
aunque esto nos prive de una parte de nuestra libertad. Lévinas advertirá que
el Estado deberá ser democrático ya que, en un Estado fiel a la justicia existe
la preocupación constante de revisar la ley. (LÉVINAS. La ética. Pág. 14)
Así, al tener el mismo peso el Estado y los ciudadanos en una democracia,
éstos podrían cambiar poco a poco las leyes e introducir términos como los de
solidaridad en ellas, ya que lo que le exigimos a la justicia no es que sea
solidaria, sino que sea justa. (1)
Refiriéndonos al simple sentido común -por así decirlo-, no puede haber
amistad, hospitalidad o justicia sino ahí donde, aunque sea incalculable, se
tiene en cuenta la alteridad del otro, como alteridad -una vez más- infinita,
absoluta, irreductible. Lévinas recuerda que el lenguaje, es decir, la referencia
al otro, es en su esencia amistad y, hospitalidad. Y, por su parte, éstos no eran
pensamientos fáciles: cuando hablaba de amistad y hospitalidad, no cedía a los
«buenos sentimientos». La hospitalidad, en el uso que Lévinas hace de este
término, no se reduce simplemente, aunque también lo sea, a la acogida del
extranjero en el hogar, en la propia casa de uno, en su nación, en su
ciudad. Soy en cierto modo el rehén del otro, y esta situación de rehén en la
que ya soy el invitado del otro al acoger al otro en mi casa, en la que soy en
caza casa el invitado del otro, esta situación de rehén define mi
propia responsabilidad. Cuando digo «heme aquí», soy responsable ante el
otro, el «heme aquí» significa que ya soy presa del otro («presa» es una
expresión de Lévinas). Se trata de una relación de tensión; esta hospitalidad es
cualquier cosa menos fácil y serena. Soy presa del otro, el rehén del otro, y la
ética ha de fundarse en esa estructura de rehén. Desde el momento en que
estoy en relación con el rostro del otro, en que hablo al otro y en que escucho
al otro, la dimensión del respeto está abierta. Después resulta preciso,
naturalmente, hacer que la ética esté en consonancia con esa situación y que
resista a todas las violencias que consisten en reprimir el rostro, en ignorar el
rostro o en reducir el respeto. Acoger al otro en su lengua es tener en cuenta
naturalmente su idioma, no pedirle que renuncie a su lengua y a todo lo que
ésta encarna, es decir, unas normas, una cultura (lo que se denomina una
cultura), unas costumbres, etc. La lengua es un cuerpo, no se le puede pedir
que renuncie a eso... Se trata de una tradición, de una memoria, de nombres
propios. Evidentemente, también resulta difícil pedirle hoy en día a un Estado-
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nación que renuncie a exigirles a aquellos a los que acoge que aprendan su
lengua, su cultura en cierto modo.
A pesar de que la incondicionalidad de la hospitalidad debe ser infinita y, por
consiguiente, heterogénea a las condiciones legislativas, políticas, etc., dicha
heterogeneidad no significa una oposición. Para que esa hospitalidad
incondicional se encarne, para que se torne efectiva, es preciso que se
determine y que, por consiguiente, dé lugar a unas medidas prácticas, a una
serie de condiciones y de leyes, y que la legislación condicional no olvide el
imperativo de la hospitalidad al que se refiere.
Por eso, es preciso que distingamos constantemente el problema de la
hospitalidad en sentido estricto de los problemas de la inmigración, de los
controles de los flujos migratorios: no se trata de la misma dimensión a pesar
de que ambos sean inseparables. La invención política, la decisión y la
responsabilidad políticas consisten en encontrar la mejor legislación o la menos
mala... Ahí es donde se instaura el debate político, parlamentario, entre todas
las fuerzas sociales.
(1) Gil Jiménez Paula Teoría ética de Lévinas. Cuaderno de Materiales.
Filosofía y Ciencias Humanas (ISSN: 1138-7734)