Ocaso del detective: Herejes, de Leonardo Padura
Leonardo Padura. Herejes. Barcelona: Tusquets Editores, 2013, 520 p.
Por Héctor Fernando Vizcarra
Dice Leonardo Sciascia sobre Amerigo Rogas, protagonista de su novela El contexto: «Como todo
investigador que se precie, es decir que se tenga a sí mismo aquel respeto que después quiere
recibir de los lectores, Rogas vivía solo.» La soltería o la viudez de un detective literario es, más
que un capricho de la novela policial, una convención del género que pocos, como Simenon en su
ciclo sobre Maigret, han podido desafiar con éxito.
Cuando el ex teniente investigador Mario Conde, motivado por su grupo de amigos, entrega a
Tamara un anillo de compromiso, parece negar dicha normativa. La octava entrega del «ciclo
Mario Conde» escrito por Leonardo Padura (La Habana, 1955), además de perfilar un protagonista
más sereno, por momentos casi indiferente, contiene la reflexión de rigor sobre el estado de las
cosas en la capital cubana durante la primera década del siglo xxi, siempre desde la perspectiva de
una generación que creció con los logros y las promesas de la Revolución de 1959 y que, tiempo
después, observó cómo la corrupción interna, los malos manejos políticos y el bloqueo comercial
activado por Estados Unidos, sumieron al país en una estrechez económica por todos conocida. La
serie protagonizada por Conde, que debutara en 1991 con la publicación de Pasado perfecto, se ha
revelado durante el último decenio como una de las sagas con mayor éxito editorial escritas en
Cuba, lo cual se hace patente en el mensaje del cintillo que envuelve Herejes (Tusquets, 2013):
«Éxito internacional, derechos de traducción vendidos a 6 países antes de su publicación». La
calidad de la mayor parte de las novelas de Leonardo Padura sustenta la reputación de un libro
incluso antes de su lanzamiento; puesto que el éxito internacional ha sido decretado, cabe
preguntarse cómo Herejes intenta satisfacer esas expectativas.
Padura regresa a una fórmula que sabe conducir de manera espléndida: la combinación del
enigma detectivesco con la novela histórica. En gran medida sus narraciones sobre Mario Conde
son, más que relatos policiales clásicos, novelas históricas llevadas por una trama policial. Se trata
de ficciones que descubren pasajes oscuros de la política cubana del siglo xx, anteriores y
posteriores a la Revolución (jamás problematiza con sucesos directamente relacionados con el
proceso revolucionario), señalando los errores de un sistema y, sobre todo, de algunos de los
individuos que se pervirtieron en el transcurso de la construcción del hombre nuevo guevariano:
policías déspotas, dirigentes con doble moral, funcionarios corruptos. Pese al enorme esfuerzo
revolucionario, la injusticia subsiste y se acentúa dramáticamente en los años posteriores al
Periodo Especial en tiempos de paz iniciado a principios de los noventa; resultado de ello, Mario
Conde, en búsqueda de una liberación marginal, decide renunciar al cuerpo policiaco. No
obstante, como héroe de resonancias románticas, vuelve una y otra vez a la investigación, ahora
como una especie de consulting detective, pues más que policía de la calle o de oficina es un
detective de la historia cubana reciente.
En esa coyuntura entra el primer enigma de Herejes, novela segmentada en tres «libros»: en 2007,
se solicita la ayuda de Mario Conde para hallar el paradero de un Rembrandt extraviado en el año
1939, propiedad de una familia judía que intentó más no pudo afincarse en La Habana (Padura
recurre otra vez a la estrategia de Pasaje de otoño, donde se investiga un falso Matisse en la
capital cubana). La primera parte de la novela, «Libro de Daniel», explora las costumbres de los
judíos en Cuba (como sucede con la comunidad china habanera en la novela La cola de la
serpiente), y relata el vergonzoso acontecimiento sufrido por los exiliados polacos de origen judío
quienes, una vez llegado su barco a las costas de la isla, fueron rechazados y devueltos a Europa.
La segunda parte, «Libro de Elías», explota -con una eficacia similar a El hombre que amaba los
perros- el paradigma de la novela histórica: hay un traslado a la época de Rembrandt en
Ámsterdam, justo en tiempos de persecuciones de judíos en gran parte de Europa. Esta especie de
nouvelle dentro del libro funciona para conocer los vericuetos en los que el cuadro de Rembrandt
se ha visto envuelto desde su concepción en el siglo xvi. «Libro de Judith», como es de esperarse,
retoma la historia contemporánea del cuadro extraviado, aunque, de forma ciertamente extraña,
se cuela otro misterio: la desaparición de una joven emo en La Habana, con lo cual, en apariencia,
Herejes quiere apelar al presente mediante esta inclusión del universo de las tribus urbanas
adolescentes. Para sorpresa de muy pocos lectores, la chica desaparecida, de nombre Judith, está
emparentada con la familia cubana que robó el cuadro y lo conservó durante más de medio siglo.
La tensión del enigma, en consecuencia, se ve diluida, y resulta incluso bastante predecible, toda
vez que se halla supeditada a esa concatenación forzada de intrigas.
Gracias a las más de 500 páginas de Herejes, Leonardo Padura intenta abarcar anécdotas tan
disímiles que, fiel al resto de la serie, logran establecer a la capital cubana como un centro
gravitacional de acontecimientos que rebasan, por mucho, las fronteras geográficas y temporales.
Como consecuencia, el peso dramático del detective Mario Conde se ve casi reducido a un nivel de
espectador de la Historia, y sus principales preocupaciones, además de los rituales de amistad y de
remembranzas colectivas que ya forman parte esencial de la saga, se enfocan en la rutina de
pareja con su eterna novia Tamara. Si bien se trata de una novela cuya lectura no depende del
previo conocimiento del resto del corpus, la primera edición de Herejes tiene a bien recordar, con
llamadas a pie de página, el título de las novelas a las que se hace referencia dentro de la trama.
Por fortuna dichas notas no rebasan la decena, aunque su inclusión no deja de parecer una
maniobra con abiertos propósitos comerciales. La serie Mario Conde, a pesar de algunos episodios
menores (como La cola de la serpiente o Adiós, Hemingway), ha sido capaz de sostenerse sin dicha
insistencia por reafirmar su condición de ciclo narrativo; por ello, todo indica que esta no es la
última aventura en la que se verá enganchado el ex policía, ya no como el mejor detective
habanero que supo enterrar con maestría la breve pero anquilosada tradición de policial
revolucionario cubano, sino como un testigo privilegiado de las muchas historias por descubrir en
la ciudad de La Habana.