EL TEATRO DESDE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX HASTA 1939.
El teatro español del siglo XX, sometido a los condicionamientos de público en lo
comercial, lo ideológico y lo estético, es bastante pobre e inmovilista, a excepción de
algunos dramaturgos, tanto en lo teatral como en lo dramático, de tal manera que no
participa en las innovaciones del teatro europeo. En este periodo hay dos modelos
teatrales: uno que triunfa, el teatro comercial, que goza del favor del público, y otro, el teatro
renovador que no tiene éxito pese a su valor literario.
A finales del siglo XIX se producen varios intentos de acabar con el teatro melodramático
romántico, cuyo principal representante era José Echegaray. En este teatro comercial y de
éxito se incluyen tres tendencias:
- El drama burgués: realista y suavemente crítico, trata de continuar con el realismo
del siglo XIX renovando algunos aspectos para adaptarse a los gustos del público
burgués. Su principal representante es Jacinto Benavente (La Malquerida), con
obras poco conflictivas y diálogos elegantes.
- El teatro costumbrista: de raíz costumbrista y sin pretensiones críticas, su
propósito era entretener al público. Dentro de esta tendencia se encuadran los
hermanos Álvarez Quintero, representantes del teatro regionalista andaluz, irreal y
tópico (El genio alegre); Carlos Arniches, autor madrileño y creador de la “tragedia
grotesca” en un ambiente castizo y achulado (La señorita de Trevélez); y Pedro
Muñoz Seca, inventor del “astracán”, parodia en verso que busca humor con
chistes vulgares (La venganza de don Mendo).
- El drama en verso modernista: de ideología conservadora y tradicional, con
alusiones al glorioso pasado del Imperio español. Representan esta tendencia
autores como Eduardo Marquina (Las hijas del Cid), Francisco Villaespesa (El
alcázar de las perlas, Aben Humeta), Jose María Pemán y los hermanos Machado
con La Lola se va a los puertos.
Frente a este teatro de éxito se levantan otras tendencias más innovadoras e
interesantes literariamente, pero que no triunfan porque no se adaptan a los gustos del
público. Se habla de dos experiencias teatrales:
El teatro del 98, harán un teatro intelectual y complejo que enlazará con las tendencias
filosóficas y teatrales más renovadoras. Unamuno utiliza el drama como instrumento
para plasmar problemas que le obsesionan y Azorín, desarrolla su labor como crítico
teatral. Pero la renovación realmente significativa estará representada por Valle-Inclán.
Valle-Inclán es uno de los fundamentales. Su obra sigue una constante evolución hasta
llegar a su gran creación: el esperpento (Luces de bohemia), donde aparece una visión
grotesca y deformada de la realidad, precisamente para descubrir sus aspectos más
profundos. Al mismo tiempo sintetiza elementos dispares: lo vulgar y lo literario, lo social
y lo existencial…
El teatro del 27, entre los que destaca Salinas, Alberti, Miguel Hernández, depura el
teatro poético, incorpora las formas de vanguardia y busca acercar el teatro al pueblo.
García Lorca es el referente principal del teatro del 27. Su obra, plena de elementos
líricos y surrealistas es variada, en ella se distinguen tres etapas: la etapa inicial, se
caracteriza por la experimentación formal y temática; la etapa vanguardista, de carácter
surrealista (El Público); y por último, su etapa de plenitud, comprende las obras escritas
entre 1933 y 1936, Bodas de Sangre, La casa de Bernarda Alba y Yerma, que formarían
parte de una probable “trilogía dramática de la tierra española” junto a la inédita e
inacabada La sangre no tiene voz.
Algunos dramaturgos destacados fueron Jardiel Poncela autor de “Eloísa está debajo de
un almendro” y Miguel Mihura autor de “Tres sombreros de copa”. Los renovadores del
teatro humorístico: Alejandro Casona (La sirena varada), que combina el humor y el
lirismo en sus obras; Max Aub, con comedias que tratan la incapacidad del hombre para
comprenderse, entender la realidad y comunicarse (Cara o cruz).