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Biografía Monseñor Forbin-Janson

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FORBIN-JANSON: ¡EL ANHELO DE IR MÁS ALLÁ!

“(…) el ojo no vio, ni el oído oyó,


ni al hombre se le ocurrió pensar
lo que Dios podía tener preparado para los que lo aman”
(1 Corintios 2,9)

Vivimos en una sociedad “exitista”. Valoramos a los


demás por sus numerosos “éxitos” (o “fracasos”, en
su defecto), dejamos de lado procesos o intentamos
contemplarlos, pero siempre terminamos poniendo
la mirada en los resultados. Esto nos reviste de
simpleza, nos resta profundidad, nos quita
humanidad. Con Monseñor Forbin-Janson, fundador
de la Santa Infancia, hoy conocida como Infancia y
Adolescencia Misionera (Obra Misional Pontificia que
este año cumple 175 años) ocurre algo similar: poco
conocemos acerca de su vida, de sus dificultades, de
sus anhelos más profundos, de sus idas, de sus
vueltas. Desconocemos el prceso de su historia por
habernos centrado simplemente en la obra que
fundó, en “el éxito” obtenido.

Muchos de los animadores de la IAM tan solo sabemos algún aspecto de su vida, muy pequeño,
que es el que repetimos casi de memoria en los encuentros con niños y adolescentes: “Carlos
Augusto Forbin-Janson fue un obispo de Francia quien, en 1843, conmovido por cartas de
misioneros que le llegaban de China contándole acerca de la realidad en la que vivían los niños de
ese país, decidió convocar a los más pequeños de Francia animándolos a ayudar a través de un Ave
María por día y una monedita al mes”. Dicho de ese modo, pareciera todo tan simple, tan fácil.

La invitación es ir más allá, adentrarnos en la historia, en el proceso, en el trayecto para descubrir


la riqueza de Dios obrando; cómo el Plan de Él se realizó en el “Sí” diario que Forbin-Janson estuvo
invitado a dar durante su vida, valiéndose también de sus “no”, de sus “no sé”, de sus “todavía no
estoy listo”. ¿Y si de pronto descubriéramos que el sueño de Forbin-Janson fue, en realidad, ir él
mismo a China a misionar y que jamás lo pudo concretar? ¿Y si de repente conociéramos que
mientras discernía su vocación sacerdotal su madre ya estaba preparándole el casamiento con
una mujer del lugar? ¿Y si nos enteramos de que, siendo Obispo, debió exiliarse de su propia
diócesis porque sus ideas no fueron bien recibidas entre los fieles? ¿Y si Forbin-Janson
finalmente no pudo disfrutar del “éxito” de la Obra de la Santa Infancia porque falleció apenas
unos meses después de su fundación?

Sin lugar a dudas, estos datos nos desconciertan, nos sorprenden, pero al mismo tiempo nos
animan, nos invitan a descubrir y confirmar que Dios no es “exitista”, de resultados, de buenas
calificaciones, sino que es un Dios que se mete y entrelaza en la vida, en toda la vida, así como se
presenta: En los aciertos, en las dificultades, en las alegrías, en las tristezas y, aún también, en las
aparentes derrotas. En este entramado que es la vida, Dios siempre cumple su obra, Él teje su
Plan, se entreteje en la historia… Sobreabunda la Gracia.

Un hombre que pensó en los niños que más sufrían…


¡Porque él fue uno de ellos!

Dios encarnado, entrelazado. Dios resignificando la vida, dándole sentido pleno a cada
acontecimiento, aún los más dolorosos. ¡Quién diría que el fundador de la IAM padeció en su
propia piel el flagelo del hambre, la persecusión, la pobreza, que luego vería reflejadas en los niños
de China que movieron su corazón y lo animaron a fundar la Obra! Empatía, compasión, encuentro
en el dolor. Misión. Qué real, qué cercano, qué humano se nos hace Forbin-Janson. ¡Qué
compañero de camino! Qué encarnada se vuelve la IAM al conocer de esta manera a su fundador.

Los niños de China que “hablaban” a través de las cartas de misioneros, sin dudas debieron
vincularlo con su propia historia, con su niño interior. Nacido en París el 3 de Noviembre de 1785 y
bautizado con el nombre de Carlos Augusto María José Forbin-Janson, vivió en el seno de una
familia de la nobleza militar. A los cuatro años de edad, la Revolución Francesa lo obligó a exiliarse
junto con sus padres a Alemania, lo que lo llevó a vivir una niñez desarraigada de su tierra, como
refugiado, siendo perseguido, sintiéndose inseguro, con miedo. Y la pobreza golpeando de cerca.
Quienes conocieron a Forbin-Janson y pudieron ser testigos de su historia, aseguran que esta
infancia tan desprotegida lo movió a descubrir dos ejes centrales que animarían su vida: la
vulnerabilidad de la infancia y la misión como abrigo, contención, acompañamiento del niño
sufirente.

Forbin-Janson: ¡Un adolescente misionero!

En 1795, Carlos Augusto regresó con su mamá y su hermano Palamède a su hogar de origen, en
París. Allí recibió a Jesús Eucaristía por primera vez y, comenzando la adolescencia, inició su
servicio misionero en una asociación que ayudaba a los más desprotegidos de las cárceles y
hospitales. ¡Forbin-Janson fue un adolescente misionero! En los encuentros semanales que vivía
en la capilla del Seminario de Misiones Extranjeras de París, escuchó por primera vez acerca de la
realidad de China, realidad que siguió bien de cerca a partir de entonces. En el corazón del joven
comenzaba a gestarse el anhelo profundo de ayudar a los niños. Pero faltaban muchos años aún
para que su sueño se hiciera realidad.

¿Político, Esposo o Sacerdote? ¿Y ahora qué?

¡Sí, Forbin-Janson también vivió un proceso de discernimiento como tantos de nosotros! Durante
muchos años, su vida se transformó en búsqueda, en pregunta, en intentos de respuesta, en
escucha atenta a la Voluntad de Dios. Transitando los veinte años de edad, el joven misionero
estuvo frente a tres propuestas firmes sobre las que tuvo que decidir: por un lado, la posibilidad
de concretar un matrimonio arreglado por su madre; el anhelo de ingresar al Seminario para
comenzar su formación para el sacerdocio y, por último, una oportunidad de trabajar junto con
Napoleón como Auditor del Consejo de Estado Restaurado. ¿Qué decidió Forbin-Janson? La “lógica
simplista” de quienes conocemos algo de su historia indicaría que abandonó todo para dedicarse a
Dios por entero. No fue así: aceptó ser auditor de Napoleón en 1805, trabajo que le otorgó
notable relevancia en el país.

Tan solo tres años permaneció en su cargo, puesto que la llamada de Dios al sacerdocio lo movió a
ingresar en 1808 al seminario San Sulpicio (París); tres años después, en 1811, fue ordenado
sacerdote. Su servicio estuvo abocado, especialmente, a la formación cristiana de los niños de su
parroquia… ¡Nuevamente los niños! ¡La misión! Los dos ejes volvían a movilizarlo…

¡Vamos a China!... ¿O quedémonos en Francia?…

El anhelo misionero de llegar a China se acrecentó a lo


largo de la formación en el seminario y su reciente
ordenación sacerdotal. El ardor por llegar a abrazar desde
la fe a los niños chinos, su realidad, su fragilidad, lejos de
apagarse con el tiempo, continuó acrecentándose. Pero, al
mismo tiempo, su contacto frecuente con los niños
franceses y la necesidad de que los pequeños se
encuentren con Jesús desde la catequesis, lo ubicaron en
un dilema: ¿Los niños de Francia o los niños de China?

En Junio de 1814, Forbin-Janson pidió consejo al Papa Pio


VII, quien le respondió: “Su proyecto es bueno, pero
conviene primero ayudar a los pueblos que están alrededor
de nosotros”. A partir de esta indicación, Forbin-Janson
comenzó a misionar en los pueblos de su país (formó las
llamadas “Misiones de Francia”) a través de “retiros para el
clero y misiones para el pueblo”, como le solicitó el Papa.
El talento, la elocuencia, la simpleza de palabra, el carisma
puesto al servicio en estas misiones populares lo lanzaron a
brindar retiros más allá de las fronteras. ¿A China? No, a
Egipto, Palestina y Turquía.

Obispo de Nancy-Toul: el “fracaso” de Monseñor

Tal fue el reconocimiento de Carlos Agusto Forbin-Janson en los retiros y misiones del país, que el
21 de Noviembre de 1823 fue nombrado Obispo de Nancy y de Toul (noreste de Francia). Las
numerosas quejas de los fieles por las ausencias reiteradas en la diócesis a causa de las misiones
(incluso llegó a Canadá a predicar a tribus nómadas y a Estados Unidos), el rechazo de algunos
miembros del clero a su propuesta pastoral, sumado a conflictos político-religiosos de la época,
provocaron que Monseñor Forbin-Janson debiera partir al exilio de su propia diócesis y no pudiera
regresar jamás a su comunidad. Todo parecía indicar que el servicio pastoral de Carlos Augusto
estaba condenado al fracaso. Pero en medio de la oscuridad de la vida, comenzó a amanecer.
“¡Que los niños ayuden a los niños!”

Como Obispo, Forbin-Janson tuvo acceso a información más cercana y detallada sobre la realidad
de los niños (especialmente, de las niñas) de China: abandonados, fríamente asesinados (incluso
por los mismos padres), morían sin recibir el bautismo. En uno de los retiros misioneros que
animaba, Forbin-Janson conoció a Paulina Jaricot, una joven laica quien hacía unos años había
fundado la Propagación de la Fe (hoy, una de las cuatro Obras Misionales Pontificas, la primera en
fundarse). En uno de los retiros en Lyón, Forbin-Janson logró unir, acompañado por Paulina, sus
dos ejes de vida: la niñez y la misión y, al mismo tiempo, su deseo de servir a los niños de China sin
descuidar a sus pequeños franceses.

Por fin todo encajaba a la perfección, como si se tratara de engranajes diseñados perfectamente,
pensados desde siempre: impulsaría una Obra en la cual los niños de Francia ayudarían a los niños
de China. “Será la Propagación de la Fe para Niños”, fue la sugerencia de Carlos Augusto a Paulina,
quien en lugar de aceptar esta propuesta, lo animó a fundar una Obra propia, pensando en que los
niños son los preferidos de Jesús y, por lo tanto, debían tener su propio espacio.

Con Gabriel Peyreboire (martirizado tres años antes en China) como protector de la Obra, el 19 de
Mayo de 1843 nació la Santa Infancia, nombre que remite a la infancia de Jesús, modelo y corazón
de la Obra. Monseñor Mayet, obispo de Orleans, resumió en una carta el proceso de casi 40 años
de búsqueda y de encuentros de Forbin-Janson: “Si las pruebas por las que usted ha pasado,
Monseñor, no hubieran tenido otra finalidad en los designios adorables de la Providencia que la
dejarle a usted (…) la libertad de formar en la Iglesia una obra tan hermosa, el presente explicaría
el pasado y sería necesario bendecir a Dios, que cambia el mal por bien y que le conduce a usted a
sus propios fines por los caminos más extraordinarios”.

¡Siempre Amigos!

Tal vez Monseñor Forbin-Janson no pudo concretar nunca su sueño de viajar a China a ayudar a los
niños, pero nadie puede negar que, definitivamente, llegó, misionó, logró a abrazar, con ayuda de
los niños de Francia y, con el correr de los años, del mundo entero, no solo a los pequeños chinos
sino a tantos niños necesitados de amor, de abrazos, de contención, de sentido, de Jesús. La Santa
Infancia, la primera y única institución mundial dedicada a la infancia que no es solo “para” los
niños sino “de” los niños, con ellos como protagonistas, fue bien acogida en Francia, Inglaterra,
Bélgica, Italia y demás países, luego de vencer las resistencias inciales que temían que la Obra
debilitara la Propagación de la Fe (no solo que la fortaleció sino que fue cimiento para la fundación
de la tercera Obra Misional Pontificia: La Obra de San Pedro Apostol, en 1889).

Tiempo después de la fundación, Forbin-Janson expresó su “(…) voluntad de devolver a la infancia


sus derechos despreciados y añadir privilegios” y declaró “en cuanto al éxito, lo esperamos
únicamente del Señor”. Él sí compredió de procesos, de camino, de la vida transitada a la luz de la
Fe, aún en la oscuridad del “fracaso”. Vivió la espera, la paciencia, la certeza de Dios obrando a
pesar de todo, con todo. La entrega fue total y sin condiciones: ni siquiera pudo disfrutar de los
frutos de la Obra por la que tanto trabajó, ya que apenas un año y medio después de su fundación,
falleció en Marsella. Corría el mes de Julio de 1844.

Indudablemente, estamos frente a un Dios de caminos, de entramados. Paso a paso, decisión tras
decisión, latido a latido. Contando con nosotros y con nuestros “Sí” (a veces temerosos, otras
veces tan animados), va realizando su Obra. Sin dudas, la historia del fundador de la IAM nos
muestra un rostro cercano, humano, entregado, un testimonio que nos anima a seguir confiando,
creciendo, sabiendo que la propuesta de Dios es maravillosa y aún más grande de lo que podemos
imaginar. “Continúe fundando la Obra. Verdaderamente es Obra de Dios. Tiene nuestra bendición”
(palabras de Gregorio XVI a Forbin-Janson)

Ezequiel Rogante
-Secretario Nacional de la IAM Argentina-
*Nota publicada en la Revista “Iglesia Misionera Hoy” (Editorial: OMP Argentina)/
Nº: 513/ Año: 2018

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