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Problemas de Historia Económica

Lección Nº 9 Modernización y crisis

Esta última clase, dedicada a la unidad temática 5, retoma de algún modo una cuestión planteada en
la clase anterior a propósito de los estudios de caso: el fenómeno de las crisis como un mirador
privilegiado para analizar ciertos mecanismos que hacían al funcionamiento de la economía y la
sociedad argentina de la época. De todas las crisis, la de 1890 fue tal vez la más emblemática por su
condición polifacética de crisis monetaria, de endeudamiento y también crisis política, momento
privilegiado para poder visualizar las tensiones entre los actores del sistema, al tiempo que hito
decisivo en un proceso de maduración, no sólo económica, que marcará algunos de los nuevos
rumbos en los primeros decenios del siglo XX.

En ese cuadro, el análisis de la crisis económico-financiera atrajo tempranamente la atención de los


observadores, desde aquellos que se abocaron a la misma como un ingrediente más de la crisis
política (D’Amico), hasta los más relacionados con la gestión de la hacienda pública (Vicente Fidel
López, Emilio Hansen, José Antonio Terry) que trataron de descifrar las causas de su estallido. Hubo
en ese sentido una tendencia a señalar dos aspectos, en los que la responsabilidad del gobierno de
Juárez se remarcaba, pero que en parte la trascendían: el emisionismo desenfrenado por un lado, y el
endeudamiento excesivo por el otro, en el medio de una pasión por el juego y la especulación que
había capturado a todas las clases sociales. Esta es también la escena que describió una frondosa
producción literaria en esos años, cuya obra más emblemática fue La bolsa, de Julián Martel.

Al mismo tiempo, el impacto internacional de la crisis de 1890, por la participación de importantes


bancos de Londres y otras plazas, motivó su análisis en la prensa y publicaciones especializadas
extranjeras. En ese ámbito, dominado por la ortodoxia financiera, el estallido de la crisis era
atribuido a la irresponsable política monetaria del gobierno argentino (especialmente significativa
era la alusión –en los medidos franceses- a un “socialismo de estado”, por referencia al carácter
oficial de la mayoría de los bancos), al tiempo que otras (las británicas) cuestionaban el deslucido
papel de firmas con el prestigio y experiencia de Baring Brothers en el boom de inversiones previo.
La visión que se decantó en los años siguientes enfatizaba en los excesos de la emisión monetaria y
el crédito, y la especulación resultantes, como los factores decisivos (Pillado, Martínez y
Lewandowski).

Hacia 1920, sin embargo, una nueva aproximación, más académica, daría un giro importante a la
interpretación de la crisis. Ese año se publicó la tesis de John Williams sobre el comercio
internacional argentino, ya mencionada, que tomando como base el análisis de todo el período 1880
a 1900, hacía eje principalmente en los episodios de 1890. Para este autor, en una economía tan
pequeña y dependiente del exterior como la argentina (en materia de comercio, de inversiones y de
inmigración), los factores que habían determinado las violentas perturbaciones de esos años debían
buscarse en las variables exógenas y ante todo, en los fuertes desequilibrios de la balanza de pagos.
Consideraba al movimiento de capitales como el factor activo de esos desequilibrios, que a su vez
habían repercutido en la esfera monetaria. Así se explicaba el abrupto fin de la primera
convertibilidad, a comienzos de los años 80, y la fuerte depreciación del papel moneda, hacia finales
de la década. Era el peso de la enorme carga de intereses por las inversiones previas lo que había
generado el déficit en la balanza de pagos, y una disminución de la oferta de oro en el mercado local,
que hizo subir su “premio” y depreciar el peso. La excesiva emisión de billetes, alentada por el
gobierno a través de la ley de los “bancos garantidos” no había hecho más que agravar la situación,
hasta llegarse hacia 1891 a un valor del peso oro 4 veces mayor que el de la paridad de origen.

Para Williams, lo que contuvo y puso un techo a la depreciación fue la “normalización” de la


balanza de pagos, que se produjo por dos factores: la brusca reducción de las importaciones, fruto de
su encarecimiento por efecto de la devaluación (mientras las exportaciones continuaban su
moderado crecimiento), y la reducción del peso del servicio del capital extranjero por la obligada
suspensión de pagos sobre una parte sustantiva de los préstamos externos. En la segunda mitad de la
década de 1890, finalmente, la incipiente reactivación de las inversiones externas y la recuperación
de los precios internacionales en productos que la Argentina exportaba acentuaron esta mejora. Esto
redundó en una valorización del papel moneda (y una baja del premio del oro) que permitió
regularizar los pagos del servicio de la deuda externa, y sentó las bases para un exitoso retorno a la
convertibilidad, ahora a la tasa de 2.27 pesos papel por peso oro, en 1899.

En los años ‘50 este análisis fue retomado por el inglés Alec Ford, que enfatizó algunos aspectos que
a su entender ayudaban a explicar tanto el estallido inevitable de la crisis en 1890, como su posterior
resolución hacia finales de la década. Para Ford el problema principal se derivaba del hecho de que
el grueso del capital extranjero en la Argentina se había colocado a interés fijo (empréstitos públicos,
obligaciones y debentures de compañías privadas), lo que generaba una carga financiera desde el
momento en que los títulos eran emitidos, y mucho antes de su inversión efectiva, que solo podía ser
afrontada con los fondos procedentes de nuevos préstamos. Por eso cuando el ingreso de capitales se
interrumpió, la Argentina se encontró en una situación de virtual cesación de pagos.

Sin embargo, como una parte sustancial de esos capitales se había destinado a obras reproductivas,
fundamentalmente ferrocarriles, cuando al cabo de unos años esas inversiones maduraron, las
exportaciones argentinas comenzaron a aumentar en una escala superior a lo conocido, y en la
misma medida aumentó la capacidad para afrontar los pagos del servicio de la deuda. De ahí que
esta etapa deba ser considerada como la de una “crisis de desarrollo” (similar, curiosamente, al
término “crisis de progreso” que solía usar la prensa argentina oficialista de la época).

Para Ford la depreciación de la moneda sólo desempeñó un papel decisivo en la profunda


redistribución de ingresos que entonces se produjo. En primera instancia, contribuyó al deterioro de
las finanzas de los gobiernos (nacional y provinciales), que recaudaban sus ingresos en pesos papel,
mientras debían afrontar el pago de los servicios de la deuda en oro. Esto agudizó la percepción de
los observadores de que un default era inminente y aceleró el pánico En una segunda instancia,
aumentó las ganancias de los exportadores, ya que los precios de los bienes exportables
acompañaron de cerca la evolución del oro, a expensas de los salarios que demoraron varios años en
reaccionar (recién a partir de 1893-94 fueron lentamente reacomodándose).

El trabajo de Ford, por otra parte, mostraba una serie de encadenamientos curiosos en los que se
verificaba también una suerte de defasaje temporal: en 1888 se registró el pico máximo de las
inversiones extranjeras (casi 250 millones de pesos oro, el 25% de las emisiones totales del mercado
de Londres), que a su vez repercutió en 1889 en un boom de las importaciones (a través de un
mecanismo de impronta keynesiana, el “efecto ingreso” - multiplicador - del gasto interno de los
fondos recibidos). Por el mismo mecanismo, la interrupción en 1890 del flujo de nuevas inversiones
se reflejó en 1891 en una abrupta caída del nivel de las importaciones. En el más largo plazo, los
efectos del boom de inversiones de 1888 se apreciaron en el pico de las construcciones ferroviarias,
que se alcanzó en 1891, y el de las exportaciones de trigo y maíz, en 1894-96.

Otro aspecto que agravó la situación, para Ford, fue la evolución declinante a partir de 1890 de los
precios de los productos que la Argentina exportaba. Esto acentuó el déficit de la balanza de pagos
en el momento de la crisis y demoró la recuperación luego. Ford se cuestiona, de todos modos, cuán
central fue su papel y plantea que todo el período desde fines de los años 70 fue en realidad de
precios en baja, y los años previos a la crisis apenas constituyeron un breve intervalo de
recuperación. Al mismo tiempo todo el período fue de muy bajos rendimientos en los mercados
financieros internacionales. De ahí la búsqueda de colocaciones en nuevos países. El boom argentino
de 1888 fue simplemente un episodio, sucedido en 1889 por el de Brasil, y luego otros países nuevos
(Australia, Nueva Zelandia, los Estados Unidos). Sin embargo, el contraste sufrido por Baring y
otras casas en 1890, terminó por afectar a toda la emisión de títulos externos hacia 1891, y esto
repercutiría en sucesivas crisis de los países citados, en 1892-93.

En buena medida, el debate sobre la crisis ha seguido abierto a nuevas lecturas, y en algunos
aspectos, ha retornado a senderos previos. Así, el dilema entre el factor monetario (interno) y de
balanza de pagos (externo) volvió a ser replanteado por Cortés Conde (1989), en favor del primer
término. Este autor, entre otros aportes, destacó el papel de un episodio poco atendido: la crisis
bancaria de mediados de 1891, una corrida del público sobre los depósitos que llevó primero al
cierre de la banca oficial (Banco Nacional, Banco de la Provincia de Buenos Aires) y
subsecuentemente, de casi toda la banca privada, local y extranjera. Tomando en cuenta la teoría
moderna, que incluye entre la oferta monetaria a los depósitos bancarios, y dado que su monto
superaba con creces al circulante (billetes), su indisponibilidad por el pánico bancario habría
implicado una fuerte caída de la oferta monetaria total, y la correspondiente situación de iliquidez.
Esta iliquidez, que persistió en los años siguientes, es lo que habría frenado la especulación al alza
del premio del oro.
Ahora bien, para Cortés Conde el comportamiento de la oferta monetaria aporta también la clave
explicativa del estallido de la crisis. Su crecimiento en la segunda mitad de los 80 habría sido la
causa de la depreciación del peso, que recién se aceleró en 1889 porque hasta entonces se hallaba
contenida por la intervención solapada del gobierno en el mercado de cambios. El autor, que excluye
de su análisis la balanza de pagos, no aporta sin embargo testimonios anteriores a 1889 sobre esa
intervención oficial, por lo que sigue siendo más plausible lo que Williams y Ford habían planteado:
que los saldos crecientemente favorables de la balanza de pagos hasta 1888, motorizados por la
imponente entrada de capitales, habían implicado un ingreso de metálico y divisas al mercado de
cambios, en magnitudes aun superiores a las de la emisión monetaria, lo que estabilizó por ese lapso
las cotizaciones del oro.

Como hemos señalado, la crisis tuvo también un costado socio-político, de inmensas repercusiones
para la historia del siglo XX: la revolución de 1890, y el comienzo de un proceso que llevaría, veinte
años más tarde, a la apertura del juego político hacia una democracia más plena. Durante mucho
tiempo ese proceso se pensó en términos del acceso a la vida política de las clases medias. En un
trabajo controversial, pero pionero en este sentido, Milcíades Peña (1965) mostró cómo el
movimiento revolucionario del 90 había significado ante todo una intensa movilización de las clases
propietarias de Buenos Aires (especialmente de los estancieros - la “oligarquía”, según Peña) en
contra de las élites políticas (la “suboligarquía” en términos de dicho autor), en las que habían
delegado hasta entonces el manejo de la cosa pública. Ello, en un contexto en el que los costos de la
crisis se cernían amenazadoramente sobre todos los sectores. Varios trabajos de la nueva historia
política y social han afinado y enriquecido este planteo, analizando el discurso oficial y opositor y
remontando el malestar y la enajenación de la élite política a los sucesos de 1880 (Hilda Sábato,
Halperín Donghi, Roy Hora, Paula Alonso, Tim Duncan).

Otro aspecto que se puede conectar con esta dimensión socio-política es el de las negociaciones para
el arreglo de la crisis, tangencialmente evocadas por Ford, y sugestivamente examinadas en otro de
los capítulos de la obra citada de Ferns. Allí se contrastan las dos “soluciones” elaboradas en las
negociaciones con la banca acreedora, agrupada entonces en la Comisión Rothschild: la primera, a
comienzos de 1891, urgida por los banqueros con la intención de mejorar la situación de Baring,
admitía el pago de los servicios de la deuda con nuevos títulos, a cambio del compromiso oficial a
una draconiana contracción del circulante, algo que por la devastada situación bancaria y de las
finanzas públicas no se pudo cumplir. La segunda, negociada en 1893 directamente por el ministro
de hacienda Romero, discontinuó la emisión de esos títulos, que aumentaban gravosamente los
compromisos futuros, y dispuso una reducción transitoria (entre 5 y 8 años) en el monto de los
servicios.

En línea con el razonamiento que hemos visto en Ford, este nuevo arreglo fue exitoso porque le dio
a la economía argentina el respiro necesario para la maduración de las anteriores inversiones y la
consecuente ampliación de su capacidad de pago. Entre tanto, sin embargo, hubo momentos de gran
tensión entre las partes, en los que sectores financieros británicos presionaron por algún tipo de
intervención oficial. El tema puede ser evaluado de acuerdo al modelo propuesto por Carlos
Marichal (1999) para el análisis de las negociaciones de la deuda mexicana, en términos de coacción
y consenso entre los actores. La coyuntura habría encontrado a las diversas partes (contribuyentes,
empresarios y gobierno local, banqueros y gobiernos extranjeros) en posiciones de fuerza diferentes,
que influyeron en el reparto de los costos y beneficios derivados de cada arreglo. Pero también
sugiere algunas conexiones con el análisis realizado en la lección anterior para otra coyuntura por
Gallo, donde el contraste con los marcos téoricos más generales puede ser la fuente de fructíferas
reflexiones.

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