Hora Santa
Por la señal de la Santa Cruz,
De nuestros enemigos,
Líbranos Señor, Dios nuestro.
En el nombre del Padre,
Del Hijo,
Y del Espíritu Santo,
Amén.
Oración al Espíritu Santo
Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el
fuego de tu amor. Envía Señor tu Espíritu y todo será creado y renovarás
todas las cosas.
¡Oh Dios! Que iluminaste los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu
Santo, haznos dóciles para gustar siempre del bien y gozar de su consuelo,
por Cristo Nuestro Señor, Amén.
Creo Señor que estás aquí presente, aunque mis ojos no te vean, te siente
mi fe, aparta de mí los pensamientos extraños. Haz que comprenda las
verdades que en esta meditación quieres enseñarme, que me decida a
practicarlas. Tu siervo te escucha, habla Señor a mi alma.
Santa María, medianera de todas las gracias, concédeme que escuche y
siga la voz del Señor. Amén
Adoremos y demos gracias en cada momento
Todos: al Santísimo Sacramento
Padre Nuestro …
Ave María …
Gloria …
Señor Jesucristo, creemos firmemente que te encuentras presente en el
Santísimo Sacramento del altar, te amamos con todo el corazón y con
toda el alma. Hemos venido a estar contigo, deseamos ardientemente
acompañarte en el silencio orante, recordando que Tú te retirabas en
silencio a orar a tu Padre. Y porque queremos escuchar tu voz y la voz de
tu Padre, queremos acallar nuestro corazón haciendo ese espacio de
silencio tan necesario entre el ruido del diario ir y venir.
Guardemos un momento de silencio y pongámonos en presencia de
Nuestro Señor.
CANTO
CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES
Cantemos al amor de los amores,
cantemos al Señor,
Dios está aquí, venid adoradores adoremos
a Cristo Redentor.
Gloria a Cristo Jesús,
cielos y tierra bendecid al Señor;
honor y gloria a Ti,
Rey de la gloria, amor por siempre a Ti,
Dios del amor.
El estar ante tu presencia Eucarística nos invita a callar. El silencio es algo
que nos hace acompañarte en Getsemaní o en el Tabor; el silencio nos
llena de Ti escuchándote y poniendo en obra tu Palabra saliendo como
misioneros de la adoración callada al encuentro con nuestros semejantes.
Lectura del Evangelio según san Lucas: Lc 6, 43-49
No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni tampoco árbol malo que dé
frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de
los espinos ni se sacan uvas de las zarzas. Así el hombre bueno saca cosas
buenas del tesoro que tiene en su corazón, mientras que el malo, de su
fondo malo saca cosas malas. La boca habla de lo que está lleno el
corazón.
¿Por qué me llaman: ¡Señor! ¡Señor!, y no hacen lo que les digo?
Les voy a decir a quién se parece el que viene a mi y escucha mis palabras
y las practica. Se parece a un hombre que construyó una casa; cavó
profundamente y puso los cimientos sobre la roca; vino una inundación y la
corriente se precipitó sobre la casa, pero no pudo removerla porque
estaba bien construida.
Por el contrario, el que escucha, pero no pone en práctica, se parece a un
hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. La corriente se
precipitó sobre ella y en seguida se desmoronó, siendo grande el desastre
de aquella casa. Palabra del Señor.
Momentos de silencio para reflexionar de forma personal el Santo
Evangelio.
Lector 1: De este Evangelio que hemos escuchado, se desprende que no
pueden existir frutos, es decir, eficacia en el campo de la fe y del espíritu, si
no se escucha la Palabra de Dios en lo más profundo de uno mismo.
Lector 2: Pero ¿Cómo lograr esa escucha sino en el silencio que nos llena
de Dios? El silencio interior y exterior puede y debe ser oración, porque el
silencio es momento ascético de suma importancia en la vida humana y
cristiana. Sin embargo, el silencio casi no existe, porque es borrado por el
ruido y el vértigo de la vida actual. Vivimos inmersos en una cultura de lo
inmediato y de la prisa, confundimos eficacia con actividad febril, y no
damos tiempo para que maduren las personas, los frutos y las cosas.
Lector 1: Para colmo, al torbellino y la velocidad, el mundo de hoy une el
ruido que circunda por todas partes: máquinas y motores, mítines y
propaganda, timbres y teléfono, automóviles y sirenas difunden por
doquier un ruido inmenso en cantidad desmedida. Son ruidos que nos
producen sordera para percibir el rumor del silencio, más elocuente, con
frecuencia, que las grandes palabras.
Lector 2: Un hombre poco religioso, como era el filósofo Federico Nietzsche,
afirmó que el hombre se mide por la cantidad de silencio que es capaz de
soportar consigo mismo. Ardua medida para el hombre actual... Si eso dice
un hombre poco religioso, ¿qué tendríamos que decir nosotros que
sabemos que somos hijos de Dios y que Cristo vive en nuestro interior?
Lector 1: Gran sabiduría es saber vivir en silencio, soportarlo, amarlo,
saborearlo y sacarle partido. Si es inteligente, el silencio nunca es estéril.
Necesitamos desesperadamente el silencio para captar la presencia y la
voz de Dios, para escuchar su palabra a la sombra de una encina, como
Abraham en Mambré; para no dejar pasar de largo al Señor, como María
en Betania; para que, en fin, el corazón rebose de Dios.
Lector 2: Hoy, en este silencio meditativo, a través del cual el Señor nos
habla desde la Eucaristía, queremos aprender a ser «traductores de los
signos de los tiempos», de estos tiempos de tanto ruido que requieren callar
para poder escuchar tu voz. ¿Como haría María de Nazareth para
escuchar la voz del Señor? ¿Cómo haría san José su esposo para atender
a la voz de Dios?
Momentos de silencio. Par escuchar lo que Nuestro Señor quiere decirnos el
día de hoy.
Lectores (Se sugieren dos):
1. Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel por los siglos de los siglos.
2. Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder, la gloria, el esplendor, la
majestad.
1. Porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra, Tú eres rey y soberano de
todo.
1. y 2. De Ti viene la riqueza y la gloria, Tú eres Señor del universo, en tu
mano está el poder y la fuerza.
1. Tú engrandeces y confortas a todos.
1. y 2. Por eso, Dios nuestro, nosotros te damos gracias, alabando tu
nombre glorioso. Amén.
Canto
«DAME UN NUEVO CORAZÓN»
Dame un nuevo corazón,
que te ame solo a ti, Señor,
que se entregue al amor,
que se consuma en este mismo amor.
Dame un nuevo corazón,
que te busque solo a ti Señor,
que se anegue en tu caridad,
y que a todos quiera dar.
Lector: De los escritos de la beata María Inés Teresa del Santísimo
Sacramento: Cada día se me acentúa más la impresión y la necesidad de
ya permanecer en el silencio, a solas con Dios (f. 4194). Resolvamos a ser
silenciosos, a no hablar interiormente con nosotros mismos, en disputa con
nuestro yo. Hablemos mejor con Dios, de corazón a corazón (f. 3323),
guardando el silencio se tiene más tiempo para hablar con Dios (f. 3577);
silencio interior, para que el Espíritu Santo pueda comunicarse a nuestras
almas (f. 3624). Las almas nos necesitan en todo el mundo. Y es un
mandato divino: Id y evangelizad a todos los pueblos. Nosotros somos
misioneros de acción, pero no olvidemos que esta acción debe arraigar en
la oración, en la contemplación. De aquí la necesidad de ser silenciosos,
para saber escuchar la voz de Dios que habla en la soledad del
corazón. (f. 4376).
Momentos de silencio.
Nuestro silencio se hace ahora canto, un canto de súplica por la Iglesia y
por el mundo, por este mundo obsesionado en el ruido, en el ajetreo, en el
no querer encontrar reposo para escuchar tu voz. Que el silencio junto a Ti,
se nos convierta en súplica sencilla y humilde.
Todos contestaremos
Te lo pedimos, óyenos, Señor
Que nos conduzca la Iglesia por tus senderos, Señor
Que los obispos y el Papa nos encaminen a Ti.
Te lo pedimos, óyenos, Señor
Que nos sintamos hermanos, unidos siempre en tu amor
Que todos juntos hagamos la gran familia de Dios.
Te lo pedimos, óyenos, Señor
Que los que sufren y lloran hallen consuelo en tu amor
Que los que andan perdidos, encuentren luz y perdón.
Te lo pedimos, óyenos, Señor
Decía el San Juan Pablo II que «salir» es un término rico en experiencia
cristiana, es el fruto más exquisito que produce la amistad y la relación con
Jesús. Es —afirmaba el Papa—encontrarnos de nuevo con quienes vivimos
bajo el mismo techo: esposa, esposo, hijos u otros familiares, con los que
viven cerca de nosotros: los vecinos de al lado y los de enfrente, la
comunidad en donde estoy. Oremos ahora en silencio para poder «salir» al
encuentro de nuestros hermanos, pero no con las manos vacías, sino
repletas de la gracia de haber estado, como decía Santa Teresa: a solas
con aquel que sabemos que nos ama.
Momentos de silencio.
Canto de meditación:
Hazme un instrumento de tu paz, donde haya odio lleve yo tu amor
Donde haya injuria tu perdón Señor, donde haya duda fe en ti.
Maestro ayúdame a nunca buscar, el ser consolado sino consolar
Ser entendido sino entender, ser amado sino yo amar.
Hazme un instrumento de tu paz, que lleve tu esperanza por doquier
Donde haya oscuridad, lleve tu luz, donde haya pena, tu gozo, Señor.
Hazme un instrumento de tu paz, es perdonando que nos das perdón
Es dando a todos como Tú nos das, muriendo es que volvemos a nacer.
Momentos de silencio.
Lectores (Se sugieren dos):
1. El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros;
2. Conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.
1. y 2. ¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos. Que todos los pueblos te
alaben.
1. Que canten de alegría las naciones porque riges el mundo con justicia
2. Con rectitud riges los pueblos y gobiernas las naciones de la tierra.
1. y 2. ¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te
alaben.
2. La tierra ha dado su fruto; nos bendice el Señor nuestro Dios
1. Que Dios nos bendiga, que le teman hasta los confines del orbe.
1. y 2. Oh Dios!, que te alaben los pueblos. Que todos los pueblos te
alaben. Amén.
Momentos de silencio.
Canto
Bendito, bendito, bendito sea Dios,
los ángeles cantan y alaban a Dios. (2)
Yo creo, Jesús mío, que estás en el altar,
oculto en la hostia te vengo a adorar ( 2 )
Espero, Jesús mío, en tu suma bondad,
poder recibirte con fe y caridad ( 2 )
Oración hecha por todos:
Alma de Cristo, santifícame, Cuerpo de Cristo, sálvame, agua del costado
de Cristo, lávame, pasión de Cristo, confórtame, oh mi buen Jesús, óyeme,
dentro de tus llagas, escóndeme, no permitas que me separe de Ti, del
enemigo malo defiéndeme, a la hora de mi muerte llámame, y mándame
ir a Ti, para que con tus santos y tus ángeles te alabe por los siglos de los
siglos. Amén.