Congregación
para los institutos de vida consagrada
y las sociedades de vida apostólica
Contemplen
“Oh, amado de mi alma”
(Ct 1,7)
A los consagrados y consagradas
que caminan tras las huellas de la belleza
En el Año de la Vida Consagrada
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CIVCSVA
Contemplen : a los consagrados y consagradas que caminan tras las huellas de
la belleza . 1a ed . Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Claretiana, 2016.
96 p. ; 20 x 14 cm.
ISBN 9789505129263
1. iglesia Católica. 2. Congregaciones Religiosas. I. Título.
CDD 25
Editorial Claretiana es miembro de
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1a edición, enero 2016
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El amor auténtico
es siempre contemplativo
Papa Francisco
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Queridos hermanos y hermanas:
1. El año de la vida consagrada –camino precioso y bendi-
to– ha llegado a su cenit, mientras las voces de consagrados y
consagradas de todas las regiones del mundo expresan la ale-
gría de la vocación y la fidelidad a su identidad en la Iglesia,
testimoniada a veces con el martirio.
Las dos cartas Alégrense y Escrutar han abierto un camino
de reflexión coral, seria y significativa, que ha planteado pre-
guntas existenciales a nuestra vida personal y de instituto. Es
oportuno ahora continuar nuestra reflexión a muchas voces,
fijando la mirada en el corazón de nuestra vida de seguimien-
to. Asimismo, debemos dirigir la mirada a lo hondo de nuestro
vivir, esclarecer el motivo de nuestro peregrinar y búsqueda
de Dios, interrogar la dimensión contemplativa de nuestros
días, para reconocer el misterio de gracia que nos constituye,
nos apasiona y nos transfigura.
El papa Francisco nos llama con solicitud a volver la mirada
de nuestra vida hacia Jesús, pero también a dejarnos mirar por
Él, para “redescubrir cada día que somos depositarios de un
bien que humaniza, que ayuda a conducir una vida nueva”1.
Nos invita a ejercitar la mirada del corazón porque “el amor
1 Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 264.
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auténtico es siempre contemplativo”2. Sea la relación teologal
de la persona consagrada con el Señor (confessio Trinitatis), sea
la comunión fraterna con aquellos que están llamados a vivir
el mismo carisma (signum fraternitatis), sea la misión como epi-
fanía del amor misericordioso de Dios en la comunidad huma-
na (servitium caritatis), todo ello tiene que ver con la búsqueda
nunca acabada del rostro de Dios, con la escucha obediente
de su palabra para llegar a la contemplación del Dios vivo y
verdadero.
Las diferentes formas de vida consagrada –eremítica y vir-
ginal, monástica y canonical, conventual y apostólica, secular
y de nueva fraternidad– beben en la misma fuente de la con-
templación; en ella cobran fuerzas y recuperan vigor. En ella
encuentran el misterio que las habita y la plenitud para vivir
la cifra evangélica de la consagración, de la comunión y de la
misión.
Esta carta –que se sitúa en línea de continuidad con la ins-
trucción La dimensión contemplativa de la vida religiosa (1980), con
la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata (1996), con
la carta apostólica Novo millennio ineunte (2001), y las instruc-
ciones Caminar desde Cristo (2002) y Faciem tuam, Domine, requi-
ram (2008)– les llega por lo tanto como una invitación abierta
al misterio de Dios, fundamento de toda nuestra vida. Una in-
vitación que abre un horizonte nunca alcanzado y nunca com-
pletamente experimentado: nuestra relación con el misterio del
Dios viviente, el primado de la vida en el Espíritu, la comunión
de amor con Jesús, centro de la vida y fuente continua de toda
iniciativa3, experiencia viva que pide ser compartida4. Resuena
el deseo: “Ponme como sello sobre tu corazón” (Ct 8,6).
2 Ibíd, 199.
3 Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Socie-
dades de Vida Apostólica, Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de
la vida consagrada en el Tercer Milenio (19 de mayo de 2002), 22.
4 Cf. Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 16.
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El Espíritu Santo, quien únicamente conoce y mueve nues-
tra intimidad, intimior intimo meo5, nos acompañe en la veri-
ficación, en la edificación y en la transformación de nuestra
vida, para que sea acogida y júbilo de una presencia que nos
habita, deseada y amada, verdadera confessio Trinitatis en la
Iglesia y en la ciudad humana: “Nosotros nos disponemos a
recibirlo con tanta mayor capacidad cuanto mayor es la fe con
la que creemos, la firmeza con la que esperamos y el ardor con
el que deseamos”6.
El grito místico que reconoce al amado –“Tú eres el más bello
de los hombres” (Sal 45,3)–, como potencia de amor fecunda a
la Iglesia y recompone en la ciudad humana los fragmentos
dispersos de la belleza.
5 Cf. S. Agustín, Confesiones III, 6, 11.
6 Id., Carta 130, 8, 17.
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Prólogo
“Por las calles y las plazas, buscaré al amor de mi alma”.
Cantar de los Cantares 3,2
A la escucha
2. Quien ama está embargado por un dinamismo, experi-
menta el carácter pascual de la existencia, acepta el riesgo de la
salida de sí mismo para alcanzar al otro –no sólo en el espacio
externo, sino también en su interioridad– y descubre que el
bien propio consiste en habitar en el otro y acogerlo. El amor
dirige hacia el otro una mirada nueva, de especial intimidad,
en virtud de la cual el otro no pertenece al plano de las ideas,
no se queda en el umbral, sino que accede al microcosmos del
propio sentir, de tal modo que se transforme en el amado de
mi alma (Ct 3,2), a quien busco.
Es este el dinamismo que atraviesa el Cantar de los Canta-
res (en hebreo šîr haššîrîm), libro tan preeminente que puede
ser definido como el sancta sanctorum del primer testamento.
Es el primer libro de los cinco rollos (meghillôt) que para los
hebreos tiene una especial relevancia litúrgica: es leído justa-
mente durante la celebración de la Pascua. Este canto subli-
me celebra la belleza y la fuerza atractiva del amor entre el
hombre y la mujer, que germina en el interior de una historia
hecha de deseo, de búsqueda y de encuentro que se hace éxo-
do recorriendo calles y plazas (Ct 3,2), y que enciende en el
mundo el fuego del amor de Dios. Si el amor humano es pre-
sentado en el libro como llama divina (Ct 8,6: šalhebetyâ), lla-
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ma de Yāh, es porque constituye el camino más sublime (1Co
12,31), la realidad sin la cual el hombre es nada (1Co 13,2), y
lo que acerca mayormente la creatura a Dios. El amor es re-
sonancia y fruto de la misma naturaleza de Dios. La criatura
que ama se humaniza, pero al mismo tiempo experimenta
también el comienzo de un proceso de divinización porque
Dios es amor (1Jn 4,10.16). La creatura que ama tiende a la
plenitud y la paz, el šalom, que es la meta de la comunión,
como para los esposos del Cantar que este šalom lo llevan en
el nombre: él es Šelōmōh, ella Šûlammît.
El Cantar de los Cantares ha sido interpretado de forma lite-
ral, como celebración de la fuerza del amor humano entre una
mujer y un hombre, pero también en forma alegórica, como en
la gran tradición hebrea y cristiana, para hablar de la relación
Dios-Israel, Cristo-Iglesia. El libro encuentra su punto central
en la dinámica esponsal del amor y –a modo de parábola que
ayuda a pasar de donde se habla el lenguaje vivo de los ena-
morados que sana de la soledad, del replegarse en sí mismo,
del egoísmo– a nuestro presente sugiriéndonos que la vida no
avanza por imposición de órdenes o restricciones, ni avanza
por reglas, sino en virtud de un éxtasis, de un encanto, de un
arrobamiento que nos pone en camino y lee la historia en clave
relacional, comunional y agápica.
La criatura humana puede vivir este amor de naturaleza
esponsal que afecta a todos los sentidos e inspira los pasos del
camino, no sólo en relación con otro ser humano, sino también
con Dios. Es lo que ocurre a quien se consagra a Dios en el
horizonte sapiencial y en la atmósfera fecunda de los consejos
evangélicos, que proclaman el primado de la relación con Él.
Por ello el Cantar de los Cantares es un faro que ilumina a los
consagrados.
El Cantar, definido como canto de mística unitiva, puede ser
leído también como itinerario del corazón hacia Dios, como
peregrinación existencial hacia el encuentro con el Dios hecho
carne que ama de modo nupcial. Puede ser leído como una
10
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sinfonía del amor esponsal que comprende la inquietud de la
búsqueda del amado (dôd), la meta del encuentro que sacia el
corazón y el detenerse en la degustación de la elección y de la
mutua pertenencia.
A la luz del Cantar, la vida consagrada aparece como una
vocación al amor que tiene sed del Dios vivo (Sal 42,3; 63,2),
que enciende en el mundo la búsqueda del Dios escondido
(1Cr 16,11; Sal 105,4; Is 55,6; Am 5,6; Sof 2,3) y que lo reconoce
en los rostros de los hermanos (Mt 25,40). Es allí donde Dios
encuentra el espacio para plantar su tienda (Ap 21,3), en la
oración o en la hondura del corazón donde Dios ama vivir (Ga
2,20). Hombres y mujeres consagradas van hacia Cristo para
escuchan sus palabras que son espíritu y vida (Jn 6,63), encon-
trándolo en los lugares sagrados, y también en los caminos y
en las plazas (Ct 3,2), para hacer del encuentro personal con su
amor una pasión que intercede en la historia.
Vida consagrada, statio orante en el corazón de la historia
3. El papa Francisco escribe en la carta apostólica dirigida
a los consagrados y las consagradas: “Espero que toda la vida
consagrada se pregunte sobre lo que Dios y la humanidad de
hoy piden. Sólo con esta atención a las necesidades del mundo
y con la docilidad al Espíritu, este Año de la Vida Consagrada
se transformará en un auténtico kairos, un tiempo de Dios lleno
de gracia y de transformación”7.
Hay un interrogante que resuena en cada uno de nosotros.
El papa ofrece una primera respuesta: “Experimentar y demos-
trar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos
felices, sin que tengamos necesidad de buscar nuestra felicidad
7 Francisco, Carta apostólica A todos los consagrados, en ocasión del Año de
la vida consagrada (21 de noviembre de 2014), II, 5.
11
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en otro lado”8.Deseosos de plenitud y buscadores de felicidad,
apasionados y nunca saciados de gozo, esta inquietud nos aúna.
Buscamos el gozo verdadero (cf. Jn 15,11) en “un tiempo,
en el que el olvido de Dios se hace habitual; un tiempo, en
el que el acto fundamental de la personalidad humana, más
consciente de sí y de su libertad, tiende a pronunciarse a fa-
vor de la propia autonomía absoluta, desligándose de toda ley
trascendente; un tiempo además, en el cual las expresiones del
espíritu alcanzan cumbres de irracionalidad y de desolación;
un tiempo, finalmente, que registra aun en las grandes reli-
giones étnicas del mundo perturbaciones y decadencias jamás
antes experimentadas”9.
Son palabras que el beato Pablo VI dirigía al mundo en la úl-
tima sesión pública del Concilio Vaticano II. Nuestro tiempo se
caracteriza –más aún después de la asamblea conciliar– por la
centralidad paradigmática del cambio y tiene como elementos
distintivos la velocidad, la relatividad y la complejidad. Todo
cambia a un ritmo más veloz que en el pasado, y ello causa
desorientación e inquietud en quienes siguen enclavados en
certezas antiguas y en elementos superados de interpretación
de la realidad. Esta aceleración hace que el presente sea volátil:
el presente es el lugar de las emociones, de los encuentros, de
las opciones provisorias, mientras se necesitarían estabilidad y
puntos firmes de valoración y de vida.
En la sobreabundancia de acontecimientos, de comunica-
ciones y de experiencias es difícil hacer síntesis y discernir, y
por ello muchos no logran vivir una búsqueda de sentido para
transformar el presente en laboratorio de comprensión, de co-
munión y de puesta en común.
La cultura actual, especialmente la occidental, enfocada
principalmente en la praxis, totalmente volcada hacia el hacer
8 Ibíd., II, 1.
9 Pablo VI, Alocución en la Última Sesión pública del Concilio Ecuménico
Vaticano II, Ciudad del Vaticano (7 de diciembre de 1965).
12
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y el producir, genera –como contraposición– la necesidad in-
consciente de silencio, escucha y espíritu contemplativo. Estas
dos orientaciones contrapuestas corren, sin embargo, el riesgo
de originar una mayor superficialidad. Sea el activismo, sean
algunos modos de vivir la contemplación, pueden equivaler
casi a una fuga de sí mismos o de la realidad, un vagabundear
neurótico que engendra vidas caracterizadas por la prisa y el
descarte.
Precisamente en ese contexto “surge, a veces de manera
confusa, una singular y creciente demanda de espiritualidad
y de lo sobrenatural, signo de una inquietud que anida en el
corazón del hombre que no se abre al horizonte trascenden-
te de Dios. Por desgracia, es precisamente Dios quien que-
da excluido del horizonte de muchas personas; y cuando no
encuentra indiferencia, cerrazón o rechazo, el discurso sobre
Dios queda en cualquier caso relegado al ámbito subjetivo,
reducido a un hecho íntimo y privado, marginado de la con-
ciencia pública”10.
4. La vida consagrada, caracterizada por la búsqueda cons-
tante de Dios y por la continua revisión de su identidad, respi-
ra las instancias y el clima cultural de este mundo, que habien-
do perdido la conciencia de Dios y de su presencia eficaz en
la historia, corre el riesgo de no reconocerse a sí mismo. Vive
un tiempo no sólo de des-encanto, des-acuerdo e in-diferencia,
sino también de no-sentido. Para muchos es tiempo de des-
orientación: se dejan vencer por la renuncia a la búsqueda del
significado de las cosas, convirtiéndose en verdaderos náufra-
gos del espíritu.
En este tiempo la Iglesia –y en ella la vida consagrada– está
llamada a testimoniar que “Dios sí existe, que es real, que está
vivo, que es personal, que es providente, que es infinitamente
bueno, más aún, no sólo bueno en sí sino inmensamente bueno
10 Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea de la Conferencia Episcopal Italia-
na, Ciudad del Vaticano (24 de mayo de 2012).
13
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para nosotros, nuestro creador, nuestra verdad, nuestra felici-
dad, de tal modo que el esfuerzo de clavar en Él la mirada y el
corazón, que llamamos contemplación, viene a ser el acto más
alto y más pleno del espíritu, el acto que aún hoy puede y debe
jerarquizar la inmensa pirámide de la actividad humana”11.
Es esta la tarea confiada a la vida consagrada: testimoniar
–en nuestro tiempo– que Dios es la felicidad. Fijar en Él la mi-
rada y el corazón nos permite vivir en plenitud.
El término contemplar es usado en el lenguaje cotidiano
para indicar el detenerse largamente a mirar, a observar con
atención algo que suscita maravilla o admiración: el espectá-
culo de la naturaleza, el cielo estrellado, un cuadro, un monu-
mento, un paisaje. Esta mirada, descubriendo la belleza y sa-
boreándola, puede ir más allá de lo que se está contemplando
y estimular a la búsqueda del autor de la belleza (cf. Sb 13,1-9;
Rm 1,20). Es mirada que contiene en sí algo que va más allá de
los ojos: la mirada de una madre sobre el hijo que duerme en
sus brazos, o la mirada de dos ancianos que después de una
larga vida vivida juntos siguen amándose. Es una mirada que
comunica intensamente, expresa una relación, narra lo que
uno es para el otro.
Si es verdad que el origen del término contemplación es
griego (theorein/theoria) –e indica la intuición de la razón que
desde la multiplicidad de lo que se ve remonta al uno, capta
el todo a través del fragmento y la íntima naturaleza de las
cosas en el fenómeno–, es todavía más verdadero que el hom-
bre bíblico tiene un animus esencialmente contemplativo. En
su estupor de criatura, consciente de recibir el ser y la existen-
cia del acto libre y gratuito de Dios, encuentra la meta de toda
inquietud del corazón. Los salmos están llenos de esta mirada
de gratitud y de maravilla sobre el hombre y sobre las cosas.
11 Pablo VI, Alocución en la última sesión pública del Concilio Ecuménico
Vaticano II, Ciudad del Vaticano (7 de diciembre de 1965).
14
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5. El hombre bíblico es consciente de la amorosa iniciativa y
liberalidad de Dios también en otro ámbito: el don de la pala-
bra. La iniciativa de Dios que se dirige a su criatura, entreteje
con ella un diálogo, la involucra en aquella relación personal
de reciprocidad que es la alianza –Yo para ti y tú para mí– no
es un “dato” que se da por descontado, al cual uno se pueda
acostumbrar. Es una revelación sorprendente ante la cual sim-
plemente “estar” en actitud de receptividad y reconocimiento.
Los profetas son testigos cualificados de esta actitud. Las
diez palabras con las que es sellada la alianza (cf. Ex 34,28) son
introducidas por el escucha Israel (Dt 6,4). El primer pecado,
o mejor, la raíz de todo pecado para Israel, es el olvido de la
palabra: así sucedió en el origen, con la reivindicación de au-
tonomía frente a Dios (cf. Gn 3,3-6), así Moisés y los profetas
denunciaron, en su reproche severo al pueblo, el abandono de
la alianza. “La Palabra de Dios revela también inevitablemente
la posibilidad dramática por parte de la libertad del hombre
de sustraerse a este diálogo de alianza con Dios, para el que
hemos sido creados. La palabra divina, en efecto, desvela tam-
bién el pecado que habita en el corazón del hombre”12.
En la plenitud de los tiempos la iniciativa de Dios alcanza
su plena actuación: la palabra se ha condensado hasta el pun-
to de hacerse carne y habitar entre nosotros, se ha abreviado
hasta el punto de callar en la hora decisiva de la Pascua; la
creación cede el paso a la redención, que es creación nueva.
El término contemplación está presente una sola vez en el
Nuevo Testamento. El único texto que recurre a la terminología
de la contemplación se refiere a la mirada y al corazón humano
fijados sobre Jesucristo crucificado, Aquel que ha narrado Dios
a los hombres (cf. Jn 1,18). El momento inmediatamente poste-
12 Benedicto XVI, Ex. Ap. postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de
2010), 26. Entre los textos bíblicos se pueden citar, por ej., Dt 28,1-2.15.45;
32,1; entre los proféticos cf. Jr 7,22-28; Ez 2,8; 3,10; 6,3; 13,2; hasta los últimos:
cf. Za 3,8. Para San Pablo cf. Rm 10,14-18; 1Ts 2,13.
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rior a la muerte de Jesús se determina con la exclamación del
centurión que, a los pies de la cruz, proclama: ¡Verdaderamente
este hombre era justo! (Lc 23,47). Lucas anota: Toda la muchedumbre
que había acudido a aquel espectáculo (griego: theoría; latín: spectacu-
lum) a ver lo que pasaba, se retiraba golpeándose el pecho (Lc 23,48).
El pasaje lucano habla de unidad entre exterioridad e interiori-
dad, de mirada y de arrepentimiento. El acto de ver y el gesto de
golpearse el pecho indican una profunda unidad de la persona,
unidad que se crea misteriosamente ante el Cristo. El termino
theoría (contemplación) designa, pues, el “espectáculo concreto...
de Jesús de Nazaret “Rey de los Judíos” crucificado”13: Cristo
crucificado es el centro de la contemplación cristiana.
Consiguientemente, la contemplación es: “Mirada de fe
fijada en Jesús”14, según las simples palabras del campesino
de Ars a su santo párroco: “Yo lo miro y él me mira”15. Santa
Teresa de Jesús, del mismo modo, explica: “Como acá si dos
personas se quieren mucho y tienen buen entendimiento, aun
sin señas parece que se entienden con sólo mirarse. Esto debe
ser aquí, que sin ver nosotros cómo, de en hito en hito se miran
estos dos amantes, como lo dice el Esposo a la Esposa en los
Cantares; a lo que creo, lo he oído que es aquí”16.
La contemplación es, entonces, la mirada del hombre a Dios
y a la obra de Sus manos (cf. Sal 8,4). Es, con palabras del Beato
Pablo VI, “el esfuerzo de fijar en Él la mirada y el corazón, [...]
y el acto más valioso y más pleno del espíritu”17.
6. Las personas consagradas están llamadas, tal vez hoy
más que nunca, a ser profetas, místicas y contemplativas, a
13 G. Dossetti, «L’esperienza religiosa. Testimonianza di un monaco», en
AA.VV., L’esperienza religiosa oggi, Vita e Pensiero, Milán 1986, 223.
14 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2715.
15 Ibíd.
16 S. Teresa de Ávila, Libro de la vida, 27, 10.
17 Pablo VI, Alocución en ocasión de la última sesión pública del Concilio
Ecuménico Vaticano II, Ciudad del Vaticano (7 de diciembre 1965).
16
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descubrir los signos de la presencia de Dios en la vida cotidia-
na, a convertirse en interlocutores sabios, que saben reconocer
las preguntas que Dios y la humanidad ponen en los surcos de
nuestra historia. El gran desafío es la capacidad de “continuar
viendo a Dios con los ojos de la fe, en un mundo que ignora su
presencia”18.
La vida misma, tal como es, está llamada a convertirse en
el lugar de nuestra contemplación. Cultivar la vida interior no
debe generar una existencia que se sitúa entre el cielo y la tie-
rra, en el éxtasis y en la iluminación, sino una vida que, en la
humilde cercanía a Dios y en la sincera empatía hacia el pró-
jimo, crea y realiza en la historia una existencia purificada y
transfigurada.
Dietrich Bonhoeffer usa la imagen del cantus firmus19 para
explicar cómo el encuentro con Dios permite al creyente con-
templar el mundo, los hombres y las tareas a desarrollar con
una actitud contemplativa, y esta actitud le permite ver, vivir
y gustar en todas las cosas la presencia misteriosa de Dios
Trinidad.
El contemplativo une poco a poco, mediante un largo pro-
ceso, el trabajar por Dios y la sensibilidad para percibirlo; ad-
vierte el rumor de los pasos de Dios en los acontecimientos
de la vida cotidiana, se convierte en experto del susurro de una
brisa suave (1Re 19,12) de la cotidianidad donde el Señor se ha-
ce presente.
En la Iglesia la dimensión contemplativa y activa se entrela-
zan sin que se las pueda separar. La constitución Sacrosantum
concilium subraya la naturaleza teándrica de la Iglesia, que es
“a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos in-
visibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, pre-
sente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de
18 Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 68.
19 D. Bonhoeffer, Lettera a Renata ed Eberhard Bethge, en Opere di Dietrich
Bonhoeffer, v. 8: Resistenza e resa, Queriniana, Brecia 2002, 412.
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suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a
lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación
y lo presente a la ciudad futura que buscamos”20.
Invitamos a volver al principio y fundamento de toda nuestra
vida: la relación con el Misterio del Dios vivo, el primado de la
vida en el Espíritu, la comunión de amor con Jesús, “el centro
de la vida y la fuente continua de toda iniciativa”21, experien-
cia llamada a ser compartida22.
A nosotros, consagrados, nos hará bien recordar que ningu-
na acción eclesial es evangélicamente fecunda si no permanece-
mos íntimamente unidos a Cristo que es la vid (cf. Jn 15,1-11):
Sin mí no podéis hacer nada (Jn 15,5). Quien no permanece en
Cristo no podrá dar nada al mundo, no podrá hacer nada pa-
ra transformar las estructuras de pecado. Se ocupará afanosa-
mente en muchas cosas, tal vez importantes pero no esenciales
(cf. Lc 10,38-42), con el riesgo de correr en vano.
El papa Francisco nos anima: “Jesús quiere evangelizado-
res que anuncian la Buena Noticia no sólo con las palabras,
sino sobre todo con una vida transfigurada por la presencia de
Dios [...]. Evangelizadores con Espíritu significa evangelizado-
res que rezan y trabajan [...]. Es necesario siempre un espacio
interior que confiera sentido cristiano al compromiso y a la
actividad. Sin momentos prolongados de adoración, de en-
cuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor,
fácilmente las tareas se vacían de significado, se debilitan por
el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia
no puede prescindir del pulmón de la oración”23.
20 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia
Sacrosanctum Concilium, 2.
21 Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Socieda-
des de Vida Apostólica, Instrucción Caminar desde Cristo. Un renovado de la
vida consagrada en el Tercer Milenio (19 de mayo de 2002), 22.
22 Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 16.
23 Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 259; 262.
18
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7. En la Iglesia, como cantus firmus, hermanos y hermanas
exclusivamente contemplativos son “signo de la unión exclusiva
de la Iglesia-Esposa con su Señor, profundamente amado”24,
pero esta carta no está dedicada exclusivamente a ellos. Invi-
tamos a profundizar juntos la dimensión contemplativa en el
corazón del mundo, fundamento de toda vida consagrada y
verdadera fuente de fecundidad eclesial. La contemplación pi-
de a la persona consagrada proceder con nuevas modalidades
del espíritu.
Un nuevo modo de entrar en relación con Dios, consigo
mismos, con los otros y con la creación, que de él lleva signifi-
cación25. La persona contemplativa atraviesa todas las barreras
hasta llegar a la fuente, a Dios; abre los ojos del corazón para
poder mirar, considerar y contemplar la presencia de Dios en las
personas, en la historia y en los acontecimientos.
Un encuentro personal con el Dios de la historia, que en
la persona de su Hijo vino a habitar en medio de nosotros (cf. Jn
1,14), y se hace presente en la historia de cada persona, en los
acontecimientos cotidianos y en la obra admirable de la crea-
ción. La persona contemplativa no ve la vida como un obstá-
culo, sino como un espejo que refleja místicamente el Espejo26.
Una experiencia de fe que supera la proclamación oral del
credo, dejando que las verdades contenidas en él se convier-
tan en práctica de vida. La persona contemplativa es ante todo
una persona creyente, de fe, de una fe encarnada y no de una
fe-laboratorio27.
Una relación de amistad, un tratar de amistad28, como afirma
la primera mujer doctor de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús;
24 Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 59.
25 S. Francisco de Asís, Cántico de las Criaturas, 4.
26 Cf. Sta. Clara, Cuarta carta a la Beata Inés de Praga, en FF, 2901-2903.
27 Cf. A. Spadaro, Intervista a Papa Francesco, en La Civiltà Cattolica, 164 (2013/
III), 474.
28 Sta. Teresa de Ávila, Libro de la vida 8, 5.
19
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don de un Dios que desea comunicarse en profundidad con el
hombre, como verdadero amigo (cf. Jn 15,15). Contemplar es
gozar de la amistad del Señor en la intimidad de un Amigo.
Una inmersión en la búsqueda apasionada de un Dios que
habita con nosotros y se pone en continua búsqueda en el ca-
mino de los hombres. La persona contemplativa comprende
que el yo personal registra la distancia entre Dios y ella misma,
y por eso no cesa de ser mendicante del Amado, buscándolo en
el lugar justo, en lo profundo de sí misma, santuario donde
Dios habita.
Una apertura a la revelación y a la comunión con el Dios
vivo por Cristo en el Espíritu Santo29. La persona contempla-
tiva se deja colmar por la revelación y transformar por la co-
munión, se convierte en el icono luminoso de la Trinidad y
deja transparentar en la fragilidad humana “el atractivo y la
nostalgia de la belleza divina”30. Ello acontece en el silencio de
la vida, donde callen las palabras de modo que hable la mira-
da, llena del estupor del niño; que hablen las manos abiertas
que comparten en el gesto de la madre que no espera nada en
cambio; que hablen los pies del mensajero (Is 52,7), capaces de
atravesar fronteras para anunciar el Evangelio.
La contemplación no justifica, pues, una vida mediocre, re-
petitiva, tediosa. “Sólo Dios basta” para aquellos que siguen a
Jesús: es la dimensión intrínseca e indispensable de esta elec-
ción. Con “el corazón vuelto hacia el Señor”31 han caminado
los contemplativos y los místicos de la historia del cristianis-
mo. Para las personas consagradas el seguimiento de Cristo
es siempre un seguimiento contemplativo, y la contemplación es
plenitud de un seguimiento que transfigura.
29 Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las So-
ciedades de Vida Apostólica, La dimensión contemplativa de la vida religiosa
(Plenaria, marzo de 1980), 1.
30 Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 20.
31 Cf. S. Francisco de Asís, Regla no bulada, 19.25.
20
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Buscar
¿Habéis visto al amor de mi alma?
Cantar de los Cantares 3,3
A la escucha
8. Amar significa estar dispuestos a vivir el aprendizaje co-
tidiano de la búsqueda. La dinámica de la búsqueda atestigua
que ninguno se basta a sí mismo, exige encaminarse por un
éxodo hacia lo profundo de sí mismos atraídos por aquella
“tierra sagrada que es el otro”32, para fusionarse con él en la
comunión. El otro, con todo, es misterio, está siempre más
allá de nuestros deseos y de nuestras expectativas; no es pre-
visible, no pide posesión sino cuidado, custodia y espacio de
florecimiento para su libertad. Si esto vale para con la criatura
humana vale tanto más para con Dios, misterio de libertad
suma, de relación dinámica, de plenitud cuya grandeza nos
supera, cuya debilidad, manifestada a través de la Cruz, nos
desarma.
El amor del Cantar de los Cantares es lucha y fatiga, preci-
samente como la muerte (māwet, Ct 8,6), no es idealizado sino
cantado con la conciencia de sus crisis y de sus quebrantos.
La búsqueda comporta fatiga, pide levantarse y ponerse en
camino, pide asumir la oscuridad de la noche. La noche es au-
sencia, separación o alejamiento de aquel que el corazón ama,
y el aposento de la esposa, de lugar de descanso y de sueños,
se transforma en prisión y lugar de pesadillas y de tormentos
32 Cf. Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 169.
21
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(cf. Ct 3,1). La esposa, protagonista principal del drama, busca
al amado, pero Él está ausente. Es necesario buscarlo, salir a
los caminos y a las plazas (Ct 3,2). Desafiando los peligros de la
noche, la esposa, devorada por el deseo de volver a abrazarlo,
lanza la eterna pregunta: ¿habéis visto al amor de mi alma? (Ct
3,3). Es la pregunta gritada en el corazón de la noche, que sus-
cita el gozo del recuerdo del Amado y reabre la herida de una
lejanía insoportable. La esposa no puede dormir.
La noche se torna protagonista en el capítulo 5 del Cantar:
la joven está en su aposento, su amado le llama y pide entrar,
pero ella vacila y él se marcha (Ct 5,2-6). ¿Dinámica de incom-
prensión entre los dos o sueño que se transforma en terrible
pesadilla? El texto prosigue con una nueva búsqueda que tie-
ne el sabor de gran prueba, no sólo emotiva y afectiva, sino
también física, porque la esposa, que afronta sola la noche, es
golpeada por los guardias, herida y despojada de su manto
(Ct 5,7). El amor desafía la noche y sus peligros, es más grande
que todo miedo: No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto
expulsa el temor (1Jn 4,18).
La mujer, en la búsqueda del esposo elabora un conoci-
miento personal de su sentimiento. Escruta su intimidad y
se descubre enferma de amor (Ct 2,5; 5,8). Esta enfermedad ex-
presa la “alteración” de la propia condición, es decir, que del
encuentro con el amado, se siente irreversiblemente marcada,
“alterada”, o sea, transformada en “otra”, dedicada, consagra-
da al otro que llena de sentido sus días. Tal es la condición de
quien ama de veras.
Sólo quien supera la fatiga de la noche con el nombre del
amado en los labios y su rostro impreso en el corazón, segu-
ro del vínculo que los une, puede gustar la fresca alegría del
encuentro. El fuego del amor pone en relación vehemente a
los dos enamorados que, superado el invierno de la soledad,
gustan la primavera de la comunión compitiendo mutuamen-
te para celebrar con pasión y poesía la belleza del otro.
22
Armado Contemplen.pdf 22 25/01/2016 10:41:59 a.m.
El aprendizaje cotidiano de la búsqueda
9. Faciem tuam, Domine, requiram: Tu rostro buscaré, Señor (Sal
26,8). Peregrino en busca del sentido de la vida y envuelto en
el gran misterio que lo circunda, el hombre busca, a veces de
manera inconsciente, el rostro del Señor. Señor, enséñame tus
caminos, instrúyeme en tus sendas (Sal 24,4): nadie podrá qui-
tar nunca del corazón de la persona humana la búsqueda de
Aquél de quien la Biblia dice Él lo es todo (Si 43,27), como
tampoco la de los caminos para alcanzarlo”33.
La búsqueda de Dios aúna a todos los hombres de buena
voluntad; también cuantos se profesan no creyentes confiesan
este anhelo profundo del corazón.
El papa Francisco ha indicado en diversas ocasiones la di-
mensión contemplativa de la vida como un entrar en el mis-
terio. “La contemplación es inteligencia, corazón, rodillas”34,
“capacidad de estupor; capacidad de escuchar el silencio o
sentir el susurro de un hilo de silencio sonoro en el cual Dios
nos habla. Entrar en el misterio nos invita a no tener miedo
de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante aquello
que no entendemos, no cerrar los ojos ante los problemas, no
negarlos, no eliminar los interrogantes [...], ir más allá de las
propias cómodas seguridades, más allá de la pereza y la indi-
ferencia que nos frenan, y ponerse en búsqueda de la verdad,
de la belleza y del amor, buscar un sentido no descontado, una
respuesta no banal a las preguntas que ponen en crisis nuestra
fe, nuestra fidelidad y nuestra razón”35.
33 Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Socieda-
des de Vida Apostólica, Instrucción El servicio de la autoridad y la obediencia.
Faciem tuam, Domine, requiram (11 de mayo de 2008), 1.
34 Francisco, Inteligencia, corazón, contemplación, Meditación matutina en
la Capilla de la Domus Sanctae Marthae, martes, 22 de octubre de 2013, en
L’Osservatore Romano, ed. cotidiana, Año CLIII, n. 243, Roma (23 de octubre
de 2013).
35 Francisco, Homilía en la Vigilia de Pascua en la Noche Santa, Basílica
Vaticana (sábado, 4 de abril de 2015).
23
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10. Entrar en el misterio comporta una búsqueda continua,
la necesidad de ir más allá, de no cerrar los ojos, de buscar
respuestas. El ser humano está continuamente en tensión ha-
cia algo mejor, perennemente en camino, en búsqueda. Y no
falta el riesgo de vivir narcotizados por emociones fuertes,
continuamente insatisfechos. Por esto nuestro tiempo es un
tiempo de naufragio y de caída, de indiferencia y de pérdida
de gusto. Es indispensable ser conscientes de este malestar
que consuma, interceptar los sonidos del alma postmoderna
y despertar en nuestra fragilidad el vigor de las raíces, pa-
ra hacer memoria en el mundo de la vitalidad profética del
evangelio.
La vida cristiana “exige y comporta una transición, una pu-
rificación, una elevación moral y espiritual del hombre; o sea,
exige la búsqueda, el esfuerzo hacia una condición personal,
un estado interior de sentimientos, de pensamientos, de men-
talidad y exterior de conducta, y una riqueza de gracia y de
dones que llamamos perfección”36. Corremos hacia metas de
moda, consumos, poderes y deseos, obligados a una constante
búsqueda de satisfacciones siempre nuevas, estamos en bús-
queda de nuevas, nunca satisfechas: en nuestros días, hombres
y mujeres, en esta búsqueda de lo ilusorio, llegan a saborear la
desesperación que cierra la vida y la apaga.
Ya San Agustín hacía un inteligente diagnóstico poniendo
de relieve que los hombres no siempre son capaces de dar el
salto de cualidad que los incita a ir más allá, a buscar el infi-
nito, porque “vienen a caer en lo que pueden, y con ello se
contentan, y es porque aquello que no pueden, no lo quieren
tanto, como es necesario para que lo puedan”37.
En esta niebla de la conciencia y de los afectos, la experien-
cia del hoy, a veces trágica, despierta la necesidad del encuen-
tro liberador con el Dios vivo; estamos llamados a ser interlo-
36 Pablo VI, Audiencia General, Ciudad del Vaticano (7 de agosto de 1968).
37 S. Agustín, Confesiones X, XXIII, 33.
24
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cutores sabios y pacientes de estos gemidos inenarrables (cf. Rm
8,26-27) para que no se apague la nostalgia de Dios que arde
bajo las cenizas de la indiferencia.
Frente a este reemerger de la búsqueda de lo sagrado no se
puede ignorar cómo –también entre aquellos que se profesan
cristianos–, la fe aparece reducida a breves paréntesis religio-
sos que no tocan los problemas cotidianos. La fe resulta ex-
traña a la vida. Dios no es necesario, no está dentro de la vida
como lo están la familia, los amigos, los afectos más intensos,
el trabajo, la casa, la economía. Esta separación puede afectar
también a nuestra vida consagrada.
Peregrinos en profundidad
11. “Si el hombre es esencialmente un caminante, ello sig-
nifica que está en camino hacia una meta de la cual podemos
decir al mismo tiempo y contradictoriamente que la ve y no la
ve. Pero la inquietud es justamente como el resorte interno de
este progresar”38, incluso en el tiempo del poder técnico y de
sus ideales “el hombre no puede perder ese aguijón sin con-
vertirse en inmóvil y morir”39.
Es únicamente Dios el que suscita la inquietud y la fuerza
de la pregunta, el insomnio que precede al despertarse y al
partir. Es la fuerza motriz del camino, la inquietud ante las
preguntas suscitadas por la vida que impulsa al hombre en la
peregrinación de la búsqueda.
En la raíz de la vida del cristiano está el movimiento fun-
damental de la fe: encaminarse hacia Jesucristo para centrar
la vida en Él. Un éxodo que lleva a conocer a Dios y su amor.
Una peregrinación que conoce la meta. Un cambio radical de
nómadas a peregrinos. El ser peregrinos invita al movimiento,
38 G. Marcel, Homo viator. Prolégomènes à une métaphysique de l’espérance, Au-
bier, París 1944, 26 [trad. nuestra].
39 Ibíd.
25
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a la actividad, al compromiso. El camino a recorrer implica
riesgo, inseguridad, apertura a la novedad, a los encuentros
inesperados.
El peregrino no es simplemente quien se traslada de un
lugar a otro, no delega la búsqueda de la meta, sabe dónde
quiere llegar, tiene un punto de llegada que atrae el corazón y
espolea tenazmente el paso. No nutre solo una vaga búsqueda
de felicidad, sino que mira a un punto preciso, que conoce o
al menos vislumbra, del cual tiene noticia y por el cual se ha
decidido a partir. La meta del cristiano es Dios.
Quaerere Deum (buscar a Dios)
12. San Benito, el incansable buscador de Dios, sostiene que
el monje no es aquel que ha encontrado a Dios: es aquel que
lo busca durante toda su vida. En la Regla pide que se exa-
minen las motivaciones del joven monje para asegurarse en
primer lugar “si revera Deum quaerit”, si verdaderamente busca
a Dios40.
Este es el paradigma de la vida de todo cristiano, de toda
persona consagrada: la búsqueda de Dios, si revera Deum quae-
rit. La palabra latina quaerere no significa únicamente buscar,
ir en búsqueda de algo, esforzarse por obtener, sino también
interrogar, plantear una pregunta. El ser humano es aquel que
pregunta y busca incesantemente. Buscar a Dios, por lo tanto,
significa no cansarse nunca de preguntar, como la esposa del
Cantar: ¿Habéis visto al amor de mi alma? (Ct 3,3).
El fil rouge en la narración del Cantar está cabalmente en el
tema de la búsqueda amorosa, de la presencia saboreada des-
pués de la amargura de la ausencia, del alba acogida después
de la noche, del olvido de sí vivido como una condición para
encontrar al Otro.
40 S. Benito, Regla, 58, 7.
26
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El primer grado del amor es el del amor que busca. El deseo
y la búsqueda son las experiencias dominantes, y el otro es
percibido como la ausente presencia. Los esposos del Cantar
se presentan como mendigos de amor, ardientes buscadores
del amado.
Buscar a Dios significa ponerse en relación con Él y permi-
tir que tal presencia interrogue nuestra humanidad. Esto sig-
nifica no estar nunca satisfechos de lo que hemos alcanzado.
Dios nos pregunta incesantemente: ¿Dónde estás? (Gn 3,9). La
búsqueda de Dios exige humildad: nuestra verdad es revelada
por la luz del Espíritu y en ella reconocemos que es Dios quien
nos busca primero.
“El corazón inquieto es el corazón que no se conforma en
definitiva con nada que no sea Dios, convirtiéndose así en un
corazón que ama. [...] Pero no solo estamos inquietos nosotros,
los seres humanos, con relación a Dios. El corazón de Dios está
inquieto con relación al hombre. Dios nos aguarda. Nos busca.
Tampoco él descansa hasta dar con nosotros. El corazón de
Dios está inquieto [...]. Dios está inquieto por nosotros, busca
personas que se dejen contagiar de su misma inquietud, de su
pasión por nosotros. Personas que lleven consigo esa búsque-
da que hay en sus corazones y, al mismo tiempo, que dejan
que sus corazones sean tocados por la búsqueda de Dios por
nosotros”41.
La razón de nuestra búsqueda nos conduce al amor que an-
tes nos ha buscado y tocado, mientras reconoce su sello. Puede
suceder que la renuncia a buscar haga callar en nosotros la voz
que llama a su realización. Puede suceder que nos detengamos
a gozar de los esplendores que encandilan, satisfechos del pan
que satisface el hambre de un día, repitiendo en nosotros la
elección inicial del hijo perdido (cf. Lc 15,11-32).
41 Benedicto XVI, Homilía en ocasión de la Solemnidad de la Epifanía del
Señor, Basílica Vaticana (6 de enero de 2012).
27
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Puede suceder que el horizonte se restrinja, mientras el co-
razón no espera ya a aquel que viene. Pero Dios viene siempre,
hasta tanto el primado del Amor no se establezca en nuestra
vida. Reaparece la dinámica del Cantar, el juego de la búsque-
da: no podemos imaginar encontrar a Dios de una vez para
siempre.
La búsqueda en la noche
13. Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma; lo
busqué, mas no lo hallé (Ct 3,1). La lectura del Cantar envuelve
en el idilio de un amor de sueño, mientras introduce el sufri-
miento reiterado y vivo del alma enamorada. El amor, expe-
riencia que transforma y no encuentro efímero y breve, invita
a vivir la posibilidad de la ausencia del amado y a veces el
destierro, la ruptura, la separación. De tal posibilidad nace la
espera, la búsqueda recíproca y constante. Un grito del alma
nunca satisfecho. El Cantar nos pone ante un tiempo de crisis
y de confrontación, el momento en el cual uno se reconoce y
acepta después del fuego y la pasión de los comienzos. Es el
momento de amar de un modo diferente. La lejanía se vuelve
búsqueda, mientras la nostalgia que atormenta y hiere se con-
vierte en necesario alimento para el amor.
El deseo
14. El amor a Dios mantiene necesariamente esta línea de
deseo. Dios es invisible, está siempre más allá de todo, nues-
tra búsqueda de Él no está nunca totalmente satisfecha. La
suya es una presencia evasiva: “Dios es Aquel que nos busca
y al mismo tiempo el que se hace buscar. Es Aquel que se
revela y al mismo tiempo se esconde. Es Aquel del cual valen
las palabras del salmo: Tu rostro, Señor, yo busco (Sal 26,8), y
tantas otras palabras de la Biblia, como las de la esposa del
Cantar: Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma; lo
28
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busqué, mas no lo hallé. Me levantaré ahora y recorreré la ciudad;
por las calles y las plazas buscaré al que ama mi alma; lo busqué,
mas no lo hallé (3,1-4). [...] Invitados por las palabras del Can-
tar –lo busqué y no lo hallé–, nos ponemos ante el problema del
ateísmo, o mejor de la ignorancia de Dios. Ninguno de noso-
tros está lejos de dicha experiencia: hay en nosotros un ateo
en potencia que grita y susurra todos los días sus dificultades
para creer”42.
“Si comprehendis, non est Deus”43, escribe Agustín: o sea,
“si piensas haberlo comprendido, ya no es Dios”. La categoría
de la búsqueda salvaguarda la distancia entre la creatura en
búsqueda y el Creador: distancia esencial porque el buscado
no es objeto, sino que es, también él, un sujeto, aún más, es el
verdadero sujeto, porque es aquel que ha buscado, llamado y
amado primero suscitando el deseo de nuestro corazón.
Nuestra búsqueda está llamada a la humildad, puesto que
reconocemos en nosotros mismos la presencia de los “ateos
potenciales”, experimentamos la dificultad de creer, recono-
cemos en nosotros aquella soberbia autosuficiente y a veces
arrogante que nos separa de los otros y nos condena. Buscar
a Dios requiere atravesar la noche y también permanecer lar-
gamente en ella; descubrir la fuerza de la belleza de un cami-
no de fe que sepa detenerse ante la oscuridad de la duda, sin
la pretensión de ofrecer soluciones a toda costa. La fe vivida
nos permitirá igualmente testimoniar a Cristo con el lenguaje
humilde de quien ha aprendido a habitar la noche y a vivir
sus preguntas.
La noche es en la Escritura el tiempo de la dificultad, de
la lucha interior y del combate espiritual, como aconteció a
Jacob en el Yabbok (Gn 32,25). Es de noche cuando Nicodemo
se acerca a Jesús, a escondidas, por miedo a los judíos (Jn 3,2);
42 C. M. Martini, La tentazione dell’ateismo, en Il Corriere della Sera, 16 de no-
viembre de 2007 [trad. nuestra].
43 S. Agustín, Sermón 52, 16.
29
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es de noche cuando Judas se pierde y se sustrae a la amistad
vital con Cristo saliendo del cenáculo (Jn 13,30); es de noche
cuando María de Magdala va al sepulcro (Jn 20,1) y sabe re-
conocer la voz del Amado (cf. Jn 20,11-18), como la esposa
del Cantar de los Cantares (Ct 2,8). La noche es un tiempo de
deseo que se transforma en encuentro si se atraviesa sin du-
dar del amor.
La fe humilde acepta que la travesía oscura hacia el alba
no signifique el paso de la búsqueda a la posesión, sino que
conduzca de la fragmentación que disipa el espíritu a la expe-
riencia unificadora del Resucitado. La vida adquiere dirección,
sentido, mientras día tras día, oración tras oración, prueba tras
prueba, se realiza la peregrinación hacia la respuesta definiti-
va, hacia la paz del alma.
En nuestro tiempo, marcado por fragilidades e insegurida-
des, la contemplación podría ser buscada sin enraizamiento en
la fe, únicamente como “lugar” de quietud, de reposo, como
espacio emotivo, como satisfacción de una búsqueda de sí que
elude compromiso y sufrimiento. La Palabra de Dios, la lec-
tura de algunas experiencias de santidad, atravesadas por el
dolor o por la “noche de la fe”, nos ayudan a evitar la tentación
de evadir la dureza del camino humano.
La esperanza
15. La noche, símbolo oscuro y sombrío, se convierte en
imagen cargada de esperanza en el contexto de la espirituali-
dad bíblica y cristiana. La historia del Espíritu es amasada en
la noche que prepara el día radiante y espléndido, el día de la
luz. El camino a través de la noche oscura está marcado por la
disolución de las seguridades para nacer a una vida nueva. Se
entra en la luz a través de las tinieblas, a la vida a través de la
muerte, al día a través de la noche: ello requiere una vida de
fe. Un tiempo en el cual la persona es invitada a permanecer
en Dios. Es el tiempo en el cual los que están en búsqueda son
30
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invitados a pasar de la experiencia de ser amados por Dios a la
de amar a Dios simplemente porque es Dios.
San Juan de la Cruz ha definido la noche oscura como la
experiencia espiritual en la que se alternan turbación, aridez,
impotencia, dolor y desesperación; una noche del espíritu de
los sentidos, un paso hacia la perfecta unión de amor con Dios.
Teresa de Ávila, en plena reforma del carmelo, narra: “Todas
las mercedes que me había hecho el Señor se me olvidaban.
Sólo quedaba una memoria como cosa que se ha soñado, para
dar pena. Porque se entorpece el entendimiento de suerte que
me hacía andar en mil dudas y sospecha, pareciéndome que
yo no lo había sabido entender y que quizá se me antojaba y
que bastaba que anduviese yo engañada sin que engañase a
los buenos. Parecíame yo tan mala, que cuantos males y here-
jías se habían levantado me parecía eran por mis pecados”44.
Numerosos son los ejemplos, desde Francisco de Asís a Te-
resa de Lisieux, desde Gema Galgani a Bernardita Subirous,
desde el Padre Pío a Teresa de Calcuta que escribe: “Hay tanta
contradicción en mi alma, un profundo anhelo de Dios, tan
profundo que produce dolor, un sufrimiento continuo, y con
esto el sentimiento de no ser amada por Dios, rechazada, va-
cía, sin fe, sin amor, sin celo. El cielo no significa nada para mí,
se me presenta como un lugar vacío”45. La tiniebla se convierte
en lugar del amor sometido a prueba, de la fidelidad y de la
misteriosa cercanía de Dios.
O vere beata nox, “¡Qué noche tan dichosa!”46, cantamos en
la noche de Pascua, y anunciamos la resurrección y la victoria.
La noche se convierte en tiempo y camino para la venida del
Esposo que une consigo, y en el abrazo transforma el alma,
como canta el místico español:
44 S. Teresa de Ávila, Libro de la vida, 30, 8.
45 Beata Teresa de Calcuta, Vieni e sii la mia luce, ed. por B. Kolodiejchuk,
BUR, Milán 2009 [trad. nuestra].
46 Misal Romano, Pregón pascual.
31
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“¡Oh noche que me guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!”47.
47 S. Juan de la Cruz, Poesías, V, La noche oscura, 5-8.
32
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Habitar
Mi amado es para mí y yo soy para mi amado.
Cantar de los Cantares 2,16
A la escucha
16. El Cantar de los Cantares se entreteje entre el hilo de la
búsqueda y del hallazgo, en una armoniosa epifanía de en-
cuentro y de contemplación recíproca según un registro lin-
güístico bien preciso: el de la alabanza. La alabanza involucra
todo el cuerpo, lugar concreto de relación con el otro: labios,
dientes, mejillas, cuello, cabellos, senos, manos, piernas y, en
particular, los ojos que lanzan señales de amor, tanto que son
comparados con palomas (Ct 1,15; 4,1; 5,12).
La plenitud del corazón se expresa a través del lenguaje
conmemorativo de los cuerpos. El elogio de la belleza del cuer-
po es leído a través del lenguaje de la naturaleza, de las cons-
trucciones, del arte orfebre, de las emociones. El universo con-
fluye en el cuerpo de quien se ama, y la persona amada apa-
rece presente en el universo. La palabra se consagra al amor y
aparece el léxico de la comunión. El amor se convierte en un
dialogo continuo y vivaz que capta la belleza y la celebra. A la
alabanza del esposo: ¡Cuán bella eres, amada mía, cuán bella
eres! (Ct 1,15), sigue la de la esposa: ¡Qué hermoso eres ama-
do mío qué delicioso! (Ct 1,16). Estas palabras “bendicientes”
sanan las heridas producidas por el lenguaje de la acusación,
evidentes en la relación entre el hombre y la mujer después del
pecado original (cf. Gen 3,12), y permiten el restablecimiento
de la igualdad, de la reciprocidad y de la mutua pertenencia:
33
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Mi amado es para mí y yo soy para mi amado (Ct 2,16), Yo soy
para mi amado y mi amado es para mí (Ct 6,3), Yo soy para mi amado
y su deseo hacia mí tiende (Ct 7,11), expresión que parece poner
fin al castigo divino expresado en Génesis (3,16). El lenguaje
del elogio y de felicitación crea una armonía relacional que se
refleja también en la creación, la cual no está nunca separada
de las vicisitudes humanas (cf. Rm 8,22-23) y sintoniza con el
corazón humano en fiesta a través de una danza de colores,
perfumes, sabores y sonidos.
También Dios, fascinado por su criatura, la reviste de elo-
gios, como hace con María cuando la saluda con el apelativo
llena de gracia (kecharitoméne, Lc 1,28), proclamándola así una
obra de arte de belleza. La criatura responde con el Magnificat
(Lc 1,46-55), introduciendo en la historia la fuerza de la alaban-
za que dilata el corazón humano y lo introduce en una relación
auténtica con Dios.
17. La palabra que brota para liberar el amor tiende al en-
cuentro, a la unión. El Cantar de los Cantares se abre con el
deseo que florece en los labios de la esposa, protagonista prin-
cipal del drama, y manifiesta el deseo de encontrarse con el
amado, físicamente ausente pero presente en el corazón y en
los pensamientos. La boca del esposo se convierte en una fuen-
te en la que apagar la sed y embriagarse: ¡Que me bese con los
besos de su boca! Sí, mejor que el vino es tu amor. Embriagan-
tes son tus perfumes por la fragancia, aroma que se difunde
es tu nombre: por eso las jóvenes se enamoran de ti (Ct 1,2-3).
Los besos del Esposo (dodîm) son calificados como tôbîm, “bue-
nos”, o sea presentan la cualidad constitutiva de todo aquello
que ha salido de las manos del Creador (cf. Gn 1,4), acordes
con el designio divino originario. Ellos representan una litur-
gia de comunión, un acceso a la respiración del otro, un gozo
superior a la embriaguez que comunica el vino: gozaremos y nos
alegraremos por ti, recordaremos tu amor más que el vino (Ct 1,4).
Al amado no se le puede resistir, porque el amor es una reali-
dad ineludible; es tan fuerte que puede compararse sólo con
34
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la muerte (Ct 8,6), una realidad con la increíble fuerza atractiva
que lleva a los dos a ser una sola cosa.
18. Esto vale sea para la vida conyugal (cf. Gn 2,24) como
para la vida consagrada que vive, de modo semejante, el di-
namismo del amor esponsal con Cristo (cf. 1Co 6,17). Ella, en
efecto, florece en el amor, un amor que fascina, embarga los
deseos más profundos, toca las fuentes, solicita el deseo del
don. Nace como respuesta de amor a un Dios que se entre-
gó sin reservas, respuesta a un amor gratuito que no se posee
sino que se acoge. “Tal amor abarca a toda la persona, espí-
ritu y cuerpo, sea hombre o mujer, en su único e irrepetible
“yo” personal. Aquél que, dándose eternamente al Padre, se
“da” a sí mismo en el misterio de la Redención, ha llamado al
hombre a fin de que este, a su vez, se entregue enteramente a
un particular servicio a la obra de la Redención mediante su
pertenencia a una comunidad fraterna, reconocida y aprobada
por la Iglesia”48.
Esa dinámica de búsqueda y de unión es un recorrido nun-
ca acabado en plenitud. A la persona llamada se le abre el ca-
mino de la conversión y de la oración. En ellas el deseo se hace
transformación y purificación, alabanza, y forma en la Belleza
que atrae y une. “Este conocimiento cálido y profundo de Cris-
to se realiza y profundiza cada día más, gracias a la vida de
oración personal, comunitaria y litúrgica”49.
En la forma de la belleza
19. En el corazón de la identidad cristiana, como fuerza que
plasma su forma, está la revelación de Dios como creación y
salvación, esplendor manifestado de una vez para siempre en
Cristo y en su Pascua. En el Hijo y en su vida terrena Dios
actúa la intención de hacerse conocer y de revelar la criatura a
48 Juan Pablo II, Ex. Ap. Redemptionis donum (25 de marzo de 1984), 3.
49 Ibíd, 8.
35
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sí misma: “Estamos marcados por Dios en el Espíritu. Como,
en efecto, morimos en Cristo para renacer, así también somos
sellados por el Espíritu para poder llevar su esplendor, su ima-
gen y su gracia”50. Resuena en estas palabras el reconocimien-
to recíproco de los orígenes. Dios expresa a la criatura humana
su complacencia: Vio cuanto había hecho y he aquí que era
cosa muy buena (Gn 1,31). La une consigo mediante un amor
que la reconoce bella: Cuán bella eres, amada mía, cuán bella
eres (Ct 1,15); amor absoluto e inextinguible: Yo soy para mi
amado y su deseo tiende hacia mí (Ct 7,11).
Detenemos la mirada contemplativa en el misterio de la be-
lleza, del que somos expresión. La tradición de Occidente y la
de Oriente nos introducen y nos iluminan en la forma cristiana
de la belleza, su unicidad, su significado último. En la doloro-
sa exclamación de las Confesiones: “¡Tarde te amé, hermosura
tan antigua y tan nueva!”51, encontramos el grito del alma hu-
mana de todos los tiempos. Resuena en ella la necesidad de un
camino que conduzca de la belleza a la belleza, de lo penúlti-
mo al último, para volver a encontrar el sentido y la medida
de todo lo que existe en el fondo de toda belleza: “He aquí que
tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba bus-
cando; y deforme como era, me lanzaba sobre las bellezas de
tus criaturas [...]. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera”52.
20. La Iglesia, en el canto de las vísperas del tiempo cuares-
mal y de la Semana Santa introduce el salmo 44 con dos textos
de la Escritura que parecen contraponerse. La primera clave
interpretativa reconoce a Cristo como el más bello entre los
hombres: Tú eres el más bello de los hombres, en tus labios se derra-
ma la gracia (Sal 44). La gracia derramada de los labios indica la
belleza interior de su palabra, la gloria de la verdad, la belleza
50 S. Ambrosio, El Espíritu Santo, I, 6, 79.
51 S. Agustín, Confesiones, X, 27, 38.
52 Ibíd.
36
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de Dios que nos atrae y nos produce la herida del amor. En la
Iglesia-Esposa, nos hace caminar hacia el Amor que ha impreso
en nosotros su forma. Vivimos en la forma de la belleza, no co-
mo nostalgia estética, sino como referencia primera a la verdad
que nos habita: Tu Dios será tu esplendor (Is 60,19; cf. Sb 8,2).
El segundo texto de la escritura nos invita a leer el mismo
salmo desde una clave interpretativa diferente, refiriéndolo a
Isaías: No tenía apariencia ni presencia; y no tenía aspecto que pudiése-
mos estimar (Is 53,2). ¿Cómo se pueden poner de acuerdo ambas
cosas? El más bello entre los hombres es miserable en su aspecto,
tanto que no se lo quiere mirar. Pilatos lo presenta a la muche-
dumbre diciendo: Ecce homo (Jn 19,5), para suscitar piedad hacia
el Hombre desfigurado y abofeteado. Hombre sin rostro.
21. “¿Un Jesús feo y deforme? ¿Un Jesús bello y más agra-
dable que cualquier otro hombre? Sí, lo dicen dos trompetas
que suenan en modo diferente, pero con un mismo Espíritu
que sopla dentro. La primera trompeta dice: Bello en su rostro
más que los hijos de los hombres; y la segunda, con Isaías, dice: Lo
hemos visto: no tenía belleza ni parecer... No renuncies a sentirlas
a ambas, trata en cambio de escucharlas y comprenderlas”53.
San Agustín compone las contraposiciones –no contradic-
ciones– manifestando el esplendor de la verdadera belleza,
la misma verdad. Quien cree en Dios que se ha manifestado
como amor hasta el final (Jn 13,1) en el cuerpo torturado de
Cristo crucificado, sabe que la belleza es verdad y la verdad
es belleza. En Cristo sufriente, sabe también que la belleza de
la verdad incluye ofensa y dolor hasta el oscuro misterio de la
muerte. En la aceptación del dolor, sin ignorarlo, puede rea-
lizarse nuestro encuentro con la Belleza, también cuando los
débiles ojos o un corazón herido por el mal son incapaces de
captar su trama misteriosa y fecunda54.
53 S. Agustín, Comentario a la primera carta de Juan, 9, 9.
54 Cf. J. Ratzinger, La corrispondenza del cuore nell’incontro con la Bellezza, en
30 Giorni, n. 9, septiembre de 2002, 87.
37
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22. Es el Verbo encarnado la vía para la belleza última:
“Nuestra vida verdadera descendió acá y tomó nuestra muer-
te, y la mató con la abundancia de su vida, y dio voces como
de trueno, clamando que retornemos a él”55. El Verbo Jesús nos
conduce a la fuente de la belleza, nos atrae con lazos de amor:
¡Cuán bello eres, amado mío, qué delicioso! (Ct 1,16). La be-
lleza recorre un segundo movimiento: el amor de respuesta.
Dicho amor se mueve, para encontrar, para contemplar; em-
prender el viaje suscitado por el amor que viene a nosotros
como gracia y libertad.
Somos invitados a caminar hacia el encuentro y a habitar
en Él, mientras Dios nos restituye a la identidad bella: Cuando
Moisés bajó del monte Sinaí... no sabía que la piel de su rostro se ha-
bía vuelto radiante, puesto que había conversado con Él (Ex 34,29).
23. La tradición mística custodia la belleza en el silencio, no
desea violarla. La vía de la belleza requiere destierro, retiro,
tensión que unifica. Es la línea que une la teología monástica
con la gran floración de la mística entre el tardo Medievo y los
albores de la Edad Moderna.
Viene a la memoria la afirmación del Pseudo Dionisio Areo-
pagita: “También en Dios el eros es extático, en cuanto que no
permite que los amantes se pertenezcan a sí mismos, sino sólo
al amado... Por eso también Pablo, el grande, totalmente ga-
nado por el eros divino, y habiendo llegado a participar de su
fuerza extática, grita con voz inspirada: “No soy ya yo quien
vive, es Cristo quien vive en mí”. Habla como un verdadero
amante, como uno que, según sus mismas palabras, ha salido
extáticamente de sí para entrar en Dios y no vive más con vida
propia, sino con la del amado infinitamente amable”56. La divi-
nización comienza ya en la tierra, la criatura es transfigurada y
el reino de Dios inaugurado: el esplendor de Dios en la forma
eclesial del ordo amoris arde en el humano como existencia y
55 S. Agustín, Confesiones, IV, 12, 19.
56 Dionisio Areopagita, De divinis nominibus 4, 13.
38
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nuevo estilo de vida. Esta vida que yo vivo en el cuerpo, la vivo
en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí
(Ga 2,20).
24. La belleza es éxtasis. No la alcanza sino quien se pier-
de, quien acepta realizar un viaje interior que paradójicamente
conduce fuera del propio yo en el movimiento del amor: Mi
amado es para mí, y yo soy para mi amado (Ct 2,16); Yo soy para mi
amado y mi amado es para mí (Ct 6,3). La experiencia que nos re-
laciona con el Señor, deseada y buscada, se convierte en lugar
teologal en el que el alma se reconoce a sí misma y encuentra
morada: “Dios mío, yo os contemplo en el cielo de mi alma, y
me abismo en Vos”57. En este abismo donde todo se resuelve
en unidad y paz, donde misterioso y silente habita Dios, el in-
efable, el otro: “Dios del cual es bello todo lo que es bello y sin
el cual nada puede ser bello”58.
Santa María Magdalena de Pazzi narra la experiencia místi-
ca que la que conoce el esplendor de Dios y de la criatura vista
en Dios: el alma, unida al Verbo passus et gloriosus, percibe el
injerto de lo humano en lo divino, embelesada en la vida trini-
taria, en el orden del amor59.
La belleza que hiere
25. La belleza convoca al éxtasis, mientras su acción de
amor abre en nosotros la posibilidad de conciencia, de camino,
de vulnerabilidad conocida y acogida.
La belleza toca a la persona humana, la hiere y cabalmente
de ese modo le da alas, la eleva hacia lo alto con un deseo tan
potente que la lleva a aspirar más de cuanto al hombre le sea
57 B. Elías de S. Clemente, Escritos, OCD, Roma 2006, 431.
58 Cf. Acardo de S. Víctor, De unitate Dei et pluralitate creaturarum, 1, 6 [trad.
nuestra].
59 S. María Magdalena de Pazzi, I colloqui, parte segunda, en Tutte le opere,
v. 3, CIL, Florencia 1963, 226.
39
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conveniente aspirar: “Esos hombres han sido tocados por el
Espíritu mismo; Él mismo ha mandado a sus ojos un rayo ar-
diente de su belleza. La anchura de la herida revela ya cuál sea
la flecha, y la intensidad del deseo deja intuir quién es el que
ha lanzado el dardo”60. Así Nicolás Cabasilas se refiere a la be-
lleza que hiere, reconoce en ella sea la presencia de Cristo sea
el vulnus que en nosotros grita como deseo de plenitud. Heri-
da que nos remite a nuestro destino ultimo y a nuestra misión.
El papa Francisco nos lo recuerda: “Quien quiera predicar, pri-
mero debe estar dispuesto a dejarse conmover por la palabra y
a hacerla carne en su existencia concreta [...]; tiene que aceptar
ser herido por esa palabra que herirá a los demás”61.
26. En el camino que nos conduce al Hijo somos invitados a
tomar conciencia de la posible deformación de la imagen ori-
ginaria que vive en nosotros, y de la vocación a renacer de lo
alto. Tal conciencia tiene que ser vivida en lo cotidiano, asu-
miendo el riesgo de una mirada exigente que no se contenta
con una visión estrecha, sino que se ejercita en ver y manifes-
tar la hermosura de la forma cristiana. Se nos pide ejercitar
la mirada, volverla simple, purificada, penetrante. Búsqueda
cotidiana para permanecer en el encuentro, para reconocer las
costumbres que pueden falsearlo, las perezas que pueden vol-
vernos sordos: ¡Yo dormía, pero mi corazón velaba! La voz de
mi amado que llama”: Ábreme, hermana mía, amada mía...”
(Ct 5,2).
La luz del Espíritu viene a tocarnos de infinitos modos y su
visita abre en nosotros una herida, poniéndonos en un estado
de paso. Nos pide hacer nuestras las exigencias y los modos
del Amado. Ella desintegra nuestras seguridades. No es fácil
habitar entre los despojos de lo que la gracia ha demolido. La
tentación nos incita a reconstruir, a obrar. Nosotros, consagra-
60 N. Cabasilas, La vita in Cristo, Città Nuova, Roma 1994, en J. Ratzinger,
La corrispondenza del cuore nell’incontro con la Bellezza, en 30 Giorni, n. 9, sep-
tiembre de 2002, 89.
61 Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 150.
40
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dos y consagradas, a veces encontramos en el activismo misio-
nero el bálsamo que mitiga la herida producida en nosotros
por la gracia. Vislumbramos los pasos que hay que dar, pero
tenemos miedo de ellos: Me he quitado mi túnica; ¿cómo ponér-
mela de nuevo? He lavado mis pies; ¿cómo volverlos a manchar? (Ct
5,3). Es necesario vivir la herida, habitar en la conversión.
27. El Espíritu nos hace estar en conversión (metanoeìn =
shub), nos da la vuelta. El término metanoeìn subraya un vuelco
y revela que en nosotros es alterado el nous, o sea el fondo es-
piritual, el corazón más profundo. Habitar en la conversión es
actitud contemplativa, sorpresa que se renueva cada día y no
conoce fin en Cristo Jesús.
Extraños a la conversión nos volvemos extraños al amor.
Resuena así la invitación que se nos hace a nosotros, consagra-
dos y consagradas, a la humildad que reconoce que solos no
podríamos permanecer en la conversión. Ella no es fruto de
buenos propósitos, es el primer paso del amor: ¡Una voz! ¡Mi
amado! (Ct 2,8).
Puede acontecer que, sumergidos en el flujo de la acción,
dejemos de invocar (Lm 5,21; cf. Jr 31,18) y de escuchar la voz
que invita: ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven, pron-
to! (Ct 2,10). Los paradigmas de referencia –pensamientos,
tiempos de oración, decisiones, acciones– no tienen ya el sa-
bor de la espera, del deseo, de la escucha renovada. Entran en
nosotros otras referencias y otras necesidades no pertinentes
a Cristo y a la conformación con él. El episodio de los hijos
de Zebedeo narrado en Mateo es emblemático (Mt 20,17-28).
Muestra a los dos discípulos velados por una sombra de mez-
quindad de sentimientos, aun queriendo estar cerca de Jesús.
Seguían, como nosotros, al Maestro, pero su corazón estaba
endurecido. Con un proceso lento, tal vez inadvertido, el co-
razón se aridece, no logra leer ya en modo sapiencial, se hace
impasible y se marchita, perdiendo la mirada que contempla.
No es la dureza del corazón del ateo, es la dureza del corazón
de los apóstoles, a menudo, como observa Marcos, censurada
41
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por Jesús: ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la
mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís?
(Mc 8,17-18).
También nosotros, que seguimos a Jesús según el evange-
lio, podemos estar sujetos a este progresivo aridecerse del co-
razón. Formalmente fieles, reemergen en nosotros intereses,
razonamientos y evaluaciones mundanas. Se apaga la contem-
plación, se oscurece la belleza.
28. El papa Francisco denuncia continuamente la actitud
de vida que él define como mundanidad: “Despojarse de to-
da mundanidad espiritual, que es una tentación para todos;
despojarse de toda acción que no es por Dios, no es de Dios...
despojarse de la tranquilidad aparente que dan las estructu-
ras, ciertamente necesarias e importantes, pero que no deben
oscurecer jamás la única fuerza verdadera que lleva en sí: la de
Dios. Él es nuestra fuerza. Despojarse de lo que no es esencial,
porque la referencia es Cristo”62. En la Evangelii gaudium ad-
vierte: “La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de
apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es
buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el
bienestar personal. Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos:
¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os glorificáis unos a
otros y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios?
(Jn 5,44). Es un modo sutil de buscar sus propios intereses y no
los de Cristo Jesús (Flp 2,21)”63.
29. No se avanza en el camino espiritual sin apertura a la
acción del Espíritu de Dios mediante la fatiga de la ascesis y,
en particular, del combate espiritual. “Nuestro Señor añade
que el camino de la perfección es estrecho. Para dar a entender
que, para ir por el camino de la perfección no sólo [el alma]
62 Francisco, Discurso en ocasión del encuentro con los pobres asistidos por
la Caritas, Asís (4 de octubre de 2013).
63 Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 93; cf.
93-97.
42
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ha de entrar por la puerta angosta, vaciándose de lo sensitivo,
más se ha de estrechar, desapropiándose y desembarazándose
propiamente en lo que es la parte del espíritu [...]. Pues es trato
en que sólo Dios se busca y se granjea, sólo Dios es el que se
ha de buscar y granjear”64. Es necesario abrir la puerta y salir,
buscar para encontrar, sin temor a los golpes: Le busqué y no le
hallé, le llamé y no me respondía...; me golpearon, me hirieron, me
quitaron de encima mi chal los guardias de las murallas (Ct 5,6-7).
Resuena la llamada constante: “La vocación de las personas
consagradas a buscar ante todo el Reino de Dios es, princi-
palmente, una llamada a la plena conversión, en la renuncia
de sí mismo para vivir totalmente en el Señor, para que Dios
sea todo en todos. Los consagrados, llamados a contemplar
y testimoniar el rostro transfigurado de Cristo, son llamados
también a una existencia transfigurada”65. El corazón conoce la
herida y la vive, mientras el Espíritu en lo más hondo nos abre
a la oración contemplativa.
La belleza que busca
30. La oración se sitúa entre nuestra debilidad y el Espíritu.
Brota de lo profundo de lo humano –anhelo, búsqueda, ejer-
cicio, camino– como de una herida provocada por la gracia.
Como fuente de agua viva transporta, empuja, excava, brota
(cf. Jn 4,10), hace florecer. La oración es un nacimiento interior:
nos hacemos conscientes de una vida presente en nosotros que
germina y crece en el silencio. Para los místicos orar significa
percibir nuestra realidad más honda, el punto en el cual lle-
gamos a Dios, donde Dios nos toca mientras nos recrea: lugar
sagrado del encuentro. Lugar de la vida nueva: Porque, mira, ha
pasado ya el invierno... He aquí que el invierno ha pasado... aparecen
las flores en los campos... La higuera ha dado los primeros frutos y
64 S. Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, 2, 7, 3.
65 Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996),
35.
43
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las vides en ciernes exhalan su fragancia (Ct 2,11a.12a.13a). A este
lugar hay que dirigirse con la voluntad y la fidelidad de quien
ama: Hazme saber, amado de mi alma, dónde apacientas el rebaño,
dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no ande yo como va-
gabunda tras los rebaños de tus compañeros (Ct 1,7). En el fresco
de la creación –que admiramos en la Capilla Sixtina– Miguel
Angel Buonarroti nos hace contemplar el dedo del Padre que
roza el dedo de Adán sugiriendo un misterio. La comunión
iniciada no tendrá fin.
31. La contemplación orante es sello del Amado: pura gra-
cia en nosotros. La única actitud es la espera como grito. El
lenguaje bíblico y el de los Padres utilizaba el verbo hypomé-
nein y el sustantivo hypomoné: estar debajo, acurrucarse y estar
firmes, esperando que nos acontezca algo. La invocación de
ayuda: ¡Desde lo hondo a ti grito, Señor! (Sal 129,1) osa expre-
sar con un grito ante el rostro de Dios mi desesperación, mi
deseo de contemplar su Rostro. Los monjes comenzaron a usar
el nombre de Jesús como súplica: “¡Jesús, ayúdame! ¡Jesús sál-
vame! ¡Jesús, ten misericordia!”. El alma planta la tienda y ha-
bita en el Nombre, mora en el amor. Contempla.
32. La oración nos conduce así al centro de nuestro ser, nos
entrega a Jesús, mientras sana nuestro yo, restaura nuestra
unidad: “El divino Maestro está en el fondo de nuestra alma
como lo estaba en el fondo de la barca de Pedro... Tal vez pa-
rezca que duerme, pero está siempre allí; pronto a salvarnos,
pronto a escuchar nuestra súplica”66.
San Juan de la Cruz canta: “¿Qué más quieres, ¡oh alma!, y
qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus rique-
zas, tus deleites, tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu
Amado, a quien desea y busca tu alma? Gózate y alégrate en
tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca. Ahí le
desea, ahí le adora, y no le vayas a buscar fuera de ti, porque
te distraerás y cansarás y no le hallarás ni gozarás más cierto,
66 Beato Carlos de Foucauld, Opere spirituali, Ed. San Paolo, Roma 1997, 144.
44
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ni más presto, ni más cerca que dentro de ti”67. La tradición bi-
zantina usa una expresión figurada: la mente (nous) baja al co-
razón. La inteligencia abandona las propias elucubraciones y
se une al corazón que invoca: Ponme como sello sobre tu corazón,
como un sello en tu brazo; porque es fuerte el amor como la muerte,
obstinado como el seol, el celo. Saetas de fuego son sus saetas, una
llama de Yahvéh (Ct 8,6). El ser todo entero entra en la vida de
Dios, es sanado, integrado en la acción del Espíritu: el Amor
le restituye la belleza. La contemplación se convierte en herida
del Amado que nos busca, presencia que nos habita:
“¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!”68.
En el ejercicio de lo verdadero
33. La belleza es “esplendor de lo verdadero”, “floritura y
ejercicio del ser”, afirma la filosofía antigua retomada por To-
más; o sea, es manifestación de la realidad de la vida que cada
uno lleva en su interior: lo verdadero. El misterio del ser se
presenta a nuestra conciencia como belleza que genera estu-
por, maravilla. No nos asombra lo comprensible, sino lo que
está más allá de nuestra comprensión; no el aspecto cuantita-
tivo de la naturaleza, sino su cualidad; no lo que se extiende
más allá del tiempo y del espacio, sino el significado verdade-
ro, la fuente y el término del ser: en otras palabras, lo inefa-
ble69. Es la vida que brilla, se manifiesta y desborda a pesar de
67 S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual B, estrofa I, 8.
68 Id., Llama viva de amor B, Prólogo, 4.
69 Cf. A. J. Heschel, L’uomo alla ricerca di Dio, Ed. Qiqajon, Comunidad de
Bose 1995.
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los velos que la esconden y custodian. Para intuir lo inefable y
captar su esencia es necesario que nuestro corazón habite en
el misterio, y al mismo tiempo habite en la historia con estilo
contemplativo.
Llamamos “consagrada” a nuestra vida y nos preguntamos
si este adjetivo no ha perdido el fulgor vivo del misterio que
la habita y se manifiesta en ella como forma cotidiana. Nues-
tra vida consagrada, en efecto, expresa un estilo, un modo de
habitar el mundo: tiene una tarea al mismo tiempo heurística
(encuentra, descubre, hace visible) y hermenéutica (interpreta,
explica, hace entender).
La santidad que acoge
34. La tradición cristiana toma conciencia de su particulari-
dad –de su estilo, de su forma– descubriendo en sí la capaci-
dad de asumir las condiciones impuestas por la historia y por
las culturas, en la inteligencia de la fe que la origina. La unidad
que corre entre la misión de Cristo y su vida se encarnan en
el estilo, en la forma cristiana en cada momento de la historia.
Contemplamos el estilo de Cristo. Dicho estilo expresa la
singular capacidad de Jesús de habitar en el Padre en la ca-
ridad del Espíritu, mientras aprende de todo individuo y de
toda situación (cf. Mc 1,40s.; 5,30; 7,27-29). Esta actitud no es
signo de debilidad, sino de autoridad, de fuerza y santidad.
Él es luminoso porque en él oración, pensamientos, palabras
y acciones concuerdan y manifiestan la simplicidad y la uni-
dad de su ser. Su resplandor de Hijo del Padre no confunde,
sino que se acerca a nosotros de modo discreto, se aparta en
favor de todos y cada uno. Crea espacio de libertad en torno
a sí, comunicando con su sola presencia benévola cercanía.
En este encuentro las personas descubren su identidad más
profunda. Reconocen su verdad: el misterio de ser hijos e hijas
de Dios.
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El estilo de Cristo evidencia que él mira con los ojos de Dios
amor. Los que han encontrado a Jesús pueden reemprender el
camino, porque lo esencial de la propia existencia les ha sido
desvelado y por lo tanto conocido. El hombre Jesús de Nazaret
es manifestación de Dios, y en él habita corporalmente la plenitud
de la divinidad (Col 2,9). Es el hombre Jesús de Nazaret el que las
personas consagradas están llamadas a seguir en una vida per-
sonal y comunitaria, que sea ante todo humana y humanizada.
Cristo nos enseña a vivir en este mundo con sobriedad, con
justicia y piedad (Tt 2,12); en tal estilo nuestra humanidad pu-
rificada y vivificada por la exigencia de la contemplación, es
cotidianamente liberada de la mentira para convertirse en lu-
gar humano y santo que acoge, en eco y narración de la vida
de Jesús, aún con sus límites y en la finitud. Aprendamos el
estilo que la didaché llama “los modos del Señor”70. La sequela
Christi, nos recuerda el papa Francisco, encuentra en la huma-
nidad santa de Cristo el modelo de la propia humanidad para
testimoniar como Él “ha vivido en esta tierra”71.
La escucha que ve
35. El estilo de Cristo se aprende a partir de la escucha. So-
mos invitados al empeño de un estilo contemplativo, en el que
la palabra resplandezca en nuestro vivir de hombres y muje-
res: en los pensamientos, en el silencio orante, en la fraterni-
dad, en nuestros encuentros y diaconías, en los lugares que ha-
bitamos y en los que anunciamos la gracia de la misericordia,
en las opciones, en las decisiones, en los caminos formativos
seguidos de modo constante y fructuoso.
La persona consagrada encuentra en la escucha de la Pala-
bra de Dios el lugar en el cual se pone bajo la mirada del Señor,
70 Didaché, 11,8.
71 A. Spadaro, «Svegliate il mondo!». Colloquio di Papa Francesco con i Superiori
Generali, en La Civiltà Cattolica, 165 (2014/I), 7.
47
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y aprende de Él a mirarse a sí misma, a los otros y al mundo.
La Carta a los Hebreos (4,13) muestra eficazmente este entre-
cruzarse de miradas: Ante la Palabra de Dios (lógos tou theou)
no hay criatura que pueda esconderse, sino que todo está desnudo y
manifiesto a sus ojos, y nosotros debemos dar cuenta a ella (ho lógos).
La Palabra nos ve, nos mira, nos observa, nos interpela y nos
envuelve, sus ojos son como una llama de fuego (cf. Ap 19,12).
La contemplación cristiana nace y crece en el ejercicio de una
escucha obediente (ob-audire), ininterrumpida. Si es Dios el que
habla, el creyente es una persona llamada a escuchar; el con-
templativo es la persona que escucha incesantemente. Vemos a
través del oído en una relación de alianza, de cumplimiento, de
gozo. Ejercicio activo, amor y deseo de lo verdadero: ¡Escuchad
mi voz! Y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; caminad
siempre por el camino que os indicaré, para que seáis felices (Jr 7,23).
36. Esta síntesis entre escuchar y ver “la posibilita la persona
concreta de Jesús, que se puede ver y oír [...]. En este sentido,
Santo Tomás de Aquino habla de la oculata fides de los Apóstoles
–la fe que ve– ante la visión corpórea del Resucitado. Vieron a
Jesús resucitado con sus propios ojos y creyeron, es decir, pu-
dieron penetrar en la profundidad de aquello que veían para
confesar al Hijo de Dios, sentado a la derecha del Padre [...].
Cuando estamos configurados con Jesús, recibimos ojos ade-
cuados para verlo”72. Llamados a la escucha cultivamos un co-
razón dócil (1Re 3,9), y pedimos sabiduría e inteligencia (cf. 1Re
3,12) para discernir lo que viene de Dios y lo que es su contrario.
La escucha de la Palabra supone vigilancia (cf. Hb 2,1-3),
atención a lo que se escucha (cf. Mc 4,24), conciencia de a quién
se escucha (cf. Jr 23,16) y de cómo se escucha (cf. Lc 8,18). Tere-
sa de Ávila recuerda: “No llamo, en efecto, oración la de aquel
que no considera con quién habla, quién es el que habla, qué
pide y a quién pide”73.
72 Francisco, Carta Enc. Lumen fidei (29 de junio de 2013), 30-31.
73 S. Teresa de Ávila, Castillo interior, Primeras mansiones, I, 7.
48
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Este ejercicio permite iluminar el caos del propio yo, aco-
giendo la mirada misericordiosa y compasiva, si bien exigente,
de Cristo Señor, que lleva a la persona consagrada a una visión
realística de sí misma: “Pon tus ojos sólo en él [.]; si pones tus
ojos en él, encontrarás el todo”74.
37. San Benito, en la Regla, ha hecho del publicano de la
parábola de Lucas (cf. Lc 18,9-14) el modelo del monje, el exem-
plum75. No pide monjes con la mirada elevada hacia las alturas
celestes, sino con ojos vueltos hacia la tierra. El monje no pro-
clama su cercanía al Señor, sino que reconoce su propia distan-
cia; no pronuncia una palabra grandilocuente, sino que confie-
sa el propio pecado: Oh Dios, ten piedad de mí, pecador76. Escribe
Isaac de Nínive: “Aquel que ha sido hecho digno de verse a
sí mismo, es más grande que aquel que ha sido hecho digno
de ver a los ángeles [...]. Aquel que es sensible a sus pecados,
es más grande que aquel que resucita a los muertos con su
oración”77. El papa Francisco afirma con fino realismo: “Si uno
no peca, no es hombre. Todos nos equivocamos y debemos
reconocer nuestra debilidad. Un consagrado que se reconoce
débil y pecador no contradice el testimonio que es llamado a
dar, antes bien lo refuerza, y esto hace bien a todos”78.
Quies, requies, otium
38. Para vivir la relación con Dios en el Espíritu es necesario
darse tiempo y espacio, yendo contracorriente. La cultura del
74 S. Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, II, 22.
75 Cf. S. Benito, Regla, VII, 62-66.
76 La breve oración en la boca del publicano ha sido definida como «la ora-
ción perfecta y perpetua»: A. LOUF, A l’école de la contemplation, Lethielleux,
París 2004, 22.
77 Isaac de Nínive, Un’umile speranza. Antologia, ed. por S. Chialà, Edizioni
Qiqajon, Comunidad de Bose 1999, 73.
78 A. Spadaro, «Svegliate il mondo!». Colloquio di Papa Francesco con i Superiori
Generali, en La Civiltà Cattolica, 165 (2014/1), 5.
49
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presente no cree en los procesos de vida y de cambio, aunque
científicamente los tiene en la base de su propia visión. Tiene
valor lo que sucede rápidamente, comienza inmediatamente,
se mueve velozmente. No se evalúa el epílogo: toda dinámica
brilla y se consuma en el instante presente.
El tiempo para el estilo cristiano no es mercancía, sino signo
que nos revela a Dios aquí y ahora. Son necesarios espacios y
tiempos adecuados, como lugares en los que habitar sin prisa
y sin afán.
Para indicar la vida contemplativa, la tradición monástica
occidental ha utilizado frecuentemente términos que designan
la actividad interior, el tiempo dedicado solo a Dios: vacare
Deo; encontrar descanso en Dios, quies, requies; abstención de
la actividad laboral activa para poder trabajar en el alma, otium
negotiosum. Los términos hablan de reposo y de quietud. En
realidad suponen la fatiga del trabajo y de la lucha interior: “El
ocio hace mal a todos [...], pero nada tanto como el alma tiene
necesidad de trabajar”79.
La vida interior exige la ascesis del tiempo y del cuerpo, re-
quiere habitar en el silencio; invoca la soledad como elemento
esencial, momento de purificación e integridad personal; con-
voca a la oración escondida para encontrar al Señor que habita
en lo secreto y hacer del propio corazón la celda interior (cf. Mt
6,6). Lugar personalísimo e inviolable donde adorar (cf. 1Pe
3,15): Entre mi Amado en su huerto y coma sus frutos exquisitos
(Ct 4,16).
39. A menudo preferimos vivir fuera de nosotros mismos,
fuera del castillo interior, hombres y mujeres de superficie,
porque la aventura de la profundidad y de la verdad da mie-
do. Preferimos nociones aseguradoras, aunque limitadas, an-
tes que el desafío que nos lanza más allá de lo apreciado: “Sa-
bemos que tenemos almas. Mas qué bienes puede haber en
79 S. Juan Crisóstomo, Homilías sobre los Hechos de los Apóstoles, 35, 3.
50
Armado Contemplen.pdf 50 25/01/2016 10:41:59 a.m.
esta alma o quién está dentro en esta alma o el gran valor de
ella, pocas veces lo consideramos; y así se tiene en tan poco
procurar con todo cuidado conservar su hermosura”80.
No encontramos a veces la obstinada osadía que sabe em-
prender el viaje a lo profundo, que a través de la sombra del
límite y del pecado nos conduce a la verdad última que nos
habita: “Podemos considerar nuestra alma como un castillo
todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos
aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas [...]. Que,
si bien lo consideramos, no es otra cosa el alma del justo sino
un paraíso adonde dice Él tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os
parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan
sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? ¡No
hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma
y la gran capacidad!”81.
La inefable memoria
40. La vía de la palabra es el primer camino en el que el
Señor mismo nos sale al encuentro “y nos reúne para la santa
cena; como a los discípulos de Emaús nos revela el sentido
de las escrituras y parte el pan para nosotros82. Palabra, evan-
gelio: cofre abierto, tesoro sublime, narración de Dios83. El
encuentro con alguien acontece siempre por medio de una
palabra que, haciéndonos participar de su vida, nos deja ver
algo de nosotros.
He aquí a Jesús, Agnus Dei. El rostro invisible de Cristo, el
Hijo de Dios se revela del modo más simple y al mismo tiempo
inefable, se manifiesta en el misterio de su Cuerpo y de su San-
80 S. Teresa de Ávila, Castillo interior, Moradas primeras, I, 3.
81 Ibíd, I, 2.
82 Misal Romano, Oración eucarística V.
83 Cf. Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 174-
175.
51
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gre. La Iglesia, respondiendo al deseo de los hombres de todo
tiempo –que piden ver a Jesús (Jn 12,21)–, repite el gesto que el
Señor mismo hizo: parte el pan, ofrece el cáliz del vino. “He
aquí al Cristo en un poco de pan: en una migaja de materia crea-
da he aquí al Increado; he aquí al Invisible en un instante de lo
visible”84.
Aquí, los ojos de quien lo busca con corazón sincero se
abren; en la Eucaristía la mirada del corazón reconoce a Je-
sús85. San Juan Pablo II nos recuerda: “Contemplar a Cristo
implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifies-
te, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sa-
cramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive
del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es ilumi-
nada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo,
“misterio de luz”. Cada vez que la Iglesia la celebra, los
fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los
dos discípulos de Emaús: Entonces se les abrieron los ojos y le
reconocieron (Lc 24,31)”86.
La eucaristía nos introduce cotidianamente en el misterio
del amor, nos revela “el sentido esponsal del amor de Dios.
Cristo es el Esposo de la Iglesia, como Redentor del mundo.
La Eucaristía es el sacramento de nuestra redención. Es el sa-
cramento del Esposo, de la Esposa”87. Narra a nuestro corazón
que Dios es Amor.
41. Vivir la capacidad contemplativa de la vida consagrada
es vivir eucarísticamente, al estilo del Hijo entregado por no-
sotros. La Eucaristía alimenta la Jesu dulcis memoria, invitación
para nosotros, consagrados y consagradas, a que en el Espíritu
Santo (cf. Jn 14,26) la memoria de Jesús permanezca en el al-
84 P. Mazzolari, Il segno dei chiodi, Dehoniane, Bolonia 2012, 73-78.
85 Cf. Juan Pablo II, Homilía en ocasión de la Solemnidad de Corpus Christi,
Basílica de San Juan de Letrán (14 de junio de 2001).
86 Juan Pablo II, Carta Enc. Ecclesia de Eucharistia (17 de abril de 2003), 6.
87 Juan Pablo II, Carta Ap. Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988), 26.
52
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ma, en los pensamientos y en los deseos como contemplación
que transfigura nuestra vida y afianza la alegría. “Desde que
te conocí, no he hallado nada de ti que no me haya acordado;
pues desde que te conocí no me he olvidado de ti”88, afirma
San Agustín, mientras que los Padres griegos indican la me-
moria continua de Jesús como fruto espiritual de la eucaristía.
En este recuerdo asiduo de Cristo florecen pensamientos de
mansedumbre y de benevolencia, mientras Dios establece su
morada en el alma y la hace suya a través de la acción del Es-
píritu Santo.
42. La invocación y la oración, la escucha de la palabra de
Dios, la lucha espiritual y la celebración sacramental renuevan
cotidianamente la apertura al don del Espíritu: “La oración,
el ayuno, las vigilias y las otras prácticas cristianas, por bue-
nas que puedan parecer en sí mismas, no constituyen el fin de
la vida cristiana, aunque ayuden a llegar a ella. El verdadero
fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu santo de
Dios”89.
Benedicto XVI indicaba la preciosidad inseparable de la
comunión y de la contemplación: “Comunión y contempla-
ción no se pueden separar, van juntas. Para comulgar verda-
deramente con otra persona debo conocerla, saber estar en
silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El ver-
dadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta
reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes,
llenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro
se viva profundamente, de modo personal y no superficial.
Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la co-
munión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte,
un gesto superficial. En cambio, en la verdadera comunión,
preparada por el coloquio de la oración y de la vida, pode-
88 S. Agustín, Confesiones, X, 8-24.
89 I. Gorainoff, Serafino di Sarov: vita, colloquio con Motovilov, scritti spirituali,
Gribaudi, Turín 20066, 156 [trad. nuestra].
53
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mos decir al Señor palabras de confianza, como las que han
resonado hace poco en el Salmo responsorial: Señor, yo soy
tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. Te
ofreceré un sacrificio de alabanza invocando el nombre del Señor
(Sal 115,16-17)”90.
90 Benedicto XVI, Homilía en ocasión de la Solemnidad de Corpus Christi,
Basílica de San Juan de Letrán (7 de junio de 2012).
54
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Formar
Ponme como sello sobre tu corazón.
Cantar de los Cantares 8,6
A la escucha
43. La palabra del Cantar de los Cantares narra un amor
orientado a una relación interpersonal, descentrado, orientado
a contemplar el rostro amado y a escuchar su voz (cf. Ct 2,14):
“El que ama debe como consecuencia atravesar aquella fronte-
ra que lo tenía confinado en sus propias limitaciones. Por ello
se dice del amor que desata el corazón: lo que está desatado no
está ya confinado en sus propios límites”91.
La superación de los propios límites y confines introdu-
ce en el dinamismo de la contemplación, donde hablan so-
lamente la belleza y la potencia del amor. La contemplación
impide que la unión comporte fusión indistinta y vaga, por-
que salva la alteridad y hace posible el don. Ella es el éxtasis
ante la “tierra sagrada del otro”92, es el permanecer en el es-
pacio de acogida y de la puesta en común que el otro ofrece
para reconocerlo en su unicidad: única es mi paloma, mi todo
(Ct 6,9), o aún: Mi amado... es reconocible entre diez mil (Ct 5,10).
Para permanecer en tal epifanía es necesario ejercitar ojos y
corazón para saborear la belleza como misterio que envuelve
e involucra.
91 S. Tomás de Aquino, Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo III XXV,
I, I, 4 m [trad. nuestra].
92 Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 169.
55
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44. Uno de los adjetivos que atraviesa el Cantar de los Can-
tares es precisamente yāpâ, “bella”, y yāfeh, “bello”. En la Bi-
blia, bella es la voz de una persona (Ex 33,32), una mujer (Sara,
mujer de Abrahán en Gn 12,11), el árbol que está en el Edén es
bello a la vista, y por ello apetecible (Gn 3,6); las sandalias de
Judith cautivan los ojos de Holofernes, su belleza seduce su co-
razón (Jdt 16,9), bellas son las piedras del templo (Lc 21,5). El
termino bíblico no sugiere solo la belleza física, sino también
la belleza interior: bello, en efecto, es el vino que Jesús dona en
Caná (Jn 2,10), bello es el pastor que da la vida por sus ovejas
(Jn 10,11.14), bello es el gesto que realiza la mujer que unge a
Jesús y recibe de él un elogio que le garantiza memoria eterna
(Mt 26,10).
La belleza en la Biblia aparece, pues, como la “impronta”
de la gratuidad divina y humana, y en el Cantar de los Cantares
ella se presenta como superación de la soledad, como expe-
riencia de unidad. Los dos que se aman se sienten unidos aún
antes de estar unidos, y después de la unión desean que esta
perdure. Los dos no desean regalarse una emoción pasajera,
sino gustar el sabor de la eternidad a través de un sello (hôtâm)
sobre el corazón y sobre la carne (Ct 8,6), que lea todo en la
perspectiva del para siempre de Dios. Esta señal en la carne es
una herida que hace desear eternamente el amor, fuego que
las grandes aguas no pueden extinguir (Ct 8,7): “Tú, Trinidad
eterna, eres como un mar profundo en el que cuanto más bus-
co, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Tú
sacias al alma de una manera en cierto modo insaciable, pues
en tu insondable profundidad sacias al alma de tal forma que
siempre queda hambrienta y sedienta de ti, Trinidad eterna,
con el deseo ansioso de verte a ti, la luz, en tu misma luz”93.
Cuando maduramos en la relación con Dios, le permiti-
mos purificarnos y enseñarnos a ver como Él ve, amar como
93 S. Catalina De Siena, Il Dialogo della Divina Provvidenza, Cantagalli, Siena
2006, 402-403.
56
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Él ama. Por cierto, este modo nuevo de ver es gravoso para la
persona –es adquirir lo que Benedicto XVI llama: “Un corazón
que ve”94– porque requiere una transformación radical del co-
razón, aquella que los Padres llamaban puritas cordis, camino
formativo.
En el estilo de la belleza
45. La vida consagrada en la variedad de las situaciones
culturales y de los modelos de vida, requiere hoy atención y
confianza en la acción formativa personal y comunitaria, y en
particular en la dinámica del Instituto, para introducir, acom-
pañar y sostener la actitud y la capacidad contemplativa. Surge
la necesidad de plantear preguntas a nuestro modo de vivir,
y de mirar el ethos formativo como: “Capacidad de proponer
un método rico de sabiduría espiritual y pedagógica, que con-
duzca de manera progresiva a quienes desean consagrarse a
asumir los sentimientos de Cristo, el Señor. La formación es un
proceso vital a través del cual la persona se convierte al Verbo
de Dios desde lo más profundo de su ser”95. Tenemos tal vez
necesidad de redescubrir en una formación continua el soplo
del misterio que nos habita y nos trasciende: “Como un ár-
bol desarraigado del terreno, como un río alejado de su propia
fuente, el alma humana pierde vigor si es despojada de aque-
llo que es más grande que ella. Sin la santidad el bien se revela
caótico; sin el bien de la belleza se convierte en un accidente. El
bien y la belleza brillan, en cambio, con una sola voz”96.
46. ¿Qué estilo expresa en modo inmediato y simple la vida
consagrada en lo cotidiano? Los consagrados y las consagra-
das –más allá de las hermenéuticas doctrinales, de los puntales
magisteriales, de las Reglas y tradiciones– ¿qué narran en la
94 Benedicto XVI, Carta Enc. Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), 31.
95 Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 68.
96 A. J. Heschel, L’uomo alla ricerca di Dio, Ed. Qiqajon, Comunidad de Bose
1995, 141 [trad. nuestra].
57
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Iglesia y en la ciudad humana? ¿Son de veras una parábola de
sabiduría evangélica y un aguijón profético y simbólico para
un mundo “diferente”? Invitamos a una evaluación atenta y
veraz del estilo expresado cada día, para que el aventador de
la sabiduría separe la paja del grano de trigo (cf. Mt 3,12), de-
jando que aparezca lo verdadero de nuestra vida y la llamada
a la belleza que transfigura.
Aludimos a algunos puntos de reflexión que, integrados
en nuestros planos y praxis formativas, pueden acompañar el
proceso vital que conduce de la superficie a los sentimientos
de lo profundo, allí donde el amor de Cristo toca la raíz de
nuestro ser97.
La pedagogía mistagógica
47. Hemos indicado la Palabra de Dios, fuente primera de
toda espiritualidad cristiana que nutre una relación personal
con el Dios vivo y con su voluntad salvífica y santificante98, y
la eucaristía en la cual está presente el mismo Cristo, nuestra
Pascua y pan vivo, corazón de la vida eclesial y de la vida con-
sagrada99, como lugares en los cuales permanecer con humil-
dad de espíritu para ser formados y santificados. Invitamos
a acompañar una atenta educación a la gracia de estos miste-
rios. Los Padres valoraban en modo especial la comunicación
mistagógica, mediante la cual se descubría y se interiorizaba
en la vida, a la luz de las Escrituras, la linfa de la verdad ex-
presada en el misterio celebrado. Así –como dice el término
griego mystagoghía– la acción homilética y la liturgia podían
iniciar, guiar y conducir al misterio. La comunicación mista-
gógica puede introducir fructuosamente a los novicios y a las
novicias de nuestros Institutos a acompañar la formación de
97 Cf. Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de
1996), 18.
98 Cf. ibíd., 94.
99 Cf. ibíd, 95.
58
Armado Contemplen.pdf 58 25/01/2016 10:42:00 a.m.
los consagrados y consagradas en forma constante, especial-
mente en la vida litúrgica.
La liturgia misma es mistagogía –en cuanto comunicación
a través de palabras, acciones, signos y símbolos de matriz bí-
blica– que introduce en la fruición vital del mystérion. La ca-
tegoría de la transfiguración, a la cual la vida consagrada hace
referencia, puede ocupar el centro de la vía mistagógica. Ella
debe saber evocar en nuestra vida de creyentes el misterio pas-
cual, nuestro destino a la resurrección100. El mistagogo por ex-
celencia, recuerda Gregorio de Nacianzo, es Cristo mismo, y
todo en la liturgia lo tiene a él, el Kýrios resucitado y presente,
como objeto.
48. La comunicación mistagógica es una acción eminente-
mente cristológica, puesto que la sola inteligencia del cristia-
no y los solos ritos y gestos litúrgicos no bastan para hacer
comprender el misterio y participar en ellos con fruto. No hay
liturgia cristiana autentica sin mistagogía. Si en la liturgia no
hay lenguaje mistagógico, puede acontecer lo que Orígenes di-
ce que les sucedió a los levitas encargados de llevar el Arca de
la alianza envuelta con coberturas y paños. Puede sucedernos
también a nosotros consagrados llevar sobre los hombros los
misterios de Dios como un peso, sin saber qué sean, y por lo
tanto sin sacar beneficio de ello101.
Somos llamados a realizar una evaluación real de nuestras
celebraciones comunitarias –liturgia de las Horas, eucaristía
cotidiana y dominical, prácticas de piedad–, preguntándonos
si son encuentro vivo y vivificante con Cristo, “fuente de un
renovado impulso donativo”102. Una invitación a pensar en
100 Cf. Benedicto XVI, Ex. Ap. Sacramentum caritatis (22 de febrero de 2007),
64: «La mejor catequesis sobre la eucaristía es la eucaristía misma bien cele-
brada. En efecto, por su propia naturaleza, la liturgia tiene una eficacia pro-
pia para introducir a los fieles en el conocimiento del misterio celebrado».
101 Cf. Orígenes, Homilía sobre Números, 5, 1.
102 Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 24.
59
Armado Contemplen.pdf 59 25/01/2016 10:42:00 a.m.
modo responsable en una pedagogía mistagógica para nues-
tros caminos de formación continua.
La pedagogía pascual
49. El camino místico que está en la base de nuestra vi-
da cristiana de especial sequela Christi atraviesa la pasión, la
muerte y la resurrección del Señor. Ello requiere un cuidado
especial y continuo en nuestra vida personal para aferrar “las
oportunidades de dejarse plasmar por la experiencia pascual,
configurándose con Cristo crucificado que cumple en todo la
voluntad del Padre”103, e igual cuidado para captar su valor y
su eficacia en la vida fraterna y misionera. La actitud contem-
plativa se alimenta de la belleza velada de la Cruz. El Verbo
que estaba junto a Dios, colgado de las ramas del árbol plan-
tado para unir los cielos y la tierra, se convierte en el escán-
dalo por excelencia delante del cual se cubre el rostro. De las
cruces del mundo, hoy otras víctimas de la violencia, como
otros cristos, cuelgan humillados, mientras el sol se oscurece,
el mar se vuelve amargo y los frutos de la tierra, madurados
para saciar el hambre de todos, se reparten para satisfacer la
avidez de unos pocos. Resuena en ello la invitación a purifi-
car la mirada para contemplar el misterio pascual de la sal-
vación vivo y operante en el mundo y en nuestros contextos
cotidianos.
Hoy, en las fraternidades y en las comunidades que viven
inmersas en las culturas contemporáneas –a menudo conver-
tidas en mercado de lo efímero– puede suceder que también
nuestra mirada de consagrados y consagradas pierda la capa-
cidad de reconocer la belleza del misterio pascual: la compos-
tura desarmada e inerme que se perfila tanto en el rostro de
los hermanos que nos son familiares, cuanto en aquel de los
cristos rechazados por la historia que encontramos en nuestras
103 Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 70.
60
Armado Contemplen.pdf 60 25/01/2016 10:42:00 a.m.
diaconías de caridad. Rostros sin apariencia ni belleza para atraer
nuestras miradas para que lo deseemos (cf. Is 53,2).
50. Cada día el espectáculo del sufrimiento humano se
muestra en toda su crudeza. Es tal que ninguna redención
puede ser buscada y entendida sin afrontar el escándalo del
dolor. Este misterio atraviesa como una ola gigantesca la his-
toria humana e invita a la reflexión. Pocos han intuido como
Dostoievski la cuestión más verdadera que domina el corazón
humano: el dolor, la redención del mal, la salvación victoriosa
sobre la muerte. Ha puesto en confrontación la relevancia de la
belleza con el misterio del dolor, buscando una razón. El joven
Ippolit, próximo a la muerte, plantea la pregunta decisiva, te-
rrible, al príncipe Myškin, protagonista de El idiota, enigmática
figura del Cristo, el Inocente que sufre por amor a todos: “¿Es
verdad, príncipe, que una vez dijiste que el mundo será salva-
do por la belleza? ¿Qué belleza salvará el mundo?”104.
La pregunta sobre el mal emerge cotidianamente en la in-
teligencia, en el corazón y en los labios de tantos hermanos y
hermanas nuestros. Sólo Dios hace suyo el sufrimiento infinito
del mundo abandonado al mal, sólo Él entra en las tinieblas
más densas de la miseria humana, el dolor es redimido y ven-
cida la muerte. Ello ha acontecido en la Cruz del Hijo. El su-
frimiento de Cristo logra explicar la tragedia de la humanidad
extendiéndola a la divinidad. En el Cristo sufriente se lee la
única respuesta posible a la pregunta sobre el sufrimiento. A
la contemplación, a la conciencia de la belleza que habita en
nosotros y nos trasciende, no se llega sino a través de la cruz;
no se accede a la vida sino atravesando la muerte.
51. Para nosotros, personas consagradas, entrar en la sabi-
duría pascual y ejercitarnos en descubrir en todo lo que está
desfigurado y crucificado, aquí y ahora, el rostro transfigu-
rado del Resucitado, es el caso serio de la fe. El camino con-
104 F. Dostoievski, L’idiota: II, 2, en E. Lo Gatto (ed.), Romanzi e taccuini, vol.
II, Sansoni, Florencia 1961, 470.
61
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templativo es un camino pascual. La Pascua de Cristo, razón
de nuestra esperanza, interroga nuestra fraternidad y nuestra
misión a veces opacadas por relaciones superficiales, de routi-
ne sin esperanza, por diaconías sólo funcionales, por ojos en-
torpecidos incapaces ya de reconocer el misterio. ¡En nuestras
comunidades la belleza queda velada! Somos necios y lentos de
corazón (cf. Lc 24,25) para vivir la pedagogía pascual. Puede
suceder no recordar que la participación en la comunión tri-
nitaria puede cambiar las relaciones humanas, que la potencia
de la acción reconciliadora de la gracia abate los dinamismos
disgregadores presentes en el corazón del hombre y en las re-
laciones sociales, y que de este modo podemos señalar a los
hombres sea la belleza de la comunión fraterna sea los cami-
nos que conducen concretamente a ella105.
La pedagogía de la belleza
52. A lo largo de los siglos, la vida consagrada ha estado
incesantemente en búsqueda, tras las huellas de la belleza,
custodia vigilante y fecunda de su sacralidad, reelaborando su
visión, creando obras que han expresado la fe y la mística de la
luz en la arquitectura y en las artes del ingenio y de la ciencia,
en las artes figurativas, literarias y musicales, en búsqueda de
nuevas epifanías de la belleza106.
La reflexión contemporánea, a menudo en vilo entre espiri-
tualidad de la naturaleza y estetización del sentir, ha acabado
por descuidar el valor cognoscitivo y formativo de lo bello, su
significado de verdad, confinándolo en una ambigua zona de
sombra o relegándolo en lo efímero. Es necesario volver a co-
nectar el nexo vital con el significado antiguo y siempre nuevo
de la belleza cual lugar visible y sensible del infinito misterio
del Invisible. Habitar ese lugar de la distancia es como beber
105 Cf. Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de
1996), 41.
106 Cf. Juan Pablo II, Carta a los artistas (4 de abril de 1999).
62
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en la fuente de la belleza. Si la existencia no es participe de
algún modo de este misterio, la belleza queda como un hecho
inalcanzable, se pierde en el vacío del no sentido y en el vacío
de todo significado107. Pero, más dolorosamente, nosotros mis-
mos quedamos privados de ella. El papa Francisco, cuando era
cardenal de Buenos Aires, en el texto La belleza educará al mun-
do108, propone la pedagogía de la belleza, instancia formativa
en la cual la persona humana es mirada como portadora de la
eterna llamada a un proceso de vida que florece en el respeto y
la escucha, en la integración de pensamiento, emoción y senti-
mientos llamados a integrarse en la madurez.
Se abre la necesidad de una doble vía de formación del ethos
humano: “El verdadero conocimiento es ser alcanzados por el
dardo de la belleza que hiere al hombre, ser tocados por la
realidad, por la presencia personal de Cristo mismo como él dice.
Ser golpeados y conquistados a través de la belleza de Cristo
es conocimiento más real y profundo que la mera deducción
racional. Tenemos que favorecer el encuentro del hombre con
la belleza de la fe. El encuentro con la belleza puede convertir-
se en golpe de dardo que hiere el alma y de este modo le abre
los ojos, tanto que ahora el alma, a partir de la experiencia, tie-
ne criterios de juicio y está también en condiciones de evaluar
correctamente los argumentos”109.
La belleza verdadera y eterna alcanza al hombre interior
por la vía de aquellos que pueden llamarse los “sentidos” es-
pirituales, de los que San Agustín habla en analogía con los
sentidos del cuerpo: “¿Qué es lo que amo cuando yo te amo?
[...] Cuando amo a mi Dios, que es la luz, melodía, fragancia,
alimento y deleite de mi alma. Resplandece entonces en mi al-
ma una luz que no ocupa lugar; se percibe un sonido que no lo
107 Cf. N. Berdjaev, Il senso della creazione, Jaca Book, Milano 1994, 300ss.
108 J. M. Bergoglio-Francisco, Educar, exigencia y pasión, Editorial Claretia-
na, 2da. edición, Buenos Aires, 2015.
109 J. Ratzinger, La corrispondenza del cuore nell’incontro con la Bellezza, en 30
Giorni, n. 9, septiembre de 2002, 87 [trad. nuestra].
63
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arrebata el tiempo; se siente una fragancia que no la esparce el
aire; se recibe gusto de un manjar que no se consume comien-
do; se posee estrechamente un bien tan delicioso, que por más
que se goce y se sacie el deseo, nunca puede dejarse por fasti-
dio. Pues todo esto es lo que amo, cuando amo a mi Dios”110.
53. En nuestro camino de cristianos y consagrados tenemos
necesidad de reconocer las huellas de la belleza, una vía hacia
el trascendente, hacia el misterio último, hacia Dios, precisa-
mente por su característica de abrir y ensanchar los horizontes
de la conciencia humana, de lanzarla más allá de sí misma, de
aproximarla al abismo del Infinito. Estamos llamados a reco-
rrer la via pulchritudinis, que es un recorrido artístico, estético
y un itinerario de fe y de búsqueda teológica111.
Benedicto XVI sentía en la música una realidad de nivel
teológico y una respuesta de fe, como ha expresado más de
una vez comentando los conciertos a los que asistía: “Quien ha
escuchado esto sabe que la fe es verdadera”112.
La belleza expresada en la genialidad musical era interpre-
tada como propedéutica a la fe: “En aquella música se perci-
bía una fuerza tan extraordinaria de la realidad presente como
para darse cuenta, no ya a través de deducciones, sino a través
del impulso del corazón, de que aquello no podía originarse
de la nada, sino que podía nacer sólo gracias a la fuerza de la
verdad que se actualiza en la inspiración del compositor”113.
Tal vez es por esto que los grandes místicos –la literatura poé-
tica y musical da cuenta de ello– gustaban de componer poe-
sías y cánticos para expresar algo de lo divino a lo que tenían
acceso en los secretos encuentro del alma.
110 S. Agustín, Confesiones, X, 8.
111 Cf. Benedicto XVI, Discurso a los artistas en la Capilla Sixtina, Ciudad
del Vaticano (21 de noviembre de 2009).
112 J. Ratzinger, La corrispondenza del cuore nell’incontro con la Bellezza, en 30
Giorni, n. 9, setiembre de 2002, 89.
113 Ibíd. [trad. nuestra].
64
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Junto a la música se ubican también el arte poético y narra-
tivo y el figurativo como posibles caminos propedéuticos a la
contemplación: de las páginas literarias al icono, a las minia-
turas; de los frescos a los cuadros, a las esculturas. Todo “por
una vía interior, una vía de la superación de sí mismo y, por
lo tanto, en esta purificación de la mirada, que es una purifica-
ción del corazón, nos revela la Belleza, o al menos un rayo de
ella. Justamente así ella nos pone en relación con la fuerza de
la verdad”114.
En la Evangelii gaudium el papa Francisco subraya la rela-
ción entre verdad, bondad y belleza: es necesario “recuperar la
estima de la belleza para poder llegar al corazón humano y ha-
ce resplandecer en él la verdad y la bondad del Resucitado”115.
54. Somos invitados, por lo tanto, a un camino armonioso
que sepa conjugar lo verdadero, lo bueno y lo bello, allí donde a
veces parece que el deber, como ética malentendida, se impone.
La nueva cultura digital y los nuevos recursos comunica-
tivos lanzan un ulterior desafío, enfatizando el lenguaje de la
imagen como flujo continuo sin posibilidad de meditación, sin
meta y a menudo sin jerarquía de valores. Cultivar una mirada
presente, reflexiva, que vaya más allá de lo que se ve y de la
bulimia de los contactos inmateriales, es un desafío urgente
que puede introducirnos en el misterio para dar testimonio de
él. Estamos invitados a recorrer caminos formativos que nos
predispongan a leer en las cosas, a recorrer el camino del alma
en el que se realiza el paso de la belleza penúltima a la Belle-
za suprema. Realizaremos así “la obra de arte escondida que
es la historia de amor de cada uno con el Dios vivo y con los
hermanos, en el gozo y en la fatiga de seguir a Jesucristo en la
cotidianidad de la existencia”116.
114 Ibíd. [trad. nuestra].
115 Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 167.
116 Benedicto XVI, Discurso a los Oficiales del Pontificio Consejo de la cul-
tura, Ciudad del Vaticano (15 de junio de 2007).
65
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La pedagogía del pensamiento
55. Es imprescindible, pues, formar el gusto de lo profundo,
el camino interior. La formación es un camino comprometedor
y fecundo que nunca se agota. Una necesidad que se extingue
sólo con la muerte.
Las personas consagradas están llamadas a ejercitarse en
el “pensamiento abierto”: la confrontación con las culturas y
los valores de los cuales somos portadores predispone nuestra
vida a acoger las diversidades y a leer en ellos los signos de
Dios. La sabiduría inteligente y amorosa de la contemplación
ejercita en una visión que sabe evaluar, acoger, referir toda
realidad al Amor.
En la encíclica Caritas in veritate, Benedicto XVI escribe:
“Pablo VI vio con claridad que una de las causas del subdesa-
rrollo es una falta de sabiduría, de reflexión, de pensamiento
capaz de elaborar una síntesis orientadora, y que requiere
“una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales,
culturales y espirituales”“117. Y subraya: “El amor en la ver-
dad –caritas in veritate– es un gran desafío para la Iglesia en
un mundo en progresiva y expansiva globalización. El riesgo
de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre
los hombres y los pueblos no se corresponda con la interac-
ción ética de la conciencia y el intelecto”118. El papa Francis-
co vuelve a insistir sobre esta necesidad vital en su coloquio
con los superiores generales de los institutos religiosos mas-
culinos, el 29 de noviembre de 2013, refiriéndose al desafío
que la complejidad lanza a la vida consagrada: “Para enten-
der tenemos que descolocarnos, ver la realidad desde varios
puntos de vista diferentes. Tenemos que acostumbrarnos a
pensar”119.
117 Benedicto XVI, Carta Enc. Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 31.
118 Ibíd, 9.
119 A. Spadaro, «Svegliate il mondo!». Colloquio di Papa Francisco con i Superiori
Generali, en La Civiltà Cattolica, 165 (2014/I), 6 [trad. nuestra].
66
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Se invita a una atención continua para crear un ambiente
cotidiano, fraterno y comunitario, primer lugar de formación
en el cual sea favorecido el crecimiento de una pedagogía del
pensamiento.
56. En esta acción concurre en modo determinante el servi-
cio de la autoridad. La formación constante requiere, en quien
anima los institutos y las comunidades, una mirada dirigida,
en primer lugar, a la persona consagrada, para orientarla hacia
una actitud sapiencial de vida; para ejercitarla en la cultura de
lo humano hasta llegar a la plenitud cristiana; para permitirle el
ejercicio de la reflexión valorativa; para ayudarla a custodiar la
sacralidad del ser, de modo que no se gaste en exceso según los
valores de la eficiencia y de la utilidad; para evitar que transfor-
me el saber cristiano en una constelación de diaconías y de com-
petencias técnicas. Quien sirve en autoridad alienta y acompa-
ña a la persona consagrada en la búsqueda de los fundamentos
metafísicos de la condición humana –allí donde el Verbo hace
resplandecer su Luz– para que “bajo la acción del Espíritu se
defiendan con denuedo los tiempos de oración, de silencio, de
soledad, y se implore de lo alto el don de la sabiduría en las fa-
tigas diarias (cf. Sb 9,10)”120. Para solicitar y favorecer esta diná-
mica formativa no es suficiente un gesto esporádico, alguna que
otra decisión u opción operativa. Se trata de encaminar y soste-
ner una dinámica permanente que tenga relación e incidencia
en toda la vida comunitaria y personal. Por ese motivo es nece-
sario dar relieve y adoptar un estilo de vida que dé forma a un
ambiente cuyo clima habitual favorezca la mirada sapiencial,
atenta y amorosa a la vida y a las personas. Una mirada vuelta a
descubrir y a vivir las oportunidades de crecimiento humano y
espiritual, una mirada que induzca a crear pensamiento nuevo,
programas útiles, pedagogías bien pensadas. Se hace necesario
permitir y favorecer una lectura de introspección hecha de au-
torreflexión y de confrontación existencial.
120 Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996),
71.
67
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57. Solicitar una mirada contemplativa significa también
pedir a la persona consagrada que, con reflexión oportuna, se
apropie de la identidad profunda, leyendo y narrando su pro-
pia existencia como historia “buena”, pensamiento positivo,
relación de salvación y experiencia humana recapitulada en
Cristo Jesús: “El yo es perceptible a través de la interpretación
de las huellas que deja en el mundo”121.
Nuestra historia personal unida a la de quien comparte con
nosotros el camino en fraternidad, los semina Verbi sembrados
hoy en el mundo son huellas de Dios que hay que leer juntos;
gracia de la cual ser conscientes; semilla que llevar a germina-
ción como pensamiento nuevo del Espíritu para nosotros, para
transitar por el nuevo camino. El papa Francisco, dirigiéndose
a la comunidad de los escritores de La Civiltà Cattolica, invita-
ba a redescubrir esa pedagogía: “Vuestra tarea es recoger y
expresar las expectativas, los deseos, las alegrías y los dramas
de nuestro tiempo, y ofrecer los elementos para una lectura de
la realidad a la luz del Evangelio. Los grandes interrogantes
espirituales hoy están más vivos que nunca, pero se necesita
de alguien que los interprete y los entienda. Con inteligencia
humilde y abierta “buscad y encontrad a Dios en todas las co-
sas”, como escribía san Ignacio. Dios actúa en la vida de cada
hombre y en la cultura: el Espíritu sopla donde quiere. Buscad
descubrir lo que Dios ha obrado y cómo proseguirá su obra
[...]. Y para buscar a Dios en todas las cosas, en todos los cam-
pos del saber, del arte, de la ciencia, de la vida política, social
y económica se necesita estudio, sensibilidad, experiencia”122.
Cultivar el pensamiento, formar el juicio, ejercitar a la sabi-
duría de la mirada y a la fineza de los sentimientos al estilo de
Cristo (Ga 4,19), son caminos propedéuticos para la misión123.
121 P. Ricoeur, Il tempo raccontato, Jaca Book, Milán 1998, 376 [trad. nuestra].
122 Francisco, Discurso a la comunidad de los escritores de «La Civiltà Cattolica»,
Ciudad del Vaticano (14 de junio de 2013).
123 Cf. Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de
1996), 103.
68
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En la proximidad de la misericordia
58. Un fecundo camino que recorrer en el ejercicio contem-
plativo es el que llama a la proximidad. Es el camino del en-
cuentro, en el cual los rostros se buscan y se reconocen. Cada
rostro humano es único e irrepetible. La diversidad extraor-
dinaria del rostro nos hace fácilmente reconocibles en el am-
biente social complejo en que vivimos, favorece y facilita el
reconocimiento y el descubrimiento del otro.
Si la calidad de la convivencia colectiva “re- comienza por
el tú”124, o sea por dar valor al rostro del otro y a la relación
de proximidad, el cristianismo se revela como la religión del
rostro, o sea, de la cercanía y de la proximidad. “En una civi-
lización paradójicamente herida de anonimato, y a la vez ob-
sesionada por los detalles de la vida de los demás, impudoro-
samente enferma de curiosidad malsana, la Iglesia necesita la
mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante
el otro cuantas veces sea necesario”125.
Dios sana la miopía de nuestros ojos y no deja que nues-
tras miradas se detengan en la superficie, allí donde la medio-
cridad, la superficialidad y la diversidad se establecen: Dios
“limpia, da gracia, enriquece e ilumina el alma comportándose
como el sol, el cual con sus rayos seca, calienta, embellece e
ilumina”126.
La persona contemplativa se ejercita en mirar con los ojos
de Dios a la humanidad y la realidad creada, hasta ver lo invisi-
ble (cf. Hb 11,27), o sea, la acción de la presencia de Dios, siem-
pre inefable y visible sólo a través de la fe. El papa Francisco
invita a aquella inteligencia espiritual y a aquella sapientia cor-
dis que identifica al verdadero contemplativo cristiano como
aquel que sabe ser ojo para el ciego, pie para el cojo, palabra
124 E. Lévinas, Etica e infinito. Il volto dell’altro come alterità etica e traccia
dell’infinito, Città Nuova, Roma 1988.
125 Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 169.
126 S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual B, 32, 1.
69
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para el mudo, padre para el huérfano, prójimo para quien está
solo, reconociendo en ellos la imagen de Dios127.
Los cristianos “son ante todo místicos con ojos abiertos. Su
mística no es una mística natural sin rostro. Es, más bien, una
mística que busca el rostro, que lleva al encuentro con quien
sufre, al encuentro con el rostro de los infelices y de las víc-
timas. Los ojos abiertos y vigilantes traman en nosotros la
revuelta contra la absurdidad de un sufrimiento inocente e
injusto; ellos despiertan en nosotros el hambre y la sed de jus-
ticia, de la gran justicia para todos, y nos impiden orientarnos
exclusivamente hacia el interior de los minúsculos criterios de
nuestro mundo de meras necesidades”128.
59. Solo el amor está en condiciones de divisar lo que está
escondido: somos invitados a esta sabiduría del corazón que
no separa nunca el amor de Dios del amor hacia los otros,
particularmente hacia los pobres, los últimos, “carne de
Cristo”129, rostro del Señor crucificado. El cristiano coheren-
te vive el encuentro con la atención del corazón, y es por lo
tanto necesario que junto a la competencia profesional y a las
programaciones se dé la formación del corazón, para que la
fe se sea operante en el amor (cf. Ga 5,6): “El programa del
cristiano –el programa del buen Samaritano, el programa de
Jesús– es un “corazón que ve”. Este corazón ve dónde se ne-
cesita amor y actúa en consecuencia. Obviamente, cuando la
actividad caritativa es asumida por la Iglesia como iniciativa
comunitaria, a la espontaneidad del individuo debe añadirse
127 Cf. Francisco, Sapientia cordis. «Io ero gli occhi per il cieco, ero i piedi per
lo zoppo» (Jb 29,15), Mensaje para la XXIII Jornada del enfermo, Ciudad del
Vaticano (3 de diciembre de 2014).
128 J. B. Metz, Mistica dagli occhi aperti. Per una spiritualità concreta e responsa-
bile, Queriniana, Brecia 2011, 65 [trad. nuestra].
129 Por ej. cf. Francisco, Discurso en ocasión de la Vigilia de Pentecostés con
los Movimientos, las nuevas Comunidades, las Asociaciones y las agregacio-
nes eclesiales (18 de mayo de 2013); ídem, Homilía en ocasión de la canoniza-
ción de los Mártires de otranto y de dos beatas latinoamericanas (12 de mayo
de 2013); ídem, Ángelus (11 de enero de 2015).
70
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también la programación, la previsión, la colaboración con
otras instituciones similares”130.
Esta mirada de vida cualifica nuestro vivir juntos, sobre to-
do allí donde nuevas vulnerabilidades se manifiestan y piden
ser acompañadas con “el ritmo saludable de la proximidad”131.
“Algunos quisieran un Cristo puramente espiritual, sin car-
ne y sin cruz, también se pretenden relaciones interpersonales
sólo mediadas por aparatos sofisticados, por pantallas y siste-
mas que se puedan encender y apagar a voluntad. Mientras
tanto, el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del
encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que
interpela, con su dolor y sus exigencias, con su alegría conta-
giosa en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el
Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la
pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación
con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación,
nos invitó a la revolución de la ternura”132.
El rostro del Padre en el Hijo es el rostro de la misericordia:
“Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su
persona revela la misericordia de Dios”133. Toda consagrada y
todo consagrado están llamados a contemplar y testimoniar
el rostro de Dios como Aquel que conoce y comprende nuestras
debilidades (cf. Sal 102), para derramar el bálsamo de la cerca-
nía a las heridas humanas, contrastando con el cinismo de la
indiferencia.
“Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mun-
do, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de
la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de
auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémos-
130 Benedicto XVI, Carta Enc. Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), 31.
131 Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 169.
132 Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 88.
133 Francisco, Misericordiae vultus, Bula de indicción del Jubileo extraordi-
nario de la misericordia (11 de abril de 2015), 1.
71
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los a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia,
de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva
el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indife-
rencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía
y el egoísmo”134. La contemplación de la misericordia divina
trasforma nuestra sensibilidad humana y la inclina al abrazo
de un corazón que ve.
En la danza de la creación
60. “Laudato si’ mi Signore cum tucte le tue creature”135. El cán-
tico de Francisco de Asís sigue resonando en los comienzos del
siglo XXI con una voz que no conoce cansancio, que invita al
asombro y reconoce la belleza originaria con la cual estamos
marcados como criaturas. En Francisco de Asís se realiza la
perfecta humanidad de Cristo en la cual todas las cosas han sido
creadas (Col 1,16), resplandece la gloria de Dios, se entrevé lo
inmenso en lo infinitamente pequeño.
El Señor juega en el jardín de Su creación. Podemos captar
los ecos de ese juego cuando estamos solos en una noche estre-
llada, cuando vemos a los niños en un momento en el que son
de veras niños; cuando sentimos el amor en nuestro corazón. En
esos momentos el despertar, la “novedad”, el vacío y la pure-
za de la visión se hacen evidentes. Nos permiten vislumbrar la
danza cósmica al ritmo del silencio, música de fiesta nupcial136.
Estamos presentes en esa danza de la creación como humil-
des cantores y custodios. Cantores: llamados a reavivar nues-
tra identidad de criaturas, elevamos la alabanza de la inmensa
sinfonía del universo. Custodios: llamados a vigilar como cen-
tinelas en espera de la aurora que ilumina la belleza y la armo-
nía de lo creado. El papa Francisco nos pide recordar que no
134 Ibíd, 15.
135 S. Francisco de Asís, Cántico de las criaturas, 1.
136 Cf. T. Merton, Semi di contemplazione, Garzanti, Milán 1953.
72
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somos dueños del universo, nos pide volver a diseñar nuestra
visión antropológica según la visión de Aquel que mueve el cielo
y las otras estrellas137, en el respeto de nuestra especial dignidad
de seres humanos, criaturas de este mundo que tienen derecho
a vivir y a ser felices138.
El antropocentrismo moderno ha acabado por colocar la ra-
zón técnica por encima de la realidad, de tal modo que disminu-
ye el valor intrínseco del mundo, en la complementariedad de su
orden y de las criaturas todas. El ser humano, continúa el papa
Francisco citando a Romano Guardini: “Ni siente la naturaleza
como norma válida, ni menos aún como refugio viviente. La ve
sin hacer hipótesis, prácticamente, como lugar y objeto de una
tarea en la que se encierra todo, siéndole indiferente lo que con
ello suceda”139. Estamos viviendo un exceso antropocéntrico.
61. No es posible una nueva relación con la naturaleza sin un
corazón nuevo, capaz de reconocer la belleza de toda criatura, la
especial dignidad del ser humano, la necesidad de la relación, la
apertura a un tú en el cual cada uno reconoce su mismo origen,
el Tú divino. Sentimos como personas consagradas la llamada a
la circularidad relacional, a un corazón capaz de hacer oración
de alabanza, expresión de una ascesis que llama a la conversión,
al paso de la autorreferencialidad que ensoberbece y cierra –
mientras humilla a las personas y a la naturaleza– a la santidad
acogedora de Cristo en la cual todo es acogido, sanado, reinte-
grado en su propia dignidad humana y creatural.
Sentimos, precisamente en virtud de cuanto nos sugiere
la inteligente sabiduría del corazón, la llamada a emprender
opciones y acciones concretas personales, de comunidad y de
instituto que manifiesten un estilo de vida razonable y justo140.
Estamos invitados con todos los hermanos y hermanas en hu-
137 D. Alighieri, Divina Comedia. Paraíso, XXXIII, 145.
138 Cf. Francisco, Carta Enc. Laudato si’ (18 de junio de 2015), 43.
139 Ibíd, 115.
140 Cf. ibíd., 203-208.
73
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manidad a acoger el “gran desafío cultural, espiritual y educa-
tivo que implicará largos procesos de regeneración”141.
Una nueva filocalia
62. Se deja oír una vez más la necesidad del acto formati-
vo continuo –nueva filocalia– que abra, dé cuerpo e impulse en
nosotros, consagrados y consagradas, el habitus contemplativo:
“Prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del
pragmatismo utilitarista. Cuando alguien no aprende a dete-
nerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se
convierta para él en objeto de uso y abuso sin escrúpulos”142. El
papa Francisco invita a la pasión por el empeño educativo se-
gún una espiritualidad ecológica que “nace de las convicciones
de nuestra fe, porque lo que el Evangelio nos enseña tiene con-
secuencias en nuestra forma de pensar, de sentir y de vivir”143.
Una espiritualidad que llama a conversión y, por lo tan-
to, a una ascesis en la cual, reconociendo nuestros modos de
vida a veces desequilibradamente inclinados hacia la acción
de routine, nos obligamos a ejercicios de transformación de lo
profundo: “Los desiertos exteriores se multiplican en el mun-
do, porque se han extendido los desiertos interiores”144. Para
fecundar el desierto albergamos en nuestra vida interior, fra-
terna y misionera, las semillas del cuidado, de la ternura, de
la gratitud, de la gratuidad y del gozo que saborea las cosas
pequeñas y simples, el gusto del encuentro y del servicio, “en
el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el con-
tacto con la naturaleza, en la oración”145.
141 Ibíd., 202.
142 Ibíd., 215.
143 Ibíd., 216.
144 Benedicto XVI, Homilía en ocasión del solemne inicio del ministerio pe-
trino, Ciudad del Vaticano (24 de abril de 2005).
145 Francisco, Carta Enc. Laudato si’ (18 de junio de 2015), 223.
74
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En el tiempo de la creación hubo un séptimo día en el cual
Dios creó el descanso. El gusto del descanso no parece rozar-
nos. Trabajamos con empeño loable, pero a menudo tal em-
peño se convierte en el paradigma sobre el cual conjugamos
nuestra vida consagrada. Vuelve a resonar la invitación a re-
descubrir el día del Resucitado en la vida y en nuestras comu-
nidades. El día en el cual se llega y del cual se vuelve a partir,
pero sobre todo el día en el que uno se detiene a gustar del
esplendor de la Presencia amada.
63. Ponme como sello sobre tu corazón (Ct 8,6), pide la esposa
del Cantar de los Cantares , casi como queriendo atar el amor
con un vínculo de fidelidad. Se evidencia el necesario cuida-
do de acompañar la fidelidad con la sequela Christi en nuestra
especial consagración, en un tiempo en el que a menudo está
minada por la fragilidad de nuestra vida en el Espíritu (cf. 1Ts
5,17.19). La dimensión contemplativa de la vida consagrada
madurará si se abren espacios formativos. Caminos escogidos,
decididos y recorridos.
Por consiguiente nos sentimos interpelados acerca de nues-
tras Ratio formationis, de las prácticas y las experiencias forma-
tivas; acerca del habitat formativo en la diversidad de las for-
mas de vida consagrada. Interrogamos nuestro modo diario de
vivir, personal y fraterno: el modo de orar, meditar, estudiar,
vivir en relación y en la vida apostólica y reposar. La actitud
contemplativa interpela nuestros ambientes y las dinámicas
de cada día: nuestras preferencias, las agendas valorativas, las
desatenciones, los métodos y las costumbres, la pluralidad de
las opciones y de las decisiones, las culturas. Todo tiene que
ser escrutado en el discernimiento e iluminado por la belleza
del Misterio que habita en nosotros. De esta Luz hay que dar
razón en humanidad y en medio de la humanidad: consagra-
dos como “ciudad sobre un monte que habla de la verdad y el
poder de las palabras de Jesús”146.
146 Francisco, Carta Ap. A todos los consagrados, en ocasión del Año de la vida
consagrada (21 de noviembre de 2014), 2.
75
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Epílogo
¡Ven, amado mío!
Cantar de los Cantares 7,12
A la escucha
64. El amor es un acontecimiento que transfigura el tiem-
po infundiendo una energía que, mientras se consume, se re-
genera. Es propio del amor vivir la dimensión de la espera,
aprender a esperar. Es el caso de Jacob enamorado de Raquel:
Jacob se enamoró de Raquel. Dijo pues [a Labano]: “Te serviré siete
años por Raquel, tu hija menor”... Así Jacob sirvió siete años por
Raquel: le parecieron pocos días, tan grande era su amor hacia ella
(Gn 29,18.20). Jacob hace del amor por una mujer amada su
razón de ser, en fuerza de la cual la fatiga del trabajo y el tiem-
po pasan a un segundo plano. En el Cantar de los Cantares la
dimensión del tiempo parece desaparecer. El amor sustrae al
hombre a la tiranía del tiempo y de las cosas, y sustituye las
coordenadas espacio-temporales, o mejor, las oxigena en la at-
mósfera de una libertad que da el primado no al hacer, sino al
habitar, al contemplar, al acoger.
Quien ama tiene prisa por volver a ver el rostro amado; sa-
be que a la alegría del encuentro seguirá el deseo sin fin. Con la
invitación al amado a huir por los montes de los aromas (Ct 8,14),
el poema orienta la dinámica del deseo y de la búsqueda, can-
to abierto que celebra la belleza amada que no se podrá nunca
poseer si no reconociendo su alteridad, de la que el cuerpo es
símbolo. La búsqueda recomienza para que los dos enamora-
dos puedan continuar a llamarse sin interrupción, liberando el
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grito que encarna la invocación más incisiva: ¡Ven! Es la voz
que llama en la reciprocidad del deseo (Ct 2,10.13; 4,8; 7,12),
llamada orientada a la superación de la propia solicitud, invi-
tación a la comunión.
En la dinámica esponsal de la vida consagrada, este movi-
miento del alma se transforma en oración incesante. Se invo-
ca al Amado como presencia operante en el mundo, fragancia
de resurrección que consuela, sana y abre a la esperanza (Jr
29,11). Hacemos nuestra la invocación que cierra la revelación
bíblica: El Espíritu y la esposa dicen: “¡Ven!”. Y el que oiga diga:
“¡Ven!” (Ap 22,17).
Sobre el monte en el signo del cumplimiento
65. “Venid, subamos al monte del Señor y a la casa del Dios de
Jacob, y Él nos enseñará sus caminos (Is 2,3). Atenciones, inten-
ciones, voluntad, pensamientos, aspectos, sentimientos todos
que estáis en mi intimidad, venid: subamos al monte, al lugar
donde el Señor ve y es visto”147.
Si la llamada a la contemplación, la llamada a subir al mon-
te del Señor, es la vocación propia de la Iglesia y a ella está or-
denada y subordinada toda otra actividad148, ella adquiere un
sentido y un acento permanente para las comunidades monás-
ticas, comunidades orantes enteramente dadas a la contempla-
ción, según el carisma propio de cada familia religiosa.
La vida monástica es la forma del primer nacer de las co-
munidades de vida consagrada en la Iglesia, y aún hoy signi-
fica presencia de hombres y mujeres enamorados de Dios, que
viven en la búsqueda de su Rostro y encuentran y contemplan
a Dios en el corazón del mundo. La presencia de comunidades
147 Guillermo de Saint-Thierry, La contemplazione di Dio, Prólogo, 1 [trad.
nuestra].
148 Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Li-
turgia Sacrosanctum Concilium, 2.
78
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puestas como ciudades sobre la montaña y lámparas sobre el
candelero (cf. Mt 5,14-15), aún en la simplicidad de la vida,
representa visiblemente la meta hacia la cual camina la ente-
ra comunidad eclesial, que “se encamina por las sendas del
tiempo con la mirada fija en la futura recapitulación de todo
en Cristo”149.
¿Qué pueden representar, para la Iglesia y para el mundo,
las mujeres y los hombres que eligen vivir la propia vida so-
bre la montaña de la intercesión? ¿Qué significado puede tener
una comunidad que se dedica esencialmente a la oración, a la
contemplación, en un contexto de koinonia evangélica y labo-
riosidad?
66. La vida de las personas contemplativas se pone como
figura del amor; hombres y mujeres que viven escondidos con
Cristo en Dios (cf. Col 3,3), habitan los surcos de la historia
humana y, colocados en el corazón mismo de la Iglesia y del
mundo150, permanecen “delante de Dios por todos”151.
Las comunidades de orantes no proponen una realización
más perfecta del Evangelio, sino que constituyen una instancia
de discernimiento al servicio de toda la Iglesia: signo que indi-
ca su camino, recordando a todo el pueblo de Dios el sentido
de lo que vive152. Consagradas en la íntima fecundidad de la
intercesión, las comunidades de contemplativos y contempla-
tivas son imagen de la nostalgia del cielo, del mañana de Dios,
espera ardiente de la esposa del Cantar de los Cantares, “signo
de la unión exclusiva de la Iglesia-esposa con su Señor, suma-
149 Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996),
59.
150 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Igle-
sia Lumen gentium, 44; Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25
de marzo de 1996), 3.29.
151 E. Stein, Lettera a Fritz Kaufmann, en M. Paolinelli, «Stare davanti a Dio
per tutti». Il Carmelo di Edith Stein, OCD, Roma 2013.
152 Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la renovación de la
vida religiosa Perfectae caritatis, 5.
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mente amado”153. Las comunidades contemplativas están lla-
madas a vivir las categorías de un presente ya donado154 como
misión, conscientes de que el presente y la eternidad no están
uno después del otro, sino íntimamente unidos.
“La vocación monástica –ha dicho el papa Francisco– es
una tensión entre vida oculta y visibilidad: tensión en el sen-
tido vital, tensión de fidelidad. Vuestra vocación... es ir preci-
samente al campo de batalla, es lucha, es llamar al corazón del
Señor en favor de esa ciudad”155.
La stabilitas monástica deja espacio a Dios y anuncia la cer-
tidumbre de su presencia en las vicisitudes de la vida humana,
doquier ella se encuentre: donde habita el hombre, allí ha ve-
nido a habitar Dios en su Hijo Jesucristo. El estar de las comu-
nidades de contemplativos y contemplativas habla de un lugar
habitado por quien no pasa de largo, como el levita o el sa-
cerdote de la parábola; de quien sabe habitar en modo estable
para dejarse encontrar por el hombre y por sus preguntas, para
albergar a la humanidad herida en su propia relación con Dios.
Decir amor a Dios es narrar a los hombres una parábola
del Reino de los Cielos: esto es la vida integralmente contem-
plativa. Los monjes y las monjas tienen como horizonte de la
propia oración el mundo: sus ruidos y el silencio de su desola-
ción; sus alegrías, sus riquezas, sus esperanzas y angustias; su
desierto de soledad y sus multitudes anónimas.
Este es el camino de los peregrinos en búsqueda del Dios
verdadero, es la historia de toda persona contemplativa que
permanece vigilante, mientras acoge en sí misma la sequela
Christi como configuración con Cristo. La stabilitas se revela
con todo siempre como camino, posibilidad de salida más allá
153 Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996),
59.
154 Benedicto XVI, Carta Enc. Spe Salvi (30 de noviembre de 2007), 9.
155 Francisco, Discurso a los consagrados y a las consagradas de la Diócesis
de Roma, Ciudad del Vaticano (16 de mayo de 2015).
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de las fronteras del tiempo y del espacio, para hacerse avanza-
da de la humanidad: “Vayamos a morir por nuestro pueblo”,
dice Edith Stein a su hermana Rosa cuando es arrestada en el
Monasterio de Eckt y conducida a Auschwitz en holocausto156.
67. La vida monástica, en gran parte declinada en femeni-
no, se arraiga en un silencio que se vuelve generativo. “Com-
prenderse hoy como mujeres en oración es un desafío alto”,
afirman las monjas; es vivir un status vital que crea.
La vida monástica femenina se convierte en corazón de in-
tercesión, narración de relaciones verdaderas, de cuidado y de
sanación: es custodia de toda huella de vida, capaz de intuir a
través de la empatía armonías escondidas y tenaces. Las mon-
jas saben ser y pueden ser voz de gratuidad y de preguntas fe-
cundas, fuera de toda idealización preestablecida, mientras se
dejan plasmar por la potencia del evangelio. La unificación del
corazón, dinamismo propio de la vida monástica, exige con
urgencia que ella sea de nuevo propuesta como empatía, la-
boratorio de narraciones de salvación, consciente disposición
al diálogo dentro de la cultura de la fragmentación, de la com-
plejidad y de la precariedad, rehuyendo la fascinación de una
paz imaginaria.
Todo esto requiere de la vida monástica femenina una exi-
gente formación a la fe que esta vida comporta, vida de fe que
madure con docilidad al Espíritu; requiere también escucha
atenta de los signos de los tiempos, que predisponga un ger-
minar de la profecía y una relación real con la historia y con
realidades eclesiales, que no sea de hecho sólo de informacio-
nes y relaciones abstractas; requiere una intercesión que im-
plique la vida.
68. Desde esa frontera de lo humano las comunidades con-
templativas llegan a ser capaces de ver más allá, de ver el Más
156 Últimas palabras de Edith Stein - Santa Benedetta della Croce, a su her-
mana Rosa en el monasterio di Eckt.
81
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allá. La escatología es dada como patria no de aquellos que sal-
tan lo humano, sino de aquellos que, empeñando toda la vida
en la búsqueda absoluta de Dios, se sumergen en los aconte-
cimientos históricos para discernir las huellas de la presencia
de Dios y servir a sus designios. Los muros que circundan el
espacio están al servicio de la búsqueda; no representan se-
paración fóbica ni atenuación de atención o de acogida: ellos
expresan el latido esencial del amor fuerte por la Iglesia y la
caridad solidaria hacia los hermanos.
La vida integralmente contemplativa narra la armonía en-
tre tiempo y escatología. Seguimiento y espera caminan jun-
tos. No es sostenible el sígueme de Jesús a los discípulos sin
la parusía que se hace grito en la oración coral de la Iglesia,
esperanza que invoca: Ven, Señor Jesús (Ap 22,20). La Iglesia-
Esposa es fecundada por el testimonio de este más allá, porque
la dimensión escatológica corresponde a la exigencia de la es-
peranza cristiana.
La comunidad contemplativa puesta sobre el monte so-
litario y entre los aglomerados urbanos caóticos y ruidosos,
recuerda la relación vital entre el tiempo y la eternidad. La
comunidad que contempla recuerda que no tenemos a nues-
tra disposición un tiempo infinito, un eterno retorno, un con-
tinuum homogéneo, privado de sobresaltos, y atestigua una
posibilidad epifánica nueva del tiempo. Los días no son una
eternidad vacía, fragmentada y líquida, en la que todo puede
suceder menos un hecho esencial: que el Eterno entre en el
tiempo y dé tiempo al tiempo. Se vive el espesor de un tiempo
pleno, colmado de lo eterno; se vive la escatología cristiana
no como momento inerte en nuestros tiempos breves, sino co-
mo evolución continua y luminosa157. Los contemplativos no
viven en el tiempo como realidad encrespada por la espera,
sino como el fluir continuo del Eterno en el tiempo cotidiano.
157 Cf. J. B. Metz, Tempo di religiosi? Mistica epolitica della sequela, Queriniana,
Brecia 1978.
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Es una profecía de vida que hace memoria continua del nexo
esencial que une la sequela y la espera. No se puede eliminar un
componente sin comprometer seriamente el otro; no se puede
vivir sin deseo de infinito, sin espera, sin escatología.
69. Esta cultura evangélica, tan amada por los monasterios,
ha demostrado a lo largo de los siglos que la esperanza cristia-
na vivida en la espera próxima se configura como opus Dei que
no lleva al desempeño histórico y social, sino que engendra
responsabilidad y pone las premisas de un sano humanismo.
En una cultura que ha generado la lóbrega escatología del te-
dio, tiempo sin tiempo, que evita la confrontación con la tras-
cendencia, puede y debe brillar el tiempo de los contemplati-
vos; tiempo de aquellos que tienen algo diferente que decir.
Ellos, a través de una vida solitaria y gozosa, profética, sustra-
yéndose a toda manipulación y compromiso, testimonian la
precariedad y el carácter efímero de toda cultura del presente
que limita la vida.
Las comunidades contemplativas, en las cuales hombres y
mujeres viven la búsqueda del Rostro y la escucha de la Pala-
bra quotidie, conscientes de que Dios sigue siendo un infinito
jamás conocible, están sumergidas en una dialéctica del ya sí y
todavía no. Lógica que no afecta solamente la relación tiempo-
eternidad, sino también la relación entre experiencia del Dios
vivo y conciencia de su misteriosa trascendencia. Todo jugado
en la propia carne, en la angustia de las cosas, en el fluir de los
días y de los acontecimientos.
Humanidad vigilante, centinelas sobre el monte que escru-
tan los estremecimientos del alba (cf. Is 21,12) y siguen indi-
cando el adventus del Dios que salva.
Por los caminos para custodiar a Dios
70. “La búsqueda del rostro de Dios en cada cosa, en cada
uno, por todas partes, en todo momento, descubriendo su ma-
83
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no en todo lo que sucede: esta es la contemplación en el cora-
zón del mundo”158, escribía la Beata Teresa de Calcuta.
Si bien las comunidades íntegramente dedicadas a la con-
templación iluminan y guían el camino, toda la vida de espe-
cial consagración está llamada a ser lugar donde acontece el
abrazo y se da la compañía de Dios.
Una contemplación auténticamente cristiana no puede
prescindir del movimiento hacia afuera, de una mirada que
desde el misterio de Dios se vuelve al mundo y se traduce en
compasión activa. A Dios nadie le ha visto jamás (Jn 1,18), pero
Jesús se hizo su exegeta, aquel que del Padre invisible es el
rostro visible. Sólo a condición de dejarse involucrar por Cris-
to y por sus opciones será posible contemplar. Quien desea
contemplar a Dios, acepta vivir en un modo que permita a los
hombres y a las mujeres de su tiempo reconocerlo. A los que
viven testimoniándolo en el mundo, el Dios de Jesucristo se les
revela como huésped y comensal.
Estamos llamados a gustar el misterio del Dios misericordio-
so y compasivo, lento a la ira y rico de amor y de fidelidad (Ex 34,6),
del Dios que es amor (1Jn 4,16) y a custodiarlo en los caminos
humanos, también en el signo de la fraternidad.
El papa Francisco ha invitado a los consagrados coreanos:
“Vuestro desafío es llegar a ser expertos en la misericordia di-
vina, precisamente a través de la vida comunitaria. Sé por ex-
periencia que la vida en comunidad no siempre es fácil, pero
es un campo de entrenamiento providencial para la formación
del corazón. Es poco realista no esperar conflictos; surgirán
malentendidos y habrá que afrontarlos. Pero, a pesar de es-
tas dificultades, es en la vida comunitaria donde estamos lla-
mados a crecer en la misericordia, la paciencia y la caridad
158 J. L. González Balado (ed.), I fioretti di Madre Teresa di Calcutta. Vedere,
amare, servire Cristo nei poveri, San Paolo, Cinisello Balsamo (MI) 1992, 62
[trad. nuestra].
84
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perfecta”159. En esta visión es tamizada nuestra vida fraterna:
lugar de misericordia y de la reconciliación, o espacio y rela-
ción ineficaz en el cual se respira desconfianza, juicio y hasta
condena.
71. El acontecimiento de la contemplación puede verificarse
siempre y en todo lugar, tanto sobre el monte solitario cuanto
en los senderos de las periferias de lo no-humano. Y es salvífi-
co. Las comunidades de consagrados y consagradas que velan
en la ciudad y en las fronteras entre los pueblos, son lugar en
el que hermanas y hermanos aseguran a sí mismos y en favor
de todos, el espacio del cuidado de Dios. Una invitación a ser
comunidades orantes en las cuales Dios se hace presente; una
llamada a vivir en vigilante economía del tiempo para que no
se colme de cosas, de actividades y de palabras. Las comu-
nidades apostólicas, las fraternidades, cada uno de los con-
sagrados en sus varias formas, custodian en el contacto y en
la confrontación cotidiana con las culturas el tiempo de Dios
en el mundo, las razones y el modo del Evangelio: “Lugares
de esperanza y de descubrimiento de las Bienaventuranzas;
lugares en los que el amor, nutrido de la oración y principio
de comunión, está llamado a convertirse en lógica de vida y
fuente de alegría”160. Signo de Aquel que incesantemente sale
a nuestro encuentro como el Viviente.
En un tiempo de cruel conflicto mundial (1943) y en un lu-
gar, Auschwitz, en el cual todo proclamaba, aún más, gritaba
la muerte de Dios y del hombre, Etty Hillesum, joven hebrea,
intuye con mirada contemplativa el íntimo lazo existente en-
tre las suertes del uno y las del otro, vuelve a descubrir en sí
misma la verdad de lo humano como lugar de relaciones de
compasión en el que sobrevive la presencia de Dios. Se confía
a sí misma una tarea: custodiar, preservar, más que la propia
159 Francisco, Discurso en ocasión del encuentro con las comunidades reli-
giosas en Corea, Seúl (16 de agosto de 2014).
160 Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996),
51.
85
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vida física, el núcleo interior más profundo. Es la experiencia
mística que experimentan las personas orantes: “Dios mío ¡son
tiempos tan angustiosos! Esta noche por primera vez estaba
despierta en la oscuridad con los ojos que me ardían, delante
de mí pasaban imágenes tras imágenes de dolor humano [...].
Y casi en cada palpitación de mi corazón, crece mi certidum-
bre: [...]. Nos toca a nosotros ayudarte, defender hasta lo últi-
mo tu casa en nosotros. Existen personas que en el último mo-
mento se preocupan de poner a salvo aspiradoras, tenedores
y cuchillos de plata, en vez de salvarte a ti, Dios mío [...]. Me
has hecho tan rica, Dios mío, déjame también dispensar a los
demás a manos llenas. Mi vida se ha convertido en un diálogo
ininterrumpido contigo, un único gran diálogo”161.
Cuando el espíritu comprende, ve y gusta la riqueza que es
Dios mismo, la difunde como salvación y alegría en el mundo.
Se verifica la promesa de Isaías: Te guiará siempre, el Señor te
saciará en terrenos áridos, robustecerá tus huesos; serás como un jar-
dín regado y como una fuente cuyas aguas no se secan (Is 58,11-12).
72. La contemplación fiel, coherente en el cumplimiento de
la misión, ha convocado a consagrados y consagradas hasta
el extremo del éxtasis: “La efusión de la propia sangre, plena-
mente configurados con el señor crucificado”162. Es el éxtasis
previsto por el padre Christian de Chergé, prior del Monas-
terio de Tibhirine, decapitado junto con seis hermanos en las
montañas argelinas del Atlante, en mayo de 1996. Siete monjes
que eligieron ser testimonio del Dios de la vida en silencio y en
soledad, en el abrazo cotidiano con la gente.
“Mi muerte parecerá dar razón a aquellos que me han ta-
chado rápidamente de ingenuo o idealista: “¡Diga ahora lo que
piensa de ello!”. Pero estos deben saber que será finalmente sa-
161 E. Hillesum, Diario 1941-1943, Adelphi, Milán 199620, 169-170; 682 [trad.
nuestra].
162 Juan Pablo II, Ex. Ap. postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996),
86.
86
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tisfecha mi más aguda curiosidad. He aquí que podré, si place
a Dios, sumergir mi mirada en la del Padre, para contemplar
con él a sus hijos como él los ve, totalmente iluminados por la
gloria de Cristo, frutos de su pasión, agraciados con el don del
Espíritu, cuya alegría secreta será siempre establecer la comu-
nión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.
De esa vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, yo
doy gracias a Dios que parece haberla querido toda entera pa-
ra aquella alegría, a través de y no obstante todo”163.
La vida se convierte en un canto de alabanza, mientras la
oración contemplativa fluye como bendición, sana y cura, abre
a unidad –más allá de las etnias, de las religiones y de las cul-
turas– mientras introduce en el cumplimiento futuro.
“Mi cuerpo es para la tierra,
pero, por favor,
ninguna barrera entre ella y yo.
Mi corazón es para la vida, pero, por favor,
ningún melindre entre ella y yo.
Mis brazos para el trabajo,
serán entrecruzados muy sencillamente.
Para mi rostro: permanezca despojado
para no impedir el beso,
y la mirada; dejadlo ver”164.
El eschaton está presente ya en la historia, semilla que debe
ser llevada a término en el canto de la vida que contempla y
realiza la esperanza.
163 C. de Chergé, Testamento spirituale, en C. de Chergé y los otros monjes
de Tibhirine, Più forti dell’odio, Ed. Qiqajon, Comunità di Bose 2006, 219-220
[trad. nuestra].
164 Ibíd.
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Para la reflexión
73. Las provocaciones del papa Francisco
• Nosotros también podemos pensar: ¿Cuál es hoy la mirada
de Jesús sobre mí? ¿Cómo me mira Jesús? ¿Con una llama-
da? ¿Con un perdón? ¿Con una misión? [...] Estamos segu-
ros de que en el camino que Él ha hecho, todos estamos bajo
la mirada de Jesús: Él siempre nos mira con amor, nos pide
algo, nos perdona algo y nos da una misión165.
• ¡Son muchos los problemas que se presentan cada día! To-
dos ellos nos estimulan a lanzarnos con pasión a una ge-
nerosa actividad apostólica. Sin embargo, sabemos que
nosotros solos no podemos hacer nada. [...] La dimensión
contemplativa es así indispensable en medio de los com-
promisos más urgentes e importantes. Cuanto más nos lla-
ma la misión a ir a las periferias existenciales, más siente
nuestro corazón la íntima necesidad de estar unido al de
Cristo, lleno de misericordia y de amor166.
• Impulsen hacia adelante el camino de renovación iniciado y
en gran parte realizado en estos cincuenta años, analizando
165 Francisco, Meditación diaria en la capilla de la Domus Sanctae Marthae,
Ciudad del Vaticano (22 de mayo de 2015).
166 Francisco, Discurso en ocasión de la Celebración de las Vísperas con sa-
cerdotes, religiosas, religiosos, seminaristas y movimientos laicales, Tirana
(21 de septiembre de 2014).
89
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toda novedad a la luz de la Palabra de Dios y a la escucha de
las necesidades de la Iglesia y del mundo contemporáneo,
y utilizando todos los medios que la sabiduría de la Iglesia
pone a disposición para avanzar en el camino de vuestra
santidad personal y comunitaria. El más importante entre
estos medios es la oración, también la oración gratuita, la
oración de alabanza y de adoración. Nosotros, consagra-
dos, somos consagrados para servir al Señor y servir a los
demás con la Palabra del Señor, ¿no? Digan a los nuevos
miembros, por favor, díganles que rezar no es perder tiem-
po, adorar a Dios no es perder tiempo, alabar a Dios no es
perder tiempo167.
• La vida es un camino hacia la plenitud de Jesucristo, cuan-
do vendrá por segunda vez. Es un camino hacia Jesús, que
regresará en la gloria, como habían dicho los ángeles a los
apóstoles el día de la ascensión. [...] ¿Estoy apegado a mis
cosas, a mis ideas, cerrado? O ¿estoy abierto al Dios de las
sorpresas? [...] Y, en definitiva, ¿creo en Jesucristo y en lo
que hizo, es decir que murió, resucitó [...] ¿Creo que el ca-
mino sigue adelante hacia la madurez, hacia la manifes-
tación de la gloria del Señor? ¿Soy capaz de entender los
signos de los tiempos y ser fiel a la voz del Señor que se
manifiesta en ellos?168.
• Muchas veces nos equivocamos, porque todos somos pe-
cadores, pero se reconoce el hecho de haberse equivocado,
se pide perdón y se ofrece el perdón. Y esto hace bien a la
Iglesia: hace circular en el cuerpo de la Iglesia la savia de la
fraternidad. Y hace bien también a toda la sociedad. Pero
esta fraternidad presupone la paternidad de Dios y la ma-
ternidad de la Iglesia y de la Madre, la Virgen María. Cada
167 Francisco, Discurso a los participantes en la Plenaria de la Congregación
para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica,
Ciudad del Vaticano (27 de noviembre de 2014).
168 Francisco, Meditación diaria en la capilla de la Domus Sanctae Marthae,
Ciudad del Vaticano (13 de octubre de 2014).
90
Armado Contemplen.pdf 90 25/01/2016 10:42:01 a.m.
día tenemos que volver a ponernos en esta relación, y lo
podemos hacer con la oración, la Eucaristía, la adoración, el
Rosario. Así renovamos cada día nuestro “estar” con Cristo
y en Cristo, y así nos introducimos en la relación auténti-
ca con el Padre que está en el cielo y con la Madre Iglesia,
nuestra Santa Madre Iglesia jerárquica, y la Madre María. Si
nuestra vida se sitúa siempre de nuevo en estas relaciones
fundamentales, entonces estamos en condiciones de vivir
también una fraternidad auténtica, una fraternidad testi-
monial, que atrae169.
• Dios trabaja, sigue trabajando y nosotros podemos pregun-
tarnos cómo debemos responder a esta creación de Dios,
que nace del amor porque Él trabaja por amor. [...] A la
“primera creación” debemos responder con la responsabi-
lidad que el Señor nos da: “La tierra es vuestra, llevadla
adelante, hacedla crecer”. [...] También para nosotros está
la responsabilidad de hacer crecer la tierra, de hacer crecer
la creación, de custodiarla y hacerla crecer según sus leyes:
somos señores de la creación, no dueños. Y no debemos
adueñarnos de la creación, sino llevarla adelante, fiel a sus
leyes170.
• Todos los días, hacer la vida de una persona que vive en
el mundo, y, al mismo tiempo, custodiar la contemplación,
esta dimensión contemplativa hacia el Señor y también en
relación con el mundo; contemplar la realidad, como con-
templar las bellezas del mundo, y también los pecados
graves de la sociedad, las desviaciones, todas estas cosas,
y siempre en tensión espiritual... Por eso nuestra vocación
es fascinante, porque es una vocación que está justo ahí,
169 Francisco, Discurso a los participantes en la Asamblea nacional de la
Conferencia Italiana de Superiores Mayores (CISM), Ciudad del Vaticano (7
de noviembre de 2014).
170 Francisco, Meditación diaria en la capilla de la Domus Sanctae Marthae,
Ciudad del Vaticano (9 de febrero de 2015).
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donde se juega la salvación no sólo de las personas, sino
también de las instituciones171.
• ¿Cómo respondemos al trabajo que hace el Espíritu Santo
en nosotros, de recordarnos las palabras de Jesús, de expli-
carnos, de hacernos entender lo que Jesús dijo? [...] Dios es
persona: es persona Padre, persona Hijo y persona Espíritu
Santo... A los tres respondemos: custodiar y hacer crecer la
creación, dejarnos reconciliar con Jesús, con Dios en Jesús,
en Cristo, todos los días, y no entristecer al Espíritu Santo,
no expulsarlo: es el huésped de nuestro corazón, el que nos
acompaña, nos hace crecer172.
Ave, mujer vestida de sol
74. Nuestro pensamiento se vuelve a María, arca de Dios.
Junto a su Niño, carne de su carne y origen que viene de lo Al-
to, María está unida al misterio. Felicidad indecible y enigma
insondable. Se convierte en templo de silencio sin el cual no
germina la semilla de la palabra, ni florece el estupor por Dios
y por sus maravillas; lugar en el cual se oyen las vibraciones
del Verbo y la voz del Espíritu como brisa suave. María se con-
vierte en la esposa en el encanto que adora. El evento divino
actuado en ella en modo admirable es acogido en el tálamo de
su vida de mujer:
Adorna thalamum tuum, Sion,
Virgo post partum, quem genuit adoravit173.
171 Francisco, Audiencia a los participantes en el encuentro promovido por
la Conferencia Italiana de los Institutos Seculares, Ciudad del Vaticano (10
de mayo de 2014).
172 Francisco, Meditación diaria en la capilla de la Domus Sanctae Marthae,
Ciudad del Vaticano (9 de febrero de 2015).
173 Liturgia Horarum. Fiesta de la presentación de Jesús al Templo, Oficio de
lecturas, 1er responsorio.
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María se convierte en el cofre de memorias referentes al Ni-
ño, hechos y palabras confrontados con los vaticinios de los
profetas (cf. Lc 2,19), rumiadas con la Escritura en lo hondo
del corazón: custodia celosamente todo aquello que no logra
comprender, en la espera de que el Misterio sea revelado. La
narración lucana sobre la infancia de Jesús es un liber cordis,
escrito en el corazón de la Madre antes que en los pergaminos.
En ese lugar de lo hondo, cada palabra de María, de gozo, de
esperanza y de dolor, ha llegado a ser memoria de Dios por el
asiduo rumiar contemplativo.
En el curso de los siglos la Iglesia ha ido comprendiendo
progresivamente el valor ejemplar de la contemplación de
María. Leer a la Madre como icono de la contemplación ha
sido obra de siglos. Dionisio el Cartujo la indica como summa
contemplatrix porque, así como “ha sido concedido que de un
modo singular por ella y por medio de ella se realizasen los
misterios de la humana salvación, así le ha sido dado en modo
eminente y más profundo contemplarlos”174. De la anuncia-
ción a la resurrección, a través del stabat iuxta crucem, donde
mater dolorosa et lacrimosa adquiere la sabiduría del dolor y de
las lágrimas, María entretejió la contemplación del Misterio
que la habita.
En María vislumbramos el camino místico de la persona con-
sagrada, fundada en la humilde sabiduría que gusta el miste-
rio del cumplimiento último. Una Mujer vestida de sol aparece
como signo espléndido en el cielo: Un signo grandioso apareció
en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y sobre
la cabeza una corona de doce estrellas (Ap 12,1). Ella, nueva Eva
desposada bajo la cruz, nueva mujer del Cantar de los Cantares ,
sube del desierto apoyada en su amado (Ct 8,5), y da a luz en el
mundo y en el tiempo del fragmento y de la debilidad al Hijo,
fruto de salvación universal, gozo del Evangelio que salva:
174 S. de Fiores, Elogio della contemplazione, en S. M. Pasini (ed.), Maria mo-
dello di contemplazione del mistero di Cristo, Ed. Monfortane, Roma 2000, 21-22
[trad. nuestra].
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Irás, así te pedimos...
Volarás entre torre y torre
en torno a las cúpulas,
entrarás por las ojivas de las iglesias
y detrás de las selvas de los rascacielos,
en el corazón del palacio real
y en medio de la estepa:
emigrarás peregrina y enseguida
y en todas partes darás a luz a tu Hijo,
gozo y unidad de las cosas,
oh eterna Madre175.
Ciudad del Vaticano, 15 de octubre de 2015,
Memoria de Santa Teresa de Ávila,
virgen y doctora de la Iglesia
João Braz Card. de Aviz
Prefecto
José Rodríguez Carballo, O.F.M.
Arzobispo Secretario
175 D. M. Turoldo, O sensi miei... Poesie 1948-1988, Rizzoli, Milán 1990, 256
[trad. nuestra].
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Índice
Queridos hermanos y hermanas: ............................................................. 5
Prólogo ....................................................................................... 9
A la escucha ............................................................................................. 9
Vida consagrada, statio orante en el corazón de la historia ..................... 11
Buscar . ......................................................................................... 21
A la escucha ............................................................................................. 21
El aprendizaje cotidiano de la búsqueda .................................................. 23
Peregrinos en profundidad . ..................................................................... 25
Quaerere Deum (buscar a Dios) .............................................................. 26
La búsqueda en la noche .......................................................................... 28
El deseo .................................................................................................... 28
La esperanza . ........................................................................................... 30
Habitar ........................................................................................ 33
A la escucha ............................................................................................. 33
En la forma de la belleza .......................................................................... 35
En el ejercicio de lo verdadero .................................................................. 45
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Armado Contemplen.pdf 95 25/01/2016 10:42:01 a.m.
Formar ......................................................................................... 55
A la escucha ............................................................................................. 55
En el estilo de la belleza ........................................................................... 57
En la proximidad de la misericordia ........................................................ 69
En la danza de la creación . ...................................................................... 72
Epílogo ......................................................................................... 77
A la escucha ............................................................................................. 77
Sobre el monte en el signo del cumplimiento . ......................................... 78
Por los caminos para custodiar a Dios . ................................................... 83
Para la reflexión . ..................................................................... 89
73. Las provocaciones del papa Francisco . .............................................. 89
Ave, mujer vestida de sol ......................................................................... 92
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