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Al Otro Lado de La Linea - Gaby Ariza

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AL OTRO LADO DE LA

LÍNEA

Gaby Ariza
Derechos de autor © 2024 Gaby Ariza

Todos los derechos reservados

Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con
personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni
transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de
cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.

Diseño de la portada de: Gabriela Rey


Corrección: Carla Rubal
Maquetación interna: Gabriela Petit
Para todos los que alguna vez sintieron miedo de empezar de cero
CONTENIDO

Página del título


Derechos de autor
Dedicatoria
capítulo uno
capítulo dos
capítulo tres
capítulo cuatro
capítulo cinco
capítulo seis
capítulo siete
capítulo ocho
capítulo nueve
capítulo diez
capítulo once
capítulo doce
capítulo trece
capítulo catorce
capítulo quince
capítulo dieciséis
capítulo diecisiete
capítulo dieciocho
capítulo diecinueve
capítulo veinte
capítulo veintiuno
capítulo veintidós
capítulo veintitrés
capítulo veinticuatro
capítulo veinticinco
capítulo veintiséis
capítulo veintisiete
capítulo veintiocho
capítulo veintinueve
capítulo treinta
capítulo treinta y uno
capítulo treinta y dos
capítulo treinta y tres
Agradecimientos
Acerca del autor
Libros de este autor
capítulo uno
Arizona

U
na de las películas preferidas de Arizona era Si tuviera treinta, una
comedia romántica en la que Jenna, una adolescente de trece años,
deseaba tener treinta, como si con eso pudiera convertirse en
fabulosa.
Para su sorpresa, se despierta teniendo treinta años, pero con su
mentalidad y espíritu de trece, por lo que debe enfrentarse a dramas adultos
con una madurez no desarrollada. Así se sentía Arizona: afrontando
problemas de adultos y preguntándose cómo había llegado a los treinta de
un momento a otro.
Una frase de la película era «treinta, coqueta y próspera», como si todas
las mujeres de esa edad debieran ya ser exitosas y más coquetas que una
modelo de comercial de cosméticos.
«Treinta, torpe y pobre», se burló Arizona de ella misma mientras se
incorporaba en la cama.
Paseó las manos por las sábanas de seda de aquella suite del Four
Seasons y sonrió. Al menos Adam le hacía olvidar por momentos que ella
estaba en la quiebra. No era como si Adam tuviera muchísimo dinero, pero
le gustaba consentirla en ocasiones especiales, como aquella. Su
cumpleaños número treinta.
—¿Adam? —preguntó, somnolienta, cuando no lo halló en aquella
habitación.
La puerta del baño se abrió y entonces sonrió al verlo. Solo llevaba una
toalla blanca amarrada en su cintura, cubriendo lo estrictamente necesario.
Siempre le había fascinado lo alto y grande que era, quizás eso fue lo que le
llamó la atención la primera vez que lo vio. No era un modelo de revista ni
su cuerpo estaba trabajadísimo como la mayoría de los chicos con los que
se había topado en Tinder. Adam solo era grande.
Medía un metro noventa, lo suficiente para llamar la atención de
cualquier persona que le pasara por al lado. Su espalda era bastante ancha y
su pecho parecía más una cama individual que una parte del cuerpo
humano. Su nariz era un poco tosca y sus labios carnosos. Su pelo castaño
oscuro le caía por la frente de una manera suelta, presumiendo lo
voluminoso y liso que era. No necesitaba ser el hombre más guapo del lugar
—jamás solía serlo—, pero sí era el más imponente, el más interesante, el
más deseado.
—Feliz cumpleaños, Ari —le deseó acercándose y atrapó la boca de su
novia con la suya. Cubrió el rostro de Arizona con sus manos cuando solo
intentaba acariciar sus mejillas, y esta sonrió, como siempre hacía cuando la
besaba. Suspiró, enamorada—. ¿Cómo has pasado la noche?
—Con un hombre en mi cama. Algo bastante molesto, en realidad —
bromeó y él soltó una risa ronca.
Ya la había felicitado por su cumpleaños a medianoche y lo habían
celebrado desde el día anterior, haciéndolo una y otra vez, como solía
suceder cuando él estaba en Seattle.
Adam trabajaba en una multinacional que se encargaba de dar charlas y
capacitaciones a otras empresas, y él era uno de los mejores en Estados
Unidos. Solía viajar por todo el país varias veces al mes, aunque siempre
pasaba por la oficina en Seattle al menos dos días a la semana en los que
solía verse con Arizona. A veces pasaban la noche en el hotel de turno de
Adam y en otras ocasiones se quedaban en el departamento de Ari. No era
como si ambos prefirieran esta opción, dado que ella compartía piso con
Mandy y eso les restaba privacidad.
—¿Cuáles son los planes para hoy? —preguntó Arizona. Adam no le
había compartido cuál sería el itinerario, solo sabía que él debía irse a
Olympia en la tarde, por lo que las horas que les quedaban juntos estaban
contadas.
—Después de desayunar pasaremos la mañana en el spa. Luego
almorzaremos en tu restaurante favorito, y, de ahí, Mandy te irá a buscar
para quién sabe qué. Se negó a decirme qué planea hacer contigo. A lo
mejor tiene una orgía organizada y me excluyó a propósito.
Ari se rio y se levantó de la cama justo cuando tocaron la puerta. Él se
adelantó para abrirla y un trabajador del hotel les dejó un carrito de comida
dentro de la habitación. A Ari se le hizo agua la boca ante tanta abundancia.
Últimamente controlaba más lo que compraba en el súper para no quedarse
sin dinero de manera anticipada.
—Luce delicioso —admitió.
Adam asintió y sirvió la comida en la mesa, impidiendo que ella
moviera un solo dedo. Siempre que estaba en Seattle buscaba consentirla de
más, como si intentara compensar todo el tiempo que pasaba lejos.
—No más que tú —contestó él. Una vez que empezaron a comer, él
trajo a colación una pregunta que ella había estado evitando durante los
últimos días—: ¿Cómo va tu búsqueda laboral? ¿Has encontrado algo?
Las comisuras de la boca de Arizona formaron una curvatura hacia abajo
y sus labios se fruncieron. Desvió la mirada y prefirió concentrarse en la
Bahía de Elliot, en lo bonito que lucía aquel día de otoño. El sol se
mostraba resplandeciente en una mañana sin nubes y el azul de la bahía se
veía provocador, precioso.
Adam entendió cuál sería la respuesta y deseó que existiera un botón
para deshacer las palabras.
—Tuve un par de entrevistas la semana pasada —confesó, triste—. No
me han llamado aún, por lo que asumo que no me darán el puesto. Ambos
sitios estaban buscando a alguien «con urgencia» y siguen sin contactarme.
—No pierdas la esperanza —la animó tomando su mano y le dedicó una
sonrisa—. Estoy seguro de que encontrarás algo pronto, tienes mucho
potencial y cualquier empresa con visión se daría cuenta de eso al instante.
—Solo lo dices porque eres mi novio, pero te lo agradezco igual. —Se
encogió de hombros.
—Lo digo porque creo en ti. Ahora come, vamos. Nos queda un día
lleno de actividades y si nos detenemos en hablar de cosas tristes no me
quedará tiempo de complacerte de la forma en que te gusta.
Ella se rio por lo bajo y trató de ocultar cómo se había ruborizado. Él
tenía razón, quedarse pensando en su desdicha en pleno cumpleaños no
solucionaría nada. De todas formas, no era como si con Adam hablara de
cosas demasiado personales.
Lo quería, y lo quería mucho, más que a cualquier otro novio que
hubiera tenido. Sin embargo, era como si siempre existiese una pared entre
ambos y en el momento en que se disponían a hablar de cosas muy
personales el muro cogía fuerza.
Después de que desayunaron, él la guio hasta la cama y se quitó la toalla
que le cubría la cintura, descubriendo esa parte suya que era capaz de hacer
que Arizona perdiera la cabeza. Allí, con las cortinas abiertas y sin miedo a
que cualquier otra persona de Seattle que espiara las habitaciones del Four
Seasons los vieran, Adam le hizo el amor como jamás se lo había hecho.
Vaya que habían tenido buenos polvos, pero el de la mañana de su
cumpleaños número treinta se convirtió en uno inolvidable para Arizona.
—Ari —susurró encima de ella mientras esta jadeaba, bocabajo—, me
gustas muchísimo.
A ella le pareció extraña esa confesión. Adam podía ser romántico en
cuanto a sus acciones, pero no era demasiado verbal, en cinco meses no
había sido capaz de decirle que la quería.
Le había dicho que le gustaba. A lo mejor para otras personas resultaba
poco, pero ella conocía a Adam. De seguro le había costado decírselo. No
era un «me pones muchísimo» o un «me encanta follarte», declaraciones
que ya había escuchado de su parte. Era la primera vez que le decía que le
gustaba, y de ahí al «te quiero» no debía existir demasiada distancia.
Arizona fue incapaz de contener una gigantesca sonrisa toda la mañana.

✽ ✽ ✽

—Luces muy guapa —la halagó Adam dándole un beso en la mejilla.


Habían tomado un taxi para llegar al restaurante a tiempo y no perder la
reservación.
—Tú no te quedas atrás.
Arizona había escogido un vestido negro que se le ajustaba al cuerpo y
le llegaba por encima de las rodillas. Era uno de esos que guardaba en su
clóset desde hacía muchos años y que había pasado demasiado tiempo sin
usar. Estaba en tan buen estado que cualquiera hubiera pensado que lo había
comprado poco antes para la ocasión.
Sin saberlo, él se había combinado con ella. Había escogido un traje
negro, tan elegante como moderno, que le hacía ver incluso más estilizado
de lo que ya era.
—Es una lástima que tengas que irte a Olympia dentro de poco —se
quejó Arizona a propósito. Pensó que si lo endulzaba a lo mejor se quedaría
una noche más. Era su cumpleaños, después de todo.
—Lo es, pero tengo una reunión al final de la tarde que no puedo
aplazar. Me gustaría poder regresar, pero me queda cerca de casa y ya
mañana salgo a Dallas —explicó con lamento.
Arizona suspiró, decepcionada, y prefirió mirar a través de la ventana
del taxi. Adam, notando cómo disimulaba estar molesta con él, tomó su
mano y le besó los nudillos.
—Créeme, Ari, nadie lo siente más que yo. Si fuera por mí, pasaría
todas las noches contigo.
—¿Entonces por qué sigues viviendo en Olympia?
Ella no había tenido intención de discutir con él o reclamarle nada, pero
aquella pregunta le salió del corazón, con voz gélida incluida.
—Vivo en Olympia desde hace años —contestó, calmado—. Tengo un
contrato de alquiler, no puedo irme así como así. Además, vivir en Seattle
me saldría más costoso y no es como si pasara mucho tiempo en casa de
todas formas.
—A lo mejor debería mudarme yo a Olympia, no es como si algo me
atara a Seattle.
Lo había dicho en un intento de broma, pero sabía que mudarse allí era
inviable. A pesar de que era la capital del estado de Washington, no era más
que un pueblo, al menos comparado con Seattle. Arizona había nacido y
crecido en Harpers Ferry, una ciudad pequeña de West Virginia, y se había
ido a Seattle en busca de una vida más cosmopolita. No regresaría a una
vida casi pueblerina. Ni por el mismísimo Adam.
Su novio se rio y negó con la cabeza.
—Ambos sabemos que no serías capaz, aunque me encantaría verte
intentarlo.
—Algún día te daré una sorpresa, ya verás.
—Si esa sorpresa te incluye sin ropa sobre una cama, me gustaría que
me sorprendieras todos los días.
Ella rodó los ojos y se rindió. En parte él tenía razón, Adam ya tenía una
vida antes de conocerla; ya tenía una rutina, un trabajo, un círculo de
amistades. Sí, habían sido novios durante unos meses ya —bueno, el
calificativo «novio» lo había puesto ella, pero él le había comentado en más
de una ocasión que la quería solo para sí, que quería algo exclusivo—, pero
eso no significaba que tuvieran que verse siempre o estar uno encima del
otro. Tal vez, si ella tuviera un trabajo que la apasionara no se vería tentada
a cambiar su estilo de vida por alguien más. Su problema era ese, que no
sabía qué hacer con su tiempo libre y terminaba pensando en tonterías.
Cuando llegaron al restaurante escucharon un «¡sorpresa!» que hizo que
todos voltearan a ver la escena. Adam y Mandy se habían puesto de acuerdo
para aquella reunión, donde también estaban algunos amigos de Arizona.
Esta se llevó las manos a los labios y fue agradeciéndoles uno a uno.
—¡Feliz cumpleaños! —Mandy abrazó tanto a su amiga que sintió dolor
en sus huesos—. No sabes lo difícil que fue planear esto sin decirte una
palabra.
—No, no puedo imaginarte guardándome un secreto como este —se
burló Arizona. Mandy era parlanchina y no se cohibía de contarle nada a su
compañera de piso. Nada. Incluso le había mencionado en reiteradas
ocasiones lo feo que le parecía Adam, pero que si Arizona lo quería eso era
lo que importaba.
—Me ha faltado invitar a Connor, pero como sé que las cosas no
quedaron bien entre ustedes… No quise preguntarte porque sería muy
evidente la sorpresa. Además, no creí que fuera bueno que se topara con tu
novio Chewbacca.
—No te preocupes, ni siquiera se acordó de mi cumpleaños —respondió
ignorando lo último y agradeciendo que Adam no la había escuchado.
Connor había sido un buen amigo de Mandy y Arizona y esta última
terminó saliendo con él un tiempo. Fue tan intenso como breve y no
terminaron bien. A Connor se le había salido un «te quiero» en pleno acto
sexual y la respuesta de Arizona fue un «no salgas con esto justo ahora».
Esa fue la última vez que Connor estuvo en su departamento.
Después de cantar el cumpleaños y almorzar los mejores ñoquis de la
ciudad, todos en la mesa empezaron a hablar al mismo tiempo formando un
ruido insoportable en aquel pequeño restaurante. Frente a Arizona se había
sentado Justin, un excompañero de trabajo que vendía con ella en una
boutique de moda del centro.
—Las ventas no van muy bien. Anne no quiere aceptar que, para que la
boutique crezca, debe adaptarse al mundo digital. Es que ni me ha dejado
crearle una página en Facebook —se quejó—. Es demasiado vieja escuela,
dice que no quiere pagar por ello.
—Me ha tocado conocer gerentes de empresas que creen que las redes
sociales son inútiles —comentó Adam, que estaba sentado junto a Arizona.
—Lo que me preocupa es que la boutique termine cerrando. ¿Te
acuerdas de Debbie? —Miró a Arizona antes de continuar, y esta asintió—.
Me la encontré hace poco. Me dijo que empezó a trabajar en una línea
erótica, pensé que esas ya ni existían. Con tantas aplicaciones de chats de
sexo, estaba seguro de que las llamadas eróticas se habían quedado en el
pasado.
—¿Quién pagaría por tener sexo telefónico? —preguntó ella, riéndose.
—Supongo que mucha gente —contestó Justin—. Me dijo cuánto gana
por semana y no es poco. Estuve a punto de renunciar a la boutique para
dedicarme a ser operador de línea sexual. El problema es que no sabría
cómo excitar a una mujer ni por teléfono —se rio.
Sus palabras llamaron la atención de Arizona, quien ladeó la cabeza con
disimulo. No quiso preguntarle frente a Adam cuánto estaría ganando
Debbie, dado que sintió un poco de vergüenza al imaginar lo que pensaría él
de ella por considerar trabajar de ello.
La gruesa mano de Adam buscó la cintura de su novia con disimulo y se
acercó para susurrarle al oído.
—Ha llegado mi hora de irme. ¿Me acompañas a la salida? Me ha
faltado darte el último regalo del día.
Ella lo miró con un ápice de desilusión al darse cuenta de que su tiempo
juntos se había agotado. Joder, no se había ni terminado de ir y ya lo
extrañaba. Ahí, a pocos centímetros de distancia, contempló el tono marrón
claro de los ojos de Adam y deseó que la observaran todos los días.
Apenas era lunes y no volverían a verse hasta el fin de semana. No
obstante, Arizona sabía que a veces él solía faltar a sus promesas, en la
mayoría de las ocasiones le salían viajes a otros estados y en otras estaba
demasiado cansado como para ir a Seattle.
—De acuerdo —accedió levantándose y le hizo una seña a Mandy para
indicarle que ya volvía.
Una vez estuvieron fuera del restaurante, Adam sacó una bolsita
gamuzada y se la entregó con delicadeza. Al abrirla, ella sonrió. Era una
cadena de plata con una estrella como dije. Era algo sencillo y quizá
bastante común, sin embargo, para Arizona era hermoso y especial porque
él lo había comprado pensando en ella.
—Es precioso, Adam. Muchas gracias.
—Sé que es difícil no vernos muy seguido. Con esto. —Se puso detrás
de ella para abrocharle la cadenita de plata— siempre estaré contigo.
—No sabía que podías ser así de cursi —se burló, pero terminó
depositando un beso en sus labios.
—Calla, que ya sé que estoy muy grande para la gracia.
Adam era mayor que Arizona por cinco años, aunque aquel detalle
siempre solía olvidarlo.
—¿Te veré el sábado?
—Haré lo posible. —Suspiró, dándole el último beso que recibiría en su
cumpleaños.
Cuando Arizona volvió a entrar al restaurante, sola y con el rostro
bañado de tristeza, Mandy se encargó de consolarla. Seguirían la fiesta esa
noche en su terraza y Ari no fue capaz de confesarle a su amiga que no la
deseaba. No quería regresar al apartamento. No quería volver al sitio que ya
no podía pagar para ver en su mesa de noche todos los sobres con facturas
pendientes.
—Justin. —Llamó a su amigo mientras todos se ponían de acuerdo para
tomar taxis e ir al apartamento. Arizona le hizo una seña para que ambos se
apartaran del grupo y que nadie más pudiera escucharlos—, ¿hablabas en
serio cuando decías que a Debbie le va bien como teleoperadora sexual?
—¿Por qué? ¿Estás interesada?
—Podría estarlo —contestó rápido—, necesito dinero pronto. Tal vez
ese podría ser un trabajo temporal mientras consigo algo más.
—Debbie empezó a hacerlo en las noches, como algo extra. Creo que ya
tiene sus propios clientes, que la llaman de manera regular y, según me ha
dicho, le va tan bien que no piensa dejarlo pronto. Incluso renunció a la
boutique para dedicarse solo a eso.
Los ojos le brillaron.
—Entonces…
—De todas maneras, Ari —la detuvo—, que no estés físicamente con un
cliente no significa que sea más sencillo. Además, tú eres un poco…
Arizona se cruzó de brazos y enarcó una ceja.
—¿Un poco qué?
—Suave, vainilla. Debbie me contó muchas cosas… extrañas. No sé si
será lo tuyo.
—No sabes cómo soy en la intimidad —se defendió—. Además, trabajo
es trabajo. Poner voz de actriz porno y fingir algunas cosas por teléfono
para ganar dinero es mejor que me echen del apartamento, ¿no crees?
—Pues sí, pero…
—Le escribiré a Debbie. Gracias, Justin.
Pasó toda su fiesta de cumpleaños pensando en Debbie e imaginando
cuánto podría ganar como teleoperadora sexual. Incluso le escribió un
testamento explicándole su situación y que la ayudara a conseguir un
trabajo en el mismo sitio que ella —sin saber siquiera cómo era ese nicho ni
dónde trabajaba—. Se consoló varias veces diciéndose que no era
prostitución y que no se necesitaba «material» para ello. ¿Qué tan difícil
podía ser?
Tragó con fuerza cuando Debbie le respondió el mensaje.

Debbie: Genial, Ari!!!!! La semana pasada se fueron un par de


chicas, así que hay vacantes. Ya le escribí a mi jefa y me dijo que
puedes pasarte mañana a primera hora. Si quieres nos tomamos un
café antes de que entres para darte algunos consejos.

Debbie: Créeme… los vas a necesitar.

Se le formó un nudo en el estómago y los nervios le cayeron de golpe.


Una parte de ella creía que Debbie le diría que no, así que el hecho de que
le respondiera aquello tan rápido la dejó sin aliento.

Arizona: Eso es un sí?

Debbie: Te harán una entrevista, pero no es nada difícil. Solo


prepárate para ponerte creativa bien temprano. Nos vemos mañana, te
dejo la dirección y la hora en el siguiente mensaje.

Contuvo la emoción y creyó en las palabras de Debbie: no sería nada


difícil.
capítulo dos
Arizona

H
ay varias compañías —le contó Debbie mientras se sentaban en la
cafetería—, a mí me gusta esta porque paga bastante bien. He
conocido a chicas de otras empresas que hacen mucho menos dinero
que yo, y no es que sea la más solicitada. Además, hay varias modalidades
de trabajo.
Arizona asintió casi en modo automático y tomó nota mental. No había
podido dormir debido a los nervios. Una parte de ella quería convencerse de
que no podía ser muy difícil pasar la entrevista para un trabajo en una línea
erótica, sin embargo, otra le recordaba que había fracasado en todas las
entrevistas a las que se había presentado últimamente. Por Dios, si no
conseguía trabajo en una línea erótica, ¿dónde sí?
—¿Cuáles son esas modalidades?
Ser una especie de mentora había hecho que Debbie pasara todo el rato
sonriente.
—Están las chicas que trabajan en cabina, es lo más seguro y por donde
se comienza. Otras, como yo, tenemos un móvil con un número solo para
este trabajo, y allí recibimos las llamadas. A mí me gusta porque puedo
trabajar desde casa y, sobre todo, hacerlo en las noches. También están las
chicas de los chats, ya sabes, las que se escriben con los clientes mediante
la app. No te aconsejo que trabajes en el chat, es el que paga menos.
—Disculpa si te hago una pregunta muy personal, pero ¿cómo lo toma
tu marido? ¿No se pone celoso?
—¿Ryan? —Se echó a reír. Ari se preguntó si tendría otro marido—. Él
no tiene problema. A veces, incluso, le gusta escuchar mis conversaciones.
—Debe ser genial. —Le sonrió.
—Lo es.
Imaginó qué haría o diría Adam si ella estuviera en la posición de
Debbie. ¿Lo tomaría de la misma manera? Se formó un silencio que no fue
incómodo. Faltaba poco para la entrevista y con cada nuevo minuto Arizona
sentía los nervios multiplicarse.
—Debbie… ¿cómo son los clientes? —preguntó con timidez.
Jamás se había enfrentado a algo así, por lo que no tenía ni idea de qué
tipo de personas buscaban sexo telefónico. No dejaba de pensar que los
clientes serían puros hombres cuarentones, malhumorados y déspotas.
—Hay de todo un poco. —Se encogió de hombros y dio un sorbo a su
café—. Hay clientes que buscan esto para… no sentirse tan solos. A veces
siento un poco de compasión porque tengo clientes que ven nuestras
llamadas como lo mejor que les pasa durante la semana. También están los
clientes que pueden decirte «zorra» y colgarte una vez acaban.
—¿Y cómo lidias con eso?
—De la manera en la que te van a aconsejar si comienzas este trabajo:
no tomando nada de lo que te digan de manera personal. Para los clientes no
eres Arizona Taylor, eres solo una teleoperadora. Ten eso en mente siempre.
—Debbie miró su reloj y le regaló una nueva sonrisa—. Vamos, ya es la
hora.

✽ ✽ ✽

La entrevista no había durado demasiado tiempo, aunque sí le había


resultado extraña. Nicole, la jefa de todos los teleoperadores, le había hecho
preguntas regulares sobre su experiencia laboral, por qué quería ser
teleoperadora sexual, cuáles eran sus expectativas, cómo se veía en cinco
años, si se consideraba capaz, si entendía las ventajas y desventajas de un
trabajo como aquel. Ari se había preparado para ese tipo de preguntas, había
pasado por suficientes entrevistas en su corta vida.
Luego llegó la parte difícil.
Nicole le puso una prueba práctica: emuló ser una clienta y le pidió a
Arizona que cumpliera sus fantasías verbalmente. Jamás se había sentido
tan incómoda, no por tener que hablarla de una manera tan atrevida a quien
sería su jefa o gemir en una ocasión que lo ameritó, sino porque estaba justo
frente a ella. Supuso que hacerlo por teléfono sería mil veces más sencillo,
ya que no tendría que verle la cara a la otra persona.
—Muy bien, Arizona Taylor —la felicitó leyendo su nombre completo
en el currículo que le había entregado—. ¿Puedes comenzar hoy mismo?
Ella enarcó ambas cejas, sorprendida.
—Cl-claro, por supuesto.
—Te explicaré cómo funciona todo en LoveLine. Vas a trabajar en
cabina; en este momento solo tenemos disponible el turno de mañana y
tarde. El nocturno está repleto, ya que, como supondrás, es el que más
dinero produce y solo tenemos allí a nuestras teleoperadoras expertas. Te
daremos tu paga todos los viernes, así que por eso no tendrás que
preocuparte.
Ari quiso chillar de la emoción, pero decidió contenerse. Nicole no era
una mujer muy risueña y temía que por ser ella misma terminara
despidiéndola de un trabajo que ni siquiera había comenzado.
—Además de eso, tenemos cuatro reglas. Si incumples alguna tu
contrato se finalizaría. ¿Estás de acuerdo?
—¿Reglas? ¿Te refieres a ser puntual?
Nicole frunció los labios.
—No necesariamente, asumimos que llegarás temprano porque es un
trabajo. —Se acomodó en la silla de cuero y dejó a un lado los papeles que
tenía en la mano—. La primera regla es nunca colgar una llamada, sin
importar lo que suceda. La persona del otro lado de la línea es tu cliente y
está pagando por un servicio, eso a veces incluye lenguaje vulgar. Es
posible que te llamen «zorra» para excitarse, incluso «guarra». Entiende
que no es personal, que no se lo dicen a Arizona Taylor, sino a la persona
que están pagando para excitarlos. ¿Entendido?
Arizona asintió, recordando lo que le había mencionado Debbie apenas
unos minutos atrás. Torció los labios al darse cuenta de que aquello podría
ser más común de lo que esperaba y deseó no perder la compostura cuando
le sucediera.
—Claro, no lo tomaré personal.
—Les ha pasado a muchas y, créeme, aunque suene fácil decir que no lo
tomarás personal, algunos clientes pueden ser demasiado…
—¿Explícitos?
Ella asintió y rodó los ojos. Arizona estaba tomando notas como si
estuviera en una clase.
—Algo así. La segunda regla es que no des ningún dato personal. Todas
las llamadas son grabadas, así que sabremos si nos has mentido o no. Esta
regla es para tres cosas: protegerte a ti, proteger al cliente y protegernos a
nosotros. Si le das a un cliente tu número personal o tu nombre real, por
ejemplo, te ves expuesta. Alguien podría seguirte, acosarte o hacerte daño.
Después de todo, no sabemos bien quién está al otro lado de la línea.
»También protegemos al cliente porque no te conocemos muy bien.
Hemos tenido que lidiar con la terrible situación de que estafen a clientes
fuera de las llamadas de LoveLine y no queremos esa mancha en nuestra
reputación. Así es como también nos protegemos nosotros.
Todo aquello tenía sentido, aunque hubo algo que le llamó la atención.
—Si no puedo usar mi nombre real…
—Necesitas uno falso, sí. ¿Cuál escogerás?
Balbuceó un momento, aquello la había tomado desprevenida. Jamás se
había preguntado cuál sería su nombre ideal como teleoperadora sexual. A
su mente llegaron nombres de lo más ridículos: Dinamita Caliente,
Explosión Sexual, Diamante Erótico, Morena Sexi, Soyla Candente… hasta
que se dio cuenta de que aquellos eran más seudónimos que nombres e
infirió que ningún hombre confiaría demasiado en una mujer que se
denominara así. El objetivo era actuar y hacer que el cliente se excitara, sí,
pero no tenía por qué ser algo poco natural.
«Piensa, Arizona, piensa», se dijo mientras Nicole la miraba con
aburrimiento, esperando una respuesta. «Un nombre de una protagonista de
una película. No, Hermione Granger sería demasiado falso. Phoebe Buffay
también». Se frustró cuando su mente se quedó en blanco.
—Te podría sugerir…
—¡Jessica Jones! —exclamó Arizona—. Puede ser Jessica Jones.
Una vez dicho aquello se quiso dar un golpe en la frente. Había
escogido el nombre de una superheroína de Marvel, cuya serie en Netflix se
llamaba así.
«Bueno, si voy a hacer que otros tengan orgasmos mientras yo no,
entonces sí que seré una heroína», reflexionó.
Nicole asintió, anotando el nuevo nombre sexual de Arizona.
—Perfecto. La siguiente regla, aunque es más un consejo, es que tomes
nota de cada uno de tus clientes. Nosotros te proporcionaremos planillas
para que se te haga más fácil recordar datos sobre ellos, es decir, lo que les
gusta, sus fantasías, sus aversiones y, lo más importante, sus nombres.
Jamás confundas un nombre. Hay clientes que pueden sentirse ofendidos y
terminar la llamada.
—Pero ¿cómo podré recordar nombres de personas que no he visto y
con las que hable una sola vez?
Nicole le sonrió.
—Pues tomándote en serio el trabajo y prestando atención a los detalles.
Todas las voces son distintas, incluso hablarás con personas que tengan
acentos variados.
—Vale…
—Por último, pero no menos importante, no te encariñes con nadie.
Recuerda que son clientes, no amigos. Están pagando un servicio,
independientemente de lo que te digan o de sus personalidades. No te
conviertas en amiga de nadie ni te hagas ilusiones con algún cliente. ¿Te ha
quedado claro?
Arizona asintió. No podía imaginarse tomándole cariño a una persona
desconocida con la que tuviera sexo telefónico. Sin embargo, recordó las
palabras de Debbie de cómo había clientes amables y regulares.
Tenía muchas preguntas que solo se resolverían con la práctica. Como si
le leyera la mente, Nicole imprimió un nuevo contrato con los datos de
Arizona, el cual esta firmó sin dudarlo demasiado, y luego procedió a
enseñarle las instalaciones.
Cuando le habían hablado de cabinas se referían literalmente a eso,
cabinas. Cubículos cerrados con solo una mesa, una laptop, unos
auriculares con micrófono y una silla. Nada más. Intentó convencerse de
que aquello sería igual a trabajar en un call center, que todo saldría bien al
final del día.
—Tendría que darte una capacitación, pero al faltarnos dos personas se
nos han acumulado clientes. Estamos cerca de Acción de Gracias y la gente
se siente más sola y nostálgica que nunca —explicó Nicole mientras Ari se
sentaba en su nueva silla y dejaba sus pertenencias debajo del escritorio—.
Tratarán de pasarte a los clientes no regulares y más jóvenes. Los viejos son
los más quisquillosos e insoportables. Mañana, cuando entreviste a un par
de candidatas, haremos la capacitación para ti y la otra persona que
seleccionemos, ¿de acuerdo?
—No hay problema —asintió Arizona.
Nicole la registró en el sistema que se conectaba con la app, donde los
usuarios podían elegir a qué persona llamar o escribir. No podía añadir una
fotografía —por seguridad— aunque sí una pequeña biografía, la cual llenó
como si fuera su perfil de Tinder (y su jefa le pidió que colocara algo más
caliente). Nicole le explicó cómo usar el sistema de llamadas y en un
santiamén la dejó sola, encerrada en aquel cubículo sin tener idea de cómo
empezar.
Suspiró, sintiendo cómo sus manos comenzaban a transpirar. Cerró los
ojos y se dijo a sí misma que todo saldría bien, que solo debía esperar a que
cayera una primera llamada y el resto de la conversación seguiría un cauce
natural. Tenía que creer en sus capacidades porque necesitaba que esto le
saliera bien.
Después de algunos minutos, registró el primer cajón del escritorio y
encontró un manual para las teleoperadoras. En las primeras páginas se
brindaban indicaciones de cómo identificar a los menores de edad y a la
mitad había una especie de glosario de fantasías sexuales comunes, con
imágenes incluidas.
Ari trató de memorizarlo todo hasta que el sistema le avisó de que tenía
una llamada entrante. Su corazón se aceleró como si hubiera recibido una
inyección de adrenalina y todo lo que había aprendido e intentado
memorizar desapareció. Su mente se puso en blanco durante algunos
minutos, hasta que su mano se movió sola para aceptar la llamada.
Era el momento de comenzar.
capítulo tres
Arizona

S
u primera llamada fue un fiasco.
En el momento en que escuchó la voz de su nuevo cliente supo que
era un menor de edad y no pudo evitar decepcionarse. Solo para estar
segura, lo mareó entre palabras y risas que, cuando le preguntó en qué año
había nacido, el chico dijo la verdad sin quererlo. Se preguntó si le pagarían
por esos tres minutos perdidos.
En LoveLine pagaban por cada minuto de llamada. También tenían
paquetes para los clientes más regulares, pero, en líneas generales, con una
buena suma de llamadas por día podría terminar con un sueldo decente. El
problema era que durante una hora solo había recibido una que no duró ni
cinco minutos. Le habían dicho que la demanda era alta, no obstante, no le
caían clientes. Supuso que los teleoperadores más experimentados y con
mejor reputación dentro de LoveLine eran quienes se llevaban el grueso de
las llamadas.
Se alegró cuando, al cabo de un rato, le entró un nuevo cliente. Una
nueva clienta. Se trataba de una mujer que le puso la tarea bastante difícil;
era arrogante, seca y se dio cuenta de que Arizona no tenía demasiada
experiencia, así que no le tomó mucho tiempo ir al grano y acabar, casi que
para sentir que su dinero había valido algo.
Cuando la llamada finalizó, Ari se llevó las manos al rostro para
estrujárselo un poco sin importarle que se le corriera el maquillaje, después
de todo, no le tocaba impresionar a los clientes con su imagen, sino con su
voz.
No había llegado el mediodía cuando se sintió decepcionada y volvieron
a ella todas las preocupaciones que la habían llevado a LoveLine en primer
lugar. Sabía que con llamadas breves e inútiles no ganaría dinero. Tampoco
había sido muy creativa con su primera clienta, se había puesto nerviosa al
tratarse de una mujer y lo único que le había preguntado una y otra vez fue:
«¿y qué te gustaría que te hiciera ahora?». Si se lo hubieran hecho a ella
habría terminado la llamada en menos de dos minutos.
«Vamos, Ari», se dijo. «Tienes que creértelo. Solo tienes que pretender.
Finge que eres buena hasta que finalmente lo seas».
A las once y media de la mañana cayó la tercera llamada. Se dijo a sí
misma que, sin importar qué, a ese nuevo cliente lo complacería y lo
obligaría a quedarse con ella al menos quince minutos —diez era el
promedio—. Según el sistema (que estaba conectado con la app donde los
clientes se registraban antes de llamar), la persona del otro lado de la línea
se llamaba Jesse.
Tal vez era un nombre inventado —como el de ella—, aunque no pudo
evitar sonreír al ver que se parecía a su nombre de mentira. A lo mejor Jesse
era el ángel que venía a salvarle el día. Y, aunque fuera un demonio, tocaba
complacerlo a toda costa.
—Buenos días, señor Jesse —susurró con voz seductora. Se echó su
cabello castaño hacia atrás y trató de ocultar los nervios.
Lo escuchó reírse con suavidad. Buena señal.
—Nadie me había llamado señor antes —confesó. Su voz era grave,
aunque había algo dulce en ella—. Bueno, solo los niños.
Aquello la hizo sonreír.
—¿Le molesta que lo llame señor?
—Preferiría que me tutearas y solo me llamaras Jesse. ¿A ti te gustaría
que te llamara Jessica, o te gustaría algún apodo?
—Con Jessica está bien, aunque si se te ocurre un apodo me halagaría
mucho que lo usaras.
Cuando Jesse se rio, Arizona se dio cuenta de que él también estaba
nervioso, tal vez era su primera vez. Aquello le brindó una sensación de
confianza, así que mordió su labio inferior y se echó hacia atrás en la
cómoda silla.
—No he hecho esto antes —confesó, como si leyera los pensamientos
de Arizona—, así que tendrás que guiarme, Jessica. ¿Qué te parece si por
hoy lo hacemos a tu manera?
Ari tragó saliva. Ella no tenía una «manera» y no quería repetir las
preguntas bobas que le había hecho a la mujer de la llamada anterior,
aquello había sido un fracaso. Cerró los ojos para tratar de imaginar la
escena y hacerlo lo mejor posible, hasta que se dio cuenta de que ese era el
problema: no imaginaba nada.
Tal vez así podría empezar.
—Yo sugeriría crear nuestra manera, Jesse. ¿Por qué no empiezas
diciéndome dónde estás? ¿Estás en tu cama o en un jacuzzi escuchando mi
preciosa voz mientras te tocas?
Él volvió a reírse y Arizona no pudo evitar hacer lo mismo.
—Estoy en mi cama —dijo con suavidad—. Y me has descubierto, me
estoy tocando mientras te escucho. Lo habrás dicho en broma, pero tienes
una voz muy bonita, Jessica.
Sintió el calor invadir sus mejillas. Entonces recordó las reglas que le
había explicado Nicole, en especial la última, la de no encariñarse con
nadie. Sacudió la cabeza como si con eso pudiera deshacerse del rubor y se
dijo a sí misma que no estaba para tomarle afecto a ningún cliente. Debía
limitarse a la cuestión sexual.
—¿Te gustaría que estuviera allí contigo? —Arizona no sabía cuál era el
límite de la conversación. En parte creía que estaba yendo demasiado
rápido y no quería abrumarlo.
—Sí, me gustaría que estuvieras aquí… en mi cama —contestó, ahora
con la voz más ronca. Hizo una pausa antes de continuar—: ¿Qué llevas
puesto?
Esa mañana vestía una americana bastante formal y unos pantalones de
vestir. No era demasiado atractivo para un hombre que estaba fantaseando
con ella en ese momento, así que ideó una mentirilla mientras imaginaba
cómo sería la habitación de Jesse.
Cerró los ojos y dibujó en su mente unas paredes verde oliva con
cuadros minimalistas, un escritorio desorganizado, una pequeña biblioteca
con libros sobre Historia y Arte, una cama King donde él reposaría acostado
y desnudo. Lo imaginaba como un joven de estos que buscan el
conocimiento y se inspiran en las artes. No parecía tener el temple o la
seguridad de alguien con una ocupación que lo requiriera en su día a día,
como un abogado o incluso un economista. Solo por su forma de hablar
supuso que era suave por fuera y todavía más dulce por dentro.
Quiso creer que era alto, de espalda ancha y barba. A lo mejor tenía los
ojos claros y su cuerpo trabajado. Lo imaginó tragando con fuerza frente a
ella, nervioso por tenerla cerca.
—Un vestido rojo formal no muy largo y debajo unas pantimedias
negras. Mis botas son de cuero y punta fina. Se te haría muy fácil quitarlo
todo.
—¿Cómo eres físicamente?
Arizona abrió los ojos, considerándolo. Podía mentirle. Podría
describirse como una Kim Kardashian o una Scarlett Johansson, incluso una
Beyoncé. ¿Sería apropiado decirle la verdad? Parte de las reglas de
LoveLine era no dar datos personales o algo que pudiera exponer a algún
teleoperador o a un cliente. Aunque no era como si Jesse le estuviera
pidiendo su número de teléfono o una fotografía. Además, Arizona tenía el
físico más común de todo Seattle y Estados Unidos.
—Perdona —dijo él—, no quise sonar superficial. ¿Puedes olvidar que
hice esa pregunta?
—No tienes que disculparte, Jesse —contestó, pronunciando su nombre
con suavidad a propósito—. Cierra los ojos.
—Listo.
—Quiero que me visualices entrando en tu habitación. Mi pelo castaño
oscuro cae por debajo de mis hombros y mis ojos marrones te observan con
deseo. Estás listo para mí y eso me gusta. Me gusta mucho. —Lo escuchó
suspirar del otro lado de la línea, cosa que la animó a continuar—. Hay
tantas cosas que quisiera que me hicieras que mis mejillas se pusieron rojas.
Pero, dime, Jesse, ¿qué quieres hacerme tú en este momento?
Muchas cosas habían sido ciertas: la descripción de su pelo, de sus ojos
y de cómo se había sonrojado. Le resultaba extraño hablar de esa manera
con una persona que no fuera su novio y, peor aún, que el clima le resultara
grato. Definitivamente, Jesse era de esos clientes agradables que Debbie le
había comentado.
—Me acercaría a ti y comenzaría a besarte el cuello —soltó. Arizona
supuso que era de los que iban directo al grano, lo cual no le gustó mucho
—. Quitaría tu vestido y te dejaría en ropa interior, en pantimedias y con
esas botas. Lucirías muy sexi de esa manera, Jessica.
Ella misma reconoció que sí luciría sexi, hasta se dijo que compraría
unas botas de cuero y unas pantimedias cuando saliera de deudas para darle
una sorpresa a Adam. A él sí que le encantaría verla de esa manera.
El recuerdo de su novio la hizo sentirse culpable. Aunque aquello ahora
fuera su trabajo, sentía como si lo estuviera traicionando de alguna manera,
en especial cuando todavía no se había atrevido a decirle dónde estaba o
cómo estaba ganando dinero.
La voz de Jesse la trajo a la realidad.
—¿Dónde te gustaría que te tocara primero?
Parpadeó varias veces e intentó volver a montar la escena en su
imaginación, donde estaría con su cliente. Le tomó un par de segundos
volver al hilo de la conversación.
—En la única parte de mi cuerpo que se encuentra húmeda para ti en
este momento.
La prueba que había tenido con Nicole había sido mucho más intensa y
mil veces más sexual que aquello, sin embargo, se equivocó al tantear a
Jesse porque, una vez Arizona pronunció eso, lo escuchó jadear y luego
silencio.
Más silencio.
El silencio no era bueno, no cuando ella estaba cobrando por minuto y
dependía de que la llamada fuera larga.
—¿Jesse…?
—Mierda —gruñó.
Ari no supo si era prudente preguntarle si todo estaba bien, sobre todo
porque intuía lo que había sucedido.
—Lo siento, Jessica —jadeó del otro lado de la línea—. Yo no… Yo…
Terminé muy rápido. Esto es… —dijo, avergonzado.
Si no fuera porque su voz era la de un hombre, quizás incluso mayor que
ella, hubiera pensado que se trataba de un menor de edad. No por lo rápido
que había acabado, sino por lo inseguro y vergonzoso que era, como si no
tuviera mucha experiencia.
—Ya te he dicho antes que no tienes que disculparte —lo consoló—. Si
tú acabas significa que algo hice bien. «A pesar de que ahora cobraré
menos», pensó.
—Para mí has estado perfecta —admitió, esta vez un poco más
confiado. Aquello le sacó una sonrisa inesperada—. Es solo que… hace
algunas semanas terminé con mi novia y me ha costado mucho estar con
una mujer desde entonces. Es mi primera vez con esto del sexo telefónico y
el amigo que me lo recomendó me dijo que ustedes cobran por minuto, así
que seguro que te ocasioné más pérdidas que ganancias.
No pudo evitar reírse de sus últimas palabras, no a modo de burla, sino
por la honestidad con la que Jesse lo había soltado todo. Escuchó que abría
un grifo del otro lado de la línea, por lo que supuso que se estaba limpiando
en el baño.
Entonces sintió la necesidad de hablarle y extender la conversación. No
solo porque estaba cobrando por el tiempo de la llamada, sino porque le
estaba agradando charlar con él. No supo si ese tipo de química era normal
entre cliente y teleoperadora, aunque quiso creer que sí. Tenía que
convencerse de que era normal.
—Te confesaré algo yo también —murmuró—. Hoy es mi primer día y
prácticamente eres mi primer cliente. —Se negó a contar a la mujer de antes
como una cliente de verdad.
Él chasqueó la lengua y soltó una risilla divertida. El humor le había
cambiado por completo.
—¿Y qué tal te ha parecido? Al menos ya tienes algo que contar sobre tu
primer día: te tocó un cliente precoz.
—No revelaría eso jamás, y no eres precoz. A veces, cuando tenemos
muchos problemas sentimentales, nuestra vida sexual se ve afectada. No te
sientas mal por esto.
—Gracias —musitó.
Ambos se quedaron en silencio y su inexperiencia le ganó; ya no sabía
cómo seguir el juego. Ya había cumplido con su parte, él había acabado y
sonaba satisfecho. ¿Debía distraerlo o convencerlo de una segunda ronda?
Le habría gustado hacerlo solo para continuar escuchándolo, sin embargo,
él tomó la palabra antes y cortó la dinámica.
—Debo irme. Si así has sido con tu primer cliente, terminarás siendo
millonaria, Jessica. Todo el mundo querrá llamarte.
—Yo me conformo con que me vuelvas a llamar tú —dijo y se sintió
culpable al saber que no le estaba mintiendo—. Ha sido todo un placer,
Jesse.
—Créeme, Jessica, el placer ha sido todo mío.
Cuando finalizó la llamada, varios sentimientos se apoderaron de ella.
Por un lado, se sentía contenta, ya que había satisfecho a un cliente y este le
dejaría una buena calificación en la app. No conforme con ello, de verdad
había disfrutado la conversación erótica con Jesse y en algún punto llegó a
excitarse. ¿Acaso era eso normal? ¿Era bueno que se excitara con sus
propios clientes? Por no mencionar que no podía quitarse la sonrisa
bobalicona del rostro. Lo cual, al cabo de unos minutos, no hizo más que
instalarle una profunda culpa cuando se acordó de que no era bueno que se
permitiera sentirse excitada o atraída por un hombre que no fuera Adam. Él
era su novio. Uno que ni siquiera sabía que ella ayudaba a otros a tener
orgasmos.
Se recostó en la silla y echó la cabeza hacia atrás. Aquello no era lo peor
de su situación. En el fondo se sentía usada y un poco… sucia. Sí, estaba
cobrando por aquello y, sí, lo que hacía era por teléfono, así que no estaba
acostándose con nadie. No obstante, le hacía sentir un poco mal saber que
esa era su única función, que no volvería a saber más de esas personas, que
en algún punto ni siquiera la tratarían con respeto. Solo estaban interesados
en unas palabras calientes y luego: gracias, adiós, siguiente.
No tuvo tiempo para seguir sintiéndose mal porque una nueva llamada
cayó, interrumpiendo sus pensamientos.

✽ ✽ ✽

Esa noche, Mandy le exigió que soltara todo. Sin obviar ningún detalle, así
que le contó sobre el chico menor de edad, la mujer que la trató mal, sobre
Jesse y sobre todos los que llegaron después. Hubo un hombre que le tocó a
media tarde que, para poder excitarse, la llamaba «zorra» cada vez que se
refería a ella, y por más que se había preparado para no tomarlo personal,
no pudo evitar llorar cuando terminó la llamada.
—No puedo creer que haya hombres de ese estilo —comentó—. Una
completa basura. Si me hubiera tocado a mí ya lo habría mandado a freír
espárragos, hasta hubiera…
—No importa, Mandy. En realidad, no debemos juzgar. Tal vez esa
persona es seria y respetuosa cuando no está en la cama, o quizá solo fue así
conmigo porque me estaba pagando y es un amante cariñoso con sus
parejas reales. El primer paso para este trabajo es no juzgar al cliente.
—Pues yo no trabajo ahí, así que puedo juzgar a quien me dé la gana. —
Se cruzó de brazos y le sacó la lengua. Ari negó con la cabeza y se sirvió
más vino—. Pero, a ver, mejor cuéntame sobre el chico dulce que te trató
bien. ¿Cuál era su nombre?
—Jesse. —Arizona sonrió al pronunciarlo y Mandy se dio cuenta.
—Y… ¿hubo química?
La castaña frunció el ceño.
—Es mi trabajo, me toca crear la química. Si no la hay entonces estoy
fallando en algo.
—Te equivocas. Tu trabajo es sonar sexi y complacerlos, narrarles sus
fantasías o qué sé yo. Si lo disfrutas, buenísimo, y si no, de todas formas te
están pagando por ello. Pero la química… La química es algo de ambos. Es
algo que sientes, independientemente de que tengas que hacerlo.
Arizona lo interiorizó un momento. No podía negar que sí se había
sentido cómoda en la llamada con Jesse, hasta la había hecho reír —ningún
otro cliente ese día lo había logrado— y en algún punto deseó poder estar
en aquella habitación y sentir que la tocaba lentamente o que le quitaba las
falsas botas de cuero… pero no podía dejarse llevar.
Primero: tenía novio.
Segundo: estaba en contra de las reglas.
Tercero: lo más probable era que Jesse no la volviera a llamar.
—Creo que terminaré mi vino en la habitación —dijo, haciendo que
Mandy se quejara—. Mejor deja de imaginarte cosas, mira que tengo novio
y Adam y yo somos muy felices.
—Estar a dieta no impide ver el menú.
—No hay ningún menú, Mandy.
Se rio para disimular el rubor en sus mejillas y se escondió en la
habitación. No había ningún menú y quizás ese era el problema de esa
noche.
Arizona buscó su laptop y abrió Facebook. Sabía que estaba atentando
en contra de las reglas y, además, tenía una relación que cuidar. No
obstante, se convenció de que solo estaba saciando su curiosidad. Era una
curiosidad natural, sana. Si encontraba a Jesse en Facebook no haría nada,
no le escribiría, no tenía por qué.
Se sintió estúpida al buscarlo en Facebook y darse cuenta de que había
miles de Jesse en Seattle. ¡Y ni siquiera sabía si vivía en Seattle! Era cierto
que LoveLine había nacido en esa ciudad y se estaba expandiendo, pero
muchas personas de la Costa Oeste empezaban a usar la aplicación.
«Jesse, Jesse, Jesse, ¿dónde estarás?».
—No, Arizona. Detente —se regañó.
Cerró la laptop de golpe y la apartó. Se tomó la copa de vino de un
sopetón y apagó la luz para acostarse. Le tocaría un día de trabajo pesado el
siguiente miércoles y tendría una capacitación con Nicole, así que más le
valía recobrar la energía.
«Mejor así. De seguro él ya ha olvidado nuestra conversación de hoy»,
se dijo. Aunque, en el fondo, quiso creer lo contrario.
capítulo cuatro
Jesse

P
areces una puta morsa. Levántate de una vez —dijo su amigo.
Con esas ocho palabras había recibido aquel nuevo día y se
preguntó qué tipo de cosas malas había hecho en esa vida —o en
cualquiera de las anteriores— para tener que soportar a alguien como Eric.
Bueno, tampoco podía quejarse. Jesse sabía que, en el fondo, su mejor
amigo solo quería que hiciera algo valioso en su tiempo más que dormir y
hundirse más en la miseria como el Grinch.
El problema era que Eric no parecía comprender lo que era perder a una
persona como lo había hecho él. Corrección: a dos personas. Su mejor
amigo era de esos que evitaban las relaciones con los demás a toda costa,
mientras que Jesse era lo contrario: se ilusionaba en minutos y no había
quién lo sacara de ahí. Por eso supo que Holly iba a ser la mujer de su vida
la primera vez que hablaron en la facultad, y por eso la odiaba tanto en ese
momento, porque ella seguía con su vida como si los sentimientos de Jesse
hubieran sido inexistentes, o, mejor dicho, prescindibles.
—Te invito el desayuno, vamos —insistió Eric tocándole el hombro con
más fuerza.
—Si pagas tú, está bien. —Jesse se sentó en la cama, todavía
adormilado.
—Pues eso significa «invitar».
—La última vez que me «invitaste» a desayunar, te fuiste sin pagar la
cuenta.
Eric rodó los ojos y empezó a anudarse la corbata de forma automática.
—Pero luego te pagué una cena, no seas llorón. —Miró su reloj—.
Tienes quince minutos para estar listo. Además, al fin te toca entrar a
trabajar. Ya me estaba preocupando cómo ibas a pagar tu mitad de la renta.
—Por algo te tengo a ti como sugar daddy, ¿no?
Los dos sonrieron y Eric lo dejó a solas para que se arreglara. No tenía
ánimos de nada, pero su amigo tenía razón, ese día se reincorporaba al
trabajo. Lo hacía solo porque agotó todos sus días de vacaciones, no porque
realmente quisiera regresar a la oficina. Tampoco era como si se llevara mal
con sus compañeros, al contrario, mantenía buena relación todos. El
problema era que conocían a Holly y sabían cómo habían terminado las
cosas con ella. Y si él quería alejarse un tiempo de tanta mierda también
tenía que ausentarse del trabajo.
Llegaron a una de las cafeterías favoritas de Eric y Jesse pidió lo más
ligero que hubiese. La ansiedad le quitaba el apetito.
—Por amor a todos los dioses, cambia esa cara —pidió Eric—. Que ya
lo he intentado de todo contigo. Te organizo una cita a ciegas, te saco al
cine, te llevo a comer, hasta te paso la app erótica donde trabaja mi hermana
para que te liberes un poco. Y ahí estás, más tenso que un palo de escoba.
—Y tú tan insoportable como un niño de cinco años. Es que no lo
entiendes. Con Holly estaba dispuesto a...
—El nombre «Holly» acaba de ser vetado de todas nuestras
conversaciones. No volveremos a hablar de ella. —Hizo una pausa cuando
vio la expresión de enfado de Jesse y cambió de tema de forma radical—.
¿Al final usaste LoveLine para tu primera llamada caliente?
Aquello hizo que recordara el encuentro telefónico que había tenido con
Jessica y sintió un poco de vergüenza al rememorar que se había
comportado con ella como un niño precoz. Es que ni eso le salía bien. Sin
embargo, también se acordó de lo bien que le había caído ella, incluso
podría decirse que era muy agradable.
—Sí.
—Y... ¿qué tal? Espero que no hayas hablado con mi hermana —
advirtió de forma sobreprotectora.
—Por supuesto que no, conozco su voz y la hubiera reconocido. Hablé
con otra persona y me pareció... dulce.
Eric ladeó la cabeza y lo miró como si fuera un bicho raro.
—De todos los adjetivos que puedes utilizar para describir el sexo
telefónico, ¿usas la palabra «dulce»? Cada día me convenzo más de que
eres virgen y estabas esperando a perderla con Holly después del
matrimonio.
—Pensé que el nombre de Holly estaba vetado de las conversaciones.
—Tienes razón. De ahora en adelante la llamaremos «la innombrable».
De todas maneras, me alegra que dieras el paso y llamaras. Ahora que estás
volviendo a tu fase de galantería, creo que podríamos salir esta noche al bar
a ver si conoces gente distinta. Te sorprendería cuánto puede ayudarte el
sexo a olvidar a tu ex.
—No eres quién para dar consejos porque nunca has estado en una
relación.
—Tal vez no soy un experto en relaciones, pero sí en el arte sexual, y
déjame decirte que tiene propiedades curativas ancestrales.
Negó con la cabeza y se rio; si bien no le quitaba el despecho, al menos
su mejor amigo a veces le hacía reír. Después de pagar la cuenta, se
despidieron para dirigirse cada uno a su trabajo.
Una vez que estuvo en su coche, Jesse sacó su celular y buscó la app de
LoveLine, donde había conocido a Jessica. No iba a negar que en alguna
que otra ocasión aquella primera llamada volvía a su cabeza y comenzaba a
imaginar cómo sería, cómo luciría ella en persona. ¿Cuáles serían sus
gustos? ¿Por qué había empezado a trabajar en una línea erótica? ¿Era algo
que le gustaba o lo hacía por necesidad? Incluso sonrió al recordar la forma
tan dulce con la que había pronunciado su nombre.
Sí, «dulce». No se dejaba llevar por las burlas de Eric y seguía
catalogando a aquella chica y a su primer encuentro como algo dulce. El
problema era que él sentía debilidad por lo dulce, así que cerró la app antes
de sucumbir ante sus propias debilidades, encendió el coche y fijó el rumbo
hacia su trabajo.

✽ ✽ ✽

Arizona
El viernes había llegado sin muchas novedades. Era el cuarto día de trabajo
de Arizona y ya empezaba a acostumbrarse.
La capacitación con Nicole el miércoles le había hecho entender que
gran parte de las cosas que hizo en su primer día habían estado mal, sin
embargo, poco a poco fue adaptándose al ritmo.
No conversaba demasiado con sus compañeros; había nueve mujeres
más y tres hombres, pero el hecho de que se cohibiera de hablarlos no
significaba que no los hallaba interesantes. La mayoría de las chicas eran
jóvenes, algunas universitarias que cumplían distintos turnos en la semana,
otras tenían poco de haberse graduado y solo una minoría superaba los
treinta. Arizona incluida. En cuanto a los chicos, uno era padre de familia y
el otro par eran universitarios.
—Y… ¿no les molesta cuando tienen clientes de un sexo que no les
atrae? —les preguntó el día anterior cuando tomaron el descanso del
almuerzo—. No quiero decir que sea algo malo, pero ¿no es incómodo si
eres gay y te toca una mujer, o si eres hetero y te toca un hombre?
—Es trabajo —se limitó a responder Morgan, el mayor, y los demás
asintieron, incluso las chicas—. Al principio mi esposa pensaba lo mismo
que tú, pero lo cierto es que se me hace incluso más fácil lidiar con clientes
hombres porque ya sé cómo trabajarlos. Te sorprendería saber que mi mejor
cliente es un tipo mayor que yo —rio.
—¿A ti no te han tocado mujeres, acaso? —se dirigió a ella Isabella, una
de sus compañeras. Ari asintió—. ¿Te ha resultado raro?
—Al principio, sí. Aunque la mayoría han sido agradables, a excepción
de mi primera clienta, que me dijo cosas un poco… ofensivas. Espero no
me llame de nuevo.
—Que no te coma la cabeza. A mí algunos clientes me piden que los
insulte, incluso sus fantasías pueden ser un poco violentas. Aquí vas a
encontrarte de todo, el truco es que no lo tomes como algo personal.
—Sí, Nicole me dijo lo mismo el primer día —contestó. Después no
pudo evitar acordarse del chico dulce que por instantes la había hecho
sentirse más que cómoda—. Una pregunta… ¿es normal tener
conversaciones no sexuales con clientes?
—Claro —contestó Isabella y los demás parecieron de acuerdo con ella
—. Hay quienes llaman no solo para que les relates fantasías, sino para
sentir que tienen vínculos con otras personas, así sea el más mínimo. —
Arizona asintió, recordando lo que le había comentado Debbie antes de la
entrevista—. Si ellos quieren incluir temas de conversación que no sean
eróticos, no hay problema. Recuerda que ellos están pagando por minuto.
Ahora bien, si solo te llaman para eso, ten cuidado con lo que quieren
preguntarte. Ya sabes, depravados y acosadores hay en todas partes.
—Entendido. Muchas gracias.
—¿Tienes pareja? —Aquella había sido la pregunta más personal que le
habían hecho. Ella asintió—. ¿Le has dicho que trabajas acá?
—No exactamente.
Arizona sí había hablado con Adam durante los últimos días y le había
dado la noticia de que había encontrado un empleo. Cuando lo notó tan feliz
por ella se cohibió de contarle la verdad completa.
Le invadieron preguntas como «¿no le gustará lo que hago?», «¿pensará
que es demasiado para nuestra relación?», «¿se decepcionará de mí?». Ante
el miedo, prefirió el silencio, así que le respondió a Adam que trabajaba en
un call center de una compañía telefónica. Que, dentro de todo, no era cien
por ciento mentira.
—La confianza es clave si quieres que a tu pareja no le moleste esto,
Arizona —le había dicho Isabella con tono condescendiente.
Nadie más volvió a sacar el tema y ella lo agradeció. Asimismo, después
de aquel almuerzo en el que pensó que había hecho amigos, cada uno se
ensimismó en su trabajo y sus rutinas y Arizona no pudo evitar sentirse un
poco patética al darse cuenta de que nadie la esperó cuando se acabó el
turno de la tarde.
Aquel viernes había comenzado nublado y frío, se notaba que estaba por
terminar el otoño. Extrañaba a Adam y contaba con ansias las horas que
quedaban para verlo; ya él le había confirmado que estaría en Seattle ese fin
de semana, tendría que pasar por la sede principal de su empresa en la
mañana y a partir de ahí sería libre para disfrutar el fin de semana con ella.
Acción de Gracias sería la semana siguiente, así que Ari ideó algunas
propuestas para ambos. Adam no parecía muy deseoso de conocer a los
padres de Arizona y a esta le aterraba la idea de conocer a los suyos, por lo
que sería un día de Acción de Gracias sin familias. En el fondo le habría
gustado sugerirle una escapada a Vancouver, pero todavía tenía que
recuperarse de sus deudas.
Cayó su primera llamada y, para su sorpresa, era la misma mujer que la
había tratado un poco mal el primer día. Ese viernes parecía distinta, más
serena y sin pedanterías ni apuros. Realmente quería escuchar la voz de
Arizona y se dejó llevar por cada una de sus palabras.
—Tienes una voz muy bonita —le dijo después de terminar. Arizona no
pudo evitar sonrojarse.
—Muchas gracias, Lisa.
Lisa no se disculpó por haberla tratado mal antes y Ari tampoco esperó
algo distinto. Las personas tenían días buenos y malos y ella no tenía por
qué castigar a alguien por eso, mucho menos cuando, de todas maneras, le
estaba pagando.
—Espero que podamos volver a hablar.
—Yo también. Muchas gracias por darme una nueva oportunidad.
Todavía era una novata, así que no sabía hasta qué punto era demasiado
dulce o atrevida con un cliente, o cómo seguir una misma línea. Al final
apostaba un poco a la dulzura —aunque mientras se encontraba en plena
fantasía con un cliente podía ser hasta salvaje—, pensaba que tal vez ese
podía ser su factor diferenciador. A lo mejor sí lo era, porque Lisa era la
segunda persona que la había llamado de forma reiterada esa semana.
Se echó hacia atrás en la silla y clavó la vista en el techo, sintiéndose
culpable por desear que una persona en particular la llamara, alguien que no
era su novio. No era como si no se lo hubiera podido sacar de la cabeza en
toda la semana. No siempre pensaba en él, excepto en momentos como ese,
cuando se encontraba sola en la cabina y con cierto temor a las nuevas
llamadas y deseaba con fervor que él fuera el siguiente en llamarla.
Supo que se había extralimitado cuando intentó buscarlo en Facebook.
Había sido una idea tonta porque era evidente que no iba a ser capaz de
encontrarlo, sin embargo, ¿y si hubiera tenido los datos para hacerlo? De
todas maneras, era incorrecto. Tenía a Adam y estaban las reglas de su
trabajo, el cual necesitaba para comer.
A través de los auriculares escuchó el sonido de una llamada entrante.
Se incorporó y cuando leyó el nombre en la pantalla se le heló hasta la
espina dorsal.
Jesse.
Tragó saliva con fuerza y asintió, repitiéndose que todo estaba bien, que
no tenía motivos para ponerse nerviosa. Él era un cliente más y no
recordaba haberse puesto más alterada de lo normal con cualquiera de las
otras llamadas, así que con él no debía ser distinto. Entonces otra pregunta
la dejó en blanco: ¿cómo debía responder? ¿De manera dulce? ¿Neutral
como si no sucediera nada? ¿O sexi y atrevida?
Habían establecido una relación bastante amena y cordial en la llamada
anterior, pero tal vez ese día él quería una sesión erótica más salvaje y
quería que ella fuera más… determinada, explícita y provocativa.
Después de varios segundos, decidió contestar para no perderlo y dejar
que todo fluyera, que saliera como tuviera que salir. El contador del tiempo
empezó a correr, mas ella no dijo nada, lo cual fue mucho peor. Las
palabras no salieron de su boca por más que las tuviera en la punta de la
lengua.
—¿Jessica? —Escuchó su voz tranquila y afable, la del mismo chico
que había sido atento con ella en su primer día.
—Hola, Jesse.
Sonrió y suspiró con alivio. Supo que lo peor había pasado, una extraña
sensación de paz y bienvenida la acogió.
—El hecho de que nuestros nombres se parezcan es una señal —
comentó—, ¿no lo crees?
—¿Una señal de qué?
—Pues no lo sé, si fuera bueno interpretando las señales de la vida tal
vez fuera millonario ahora y viajara a Las Bahamas todos los fines de
semana. —Hizo una pausa—. ¿Sabes en lo que he pensado estos días?
—¿En mí? —Mordió su labio inferior esperando a que esa fuera la
respuesta.
—Sí, o algo así. ¿No te parece curioso que yo fuera tu primer cliente, tú
mi primera experiencia en esto del sexo telefónico, que nuestros nombres
sean parecidos y que nos lleváramos tan bien? Porque yo lo tomo como que
estaba destinado a pasar, y eso que no creo en nada de esas cosas.
Ella cohibió una sonrisa, aun cuando sabía que muchas de esas cosas no
eran ciertas. Él no había sido su primer cliente, no técnicamente —había
sido Lisa—, y su nombre no era Jessica, sino Arizona. No obstante, eso
último no podía revelárselo.
—¿No crees en el destino?
—Nosotros hacemos nuestro propio destino. ¿Tú sí crees?
—Creo que algunas cosas están destinadas a ser, sí.
—Entonces ¿sí crees que nuestra llamada el martes estaba destinada a
suceder?
Se rio, nerviosa. No sabía de dónde había sacado tanto interés en ella o
por qué le hacía esa clase de preguntas de manera tan impetuosa. Al mismo
tiempo, le reconfortaba saber que todo lo que ella había pensado y sentido
los últimos días era recíproco. O al menos él hacía lo posible por
demostrarlo.
—Podría ser —admitió—, aunque si tú no crees en el destino todo esto
debería parecerte indiferente. ¿O acaso me llamas hoy para decirme que te
has convertido en un creyente hasta del zodíaco?
—Te llamé porque quería escuchar tu voz.
Arizona paseó el dedo índice por su escritorio, disfrutando de las
palabras que acababa de escuchar. Había algo en su forma de hablarla que
le hacía sentir cercano, casi como si estuviera frente a ella en aquella
diminuta cabina.
—Vaya, la vez anterior no habías sido tan directo.
—Es que en la llamada anterior quedé como un adolescente de trece
años que jamás había hablado con una chica bonita sobre cosas un poco…
calientes. Necesito reivindicarme.
A ella se le escapó una nueva risa que él acompañó.
—Lo que te sucedió es normal. Además, lo que hables conmigo es
confidencial, como el privilegio entre abogados y clientes o el secreto
profesional entre psicólogo y paciente.
—Entiendo que lo dices para que me sienta mejor, y no voy a engañarte,
sí que me hace sentir mejor. De todas maneras, quisiera limpiar un poco mi
imagen.
—¿Y cómo pretendes hacer eso?
Él se quedó en silencio, por lo que Ari supuso que había llegado el
momento de adentrarse en el asunto sexual. Sin embargo, creyó por un
instante que para Jesse la situación era igual de incómoda que la jornada
anterior.
Se preguntó dónde estaría él. Tal vez en su habitación, de nuevo. Aún no
se formulaba una imagen de él, le costaba imaginarse una figura definitiva,
un mismo color de ojos, un mismo rostro, altura o incluso color de piel.
Cuando pensaba en Jesse en distintas áreas de su casa lo pintaba en su
mente como un hombre distinto en cada escena. Y es que él podría ser la
copia de Chris Evans o todo lo opuesto, y jamás lo sabría. En realidad,
tampoco le importaba porque ese interés que sentía hacia él no se valía de
algo físico. ¿Si en algún momento lo conocía en persona… se desilusionaría
con su aspecto o le gustaría más?
«¿Gustar más? Más te vale que te saques esa idea de la cabeza,
Arizona», se dijo a sí misma. «Jamás lo vas a conocer, está en contra de las
reglas».
—¿Cómo crees que pretendo hacerlo?
—Yendo un poco más despacio, quizá.
—¿Te gustaría que fuera despacio?
—Creo que soy yo quien debería hacerte las preguntas. Aunque, sí, me
gusta más cuando todo sale despacio —pronunció con lentitud y en tono
seductor. En el reloj de su pantalla se marcaba que la llamada ya había
pasado los primeros diez minutos, así que supuso que ya era momento de
darle a Jesse lo que él había venido a buscar—. ¿Dónde estás?
—En mi departamento. Vivo cerca de mi trabajo, así que vine a
almorzar. Aproveché este rato a solas para poder hablar contigo.
—¿Estás en tu cama o en alguna otra parte?
—Entrando en mi habitación —se rio con una dosis de nervios que ella
consideró adorable—. ¿Tú estás en tu casa también?
No podía confesarle que estaba trabajando en una cabina, era el tipo de
datos que Nicole le había dicho que no explicara. Además, si aquello se
trataba de plantarle fantasías eróticas en la cabeza más le valía fingir que
estaba en un sitio más sensual que no fuera una vieja cabina.
—Sí. Justo me di un baño hace poco. —Cerró los ojos e intentó
imaginarse a sí misma en su propia habitación, en la comodidad de su cama
—. No tengo nada puesto debajo de mi toalla, la cual todavía sigue
húmeda.
Lo escuchó exhalar y supo que estaba dando en el clavo.
—Me gustaría estar ahí contigo. —La voz de Jesse se había tornado más
grave y ronca.
—Y a mí me encantaría que estuvieras aquí —contestó, reconociendo
para sí que aquello no era una mentira.
Lo visualizó sentado sobre su cama, esperándola. El pecho se le
comprimió ante las ganas y se mordió el labio inferior como si él pudiera
verla. Decidió deshacerse de culpas y narrar una fantasía que ella también
comenzaba a tener.
—Quisiera que estuvieras en mi habitación —le dijo con una nota de
seducción—. No es muy grande y mi cama está un poco hundida, pero
cumple con las funciones básicas. Desearía que estuvieras sentado allí,
esperando a que me quitara la toalla frente a ti.
—¿Me permitirías a mí tener el honor de hacerlo?
—Puedes quitarme todas las prendas de ropa que así desees.
—Si estuviera ahí contigo te pediría que te acercaras y quedaras justo
frente a mí para desamarrar tu toalla con cuidado y dejarla caer a tus pies.
—Hizo una pausa y jadeó, imaginándola. Arizona se relamió los labios ante
la misma imagen—. Mis manos acariciarían tu cuerpo desnudo con lentitud;
primero tus muslos, luego tu vientre, hasta llegar a tus pechos.
Ella soltó todo el aire que estaba conteniendo y fue testigo de cómo sus
latidos empezaron a acelerarse. Sus manos actuaron solas y fue acariciando
su propio cuerpo a medida que él describía lo que añoraba hacerle.
—Quiero que los muerdas —exigió. La sangre le subió a las mejillas
con tal petición y sintió un cosquilleo en el vientre—. En realidad, me
sentaría a horcajadas sobre ti y acariciaría tus hombros mientras mi mirada
se clava en la tuya.
«Aunque si hablamos de clavar, preferiría que me clavaras otras cosas»,
pensó.
—En mi mente hueles muy bien —comentó él—, a un champú floral
que te hace incluso más exquisita.
—De seguro tú también hueles muy bien, por eso acercaría mi rostro a
tu cuello y rodaría mis labios por esa zona mientras tus manos acarician mis
muslos hasta detenerse en mi entrepierna, la cual está lista para ti.
—Y por eso me gustaría que te tocaras para mí.
Arizona acarició su propio cuello, dándose cuenta de que tenía los
sentidos a flor de piel. Necesitaba contacto humano, pero no cualquier tipo
de contacto. Su cuerpo estaba hecho fuego y necesitaba de alguien que la
ayudara a apagarlo, alguien que se quemara con ella hasta que todo se
apaciguara. Arrastró las uñas por sus muslos, todavía con los ojos cerrados,
y repitió los jadeos de Jesse en su mente.
—Como digas —accedió, sin aire—. Quiero que imagines cómo con
una mano acaricio uno de mis pechos justo frente a ti y con la otra toco mi
sexo, que sigue esperando por tu calor. Hago movimientos en círculos,
hasta que poco a poco introduzco un dedo… —Expulsó aire de nuevo y esta
vez no pudo contener un pequeño gemido, el cual él secundó. Escucharlo de
esa forma hizo que se despertara un monstruo en su interior—. Quiero que
seas tú quién lo haga.
—Me encantaría tocarte —confesó con un nuevo jadeo—. Sentirte así
de cerca…
—Y húmeda. Solo para ti —apostilló con voz aterciopelada—. Quisiera
quitarte esa toalla y darte placer.
—¿De qué maneras me darías placer?
—Me arrodillaría frente a ti, te miraría a los ojos y…
—Dios, no tienes idea de la imagen que tengo en la cabeza en estos
momentos.
Jadeaba de una forma en la que ella pudo imaginar cómo su pecho subía
y bajaba con fuerza, lo cual le hizo hacer lo mismo. Escuchó, además, un
movimiento de fricción cada vez más acelerado y nuevos gemidos.
Fantaseaba con su voz tan ronca y la sola idea de que él estuviera a punto
de acabar, le hacía agua la boca y le aceleraba más los latidos. Sintió la
necesidad de tocarse ahí mismo, pero no pensó que fuera capaz de hacerlo.
Entre la cantidad de sentimientos encontrados (como la culpa por
traicionar a Adam y su atracción hacia Jesse), la calentura de su cuerpo, y la
emoción por lo que estaba viviendo, su propia mente la traicionó, así que
terminó por confesar algo que, aunque Jesse tomaría como una frase por la
cual estaba pagando, ella lo dijo con toda la honestidad de su ser:
—Qué ganas tengo de que esto sea real.
—Jessica… —gimió una vez más, hasta que escuchó cómo terminaba.
Sin embargo, ese «Jessica» había sido suficiente para traerla a la
realidad. Él no sabía que Arizona existía, por lo que todas esas ganas y
fantasías eran algo irreal y efímero. Aunque entendía que era parte del
trabajo, no pudo evitar sentirse decepcionada. Incluso usada; esa era la
única intención de Jesse, no conocerla. Una vez colgara la llamada no sabía
si él querría volver a escucharla. Lo más triste de su situación fue la
abrumadora sensación de resignación. No había nada que pudiera hacer
para cambiarlo.
—Vaya… —Lo escuchó luchando contra la falta de aire para poder
hablar—, eres increíble.
«No me conoces, no puedes saberlo», pensó.
—Tú no te quedas atrás.
—¿Lo disfrutaste?
Sus labios esbozaron una pequeña sonrisa.
—Sí, lo disfruté bastante.
—Pero no acabaste. Es decir, tus gemidos fueron… preciosos, sexis y
adorables, aunque sé que no te hice acabar.
No era una obligación fingir orgasmos en las llamadas, aunque en ese
momento se arrepintió de no haberlo hecho porque notó cierta desilusión en
su voz.
—Mi labor es hacer que tú lo disfrutes, que te sientas cómodo, crearte
fantasías que, más allá de calentarte, te hagan sentir deseado y en intimidad.
—Hizo una pausa, dándose cuenta de que estaba sonando muy impersonal y
no era su intención—. Aunque… esta semana he lidiado con una variedad
de clientes y solo contigo lo he disfrutado de verdad. Me gusta cuando me
llamas.
Se sentía tonta después de aquella declaración. Sabía que estaba
saliendo de su rol y de las cosas que debía hacer, pero no pudo evitarlo. El
silencio que se formó le aterró, hasta que, al cabo de unos segundos, él
tomó la palabra.
—Hagamos algo juntos.
—Jesse, no…
—Sé que no podemos conocernos. Antes de cada llamada esta app
muestra un aviso que explica las cosas que no debemos hacer o pedir.
Pero… podemos hacer algo que no incumpla esas normas, como ver una
película, por ejemplo.
Ella frunció el ceño.
—No entiendo.
—Podemos ver la misma película, cada uno en su respectivo
departamento, pero a la misma hora y el mismo día. Cuando te llame la
semana que viene la discutiremos.
—Suena interesante —admitió.
No era precisamente una cita, así que no estaría traicionando a su novio.
Solo vería una película en su casa, a solas, y luego la discutiría con un
cliente. Con uno que la pagaba por hacerle acabar y que ella empezaba a
desear más de lo debido.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—La que quieras —contestó Ari.
—Después de la primera llamada que tuvimos… ¿volviste a pensar en
mí en alguna ocasión?
Tragó con fuerza y abrió los ojos tanto como pudo. No le estaba
pidiendo ningún dato personal pero aquella sí que era una pregunta íntima,
cuya respuesta la avergonzaba. Podía decirle que no y dejar todo el asunto
enfriarse, como se esperaba de ella, o podía decirle la verdad, aunque
quedara como una tonta que empezaba a fantasear con un hombre que ni
siquiera había visto.
—¿Jessica? —llamó cuando ella tardó demasiado en responder.
—Sí —admitió con timidez—. Sí, pensé en ti varias veces esta semana.
—Genial —contestó, entusiasmado—. Mi plan de ver una película
puede hacer que pensemos el uno en el otro al mismo tiempo. —Ella quiso
interrumpirlo porque, por muy adorable que fuera todo, no sabía si era
apropiado que él comenzara a romantizar su relación. Sin embargo, pareció
darse cuenta de lo mismo—: Puede ser un buen plan de amigos.
—¿«Amigos»? —repitió, escéptica.
—Sí. Amigos que tienen sexo telefónico, pero amigos al fin.
Se rio ante su manera de encubrirlo y asintió. Una parte de sí entendía el
lío en el que empezaba a meterse, no obstante, un impulso visceral y animal
le urgía por decirle que sí.
—De acuerdo, veamos la película, pero dejemos un factor sorpresa.
—¿Cuál?
—La película en sí. Podemos sintonizar TNT este domingo a las ocho
de la noche y ver lo que sea que estén pasando. Creo que sería una
discusión más interesante cuando volvamos a hablar, ¿no lo crees?
Esperó algunos segundos por su respuesta.
—De acuerdo. Este domingo. Ocho de la noche. TNT. Agendado.
No pudo ocultar una sonrisa y sentir cómo una corriente eléctrica le
recorría todo el cuerpo. La emoción la consumía y tuvo que hacer un
esfuerzo sobrehumano para no demostrárselo a Jesse, tampoco quería
arruinar aquella «amistad».
—Ojalá nos toque Crepúsculo.
—Vampiros brillantes un domingo por la noche, el sueño de mi vida —
bromeó él—. Ya me toca dejarte. Hablaremos pronto.
No podía verlo, pero por su tono de voz y su forma de pronunciar las
palabras estuvo casi segura de que estaba sonriendo.
—Una cosa más, Jessica, yo también pensé en ti varias veces esta
semana —admitió antes de terminar la llamada, dejándola sin palabras y
con el corazón y la mente hechos polvo.

✽ ✽ ✽

El resto de la tarde se le pasó volando. Estuvo tan de buen humor que dejó a
todos los clientes más que satisfechos; era la primera vez en toda la semana
que se esmeraba tanto por destacar, por hacerlo bien, por ser la mejor. En
sus venas fluía la adrenalina y en el descanso entre llamadas se imaginaba
cómo sería la siguiente conversación que tendría con Jesse o qué película
les tocaría. Estuvo a punto de hacer trampa y buscar en internet la
programación de TNT, no obstante, quiso sorprenderse, disfrutar del
momento.
Su humor mejoró todavía más cuando al final del día Nicole le entregó
un sobre con su pago semanal y un resumen de su actividad. Ni un centavo
más ni uno menos. Aquello no cubría la renta, pero al menos podía empezar
a pagarle algunas cosas que le debía a Mandy y una cuota atrasada del
préstamo de su coche. «Algo es algo», pensó.
Se prometió a sí misma que la siguiente semana se esforzaría todavía
más para ganar más clientes y que las llamadas fueran más largas; además,
le ofreció a Nicole trabajar los fines de semana si era necesario y los días
feriados. Su jefa le dijo que todos esos turnos estaban ocupados pero que tal
vez la consideraría más adelante si faltaba uno de los teleoperadores.
Arizona sabía lo que realmente significaba su respuesta: «aún estás
comenzando, más bien enfócate en mejorar y después hablaremos de si
puedes tomar o no los turnos más valiosos».
No tardó demasiado en llegar a su edificio y subió las escaleras
tarareando la última canción de Lady Gaga que había escuchado en la radio
con una sonrisa que le iba de oreja a oreja. Dios, era como si de su cuerpo
saliera un arcoíris.
Al entrar en su departamento estuvo lista para contarle a Mandy todo lo
sucedido, sin embargo, se llevó una sorpresa.
—¿Adam? —pronunció su nombre, confundida, cuando lo encontró
sentado en el sofá de la sala con un ramo de flores sobre su regazo y su
móvil en las manos.
Este levantó la mirada y le dedicó una sonrisa cariñosa. Se puso de pie y
se acercó hacia ella, emocionado.
—Al fin te veo —susurró cuando estuvo frente a ella, entregándole las
flores, y luego tomó su rostro entre sus gigantescas manos. Arizona siempre
parecía una niña cuando estaba cerca de él—. No tienes idea de cuánto te
eché de menos, Ari.
—Yo también —contestó. No era del todo mentira, solo que no lo había
extrañado tanto como en otras ocasiones.
Los labios de su novio aterrizaron en los suyos y la besó como si fuera
la primera vez y la última, con entusiasmo, dulzura y desesperación. Sin
duda, también lo había echado en falta, así como la manera que tenía de
ponerle la piel de gallina con algo tan sencillo como un beso en los labios.
Cuando Adam se detuvo, ella suspiró a milímetros de su rostro y
contempló, embobada, cómo él sonreía entre el deleite.
—Pensé que vendrías a Seattle mañana.
—Mi vuelo estaba programado para mañana en la madrugada, pero
logré cambiarlo para llegar hoy en la tarde. No aguantaba las ganas de
verte. Además, tenemos que celebrar que has conseguido trabajo. —Tomó
su mano y la guio hasta el mesón de la cocina—. Guardé el champán en la
nevera.
—¿Compraste champán solo porque conseguí trabajo en un call center?
—Sé que me dijiste que es temporal y soy consciente de que mereces
algo mucho mejor. Solo quería una excusa para celebrar con mi novia
incluso los pequeños logros. ¿Es eso malo?
«Novia». Era la primera vez que usaba esa palabra para referirse a ella.
No solo eso, también lo notaba más alegre que de costumbre, por lo que
supuso que le había ido muy bien en su último viaje de trabajo. Le
conmovió verlo así y aquello solo profundizó la culpa que sentía. Adam
quería celebrar con ella que había conseguido un trabajo cuando desconocía
que era en una línea erótica y que le daba placer a un montón de personas
de forma diaria. Por no mencionar que disfrutaba más de lo debido las
llamadas de un chico en particular.
Abrió la boca para contárselo todo, pero era demasiada información y
no sabía cómo se lo tomaría. No quería defraudarlo y temía ser juzgada, así
que decidió ocultarlo unos días más.
—No, no es malo. Muchas gracias por ser tan considerado. —Le sonrió
con dulzura—. ¿Cómo entraste?
—Mandy me abrió y volvió a encerrarse en su habitación para ver una
película.
Arizona asintió. Adam y Mandy no se llevaban mal, pero tampoco bien,
solo se toleraban porque Ari estaba en el medio. Su amiga opinaba que ella
merecía algo mejor que Adam mientras que él le decía que Mandy era una
amargada que le lanzaba indirectas cada vez que podía. Eran ese tipo de
personas que no se llevaban bien por más que lo intentaran.
—Entonces… ¿te quedarás todo el fin de semana?
No sabía si debía estar feliz e ilusionada por el hecho de que él pasaría
aquellos días a su lado o preocuparse porque posiblemente interfiriera con
el plan que había armado con Jesse.
—Contigo estaré todo el fin de semana; bueno, mañana tengo que pasar
por la oficina, pero será rápido. De hecho, puedes acompañarme si lo
deseas. Lo cierto es que me voy el lunes, así que tenemos mucho tiempo
para hacer cosas bastante… divertidas —contestó acercándola a él y
acarició la parte baja de su espalda—. ¿Tenías planes? Porque si ese es el
caso podría…
—No, no —se apresuró a contestar y a darle un beso corto en los labios
—. No tenía ningún otro plan —mintió.
capítulo cinco
Arizona

A
quel sábado inició sin darle incentivos a Arizona para que se
levantara de la cama. No solo porque a través de su ventana podía
contemplar el cielo grisáceo y el innegable pronóstico de que llovería
todo el día, o por el frío que hacía —que apenas podía controlar gracias a la
buena calidad de su acolchado—, sino porque se había despertado con
Adam y este no paraba de hacerle mimos y cariños en el pelo, que era su
punto más débil.
—Si tu objetivo es manipularme para que no nos levantemos y así no
tengas que cruzarte con Mandy… —dijo recostada sobre su pecho— lo
estás logrando.
—Yo siempre logro todo lo que me propongo, ya deberías saber eso.
—¿Qué otras cosas te has propuesto conmigo y has logrado?
—¿Recuerdas cuando nos conocimos? Me propuse que nos volviésemos
a encontrar y fui tan efectivo que tú me pediste el número a mí.
Ella lo recordaba a la perfección. Sucedió poco antes de que perdiera su
empleo en la boutique. Arizona había viajado para visitar a sus padres con
motivo del cumpleaños de su mamá y de regreso se topó con él en el
aeropuerto.
Iban a tomar el mismo vuelo, el cual llevaba un retraso de tres horas. La
primera vez que lo vio se impresionó ante lo alto que era, resaltaba entre
todas las personas que estaban esperando en los asientos. Apreció lo liso y
sedoso que se veía su pelo castaño, lo largas que eran sus piernas, lo
grandes que eran sus brazos, el poder de su mirada, lo imponente que
resultaba todo él en conjunto. No era un modelo de revista, pero le encantó
de inmediato.
Él la pilló mirándolo de lejos —después de varios minutos observándolo
como una acosadora en potencia cualquiera se habría dado cuenta— y su
reacción fue esbozarle una pequeña sonrisa. Al cabo de unos minutos se
levantó del asiento y le preguntó a Arizona si le gustaría que se tomaran un
café mientras esperaban por su avión, y esta fingió que tenía que pensarlo
antes de decirle que sí.
Hicieron más que ir a una cafetería, caminaron por algunas tiendas del
aeropuerto, él le compró un libro que a ella le interesó y luego Ari le invitó
el café para compensar. Si la química entre ambos había sido inmediata, el
deseo sexual resultó inminente. No obstante, no volvieron a conversar
cuando entraron en el avión porque él viajaba en primera clase —pagado
por su empresa— y ella en clase económica. Al llegar a Seattle, Adam la
buscó en el carrusel de maletas para sacarle conversación de nuevo y ella,
de forma irremediable, le pidió su número de teléfono.
No se avergonzaba de tomar la iniciativa, al contrario, era consciente de
que una química como aquella no podía ser desperdiciada y no sabía
cuándo volvería a sentir algo así con otra persona. Él, con una mirada afable
y una sonrisa menguada, se dio con un «esperaré tu llamada» que la dejó
ilusionada durante días.
—¿Pensabas pedirme el número tú? —preguntó disfrutando de cómo los
dedos de Adam se revolvían en su pelo.
—Por supuesto que iba a hacerlo, aunque el hecho de que tú te animaras
solo me hizo confirmar que eres todo lo que estaba esperando.
Se mordió el labio inferior en un intento por no mostrarle la sonrisa
boba que le había causado, no obstante, él tomó su mentón y, con suavidad,
le echó la cabeza hacia atrás para poder mirarla. Suspiró al encontrarse con
aquellos ojos marrones que le robaban el aliento y se le puso la piel de
gallina cuando el pulgar acarició sus labios.
—Todavía lo eres —añadió.
—No puedes decirme cosas como esas y evitar que me enamore de ti —
admitió Arizona con las mejillas sonrojadas y el pulso a mil por hora.
Ahí estaba, lo había dicho. Era la primera vez que pronunciaba una
conjugación del verbo «enamorar» frente a Adam, refiriéndose a él. Le
estaba sirviendo el corazón en bandeja de plata y, aunque temía con toda su
alma que él lo lanzara por la borda, al mismo tiempo dicha confesión le
generaba alivio. De por sí, le estaba ocultado muchas cosas —su nuevo
trabajo y su «amistad» con Jesse—, así que asumir sus sentimientos frente a
él le hacía pensar que lo que tenían seguía siendo real.
—¿Quién dijo que yo quiero evitarlo?
—¿No vas a salir corriendo después de lo que te acabo de decir?
Adam se enserió y su mano buscó la mejilla de Ari con lentitud,
acariciándola en el proceso.
—Jamás huiría de ti —pronunció con firmeza—. Arizona, yo…
Los ojos de Adam zigzaguearon el rostro de la castaña, transmitiendo
algo más allá que cariño, la necesidad de expresar palabras y la incapacidad
de hacerlo. Ella supuso que él quería verbalizar sus sentimientos y decirle
que la quería también, sin embargo, nunca nada se le había hecho tan difícil.
A ella no le importó, le bastaba con leer su mirada y reconocer que sus
sentimientos eran correspondidos.
—Está bien —susurró, aterrizando su índice en los labios de Adam—.
Lo sé.
—Gracias.
—¿Gracias? —repitió, ceñuda—. Por dejarte libre esta vez has quedado
en deuda conmigo.
—Se supone que la gente enamorada hace las cosas de manera
desinteresada.
—Ningún ser humano es completamente desinteresado —respondió. Se
sentó encima de él y se apoyó en su pecho para quedar cerca de sus labios.
Adam acarició su cintura y la miró expectante, a la espera de su petición—.
Quiero que hagamos algo juntos en Acción de Gracias. Mandy irá a casa de
sus amigos y no tengo muchas ganas de compartir con ellos, sino contigo.
Los labios de Adam se fruncieron de forma ligera y cuando se tomó
varios segundos para darle una respuesta, ella supo cuál sería.
—Iré a ver a mi familia en Acción de Gracias.
Directo y sin demasiadas explicaciones, clásico de él. Sin embargo, algo
como aquello no necesitaba mucho esclarecimiento. Adam reconocía que
no era el hijo ideal —se había mudado a una ciudad muy lejana a la de su
familia, como ella, y viajaba más de lo que le gustaba contar, así que no
tenía tiempo ni para ir a verlos—, pero sí que adoraba a sus padres y a sus
abuelos.
Ella sabía que no la introduciría con ellos hasta que él supiera que era la
indicada. Adam jamás lo había dicho en voz alta, pero si no era capaz de
pronunciar un «te amo», mucho menos la llevaría a conocer a su familia. Y
lo entendía porque tampoco quería hacerlo con sus padres.
Ari no ocultó ni un poco su decepción.
—Pero podemos vernos cuando regrese —añadió, intentando
consolarla.
—Vale, está bien —contestó, resignada. Se separó de él y se levantó de
la cama en busca de su ropa.
—No hagamos una pelea de esto, por favor —murmuró—. ¿Por qué no
vas a ver a tu familia? De seguro te extrañan muchísimo.
—Tengo que trabajar esos días —mintió.
Tenía el día de Acción de Gracias libre. La razón por la que no viajaba
para ver a su familia era porque no podía permitirse pagar un boleto de
avión ida y vuelta. Tenía otras prioridades, como salir de deudas.
Adam se levantó también. Buscó su mano para detenerla y pedirle que
lo mirara. Lo hizo a regañadientes, sintiéndose un poco culpable por cómo
estaba lidiando con la situación, no obstante, una voz en su cabeza le repetía
que estaba en todo su derecho de reclamarle.
—No te cierres a mí. Dime qué sucede, en qué estás pensando.
—Comienzo a cansarme, eso sucede —zanjó sin levantar mucho la voz.
Mandy debía seguir en casa y lo último que deseaba era que los escuchara
discutir—. Siento que debo conformarme con las migajas de tu tiempo, que
eres tú quien no habla de sus sentimientos y cuando empezamos a hablar de
cosas mucho más íntimas te cierras. Una relación es como un puente,
necesita de los dos lados para mantenerse. Y justo ahora siento que soy la
única que está haciendo algo para sostenernos.
Otras cosas le molestaban, pero eran justo aquellas verdades que todavía
no podía admitir delante de él por vergüenza. Le molestaba sentirse menos
que los demás. Todas las personas que conocía tenían trabajos y vidas
estables; los que tenían pareja disfrutaban de relaciones sanas y hermosas y
los que estaban solteros parecían pasarlo de maravilla, como Mandy. Ari se
repetía todos los días que debía agradecerle al destino por ponerle un
trabajo que le daría de comer, el problema era que se sentía humillada con
las llamadas de cada cliente. Sabía que podía dar más en su vida y no sabía
cómo hacerlo.
La frustraba mentirle a los demás. No solo Adam no sabía que estaba
trabajando en una línea erótica, sino que tampoco se lo había confesado a
sus padres o a su hermana. ¿Cómo hacerlo si ella misma pensaba que su
trabajo era degradante? ¿Cómo se defendería si su madre la acusaba de
cualquier cosa? Además, estaba en la quiebra. Lo que había cobrado la
primera semana no le sirvió de mucho, aunque sabía que tampoco se haría
rica en cuatro días. Apenas había podido pagarle a Mandy una parte de lo
que le debía por el alquiler y servicios de la casa. La semana siguiente
necesitaba pagar una nueva cuota del coche y hacerle otro pago a Mandy.
Lo que ganara en LoveLine durante ese mes y el siguiente lo tenía
comprometido.
Y por último… Jesse. Todo lo concerniente a Jesse era algo que la tenía
contrariada y tal vez era el principal motor de su molestia hacia Adam,
quien no tenía nada que ver en ello. Con solo dos llamadas de aquel hombre
había logrado que se le volteara el estómago y su vientre cosquilleara.
Quería conocerlo, saber cómo era y volver a escuchar su voz. ¿Por qué
sentía tanta curiosidad hacia él si estaba enamorada de Adam? Los
sentimientos hacia su novio eran innegables, ella amaba a Adam, pero no
entendía lo que le sucedía con Jesse.
—¿Todo esto es porque no te contesté cuando me dijiste que estabas
enamorada?
Arizona se llevó las manos a la frente.
—¿No entendiste nada de lo que te acabo de decir?
La miró, asustado y confundido, como una criatura vulnerable que
estaba a punto de ser devorada por un depredador. Y eso que en aspecto
físico él era quien lucía como un atemorizante cazador frente a ella.
—Dime qué quieres de mí, Arizona, y te prometo que te lo daré. Solo
tienes que decírmelo de frente, porque a veces me confundes con tus
cambios de humor tan drásticos.
—Quiero que pasemos más tiempo juntos, ¿vale? Entiendo que siempre
tengas viajes de trabajo, pero no sé si puedo conformarme con verte una vez
por semana. En ocasiones no nos vemos por más de quince días.
Adam permaneció serio, con sus cejas cerca de tocarse y la mirada un
poco más oscura que antes. Decía que no sabía leerla, pero era Arizona
quien no podía acceder a sus emociones cuando él levantaba aquel muro.
—Te tengo una contrapropuesta.
Ari se cruzó de brazos y enarcó una ceja.
—No creo que una «contrapropuesta» nos ayude.
—Esta sí. —Se acercó todavía más y ella contuvo la respiración—.
Noviembre y diciembre serán meses caóticos en el trabajo y ya me
comprometí con mi familia en ir a verlos en Acción de Gracias y Navidad.
Sin embargo… en enero, cuando tenga todo más controlado, puedo
rescindir mi contrato de alquiler en Olympia.
—¿Rescindir…? —repitió sin entender su motivación, hasta que su
cerebro hizo clic—. ¿Te vendrás a Seattle?
Asintió, esbozando una lenta sonrisa.
—A partir de enero podemos buscarnos algo para los dos aquí en la
ciudad.
—¿Vivir juntos? —preguntó, atónita. Le había pedido que diera un
poquito más en la relación, pero aquello había superado sus expectativas—.
Adam, no quiero que te sientas presionado a…
—Arizona, solo soy bueno con las palabras en mi trabajo. En mi vida
íntima soy un desastre, así que prefiero las acciones, y esta es una en la que
ya he pensado varias veces.
Se le quedó mirando, esperando a que le dijera en cualquier momento
que estaba bromeando, pero no fue así. Lo estaba proponiendo con toda la
seriedad que ameritaba. Él quería vivir con ella. ¿Estaba soñando y no se
había dado cuenta?
En el momento en que lo asimiló se puso de puntillas, lo rodeó con los
brazos y lo besó con ilusión. Él correspondió el gesto, no con la misma
efusividad —no sería propio de él—, pero sí con un cariño más que
evidente.
—Asumo que eso es un sí.
—Por supuesto que es un sí —rio ella.

✽ ✽ ✽

El domingo había llegado con un clima peor que el del día anterior: con una
lluvia torrencial. Mandy no había recibido las noticias de Arizona con
buena cara, sin embargo, se notó que hizo un esfuerzo por alegrarse por su
amiga. Aprovechó en enumerarle las razones por las que aquello podría
salir mal las veces en las que Adam dejaba el departamento, hasta que
Arizona se cansó y la exigió que dejara de tocarle los ovarios.
Eran las seis de la tarde cuando se desplomó en el sofá sin muchos
ánimos. Adam había ido al supermercado y no tardaría en llegar, lo que la
carcomía era el motivo por el que él había salido de allí con un clima tan
terrible, porque ella quería ver una película esa noche y él quería comprar
helado y palomitas para complacerla.
Se sintió fatal, culpable y egoísta. El día anterior había aceptado irse a
vivir con él dentro de dos meses y allí estaba, dispuesta a cumplir el plan
que había trazado con Jesse.
—¿Qué te traes tú? —preguntó Mandy sentándose junto a ella.
—Nada, estoy bien.
—Y yo soy Taylor Swift. —Mandy no tenía nada en común con la
cantante, empezando porque su piel era morena, su cabello y ojos eran
oscuros y su personalidad, fuerte. No era precisamente Miss Simpatía o,
mejor dicho, Miss Americana—. ¿Desde cuándo dejas de contarme cosas,
Ari? ¿Qué sucede?
—Desde que me da vergüenza admitirlas.
—Cariño, si no te juzgué por querer mudarte con el abominable hombre
de las nieves, mucho menos te juzgaría por algo por lo que sí sientes
vergüenza.
—Claro que me juzgaste. Todavía lo haces.
—Bueno, pero he sido honesta en todo momento, ¿no? Por algo somos
amigas.
Arizona exhaló, un poco angustiada, y la miró solo para recordarse que
Mandy era la persona que podía decirle que era momento de dejar los
juegos de lado y concentrarse en su relación. Necesitaba que alguien lo
hiciera, porque claramente se estaba saboteando a sí misma.
—El viernes hablé con Jesse de nuevo.
La mandíbula de su amiga se desencajó por la impresión antes de soltar
una risa boba y se le iluminara la mirada.
—¿Nuestro chico dulce que se corre en dos segundos?
—Mandy… —La miró con reproche.
—Ya, lo siento. —Levantó las manos en son de paz—. ¿Qué pasó con
El que no debe ser nombrado?
Intentó no reírse.
—Tenías razón, sí hay química. Es decir, no nos conocemos y es todo
tan… raro. Hablar con él es divertido, es relajante, incluso… excitante. El
viernes no sentía que estaba con un cliente al que debía satisfacer, fue sexo
telefónico real.
—¿Te tocaste mientras hablaban? —inquirió, boquiabierta.
—No, pero ganas no me faltaron.
—Ari… —La emoción del inicio fue mermando, hasta que su rostro se
empezó de bañar de preocupación—, esto puede traerte complicaciones.
—Ya me las trae, porque este plan de la película no fue idea mía.
—¿Fue idea de Jesse?
Asintió con las mejillas hirviendo. Su pierna no se quedaba quieta y
tuvo que esquivar la mirada de su amiga. Decirlo en voz alta solo la hacía
sentirse peor.
—Es un plan para… —Hizo una pausa, se aclaró la garganta y buscó la
valentía para continuar— «pensar en el otro al mismo tiempo». Todo esto
debido a que admití que había pensado en él durante la semana, y él hizo lo
mismo.
Mandy meditó la respuesta durante varios segundos y cada uno de estos
solo aumentó la tensión de Arizona.
—No soy precisamente la fan número uno de tu novio Pie Grande, pero
sí considero que deberías hablarlo con él.
—¿Crees que debo contarle sobre Jesse?
—No —saltó de inmediato—, no le menciones a tu chico dulce. Creo
que deberías ser honesta sobre tu trabajo y evaluar tus sentimientos hacia
Adam. Si es cierto que van a vivir juntos, es importante que lo quieras a él
tanto como sea posible y no tengas ninguna duda. Con esto me refiero a que
si te gusta otro hombre con el que hablas por teléfono y que tal vez no deje
de llamarte…
—No es como si me gustara de verdad.
—Arizona, por Dios. Estás a punto de ver una película solo porque él te
lo pidió y ni siquiera tienes la certeza de que esté haciendo lo mismo. Peor
aún, tu novio real fue a comprarte las palomitas de maíz.
Se acomodó en el sofá y echó la cabeza hacia atrás para clavar la mirada
en el techo. Era imposible que le gustara alguien que todavía no conocía y
con quien solo había cruzado un par de llamadas.
—¿Qué harías tú en mi posición?
—No creo que te guste mi respuesta.
Arizona se giró para mirarla con una ceja enarcada.
—¿Me vas a decir que debo dejar a Adam?
—No. Si yo fuera tú solo le contaría a mi novio en dónde trabajo. Si él
me quiere como dice no se molestará conmigo. Y después, si ese tal Jesse
me siguiera llamando y a mí me gustara mucho hablar con él, haría lo que
fuera para encontrarlo.
—¿Me estás aconsejando que sea infiel?
—Para nada. —Negó con la cabeza y frunció el ceño con
desaprobación, ofendida ante la idea—. Solo que, si este chico te está
empezando a mover el piso con dos llamadas, imagínate cómo te sentirías si
lo tuvieras enfrente. A lo mejor descubres que no es para ti. Pero… ¿y si lo
que sientes por él resulta ser mucho más intenso que lo que sientes por
Adam?
—Mandy, yo…
—Mi punto es —prosiguió, interrumpiéndola—, si vas a mudarte con
Adam asegúrate de que es lo que quieres con el cien por ciento de tu
corazón, no con el noventa.
No pudieron continuar con la conversación porque el susodicho regresó
al departamento. Estaba empapado, el pequeño paraguas no le había servido
demasiado. Verlo mojado con una bolsita de tela llena de cosas que había
comprado solo para ella le arrugó el corazón. ¿Cómo no iba a aceptar irse
con él si después de todo la consentía siempre que podía?
Luego de una ducha cálida, Adam le hizo compañía en la habitación.
Faltaban pocos minutos para las ocho, así que los nervios empezaron a
comerle.
—¿No quieres ver algo en Netflix? En TNT tendremos que soportar las
pausas comerciales.
—Siempre vemos películas en Netflix. Además, crecimos viendo estos
canales y hoy me siento nostálgica.
—De acuerdo, ganas solo por hoy.
La película que inició fue Jerry Maguire. Arizona jamás la había visto y
eso que era una de las más icónicas de los noventa. Contrario a ella, Adam
ya la había visto antes y no le gustaba para nada, incluso propuso cambiarla
cuando no llevaba ni cinco minutos. Por supuesto que ella no aceptó.
Más allá de cautivarse por un Tom Cruise más joven, fue absorbida de
inmediato por la trama. Sintió empatía por el personaje de Jerry al tener que
empezar de cero tras perder su empleo y sonreía cada vez que él y Dorothy
interactuaban. Se quedó sin respiración cuando los protagonistas se besaron
en el porche de la casa de Dorothy y la manera en la que él la tocaba.
En ese momento no pensó en Adam, sino que se imaginó a Jesse; sintió
aquellas caricias como suyas y se le quemó la piel. ¿Cómo besaría? ¿Cómo
se sentiría su contacto? ¿En persona se tomaba el tiempo antes de quitarle la
ropa a sus parejas? «Una cosa más, Jessica, yo también pensé en ti varias
veces esta semana». Su voz se reprodujo en su cabeza de una manera tan
clara que se asustó y pensó que él realmente estaba allí. Sin duda, lo que le
sucedía con aquel chico no era normal y el hecho de que fantaseara con
Jesse estando a milímetros de distancia de Adam era señal de que Mandy
tenía razón.
Odiaba cuando Mandy tenía razón.
Continuó viendo la película con las sensaciones a flor de piel y se le
aguaron los ojos con el discurso final de Jerry. Sin embargo, lo que se tatuó
en su mente fue la respuesta de Dorothy: «Me tuviste al decir hola».
Ahora que lo pensaba bien, Jesse jamás la había saludado con un
«hola»; la primera llamada la recibió con una tierna risa cuando ella le
llamó «señor», y en la segunda su primera palabra cuando atendió había
sido «¿Jessica?». Un nombre que ni siquiera era suyo.
No obstante, se sentía identificada con la frase de Dorothy porque él la
tuvo desde el principio.
capítulo seis
Jesse

E
n ocasiones, Jesse se odiaba a sí mismo.
No desde siempre, cabe destacar. Esta fatídica sensación tenía que
ver con la razón por la cual había faltado tanto al trabajo y su mejor
amigo empezaba a odiarlo. Aquel domingo se levantó después de mediodía
y sin demasiados ánimos.
—Ya estoy cansado de verte así —se quejó Eric.
No era la primera vez que le sugería que hiciera algo mejor con su
tiempo. Algunos días le hacía caso, aunque en otros se dejaba consumir por
aquel mal de amores.
Se sirvió cereal y leche en un tazón antes de echarse en el sofá para
comer; la pereza, más que su mejor amiga, se había vuelto un cáncer para él
y estaba en etapa de metástasis. Eric lo siguió con una cerveza en la mano.
A Jesse le causaba un poco de gracia su norma de no beber durante ningún
día de la semana, pero no cohibirse los fines de semana. Los ojos verdes de
su amigo lo miraron con dureza.
—¿Hasta cuándo vas a estar así?
Se vio tentado a echarle el cereal en la cara para que lo dejara en paz de
una buena vez. ¿Tanto le costaba respetar su duelo? Eric no era un hombre
de compromisos, las únicas relaciones que tenía eran tan breves como los
polvos que echaba en las noches. No le gustaba salir con la misma persona
más de tres veces, según él, todavía no lograba conseguir a una mujer que
lo impresionara lo suficiente.
—Jamás te han hecho lo que me hicieron a mí, así que no deberías
juzgar cómo me tomo la situación.
—Apenas sales del departamento. Si te quedas aquí todo el tiempo no la
vas a superar nunca. Para recuperarte tienes que conseguir algunas citas.
—No sé si estoy listo. Lo que pasó la última vez…
—Fue algo de una ocasión y es normal.
—No importa si Jessica y tú piensan lo mismo. No es normal y es
bastante embarazoso.
Después de que Holly lo dejara, solo había salido con una chica —Eric
le había organizado esa cita a ciegas—. Se llamaba Brynn y el mismo Jesse
supo que ella estaba fuera de su liga, era una rubia altísima, de ojos más
azules que los suyos, una sonrisa que podía enternecer hasta a los más rudos
y una confianza en sí misma que resultaba apabullante. Ella mostró tanto
interés en él que Jesse pensó que Eric le estaba tendiendo una trampa o le
había pedido a Brynn que pasara la noche con él a modo de favor, porque
en su mente una mujer como aquella jamás podría fijarse en él.
No era como si se considerara poco atractivo, más bien corriente,
mientras que Brynn parecía salida de un desfile de modas de Milán. El
punto fue que cuando lo invitó a su departamento y llegó el momento de la
acción, a Jesse jamás se le levantó. Sin importar lo que intentó hacer Brynn,
esa noche no pudieron acostarse y él, apenado, se fue del departamento
molesto consigo mismo y no la llamó de nuevo.
Se había convencido de que tenía un problema o, peor aún, de que Holly
le había puesto una maldición. No solo lo había dejado, sino que por su
culpa jamás se acostaría con otra mujer. Ante ello, Eric le aconsejó que
llamara a una línea erótica que se estaba poniendo de moda en Seattle, tal
vez así podría ver si el problema era real o solo había sido un incidente
puntual con Brynn.
Así llegó a Jessica. Y ella no solo logró «levantarle todo», sino que le
había hecho sentir bien, no solo en un plano sexual. Le había cautivado su
voz tan neutra y dulce, su forma tan delicada de pronunciar cada palabra o
la manera tan encantadora que tenía de reírse. No era como si hubieran
tenido demasiadas conversaciones, no obstante, con las únicas dos le habían
bastado para terminar cautivado.
Lo malo era que Jessica era como un analgésico mientras que él sufría
de migrañas. Sí, aliviaba el dolor cuando hablaba con ella, pero cuando
culminaba el efecto regresaban todos los recuerdos con Holly y su forma de
romperle el corazón.
—¿Jessica? ¿La chica de la línea erótica? —Jesse asintió—. ¿Ahora es
tu nueva sexóloga?
Se rio y negó con la cabeza, llevando el tazón vacío al fregadero.
—Nos llevamos bastante bien. La llamé de nuevo.
Eric enarcó una ceja y lo miró con suspicacia.
—¿Por qué la volviste a llamar?
Se encogió de hombros y se sentó de nuevo en el sofá, revisando la hora
en su celular. Eran las dos de la tarde, lo cual significaba que le quedaban
seis horas para sintonizar TNT y cumplir con el plan que había armado con
Jessica, con la esperanza de que ella hiciera lo mismo.
La idea le hizo sonreír.
—Ya te dije, nos llevamos muy bien —contestó con simpleza.
Su amigo suspiró y negó con la cabeza.
—Jesse, entiendo que estás despechado y buscas aferrarte a cualquier
persona que te dé la atención que Holly no te está dando, mucho más
cuando eso viene acompañado de sexo telefónico, pero no creo que esto sea
buena idea.
Se cruzó de brazos y lo miró con el ceño fruncido. ¿Cómo podría Eric
entenderlo si jamás había pasado por su situación? Además, él no se estaba
aferrando a Jessica, solo la había llamado dos veces. Puede que sí estuviera
aferrado al dolor que le producía perder a Holly, sin embargo, eso era otro
tema y quería creer que se estaba encargando.
—Fuiste tú quien me sugirió que llamara en primer lugar.
—Lo sé, hasta yo mismo llamo de vez en cuando porque me parece
divertido. Lo que me preocupa es que te sientas muy cómodo con esta chica
y reemplaces la oportunidad de conocer a gente real por hablar con una
persona que te cobra por minuto.
—Te estás ahogando en un vaso de agua, Eric. Solo hemos hablado dos
veces.
—Por tu estabilidad emocional, espero que así sea.
—¿A qué te refieres?
—Acabas de salir de una relación y…
—Holly me puso el cuerno con mi hermano y resulta que está
enamorada de él, así que no «acabo de salir de una relación». Fui
traicionado por dos personas que quería, son cosas muy distintas.
—Con mayor razón. ¿Qué crees que pasará si te conviertes en cliente
regular de esta chica? No necesitas llamar a nadie para sentirte mejor. Te
aseguro que puedes conseguir un montón de citas.
Jesse rodó los ojos y se acomodó en el sofá. Sin duda, Eric estaba
exagerando la situación, por no mencionar que no quería salir con nadie
todavía, suficiente le costaba regresar a su trabajo como para tener que
añadir una nueva complicación a su vida.
—Dentro de unas semanas es el cumpleaños de mi hermana, Debbie, y
deberías acompañarme —añadió Eric—. Todas sus amigas están
buenísimas. Trabajaba en una boutique en el centro y todas las vendedoras
eran preciosas. Le tengo el ojo puesto a un par, seguro que si conoces a
alguna puede que te guste también.
—Si eres así de pesado con las mujeres no me sorprende que ninguna
haya salido contigo.
—Idiota.
Jesse y Eric llevaban algunos años viviendo juntos. A pesar de que él
ganaba lo suficiente en la agencia inmobiliaria donde trabajaba para vivir
por su cuenta, era de los que preferían ahorrar todo lo que pudiese. Además,
se llevaban tan bien y se habían acostumbrado tanto a la compañía del otro
que se le haría extraño. Solo había estado dispuesto a mudarse de allí si era
con Holly… y bastante mal que terminó.
Se hicieron las ocho de la noche y, siguiendo su plan con Jessica —que
le había hecho ilusión todo el día—, sintonizó TNT y descubrió que la
película era Jerry Maguire. Incluso Eric la vio con él porque a los dos les
encantaba, hasta gritaban juntos: «¡Enséñame el dinero!» cada vez que las
escenas lo ameritaban.
Se preguntó si Jessica la estaría viendo también, si ya la habría visto
antes o si, al contrario, era su primera vez. ¿La estaría disfrutando? Intentó
imaginar cómo sería ver una película con ella ahí en su casa y de inmediato
sus pensamientos derivaron a una imagen sensual entre ambos en su sofá.
Todavía no tenía idea de cómo dibujarla en su mente. No sabía de qué color
sería su piel, su pelo o sus ojos y, sin embargo, podía recrear con claridad
las sensaciones que le producía. Ella sí que lograba avivarle todos los
sentidos con cada llamada y cuando estaba solo podía sentirla de todas
formas.
Mientras terminaba la película, un pensamiento se alojó en su cabeza y
no lo dejó en paz, ¿en algún momento lograrían conocerse? Negó con la
cabeza de forma disimulada para que Eric no notara sus nuevos conflictos.
Lo último que deseaba era darle la razón y admitir que Jessica se estaba
metiendo demasiado en su mente; incluso dudó sobre si era buena idea
llamarla de nuevo. Conocerla era imposible, por no mencionar que, tal vez,
ella era así de simpática y dulce con todos sus clientes. ¿Por qué con él sería
especial?
—Hey. —La mano de Eric entró en su campo de visión, la paseaba de
arriba abajo, intentando despertarlo de su trance—. Tienes cinco minutos
con la mirada perdida, ya se acabó la película. ¿Estás bien?
Jesse se rascó la nuca y suspiró. No quería que lo juzgara, pero era su
mejor amigo después de todo. Si no compartía sus pensamientos con él,
¿con quién más podría?
—Estaba pensando en Jessica. En realidad… esta idea de ver Jerry
Maguire fue mía y es probable que ella la haya visto también.
Su amigo rodó los ojos y se levantó del sofá sin poder dar crédito a lo
que acababa de escuchar.
—¿Y ella aceptó? Si fueras mi cliente y me hicieras tal sugerencia
después de dos llamadas juraría que eres un pajero sociópata o yo qué sé.
Jesse empezó a morderse el interior de las mejillas reconociendo que su
amigo tenía razón. A lo mejor Jessica estaría pensando lo mismo, quizá ni
siquiera había sintonizado la película y él estaba haciendo el ridículo.
Después de todo, no era su único cliente y nada en él lo hacía más
interesante que los demás. Seguro era el único usuario precoz que tenía.
Los nervios le consumieron y se le quitaron las ganas de llamarla de
nuevo. No quería ser un pesado.
—Tienes razón. —Suspiró, paseando los dedos por su pelo—. Mi
ruptura con Holly me está afectando.
Su manera de decirlo hizo que Eric se compadeciera de él y se acercara.
—A ver, esto es similar a conocer a alguien por Tinder. Hay personas
que se ilusionan tras la primera conversación, como tú, y otros que saben
que no quieren nada más que unas conversaciones y fotos calenturientas,
como yo. —A Jesse le causó gracia la comparación—. El problema con esto
es que esa chica conversa con muchas personas a la vez porque vive de eso,
por eso no debes tener la vara muy alta.
—Lo sé, lo sé. Es que… —Recordó los detalles de sus últimas
conversaciones y cómo su química con ella no era solo durante sus
fantasías, también durante el resto del tiempo— no solo tenemos sexo
telefónico, ¿sabes? No es como si hubiéramos charlado durante horas, pero
hay esta… química. Sí, química. Es extraño, Eric, por no mencionar que me
calienta con solo saludarme.
Su amigo torció los labios y lo escuchó con paciencia. Si por su mente
pasó algún chiste sobre la situación, fue lo suficientemente cortés como
para reservárselo.
—Te parecerá una locura —continuó—, pero me gustaría hablar con
ella, de verdad. Fuera de esa línea.
—No es imposible.
Jesse echó la cabeza hacia atrás para mirarlo con curiosidad y
confusión.
—Es una terrible idea, cabe destacar, pero posible.
—¿Cómo?
Eric, que disfrutaba sentirse con el poder y las ventajas de las
situaciones, le sonrió.

✽ ✽ ✽

Arizona
—Tu padre y yo tenemos muchas ganas de verte mañana, cariño.
—Sobre eso quería que habláramos, mamá.
A Arizona no le gustaba dar malas noticias, era una de las cosas que más
nerviosa le ponía y, en muchos casos, solía reírse de ello. No porque dar una
mala noticia le causara gracia, sino porque su subconsciente la traicionaba
por deporte.
Exhaló y se armó de valor, sabiendo cuál sería la respuesta de su madre.
—No podré ir a verlos. No me dieron permiso en el trabajo —mintió—,
y tampoco sé si podré pasar por allá en Navidad. Lo siento mucho.
Su madre se quedó en silencio y ella saboreó su decepción a través de la
llamada. Odiaba mentirla, sin embargo, sabía que si le decía la verdad —
que no tenía dinero para atravesar el país— ella se ofrecería a pagarle el
boleto de avión, y no deseaba aquello. No se trataba de un capricho, sino
que detestaba sentirse tan inútil; mucho había tenido que soportar con
Mandy pagando la mayoría de los gastos del departamento.
—Podría decir que me sorprende, pero no es sí, Arizona. Tu padre y yo
sospechábamos que terminarías cancelando tu viaje.
Ese era el tema, jamás lo había programado.
—Estuve ahí hace unos meses, mamá.
—Después de dos años de que no te viéramos.
—Las cosas no…
—Está bien, Arizona. —La escuchó exhalar con pesadez—. Sé que no
ha sido fácil para ti iniciar una vida en Seattle y puedo imaginar las
complicaciones, cariño. Me alegra que al fin tengas un trabajo, solo
prométeme que en cuanto tengas tiempo vendrás a vernos, ¿sí?
Ella torció los labios y sus ojos escocieron. A veces quería renunciar a
todo lo que tenía allí y regresar a casa. Cuando las circunstancias apretaban
y la vida ahorcaba un poco lo lógico era correr hacia el hogar donde nos
sintiéramos seguros, y para Arizona ese lugar eran sus padres. Sin embargo,
quería probarse a sí misma que sí podía, contra todo pronóstico.
Todos los días se repetía que era capaz de ser exitosa y ninguna
dificultad la convencería de lo contrario.
—Te lo prometo. —Sonrió y se sintió satisfecha ante el hecho de que su
madre, a su manera, la había entendido—. Ahora debo dejarte, terminó mi
hora del almuerzo y tengo que regresar. Te quiero.
—Yo más.
Aquel mediodía no había tenido mucho apetito, así que se tomó la hora
de almuerzo para llamar a sus padres y tomarse un chocolate caliente en una
tienda muy cerca de LoveLine. Llevaba algunos días con los ánimos no tan
altos como de costumbre. Además de sus preocupaciones habituales y de
que Adam se hubiera marchado de Seattle de nuevo, Jesse no la había
llamado en toda la semana. Ya se encontraban a miércoles y no tenía señales
de él.
¿Acaso se había cansado de ella? ¿Había conseguido algo mejor que
hacer que llamarla? ¿Prefería tener sexo real en vez de telefónico? No podía
juzgarlo si se había decantado por lo último porque Arizona sabía
perfectamente que el sexo real era mil veces más satisfactorio que el
telefónico, pero ¿significaba eso que no sabría de él más nunca?
No iba a negar que, después de ver Jerry Maguire el domingo por la
noche, había esperado que se comunicara con ella el lunes en la mañana, a
primera hora. Tenían una película que discutir, después de todo. Sin
embargo, no fue así. Llegó a pensar que tal vez había intentado llamarla
cuando su línea estaba ocupada, por lo que optó por hacer más cortas las
llamadas de las mañanas, no obstante, eso no hizo que Jesse apareciera.
¿Se habría cansado de ella?
Exhaló y posó ambas manos alrededor del vaso plástico donde estaba su
chocolate caliente. Le había dado algunas vueltas al asunto en los últimos
días, incluso con Mandy, y llegó a la conclusión de que era mejor que no
apareciera. Su vida estaba llena de complicaciones y Jesse representaba una
más. Así que su desaparición era, en realidad, un regalo.
Salió del sitio guardando las manos en su abrigo púrpura. El día
siguiente sería Acción de Gracias y al no poder pasarlo con Adam ni con su
familia, Mandy la había invitado a una cena con amigos de su trabajo. Una
parte de ella prefería comprar varios tarros de helado y ver El Diario de
Bridget Jones, sin embargo, Mandy podía ser bastante insistente.
Cuando regresó a LoveLine, varios de sus compañeros estaban
terminando de almorzar en el pequeño comedor. Pudo haberse sentado con
ellos, pero escogió ir a su cabina. Tomó la llamada de un cliente y dio lo
posible por complacerlo.
A mitad de la tarde, cuando estaba contando las horas para que llegaran
las seis y poder marcharse, una nueva llamada cayó a su línea. El nombre
que aparecía allí la congeló. Se trataba de Jesse.
Se aclaró la garganta y se peinó el cabello, como si él pudiera verla. Se
acomodó en la silla y exhaló para liberarse de los nervios.
—¿Hola? —saludó, vacilante.
—Jessica —pronunció con alivio y ella habría jurado que estaba
sonriendo.
Su voz tuvo un efecto anestésico en su cuerpo, relajándola al instante.
Era él. La había vuelto a llamar, quería hablar con ella. Olvidó que no había
aparecido en los últimos tres días y cualquier otro rastro de inseguridad. Lo
único que le importó era que estaba ahí.
—Qué bueno tenerte en mi línea otra vez. Veo que no pudiste resistirte a
mis encantos.
—¿Acaso alguien podría? —rio y ella se sonrojó—. Además, tú y yo
teníamos una conversación pendiente, ¿o lo habías olvidado?
—Ni un poco. Soy una «amiga» responsable y me tomo los
compromisos en serio.
—¿Quiere decir que viste Jerry Maguire el domingo?
—Con palomitas de maíz incluidas. —Decidió no añadir que lo había
hecho con la compañía de su novio—. Había escuchado mucho de la
película, pero nunca la había visto.
—¿Nunca la habías visto? —repitió, casi ofendido—. Es un clásico, ¿lo
sabías? Hay un millón de referencias de Jerry Maguire en los libros,
películas y series de la actualidad. —Arizona se rio al escuchar cómo se lo
tomaba tan enserio—. ¿Qué te pareció?
—¿Que qué me pareció? ¡La amé! Jerry y Dorothy son personajes muy
humanos y reales. Ambos tenían defectos y virtudes con los que cualquiera
puede empatizar; además, la constancia de Jerry, sus ganas de no rendirse
ante las dificultades… —Suspiró—. No tienes idea de cuánto necesitaba ver
esa película.
Para ella, el mensaje de Jerry Maguire era que caerse a veces estaba
bien y que levantarse podía ser difícil. Muy difícil. Pero con constancia y
sin dejar de creer en uno mismo las cosas funcionaban, salían adelante.
Arizona quería creer en ello, necesitaba creer que a pesar de que estaba en
un momento duro a nivel económico lograría levantarse, salir del nido y
emprender un hermoso vuelo.
—Me alegra que te haya gustado tanto.
—¿Y tú? ¿Hay algo de la película con lo que te sintieras identificado?
—¿Sabes cuando la exnovia de Jerry lo bate a golpes y lo deja en el
suelo? Creo que esa es la parte que más me llegó.
No supo por qué le dio risa si él le había dicho antes que había
terminado poco tiempo atrás con su pareja, así que tal vez siguiera
sufriendo. Sin embargo, él se rio con ella y fue como si todo encajara.
—¿Es muy descabellado si te confieso que me hubiera gustado que la
viéramos juntos? Quiero decir, en el mismo lugar —murmuró él.
El corazón de Arizona comenzó a latir más rápido y paseó el dedo índice
por su escritorio.
—Más descabellado aún es saber que a mí me hubiera encantado.
Cerró los ojos y tragó con fuerza. Ninguno de los dos dijo nada; si Jesse
fuera cualquier otro cliente aquella hubiera sido la clave perfecta para
empezar con la parte erótica de la llamada, pero no quería eso. A lo mejor
estaba perdiendo la cabeza o no terminaba de asimilar su trabajo, pero
cuando hablaba con Jesse sentía que no tenía la obligación de decir o hacer
nada que no quisiera. Se sentía tranquila, alegre y nerviosa a la vez.
Por más excitante que hubiera sido su llamada anterior, en ese momento
ella lo único que deseaba era hablar con él sobre cine o lo que les gustaba
hacer. Le habría encantado darle su número para que continuaran la charla
luego, y cuando lo escuchó suspirar quiso creer que él se sentía de la misma
manera. Sin duda, Jesse había acertado con su elección de palabras: «era
algo descabellado». No obstante, las reglas de LoveLine llegaron a su
cabeza, sobre todo la cuarta y más importante: «no te encariñes con nadie».
Necesitaba cambiar el tema y encaminar la conversación hacia lo
erótico, porque para ello le estaban pagando. Ese era su trabajo, no
ilusionarse con Jesse.
—¿Dónde te gustaría que estuviésemos ahora? —incitó, enfocada en su
objetivo—. Es decir, si pudieras estar conmigo en este momento, ¿a dónde
me llevarías?
Él se tomó algunos segundos antes de contestar.
—Te llevaría a un tour en ferri por la Bahía de Elliot. Es una de mis
actividades preferidas los fines de semana.
Arizona estuvo a punto de atragantarse con su propia saliva y su cuerpo
se hizo de piedra. ¿Había dicho «la Bahía de Elliot»? ¿Iba allí los fines de
semana? Aquello solo podía significar una cosa: Jesse vivía en Seattle.
Estaban en la misma ciudad.
—No sé si has hecho ese tour —continuó él.
—S-sí —tartamudeó, nerviosa. Se castigó por dejarse llevar, así que
tragó con fuerza y continuó—. Claro, cualquier persona que conozca Seattle
ha hecho ese tour, aunque es algo de turistas.
Su respiración estaba agitada y le tomó tiempo darse cuenta de que Jesse
también se había quedado en silencio. ¿Acaso estaría pensando lo mismo
que ella?
—Entonces… ¿me llevarías a tu tour preferido? Pero esos botes siempre
están llenos de gente. ¿Cómo haremos todas las cosas que deseamos con
tantas personas alrededor?
Intentó sonar mucho más provocadora, sobre todo porque temía que de
un momento a otro Nicole escuchara las grabaciones de sus llamadas y se
diera cuenta de que Jesse le había compartido nada más y nada menos que
la ciudad en la que vivía. Tal vez no era un dato demasiado personal, pero
para Arizona era una pieza más de un rompecabezas aún no se decidía
armar.
—Pues… esperaría al último ferri del día, claro está. Te diría que
viéramos el atardecer juntos y te robaría un beso. Es un poco cliché, lo sé,
pero lo importante es lo que haríamos después.
—¿Qué te gustaría que hiciéramos después?
—Te llevaría a… —empezó, no obstante, un sonido extraño lo
interrumpió. Luego, una voz cerca de él.
—Jesse, el señor Rogers te está esperando en la sala de reuniones para la
firma del contrato —habló una mujer—. Parece un poco impaciente, será
mejor que te apresures.
—Sí, iré ahora mismo. ¿Me das un minuto para terminar esta llamada?
—contestó él. Arizona supuso que la otra persona se lo concedió, porque
luego volvió a ella—: Lo siento, Jessica.
—¿Estás en tu oficina? —preguntó, impactada.
Él balbuceó y al cabo de un rato respondió algo coherente.
—Bueno… sí.
—¿Ibas a tener una conversación erótica conmigo en tu trabajo?
Le causó mucha gracia imaginarlo. ¿Tendría una oficina privada o
estaba en un cubículo, a la vista de todo el mundo?
—Hace poco regresé a mi rutina laboral —admitió, avergonzado—, por
eso no tuve mucho tiempo para llamarte. Mi jefa me castigó por mi
ausencia llenándome de tareas. La única oportunidad que encontré fue esta
hora de almuerzo, así que vine al baño.
¿Iba a masturbarse en un baño, a escondidas de sus compañeros, solo
por ella? No sabía si eso era romántico o desagradable.
—No es como lo estás imaginando —añadió, como si leyera sus
pensamientos—, eso sonó horrible. No pensaba tener sexo telefónico. O,
bueno, sí. Es decir… Mierda, me volví un lío.
Arizona soltó la risa que estaba conteniendo. Podía imaginarlo en ese
momento frente al espejo del baño, mirándose a sí mismo con nervios y
frustración.
«No pensaba tener sexo telefónico», le había dicho. Significaba que…
—Llamaba solo para escucharte —finalizó.
Aquello la conmovió. Entonces sí se había acordado de ella esa semana,
la había pensado y, a pesar de todo su trabajo, había encontrado el tiempo
para llamarla. Incluso cuando eso significaba esconderse en un baño.
Escuchó que del otro lado de la línea le tocaban la puerta y la misma
mujer de antes le avisaba de que el tal señor Rogers lo esperaba y que si
tardaba un minuto más se marcharía. Jesse lanzó una maldición.
—Lo siento, Jessica, tengo que despedirme. ¿Estarás en línea mañana?
—Había entrado en un área donde otras voces se hicieron escuchar, supuso
que había salido del baño.
—No, no estaré en Acción de Gracias.
—De acuerdo. Entonces asumo que hablaremos de nuevo el viernes y
seguiremos con esa fantasía del ferri —añadió, juguetón.
—Estaré contando las horas.
El resto de la tarde trabajó animada, como siempre que sucedía tras cada
llamada de Jesse. Y, al cerrar su línea a las seis en punto, salió de la cabina
con una sonrisa radiante.
Había descubierto algo fundamental: Jesse vivía en su misma ciudad. Ya
sabía antes que existía una posibilidad, pero tener la certeza era algo
mágico. Sabía que estaba jugando a un juego peligroso, pero nunca algo le
había emocionado tanto.
Se cruzó con Nicole en uno de los pasillos y sus palabras hicieron que
su buen humor se esfumara.
—Arizona —la llamó en voz baja—, justo iba a buscarte. Acompáñame
a mi oficina, por favor.
Unas terribles ganas de vomitar se apoderaron de ella y el suelo
desapareció debajo de sus pies. Solo había una razón por la que Nicole
querría hablar con ella un miércoles al final de su jornada, de seguro había
escuchado su conversación con Jesse y había descubierto que no estaba
cumpliendo las reglas.
La despedirían.
capítulo siete
Arizona

L
e temblaba desde el pelo hasta el tuétano. Sin embargo, Arizona hizo
lo posible por no demostrarlo. Nicole estaba sentada en su silla de
cuero y se colocó los lentes antes de sacar una carpeta amarilla de un
cajón de su escritorio.
«Oh, no. Seguro tiene pruebas de todo», pensó. «Tonta, tonta, tonta. Es
probable que haya escuchado todas mis conversaciones con Jesse y tenga
material para despedirme sin darme siquiera una carta de recomendación».
Aunque no supo para qué le serviría una carta de recomendación emitida
por una compañía de entretenimiento sexual. No era como si quisiera
buscar trabajo luego en la industria pornográfica.
Se castigó a sí misma por no haber sido más cuidadosa, por permitir que
los sentimientos y la curiosidad hubieran sido más fuertes que ella. Además,
si la despedían de la empresa ese día ¿cómo volvería a comunicarse con
Jesse? Ahora que sabía que ambos vivían en Seattle estaba a tan solo unos
pasos de encontrarlo.
«Adam. Piensa en tu novio. En el chico con el que te vas a mudar en
enero. No deberías seguir pensando en uno que no conoces».
Tal vez el hecho de que la despidieran era una señal del destino para que
se olvidara de él y así se enfocara al cien por ciento en su relación. No
obstante, una parte suya se lamentaba al saber que no volvería a escuchar su
voz. Por no mencionar que su única fuente de ingresos estaba por
desaparecer. No había encontrado trabajo más allá de LoveLine y ya le
debía mucho dinero a Mandy. ¿Qué demonios haría? Sin mencionar que si
se mudaba con Adam necesitaría hacer un depósito bastante grande de
entrada… Incluso tendrían que comprar algunas cosas para la casa, como
una nevera o una cama de buena calidad para los dos.
Tantos pensamientos aturdieron a Arizona y, aunque pensó que había
transcurrido una vida desde que Nicole la había interceptado en el pasillo,
no habían pasado ni dos minutos.
—Estuve revisando tu desempeño, Arizona, tanto de la semana pasada
como de esta. —Le mostró una hoja con datos y gráficos—. El veinte por
ciento de los clientes te han llamado una segunda vez, y la mitad de estos te
han contactado en una tercera llamada. Además, tu puntuación en la
aplicación es excelente y cada vez tienes más llamadas.
Ari no pudo respirar. ¿Acaso usaría la estrategia del sándwich? La vio
en la universidad, se trataba de una forma educada de dar un feedback a otra
persona sin herir sus sentimientos. Primero, se comenzaba con un halago
hacia sus capacidades; luego, una observación sobre lo que estaba haciendo
mal y concluía con un nuevo cumplido.
Imaginó las palabras que usaría Nicole con ella: «Has mejorado cada día
y logras fidelizar clientes. Sin embargo, has roto dos reglas que te expliqué
y que son prioridad dentro de LoveLine, por lo que tendré que dejarte ir. De
todas formas, cualquier empresa sería afortunada de tenerte».
—He tenido suerte, la verdad —contestó—. La mayoría han sido
amables y hasta divertidos. Han hecho de este trabajo algo ameno.
Nicole negó con la cabeza.
—En el mundo laboral no existe la suerte, Arizona, sino el esfuerzo y la
competencia. Sé que llegaste a este trabajo porque no tenías otra opción, así
que entiendo que estés aferrándote a él con todo lo que tienes. La buena
noticia es que lo estás haciendo muy bien, al menos para ser una
principiante.
—Gracias. —Le sonrió y escondió un mechón de pelo detrás de la
oreja.
Nicole le generaba un poco de temor. Era una mujer con un carácter
fuerte y no era el tipo de jefa que daba cumplidos a menos que alguien se
los ganara, de hecho, algunos de sus compañeros hablaban mal de ella a sus
espaldas. Arizona no pensaba ni bien ni mal, después de todo, solo estaba
cumpliendo con su trabajo y si LoveLine estaba creciendo en Seattle y toda
la costa oeste quería decir que era buena en lo que hacía, por lo que no pudo
evitar sonrojarse cuando le dijo que estaba haciendo las cosas bien.
—Hace unos días me pediste trabajar los fines de semana o los festivos
—continuó—. Todavía no puedo concedértelo, son los días con mayor
volumen de clientes y ponemos a nuestros mejores operadores, que,
además, cobran una tarifa mayor y nos generan más ingresos. No es algo
personal, sino que apenas tienes una semana y media aquí.
Así que de eso se trataba. Ari exhaló con alivio al darse cuenta de que
las intenciones de su jefa no estaban encaminadas a despedirla. En ese
momento ni siquiera se preocupó o decayó ante el hecho de que le había
negado tener más horas de trabajo. Celebró que seguiría teniendo uno.
—No hay problema, Nicole. Me esforzaré mucho más para ser parte de
los mejores operadores de esta empresa.
Su jefa asintió, complacida ante la respuesta.
—Es por esa misma razón por la que no vendrás a LoveLine hasta el
lunes.
—¿Por qué no puedo venir el viernes?
—Porque es uno de los mejores días para LoveLine. En las fechas
festivas se suben las tarifas, así que los clientes que llegan son especiales y
están nuestros teleoperadores expertos. En ocasiones se abren espacios para
los más nuevos cuando alguno de los experimentados cancela, pero este no
es uno de esos años.
Ella asintió con lentitud. No tenía motivos ni argumentos para pelear la
decisión. Lo que más le preocupó fue que tendría que esperar cinco días
más para hablar con Jesse, y ahora que sabía que ambos estaban en la
misma ciudad la ansiedad era mucho mayor que la de las primeras
llamadas.
—Nicole, ¿puedo hacerte una pregunta?
Su jefa asintió y la miró, expectante.
Lo que estaba a punto de hacer la ponía incluso más nerviosa que la idea
de que su jefa la despidiera. No obstante, si Nicole llegaba a escuchar
alguna de las grabaciones de las llamadas entre Ari y Jesse la descubriría de
todas maneras, así que escogió el camino de la honestidad y jugar la carta
de la novatada para defenderse.
—Entiendo que una de las reglas de LoveLine es no encariñarnos con
ningún cliente, sin embargo, ¿es normal que uno de ellos me llame solo
para hablar conmigo sin tener una conversación erótica?
—No es lo común, pero sí ha sucedido antes —contestó como si nada
—. LoveLine sigue haciendo dinero, aún si ese cliente no quiere tener sexo
por teléfono, y tú también ganas. De todas maneras, debes tener cuidado,
Arizona. No sabes quién está detrás de la línea ni cuáles son sus
intenciones, así que tantea mejor la situación y si este cliente continúa
llamándote solo para conversar contigo, mi recomendación es que se lo
pases a otra operadora.
Se mordió el labio inferior reconociendo que tenía razón. A pesar de que
se sentía muy bien cada vez que hablaba con Jesse, no significaba que no
representara un peligro para ella. No lo había visto jamás, no sabía nada de
él, bien podría ser un impostor o alguien que la estuviera acechando.
¿Entonces por qué se le aceleraba el corazón con solo escucharlo y algo la
invitaba a indagar más sobre él y su paradero?
—Desde que iniciaste como operadora, ¿cuántas veces te ha sucedido?
—inquirió, mucho más severa.
Ari tragó con fuerza. Lo último que deseaba era que su jefa le quitara el
contacto con Jesse si descubría sus intenciones.
—Solo una vez —admitió—. En realidad, no fue como si él no quisiera
tener una conversación erótica… Estábamos comenzando cuando lo
interrumpieron.
—¿Te había llamado antes?
—Un par de veces.
«No le des más información. Huye de ahí. Te van a descubrir». Se sentía
como una ladrona siendo interrogada por un policía.
Nicole la escudriñó durante un par de segundos y luego volvió a sus
documentos. Fue ahí cuando Ari suspiró y se preparó para levantarse con la
excusa de que la estarían esperando.
—Es bueno que tengas clientes regulares, Arizona. Mejora tu reputación
en la aplicación y mientras más clientes regulares tengas, más nos
demuestras que mereces seguir creciendo en LoveLine. Solo te aconsejaré
que tengas cuidado. —Señaló la puerta de su oficina—. Ya puedes retirarte.
Le hizo caso a lo último y se fue de allí como una bala recién disparada.
Un millar de pensamientos cruzaron su mente mientras iba de camino a su
coche, pero todos terminaban de la misma manera: ¿y si Jesse no resultaba
ser el hombre que ella creía?
Suspiró y entró en su carro, cabizbaja. No sabía qué hacer, y, peor aún,
no sabía cómo debía sentirse. De lo único que estaba segura era de que
todavía no podía contarle la verdad a Adam.
✽ ✽ ✽

Ari era sociable, siempre lo había sido. No tenía miedo de hablar con
quienes no conocía y después de tres chupitos podía convertirse en el alma
de la fiesta. Sin embargo, estaba un poco nerviosa por reencontrarse con los
amigos de Mandy.
Los conocía, no demasiado, pero sí había interactuado con ellos cuando
iban a su departamento. En realidad, coincidía con ellos en las mañanas
cuando amanecían en su sofá, muertos por la resaca. El tema era que no
sabía cómo contestarles cuando le preguntaran en qué trabajaba. Mandy le
había dicho que no tenía de lo que avergonzarse, pues el sexo era natural y
trabajar en una línea caliente era, incluso, motivo de curiosidad de muchos.
Tenía miedo a que la miraran mal debido a su nuevo empleo. Antes
había trabajado en una boutique —y previo a ello en una pequeña empresa
importadora—, así que una parte de ella estaba convencida de que trabajar
en una línea erótica era un paso hacia atrás en su carrera profesional.
Tocaron la puerta del departamento de Naomi, una de las compañeras de
trabajo de Mandy, y en un par de segundos ya las estaba recibiendo con una
sonrisa radiante. A Ari siempre le había caído muy bien; era fresca, sencilla
y no hacía drama por nada. Su pelo estaba teñido de rubio —con las raíces
castañas y sin temor a ser vistas—, sus ojos eran tan marrones como los
suyos y le encantaba vestir con prendas anchas.
—¡Las estábamos esperando! —exclamó haciendo un gesto exagerado
con las manos, a punto de derramar el vino blanco de su copa—. Dios, Zach
ha estado insoportable, Mandy. A ver si haces un poco de tu magia y lo
calmas.
—¿El drama de Tyler otra vez? —contestó ella.
—¿Acaso has visto a Zach ser dramático por algún otro motivo?
—¡Las estoy escuchando! —gritó una voz masculina.
Las dos se rieron y la rubia las invitó a pasar. Cuando estuvo frente a
Arizona le dio un sonoro beso en la mejilla.
—Qué bueno tenerte aquí esta noche, guapa.
El departamento de Naomi era un sueño, al menos para Arizona. Estaba
ubicado en Olive Way, una de las calles más divinas de la ciudad en lo que
edificios residenciales se trataba. El departamento era amplio, con el piso,
muebles y paredes de mármol. Al fondo había unas puertas corredizas de
vidrio que comunicaban con un balcón de ensueño con una vista hermosa
de Seattle. Naomi era hija de dos de los arquitectos más famosos de la
ciudad y, sí, estaba bañada en dinero. Sin embargo, lo que más le gustaba
era su sencillez. Lo único que delataba el estrato social de Naomi era su
departamento, por lo demás pasaba desapercibida. No frecuentaba sitios
muy costosos, su ropa no era de alta costura y hacía lo posible por no llevar
joyas con ella a menos que un evento lo requiriera.
—Gracias por recibirme —contestó Ari.
En la sala, los otros dos amigos se Mandy estaban cómodos en el sofá.
También los conocía de antes.
Chloe era lo contrario a Naomi en cuanto a personalidad: vivía
constantemente estresada, ya fuera por líos laborales, personales o
económicos. Y eso que ganaba muy bien, más que Mandy, que tenía un
buen cargo en la firma de arquitectura. Vestía siempre de negro, como quien
vive de luto, y su actitud ante la vida era tan pasiva y lúgubre como su ropa,
pero lo que jamás le faltaba era un cigarrillo o, en su defecto, un
vaporizador.
El último era Zach, un hombre guapísimo que la mayoría del tiempo
estaba de buen humor —excepto cuando tenía alguna pelea con su novio,
Tyler—. Estaba lleno de vida; era fanático de los jueves de salsa en un club
del centro de Seattle, le gustaba probar cosas nuevas y era un excelente
guardián de secretos.
—¿Qué les demoró tanto? —preguntó Chloe después de saludarlas.
—Me costó sacar a Arizona de casa —respondió Mandy, haciéndola
sonrojar—. Zach no es el único con problemas amorosos esta noche.
—Vaya, hasta que por fin puedo compartir mis penas con alguien. —Le
sonrió a Arizona y esta le correspondió el gesto, aunque por dentro le
invadieron unas ganas de matar a su compañera de piso.
No sabía qué posibilidad era peor: que Mandy expusiera que trabajaba
en una línea caliente o que les sembrara la curiosidad a sus amigos sobre
Jesse, el chico que no era su novio, pero con el cual fantaseaba.
—No tengo problemas amorosos —contestó mientras Naomi le
entregaba una copa de vino—. Estoy muy bien con mi novio.
Todos la miraron con suspicacia, a excepción de Mandy, quien resopló,
dejando en claro que no la creía nada.
—Cariño —la llamó Zach—, ¿has visto Juego de Tronos? —Arizona
asintió—. Tywin Lannister dijo una vez que el hombre que tuviera que
llamarse a sí mismo rey, definitivamente, no lo era. Así que, si tienes que
mencionar que estás «muy bien con tu novio», es porque tal vez no lo
estás.
—Lo estoy —zanjó sin ánimos de explicar nada más y todos la
entendieron.
El problema fue que una vez que empezaron con la cena de Acción de
Gracias y Arizona llevaba un par de copas de vino encima, su muro de
defensa se derrumbó. Cuando Naomi le preguntó si estaba bien —ya que
lucía un poco preocupada—, soltó toda su historia en un vómito de
palabras; y todos se quedaron con la boca abierta.
—Entonces… ¿te gusta un chico con quien tienes sexo telefónico y no
es tu novio? —inquirió Naomi. Ari asintió, avergonzada—. Debes de estar
hecha un lío, aunque a veces me gustaría experimentar toda esa adrenalina.
Estoy cansada de relaciones aburridas.
—Ten cuidado con lo que deseas —murmuró Ari.
—¿Y qué harás con Adam? —preguntó Chloe.
—Chewbacca no me cae muy bien —comentó Mandy con la boca llena
de pavo. Ari rodó los ojos al escuchar que pronunciaba aquel apodo en voz
alta—. Se lo he dicho mil veces a Arizona. No creo en las relaciones a larga
distancia, eso es como la canción de Maluma, felices los cuatro.
—Mandy —la regañó. Odiaba que sacara sus trapos sucios sin su
consentimiento—, solo lo dices porque no le das la oportunidad de que te
caiga bien. Adam es muy dulce.
—Contigo, cariño, pero porque follan en las noches y te hace creer que
eso es suficiente para estar en una relación.
—Yo estoy de acuerdo con Mandy —intervino Zach—. Estuve en una
relación a larga distancia y llegó un punto en el que no podía ni cruzar las
puertas, porque los cuernos que me pusieron fueron tan grandes que
chocaban con el techo.
Naomi soltó una risa ante su comparación y miró a Arizona con
empatía.
—No estás engañando a Adam, así que no dejes que eso te coma la
cabeza. Aunque, si yo fuera tú, intentaría descifrar qué tan fuertes son los
sentimientos hacia Jesse.
—Podría ser un secuestrador, un sociópata, o quién sabe —habló Chloe,
aterrada ante la idea. Naomi, Zach y Mandy pusieron los ojos en blanco—.
Es una posibilidad, lo saben bien. Yo me quedaría con un novio que me
adora y que piensa mudarse conmigo.
—¿Te gustaría que tu pareja se mudara contigo si siente algo por otra
persona? —le preguntó Mandy, a lo cual Chloe se quedó sin palabras.
Cuando interiorizó aquello, Arizona se sintió fatal, mucho más que
antes. Y vaya que se castigaba a sí misma todo el tiempo desde que empezó
a ilusionarse con Jesse. No era justo que se fuera a vivir con Adam teniendo
la ilusión de conocer al chico del otro lado de la línea.
—Me gustaría poder descubrirlo —murmuró, intimidada ante el debate
que estaban teniendo todos en esa mesa sobre sus sentimientos y relaciones
—. Quisiera saber qué se siente al hablar con Jesse en persona, el problema
es que no puedo pedirle el número, ni su dirección ni su nombre completo.
Sí, tal vez es un acosador, pero a lo mejor no lo es. A lo mejor es un chico
tan dulce como parece por teléfono y… Solo quiero quitarme la duda.
Todos se quedaron en silencio ante su confesión, en especial porque lo
había expuesto con vulnerabilidad, tanto en su mirada como en su voz.
Quizá se debía a las copas de vino y a las ganas terribles de desahogarse,
pero lo cierto era que había transmitido una emoción que ni ella misma
pudo creer: debilidad.
—Es muy tonto lo que estoy diciendo, lo sé.
—Por supuesto que no. —Mandy tomó su mano, esbozando una lenta y
tierna sonrisa.
—Además, todo esto lo hace más interesante —apostilló Naomi—. Si
ninguno de los dos puede dar sus datos personales, entonces tienes que
encontrarlo de otra manera.
—Dime algo que no sepa —bufó Arizona.
—Te confesó que toma un ferri todos los fines de semana para dar la
vuelta a la Bahía de Elliot, ¿no? —preguntó y Ari asintió—. Entonces tienes
que tomar ese ferri.
—Hay decenas de compañías que hacen eso, Naomi —intervino Chloe.
Su amiga chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
—Sí, hay muchas compañías de ferris, pero solo un puñado de estas
ofrece tours por la Bahía. Además, no todas abren los fines de semana y de
las que lo hacen, muchas solo realizan viajes durante las mañanas y el
mediodía. Jesse comentó que la llevaría a un tour donde pudiera ver el
atardecer, así que eso nos reduce las opciones.
Arizona abrió la boca ante la sorpresa, se sentía como si estuviera
viendo un episodio de una serie policíaca donde debían encontrar al
culpable de un crimen. En muy poco tiempo Naomi logró atar los cabos
que, en días, Arizona no pudo. De inmediato, sacó su móvil y, en conjunto
con los amigos de Mandy, empezó a hacer una lista de compañías de ferri
de Seattle, descartando una a una las que no cumplían con lo que había
mencionado Naomi.
Contuvo la respiración cuando solo quedaron dos resultados. Conocerlo
era cada vez una idea más tangible y real. Posible.
—Yo creo que debería comenzar por esta. —Zach señaló la primera
compañía de la lista—. Es un poco menos conocida que la otra, lo cual
significa que no está tan minada de turistas. Si Jesse vive acá, debe de estar
harto de los turistas. Incluso es un poco más económica. Si me gustara
hacer viajes en ferri los fines de semana tomaría la opción más barata.
—A lo mejor es un magnate y tiene su propio barco —intervino Chloe.
—Cariño, estamos en medio de un plan para unir a dos almas que se
conectan gracias al erotismo telefónico. Si no vas a colaborar con nuestra
vibra positiva, te sugiero no hablar.
Chloe lo miró con el ceñudo fruncido y le sacó la lengua antes de
levantarse de la mesa. Se dirigió a la sala dando zancadas, demostrando
cuán enfada estaba ante su comentario. Lo que peor le cayó es que ninguno
le pidió que regresara.
—¿Y después qué? Suponiendo que por un milagro Jesse y yo tomamos
el mismo ferri a la misma hora, ¿cómo lo encontraré? No tengo idea de
cómo luce. De hecho, ni siquiera sé si ese es su verdadero nombre. Él jura
que me llamo Jessica, no Arizona.
—Tienes que ir el domingo —insistió Mandy. Habían acordado que ese
día era mejor, ya que era probable que hubiera menos gente y, en adición,
Jesse había hecho planes con ella para ver una película un domingo al final
del día—. Si tienes que preguntarles el nombre a todos los hombres de ese
ferri, lo haces. Es lo único que se me ocurre.
Arizona asintió, reconociendo que no había una forma de hacerlo
distinto. No obstante, sabía que encontrar a Jesse ese día, a esa hora, en ese
ferri, sería tan difícil como hallar una aguja en un pajar.
Era un plan de locos, pero ya estaba cansada de jugar a la normalidad.
—De todas maneras, el lunes tienes que sacarle más información —
añadió Zach—. Si de verdad quieres encontrar a este chico, necesitarás más
pistas.
Esa sería la preocupación del lunes y le dedicaría cabeza a ello después.
De momento, no hacía otra cosa más que sonreír al darse cuenta de que
tenía un plan. Era posible que fallara. Tal vez estaba destinado a fracasar,
pero… ¿y si funcionaba?
¿Y si ese mismo domingo lograba conocer a Jesse?
capítulo ocho
Arizona

E
staba tan ansiosa que sentía como si hubiera regresado a su época de
instituto, donde quedar con un chico la ponía tan nerviosa que sentía
hasta ganas de vomitar.
Su corazón bombeaba sangre a mil por hora, sintiéndose como un
explosivo a punto de estallar. La sensación de vértigo se acentuaba segundo
tras segundo, y con cada nuevo paso sentía que se le debilitaban las piernas.
Estaba allí, en el ferri de la lista, a las cinco de la tarde. Faltaba poco para el
atardecer y, aunque quería creer que Jesse estaría ahí, no sabía cómo
demonios averiguarlo, por lo que compró una botella de agua en la pequeña
tienda y se dirigió a la cubierta.
Había varias formas de hacer aquello. Podía pedir al personal del barco
que llamara a Jesse con el micrófono para que se escuchara en todas las
partes del ferri y, además, pedirles que lo citaran en un punto específico,
pero era una opción un poco melodramática. Por no mencionar que ella
deseaba tener la ventaja sobre la identidad del chico, no deseaba que él la
descubriera primero. Si era una persona de apariencia atemorizante,
entonces tendría tiempo para huir.
Otra opción era seguir el consejo de Naomi y preguntar a cada hombre
que estuviera allí si su nombre era Jesse, solo que no quería quedar como
una persona con inestabilidad mental, mucho menos que alguien tomara la
situación para aprovecharse de ella, así que descartó esa segunda
alternativa.
La tercera vía para descubrir si Jesse estaba allí era la clásica:
observación. Pasearía por el ferri detallando a cada persona que estuviera
ahí. Descartaría a los hombres que estuvieran acompañados de parejas o
hijos, ya sea porque no creía que Jesse tuviera alguno de esos dos o porque,
en caso de tenerlos, no querría una relación con una persona que no
estuviera emocionalmente disponible. Irónico, pues ella estaba en una
relación, pero ese era debate de otro día.
Sintió su móvil vibrar en el bolsillo del abrigo. Era un mensaje de su
mejor amiga.

Mandy: Los chicos te desean suerte en la búsqueda. Yo me estoy


comiendo las uñas de los nervios. Estás en el barco?

Mandy: CONTÉSTAME. Necesito que me envíes mensajes cada


veinte minutos para saber que estás bien y ningún loco te ha raptado.

Arizona: Estoy en el ferri, justo empezaré con la búsqueda. Si algo


sucede o me cruzo con alguien, serás la primera en saberlo.

Mandy: Más te vale.

Guardó el móvil de nuevo y paseó la mirada por los presentes. La


mayoría habían asistido en grupos, por lo que sería más fácil estudiar a los
que habían ido solos. El problema era que ninguno parecía estar esperando
a alguien. Vio a un chico hablando animadamente por teléfono, otro
reflexionando con la mirada perdida en la bahía, otro con una botella de
cerveza en la mano. Y más.
Suspiró y pensó en acercarse al chico con postura reflexiva y que estaba
concentrado en el agua. Arizona quiso creer que esa era la mirada de una
persona que esperaba por otra. ¿Cómo debía aproximarse a él? ¿Qué debía
decirle?
«Hola. ¿Te llamas Jesse? Yo soy Arizona, mejor dicho, Jessica, pero ese
no es mi nombre real.», «¿Eres Jesse? ¡Qué casualidad! Hemos tenido sexo
telefónico varias veces.», «¿Que cómo llegué hasta aquí? Es una gran
historia… Resulta que mi novio no sabe que existes, pero mis amigos sí y
entre todos hicimos un plan para que te encontrara, aun cuando no sabías
que te estaba buscando. Verás, muchos creen que podías ser un acosador,
pero la única con actitud de acosadora soy yo. No temas, soy buena
persona. Lo juro.»
Patética. Se sintió patética y se llevó una mano a la frente al darse
cuenta de que todo su plan era una basura. ¿Qué tenía en la cabeza cuando
aceptó montarse en ese ferri? No era como si los príncipes azules
aparecieran de esa manera; no se trataba de una novela romántica o una
serie de Netflix, sino de la vida real. Y en la vida real planes como el suyo
siempre salían mal. Además, el único príncipe azul que debía rondar por su
cabeza era su novio, Adam. Nadie más.
Para probar que su plan había sido una auténtica pérdida de tiempo, el
karma le puso los pies en la tierra.
—¿Arizona? —Una voz masculina la llamó.
Se giró y sintió el estómago revolvérsele.
—Owen —pronunció, incómoda—, ¿qué haces aquí?
Owen Johnson era amigo de Adam, trabajaban en la misma compañía,
solo que Owen estaba en el área de Contabilidad mientras que Adam
formaba parte de los capacitadores de mayor experiencia, por ello, se
encargaba de girar por el país.
Agradeció que su estrategia para encontrar a Jesse hubiera fracasado
porque, de haberlos visto juntos, se lo habría contado a Adam de inmediato.
Exhaló, decepcionada y triste, resignada a que todo lo relacionado con Jesse
—y su vida en general— le saliera mal.
—Traje a Julie a un paseo por la Bahía, es algo que siempre ha querido
hacer.
—¿Julie?
Owen asintió, enseñándole una sonrisa de dientes blancos y perfectos.
Era un hombre atractivo, mucho más que Adam, y casi tan alto como él,
solo que tres veces más musculoso. Era el prototipo de chico malo de
instituto que había pasado su tiempo en la universidad haciendo deportes y
saliendo con miles de chicas, y ahora que tenía un trabajo aburrido de
oficina era adicto al gimnasio. De hecho, en su Instagram solo publicaba
vídeos suyos haciendo rutinas de crossfit.
—Sí, estamos saliendo. —No le dio más detalles. Señaló a una morena
que se acercaba a ellos con extrema confianza en sí misma y unos tacones
de punta fina que retumbaban en todo el barco—. ¿Y tú? No sabía que
Adam estaba en Seattle.
Owen giró la cabeza con la intención de buscarlo en los alrededores. Era
evidente que no lo encontraría.
—No está —contestó Ari—. Vine a dar un paseo sola, es bueno para
despejar un poco la mente.
Él la miró como si fuera un bicho raro y cuando Julie llegó a su lado ni
se molestó en presentarlas. Se despidió de ella con la mano y desapareció
entre las personas.
Quiso convencerse de que se había salvado por poco, no obstante, jamás
estuvo en peligro. Lo más seguro era que Jesse ni siquiera estuviese allí y
solo se había montado en aquel ferri para perder tiempo y dinero. Dinero
que no le sobraba.
El solo pensar que su novio se enteraría de que tomaba paseos en ferri
tal vez le motivara a llevarla a hacer uno de esos viajes; incluso su lado
paranoico le decía que, si regresaba el fin de semana siguiente para buscar a
Jesse de nuevo, Adam le caería de sorpresa.
—Pero qué mala suerte. Mierda, mierda, mierda —farfulló sin importar
que llamara la atención de quienes estaban a su lado.
Un chico la miró con curiosidad y le causó gracia su arrebato. Por lo
menos a alguien le resultaba divertida su situación.
—No eres la única —murmuró en respuesta y se apartó de allí.
Arizona lo ignoró y deseó que el viaje se terminara de una buena vez,
necesitaba llegar a casa y tomarse un chocolate caliente. Todo le había
salido tan mal que ni siquiera tenía ganas de hablar con Jesse de nuevo. Se
vio tentada a pedirle a Nicole que cada vez que la llamara, lo desviara a
cualquier otra operadora, por no mencionar que le daba vergüenza admitirle
a Jesse todo lo que había hecho para encontrarlo.
No podía seguir torturándose de esa manera por algo que no era real y
que solo vivía en su mente.

✽ ✽ ✽

Jesse
Jesse estaba convencido de que aquel terminaría siendo un mal día, pero no
por los motivos usuales.
No porque todavía le doliera la traición de Holly, porque tuviera más
trabajo acumulado que ganas de dormir, porque sus padres insistían con que
debía hacer las paces con su hermano —el mismo que se había acostado
con su novia y ahora era su pareja formal—, o porque odiaba el frío de
aquel otoño.
No. Ese día le aguardaba algo todavía más deplorable. Vería a Holly por
primera vez desde que la había descubierto con James.
Se había despertado a las seis de la mañana, algo inusual desde que
había caído en el hueco llamado despecho. Sin siquiera ducharse, salió de
su edificio para empezar a correr como si así pudiera vaciar sus
pensamientos. ¡Y eso que él odiaba los deportes! No aguantó ni siquiera
tres cuadras cuando sintió que sus pulmones ardían con furia ante su falta
de práctica y su pésima forma de respirar. Vio todo blanco y juró que estuvo
a punto de desmayarse; una pareja fue la que se acercó a él y le ofreció un
chocolate para que recuperara la energía.
En casa se dio una larga ducha caliente y Eric, que sabía lo que le
esperaba aquel domingo, le preparó un desayuno especial. Y con «especial»
se refería a que se tomó la molestia de cocinar algo que no fuera pan con
jamón y queso, que era lo único que sabía hacer. Eric era de los que vivían
de congelados, enlatados y comida rápida.
—Vaya, no sabía que podías ser del tipo detallista —bromeó Jesse
sentándose en la mesa, sorprendido al ver los platos con panqueques, tocino
y huevo.
—Siempre me subestimas. Así no podemos construir una relación.
—Juraba que eras de esos hombres que no buscaban nada serio. Me
siento halagado.
—Las cosas que se hacen por amor... —Ambos se rieron y Jesse negó
con la cabeza como si su amigo no tuviera remedio.
—Debo admitir que me entiendes y consientes más que mis padres.
¿Puedes creer que me llamaron para que me reuniera con James e
hiciéramos las paces?
Eric resopló y tragó su bocado con rapidez.
—Tu hermano se puede ir al demonio.
—Lo mismo les dije. —Jesse asintió y felicitó a su mejor amigo por el
desayuno, convencido de que por nada del mundo pudo haberlo cocinado.
De todas maneras, no se lo comentó para no ofenderlo—. No es necesario
que vaya a ver a Holly, ¿o sí?
Su exnovia se había comunicado con él a mitad de la semana para
pedirle que fuera a recoger los artículos personales que había dejado en su
casa. Tal cosa hizo que se prometiera a sí mismo no volver a dejar jamás
ningún artículo personal en una casa que no fuera la suya, de esa manera no
tendría que enfrentarse con momentos desagradables como el que le tocaba
ese día.
Le había dicho a Holly que podía enviárselas por correo o botarlas a la
basura, no era como si le resultara imposible vivir sin esas franelas. «Así
también podemos hablar, Jesse. Nos merecemos la oportunidad de aclarar
las cosas», le había dicho ella por teléfono.
¿Aclarar las cosas? Mucho había hecho él con atender su llamada, solo
lo hizo porque pensó que estaría atravesando una emergencia que la
obligaba a comunicarse con él; tal vez le había dado apendicitis, una fiebre
alta o quién sabe qué cosa. No hubiera ido a verla al hospital de todas
formas, pero sí contestar la llamada. Tampoco era un monstruo.
Pero ¿verse para hablar? «Ni por todo el oro del mundo», había pensado
en aquel momento.
Con lo que no contaba era con que ella le diría que, si no buscaba sus
cosas personalmente, se las enviaría con James a su departamento.
Una patada en la entrepierna dolía menos.
Era cierto que podía cerrarle la puerta a su hermano en la cara y no
recibirle nada, sin embargo, no deseaba verlo ni siquiera por el ojo de la
puerta. No pensaba estar cerca de él ni respirar su mismo aire. Jesse no se
juntaba con traidores, mucho menos con aquellos que portaban su apellido,
así que no le quedó de otra más que aceptar el chantaje de Holly y quedar
con verla ese domingo.
—Tienes que ir —contestó Eric apuntándolo con el tenedor—. No
puedes permitir que piensen que les tienes miedo.
—No les tengo miedo. —Se cruzó de brazos—. Solo que no me produce
placer verlos. Ni juntos ni por separado.
—El tema es que, si te niegas a hablar con Holly, ella y tu hermano
pensarán que sigues dolido, que aún te afecta lo que te hicieron.
—¡Aún me afecta lo que me hicieron!
Eric se acercó y le dio un golpe en la frente para que reaccionara, lo que
causó que él se quejara.
—La cuestión es que no se enteren. Holly y James están bien entre ellos;
tal vez sientan un poco de remordimiento, pero te aseguro que el sexo les
ayuda a sobrellevarlo. Así que esto es lo que harás: irás a casa de Holly,
buscarás tus cosas y si quiere hablar de algo, escúchala. Sé el caballero que
está dejando ir, no el patán que agradecerá haber dejado.
Escrutó el rostro de su amigo, sorprendido ante su sabiduría. No tenía
idea de que Eric pudiera ser tan reflexivo los domingos en las mañanas,
mucho menos después de cocinar el desayuno. ¿Acaso seguía dormido y
todo era parte de un sueño? A lo mejor se había muerto cuando salió a
correr y se había ganado el cielo, aunque le decepcionaba que no se
pareciera a The good place.
—Supongo que tienes razón —concedió, resignado—. Aunque algo me
dice que todo saldrá mal.
—Si las cosas salen mal no habrá sido por tu culpa. Ella te dejó por tu
hermano, estás en tu derecho de no querer verla de nuevo, y aun así lo harás
porque eres la persona madura de la ecuación.
Jesse le sonrió y asintió. Había días en los que la impertinencia y la falta
de seriedad de Eric le sacaban de quicio al punto de preguntarse por qué o
cómo eran amigos. No obstante, en momentos como aquel recordaba el
motivo: era más leal hacia Jesse que sus propios hermanos, se interesaba
por él de forma transparente y cuando lo ameritaba le daba buenos
consejos.
Al mediodía ya estaba arreglado y perfumado.
No era como si esperara que Holly se volviera a enamorar de él, pero
quería verse más que solo presentable para que se acordara que, aunque no
era tan guapo como su hermano mayor, o tan inteligente, o tan carismático,
o tan alto…, podía verse guapo de vez en cuando.
Él no era de las personas que solían compararse con los demás para
conocer su valor, sin embargo, desde que Holly lo cambió por su propio
hermano no dejaba de encontrarse defectos y sentirse minúsculo en
comparación al gran James. Aquel que, aun habiéndole quitado al amor de
su vida, había convencido hasta a sus padres de que era la víctima y no
Jesse.
Se encontró un poco de tráfico, así que encendió la radio para ver si
podía vaciar sus pensamientos un rato, pero el destino parecía querer
hundirlo más en su sufrimiento.
Conocía la canción porque la tenía en su iPod. No era fanático de Harry
Styles, pero el despecho le había hecho escuchar todo tipo de música las
últimas semanas y Cherry le recordaba mucho a Holly. Además, una chica
de su oficina, Sandra, no escuchaba otra cosa que no fuera One Direction o
Harry Styles, así que con el tiempo había aprendido algunas canciones.
Trató de no torturarse con imágenes de Holly y James que se creaban y
desarrollaban en su imaginación, basadas en la forma en la que los había
encontrado juntos la última vez que la había visto. Se preguntó si su
hermano también adoraría su acento —Holly era de Boston, por lo que su
acento era un hechizo para Jesse—, o su manera de vestirse, o las formas
tan creativas que tenía de celebrar las victorias de su trabajo.
Cuando llegó a casa de Holly sintió ganas de salir corriendo de nuevo,
de poner en marcha su coche y no regresar. Era una idea estúpida; no
necesitaba sus cosas, de todas maneras. No necesitaba sufrir al verla de
nuevo.
Aun así, fue dando un paso tras otro hasta llegar a la puerta. El corazón
le latía con fuerza y había comenzado a transpirar, a pesar de que estaban a
finales de otoño y el frío era magistral. Escuchó algunas risas del otro lado
de la puerta y, solo para cerciorarse que no estaba a punto de entrar a una
trampa, se asomó por una ventana de la casa de Holly. Por supuesto que ahí
estaba.
James.
Ambos reían de algo mientras este pellizcaba una mejilla de Holly.
Posterior a ello, la castaña lo abrazó antes de darle un beso apasionado y
efusivo, de esos que jamás le dio a él. Había olvidado cuándo fue la última
vez que la vio reír de esa manera.
Todo dentro de Jesse se desmoronó y prefirió salir de allí antes de que se
dieran cuenta de que había llegado. Lo había traicionado; le había
prometido que no estaría James, que solo hablarían ellos dos. Se refugió en
su coche y lo arrancó a una velocidad tal que se sintió en una película de
Rápido y furioso. «No pienses en ellos, no gastes tus energías en eso», se
ordenó, aunque parecía una misión imposible.
Almorzó en su sitio favorito de comida mexicana y dio una vuelta a pie
por algunas calles del centro; tal vez el bullicio de la ciudad lo ayudaría a
bajar el volumen de todos los pensamientos intrusivos. Funcionó de a ratos,
así que decidió hacer lo que más le gustaba cuando se sentía abrumado,
molesto o triste. Tomó un ferri que daba la vuelta a la Bahía de Elliot.
El mar era un fiel compañero para momentos como aquel y cuando
empezó el recorrido se dirigió a la cubierta y permitió que la brisa helada le
rozara el rostro y meneara un poco su pelo rubio. Se recostó de las barandas
de metal y perdió la mirada en el agua debajo de ellos, luego en los
edificios de Seattle. La majestuosidad de la ciudad le llenó el pecho de
sensaciones más agradables, haciéndole recordar por qué le gustaba tanto
ese tour.
El sol comenzó a caer y se acordó algo que había dicho esa semana. Le
había mencionado a Jessica que, de poder salir con ella de verdad, la
llevaría a ese paseo en ferri y le robaría un beso en pleno atardecer. Suspiró,
deseando que eso pudiera hacerse realidad, aun cuando la mitad de su
corazón sufría por su exnovia.
«Cualquier persona que conozca Seattle ha hecho ese tour», le había
dicho, lo que le llevaba a pensar que, o Jessica vivía en la ciudad, o residía
en las afueras, o, en el peor de los casos, solo había visitado Seattle como
turista. Deseó que fuera la primera o la segunda opción, tal vez así podría
verla.
Eric le había dicho que no era imposible poder llegar hasta ella, solo
tenía que acompañarlo al cumpleaños de su hermana, Debbie, que trabajaba
también en LoveLine. A lo mejor ella conocía a Jessica y, si le mencionaba
cuánto deseaba verla en persona, tal vez se apiadaría de él.
Se le infló el pecho al solo pensar que era posible, incluso probable. Ella
era real y quizás estaba ahí, en su misma ciudad. ¿Se habrían topado en
alguna otra ocasión? No, de haberla conocido jamás la hubiera dejado ir.
Con solo tres llamadas ya estaba enganchado a su personalidad. Quería
creer que la dulzura que emanaba no se limitaba solo a las llamadas, sino
que era así con todas las personas que le rodeaban. ¿Sería dulce con él si
llegaran a verse? O ¿también le rompería el corazón? Si de algo estaba
seguro era de que, en caso de que Jessica aceptara conocerlo, jamás le
presentaría a James.
Pensar en ella le sacaba una sonrisa y relajaba sus músculos. Entre tanto
trabajo esa semana se le había olvidado pedirle que vieran otra película ese
domingo —y menos mal que fue así, porque con el drama de Holly a lo
mejor lo habría olvidado—. Había intentado comunicarse con ella el día
después de Acción de Gracias, tal como habían acordado, pero no la
encontró en línea. Quiso creer que estaría saturada de clientes y que podrían
la semana siguiente.
—Pero qué mala suerte. Mierda, mierda, mierda —dijo alguien no muy
lejos de él.
Era como si le hubiera leído el pensamiento o puesto en palabras lo que
había vivido ese día. Al mismo tiempo, la chica menuda lo había dicho con
tanto corazón que no pudo evitar considerarlo como algo gracioso. Era
como esos perritos pequeños que intentaban lucir amenazadores, pero que
solo causaban ternura por su tamaño. Estaban por llegar al puerto, así que
más le valía irse moviendo de ahí.
—No eres la única —murmuró.
A veces era bueno sentirse acompañado cuando llegaba la hora de
hundirse en la miseria, así que, con su dosis de pesimismo, le dedicó una
sonrisa un poco triste a la pequeña castaña antes de salir.
Agradeció que fuera domingo. Se había terminado una semana
complicada y le reconfortaba saber que el lunes sería borrón y cuenta
nueva.
En especial si podía hablar con Jessica.
capítulo nueve
Arizona

A
rizona estaba feliz de regresar a su trabajo.
Había pasado cuatro días sin hacer nada y lo único que la invadía
era una enorme culpa por no sentirse productiva. Se torturaba
pensando que cada hora que pasaba libre era una que no estaba cobrando y,
en consecuencia, aquel tiempo solo aumentaba sus deudas.
Por tal motivo, llegó el lunes con un excelente humor y saludó a todos
sus compañeros a medida que fue topándose con ellos en los pasillos. A su
hora de siempre, se sentó frente a su escritorio, cerró la puerta de la cabina
y acomodó algunas de sus cosas mientras esperaba a que le cayera la
primera llamada del día.
Le había tomado el gusto a llevar carpetas a LoveLine, donde armaba
fichas de la mayoría de sus clientes y tenía, incluso, un historial de los que
eran regulares: notas de interés, sus preferencias, lo que no les gustaba
durante las llamadas, si tenían acento o no, fetiches; hasta si le hablaban
sobre sus vidas personales. Arizona tomaba nota de todo.
Eso le ayudaba a tener material para futuras conversaciones y había
quedado demostrado, no solo con Jesse, sino con los que la llamaban más
de dos veces, que la mayoría no buscaba una conversación caliente nada
más. Buscaban calidez, lo cual era muy distinto. Cada vez se volvía más
experta en brindar una mejor atención y hacerlos sentir bien, libres. Por eso
volvían a ella.
La paga no era tan mala a pesar de que estaba comenzando y no tenía
tantos clientes. A ratos le ilusionaba la idea de crecer dentro de LoveLine y
poder ganar lo suficiente para salir de deudas y vivir como quería, sin tener
que calcular a cada momento si era prudente o no hacer un gasto o sentirse
culpable por comprar ciertas cosas. Mandy no era consciente de estas
preocupaciones porque Ari se negaba a compartírselo, no quería mostrarse
débil frente a ella. Después de todo, aunque adoraba a su mejor amiga, a
veces sentía que necesitaba estar a su altura y su instinto de competencia era
más fuerte que ella.
Atendió dos llamadas que se hicieron bastante largas —hecho que
celebró porque significaba más dinero— y a media mañana un nombre
apareció en la pantalla. Como todas las veces anteriores, su cuerpo
reaccionó de forma inmediata. Incluso antes de contestar, reprodujo su voz
en su mente como una canción celestial que le puso la piel de gallina.
Olvidó todo lo sucedido el día anterior, el fracaso de su plan y la
vergüenza de sentirse como una acosadora. Lo único que importaba era que
estaba a punto de conversar con él una vez más.
—Hola, Jesse. —Sonrió y se relamió los labios.
—Hola, Jessica.
Eso fue todo lo que bastó para que sus ojos se cerraran y se concentrara
en la manera en la que pronunciaba su nombre falso. Habría dado cualquier
cosa para «Jessica» fuera su nombre real y que él la llamara siempre de
aquella forma tan especial que era capaz de encandilarle la mañana.
Estaba perdiendo la cabeza. No podía ser normal que las sensaciones se
intensificaran tras cada llamada aun cuando tenía todo en contra, aun
cuando no lo conocía y todo estaba en su mente.
La noche anterior Mandy había puesto sobre la mesa la idea de que ella
solo se estaba ilusionando tanto con Jesse porque estaba teniendo dudas
subconscientes sobre su relación con Adam y que, en el fondo, no deseaba
avanzar más con él. Jesse no era más que una víctima de su confusión y,
aunque la misma Mandy estaba a favor de que lo encontrara, reconocía que
todo lo que envolvía al misterioso chico detrás de la línea podía
perjudicarla.
Arizona no estuvo de acuerdo porque no tenía ninguna duda relacionada
a Adam. Él no hacía más que preocuparse por ella y quererla, y si tuviera
que elegir entre la fantasía de Jesse y la realidad de Adam, siempre
escogería al segundo. Después de todo, Adam era tangible y había estado
con ella durante los últimos meses. No era el novio perfecto, pero era el
chico que había elegido para una relación.
Entonces ¿qué era Jesse en su vida? No estaba dispuesta a dejar a Adam
por él, no obstante, era innegable que despertaba algo en ella. Se le ponía la
piel de gallina y se le volteaba el estómago cada vez que la llamaba. No le
resultaba indiferente a pesar de que no lo conocía en lo absoluto, así que le
dio a Mandy la respuesta más honesta que pudo: «no sé». En realidad, la
verdadera pregunta era: ¿hasta qué punto se sentía él de la misma manera?
—No tienes idea de lo bien que se siente escucharte de nuevo —musitó
Jesse.
Aquella mañana su voz era más grave y ronca; pronunciaba las palabras
con una suavidad tal que Ari sintió un cosquilleo prematuro en su
estómago.
—Lo mismo digo —contestó tan pausada como él, aunque manifestando
la emoción que ese encuentro telefónico le generaba—. ¿Vuelves a
llamarme desde el baño de tu trabajo?
Lo escuchó reírse y no pudo evitar morderse el labio inferior. Se
preguntó cuál sería su expresión al reírse, cómo se le achinarían los ojos o si
le saldrían algunas arrugas en el rostro. ¿Cómo sería su pelo, su piel o sus
labios? Lo había imaginado de mil maneras y, a la vez, no lograba dibujarlo
en su mente. No de forma definitiva. Suspiró, deseando tener alguna
referencia suya solo para que las fantasías con él fueran más exactas.
—De hecho, no. Tuve que encargarme de algo de trabajo desde
temprano y decidí pasar por casa un momento para buscar algunos
documentos, así que pensé que era la oportunidad perfecta para escuchar tu
voz. ¿Cómo has pasado estos días? ¿Tuviste un buen día de Acción de
Gracias?
—Podría decirse. No pude visitar a mi familia, pero cené con unos
amigos y la pasamos genial. ¿Y tú? ¿Hiciste algo interesante?
—Si atiborrarme de comida con mi mejor amigo y hacer un maratón de
Parque Jurásico puede ser considerado interesante, entonces hice algo
interesantísimo. —Ari se rio al escucharlo y tomó nota de algo que tenían
en común: a ella también le gustaba mucho esa película—. Sin embargo,
desde nuestra última llamada le he estado dando vueltas a la fantasía que
quedamos por desarrollar.
—¿La del ferri? —Enarcó una ceja y la sangre se le subió a las mejillas.
—Sí. Incluso tomé uno para poder inspirarme mejor y tomar ideas.
Bueno… —Hizo una pausa y se aclaró la garganta—, no lo tomé por eso,
pero sí aproveché el momento para idear algunas cosas.
El corazón empezó a acelerársele. Jesse había tomado un ferri uno de los
días anteriores, de seguro ese mismo fin de semana, y había pensado en
Arizona. Tal y como ella había hecho, lo cual quería decir que no estaba del
todo sola con aquella ilusión.
Caviló qué tan bueno sería confesarle que ella también había tomado
uno de esos, aunque no para buscar inspiración, sino para buscarlo a él. ¿La
juzgaría? ¿La tomaría por loca o acosadora?
Inhaló y llenó los pulmones de aire. Si no les había preguntado a todos
los chicos del barco cuál era su nombre por vergüenza, lo menos que podía
hacer era intentar corroborar con el mismísimo Jesse si habían estado en el
mismo lugar y a la misma hora.
—Qué coincidencia —contestó al final—. Yo también tomé uno este fin
de semana para inspirarme un poco para esta llamada.
—¿De verdad? —inquirió, sorprendido.
«Aquí viene. Aquí es donde se da cuenta de que tengo un problema y la
fantasía termina», pensó. Se le revolvieron hasta las tripas y cerró los ojos
con fuerza, esperando el golpe.
—Qué coincidencia —repitió Jesse, un poco más juguetón—. Espero
que hayas descubierto entonces que los atardeceres desde la bahía son lo
mejor que tiene Seattle.
—Dime algo que no sepa, guapo. No me tomes por turista. —Dicho
aquello, Jesse soltó una corta y baja risa que hizo que ella se relajara de
nuevo. No la había juzgado ni se había asustado por el hecho de que hubiera
tomado el mismo paseo que él—. En realidad, olvidé un poco el tema del
atardecer por un… problema personal. La próxima vez que tome ese viaje
tendré en cuenta tu recomendación.
El tono de voz que empleó dio a entender que no quería —ni podía—
explayarse o ser muy descriptiva en cuanto a sus problemas o las cosas que
le afectaban en el plano real y cotidiano.
—Lamento escuchar eso, Jessica. ¿Qué te parece si reemplazamos ese
recuerdo por una imagen mejor?
—Solo si te incluye a ti.
—Creo que está demostrado que estaría más que encantado de formar
parte de cualquier fantasía que te involucre a ti.
Las comisuras de los labios de Ari fueron elevándose hasta delinear una
pequeña sonrisa de satisfacción. Había pronunciado esas palabras con una
lentitud incitante que fue despertando poco a poco sus instintos básicos y
primitivos, pero que en ese momento se sentían sublimes y exquisitos.
En ocasiones le sorprendía cómo Jesse podía pasar de la dulzura y
torpeza total a ser provocativo y seductor. Era un aspecto que cada vez le
gustaba más de él.
—Entonces regresemos al ferri —dijo ella cerrando los ojos, utilizando
un tono de voz más insinuante—, a ese atardecer en el que me robarías un
beso. ¿Todavía sigue en pie esa oferta?
—Siempre y cuando quieras aceptarla.
—Con una condición.
—La que tú quieras.
—Que antes del primer beso quiero que me mires. No como el resto de
los hombres que solo quieren terminar con un par de besos y un polvo. No.
Quiero que me mires y que descubras la inmensidad de propuestas que
quiero transmitirte y, mientras, yo descubriré más de ti de lo que las demás
conocen. Después, con suavidad, quiero que tus dedos acaricien mi cuello,
mis hombros, mis brazos. Tienes permiso de bajar un poco la mirada a los
pechos que ocultarán mi vestido. Me gustaría saber que te provocan.
Las manos de Arizona iban realizando el viaje que sus palabras
narraban, imaginando que eran las de Jesse. Como en las ocasiones
anteriores, escucharlo suspirar mientras reproducía en su mente las
imágenes que le proporcionaba solo la calentaba más.
—¿Te gustaría que te mirara todo? —inquirió, curioso y hasta divertido.
—Me gusta sentirme deseada, así que sí.
—No imagino que alguien sea incapaz de desearte.
—¿Tú me deseas?
—Sí.
—¿Cuánto?
—Tanto que me asusta —admitió con una exhalación que resultó
provocativa.
«Me alegra saber que es recíproco».
—Entonces… —retomó él. Dada su forma de hablar y de respirar, Ari
supuso que, o había empezado a tocarse, o no tardaría mucho. Imaginarlo le
causó una calidez entre sus piernas que no pudo controlar— ¿después de
acariciarte en pleno atardecer no podré robarte un beso?
—El problema es que si me besas sentiré el impulso de hacerlo todo ahí
mismo; de quitarme la ropa frente a ti y darte acceso a todo lo que quieras.
—¿Y por qué eso es un problema?
—Porque tendremos un público bastante amplio. Aunque… es una
fantasía, así que podemos eliminar a todos los que estén en ese barco y
dejarlo solo para nosotros.
—No, me gusta la idea de un espacio público. ¿Sabes qué lo haría más
excitante? Que nos fuéramos a los baños. Podríamos entrar con disimulo al
baño unisex que casi siempre está vacío. Allí tendríamos la libertad de hacer
lo que deseáramos.
—¿Y qué desearías hacer tú conmigo? Mejor dicho, ¿qué desearías que
yo te hiciera?
Del otro lado de la línea, él se tomó unos segundos antes de contestar.
No lo tomaba por un chico que hiciera cosas en lugares públicos, aunque la
idea no le desagradaba para nada. Se imaginó con él dentro de aquel baño,
acorralada contra una pared y sujeta a su voluntad. La piel de Arizona
quemaba exigiendo contacto.
—No te besaría todavía —contestó Jesse—, no en la boca, es algo que
quisiera reservar para el final. Retomaría las caricias por tu cuello,
arrastraría mis labios por tus hombros, por tu pecho, tu vientre… y me
infiltraría debajo de tu vestido, donde probaría tu humedad. Estoy seguro de
que eres dulce y exquisita.
Ella echó la cabeza hacia atrás y su respiración se agitó. Se preguntó
cómo se sentiría su lengua al rodar por su cuerpo y terminar en ese punto
donde ella era capaz de explotar de placer. Pensar que estarían en un sitio
público donde no podía ser libre en cuanto a gemidos y que debía
reprimirse un poco solo multiplicaba el deseo.
Recordó entonces que era él quien la estaba llamando a para
estimularse, no al contrario, así que intentó retomar el mando de la
conversación.
—Jesse, yo…
—Joder, esto tiene que ser una broma —lo escuchó quejarse al tiempo
que un doble pitido. Al parecer lo estaban llamando—. No puede ser que no
me dejen en paz ni siquiera diez minutos.
—¿Volvimos a quedarnos sin tiempo? —tanteó, decepcionada ante la
interrupción.
Él suspiró.
—Lo siento. Supongo que esto me pasa por llamarte en mi horario
laboral. He intentado hacerlo los fines de semana, pero no te encuentro en
línea.
—No cumplo el turno de fin de semana —admitió, avergonzada de tener
que pronunciar la palabra «turno».
Sabía que Jesse era solo un cliente (y él de seguro lo recordaba de forma
constante). Sin embargo, cuando hablaba con él no lo sentía de esa manera
y aquel recordatorio era como una piedra dentro de su zapato.
—De acuerdo. —Se quedó callado un momento y luego prosiguió con
un tono de voz más determinado—: Si no puedo volver a hablar contigo
durante la semana ten por seguro que regresaré al ferri a inspirarme en
nuevas ideas para nuestras llamadas.
No sabía si tomarlo como un comentario apartado de cualquier
intención, como una despedida, o como un dato importante para ella: que
volvería al sitio en el que, tal vez, habían estado ambos ese último fin de
semana (a lo mejor en horarios separados). Aun así, algo sí le quedó claro,
sabía que él iría.
No podía preguntarle exactamente qué día o a qué hora porque no
quedaba muy claro con qué motivos había dicho eso y Ari no pretendía
delatar sus intenciones de inmediato —además, estaba en contra de las
reglas—, no obstante, su sexto sentido le indicaba que fuera, que se dejara
llevar, que aquella química era innegable y la atracción resultaba recíproca,
así que, confiando en que había aprendido algo de Jesse en las últimas tres
semanas, supuso que él tomaría ese tour en ferri el domingo al final de la
tarde. La pregunta era: ¿cómo encontrarlo? ¿Cómo preguntarle en ese
momento?
—Puede que yo también tome el paseo para obtener un poco de esa
«inspiración».
—Jessica… —pronunció, esta vez nervioso—, sé que es imposible,
pero…
Sus palabras se cortaron allí; tal vez había sido víctima o de sus
inseguridades o del sentido común. Ella podría jurar que había estado a
punto de pedirle algún dato que le permitiera identificarla o, peor aún, un
número de contacto.
Sí, estaba segura de que por ahí estaban encaminadas sus intenciones,
porque si ella hubiera estado en su posición lo habría hecho también.
«Por favor, no lo hagas. No pidas conocerme, no por esta línea. No me
pidas información».
Claro que quería que le pidiera hasta su tipo de sangre, pero si Nicole
escuchara la grabación de la llamada, así fuera por casualidad, la
despedirían.
Al parecer Jesse pensó lo mismo que ella porque no continuó por la ruta
que había empezado.
—Nada, no era importante. Me están volviendo a llamar del trabajo, así
que debo dejarte. Como siempre, Jessica, es un placer hablar contigo.
—Créeme, el placer es mío. Espero que nos escuchemos pronto.
En realidad, lo que moría por pronunciar era: «espero que nos
conozcamos pronto».
Cuando la llamada terminó, experimentó una mezcla de sensaciones:
alivio, por saber que él no se había atrevido a cruzar la línea de LoveLine y
no había puesto en juego su empleo; la constante culpa que sentía cada vez
que se emocionaba al escuchar su voz y recordar que tenía también a Adam;
pero lo que predominó fue la ilusión, la esperanza de que, quizás, ese fin de
semana podría verlo.
El plan de Naomi no se le hizo tan descabellado. Si Jesse estaría ese
domingo ahí, no perdía nada preguntándole a los chicos que viera solos.
Quería confiar en que Owen no le había mencionado nada a Adam sobre su
viaje en ferri —hasta el momento, él no le había demostrado que había
hablado con Owen—, así que tendría una nueva oportunidad.
Recordó unas palabras de Jesse y algo en su cabeza hizo clic.
«Podríamos entrar con disimulo al baño unisex que casi siempre está
vacío». ¿Acaso le había dejado una pista? ¿Había dicho eso a propósito? O
incluso si había sido sin intención… En caso de que él considerara que ella
podía ir al ferri ese día, ¿la esperaría ahí?
Su mente se hundió en un montón de teorías que giraban alrededor de
aquel encuentro, hasta que entró una llamada nueva y se vio forzada a
dejarlo ir durante un rato. En definitiva, tenía mucho en lo que pensar esa
tarde.
Y un nuevo plan que trazar para ese fin de semana.

✽ ✽ ✽

En su habitación se escuchaba Walks like Rihanna de The Vamps mientras


iba de un lado a otro sacando cosas de su clóset. Usualmente su cuarto era
un desastre, pero aquella tarde todavía más. Algunos pantalones fueron a
parar al suelo y otros los lanzó a través de lugar, hasta que aterrizaron sobre
su vieja máquina de coser.
Observó el aparato con un ápice de nostalgia, recordando la cantidad de
promesas que se había hecho a sí misma y a su familia. Desde pequeña
había querido dedicarse al diseño de modas, no porque le encantara el área
o quisiera que sus diseños fueran conocidos por el mundo —aunque de eso
había un poco—, sino por un incidente que la marcó cuando era pequeña.
Su hermana menor, Sydney —sí, sus padres tenían una pequeña
obsesión con los nombres de ciudades—, llegó un día a casa bañada en
lágrimas y con su ropa rota. Arizona la insistió para que le contara lo
sucedido y resultó ser que unos abusadores de su colegio, que, además, eran
algunos cursos mayor, se habían burlado de ella por ser gorda y, en adición,
le rompieron la ropa diciendo que nada que usara nunca le quedaría bien.
Ari no solo les dio una lección y los denunció en el colegio, sino que
llevó a su hermana menor de compras. Comprar ropa con Sydney siempre
era complicado, no porque fuera una adolescente con sobrepeso, sino
porque la mayoría de las prendas de ropas bonitas y destacables no venían
en tallas más grandes, por lo que siempre tenía que decantarse por blusas y
vestidos anchos no tan bonitos como la ropa que usaban los maniquíes.
El sufrimiento de su hermana menor y los crecientes complejos que algo
tan sencillo como ir de compras le generaba hizo que decidiera cambiar su
realidad. Ari le diseñó un par de vestidos que ella misma confeccionó y que
le quedaron hermosos, mucho más que cualquiera por el que hubieran
pagado en un centro comercial. Fue ahí cuando le prometió que haría todo
lo posible por crear su propia marca, una diseñada para Sydney y todas las
chicas que sufrieran lo mismo.
Verse bien, lamentablemente, no solo dependía de tener dinero para
comprar ropa de buena calidad, sino de cumplir con un tipo de cuerpo que
la misma sociedad imponía. Así que prometió aportar un grano de arena
para cambiarlo. El problema fue que, años después, Arizona fracasó. Jamás
logró empezar su propia marca de ropa, además, en las tiendas y boutiques
en las que la contrataban no duraba demasiado. Solía quejarse de las
injusticias de los talles, así como cualquier otro reclamo que beneficiara al
cliente y no a las tiendas. Y eso a ningún jefe le gustaba. Por lo que, tras una
sucesión de eventos desafortunados, terminó en una línea erótica.
Se miró al espejo y sonrió al ver cómo le quedaba aquel vestido. Lo
había confeccionado ella misma, era negro con detalles mínimos en rojo.
Casual, aunque provocativo. Le daba una imagen tierna, pero decidida y
atrevida al mismo tiempo. Justo lo que quería proyectarle a Jesse esa tarde.
Si es que lograba encontrarlo, claro estaba.
Dejó su pelo suelto y se maquilló de manera sencilla. El brillo en sus
labios los hizo destacar y lucir más carnosos. Inhaló y exhaló con fuerza
antes de agarrar su cartera. Aún estaba a tiempo de llegar puntual al ferri,
así que aceptó una taza de té que le ofreció Mandy al verla salir de la
habitación.
—¿Nerviosa?
—No tienes idea —admitió Arizona sintiendo su corazón latir más
fuerte de lo que jamás había experimentado—. Hay altas probabilidades de
que todo esté en mi cabeza y Jesse no vaya hoy.
—Es cierto, así como también es probable que Jesse sí vaya hoy y
puedas conocerlo. Además, el punto de encuentro es en un baño. Quién
sabe, a lo mejor terminan teniendo un rapidito de presentación allí.
—Mandy… —Ari rodó los ojos y se rio, sintiendo cómo sus mejillas
empezaban a calentarse.
Sabía que su amiga lo decía a modo de broma, ya que era la primera que
se oponía a que Ari le fuera infiel a Adam. No obstante, aquella posibilidad
sí había cruzado su mente. ¿Y si Jesse sí aparecía, sí la esperaba en ese baño
y le robaba un beso en secreto?
No sabía cómo sentirse ante la idea; un cosquilleo le invadía el vientre
cada vez que lo visualizaba, pero en su mente se encendía una alerta gigante
para que tuviera precaución. Después de todo, no sabía qué esperar de él y
mientras no lo conociera a fondo, podía esperar cualquier cosa mala o que
la pusiera en peligro.
—¿Quieres que vaya contigo? Puedo darte ánimos. Y si él aparece
fingiré que no te conozco y podrán tener su tiempo a solas.
Ari sonrió con calidez.
—Gracias, Mandy, pero creo que puedo manejar la situación.
—Vale, entonces mantendremos la misma dinámica que el fin de
semana anterior; quiero que me avises cada veinte minutos que estás bien.
Sin excusas.
—Lo haré. —Asintió y se bebió el resto del té de golpe, quemándose un
poco la lengua y la garganta. Buscó sus cosas y antes de cruzar la puerta, su
mejor amiga le dio un fuerte abrazo.
—Mucha suerte, campeona.
Manejó a través de la ciudad con un nudo en la garganta y otro en el
estómago. Incluso empezó a transpirar aun cuando hacía bastante frío en
Seattle.
Arizona confiaba en su físico y en su personalidad. Era consciente de un
par de defectos, sin embargo, creía que era una mujer guapa y con un
carácter neutro y centrado. Si ya Jesse se había interesado en ella solo con
su voz, quiso creer que, al verla, le atraería más. Y al conocerla lo
conquistaría por completo.
«¿Y si él no me gusta?». Negó con la cabeza. Esa sería una pregunta
para luego.
Pagó su boleto para el tour por la Bahía de Elliot y se montó en aquel
ferri con las piernas temblando, observando a cada una de las personas que
se embarcaba también, esperando identificar a Jesse de manera mágica.
Suspiró y se dirigió al mismo punto del domingo anterior. ¿Debía ir al
baño unisex y esperar a Jesse allí? ¿O él la estaría esperando? Para salir de
dudas, caminó cundida en nervios hasta el sitio donde habían compartido su
fantasía telefónica y descubrió que había línea para entrar a cada uno de los
baños: el de chicas, el de chicos y el unisex. Las líneas no eran tan largas,
así que no tendría que esperar demasiado. De todas maneras, su plan tenía
muchos fallos: Jesse no podía estar esperándola dentro de baño porque
había gente entrando y saliendo de allí. ¿Era acaso uno de los chicos que
estaban en la línea de espera? Observó a un par de hombres cuarentones, un
adolescente y un chico un poco menor que ella. Todos parecían
concentrados en sus móviles y no con los nervios por esperar a que alguien
apareciera.
¿Y si todavía no llegaba? ¿Y si estaba en otra parte del ferri? ¿Debía
esperarlo ella? Se vería un poco perdedora si se paraba junto a la puerta del
baño, por no mencionar que destilaría desesperación y no estaba segura de
si Jesse se acercaría a ella si se plantaba de esa forma.
¿Y si ya había entrado y, al no aparecer Arizona, se había alejado de ahí?
Un montón de escenarios pasaron por su cabeza, alimentando sus miedos.
En algún punto se preguntó si era prudente que entrara a aquel baño unisex,
aun así, lo hizo. Era evidente que no encontraría a nadie allí, de todas
maneras, suspiró con decepción. Aprovechó la ocasión para lavarse las
manos y mirarse en el espejo. La brisa la había despeinado un poco, así que
aprovechó para hacerse un moño alto y aplicarse brillo en los labios de
nuevo.
«¿Y qué se supone que haré ahora? Además del ridículo, claro está». No
podía creer que hubiera puesto tantas esperanzas en un plan tan estúpido, y
es que ¿cómo se le ocurría que él la estaría esperando en la puerta o, peor
aún, dentro del baño? Ni siquiera una quinceañera ilusionada hubiera creído
que eso fuera posible.
Exhaló sin ganas y se guindó4 la cartera en el hombro, decidida a volver
a cubierta para disfrutar del atardecer, ese que tanto le gustaba a Jesse. Sin
embargo, algo captó su atención mientras se giraba en dirección a la puerta.
Aquel baño se caracterizaba por ser pulcro, al menos hasta donde se
podía. Las paredes color marfil tenían una decoración un poco pasada de
moda, como un salvavidas o cuadros de personas en blanco y negro en
Seattle. No obstante, junto al espejo y debajo del salvavidas de un naranja
chillón había algo escrito en la pared, lo cual desentonaba con el ambiente
del baño. Arizona se acercó con el ceño fruncido y entornó los ojos para
enfocar mejor.
Eran tres palabras: Tú me completas.
Debajo había un número de teléfono.
Aquello pudo haberlo puesto cualquier persona, cualquier día. De
hecho, lo normal habría sido pasar de largo e ignorarlo, después de todo,
¿qué tan desesperado había que estar para dejar tu número de teléfono en el
baño unisex de un ferri?
Su corazón latió con fuerza y pensó que se saldría de su caja torácica.
¿Podría ser él? ¿Podría ser Jesse? Él se había mostrado con ganas de
encontrarla y no podía pedirle ningún dato. Además, él sabía que ella
tomaría ese tour por la Bahía de Elliot. Era una larga apuesta dejar su
número en ese ferri en particular, pero ¿y si Jesse estaba ahí?
Lo que le hizo creer que era él no fueron tales coincidencias, sino la
frase; era una cita de Jerry Maguire, la primera película que habían visto
«juntos».
Tenía que ser él.
Una persona tocó la puerta y exigió que se apurara, así que, con las
manos temblorosas, guardó el número y lo agendó como «Jesse», rogando
al destino que fuera él.
✽ ✽ ✽

Ese lunes, cuando Arizona regresó al departamento tras salir de LoveLine,


buscó una botella de vino y se sirvió una copa completa. Las últimas
veinticuatro horas le habían resultado un suplicio debido al nivel de
ansiedad que la situación le generaba. Mandy, que no había estado la noche
anterior cuando ella llegó con la noticia del teléfono de Jesse —aunque sí se
enteró en la mañana de las buenas nuevas—, la vio beberse la mitad de la
copa sin compasión.
—Sabes que no es necesario que caigas en un coma etílico, ¿verdad?
Con mandarle un mensaje a Jesse solucionas todo el problema.
—Lo sé. Esa es la cuestión, Mandy. Es real ahora. Demasiado. Ni
siquiera me llamó hoy a la línea, ¿será que está esperando a que yo lo haga?
No lo hice ayer, no solo por los nervios, sino porque no quería lucir
desesperada. —Las palabras le salieron rápido y atropelladas.
Ari caminaba en círculos por la cocina. Le había costado concentrarse
en el trabajo, incluso confundió el nombre de un cliente y agradeció al
universo que no decidiera reportarla o tratarla mal. Pasó el día esperando a
que el nombre de Jesse apareciera en su pantalla, pero jamás sucedió. ¿La
estaba probando? ¿La dejaría esperando toda la semana solo para que se
atreviera a llamarlo?
—¿Desesperada? Cariño, él dejó su número de teléfono en un baño de
un barco sin la seguridad de que fueras a aparecer. Eso es estar
desesperado.
Ari se mordió la uña de su dedo pulgar, analizando palabras de su
amiga. Por eso le gustaba hablar con Mandy, porque tenía un poder para
hacerla entrar en razón que nadie más tenía.
—Bueno, todo esto creyendo que es él. Podría ser otra persona.
Mandy se encogió de hombros.
—Pues si lo llamas o le escribes y resulta que no es Jesse no será muy
embarazoso, después de todo, resultará un desconocido y no tendrás que
lidiar con esa persona. Ahora bien, si es Jesse… tu fantasía podría
convertirse en una realidad, pequeña saltamontes.
—Tienes razón. —Asintió y se armó de valor. Infló el pecho y levantó la
barbilla como si eso pudiera hacer alguna diferencia—. Le voy a escribir.
Le enviaré un WhatsApp.
El día anterior, cuando lo había agendado en sus contactos, lo buscó en
la aplicación esperando que tuviera su foto pública para todo el mundo, sin
embargo, terminó decepcionada. Solo le apareció un ícono gris, lo cual
podía significar: o que el número estaba equivocado o que solo podría ver
su foto una vez que él la agendara como contacto.
—¡Así me gusta! Decidida y empoderada —rio Mandy.
Acto seguido, fue a por una copa y se sirvió un poco de vino mientras
observaba a su amiga buscar su móvil en la gigantesca cartera.
Ari abrió WhatsApp y no se detuvo a leer el grupo de su trabajo o los
tres grupos familiares de los que formaba parte —el de toda la familia, el de
todos los primos y el de los más unidos de la familia—. Tecleó el nombre
«Jesse» y allí le apareció el contacto con el chat en blanco. Al tocar y abrir
la ventana para escribirle se le formó un nudo en el estómago.
—¡Está en línea, Mandy! —exclamó, entre la sorpresa, el miedo y la
emoción—. No le voy a escribir, olvídalo.
Bloqueó el móvil y se pellizcó las mejillas.
—Arizona, ¿eres tonta? ¿Desde cuándo actúas como si tuvieras diez
años? No pareces la chica que tiene sexo por teléfono con varias personas al
día. Dime que no eres así con tus clientes porque vas a morir pobre.
—No soy así con mis clientes —refunfuñó—. Y es diferente. Cada vez
que hablo con Jesse… Sí, me pongo un poco nerviosa, pero las cosas
fluyen, todo es natural y divertido.
—Entonces escríbele. O, mejor aún, llámalo.
—Llamarlo no es una opción.
—¿Por qué? —Mandy se cruzó de brazos a la espera de su respuesta,
predispuesta a decirle que sus argumentos no tenían sentido.
Pero el que estaba por soltarle Ari sí que lo tenía.
—Porque no sé si tiene novia. Después de todo, yo tengo novio y estoy
haciendo lo posible por conocer a este chico. Si el caso fuera al revés no me
gustaría que esa persona que me tiene confundida me llamara si estoy cerca
de mi pareja.
La expresión de Mandy se bañó de compasión y empatía; a pesar de que
ella solía olvidar la existencia de Adam —y cuando se acordaba no hablaba
bien de él—, no le aconsejaba a Ari que lo traicionara porque nadie merece
ser apuñalado por la espalda de esa manera.
La cuestión, y ambas estaban de acuerdo, era que de todas maneras
Arizona lo estaba traicionando, no solo por albergar y continuar
desarrollando sentimientos hacia Jesse, sino por ni siquiera contarle a Adam
en dónde estaba trabajando.
—Tienes razón —concedió. Ari se preguntó si su amiga se había
emborrachado con solo un sorbo de vino, porque esas palabras no eran muy
comunes viniendo de ella—. Entonces un mensaje será.
—De acuerdo, pero primero un poco más de vino.
Su amiga rodó los ojos y negó con la cabeza como si no tuviera
remedio.
—Si así te portas con un mensaje, necesitaremos un paramédico cuando
lo conozcas en persona.
Ella se rio y se sirvió más vino, sintiendo cómo le comenzaba a surtir
efecto en el cuerpo. Empezó a sentirse un poco más caliente y alegre.
—No imagino cómo será el conocernos —admitió—, y no me refiero
solo a la logística o si él quisiera hacerlo también. Sino a… lo que sentiré.
¿Y si me gusta más Jesse que Adam? —Suspiró—. Ya ni sé lo que estoy
diciendo.
Mandy le hizo una seña con la cabeza para que se dirigieran al sofá y
Ari la siguió. Se tumbaron allí y la morena exhaló de forma sonora. Con
solo su expresión, Ari sabía que lo que estaba por decirle no le caería nada
bien.
—¿Nunca te has puesto a pensar en que tal vez no quieres tanto a Adam,
sino a lo que él representa?
Ari echó la cabeza hacia atrás y la miró con el ceño fruncido. No
entendía a qué se refería, aunque intuía que no sería bueno.
—¿Qué dices, Mandy? Claro que quiero a Adam. Es cierto que Jesse me
mueve un poco el piso, por más absurdo que sea todo, pero Adam es mi
novio y con él me siento… en casa. Él me transmite calidez y apoyo.
—Tal vez es así, Ari, sin embargo ¿no es demasiada coincidencia que
empezaras a salir con él después de que perdieras tu empleo? A mi modo de
ver, es cierto que te gusta Adam, pero no estás enamorada de él, sino de la
imagen que te brinda: estabilidad. Es un hombre al que le va muy bien en su
trabajo, viaja constantemente por ello y tiene una vida que muchos
envidiarían. Y quizás…
—Para. —Arizona se puso de pie y dejó la copa de vino en la mesa
ratona, había perdido las ganas de continuar. Sus ojos empezaron a escocer
y tuvo que esforzarse demasiado en no mostrarle a su mejor amiga las ganas
que tenía de llorar—. ¿De verdad piensas que estoy con Adam por… su
prestigio o su estabilidad económica? ¿Tan vacía crees que soy?
—Jamás dije eso. —Mandy lució ofendida y también se puso de pie—.
Mi único punto es que no creo que ninguno de los dos esté dando el cien
por ciento en esa relación. Por no mencionar que a ti te interesa otra
persona. Lo que creo es que estás con Adam porque tienes miedo a fracasar
en algo más.
—¿Fracasar en algo más? —repitió, indignada y dolida—. Así que por
eso me tomas, por un fracaso.
—Ari, sabes que no es a lo que…
—Creo que ambas estamos agotadas, Mandy. Nos vemos mañana.
Se dirigió a su habitación y trató de no cerrar la puerta con demasiada
fuerza, aunque ganas no le faltaron. Aquello era lo último que necesitaba,
que justamente ella, su mejor amiga y la persona que la había estado
apoyando con los gastos, pensara que solo fracasaba en las cosas que hacía.
Aunque no era del todo mentira. No había logrado hacer nada con su sueño
de confeccionar ropa, no tenía un empleo que le gustara, la despedían de
forma constante, no tenía ahorros y debía gran parte del dinero que estaba
ganando. Las únicas cosas buenas a las que se aferraba eran su novio, su
mejor amiga y sus películas favoritas en Netflix.
Le había dolido descubrir que Mandy pensaba eso de ella porque
Arizona hacía lo posible por mostrarse fuerte, suficiente. Detestaba que la
miraran por debajo del hombro o sentirse menos que los demás —que
motivos no le faltaban, solo que evitaba demostrarlo—. Había sido un golpe
muy bajo.
Se acurrucó en sus sábanas aún con la ropa que había llevado ese día a
trabajar y su mirada paseó por su habitación, que estaba tan desastrosa
como su vida: todo tipo de prendas regadas por doquier, libros
desacomodados, un bote de basura lleno de papeles y hasta una cáscara
vieja de banana y algunos envoltorios de preservativos.
La frustración de que las palabras de Mandy pudieran ser ciertas causó
que algunas lágrimas amenazaran con salir, pero decretó que no lloraría.
Necesitaba creer que su amor por Adam seguía intacto, que aún era joven y
podía más adelante empezar con su sueño de confeccionar prendas para
chicas de todas las tallas, que pronto se mudaría con su novio y que más
temprano que tarde dejaría de preocuparse por líos económicos. Tal vez y
un día se reiría de aquella época.
Se levantó de la cama y empezó a organizarlo todo, no sin antes enviarle
un mensaje a Adam. Un simple «estoy pensando en ti, te extraño», que la
dejó más tranquila, sobre todo porque sentía cada una de esas palabras. Ella
quería a Adam. No había dudas sobre ello.
Lo único que sentía hacia Jesse era curiosidad. Así que, una vez terminó
de acomodar su habitación y el reloj marcó las doce de la noche, abrió el
chat con él. No sabía qué escribirle, si era prudente saludarlo nada más o
explicarle que era ella. Si el número no era el de Jesse no quería darle
demasiada información a un extraño. Con el corazón en la garganta, tecleó
una simple palabra.

Arizona: Hola.

Él no estaba en línea, así que esperó ahí durante algunos segundos,


creyendo que tal vez sería una criatura nocturna y prefería mantenerse
despierto hasta tarde. Por fortuna, el contacto guardado como Jesse se
conectó. Luego, abrió el chat y el mensaje que le envió se marcó como
visto. Sin embargo, no le contestó.
Ni en ese momento ni en lo que quedó de noche.
capítulo diez
Jesse

J
esse sintió la necesidad de esconder la cabeza entre tanto papeleo. Debía
admitir que ausentarse tanto tiempo de su trabajo le estaba pasando
factura.
Era uno de los mejores vendedores en la agencia inmobiliaria en la que
trabajaba; jamás entendió por qué cerraba tantos contratos, ya que no era
tan ávido como un par de compañeros que vendían un poco más que él. No
obstante, solía ganarse la confianza de sus clientes casi al instante.
Muchos decían que se debía a su transparencia al hablar, a su forma
honesta de explicar lo bueno y lo malo de cada propiedad y de tomarse el
tiempo de detallar los contratos con los clientes para que no dieran nada por
sentado. Era dedicado con sus clientes e intentaba siempre ponerlos
cómodos, dar lo mejor de sí en cada muestra. Ser él mismo. Aunque
consideraba que estas eran habilidades necesarias en cualquier vendedor,
debía reconocer que otros compañeros eran unos linces en el área. No eran
tan cálidos como él o tan amigables, pero tenían una retórica envidiable que
era capaz de convencer hasta al mismísimo presidente de los Estados
Unidos. De todas maneras, Jesse era uno de los vendedores senior, incluso
tenía su propia oficina, una bastante espaciosa con vistas a la Bahía de
Elliot, su punto favorito en todo Seattle.
El hecho de que se ausentara tantos días causó retrasos, dado que
muchos clientes tuvieron que reprogramar citas, algunos contratos quedaron
en pausa, por no mencionar que varios apartamentos quedaron sin
enseñarse. No hubo pérdidas mayores, no obstante, su jefa sí que le
amenazó con despedirle si no regresaba lo más pronto posible. Así que ahí
estaba, una semana y media después de volver con tanto trabajo que no
tenía ganas de tocar un solo documento más.
Su móvil vibró y lo revisó, aun sabiendo con anticipación que se trataría
de otro mensaje de algún extraño con contenido que prefería no revisar,
pero aquello era su culpa y lo que estaba sufriendo era consecuencia de su
estupidez. Eso le pasaba por no pensar los planes dos veces y creer que era
un estratega cuando no era más que un hombre desesperado por la atención
de una mujer que ni siquiera conocía.
Aquel fin de semana había tomado varias excursiones en ferri creyendo
que Jessica estaría en alguno de esos barcos. Quiso suponer que asistiría el
domingo al atardecer, después de todo, tenían un precedente de haber
organizado un plan juntos: ver Jerry Maguire un domingo. Lo lógico era
que, si ella quería verlo, asistiera un domingo y al final del día.
Bueno, lógico para él.
El problema era que no sabía qué barco tomaría, o si iría. Después de
todo, ¿para qué querría conocerlo? Lo más probable era que fuera así de
dulce y cálida con todos sus clientes. Era su trabajo decir lo que fuera para
complacerlos, así que quizá le había dicho que tomaría un ferri por la Bahía
de Elliot solo para que se ilusionara.
De todas maneras, dejó su número de teléfono en varios barcos,
acompañados por una frase de Jerry Maguire, esperando que ella pudiera
reconocerlo. Si es que tenía las mismas ganas de verlo y las mismas ideas
para encontrarlo.
El gran fallo de su plan fue que cientos de personas agendaron su
número. Cientos. Y la mayoría se encargó de enviarle fotos de sus partes
íntimas o llamarlo para hacerle bromas. Aquellos días había visto más penes
que en toda su vida. Por no mencionar que cada vez que cogía el teléfono
pensando que se trataría de algún posible cliente, solo era algún idiota
jugándole una broma.
Ya ni siquiera respondía los mensajes que no estuvieran dirigidos hacia
él o que se refirieran a la venta o alquiler de una propiedad. Se había
hartado de perder su tiempo con personas tan inmaduras. Aunque reconocía
que él también había sido un poco inmaduro al dejar su número en un sitio
tan público.
En efecto, cuando abrió WhatsApp y entró a un chat reciente, vio que le
habían enviado una foto. No la descargó, pero supuso que era alguien
desnudo. Había decidido bloquear a las personas que le enviaran fotos o
videos de ese estilo para ahorrarse las futuras molestias.
A eso del mediodía rechazó una invitación de sus compañeros para ir a
almorzar debido a algunas cosas que tenía que agilizar y se decantó por
ordenar comida mexicana por una aplicación móvil, la cual no tardó mucho
en llegar. Estaba disfrutando de unos tacos mientras revisaba algunos
correos cuando sintió su móvil vibrar una vez más.
—Si es algún otro imbécil, juro por Dios que… —empezó a murmurar
hasta que frunció el ceño y algo le llamó la atención.
Una persona que le había enviado el lunes un simple «hola» con un
emoji, le había escrito de nuevo. No la había bloqueado antes porque no
había sido una persona grosera ni le había enviado una foto en pelotas. Y
agradeció no haberlo hecho porque ese contacto quería hablar directamente
con él.

Número desconocido: Jesse?

Supuso que se trataría de algún cliente o algún referido, así que terminó
su taco con calma, se limpió las manos y se dispuso a continuar con su
trabajo.

Jesse: Hola, ¿con quién tengo el gusto?

Lo usual eran las llamadas telefónicas, aunque había lidiado con un par
de clientes que preferían los emails o WhatsApp, evitando a toda costa tener
que llamarlo. Él también era un millennial y no entendía cómo personas de
su misma edad eran capaces de semejante tontería.

Número desconocido: Soy Jessica. Eres Jesse, verdad? Encontré este


número en un ferri y pensé que tal vez eras tú.

Santa mierda.
Era ella.
Jessica.
Jessica sí había ido a uno de los ferris que él había pisado y, además,
había visto su número. Había entrado a un baño unisex, tal y como su
fantasía, y había visto su número. No solo eso, logró conectar la frase que
dejó para ella con su primera cita.
Bueno, tal vez no había sido una «cita», pero sí fue el primer momento
que pasaron juntos, al menos en pensamiento. Y no solo eso, le había
escrito. Ya no tendría que conformarse con hablar con ella por una línea en
la que no podían dar ningún dato. Ahora ella estaba ahí, tenía su número y,
por encima de todo, era real.
Pensó que el corazón se le saldría en cualquier instante debido a los
nervios. Había imaginado el momento, sin embargo, aquello se sentía mejor
que un sueño o la más increíble de las fantasías. Se rio solo y paseó las
manos por su pelo, todavía incrédulo. ¿Qué debía decirle? ¿Cómo podría
continuar una conversación coherente con ella sin que pensara que era un
psicópata que la había buscado en un ferri?
Era todo un caos emocional y no le quedó de otra más que ser honesto.

Jesse: No me puedo creer que seas tú.

Guardó su número con una sonrisa atontada en el rostro. En ese


momento olvidó todo el trabajo pendiente y hasta su propio nombre. Esperó
a que ella le contestara.

Jessica: Pues sí que soy yo.

Jessica: También me cuesta creer que estoy hablando contigo… fuera


de la línea.

Entró a su perfil de WhatsApp para echarle un vistazo a la foto de su


perfil, no obstante, no aparecía su rostro. Sí, podía ver el cuerpo de una
chica, pero la foto enfocaba una hoja roja otoñal que estaba sosteniendo con
una mano y estaba tan cerca de la cámara que cubría su rostro por
completo.
Supo que no debía decepcionarse porque la ilusión que le causaba hablar
con ella iba mucho más allá de una curiosidad física —aunque eso sí que
existía—. Aun así, no pudo evitar preguntarse si Jessica era insegura o
temía mostrarse en fotos. ¿Cómo luciría en persona? En aquella fotografía
no pudo detallar si era baja, alta, castaña, rubia, delgada o gorda. Era una
foto muy artística y bonita, pero bastante inútil.
«Mejor así», se dijo. Aquello solo le añadía un toque de magia y de
incertidumbre que aumentaba la adrenalina.

Jesse: Creo que debes demostrarme que eres tú, Jessica.

Miró su reloj, de seguro estaba en su hora de almuerzo del trabajo.

Jessica: Cómo deseas que lo demuestre?

Pudo imaginar su voz a la perfección, su manera tan dulce de pronunciar


las palabras y tan incitadora. Tan capaz de convertir en ángel hasta al
mismísimo Satanás, y viceversa. Suspiró y sonrió.

Jesse: Tengo una idea, pero necesito saber qué tan comprometida
estás con demostrarlo.

Vaya, aquello había sonado muy mal. De seguro Jessica pensaría que era
una especie de pervertido que solo quería su número para que le enviara
fotos sin ropa. Quiso darse un golpe en la frente y se apresuró a rectificar su
error antes de que ella asumiera lo peor de él.

Jesse: Me expresé muy mal, no quise decir eso.

Jessica: “Eso”?

Jesse: La única forma de saber que eres tú es que me envíes un


mensaje de voz. Solo así sabré que eres la verdadera Jessica.

Casi pudo imaginarla sonriendo ante su petición. Lo había pedido, no


para comprobar su identidad —sabía que era ella, lo intuía con su
inexistente sexto sentido—, sino para escucharla de nuevo. Aquella semana
no había tenido el tiempo para llamarla a la línea y no podía negar que
fantaseaba de vez en cuando con volver a escucharla. Quiso creer que ella
fantaseaba con lo mismo.

Jessica: De acuerdo. Para que veas cuán alto es mi grado de


compromiso, te enviaré un audio y tú podrás escoger de qué tema
quieres que te hable en él. Qué te gustaría que dijera?

Por su cabeza no pasó al principio ninguna idea caliente, más bien


escuchar cómo había estado su día y su semana, o su travesía por el ferri y
qué pensó al ver su número de teléfono escrito en la pared; o qué la había
animado a escribirle.
Muchas cosas se le cruzaron por la mente y, aun así, le pidió la más
estúpida de todas:

Jesse: Recuerdas la escena de Jerry Maguire, donde Jerry tiene que


gritar “¡ENSÉÑAME EL DINERO!”?

Jessica: Me harás gritar eso? Estoy en una cafetería.

Sonrió con malicia.

Jesse: Si tú lo haces, yo lo hago.

Para su sorpresa y alivio, vio cómo en el chat aparecía «Jessica está


grabando un mensaje de voz…».
«Enséñame el dinero», la escuchó pronunciar, pero no como
exclamación ni grito, ni nada parecido a la película, lo cual encontró un
poco decepcionante y gracioso.
La imaginó sentada en una cafetería con las mejillas rojas de solo pensar
que tenía que hacer algo tan embarazoso como gritar aquello con la misma
voluntad y energía que Tom Cruise.

Jesse: Lo siento, creo que no se escucha muy bien tu audio. Tienes


que enviarlo otra vez.

Jessica: Más te vale que el tuyo también valga la pena.

Ella volvió a grabar un nuevo mensaje de voz y Jesse soltó una


carcajada cuando, en efecto, la escuchó gritar: «¡¡Enséñame el dinero!!».

Jesse: Comprobado. Eres mi Jessica.


Palideció tras enviar aquel mensaje y lo seleccionó para eliminarlo.
¿«Mi Jessica»? ¿Es que no tenía ningún tipo de dignidad? En definitiva, no
sabía cómo comportarse en lo que a Jessica se trataba, y eso que había
interactuado con ella al menos tres veces. Cuatro en realidad. Ella estaría
pensando que había perdido la cabeza. Lo peor era que no podía borrar el
mensaje porque solo luciría más sospechoso.

Jessica: Bien, ahora te toca a ti. Y espero que lo grites mucho más
fuerte que yo, mira que por tu culpa todo el mundo me está mirando
raro.

Las comisuras de sus labios se elevaron. Tal vez no le prestó atención al


«mi Jessica» y si lo hizo prefirió ignorarlo. Eso le gustaba de ella, que no se
detenía en los aspectos torpes de su personalidad ni le daba demasiada
importancia. Y precisamente por ello sus momentos con ella le resultaban
invaluables. Por lo que, con muchísimo gusto, apretó el botón de micrófono
de su móvil y gritó a todo pulmón sin miedo o vergüenza a lo que las
personas que estaban en los alrededores de su oficina —y que pudieron
escucharlo— pensaran de él.
Le dio a enviar y se sintió tranquilo. Era su Jessica después de todo, se
reiría de aquello y él no tenía por qué sentirse intimidado o inseguro. Con
ella se sentía natural, espontáneo, sabiendo que podía ser él mismo sin que
lo juzgara. Tal vez ese era un aspecto que comparaba con Holly; aunque
pasaron algunos años de calidad, ella no encontraba divertido cuando él
hacía chistes relacionados a películas o gritaba cosas como esa.
Con Jessica tenía la libertad de hacer chistes que ella entendería y, si no
lo hacía, al menos no parecía enfadada o juiciosa. Al contrario, solo se reía.

Jessica: Estás en tu trabajo?

Jesse: Lo estoy. No eres la única comprometida, ya lo ves.

Jessica: Confieso que me gusta mucho tu compromiso.

Jesse: Y a mí me hubiera gustado escuchar tu risa por teléfono.


Suspiró, sabiendo que sus palabras estaban llenas de honestidad. Se
preguntó si era demasiado pronto aún para hacerle una llamada. Aunque
todo estuviera saliendo mejor de lo que él mismo había imaginado en un par
de ocasiones, tampoco quería asustarla o incomodarla.

Jessica: Tengo que regresar al trabajo. Te parece si hablamos esta


noche?

Jesse: Nada me gustaría más.

Cuando se desconectó de WhatsApp, Jesse se echó hacia atrás en la silla


y suspiró. Estaba hablando con la chica de la línea caliente, con la que había
fantaseado tantas veces y que ahora le había demostrado que era real. Lo
peor del asunto era que se sentía bien, cómodo, incluso ilusionado.
No se detuvo a pensar hasta qué punto lo que estaba sintiendo —o
haciendo— era normal o bueno. Sabía cuál era el punto de vista de Eric, el
cual era bastante neutral. La pregunta ya no era cómo conocer a Jessica,
sino ¿qué haría después de eso?
¿Y si no resultaba siendo lo que él esperaba?
¿Y si sí lo era?
capítulo once
Arizona

A
ri llegó a casa exhausta. Aquellos primeros tres días de la semana le
habían caído encima como una avalancha.
Tal vez se debía al cansancio emocional o a tener muchas cosas
sobre su plato. Además, permanecer distante de Mandy y recordar que
todavía no se dirigían la palabra le afectaba más de lo que le gustaba
admitir. Así que cuando entró al departamento y la vio cenando con los ojos
aferrados al móvil, se acercó a ella un poco dubitativa.
Arizona reconocía que la situación era lo suficientemente tensa, en
especial porque ella misma era la que se había encargado de construir el
muro entre ambas. Mandy solo le había dado su opinión sobre su relación,
que, si bien Ari no había solicitado, lo había hecho con las mejores
intenciones, preocupándose por su bienestar. Eso era más valioso que
cualquier mentira blanca y era por ese tipo de acciones por las que prefería
conservarla a su lado.
Jamás había conocido a una amiga tan incondicional como ella y no
quería perderla por algo tan valioso como su honestidad.
—Hola —murmuró cuando estuvo cerca.
Mandy levantó la mirada para luego escudriñarla entre la curiosidad y la
confusión. Ella se había intentado acercar a Arizona el día anterior y la
esquivó como una profesional.
—Hola.
—Lamento mucho cómo te traté —admitió mordiendo el interior de sus
mejillas. Los ojos oscuros de Mandy la escrutaron con severidad—. Sé que
solo me dijiste esas cosas porque te preocupas por mí. Parte de ser amigas
significa ser honestas una con la otra y aceptar las opiniones que vienen del
corazón.
Su amiga frunció los labios y exhaló, desinflándose como un globito,
apartando cualquier rastro se incomodidad.
—Me excedí, Ari. Entiendo que no me agrada Adam, pero no tuve que
decir esas cosas sobre tu relación o sobre él. Mucho menos sobre ti. La
única persona que sabe lo que siente eres tú, así que también debo pedirte
disculpas.
Aquello suavizó todo en Arizona, quien sonrió de forma involuntaria.
Eso era todo lo que tomaba, unas disculpas sinceras y todo volvía a estar
bien.
Ari no pasaba por alto sus palabras y sí había reflexionado sobre lo que
Mandy le había dicho, solo que había decidido que ella no tenía razón.
—Ya quedó atrás. —La abrazó y dejó su cartera en el mesón de la
cocina. Procedió a robarle una aceituna negra de la ensalada que estaba
comiendo y la miró con una ceja enarcada—. Además, para compensar mi
pésimo comportamiento, te tengo grandes noticias.
De inmediato, Mandy sonrió de vuelta y en su mirada se mostró un
brillo de emoción, ese característico que invadía a la morena cada vez que
estaba cerca de lo que más disfrutaba: el chisme.
—No me digas que…
Arizona asintió.
—Le escribí. Pero eso no es lo mejor del asunto, Mandy.
—¿Te contestó?
—Sí.
Mandy se llevó las manos a las mejillas y no pudo ocultar la emoción
que la noticia le generó. Aquello solo desató que Ari fuera libre de mostrar
cuánto la había ilusionado su conversación con Jesse, ya que había pasado
gran parte del día sintiéndose culpable por haber disfrutado.
Cuando se fue a la cafetería cerca de LoveLine y no pudo sacarse a
Jesse de la cabeza, decidió escribirle una vez más, un último intento. Una
patada de ahogado. ¡Y había funcionado! Tal vez el motivo por el que Jesse
no le había respondido antes había sido porque no sabía que se trataba de
ella o porque no pensaba que el primer mensaje era hacia él directamente.
Muchas opciones pasaron por su cabeza, pero lo único importante era que la
había respondido y, mejor aún, que todo estaba igual que antes.
Corrección: todo estaba mejor que antes.
—¿Y qué te dijo?
—No hablamos tanto, le escribí en mi hora de almuerzo y luego tuve
que regresar a LoveLine, pero creo que se alegró de que le escribiera. Me
hizo enviarle un audio un poco ridículo —se rio—, después él hizo lo
mismo.
—Sabes lo que esto significa, ¿no?
—¿El audio?
Su amiga rodó los ojos y se puso de pie para llevar el plato vacío al
fregador.
—Ahora que tienes su número personal, puedes concretar una cita con
él y conocerlo, Ari. —Mandy se bebió un vaso de agua y volvió a sentarse
junto a ella—. Aunque asumo que ya lo has pensado. ¿Lo harás o no lo
harás?
—No todavía.
Por supuesto que lo había pensado. Era lo único que había dado vueltas
toda la tarde. Se trazó varios planes en la cabeza, escenarios, incluso en un
par de ocasiones se dijo que lo mejor sería que el mismo Jesse la invitara a
salir. Se preguntó cómo sería conocerlo, de qué hablarían, qué comerían
juntos, ¿él también tomaría café? o si cumpliría su promesa de robarle un
beso al atardecer.
Después de considerarlo bastante rato, se decantó por la opción más
racional de todas, conocerlo mejor por llamadas y mensajes.
Jesse era un misterio para ella y no sabía nada sobre él más allá de las
cosas que le había contado a través de sus conversaciones telefónicas que
terminaban en un ambiente erótico. Sin embargo, ahora tenía la posibilidad
de conocerlo a fondo y hacerle preguntas personales para dibujarlo mejor en
su cabeza y no cometer un error más adelante, porque estaba segura de que,
si llegaba a conocerlo, se dejaría llevar por las sensaciones. Y ahí arribaba
una nueva complicación: Adam.
Sabía que estaba jugando con fuego, y no era como si tuviera miedo.
Solo quería que, en caso de que se quemara, todo hubiera valido la pena.
—¿Estás segura de querer darle tantas largas al asunto?
—Sí, es que… —No pudo terminar de hablar porque su móvil sonó. Era
la notificación de un mensaje nuevo.
No tardó ni dos segundos en abrirlo. Esbozó una sonrisa grande y
espontánea cuando leyó que se trataba de él.
Jesse: Estaba pensando que ahora será más fácil ver películas juntos.
Podemos comentarlas al momento.

Jesse: Esa era una indirecta.

Jesse: En realidad quería preguntarte si te animabas a que viéramos


una película esta noche.

—¿El chico misterioso acaba de aparecer?


Ari ni siquiera levantó la cabeza para mirarla, solo se mordió el labio
inferior mientras leía los mensajes. Escuchó a Mandy reírse y buscar sus
llaves, lo cual sí le despertó el interés.
—¿Saldrás?
—Sí, me veré con… alguien. Nos vemos en media hora, o tal vez un
poco más.
No le dio más explicaciones, se apresuró a colgarse la cartera del
hombro y salió disparada del apartamento. Supuso que estaba viéndose con
algún chico, así que luego le haría el interrogatorio correspondiente. De
momento, su cuerpo se encontraba en una nube de frenesí gracias a los
mensajes que acaba de recibir.

Arizona: Se supone que las indirectas no deben ser explicadas.

Jesse: Hemos pasado varias semanas dependiendo de indirectas para


llegar a este momento. No me culpes por intentar ser lo más directo
con mis intenciones.

Arizona: Vaya, alguien se vistió de chico malo esta noche. ;)

Jesse: Nada bueno resulta cuando siempre eres el chico bueno,


supongo.

Arizona: Lo dices por experiencia?

Jesse: Solo contestaré tu pregunta si me permites escuchar tu voz.


Ari se mordió el labio inferior y, aunque ya había conversado con él por
teléfono varias veces, sintió un cosquilleo en el estómago y cómo se le
aceleraba el pulso cuando ella misma pulsó el botón de llamar. A pesar de
que Jesse todavía lograba ponerla nerviosa, le gustaba sentir esa adrenalina
cada vez que interactuaba con él, de la manera en que fuera.
—Hola, Jessica.
—No puedo creer que estemos conversando por esta vía —admitió con
una sonrisa—. Es decir, por mensajes ya era algo un poco raro, aunque
alucinante. Pero… es extraño saber que estás del otro lado de la línea y no
hay nadie más que nos pueda escuchar.
Libertad. Se sentía libre de poder decir y hacer lo que quisiera. Incluso
rechazarlo si le venía en gana.
—¿De verdad escuchaban nuestras conversaciones?
—No —se rio—. Es decir, todas las conversaciones en LoveLine
quedan grabadas en caso de que algún cliente haga un reclamo o exista un
inconveniente. Si tan solo hubieran sospechado que yo intentaría
encontrarte habrían buscado nuestras conversaciones y me habrían
preguntado al respecto. Es por seguridad.
—Vaya… ¿Eso quiere decir que intentaste encontrarme de verdad y no
guardaste mi número solo por una bonita casualidad?
Arizona tragó con fuerza y sintió cómo sus mejillas empezaron a
acalorarse; había hablado de más sin querer. Aunque tampoco tenía mucho
que ocultar, era bastante evidente lo que había hecho. Tal vez Jesse solo
quería hacerla sentir un poquito incómoda a propósito, así que sonrió y
negó con la cabeza.
—Digamos que presté mucha atención a las cosas que decías en nuestras
llamadas y una parte de mí quería creer que era cierto eso de que querías
verme —confesó caminando hasta su habitación. Suspiró cuando se echó en
su cama—. A menos que hayas dejado tu número en ese ferri porque
estabas desesperado por encontrar a cualquier chica, no a mí en particular.
Jesse se rio y ella cerró los ojos para concentrarse en el sonido. Era una
risa tranquila, angelada, serena, que le transmitía paz.
—Estaba desesperado por encontrarte, Jessica —enfatizó—. No creas
que hice un plan muy elaborado, fui haciendo todo sobre la marcha. Quise
pensar que el domingo tomarías un paseo en ferri, solo que no sabía a cuál
irías, así que dejé mi número en distintos barcos a lo largo del día. No tienes
idea de toda la gente que me ha escrito para enviarme mensajes bastante…
atrevidos.
—No puedo creer que hicieras eso.
Ella empezó a reírse imaginando a Jesse montándose una y otra vez en
distintos barcos, dejando su número en todos ellos. Por no mencionar que
de seguro había sido víctima de decenas de bromas telefónicas y fotos
indecorosas, porque ¿qué más podía esperar alguien que deja su número en
un baño? Allí entendió por qué no le contestó la primera vez que le envió un
mensaje.
—Pasé estos días arrepintiéndome de la decisión —admitió con tono
jocoso—. Pero asumo que valió la pena. Estás aquí. Bueno, estás allá. Es
decir…
—Entiendo a lo que te refieres —atajó, risueña. Disfrutaba sus
momentos de torpeza, aunque prefería aquellos en donde le invadía la
seguridad y la confianza.
Tras un momento de silencio, escuchó la respiración de Jesse tan
pausada como su personalidad. ¿Estaría en su casa? ¿En la habitación que
ya había imaginado algunas veces? Exhaló de manera sonora al pensar que
estaba un paso más cerca de él y la posibilidad de descubrir si la calidez que
inundaba su cuerpo cuando conversaban sería la misma cuando lo viera en
persona. Quería creer que sí.
—Jessica… necesito hacerte una pregunta, y me encantaría que fueras
honesta conmigo.
—La que quieras.
—¿Has hecho esto con otro cliente? Ya sabes, intentar encontrarlo.
Por un segundo aquello fue como un pinchazo a su corazón, ¿por qué
dudaría de ella y de sus intenciones después de todo lo que hizo para
obtener tan solo su número? Aunque debía ser honesta consigo misma, él no
sabía cómo era su relación con otros clientes y, así como se había dejado
llevar por Jesse y sus palabras, él podía pensar que lo había hecho con
alguien más.
Ella pudo haberse cuestionado lo mismo: ¿él habría intentado conocer a
otra teleoperadora si su primera llamada no le hubiera caído a ella?
—No, no lo he hecho —contestó, más seca de lo planeado.
—Lo siento, no quería sonar ofensivo ni…
—No tienes que disculparte —dijo, un poco más conciliadora—. Ahora,
¿puedo hacerte yo una pregunta?
—Siempre.
—¿Por qué…? —Hizo una pausa y se aclaró la garganta—. ¿Por qué
has hecho esto para hablar conmigo? ¿Por qué yo?
No era como si pensara menos de sí misma, era consciente de que era
buena candidata para conocer. Era un «partidazo», en palabras de Mandy.
No obstante, así como por su cabeza habían pasado los riesgos de lo que
estaban haciendo, estaba segura de que por la de Jesse también.
—No lo sé —confesó él tras un suspiro—. Simplemente disfruto mucho
hablar contigo. Y no se trata solo del sexo telefónico o cómo me ayudaste
en un momento en que lo necesitaba, sino de… Hay algo. Me siento
cómodo cuando hablamos y quería saber si me sentiría de la misma manera
fuera de la línea erótica. Y tú, ¿por qué te expones a todo esto?
Ella esbozó una pequeña sonrisa.
—Por las mismas razones que tú. Porque yo también considero que hay
una química que no quisiera desperdiciar y que no he experimentado con
ningún otro cliente. Ni con nadie en mucho tiempo, en realidad.
«Una química diferente a la que tengo con Adam y que me está
volviendo adicta».
—Me alegra saber que no soy el único que está perdiendo la cabeza por
algo que los demás considerarían extraño.
—Que le den a los demás —contestó y él se rio—. A mí también me
alegra saberlo.
—Entonces, ¿aceptarías conocerme en persona, Jessica?
La pregunta salió tan directa como repentina, y se tuvo que sentar de
golpe en la cama. Su mente se quedó en blanco.
Existían un millón de motivos por los cuales debía decirle que no. De
hecho, cuando la misma Mandy se lo había preguntado minutos antes,
Arizona había dicho que no conocería a Jesse todavía. Aún tenía que poner
en orden muchas cosas, como su relación con Adam y sus sentimientos
hacia dos hombres distintos, por ejemplo. Pero, como decía Selena Gómez,
«el corazón quiere lo que quiere», y en ese momento ella quería decirle que
sí.
Estuvo a punto de pronunciarlo, hasta que se mordió la lengua. Se quedó
en silencio algunos segundos, tiempo suficiente para que Jesse entendiera
que no era una situación sencilla y que su respuesta tenía que ser la
negativa.
—Muy apresurado, ¿verdad?
Ari suspiró.
—Lo siento, Jesse. Creo que deberíamos tomarnos un tiempo para
conocernos mejor. No es como si tuviera miedo de verte, es solo que…
Necesito tiempo.
—No te disculpes. Al contrario, soy yo quien debería hacerlo. A veces
tomo decisiones impulsivas y no siempre pienso antes de hablar.
Ella sonrió y sintió cómo poco a poco todo volvía a la normalidad. La
tensión ocasionada por su pregunta fue disipándose.
—Te llamé porque me dijiste que si escuchabas mi voz me contarías si
eso que dices sobre los chicos buenos es por experiencia propia.
—No creo que desees conocer mi historia con mi ex. No es bonita y es
bastante larga.
—Quiero saberla —contestó, mordiendo su labio inferior ante la
curiosidad—. Esto es parte de conocernos. Ahora bien, si no deseas hablar
del tema, lo comprenderé.
Lo escuchó suspirar y asumió que era un asunto delicado para él.
Recordó que en sus primeras llamadas había mencionado a su anterior
pareja, el hecho de que habían terminado recientemente y que, debido a
ello, él había acudido a LoveLine. Arizona supuso que, a pesar de haberlo
lastimado —se notaba por el tono de voz que él había sido el del corazón
roto—, debía agradecerle por ponerlo justo en su camino. O en su línea.
—Holly y yo fuimos a la facultad juntos —empezó—. No es como si
hubiéramos sido los mejores amigos en aquel entonces. Al contrario, solo
hablábamos en los pasillos cuando uno necesitaba algo del otro, como un
cigarrillo o unos apuntes. Cinco años después de graduarnos nos
reencontramos en una fiesta de egresados donde, entre una copa y otra,
pasamos la noche juntos. Así comenzó nuestra historia.
»Los primeros seis meses de relación fueron un paraíso, no podíamos
estar uno sin el otro. Además, ambos somos bastante testarudos, así que
discutíamos por tonterías todo el tiempo y lo enmendábamos con sexo. No
eran peleas grandes ni estamos hablando de una relación tóxica, sino que
eran de esas peleas que terminan en risas. Pero con el tiempo las cosas
fueron… perdiendo su fuego.
—¿Perdiendo o cambiando? —inquirió Ari con una ceja enarcada.
Había una gran diferencia. Era normal que las relaciones con el paso del
tiempo evolucionaran y esa chispa que hacía que la relación fuera intensa y
divertida cambiaba y tornaba la relación a algo un poco menos potente, pero
más bonito. Ahora bien, si la chispa se iba, esa relación estaba destinada al
fracaso.
—Perdiendo —admitió Jesse, un poco desilusionado—. Luego de unos
años, sabía que ella ya quería dejarme, así que el último año me aferré a no
dejarla ir al mismo tiempo que viví el luto de la relación aun cuando estaba
a mi lado.
—Lamento mucho escucharlo. Asumo que fue difícil.
Jesse resopló.
—Y esa no fue la peor parte. Hace algunas semanas fui a visitarla a su
casa y cuando abrí la encontré teniendo sexo con mi hermano.
La mandíbula de Arizona se descolocó y se incorporó de golpe en la
cama, sorprendida e indignada.
—No puedo creerlo. ¡¿Con tu hermano?! ¿Se los comía a los dos? —
Hizo una pausa y se llevó la mano a la frente—. Lo siento, no quise sonar
imprudente…
—Ni te preocupes. En realidad, no nos «comía a los dos» porque
conmigo no tuvo sexo durante nuestros últimos meses de relación, solo lo
hacía con él. Supongo que no me terminaba por lástima, por culpa… O tal
vez para tener algo seguro en caso de que mi hermano decidiera dejarla.
—Yo… no sé qué decirte —confesó. Tampoco deseaba hablar mal de su
exnovia, no sentía que le correspondiera hacerlo, por no mencionar que
habían terminado muy poco tiempo atrás, por lo que a él le afectaría
escuchar cualquier cosa sobre ella—. Lamento mucho que te tocara vivir tal
situación, no puedo imaginar cómo te sentiste.
—Tampoco sé cómo sentirme todavía —contestó con una risa triste—.
Aún me duele su traición, a pesar de que descubrí que ya no la amo. Lo
peor del caso es que ambos dicen estar enamorados, hasta mis padres
aceptan la relación.
Arizona se llevó una mano al pecho e intentó ponerse en sus zapatos,
pero le resultó imposible. Ella había tenido exnovios, pero con ninguno
había atravesado una situación tan trágica y dramática; con la mayoría había
terminado bien, y con los que terminó mal, los dejó en el pasado —y
bloqueados de sus redes sociales—. De hecho, si su hermana le hubiera
hecho lo mismo, sus padres hubieran intervenido para cortar el problema,
no echarle gasolina.
—Jesse, yo…
—No te preocupes por darme palabras de confort, Jessica. Aunque no lo
creas, llamarte me ha ayudado.
—¿Tener sexo por teléfono te ha hecho sentir mejor respecto a lo
sucedido con Holly? —Enarcó una ceja, confundida.
—Pocas semanas después de que encontrara a James y Holly, mi mejor
amigo me obligó a ir a una cita a ciegas para que saliera de casa. Esa noche
no pude… Ya sabes, estar con la chica, a pesar de que ella sí que tenía
ganas. Pensé que tenía un problema que jamás podría reparar y culpé a
Holly. Es lo que la gente hace cuando está despechada. Luego te llamé y…
Arizona se rio.
—¿Cuántos años tienes?
—Treinta y uno —admitió él—. ¿Por qué?
—Cariño, es difícil que a los treinta y uno pierdas la capacidad de tener
erecciones. No soy sexóloga ni uróloga, ni nada sé de medicina más allá de
lo que veo en Grey’s Anatomy, pero creo que la decepción de tu ex no te
habría causado disfunción eréctil.
—Tal vez, pero no tienes idea de cuánto recé para que se me levantara
aquella noche y fue imposible. Es que ni aunque hubiera pegado mi pene a
un palo se hubiera mantenido parado.
Ella soltó una carcajada ante el ejemplo tan gráfico y al cabo de un
segundo él hizo lo mismo.
—Por cierto, gracias por llamarme «cariño» —añadió, y Arizona sintió
el calor subir a sus mejillas.
Habría jurado que lo había llamado de esa forma antes, en una de sus
llamadas de LoveLine, pero sabía que cualquier cosa que dijera ahora
tendría un significado mucho más potente.
—Entonces ¿la importancia que tengo en tu vida se debe a que logré
despertar lo que jurabas que estaba muerto?
—Básicamente —rio por lo bajo—. La segunda vez que te llamé lo hice
porque quería volver a escuchar tu voz, porque me gustó bastante nuestra
primera conversación. Y esa mañana estuviste más confiada, más suelta…
Me sentí en confianza contigo, tan cómodo que tuve que invitarte a ver la
película porque era lo único a lo que podía invitarte. En las últimas dos
ocasiones ni siquiera llamé para que tuviéramos sexo por teléfono, sino
porque era divertido y placentero hablar contigo, Jessica. Todavía lo es.
Ella suspiró con lentitud y de forma sonora, disfrutando de aquella
confesión y la naturalidad de Jesse para expresar sus sentimientos. También
se sentía cómoda cuando hablaba con él. Demasiado, debía admitir. En
realidad, secundaba todas las cosas que él había dicho y cómo, con cada
llamada, la sensación de serenidad y libertad que le brindaba se hacía cada
vez más innegable.
—¿Cuántos años tienes? —curioseó él.
—Treinta. Soy menor que tú, lo cual me hace sentir extraña porque por
alguna razón siempre había pensado que yo era la mayor.
—¿Y aun así decidiste buscarme? Vaya, ¿estoy ante la presencia de una
señora Robinson?
—Hasta donde sé, no estamos ante la presencia del otro.
—Touché.
Jesse recién le acaba de contar lo necesario sobre su pasada relación y lo
que había sufrido con su ex. Arizona sabía que este era el momento de decir
que ella tenía novio y que lo que sea que estuvieran haciendo a través de
aquella llamada debía estar dentro de los límites de una amistad. No
obstante, no pudo pronunciar las palabras. Se le quedaron en la garganta y
amenazaban con asfixiarla.
Tal vez a él le daría igual, quizá no quería nada más allá con ella. A lo
mejor quería que fueran amigos, después de todo, había dicho que las
últimas llamadas que hizo a LoveLine fueron sin intención de tener sexo
telefónico con ella. Pero ¿y si le molestaba que tuviera novio? ¿Y si eso
causaba que dejara de llamarla por falta de interés?
«No importa, Arizona. Tienes que hacerlo. Tienes que decírselo».
Asintió, siguiendo la voz de su consciencia. Incluso abrió la boca y
estuvo por dar la declaración, hasta que él decidió hablar primero.
—Estaba pensando en algo… Ya no estamos atados a las reglas de
LoveLine.
—Así es —contestó, sin saber hacia dónde se dirigía ahora.
—Lo cual quiere decir que no estás obligada a «complacerme» ni a
«cumplir mis fantasías». Eres incluso libre de no tomar ninguna de mis
llamadas e ignorarme por completo.
—Lo sé, aunque no lo haría. A menos que descubra que eres un
acosador psicópata. ¿Eres uno de esos?
Lo escuchó reírse.
—No, Jessica, no lo soy. Pero ¿sabes que sí soy? —preguntó de manera
retórica—. Una persona que esta vez quiere devolverte las cosas que has
hecho por mí.
Ari ladeó la cabeza con sutileza.
—No tienes que devolverme nada, Jesse. No estás en deuda con nadie.
—Soy consciente de ello. De todas maneras, me gustaría complacerte.
—¿Complacerme? —Pronunció cada sílaba con lentitud, entre la
sorpresa y la ilusión.
—Sí. Siempre y cuando tú estés de acuerdo y también desees hacerlo.
—Hizo una pausa—. ¿Te gustaría que fuera yo quien cumpliera tus
fantasías esta noche?
Cerró los ojos y sintió cómo regresaba el cosquilleo en su vientre que la
invadía cuando él hablaba de manera provocadora. Incluso su voz adquiría
un tono más ronco que le hacía tragar con fuerza. Entonces olvidó todo lo
que tenía que decirle y se concentró en él. Solo en él.
—Me encantaría —susurró, intentando sonar deseable.
—¿Dónde estás? ¿En casa?
—Sí. Mi compañera de piso salió hace un rato, así que me encuentro
sola.
—Mejor así, significa que puedes desinhibirte… Bien, quiero que te
pongas cómoda en la cama.
Ella siguió la instrucción y volvió a acostarse, sintiendo cómo su
corazón bombeaba sangre más rápido.
—¿Este era parte de tu plan al querer escuchar mi voz esta noche? —
pinchó Ari—. ¿Estabas preparado para la ocasión, desvestido y todo?
Jesse se rio de forma ronca y aquello desató un nuevo cosquilleo en su
estómago.
—No voy a negar que cruzó mi mente en un par de ocasiones mientras
trabajaba hoy, pero te juro que cuando me llamaste esto no estuvo en mi top
cinco de cosas que quería hacer contigo.
—¿Tienes un top cinco de cosas que quieres hacer conmigo? ¿Cuáles
son?
—Tener una conversación hasta que se nos duerma la lengua, escuchar
tu risa varias veces, conocer las cosas que te gustan y no te gustan, que
viéramos una película juntos y… Bueno, creo que esto sí entraba en el top
cinco, aunque en última posición. No creas que soy un desatado sexual.
—No es como si me molestara que lo fueras —rio Arizona paseando el
dedo índice por su cuello, imaginando que no era su propio contacto, sino el
de él—. Me gustaría que estuvieras aquí, que pudiéramos conversar con una
copa de vino de por medio, quizá dos. Luego, aceptaría tu propuesta de
complacerme y te daría toda la libertad para hacerlo.
—Me alegra que lo mencionaras porque entonces quiero que sigas un
par de órdenes, Jessica. —Ella aguardó, relamiéndose los labios. Él la hizo
esperar, casi como si supiera lo que le estaba costando contener sus propias
hormonas—. Quiero que te quites poco a poco la falda o el pantalón que
llevas puesto y, lentamente, quiero que te quites tu ropa interior.
Soltó el aire que llevaba en sus pulmones en forma de un pesado suspiro
mientras una de sus manos fue cumpliendo la instrucción.
—Dime que lo estás haciendo, quiero escucharte.
—Estoy acostada en mi cama y con mi mano libre estoy quitándome mi
ropa interior.
—Quiero que ruedes tu pulgar por tu vientre e imagines que es mi
mano. Visualiza que empiezo a acariciarte de una forma tan lenta que te
duele, que te quema, porque quieres más contacto y no te lo voy a dar
todavía. Vas a seguir subiendo ese pulgar por tu pecho, por tu cuello, hasta
que acaricies tus labios.
Arizona le hizo caso y, tal y como había mencionado, aquella suave
caricia se sentía como el inicio de un incendio imparable que despertaba
una ola de lujuria en su cuerpo. Introdujo parte del pulgar en su boca y
chupó un poco para aliviar la tensión.
Escuchó la respiración de Jesse hacerse más pesada, acompasando la
suya, lo cual encontró sensual.
—Ahora vas a llevar tus dedos con lentitud hacia las partes de tu cuerpo
que más necesiten de ese contacto —prosiguió. Ari descendió con cuidado
y abrió las piernas, anhelando poder tocarse lo más pronto posible. Cuando
su dedo corazón palpó su humedad y rodó de arriba abajo por su botón,
gimió—. Así, cariño.
«Cariño». La misma palabra que ella había pronunciado antes y que él
había declarado que le gustaba; ahora entendía por qué. De sus labios salió
aterciopelada, suave y exquisita.
Aunque su pecho seguía cubierto por la ropa que había llevado todo el
día, sabía que sus pezones se habían endurecido, no solo con la
conversación, sino con la manera que tenía de tocarse. No iba a negarlo, a
Ari le gustaba tocarse cuando estaba a solas en el departamento. Después de
todo, no podía ver a Adam todo el tiempo y casi siempre debía aplacar sus
hormonas por su cuenta. Así que sabía dónde, cómo y a qué velocidad
hacerlo para llegar a un delicioso clímax.
—Si estuvieras aquí no tienes idea de todo lo que te haría —murmuró
Arizona con dificultad. Él también jadeaba del otro lado, lo cual significaba
que se estaba tocando a la par que ella.
—Esta noche no quiero que nos enfoquemos en lo que tú me harías.
Hoy solo quiero complacerte a ti como mereces. Joder, si estuviera ahí
contigo no habría espacio de tu cuerpo que no hubiera besado ya, por el
cual no hubiera pasado mi lengua.
Arizona dibujó la imagen. Lo vio con claridad, encima de ella,
mordisqueando distintas partes de su cuerpo, entre la tranquilidad y el
desespero, la mezcla perfecta del sexo. Mientras tanto, una de sus manos
estaría justo donde estaba la de Arizona, acariciando su clítoris de forma
circular y dándole tanto placer que debía arquear la espalda, perdiendo el
control sobre sí misma.
—¿Y qué más? —preguntó, necesitada de nuevas imágenes, de más
sensaciones.
La necesidad se le notaba en la voz y Jesse no fue indiferente a ello.
—Si te tuviera desnuda y solo para mí, bajaría la mano hasta tu sexo y,
tras algunas caricias por tu humedad, adentraría un primer dedo. —Arizona
hizo lo que las palabras de Jesse dictaban; introdujo un dedo y fue tan
placentero que no solo gimió más fuerte, sino que no tardó en introducir el
segundo. Jesse jadeaba más fuerte del otro lado de la línea—. No tienes idea
de cuánto me gusta escucharte.
Ari no pronunció nada, su mente estaba vacía y lo único que su cuerpo
hacía era reaccionar a los estímulos. No mucho después Jesse gimió
también y aquello solo potenciaba más la tensión que se le acumulaba en las
piernas.
—Y a mí me gustaría… —empezó, pero dejó la idea inconclusa.
—¿Qué te gustaría?
—También me gustaría escucharte —admitió— mientras te adentras en
mí. Me encantaría sentirte por completo.
Aquello causó que la respiración de Jesse se agitara y sus jadeos se
intensificaran, aunque los de Arizona no se quedaban atrás. Lo imaginaba
ahí en su habitación, besándola con pasión mientras se fundían sin pensar
en nada más.
—Me sentirás —aseguró él—, por completo y hasta que no podamos
más, porque te haré el amor como nadie jamás te lo ha hecho, cariño. No lo
pongas en duda.
Todo su cuerpo ardía. Los pulmones le quemaban debido a que
respiraba con la boca abierta y de forma agitada, sus caderas se movían
solas mientras su mano le daba placer cada vez más rápido, la garganta se le
secaba con frecuencia, su rostro permanecía contorsionado, exclamando
que lo disfrutaba, y tanta excitación le dolía al mismo tiempo.
—Estoy tan cerca…
—Córrete —pidió Jesse—. Déjame escuchar cómo te corres.
Entre esa orden y oír los sonidos del chico, tan sediento de placer como
ella, Arizona explotó en un orgasmo agresivo en el cual permaneció algunos
segundos con los ojos cerrados y el pecho subiendo y bajando con rapidez.
Había sido una de las conversaciones más emocionantes que había tenido
jamás y aquel clímax uno de los más dulces que había experimentado.
El problema fue que a medida que a su mente fueron llegando
pensamientos más coherentes, se fue haciendo consciente de algo que la
atemorizó. Aquello había sucedido fuera de una llamada de trabajo, así que,
aunque no había tenido contacto físico con otro chico, de alguna manera le
había sido infiel a Adam.
—Jessica…
—Tengo que irme —lo interrumpió, tajante y con el corazón en la
garganta.
—¿Estás bien? Acabamos de… ¿No te gustó?
«Ese es el problema. Me encantó».
—Lo siento, Jesse. Debo irme.
Lamentando su decisión, finalizó la llamada y enterró la cabeza entre
sus almohadas. ¿Qué demonios acababa de hacer?
capítulo doce
Jesse

L
a confusión y la desesperación pueden llevar a las personas a hacer
cosas estúpidas. O al menos eso era lo que pensaba Jesse sobre lo que
estaba a punto de hacer.
Tras la llamada con Jessica y que ella se negara a hablar con él de nuevo
posterior a su sensual encuentro telefónico, supo que, probablemente, había
hecho algo mal. Solo que no entendía qué. Hasta donde comprendía —y si
ella no había fingido nada—, lo habían pasado bien; se habían excitado los
dos y él la había hecho llegar al clímax. A lo mejor no era un experto en lo
que a sexo telefónico se refería, pero creía que todo había salido mejor de lo
que incluso había planeado.
La escribió esa misma noche, mas no obtuvo respuesta. Jessica le había
clavado el visto en WhatsApp, y lo continuó haciendo los días siguientes.
¿Cómo recuperarla entonces? ¿Cómo pedirle una explicación si ni siquiera
quería hablarle? Tal vez se estaba ahogando en un vaso de agua. Quizá lo
que mejor le convenía era sacársela de la cabeza; ella parecía querer
hacerlo, solo que le molestaba conformarse con el silencio cuando ambos
estaban de acuerdo con que había química entre los dos.
Lo que estaba por hacer era una jugada desesperada, una patada de
ahogado, pero sería su último intento.
—Si veo que haces el ridículo, pretenderé que no te conozco —dijo Eric
antes de bajarse del coche.
Jesse caminó a su lado con las manos guardadas en el abrigo hasta la
puerta de la casa de Debbie, la hermana de Eric.
—No haré nada. Aún no sé por qué acepté venir, a lo mejor tu hermana
ni siquiera conoce a Jessica.
—Otra vez con lo mismo… —Rodó los ojos y negó con la cabeza—. Si
así te ha puesto esa mujer con solo llamadas, mejor ni te acuestes con ella
porque te va a volver loco. Y loco de verdad.
—Pensé que me apoyabas con esto.
—Lo hago, pero si la chica te está evitando, por algo será. No te des
mala vida por alguien cuando al fin estás soltero, Jesse. Pasaste cinco años
encarcelado con una persona que terminó poniéndote el cuerno con tu
hermano, lo que deberías estar haciendo ahora es disfrutar de tu libertad. Si
encuentras a esa tal Jessica, genial, y si no… no te mortifiques. Hakuna
Matata.
—A lo mejor tienes razón. —Suspiró.
En ese momento la puerta de la casa se abrió y una mujer de cabello
negro y unos ojos tan marrones como los de Eric les abrió. Se notaba que
era mayor que su hermano, aunque su mirada era más dulce y su sonrisa
más ancha. En los brazos tenía a un bebé cargado que lo miró con extrema
curiosidad. Jesse le hizo una mueca sin mucha gracia, no era muy fanático
de los bebés, los evitaba a toda costa y hasta temía cargarlos. No sabía
desde qué edad podían levantar solos el cuello y cada vez que tocaba uno
pensaba que terminaría desnucándolo.
—Pensé que no vendrías —le dijo Debbie a su hermano—. Olvidé
cuándo fue la última vez que me visitaste, creo que cuando nació el
pequeño Sam.
—Tampoco te creas que vine por ti. Vine a tu fiesta para ver a tus
amigas de la boutique, todas son hermosas —admitió en tono de broma,
aunque Jesse sabía que su amigo lo decía en serio—. Feliz cumpleaños,
hermanita.
Ambos se abrazaron. Cuando Debbie hizo lo mismo con Jesse, este
intentó no tocar mucho a su bebé. Asumió que el infante detectó sus
sentimientos porque en el instante en que se tocaron, empezó a llorar.
—Vaya, creo que no le agradas mucho —se rio ella.
—Feliz cumpleaños, Deborah —murmuró haciendo caso omiso del
pequeño Sam.
—Debbie —le corrigió.
A pesar de que no se veían muy seguido, a Eric le gustaba mucho hablar
sobre su hermana mayor. La idolatraba, aunque constantemente lo negara.
Antes entendía el sentimiento y lo escuchaba con ganas cada vez que le
contaba las cosas nuevas que hacía su hermana, pero desde que James se
enrolló con Holly no era muy fanático del concepto de hermandad o de
familia. O de novias.
Debbie los invitó a pasar y se pusieron cómodos cerca del área de la
cocina. No estaba destinada a ser una fiesta grande, solo una celebración
con algunos amigos de la cumpleañera y su marido. En total habría unas
diez personas en la gigantesca sala y un par más en la cocina. Tras
entregarle al pequeño Sam a su esposo, Debbie presentó a Jesse a todas las
personas presentes y debía reconocer que su amigo tenía razón, cuando
conoció a algunas chicas que habían trabajado con ella en la boutique
comprobó que todas eran bastante guapas.
Eric le guiñó un ojo con complicidad y supo que no tardaría demasiado
en sacarle conversación a alguna. Por su parte, Jesse esperó a que Debbie
volviera a desocuparse para hablar con ella sobre aquello que no había
abandonado su mente en toda la semana.
La vio buscar algunos vasos en la cocina y la interceptó.
—Oye, Debbie, tu hermano me dijo que podía acudir a ti para que me
ayudaras con una situación —comentó como si no fuera muy importante.
Ella se giró hacia él y ladeó la cabeza, dedicándole una mirada rasgada
con confusión. Debbie y Jesse solo se habían cruzado un par de veces antes
y no era como si hubieran hablado mucho para considerarse algo cercano a
amigos.
—Claro, Jesse, lo que quieras. Eres una compañía que le hace bien a
Eric, así que será un gusto poder ayudarte.
—Bien. Es sobre la línea erótica en la que trabajas.
Aquello aumentó la suspicacia en su rostro.
—¿Qué hay con eso?
—Verás, hace algunas semanas atravesé por una ruptura bastante…
—Lo sé, Eric me contó todo. Lamento mucho lo de tu exnovia y tu
hermano. —Le dio unas palmaditas en el hombro—. También me dijo que
te aconsejó que llamaras a una de las chicas de la línea, pero no he vuelto a
saber del tema. ¿Cómo te fue?
—Bastante bien. La primera vez fue un poco extraña…
—¿La «primera vez»? —Le sonrió, divertida—. ¿Cuántas llamadas has
hecho?
—Cuatro —admitió.
—Vaya, eso no lo esperaba. ¿Con una misma operadora?
Él asintió.
—Justo sobre eso quería hablarte, Debbie. Verás, con esta chica todo ha
fluido muy bien y quería saber…
—No te daré el número o contacto de ninguna compañera —zanjó de
inmediato—. Sé que eres una buena persona, no dudo de ti, pero no estaría
bien que te dijera cómo contactar a tu operadora fuera de LoveLine.
—No importa, Debbie, porque ese no es el problema. Ella y yo ya
conversamos fuera de LoveLine. Bueno, lo hicimos solo una vez. —
Aquello le llamó mucho la atención. Dejó los vasos que había agarrado en
el mesón y se acercó más a Jesse—. No preguntes cómo porque los detalles
no valen la pena, pero tenemos el número del otro y hemos hablado por
WhatsApp. También nos llamamos.
Su mandíbula se descolocó y Jesse no supo si estaba impactada,
horrorizada o preocupada. A lo mejor todas las anteriores. Por un momento
pensó que había cometido una tontería; contactar a un cliente fuera de
LoveLine podía causarle a Jessica la pérdida de su empleo y lo último que
quería era perjudicarla.
—En este caso los detalles sí importan, Jesse. ¿De quién fue la idea?
Oh, por Dios. ¿Se encontraron? ¿Te está cobrando fuera de LoveLine?
—No, no, ¡nada de eso! —contestó en voz baja—. Fue idea de ambos,
aunque creo que el que emprendió la travesía de encontrarla fui yo. Me
gustaba mucho hablar con ella y no se trataba solo del sexo telefónico, sino
de una química imposible de negar.
Sus cejas se fruncieron, pero lo miró con empatía y un toque de
compasión. O tal vez un poco de lástima.
—Jesse, si la pasabas bien hablando con ella es porque le están pagando
por hacerte sentir así.
Sus palabras le generaron un nudo en el estómago y frunció los labios;
él sabía eso, reconocía que había comenzado como un cliente, de la misma
manera en la que sentía que había algo más.
—Es un poco imprudente lo que estás haciendo —continuó—. A ver,
conozco a todas mis compañeras y creo que ninguna sería capaz de
estafarte, pero debes tener cuidado. En el pasado hubo casos de chicas que
se aprovechaban de sus clientes.
—Ella no es así porque, en primer lugar, se ha negado a verme. En
segundo lugar, no me ha pedido dinero fuera de LoveLine. Tercero, las dos
últimas conversaciones en la línea erótica ni siquiera estuvieron basadas en
sexo, y cuando hablamos fuera de esa línea, fui yo quien le sugirió tener
una conversación más… caliente.
Debbie se cruzó de brazos y lo miró con una ceja enarcada.
—Entonces ¿qué quieres con ella? Por lo que me cuentas, no debería
preocuparme por ti, sino por ella.
Exhaló, reconociendo que tenía razón. A lo mejor se estaba
comportando como un hombre loco; si Debbie dudaba de sus intenciones,
¿cómo no lo haría Jessica?
—Ella me dijo fuera de LoveLine que también siente esa química entre
ambos. Y fue ella quien encontró mi número en un ferri y me escribió. —
Debbie quiso saber más sobre eso, pero le hizo una señal con la mano para
detenerla—. No preguntes, es una historia complicada. El punto es que el
miércoles tuvimos una conversación increíble, la pasamos de maravilla y,
de la nada, me dijo que no podía seguir haciendo esto. Desde entonces no
me contesta ningún mensaje y no pienso llamarla a LoveLine porque no
deseo incomodarla.
—¿Y qué esperas de mí?
Se apoyó del mesón y se mostró cabizbajo.
—No lo sé. Ni siquiera sé para qué te lo comento porque tampoco deseo
ponerla en riesgo… No la vas a denunciar en el trabajo, ¿verdad?
—Por supuesto que no. Yo también tengo clientes regulares con quienes
he formado amistades —confesó—. Ninguno me gusta porque soy muy
feliz con mi marido, pero sí tengo muy buen vínculo con varios. —Hizo una
pausa—. Ahora bien, en cuanto a tu relación con esta chica… Si de verdad
te importa y crees que tienes un vínculo especial con ella, no vuelvas a
llamarla a LoveLine. Si llegan a descubrir que hablan fuera de la línea harás
que pierda su trabajo. Créeme, han echado a gente por menos que eso.
Jesse asintió.
—Lo sé.
Debbie se compadeció de su situación —o al menos aquella anécdota le
generó la suficiente confianza—, así que le sonrió y llevó una mano a su
hombro.
—¿Quién es la chica? No puedo garantizar que te ayude a verla en
persona, pero sí puedo decirte si vale la pena que la sigas insistiendo o si es
un caso perdido.
—Su nombre es…
En ese momento fueron interrumpidos. Una joven no muy alta se acercó
a Debbie para abrazarla, deseándole feliz cumpleaños en voz baja. La
hermana de Eric parecía feliz de verla y, cuando se separaron, su sonrisa era
bastante ancha.
—Me alegra que hayas venido —comentó Debbie. Luego se giró hacia
él y señaló a la chica—. Jesse, quiero que conozcas a Arizona, una buena
amiga.
Los ojos castaños de la menuda lo miraron con un toque de confusión.
Él habría jurado que le resultaba conocida, pero no se detuvo demasiado en
tal pensamiento, la conversación sobre Jessica le parecía más importante.
Sobre todo, cuando Debbie estaba a punto de ayudarlo. De todas maneras,
extendió una mano hacia ella, no quería ser maleducado.
—Un placer conocerte, Arizona.

✽ ✽ ✽

Arizona
No le tomó mucho tiempo darse cuenta de que era él. No por el nombre —
había muchos hombres llamados Jesse en la ciudad de Seattle— sino por su
voz. Era la misma que había añorado todos los días en LoveLine y la que
quería que la sorprendiera, aun cuando era incorrecto. Además, aunque se
hubiera confundido de voz, lo reconoció del ferri. Durante sus viajes en
barco vio a muchos chicos, unos jóvenes y otros viejos, y aunque había
olvidado los rostros de todos, en ese momento reconoció el de Jesse en un
ferri. Incluso, una vez la habló. No recordó qué demonios le dijo, algo sobre
que no era la única con mala suerte.
Fue fácil sumar los factores: el nombre, la voz el rostro.
Era él. Estaba ahí. Era real.
Por encima de todo, la había llamado por su nombre de verdad. Le había
dicho Arizona.
—Un placer conocerte —contestó ella con voz temblorosa, estrechando
su mano con la de él, la cual descubrió que era suave y cálida. De hecho, si
tuviera que describir su físico sería con esas dos palabras: suave y cálido.
Era alto, tal vez no tanto como Adam, pero le sacaba por lo menos una
cabeza. Era delgado, su espalda no era demasiado ancha y, aunque no le
había imaginado un estilo de vestimenta específico, supo que aquella
camisa de mangas largas y cuadros era perfecta para él, muy acorde a su
personalidad. Su piel era cremosa, sus labios rosados eran bastante finos y
el azul perlado de sus ojos la enganchaba tanto como su manera tan dulce
de mirar. No se había afeitado en uno o dos días, aunque se notaba que era
una excepción. Su pelo dorado lo llevaba corto y un poco despeinado.
Al escuchar su voz, Jesse ladeó la cabeza y frunció el ceño. ¿La habría
reconocido también? El corazón de Arizona emprendió una carrera sin
descanso y, aunque estaba emocionada ante el encuentro, no pudo evitar
palidecer. Justo cuando había decidido ignorarlo para continuar con su
relación con Adam, él aparecía en su vida. ¿Acaso el universo jugaría a su
favor alguna vez? ¿O aquello era una señal?
—Jesse —llamó Debbie. ¿Cómo demonios lo conocía?—, casualmente
Arizona trabaja en…
—Solíamos trabajar juntas en la boutique —interrumpió ella en un
ataque de nervios.
No sabía si estaba preparada para enfrentarlo ahí mismo, de hecho,
estuvo a un mínimo impulso de salir corriendo. Estaba a punto de vomitar.
Debbie la miró confundida, formulándose un montón de preguntas que
le transmitió con la mirada. Ari solo siguió la corriente y le dedicó una
sonrisa nerviosa a Jesse, quien no dejaba de mirarla de manera extraña. No
parecía reconocerla, de lo contrario, con lo imprudente que era ya le habría
saltado a decirle que ella era Jessica.
Su Jessica.
Sin embargo, parecía estar cerca de descifrarlo.
—Iré a saludar al resto de los chicos —anunció con las piernas
temblorosas—. Nos vemos luego.
Se dio vuelta y salió de la cocina sintiendo el latido de su corazón hasta
en su cabeza estando a punto de estallar. Incluso estaba segura de que había
comenzado a sudar. Tal vez se le estaba bajando la tensión, ¿acaso debía
llamar a alguna ambulancia?
Justo antes de alcanzar al pequeño grupo donde se encontraban sus
excompañeros de trabajo, alguien la agarró del brazo con sutileza. Se le
congelaron hasta los ovarios, pero cuando descubrió que se trataba de
Debbie, se permitió respirar de nuevo.
—Arizona, ¿qué demonios…?
—Lo conozco. Bueno, creo que lo conozco. Si es el mismo Jesse que
pienso que es, entonces…
—Eres tú. —Los ojos de su amiga se abrieron y su boca formó una o
perfecta antes de cubrirla con la mano—. Tú eres la chica de LoveLine que
está buscando.
Todo en su interior se contrajo al escucharla. ¿Jesse había hecho público
que la estaba buscando? Por un lado, estuvo cerca de desmayarse ante la
posibilidad de perder su trabajo por lo que estaba haciendo; si Nicole se
enteraba de aquello la echarían y ahí sí que no tendría otra opción más que
regresar a vivir con sus padres. Por otro lado… La estaba buscando. Había
hablado de ella a los demás. Así de significativo era el vínculo que tenían
que a él no le importaba admitir la forma en que se conocieron con tal de
que alguien pudiera ayudarlo a encontrarla.
—¿Te habló de mí? —La respuesta era evidente, pero necesitaba una
confirmación clara y alta.
—No me dio tu nombre, ni el real ni el falso. Me relató algo sobre una
operadora con la que hablaba fuera de la línea pero que jamás había visto en
persona. Ahora veo que se trata de ti.
—No es como lo estás imaginando, Debbie. Las cosas…
—¿Te has vuelo loca, Ari? —Dicho aquello, la jaló con disimulo a un
pasillo poco recurrido que comunicaba con uno de los baños—. Te
despedirán si se enteran.
—Lo sé, pero no se trata de una estafa o algo malo, y él parece un buen
chico.
—Es un buen chico; es el mejor amigo de mi hermano menor. Fue Eric,
que sabe en dónde trabajo, quien le recomendó a Jesse que llamara.
Le aliviaba un poco saber que Debbie lo conocía y podía certificar que
al menos Jesse era buena persona. Esa era una preocupación menos.
—¿Tu novio está enterado de todo esto? —No habían tenido tiempo de
ponerse al día desde que había empezado en LoveLine, de hecho, Ari estaba
esperando hacerlo justo en su cumpleaños.
—No. Adam ni siquiera sabe que estoy trabajando en una línea erótica.
Debbie negó con la cabeza y se llevó la mano a la frente. Ari no necesitó
que iniciara un regaño porque sabía exactamente lo que le diría; ella misma
se castigaba todos los días por su falta de honestidad. Por suerte, Adam no
la había acompañado a la fiesta, y eso que lo había invitado.
—Arizona…
—Escucha, Debbie, puede que me esté metiendo en un lío muy grueso,
pero no creas que no me torturo todos los días. Muy pronto le diré todo a
Adam, y en cuanto a Jesse… No sé qué haré, así que, por favor, no le digas
que yo soy la chica de LoveLine, ¿sí? De hecho, no sé si debo quedarme en
la fiesta.
—Acabas de llegar —señaló, no muy feliz ante aquella idea—. Me
gustaría que te quedaras, al menos para el pastel. Si Jesse no reconoció tu
voz, entonces ignóralo y te aseguro que ni se dará cuenta de quién eres.
Aquello fue como un pinchazo en su corazón. Él no la había reconocido.
Se suponía que habían hablado en cinco oportunidades y en más de una
ocasión él había dicho que le gustaba su voz. Si tanto le gustaba, ¿cómo era
posible que no la recordara?
Exhaló con pesadez y asintió. Debbie le había conseguido el trabajo en
LoveLine sin siquiera chistar y la había preparado para su primer día.
Además, durante el trabajo en la boutique siempre fue incondicional con
Arizona, así que lo mínimo que podía hacer para devolverle el cariño era
tragarse sus miedos y quedarse para el pastel. Quizá tenía razón, si
esquivaba a Jesse no la reconocería. Asunto olvidado.
—De acuerdo, me quedaré un rato más. Muchas gracias por haberme
invitado en primer lugar.
Debbie lo celebró con una amplia sonrisa y la abrazó.
—No te preocupes, guapa. Ahora te dejo, debo encontrar a mi pequeño
Sam. Si sospechas que Jesse quiere acercarse a ti, corre hacia donde esté y
te echaré una mano.
—Lo haré. —Sonrió.
Los breves segundos en los que se quedó sola mientras caminaba hacia
el lugar donde estaban Justin y el resto de sus excompañeros de la boutique
le parecieron eternos y peligrosos. Miraba en todas las direcciones a la
espera de que Jesse le saltara encima como hacían los gatos con sus presas
y empezara con un interrogatorio. Por fortuna, no fue así. En realidad, se
enfrentó a otro tipo de preguntas.
Todos los chicos de la boutique le preguntaron qué estaba haciendo
ahora en su vida. Arizona no podía decirles que trabajaba en LoveLine, no
porque le diera vergüenza —aunque un poquito de eso había, no obstante, si
nadie juzgaba a Debbie, quien lo admitía sin tapujos, sabía que tampoco la
juzgarían a ella—, sino porque Jesse estaba en la misma casa. Lo último
que necesitaba era que las personas a su alrededor hicieran un comentario lo
suficientemente alto como para que él escuchara.
—Trabajo en un call center de una compañía de teléfonos —mintió
usando lo mismo que le había dicho a Adam.
—Ah, entonces eres de esas que me llaman todos los días para pedirme
que me cambie de línea —comentó Justin a modo de broma.
Ella fingió que le dio risa y cambió de tema. Cuando todos empezaron a
hablar sobre lo que habían hecho en Acción de Gracias, Ari dedicó algunos
segundos para pasear la mirada por la sala en busca de Jesse. No tardó
demasiado en encontrarlo, estaba sentado en el sofá con otro chico más o
menos de su misma edad, supuso que sería el hermano de Debbie.
Como si ambos hubieran sentido el peso de su mirada, la miraron al
mismo tiempo. Ella sintió cómo se le calentaban las mejillas cuando se
encontró con el azul profundo y precioso de los ojos de Jesse en la
distancia, los cuales todavía se vestían de curiosidad cuando la enfocaban.
No iba a negar que era guapo. Tal vez no era el hombre más hermoso que
había visto en su vida, pero era capaz de contemplarlo durante un largo rato
sin cansarse. Tragó con fuerza cuando sintió que había pasado más del
tiempo del normal observándolo, así que se concentró en sus excompañeros
de trabajo y se rio de algo que no había escuchado, intentado actuar
normal.
Aún le costaba creer que de verdad era él, era su Jesse, y que estaban los
dos bajo el mismo techo. Tanto que se había esforzado para lograr
conocerlo, y cuando al fin coincidían, algo la detenía. No solo su relación
con Adam, sino el miedo. ¿A qué? Aún le costaba entender qué era eso a lo
que tanto temía, porque sabía que no era al rechazo. Él también la estaba
buscando y ella era lo suficientemente guapa como para que el factor físico
no se interpusiera.
No todo era el físico, era consciente de eso. De hecho, le gustaba Jesse
por las cosas en las que congeniaban cuando hablaban por teléfono y sabía
que a él también. No le hubiera importado si él resultaba ser distinto en
cuanto a su aspecto físico, aunque ¿y si a él sí?
Sacudió la cabeza para sacarse esos pensamientos, aquello estaba de
último en su lista de preocupaciones. Decidió separarse del grupo y servirse
una copa de vino, necesitaba relajar un poco los músculos. Cualquiera
podría darse cuenta de que estaba más que tensa. Cuando terminó de
servirse, una figura se detuvo a su lado. De inmediato, su corazón arrancó a
latir con furia y los nervios volvieron a ella, alojándose en su estómago y
blanqueando su mente.
Era Jesse.
—Hola de nuevo, Arizona.
capítulo trece
Jesse

U
n placer conocerte —pronunció la castaña, mostrándose más pálida
que unos segundos atrás, justo cuando él estrechó su mano con la
suya.
Jesse frunció el ceño, no solo porque algo en ella le resultaba muy
familiar, sino porque pensó que la había asustado de alguna manera. El
semblante de Arizona cambió de tal manera que llegó a considerar que
hasta tenía mal aliento y pudo haberlo olido a distancia. El tema era que le
resultaba demasiado familiar.
¿Acaso había sido una compañera del instituto o de la universidad? No
recordaba mucho a la gente de aquella época, excepto a sus amigos más
cercanos. Durante su etapa universitaria se había acostado con alguna que
otra chica que no recordaba —casi siempre era durante fiestas en la que
todos estaban borrachos—. ¿Acaso Arizona fue una de ellas?
—Jesse —pronunció Debbie—, casualmente Arizona trabaja en…
—Solíamos trabajar juntas en la boutique —completó ella.
Entornó los ojos y ladeó un poco la cabeza. «Demasiado familiar»,
pensó una vez más.
Aunque ahora que mencionaba la boutique, recordó que Eric quería
buscarle conversación a todas las amigas de Debbie que trabajaban allí.
Debía ser por eso por lo que la encontró familiar; justo esa semana, él le
había enseñado fotos del Instagram de Debbie donde aparecía con algunas
de sus excompañeras de trabajo.
Quizás Arizona había palidecido porque Eric había intentado
conquistarla de forma fallida en alguna otra ocasión y sabía que Jesse era su
amigo.
—Iré a saludar al resto de los chicos —anunció—. Nos vemos luego.
Y como una bala recién disparada, se marchó, dejando una exquisita
estela de su perfume. Jesse miró a Debbie con confusión y esta suspiró, casi
tan perdida como él.
—Dentro de unos minutos seguiremos con nuestra conversación, ¿sí?
Ponte cómodo, estás en tu casa.
Ella también se alejó, dejándolo solo y sin una idea sobre lo que sucedía.
Se quedó donde estaba y sacó el móvil. ¿Cuánto tiempo tenía que esperar
para escribir de nuevo a Jessica? Las palabras de Debbie habían calado en
él y no quería quedar como una persona que, o la estaba usando, o la estaba
poniendo en peligro. Eric tenía razón, ella lo tenía hechizado y no sabía
cómo proceder. No quería continuar arruinando lo que tenían.
Exhaló con pesadez y guardó el móvil de nuevo, tenía que darle su
espacio. Con Jessica tenía confianza y quería creer que cuando estuviera
lista para hablar con él sobre lo sucedido, le escribiría. O, mejor aún, lo
llamaría.
Caminó por la casa, se sirvió una cerveza y se sentó en el sofá con Eric,
quien justo había terminado de hablar con una amiga de su hermana.
—Sabes que si intentas conquistar a varias se van a dar cuenta y
quedarás mal con todas, ¿no?
Eric resopló.
—¿Qué te hace pensar que las estoy coqueteando? Soy mucho más
discreto con mis métodos y me gustan más los juegos a largo plazo, pensé
que me conocías mejor. Ya sabes cuál es mi filosofía: el que come callado,
come dos veces.
Jesse negó con la cabeza, escondió media sonrisa y bebió otro sorbo. Le
parecía increíble cómo, para adorar tanto a Debbie, era lo opuesto a ella en
el aspecto relacional. Su hermana se había casado muy joven y logró tener
su primer hijo, mientras que Eric no contemplaba ni siquiera tener una
novia antes de los cuarenta y cinco. No bastaba con decir que huía de las
relaciones, es que les tenía fobia.
Eric era de los que decían que prefería conocer lo que escondía el
triángulo de las Bermudas antes que empezar una relación formal, que así,
al menos, estaba la incertidumbre y quizá saldría con vida, pero que de un
mal de amores nadie lo levantaría.
Aquello se debía a que había pasado gran parte de su adolescencia sin su
madre, no porque hubiera fallecido o hubiera enfermado. La madre de Eric
no solo engañó a su padre, sino que se encargó de hacerle de la vida de su
esposo y sus hijos un suplicio en el proceso de divorcio. Por no mencionar
que tanto él como Debbie tuvieron que consolar a un padre que no paró de
llorar durante meses y estuvo por perder su trabajo en múltiples ocasiones.
Esa terrible marca en su juventud había generado que a la única mujer que
quisiera y respetara fuera a su hermana mayor. Del resto, huía de cualquier
acercamiento o intimidad con mujeres que no involucrara el sexo.
Jesse siempre le aconsejó que le diera una oportunidad al amor, pero
¿quién era él para dar consejos? Después de todo, el supuesto amor de su
vida acabó en la cama con su propio hermano.
—Debe ser extraño para tu hermana y para su esposo, ¿no? Ya sabes, el
tema de la línea erótica.
—Hasta donde sé lo llevan muy bien —respondió Eric, encogiéndose de
hombros—. A ella le gusta su trabajo y ambos se divierten con ello. Él a
veces escucha sus llamadas y luego los dos recrean fantasías, o al menos es
lo que me cuenta Debbie. No me gusta indagar en los detalles, es grotesco.
Intentó ponerse en los zapatos del marido de Debbie, mas no logró tener
una opinión sólida al respecto. Por un lado, lo sucedido con Holly le había
dejado una marca y no sabía hasta qué punto podría confiar en sus futuras
parejas. Por otro, sabía que Jessica atendía llamadas de distintos clientes y
aun así quería conocerla porque había algo en ella que le gustaba. El tema
era que él no pretendía tener una relación con Jessica, no solo porque no la
conocía mucho, sino porque recién había salido de una relación de años. No
sabía si estaba preparado para embarcarse en una nueva aventura en la que
tal vez volvería a terminar con el corazón roto. Así que, de momento, no le
prestaba mucha atención al hecho de que fuera teleoperadora erótica,
mucho menos le ponía celoso.
—Vi que estabas hablando con mi hermana y una de sus amigas. La que
tiene nombre de estado. Dakota o algo así.
—Arizona —corrigió, intentando no reírse—. ¿La conoces?
—No. Es decir, cuando Debbie trabajaba en la boutique llegué a
visitarla una o dos veces y pude conocer a algunas de sus amigas. Creo que
ella estuvo en una de las ocasiones en las que fui. Pero si la hablé no lo
recuerdo, lo cual es una lástima.
—Yo creo que sí te recuerda y no de buena manera. Cuando me vio se
puso muy pálida. No sé si es porque sabe quién eres y, por ende, sabe quién
soy. O a lo mejor habré estado con ella en alguna fiesta de la universidad.
Quién sabe, el mundo es muy pequeño.
—Asumo que solo hay una manera de averiguarlo.
—¿Te acercarás a ella?
—Sí, ¿por qué no? Además, puede que sea tan bajita como un Hobbit,
pero está buena y es guapa. —Hizo una pausa y miró a Jesse con
curiosidad. Este permanecía quieto, aunque no pudo evitar fruncir un poco
el ceño—. ¿Qué, quieres acercarte tú? Porque si es así te la dejo.
—Bueno, pero tampoco hables como si fuera un trozo de carne.
No sabía de dónde había venido eso y tanto él como Eric se giraron un
poco, hasta que vieron a Arizona al fondo de salón. Los miraba a ambos con
atención, casi como si estuviera escuchando las cosas que decían. Se sintió
como un perfecto idiota. Lo último que deseaba era que lo catalogaran
como la misma bestia que era Eric.
Su sentido común le recordó que estaba lo suficientemente lejos como
para escucharlos, de todas maneras, no se sintió mejor. No le gustó que su
mejor amigo se tomara el atrevimiento de reservarla como si fuera un
objeto —cosa que solía hacer cada vez que hablaba de mujeres, lo peor era
que ni siquiera se daba cuenta de que lo hacía—. Además, Arizona parecía
de ese tipo de chicas que eran tan dulces que ni siquiera provocaba
hablarles de forma indecente, a menos que estuviera sin ropa.
No ayudó en nada imaginarla sin ropa.
Eric tenía razón, sí que era guapa. Llevaba un vestido negro de mangas
largas que llegaba a la mitad de sus muslos, en el punto perfecto para
generar provocación; además, vestía unas pantimedias oscuras que
ayudaban a que su imaginación empezara mil travesías. Era bajita y su pelo
castaño caía por debajo de sus hombros, haciendo juego con sus ojos
marrones y sus rasgos finos. Sus expresiones eran dulces y cuando se
percató de que Eric y él la estaban mirando se sonrojó para luego girarse
hacia sus amigos. Jesse sonrió ante la escena.
—No deberías preocuparte por una chica que no conoces, como esa
Jessica —murmuró Eric—. Aquí hay varias con la que puedes congeniar.
Mira a Kansas, se ve simpática.
—Se llama Arizona.
—Papa, patata… Es lo mismo. En fin… Si tú no te animas a hablarla,
me tocará hacerlo a mí.
Eric hizo el gesto de levantarse del sofá y, por impulso, Jesse se puso de
pie mucho más rápido. Aquello le sacó una carcajada a su amigo, quien, al
parecer, hizo todo a propósito.
—Eres un poco imbécil —se quejó.
—Y tú demasiado predecible.
Bufó y negó con la cabeza, enseñándole el dedo corazón con disimulo.
De todas maneras, agradecía que le hubiera desencadenado aquel impulso,
de lo contrario no hubiera sido tan valiente como para ponerse de pie por su
cuenta. Jesse no era un hombre tímido, no le avergonzaba hablar a las
mujeres, no era del tipo inseguro, solo que tampoco iba de flor en flor como
Eric, yendo a por todas a ver cuál caía. Si le buscaba conversación a alguien
era porque le interesaba, porque lo había cavilado, porque había sacado los
pros y los contras de la situación.
No era como si se hubiera tomado el tiempo para hacer una lista mental
de las ventajas y desventajas de hablarle a Arizona, sin embargo, debía
admitir que algo en ella le llamaba muchísimo la atención. Ya fuera porque
la conocía de antes y no lo recordaba o porque aquellas pantimedias debajo
del vestido corto le resultaron tentadoras, Jesse se encaminó en su
dirección.
La castaña se había movido de lugar, ya no se encontraba con su grupo
de amigos. Había ido a la cocina para servirse un poco más de vino, perdida
en sus pensamientos. Jesse se tomó un par de segundos para contemplarla,
pero no se enfocó en su cuerpo delgado o la oscura, pero bonita,
combinación de sus prendas de ropa. Vio cómo sus dedos acariciaron la
copa antes de servir el vino en ella con lentitud y cuidado, como si le
preparara un trago a la reina de Inglaterra. Su pie derecho se movía de un
lado a otro con nerviosismo y mordió su labio inferior tan fuerte que
terminó rojizo. Al terminar de servir, escondió un mechón de pelo detrás de
su oreja, regalándole una visión de su perfil que encontró encantadora.
Suspiró antes de acercarse, mucho más motivado esta vez. Cuando
estuvo a unos pasos de distancia, su perfume achocolatado —no tenía idea
de que existiera esa fragancia— se apoderó de sus sentidos y le brindó una
paz que no sabía que estaba anhelando.
—Hola de nuevo, Arizona —pronunció.
Pensó que llegaría con la seguridad de un experto de mujeres, pero le
tembló hasta el labio cuando dijo su nombre en voz alta.
Ella giró la cabeza hacia él de manera lenta, hasta espeluznante, como la
niña del exorcista. Había vuelto a palidecer y parpadeó varias veces, como
si no pudiera creer que estuviera allí hablándola. Aquello no ayudó en nada
a Jesse, quien estaba cada vez más cerca de creer que le había hecho algo en
algún momento de su vida y no lo recordaba.
—Hola.
Bueno, no era muy elocuente.
—Oye, creo que es un poco imprudente que te haga esta pregunta, pero
¿nos conocemos de algo?
Las cejas de la castaña se arquearon y zigzagueó el rostro como si
buscara alguna pista de que la estaba tomando el pelo. Jesse tragó con
fuerza.
—¿En serio no me reconoces?
«Ay, mierda».
—¿Fuimos a la misma universidad? —intentó adivinar bajando la voz
como quien se avergüenza de lo que está diciendo.
Ella dio un sorbo a su vino y lo miró, más seria esta vez. Él sintió que
sus manos comenzaban a sudar. ¿Por qué carajos había pensado que era una
buena idea sacarle conversación?
—Sí.
No la recordaba de ninguna de sus clases ni sus grupos de estudios,
tampoco como la novia de alguno de sus amigos, o amiga de sus exparejas,
así que solo quedaba una opción, Arizona había sido un rollo de una noche.
Ahí estaba él, como un cerdito entrando al matadero y haciendo el completo
ridículo.
—¿Nos conocimos en alguna fiesta?
La castaña enarcó una ceja y asintió.
—La fiesta de… ¿cuál era el nombre? —Sus cejas se unieron mientras
intentaba recordar—. Era Mike algo…
—¿Mike Perry?
Arizona chasqueó los dedos y sonrió.
—Sí, ese mismo.
«Doble mierda», pensó. En realidad, su conducta en todas las fiestas
universitarias había sido bochornosa porque aprovechaba cada oportunidad
para descontrolarse, beber tanto alcohol como soportara su cuerpo, fumar
tanta hierba como pudiera y en muchos casos vomitaba en cualquier
esquina. Las fiestas de Michael Perry eran de las mejores —y peores,
viéndolo en retrospectiva— de su facultad porque el desgraciado no se
cohibía de nada. Como era hijo de médicos ricos, no faltaban lujos en su
casa y más de una vez Jesse se encontró probando cosas de las cuales ni
recordaba el nombre.
—No recuerdo ni un poquito nada de lo sucedido en esas fiestas.
—Me doy cuenta —contestó, encogiéndose de hombros—. Si
recordaras lo que hiciste esa noche no creo que te hubieras animado a
hablarme ahora.
—Joder —murmuró, empezando a ser víctima de la vergüenza.
Estuvo a punto de preguntar qué había sucedido, pero ella se adelantó
con una corta risa que fue equiparable con un cantar de ángeles, un sonido
tierno y cándido que sintió que ya conocía, o que al menos quería conocer.
Arizona negó con la cabeza.
—Soy muy mala para mentir, lo siento —dijo con mirada divertida—.
Me lo pusiste muy fácil para hacerte una broma.
—¿No nos conocíamos entonces?
—No, aunque creo que necesitas pasar más tiempo a solas con tu
conciencia.
No supo qué fue más grande, si el alivio o la molestia.
—Y yo que venía en son de paz a hacerte un favor.
—¿Un favor? —Ladeó la cabeza con curiosidad.
—¿Ves a mi amigo Eric? —Lo señaló con disimulo. Cuando Arizona lo
miró al fondo de la sala mientras conversaba con una chica, asintió—. Eras
la siguiente en su lista de próximas conquistas de la noche.
—¿Y se supone que tú eres el caballero que llega en su noble corcel para
rescatarme de aquel ogro que tal vez rompa mi corazón si me descuido un
poquito?
—Si con caballero te refieres a mamarracho, y con noble corcel te
refieres a la cerveza que se me calentó, puede que sí lo sea. Aunque no
venía a rescatarte, no pareces del tipo de chicas que necesita que la
rescaten.
Ella enarcó una ceja.
—Entonces ¿qué tipo de chica crees que soy?
—Del tipo que me gustaría conocer.
capítulo catorce
Arizona

A
rizona deseó que la pellizcaran porque aquello no podía ser real. Todo
estaba saliendo incluso mejor de lo que ella misma había imaginado.
Ya había superado el pequeño duelo al darse cuenta de que Jesse no la
había reconocido, ahora estaba emocionada porque estaba entablando una
conversación con él y podía permitirse conocerlo sin un trecho de
incomodidad de por medio. Por no mencionar que se había acercado a ella
aún sin reconocerla como su Jessica.
Ari creyó en el destino y en el poder místico del universo. Se convenció
de que algunas cosas estaban destinadas a ser. Es que no podía hallar
explicación racional y lógica ante lo que sucedía. Él se había fijado en ella,
la estaba hablando y, por encima de todo, la estaba coqueteando.
Lo tenía al frente, sonriéndola, y Ari no paraba de pensar en la última
vez que conversaron. Su mirada recorrió su cabello rubio, un poco
despeinado, aquellos tiernos ojos azules y el contorno de sus labios, que no
eran tan finos ni muy carnosos, parecían muy comibles y de sabor
exquisito. De seguro resultarían suaves y su sed de intimidad la llevó a
imaginar cómo se sentirían sobre su piel.
Ahora bien, en todo lo relacionado a Jesse, se picaba en dos partes:
Jessica, la chica espontánea y sensual que lo llevaba al clímax con palabras,
sin miedo a decir nada cuando estaban en plena conversación; y Arizona, la
persona dulce que necesitaba el trabajo que, a la vez, temía que aquel deseo
hacia el chico del otro lado de la línea arruinara su relación con Adam.
Era como el tipo de El club de la pelea; cuando estaba en LoveLine era
Brad Pitt y cuando llegaba a casa era Edward Norton. Y, en ese momento,
Jessica se sentía traicionada. Después de todo, él «estaba buscándola», pero
no le llevó demasiado tiempo interesarse por Arizona, lo cual era confuso
porque era ella misma.
«Eres un desastre, Ari, ¿qué cosas piensas? Madura un poco, ya tienes
treinta». Además, tenía derecho a conocer a personas nuevas. Después de
todo, le habían roto el corazón apenas unas semanas atrás.
—Vaya —contestó al final—. Un chico directo, no lo esperaba de ti.
Pareces del tipo tierno.
—Se puede ser tierno y directo a la vez, no son características
excluyentes.
Cuando la sonrió, Ari sintió un pinchazo en el vientre y supo que podría
acostumbrarse a aquella sonrisa. En realidad, ya lo había hecho, y en tiempo
récord. No sabía qué haría después de la fiesta de Debbie si no volvía a
perderse en la curvatura de esos labios. Mejor, podría perderse en esos
labios. O esos labios podrían perderse en ella. Y si sus dedos los
acompañaban, mejor.
«No llevo ni una copa de vino y ya estoy borracha». Se aclaró la
garganta y con disimulo se acarició el cuello para medirse la temperatura.
Por Dios, estaba hirviendo. Conocer a Jesse le estaba causando fiebre.
—Puede que no hayamos conversado antes —continuó él recostándose
del mesón, relajando su postura. Ella se permitió hacer lo mismo—, pero
siento como si te hubiera visto antes. Me resultas muy familiar.
—Tengo una cara común, debe ser eso —comentó de inmediato.
Aunque le estaba mintiendo, algo en sus palabras era cierto—: Soy bajita,
de pelo y ojos oscuros. ¿Sabes cuántas chicas en Seattle tienen mis
características?
Jesse frunció los labios, no muy convencido, aunque resignado a dejar ir
el tema. Ver cómo su rostro se suavizaba le hizo morderse el labio inferior.
Quiso decirle que era ella, que estaba ahí. No obstante, sabía que era la
oportunidad perfecta para tantear el terreno antes de decirle la verdad. Si es
que llegaba a hacerlo.
—Tienes razón. Lamento incomodarte con este tema, mi memoria es un
poco desastrosa. Verás, soy agente inmobiliario y, para ello, jamás olvido
nada: ni rostros, ni nombres, ni direcciones. Podría decirte ya mismo
quiénes fueron mis primeros diez clientes, cómo lucían en su momento y
qué apartamentos les vendí o alquilé. Ahora bien, si me preguntas quiénes
fueron mis compañeros de la facultad me quedaré en silencio. Solo
recuerdo a un puñado.
Los ojos de Arizona se iluminaron mientras lo escuchaba. Aprender
cosas sobre él podría convertirse, fácilmente, en su nuevo pasatiempo.
—Es natural que tu mente se esfuerce más para cosas de trabajo. A mí
me pasa lo mismo.
—¿En serio?
«Sí. Puedo recordar los nombres y fantasías de mis clientes, pero suelo
olvidar que tengo un novio con el que me voy a mudar. Pequeño detalle».
—Más o menos, sí. —Le sonrió y bebió vino solo para tener la boca
ocupada y no soltar ninguna tontería.
—Trabajas en la boutique, ¿cierto?
Casi se atragantó con el líquido oscuro, por suerte tenía buenos reflejos.
Lo último que necesitaba era delatarse con el tema laboral.
—Trabajé. —Enfatizó el verbo en pasado—, fue donde conocí a Debbie.
Ahora no estoy allí, pero no quisiera hablar de eso.
—Está bien. —Una de las comisuras de su boca se elevó y le dedicó una
pequeña sonrisa llena de entendimiento que le estrujó el corazón—. Lo
importante es que estés haciendo algo que te haga feliz, y si no es así,
espero puedas dedicarte a lo que te gusta muy pronto.
—Ojalá fuera tan fácil. —Suspiró. Él la miró con curiosidad, mas no
supo si era apropiado hacerle una pregunta al respecto. Ella cuidó muy bien
la explicación que le daría para no exponerse demasiado—: Siempre me ha
gustado el diseño de modas, pero no por las razones que muchos imaginan.
No quiero ser una diseñadora reconocida ni de estas que visten a modelos
raquíticas o que alimentan una imagen irreal del cuerpo femenino. Siempre
he querido diseñar ropa preciosa para aquellos cuerpos que son grandes,
hermosos y naturales. No hay catálogos variados para personas con
sobrepeso, y aunque a algunos les parezca irrelevante, a muchos les duele y
les afecta. Mi hermana menor es una de esas.
Pensó que había hablado sin ton ni son, pero cuando lo vio asentir tras
observarla con suma atención, como si estuviera de acuerdo con sus
palabras y con una mirada más seria, se sintió entendida por primera vez.
No era como si Adam no la hiciera sentir así, pero cuando tocaba temas
tan personales, su novio solía levantar los muros del desapego. A veces se
preguntaba qué más tenía que hacer para que se abriera con ella de manera
completa. Además de irse a vivir con él, claro estaba.
—¿Y por qué no lo haces?
—Como te dije, no es tan fácil. Necesitaría una inversión para
emprender con ese proyecto, y más allá de que no tengo dinero, estoy
sumergida en deudas. He hablado de esto a otras personas del nicho, pero a
nadie le importa, ¿sabes? Incluso unos cuantos me juzgaron por «fomentar
la obesidad», cuando lo único que quiero es que todos los cuerpos tengan
acceso a ropa bonita. Es algo tan simple, Jesse, y al parecer, tan difícil.
Esas últimas palabras le habían salido de las entrañas de un corazón
roto, y no debido al desamor, sino a la cruel realidad. Él no fue indiferente a
ello, así que dejó su vaso con apenas cerveza dentro sobre el mesón y dio
un paso en su dirección, lo cual le puso la piel de gallina.
Ari vio el conflicto interno que él estaba teniendo. ¿Acercarse más y
darle un abrazo de consuelo o limitarse a unas palabras de apoyo? Olvidaba
que Jesse no sabía que ella era Jessica, por lo que, para él, ese era su primer
encuentro, mientras que Ari sentía que al fin había llegado a casa tras un
largo día de trabajo o que alcanzaba un refrescante oasis después de una
eternidad en el desierto.
Él se decantó por no tocarla.
—Lo siento, Arizona. Sé que no nos conocemos, pero me habría gustado
tener lo necesario para ayudarte.
Allí estaba, ese era el adorable chico que la había conquistado en la
primera llamada, el que no temía mostrar quién era aún con quienes no
conocía o confiaba. Ari le sonrió y esta vez tomó las riendas de la situación;
apoyó la mano en el brazo de Jesse, más como agradecimiento que como
coqueteo, sin embargo, su cuerpo reaccionó de inmediato y la invadió el
deseo ferviente por robarle un beso ahí mismo.
—Está bien —murmuró ella, y por poco no se lo decía entre jadeos
porque se había quedado sin aire.
El corazón le palpitaba a mil por hora y las piernas se le debilitaron, en
especial cuando, frente a ella, él se estremeció ante el contacto también. Sus
ojos azules viajaron hasta la mano de Arizona y la miraron con
incredulidad, hasta que aterrizó la mirada en su rostro. Cuando suspiró, ella
supo que la extraña química entre ambos también había explotado en el
interior de Jesse como las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki,
destruyendo todo a su paso.
Tocarlo fue lo más parecido a probar alguna droga alucinógena, porque
todo a su alrededor empezó a distorsionarse y detrás de la figura de Jesse
solo aparecieron decenas de colores, estrellas y formas; debajo de ella el
suelo desapareció y su mente se quedó en blanco. Solo existía él en un
contexto vacío y pintoresco, como la más extraña, pero perfecta,
alucinación. Hasta que retiró su brazo, poniéndole un punto final a su
momento casi psicodélico.
—Discúlpame —se apresuró a decir Ari, abrazándose a sí misma para
mantener sus manos bajo control—, no quise incomodarte.
Dios, estuvo a punto de irse corriendo y cubriéndose el rostro. De hecho,
estaba segura de que se había ruborizado.
—No pasa nada, no te disculpes —contestó con una media sonrisa—. Es
que… No sé por qué, pero me acordé de alguien y… Nada, es difícil de
explicar.
Jesse llevó la mano a su pelo y lo meneó, revolviéndolo más.
—Ah… Pues espero no haberte recordado a alguna exnovia, sería
incómodo.
—No, no —dijo de inmediato, casi aliviado—. Se me vino a la mente
otra persona. Es raro porque no la conozco, pero… Nada, es algo tonto. No
quisiera hablar del tema, espero que no te ofenda. De hecho, creo que debo
irme.
El corazón se le detuvo por enésima vez esa noche. Se había acordado
de ella. No solo eso, estaba dispuesto a dejar de coquetear con Ari solo por
haber pensado en Jessica. No supo si celebrarlo o ponerse celosa de ella
misma. O triste porque estaba a punto de marcharse.
Como si el universo quisiera arruinar su única ventaja frente a Jesse, el
marido de Debbie, Ryan, se acercó a ellos y los saludó. Al parecer a él ya lo
conocía un poco gracias a Eric, mientras que a Arizona solo la había visto
en un par de ocasiones cuando las chicas de la boutique —y Justin— iban a
bares del centro de Seattle a caerse a chupitos después del trabajo. Ryan
siempre llegaba a rescatarlas y llevarlas a casa una por una, con su esposa
muerta de risa en el asiento del copiloto.
—Ari, creo que es la primera vez que te veo sobria —bromeó soltando
una risa sin mala intención.
«Pues me has dado una razón para ahogarme en alcohol esta noche»,
quiso decirle, porque Jesse enarcó una ceja, tal vez pensando que era una
alcohólica.
—Hola, Ryan. Siempre es bueno verte.
—Lo sé, lo sé. —Apoyó una mano en su hombro—. ¿Cómo vas con el
cambio de trabajo? Hace unos días Debbie me dijo que empezaste a trabajar
en LoveLine, espero que te hayan hecho sentir cómoda.
Ari olvidó cómo se respiraba. El estómago se le revolvió y pensó que
vomitaría en cualquier momento, incluso había empezado a sudar frío y
perdió el equilibrio. Si no era porque había puesto una mano en el mesón de
la cocina, se habría caído de culo.
Jesse la miró con los ojos bien abiertos, como si estuviera frente a un
fantasma. Sus labios se entreabrieron, mas no fue capaz de pronunciar
palabra, ella tampoco. Quería negarlo todo, decirle a Ryan que no sabía de
lo que hablaba y salir de ahí como una desquiciada, sin mirar atrás. No
obstante, la mirada de Jesse cambió, como si algo dentro de él hubiera
hecho clic. Así como ella había sumado factores, también lo acababa de
hacer él.
—¿Trabajas en…? —intentó preguntar, pero se quedó a media frase,
estupefacto.
—En LoveLine —completó Ryan, que no se enteraba de lo que estaba
sucediendo—. La misma compañía de entretenimiento en la que trabaja
Debbie.
Sin siquiera dar respuesta, Arizona se colgó en el hombro la cartera que
había dejado en el mesón y se dispuso a salir tan rápido como pudo. Estuvo
a punto de correr, mas no quería armar un espectáculo. No se detuvo en
miradas de los demás ni en ver si Jesse iba detrás de ella. Necesitaba salir
de ahí.
Sentía los latidos de su corazón hasta en la cabeza y sus pensamientos se
hicieron escandalosos, no la dejaban concentrarse en su ruta de salida. Por
fortuna, las piernas le funcionaban, después de todo, la adrenalina podía
darle fuerza hasta a los más débiles.
Casi alcanzó la puerta cuando una mano agarró la suya y la detuvo.
—Espera…
—Necesito irme —espetó sin girarse para enfrentar su mirada.
—¿Jessica? ¿Eres tú mi Jessica?
Su forma de pronunciar aquellas palabras, entre la nostalgia, el anhelo,
el desespero y el cariño le rompió el corazón. Quiso gritarle que sí y
terminar en sus brazos, sin embargo, la situación no era tan sencilla y aquel
encuentro con Jesse jamás tuvo que haberse suscitado.
—Me temo que estás confundido, no sé de quién me hablas —zanjó
soltándose de su agarre de un sopetón y abrió la puerta principal.
Los ojos le empezaron a escocer y un nudo se alojó en su garganta. Le
dolía tener que negarle la verdad, huir de aquel pedacito de felicidad que
solo con su voz la proporcionaba. Se convenció de que estaba haciendo lo
correcto y supo que no podía volver a contestar ninguna de sus llamadas. La
idea la atormentó.
Su coche no estaba muy lejos, así que siguió el camino escuchando el
eco de sus pasos por aquella desierta calle residencial. No sabía si era que
había olvidado cómo respirar o tanto agite le había hecho daño, pero los
pulmones le dolían como si hubiera trotado un maratón de cien kilómetros.
Cuando estuvo a punto de llegar a su auto, escuchó que su teléfono
empezó a sonar. Mierda, necesitaba ponerlo en silencio de inmediato para
ocultar la evidencia. Se detuvo un par de segundos y lo sacó de la cartera,
sin sorprenderse cuando leyó «Jesse» en la pantalla bloqueada.
Tragó con fuerza y, para su desgracia, no tuvo la voluntad necesaria para
rechazar la llamada.
—Sé que eres tú —dijo detrás de ella, no tan cerca, aunque tampoco tan
lejos como para poder escapar a su coche. Cerró los ojos y se resignó—.
Contesta el teléfono.
Inhaló todo el aire que pudo y siguió la instrucción. Pulsó el botón verde
y, con lentitud, se giró para encararlo. Allí estaba, con el pecho que le subía
y bajaba con rapidez, mientras su expresión era seria y casi desesperada.
Aquellos ojos azules la atravesaron de una forma tan dolorosa como
placentera y ambos se llevaron los móviles a la oreja al mismo tiempo.
Jesse dio varios pasos hasta quedar a pocos centímetros de ella.
Todo en su interior colapsó cuando lo escuchó. Tanto a través del
auricular como de manera presencial.
—Al fin te encontré.
capítulo quince
Arizona

A
ri no era precisamente una persona cobarde. Bien era cierto que le
costaba afrontar algunas situaciones —como decirle a Adam la
verdad sobre su trabajo o decirle a Jesse que tenía pareja y que no
debía hacerse ilusiones—, sin embargo, no se consideraba «cobarde». Era
una palabra muy fuerte. Tal vez prefería quedarse con «no tan valiente».
En ese momento, cuando se halló sin otra opción más que enfrentar la
verdad y a Jesse, sabía que debía vestirse de fuerza y temple. Él la había
descubierto, así que necesitaba que sus siguientes palabras fueran
contundentes. No más mentiras ni vacilaciones. Al fin tenía la oportunidad
de deshacerse de ese «no tan valiente» y convertirse en «la puta ama».
Aquella que no sentía miedo de nada.
En su situación, Mandy hubiera agarrado a Jesse por el cuello de la
camisa y le hubiera plantado un beso. Así, sin más. Es que no hacía falta
más, por Dios. Llevaban semanas hablando el uno con el otro, dándose
placer. Y, aun cuando Ari tenía todo para robarle el beso que moría por dar,
sus pies se quedaron plantados en el suelo, negados a mover siquiera un
músculo. Sus manos sudorosas parecían un ente ajeno a su cuerpo. Su boca
no hacía más que abrirse y cerrarse, balbuceando estupideces como si jamás
hubiera estado frente a un chico. «Reacciona, Arizona. De todas formas, ya
sabe que eres tú».
Jesse parecía estar atravesando por lo mismo, a pesar de que, por más
curioso que fuera, él la había perseguido y la había retado para que se
volteara. Después de semejante acto de valentía —y desesperación—, se
había quedado pálido, como si se hubiera sorprendido de que sus propias
teorías estaban en lo correcto.
Ari pudo haber dicho cualquier cosa más inteligente. No obstante, los
nervios le ganaron.
—Vaya, qué coincidencia que nos encontráramos aquí.
Por supuesto, él no se iba a quedar con solo eso, porque después de
parpadear varias veces y volver a la realidad, frunció el ceño.
—¿Me has estado tomando el pelo toda la noche? —soltó entre el
reclamo y la curiosidad—. Sabías que era yo… ¿Por qué me lo negaste?
Peor aún, ¿por qué no me lo dijiste?
«Porque tenía miedo de que me rechazaras», «Porque no sabía si eras un
psicópata», «Porque tengo novio y no sé cómo lidiar con esta situación»,
«Porque no tenía idea de cómo sacar el tema».
—Jesse, yo… —Tragó con fuerza y respirar se convirtió en una tarea
complicada, mas no imposible. Lo cual era una lástima porque pensó que
ahogarse hubiera sido mejor que decirle la verdad—. No te estaba tomando
el pelo, solo que no supe cómo afrontar la situación. Jamás pasó por mi
cabeza que podía encontrarte aquí y… todo me tomó por sorpresa.
—Ah, olvidaba que yo lo tenía todo planificado —respondió, sarcástico,
aunque no en un tono ácido, sino de una forma que ella consideró adorable.
El shock de «es real y está frente a mí» lo había superado, sin embargo,
no dejaba de deslumbrarse ante su presencia. Quizá porque había imaginado
tantos escenarios negativos que el hecho de que resultara un chico normal la
hacía sentir como en la más linda de las comedias románticas. Por otro lado,
le dolía pensar que podía estar decepcionado de ella por su actitud; no se
había cohibido de hablarle durante días para que aquella fuera la manera en
la que terminaran las cosas. ¿O iniciaran?
Él permaneció serio, por lo que la sinceridad salió de Arizona como el
vómito de los borrachos: de golpe, inminente, por borbotones y sin
compasión.
—No era mi intención que pensaras que no deseo hablar contigo o que
quiero evitarte a propósito. Bueno, sí estaba evitándote a propósito, pero no
porque no me agrades, sino porque me agradas muchísimo, ¿eso tiene algún
tipo de sentido para ti? En mi cabeza lo tiene. Cuando te acercaste a mí en
la cocina pude haber huido y, créeme, ganas no me faltaron, sin embargo,
quería descubrir quién eras, cómo eras… Si eras el chico tierno de la línea.
Supuse que si te decía que era yo no te permitirías ser tú mismo. Luego
todo se complicó y… No debí haber salido corriendo como si tuviera diez
años. Tampoco quiero que pienses que me burlé de ti, jamás lo haría.
Espero que no me odies.
—¿Odiarte? —repitió, incrédulo—. Jess… Arizona, la única razón por
la que no te planto un beso ahora mismo es porque sería inapropiado.
Se quedó con la boca abierta, no solo porque aquella declaración la
había tomado por sorpresa, sino por si acaso se le ocurría concretar aquel
beso… No pensaba ponérselo más difícil. Sin embargo, Jesse no hizo el
intento de acercarse más a ella, también permanecía abrumado ante la
situación.
—Bueno… Sí sería un poco inapropiado —admitió con pesar.
Jesse asintió, un poco complacido de tener razón.
—Debes tener muchas preguntas —añadió tras aclararse la garganta.
—Miles. Asumo que tú también.
—Millones.
—¿Qué te parecería… respondernos esas preguntas con un café de por
medio? —tanteó paseándose una mano por la barba incipiente, sin despegar
la mirada de la de ella—. O una copa de vino. O un shawarma. O ninguna
de las anteriores, solo podemos hacernos preguntas y listo.
Arizona soltó una risa nerviosa que terminó por aliviar su cuerpo y
relajarle cada músculo. Le gustaba saber que no era la única torpe de la
situación y no pudo evitar morderse el labio inferior mientras apreciaba
cómo los ojos de Jesse brillaban de una forma espectacular gracias a las
luces de aquella calle.
Se vio tentada a aceptar la invitación del shawarma, pero una parte de
ella —la infiel y soñadora— pensaba que si se atrevía a besarla en cualquier
momento no sería bueno tener aliento a ajo y salsas. Tal vez comerían árabe
en la siguiente cita.
«¿Siguiente cita?», saltó su lado racional, con las alarmas sonando en su
cabeza como la del 3312 de Monsters Inc. «No es una cita, solo vamos a
hablar con una bebida de por medio. Sin compromiso de nada». Era sensata,
madura, consciente de sus acciones. No se iba a dejar llevar por la primera
tentación que se le presentase, así que intentó dejar las cosas un poco más
claras:
—Como amigos, ¿no?
—Claro, como amigos. Tú y yo somos muy buenos amigos, Arizona.
—Buenísimos —ironizó, cohibiendo una sonrisa.
—Los mejores —contestó, divertido.
—Perfecto, entonces celebremos la amistad con ese café.
—No traje mi coche hoy, vine con Eric —comentó señalando la casa de
Debbie, que habían dejado atrás—. Puedo llamar a un taxi o…
—Está bien, yo vine en mi coche. Es un cacharro, pero podrá llevarnos
al sitio que queramos.
—Genial, porque se me ocurre llevarte a una de mis cafeterías
preferidas. Es solo para personas que conozcan muy bien Seattle, está un
poco escondida. —Le guiñó un ojo y le hizo una seña para que buscaran el
coche.
Las piernas se le habían vuelto de gelatina mientras caminaban hacia su
viejo escarabajo. Estaba por montarse en un auto con él. Una cosa era
hablar en una fiesta o en medio de la calle, pero ahora estarían encerrados
en un espacio tan reducido que temía que el delicioso aroma de su colonia
le causara un desmayo.
Cuando llegaron y ella sacó las llaves, Jesse la miró con sorpresa. Las
mejillas de Arizona enrojecieron y se sintió como una tonta, ¿por qué no
había apoyado la idea del taxi? Su coche era tan viejo que daba vergüenza
tener uno así a los treinta. Se lo había comprado cuando era estudiante y
porque en aquel entonces era lo mejor que podía pagar, pero después de
diez años con aquel vejestorio que había reparado más veces de las que
podía contar, solo sentía pena.
—Está feo, lo sé —murmuró Ari—, pero…
—¿Bromeas? Herbie es una de mis películas preferidas —contestó,
entusiasmado—. No puedo creer que tengas un escarabajo.
—¿De verdad te gusta?
Le desconcertó la reacción de Jesse porque su coche era una de las cosas
que más odiaba Adam, incluso la misma Mandy. No podía juzgarlos, andar
con Arizona significaba que cualquiera pudiera reconocer el vehículo o
atormentarse ante el rugido del motor. Con el tiempo, lo había
acondicionado muy bien para que fuera lo más cómodo posible.
—Me encanta —enfatizó. Incluso dejó de prestarle atención a ella y se
apresuró hasta llegar a la puerta del copiloto como un niño en un parque de
diversiones.
Después de suspirar y disimular que no estaba disfrutando todo lo que la
compañía de Jesse acarreaba, abrió y se adentró, para luego abrir la que le
correspondía a él. Jesse flexionó las piernas dentro, demostrando que,
aunque no fuera tan gigante como Adam, tenía que hacer un pequeño
esfuerzo para ponerse cómodo. Sin embargo, no parecía molesto, todo lo
contrario, no paró de halagar el coche durante todo un minuto.
Ari, por primera vez, se permitió comentar con alguien las cosas que le
gustaban de su auto —que no eran muchas— y él le hizo descubrir unas
nuevas. Cuando encendió el coche y la calefacción se encargó de sintonizar
su emisora preferida.
Estuvo a punto de ponerse en marcha cuando de reojo vio que Jesse se
acercaba a ella.
—¿Qué haces? —le preguntó sintiendo cómo el corazón se le paralizaba
de inmediato.
Cuando el rostro del rubio estuvo tan cerca del suyo se relamió los
labios, preparada para un beso, pero lo que hizo solo desató una guerra de
hormonas en su interior. Su mano alcanzó el cinturón de seguridad y, con
una lentitud abrumadora, lo abrochó sin dejar de mirarla a los ojos y a una
distancia peligrosa. No le fue difícil a Ari poder detallar el borde de su
barba incipiente, la finura de sus labios, las ojeras que demostraban que tal
vez no dormía muy bien o ese lunar en la mejilla…
—Te pongo a salvo, eso hago —murmuró cerca de sus labios.
—Es la segunda vez que tienes complejo de príncipe esta noche. Pensé
que no era del tipo de chica que necesitaba ser rescatada.
—Ya sabes lo que dicen… —Su mirada cayó en los labios de Arizona y
esta olvidó hasta cuáles eran las vocales o cómo se llamaba—, es mejor
pedir perdón que pedir permiso.
Ari no tenía problema en pedirle perdón siempre y cuando fuera de
rodillas.
—Bien, ¿nos ponemos en marcha? —habló él, separándose de nuevo, a
punto de reírse de la decepción de Arizona.
Sí que sería una noche larga, y algo le decía que no tardaría mucho en
volver a quedarse sin aliento.
capítulo dieciséis
Jesse

H
abía ido a la fiesta de Debbie para hablar con ella y obtener más
información sobre Jessica. Y salió de ahí con la compañía de la
mismísima Jessica.
No entendía cómo el destino había sido tan benevolente, pero eso no le
cohibió de aprovechar cada segundo. Cuando hizo la conexión entre
Arizona y Jessica se dijo que era un estúpido por no haberse dado cuenta
antes.
Arizona.
Le había gustado Jessica por su personalidad, sí. No obstante, debía
admitir que el hecho de que esa persona fuera la pequeña y preciosa
Arizona lo dejó sin palabras. La realidad superaba la ficción y, en definitiva,
todas sus fantasías. Ya le había puesto el ojo en la fiesta, le había parecido
bonita y bastante simpática; lo suficiente como para considerar llevarla a su
apartamento esa noche —al menos hasta que le invadió aquel ridículo cargo
de conciencia—, y prepararle el desayuno al despertar.
Ahora bien, que ella fuera Jessica…
Suspiró y descansó las manos en los muslos. Ambos se habían quedado
en silencio cuando emprendieron el camino al centro de Seattle. Joder,
había estado a punto de besarla y no había nada más que deseara hacer. En
esos últimos minutos lo que hacía era pensar en formas distintas de robarle
un beso, o cien. Lo había querido hacer apenas descubrió que ella era
Jessica y desde entonces no había un solo segundo en el que no la
imaginara entre sus brazos. Y entre sus labios.
Cuando llegaron a la cafetería que indicó, se bajaron sin medir palabra.
Se dio cuenta de que ella abría la boca varias veces para hablar, pero no se
decidía sobre qué decir. No podía juzgarla, él hacía lo mismo.
—Este lugar es agradable —murmuró paseando la mirada por las
paredes recubiertas de madera y las lámparas viejas que iluminaban de
manera tenue.
Era una de sus cafeterías favoritas y se encontraba prácticamente oculta;
no había un cartel fuera del local ni nada que le identificara. Quienes
llegaban allí lo hacían por recomendación de gente que lo había
descubierto.
—Sí. Lo bueno es que no lo conocen muchas personas, es difícil
encontrarlo.
—¿Has tenido citas secretas aquí? —preguntó, divertida. Enarcó una
ceja y la curvatura de su labio la hizo lucir todavía más guapa.
—Esta es la primera.
Las mejillas se Arizona se enrojecieron y Jesse vio casi en cámara lenta
cómo su expresión pasaba de la diversión a la sorpresa en menos de dos
segundos. No pudo evitar reírse.
—Es broma. Te dije que era una salida de amigos y nada más.
—Claro, claro —contestó escondiendo un mechón de su brillante pelo
castaño detrás de la oreja.
Aún no identificaba si lo veía como un amigo de verdad —lo cual sería
una barbaridad— o si solo le estaba siguiendo la corriente. Porque para
Jesse ellos dos no eran amigos, es que ni cerca de serlo. Ambos se habían
dado placer mutuamente, la había escuchado gemir del otro lado de la línea
y hasta la había hecho acabar —por no mencionar todas las ocasiones en las
que se corrió gracias a ella—, y ambos habían declarado que existía una
química entre ellos. «Amigos mis cojones», se dijo.
Después de pedirse cada uno un café y un budín5, se sentaron en un
sillón ubicado en el rincón más lejano de la cafetería. Cuando la tuvo a su
lado hizo un intento sobrehumano para no bajar la mirada a las piernas que
aquel vestido no se molestaba en ocultar. Suspiró, llenándose de autocontrol
para no invitarla a su casa ahí mismo.
—Entonces… ¿cuántas llamadas has recibido desde que dejaste tu
número en los ferris?
Él se rio y rodó los ojos.
—Más de las que me gustaría contar. Me dan igual los mensajes porque
puedo bloquear los números o ignorarlos. El problema es cuando me llaman
porque parte de mi trabajo se basa en recibir llamadas de potenciales
clientes.
—No puedo creer que hicieras todo eso.
—Valió la pena. —La sonrió—. Aunque de haber sabido que te iba a
encontrar en la fiesta de Debbie no habría dejado mi número en todas
partes. Lo más loco de la situación es que ya nos habíamos encontrado un
domingo. ¿Cómo no te reconocí?
—No tenías manera de saber cómo lucía… Y creo que en ese momento
teníamos suficientes cosas en mente como para sospechar que estábamos
uno junto al otro. —Hizo una pausa y ladeó la cabeza para mirarlo con
curiosidad—. ¿Por qué fuiste al ferri ese día? Cuando hablamos después de
esa ocasión me dijiste que fuiste para conseguir inspiración, ¿es cierto?
Intentó recordar la tarde en que se cruzó con ella sin saberlo y asintió.
—No fui por inspiración, eso fue una mentira blanca. Esa tarde tenía
que encontrarme con Holly, mi ex, para que me entregara unas cosas y la vi
con mi hermano. Llevan un tiempo juntos, pero verlos tan… contentos me
arruinó el día. Por eso fui a ese ferri, para intentar despejarme. Pensar en ti
me ayudó.
Ella arropó el tazón de café con ambas manos mientras contemplaba su
rostro con interés. ¿En qué estaría pensando? ¿Cuál sería su opinión sobre
el tema de Holly? ¿Creería que solo quería escucharla y salir con ella por
despecho? Bueno, aquello no sería del todo incorrecto porque una parte de
sí ansiaba olvidarse de Holly a como diera lugar; no obstante, su interés por
Arizona trascendía cualquier deseo de superar a su ex. Cuando hablaba con
ella, o solo pensaba en ella, sentía que ya había superado a Holly.
La mirada de Arizona mostró un brillo triste y eso llamó su atención.
—¿Qué sucede?
—Jesse…
Si antes le encantaba cómo lo pronunciaba, ahora le enloquecía la forma
en que sus labios delineaban su nombre. Se quedó callada, insegura sobre lo
que fuese que quería decir. Entonces cayó en cuenta de algo muy
importante. Él había sido el insistente, el que moría por verla, el que salió
corriendo en la fiesta para que le dijera la verdad, el que la había invitado el
café… En ningún momento se había puesto a considerar si era lo que ella
quería, siempre lo había asumido, así que era probable que estuviese
incómoda.
Por Dios, si se había metido hasta en su coche. ¿Cuándo se había
convertido en un acosador de ese estilo? Puede que ella le hubiera dado el
consentimiento, pero de seguro se había sentido presionada.
Era un desconsiderado.
—Estás incómoda. Y tienes razones para estarlo, creo que te he
presionado mucho estos días. Arizona, si…
—¿De qué hablas?
—El miércoles me dijiste que no podías seguir hablando conmigo y en
la fiesta de Debbie era evidente que no querías que te descubriera. Sé que
me lo explicaste, pero eso no quiere decir que no te haya presionado para…
—Jesse, detente.
La mano de Arizona reposó en su rodilla y él hizo silencio de inmediato.
Aquel sutil contacto despertó todo en su interior, más de lo planeado. Hasta
se le puso dura al instante. ¿Por qué siempre que hablaba con ella
reaccionaba como si tuviera trece años?
—Tú no me incomodas, ni me he sentido presionada por ti —continuó
—. Estoy un poco abrumada con la situación, pero es porque mi cabeza es
un desastre en este momento. Hay tanto que quisiera decirte, preguntarte…
—Pregúntalas.
—…Y tantas cosas que sé que no debería hacer. Quiero conocerte más
y, al mismo tiempo, tengo miedo de… Nada.
—¿Miedo de qué? —Enarcó una ceja, confundido.
—De no ser lo que has fantaseado todo este tiempo. O de que, al
contrario, nos gustemos de verdad.
Jesse dejó su café en la mesita y recortó la distancia entre ambos,
quedando a muy pocos centímetros de ella. Apoyó un brazo en el respaldo
del sillón y paseó su pulgar por el hombro de Arizona, mientras que su otra
mano se debatía entre acariciarle la rodilla o la mejilla.
—¿Por qué sería un problema que nos gustáramos, Arizona?
Ella tragó saliva y entreabrió los labios. Jesse estuvo a muy poco de
comérselos, pero disfrutaba también de tenerla así, sonrojada y con los ojos
brillantes. Parecía querer sonreír y cuando miró los labios de Jesse, él solo
deseó que no dejara de hacerlo jamás.
—Me gusta que me llames así —confesó—. Esa era la peor parte de
nuestras llamadas… Quería que pronunciaras mi nombre con deseo, no el
de Jessica, no el de alguien que no soy.
Los nudillos de Jesse rodaron por la mejilla de la castaña y pareció que
le costaba respirar.
—Cuando quieras lo pronuncio con todas las ganas que te tengo.
—Ahora que me tienes aquí, ¿soy lo que esperabas?
—Eres mejor —susurró sin una pizca de exageración—. Y yo… ¿soy lo
que esperabas?
Vio cómo las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba y poco a
poco descubrió los dientes en una sonrisa sincera, dulce y preciosa. Como
ella.
—Tierno, directo y bastante apresurado para todo. Sí, eres justo lo que
esperaba.
Ambos rieron.
—Tal y como dices, soy un apresurado. —Sonrió y ella hizo lo propio
—. A veces no controlo mis impulsos. Por eso quiero conocerte, saber cuál
es tu color favorito, tu comida preferida o cuál es tu rutina de la semana.
También quiero escucharte hablar de tus sueños, de tu futura marca de ropa
o que te rías de chistes malos. Sin embargo, hay algo más que deseo.
La caricia de Jesse bajó de la mejilla hasta su cuello, haciendo que ella
cerrara los ojos y ladeara un poco la cabeza para darle más acceso. Estaba
deleitada con su compañía y con el contacto de la misma forma en que él lo
estaba. Mientras tanto, sus labios le picaban, le ardían y le exigían que los
aterrizara en su cuello o que bajara hasta sus pechos. Lo imaginaba a la
perfección, el tamaño, la textura, lo suaves que serían. Imaginó que bajaba
la mano hasta su vientre, la paseaba por sus muslos...
Pero esa era la cuestión, estaba cansado de imaginar. Ahora que la tenía
ahí, suspirando cerca de los labios y añorando más de él, sabía que por fin
podría consumarlo. Por Dios, la complacería de todas las maneras posibles.
Ella sería la protagonista de sus noches y él un fiel sirviente dispuesto a
hacerla alcanzar el cielo.
—¿Qué otra cosa deseas? —susurró, aún con los ojos cerrados y tras un
débil jadeo.
—A ti. Permíteme llevarte a mi casa, o a la tuya. Si las fantasías son
para hacerlas realidad, ¿a qué estamos esperando?
Ella abrió los ojos con lentitud y lo miró, regalándole una afirmativa que
desapareció de su expresión poco después. De hecho, al cabo de un par de
segundos se enderezó y tomó la mano de Jesse, que acariciaba su cuello,
para bajarla a su regazo.
—No puedo. Lo siento —murmuró—. En realidad, no sé si hice bien en
haber venido.
Jesse frunció el ceño y parpadeó, estupefacto. ¿Acaso había imaginado
lo que acababa de suceder? ¿Estaba perdiendo la cabeza?
—Yo… no comprendo.
—Supongo que ya es momento de que sea honesta.
Cualquier rastro de que ella había disfrutado lo anterior se desvaneció.
Ahora solo permanecía callada, seria y con una expresión de
arrepentimiento gigante que hizo que en el estómago de Jesse se alojara un
nudo.
—¿Qué sucede, Arizona?
Ella levantó la mirada y exhaló antes de contestar:
—Si no podemos ser solo amigos, entonces no deberíamos seguir
hablando, Jesse. Tengo novio.

✽ ✽ ✽
Arizona
Ahí estaba. Lo había dicho.
Se sintió libre y tranquila, como si se hubiera quitado un gran peso de
encima. Tal vez decirle la verdad a Jesse no borraba que sentía cosas por él
y que tal hecho ponía en peligro su relación con Adam, pero por lo menos le
estaba devolviendo esa dosis de honestidad que él siempre le había dado.
Por no mencionar que era lo correcto, sobre todo con su novio, quien
permanecía ajeno a aquel drama y ni siquiera se imaginaba que su novia
trabajaba en una línea erótica o que se sentía atraída hacia uno de sus
clientes más leales.
El rostro de Jesse se bañó en sorpresa, hasta confusión. Ari lo entendió,
después de todo, no le había comentado en ninguna de sus conversaciones
—ni siquiera en las que se llevaron a cabo fuera de LoveLine— que tenía
pareja, o que estaba enamorada de su novio. Porque sí, ella estaba
enamorada de Adam. O al menos creía estarlo.
—¿Estás en una relación? —preguntó, parpadeando un millón de veces
por minuto.
Las mejillas de Ari se tiñeron de rojo y la valentía se entremezcló con
vergüenza. A fin de cuentas, un sentimiento no excluía al otro.
—Sé que debí habértelo dicho antes.
—Por supuesto que tuviste que habérmelo dicho antes —contestó
negando con la cabeza y alejándose de ella, aunque sin levantarse de aquel
pequeño sillón—. Al menos el día que hablamos por primera vez fuera de
LoveLine. Pensé que... Nada, olvídalo, son solo cosas mías. No es como si
fuéramos algo y ahora entiendo por qué me colgaste la llamada el
miércoles. No era mi intención sabotear tu relación.
Jesse exhaló con pesadez y su expresión hizo que el corazón de Ari se
encogiera.
Decepcionado. Lo había decepcionado.
—No somos nada, tienes razón —concedió ella—, pero sí alimenté que
te ilusionaras conmigo. Y lo hice porque en el fondo yo también me hice
ilusiones contigo.
Él levantó la mirada y sus ojos azules recorrieron el rostro de Ari,
expresando más confusión que antes. Demonios, ¿cómo no se daba cuenta
de lo que era tan obvio? ¿Cómo no veía que se derretía por él y que cuando
estaba cerca solía olvidar todos sus compromisos? Al mismo tiempo, quería
que se alejara de una vez, de esa forma se le haría más fácil sacarlo de su
cabeza.
—No dejo de sentirme culpable con todo esto —añadió, abrazándose a
sí misma—. He tenido unos meses de mierda y mis conversaciones contigo
han sido lo único que me ha hecho suspirar. El problema es que haces que
me olvide de Adam y, por ende, que me carcoma la culpa y el
remordimiento. A la vez, mi mente me traiciona y lo único que hago es
pensar en ti, en cuándo nos veremos, en tus llamadas... Es por eso por lo
que no podemos seguir viéndonos, porque, aunque me gustes, no dejas de
poner en peligro mi trabajo y mi relación.
Vaya. Hasta ella se quedó sorprendida y perpleja ante lo que acababa de
decir; había sido como si un espíritu cargado de madurez hubiera entrado en
ella y pronunciado aquellas palabras.
Jesse la observó. La escuchó con atención y luego permaneció pensativo
durante algunos segundos que se hicieron agónicos. Pareció cabizbajo y
resignado hasta que, de repente, su mirada se avivó y se llenó de fuego.
Entonces su semblante se transformó en uno más determinado.
—¿No puedes seguir viéndome, o no quieres?
—Jesse, claro que me gustaría que nos viéramos de nuevo, que
habláramos siempre, pero...
—Soy sensible al tema de la infidelidad, Arizona, porque, como ya
sabes, mi exnovia me engañó con mi hermano, así que no perdono que una
persona traicione a otra. Ahora bien, si es cierto que quieres seguir
viéndome, entonces deberías replantearte si es buena idea que sigas en una
relación con ese tal Adam. Cuando quieres a tu pareja no consideras verte
con alguien más.
—Tengo que hablar con él sobre algunas cosas aún más importantes, en
realidad, como el hecho de que trabajo en una línea erótica.
—¿Tu novio no lo sabe? —inquirió con la mandíbula desencajada.
Negó con la cabeza, sabiendo que estaba desmoronando la imagen que
tenía de ella. Quizás era mejor así.
—Estaba muy endeudada, necesitaba el trabajo y Adam... Tiene el
trabajo ideal, ¿sabes? Es un tipo exitoso, carismático y muy astuto. Al
principio no le hablé de LoveLine porque me dio vergüenza que sintiera
lástima por mí o, peor aún, que se molestara por mi forma de salir de
deudas. El problema es que poco a poco esa vergüenza se fue convirtiendo
en un miedo cada vez más grande, una bola de nieve que no ha parado de
crecer.
—Joder.
—Lo sé.
—Puede que no se hubiera molestado contigo si se lo hubieras dicho al
principio —contestó—. Sin embargo, si llevas mucho tiempo sosteniendo
esa mentira es probable que se enfade. Y no es que quiera ser abogado del
diablo, pero tendría todos los motivos para enfadarse. Yo lo haría.
Ari asintió.
—¿Lo amas?
Eso la agarró fuera de base y tuvo que tomarse un par de segundos para
repetirse la pregunta hasta dar con la respuesta.
—S-Sí... Es decir, estoy casi segura.
Unos minutos atrás se había dicho a sí misma que sí lo hacía. El
problema era que Jesse le nublaba el juicio, y el corazón.
Él enarcó una ceja y frunció los labios. Ambos sabían que no había sido
demasiado convincente —nada convincente, en realidad—, pero no ahondó
en ello, lo cual agradeció. Era lo suficientemente incómodo tener que
reconocer que quería a su novio en frente de Jesse.
Ambos terminaron su café en silencio y dejaron sus tazas de lado. A ella
no dejaba de sorprenderle cómo Jesse se estaba tomando la situación con
tanta calma. Pensaba que aquello era el inicio de una tormenta y que en
cualquier momento estallaría.
Se levantaron y salieron de aquella cafetería. La temperatura había
bajado tanto que los dientes de Arizona castañearon al poco tiempo de
encontrarse en las afueras del lugar y guardó las manos en los bolsillos.
Ninguno fue capaz de emprender camino al coche, sino que se quedaron
uno frente al otro, mirándose con torpeza.
¿Y ahora qué debía hacer? No podía invitarlo a su casa y quedaba
bastante claro que él no la invitaría a la suya. Tenía suerte de que siguiera
hablándola porque si hubiera sido el caso contrario ella lo hubiera mandado
a volar al instante de enterarse de que tenía novia.
—Sé que dije que soy sensible al tema de la infidelidad —dijo en voz
baja y una seriedad inquebrantable—, pero si quieres que nos veamos, no
me negaré.
La seguridad de aquellas palabras y el deseo que ocultaba su mirada la
hicieron suspirar. No sabía hasta qué punto eso era romántico o retorcido,
pero lo cierto era que se moría por pedirle que la besara sin pensar en nada
más, y sabía que él aceptaría.
—Tendré que charlarlo con la almohada antes de darte una respuesta,
Jesse.
Él sonrió con un ápice de socarronería.
—En mi mente las palabras «charla», «almohada» y «Arizona» pegan
muy bien y me han traído una bonita imagen mental.
Ari se rio y negó con la cabeza.
—Antes de confesarte la verdad, ya tenía pensado hablar con Adam. No
puedo garantizarte nada —murmuró—. Tampoco pienso ponerte en esa
situación. Sé lo que pasaste con Holly y no tengo intenciones de que vivas
un momento incómodo por mi culpa.
Sus ojos azules contemplaron su rostro y se relamió los labios.
—Contigo nada es incómodo, Arizona. Todo lo contrario. Y ya estoy
cansado de ser el tonto del que se burlan.
—Jesse...
—Me gustas —declaró—. No nos conocemos a profundidad, es cierto,
pero lo que conozco de ti me encanta. Y si tengo que conformarme con
algunas salidas, en las cuales no podamos tocarnos, besarnos o pasar la
noche juntos, no tendré problema, porque solo quiero seguir hablando
contigo. Ahora bien, si tú quieres que nos besemos y follemos como
animales salvajes pues tampoco diré que no. —Dio un paso hacia ella y con
el dedo índice le levantó el mentón con suavidad—. ¿Podrías contestarme
una sola cosa?
—La que quieras. —Suspiró, hipnotizada por la manera tan dulce y
segura que tenía de mirarla, hablarla y hasta tocarla.
Le había puesto la piel de gallina con solo su dedo índice, así que no
quería ni imaginar lo que sucedería con su cuerpo si emprendiera otro tipo
de caricias, o cómo se sentiría uno de sus besos.
—¿Te gusto?
Era un poco egoísta que le hiciera esa pregunta, ya que era acorralarla y
dejarla entre la espada y la pared, cuando todavía tenía que tomar una
decisión. Debía meditarlo, por no mencionar que la conversación que le
esperaba con Adam sería extensa y el panorama no era muy favorable. No
obstante, tampoco era la indicada para criticar a Jesse porque ella había sido
aún más egoísta al alimentar sus ilusiones ocultando que tenía novio.
Ari tragó con fuerza y asintió.
—Sí, me gustas.
Su pulso se disparó y sus sentidos entraron en alerta cuando le vio
acercarse su rostro cada vez más, sin perder su pequeña, pero atractiva,
sonrisa.
Era la segunda vez esa noche, y no por ello empezaba a acostumbrarse.
¿Qué haría? ¿La besaría? ¿Aún después de todo lo que le acababa de
admitir y tras él haberle dicho que esperaría por su respuesta? ¿Acaso había
cometido un error al confesarle que le gustaba?
Puede que verlo aproximarse la asustara tras todas las consecuencias
negativas que ya sabía de memoria, sin embargo, quería que lo hiciera.
Quería que la besara de una buena vez y que ambos se saciaran las ganas
que se tenían —que no eran pocas—. Sabía que todo estaría jodido si él
consumaba ese beso, pero de a ratos solo quería olvidarse de todas las
responsabilidades.
Los labios de Jesse aterrizaron en el punto medio entre su mejilla y la
comisura de su boca, regalándole un beso húmedo, casto y excesivamente
lento. Puede que no hubiera sido sobre sus labios, pero los pulmones se le
comprimieron y todo a su alrededor se desvaneció, solo existía él y ese
pedazo de piel que Jesse estaba tocando. Todo iniciaba y acababa allí.
Aunque se le ocurrió una mejor manera de acabar que también lo
involucraba a él.
Cuando se separó, su cuerpo anheló de inmediato su proximidad y la
adrenalina que su presencia le generaba.
—Tomaré un taxi —anunció—. Creo que no es buena idea que
volvamos a estar en un sitio cerrado mientras no definas qué quieres hacer a
partir de ahora. Ya tienes mi número, ya conoces mis intenciones y ya sabes
cómo soy. El resto solo depende de ti, Arizona.
capítulo diecisiete
Arizona

N
o importaba cuánto se dijera a sí misma que estaba haciendo lo
correcto al hablar con Adam, el terror la invadía cada vez que se
repetía mentalmente el discurso que planeaba darle sobre su trabajo
en LoveLine.
Por supuesto que pensaba dejar a Jesse fuera, porque si ya de por sí
intuía que Adam se molestaría al descubrir que llevaba más de un mes
trabajando en una línea erótica sin decírselo, no quería ni imaginar lo que
pensaría de ella al saber que se había visto con uno de sus clientes
regulares, por quien, además, sentía algo.
Y no era como si Arizona fuera una mujer sometida o le gustara que la
dominaran. Ella sabía que podía trabajar en donde le placiera y Adam no
tenía por qué opinar o darle instrucciones al respecto. Era su vida, su trabajo
y su forma de afrontar los problemas. Por no mencionar que, incluso, se
sentía cada vez más cómoda en LoveLine: estaba llevándose mejor con sus
compañeros, tenía una buena relación con sus clientes, las llamadas eran
cada vez más largas y con cada nuevo día obtenía más clientes. Puede que
no fuera su trabajo de ensueño, sin embargo, el hecho de que le estuviera
yendo tan bien lo hacía bastante ameno. Hasta divertido.
La cuestión era que tampoco quería que Adam la tildara de mentirosa
(que lo era), infiel (que lo era), o que se sintiera dolido por su traición (que
tenía derecho para hacerlo). Después de todo, antes de conocer a Jesse creía
que estaba profundamente enamorada de él. No obstante, las palabras de su
cliente favorito habían calado en ella: si de verdad estaba tan enamorada no
hubiera buscado a Jesse con tanto ahínco ni se le pondría la piel de gallina
cada vez que escuchaba su voz. Tal vez Mandy tenía razón y, en el fondo,
Arizona estaba con Adam por estabilidad. No estabilidad económica, sino
de otro tipo; con él tenía algo seguro, bonito, equilibrado. Puede que no
fuera la mejor relación del mundo y que el hecho de no verse todos los días
ponía las cosas más difíciles, pero no por eso atesoraba menos su relación.
Otra cosa la atormentaba: sus ganas de estar con Jesse. No podía
siquiera besarlo mientras siguiera en una relación con Adam, no quería ser
ese tipo de persona. Por no mencionar que no deseaba ponerlo a él en esa
posición. Su exnovia lo había engañado con su hermano, por Dios. De
seguro Jesse veía con mala cara a los infieles —¿y quién no?—, y ella
estaba a punto de convertirlo en «el amante». Lo peor del caso era que él
estaba dispuesto a serlo.
—¿Y si decide terminar? —le preguntó a Mandy. Ambas estaban
sentadas frente al mesón de la cocina.
—¿Tú quieres continuar esa relación, Ari? —Enarcó una ceja—. Si yo
estuviera en tu posición pediría un tiempo. No estás segura de si lo quieres
en primer lugar. Y antes de cometer la burrada de acostarte con Jesse
mientras sigues con Adam, lo mejor es que le pidas un tiempo.
—No creas que no lo he pensado, pero… —Suspiró y paseó la mano por
su cabello. Sabía que lo estaba por decir era sumamente egoísta, pero con
Mandy podía darse el lujo de decir lo que pensaba sin que la juzgara—, ¿y
si después quiero regresar y resulta que perdí la oportunidad?
—¿Y por qué regresarías con él? ¿Para no quedarte soltera? Mejor sola
que mal acompañada, cariño.
—Sé que tienes razón, Mandy, mi mente se repite eso casi siempre. El
tema es que al momento de la verdad mis ganas de estar con alguno de los
dos es más fuerte. Y ya con Adam tengo algo construido, mientras que con
Jesse… todo podría irse al demonio de un momento a otro.
—Con Adam también. Todas las relaciones pueden irse a la mierda en
cualquier momento, Ari. Ese es el problema de tenerlas. —Se encogió de
hombros y la sonrió—. Por eso me gusta vivir sin ese tipo de
complicaciones.
—¿Ah sí? —Se cruzó de brazos y enarcó una ceja.
—Sí.
—Pues llevas días de un humor tan excelente que no sé si es que te has
comprado un unicornio, te ascendieron en el trabajo y no me lo has dicho o
te están dando duro contra el muro con la pichula de Thor.
Mandy soltó una carcajada y se puso de pie. Aquella mañana se había
puesto un conjunto deportivo ajustado que la ayudaba a exhibir su cuerpo
delgado, pero con una dosis justa de curvas, que hacía que cualquiera
volteara a verla y más de uno le pidiera el número en la calle. Buscó su
suéter y se preparó para salir a trotar, como hacía todos los sábados.
—Puede que sea eso último que mencionaste. De todas maneras, no es
algo formal, solo sexo casual.
—¿Quién es? ¿Lo conozco? ¿Es alguien de tu trabajo?
—No, no. Sabes muy bien que no tendría nada con gente del trabajo, no
soy tan masoquista. Y no, no lo conoces, ni creo que lo hagas, para ello
tendría que traerlo a casa o hacer una cena y la verdad es que no estamos en
ese nivel, ni creo que lo estemos.
—Pero si he conocido a todos tus follamigos, Mandy —respondió,
confundida—. ¿Qué problema hay con que conozca a este?
—Ningún problema, solo que no sé si valdrá la pena, ¿sabes? Tal vez se
termine pronto.
—Yo te veo muy contenta, así que no sé si…
—Déjalo, Arizona.
Se echó hacia atrás, sorprendida ante la reacción de su amiga. Ella no
era de las que terminaban una conversación de esa manera y que no quisiera
presentarle a su nueva pareja casual significaba dos cosas: o que le
avergonzaba por algún motivo, o que había algo más en dicha relación que
ocultaba. Y, considerando lo feliz que lucía últimamente, tal vez lo que
intentaba esconder era que sí le gustaba su pareja nueva, más de lo que a la
misma Mandy le gustaba admitir, y tal hecho puede que le frustrara porque
no era de las que se dejaba llevar por el corazón.
Arizona asintió y dejó el tema ir. Cuando ella quisiera hablarle sobre su
intimidad ya encontraría la ocasión; sabía que con Mandy no valía la pena
insistir demasiado porque se cerraba más mientras que Ari era todo lo
contrario.
En ese momento su móvil vibró en el mesón. El corazón empezó a
acelerársele al ver el nombre de Adam.
—Debe de haber llegado —dijo Mandy al ver el teléfono de Arizona—.
Iré a trotar y si está abajo le dejaré la puerta abierta para que suba. ¿Te
parece?
—Sí, gracias.
—Suerte, campeona. —Le guiñó un ojo y se encaminó a salir del
departamento.
Vio su móvil y contestó poco antes de que la llamada fuera al buzón.
Los dedos le temblaban y sintió ganas de vomitar. Dios, si así era tener
sentimientos por alguien que no fuera su novio, no quería ni imaginarse la
culpa que sentiría de haber consumado sus ganas con Jesse. Menos mal que
a veces la acompañaba la cordura.
—Hola, Adam —saludó, intentando sonar natural.
—Arizona —contestó y pudo imaginar la sonrisa en sus labios—.
¿Cómo estás?
—Bien. Mandy acaba de salir, así que te abrirá la puerta del edificio.
—No hace falta, no pude salir de Albuquerque en la mañana. Me
agendaron una reunión dentro de un par de horas en una de las empresas
que estoy visitando acá, así que no saldré a Seattle hasta la noche y puede
que llegue en la madrugada. Lo siento.
Se tumbó en el sofá, bañada en decepción. Ya ni siquiera le sorprendía,
siempre era lo mismo. De hecho, cada vez era peor.
—Llevamos dos semanas sin vernos —se quejó.
—Lo sé, Ari, no creas que no me frustra esta situación, pero ¿qué puedo
hacer? Es mi trabajo y más bien debo agradecer que tengo uno. Hemos
hablado de esto varias veces.
—Sé que hemos hablado de esto varias veces, pero el hecho de que lo
hayamos hablado no significa que lo hayamos resuelto. Ya estoy cansada de
extrañarte.
Hubo una pausa consensuada. Ella se tomó un momento para analizar lo
que le había dicho prácticamente por impulso y él de seguro estaba
intentando descifrar el mensaje debajo de aquella declaración, además del
mensaje obvio, claro estaba.
—Algo pasó —murmuró Adam, mucho más serio esta vez—. ¿Qué es lo
que no me estás contando?
Ari palideció. No quería tener esa conversación por teléfono, sin
embargo, no sabía si quería seguir mintiéndole. Decirle que no había pasado
nada era añadirle una raya más al tigre cuando lo único que quería era
comenzar a ser honesta.
—¿Podremos hablar mañana?
—Arizona, me estás preocupando y…
—Solo quiero que hablemos, Adam —contestó, frustrada—. Quiero
verte. No es muy difícil de entender cuando estamos ambos en esta
relación, ¿no lo crees?
Más allá de aquella queja legítima, Adam tenía razón, había algo que no
le estaba contando y no era solo Jesse. Arizona estaba tan molesta consigo
misma que la única manera de descargarse era con la situación en general y,
aunque era consciente de que lo que estaba haciendo era incorrecto porque
Adam estaba tan arrinconado como ella, no podía evitar tomarlo como su
saco de arena.
Lo escuchó suspirar.
—Debería llegar a Seattle en la madrugada, como dije antes. Puedo
pasar por tu casa a primera hora y de ahí invitarte a desayunar, ¿te parece
bien? —No le dio tiempo a contestar cuando prosiguió—: Para mí tampoco
es fácil, Ari. Te he dejado claro siempre que, si fuera por mí, te vería todos
los días y dormiría a tu lado todas las noches. Sabes lo que siento por ti y
hasta dónde estoy comprometido con esta relación. Incluso te propuse que
nos mudáramos juntos el año que viene, por Dios.
Arizona tragó con fuerza y sus ojos empezaron a escocer. Adam no era
de los que hablaban sobre sus sentimientos; no los evitaba de forma radical
como Mandy, sino que era reservado y seco cuando de ello se trataba, así
que el hecho de que estuviera hablándola de esa manera sobre su relación y
lo que sentía, la conmovió.
—Lo sé, lo siento —murmuró—. Es solo que a veces… todo es tan
difícil.
—Permíteme consentirte mañana, ¿de acuerdo? Te llevaré a tu sitio
favorito y después de eso podemos ir a ver la película que tú quieras, y mira
que eso es un gran gesto porque nuestros gustos son radicalmente opuestos
—se rio, pero ella no pudo hacer lo mismo—. O podemos quedarnos en tu
casa y besarnos todo el día. O podrías pasar todo el día en mi hotel. Seré tu
esclavo sexual si así lo quieres.
—Podemos empezar con el desayuno. Lo demás lo improvisaremos.
«En realidad, no sé si quieras volver a hacer algo conmigo después del
bombazo que te soltaré en el desayuno», pensó.
—De acuerdo, me parece bien. ¿Cómo ha estado tu semana? ¿Te has
postulado para nuevos empleos? Sé que me has dicho que cada vez te
sientes más cómoda en ese call center, pero creo que una persona como tú
merece aspirar a algo mejor.
Aquellas palabras se incrustaron en su pecho y le causaron dolor,
aunque sabía que no lo hacía con intención de lastimarla. Le había tomado
tiempo deshacerse del prejuicio de trabajar en una línea erótica, hasta se
sentía conforme y contenta con su rutina.
Que Adam considerara como algo bajo —o no tan bueno— el hecho de
trabajar en un call center, la disminuía. No quería pensar lo que le diría
cuando se enterara de que sí, era un call center, pero para obtener
orgasmos.
—Tú mismo lo has dicho, es mi trabajo y debo agradecer que tengo uno.
—Se levantó y se dirigió a su habitación. Empezó a registrar su clóset con
el móvil entre el hombro y la oreja—. Creo que mejor hablamos mañana,
¿sí? Estoy un poco irritable y no quiero desquitarme contigo.
—Puedes desquitarte de otra forma —murmuró de manera pícara—.
Aún estoy en el hotel porque faltan un par de horas para mi siguiente
reunión. ¿No quieres que cambiemos a videollamada y tengamos una
conversación más… caliente?
Arizona frunció el ceño y dejó de moverse. Por un segundo se molestó
ante aquella propuesta, no obstante, entendía que Adam era su novio y,
considerando la cantidad de tiempo que tenían sin verse, era normal que
quisiera ese tipo de intimidad de nuevo, así fuera por teléfono. El problema
era que Arizona asociaba conversaciones eróticas con trabajo, e imaginar a
Adam como un cliente le disgustaba. Además, prefería hacerlo con otra
persona.
Bien era cierto que con Jesse había tenido una llamada caliente fuera de
LoveLine, pero en esa ocasión fue diferente por algunos factores; en primer
lugar, las llamadas calientes habían sido su manera de conocerse, así que
era lo que más normalizado tenían; en segundo lugar, estaba de buen humor
esa noche que hablaron y mucho más propensa a disfrutar de la
conversación; en tercer lugar, Jesse supo tantear el terreno y traer a colación
el tema del sexo telefónico de una forma atractiva, no como Adam, que
parecía indiferente a la discusión que acababan de tener.
—De hecho, creo que debo dejarte —contestó, incómoda—. Mandy
acaba de llegar a casa y quedamos en que saldríamos a almorzar. Hablamos
mañana, ¿vale?
—Bien, adiós —respondió, evidenciando que se había tomado mal la
respuesta de Arizona. Incluso fue el primero en finalizar la llamada sin
importarle más nada.
Por primera vez desde que inició aquella complicada situación, no se
sintió culpable, sino molesta con él. A lo mejor estaba buscando excusas
para poder crear un muro gigante entre ellos y así la conversación del día
siguiente fuera menos dolorosa.
A lo mejor estaba molesta y punto.
Con cada nuevo segundo se sentía más distante de Adam. Y más cerca
de escoger a Jesse.
capítulo dieciocho
Arizona

A
quella mañana el clima mimetizó el humor de Arizona. Las nubes
grisáceas cubrían Seattle por completo y amenazaban con una lluvia
torrencial, que por suerte aún no llegaba. Todo el ambiente le resultó
monocromático y lúgubre, prediciendo lo que su corazón ya sabía que
sucedería.
Se sentía como una persona que asistía a un hospital para despedirse de
un ser querido, con esperanzas de que ese no fuera el adiós, con ganas de
una última oportunidad para hacerlo mejor, pero consciente de que ya era
muy tarde para arrepentimientos, solo quedaba afrontar la situación con los
pies en la tierra y el corazón en su lugar.
Salió de su edificio y guardó las manos en el abrigo. El frío no se hizo
esperar. Al mismo tiempo prefería una temperatura tan baja, tal vez esa
incomodidad física podría camuflar la incomodidad interna y las ganas que
tenía de huir para no afrontar lo que venía.
Allí lo vio. Adam estaba esperándola en la base de las escaleras que
daban con aquel edificio antiguo. Estaba concentrado en algún pensamiento
mientras escondía las manos en aquel grueso abrigo oscuro. La brisa helada
le despeinaba un poco, haciéndole lucir aún más apuesto ante sus ojos.
El pecho se le comprimió cuando él se giró para mirarla y la sonrió. No
estaba completamente decidida a terminar su relación con Adam; en
realidad, una parte de ella quería encontrar motivos de fuerza para quedarse
a su lado. Le costaba pensar que todos los meses a su lado se irían al traste
por… ¿una confusión? No, Jesse era más que eso. ¿Mentiras, quizá? Las
mejores relaciones sobrevivían a engaños más fuertes que el que ella había
cometido.
Suspiró. Ya vería cómo saldría aquello. De momento tenía que
concentrarse en dar un paso tras otro. Poco a poco resolvería su situación
sentimental. Tal y como decía su canción favorita: «nadie dijo que sería
fácil, aunque nadie dijo que sería tan difícil».
—Ya puedo decir que mi mañana está completa —murmuró Adam
tomándola por las mejillas y depositó un beso lento y suave en sus labios.
Ella se dejó llevar, sintiendo aquel clásico cosquilleo en el estómago.
—Buenos días —susurró Arizona sin poder ocultar una sonrisa.
Toda la molestia que había sentido y las ganas de tomarse un tiempo
desaparecieron. Solo estaba él, su altura, sus ojos castaños, su pelo revuelto,
su fragancia tan imponente.
Apenas habían vuelto a hablar después de que Adam terminó la llamada
el día anterior. Él le escribió pocas veces más: para decirle cuando estaba
saliendo de Albuquerque, cuando llegó a Seattle, la hora a la que la
recogería frente a su edificio y cuando estuvo abajo. En todas esas
ocasiones ella aprovechó para mostrarse distante, sin embargo, aquello
parecía haberse desvanecido para los dos. Hasta que Adam pareció
recordarlo.
—Ari, sobre lo de ayer…
—Ya no estoy molesta —lo interrumpió sin ser tajante—. Me gusta que
estés aquí, solo necesitaba verte, aunque también hay cosas sobre las que
quiero hablarte.
—Bien, yo también quiero hablar sobre una cosa en particular —
contestó, lo cual encendió todas las alertas de Ari. Por un momento imaginó
que ya sabía lo de LoveLine, sin embargo, se recordó que no había manera
de que lo supiera—. ¿Vamos a desayunar?
—S-Sí —tartamudeó y asintió, nerviosa.
Caminaron hasta el coche que había rentado6 Adam ese día. En el
trayecto conversaron sobre trivialidades, como las cosas que habían hecho
los últimos días. Arizona le contó que había asistido a la fiesta de Debbie,
aunque no hizo énfasis en que allí conoció en persona al chico que también
le robaba los suspiros. Por su parte, Adam le habló sobre las charlas y
conferencias que había dado, así como las ciudades en las que se había
quedado. Nada fuera de lo usual.
Llegaron a uno de los sitios preferidos de Arizona y que no solía
frecuentar porque superaba su presupuesto. El espacio era rústico con
decoración antigua, casi victoriana. Servían café de especialidad y los
platos eran gourmet. Una vez que les trajeron el desayuno, Ari supo que era
el momento de la verdad, sin embargo, prefirió que empezara él.
—¿Qué querías mencionarme?
A él le tomó un par de segundos recordarlo, hasta que asintió. Entonces
su semblante se enserió.
—No quería llegar a esto, Ari. Sin embargo, quería saber si… —Hizo
una pausa y se mostró nervioso, cosa que la sorprendió. Adam no era de los
que mostraban sus vulnerabilidades, mucho menos le gustaba lucir nervioso
en frente de los demás. Irradiaba confianza todo el tiempo—, ¿podemos
retrasar el plan de mudarnos juntos?
No supo si estaba molesta o aliviada. O si era normal sentir molestia y
alivio a la vez. Por un lado, le molestaba el hecho de que, de nuevo, hubiera
algo que se interpusiera en su relación y en sus planes. No obstante, llevaba
días pensando que haber aceptado mudarse con Adam había sido una
decisión muy apresurada, por lo que, si él quería postergarlo, les daría
tiempo a ambos para pensar más sobre su relación sin la presión de una
mudanza y una nueva vida juntos. Sí, estaban juntos, ya que eran novios,
pero no era lo mismo estar en una relación a vivir con una persona con la
que mantienes una relación. Por otro lado, gran parte de su alivio se debía a
que no había descubierto su «secreto». Que, si bien ella estaba a punto de
revelárselo, le gustaba ser la dueña del momento y la sorpresa.
Otro pensamiento la invadió. Si había sido él quien propuso mudarse
juntos, no entendía por qué lo quería retrasar.
—¿Por qué quieres posponerlo?
—Necesito poner mi vida en orden antes. Además, no pareces tan
entusiasmada con la idea, así que no creo que lo quieras hacer aún.
—¿Qué te hace pensar que no estoy entusiasmada?
Adam rodó los ojos y dio un sorbo a su capuchino.
—Cada vez que te hablo sobre las opciones de apartamentos que he
visto en internet consigues formas creativas para cambiar el tema. No sé si
es que te da miedo dar el paso o no te importa.
—Adam, yo…
—No pasa nada. —Suspiró—. Sé que te hice la propuesta demasiado
pronto y por una parte creo que tuve que haber previsto que reaccionarías
así. No creas que no quiero hacerlo, pero prefiero que demos el paso cuando
estés segura de ello. —Ella intentó replicar, pero él enarcó una ceja y
prosiguió—: ¿Vas a decirme que estás cien por ciento segura?
Cerró la boca y bajó la mirada a su regazo. Por lo menos no la estaba
presionando y parecía que la entendía. No facilitaba lo que estaba a punto
de hacer, pero supo que ese era el momento perfecto para decirle la verdad.
—Hay algo que todavía no te he dicho, Adam. No porque no confíe en
ti, sino por miedo a cómo reaccionarías. Ese miedo se ha acumulado y cada
vez que estamos juntos me cuesta más decírtelo, pero ya ha llegado el
momento. De todas formas, te darías cuenta más adelante.
Frente a ella, él palideció. Aunque se le notó el esfuerzo por mantenerse
en calma, el susto invadió todas sus facciones.
—¿Estás…? —Parpadeó varias veces—. ¿Estás embarazada?
Arizona frunció el ceño y se echó hacia atrás.
—No, claro que no estoy embarazada.
Él se llevó una mano al pecho y se permitió respirar de nuevo. Bueno, al
menos aquello le había servido para saber hasta qué punto él estaba
dispuesto a avanzar en la relación.
—Todo este tiempo te he dicho que estoy trabajando en un call center y
no es así. En mi cumpleaños, tras enterarme de lo que hacía Debbie, la
escribí para saber si había posibilidad de que trabajara en la misma línea
erótica que ella. Desde entonces he estado allí como teleoperadora.
Aquello fue tan inesperado para Adam que el alivio por la noticia del
embarazo quedó atrás. Al principio solo se mostró confundido, hasta que
poco a poco fue analizando lo que le acababa de decir.
El segundo sentimiento que expresó su rostro fue el de sorpresa.
Y el tercero, molestia.
—¿En una línea erótica? —preguntó con las cejas unidas y los labios
fruncidos. No sabía qué era más grande, si la molestia o el desagrado—.
¿Tienes sexo telefónico con desconocidos por dinero?
Bueno, aquel era un resumen bastante transparente sobre lo que hacía.
—Sí.
—¿Por qué no me lo habías dicho?
La nuez de Adam subió y bajó, demostrando que había tragado fuerte.
Estaba procesando aquel momento de tensión tan controlado como podía,
aunque, por más controlado que estuviese, Arizona jamás lo había visto de
esa manera.
A pesar de alguna que otra discusión que pudieron haber tenido antes,
Adam jamás perdía el control ni estaba cerca de hacerlo, era un hombre que
sabía medirse. Después de todo, trabajaba con público y se sentaba hasta a
negociar con pequeños y grandes empresarios. Si había algo que le sobraba
era temple.
—Supongo que… —empezó a decir ella, pero se detuvo.
Se dio cuenta de que todos los motivos que se había dado a sí misma
todo ese tiempo eran mentira. Puede que le diera un poquito de miedo lo
que pensara de ella, claro, pero no era un factor decisivo en su mentira. La
razón por la que mantuvo aquello en secreto era mucho más personal, más
egoísta, y tal vez le haría ver malcriada, sin embargo, era la pura verdad.
—Porque estoy cansada de no sentirme digna de ti, Adam. —Esas
palabras salieron con dolor que, por suerte, no se plasmó en su rostro ni en
su voz, pero sí en su pecho. Por su parte, él suavizó la expresión—. Tengo
meses sin trabajar, endeudada, no tenía esperanzas. Y tú… A ti te va bien en
todo, ¿sabes? Estaba cansada de mirarte y sentir que no era suficiente.
¿Crees que ha sido fácil para mí mentirte? ¿Crees que no pienso todos los
putos días en que debo decirte la verdad? ¿Crees que no me da vergüenza
imaginar el momento en que me presente frente a tus amigos y deba decir
que soy teleoperadora de una línea erótica mientras tú viajas por el país
dando charlas y siendo importante? Me he sentido como la mierda. Si te
digo la verdad ahora es porque la mereces, no porque me haga sentir mejor.
Aquello representó un golpe para sí misma y para la gente que
apreciaba. Arizona racionalmente sabía que no tenía nada de malo trabajar
en LoveLine, después de todo, se ganaba su dinero de forma honesta y
cumpliendo un horario. El problema era que provenía de un núcleo familiar
en el que el sexo era concebido desde el punto de vista conservador:
significaba hacer el amor, compartir un vínculo, entregar tu alma a quien
quisiera recibirla y darte la suya a cambio. Sus padres veían muy mal la
promiscuidad. ¡Y ni hablar de los trabajadores sexuales! Es que si se
enteraban de que Arizona trabajaba en una línea erótica podría matarlos de
un infarto. De verdad. Su padre había sufrido uno varios años atrás debido
al estrés.
Aunque para Ari el sexo fuera un tema natural —y algo de lo que
disfrutaba sin remordimiento—, cada vez que iba a trabajar o recordaba que
era una operadora de LoveLine se menospreciaba una y otra vez. Se sentía
sucia. Las últimas semanas había logrado superarlo poco a poco, aceptar su
empleo y hasta estaba haciendo amigos, pero cuando su espíritu se
mostraba débil aquellos pensamientos negativos la invadían; llegaban para
hacerla sentir minúscula y no contaba con la fuerza necesaria para
replegarlos.
—¿Digna de mí? —repitió, sin saber cómo proceder. Sin duda, el
discurso de Arizona lo había dejado más mareado y confundido que antes,
aunque igual de molesto—. ¿Te estás escuchando, Ari? Me ofende que me
hayas mentido, pero me ofende aún más que te menosprecies. Frente a mí
no tengo a la misma Arizona que conocí en aquel aeropuerto.
—Las personas tienen problemas, y esos problemas afectan a sus
actitudes. Por supuesto que no soy la misma chica de hace cinco meses y
quiero creer que dentro de un año seré distinta. Seré mejor. Solo que ahora
estoy pasando por un momento complicado y de redescubrimiento.
—Si tantos problemas económicos tenías pudiste haber acudido a mí. Yo
hubiera…
—Por favor, no me digas que me habrías prestado dinero —lo cortó,
tajante—. No lo hubiera aceptado. Ni en aquel momento, ni nunca.
Adam dejó de lado el plato que tenía frente a él y apoyó los brazos sobre
la mesa, con sus ojos marrones y profundos irradiando un enfado colosal.
—Somos un equipo, ¿no es así? —soltó, mirándola con firmeza—.
¿Cómo pretendías mudarte conmigo si no puedes confiarme nimiedades
como esta?
—¿«Nimiedades»? —resopló, incrédula.
—Arizona, es solo dinero. Tal vez ni siquiera necesitabas tanto y podía
prestártelo sin problema. —Intentó sonar suave pero aquella
condescendencia solo aumentó la molestia de Ari—. Si eso era lo que hacía
falta para que no te pusieras a trabajar en… eso, con gusto lo habría hecho.
Su mandíbula se desencajó y lo miró sin poder dar crédito a lo que
estaba escuchando. Él ni siquiera se atrevía a repetir el nombre de su trabajo
o la empresa que le estaba dando de comer, aun cuando era algo honesto y
honrado, por no mencionar la forma tan pretenciosa de decir que tenía cómo
mantenerla y que ella, básicamente, era una tonta por no haberlo aceptado.
Eso era lo último que necesitaba, ser mantenida por un hombre por
quien esperaba dos semanas para verlo y rogarle al destino por un buen
polvo. Tal vez su relación era mucho más profunda que eso, pero en aquel
instante le dio igual.
—Si yo quiero seguir trabajando en LoveLine, ¿tendrías un problema?
Entonces, por primera vez desde que empezaron a discutir, Adam se rio.
Fue una risa breve, no obstante, logró relajarle los hombros y suavizar su
rostro. De verdad le causaba gracia lo que ella acababa de decirle, lo cual
resultó ser lo más hiriente de toda la conversación. ¿Tan mala estima le
tenía a su trabajo? ¿Tan denigrante lo consideraba?
—No me digas que estás considerando quedarte ahí —murmuró
negando con la cabeza.
—La paga no es mala, el ambiente con mis compañeros es ameno y ha
sido lo único que he podido conseguir. Además, es mi trabajo y mi vida.
Adam estudió su expresión y cuando cayó en cuenta que ella no le
estaba tomando el pelo, su sonrisa se desdibujó con lentitud.
—No puedes estar hablando en serio.
—¿Y qué si lo estuviera?
—¿Es que acaso no quieres progresar, ni siquiera un poquito? Sabía que
tenías miedo de apuntar a cosas altas, pero no puedes quedarte en el fondo.
Ella lo miró durante varios segundos, dolida y con los ojos a punto de
romper en lágrimas. Puede que no lo hiciera con intenciones de lastimarla
como lo había hecho, sin embargo, todo dentro de ella había estallado. No
podía quedarse ahí y seguir escuchándolo, de lo contrario, la poquita fuerza
que le quedaba se diluiría en aquella discusión estéril.
Negó con la cabeza y se puso de pie, colgándose la cartera del hombro.
—No estoy de ánimos para continuar esta conversación.
—Arizona, siéntate —ordenó sin despegar los dientes observando hacia
los alrededores, donde algunas personas se giraron para mirarla, dado que
se había levantado de manera estrepitosa. Su forma de hablarla la
sorprendió, era la primera vez que se dirigía a ella de esa manera—, no
quiero que dejemos las cosas así.
—Fíjate que yo pienso lo contrario. Creo que deberíamos dejar las cosas
justo así.
Él ladeó la cabeza y su ceño se profundizó.
—¿Qué quieres decir?
—Me has entendido a la perfección, Adam. Necesito tiempo para pensar
hacia dónde vamos… si es que vamos a algún lado.
—Te gusta otra persona, ¿verdad? —dijo como si nada, con frialdad e
indiferencia.
La sangre desapareció de su cuerpo y sintió como si un abismo se
abriera debajo de sus pies y, aunque quiso que se la tragara la tierra, solo se
quedó ahí, sufriendo de una horrenda sensación de vértigo. ¿Cómo se había
dado cuenta?
—Sabía que había algo más. Puede que no nos veamos todos los días,
pero soy bueno leyendo a las personas, y te conozco. Desde hace tiempo
has actuado de forma extraña, te has distanciado de mí y ahora me vienes
con una excusa para terminar, aun cuando debería ser yo quien rompa esta
relación. Después de todo, me has estado mintiendo todo este tiempo.
La tensión y el sentirse acorralada de esa forma hizo que diera dos pasos
hacia atrás. No le importó si la gente del lugar los miraba de soslayo para
no perderse el chisme.
—Sí, me gusta otra persona —admitió, juntando toda la fuerza que le
quedaba y con el mentón en alto—. No ha sucedido nada, no te he sido
infiel, aunque no dejo de estar confundida. Sin embargo, esa no es la razón
por la que decido tomarme un tiempo de esta relación, Adam, y si tú no
puedes verlo entonces me acabas de dar un nuevo motivo para irme.
Aquello lo dejó en blanco. Ella aprovechó ese instante para alejarse de
ahí y salir del restaurante sin mirar atrás.
Lo que contribuyó a sentirse peor fue que Adam ni siquiera intentó
detenerla.
capítulo diecinueve
Jesse

¿T ienesJesse
algún plan para mañana? —le preguntó Sandra.
frunció los labios y le dio un sorbo a su ponche. Estaba
exhausto por la apretada semana de trabajo que le había tocado, donde
apenas había tenido tiempo para respirar. A inicios de mes habían despedido
a dos agentes, por lo que el trabajo se le multiplicó; no sabía si estar
agradecido por conservar su empleo o querer morirse debido al montón de
trabajo que se le acumulaba por día.
Algo que tampoco ayudaba era esa constante resaca emocional. Eran
tiempos difíciles para él y sabía que le venían días de pensamientos que no
podría controlar.
Navidad era su época favorita del año, era ese espacio donde compartía
con su familia —cosa que ansiaba y adoraba—. Le gustaba el pavo asado,
las galletas de jengibre, las tartas de manzana, las luces dentro y fuera de las
casas, el frío decembrino, el aura de las calles, las sonrisas de las personas,
el constante olor a canela, los intercambios de regalos, los encuentros
inesperados. Para él la Navidad era ese evento que esperaba desde los
primeros días de enero y que jamás duraba lo suficiente. Siempre había sido
un chico muy familiar, después de todo.
Pero desde que Holly lo engañó con su hermano se generó una fractura
en su concepción de familia. Ahora no podía siquiera ver o enfrentar a
James, mucho menos a sus padres, que, además, no habían puesto objeción
en la relación de aquellos dos traidores. Ellos dos, no solo habían destruido
el corazón de Jesse, sino que hasta arruinaron la Navidad para él.
Se sentía tan inmaduro como un niño de cinco años, pero no podía
importarle menos. No iría a cenar ni pasaría Nochebuena con ellos. Se
quedaría en un departamento vacío, pues Eric se iba de Seattle y no
regresaría hasta la noche del veinticinco. Es decir, tendría que ahogarse en
su miseria solo. Bueno, ni tan solo. Ya se había encargado de comprar
suficiente alcohol y comida congelada. Haría un maratón de Parque
Jurásico, o tal vez de Mundo Jurásico, ya que Bryce Dallas Howard le
parecía una de las mujeres más hermosas del planeta.
—No, ninguno —confesó Jesse, sentándose sobre una mesa del
comedor de la oficina. Su jefa había organizado una pequeña reunión previa
a Navidad para celebrar, ya que no se volverían a ver todos hasta después
del veintiséis.
—Oh, es una lástima —contestó ella, apoyando la mano en el brazo de
Jesse—. Yo iré a cenar con unos amigos. Si no quieres estar solo en
Navidad puedes unirte a nosotros.
—Gracias por la invitación. —La sonrió—, pero no tengo ánimos para
celebrar nada mañana.
—¿Estás bien? ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
Ella lo miró con preocupación y se acercó todavía más a él, sin despegar
la mano de su brazo. Jesse se cercioró de que nadie más les estaba
prestando atención antes de separarse un poco. Lo último que quería era que
pensaran que estaban relacionados. Existía una regla no escrita, aunque
tácita, que no permitía las relaciones entre empleados y, a decir verdad,
Jesse no podía estar más de acuerdo. Sin embargo, una parte de él quería
dejarse llevar. Estaba soltero y con derecho a vivir cosas nuevas, además,
Arizona no le había llamado desde la primera y única vez que se vieron, lo
cual dejaba bastante claro cuál era su respuesta: que se quedaba con su
novio. Que, una vez más, él era prescindible y no tan interesante.
—Son solo temas familiares, aunque gracias por preocuparte, Sandra. Y
por la invitación.
—No tienes que agradecer —respondió ella. Se humedeció los labios y
le dedicó una sonrisa tierna—. Tienes mi número, así que puedes llamarme
si cambias de opinión.
Él asintió y decidió que había llegado el momento de irse a casa. Su
cuerpo se lo pedía con desespero y, a decir verdad, tenía más ganas de estar
en su cama que escuchando los planes de sus compañeros para los días
siguientes. Algunos hasta estaban emocionados por la fiesta que llevaría a
cabo la compañía el día veintiocho, a la cual habían invitado a sus clientes
más importantes.
Tardó en despedirse y cuando estuvo frente al elevador escuchó el eco
de unos tacones en aquel solitario pasillo. Se giró y no se sorprendió de
encontrarse con Sandra, quien tenía las mejillas enrojecidas y caminaba con
seguridad hacia él.
—¿Sucede alg…? —Fue interrumpido por un beso.
Puede que no estuviera ebria, pero saboreó el vodka en sus labios. Fue
uno de esos besos rápidos pero furiosos, que dejaban marca toda la noche y
que no tenían vergüenza o recato.
Cuando se separaron, él se quedó sin aliento mientras Sandra se
acomodaba el pelo y planchaba la falda con las manos.
—Feliz Navidad, Jesse.
Sin más, se dio vuelta. Así como había llegado se había ido. Lo que lo
sacó del trance fue el sonido del elevador y las puertas que se abrieron. Le
tomó varios segundos asimilar lo que acababa de suceder; cuando lo hizo
sonrió como tonto. Puede que no sintiera nada profundo por Sandra, pero
no quería decir que no había disfrutado el beso que le acababa de dar, en
especial la seguridad con la que se lo robó.
Mientras caminaba hacia su coche pensó que tal vez no estaría tan mal
invitarla a salir o pasar Navidad con ella. No pudo evitar acordarse de
Arizona. Habría preferido verla de nuevo, pero tampoco podía entrometerse
en su vida cuando ella no lo había llamado en dos semanas.
Quizás le había confesado la verdad a su novio y él decidió perdonar
que lo engañara. A lo mejor, incluso, le había hablado sobre sus llamadas o
su encuentro en casa de Debbie y se habían reído juntos de él. Quizás ese
era su destino: ser una anécdota y no un sueño, ser siempre pasado y nunca
futuro.
Mientras manejaba y se hundía en tal hueco de pensamientos, su móvil
empezó a sonar. Supuso que sería alguien de la fiesta o el mismo Eric para
avisarle de que había llegado a Oregón, pero cuando leyó el nombre en la
pantalla se impactó tanto que estuvo a punto de estrellarse.
Arizona.
Cualquiera hubiera pensado que la había invocado con el pensamiento,
pero si ese tipo de cosas sucedían, ella lo hubiera contactado mucho antes
porque él siempre pensaba en ella.
—Hola, Arizona —saludó al instante en que tomó la llamada.
—Hola, Jesse.
Quiso decirle que la había echado en falta, que había querido escucharla
desde hace días, que puso todo su esfuerzo para no llamarla, que quería
verla en ese instante, que le pasara su dirección para visitarla, que moría por
darle un beso. Por fortuna, ella continuó hablando, permitiéndole conservar
el poquito de dignidad que le quedaba.
—Te estarás preguntando por qué no me he comunicado contigo antes.
—Asumí que estabas ocupada, o que ya habías tomado una decisión con
relación a mi propuesta. Y lo entiendo, de verdad. Si eres feliz con tu novio,
no soy nadie para meterme.
—Adam y yo terminamos.
Agradeció que no estaba frente a ella, de esa manera no había sido
testigo de cómo su boca se abrió ante la sorpresa. Había terminado su
relación, ¿debido a su secreto? ¿O por sus sentimientos hacia él? Tampoco
le importó en ese momento porque lo único que le invadió fue una
abrumadora sensación de esperanza.
—¿Cuándo?
—Hace una semana. —La escuchó suspirar del otro lado de la línea y
pudo imaginar con claridad su semblante entristecido—. No te he llamado
porque necesitaba un tiempo para… procesarlo todo y darme cuenta de que
es la mejor decisión. Además, he estado con un humor de perros y no quería
que pagaras los platos rotos.
—No tienes que excusarte conmigo, sé que las rupturas pueden ser
dolorosas y creo que en tu posición yo me hubiera tomado más de una
semana. Sin embargo, no puedo negar que me alegra volver a escuchar tu
voz.
—A mí también.
—¿También te gusta escuchar tu voz? Qué pretenciosa.
Arizona se rio.
—Me gusta escucharte a ti —dijo, risueña. No sonaba seria ni triste, y
eso se le había contagiado porque él también olvidó todo el malestar de
unos minutos atrás. De todos los días anteriores.
—Quiero verte. ¿Me juzgarías si te invito a hacer algo esta noche?
—Te lo he dicho varias veces, yo jamás te juzgaría por nada —afirmó, y
eso le hizo sonreír—. En realidad… te llamaba para saber si tenías planes
para mañana. No puedo ir a visitar a mi familia porque están del otro lado
del país y Mandy se fue de viaje con sus amigos durante las fiestas, así
que… —Se aclaró la garganta y esperó un rato antes de continuar—¿tienes
con quien celebrar Navidad?
Jesse parqueó el coche en las afueras de su edificio y se quedó dentro,
sin poder creer cómo su noche y sus planes para los siguientes días habían
cambiado con una simple llamada. Con la única que había estado
esperando.
—De hecho, pensaba pasar la noche solo, tomando cerveza o whisky
mientras veía Mundo Jurásico, pero tu plan suena un poco menos
deprimente —rio.
—Podemos ver Mundo Jurásico y tomar cervezas. No tiene por qué ser
algo muy tradicional. Después de todo, lo que más importa en Navidad es
pasarla con la gente que qui… a la que le tienes aprecio.
—Me gusta cómo piensas.
—También podemos cenar shawarmas —propuso, más emocionada.
—Decidido, cenaremos shawarmas. Lo mejor sería comer con ropa
cómoda, nada de trajes, corbatas ni formalismos.
—Bien. Estaremos en pijama toda la noche. Y, sí, te reto a que salgas de
casa en pijama y llegues a la mía así.
—¿Así que lo haremos en tu casa? —Enarcó una ceja con diversión.
Aquella pregunta tenía doble sentido, aunque esperó que ella no lo captara.
—Claro, la invitación viene de mi parte. Quedamos así: mañana, ocho
de la noche, en pijama; cenaremos shawarmas, beberemos cervezas,
veremos Mundo Jurásico y…
—Puedo llevar un muérdago, así tengo una excusa para besarte.
—Si necesitas excusarte con un simple muérdago para robarme un beso,
entonces tendré que comprar diez.
Jesse le dio un golpecito al volante de la emoción. Aquello fue suficiente
para imaginar cuán cálidos serían sus labios, la suavidad de su lengua o lo
sedosa que resultaría su piel. Su cuerpo empezó a picar debido a la
necesidad de su contacto a la par que le invadía la emoción por la noche
siguiente. En menos de veinticuatro horas volvería a verla, cenarían juntos
y, por encima de todo, estarían a solas en su apartamento.
Rezó para que el tiempo pasara volando.
—Tengo que dejarte —murmuró Arizona—. Te enviaré mi dirección por
mensaje. Nos veremos mañana.
—No puedo esperar.
Ella esperó algunos segundos antes de contestar:
—Yo tampoco.
capítulo veinte
Arizona

A
rizona recorrió el departamento por décima vez esa noche para
cerciorarse de que todo estuviera en orden, y eso que no era un sitio
muy espacioso. La ansiedad la llevaba consumiendo desde el segundo
en que le hizo la invitación a Jesse. Apenas había podido dormir.
Desde la mañana en que había discutido con Adam, no lo había vuelto a
ver. Él había intentado llamarla, incluso se presentó en la entrada de su
edificio para tratar de enmendar las cosas, sin embargo, fue Mandy la que
tuvo que deshacerse de él con amenazas de llamar a la policía. Al principio
pasó un par de días con los ánimos por el suelo, no solo por el dolor que
acarreaba una ruptura amorosa, sino por las cosas que él había dicho, por la
desconfianza y por el menosprecio. Sin embargo, el hecho de que no le
doliera de la manera en la que había imaginado y que a los días quien
ocupara su mente fuera Jesse, le hizo darse cuenta de que no estaba
enamorada de Adam. Eso no quería decir que sus sentimientos hacia él no
hubieran sido profundos, sino que no eran tanto como para sumergirse en
una nube incesante de desconsuelo y desamor. De hecho, desde que había
llamado a Jesse la noche anterior, el dolor por la pérdida de Adam había
desaparecido casi por completo.
Ahora solo podía pensar en la cena, en qué temas de conversación
quería sacarle, en si se atrevería a besarla o si ella debía dar el paso, en si
llegaría en pijama como habían acordado o si, por el contrario, la dejaría en
ridículo —porque ella sí que se había uniformado con su mejor pijama
navideña—. Arizona entendía a la perfección lo que aquella cena
significaba y, sobre todo, a lo que podía conllevar.
Y estaba dispuesta a todo.
No le importó que lo de Adam hubiera sucedido hacía unos días.
Llevaba esperando por aquel tiempo a solas con Jesse casi desde su primera
llamada. Le parecía increíble cómo ya habían pasado dos meses desde
entonces.
El timbre sonó y corrió hasta el intercomunicador.
—¿Sí?
—Venir en pijama fue mala idea, me estoy congelando. Creo que voy a
morir.
Ella sonrió.
—Sube al piso tres, departamento B.
Pulsó el botón para que la puerta del edificio se abriera y entonces la
parte más difícil comenzó. En cualquier momento llegaría y su corazón se
aceleraba más con cada segundo. Repasó su apartamento con la mirada,
roció ambientador por sexagésima vez y comprobó que no tenía mal
aliento.
«Bien. Aquí vamos, Ari».
Cuando escuchó los golpecitos en la puerta, pensó que se desmayaría.
Caminó con lentitud y con las piernas amenazando con desplomarse.
Cuando la abrió, lo encontró ahí, con un pantalón de pijama, un abrigo
encima y un bolso colgado del hombro.
—Hola —lo saludó, esbozando una sonrisa.
A pesar de que sabía que ambos estaban interesados románticamente en
el otro y que lo más probable era que terminaran besándose esa noche, ella
se decantó por solo sonreír. No se acercó demasiado y le dejó la puerta
abierta para que entrara al apartamento con confianza.
—Hola —contestó él, un poco tenso.
Lo ayudó a dejar el bolso en una silla de la cocina y le ofreció algo para
tomar. Al principio todo fue un poco robótico, y es que no sabía cómo
proceder. Sabía lo que quería esa noche, mas no cómo alcanzarlo.
—Tienes una casa muy bonita —comentó, paseando la mirada por el
lugar.
—Gracias. Gran parte de las cosas son de Mandy, y debo admitir que
tiene buen ojo para transformar los sitios en hogar.
—¿Son buenas amigas? —curioseó sentándose frente al mesón de la
cocina.
Arizona asintió.
—Es mi mejor amiga. —Sonrió—. Somos muy diferentes y tal vez por
eso nos complementamos tan bien. Tú eres muy amigo de tu compañero de
piso, el hermano de Debbie, ¿no?
—Eric. —Asintió—. Sí, somos muy buenos amigos. No sé qué habría
hecho sin él después de lo sucedido con Holly.
Le dedicó una sonrisa de boca cerrada. No le resultaba sorpresivo que
siempre mencionara a su exnovia, sobre todo después de lo que le había
hecho, sin embargo, cada vez le incomodaba más.
—Entonces... —continuó él, aclarándose la garganta—, ¿el plan de esta
cena sigue siendo el mismo?
Arizona chequeó la hora en su celular y luego lo miró, emocionada.
—En un rato llegará nuestra comida y después podemos ver una película
o charlar toda la noche... O puedes irte después de comer. Depende de lo
que tú quieras hacer.
Los dedos de Jesse daban vueltas en el borde de la mesa y cuando la
escuchó decir eso último sonrió con disimulo. Procedió a levantarse y a
buscar su mochila, de la cual sacó algo que dejó a Arizona con la mandíbula
desencajada. Estaba envuelto en papel de regalo con un lazo incluido. Se
sintió como una tonta, dado que ella también se había acordado de
obsequiarle algo, sin embargo, solo pudo comprarle una tarjeta de Navidad,
la cual había firmado con un mensaje de lo más cursi.
Comparado con aquello era algo mísero y no quiso ni siquiera
entregárselo.
—No me digas que... —murmuró, llevándose las manos a las mejillas.
—Lo pondré debajo de tu árbol. Se supone que los regalos se abren a las
doce de la noche.
—Pero... —Se levantó y se apresuró en alcanzarlo—, espera, espera. Yo
solo te compré una tarjeta. No puedo aceptar que me regales algo que valga
más que una tarjeta. —Se llevó una mano a la frente—. Dios, me siento tan
tonta.
Jesse dejó el regalo en el sofá y buscó sus manos con lentitud y cuidado.
Aquel roce le puso la piel de gallina y le nubló hasta el juicio. Lo miró con
desconcierto y se quedó inmóvil cuando vio que él le besó una mano con un
cariño tal que estuvo por convencerse de que aquello tenía que ser un sueño
porque las sensaciones eran más fuertes, bonitas y sublimes de lo que la
realidad solía prometer.
Se quedó atrapada en sus ojos azules y su forma tan atenta de mirarla.
Estaban cerca, no tanto como para besarse, pero sí lo suficiente como para
perderse en el dulce aroma de su colonia.
—No te sientas así —murmuró Jesse—. Si te compré algo es porque me
acordé de ti. Porque siempre me acuerdo de ti, en realidad. Porque Navidad
es mi época favorita del año y de no ser por ti la hubiera pasado en mi
cama, ahogado en alcohol y maldiciendo al mundo entero. Con intención o
no, me diste un motivo para celebrar este día y no me cuesta nada darle un
obsequio a la persona que, de todas maneras, me gusta.
Arizona tragó con fuerza y esta vez no dudó en dar un corto paso hacia
él. A veces dudaba que fuera real porque los hombres con los que se había
topado antes no eran tan honestos con sus intenciones como Jesse, o tan
dulces, o tan cuidadosos con sus gestos.
—Se me olvidó comprar los muérdagos —contestó ella.
—Una persona muy inteligente me dijo que me excusaba en un
muérdago para robar un beso. Será mejor que deje las excusas para otras
ocasiones, ¿no lo crees?
—S-Sí —tartamudeó con la mirada puesta en sus finos labios rosados y
en cómo se había afeitado para la ocasión, en la forma tan definida de su
mandíbula, en la bonita forma de su nariz, en lo cremosa que se veía su piel
—. Mejor dejar las excusas para otras ocasiones.
Una mano de Jesse fue a parar a su cuello y sintió su aliento a pocos
centímetros, haciendo y deshaciendo todo lo que quería con sus
sentimientos, y con facilidad podría hacer lo mismo con su cuerpo. Le dolía
el pecho, aunque no era capaz de identificar si era por falta de aire o porque
estaba respirando muy rápido, ni siquiera era consciente de si sus pulmones
se mantenían funcionales. Solo podía concentrarse en cómo los ojos azules
de Jesse recorrían su rostro con una delicadeza que le tocaba hasta el alma;
y cuando sus labios curvaron una sonrisa, supo que ya estaba perdida. Sin
embargo, su móvil empezó a sonar y escuchó el timbre.
Era la primera vez que se enojaba porque la comida había llegado.
Frunció los labios y se molestó con la situación cuando Jesse enarcó una
ceja y detuvo su camino.
—¿La cena? —preguntó.
—Sí, lo siento.
Suspiró y le costó un poco volver a la realidad. Por suerte, lo logró a
tiempo para contestar la llamada al repartidor e informarle que ya bajaría a
buscar lo que había ordenado. Por su parte, Jesse se quitó el abrigo y mostró
por completo su pijama, que era todo negro y cuya franela tenía una frase
que reconoció de Juego de Tronos: «Bebo y sé cosas».
—De todos los personajes de Juego de Tronos, jamás hubiera esperado
que tu favorito fuera Tyrion Lannister —comentó, jocosa.
Jesse reparó en que se había fijado en su pijama y la miró con una ceja
enarcada.
—Es el personaje más inteligente de la serie, el infravalorado por su
familia, traicionado un montón de veces y le gusta ahogar las penas en el
alcohol. Es como si me hubiera retratado en una serie. Mejor dicho, en un
libro.
Ella sonrió. Tyrion era uno de sus personajes favoritos también, aunque
no se sentía tan identificada como Jesse.
—Regreso en dos minutos —le dijo mientras alcanzaba las llaves del
edificio—. Ponte cómodo.
Cuando estuvo sola en el pasillo a la espera del elevador, se permitió
respirar con tranquilidad. De a ratos olvidaba el efecto que tenía él en ella, y
en vez de acostumbrarse a su presencia, parecía afectarle cada vez más.
¡Había estado a punto de besarlo! No sería la primera vez, claro. Sin
embargo, en esta ocasión no existían ataduras ni culpas, ahora por fin tenía
la libertad de hacer lo que deseaba con él y el solo pensar que habían sido
interrumpidos le daban unas ganas gigantescas de darle un puñetazo al
inocente chico que repartía la comida. No era su culpa, pero quería pagarla
con alguien.
Cuando recibió los shawarmas y se dispuso a subir a su piso otra vez,
una voz dentro de ella le preguntó si no pensaba que era demasiado pronto
para dejarse llevar por sus sentimientos.
«Tal vez», se dijo, «pero no me importa».
Cuando entró en su apartamento y dejó la comida en el mesón, se asustó
al no encontrar a Jesse a la vista. Frunció un poco el ceño y caminó hasta la
sala, donde lo halló en un rincón, mirando una foto que había en la esquina
en la que aparecían Sydney y ella la Navidad anterior.
—¿Es tu mejor amiga? —le preguntó cuando se giró para verla,
dedicándole una sonrisa de bienvenida.
—Es mi hermana menor, aunque podría decir que también es mi mejor
amiga. Se llama Sydney.
—¿Sydney y Arizona?
—Sí, mis padres tienen una obsesión con los nombres relacionados a la
geografía. No me sorprendería que, de tener un hermano más, le hubieran
puesto Malibú.
Ambos rieron y ella le hizo una seña con la cabeza para que la
acompañara a la cocina. Cuando Arizona buscaba los platos en un gabinete,
los brazos de Jesse la rodearon sin tocarla. Apoyó las manos en el mesón,
acorralándola y dejándola sin escapatoria. El pecho de Jesse apenas rozaba
la espalda de Arizona, pero a esa distancia podía percibir su calor, sobre
todo cuando acercó el rostro a su cuello y su aliento tan cerca la hizo
vibrar.
—Quiero aclarar que vine esta noche para que cenáramos como amigos
—murmuró con una voz baja y ronca—. Sigue siendo mi intención, pero si
quieres que continuemos con lo que estuvo por suceder antes no tendré
problemas en complacer tus deseos.
Ella se giró para encararlo con un cosquilleo que inició en su estómago,
descendió a su vientre y se instaló en el centro de sus piernas. Ahí estaba, a
solos unos milímetros, a una distancia que la tentaba a dejarlo todo por el
todo y robarle el beso que los dos necesitaban para alcanzar una paz mental,
física y emocional que llevaban mucho tiempo buscando.
—¿Querías que cenáramos como amigos? —repitió, provocándolo un
poco.
—Amigos que se gustan mucho, claro. Aunque se me ocurren otras
ideas para comer.
—¿Qué se te ocurre? —susurró cerca de sus labios.
El pulgar de Jesse aterrizó en su labio inferior y ella no se atrevió a
despegar la mirada de la suya.
—Comerte a ti, por ejemplo —contestó acariciando su cintura con la
otra mano.
—Entonces cómeme, bésame, hazme lo que quieras. Después de todo…
—Arizona recorrió el cuello de Jesse con el dedo índice y bajó por su
pecho, hasta que se detuvo encima de su pelvis— una persona muy
inteligente me dijo que las fantasías son para hacerlas realidad.
Sin esperar una palabra más, los labios de Jesse arroparon los suyos.
Había pensado que iniciaría con dulzura y lentitud, características de su
personalidad, sin embargo, fue todo lo contrario. La besó con fuerza y
desespero, con la necesidad de expresarle de inmediato lo loco que estaba
por ella. Arizona le respondió el gesto de la misma manera: reposó los
brazos en sus hombros mientras sus manos se deslizaban por su pelo rubio y
desde su garganta se emitían sonidos de deleite al sentir las manos de Jesse
tocarla toda, desde sus muslos, sus caderas, hasta la parte baja de su
espalda… Gimió cuando alcanzó uno de sus pechos.
Ella también estaba impaciente por ese contacto, su cuerpo le dolía ante
la desesperación y era como si nada de lo que hiciera fuera suficiente para
saciarla. Necesitaba más. Lo necesitaba a él. Por eso, bajó una mano hasta
su pantalón y acarició su entrepierna, donde no se sorprendió al descubrir
que estaba duro y listo para ella.
Antes de que Jesse llegara a su apartamento había imaginado que su
primer beso sería romántico, despacio, sensual, como en las películas donde
la protagonista levanta el pie en la última escena de amor. Jamás se hubiera
imaginado que tras el primer contacto de sus labios estuviera ideando
formas de meterle la mano dentro del pantalón, pero así era la vida:
impredecible.
Jesse la levantó para sentarla en el mesón y Ari no esperó ni un segundo
para bordear su cintura con las piernas y atraerlo aún más hacia ella. Él
empezó a depositar besos en su cuello mientras Ari suspiraba de placer y
emoción. ¿Sería muy tonto confesarle que había esperado mucho tiempo
por aquello?
Estuvo a punto de explotar cuando él levantó su franela, bajó un poco su
brasier7 y acarició sus pechos, los cuales se habían endurecido desde el
primer instante en que él se había acercado. Rozó su nariz con la de Arizona
antes de delinear el contorno de su boca con la lengua, dejándole un sabor
dulzón.
Ella aprovechó para acariciar su cuello y depositarle un beso tierno en
los labios antes de sonreír.
—Ari, si crees que estamos yendo muy rápido, puedes decírmelo.
«Ari». Era la primera vez que la llamaba por su diminutivo y nunca
había sonado tan lindo y delicado. A pesar de que sus ojos irradiaban deseo
y las ganas de follársela ahí mismo sin compasión ni delicadeza, su voz
denotaba que una parte de él estaba preocupada por lo que ella pudiera
pensar o sentir. La estaba anteponiendo y, aunque quería suponer que era
algo básico en el sexo, le gustaba sentirse tan respetada. No solo por alguien
por quien sentía cosas cada vez más intensas, sino por un hombre que no
necesitaba ser su novio o conocerla a fondo para tratarla con cariño y
respeto.
—Si los dos estamos cómodos, entonces vamos al ritmo perfecto. Y, por
si quedan dudas, claro que estoy cómoda. ¿Cómo no estarlo si se trata de
ti?
Se fundieron en un nuevo beso más recatado y lento, uno que les robó el
aliento y les llegó al alma. De todas formas, esa paz no les duró mucho.
Jesse le quitó la franela sin demasiada paciencia y le desabrochó el
brasier, dejando los pechos de Arizona al aire, duros y en la necesidad de un
nuevo contacto que él no tardó en complacer. Se agachó un poco para poder
besarlos con una deliberada parsimonia; succionó con fuerza, como quien
desea dejar una marca eterna en la piel, pero lo que la obligó a gemir fue el
contacto de sus dientes con sus pezones y su manera de morderlos. Arizona
echó la cabeza hacia atrás mientras sus manos se aferraban a los hombros
de Jesse. En algún punto le empezaron a arder, pero era una de esas
situaciones en las que el dolor era aún más placentero.
Él regresó a sus labios para saborearlos con más ganas que antes,
oportunidad que aprovechó Arizona para colar una mano dentro de su
pantalón y acariciar su miembro. Frente a ella, Jesse cerró los ojos y exhaló,
mordiendo su labio inferior en el proceso. Para ayudarla, él mismo decidió
bajarse los pantalones, quedando expuesto y libre. Verlo así, grande y
erecto, solo para ella, le hizo la boca agua. Se dijo a sí misma que luego lo
probaría de otras maneras, mientras tanto, arropó el miembro de Jesse con
la mano y comenzó a masturbarlo; primero lento, deleitándose de sus
medidas y de sus expresiones llenas de placer, y luego cada vez más
rápido.
—Qué rico lo haces —jadeó él con dificultad antes de reclamar de
nuevo su boca.
Cuando Ari sintió una mano de Jesse descender a través de su vientre, lo
ayudó a quitarle también su pantalón de pijama, dejándola desnuda.
Aquellos ojos azules la recorrieron con tanta lujuria y deseo que se sintió
más sexi de lo que se había sentido jamás. Se sintió con las medidas
perfectas, con la contextura ideal, con las tetas hermosas y con la piel de
seda. Abrió las piernas para demostrarle que estaba lista para recibir todo lo
que él quisiera darle, o, mejor dicho, introducirle.
—Hasta donde recuerdo —susurró Jesse en su oído—, me dijiste una
vez que voy muy rápido y que tú prefieres ir más lento, así que pienso
complacerte incluso en eso.
Ella negó con la cabeza.
—Te necesito ahora.
—¿Qué necesitas? —preguntó con malicia, pellizcando sus pezones.
Ella gimió y le dedicó una mirada llena de súplica.
—A ti. Dentro de mí.
Jesse rodó la punta de su lengua por su cuello y luego hasta el valle de
sus pechos. Desde allí la miró con lujuria.
—¿Qué más, Arizona? —Una de sus manos paseó por su muslo y se
detuvo justo antes de llegar a su entrepierna. Ella contuvo un jadeo—. ¿Qué
más quieres que te haga esta noche?
—Creo que ya lo sabes.
El pulgar de Jesse rozó su clítoris con lentitud, haciéndola sufrir a
propósito. Ya no era el chico dulce que dudaba si besarla o no. Ahora era un
hombre casi sádico que disfrutaba verla rogar para que se la follara de una
buena vez. Aquello la excitaba todavía más.
Jesse le abrió más las piernas de forma rauda y fuerte, como un salvaje.
Luego, mientras acariciaba con una mano la humedad de Arizona, se tocaba
a sí mismo con la otra.
—Ya sé lo que quiero.
Sus ojos azules cayeron sobre ella.
—¿Qué quieres?
—Que te toques para mí —contestó Arizona—. Quiero ver cómo te
masturbas mientras me miras. Quiero ver cómo te corres, porque estoy
cansada de solo imaginarlo.
Él volvió a agarrar su miembro y empezó a cumplir la orden. Luego de
quitarle la franela y de que él quedara denudo por completo, Arizona se
recostó un poco en el mesón y lo contempló, hambrienta, pero disfrutando
de verlo tocarse. Detalló su piel, cómo las venas de su cuello y sus brazos
sobresalían mientras más rápido se masturbaba. Se sintió aún más húmeda
cuando él se relamió los labios con la mirada fija en su sexo, expuesto para
él como una obra de arte exclusiva de un museo. Ari llevó una mano hasta
su clítoris para poder darse placer, sin embargo, Jesse la detuvo para
realizar la misión él mismo. Gimió cuando introdujo el primer dedo.
—¿Te he dicho antes que me encantan tus gemidos?
Ari no fue capaz de responder, estaba perdida entre las sensaciones tan
explosivas que ese hombre le generaba.
—Más. Quiero más —pidió poco después con los ojos cerrados.
Sus deseos fueron cumplidos al instante. Al sentir la lengua de Jesse
saborear su humedad, gimió aún más fuerte. Los muslos empezaron a
temblarle y no ayudaba el hecho de que él mantenía ahora sus piernas muy
abiertas, como si necesitara un acceso completo. La devoró como si fuera
un postre exquisito, con dedicación y sin dejar un solo espacio sin saborear.
Su cuerpo se contorsionó cuando los dientes de Jesse mordisquearon su
clítoris con cuidado, pero de una manera deleitante, como nadie jamás había
hecho. Sus ojos se aguaron del placer y no ocultó ni un poquito cuando
alcanzó el clímax.
—Joder —masculló Jesse—. Te has convertido en mi sabor preferido.
Arizona se incorporó con dificultad, con la respiración acelerada y su
rostro empezando a empaparse de sudor. Aquello había sido… inigualable.
Suspiró y lo miró con los ojos entrecerrados, su cuerpo se encontraba
debilitado por aquel orgasmo y aun así necesitaba más, por lo que lo besó
con furia, descubriendo su propio sabor en sus labios, y bajó las manos
hasta su trasero, el cual apretó hacia ella.
—Aún no hemos terminado —susurró Arizona.
—Sé que no. Solo te estoy dando un poco de tiempo, parece que lo
necesitas —rio.
—Calla. —Bajó la mano hasta su miembro y no se cohibió en nada al
momento de tocarlo con la intención de hacerlo explotar. Él apoyó los
brazos en el mesón y gimió—. Necesitamos un condón. Tengo varios en mi
habitación.
—Espera.
Jesse buscó su mochila, que no estaba demasiado lejos, y de un bolsillo
pequeño sacó un preservativo. Arizona lo miró con una ceja enarcada y
sonrió.
—¿Tan seguro estabas de que terminaríamos haciendo esto?
—No, pero guardaba un poquito la esperanza.
Cerró los ojos para reírse y justo en ese momento sintió las manos de
Jesse buscar sus caderas para acercarla al borde del mesón. Miró cómo
abría el empaque del preservativo con los dientes, excitada ante esa versión
suya, la decidida y salvaje, la que solo había conocido en alguna que otra
llamada cuando se atrevía a desinhibirse por completo.
Puede que aún no conociera todas sus facetas, pero lo que había visto
hasta ahora le gustaba. Le encantaba. Sentía adoración por el chico tierno
que parecía no romper ni un plato, así como el Jesse serio y atrevido que la
hacía explotar de placer por teléfono y ahora de forma presencial. Él era
dulce y amargo, ying y yang, paz y guerra. Lo era todo. Y «todo» era lo que
ella quería de él.
Cuando terminó de colocarse el condón, rozó su sexo con la punta de su
miembro, haciendo que se quedara sin aire. Otra cosa que agregar a la lista
de lo que gustaba de él: que la hiciera sufrir, pero de buena manera y solo
en el plano sexual.
Ambos soltaron un gemido de alivio cuando entró en ella por completo.
A medida que las embestidas se fueron haciendo más rápidas y profundas,
Arizona lo abrazó, clavando las uñas en su espalda en un intento absurdo de
liberar tensión. O simplemente transmitirle cuánto le estaba gustando.
Jesse pegó la frente con la suya mientras ambos jadeaban, sudaban y se
movían a la vez, con desespero absoluto. Con él sentía cosas nuevas, o,
mejor dicho, experimentaba sensaciones más intensas. No era la primera
vez que sentía cosquillas en el estómago mientras un chico le hacía el amor,
pero solo con Jesse aquello venía acompañado de un temblor hasta en el
último de sus cabellos, o que se le pusiera la piel de gallina, o que olvidara
quién era o qué hacía ahí, o una necesidad gigante de reír, llorar, gritar,
gemir, golpear, besar. Se sentía abrumada, no obstante, completa.
—No entiendo cómo pasé tanto tiempo sin ti —confesó él ralentizando
el ritmo—. Eres perfecta.
Arizona se perdió en sus ojos y se conmovió ante lo que encontró:
transparencia y cariño. Incluso admiración. Jesse sabía que ella trabajaba en
una línea erótica, sabía que tenía novio cuando lo conoció y, aun así,
decidió buscarla; sabía que no era persona ejemplar, que estaba sumida en
deudas y que, a sus treinta, no había cumplido ninguna de sus metas, sin
embargo, en su mirada no había juicios, solo entrega. Era como si él pudiera
ver a través de esos defectos y aun así quedarse con la parte noble que vivía
en ella; que, si bien no era muy grande, todavía existía.
—Estoy lejos de ser perfecta.
—Me encargaré de hacerte ver que estás más cerca de lo que piensas.
—Puedes empezar retomando los besos que venías dándome.
Él sonrió y la complació en aquel pequeño detalle.
No quería que ese momento terminara. Incluso temía que después de
que aquel polvazo él se fuera a su casa y no volviera a aparecer en su vida.
Así que, pensando que aquella podría ser la primera y única vez que
compartiría con él ese tipo de intimidad, se bajó del mesón, le dio la espalda
y se puso de puntillas. Si existía la sola posibilidad de no volver a verlo,
entonces más le valía terminar con aquel encuentro de la misma forma en la
que había empezado: deliciosa y salvaje.
Jesse entendió que ella quería cambiar de posición y Ari no tardó en
volver a sentirlo dentro de ella. Recostó el pecho en el mesón mientras él
retomaba un ritmo rápido y unas embestidas mucho más profundas que le
hicieron sentir que sus piernas fallarían en cualquier instante. Y fallarían de
verdad. Jesse la cogió del pelo sin lastimarla y la atrajo hacia él, por lo que
sintió el sudor de su pecho contra su espalda mientras su aliento cálido se
fundía con su propio sudor en el cuello.
—Más —le pidió. No estaba segura de si podría soportar más placer,
pero lo necesitaba.
—¿Te gusta? —preguntó pellizcándole uno de los pezones. Ella asintió
con los ojos cerrados y la garganta seca de tanto gemir—. Entonces córrete
para mí, cariño. Déjame sentirte.
No aguantó otra pedida y todo se volvió blanco. Sus piernas, tal y como
había presagiado, fallaron, y de no haberse agarrado del mesón tal vez se
hubiera caído. Su cuerpo estaba contorsionado, un corrientazo recorrió su
espina dorsal y casi se le salió una lágrima. Todo valió incluso más la pena
cuando él siguió entrando y saliendo de ella hasta que un gruñido y un par
de últimas y fuertes embestidas la avisaron de que él también había
alcanzado un delicioso clímax.
No se separaron ni dijeron una palabra. Se quedaron así, respirando de
forma sonora, sudando como si estuvieran en la mitad del desierto del
Sahara, sumergidos en las secuelas de aquel orgasmo que los había dejado
inhabilitados. Al cabo de unos segundos, Jesse tomó la iniciativa de dar
unos pasos hacia atrás y se retiró el preservativo. Arizona se mantuvo
apoyada del mesón, temiendo que, si daba un paso sin agarrarse, terminaría
en el suelo.
Se giró un poquito en su dirección y le sonrió con malicia.
—Bueno… Al menos ha quedado comprobado que no padeces de
disfunción eréctil. Ni cerca.
Jesse soltó una carcajada corta y le lanzó la franela de pijama en el
rostro.
—Boba.
Se vistió como pudo y cuando sintió que su cuerpo volvía a la
normalidad caminó hasta sentarse en una silla. Jesse hizo lo mismo.
—Se nos olvidó comer los shawarmas —señaló.
—A mí no se me ha olvidado, de hecho, me estoy muriendo de hambre.
Solo espero que no tengas problemas con la comida recalentada.
—Vivo gracias a la comida recalentada —rio.
Arizona se levantó para empezar a servir y él la ayudó de inmediato, lo
cual le pareció un gesto muy amable, por no mencionar que el hecho de que
él no quisiera irse después de follar la dejaba más tranquila, significaba que
su interés por ella iba más allá de un polvo.
En un momento se tropezaron y él aprovechó para robarle un tierno beso
en los labios, como si nada; como si fuese natural.
En realidad, se sentía natural.
Todo con él siempre se había sentido así.
capítulo veintiuno
Jesse

J
esse se vio tentado a pedirle a Arizona que lo pellizcara, porque aquello
tenía que ser un sueño. Hacía tanto tiempo que no se sentía tan sereno
en compañía de otra persona, específicamente en compañía de una
pareja, incluso si lo que tenían él y Arizona no era nada formal.
En los últimos meses de su relación con Holly dejó de sentirse
acompañado o feliz, a pesar de que creía que seguía enamorado. Tal vez lo
que no quería en aquel entonces era darse cuenta de que estaba solo. Sufrió
la muerte de aquella relación aun estando con ella y quizás esa es la peor
sensación que se puede tener cuando se está con una persona.
Ahora bien, con Arizona todo era tan diferente. Lo supo desde la
primera vez que hablaron por teléfono y cada conversación lo ratificaba. Lo
sintió cuando la vio en persona, cuando la tocó, la olió. Y ahora que había
probado sus besos, su sabor, que se habían fundido en placer… supo que
había encontrado aquello que había estado buscando durante mucho tiempo.
Incluso mientras estaba con Holly. Se sentía pleno, tranquilo, y libre.
—No puedo creer que nuestros mejores amigos sean almas gemelas —
rio ella.
—Jamás digas «alma gemela» frente a él o vomitará. Así de
antirromántico es.
—Deberíamos organizar una cita a ciegas para Eric y Mandy, quién
sabe, puede que terminen enamorándose. —Hizo una pausa y se llevó el
índice al mentón—. O mejor no. Creo que Mandy está saliendo con alguien
y, aunque ella dice que no es nada formal, presiento que es el indicado.
—Ojalá pudiera conseguirle alguien así a Eric.
Después de terminar la cena, se sentaron en el sofá, cada uno con una
copa de vino para continuar la conversación. No hablaban de algo en
particular, iban pasando de tema en tema solo por el placer de hablar con el
otro.
—Jesse… —Apretó la copa en sus manos y entornó un poco los ojos,
demostrando inseguridad o tal vez timidez sobre lo que estaba a punto de
decir—, ¿por qué no seguiste los consejos de Eric? ¿Por qué quisiste
encontrarme a mí, a pesar de todas las dificultades, cuando podías buscarte
otras chicas con quienes solo pasar la noche?
Sus mejillas se sonrojaron y añadió:
—Mejor no contestes. Estoy asumiendo que quieres algo más que pasar
la noche conmigo cuando no hemos hablado de eso. Tampoco deberíamos,
eh. De hecho, mejor cambiamos de tema, ni siquiera sé por qué…
—Arizona, por supuesto que quiero algo más que pasar la noche
contigo. Y, sí, pude haber «aprovechado mi soltería» pasando todas las
noches con mujeres distintas, pero no me interesa. No solo por ti, sino
porque no me gusta ese tipo de vida. Respeto mucho a las personas como
Eric que van de flor en flor, o como Mandy, que no quieren compromisos.
Y tal vez fue muy pronto para pensar en ti y solo en ti, pero así soy. Me
gusta salir con quien tengo química, con quien la paso bien, con quien
puedo hablar y sentir que el rato ha valido la pena. El sexo, para mí, es lo de
menos.
«Aunque vaya que contigo es divino», quiso añadir.
Las mejillas de Arizona empezaron a cobrar un tono cereza, un rubor del
que podía hacerse adicto con facilidad. Sus ojos marrones recorrieron su
rostro entre la incertidumbre y el placer que le produjeron sus palabras,
hasta que, de forma lenta, esbozó una sonrisa llena de conformidad.
—De todas maneras —continuó Jesse—, he estado pensando en cómo te
sientes tú y no sé si será buena idea apresurarnos. Hace una semana que
terminaste con ese tal Adam.
Deseó que ella le respondiera que no tenían por qué ir lento. Quería
escuchar de sus labios que para ella el tipo ese no había sido tan importante,
que no lo había querido, que podía continuar con su vida amorosa como si
nada, sin embargo, Arizona asintió y agachó un poco la cabeza, sumiéndose
en sus pensamientos.
Por supuesto que ese Adam había sido importante en su vida. De la
misma manera en que Holly lo había sido para él. Y todavía lo era, aunque
quisiera negarlo.
El verdadero motivo por el que le pedía que fueran más lento era porque
no quería salir lastimado otra vez, no tan pronto, no cuando ni siquiera se
terminaba de recuperar al cien por ciento tras el engaño de Holly. El hecho
de que Arizona recién hubiera terminado con su novio solo era una amenaza
a su corazón porque él más que nadie sabía que los sentimientos podían
cambiar muy rápido, en especial cuando algunas relaciones no han sido
superadas del todo. Y, considerando la reacción de Arizona, puede que ella
no hubiera superado del todo a su ex.
—Está bien ir despacio —concedió ella—, pero eso no nos impide
seguir teniendo sexo, ¿verdad?
Él soltó una carcajada de manera involuntaria.
—No estoy tan loco como para negarme.
Estaban cerca. El brazo de Jesse descansaba en el respaldo del sofá,
justo encima de los hombros de Arizona, mientras que con su otra mano
sostenía la copa de vino. Podía quedarse así toda la noche, contemplando su
belleza y deleitándose con su voz. Se vio tentado a besarla una vez más, sin
embargo, se decantó por seguir conociéndola. Aquello era casi tan
placentero como sus labios.
—Entonces… ¿quieres ser diseñadora de modas?
Sonrió.
—Lo recuerdas.
—No olvido nada de nuestras conversaciones.
Arizona suspiró y se relamió los labios, gesto que avivó todavía más el
hambre que sentía por ella.
—Es más un sueño que una meta, porque no sé si lograré cumplirlo. —
Suspiró—. Lo que más me entristece es que, además de querer diseñar para
mí, es una promesa que le hice a mi hermana menor. Después de todo, vine
a Seattle para rodearme de gente con la que pudiera obtener la oportunidad
de crecer, de emprender. Y fue lo que menos terminé haciendo.
La observó con detenimiento y frunció un poco los labios. Él no podía
sentirse identificado porque jamás quiso una carrera en particular, solo
quería ganar dinero, y siendo agente inmobiliario ganaba bastante —porque
además tenía talento para ello—. Había logrado hacer las cosas que se
proponía. También influía el hecho de que había crecido allí, así que
contactos en Seattle tenía desde pequeño. No imaginaba lo que se sentiría
empezar desde cero.
—Exactamente, ¿qué es lo que te impide cumplir tu sueño?
—A ver, los estudios y la creatividad los tengo, el problema es el capital
para invertir en esto.
—¿Y no has intentado trabajar en alguna tienda o marca e ir escalando
hasta que puedas hacer los cambios que quieres? ¿No es más fácil?
—Claro que es más «fácil», pero no sé si, en caso de ascender, pueda
«hacer los cambios que quiero». El problema con la ropa de tallas muy
grandes es que es bonita, pero costosísima, o asequible pero horrenda. Lo
único que quiero es balancear eso. Créeme, trabajé en varias tiendas de
ropa, incluso de diseñadoras, y a ninguna le interesa diseñar para mujeres
gordas.
»El problema va más allá. Radica en que las modelos de las
publicidades son delgadas y muestran un tipo de belleza difícil de
conseguir. Hasta irreal. Y aunque las mujeres no se sientan identificadas con
esas modelos hacen lo posible por parecerse a ellas porque todo a su
alrededor les pide que lo hagan. Incluso los hombres. Cuando la sociedad
mira bien a las delgadas, cuando los hombres prefieren a las delgadas y la
mayoría de la ropa es para delgadas… entonces hacemos que las mujeres
crean que no tienen otra alternativa más que ser delgadas.
Jesse asintió. Aunque el discurso que ella le había dado no era uno feliz,
se permitió sonreír. De orgullo. En definitiva, Arizona era más de lo que
dejaba a ver a simple vista y con cada nuevo segundo quedaba todavía más
hechizado.
—La única manera de que consigas un buen inversionista es juntándote
con gente que esté metida en el mundo de los negocios.
—Eso lo sé —contestó, como si fuera la cosa más obvia—. Solo que no
tengo contactos de ese estilo.
—Pues… se me ocurre una idea.
Se giró por completo hacia Arizona, un poco nervioso ante lo que estaba
a punto de proponer. Puede que no significara demasiado para ella, sin
embargo, cualquier otra persona tomaría la invitación que estaba por hacer
como un gesto más grande interés. Mejor dicho, como un gesto más formal.
O quizá solo era un exagerado.
—¿Qué se te cruza por la cabeza? —preguntó ella enarcando una ceja y
tomó la copa con las manos.
—Dentro de unos días la compañía donde trabajo dará una fiesta.
Además de alquilar o vender apartamentos residenciales, también
trabajamos con contratos de oficinas para empresas bastante grandes, así
que a la fiesta irán personas importantes de la ciudad. Podrías ir conmigo.
No tienes garantía de que encontrarás a un inversor ahí, pero al menos
estarás más cerca. ¿Qué te parece?
La mirada castaña de Arizona se mostró sorprendida y sus labios se
entreabrieron. No imaginó qué pudo haber pasado por su cabeza antes de
escucharlo, solo esperaba que no lo tildara de loco. Después de todo, en
realidad lo estaba haciendo para ayudarla. No iba a negar que disfrutaría de
su compañía en el proceso, no obstante, su único fin con aquello era ser un
apoyo.
—Pensé que querías ir despacio —rio—. Si en esa fiesta estarán tus
amigos, tus jefes, tus clientes… ¿Qué pensarán cuando nos vean juntos?
—Que eres una gran amiga. Y una muy guapa, además. Puede que te
bese en la terraza, pero nuestra amistad es así. —Se encogió de hombros—.
De todas formas, poco me importa lo que piensen de mi vida privada y, por
suerte, no involucra a nadie del trabajo.
Lució entusiasmada y risueña ante la idea, hasta que un pensamiento le
suprimió el ánimo.
—Jesse… ¿Holly trabajaba contigo? ¿Hay posibilidad de que ella esté?
Porque no quisiera entrometerme en…
—Ella no trabaja ahí —atajó de inmediato. «Por suerte», pensó—.
Aunque varias personas de la oficina sí la conocen. Creo que algunas chicas
aún mantienen contacto con ella, pero ¿y qué? Holly está feliz con mi
hermano, así que me da igual si se entera de que la he dejado atrás.
De hecho, su lado rencoroso deseaba que los viera y que se enterara de
primera mano que ya había encontrado a una persona con la que se sentía
mucho mejor de lo que alguna vez se sintió con ella, solo que la madurez le
invadía de a ratos y trataba de deshacerse de esos pensamientos.
—De acuerdo. —Arizona asintió—. Si no genera ningún problema,
entonces ahí estaré. Muchas gracias por esta oportunidad.
—No tienes que agradecer. Para eso están los amigos, ¿no? —Sonrió
con socarronería.
Arizona asintió y dejó la copa en la mesa ratona que estaba frente a
ellos; cuando se giró para mirarlo, la expresión en su rostro era distinta. De
inmediato él supo lo que vendría. Ella se acercó con lentitud y la mirada fija
en sus labios con aspecto sediento, hambriento, deseoso, aunque no
desesperado. Jesse se preguntó qué tipo de magia negra usaba esa mujer
para desprender aquella confianza extraordinaria en sí misma cuando de
momentos íntimos se trataba o para mezclar la dulzura de su ser con un
avasallante porte de seducción.
—Amigos —repitió ella, mordiéndose el labio inferior—. Deberíamos
definir bien cuáles son los límites de nuestra amistad. Sabemos que el sexo
está sobre la mesa, ¿pero hay algo que debamos dejar fuera, o que quisieras
añadir?
—Cariño, si por mí fuera, jugaría un all-in contigo, como en el póker. Sé
que fui yo quien te dijo que fuéramos lento, pero quien debería delimitar
hasta dónde llegamos eres tú. Si me pones a elegir…
Se calló, dejándola con la curiosidad.
—¿Qué?
—-Subestimas la manera en que me estás volviendo loco, Arizona. —
Suspiró.
Ella sonrió con lentitud y cierta malicia, como el Guasón sabiendo que
había ganado la partida. Con parsimonia, empezó a quitarse poco a poco la
camisa, hasta volver a quedar con su pecho desnudo frente a él. Y, tal como
la vez anterior, Jesse se tomó el tiempo para examinar la belleza de piel o su
suavidad. Si había algo que le estaba gustando más que la misma Arizona
era la confianza que estaban desarrollando y la facilidad que tenían para
estar juntos.
Cuando intentó besarla, Arizona se apartó y se puso de pie, indicándole
con su dedo índice que todavía no era el momento. ¿Por qué pensaba
hacerlo sufrir? La vio dirigirse hasta su habitación y dudó sobre si debía
seguirla porque todo parecía indicar que quería tener el mando en esta
ocasión y él no tenía problemas en dárselo. Unos segundos después la
observó regresar a la sala con algo entre los dedos: un preservativo.
—Si es cierto que estás perdiendo la cabeza por mí, entonces quiero que
me lo demuestres —susurró para luego sentarse a horcajadas sobre él.
Aún cuando ambos conservaban sus pantalones de pijama, sabía que su
rápida erección ya le estaba generando un cosquilleo a Arizona con solo el
roce. Ella bajó la mirada hacia él, con su pelo marrón un poco despeinado y
cayendo hacia delante, con los ojos brillantes y las mejillas coloradas. Se
veía hermosa, provocativa, irreal. Jesse paseó la yema de sus dedos por su
costado desnudo, acariciando la seda de su piel hasta detenerse en la parte
baja de su espalda, sin dejar de contemplar su rostro. Quería grabarlo en su
memoria para siempre.
Arizona empezó a mover sus caderas sobre él, rozando y danzando
sobre su erección para provocarlo tanto como podía. Y funcionó. La mente
de Jesse se puso en blanco y dejó de pensar. Solo era capaz de reaccionar.
Una de sus manos intentó filtrarse en las braguitas de Arizona, pero esta se
lo impidió. Luego intentó besarla, pero ella volvió a negarse.
Probablemente estaba cobrando venganza por la forma en que él la
había hecho esperar la primera vez que lo hicieron.
—Te deseo —susurró en sus labios, como un ronroneo gatuno, lo cual le
quedaba a la perfección porque ella estaba jugando con sus ganas de la
misma forma en la que un gato juega con su presa.
—Entonces déjame complacerte.
—No, en esta ocasión me toca a mí.
Dicho eso, se apartó un poco de él. Cuando Jesse entendió lo que
sucedía, el resto de la sangre que quedaba en su cuerpo se aglomeró en su
entrepierna. Arizona se puso de rodillas frente a él y empezó a bajarle el
pantalón. Lo más excitante de la situación fue que en ningún momento dejó
de mirarlo a los ojos, ni siquiera cuando tuvo su miembro en la mano y rozó
su punta con la lengua. Jesse echó la cabeza hacia atrás y gimió cuando ella
se lo metió en la boca, arropándolo con ese ambiente cálido, húmedo y
exquisito. Todo a su alrededor eran nubes multicolor mientras la piel se le
ponía de gallina ante aquella sublime sensación. Pensó que empezaría a
alucinar en cualquier momento.
Abrió los ojos y recogió su pelo castaño en una mano mientras que con
la otra le acarició la mejilla. Lo hacía como una experta, conocía la
velocidad perfecta y hasta era capaz de hacer movimientos con la lengua
mientras chupaba como una diosa.
—Sigue, cariño —gruñó, extasiado—. Nadie me lo había hecho así
jamás.
Aquellas palabras fueron como gasolina para Arizona porque empezó a
aumentar el ritmo y el placer. Entonces, cuando él pensó que estaba a punto
de alcanzar el clímax, ella se levantó, se quitó el pantalón y las bragas para
luego buscar el preservativo. Lo abrió con los dientes tan rápido como pudo
y se lo colocó a Jesse en un abrir y cerrar de ojos. Después se sentó en él.
Estaba tan húmeda que no lo hizo despacio, sino de un solo golpe.
Jesse sintió que era un espectador, o tal vez su juguete sexual, porque
ella estaba haciendo todo sin necesidad de su ayuda y parecía tan excitada
como él, o incluso más.
Arizona clavó las uñas en sus hombros, cerró los ojos y empezó a
moverse con rapidez y desesperación. Él apenas pudo reaccionar a todo lo
que estaba sucediendo. Con una mano apretó su cadera y con la otra le jaló
un poco el cabello para que echara la cabeza hacia atrás y así poder besarla
en el cuello y el pecho sin inconveniente. Sintió un cosquilleo en las piernas
anunciando que estaba cerca del orgasmo y no se permitió cerrar los ojos, al
contrario, memorizó cómo el rostro de Arizona se contorsionaba, cómo sus
labios estaban enrojecidos de tanto mordérselos y cómo sus gemidos
estaban evolucionando a gritos de placer. Toda su pelvis se había inundado
de la humedad de Arizona y se deleitó ante el calor de su cuerpo, de su
aliento… y el calor que se le formaba en el pecho al tenerla de esa manera.
Aquello último no era algo puramente sexual. Puede que todo hubiera
sucedido un poco rápido entre ambos, pero no dejaba de sentir que con cada
segundo le gustaba más. Le gustaba de una forma que quizá le empezaría a
preocupar el día siguiente porque amenazaba con consumirlo, con
explotarlo y con acabar con él como ninguna otra mujer había hecho antes.
Cuando ambos alcanzaron el clímax, Arizona reposó su frente sudada en
la suya y le acarició una mejilla con suavidad, sonriendo mientras
recuperaba el aliento.
—En definitiva, me gusta esta «amistad» —bromeó Jesse, guardándole
los mechones despeinados de su cabello detrás de las orejas.
—A mí también.
—Pero me gustas más tú.
—Bueno, eso ya es inevitable —rio ella rozando la nariz con la suya.
Esa fue la primera vez que le mintió a Arizona, porque ya había dejado
de «gustarle».
Estaba enamorándose de ella.
capítulo veintidós
Arizona

E
l olor a tocino fue lo que le despertó los sentidos. Su primera reacción
fue gruñir por tener que despertarse tan temprano. Ni siquiera sabía
qué hora era, pero apostaba a que seguro le quedaban algunos minutos
más de sueño antes de que se sintiera culpable por dormir demasiado.
Lo siguiente que le gruñó fue el estómago. No iba a negar que el olor
era exquisito y el hambre se le despertó de golpe. Lo curioso era que Mandy
no era de las que cocinaban tocino a menos que fuera una ocasión especial,
así que cuando fue haciéndose consciente de lo que estaba sucediendo se
levantó de golpe, hecho que le causó un mareo infernal.
La sábana se le cayó, descubriendo su desnudez. No estaba
acostumbrada a dormir sin ropa a menos que Adam se quedara en casa.
Solo que la noche anterior se había quedado otra persona. La misma que
estaba preparando tocino la mañana del veinticinco de diciembre. ¿Había
muerto y se había ganado el paraíso?
Arizona se levantó de la cama con las piernas un poco temblorosas;
habían hecho el amor tantas veces aquella noche —y sin ninguna delicadeza
—, que no supo si sería capaz de volver a hacerlo ese día. Necesitaba
descansar un poco, no había tenido una jornada de sexo tan intensa desde
hacía mucho tiempo.
Sacó de su clóset unas bragas cómodas y grandes, nada provocativas ni
sexis. En su defensa, Jesse estaba lo suficientemente impresionado con su
desempeño sexual —no paró de repetirle en toda la noche que era el mejor
polvo de su vida— por lo que podía darse el lujo de andar por la casa con
bragas rotas si le daba la gana y él se excitaría igual. Además, era Navidad.
En Navidad las personas pasaban el día con ropa cómoda, comiendo las
sobras del día anterior y viendo películas sobre animales que hablan. O el
típico maratón de Harry Potter. Se colocó una sudadera y salió así de la
habitación, con las piernas descubiertas.
Sonrió al verlo en la cocina, concentrado en lo que estaba preparando.
No tenía idea de que supiera cocinar, así que le sumó puntos. Además, que
le hiciera el desayuno aun cuando Arizona era la anfitriona, le sumaba más
puntos todavía.
—Buenos días —dijo.
Jesse se giró y le dedicó una sonrisa matutina que hizo que su corazón
se saltara un latido.
—Estaba empezando a preocuparme. Pensé que tanto sexo te había
matado.
—¿Qué hora es?
Miró hacia la ventana, pero el día estaba tan nublado que fue difícil
distinguir la hora. Jesse sirvió en dos platos el tocino y el huevo revuelto,
luego se apresuró a sacar rodajas de pan que había puesto en el horno.
Cuando todo estuvo listo, se acercó a ella y le dio un beso corto en los
labios.
—Ya es casi mediodía, bella durmiente.
—¡¿De verdad?! —saltó, buscando su móvil por todos lados—. Mandy
me avisó ayer que regresaba temprano a casa.
—Si quieres podemos desayunar rápido y luego me voy. Así no tienes
que pasar por un momento incómodo.
El momento incómodo lo pasaría él. Mandy regresaba temprano porque
quería adelantar en casa algunas cosas de trabajo, aunque Arizona sabía que
una parte de ella solo quería conocer al misterioso Jesse. Por más que Ari le
había dicho que era posible que él no pasara la noche allí, su mejor amiga
parecía convencida de lo contrario. Y había tenido razón.
La cuestión era que el hecho de que Jesse y Mandy se conocieran solo le
daba un toque de formalidad a su relación. Al menos para ella era así. No
sabía si él quería dar un paso como aquel o si ella estaba preparada para
eso. Por otro lado, a Mandy le daba igual, de todas formas, nunca toleró del
todo a Adam y estaba más que feliz que pudiera darle una oportunidad a
Jesse.
—Me preocupas tú —admitió—. Mandy puede ser muy imprudente a
veces.
—Lidio con clientes todos los días y vivo con el hombre más
imprudente del planeta. Creo que podré aguantar algunas preguntas
indiscretas de Mandy —contestó con una sonrisa. Se sentaron juntos en la
mesa y ella probó los huevos revueltos que había preparado, los cuales le
hicieron gemir de placer casi tanto como si estuvieran haciendo el amor de
nuevo—. ¿Te gusta? Sé que no es apropiado que registrara tu refrigerador y
cocinara, pero quería darte la sorpresa. Por no mencionar que me estaba
despertando el hambre.
—De haber sabido que cocinabas así el desayuno, habría insistido para
que nos conociéramos mucho antes. Con la comida te ganas mi corazón.
—Entonces me tocará cocinarte todos los días.
Arizona se sonrojó y continuó con la comida mientras él, consciente de
que ella solía incomodarse con ese tipo de comentarios —no porque no los
disfrutara, sino porque no sabía cómo corresponderlos—, cambió de tema.
Poco después, Arizona indagó un poco sobre la familia de Jesse; este, por
primera vez, no se mostró resentido al mencionar a su hermano. Llegó a un
lugar feliz en sus pensamientos donde recordaba la época en la que eran
más jóvenes y hacían travesuras al resto de su familia.
Al rato recibió un mensaje de Mandy que le decía que llegaría a casa
dentro de un par de horas, tiempo que podía aprovechar para disfrutar de la
compañía de Jesse sin presiones o interrupciones.
—¿Dónde quedaron los libros? —preguntó él.
Su regalo de Navidad había sido una cajita de libros de Jane Austen en
una nueva edición colorida y adorable. Lució avergonzado cuando se los
entregó en plena madrugada, dado que, según él, era un obsequio común y
tal vez demasiado cursi. Ella abrazó la caja de libros y le agradeció de
corazón. No iba a decir que era una mujer que leía demasiado ni que era fan
de Jane Austen, Emily Brontë o Virginia Woolf. Arizona prefería leer
novelas contemporáneas, de ser posibles las que eran adaptadas a películas
o series. No obstante, siempre había querido dedicarle un tiempo a leer
novelas históricas y el regalo de Jesse le cayó como anillo al dedo.
La mayor vergüenza de la noche fue que, después de un obsequio tan
especial y bonito, ella solo le entregó una tarjeta de Navidad con un
mensaje ridículo:
«Que tengas una navidad caliente. – Tu Jessica.»
Se dijo que tendría que compensarlo por aquella burla.
—Creo que quedaron en la habitación.
—Genial, ven.
Jesse la tomó de la mano y caminaron hasta el pequeño cuarto de Ari,
donde buscó uno de los libros que le regaló y la invitó a sentarse en la
cama. Ella lo hizo en el extremo opuesto al suyo, aunque estirando las
piernas en su dirección. Una mano de Jesse comenzó a acariciar su
pantorrilla con provocación, causando que ella empezara a excitarse,
mientras que con la otra hojeaba el libro.
—¿Qué haces?
—Quiero leerte. Puede ser cualquier escena, así que señala un punto en
el libro y leeré esa página.
Ella siguió la instrucción. Se incorporó y se acercó un poco a él, hasta
que abrió Orgullo y Prejuicio en un punto aleatorio. Jesse paseó la mirada
de forma rápida por el par de hojas que tenía frente a él, se aclaró la
garganta y empezó:
—«Después de un silencio de varios minutos, se acercó a ella y, muy
agitado, declaró: –He luchado en vano. Ya no puedo más. Soy incapaz de
contener mis sentimientos. Permítame que le diga que la admiro y la amo
apasionadamente…».
Arizona tragó con fuerza y no pudo evitar sentir un cosquilleo en su
estómago al escucharlo hablar sobre sentimientos tan intensos, aun cuando
solo se trataba de un personaje literario y no una declaración personal. Él no
se detuvo, siguió leyendo con calma, con una voz dulce y aterciopelada que
la cautivó, que la mantuvo pegada a sus palabras y a lo que transmitía con
algo tan sencillo.
—«...A pesar de toda la antipatía tan profundamente arraigada que le
tenía, Elizabeth no pudo permanecer insensible a las manifestaciones de
afecto de un hombre como Darcy, y aunque su opinión no varió en lo más
mínimo, se entristeció al principio por la decepción que iba a llevarse; pero
el lenguaje que este empleó luego fue tan insultante que toda la compasión
se convirtió en ira. Sin embargo, trató de contestarle con calma cuando
acabó de hablar. Concluyó asegurándole la firmeza de su amor que, a pesar
de todos sus esfuerzos, no había podido vencer, y esperando que sería
recompensado con la aceptación de su mano…».
Jesse hizo una pausa y levantó la mirada para encontrarse con la
expresión embobada de Arizona, ante la cual no pudo evitar sonreír.
La luz de la habitación era tenue. La tarde había iniciado gris y la lluvia
que comenzaba a caer solo oscurecía más el ambiente. Aunque para Ari
aquello solo le daba un aspecto más íntimo al momento. Mucho más
romántico.
—¿Por qué te detienes?
Él cerró el libro y lo dejó en la mesa de noche.
—Después de que lo leas, quisiera conocer tu opinión. Jamás he leído la
novela completa, solo vi la película con Keira Knightley, pero creo que
podría gustarte. ¿La has visto?
—No, pero ya me has dado una razón para hacerlo.
—¿Estás leyendo algo actualmente?
Arizona sintió que sus mejillas empezaban a hervir porque no quería
contestar a esa pregunta. Las yemas de los dedos de Jesse formaban círculos
en su pierna y se le veía concentrado, muy atento a cada cosa que ella
pronunciara, así fueran palabras sinsentido. Le gustaba que la observara.
Tenía una capacidad inigualable de hacerla sentir grande, poderosa y
hermosa con solo repasarla con una mirada.
—Sí —contestó, tímida.
—¿Y por qué lo dices así? —rio—. Ni que estuvieras leyendo Cincuenta
sombras de Grey.
Se sintió aún más tonta, así que se cubrió el rostro con las manos y se
echó hacia atrás, descansando la espalda en la cama. ¿En qué estaba
pensando? Él le había comprado una colección de clásicos de la literatura y
ella estaba leyendo por tercera vez Cincuenta sombras de Grey. Puede que
los gustos literarios no definieran a las personas y que los prejuicios fueran
estúpidos, pero sintió ganas de enterrar la cabeza entre las sábanas. Aunque,
estando semidesnuda y con él tan cerca, sería feliz enterrando el rostro entre
las sábanas mientras practicaban alguna posición del Kama-sutra.
Lo escuchó soltar una carcajada.
—Está bien si te gustan las novelas eróticas, de verdad. No te juzgo. No
seré un experto en el tema, pero creo que hay mejores que Cincuenta
sombras de Grey.
—La estoy leyendo para fines investigativos —se defendió—. Recuerda
que trabajo en una línea erótica y, bueno, a veces me quedo sin ideas. He
sacado algunas cosillas de blogs de sexo, aunque la literatura erótica
también ayuda.
—Cierto. De momentos olvido que trabajas en LoveLine —musitó,
serio.
Se retiró las manos del rostro, dado que le llamó la atención el tono de
su voz. Se apoyó en los codos para verlo mejor. Su buen humor se había
disipado, aunque se notaba que estaba haciendo un esfuerzo por no
demostrarlo.
—Hasta anoche pensé que estabas cómodo con mi trabajo.
—Lo estoy —replicó de inmediato—, de verdad, Ari. No me molesta
que trabajes en LoveLine, después de todo, te conocí gracias a eso.
—¿Entonces por qué te ha cambiado el humor cuando lo mencioné?
Jesse frunció los labios. Antes de responder, se tomó su tiempo para
ponerle orden a sus ideas. No se le veía molesto, más bien confundido y
quizás un poco abrumado.
El miedo a perderlo se hizo presente y la conversación que había tenido
con Adam se reprodujo en la cabeza de Arizona. ¿Acaso ahora que habían
estado juntos él osaría de pedirle que dejara su empleo? Jamás lo hubiera
esperado. No de él. Y estaba clara cuál sería la respuesta que le daría, la
misma que le había dado a Adam.
—Tú y yo nos conocimos porque eres operadora en LoveLine —
comenzó a decir. Aunque Arizona estaba poco predispuesta, lo escuchó con
atención—, porque hubo una química entre los dos y fuimos lo
suficientemente rebeldes como para romper las reglas y encontrarnos. No
obstante, existe la posibilidad de que halles una química extraordinaria con
otra persona y… —Hizo una pausa entrelazando los dedos, mostrándose
más vulnerable de lo que ella esperó—, sé que es pronto para decirlo, pero
no me gustaría perderte.
Supuso que ese era el mismo miedo que había tenido Adam, un miedo
que rozaba la fina línea de los celos. Que, de hecho, entraban dentro del
espectro de los celos. La gran diferencia entre Adam y Jesse fue la manera
en que ambos abordaron el tema.
Mientras Adam la denigró por lo que hacía, le resaltaba que no se quería
ni un poquito y la pedía que dejara su trabajo… Jesse solo se preocupaba
por lo que pudiera suceder, sin ofenderla o menospreciarla, sin atreverse a
exigirle nada.
—Puedo encontrar química con otra persona en LoveLine o en una
cafetería —contestó Arizona—. No va con mi trabajo. Tú y yo no
conectamos por una conversación erótica o porque te corriste con mi voz,
Jesse. Conectamos por las otras conversaciones, por tu forma de tratarme,
por la confianza tan inmediata…
—Por tu risa —añadió él— y tu preciosa voz.
—Por mi risa y mi preciosa voz —asintió ella—. Lo cierto es que me
gustas, y me gustas mucho. Pienso en ti todo el día y me hace ilusión la idea
de verte seguido, pero no puedo cambiar mi vida porque tengas miedo de
perderme. Lo único que puedo hacer es asegurarte que no soy Holly, que si
te digo que quiero estar contigo es porque lo siento de verdad, y que no soy
tan tonta como para dejarte ir. Tampoco me gustan las infidelidades, tú
mismo has visto que dejé a Adam antes de siquiera darte un beso, así que
cuando te digo que quiero estar contigo es porque no tengo ni mente ni
corazón para nadie más.
Jesse cerró los ojos, suspiró y asintió.
—Sé que no eres Holly. Lo siento. No era mi intención dudar de ti.
Sintió un poco de compasión porque en el fondo reconocía que aquellas
dudas se las había clavado otra mujer que había hecho papilla su corazón.
Arizona no pretendía ser la salvadora de nadie, aunque si con su cariño
podía aliviar un poquito sus penas, con mucho gusto lo intentaría, así que se
acercó a él, acarició su mejilla y le sonrió.
—Quiero que me sigas leyendo. —Cambió de tema de forma drástica,
buscando animarlo con algo más y hacerlo sonreír—. Esta vez quiero
escuchar cómo lees para mí Cincuenta sombras de Grey.
Funcionó: Jesse se rio y negó con la cabeza, no muy dispuesto a
complacer su capricho. De todas formas, ella buscó el libro en el cajón de
su mesita de noche, lo abrió y escogió un párrafo al azar.
—Vamos, lee esto, porfi —insistió, haciendo un puchero.
Cuando él accedió con resignación, ella aplaudió como una niña y se
sentó a horcajadas sobre él para hacerlo todavía más caliente. Jesse la miró
con una ceja enarcada, dándose cuenta de sus intenciones, aunque tampoco
puso mucha resistencia.
—«…Me agarro más fuerte alrededor del poste y empujo contra él
mientras continúa sus…» —Se detuvo y soltó una risa incómoda. Las
mejillas adquirieron color y bajó el libro para mirarla con súplica—.
Arizona, esto es vergonzoso.
—¿Por qué lo es? —Se cruzó de brazos—. Anoche me decías que te
encanta metérmela hasta el fondo, que te encanta mi culo, que nadie te la
chupa mejor. Y no te veo muy avergonzado ahora por ello. —Antes de que
pudiera refutarla, añadió—: Sí, cariño, me dijiste todo eso y me nalgueaste
en el proceso. No trates de negarlo. De todas formas… me pareció muy
sexi.
Le dio un pico en los labios y le guiñó un ojo. Aquello último fue lo
que causó que se animara a retomar la lectura.
—«Me agarro más fuerte alrededor del poste y empujo contra él
mientras continúa sus arremetidas despiadadas, una y otra vez, sus dedos
hundiéndose en mi cadera. Mis brazos están doliendo, mis piernas se
sienten inseguras, mi cuero cabelludo está doliendo por su agarre en mi
cabello… y siento que algo se reúne muy profundo dentro de mí…».
Arizona sintió cómo poco a poco algo fue endureciéndose debajo de
ella. Él estaba empezando a excitarse. Ella desde hacía muchísimo rato ya
lo estaba.
Escucharlo narrar de forma lenta para provocarla fue la cereza del
helado. Cerró los ojos para imaginar que era ella quien se agarraba a un
poste mientras Jesse le hacía el amor. No, mejor dicho, mientras se la
follaba de la manera en que había hecho la noche anterior. Quería sentir que
le clavaba los dedos en la piel, que le decía cosas sucias en plena
excitación, que la exploraba hasta en las dimensiones que ningún humano
había alcanzado jamás.
Llevó las manos al pecho del dueño de aquella voz ronca y suave para
empezar a acariciarlo con sensualidad. Al percibir el inclemente deseo,
Jesse bajó la mano libre hasta su muslo mientras leía despacio, para luego
tocar la humedad que traspasaba su ropa interior. Arizona gimió ante el
contacto y liberó el aire que había estado conteniendo.
—«Y por primera vez, temo mi orgasmo… si me vengo… colapsaré.
Christian continúa moviéndose duramente contra mí, dentro de mí, su
respiración áspera, gimiendo, gruñendo. Mi cuerpo está respondiendo…
¿cómo? Siento cómo acelera. Pero, repentinamente, Christian se queda
inmóvil, empujando realmente profundo».
El ritmo de la fricción contra sus bragas se fue acelerando poco a poco
mientras ella comenzaba a mover las caderas de forma involuntaria,
concentrada en el relato, en las imágenes que venían a su mente, en los
recuerdos ahora instalados. ¿Cómo podía un solo hombre hacerla sentir de
esa manera? Era como si fuera capaz de estallar en cualquier segundo, y no
solo debido al orgasmo —que con Jesse eran colosales—, sino en todos los
aspectos. A su lado sentía que caminaba sobre una cuerda y el abismo
debajo de ella se veía placentero; esa constante sensación de vértigo la
impulsaba a vivir con él las emociones que con otros hombres siempre se
había contenido. Con él sentía que podía liberarse del todo… Que caer, por
primera vez, no podía ser tan malo, siempre y cuando él estuviera ahí para
recogerla.
Jesse metió la mano dentro de sus bragas cómodas y viejas para poder
acariciar su clítoris sin interrupciones, obligándola a liberar un poco la
tensión que se formaba en su cuerpo mediante gemidos cada vez más
fuertes. Dejó el libro en la cama, rendido ante la escena. Él también la
necesitaba. Todo lo que habían hecho en la noche no había sido suficiente.
Los muslos de Arizona temblaron cuando lo sintió introducir un dedo a la
par que su otra mano le apretaba trasero.
A medida que fue haciéndolo más rápido, su corazón se ensanchó. Supo
entonces que no quería que ningún otro hombre la tocara porque nadie
jamás sería capaz de hacerla subir al cielo de esa forma. Todo empezaba y
terminaba con él. Jesse. Mil y una veces. Estaba condenada a perseguir a
dondequiera que fuera, sería esclava de aquella sensación de euforia, de la
adrenalina que desencadenaba su calor, sus besos, su aliento. Gimió su
nombre tantas veces que de seguro sus vecinos ya lo tenían grabado en la
memoria. Y mientras más repetía su nombre, más duro lo sentía debajo de
ella, más fuerte la apretaba, con más ganas dejaba que sus dedos entraran y
salieran de ella.
La acostó en la cama y no le tomó ni tiempo ni esfuerzo quitarle las
bragas; ella se deshizo de la sudadera con desesperación, quedándose sin
indumentaria frente a él, como Eva en el Paraíso, lista para sentir el Edén
entre sus piernas. Se relamió los labios cuando lo vio sacarse el pantalón.
Deseó poder tener aquellas vistas las veinticuatro horas del día.
Jesse se dejó caer sobre ella y de inmediato Arizona le rodeó la cintura
con las piernas. No buscaron preservativo, pero ya se ocuparían de eso
luego cuando fueran a una farmacia, de momento, quería sentirlo a él por
completo, sin barreras, así que cuando entró en ella, cada una de sus células
se bañó en éxtasis. Él le llevó las manos por encima de la cabeza y
entrelazó los dedos con los suyos con una fuerza tal que le dolió un poco,
aunque en ese momento no le importó. Solo podía concentrarse en el
cúmulo de sensaciones que se alojaban en su interior y en ese miedo
ferviente que nacía en ella cuando estaban juntos de esa manera. Miedo a
que en cualquier momento el destino le arrebatara la felicidad y la plenitud
que sentía entre sus besos.
—Quédate conmigo —le pidió entre jadeos.
Él lamió sus labios antes de besarla y contestar.
—Me quedaré todo el tiempo que me quieras a tu lado, Arizona.
Volvió a besarla con mayor intensidad. Sus embestidas se hacían más
fuertes y profundas, causando que ambos jadearan y gimieran a la vez. El
sonido de sus carnes juntándose llenaba el ambiente, así como el de su
cama golpeando la pared cada vez más rápido.
No creía en la posesión, de hecho, sentía cierta repulsión cuando
escuchaba o leía que una persona se declaraba de otra. Odiaba las frases
«soy tuya» porque no las veía saludables. No obstante, estando tan cerca del
clímax, sí que se sintió suya, en cuerpo y alma, de la misma forma en que
supo que él era suyo.
—Tuya —susurró en sus labios—. Solo tuya.
Él liberó sus manos y las bajó hasta su cintura, la cual apretó a medida
que ambos empezaban a contorsionarse de placer. Estaban cerca de la gloria
y tan fundidos que era como si pudieran sentir el frenesí que experimentaba
el otro.
—Dímelo otra vez —pidió con las cejas unidas y las venas de su cuello
a punto de estallar, lo cual ella consideraba sensual a morir.
Arizona clavó las uñas en sus hombros y lo miró con determinación.
—He sido tuya desde la primera llamada.
—Y yo seré tuyo siempre, mi amor.
Eso fue todo lo que bastó para dejarse ir, para gritarle a todo Seattle que
al fin su cuerpo había encontrado la paz que tanto anhelaba, que entre sus
brazos se sentía en un delirio delicioso y que entre sus piernas recibía una
dosis de cielo. Él se corrió dentro de ella y al instante se dejó caer sobre su
pecho, rozando su frente sudada con la de Arizona, ambos con la
respiración acelerada.
Se vio tentada a decir algo más, algo que cambiaría su relación y que
jamás podría retirar, sin embargo, tuvo miedo de que él saliera huyendo, así
que solo lo sintió y lo pensó:
«Te quiero».
capítulo veintitrés
Arizona

U
na sección del clóset de Arizona estaba destinada a vestidos que se
había confeccionado para sí misma de acuerdo con su estado de
ánimo y para que la gente en redes sociales viera su trabajo. Después
de todo, no se puede presumir que se es una diseñadora de ropa si jamás se
muestra lo que se hace. No es como si eso le hubiera hecho llegar muy
lejos. Consiguió un par de trabajitos alguna vez que apenas le dieron para
pagarse unos cafés y unas entradas de cine.
De todas maneras, esa noche escogió uno de sus vestidos preferidos,
formal y que la haría destacar sin resultar extravagante. Necesitaba resaltar
entre los invitados si quería salir de aquella fiesta con conexiones
importantes. Tal vez no saldría de ahí con un inversor, pero de que sacaría
contactos valiosos, lo haría. Lo había decretado. Además, nunca se sabe
dónde se pueden conseguir clientes.
El vestido en cuestión tenía dos capas. La primera era negra y dejaba
entrever un escote sensual, aunque bonito, y la falda caía hasta sus pies con
una elegancia incomparable. Encima, jugaba con una tela transparente que
empezaba desde su cuello y recubría el vestido con pequeños bordeados en
formas de hojas de color dorado. Era ese tipo de vestido que podía pasar
fácilmente por un Dior, pero que ella podría vender por un precio veinte
veces menor.
Cuando su maquillaje y peinado estuvieron listos, salió de la habitación
con el corazón en la garganta. Jesse la había escrito avisándola de que
estaba cerca de su vecindario, así que no tardaría en llegar. Le costaba creer
que todo aquello estuviera pasando, o, mejor dicho, le costaba creer todo lo
que había pasado en poco tiempo. Hacía menos de una semana estaba
dudando sobre si invitarlo a su casa para Navidad era una buena opción o
no, seguía lamentándose un poco por haber perdido a Adam y creía que las
cosas con Jesse caerían en picada una vez se conocieran. Había sucedido
todo lo contrario. Desde el primer beso, Arizona se sumergió en un idilio
que parecía interminable, nadaba entre nubes de frenesí y hubiera vendido
hasta su alma para no salir de allí.
—¿Y bien? —le preguntó a Mandy, quien estaba terminando de
acomodar el departamento. Hasta había puesto comida en el horno.
Mandy no tenía grandes habilidades culinarias, así que el pavo que
horneaba era uno previamente sazonado que compró en el supermercado.
Que ella hiciera tal cosa solo significaba que se avecinaba un evento muy
especial, y dicho evento era que el chico misterioso con el que estaba
saliendo iría esa noche a cenar. Al parecer la cosa sí que iba en serio y la
misma Mandy había dejado atrás las evasivas o la constante negación.
Ahora, cuando Arizona le preguntaba sobre el chico misterioso, sonreía y le
decía que «tal vez» las cosas podían salir muy bien entre ambos.
A su amiga le brillaron los ojos cuando la vio y le dedicó un aplauso
breve.
—Estás guapísima, Ari. Serás la sensación esta noche… Ojalá pudiera
ver la cara de Jesse cuando te recoja. Deberías invitarlo a subir.
Mandy y Jesse se conocieron un par de días atrás, después de que ellos
pasaran Navidad juntos y follaran como conejos hasta que su amiga llegara
a dejarlos sin privacidad.
Al principio Ari tuvo sus dudas sobre la reacción de su compañera de
piso; pensó que la haría pasar vergüenza, que incomodaría a Jesse, que tal
vez se portaría mal con él o lo rechazaría como solía hacer con Adam, o mil
escenarios más. Al mismo tiempo —y quizá fuera su lado masoquista—,
quería que Mandy lo conociera porque siempre le había importado su juicio
sobre los demás. No, no influenciaba sus decisiones —de ser así, no habría
durado con Adam ni siquiera un mes—, sin embargo, apreciaba las
observaciones que hacía sobre las demás personas que, en la mayoría de los
casos, eran bastante acertadas.
Aunque después de la discusión que había tenido con Adam, reflexionó
cuánta razón había tenido Mandy sobre él. ¿Que no le prestaba mucha
atención a su relación? Bueno, no había que asistir a Harvard para darse
cuenta, pero, en su defensa, ella tampoco. ¿Que no hacía el mínimo
esfuerzo por tratar bien a Mandy siendo esta su mejor amiga, ni mostraba
interés en conocer al resto de su círculo? Era verdad. Tal vez le habría
gustado más interés en conocer a su familia, o que la llevara a conocer la
suya. No obstante, siempre había pensado que Adam era sumamente
reservado para sus asuntos personales. ¿Que no la quería? Aquello eran
palabras mayores; en primer lugar, porque ella no estaba dentro de su
corazón y no podía saber cuáles eran sus sentimientos reales, en segundo
lugar, él era seco, mas no insensible. Aún después de su pelea en aquel
restaurante, había hecho un esfuerzo por verla de nuevo, por pedirle una
oportunidad. Tal vez si Arizona no se hubiera distraído con la forma en que
Jesse la hacía sentir, puede que hubiera aceptado a Adam de vuelta.
Se sentía un poco culpable por avanzar así de rápido. A veces se ponía a
imaginar qué estaría haciendo él, si estaría sufriendo o si, al contrario,
también había avanzado con otra persona. Su lado egoísta deseó que no.
Puede que ella no estuviera segura de querer regresar con él —en realidad,
teniendo a Jesse en su vida no pensaba volver con Adam—, pero la
consolaba pensar que, quizás, él estaría sufriendo un poquito por ella. Era
un pensamiento de canallas, pero era humana y no podía controlarlo. Por
otro lado, a Mandy le encantó Jesse. Fue amistad a primera vista. La única
persona que terminó incómoda en la sala fue Arizona, porque ellos se
concentraron en conocerse, en bromear y Mandy la traicionó al contarle los
momentos más embarazosos de Ari que solo le causaron a Jesse unas risas
toda la noche.
—No lo invitaré hasta que reflexiones sobre lo que hiciste —le
contestó.
—¿Ser simpática con el nuevo novio de mi amiga? —pinchó ella con
fingida inocencia.
—Avergonzarme, Mandy. Aún no puedo creer que le contaras sobre la
vez que le hice pis al coche de Phil. Esas cosas no se relatan, son privadas.
Mandy soltó una carcajada.
—¡Pero le encantó saber cosas graciosas sobre ti! Tú jamás te hubieras
animado a contarle sobre tus locuras cuando te emborrachas y, seamos
sinceras, es mejor que sepa de lo que eres capaz antes que le agarre por
sorpresa. Además, ¿no te fijaste cómo te miró todo el rato? Aunque le diga
que eres fanática de Hitler, no dejaría de adorarte.
Arizona se cruzó de brazos.
—Nada de esto mejora la situación, Amanda Jennifer Smith. —Citó su
nombre completo enarcando una ceja. A su amiga casi le entraron ganas de
vomitar al escucharlo, lo odiaba.
—No volveré a decirle nada con la condición de que nunca más me
llames de esa manera, Arizona Stephanie Taylor.
—Trato hecho. —Asintió y caminó hacia ella—. ¿A qué hora llega tu
príncipe?
—No es mi príncipe, por amor a Dios. Sé que él y yo estamos
avanzando, pero como le agregues esas cursilerías voy a terminar
desanimándome. —Hizo una pausa y miró la hora en el celular—. Como en
cuarenta minutos debería estar aquí. Si regresas, puede que lo conozcas
mañana en la mañana.
—Vaya… —Arizona sonrió con picardía—, ¿se quedará a dormir?
¿Quién eres y qué hiciste con mi Mandy?
—¿Pensabas que eras la única que podía tener sexo salvaje mientras su
compañera pasaba la noche fuera? No me mires así. Las dos sabemos que si
vas a salir con tu guapurri no volverás a poner un pie en esta casa hasta que
sea estrictamente necesario. Y está bien, no te juzgo. Jesse es un amor. Es el
tipo de chico que te mereces, Ari. Lo digo de corazón.
La sonrió con timidez. Aquella aprobación, aunque fuera un detalle tan
simple, tenía gran significado para ella. En ese momento recibió el mensaje
que más estaba esperando y los nervios regresaron a ella apenas leyó el
nombre de Jesse en la pantalla.
—Ya está esperándome abajo —anunció—. Haré lo posible por regresar
antes de que tu chico misterioso se vaya. Me encantaría conocerlo.
—Jamás pensé que diría esto, pero yo también quiero que lo conozcas.
Ahora ve y consíguete inversores, campeona. —Ari la agradeció y buscó su
cartera. Cuando estuvo por salir del apartamento, Mandy la detuvo—. Por
encima de todo, disfruta esta noche.
—Gracias, Mandy.
Le dio un beso en la mejilla y le echó una última mirada cargada de
aprecio. No sabía qué hubiera hecho sin Mandy. Puede que Ari fuera
agradable la mayoría del tiempo, pero solo su mejor amiga —y su familia—
conocía sus lados más oscuros o la había visto en su peor momento.
Quedarse con una persona después de conocer sus demonios era la mayor
muestra de cariño que existía.
Cuando salió de su edificio, se topó con la figura de Jesse recostado en
su coche y con las manos en los bolsillos. Su boca expulsaba un vaho
característico de invierno y su mirada azul perlada la contempló con
devoción a medida que ella daba un paso tras otro en su dirección con la
piel de gallina y un cosquilleo en todas las partes de su cuerpo. Se veía
bastante guapo con aquel esmoquin negro y su cabello peinado de lado. Se
había afeitado y cuando estuvo cerca de él percibió el aroma de su colonia
mezclada con loción para después de afeitar. Podría pasar mirándolo toda la
noche sin que fuera suficiente, por no mencionar que cuando lo tenía cerca
sentía que al fin todo encajaba, que cada segundo lejos de él valía la pena
por ese instante en que sus miradas se encontraban y se daban la
bienvenida.
Él dio un paso hacia ella a medida que las comisuras de su boca se
fueron elevando de forma paulatina hasta esbozar una sonrisa angelical,
transmitiéndole lo que ella también sentía, un «por fin estás aquí, te
necesitaba» mezclado con un «me gustas tanto que duele».
—Arizona —pronunció con lentitud y pasión, cuidando cada sílaba y la
forma en que encajaba en un nombre que a ella jamás le había gustado
mucho, pero que cuando él pronunciaba se sentía correcto—, estás
hermosa.
Aquello lo había confesado tras un suspiro y paseando de forma rápida
la mirada por su cuerpo. Le encantaba que la mirase, fue algo que descubrió
en el instante en que se cruzó con él en la fiesta de Debbie. Algo tenía Jesse
cuando posaba sus ojos sobre ella que alejaba todos sus males y la hacía
sentir en una paz eterna, como si juntara todas las piezas de su interior y
como si fuera una escultura que merecía ser expuesta en el centro de la
ciudad con el único fin de ser admirada y clamada por su belleza.
La tomó de la mano y la guio hasta la puerta del copiloto, donde se
olvidó de sus modales y estampó un beso apasionado que le quitó gran parte
de la pintura de los labios. Sin mucha introducción, solo con la necesidad de
tenerla más cerca y en un contacto con su cuerpo más osado que una simple
agarrada de manos. Aunque Arizona no se hubiese quejado si él se decidía
por agarrarle el trasero también.
—Será una noche larga, Ari —le advirtió, suspirando en sus labios—.
Se corrió el rumor de que llevaría a alguien a la fiesta y más de uno quiere
conocerte solo por la curiosidad de saber «por quién reemplacé» a Holly.
De todas maneras, quiero que sepas que en ningún momento…
—Lo sé. —Le puso un dedo en los labios para que dejara de hablar y le
sonrió—. Lo importante de esta noche es que la pasemos bien. Vamos como
amigos, ¿no? —preguntó con una sonrisa juguetona.
—Claro, sí. Te presentaré como una buena amiga —concedió.
Le abrió la puerta y cuando ella se deslizó, la cerró con suavidad. Había
notado que no se veía muy cómodo con esa nueva versión de «amigos», y
puede que ella también quisiera algo más con él, sin embargo, no quería
lastimarlo al adentrarse en una relación formal cuando no habían pasado ni
dos semanas desde que había terminado con Adam.
Jesse se introdujo en el coche y lo encendió, concentrándose en adecuar
la calefacción y frotarse un poco las manos. Encendió la radio y la primera
canción que invadió el ambiente fue una que Arizona conocía a la
perfección: Teenage Dream de Katy Perry. Había sido una de sus canciones
favoritas cuando estaba en plena adolescencia —y bastantes veces que se
besó con chicos con esa canción de fondo—, porque transmitía la vibra de
esa emoción al principio de cada romance, de ese misterio que embriagaba
a las personas tras las primeras veces que se tocaban o la ilusión de la
incertidumbre, esa que solo es divertida al principio de una relación, no
cuando ya está avanzada.
El coche se puso en marcha y Arizona no pudo evitar canturrear el coro.
En definitiva, con Jesse también se volvía a sentir una adolescente. Todo a
su lado lo experimentaba como si fuera la primera vez a la par que sentía
que llevaba siglos disfrutando de todo lo que su compañía acarreaba. Él era
su nuevo sueño de adolescente y vaya que disfrutaba de la experiencia.
Cuando el semáforo se puso en rojo, él se giró un poco para mirarla y,
de un momento a otro, acunó su rostro con las manos para besarla. Aquella
noche sí que le había dado por ponerse besucón y del tipo salvaje, pero le
encantaba así, por lo que Ari se animó a morderle el labio inferior y jalarlo
un poco para provocarlo, gesto que causó que él la observara con el deseo
ferviente que podía desencadenar acciones que ella ya conocía, como que le
quitara la ropa en cualquier momento, por ejemplo.
—Amigos mis pelotas —murmuró él dándole un nuevo y último beso
antes de acelerar el coche.
—¿Estás seguro de eso? —Lo miró, confundida.
—¿Tú de verdad crees que solo somos amigos? A ver, entiendo que fui
yo quien separó las cosas y te pidió que te tomaras tu tiempo para entender
tus sentimientos, pero me gustas, Arizona, y yo te gusto. Todo nos sale bien
cuando estamos juntos, así que al carajo lo demás.
—¿No te da miedo que te rompa el corazón?
Sabía que se estaba arruinando su propia oportunidad con él, no
obstante, tampoco deseaba aprovecharse de Jesse solo por un fin egoísta.
Eso ya lo había hecho bastante a lo largo de su vida.
—Rómpemelo. Si esa es la condición para pasar un día más contigo,
entonces ya veré qué haré con mis pedazos.
Arizona levantó media sonrisa y desvió la mirada hacia la ventana. Se
había sonrojado, no solo por las implicaciones que tenía esa declaración,
sino porque le recordaba a una saga de libros que había disfrutado algunos
años atrás. Al final de la saga, el protagonista, dolido ante la traición de la
chica, se rinde ante sus sentimientos y no le queda de otra más que
perdonarla, porque vivir sin ella dolería más que superar eso que tanto le
había quebrado.
«Rómpeme el corazón. Rómpemelo mil veces, si quieres. De todos
modos, siempre ha sido tuyo, desde el principio», habían sido las palabras
del príncipe Maxon Schreave. Arizona jamás lo comprendió por algunos
motivos; nunca pensó que querer tanto a alguien sabiendo que eso
significaría la autodestrucción era bueno, mucho menos sano; además, el
príncipe Maxon era irreal, era un personaje con líneas creadas solo para
hacer suspirar a las lectoras. Ese tipo de situaciones no sucedían en la vida
real. Las personas no eran tan altruistas para amar sin condiciones. ¿O
acaso era egoísmo el hecho de amar por el placer de amar, aún a sabiendas
de que se iba a sufrir al día siguiente?
La cuestión era que, aunque Arizona encontró muy dulces las palabras
de Jesse, no pudo contestarle con un «yo también» porque no sabía si estaba
dispuesta a que le rompieran el corazón en mil pedazos. Aun así, quería
pasar más tiempo con él, dar un paso más para alejarse de aquella falsa
amistad y acercarse a un intento de relación. Se sentía en una encrucijada.
La peor parte fue cuando él no dijo más nada, como si esperara una
respuesta.
—Algo más que amigos, entonces —declaró finalmente, asintiendo e
intentando lucir natural. Luego, añadió de corazón—: Tú también me
gustas.
De hecho, lo quería. De una forma extraña y cobarde, de esas que se
quedan en la zona de confort y no se arriesgan demasiado, pero era algo
más allá de un simple «gustar». A ella le gustaban George Clooney y Zac
Efron. ¿Pero Jesse? A él lo quería.
Él no respondió nada más, lo cual hizo que a Arizona le empezaran a
sudar las palmas de las manos. Tal vez no le había parecido suficiente
aquella declaración, no obstante, era lo más que podía darle por el
momento.
Llegaron al hotel donde se celebraba la fiesta y, aunque intentó
comportarse como si nada, notó que el cuerpo de Jesse se tensó al momento
de bajarse del coche. Sí, puede que él quisiera dárselas de valiente y que no
le importara lo que la gente pensara sobre su invitada, pero era humano. En
el fondo, muy en el fondo, puede que sí le preocupara lo que llegase a
pensar Holly de lo que estaba haciendo con su vida amorosa. De la misma
forma en la que a ella le llegaría a importar lo que hiciera Adam.
—Todo va a estar bien —musitó tomándolo de la mano.
Él salió de su trance, se giró para verla y terminó por sonreírla. No de la
forma animada que siempre hacía o con la ternura usual, más en manera de
agradecimiento.
—Lo sé, es solo que me estaba acordando de algo. A lo mejor no sucede
nada, pero, por si acaso… —Antes de llegar a la puerta del salón de
eventos, la detuvo y frunció los labios al mirarla con nervios—, ¿recuerdas
la noche que me llamaste para invitarme a pasar las navidades contigo? —
Ella asintió. ¿Cómo podría olvidarlo?—. Bien, poco antes de eso una de mis
compañeras de trabajo me besó. Creo que le gusto. Esa noche cuando me
vio solo y amargado en la oficina tomó la iniciativa de darme un beso.
Arizona se quedó sin expresión alguna mientras lo escuchaba. Sabía que
no tenía ningún motivo para sentir celos. En aquel entonces ellos no eran
nada y recordaba a la perfección que Jesse ni siquiera sabía que ella ya
había terminado con Adam, así que en teoría no podía ponerse celosa, pero
en la práctica… todo siempre era diferente.
—Oh, vaya —contestó intentado fingir que no era gran cosa—, no pasa
nada. Solo fue un beso, ¿no?
—Sí.
—¿Se lo devolviste?
—No tuve tanto tiempo para reaccionar. Me besó bastante rápido y
luego se fue corriendo.
—¿Y te gustó?
—¿Sandra o el beso?
«Ah, es que se llama Sandra».
Enarcó una ceja para que se diera cuenta de que había hecho una
pregunta tonta.
—Sandra es bonita —soltó Jesse—. También es muy simpática y
agradable. El beso estuvo bien; inesperado, pero pasable. En ese momento
estaba molesto y triste porque no tenía noticias tuyas, porque estaba más
que seguro de que te habías quedado con tu ex y porque nada me salía bien,
así que cuando Sandra me besó consideré hacer otras cosas con ella. No
porque me gustara, sino porque estaba desesperado. Te cuento todo esto
porque no quiero que te lleves alguna sorpresa, mucho menos que
malinterpretes mis intenciones, tanto con ella como contigo.
Ari permitió que sus hombros se relajaran y su respiración volviera a la
normalidad. No solo porque tenía razón en todo, sino porque estaba siendo
honesto. Pudo ignorar lo sucedido con Sandra y pretender que todo iba
como si nada cuando Arizona se la cruzara, pero prefirió el camino difícil y
aquel que, incluso, le permitía un vistazo a sus sentimientos.
—Gracias por decírmelo. Sé que no era necesario y aprecio mucho que
confíes en mí.
Él asintió, conforme. Exhaló de manera sonora y le hizo un gesto para
que entraran al salón donde se llevaría a cabo el evento.
El hotel era uno de los más reconocidos de Seattle. Era normal que
quisieran celebrar una fiesta de ese calibre cuando Jesse trabajaba en una de
las empresas inmobiliarias más importantes de la ciudad —y del estado—.
Sus clientes eran muy variados, no discriminaban y su único fin era
incrementar ganancias. De todas formas, se caracterizaban por llevar y
negociar los arrendamientos de los condominios más lujosos, de las oficinas
más grandes, de los terrenos más valiosos. Era una firma de vendedores con
experiencia, y, aunque Jesse no manejaba los clientes corporativos, más
bien los casos más pequeños —familias buscando mudarse—, a Arizona le
llenaba de orgullo saber que era tan bueno en lo que hacía.
Jesse no tardó en presentarle a sus compañeros de trabajo. Ella, gracias a
las herramientas adquiridas en LoveLine, memorizó nombres e información
relevante de cada persona que iba conociendo. En ningún momento Jesse le
especificó quiénes de sus compañeros conocían o eran amigos de Holly,
pero no hizo falta, se dio cuenta por la manera en que la miraban, incluso si
era con disimulo. Los amigos de Holly ponían especial atención en Arizona,
en su forma de hablar, en su ropa, en cada aspecto de su personalidad. Era
como si estuvieran tomando nota mental y comparándolas a ambas en sus
cabezas. Se preguntó cuál sería la ganadora de la noche, aun cuando una
vocecilla le recordaba que aquello no era una competencia.
—¿A qué te dedicas, Arizona? —le preguntó Walter Crowell, el primer
hombre de negocios que Jesse le presentó.
Ari tragó con fuerza e inhaló todo el aire que pudo. Ahí estaba una de
sus oportunidades. Walter era un hombre que estaría, quizá, llegando a los
cincuenta años y que sostenía su whisky con tanta grandilocuencia y la
miraba con tanta clase, que se sintió pequeña y tonta. Tuvo que juntar toda
su autoestima y confianza en sí misma para demostrarle a Walter una
versión de ella que fuera honesta, real y convincente.
—Estoy intentando levantar mi propia línea de ropa. He trabajado en el
área durante años y creo que ha llegado el momento de tomar mi talento y
hacerlo valer.
Aquellas palabras eran la traducción de: «Trabajo en una línea erótica,
aunque no puedo mencionárselo a usted o lo perdería como posible
inversor. Mi trabajo es una mierda, así que quiero emprender con mi línea
de ropa. Mi experiencia se basa en atender tiendas y pelear con mis jefas,
pero sé que tengo talento y no quiero que se me haga tarde para cumplir mi
sueño».
Walter asintió, aprobando aquellas palabras. A su lado, Jesse le sonrió
con disimulo.
—¿Ese vestido lo has hecho tú? —inquirió ladeando la cabeza,
examinando la pieza quizá con demasiado ahínco. Arizona reparó que le
miró los pechos por más tiempo del necesario. Jesse también lo notó y no
lució muy contento.
—Así es —se lució, girándose un poco para que pudiera examinarlo
mejor—. Honestamente, quisiera dedicar mis esfuerzos en una línea plus
size. No solo porque es un mercado en el que sería menos difícil destacar,
sino porque estoy cansada de que si eres una persona gorda tengas que
pagar mucho dinero por tres piezas de ropa o, al contrario, tengas que
conformarte con camisones sin demasiado estilo que parecen más un juego
de sábanas que ropa pensada para mujeres hermosas.
—Vaya. ¿De dónde ha nacido esa inspiración?
—Mi hermana menor sufrió bullying cuando era adolescente por su peso
—confesó. Era extraño decírselo a alguien que no conocía, sin embargo,
también le hacía bien. Le recordaba por qué estaba haciendo eso—. Cada
vez que regresábamos de compras con mamá, solía encerrarse en su
habitación. Pasaba horas triste porque debía conformarse con ropa que no
era tan bonita como la me compraban a mí, no porque los precios fueran
distintos, sino porque es más fácil comprar cosas lindas para personas
delgadas. Es algo tan básico como vestirse, ¿sabe? —Hizo una pausa y
suspiró—. Ya es suficientemente jodido que una persona no se sienta bien
con su cuerpo por culpa del mundo superficial en el que vivimos. Hacerles
sufrir con algo tan básico y sencillo como ropa es solo crueldad humana. Y
lo cierto es que la ropa puede cambiar, así sea de a ratos, la percepción que
tenemos sobre nosotros mismos. Cuando usamos cosas que nos gustan nos
sentimos bien, y esa confianza la transmitimos a los demás.
—No puedo estar más de acuerdo contigo —contestó Walter, lo cual la
sorprendió—. Ojalá mi hija Rachel pudiera escucharte en este momento, le
haría bien una compañía como tú.
Arizona sintió sus mejillas arder y le sonrió en agradecimiento. Mientras
tanto, Jesse le acarició la espalda con disimulo, sin intenciones lascivas,
sino transmitiéndole sus felicitaciones por el pequeño discurso que le había
dado a uno de los hombres más importantes de ese evento, aunque a ojos de
Arizona no parecía un empresario emperifollado e inaccesible. Parecía un
hombre normal que quería que aquel evento terminara para irse a casa y ver
Netflix.
—He visto el portafolio de Ari —añadió Jesse—. Puede que no sepa de
moda, pero sí debo decir que el talento le sobra. Tiene algo que no cualquier
emprendedor tiene: las ganas de hacer algo bueno y hacerlo bien.
Walter paseó la mirada entre los dos, reconociendo que había demasiada
familiaridad y que era bastante obvio que, si no eran pareja, por lo menos
estaban acostándose. Hasta los camareros se hubieran dado cuenta.
—¿Tienes tarjeta, Arizona? Creo que a Rachel podría interesarle hablar
contigo. Me encargaré de darle tu contacto.
No tenía ni idea de qué hacía su hija, pero no pensaba ponerse
quisquillosa o preguntona. Había conseguido que uno de los hombres más
importantes de esa reunión le pidiera su tarjeta después de interesarse por lo
que tenía para decir. Hubiera brincado en una pata ahí mismo si no fuera
porque perdería todo tipo de credibilidad. Sacó de su pequeña cartera una
de las tarjetitas que había impreso el día anterior y se la entregó con las
manos temblorosas.
—Estaré esperando la llamada —dijo con confianza fingida.
—Ha sido un placer conocerte. —Luego se giró hacia Jesse y le dedicó
un leve asentimiento de cabeza—. Un gusto volver a verte.
—Hasta luego, señor Crowell —respondieron los dos al mismo tiempo.
Una vez que se marchó, Jesse y Arizona se miraron con emoción. Ella
no pudo esconder ni un poco la sonrisa ancha que invadía su rostro y hasta
dio un brinquito inevitable. Él se rio y la miró con absoluta ternura.
—¿Has visto eso? —preguntó ella—. Ha salido genial. Bueno, es lo que
creo. No hablamos formalmente de negocios ni le pedí que invirtiera,
pero…
—Ari, es justo por esa razón por la que te va a llamar. No te mostraste
desesperada ni interesada. Te mostraste honesta. Eres la carne perfecta para
atraer a los tiburones que quieren invertir y no saben en qué.
—Muchas gracias por lo que le dijiste, creo que eso fue lo que le
convenció.
—No creo que esté cien por ciento convencido —atajó—. Ahora bien, si
él llega a llamarte, te aseguro que no lo hará por lo que dije. Ya lo tenías en
donde querías desde tu pequeño monólogo.
—¿De verdad crees que se pondrá en contacto conmigo? —Los ojos de
Arizona se hicieron grandes y tiernos, como los del Gato con Botas de
Shrek cuando quería obtener algo.
Asintió.
—Tienes que seguir hablando con personas de esta fiesta. Si Walter se
asoma y te mira conversando con otros empresarios sobre tus ideas, sabrá
que tendrá competencia. Ese será el detonante para que te llame. Hazle
creer a alguien que su objeto de interés se lo pueden arrebatar y hará lo
posible por conservarlo.
Arizona lo tomó de la mano y entrelazó los dedos con los suyos. Podría
derretirse ahí mismo escuchándolo o diciéndole «gracias» toda la noche —y
ni así sería suficiente—. Ahí estaba él, creyendo en ella y apoyándola, sin
prejuicios ni condescendencia.
Dios, podía plantarle un beso animal frente todo el mundo —o
arrodillarse para besar otras partes de su cuerpo por las cuales también
estaba generando adicción—, mas no quería que los compañeros de Jesse le
hicieran bromas luego o que su jefa se enfadara con él, así que se conformó
con darle un corto abrazo y susurrarle las palabras más sinceras de la
noche:
—Puede que sea pronto para decir esto, pero eres una cajita de
sorpresas. Eres más de lo que alguna vez esperé que fueras, y eso que tenía
la vara muy alta contigo. Me atraes. Me encantas. En pocos días has
logrado hacerme feliz, pero lo que me tiene embobada es que te has
atrevido a creer en mí cuando gran parte de la gente dejó de hacerlo hace
tiempo.
—Arizona, yo… —empezó a decir, sin embargo, sus palabras se
quedaron allí.
Fuera lo que fuese que tuviese atascado en la garganta, fue incapaz de
pronunciarlo. Ella lo miró a la expectativa, creyendo saber lo que estaba por
escuchar, ese «te quiero» que también sentía pero que no se atrevía a decir
en voz alta por el grado de compromiso que acarreaba.
En un instante de distracción, los ojos de Arizona pasearon por la sala y
entonces su cuerpo se crispó. La sangre la abandonó y se quedó tiesa.
—Yo te… —intentó continuar Jesse con torpeza.
—Adam.
Él cerró la boca de golpe y frunció el ceño. La miró en busca de
respuestas o con una exigencia que ella no pudo reconocer, sobre todo
porque su mente ya no se concentraba en las palabras de su acompañante.
Para Arizona, era como si una bomba hubiera detonado a su lado y solo
escuchara un pitido sin fin.
—Sé que terminaste con él hace poco, y quizá todo esto sea muy rápido,
pero…
—No. Adam está aquí. —Lo señaló con disimulo y él se giró. No supo a
quién mirar—. ¿Qué demonios hace aquí?
Quiso correr y esconderse. Irse de inmediato. No pensaba afrontar las
consecuencias de sus acciones ahí, tan pronto y sin previo aviso. Sin
embargo, antes de que pudiera dar el paso, su mirada y la de Adam se
encontraron.
Él la reconoció de inmediato y su postura se endureció. Sus labios
formaron una fina línea y sus cejas se unieron.
Lo supo ahí mismo: era demasiado tarde para escapar.
capítulo veinticuatro
Jesse

D
urante las últimas horas, Jesse había hecho una lista de las cosas que
podían salir mal en esa fiesta, y aunque logró enumerar un puñado de
ellas, que el exnovio de Arizona se presentara jamás figuró. En
definitiva, y como diría Murphy, cuando algo tiene que salir mal, saldrá
mal.
Había un grupo variado de personas, así que Jesse no supo identificar
cuál de los hombres al final del salón era el dichoso Adam. Por la palidez de
Arizona, supo que eso era lo de menos, que tenía que darle algunas palabras
de aliento para que se calmara. En Seattle vivían más de setecientas mil
personas, era irrisorio que justamente su exnovio asistiera a esa fiesta en la
que Jesse estaba listo para que los demás pensaran que Ari era su nueva
pareja —porque lo era—.
—Si está aquí es porque ha de ser cliente de alguien de nuestra empresa
—le contestó.
Arizona salió de su trance y lo miró, asustada.
—¿Podemos irnos a otro sitio? No tenemos que salir de la fiesta, solo…
No quisiera estar en este lugar tan público. No quiero que nos vea.
Aquello fue como una bala para su corazón. Él no la habría ocultado de
Holly porque no sentía ni miedo ni vergüenza de que su ex, sus amigos, o
incluso su familia, conocieran a Arizona. Era una mujer maravillosa de la
que cada vez se sentía más orgulloso de acompañar. Pero que ella no lo
viera de la misma manera pulverizó sus ilusiones.
—Claro, vamos.
Llevó la mano a la parte baja de la espalda de la castaña y la guio hacia
una pequeña terraza de pisos de madera pulida. Frente a ellos Seattle se
levantaba con majestuosidad, con las luces de los edificios lejanos, pero
representando una de las vistas más bonitas de la ciudad. Arizona se recostó
en la barandilla y suspiró, perdida en sus pensamientos.
—Ari, si quieres que nos vayamos…
Ella echó la cabeza hacia atrás para mirarlo, aún lucía asustada, pero
pudo más la preocupación.
—La última vez que Adam y yo nos vimos supuso que me gustaba otra
persona y no quedamos en los mejores términos. Me dijo algunas cosas que
no me agradaron, así que decidí evitarlo desde entonces. Estoy segura de
que ya se dio cuenta de que la persona que me gustaba eras tú.
—Exactamente ¿qué es lo que te preocupa? ¿Que vea que has pasado la
página, que te pida que vuelvan a estar juntos, que me muela a golpes…?
—No sé. No esperaba verlo tan pronto, es todo. En parte quisiera
enfrentarlo, ¿sabes? Para salir de la situación o solo cortarla de raíz. Al
mismo tiempo, no quiero que tú quedes en el medio. No soportaría que esto
te lastimara, si es que no lo ha hecho ya.
Sus ojos marrones brillaron con dulzura y Jesse supo que ni quería ni
podía estar molesto con ella. Ni siquiera con su exnovio —aunque le
preocupaba eso de que «le había dicho cosas que no le agradaron»—, por
más que estuviera arruinándole su noche con Arizona solo con su
presencia.
—Yo estoy bien —respondió acariciando su mejilla con los nudillos—,
no tienes que preocuparte por mí. Si quieres enfrentarlo esta noche, hazlo,
yo estaré cerca para darte apoyo o sacarte de aquí si es necesario.
Ella le sonrió.
—¿Sabes qué? No tengo por qué acercarme a él ni decirle nada. Si está
aquí como invitado, entonces que disfrute de la fiesta mientras yo hago lo
mismo con la persona que me trajo, que, además, es la mejor compañía de
toda la ciudad.
Jesse se inclinó hacia ella, paseando la yema de sus dedos por su cuello
desnudo. Aquella declaración era todo lo que necesitaba, era proclamar las
intenciones de querer estar con él sin importar lo que los demás pensaran.
Tal y como él pensaba y sentía. Depositó un suave beso en sus labios
reclamándolos como suyos, aunque sabía que ella no era de nadie. Solo de
sí misma.
—¿Cómo hiciste para tenerme a tus pies en tan poco tiempo? —susurró
Jesse. Vio cómo las comisuras de los labios de Ari se curvaban hacia arriba
en una sonrisa lenta y cálida, de esas que le dejaban con la mente en
blanco.
—Ni yo misma lo entiendo.
Le dio un último beso y la tomó de la mano para volver al salón. Justo
cerca de la puerta, uno de sus compañeros de trabajo le hizo una seña con la
mano para saludarlo, venía acompañado de tres personas: dos hombres y
una mujer. Todo sucedió tan rápido que, aunque hubiera querido planear un
escape, le habría resultado imposible. Arizona le apretó la mano con tanta
fuerza que Jesse supo que entre los invitados se encontraba su exnovio, mas
no supo cuál era. Ninguno tenía «cara de Adam» y le resultó difícil intuir
cuál era su archirrival.
—¡Jesse! —exclamó Joel. Era la mano derecha de su jefa y un hombre
que por las buenas era un pan de Dios, pero por las malas se convertía en
Satanás—. Quiero presentarte a unos amigos de Stanley, Pratt & Stone, es
una firma bastante conocida. Se dedican a proveer servicios empresariales
como mejorar el desempeño del personal, charlas para promover las
dinámicas de equipo y asesorías en Recursos Humanos.
Entonces supo cuál era Adam. Lo identificó como el tipo gigante que
veía su mano unida a la de Arizona con resentimiento.
Jesse rezó para que no le tocara pelearse con él porque le llevaba al
menos una cabeza. A su lado, Arizona parecía una infanta. Era un hombre
que debía medir cerca de dos metros, con las facciones bastante endurecidas
y una espalda del tamaño de un avión Boeing 747. Un solo roce de Adam y
terminaría desfigurado.
—He escuchado de ella —contestó, luego estrechó la mano de los
presentes. Adam, en particular, se la apretó tanto que si no estuviera en un
evento tan formal lo hubiera insultado.
—Los directores de la firma están en otro sitio —prosiguió—. Aunque
estos tres son los futuros líderes de esa empresa: Owen Johnson, Adam
Marshall y Jeanine Monroe. —Joe señaló a Arizona—. ¿Y tu preciosa
invitada es…?
Se giró hacia Ari, quien no sabía dónde esconder el rostro y cuyas
mejillas estaban del color de un tomate. Le habría encantado salir corriendo
con ella para evitarle otros momentos incómodos, pero solo empeoraría la
situación, por no mencionar que le resultó curioso que ni Adam ni sus
compañeros la saludaran, sino que actuaran como extraños.
—Arizona Taylor —se presentó, aunque sin estrechar la mano de nadie
—. He venido por invitación de Jesse.
Su voz flaqueó, aunque él notó el esfuerzo puesto para que nadie se
diera cuenta de que estaba temblando. Jesse lo sintió porque su mano se
había puesto fría y vibraba como si tuviera un incesante tic en todos los
músculos.
Antes de que Joel le preguntara a qué se dedicaba, otra persona se
aproximó al grupo y, si antes la situación era incómoda, en ese momento se
tornó una telenovela. Se trataba de una mujer bajita de cabello negro y ojos
castaños. Vestía un vestido carbón con lentejuelas y parecía tan dulce como
introvertida. Se posicionó a un lado de Adam y rodeó su cintura con un
brazo, mirándolo con devoción.
Arizona se tensó como si hubiera visto un espíritu.
—¿Me perdí de algo? —preguntó. Miró a Jesse y a Ari antes de sonreír
—. Un placer conocerlos, yo soy Sierra, la esposa de Adam.
capítulo veinticinco
Arizona

A
rizona no tenía idea de cómo sonaría la Tierra si se partiera en dos de
repente, o si cayera un meteorito y la rompiera en pedazos, aunque
estaba convencida de que debía sonar exactamente a cómo sonó su
corazón en ese momento.
Adam estaba en esa fiesta. Adam se había dado cuenta de que Jesse era
el chico que a ella le gustaba. Adam parecía querer empujar a Jesse y
sacarlo del camino. Adam estaba con una chica que lo miraba con devoción.
Adam estaba casado.
Casado.
Legalmente unido a otra persona, con un hogar construido y tal vez
hasta perro tenían. Si es que no tenían hijos. Por Dios, el pensamiento hizo
que estuviera a punto de vomitar. ¿Se había acostado con un hombre que ya
tenía una familia? No supo cómo demonios fue capaz de mirar a su esposa a
los ojos. Se llamaba Sierra y parecía perdida en la conversación, con sus
ojos oscuros mirando a todos los presentes con cierto brillo de curiosidad y
sus labios carnosos levantando una sonrisa tierna. Era bajita, casi tanto
como Arizona, delgada y elegante, con rasgos latinos. A diferencia de
Arizona, Sierra lucía como si su mundo estuviera completo y sin daños,
como si no fuera una de las protagonistas de una historia trágica,
inadvertida de que el hombre a su lado la había estado engañando, y no solo
con Ari, sino con quién sabe cuántas mujeres más.
El compañero de trabajo de Jesse se rio de algo y empezó a hablar, pero
Ari fue incapaz de escucharlo. Era como si hubieran detonado una bomba a
su lado y hubiera perdido la capacidad de oír cualquier cosa que no fuera un
eterno pitido o su corazón quebrarse una y otra vez sin darle descanso.
Sintió la mano de Jesse buscar su cintura y apretarla, tal vez con la
intención de que ella lo mirara, mas no fue capaz de moverse. Incluso su
piel recibió el calor de la suya cuando se agachó para susurrarle algo al
oído, pero, de nuevo, estaba tan consternada que no fue capaz de poner sus
sentidos en marca.
—Necesito ir al baño —susurró finalmente. No supo si alguien, además
de Jesse, la había escuchado, aunque en ese instante le importó poco.
Se giró con las piernas temblorosas y caminó en otra dirección. No sabía
siquiera dónde quedaba el baño o si estaba yendo en la dirección correcta.
Lo único que necesitaba era salir de ahí. Caminó entre ríos de personas
sintiendo cómo su corazón latía con fuerza, amenazando con romperle el
pecho, como si lo de Adam no lo hubiera hecho ya. La cabeza le dolía, en
su garganta crecía un nudo que casi le impedía respirar. Se sentía débil y los
ojos le ardían.
Meses. Había estado con Adam durante meses. Casi seis, para ser
exactos. Puede que no hubieran durado una eternidad, pero durante aquel
tiempo ella sintió que su relación era algo estable; que, a pesar de las
complicaciones, podrían sobrevivir a las dificultades y en algún punto vivir
juntos, como él mismo había prometido. ¿Cómo se había atrevido a pedirle
que se mudaran si ya compartía techo con otra mujer?
Tal vez quería separarse de Sierra y vio en Arizona una oportunidad. Eso
considerando que su plan de mudarse juntos fuera real. Aunque ahora
entendía por qué decidió posponerlo de la nada, porque no dejaría a su
mujer, al menos no a corto plazo. ¿Acaso no siempre estaba de viaje como
le decía? ¿Alguna de las cosas que le relataba en la intimidad era cierta? ¿O
todo había sido un engaño para tenerla en la cama cada vez que estuviera en
Seattle?
Bueno, al menos lo de su trabajo era real. Había conocido a Owen antes
y ahora que los había tenido frente a frente se dio cuenta de que Owen supo
todo desde el comienzo. Por eso ni él ni Adam se atrevieron a saludarla en
público, mucho menos cuando llegó Sierra a la escena.
¿Cómo había sido tan tonta para caer en la trampa, para creerle todo ese
tiempo? Nadie que realmente esté comprometido con una relación hubiera
sido tan despegado como fue Adam. Ella siempre le había atribuido eso a
que era «cerrado», pensaba que prefería no hablar de sus sentimientos y por
eso apreciaba muchísimo cuando bajaba los muros un poco. Ahora se daba
cuenta de no era cerrado, sino que ella jamás había sido tan importante para
él como para que quisiera contarle temas personales o para decirle cuánto la
quería. Ni siquiera la había querido.
Una mano la sujetó por el brazo para detenerla.
—Ari, espera.
Se giró mordiendo su labio inferior, como si con eso pudiera contener
todos los sentimientos que la asfixiaban. Los ojos azules de Jesse la
miraban fundidos en preocupación, aunque fue su voz lo que la sacó del
trance. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado hasta ahí. Era un
espacio con paredes de madera y un montón de obras de arte alrededor,
parte del gran salón de eventos, aunque una esquina más íntima, incluso con
unos pufs para descansar.
—Deberíamos irnos. Te dejaré en casa de inmediato y, si no te molesta,
puedo hacerte compañía hasta que… Hasta que proceses bien lo que acabas
de ver.
—Yo… —empezó, pero no supo qué decir.
Todo su interior le gritaba que saliera de ahí tan pronto como pudiera.
Se sentía una fugitiva y sentía vergüenza de que Adam o Sierra la miraran
de nuevo. Su culpabilidad alcanzaba nuevos picos con cada segundo, y eso
que reconocía que no era la culpable de la situación, solo que el
pensamiento de «tuve que haberme dado cuenta» no la dejaba en paz. Al
mismo tiempo, recordó las palabras de Mandy, cómo necesitaba pasarlo
bien esa noche y cuál había sido su objetivo para asistir a la fiesta en primer
lugar.
Todo había salido bien con Walter; había despertado el interés de un
hombre importante que podría ayudarla a alcanzar sus metas, y si había
podido con él, también podría suceder lo mismo con otros empresarios que
estaban allí presentes. Por no mencionar que Jesse la había invitado para
pasar más tiempo a su lado para que ambos empezaran a generar otro tipo
de intimidad y complicidad.
Irse de la nada sería arruinar sus oportunidades para cumplir su sueño,
así como lo que estaba cultivando con Jesse. Sabía que este último podría
perdonárselo porque era humano y porque se le notaba que estaba más que
preocupado por ella y su corazón en ese momento, pero Ari no necesitaba
ser un genio para saber que él había estado muy ilusionado con esa noche.
Entonces intentó convencerse de que ella no era la infiel de esa fiesta, no
tenía por qué esconderse o huir ni había hecho nada malo, al contrario, solo
había sido una de las víctimas. Adam había sido la persona que la utilizó, la
mintió y la hizo sentirse culpable por tener un trabajo, como ser operadora
de una línea erótica.
Miró a Jesse y se concentró en sus facciones, en su expresión tan dulce,
en sus dedos acariciándole el brazo y en la curvatura de sus labios.
Entonces otra pregunta llegó a su cabeza: ¿cómo confiar en él? ¿Y si Jesse
también la estaba utilizando para olvidar a Holly? ¿Y si cuando se cansara
iría a rogarle a Holly por su perdón o, peor aún, ya estaba haciéndolo a
espaldas de Arizona?
—Yo… creo que debería quedarme acá —musitó con la voz rota—. No
quisiera que esto me arruinara la noche.
—Estás en tu derecho de molestarte con el planeta —contestó él, más
firme—, de romper todo lo que te rodee y de irte de este maldito lugar. Sé
lo que se siente que te engañen y tener que descubrirlo por tu cuenta y no
por la boca de esa persona que quieres, o que quisiste, así que si sientes que
no quieres estar aquí, nos vamos ya mismo, Ari.
Una lágrima corrió por su mejilla y no puso objeción cuando Jesse se
inclinó para limpiársela.
—Sácame de aquí, por favor —le rogó, olvidando sus dudas por un
momento.
Él asintió como un soldado recibiendo una orden.
—Ven.
La tomó de la mano y entrelazó sus dedos con suavidad antes de guiarla
por el salón. Atravesaron el lugar con rapidez y cuando llegaron a la entrada
del hotel, Jesse le pidió que la esperara ahí mientras iba a buscar el coche.
Arizona se colocó su abrigo y guardó las manos en los bolsillos, resistiendo
un poco más sus ganas de llorar a cántaros. Eso lo reservaría para cuando
llegara a su habitación y, por supuesto, no le pediría a Jesse que la
acompañara. Ya había sido suficientemente bochornoso que se enterara a la
par que ella de que su exnovio era un hombre casado.
La piel le picaba y se sentía asqueada. Recordó cada una de las veces en
las que estuvo con Adam. Todas las risas, los besos, las caricias. Lo que en
algún momento consideró romántico, ahora lo encontraba repugnante.
—Arizona.
Solo escuchar esa voz de nuevo la hizo temblar. Buscó a Jesse con la
mirada, pero no estaba cerca, por lo que le tocaría lidiar con Adam ella sola.
Se vio tentada a salir corriendo, pero reconocía que eso no solucionaría
nada ni la haría sentir mejor y, por si fuera poco, Jesse no la encontraría
luego, así que se giró para enfrentarlo, olvidando cómo se respiraba.
—¿Qué quieres, Adam? —Escupió las palabras con rabia.
Allí estaba él, con su cabello peinado de lado, un traje negro refinado y
su elegancia innegable. Por primera vez, no supo leer la expresión en su
rostro, lo único que vio era que se estaba acercando a ella y, por su propia
estabilidad, le hizo una seña con la mano para que se detuviera.
—No te me acerques, mentiroso de mierda —espetó—. ¿Qué pasa,
ahora que tu esposa no está cerca te sientes con ganas dirigirme la palabra?
—Vine para explicarte lo que sucede. No quisiera que te fueras
pensando que… —Dejó de hablar y ella vio cómo su nuez subía y bajaba.
—¿Qué es lo que no debo pensar? —Arizona se cruzó de brazos—.
¿Que no estás casado? Porque Sierra lo dejó bastante claro. ¿Me lo ibas a
decir alguna vez?
Algunas personas que pasaban por la entrada los miraron con interés,
pero tuvieron el recato de continuar con su camino y no quedarse
escuchando el chisme. Considerando que había dos metros de distancia
entre ellos, no era muy difícil oír su discusión. A ella no le importó que los
demás supieran que él era un perro infiel, sin embargo, Adam le hizo una
seña con la mano para que bajara la voz.
¿Bajar la voz? Aquello solo la indignó más.
—No era tan fácil… —Intentó acercarse, pero Arizona dio dos pasos
hacia atrás—. Ahora bien, tú parecías muy feliz con el rubio ese, lo cual me
lleva a pensar que ya estabas con él aun cuando tú y yo salíamos.
Arizona bufó sin poder creer lo que él acababa de decir.
—No es como si te debiera explicaciones, de todas maneras, te
recordaré que la última vez que nos vimos te dejé muy claro que sí me
gustaba otra persona pero que no habíamos hecho nada. A diferencia de ti,
intento ser honesta cuando tengo la oportunidad.
—Todas las cosas que te dije eran ciertas, Arizona.
—¡Nunca me dijiste que estabas casado!
—Baja la voz —espetó y con una zancada estuvo frente a ella—. Y sí,
puede que esté casado con Sierra, sin embargo, las cosas no han estado bien
en un buen tiempo. Cuando te dije que quería irme a vivir contigo, lo hice
de corazón. Pensaba dejar a Sierra e irme contigo.
Ella negó con la cabeza y lo apartó de un solo empujón.
—No quiero que vuelvas a hablarme ni que te acerques a mí. No quiero
saber más nada de ti en lo que me queda de vida, ¿te ha quedado claro?
El rostro de Adam se contorsionó y ella estuvo a punto de creer que sus
palabras le habían afectado, que, en efecto, se sentía triste. Aunque estaba
segura de que sería otra más de sus inacabables mentiras.
—Por favor, tienes que creerme y escuchar mi versión. Yo te quiero a ti,
Ari.
«Te quiero a ti».
«Te quiero».
Así, en voz alta y en público, las palabras que siempre le rogó al fin
salían de sus labios. No obstante, salían muy tarde y cuando ya no eran
capaces de reparar el daño que había hecho. Las lágrimas llegaron al rostro
de Arizona sin poder controlarlo. La furia y la tristeza se apoderaron de ella
y, ante lo abrumante de la situación, solo pudo quedarse callada. Había
esperado meses por un «te quiero» y ahora que lo había conseguido, hubiera
preferido que no lo hubiera pronunciado jamás. En vez de hacerla sentir
mejor, solo la estaba lastimando más.
—¿Adam? —pronunció otra voz, una que parecía cargada de un
sentimiento diferente al de Ari, pero igual de doloroso: decepción.
Ambos voltearon hasta que encontraron a Sierra no muy lejos de ellos
con una copa de champán en la mano, la boca abierta y los ojos vidriosos.
capítulo veintiséis
Arizona

C
uando la mirada entristecida de Sierra cayó sobre Arizona, esta sintió
como si le hubieran clavado un puñal en el estómago. Aunque quisiera
achacarle toda la responsabilidad a Adam, sabía que ella era una de
las causantes de su dolor y tras ponerse en sus zapatos por un momento, su
interior colapsó. Aunque, sin ir muy lejos, ella también había sido víctima
de las mentiras de Adam.
—Sierra —pronunció él con la respiración contenida. Su rostro perdió
color y fue como si hubiera visto un fantasma—, ¿qué haces aquí afuera?
—¿Es cierto lo que le dijiste? —preguntó con la voz rota.
Arizona solo pudo ser testigo de esa escena sin atreverse a intervenir, no
solo porque no le incumbía, sino porque no deseaba causar más dolor a
aquella pobre chica a la que ya se le notaba que su mundo estaba cayéndose
a pedazos. De todas maneras, Ari también quería conocer la respuesta a esa
pregunta. ¿Asumiría Adam frente a su esposa que la quería?
—Cariño…
El rostro de Sierra se contorsionó y negó con la cabeza, negada a
creerlo. Cuando Adam no fue capaz de negarlo, Arizona entendió que era
momento de irse, suficiente daño había causado ya.
—No vuelvas a llamarme cariño —espetó ella.
Arizona se dio media vuelta y caminó por la acera en dirección al
estacionamiento, calculó que Jesse no tardaría en aparecer y, si lo hacía,
sería por ese lado del hotel. En efecto, pocos segundos después vio su auto
aproximarse a ella. No supo cuál sería la expresión en su rostro, pero tuvo
que ser bastante grave porque el rubio se bajó del coche y se acercó a ella
con extrema preocupación.
—¿Qué pasó? —le preguntó mientras apoyaba las manos en sus
hombros.
Ella tragó con fuerza y, sin ser capaz de mirarlo a los ojos, recortó la
distancia entre ambos, escondió el rostro en su cuello y se echó a llorar.
Había querido esperar hasta llegar a casa, sin embargo, encontrarse con
Adam y escucharlo decir que la quería o ver la expresión de dolor de Sierra
la había devastado.
Devastado, justo lo que ella había hecho con aquel hogar.
En definitiva, nada le salía bien. Había destruido un matrimonio, no
tenía ningún logro personal, ni siquiera sentía la confianza para decirle a la
gente en qué trabajaba, y en aquel momento tampoco deseaba iniciar una
relación con Jesse, no después de ver lo sucedido con Adam. Se encontraba
en un hoyo de preocupaciones y fracasos del cual no sabía cómo salir.
Los nudillos de Jesse acariciaron sus mejillas, limpiando sus lágrimas.
Le murmuró algunas palabras de consuelo que ella se negó a escuchar.
Tenía el derecho de ahogarse en la miseria un poco más.
Él la condujo hasta el asiento del copiloto porque otro coche necesitaba
salir y ellos se habían quedado en medio de la vía. El camino de regreso al
departamento de Arizona fue lamentable, ella no paró de llorar y él no supo
cómo ayudarla. Y es que no había otra manera, el primer paso para sanar era
empezar a drenar.
Cuando llegaron, Jesse estacionó el coche y pareció dispuesto a bajarse
para ayudarla a salir, pero ella le pidió que se detuviera.
—Aprecio que quieras hacerme compañía esta noche —dijo en voz baja,
limpiando sus mejillas por vigésima vez y tratando de calmarse—, pero
necesitaré estar sola. En el peor de los casos tendré el hombro de Mandy
para llorar.
Aquello fue como si le hubiera dado una bofetada.
—Pero… ¿estás segura?
Ella asintió.
—Voy a necesitar tiempo, Jesse.
—¿Tiempo?
—Yo… Estos días a tu lado han sido magníficos, más de lo que pude
haber imaginado. Sin embargo, necesito procesar lo que sucedió hoy.
Necesito tiempo para mí —apostilló tras un suspiro—. Además, lo más
probable es que en los siguientes días me convierta en una nube negra y no
quisiera hacerte sentir mal, mucho menos deseo que te canses de mí.
—Arizona, no me importa si te conviertes en una nube negra, es más,
los días oscuros me gustan más.
Quiso sonreír, pero no encontró las energías para ello. Deseó con todo
su corazón poder corresponder aquellas ganas de continuar la casual y
bonita relación que estaban empezando a construir, sin embargo, Arizona
sabía que si no se tomaba un tiempo para procesar sus emociones lo único
que conseguiría sería lastimarlo, y ya había lastimado a suficientes personas
a lo largo del día, incluso a lo largo de esa noche.
—Lo siento, Jesse.
Más que una disculpa, aquella fue una declaración de que no cambiaría
su posición. Él entendió ese mensaje entre líneas, así que, en consecuencia,
bajó las manos a su regazo y la emoción se fue de su rostro. Arizona
tampoco deseaba verlo así, incluso estuvo a punto de decirle que se olvidara
de sus tonterías solo para complacerlo, pero sabía que sería peor decisión.
—¿Cómo hiciste para ponerte en pie después de lo de Holly?
—Llamé a una línea erótica —contestó intentado bromear, pero sonó
entristecido.
Ella buscó su mano y la apretó.
—Jesse…
—Aún no supero al cien por ciento a Holly —admitió, interrumpiéndola
—, pero supongo que todas las personas que han sido importantes en
nuestras vidas se quedan de alguna manera con nosotros. Supe que dejé de
estar enamorado de ella cuando empecé a sentir cosas fuertes por ti,
Arizona, pero solo llegué a ese punto cuando me desligué de todo lo que
concernía a Holly y cuando hice el intento de seguir adelante, así que
entiendo que te tomes tu tiempo. Sería egoísta que me molestara por eso
porque cuando yo pasé por tu situación me tomó semanas atreverme a salir
de casa.
Arizona suspiró y dos nuevas lágrimas aparecieron. Aquella noche le
había puesto fin tantas cosas que ni siquiera sabía qué era lo que quedaba de
ella.
—Solo prométeme algo —añadió, decaído. Ella lo miró a la expectativa
—. He estado en tus zapatos, así que no te molestaré hasta que sepa que
estás bien, hasta que tú misma quieras verme de nuevo. Prométeme que
cuando estés mejor, así sea dentro de una semana o diez años, vas a
llamarme. ¿Podrías hacer eso?
Las cejas de Ari se unieron y en ese momento deseó, como la egoísta
que podía llegar a ser, que Jesse fuera como Adam. Quería que le rompiera
el corazón y que no actuara como un príncipe, de esa forma no se vería
tentada a abrazarlo y a llorar en sus brazos por el resto de la noche o
quedarse a su lado por el resto de sus días sin importarle siquiera ella
misma. Si él se estuviera comportando como Adam en ese momento le
resultaría más fácil bajarse del coche y decirle que no lo llamaría de nuevo.
En cambio, siendo el caballero que era, Jesse le estaba dando una
comprensión que le resultaba tan ajena como dolorosa.
—Yo… —Abrió la puerta del carro y se dijo a sí misma que tampoco
estaba bien darle esperanzas. Su vida era un actual desastre y si de verdad
estaba enamorándose de Jesse, lo mejor que podía hacer era dejarlo fuera de
ello—, no lo sé.
Esas palabras hicieron que el semblante de Jesse se transformara a uno
incluso más lúgubre, aplastando lo que quedaba de su corazón.
—Si te sirve de algo, te quiero.
«Te quiero».
Un nuevo te quiero esa noche. Otra declaración de amor que no debía
corresponder. Otra declaración que solo engrandecía el nudo en su garganta.
Arizona negó con la cabeza sin poder creer la situación en la que se había
metido, sintiéndose desagradecida por darle la espalda a Jesse y cerrar la
puerta del coche.
Aquel «te quiero» había rememorado las desagradables sensaciones por
las que la hizo pasar Adam minutos atrás y todos los pensamientos
negativos regresaron. Recordó el rostro de Sierra y las disculpas de Adam.
Ahora había absorbido a Jesse en su dolor y no sabía cómo hacer las cosas
bien.
Subió a su departamento casi a rastras y cuando abrió la puerta se
encontró con que todo se encontraba a oscuras, iluminado apenas por
algunas velas. En la mesa del comedor se encontraba Mandy y, a su lado, el
chico misterioso con el que salía. Cuando su mejor amiga vio el estado en
que había llegado a casa, se levantó de inmediato y corrió hacia ella.
—Ari, ¿qué ha pasado? ¿Qué te hicieron?
Hizo lo mismo que había hecho antes con Jesse. La abrazó y empezó a
llorar aferrada a ella, esta vez con un motivo adicional.
Durante meses se había obligado a ser fuerte, a dar un paso más, a no
mirar hacia atrás. Se castigaba cuando se sentía mal y hacía lo posible por
sonreírle al mundo porque sabía que al día siguiente tendría una
oportunidad, pero esa noche Arizona fue incapaz de imaginar que existía un
mañana, se había cansado de ser fuerte.
A veces, las personas más fuertes pueden quebrarse peor que las más
débiles.
—Quiero irme, Mandy —sollozó—. No quiero seguir aquí.
capítulo veintisiete
Arizona

L
o que estaba haciendo significaba una vuelta atrás, de todas maneras,
recordó que lo necesitaba. Arizona salió del área del carrusel y exhaló
todo el aire que venía conteniendo. Los siguientes tres días prometían
ser problemáticos, sobre todo cuando llegara el momento de decir la verdad,
porque eso sí que te hacía la familia, te obligaba a ser honesto, sobre todo
cuando se percataban de que ocultabas algo.
—¡Ari! —Escuchó la voz de Sydney. Se alivió de que se tratara de su
hermana menor y no de su madre.
Miró en varias direcciones hasta que se encontró con una de sus
personas favoritas en el mundo. Se apresuró hasta alcanzarla y la abrazó
como si no hubiera un mañana. Le habría encantado tener a Sydney en
Seattle y que no desperdiciara su vida en un pequeño pueblo de West
Virginia, pero sabía que su hermana menor tenía un apego por sus padres,
más del que tenía Arizona. No quería decir eso que los quisiera menos, sino
que Sydney prefería la estabilidad de estar cerca de su familia mientras que
Ari solo quería irse lejos para encontrar nuevas aventuras.
—Cuando mamá me dijo que vendrías, no pude creerlo —habló,
emocionada. Agarró la maleta de Ari y la condujo hasta las puertas del
pequeño aeropuerto mientras empezaba su parloteo—. Nos encanta que
hayas venido, las cosas han cambiado mucho desde la última vez que
estuviste aquí. ¿Te acuerdas de Brian? Bueno, ya no estamos juntos. Él
decidió irse a D.C. y cuando me invitó a irme con él le dije que no. Justo
ahora encontré trabajo en el instituto donde estudiamos, que sabes que
siempre me ha encantado. Mamá y papá siguen peleando todo el tiempo,
pero al final del día se dicen que se aman y es como si nada hubiera
sucedido. ¿Cómo vas tú en Seattle? Mamá me dijo que tienes un trabajo
nuevo en un call center. ¿Te sientes feliz? Debe ser muy difícil la vida
en…
—Sydney, Sydney… —La detuvo poniéndole una mano en el hombro y
soltó una risa breve— estás diciendo mucho y al mismo tiempo no me estás
diciendo nada.
Su hermana soltó una carcajada y la abrazó de nuevo.
Si Arizona tuviera que otorgarle una palabra a la personalidad de su
hermana sería «amor». Ella era de ese tipo de personas que tenían las
palabras adecuadas para cada momento, la fuerza para seguir adelante, la
alegría para vivir su vida como deseaba y rara vez se quebraba. Ari la
comparaba con el personaje de Kimmy Schmidt y cómo era «irrompible».
En cambio, Arizona solía dudar constantemente de las cosas que hacía, de
lo que quería, hasta de ella misma. Se preocupaba tanto por que todo le
salieran bien que terminaba saliéndole mal, y después de unos años llenos
de fracasos, era fácil que se rompiera con cualquier cosa.
—¿Por qué terminaste con Brian? —le preguntó cuando estuvieron solas
en el coche. El camino a casa sería un poco largo.
—Él consiguió un muy buen trabajo en D.C. y cuando me propuso que
me fuera con él, le dije que no. Ya sé lo que vas a decir… que puede irme
mejor si salgo de aquí y me voy a la ciudad, pero a pesar de todo soy feliz.
Arizona frunció los labios y no contestó nada. Había perdido el derecho
de decirle a su hermana que irse a la gran ciudad era una buena idea porque
a ella no le había ido como lo planeó al principio, así que prefirió
preguntarle por sus padres y qué debía esperar cuando llegara a casa.
—Ambos están muy emocionados. Mamá lleva dos días cocinando
porque dice que seguro vienes más flaca que un poste de luz —rio y ajustó
la calefacción. La autopista estaba tranquila y casi solitaria, lo cual era
extraño porque faltaba un día para Año Nuevo—. Canuto está muy grande,
no es mismo cachorro que dejaste hace tiempo.
—Puedo imaginarlo.
Se formó un silencio incómodo y Ari supo que su hermana estaba
planeando cómo hacerle una pregunta imprudente. La conocía lo
suficiente.
—¿Por qué viniste, Ari? Sé que le pediste dinero a mamá para pagar el
boleto. Y, no me malinterpretes, me encanta saber que estarás estos días con
nosotros, pero… ¿qué pasó en Seattle?
—Es una larga historia.
—Tenemos tiempo. —Sonrió—. Me estoy quedando sin gasolina, así
que podremos detenernos en un 7-Eleven. Prefiero que nos tomemos un
café de máquina ahí a que mamá nos interrumpa queriendo saber qué tanto
chismeamos.
Arizona soltó una risa traviesa y asintió. Las veces en las que visitaba a
su familia en West Virginia, rara vez la dejaban sola. Incluso cuando quería
hablar de cosas íntimas con su hermana, alguno de sus padres aparecía con
un plan para ese día y no descansaban hasta que ella accediera, así que eran
pocas las cosas personales que podía hablar con Sydney cuando la veía, ya
que ninguna de las dos era buena con las conversaciones telefónicas.
Una vez que echaron gasolina, pagaron por un café en 7-Eleven y se
quedaron allí mientras Ari le contaba todo a su hermana. Sydney —y toda
su familia, en realidad—, sabía que tenía un novio llamado Adam, lo que le
sorprendió fue descubrir que era un hombre casado. Cuando Arizona le
admitió trabajar en una línea erótica, se sintió aliviada al ver que le resultó
indiferente y que concentró toda su emoción en Jesse.
—Si también piensas que soy un monstruo, puedes decírmelo.
—Nada de lo que sucedió con Adam fue tu culpa, Ari —la consoló—.
Es un cabrón, te juro que si lo tuviera frente a mí le clavaría los dientes en
el mostrador para que jamás pudiera sonreírle a una chica. Tal vez así le
tomaría más trabajo engañarlas. Es una lástima lo de su esposa, pero tú no
lo sabías. Ahora bien, ¿cómo demonios no podías saberlo? ¿No lo tienes en
Facebook?
Ari se encogió de hombros.
—Siempre me dijo que odiaba las redes sociales. En teoría solo tiene
LinkedIn porque lo necesita para el trabajo y en Facebook solo postea cosas
sobre sus viajes y charlas. Jamás ha publicado nada personal, ni siquiera
con su familia, por eso no vi extraño que se negara a subir fotos conmigo o
que me pidiera que no lo etiquetara en nada. Todo el tiempo creí que era por
su nivel de profesionalidad, no porque fuera un maldito infiel.
Sydney negó con la cabeza y frunció los labios.
—De nuevo, lo que sucedió en su matrimonio es cosa suya. Además, por
cómo me contaste la historia, parece que Jesse te gusta más.
—Con Jesse todo es distinto —confesó sintiendo cómo el pulso se le
aceleraba de nuevo con solo recordarlo—. Me hace sentir tan… cómoda, en
confianza, incluso cuando me dice cosas tan bonitas me hace creer que la
vida que tengo en Seattle no es tan mala.
—Es que no lo es. El hecho de que tu vida actual no sea como la
planeaste hace algunos años no la hace una mala vida. Puede que debas
dinero o que no hayas podido emprender con tu marca de ropa, pero saliste
de aquí y eres independiente. Yo… —Hizo una pausa acompañada de una
mueca triste—, no sé si podré ser tan fuerte como tú.
Arizona tomó su mentón y lo levantó para que la mirara. Era la primera
vez que la escuchaba tan vulnerable. Aquella no parecía su Sydney, la chica
irrompible que jamás se mostraba decaída o desesperanzada.
—Eres preciosa, fuerte y mi inspiración para mis días malos. Cuando
me recupere un poco quiero que te vengas unos días a Seattle conmigo. Mi
sofá es muy cómodo, puedes quedarte ahí.
—Si es que no lo habrás roto ya después todo el sexo que tendrás en él
cuando regreses a la ciudad. —Le sonrió y botó los vasos que ya se habían
quedado sin café—. Solo aceptaré la invitación si con eso puedo conocer al
sexi chico detrás de la línea.
—Eso si quiere verme cuando regrese. No hemos hablado en dos días y
creo que solo arruiné lo que teníamos.
—No es un daño irreparable, sobre todo si él ha dicho que te entiende.
—La guiñó un ojo y la tomó de la mano para guiarla hasta el coche—.
Ahora vamos a casa. Dentro de cinco minutos mamá me romperá el móvil
para reclamarme por qué no hemos llegado aún.
—No sé si estoy lista para enfrentar a mamá.
—Espero que hayas llegado con las energías bien cargadas. Las vas a
necesitar.

✽ ✽ ✽

Después del segundo plato de tarta de manzana, Minnie le preguntó a


Arizona si deseaba probar su pan de maíz. No llevaba ni veinte minutos en
casa cuando ya le había dado de comer todo lo que tenía en la heladera8 y
las despensas.
—Mamá, son las once de la mañana y comí en el avión.
—Ya sabes cómo son las comidas de los aviones, cariño, no es igual a
comer en casa.
Del otro lado de la mesa, su hermana rodó los ojos ante la actitud de su
madre. Mientras tanto, su padre jugaba con Canuto, un perro negro que
Sydney había adoptado de forma arbitraria. Aunque Minnie y Frank le
reprocharon la decisión, ahora ellos amaban más al pobre animal que
Sydney.
—Mañana vienen los Miller —anunció su madre—. Se enteraron de que
nos visitarías y…
—¿Se enteraron o les dijiste? —Arizona enarcó una ceja con recelo.
—Por supuesto que les dije, te vieron crecer —refunfuñó—. En fin,
mañana vendrán a celebrar Año Nuevo con nosotros. Si ya estás soltera
puede que te interese hablar con William. Sé que no se llevaban bien
cuando eran adolescentes, pero ha cambiado mucho, es todo un hombre
ahora. Muy maduro y guapo.
Arizona les había mencionado por encima a sus padres que había
terminado con Adam, pero en ningún momento fue sincera sobre el motivo,
mucho menos se atrevió a añadir que estaba interesada en uno de sus
clientes de la línea erótica en la que trabajaba. No deseaba matarlos. Aún.
—Mamá, si quisiera buscarme un novio nuevo lo buscaría en la gran
ciudad, no en el pueblo, donde ya conozco a todo el mundo.
—Espera a que lo veas —se jactó su madre—. ¿No piensas igual,
Sydney? William es el galán que necesita.
—Solo si quieres amarrarla a este pueblo para siempre —murmuró su
hermana. Arizona la sonrió en agradecimiento—. Además, es de mala
educación disponer del corazón de otras personas de esa forma, Minnie.
¿Qué pensaría la señora Miller al ver que estás ofreciendo a su hijo de esa
manera?
Puede que lo dijera a modo de burla, pero tenía un buen punto.
Minnie negó con la cabeza manifestando la desaprobación hacia las
palabras de su hija y pretendió ignorarla. De todas maneras, Frank se giró
hacia Arizona y la sonrió de manera cándida.
—¿Cómo va tu trabajo, cariño?
—Pues… —Se aclaró la garganta mientras buscaba formas de
expresarlo—, no es el mejor sueldo del planeta, pero por lo menos me
mantiene. Les juro que les pagaré el dinero que me prestaron para el boleto
de avión.
Su padre hizo un gesto con la mano para que no se preocupara.
—Si con eso logramos verte de nuevo, entonces no tienes que pagarnos
nada.
Se sintió un poco culpable y se prometió que cuando tuviera un trabajo
más estable o un ingreso mayor no pasaría tanto tiempo sin visitarlos.
—Ya has cumplido treinta —resaltó su madre, como si ella no lo supiera
—. Entiendo que las cosas con ese chico no salieran bien, pero ¿no has
pensado en sentar cabeza pronto, cielo? Con cada año que pase se te hará
más difícil tener hijos.
Resopló sin poder creer lo que acababa de escuchar. El problema de
Minnie era que solía opinar mucho sobre la vida personal de sus hijas.
Desde el instituto solía sugerirles con quien hacerse amigas, qué chicos les
convenía o no, en qué trabajar, qué hacer con sus vidas. Lo peor era que no
lo hacía como imposición, es decir, no les «prohibía» juntarse con personas
determinadas, sino que se la pasaba dándoles «sugerencias» de formas tan
repetitivas que alguna de las dos terminaba cediendo. Arizona olvidó
cuántas dietas tuvo que hacer Sydney antes de que su madre la dejara en
paz.
—No necesito tener hijos para realizarme, mamá —contestó con pereza
—. Tampoco pretendo que eso me condicione para escoger a un hombre. Si
encuentro al indicado, genial, y si no, pues siempre me quedará el satisfyer.
El rostro de Frank se puso rojo mientras que Minnie se llevó una mano
al pecho y abrió la boca ante la sorpresa. Eran pocas las veces en las que Ari
les hablaba de esa manera, no obstante, después de pasar tantos años
viviendo fuera del techo de sus padres, encontraba irritante que le dijeran
cómo tenía que vivir su vida. Sydney, en cambio, soltó una carcajada.
—Espero que esa vida de ciudad no te haya hecho caer en la
promiscuidad, Arizona —espetó su madre, molesta—. Eres una niña muy
linda como para andar de cama en cama, como esas mujercitas citadinas.
Pues, de cama en cama no iba, pero bastante que hacía que otros lo
fantasearan.
—Estamos en el siglo XXI, mamá. Las mujeres podemos tener tanto
sexo como los hombres y ya no está mal visto. En realidad, jamás tuvo que
ser mal visto.
Su padre se mantuvo en silencio. Tampoco era como si Frank pensara
muy diferente a Minnie, solo que prefería no llevarle la contraria en esos
temas.
—Lo único que quiero decir es que… —intentó defenderse su madre.
—Ari entendió lo que quisiste decir —la interrumpió Sydney—. Si ella
quiere acostarse con quien le dé la gana es su asunto. Tú lo has dicho, ya
tiene treinta.
Gracias al cielo, en ese momento llamaron a la puerta. Arizona suspiró
de alivio cuando su madre se levantó, echándole una mirada amenazadora
con la promesa de que continuarían el tema luego. Escucharon unas voces
en la entrada y, en silencio, Frank se levantó también para recibir a los
invitados.
—En serio, Syd —susurró Ari, echándose hacia delante para que solo su
hermana pudiera escucharla—, ¿cómo has podido quedarte aquí tanto
tiempo? Solo bastó media hora para que quiera tomar un vuelo de regreso.
—Algunos días son mejores que otros.
Arizona reconoció las voces. Se trataban de los Miller, los que les
visitarían al día siguiente, no esa tarde. Supuso que su madre se había
tomado su rol de casamentera muy en serio, de todas maneras, lo que más le
llamó la atención fue que, frente a ella, Sydney palideció. Se puso de pie
con una calma fingida y miró a Arizona como si estuviera frente a un
fantasma.
Minnie las llamó a ambas para que se acercaran a la sala de estar y,
cuando lo hicieron, Ari sintió como si volviera a ser una adolescente. Los
señores Miller no habían cambiado en nada, solo tenían unas arrugas
nuevas. En cambio, la persona que estaba en medio de ellos era
irreconocible.
—¡Cuánto tiempo, Arizona! —exclamó la señora Miller—. Las veces
que volviste al pueblo no pudimos verte. Qué gran casualidad que para este
Fin de Año hayas regresado, y nuestro William también.
William Miller había asistido al mismo instituto de Ari y Sydney. Él
tenía la edad de la mayor, aunque jamás fueron amigos. Pretendían tener
charlas triviales cuando sus padres se juntaban, pero tanto ella como
Sydney solían dejarlo solo debido a lo aburrido que podía ser, hasta que en
algún punto él se cansó de que lo ignoraran y empezó a resentirlas y
tratarlas mal. En aquella época, William pasaba desapercibido: no era muy
simpático o hablador, su cabello dorado se opacaba por lo grasoso que solía
estar, sus dientes siempre iban con aparatos, tenía algunos granos en la cara
y era tan flaco que a veces parecía enfermo. En cambio, el William que
estaba ahora frente a ella parecía sacado de la realeza británica. Estaba más
alto, con su rostro pálido y pulcro, unos dientes blancos y perfectos, un
cabello rubio peinado de lado como un príncipe, una espalda ancha y
atrayente… Había evolucionado como un Digimon.
—¿William? —preguntó, sin poder creer que era él.
Aquello estuvo a punto de causarle un orgasmo a su madre.
—Arizona, qué gusto verte otra vez —pronunció con una voz tan grave
que hizo eco en toda la casa. Luego se giró hacia Sydney y le dedicó una
sonrisa torcida—. A ti ya te había visto hace poco, pero siempre es bueno
verte, Sydney.
Minnie se giró hacia su hija.
—No me habías dicho que estabas en contacto con William, cielo.
Por primera vez en todo el día, su hermana se quedó sin palabras. No
sabía si mirar a Arizona, a Minnie o a William. Las mejillas se le habían
puesto rojas. La conocía tan bien que Ari supo que solo estaba nerviosa
porque sí que se habían visto, sin ropa.
—Solo tengo un par de semanas de haber regresado a Harpers Ferry —
contestó él con naturalidad—. Me crucé con Sydney en el mercado hace
pocos días, nada trascendental. Lo bueno es que conseguí trabajo en un
hospital de Charles Town, así que he venido para quedarme. Es probable
que me vean más seguido a partir de ahora.
—Oh, qué bonito que hayas decidido regresar. He intentado convencer a
Arizona de que haga lo mismo —dijo su madre—, pero es muy testaruda.
Tal vez podrías convencerla de que haga lo que tú hiciste. De hecho,
podrían tomarse un café y…
La idea no convenció mucho a William, quien parecía estar a punto de
decirle que sí a Minnie solo por condescendencia, lo cual solo ofendía más
a Ari. ¿Cómo podía atreverse su madre a hacerle pasar tal vergüenza en
frente de su familia y los Miller? ¿Es que no tenía un poco de pudor? Por no
mencionar que el rostro de Sydney, aunque intentó mantenerse en calma, se
mostró triste y decepcionado.
Su madre no solo estaba hundiendo la poca dignidad que le quedaba a
Arizona, sino que aplastaba de a poco la autoestima de su hija menor, quien
de seguro no le había mencionado que le gustaba el hijo de los Miller por
miedo a que le saliera con un comentario como los de siempre: «¿Estás
segura de que ese chico podrá corresponderte, cielo?», como si por tener
unos kilos de más Sydney no pudiera salir con chicos tan guapos como
William.
—Basta, mamá —gruñó Arizona—. Si no regreso al pueblo es porque
soy feliz en Seattle, ¿tan difícil es entenderlo? Además, estás avergonzando
a William.
El rubio palideció, sin saber qué decir. Minnie miró a su hija con las
cejas unidas y los labios fruncidos.
—Cariño, lo digo porque sé que aquí puedes encontrar un trabajo mejor.
En la ciudad hay mucha competencia y estás trabajando solo en un call
center…
—No, no estoy trabajando en un call center. ¿Quieres saber cómo me
gano el dinero para vivir? En una línea erótica. Sí, tengo sexo telefónico a
cambio de dinero. No solo eso, mi exnovio resultó ser un hombre casado
que me engañó todo el tiempo. Ah, y estoy enamorada de uno de mis
clientes, a quien ya conozco en persona, así que no es necesario que me
emparejes con William. En Seattle hay un chico honesto y dulce que está
esperando por mí. Y, aunque no lo tuviera, nada me haría volver mientras
sigas intentando que hagamos lo que a ti te place.
Mientras todos se quedaban con la boca abierta, Arizona se dirigió al
perchero, se colocó su abrigo y salió de ahí. Había ido a casa para intentar
aislarse de sus problemas y lo que comprendió después de ese altercado es
que ignorarlos no era la solución.
capítulo veintiocho
Arizona

A
rizona dio una vuelta por el vecindario mientras recordaba su
adolescencia y toda la gente que había dejado atrás. El tiempo había
pasado tan rápido que se sintió abrumada. Las cosas habían cambiado
tanto; ella había cambiado tanto en los últimos años que se consideraba
irreconocible. No había duda de por qué ya no le permitía a su madre que
siguiera dirigiéndola.
Llegó hasta el centro, entró en un bar y se pidió un whisky. No era su
bebida preferida, pero la ayudaría a calentar el cuerpo. Sacó su móvil y, sin
pensarlo demasiado, llamó a la única persona con la que quería hablar ese
día. Y cualquier día.
—¿Ari? —Jesse sonó adormilado.
—¿Te he despertado?
Miró su reloj. Eran casi las dos de la tarde, lo cual quería decir que en
Seattle ya eran las once de la mañana.
—Sí. Apenas pude conciliar el sueño hoy en la madrugada.
—Si es mucha molestia, podemos…
—No, no —se apresuró a contestar—. Me alegra escuchar tu voz. Yo
pensé… —Suspiró e hizo una pausa—. Pensé que no volverías a llamarme.
Arizona exhaló y se desinfló como un globito. Se mordió el labio
inferior, conteniendo unas ganas atroces de decirle que fuera por ella, que la
rescatara como los príncipes hacían en los cuentos de hadas, hasta que
entendió que no era eso lo que quería, en realidad, su principal objetivo era
resolver su situación por sí misma. A Jesse solo lo quería para hablar,
desahogarse, para tener una voz cálida que le dijera que las cosas saldrían
bien aun cuando no siempre era verdad.
—En muy poco tiempo me acostumbré a hablar contigo —admitió ella
después de darle un sorbo a su bebida—, ahora cada vez que tengo un
problema solo pienso en ti, en qué me aconsejarías o cómo lo afrontarías.
¿Suena muy tonto?
—Ni un poco. ¿Tienes un problema?
—Estoy en West Virginia con mi familia y las cosas se salieron de mi
control. Digamos que estallé y no sé cómo regresar a casa y tomar todo con
madurez. Temo que cuando llegue terminaré diciendo cosas peores.
—¿Qué pasó?
Suspiró y le contó cómo sus padres eran tan conservadores, la situación
de Sydney con el hijo de los Miller, cómo su madre quiso ser casamentera y
su forma de estallar con la verdad. Se sintió mejor cuando soltó aquello y
más aún cuando Jesse se rio con el final.
—¿Qué cara puso tu madre? No la conozco, pero puedo imaginar la
escena completa. Joder, Ari, es que no sales de una situación para entrar en
otra.
—Debería escribir un libro sobre mi vida. En fin… —Paseó el dedo
índice por el borde del vaso, sintiendo un calor en el pecho característico de
cuando conversaba con él. Habían pasado dos días sin hablar que se sentían
como un milenio—, ¿tú cómo estás?
—Con un humor de perros que no me lo quita ni Dios.
—Yo te escucho muy amigable.
—Porque eres la única persona que puede romperme y luego juntar mis
pedazos al mismo tiempo. Jamás podría mostrarme molesto contigo,
Arizona.
Cerró los ojos y se lamentó. Había mucha sinceridad, aunque reproche,
en sus palabras. Lo entendería si se molestaba, ella había terminado lo que
tenían dos días atrás y ni siquiera le había dicho cuánto tardaría en
recuperarse antes de llamarlo de nuevo. No era como si ya se hubiera
recuperado, solo que era lo suficientemente egoísta para decirle que lo
extrañaba sin ser capaz de prometerle que regresaría a sus brazos; aunque
ganas no le faltaban.
—¿Estás así por lo que sucedió aquella noche? —tanteó, aunque no era
tonta. Sabía que estaba mal por ese motivo y, si no, de todas formas, algo de
eso había.
—Puede que no lo haya tomado tan bien como quisiera… —contestó
por lo bajo—, pero te entiendo. Además, ayer me distraje con otro
problema, así que no pienses que eres la única que me ha hecho sentir mal
este par de días —bromeó, pero Arizona no se rio.
—¿Qué sucedió?
Jesse se tomó un segundo antes de responder. Ari escuchó ruidos del
otro lado de la línea, supuso que estaría moviendo cosas en la cocina en
busca del desayuno.
—Mis padres quieren que vaya mañana a pasar Año Nuevo con ellos.
Harán una cena y toda una parafernalia. Como podrás imaginar, mi
hermano también está invitado y eso significa que…
—…Holly estará ahí. ¿No tienes manera de huir?
—Estoy cansado de huir, necesito empezar a enfrentar.
Aquellas palabras tan simples pero poderosas encendieron una chispa en
ella. Arizona había huido tantas veces de tantas situaciones que se había
acostumbrado, cada vez lo hacía con más facilidad, pero eso no quería decir
que le gustaba. Lo hacía porque pensaba que era la única alternativa o
porque tenía mucho miedo de enfrentar problemas, o, peor aún, de
enfrentarse a sí misma.
—Me parece bien. ¿Tienes pensado qué les dirás a tu hermano y a Holly
cuando los veas?
—Que son unos hijos de puta, por supuesto. —Finalmente, ambos se
rieron al mismo tiempo. Unos minutos después, Jesse suspiró y ella cerró
los ojos, imaginando cómo se vería su rostro en ese momento o cuál sería el
sabor de sus labios aquella mañana—. ¿Cuándo regresas a Seattle?
—El primero de enero en la noche.
Su pregunta real estaba escondida y era un: «¿podremos vernos cuando
vuelvas a la ciudad?» que Arizona no sabía cómo responder. Estaba entre lo
que quería hacer y lo que debía hacer. Y si bien ambos querían seguir
viéndose, a ella le aterraba la idea de que sus heridas abiertas —en su
mayoría causadas por Adam—, le hicieran daño a Jesse. Él no necesitaba
nada —ni nadie— que lo lastimara en aquel momento, suficiente tenía con
Holly y su propia familia.
—¿Cómo supiste que estabas listo para volver a salir con alguien?
Después de enterarte de lo de Holly. ¿De qué forma…?
—Solo lo supe, Ari —respondió sin dejarla terminar—. Sentí que quería
conocerte. Sé por qué lo preguntas y lo único que puedo decirte es que
cuando realmente quieras verme otra vez, hazlo. No pienses demasiado y
déjate llevar, solo así podrás seguir adelante. Esa es la manera que tiene el
tiempo de sanarnos.
Asintió, terminó su trago y sacó un billete de su cartera.
—¿Jesse?
—¿Arizona? —pronunció en el mismo tono de curiosidad que ella, lo
cual le causó gracia.
—¿Te gustaría recogerme en el aeropuerto cuando llegue a Seattle?
—¿Tan fácil crees que soy? —Ari notó que su voz se escuchaba más
alegre.
—Te invito a la cena.
—Tenemos un trato.

✽ ✽ ✽

Suspiró, se acomodó su abrigo, se peinó el cabello con los dedos y por


último decidió tocar a la puerta. A pesar de que no se arrepentía de haber
explotado y haberle confesado a su familia todo lo que estaba pasando en su
vida, tenía un poco de miedo de su reacción al haberlo procesado todo en
frío.
Fue Sydney quien abrió.
—Vaya bomba que tiraste para luego dejarlos con la boca abierta sin
derecho a réplica —rio—. ¿Te sientes mejor?
Arizona asintió y entró. Su hermana menor le dijo que sus padres habían
salido a comprar un par de cosas que necesitarían para la cena de Año
Nuevo, así que ambas subieron a la planta de las habitaciones. En todo el
día no había tenido la oportunidad de entrar a su antiguo cuarto y sonrió al
ver que seguía justo como lo había dejado: el viejo escritorio de segunda
mano que tanto la había acompañado durante sus exámenes, los afiches en
la pared de sus bandas favoritas, la pequeña cama en el rincón, un baúl
lleno de recuerdos del instituto debajo de esta, una repisa llena de discos
viejos y libros que jamás leyó.
Caminó hasta su cama y se acostó allí, sintiéndose más tranquila.
Recordó todas las veces que deseó que Adam visitara la casa de su familia,
donde le explicaría cada pequeño detalle de su habitación o le haría pasar
una pequeña vergüenza en frente de sus padres. Suspiró y reemplazó eso
por otro pensamiento, por la imagen de Jesse recibiéndola en Seattle con los
brazos abiertos.
El engaño de Adam empezaba a quedarse atrás y ya ni siquiera le dolía
tanto. Aún la molestaba, por supuesto, después de todo le había visto la cara
de estúpida —y más estúpida se sentía al saber que pudo darse cuenta, pero
jamás abrió los ojos del todo—. No obstante, ese dolor iba mermando, tal
vez porque desde hacía semanas que ya no sentía que estaba enamorada de
él, o porque una parte de sí solo buscaba excusas para dejarlo atrás y
continuar con Jesse.
Escuchó que tocaron su puerta y se incorporó.
—¿Podemos hablar? —preguntó su madre mostrando una timidez
inusual. Detrás de ella se encontraba su padre, más sereno. Ari asintió y
ambos caminaron en su dirección, sentándose junto a ella en la cama—.
¿Por qué no nos habías dicho nada?
—No quería que se preocuparan por mí.
—Siempre estamos preocupados por ti —contestó su padre—. Puede
que ya seas una mujer de treinta años, pero eso no quiere decir que no nos
preocupe lo que pueda sucederte. Si hasta nos preocupamos por Sydney
cuando no está a la vista, y ya tiene veintiséis.
—No quería que se preocuparan más —corrigió tras un suspiro—.
Además, sé que son muy conservadores y pensarían mal de mí si les decía
que estaba trabajando en una línea erótica.
—Bueno, no era el trabajo que soñábamos para ti… —empezó a decir
Minnie, pero su esposo le dio un suave codazo disimulado y ella se detuvo
—, pero entendemos que no ha de ser fácil salir adelante tan lejos de casa,
cielo. Aunque, si tanto necesitabas ayuda, podías…
—Podía pedírselas, lo sé. No había querido llegar a ese punto y quiero
creer que vendrán cosas mejores.
—Lo de ese hombre… —dijo su padre— Sydney nos habló un poco
más sobre lo que te hizo.
—Lamentamos mucho que te sucediera y estamos orgullosos de ver que
has sabido sobrellevar todos los obstáculos que se te han presentado.
Queremos que sepas que tienes nuestro apoyo, Arizona. —Los ojos de
Minnie enrojecieron, no era experta en discursos sentimentales porque
terminaba entre lágrimas—. Lamento no haber estado para ti cuando me
necesitaste. No quiero que pienses que seré capaz de mirarte mal por tus
decisiones, cariño. Eres mi niña y nada de lo que hagas lo cambiará.
Eso era todo lo que necesitaba. Fue como si le hubieran quitado un peso
gigantesco de encima y al fin pudiera moverse con tranquilidad. Durante
meses se había sentido avergonzada de su trabajo en LoveLine, no solo por
las cosas que sus padres le habían inculcado cuando era pequeña, sino por
el miedo a lo que su familia diría de ella, así que las palabras de Minnie
fueron suficientes para alcanzar esa libertad que tanto había perseguido. Era
su absolución.
—Gracias —musitó Arizona mientras los abrazaba.

✽ ✽ ✽

La mañana del treinta y uno de diciembre la recibió con un exquisito olor a


panqueques y tocino. Las cosas empezaban a mejorar en su vida, incluso
encontraba el día mucho más colorido. Todo estaba lleno de vitalidad y
energía.
Desayunaba con su familia cuando sonó su móvil. Se vio tentada a
contestar, pero no quería interrumpir el momento, no cuando su padre
parecía tan concentrado narrándole con mucha efusividad lo que había
sucedido en su cena familiar en Acción de Gracias. En otro momento se
hubiera sentido nostálgica, hasta triste por no haber estado allí, sin embargo,
esa mañana solo se reía y bromeaba con ellos sobre lo que les había
sucedido. Fue su madre quien le dijo que contestara.
—Es un número desconocido —respondió Ari, recelosa.
—Pues si trabajas en una línea erótica creo que debes llevártela bien
contestando llamadas de desconocidos —soltó Sydney, tan directa como
siempre, aunque con una sonrisa dulce, como si no partiera ni un plato.
Ari resopló, pero terminó por hacerles caso.
—¿Hola?
—¿Arizona Taylor?
—Sí, ¿quién habla?
—Mi nombre es Rachel Crowell. Mi padre, Walter, me ha dado tu
número y me ha resumido un poco lo que haces. ¿Te parece si nos
encontramos en Rover’s este viernes en la tarde? Puedo pasarte los detalles
por mensaje.
Se le trabó la lengua y palideció. La única persona que se había
mostrado interesada en su trabajo el día de la fiesta de la empresa de Jesse
la había llamado. Bueno, su hija en realidad. De todas maneras, ese era el
objetivo. Pensó que, tal vez, si no se hubiera topado con Adam esa noche
tendría más opciones. O tal vez no. Lo cierto era que una parte de sí estaba
que brincaba y estallaba de la emoción, mientras que la otra pensaba que
aquello tenía que ser una broma. Era demasiado bueno para ser real.
—S-Sí. Ehm, vaya. —Le costó decir algo coherente hasta que se aclaró
la garganta y puso en orden sus pensamientos—. ¿Es en serio? Bueno, claro
que es en serio. Disculpe la pregunta tan evidente. Y sí, nos podemos ver el
viernes. Llego a Seattle el jueves.
—Perfecto. Los detalles podemos hablarlos por mensaje. Quise llamarte
de forma rápida porque creo que es lo más apropiado. Que tengas un feliz
año nuevo, Arizona. Nos vemos en unos días.
Su llamada empezó como algo repentino y terminó de la misma manera.
Ari dejó el teléfono en la mesa y se quedó mirándolo como si estuviera bajo
los efectos de un porro. No podía creer lo que acababa de suceder.
—¿Quién era? —preguntó su familia a la vez.
Ella los miró, aún perdida en su impresión.
—Rachel Crowell, alias, la posible oportunidad de mi vida.
capítulo veintinueve
Jesse

E
stuvo a punto de pasarse las tradiciones por el sitio donde no le llegaba
la luz. De todas formas, se dijo que tenía que comportarse como un ser
civilizado, como alguien que iba en busca de la paz y no la guerra, por
eso, se vistió con la camisa negra más elegante que tenía, unos pantalones
oscuros y un abrigo del mismo color. Todo negro, como si estuviera en
camino a un funeral.
Probablemente el suyo.
Llegó a casa de sus padres antes de la hora acordada y tomó una
gigantesca bocanada de aire antes de tocar la puerta. Cuando su madre lo
vio, de inmediato lo abrazó e intentó comérselo a besos como si todavía
tuviera tres años. Una vez que estuvieron dentro de casa y él les entregara el
par de botellas de vino que había comprado para la ocasión, su madre notó
que él no le había devuelto ni siquiera el abrazo.
—¿Cómo te encuentras, cariño? Teníamos tiempo sin saber de ti. Te
extrañamos mucho en la cena de Navidad.
—No creo que James y Holly pensaran lo mismo.
No era experto en tragarse las cosas que le incomodaban.
—Ya habías tardado en traer el tema a colación —mencionó su padre,
apareciendo por el pasillo que conectaba con la cocina—. Si tan solo
hablaras con tu hermano…
—¿Para qué? ¿Para que me cuente lo feliz que es y deba sentir
compasión por él? Porque no vine para eso. Solo he venido porque me lo
has pedido. Estoy aquí para verte a ti —le dijo a Sherry, su madre, haciendo
especial énfasis.
Jesse se llevaba bien con sus padres, sin embargo, siempre había sido
más unido a su madre, como era común en la mayoría de los hijos varones.
Se había distanciado un poco de su padre, Gil, cuando este defendió a
James tras el incidente de Holly.
Veinte años atrás, cuando él era todavía un niño que estaba por entrar a
su adolescencia, Gil tuvo un amorío que estuvo a punto de acabar su
matrimonio con Sherry. En aquel entonces Jesse no tomó bandos, aunque
siempre sintió empatía por su mamá, a quien vio llorando más veces de lo
que un hijo debería aceptar, así que no le sorprendía que Gil apoyara a su
hermano, si después de todo ambos eran unos infieles y, si al caso íbamos,
era probable que James se hubiera inspirado en su padre. Todo el tema de
Holly causó que las relaciones entre Jesse y Gil se tensaran al máximo.
Lo que más le sorprendía era que su madre, habiendo sido víctima de
una infidelidad, pudiera ponerse del lado de James. Suponía que era debido
a un cariño maternal, pero no justificaba que recibiera a James y Holly
como si nada hubiera sucedido. Como si no hubiera pasado los últimos años
recibiendo a Holly en casa como la novia de Jesse, como la chica a la que
casi le pide matrimonio.
Los labios de Sherry se curvaron hacia abajo, demostrando que se había
afligido con sus palabras.
—Jesse, cielo, hay muchas cosas de las que hablar.
Él suspiró, rendido.
—No creo que dure mucho aquí, así que podemos ponernos al día
mientras llegan tus otros invitados.
—Si has venido solo para incomodar al resto de la familia, entonces lo
mejor es que no estés para la cena —espetó su padre cruzándose de brazos,
mirándolo con la molestia impregnada en aquellos ojos azules que él había
heredado.
—¡Gil! —gruñó Sherry—. ¿Cómo puedes hablarle así a tu hijo? Puede
que toleremos lo de James, pero también hay que entender que hay cosas
que dolerán siempre.
Eso último era una indirecta muy directa. Una sola mirada bastó para
que su marido negara con la cabeza y se retirara de la escena, dejando a
aquel par a solas.
Jesse no podía negar que le dolía la frialdad de su progenitor, siempre le
había dolido. Su padre no era un hombre violento o amargado, sino poco
expresivo; cuando decidía manifestar sus emociones eran o muy positivas y
amenas o hirientes con los demás (víctima de las rabias del momento). Por
no mencionar que durante su adolescencia puso en tela de juicio su
sexualidad solo porque Jesse era el más blando de la casa, el más sereno, el
que no se metía en problemas.
Suspiró y se sentó en el sillón. Su madre no tardó en hacerle compañía y
apretar su mano.
—No entiendo cómo puedes ponerte del lado de ellos —se quejó en voz
baja.
—No he elegido bandos porque no los hay, Jesse. Así como soy tu
madre, soy la suya, y ya me encargué de expresarle mi opinión, pero no
puedo excluirlo de mi vida. Es mi hijo también, aunque se equivoque.
James sabe cómo me siento al respecto, pero más que eso no puedo hacer
porque el problema es entre ustedes dos. Y solo ustedes dos deben
resolverlo.
Negó con la cabeza, en desacuerdo con su afirmación. Claro que
existían bandos y tanto ella como su padre no lo habían escogido a él como
su ganador.
Supo que su madre no cambiaría de opinión así que, al notar que seguía
con ropa de casa y con el rostro sudado, asumió que había terminado de
cocinar no hace mucho.
—Ve a arreglarte, mamá. Papá o yo abriremos la puerta si llega alguien.
—¿Puedes ayudarlo a poner la mesa?
Exhaló, resignado.
—Si es una estrategia para que hablemos, no te prometo nada.
Su madre esbozó una pequeña sonrisa y le dio un beso en la frente antes
de dirigirse a las escaleras. Cumpliendo con su palabra, Jesse se dirigió a la
cocina para buscar las vajillas y todo lo necesario para acomodar la mesa
para la cena. Gil hizo lo propio y, tal y como él había imaginado, no
hablaron en absoluto.
Más allá de que su padre estuviera del lado de James o no, no era un
hombre de meterse en situaciones o conversaciones demasiado incómodas,
y la que le esperaba sobre lo sucedido entre James y Holly lo sería, así que,
para evitar un momento más difícil y tenso que el que ya estaban teniendo,
Gil permaneció callado. Jesse, por su parte, se negó a buscarle conversación
porque su orgullo se mantenía herido.
Pocos minutos después llegaron algunos de sus tíos por parte de ambas
familias. Los saludó con cariño, recordando cuánto disfrutaba estar rodeado
de su familia y, por fortuna, ninguno se atrevió a sacar el tema de James
frente a él.
Cerca de las nueve de la noche se oyó el timbre de nuevo y en esta
ocasión él intuyó quiénes serían porque la mayoría de los invitados ya había
llegado. No se dirigió a la puerta, sino que Sherry, quien ya estaba lista para
el evento familiar, fue a abrir a James. Cuando escuchó la voz de su
hermano sintió un nudo en el estómago. Muchos recuerdos de su niñez y
adolescencia volvieron a su mente, a pesar de que hizo todo lo posible por
suprimirlos, por no sentir el mínimo de compasión hacia él. Nada mejoró
cuando la risa de Holly se hizo presente dentro de la casa.
Por supuesto que habían ido juntos, ¿cómo pudo pensar él por un
efímero segundo que le tendrían compasión y no se dignarían a aparecer
como una bonita pareja?
Quiso romper los estúpidos muñecos de porcelana que su madre había
puesto cerca de una ventana que daba hacia el patio frontal. Intentó respirar
con calma y acariciar a Bo, el perro que llevaba unos catorce años en la
familia y que estaba por morirse en cualquier momento. Jesse estaba de
espaldas al recibidor, así que no pudo ver los rostros de James y Holly al
encontrarse con su figura en la casa, aunque sí notó que todos se quedaron
callados. En ningún momento se giró, solo esperó a que aquello pasara lo
más rápido posible…
—¿Jesse?
…Pero la vida no era tan bondadosa.
Tragó con fuerza cuando escuchó la voz de Holly pronunciar su nombre.
Fue ahí cuando, de forma lenta, se dio media vuelta y la miró con
desinterés. No dijo más nada, solo se quedó ahí, mirándola con toda la
frialdad que pudo conseguir.
Estaba muchísimo más guapa que antes. Su pelo marrón claro caía hasta
su cintura con gracia, sus mejillas se enrojecieron al verlo, sus labios
carnosos se entreabrieron y sus ojos oscuros lo contemplaron con sorpresa.
A su lado, James permanecía pálido, vestido con una franela casual y su
pelo peinado de lado con gel —como llevaba desde que tenía memoria—.
Ambos hermanos eran muy parecidos, solo que James era mucho más
alto y robusto, sus rasgos eran más elegantes, su voz era más ronca, su
sueldo más alto y su pelo más sedoso. En fin, James siempre había sido
mejor u obtenía lo mejor.
—No pensé que fueras a venir —admitió su hermano mayor.
Y ahí, por más que quiso odiarlos, insultarlos y decirles cuánto lo habían
lastimado, no pudo. Un nudo se apoderó de su garganta y le impidió
pronunciar algo, cualquier cosa. Se sintió minúsculo al verlos juntos y hasta
se llamó a sí mismo imbécil por no darse cuenta antes de lo bien que James
y Holly podían verse juntos, eran como dos piezas de rompecabezas que
encajaban a la perfección. Incluso cuando intercambiaron una mirada de
culpabilidad y sorpresa, Jesse sintió… compasión.
Se detestó a sí mismo por ser tan débil.
Toda la familia se quedó alrededor, observándolos.
—Mamá me invitó —se limitó a responder al cabo de unos segundos.
Con los mismos ánimos con los que se había girado para verlos, se
dispuso a darles la espalda de nuevo. Algunos de sus familiares intentaron
volver a la normalidad, pero la tensión en el ambiente podía cortarse hasta
con tijeras industriales. La gente se retiró de la escena y, aunque Jesse
esperó que lo dejaran solo, una persona se acercó a él.
—¿Podemos hablar? —preguntó en voz muy baja.
La miró de soslayo y volvió la vista a los árboles secos que estaban del
otro lado de la ventana.
—¿Qué quieres, Holly?
—Hace algunas semanas cuando me dijiste que irías a casa… No tocaste
la puerta, pero escuché tu coche y cuando me asomé vi que te estabas
marchando. Asumo que viste…
—Vi que estaba James, aun cuando me prometiste que no estaría.
Puedes botar las cosas que dejé en tu casa, ni las quiero ni las necesito.
Espero que no me las mandes con mi hermano, porque no terminará nada
bien.
—¿Crees que podremos tomarnos un café cualquiera de estos días? Me
gustaría que pudiéramos hablar, Jesse. No lo hemos hecho desde el
incidente. Mereces la verdad.
Se giró con enfado y la miró con el ceño fruncido, intentando contener
la rabia que sus palabras le habían generado.
—Claro que merecía la verdad, y la merecía antes de que te acostaras
con mi hermano, no después de que los capturara en medio del acto. Por
más que intentes explicarme tus motivos o intentes justificar lo que me
hicieron, jamás podré ponerme en tus zapatos. Jamás podré olvidar lo que
me hicieron. Y no, jamás podré perdonarlos —zanjó con tanta dureza que
ella dio un paso hacia atrás.
Los ojos de Holly enrojecieron y se mordió su labio inferior mientras
trataba de contener las lágrimas. Mierda. No le gustaba verla llorar porque
sacaba su lado más vulnerable y necesitaba mantenerse firme si quería
sobrevivir la noche.
—Lo siento mucho —pronunció en un murmullo—. Nunca quise
lastimarte, sé que James tampoco. Es solo que…
—No me interesa escuchar la historia, Holly. ¿Por qué no vas a buscar a
tu nuevo novio? Falta poco para cena, mejor vayan a reservar sus puestos
en la mesa.
—¿Interrumpo algo? —dijo James llegando a la escena con la mirada
puesta en el rostro afligido de su pareja.
—Pues parece que mejor me voy yo a la mesa —masculló Jesse sin
mirar a su hermano.
Por lo menos no fue insistente como Holly, no intentó darle
explicaciones, ni siquiera saludarlo ahora que estaba cerca, lo cual no sabía
si era mejor o peor.
Cuando llegó al comedor encontró a su madre preocupada, regañando a
Gil. Jesse se acercó a ellos sin entender hasta que escuchó que Bo se había
escapado por el patio trasero y que no sabían dónde estaba. El perro estaba
tan viejo que temían que el frío o la brisa de la noche le hiciera mucho daño
y terminara muriendo.
—Saldré a buscarlo, no debe estar muy lejos —se ofreció Jesse. Había
pasado tantos años viendo a Bo que la sola idea de que muriera solo en la
calle lo devastaba—. Daré un par de vueltas caminando. ¿Estás segura de
que no está en las habitaciones?
—Lo estoy —respondió su madre al borde del llanto—. Casi nunca
escapa, pero cuando lo hace llega hasta la casa de la señora Fields,
¿recuerdas? —Él asintió—. Me preocupa que los fuegos artificiales
puedan…
—Lo encontraré antes de medianoche, mamá. Ya regreso.
Corrió hasta la puerta, cogió su abrigo y guantes y se dispuso a
encontrar a Bo. Dio algunas vueltas por el vecindario dando gritos como un
demente, pero el perro no aparecía. Sintió un nudo en la garganta e imaginó
el peor escenario, que había muerto del frío, que lo habían atropellado o
algo peor. Al cabo de cuarenta minutos sin resultado, con el cuerpo
temblando y los labios a punto de rompérsele, un carro se detuvo a su lado.
Gruñó al reconocerlo.
James bajó el vidrio y lo llamó.
—Si el perro está más lejos, lo encontraremos mejor en coche. Vamos,
sube.
—Vete a la mierda.
—Me iré a la mierda, pero después de que encontremos a Bo. Cuatro
ojos funcionan mejor que dos.
Consideró la idea y terminó por pensar que tenía razón. El estómago le
gruñía del hambre —se regañó por no haber almorzado lo suficiente—, se
estaba congelando y necesitaban encontrar al perro antes de medianoche.
Así que, sin mediar otra palabra, aceleró el paso y se montó en el coche.
Se había quedado a solas con su hermano traidor y tenían una hora y
media para encontrar a su perro. Aquella noche iba de mal en peor.

✽ ✽ ✽

Después de cinco minutos de recorrido y eternos suspiros por parte de


James, Jesse rodó los ojos. Conocía a su hermano lo suficiente para saber
que se estaba muriendo de ganas por decir algo y lanzaría suspiros
dramáticos hasta levantar toda la atención posible de Jesse con el objetivo
de que este le preguntara qué sucedía, pero se resistió hasta que James
explotó.
—No puedes odiarme por el resto de tu vida.
Jesse bufó y negó con la cabeza, incrédulo ante lo que acababa de
escuchar. Su hermano mayor le robaba a su novia ¿y lo primero que le decía
cuando al fin estaban solos era un sinsentido como aquel? De haber estado
en la posición de James —aunque sabía que era incapaz de cometer tal
bajeza—, sus primeras palabras habrían sido «soy un imbécil, discúlpame».
Decidió concentrarse en las calles del vecindario, a ver si Bo aparecía.
Bajó el vidrio y gritó su nombre en un par de ocasiones, mas no sucedió
nada.
—Entiendo que sea una situación jodida, Jesse, pero ya estamos
grandecitos como para que me apliques la ley del hielo.
Continuó sin contestar. Habría encendido la radio para romperle más las
pelotas, sin embargo, no quería perderse el posible ladrido de su perro
perdido.
—Me gustaría que lo habláramos. Además, te conozco mejor que nadie
—añadió. Aquello último lo sintió como una daga incrustándose en su
pecho. Era su hermano después de todo—. Sé que cuando te callas las cosas
lo pasas peor, así que suéltalo, vamos. Descárgate, pero no hagas como si
no existiera, no le hace bien a nadie.
Cuando el silencio reinó durante un par de minutos más, Jesse sintió el
frenazo que dio James hasta que aparcó el coche. Quiso reclamarle, pero en
el momento en que se giró para insultarlo, James ya se había bajado y se
encontraba dándole la vuelta al carro hasta abrir la puerta de Jesse con
rapidez. Su ceño se había intensificado y su voz se hizo más grave y fría.
—Si no lo vas a descargar con palabras, entonces lo vas a descargar con
golpes —espetó—. Bájate, Jesse, vamos a resolver esto de una maldita vez.
Sus manos se hicieron puños y, sin pensarlo dos veces, cayó en la
provocación. Puso los pies en la acerca con furia y sintió cómo una
corriente helada amenazaba con congelarle hasta el alma. James aguardaba
a un par de metros de él, desafiándolo con la mirada, dispuesto a soportar lo
que viniera. Bien era cierto que Jesse no era del tipo violento —jamás lo
había sido, lo esquivaba—, pero en esa ocasión no lo soportó más. Su pecho
subía y bajaba con rapidez y le dolía todo en el interior. El piso no existía,
era como si cayera en un abismo lleno de dolor y rencor.
Puede que sus sentimientos no hubieran estado configurados para odiar
a James, no obstante, en ese momento intentó recordarse a propósito todas
las mentiras de Holly, las sonrisas falsas, el día y hora exactos en que los
encontró en aquella casa donde él dormía varias noches por semana y en la
que seguro James dormía también cuando él no estaba. Se nutrió de rabia
hasta que un nudo se le incrustó en la garganta.
Le habían visto la cara de imbécil, quién sabía por cuánto tiempo. ¿Se
habrían reído de él a sus espaldas? ¿Hacían chistes sobre sus cuernos? Los
imaginó en todas las posiciones, estando a punto de vomitar.
Una imagen todavía más horrible llegó a su cabeza. Arizona y James.
¿Y si su hermano se dedicaba a conquistar a Ari? Ella misma le había
pedido que no desconfiara de su corazón o de sus intenciones, pero James
siempre había sido más que él. Más en todos los aspectos. Si Holly, su
pareja de años, había caído, ¿qué le impedía a Arizona hacer lo mismo?
Intentó borrar esa imagen porque la ira empezaba a consumirle.
«No, ella no», se dijo.
—Vamos —incitó James—, pégame y libérate de todo eso. Lo
necesitas.
Jesse apretó la mandíbula y se acercó a su hermano con rapidez, en
posición para darle un puñetazo en la mejilla, sin embargo, cuando su mano
estuvo cerca de aterrizar en el rostro de James, se detuvo.
No podía.
No se trataba de golpearlo, sino que le costaba ser así. Incluso aunque
quisiera, no era una persona que sacaba sus males de esa manera y lo peor
de la situación era que sentía la necesidad desahogarse, de soltar toda esa
rabia y quedar bien parado. Pero ¿cómo iba a quedar bien parado en su
situación? No era más que un perdedor, como su padre solía decirle cuando
era pequeño y optaba por ser tan… suave.
—Lo único… —intentó decirle a su hermano con un intenso dolor en la
garganta y sin ser capaz de mirarlo a los ojos—, lo único que quería era que
te disculparas al verme la cara. Ni siquiera eres capaz de asumir tus errores.
Cuando James no dijo ni hizo nada, optó por volverse aquello que tanto
evitaba, aunque le costara. Aunque le doliera. Le dio un empujón y tumbó a
James en el suelo. En ese momento una señora mayor que estaba siendo
testigo de la escena desde su ventana salió a su porche y les gritó que se
detuvieran. Reconocía a una de las vecinas de su madre, mas no tenía la
disposición de escucharla o hacerle caso. James tampoco, pues se puso de
pie de nuevo y lo miró con el mentón en alto, orgulloso como siempre.
—¿Que me disculpara?
—Sí —gruñó, dándole otro empujón—. Que me dijeras que eres un
imbécil, un envidioso que deseó a la única persona que me prefirió a mí
antes que a él. —Otro empujón—. No podías con eso, ¿verdad? Siempre
tienes que ser el que obtiene todo. —Y otro empujón. James lo único que
hacía era observarlo mientras Jesse comenzaba a gritar, llamando la
atención de otros vecinos—. ¿Por qué Holly? ¿Por qué así? ¿Cómo esperas
que me porte como si nada hubiera pasado?
—Ni Holly ni yo queríamos que te enteraras de esa manera.
Resopló y lo empujó aún más fuerte. James se tambaleó, expulsando
vaho a través de sus labios entreabiertos.
—¡No se trataba de que me enterara o no! ¿Es que no te escuchas? Te
acostaste con quien era mi novia. ¿Qué habrías hecho tú en mi posición?
—Te habría golpeado hasta el cansancio, claro —contestó, casi como si
le causara gracia.
Aquella actitud fue como un chispazo que lo encendió todo. Se estaba
burlando de él. Sus brazos temblaron y entonces se abalanzó sobre él para
darle el primer golpe, no obstante, él fue lo suficientemente ágil como para
apartarse a tiempo, causando que Jesse cayera al suelo helado. Varias
personas asomadas por las ventanas o puertas los veían con sorpresa,
reconociendo quiénes eran, y murmurando el que sería el último chisme
jugoso del año. Una señora mucho mayor gritó, amenazando con que
llamaría a la policía.
Dos segundos en el piso le hicieron comprender que lo que estaba
haciendo no tenía sentido. Su hermano jamás se disculparía y el daño ya
estaba hecho. Se sentó, y aunque se estaba congelando, se quedó allí. A lo
mejor él había sido el culpable de todo. A lo mejor Holly lo había dejado
porque no supo quererla como debía o porque tal vez era aburrido, o…
—No estoy arrepentido de haberme enamorado de Holly —murmuró
James, agachándose hasta quedar frente a él. Su voz sonaba nostálgica—,
sino de no haber manejado la situación como un caballero. O como tu
hermano. No me disculparé por quererla, Jesse, pero sí por hacerte daño, así
que… perdóname.
El rubio se quedó frío ante aquellas palabras. James no era de los que
daban el brazo a torcer, mucho menos admitiendo un error personal. Jesse
lo miró, atónito, mientras definía qué decirle. Sin duda, aquellas habían sido
las palabras que había estado esperando, que si bien no eran suficientes para
que lo perdonase, sí aminoraban en una cantidad ínfima el maremoto de
sufrimiento que la traición de Holly y James había causado en él.
Tras repetir el discurso de su hermano en la mente, hubo algo que le
llamó la atención.
La confusión reinó en su rostro y ladeó la cabeza.
—¿«Enamorado de Holly»?
James asintió torciendo los labios, luciendo avergonzado. Jesse siempre
había asumido que la vibra entre ambos era fuerte porque, aún después de
que él descubriera la verdad, ellos habían permanecido juntos y, de hecho,
habían hecho su romance público —para su desgracia—. Pero… ¿estaban
enamorados, con todas las letras de la palabra?
—¿De verdad crees que todo esto fue solo para acostarme con ella y
hacerte sentir miserable? —Antes de que él pudiera responderle, su
hermano mayor continuó—: No fue algo planificado, no me levanté un día
y me dije «voy a arruinarle la vida a Jesse acostándome con su novia y haré
que todos se enteren». Las cosas con Holly simplemente… sucedieron.
Solíamos tener conversaciones extendidas en todas las reuniones en las que
ustedes dos asistían y durante mucho tiempo la veía como una buena
compañera para ti. Incluso empecé a verla como una buena amiga para mí.
»Una conversación fue llevando a otra y otro tipo de química comenzó a
nacer. La veía ruborizarse cuando nos cruzábamos y en ocasiones me
llamaba solo para saber cómo estaba. Era muy difícil porque, aunque sabía
que me estaba atrayendo, no dejaba de pensar que era tu novia. No quería
hacer nada que te lastimara, y ella tampoco.
—Ah, debo asumir que una fuerza mística los obligó a acostarse en
contra de su voluntad —espetó con sarcasmo, poniéndose de pie. El culo se
le había congelado en el suelo.
—No. —Suspiró James—. Holly y yo decidimos evitarnos, intentar
frenar lo que sentíamos. Ya ustedes dos venían teniendo problemas y no
quería formar parte de algo que perjudicara tu relación. Un día ustedes
discutieron y ella apareció en mi casa, afligida. Se sentía mal y… no lo sé,
una cosa llevó a la otra.
—No sabía que tenías un pene mágico capaz de borrar la aflicción de las
personas. Debería ser recetado por el doctor —ironizó.
—Solo pasó, ¿de acuerdo? —Hizo una pausa, pasó la mano por su pelo
y miró a Jesse casi con desespero—. ¿Nunca te has sentido tan conectado a
alguien que la situación te obliga a dejar de lado lo «correcto»?
Estuvo a punto de responderle con un gigantesco «no», hasta que se
acordó de Arizona y la noche en la que descubrió su identidad, cuando ella
le confesó que tenía pareja.
Al principio, su moralidad le exigía a negarse a cualquier cosa para
respetar aquella relación, en especial tras ser víctima de una infidelidad, no
obstante, era tanto su deseo hacia Ari, tantas sus ganas de besarla, de
escucharla reír, de sentirla cerca, que sacrificó el «hacer lo correcto» y se
puso a su disposición. Le había dicho que, si quería engañar a su novio, que
lo hiciera, actuando como la serpiente que corrompió a Eva.
Si Arizona le hubiera dicho que sí, Jesse le habría hecho el amor esa
noche con todo el placer y gusto del mundo, sin importarle nada más.
—Es diferente. Eres mi hermano.
—Soy una persona como cualquier otra y cometo errores como todos.
Tuve que haber sido honesto contigo, sí, pero los sentimientos no se pueden
domar.
El grito de una voz conocida llamó la atención de ambos y se giraron
para reconocer a su madre acercándose con premura. Una vez estuvo en
medio, les inspeccionó los rostros en busca de heridas, estando segura de
que se habían peleado.
—Mamá —refunfuñó Jesse ante la manera que tenía de tratarlo, como si
fuera un bebé—, no ha pas…
—Me llamaron tres personas distintas para decirme que se estaban
peleando en mitad de la calle. ¡¿Es que acaso no les da vergüenza?! —los
regañó. Los testigos de la escena intentaron ocultarse, pero aún
presenciaban todo desde sus rincones—. Los dos. A casa. Ahora.
—No podemos ir —refutó James—. No hemos encontrado a Bo, debe
estar…
—Bo regresó hace media hora. Lo hubieran sabido si respondieran mis
llamadas, pero no, estaban muy ocupados liberando su testosterona en
frente de todo el vecindario. ¿Ya definieron cuál es el macho alfa?
Su voz chillona retumbaba por las calles y Jesse supo que más de una
persona que estuviera escuchando todo con atención se habría reído.
—Mamá, eres tú quién está avergonzándonos. Todos te están
escuchando —musitó—. Además, no puedes tratarnos como si fuéramos…
—¿Niños? —completó ella, cruzándose de brazos—. Porque no veo que
se porten como hombres. Vamos a casa antes de que Holly se desmaye o
ustedes terminen de darme un infarto.
Puede que ambos tuvieran más de treinta, pero las órdenes de una madre
eran siempre irrefutables.
Jesse y James intercambiaron una mirada antes de levantar una mínima
—casi imperceptible— sonrisa al verla regañarlos de esa manera. Era como
si los años no hubieran transcurrido, como si todavía fueran adolescentes y
estuvieran llegando a casa después de haberse escapado al parque para
besarse con chicas del instituto. Como si la traición de Holly jamás hubiera
sucedido.
Su madre se giró un momento para verlos y notó el cambio en la tensión
entre ambos. Puede que el problema no estuviera solucionado, que Jesse no
perdonara del todo a su hermano mayor…
Pero ni lo odiaba ni podría hacerlo jamás. Les costaría recuperar la
relación, sin embargo, había un rayito de esperanza.
capítulo treinta
Arizona

E
l corazón le latía a mil por hora. ¿En algún momento se
acostumbraría?
Era incluso irrisorio que se pusiera nerviosa por ver a Jesse cuando
se habían comido el uno al otro varias veces y se conocían más de lo que
estaba dispuesta a admitir. Caminó por el aeropuerto con su maleta y tragó
con fuerza cuando lo vio. Estaba distraído, con las manos en los bolsillos de
un jean desgastado y un suéter oscuro que parecía cómodo y calentito. Su
cabello rubio se encontraba despeinado y sus ojos azules paseaban por un
grupo familiar que se reencontraba cerca de él entre lágrimas y abrazos.
Arizona no supo por qué lució tan interesado en ellos, aunque encontró
tierna su expresión.
Cuando estuvo a pocos metros de él, Jesse se giró en su dirección, como
si hubiera hecho conexión con su presencia. La miró de arriba abajo con
lentitud mientras ella daba un paso tras otro con las piernas temblorosas. La
última vez que habían estado frente a frente ella le había dicho que
necesitaba tiempo, recién había descubierto lo de Adam. Y ahora… lo único
que añoraba era fundirse en sus labios.
—¿Qué me trajiste? —preguntó Jesse cuando ella estuvo cerca.
Ari enarcó una ceja, confundida.
—Ya sabes, la gente cuando viaja suele regresar con regalos —añadió
con una sonrisa juguetona, robándole a Ari su maleta para que no cargara
con ella—. Tu rostro lleno de culpa delata que no me compraste nada.
¿Acaso soy solo tu juguete sexual, Arizona?
Lo preguntó en un tono tan picarón que ella soltó una risita nerviosa.
—Lo siento, de verdad. —Hizo un puchero, aunque sus disculpas eran
sinceras—. No veo visitar a mis padres como unas vacaciones. Sería raro
porque crecí allí. La próxima vez te prometo que…
—Me estoy metiendo contigo, boba. —Le guiñó un ojo, dio un paso
hacia ella y puso una mano en la parte baja de su espalda.
Ari suspiró al sentirlo así de cerca. Era como si todo encajara y el
mundo se hiciera más iluminado, alegre, bonito. Se concentró en la tierna
sonrisa de Jesse y en cómo sus ojos azules la contemplaban con ese cariño
que no sabía cómo demonios se había ganado desde el principio, pero que
siempre había estado ahí.
—¿«Boba»? —Enarcó una ceja, divertida—. Me parece que la
confianza está llegando a límites estratosféricos.
—¿Y eso es malo? —susurró con voz grave, casi en un ronroneo,
rozando la nariz con la suya.
Todo el cuerpo de Arizona se estremeció.
—S-sí… ¿No? —Tragó con fuerza y exhaló todo el aire que estaba
conteniendo—. ¿Cuál era la pregunta?
Jesse se rio y se separó, lo cual la hizo quejarse para sus adentros. De
haber sido por ella, lo habría besado en ese instante y hasta habría aceptado
mil cosas más sin que le interesara que estuvieran en público. De todas
formas, agradeció que él le diera un poco de espacio para respirar porque
había olvidado cómo se sentía hacerlo con normalidad.
Caminaron en dirección al estacionamiento mientras él preguntaba por
su viaje. Ari terminó de relatarle todo lo sucedido con su familia y sus
expectativas sobre la reunión que tenía con la hija de Walter. Una vez que
ambos estuvieron dentro del coche de Jesse y este encendió la calefacción,
ella le sonrió.
—Gracias —musitó—. La oportunidad que tengo con Rachel no la
hubiera obtenido de no ser por ti.
Él negó con la cabeza.
—Te hubiera llegado algo así tarde o temprano. Tienes talento para crear
y carisma para atraer a gente que quiera invertir en tus creaciones. Lo único
que necesitas es un poquito más de confianza en ti misma.
—Es difícil construir confianza cuando te caes tantas veces, pero ayuda
mucho cuando los demás creen en ti. —Tras un cómodo silencio, Ari dudó
sobre si era prudente o no besarlo ahí mismo o tomarle la mano o…—.
Jesse, la última vez que nos vimos…
—No estoy enfadado ni decepcionado, Arizona. Me alegró recibir tu
llamada y estoy disfrutando de tu compañía ahora. No tenemos que hacer
nada más para lo que no te sientas lista todavía. Sé que has pasado por…
No lo dejó terminar porque le estampó el beso que moría por darle.
Puede que hubieran pasado tan solo algunos días, pero sentía que había
estado sin él una eternidad. Había extrañado sus labios, su calor, su sabor,
su aliento y la forma en que las manos de Jesse descendían por su espalda
hasta acariciar sus muslos con deseo y calma a la vez, en ese equilibrio
perfecto que jamás comprendía cómo él lograba alcanzar.
—…O también podemos besarnos —susurró él, terminando de forma
fallida el discurso de antes.
—¿Y nada más?
—Depende de la respuesta que le des a una pregunta muy importante
que debo hacerte.
Los labios de su compañero comenzaron a bajar por su cuello,
obligándola a soltar un suspiro cargado de tensión. Estaba más que lista
para todo lo que estuviera relacionado con él.
—A todo te diré que sí.
Cuando Jesse se rio bajito, un cosquilleo se le alojó en el estómago.
—Ni siquiera has escuchado la pregunta. —Detuvo la jornada de besos,
aunque no dejó de acariciar sus muslos, avisándole que estaba a pocos
segundos de tentarse lo suficiente como para desabrocharle el pantalón y
encontrarse con esa parte íntima que ya había probado antes.
—De acuerdo. —Arizona rodó los ojos y negó con la cabeza—. ¿Qué
deseas preguntarme?
—¿Dónde quieres que lo hagamos, en tu casa o en la mía? No respondas
tan rápido. —Jesse apoyó el dedo índice en sus labios para que no hablara
—. En mi casa está Eric y tiene ganas de conocerte mejor. No te preocupes,
que al cabo de un rato se irá y tú y yo podremos dedicarnos a lo nuestro. —
Le dio un piquito—, pero no quiero que estés incómoda ni presionarte a
nada.
—¿Bromeas? Me encantaría conocer más a Eric. Si vive contigo debe
de tener un montón de anécdotas embarazosas sobre ti.
—¿Nunca has escuchado un refrán que dice «entre bomberos no se
pisan la manguera»? Pues él no me avergonzará frente a ti. Me lo debe.
—Recuerda que puedo ser muy persuasiva.
Volvió a besarla con mayor lentitud, esta vez saboreando cada milímetro
de su boca y concluyendo con un mordisco que casi la hizo enloquecer.
Antes de ponerse en marcha, susurró en sus labios:
—No sería capaz de dudar de tus encantos. Feliz año nuevo, preciosa.

✽ ✽ ✽

Labia.
Si Ari tuviera que definir a Eric con una palabra sería «labia».
Habían ordenado una pizza para almorzar y en todo el rato lo único que
se escuchaba y hacía eco en el departamento de aquellos dos chicos eran los
relatos de Eric y las carcajadas de Arizona. Era un chico muy simpático,
capaz de sacar conversación de cualquier cosa, incluso de aquellos temas
que no dominaba porque de seguro algo habría escuchado, además, tenía
una personalidad que Ari catalogó como «encantadora».
También comprobó lo que Jesse le había sugerido la primera noche en
que se vieron en persona: que su amigo era un casanova. Con todas las de la
ley. En ningún momento intentó coquetear con ella, no de forma consciente
al menos, de todas maneras, su carisma invitaba, atraía. Era magnético.
Contaba con una exagerada confianza en sí mismo y no tenía miedo de
romper el contacto físico con las personas mediante ligeros toques de
hombros o de brazos, pero que a ella le descontrolaban un poco.
Los sentimientos de Ari hacia Jesse estaban claros y en ningún momento
dudó sobre ellos o se planteó nada con Eric, no obstante, un ligero roce
físico con él, así fuera de brazos, era capaz de desequilibrar sus chacras.
—Así que estabas en contra de que él y yo nos conociéramos —
comentó ella apoyando la mano en la barbilla.
—No me malinterpretes —contestó Eric de inmediato—, pero llevaba
semanas comportándose como un zombi sacado de The Walking Dead.
Salía del trabajo antes de cumplir la hora y a veces faltaba porque, ya sabes,
esa es la máxima rebeldía que podrás encontrar en Jesse; en ocasiones me
pregunto si todavía es virgen. En fin, solo salía de su habitación para comer
y no hablaba con nadie. Un día le agendé una cita con alguien y las cosas no
salieron bien… Asumo que él te habrá contado lo sucedido. Así que le di el
número de LoveLine a ver si con eso se distraía y liberaba un poco la
mente. No contaba con que se fuera a obsesionar con una de las
operadoras.
—¿Obsesionar?
—Lo está exagerando todo —se defendió Jesse.
—Bueno, para mí lo estabas, pero ahora que conozco más a la famosa
Jessica entiendo por qué perdiste la cabeza por ella.
Aquellas palabras de Eric la hicieron sonrojar.
—Eres muy directo, ¿te lo han dicho? Me recuerdas a mi mejor amiga.
—¿La que está buenísima? —preguntó y luego señaló a Jesse—. Me
habló de ella después de conocerla en Navidad.
—Ah, ¿sí? —Arizona enarcó una ceja y lo miró con curiosidad.
Eric retomó la palabra al instante.
—Pero no te pongas celosa, guapa, tú también estás divina. Lo que no
estás es disponible, por eso fue por lo que le pregunté a él si tu amiga estaba
soltera.
—Venía siendo hora de que te pusieras de mi lado —refunfuñó Jesse,
cruzándose de brazos—. Llevas todo el día echándome a los leones.
—Te dije que podía ser muy persuasiva —dijo Ari tomándole la mano
por debajo de la mesa. Su estómago estuvo a punto de explotar cuando
sintió que él acariciaba sus dedos con una suavidad extrema. Intentó
conservar la compostura y volvió a dirigirse a Eric—: Creo que no está
soltera, está saliendo con alguien y al parecer va encaminada a algo formal.
Asumo que es un chico importante porque Mandy no es de las que repite
muchas veces con una misma persona, no cree en el romanticismo ni en las
relaciones.
—Pues mejor. —Sonrió Eric—, significa que es de las mías.
Ari negó con la cabeza y se rio por lo bajo. Sin duda, él y Mandy
parecían tal para cual, negados al compromiso en cualquiera de sus formas
y buscando solo sexo, lo demás eran solo problemas innecesarios. Aunque
una parte de ella se alegraba de que su amiga estuviera adentrándose en una
relación, después de todo, aunque la soltería era divertida, a veces era
necesario tener a alguien que pudiera abrazarla cuando se sintiera sola o
darle calor cuando todo a su alrededor se sintiera sombrío.
—Bien, tórtolos, ha llegado la hora de irme —anunció Eric poniéndose
de pie y llevándose consigo la caja vacía de pizza. Le dio un beso en la
mejilla a Ari y un apretón en el hombro a Jesse—. Si follan, no hagan
mucho ruido. Tenemos un vecino nuevo que no tolera ni un par de gemidos.
Nos vemos en la noche.
Cuando se marchó, Ari notó que los hombros de Jesse se destensaron.
Lo entendía. Bien era cierto que él quería que ella conociera a Eric, pero
estaba segura de que no contaba con que él terminaría contándole a Arizona
un montón de cosas embarazosas… entre ellas, algunas anécdotas sobre
Holly. Como humana que era, no pudo evitar sentir una pizca de celos, en
especial al ser consciente de la cantidad de tiempo que estuvieron juntos.
Años. Con razón le costó tanto superarla y aún le dolía la traición. Olvidar
una relación así no era apto para principiantes en el amor.
—¿Estás bien? Te quedaste con la mirada perdida —observó Jesse,
haciéndole un gesto para que fueran a la salita.
El lugar era muy parecido a lo que ella había imaginado en las ocasiones
que tenían sexo telefónico. Era bastante sencillo, contaba con lo necesario
para que dos personas pudieran vivir, mas no gozaba de demasiados
adornos; con tres cuadros en la pared era suficiente para Eric y Jesse. Lo
que sí le impresionaba era que frente al sofá se encontraba un gigantesco
televisor y, debajo, distintas consolas de videojuegos y unos parlantes9
bastante grandes. Ver películas en aquel departamento tenía que ser una
fantasía.
—No te preocupes, solo estaba pensando en algunas cosas que
mencionó Eric.
—¿En qué exactamente? —curioseó él.
Ari no fue capaz de sentarse en el sillón, algunas preguntas y dudas
cruzaban por su mente, inquietándola, y, en consecuencia, sentía la
necesidad de dar mil vueltas por el departamento, como si con eso pudiera
librarse de una marea de pensamientos. Se acercó a la alargada ventana
vertical y se sentó en el pequeño, pero cómodo, alféizar.
—¿Te acuerdas cuando estuvimos juntos en mi casa en Navidad? —
pronunció con calma y él asintió—. Hubo un momento en que dudaste
sobre si duraríamos, sobre si yo conocería a otra persona mediante
LoveLine con quien pudiera tener la misma conexión que tengo contigo.
Tenías miedo a que te volvieran a lastimar y te respondí que yo no era
Holly. ¿Lo recuerdas?
—Sí. ¿Te preocupa que siga pensando lo mismo?
—No es eso. —Suspiró—. Mientras Eric contaba tantas cosas divertidas
que vivió contigo y con ella no podía evitar pensar en eso, que no soy
Holly.
—Y gracias a Dios que no lo eres —respondió con alivio, haciéndola
esbozar una tímida sonrisa.
Jesse se recostó de una pared cercana y la miró con aquella devoción
que expresaban sus ojos cada vez que estaba cerca de ella. Arizona le dio
una breve repasada, conteniendo la respiración ante lo guapo que lo
encontraba y cómo cada día que pasaba lo encontraba más apuesto. Su pelo
rubio estaba más largo y guardaba las manos en los bolsillos de la sudadera,
parecía un universitario. De todas maneras, emanaba esa aura de
tranquilidad que lograba apaciguarla, recordándole que junto a él todo
estaría bien.
Él supo que la verdadera pregunta aún no había sido vociferada, así que
esperó hasta que Ari estuviera lista para sacarlo.
—Lo que me preguntaba era: ¿y si más adelante te cansas de mí porque
no soy como Holly? Después de todo, fuiste muy feliz a su lado y
estuvieron juntos durante mucho tiempo. ¿Y si Holly de repente te dice que
se ha aburrido de James y que te extraña? Sé que todo el tema con ella sigue
siendo muy reciente para ti y…
Se había perdido tanto en sus palabras e inseguridades que no se dio
cuenta en qué momento Jesse dio unos pasos en su dirección y acunó su
rostro entre las manos, aquellas cálidas y suaves que en tan poco tiempo ya
le habían encantado. Arizona se quedó muda y frente a ella Jesse le dedicó
una pequeña sonrisa.
—Me gustas tú porque no eres Holly, Ari. Ella y yo vivimos cosas
geniales, fueron muchos años de relación y no voy a negarte que hay cosas
que todavía duelen, pero eso no significa que no me alegre estar contigo o
que no me haga ilusión. Al contrario, contigo he sentido cosas nuevas y por
eso quisiera seguir conociéndote. No puedo asegurarte que duraremos
cincuenta años, pero en este preciso momento no pienso en nadie que no
seas tú. ¿De verdad te sientes insegura? ¿Tú? —apostilló, sorprendido.
—¿Por qué lo preguntas de esa manera?
—Porque si hay alguien que debería tener miedo, ese soy yo. Acabas de
terminar con Adam. Además, mírate… eres capaz de conseguir a cualquier
persona en el momento que quieras; eres preciosa.
Arizona ladeó la cabeza sin entenderlo del todo, hasta que asumió que
aquellas inseguridades tenían un trasfondo: su hermano mayor. Por la forma
en la que una vez lo había descrito, Ari entendía que, para Jesse, James era
el mejor en todas las cosas y, dentro de esa lógica, era normal que
cualquiera lo escogiera antes que a él. Su exnovia lo había hecho. Entonces
se rio ante el absurdo de su planteamiento. ¿De verdad Jesse estaba
diciéndole que ella era un mejor partido que él? ¿Acaso no era capaz de ver
todos sus atributos? Jesse era humilde, dulce, trabajador y sincero. Era esa
persona que se le notaba a leguas que no tenía intenciones ocultas con los
demás y prefería irse por el camino del medio.
«Igual que tú, boba», se dijo.
Arizona solía concentrarse tanto en las cosas que no había logrado que
dejaba de lado sus éxitos o aquellos aspectos positivos de su personalidad,
como su constancia, su paciencia, su visión. Puede que su espíritu no fuera
tan inquebrantable como su hermana menor, sin embargo, había llegado
lejos por su propia cuenta. Eso también valía, y mucho.
—Tú también lo eres —contestó finalmente—. Eres el chico que
cualquier persona querría a su lado y me alegra que, al menos por ahora,
estés aquí conmigo.
—¿Y si mejor eliminamos el «por ahora» de nuestro vocabulario? No
porque no sea real, sino porque no quiero sea algo determinativo. Puede que
duremos, puede que no, pero no pensemos en un «por ahora», sino en el
tiempo que queremos pasar juntos.
—Me gusta.
Sellaron aquel pequeño pacto con un beso lento y dulce, de esos que por
más que practicaban jamás llegaban al grado de costumbre. Pocos minutos
después se movieron al sofá y él la sentó en sus piernas.
—¿Has pensado en qué harás con tu trabajo en LoveLine? —curioseó
mientras acariciaba su cuello.
Ari suspiró.
—No puedo renunciar hasta que tenga dinero suficiente para
mantenerme. Lo de Rachel no es seguro, de hecho, ni siquiera sé en qué
consiste su propuesta. Así que todo apunta a que me quedaré en LoveLine
durante unas semanas más, quizá meses.
—Bueno, por lo menos tienes algo seguro mientras tocas otras puertas.
—Sí. Además, cada vez estoy ganando un poquito más de dinero a
medida que consigo nuevos clientes; también me llevo mejor con mis
compañeros.
—Estaba pensando algo… —murmuró y ella lo miró con curiosidad—,
¿es muy descabellado si algún día te llamo a la línea? Ya sabes, para
recordar nuestros viejos tiempos.
—No es descabellado —se rio—, pero ¿por qué tendríamos sexo
telefónico cuando podemos hacerlo en las noches y en persona?
Jesse se encogió de hombros y le dio un beso en el mentón de forma
sensual.
—No me malinterpretes, pero cuando entras en el rol de Jessica puedes
ser incluso más sexi. Además, era bastante divertido el tema de las
fantasías.
—¿Más sexi? —Frunció los labios y se puso de pie.
—Te dije que no lo malinterpretaras. Me gustas en todas tus facetas.
Esas últimas seis palabras le causaron un cosquilleo en el vientre que
disfrutó, como cada momento que pasaba a su lado. Le ofreció su mano y
cuando él atendió el gesto, ella lo guio hacia una de las habitaciones que,
por fortuna, era la de Jesse. No estaba muy alejada a lo que una vez
imaginó, con un pequeño desorden en el escritorio, las sábanas medio
acomodadas —se notaba que odiaba hacer la cama y que lo había hecho
solo por si ella entraba—. Tenía su propio televisor, así como algunas
repisas con libros y fotografías enmarcadas.
Lo que más le gustó fue que olía a él, a su colonia, a esa fragancia que le
despertaba los impulsos más carnales y la invitaba a flotar.
Lo invitó a sentarse en la cama y se sentó encima de él, a horcajadas. De
inmediato sintió las manos de Jesse en sus muslos y percibió el cambio en
su mirada, ahora más seria, determinada y lasciva.
—Pues espero que esta faceta sea mucho más sexi que la de Jessica —
murmuró antes de robarle un beso lleno de necesidad.
Hicieron el amor como no lo habían hecho antes, ni siquiera la noche de
Navidad, con un fuego que no hacía más que avivarse y que nada de lo que
hicieran conseguía aplazarlo. Parecían dos personas desesperadas,
hambrientas, pero cuando se miraban a los ojos también se veían como un
par de enamorados incapaces de separarse un milímetro del otro.
Cuando terminaron, buscó la sudadera de Jesse y se la colocó, sin vestir
más nada debajo. Él la contempló con una sonrisa ladeada, delatando que
no tardaría mucho en volver a estar listo para un segundo round.
Mientras tanto, Arizona encendió el televisor y sintonizó un canal de
películas como excusa —no tan necesaria— para acostarse a su lado y
recostar la cabeza en su pecho mientras él le hacía cariños en el pelo. Se le
ponía la piel de gallina con cada contacto y cerró los ojos para seguir
deleitándose, sabiéndose enamorada de él a pesar del poco tiempo de
conocerlo, y a pesar del miedo que tenía de reconocerlo en voz alta.
Escuchó el tono de llamada de un móvil y supo que era el de Jesse. Se
movió un poco para alcanzarlo en la mesa de noche, intentando no
incomodarla demasiado, y cuando vio quién era, bufó. Arizona echó la
cabeza hacia atrás para mirarlo con esa perenne curiosidad.
—¿Está todo bien?
—Es Holly.
Aquello le sentó como una patada en el estómago y, aunque no era del
tipo celosa, no pudo evitar sentirse un poco molesta ante la intrusión.
Arizona, que era fiel defensora del cierre de ciclos y jamás había estado en
contra de que él hablara las cosas con Holly y su hermano, en ese momento
se sintió molesta. Tal vez porque ahora sabía que estaba enamorada, que
estaba construyendo algo con el chico que le robaba cada suspiro y porque
Holly era justo la única persona que podía poner eso en peligro. Además de
ella misma.
—En Año Nuevo hablé con James —añadió él—. Seguro piensa que
todo está bien entre nosotros y que puede narrarme su versión de los
hechos.
—Creo… —Tragó con fuerza, ignorando su lado emocional, ese que le
decía que Holly era igual a peligro— que deberías hablar con ella.
Él suspiró y la contempló durante un par de segundos, tal vez intentando
tomar una decisión. Entonces, con ligero pesar, descolgó la llamada.
Arizona no pudo escuchar nada de lo que decía su ex, solo se quedó con las
palabras de Jesse.
—Hola, Holly. Estoy bien —dijo, seco—. Me imagino. Sí, estoy
ocupado y no tengo mucho tiempo. —Hubo una larga pausa—. De acuerdo,
tú ganas. Nos vemos ahí mañana en la tarde. Espero que no sea otra
emboscada. Vale, sí. Adiós.
Ari quiso bombardearlo con preguntas sobre la conversación, sobre los
planes que habían hecho, sobre cómo se había sentido y cuáles eran sus
expectativas. Sin embargo, esperó fingiendo estar tranquila viendo una
película de zombis, hasta que Jesse volvió a hablar.
—Mañana me veré con Holly. Supongo que, si pude escuchar la verdad
de parte de James, también podré escucharla de parte de ella.
Cuando sus ojos se encontraron con aquel color cielo de Jesse, quien
lucía un poco nervioso, supo que no tenía de qué preocuparse. Porque, a
pesar de todo, su mirada todavía albergaba aquella devoción hacia ella. Era
normal que estuviera nervioso y lo único que podía hacer ella era darle
apoyo.
—Saldrá bien —musitó acariciando sus mejillas—. Somos humanos,
todos nos equivocamos. Yo estuve a punto de engañar a Adam porque lo
que sentía por ti era mucho más fuerte y me superaba. Así que cuando
hables con ella mañana imagínala en la misma situación. No creo que
quisiera lastimarte, solo que la situación fue más grande que ella y,
lamentablemente, tú saliste herido. Además, si quieres encontrarle el lado
positivo… De haber seguido con Holly jamás nos hubiéramos conocido.
Así que mejor me quedo con esa frase popular que a veces odio: «las cosas
pasan por algo».
Una comisura de su boca se elevó.
—Las cosas pasan por algo —repitió Jesse.
capítulo treinta y uno
Arizona

A
rizona tenía dos expectativas ese día: que la reunión fuera fructífera y
que no tuviera que pagar la cuenta.
El lugar que había escogido Rachel Crowell era uno de los
restaurantes más elegantes de la ciudad y ni siquiera tenía la necesidad de
revisar su estatus bancario para saber que si pagaba la cuenta se quedaría
casi sin dinero.
Escogió un vestido que había confeccionado ella misma y un abrigo un
poco viejo —aunque en perfecto estado— que le hacía juego. Se había
maquillado lo suficiente para verse presentable y formal, sin rayar en lo
exagerada. Era solo una reunión breve, no un evento nocturno. El corazón
le palpitaba con fuerza y sostenía el portafolio en sus manos, sin poder
controlar el temblor. Aún no tenía muy claro qué quería Rachel de ella, pero
de lo único que estaba segura era que tenía que impresionarla.
Al entrar al restaurante le indicó su nombre a uno de los mesoneros y
este la condujo a la mesa que ya estaba reservada por «la señorita Crowell».
Al llegar, Rachel se puso de pie y la recibió con un cordial apretón de
manos seguido por un beso en la mejilla. Podía esperar muchas cosas de la
hija de Walter Crowell, pero no que sería así: de piel oscura, dreadlocks —
algunos de color azul y otros, rosa—, un traje negro que costaba más que el
coche de Ari y un maquillaje que resaltaba sus labios de un color carmesí.
Era menor que Arizona, tal vez tendría la edad de Sydney, y, sin duda, el
mismo espíritu.
—Arizona Taylor. —Pronunció su nombre con deleite y luego le hizo
una seña para que tomara asiento—, es un agrado conocerte. Mi padre me
habló muy bien de ti, lo cual me parece curioso porque no eres una
diseñadora de renombre. Ni siquiera tienes una página web.
Sin muchos rodeos.
—También es un gusto conocerte, Rachel. —Sonrió tratando de ocultar
los nervios—. No, no cuento con un sitio web ni un portafolio digital, y no
te mentiré, no tengo tanta experiencia como tal vez estés pensando. Eso no
quiere decir que no sea talentosa y quiera mejorar cada día.
—Solo con talento no llegarás a ninguna parte.
Cortó por un momento sus palabras para indicarle al mesonero lo que
quería pedir, un licor europeo que sabía que se escapaba del presupuesto de
Ari. Solo en caso de que le tocara pagar su parte, se decantó por una
limonada. Cuando el hombre se fue, Rachel la miró con un brillo curioso en
aquellos ojos castaños y oscuros.
—Papá me habló maravillas de ti, de lo que quieres lograr en el futuro;
hasta me comentó que el vestido que llevaste esa noche, hecho por ti, era
una maravilla. ¿El que traes puesto también? —Ari asintió a la pregunta—.
No eres muy habladora, ¿verdad?
Arizona soltó el aire que estaba conteniendo e intentó relajarse. Puede
que fuera hija de un hombre adinerado y que quizás estuviera considerando
invertir en ella, pero más allá de eso parecía una chica normal con la que
podía charlar de casi cualquier cosa. Y si eso no la relajaba, el hecho de ser
la mayor de la mesa le dio un poco más de confianza.
—No pienso aburrirte con mis objetivos de vida porque entiendo que tu
padre ya te habrá dado un buen resumen. Todavía no sé con exactitud qué
es lo que quieres de mí, pero si eso requiere que observes y confíes en mi
trabajo, traje conmigo mi portafolio. La mayoría de las cosas que he
confeccionado lo he hecho para mí o para gente que conozco. Me
encantaría dar el siguiente paso, solo que estoy atravesando por un
momento económico complicado y necesito de mi actual trabajo para
sobrevivir.
—Entiendo —murmuró la morena mientras se tomaba el atrevimiento
de agarrar el portafolio de Arizona para examinarlo.
La susodicha se quedó en silencio, nerviosa, mientras los ojos de Rachel
evaluaban cada uno de los diseños allí expuestos: había desde fotos de las
personas usando sus confecciones, hasta bocetos de colecciones. Aunque no
lo dijera así en voz alta, aquellas hojas contenían los sueños e ilusiones de
Ari y le aterraba que alguien como Rachel los desechara en su chasquido de
dedos.
Trajeron sus bebidas y Ari le explicó con suavidad cómo había trabajado
en cada diseño, por qué escogió ciertas telas, qué le había inspirado.
Después de todo, no dejaba de ser arte. Rachel solo la escuchaba, asintiendo
de vez en cuando. En ocasiones fruncía el ceño como si no estuviera de
acuerdo y en otras paseaba la mirada entre las hojas y Arizona con
demasiado interés.
—¿Mi padre no te comentó nada sobre lo que pienso hacer?
—No.
La morena suspiró, dio un sorbo a su copa y la miró con atención.
—Dentro de un par de meses abriré una tienda en el centro de Seattle, es
un proyecto importante para mí porque no pretendo vender lo mismo que la
mayoría de las tiendas antiquísimas de moda. Quiero algo más inclusivo,
aunque mi padre lo llama «disruptivo». Quiero que la ropa que se exhiba y
venda allí sea para todo tipo de cuerpos y géneros, sin caer en la clásica
concepción de ropa «femenina» y «masculina». Si a un chico le da la gana
de usar una blusa con volados y flores, pues habrá para él, de su talla y para
cualquier tipo de estilo, por ejemplo.
Los ojos de Ari brillaron.
—Es genial y fascinante.
Rachel sonrió.
—Lo sé. —Hizo una pausa—. También quiero que sea un sitio al que
cualquiera pueda ir, no solo los que estén dispuestos a pagar más de mil
dólares por prenda. Quiero que cualquier persona que quiera verse bien, sin
importar sus gustos, estatus económico o preferencias, pueda ir a mi tienda
y sentirse hermoso.
—Suena increíble, Rachel.
—Entiendo que lo que quieres para tus diseños es algo similar. Ya
cuento con algunos diseñadores que se han sumado al proyecto y quería
saber si te gustaría formar parte también.
—C-Claro, suena maravilloso —asintió, nerviosa y emocionada.
—Algunas condiciones aplican. —Enarcó una ceja.
—¿Condiciones?
—Necesitaré que trabajes desde ya en tu colección de la temporada,
cada diseñador tendrá una. Yo aprobaré cuáles entrarán y cuáles no. Te
financiaré el trabajo, de manera que no invertirás tu dinero y te llevarás un
treinta por ciento de ganancia de lo que se venda. El crédito te lo llevarás tú,
Arizona, sin embargo, los diseños que salgan con mi tienda no podrás
venderlos después, me quedo con la exclusividad. —Suspiró y evaluó la
expresión de Ari antes de añadir—: Sé que no es la mejor oferta que hay,
pero es la única que puedo darte en este momento.
Puede que tuviera razón, no obstante, Arizona no tenía nada que perder
y sí mucho que ganar. Nadie la conocía como diseñadora, nadie había
apostado por ella jamás y si quería adentrarse en ese mundo, pues por algo
tenía que empezar. Además, Rachel le estaba dando una oportunidad sin
tener siquiera certeza de que fuera a hacerlo bien, era un ejercicio de
confianza para ambas. Lo único que le quedaba era hablar con Nicole y ver
cómo negociaba su situación en LoveLine.
Ari terminó su limonada y sonrió.
—Cuenta conmigo.
capítulo treinta y dos
Jesse

J
esse llegó veinte minutos antes al encuentro. Se sentó en una de las
mesas junto al cristal que fungía11 de pared del establecimiento y
guardó las manos en los bolsillos de su abrigo oscuro mientras
observaba con calma a los transeúntes del otro lado del vidrio. Todos
absortos en sus pensamientos, unos en llamada, en la música que
escuchaban; algunos veían la hora con preocupación y una pequeña minoría
se deleitaba con lo bonito de aquella avenida.
No podía negar que estaba nervioso. Le era más fácil comportarse como
una bestia rencorosa frente a Holly que ser moderado y maduro. Tras
acceder a encontrarse con ella, sabía que no podía huir de la conversación
cuando le placiera, eso no estaría bien; se había comprometido a escucharla
y no le quedaría de otra más que soportarlo hasta el final.
Respiró profundo cuando la observó entrar en la cafetería con un abrigo
blanco, una bufanda de distintos colores, sus ojos llenos de vida y sus labios
pintados de rojo —color que elegía cuando iba a reuniones que consideraba
muy serias—. Después de algunos años a su lado era capaz de reconocer el
motivo de cada una de sus acciones, qué significaba cada una de sus
expresiones, incluso el porqué de su elección de ropa del día.
Holly paseó la mirada por el lugar y cuando vio a Jesse sus mejillas se
sonrojaron y sus ojos se abrieron lo suficiente para delatar que, aunque
estaba ahí para encontrarse con él, no dejaba de abrumarle su presencia.
Caminó en su dirección con la barbilla en alto y con una sonrisa nerviosa.
—Estaba convencida de que no vendrías, pero me alegra que lo
hicieras.
Jesse suspiró.
—Hola, Holly.
Le hizo una seña a la barista para que preparara los dos cafés que ya
había pagado con antelación. Sabía cuál era el preferido de su exnovia, en
especial en invierno, así que estuvo convencido de que no objetaría nada.
Puede que resultara un poco invasivo y tampoco era como si disfrutara
decidir por ella, pero no quería perder el tiempo.
Ella se sentó frente a él con una expresión cautelosa.
—Gracias por darme la oportunidad de explicarme —comentó en una
voz más suave. Él frunció los labios y asintió—. Sé que James y tú hablaron
en Año Nuevo, me contó las cosas que te dijo y, aunque es un buen
resumen, creo que lo justo es que te cuente porqué permití que todo
sucediera de esa forma.
Jesse suspiró y mordió el interior de sus mejillas. Recordó las palabras
de Arizona y su propia experiencia.
—La situación te superó. He escuchado que le pasa hasta a las mejores
personas. —Les llevaron el café a la mesa y miró a Holly con mucha más
seriedad—. ¿Siempre tuviste sentimientos hacia él?
—No, por supuesto que no —respondió, ceñuda.
—Tampoco me juzgues por pensar lo peor.
—No te juzgo por nada, Jesse. En realidad, entendería si me juzgaras a
mí.
«Por supuesto que lo hago».
—No sabría decirte en qué momento exacto mis sentimientos hacia
James comenzaron, pero no creas que lo disfrutaba. Al contrario, todo el
tiempo me sentía confundida y hasta triste. Triste porque no sabía cómo
afrontarlo o si era mejor esperar un tiempo a que se me pasara; lo último
que deseaba era lastimarte. Nada mejoró cuando me di cuenta de que él se
sentía de la misma manera. Era una tortura compartir el mismo ambiente
porque no sabíamos cómo lidiar con lo que estaba pasando; por un lado, se
sentía bien vernos y por el otro era algo incorrecto.
»Decidimos no hacer nada, creyendo que de esa manera la atracción
pasaría. Pensé que si me concentraba solo en nuestra relación me libraría de
confusiones, te volvería a querer solo a ti. Sin embargo, pasó lo contrario.
Era como si mi subconsciente solo se centrara en tus defectos, en las cosas
que empezaban a disgustarme de ti. Hice que nuestra relación se enfriara y
se volviera algo desagradable.
Debajo de la mesa, Jesse apretó los puños. Todo lo que decía tenía
sentido, incluso recordó cada una de las veces en las que intentó besar a
Holly y ella lo rechazaba, las discusiones que comenzaban de la nada, las
miradas incómodas, las sonrisas fingidas. Una parte de él, la más pequeña e
incrédula, llegó a imaginar que su relación no iría a ninguna parte; no
obstante, su lado optimista se convencía de que solo era una fase, que tal
vez ella volvería a ser su Holly eventualmente.
No sucedió.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó apoyando los brazos en la
mesa, inclinándose hacia delante—. ¿Por qué no lo hablaste conmigo? Pude
haberte ayudado, pude ser más paciente, incluso pudimos haber terminado.
—Porque me sentía culpable, Jesse —admitió con la mirada triste. Hizo
una pausa para probar su café y le dedicó una sonrisa nostálgica—.
Cappuccino con leche de almendras y un toque de miel y canela. Todavía lo
recuerdas.
—¿Te sorprende? —La miró con una ceja enarcada.
Holly negó con la cabeza y prosiguió:
—No creas que no me vi tentada a hablar contigo, pero con el propósito
de que nos tomáramos un tiempo para que pudiera definir mis sentimientos.
El problema fue que me acobardé; me obligué a estar contigo porque pensé
que era lo correcto. En ese momento era impensable dejarte por tu hermano
y en el proceso solo te hacía daño con mis desplantes.
»Tras una de nuestras peleas, fui a casa de James, con quien hablaba con
regularidad porque, además, nos habíamos hecho muy buenos amigos y…
digamos que nos gustaba sentirnos culpables juntos.
—No sé si eso es masoquismo o descaro, la verdad —murmuró Jesse.
Ella se encogió de hombros.
—Creo que esa vez fue la que cambió todo entre nosotros, y desde
entonces quise encontrar alguna manera de decirte que quería terminar
contigo.
Aunque era lo evidente y lo natural, de hecho, lo correcto, esas palabras
le punzaron en el estómago. Tenía a Holly ahí frente a él, a solas, y
reconocía que ese amor que llegó a sentir hacia ella ya no estaba, se había
diluido como una pizca de sal en un océano. Ya no estaba enamorado y
tenía la capacidad de equilibrar un poco mejor que antes los momentos
buenos y malos a su lado. Sin embargo, aún le molestaba escuchar esa
respuesta. No sabía si era un golpe a su corazón o a su orgullo, le costaba
identificarlo. Lo único certero era que no le hacía sentir bien.
Quiso preguntarle cuánto tiempo exacto había pasado siendo amante de
James, cuántos días, cuántas semanas, cuántas horas. También se vio
tentado a llamarla cobarde por ocultárselo, a decirle irresponsable por no
saber llevar la situación, pero no dijo ni preguntó más. Aún quedaba el final
del relato, la parte más tétrica, el día que él se enteró. No necesitaba que
Holly le recordara un momento tan amargo, así que suspiró, terminó su café
y la miró a los ojos.
—Sé que quieres explayarte más, Holly, que quieres contarme más
cosas y quizá darme una mejor justificación, una más racional que
emocional, pero no puedo seguir escuchando más de esto.
—Jesse, yo… —susurró, pero la interrumpió.
—A lo mejor en el futuro, cuando me afecte menos. Quizá dentro de un
tiempo podamos sentarnos y recordar las cosas buenas sin centrarnos en lo
malo, pero hoy no es ese día. He hecho lo posible por escuchar con
atención, pero…
—Está bien. —Ella le dedicó una pequeña sonrisa—. Aceptaste que nos
encontráramos y estuviste dispuesto a que lo conversáramos. Requiere de
mucha madurez y mucha fuerza. Agradezco que lo hicieras. Sé que no me
has perdonado y puede que no lo hagas en el corto o mediano plazo. Tal vez
no lo hagas nunca. Y lo entenderé siempre. De todas maneras, que vinieras
hoy significa que no me odias y creo que con eso puedo vivir.
Jesse frunció los labios.
—Jamás podría odiarte, Holly. No estás entre las personas que más
aprecio, pero ciertamente no te odio. Al menos no en este momento.
—Vas a encontrar a alguien que te quiera como lo mereces.
«Ya la encontré». Pensó en Arizona y toda la negatividad que le
acobijaba desapareció. Puede que no tuvieran una relación cien por ciento
formal —no habían discutido qué eran, no sabía si debía llamarla novia o si
debía esperar más tiempo—, sin embargo, era la dueña de sus pensamientos
y de sus sueños.
La conversación estaba casi finalizada y se preguntó de qué manera
podía cerrar todo con Holly. No quería desearle que fuera feliz con James,
no había llegado a ese punto de madurez; tampoco le diría que quería verla
de nuevo. No era muy dado con las palabras cuando los momentos se
tornaban tan incómodos, así que evadió los asuntos personales.
—Bueno, la cuenta está pagada. Debo ir a trabajar.
Antes de que se pusiera de pie, Holly pronunció su nombre y notó cómo
sus mejillas volvían a enrojecerse. La miró con curiosidad.
—Hay algo que James no te dijo, no porque no quisiera, sino porque le
pedí que me dejara hacerlo a mí. —Habló casi en un murmullo.
Jesse frunció el ceño, preparándose para una nueva mala noticia, pero
ninguna de las cosas que pasaron por su cabeza fueron tan sorprendentes
como la que Holly se estaba guardando:
—Nos vamos a casar en mayo.
—Disculpa, ¿qué?
Llevó las manos a la silla, por si acaso se descompensaba y se
desmayaba. ¿Le estaba tomando el pelo? ¿Casarse? Si no llevaban ni un año
siendo pareja —ni a escondidas ni en público—. ¿Cómo se les ocurría
casarse tan pronto? Además, ¿no les daba vergüenza?
Holly sacó algo de la cartera y lo dejó en la mesa con las manos
temblorosas, cerca de la taza de Jesse, que ya se encontraba vacía. Lo miró
con aquellas pestañas alargadas y los ojos brillosos, estaba cundida en
nervios.
—Entenderemos si no quieres ir, de verdad. De todas maneras, aún
faltan cinco meses, así que si en este tiempo te animas… Esta es tu
invitación, puedes llevar a quien desees.
Torciendo la boca y dedicándole una mirada compasiva, Holly se dio
vuelta y salió de la cafetería, dejándolo congelado sin asimilar la noticia.
Cogió el sobre color crema y lo abrió con lentitud, casi con dificultad, como
si jamás hubiera abierto uno, y leyó lo que decía la tarjeta de invitación.
Palabra por palabra, hasta que llegó a su nombre escrito en una hermosa
tipografía cursiva.
Su pecho se comprimió, no obstante, su mundo no se vino abajo como
había previsto unos segundos atrás. De hecho, ni siquiera se sintió molesto
o celoso. Simplemente sorprendido. Cometió el error de ponerse a cavilar, a
imaginar si esa invitación hubiera sido la de su boda con Holly si ella no se
hubiera enamorado de James. Entonces el escenario se tornó incómodo
cuando no quiso visualizarse con Holly en una iglesia ni yéndose a una isla
paradisíaca por su luna de miel. No deseaba ese tipo de vida con ella, y si
Holly había encontrado a alguien con quien vivir dichas experiencias, pues
que así fuera. Incluso, una parte de Jesse, la menos egoísta de todas, se
alegró de que al fin encontrara su felicidad, a pesar de que fuera con su
hermano.
Guardó la invitación en el bolsillo de su abrigo y se dispuso a
marcharse. Condujo por las calles sin rumbo fijo, recapitulando el millar de
cosas que había vivido y sentido en los últimos meses. Recordó los días
desolados en su habitación en los que no entendía cómo su hermano y su
exnovia pudieron ser tan frívolos como para traicionarlo de esa manera, los
intentos de Eric por hacerle salir de nuevo al mundo, aquella ridícula cita
que tuvo, la primera llamada a LoveLine sin esperar que ahí conociese a su
Jessica. Entonces sonrió al recordar las conversaciones, los miedos, lo
prohibido. La primera vez que la vio en la fiesta de Debbie sin saber que era
ella, cómo se le heló el corazón al descubrirlo, el primer beso, la primera
vez juntos.
Como si la hubiera invocado con el pensamiento, su móvil vibró con la
notificación de un mensaje.

Arizona: Buenas noticias!!!!!! Nos vemos hoy?

Arizona: Cómo te fue con Holly? Estoy TAN feliz que ni siquiera
estoy celosa.

Él se rio y negó con la cabeza. ¿Cómo podía estar celosa ella de Holly?
¿Acaso no había sido muy claro en las ocasiones en las que le había
confesado sus sentimientos? Intentó ser siempre directo, así que la sola idea
de que Arizona pudiera estar celosa de Holly era irrisoria.
Se detuvo en uno de los semáforos en rojo y tecleó una respuesta.

Jesse: Las buenas noticias hay que celebrarlas y se me está


ocurriendo una idea.

Le envió la dirección en donde la esperaría. Había algo que todavía


quedaba pendiente entre los dos y una parte de sí vibró con emoción.
Condujo hasta el sitio y esperó un rato hasta que Arizona llegó con una
sonrisa bobalicona en el rostro. Lo abrazó de inmediato, transmitiéndole su
alegría, y él la besó en la frente. Todas las preocupaciones desaparecieron,
solo quedaban él y ella en el mundo. En el universo entero.
—¿Qué hacemos aquí? —inquirió, divertida, mientras examinaba el
lugar.
Jesse la tomó de la mano y caminaron hasta una de las taquillas donde
se compraban entradas para los tours en ferri por la ciudad.
—Estuve recordando nuestros inicios y me di cuenta de que no hemos
estado aquí juntos. ¿Cómo te fue con Rachel?
—¡No tienes idea! —exclamó moviendo los brazos con efusividad—.
Tiene un proyecto en mente muy genial. Está buscando diseñadores y le
interesó mi trabajo, así que hablamos de negocios. Todo salió muy bien.
Le explicó los pormenores de la reunión con Rachel Crowell mientras él
compraba los boletos y no paró de hablar hasta que estuvieron en el ferri.
Era la primera vez que la veía tan feliz y que la escuchaba parlotear tanto, a
veces se quedaba sin aire, pero eso no le impedía seguir. Le confesó el
miedo que tenía al fracaso e inmediatamente se consoló a sí misma, como si
estuviera en un monólogo. Le habló sobre las ideas que tenía, sobre sus
expectativas, sobre lo que haría con LoveLine, lo que haría una vez que
pudiera ganar dinero con lo que ella amaba y disfrutaba hacer.
Se recostaron de una de las barandillas del ferri que ya estaba en
movimiento y él contempló cómo el atardecer hacía que el pelo castaño de
Arizona adquiriera un brillo distinto y cómo sus labios se habían enrojecido
por la forma en que se los mordía debido a la emoción. La miró embobado
como un fiel devoto aprecia la escultura de su dios esperando algún
milagro, solo que en su caso el milagro ya estaba ahí. Era ella.
—Ay, discúlpame. —Arizona se llevó las manos a la frente y se acercó
más a él—. Me he pasado de egoísta, ni siquiera te pregunté por tu
encuentro con Holly. ¿Cómo te sientes?
Jesse se encogió de hombros.
—Aunque te sorprenda, me siento bastante bien. Pensé que caería en un
hueco depresivo, pero no fue así.
—¿Te contó toda su versión?
—Una parte. No quise escuchar el final de la historia, en especial
porque era la parte que yo había presenciado. De todas maneras, creo que…
—Inhaló con fuerza y luego soltó todo el aire, con los ojos azules puestos
sobre el agua debajo de ellos— fue bueno que la viera. Antes tenía miedo
de lo que pudiera llegar a sentir si la enfrentaba. Y ahora que la enfrenté a
solas me di cuenta de que…
Se quedó callado. Arizona parpadeó varias veces y cuando él no
continuó, frunció el ceño.
—¿De qué?
—De que llevaba tiempo sin estar enamorado de Holly, aun cuando
estábamos juntos. Me di cuenta de que en realidad no la odio. Cuando me
entregó la invitación a su boda, yo…
—¡¿A su boda?! ¡¿Se van a casar?! —exclamó y varias personas se
giraron para verlos. Luego abrió más los ojos—. ¡¿Y te invitó?! ¿Se puede
ser más descarada?
—Tú te lo has tomado peor que yo —rio.
—Pero es que ¿en qué cabeza cabe…?
—No es como si me gustara la idea, pero al menos me enteré por ella y
no por chismes de nuestros conocidos. Eso sí hubiera sido terrible e
imperdonable. En fin, cuando me entregó la invitación por un momento me
pregunté si, en caso de que ellos dos no se hubiesen enamorado, ¿esa boda
sería la nuestra? ¿De verdad veía mi vida con Holly? Muchas veces me
planteé proponerle matrimonio, pero eran solo intentos de mantenerla
conmigo, no gestos de amor, así que haberla enfrentado hoy me ayudó a
darme cuenta de que ya no la quiero y que no la he querido de verdad en
mucho tiempo.
Los labios de Arizona mostraron una mueca triste antes de suspirar.
—No sé si debería decirte «lo siento».
—Está bien, no tienes que decir nada —contestó escondiendo un
mechón de pelo castaño detrás de su oreja.
—¿Irás a la boda?
—No sé, no lo creo.
Ella asintió, sabiendo que las explicaciones estaban de más.
Ambos se quedaron en silencio, con la mirada puesta en los edificios
lejanos. Con lentitud, Jesse pasó su brazo por los hombros de Arizona y la
atrajo más hacia él antes de rozar su mejilla con la punta de la nariz. La
sintió temblar un poco. Vio cómo cerraba los ojos y se sonrojaba.
—¿Sabes por qué quise que hiciéramos estoy hoy? —susurró cerca de
su oído.
—P-porque es tu lugar favorito —respondió ella con dificultad—. O una
de tus actividades favoritas, al menos.
Él sonrió.
—¿Recuerdas nuestra fantasía del ferri?
Ella tragó con fuerza y giró un poco la cabeza para mirarlo, entre
sorprendida y emocionada.
—Jesse, sé que parecía muy divertido por teléfono, pero… —Se fijó en
la cantidad de gente que había alrededor—, no sé si sea buena idea.
Además, no tengo preservativos conmigo.
Jesse no pudo evitar soltar una pequeña carcajada.
—En primer lugar, por los preservativos ni te preocupes porque yo
siempre cargo al menos uno conmigo. En segundo lugar, no pensaba
proponerte eso, Arizona Taylor, aunque me halaga que pienses más en sexo
que yo. —Fue enumerando cada punto con los dedos y tras pronunciar lo
último notó que ella quiso interrumpirlo—. La cuestión es que había algo
que ansiaba hacer cuando estuviera contigo aquí, en el ferri, en pleno
atardecer.
Llevó una mano al cuello de la castaña y rozó la nariz con la suya,
dejando que su perfume floral lo invadiera y lo llevara a lo más alto. Lo que
más quería hacer con ella en ese ferri era darle un beso, así que lo hizo. Fue
lento, delicado, lleno de paciencia, saboreando todos los sentimientos que
había descubierto y ratificado ese día. Saboreándola a ella y su dulzura.
Saboreando el momento y cuánto había añorado sentirse así de vivo,
vulnerable y fuerte al mismo tiempo con una persona. Saboreando la
gratitud de que fuera ella.
—Te quiero, Ari —susurró en sus labios.
Ella, que continuaba con los ojos cerrados y su cuerpo todavía
sumergido en el frenesí del beso, fue esbozando una sonrisa de a poco,
hasta que abrió los ojos y lo miró con determinación y cariño.
—Yo también te quiero, Jesse.
capítulo treinta y tres
Arizona

L
as personas se acercaban cada tanto para felicitarla por su trabajo
mientras ella, sin poder creer todavía que aquel día había terminado —
o que había sucedido en absoluto—, les agradecía con una sonrisa que
iba de oreja a oreja.
La inauguración de la tienda de Rachel fue el primero de abril, después
de algunos meses cargados de trabajo y bastante estrés. Entre enero y
febrero, Arizona solo trabajó medio tiempo en LoveLine y pasaba el resto
del día concentrada en la colección que lanzaría esa primavera. Unas
semanas antes de la apertura, Arizona renunció a LoveLine porque no podía
mantener ambos trabajos y porque el estrés le había dado a Rachel por
necesitarla más tiempo del normal; Ari, más allá de ser una de sus
diseñadoras, se había convertido en una buena asesora de su proyecto.
El primero de abril transcurrió rápido. Rachel había extendido la
invitación a periodistas, influencers y fashion bloggers. La voz se extendió
por la ciudad y, en su primer día, el sitio estuvo bastante lleno. Eso no
significó que se vendiera todo, aunque sí que Rachel Crowell dio de qué
hablar en redes sociales.
Cuando Arizona vio fotos suyas en todos los medios, gente llamándola
por su nombre y hablando sobre las piezas que tenía en la tienda de Rachel,
derramó un par de lágrimas de felicidad. Sentía que estaba soñando, porque
no podía ser que había alcanzado algo así de increíble tan pronto.
«Sueña en grande», le había dicho Rachel. «Estas son solo las ligas
menores. No descanses hasta que te reconozcan en todos lados». Y, aunque
ella tenía razón, se permitió abrazar el momento, disfrutándolo como si
fuera el último día de su existencia.
—¿Champán, mademoiselle? —Jesse se acercó a ella con dos copas.
Para Ari no era muy común verlo en traje y corbata, pero el brindis de esa
noche en la tienda (a puertas cerradas) lo ameritaba—. Me pregunto si así
se siente tener una novia famosa.
Arizona le sonrió y aceptó la copa. Últimamente no habían compartido
tanto porque los preparativos para la inauguración tenían a todos sin tiempo
libre y aquel día en particular apenas había intercambiado con él un par de
palabras. Sin embargo, una vez que cerró la tienda y la celebración privada
empezó, Ari se permitió relajarse.
—¿Me has extrañado hoy?
—Solo un poco.
—¿«Solo un poco»? —repitió, divertida.
Él sonrió y rozó su cintura con delicadeza, en una caricia sutil y
disimulada pero que le demostraba que la deseaba.
—No he sufrido tanto extrañándote porque confío en que cumplirás tu
palabra y este fin de semana estrenaremos esa lencería que está esperando
en el clóset. Y si no la cumples, no importa. Vale la pena verte tan feliz.
A veces le costaba creer que el tiempo hubiera transcurrido tan rápido.
Ya hacían casi seis meses desde la primera vez que ambos hablaron por
teléfono y cinco desde que comenzaron a salir. De todas maneras, Arizona
sentía que lo conocía de toda la vida. De todas las vidas; como si su alma
hubiera reencarnado mil veces y en todas lo hubiera amado a él.
Le dio un beso corto en los labios.
—Además —continuó—, se me ha hecho difícil extrañarte porque tu
hermana no me ha dado tiempo. Entiendo que quiera conocer la ciudad y
hacer cosas nuevas, pero a veces me abruma con tanta energía. Hoy estuve
con ella todo el día y siento que sé más sobre su vida que sobre la mía.
—Se suponía que Mandy iba a estar con ella.
—Al parecer tenía otras cosas que hacer. —Se encogió de hombros.
—No necesito niñeras —dijo una voz detrás de ellos. Sydney miró a su
hermana con una ceja enarcada—. Agradezco que no quieras que esté sola,
Ari, pero puedo manejarme bien por Seattle. Existen aplicaciones de mapas
de la ciudad y de taxis.
—Lo sé, boba, solo que conocer la ciudad es mucho mejor cuando lo
haces con alguien.
En realidad, Arizona no quería que su hermana menor estuviera sola por
otro motivo. Esa misma semana Sydney había llegado a Seattle con maletas
hechas y dispuesta a empezar su nueva vida. Así, sin previo aviso,
advertencias, comunicados, telegramas. Solo había aparecido empapada en
la puerta del departamento de Arizona a las diez de la noche y con los ojos
rojos.
Ella y William había terminado de mala manera, lo cual desencadenó
que cogiera sus cosas y decidiera hacer lo que jamás se había atrevido por
miedo: irse de casa de sus padres.
—Lo sé, pero es normal que todos aquí tengan vida propia y no puedan
acompañarme a conocer la ciudad —respondió Sydney tras un suspiro—.
En fin, el lunes empezaré a enviar currículos para ver si puedo conseguir
trabajo pronto.
«Y si no consigues, siempre estará cierta línea erótica», quiso decir en
tono de broma, pero lo encontró inapropiado.
Sus ojos recorrieron el sitio y encontró a Nicole, su exjefa, charlando de
forma animada con otros invitados. Arizona decidió invitarla porque en los
últimos meses lograron acercarse más, dejando a un lado la relación jefa-
empleada. Cuando Nicole la miró en la distancia levantó ligeramente su
copa, como si quisiera chocarla con la suya en un gesto de cariño.
Pero la sonrisa de Arizona se ensanchó aún más cuando vio a Mandy
acercarse a ellos con una falda de tubo y una americana azul marino, lucía
bastante formal por una serie de complicadas reuniones de trabajo. Cuando
estuvo cerca de ella le dio un sonoro beso en la mejilla y le robó la copa
para bebérsela de golpe.
—No te imaginas el día de mierda que tuve hoy, Ari. Ha sido el peor del
año, y mira que he tenido días malos —se quejó. Luego se giró hacia Jesse
y Sydney—. Hola, príncipe encantador. Hola, hermana de mi mejor amiga.
Los ojos de Sydney brillaron al verla. Desde que la conoció sintió una
gran admiración por la personalidad de Mandy, por su rudeza, franqueza e
«independencia». Arizona no pudo evitar ofenderse y sentirse celosa porque
ella se consideraba independiente y ruda, sin embargo, su hermana prefería
elogiar y admirar a otras personas.
—¡Hola, Mandy! —la saludó con, quizá, demasiada efusividad.
—No me digas que el cerdo ese también decidió venir… —murmuró
ella con la vista fija en alguien en la lejanía. Todos se giraron y se dieron
cuenta de que se trataba de Eric—. ¿Tenías que invitarlo, Arizona? Es un
idiota.
—Es una gran persona, Mandy, no seas así —la regañó.
—Es un cerdo machista y arrogante que cree que todo el mundo tiene
que besarle los pies debido a su sentido del humor, el cual tiene en el culo, y
porque está muy seguro de que está bueno. En resumen: es imbécil.
—No lo conozco aún, pero si es amigo de Jesse no creo que pueda ser
tan malo —argumentó Sydney, con temor a perder el cariño que Mandy
estaba desarrollando hacia ella.
—Ja, eso es porque…
—Bueno, bueno… —Jesse la interrumpió con una sonrisa tensa—, sin
insultos ni conflictos. Esta noche es para homenajear a Ari, no para pelear.
Mandy asintió a regañadientes. Sydney se permitió respirar con mayor
normalidad y Jesse relajó un poco los hombros. Arizona emuló un «gracias,
te quiero» en su dirección, del que nadie más se percató.
En enero, Mandy terminó «lo que sea que tuvo» con el chico misterioso
de Navidad, que, aunque pareció ser muy agradable, se descubrió que la
usaba para volver con su ex, dejando a Mandy con el corazón roto. Después
de días intentando animarla, le organizó una cita a ciegas el 14 de febrero
con Eric, a quien ella no conocía en ese entonces. Arizona jamás imaginó
que Mandy llegaría a casa despotricando y hablando pestes de una persona
tan genial como Eric, al contrario, creía que se llevarían excelente.
—Genial, ahí viene —gruñó Mandy.
Como si el destino quisiera que se desatara la Tercera Guerra Mundial,
Eric se acercó al grupo y los saludó a todos con una sonrisa afable. Excepto
cuando llegó el turno de Mandy. Ambos se miraron con desdén y se
ignoraron, dejando claro que a él tampoco le había agradado ella y no
pensaba disimularlo.
Un par de horas después, cuando los invitados comenzaron a marcharse,
el grupo de amigos de Arizona la acompañaron hasta la entrada de la tienda,
donde se despidió de cada uno. Sydney y Mandy se irían juntas a casa y
Eric tenía la mente ocupada en una chica que había conocido en ese evento
y a quien, claramente, invitaría esa misma noche a hacer algo.
—¿No nos vamos en coche? —le preguntó a Jesse con curiosidad
cuando estuvieron lejos de los demás—. Corrijo, ¿tienes planes de hacer
algo?
La miró de soslayo y sonrió. Tomó la mano de Arizona y entrelazó sus
dedos, aproximándose un poco más a ella. No podía negar que disfrutaba de
su compañía, sin embargo, el cansancio comenzaba a hacerse presente en su
cuerpo.
—Solo quiero que caminemos unos diez minutos y luego de eso vamos
a casa, ¿sí? ¿O estás muy cansada?
—Me parece bien. Además, cuando lleguemos a casa estarán Mandy y
Sydney… Y si vamos a la tuya estarán Eric y… quien sea que lleve.
Extraño tener momentos a solas contigo.
—Yo también —asintió.
Caminaron en silencio algunas calles. No hubo necesidad de palabras,
ambos estaban exhaustos, pues habían tenido días laborales complicados y
lo único que querían era estar en la compañía del otro. Ni siquiera tenían
que hablar, con estar juntos bastaba.
Llegaron a una plaza rodeada de árboles y se sentaron en un banco.
Arizona apoyó la cabeza en el hombro de Jesse y este le dio un beso en el
pelo. Se sintió en una paz absoluta, con una sonrisa pequeña, pero llena de
satisfacción, con el resultado de aquel día.
Había cerrado el año anterior con un trabajo que no le gustaba, con una
gigantesca decepción amorosa, con dudas sobre lo que quería para su futuro
laboral y relacional; y pocos meses después se encontraba cumpliendo uno
de sus sueños, rodeada de personas que la querían y apreciaban, de la mano
del chico que la hacía sentir como ninguno había hecho jamás. A veces
temía que aquellas cosas tan bonitas fueran a desaparecer tan rápido como
habían llegado, no obstante, cada vez que la atacaba ese miedo, lo suprimía
diciéndose que, si algo amenazaba su felicidad, lucharía para conservarla.
—Sé que ambos estamos cansados, pero te noto más callado de lo
normal —comentó en voz baja.
—Estoy procesando todo, en especial lo orgulloso que estoy de ti. —Al
escuchar eso, Arizona se incorporó y lo miró, entre enamorada y
sorprendida. Él esbozó una pequeña sonrisa—. Viendo cuánto te has
esforzado estos últimos meses, me ha nacido la pregunta: ¿podría yo hacer
lo mismo? No quiere decir que no me guste mi trabajo, en realidad lo
disfruto bastante, pero en ocasiones pienso en, ya sabes, emprender y
hacerme mi propio nombre en el mundo de bienes raíces.
—¿Y qué te lo impide? —Enarcó una ceja.
—Nada. Solo es una idea reciente que aún estoy considerando. De
momento, me basta con verte para inspirarme a ser mejor.
Arizona escondió su pelo detrás de las orejas e intentó no parecer
demasiado conmovida con sus palabras.
Unos meses atrás se había sentido como una fracasada; de hecho, en ese
momento no se sentía como la mujer más exitosa del planeta, pero al menos
reconocía que había dado varios pasos hacia delante. En muchas ocasiones
se comparó con Adam, incluso con Jesse. En ocasiones no se sintió «digna»
de ellos por no tener tantos éxitos, por llevar una vida llena de
incertidumbres. Con lo que no contaba era con que Jesse se sentiría igual,
que detrás de esa sonrisa tierna y esa carrera deslumbrante que llevaba se
ocultaba una persona normal, con inseguridades y metas más grandes.
Todos solemos sentirnos pequeños de vez en cuando y admiramos a
otros en silencio para aspirar a ser mejores. Esa aspiración no es mala, en
ocasiones es necesaria, siempre y cuando sea sana.
—Pues te diré lo mismo que me dijo Rachel a mí: «sueña en grande».
Jesse sonrió.
—También he estado pensando en otras cosas, Ari, pero no sé cómo te
lo vas a tomar.
—Si no querías que me asustara, te informo que lo acabas de lograr.
Él rodó los ojos y negó con la cabeza. Arizona esperó un poco ansiosa,
hasta que volvió a hablar.
—Dentro de un mes es la boda de Holly y James. Aún no tengo cien por
ciento decidido si iré o no, a pesar de que he hablado un par de veces más
con James en los últimos meses. Lo cierto es que él está bastante
enamorado y… puede que me pase por el evento unos minutos. ¿Te gustaría
acompañarme?
—Si a ti te gustaría ir, entonces con gusto te acompañaré.
Él asintió.
—Sé que es bastante obvio, pero debo recordarte que en ese evento
estarán mis padres, así que, si asistes, te presentaré como mi novia y el
montón de preguntas que te harán será insoportable.
—Me encantaría conocerlos, Jesse. No creo que sus preguntas sean
insoportables, aunque creo que el ambiente será un poco incómodo, ya
sabes, por el tema de Holly y James. Pero más allá de eso, tengo mucha
curiosidad por conocerlos.
—Entonces te tengo otra propuesta.
—¿Cuál?
—¿Por qué no vamos este domingo a su casa y almorzamos con ellos?
Mi mamá cocina mejor que cualquier chef de la ciudad, eso te lo aseguro, y
si la comida es para nosotros, empezará a cocinar desde la noche anterior.
Dios, morirá de la emoción.
—Tampoco quiero matar a tu madre —rio. Ambos se pusieron de pie y
emprendieron camino calles abajo para buscar el carro de Jesse—. Pero, sí,
me encantaría conocerla el domingo. ¿Crees que le caeré bien? ¿Y a tu
papá?
—Mi papá no es muy emotivo ni habla demasiado, así que si es muy
callado durante la visita no creas que es algo personal hacia ti. En cambio,
mamá puede ser todo lo contrario. —Hizo una pausa y soltó una risa
traviesa—. Pensándolo bien, no creo que sea buena idea, necesitas más
tiempo para prepararte emocionalmente para el huracán que puede ser mi
mamá cuando se trata de la novia de alguno de sus hijos.
—Con más razón quiero conocerla.
Cuando llegaron al coche, Arizona escogió la música del camino, era
una rutina que habían creado de manera inconsciente. Los gustos musicales
de ambos no eran tan opuestos y él disfrutaba al verla bailar en el asiento o
cantar sus canciones favoritas; solo por eso le permitía todo.
Ya en casa, se encontraron con el apartamento casi a oscuras, a
excepción de la luz del televisor. Sydney y Mandy habían escogido una
película romántica, sin embargo, cuando Ari pasó por un lado, sonrió al
encontrarlas dormidas y cubiertas con una manta. Tanto Jesse como ella
hicieron lo posible por caminar sin hacer ruido, apagaron el televisor y se
encerraron en la habitación de Arizona. Ambos se pusieron sus pijamas y se
acostaron uno junto al otro, sintiendo el peso del día encima. Al menos ella
creyó que su cuerpo se desvanecería en cualquier momento. En segundos
escuchó a Jesse roncar, delatando que se había sumido en un sueño
profundo. Ella, al no poder hacer lo mismo, se levantó de la cama y se
dirigió a la cocina para beber un poco de agua.
En el camino de regreso tropezó con un estante que había en la sala y
maldijo por lo bajo. Una carpetita azul cayó al suelo y miró en dirección al
sofá para cerciorarse de no haber despertado a nadie. Se agachó para
recogerla y la reconoció de inmediato; un nudo de emociones se alojó en la
boca de su estómago y se dirigió a la cocina para encender una luz tenue y
revisar lo que estaba ahí.
Eran las «fichas» que había armado de sus clientes de LoveLine, que se
llevaba a casa para investigar luego y obtener ideas para siguientes
fantasías. Esbozó media sonrisa, buscó la hoja que tenía con el nombre de
«Jesse» y leyó las anotaciones, recordando cómo se sintió en cada uno de
esos momentos.
Va al grano. Es muy rápido con las fantasías y tarda poco en terminar.
Rompió con su novia hace poco; inseguridades. Es su primera vez
llamando a LoveLine. Muy dulce.
Claramente, no era muy diestra al detallar los intereses de sus clientes, y
en el caso de Jesse, al principio no sabía qué añadir. Aquella nota había sido
tras la primera llamada y cuando leyó lo que había puesto tras la segunda,
sintió cosquillas en el estómago:
Es gracioso y no le importa la espontaneidad o los chistes. En la
segunda llamada se tomó el tiempo de ir más despacio. Se preocupa por
mi disfrute. Alerta: piensa en mí fuera de las llamadas y quiere que
seamos amigos. Posible loco.
Plan: ver una película. Domingo 8pm.
Decirle a Adam???
Recordó el miedo al poner la película ese domingo a las ocho de la
noche y cómo pensaba que Adam iba a descubrirla con un plan tan sutil. Era
increíble cómo desde la primera llamada ella supo que había algo sobre
Jesse que lo haría inolvidable, especial en su vida.
Releyó el nombre de Adam y entonces se acordó de algo que aún
conservaba de él. Fue hasta su habitación y buscó en silencio la pequeña
cadena que le regaló en su cumpleaños número treinta, aquella que tenía
una preciosa estrella. En ese entonces lo había considerado un gesto
gigantesco de amor porque siempre mendingó el cariño de Adam. Siempre
excusó sus faltas, su frialdad, su falta de sinceridad o de intimidad.
Arizona agarró la cadena y la carpeta azul y las botó en la papelera de la
cocina, deshaciéndose de esa etapa de su vida sin miedo, dolor o rencor,
sino como una forma de dejar atrás el pasado y caminar hacia delante. Se
había terminado esa época de sentirse menos que los demás, de pedirle a
otros que la quisieran, de señalar sus fallos y no sus progresos. Llegaba el
momento de reconocer el cariño de quienes siempre habían estado ahí, de
resaltar sus éxitos, de rodearse de aquellos que la impulsaban a ser mejor y,
por encima de todo, de sentirse suficiente con lo que era.
Se quedó parada en la puerta de su habitación. Volteó a ver a su mejor
amiga y a su hermana en la sala y luego a Jesse en su habitación. Sonrió,
disfrutando de la sensación de paz y gratitud.
Había logrado superarse y ser un poco más independiente, pero lo había
logrado porque en su época más oscura tuvo a esas personas que le dieron
el empujón que hacía falta. Y se prometió que no olvidaría de nuevo aquel
calor de familiaridad, de amistad y de amor.
Se acomodó entre las sábanas junto a Jesse, despertándolo sin intención.
Él murmuró algo inentendible y ella se rio al verlo de esa manera. Paseó los
dedos por la mejilla de su novio, contempló su rostro y grabó esa imagen en
su memoria.
—Gracias por haber creído en mí —susurró.
Jesse frunció el ceño, adormilado.
—¿Estás bien, Ari?
Ella sonrió, le dio un beso en la nariz y cerró los ojos.
—Estoy de maravilla.
AGRADECIMIENTOS

Comencé a escribir esta obra durante la pandemia, cuando tenía alrededor


de veintisiete años. No tenía un trabajo fijo, tuve que pedir préstamos para
vivir unos meses y no sabía qué haría con mi escritura. En aquel entonces,
se hizo popular entre autoras una plataforma donde se podía ganar dinero
con nuestras novelas, pero las historias que vendían eran las eróticas.
Decidí darle una oportunidad a esa plataforma y escribí la historia de una
chica sin estabilidad ni dinero que utilizaba las llamadas eróticas (en mi
caso, una novela) para sobrevivir mientras se encontraba a sí misma. Al
final, terminé depositando tantas cosas de mí en Arizona que me enamoré
de la historia y la atesoro como uno de los proyectos que significó mucho
para mí en un momento tan difícil.
Este proyecto lo estoy autopublicando a mis treinta años y, aunque
muchos de los problemas de aquel entonces están solucionados, volver a
Arizona y su aventura por encontrarse a sí misma (y al chico de la línea) se
sintió como saludar a una Gaby distinta y decirle que, al final, las cosas sí
salen bien.
Esta es mi primera autopublicación, mi primer salto al vacío, y me alegra
hacerlo con una novela que significó eso mismo hace unos años.
Gracias a quienes me acompañaron en este proceso: a las primeras
lectoras que compraron la novela en aquella plataforma, a las que me
escribieron por redes sociales para decirme cuánto la disfrutaron, a quienes
creyeron en la historia desde el primer día.
Gracias a Gaby Rey, la increíble diseñadora de la portada, no solo por su
maravilloso trabajo, sino por la paciencia y por guiarme en temas de
autopublicación que iban más allá del diseño. Ojalá podamos trabajar en un
millón de proyectos más.
También gracias a Carla (Karlee), por corregir el manuscrito y enseñarme
en el proceso. Más que colegas escritoras, contar con amigas para este
proceso me dejó con el corazón calentito. Hay algo distinto en ello, en la
empatía al momento de hablar de un proyecto y un compartido sentido de
compañerismo. Espero sigamos creciendo juntas en este camino.
Imposible no darle las gracias a mi Michi, quien, por algún motivo, solo
deja de lado sus fanfics coreanos para leer mis historias, y siempre tiene una
opinión tan honesta que me hace mejorar. Me has acompañado en muchos
pasos y todos los días agradezco tener a la mejor hermana del mundo.
También es imposible no mencionar a mi mamá, Lorena, que es mi fan
número uno, ese tipo de mamá que cree en ti más que tú mismo.
Gracias a mi papá, que, donde esté, sé que estaría orgulloso de una nueva
publicación. Él, que empezó de cero tantas veces, es mi inspiración para
mantener la cabeza en alto. Estás en cada meta cumplida, papá.
Gracias a Fran, que escucha cada una de mis ideas y siempre tiene una
forma de complementarlas. Por atajar mis miedos y darme fuerza, y por ser
quien me ayuda a creer en el amor para así transmitirlo en mis novelas.
Gracias a Ava, Grace y Bianca. Les agradezco en todos mis proyectos,
pero fueron las mejores amigas autoras que pudo darme la pandemia. Verlas
crecer es motivación para crecer con ustedes, y cada consejo que dan es
invaluable. También gracias a mis compis autoras que con juntadas o
abrazos me han hecho el día: Lelu, Cande, Ann, Lu, Santi, Nai, Kari, Ash,
Nath y Brisa.
Gracias a Kare, Sabdy, Ali, Jetsy, Dayi, Sonia, Gaby, Paty, Diana e Itxara
por ser mujeres increíbles que me inspiran todos los días. Por ser más que
compañeras de trabajo; son una red de apoyo y chicas llenas de luz.
Gracias a quienes creyeron en mí y me han hecho compañía en esta
aventura.
ACERCA DEL AUTOR
Gaby Ariza

Gaby Ariza es una autora de romance contemporáneo y juvenil, nacida y


criada en Venezuela, pero reside en Argentina desde 2018. Este país se ha
convertido en la inspiración principal para muchos de sus amados libros.

Cuando no está inmersa en la escritura o mimando a sus gatitos, la


encontrarás disfrutando de una taza de café mientras planea nuevas historias
que prometen desequilibrar emocionalmente a sus lectores.
LIBROS DE ESTE AUTOR
Contracorriente
Maju debe dejar atrás todo lo que conoce y viajar a otro país para terminar
sus estudios. Al llegar a su nuevo hogar se encuentra con una ciudad llena
de vida, amigos nuevos y... el enigmático cantante y guitarrista de la banda
Indie Gentes, que además es su compañero de curso. Santi es distante y
reservado. No parece encajar en ningún lado. La música es su único refugio.
Pero la conexión con Maju es instantánea y entre ellos nace un amor
apasionado que empieza a desarmar los muros que lo protegían. Solo hay
un problema: Maju tiene planeado continuar su viaje cuando termine el
colegio y Santi va a quedarse en su ciudad para intentar triunfar con la
música.

El Beso Del Francés


Si hay algo que desea Ainhoa es convertirse en una escritora reconocida, y
para ello decide escribir su primera novela romántica. El problema: jamás
ha estado enamorada. La solución: viajar a París para encontrar inspiración.
En su primera mañana en París despierta desnuda y desorientada en la
habitación de un francés que parece muy bueno para ser real: Gérard, un
joven que también ansía ser reconocido por su arte, que en su caso es la
actuación. Ainhoa y Gérard emprenden aventuras parisinas que los hacen
confrontar los miedos e inseguridades que suelen ocultarles a los demás, y
juntos encuentran algo más fuerte que una simple atracción.

Tentaciones Italianas
Tras fallecer, el abuelo de Gia ha dejado un cuarto de su herencia a su
nombre, y el resto en manos de Angelo Palmieri, un hombre que ella
siempre ha odiado.
El destino los cruza en Positano donde Gia deberá reclamar su parte de la
herencia y así salvar los negocios familiares que se han hundido a través de
los años. Con lo que no contaba ella era que compartiría techo con el
hombre que juró odiar toda su vida, descubriendo que tal vez no sea el
villano que siempre había imaginado.

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