Diplomado en Tanatología
Instituto Nacional de Neuroeducación
Formación Especializada y Científica a Docentes
Tipificación de la persona ante el duelo
LAS PERDIDAS Y SU DUELO
¿Qué es el duelo?
Duelo es un término que, en nuestra cultura, suele referirse al conjunto de procesos
psicológicos y psicosociales que siguen a la pérdida de una persona con la que el
sujeto en duelo, el deudo estaba psicosocialmente vinculado. El duelo, del latín
dolus (dolor) es la respuesta emotiva a la pérdida de alguien o de algo. Duelo para
la Real Academia de Lengua tiene varios significados: 1.Dolor, lástima, aflicción o
sentimiento. 2.Demostraciones que se hacen para manifestar el sentimiento que se
tiene por la muerte de alguien. 3.Reunión de parientes, amigos o invitados que
asisten a la casa mortuoria, a la conducción del cadáver al cementerio o a los
funerales. 4.Hay otro sentido de duelo, al menos en castellano, que hace referencia
a desafío, combate entre dos, que algunos autores han querido relacionarlo con la
elaboración del duelo y el desafío que supone la organización de la personalidad
del deudo. El experto e investigador J. Bowlby define el duelo como “ todos aquellos
procesos psicológicos, conscientes e inconscientes, que la pérdida de una persona
amada pone en marcha, cualquiera que sea el resultado” . En efecto, el duelo es
esa experiencia de dolor, lástima, aflicción o resentimiento que se manifiesta de
diferentes maneras, con ocasión de la pérdida de algo o de alguien con valor
significativo. Por lo tanto podemos afirmar que el duelo es un proceso normal, una
experiencia humana por la que pasa toda persona que sufre la pérdida de un ser
querido. Así es que no se trata de ningún suceso patológico. Incluso hay quien
sostiene que el duelo por la pérdida de un ser querido es un indicador de amor hacia
la persona fallecida. No hay amor sin duelo por la pérdida. La forma en que
comprendemos el proceso de duelo está relacionada con la forma en que
manejamos la muerte en el medio cultural en el que nos movemos y ha ido
evolucionando según las distintas épocas por las que ha atravesado la humanidad.
A lo largo de los siglos, el proceso de “ buena” o “ mala muerte” ha variado. En la
Edad Media, “ la buena muerte” era la que ocurría de forma lenta y anunciada y se
hacía de forma asistida. Por el contrario, la inadecuada era la que llegaba de forma
repentina. En los siglos XIV al XVIII, el dolor y la agonía con sufrimiento adquieren
un notable valor religioso y se consideraba una muerte adecuada. En la actualidad
cada vez más el duelo, como la muerte, tienden a ser “ echados” del mundo público
y tienen que refugiarse más y más en lo privado. En efecto, la actitud social ante la
pérdida afectiva ha seguido y está siguiendo en nuestro entorno social un camino
paralelo a la actitud social ante la muerte. La muerte ha dejado de considerarse una
parte de la vida, su final, convirtiéndose en algo molesto de lo que ya no se habla ni
tan siquiera con quien la está vivenciando cercana. La actitud social ante los duelos,
en nuestro medio, es de presión hacia su ocultación y aislamiento. La alteración del
morir humano es, quizás, una de las novedades más llamativas de finales del siglo
pasado y como consecuencia de ella, es preciso abordar qué significa morir
dignamente en una sociedad tecnológica. En épocas anteriores era habitual que la
muerte fuera mucho más pública de lo que es ahora. La gente solía morir en sus
casas, entre la familia, amigos y vecinos, el enfermo se preparaba consciente y
lúcidamente. Hoy, sin embargo, ha cambiado la forma de morir, se prefiere en
general una muerte rápida, instantánea, sin darse cuenta uno que se muere. La
muerte que se desea es la que no turba, la que no pone en compromiso a los
supervivientes. En la mayoría de las culturas la expresión de dolor individual tiene
un sitio en el marco del ritual del duelo público, sin embargo en nuestro medio social
actual aparece relativamente controlada y poco expresiva. Apenas se viven ya
aquellas explosiones y gestos apasionados de dolor, rabia y desesperación propio
de hace algunas décadas. Por hondo que sea el dolor de los deudos no está bien
visto manifestarlo de una manera pública y en la práctica no se hace. Cada día más,
los familiares prefieren realizar los funerales y/o entierro en la más estricta intimidad.
Como señala F. Torralba, en todo ser humano convive el abismo de la fragilidad y
vulnerabilidad. Afirmar que el ser humano es vulnerable significa decir que es frágil,
que es finito, que está sujeto a la enfermedad y al dolor, al envejecimiento y a la
muerte. La tesis de que el ser humano es vulnerable, constituye una evidencia
fáctica, no precisamente de carácter intelectual, sino existencial. La enfermedad
constituye una de las manifestaciones más plásticas de la vulnerabilidad humana.
El ser humano es vulnerable y ello afecta a todas y cada una de las dimensiones o
facetas. La vulnerabilidad está arraigada a su ser, a su hacer y a su decir. Decir que
es vulnerable, significa afirmar que no es eterno, que no es omnipotente, que puede
acabar en cualquier momento. Significa afirmar que lo que hace puede ser indebido,
que lo que dice con sus palabras o sus silencios pueden ser equívocos. Es el
sufrimiento el que nos revela y nos pone en contacto con nuestra vulnerabilidad. El
sufrimiento causado por la pérdida constituye, en muchos casos, una experiencia
penetrante hasta el núcleo de nuestro ser, como muy pocas otras cosas pueden
hacerlo. Si no aprendemos a asimilar los sufrimientos de las pérdidas pueden
degenerar en enfermedades mentales e incluso físicas que irán desmoronando
nuestro equilibrio vital. El sufrimiento admite cierto movimiento del sufriente, puede
enfrentarse a él, darle vueltas, incluso intentar entender su significado, sus
conexiones. Nadie nos puede quitar el sufrimiento, pero la lucidez y capacidad de
mirarlo cara a cara es ya el inicio de un camino para superarlo. Poder expresar,
decir el propio sufrimiento es un paso hacia su superación. Sabida es la función
terapéutica de la palabra, de la articulación de lo que a uno le pasa ante alguien que
escucha. Es cierto que la cultura actual ignora, oculta o evade la muerte. Se la
considera y se la trata como un tabú. Además, muchas veces, tal vez demasiadas,
la soledad, el miedo, el abandono y la impotencia componen el último acto de la
vida. (Cabodevilla, 2007)
EL DUELO Y LAS ETAPAS DE LA VIDA
El duelo en la infancia
Un trabajo de nuestro grupo, C. Villanueva y J. García Sanz, se analizan 124 casos
de consultas infantiles por pérdidas, el 13% de ellos presentan duelos por muerte,
la sintomatología encontrada es: en un 31% trastornos de conducta, un 20% fracaso
escolar, en alrededor de un 15% síntomas depresivos, ansiedad y síntomas
corporales. El duelo patológico podría situarse en torno a un 28% y las situaciones
catastróficas en un 5%. Destaca el alto número de antecedentes psiquiátricos
familiares, en un 48%. Se señala la importancia de la intervención con los padres y
el riesgo de la acumulación de pérdidas, que no permite la estabilidad y la
continencia del entorno. En esta serie no se encontraron cuadros psicóticos. A partir
de la serie de 207 historias de psicóticos en seguimiento estudiada en el trabajo "El
impacto del duelo en pacientes psicóticos", se reanalizó el grupo de los que en la
historia aparecía un duelo precoz en la infancia o adolescencia o primera juventud.
Se encontró esto en 14 casos. Un 64% presentaba una esquizofrenia.
Generalmente había un tiempo prolongado entre la muerte del deudo y la aparición
de la psicosis. En el discurso del paciente, el duelo era más marcado cuando el
fallecimiento ha ocurrido hasta los 8 años; en pocos casos la aparición de la psicosis
es muy próxima a la muerte y el duelo puede considerarse un desencadenante
inmediato. Abundan los antecedentes psicóticos familiares y otros como los
depresivos; a veces la depresión de la madre posterior al duelo que le impide
hacerse cargo del hijo, alcoholismo, alteraciones de la personalidad, o toxicomanía
en hermanos. Todo esto incide sobre una base de posible predisposición a la
patología psicótica. Aunque no es valorable, dado el tamaño de la serie, aparecen
dos pérdidas por suicidio; este hecho lo hemos encontrado también en anteriores
estudios con adultos, en coincidencia con lo ya señalado en la literatura, como
fuente de duelo patológico. En los casos de antecedentes de duelo por suicidio se
observan más fantasías suicidas identificatorias. Las pérdidas múltiples se
encuentran al menos en el 64% de los casos; aparecen muertes sucesivas,
separaciones, cesiones (como las realizadas a los abuelos, tras cuya posterior
muerte se desencadena un duelo patológico), enfermedades psíquicas o
desestructuración familiar. La situación vivida por un importante grupo de estos
pacientes, podría considerarse catastrófica en bastantes casos, de forma clara, en
nuestra estimación, al menos en un 36%. La dependencia del adulto en la infancia
es fundamental. Se ha discutido la importancia de la capacidad de la elaboración de
duelos en la infancia y su repercusión posterior en la patología. Las dificultades
provienen, quizás más que del impacto de la muerte, de lo que haya pasado antes
y después de ésta. Es decisivo detectar los factores posteriores como las relaciones
con la familia extensa, el entorno, el medio educativo. En general, en los niños se
han encontrado más mecanismo de negación y mantienen mejor la capacidad de
gozar de situaciones agradables, aunque, como ha señalado G. Parker, la pérdida
temprana hace el duelo más difícil y puede generar problemas en el desarrollo de
la personalidad. Winnicott se refiere al caso de una niña tratada por él , de cinco
años, con una depresión a la muerte de su padre, y los sentimientos de culpa y
ambivalencia que pudo elaborar en el tratamiento, mejorando gradualmente. Según
M. Mhaler, la inmadura estructura de los niños pequeños les impide reaccionar con
una verdadera depresión, pero pueden tener aflicción, que tiende a ser breve porque
su yo, para mantenerse, tiende a adoptar rápidos mecanismos de defensa como la
negación, la sustitución y la represión. Esto nos explica algunos de los rasgos
característicos de las reacciones infantiles de duelo como la alternancia sucesiva
de la pena, de un primer impacto a una rápida negación, a no hablar del fallecido, a
no expresar aparentemente dolor en poco tiempo. Permite incidir sobre el
significado profundo de las figuras sustitutivas que defienden de la pérdida y reparan
sus consecuencias. El desarrollo infantil lleva a fases de separación-individuación
cruciales en la constitución de la identidad. La desaparición de los seres queridos
lleva también a una separación que afecta a la identidad, pero de forma muy
problemática, por vivirse, no como un movimiento activo del desarrollo, sino de
forma pasiva, como abandono que puede causar cierta paralización, culpa,
maduración precoz, etc. El trabajo anteriormente resumido, sobre duelo precoz y
psicosis, sirve para entender la importancia general del duelo en estas edades, en
la medida que la pérdida puede modificar el medio, los vínculos, influir en las
circunstancias y situaciones posteriores, modificando la actitud de los
sobrevivientes; de forma particularmente compleja en el caso de las psicosis, que
puede servir como modelo para comprender la multiplicidad de factores
biopsicosociales que interactúan con la situación de duelo para sufrir una
enfermedad o configuración posterior del curso biográfico. Desde el punto de vista
metodológico permite apuntar que la repercusión del duelo en etapas tempranas de
la vida, a veces, hay que estudiarlo y observarlo transcurrido el tiempo en etapas
posteriores. Duelos precoces y medio familiar. Muchos trabajos abordan este
impacto del duelo, en edades precoces, a través del medio familiar. Se subraya el
efecto de la pérdida temprana de las figuras identificatorias. A. Green expone que
las consecuencias de la muerte real de la madre, sobre todo en determinadas
situaciones, en edades tempranas, son muy nocivas para el hijo, ya que la realidad
de la pérdida puede modificar mutativamente la relación de objeto anterior con la
madre. Por otro lado, el duelo repentino de la madre que desinviste brutalmente a
su hijo, es vivido como una catástrofe por éste. Sin signo previo, el amor se ha
perdido de golpe. Esta desilusión lleva, además, a la pérdida de sentido, pues el
bebé no tiene explicación alguna de lo que ha sucedido. Green se refiere a un
concepto diferente de este hecho, la "madre muerta", que no alude a la realmente
fallecida, sino que ésta sigue viva pero, por así decirlo, "psíquicamente muerta", por
efecto de una depresión. Esta noción la extrae a través de la transferencia y consiste
en una depresión, la del hijo, que se produce en presencia del objeto absorbido por
un duelo. Siendo un caso especial el de los abortos u otras pérdidas que se
mantienen en secreto para el niño. Ambos aspectos son dignos de tenerse en
cuenta, ya que, a parte de las pérdidas en si, se observan los efectos de estas en
la madre o familiares sobrevivientes. El secreto es uno de los aspectos que más
añaden dificultad a la elaboración del duelo. Tisseron, ha expuesto en su libro "El
psiquismo ante las pruebas de las generaciones", el efecto de pérdidas y secretos
de las generaciones anteriores. El enigma ante el pasado de los progenitores o
familiares perdidos se configura como una de las fuentes de imposibilidad de
elaboración del duelo. Boszormeny-Nagy, en "Lealtades invisibles", subraya que, la
pérdida de los seres queridos, es una dimensión esencial de la vivencia y
comprensión de las reacciones familiares; este hecho incide en la evolución del niño
hacia la separación, con la diferenciación que implica la sucesión de las
generaciones. Los terceros ausentes participan en la homeostasis afectiva del
sistema familiar. E. Goldbeter-Merinfeld, trata de los elementos favorables y
obstáculos para la elaboración del duelo en las familias, como el alejamiento o
distanciamiento del hecho de la muerte. En determinadas ocasiones, puede
producirse una obliteración del duelo en la familia, que da lugar a síntomas en los
jóvenes en su proceso de maduración y que se evidencia en el trabajo
psicoterapeútico, años más tarde. Como señalan varios autores, cuando el duelo se
bloquea, en las familias el tiempo se detiene, las relaciones se hacen rígidas, se
cierran, dificultando la capacidad de establecer lazos de apego con otros, se utilizan
negaciones o huidas. R. Levy, se refiere a Winnicott y a su concepto del
"breakdown" o hundimiento, para ilustrar la imposibilidad de elaborar lo real de la
muerte. Esto nos sirve para pensar en el duelo imposible, en las ocasiones en que
la falta es de tal envergadura, que el yo no puede montar defensas contra el
hundimiento de su propia organización. Cabe pensar que parte de los casos de
duelo en edades infanto-juveniles, en los que se ha observado una psicosis
posterior puedan responder a este hundimiento psíquico en una situación
catastrófica. Desde el punto de vista terapéutico, es importante prestar atención a
los duelos y pérdidas que aparecen en los niños y adolescentes, tenerlos en cuenta
en el abordaje psicoterapeútico y en la evolución, ya que pueden reactivarse con
nuevas circunstancias o dar lugar a una descompensación. De modo preventivo, se
debe ayudar a la elaboración de los duelos, teniendo en cuenta el medio familiar,
procurando evitar negaciones excesivas, proporcionando un ambiente continente y
abierto, con figuras sustitutivas. La actuación debería ser más específica en los
casos de riesgo como antecedentes patológicos, pérdidas múltiples, situaciones de
desestructuración o catástrofe familiar. (Gamo & Pazos, 2009)
Citando a Castro (2015), se mencionan algunos aspectos sobre la tipificación de las
personas ante el duelo:
Cuando hablamos de personalidad, percibimos dos conceptos a los cuales
debemos responder: lo heredado y lo adquirido. Definitivamente en la
personalidad existen factores heredados de nuestros ancestros y que pueden
ser muy diferentes en cada persona a pesar de pertenecer a un tronco
común. Pero existen aspectos adquiridos a lo largo de la vida que surgen de
nuestra relación con el mundo. El temperamento es lo heredado y el carácter
lo adquirido, y la suma de ambos forman la personalidad. El temperamento
es hereditario y nos influye mas no nos determina, ya que con carácter vamos
cambiando y educando al temperamento.
El carácter muestra la capacidad de las personas para relacionarse con otros;
consiste en aprender a vivir. Anteriormente se creía que el temperamento
determinaba la manera de reaccionar. Estudios más recientes como el de
Daniel Goleman, en Inteligencia emocional (1998), afirma que el
temperamento puede educarse y que la manera de reaccionar ante el mundo
es modificable.
Por tanto, puede decirse que la manera de reaccionar emocionalmente ante
las diversas circunstancias que se presentan tiene una base innata y una
adquirida, que vamos modificando a lo largo de nuestra vida con las
experiencias de vida y la manera en que respondemos a ellas.
Existe otra frase muy utilizada por las personas que desean trasmitir
sabiduría a otros: "la vida te enseñará". Se nos olvida que la vida en sí misma
no enseña: lo que nos enseña es la "lectura" que hacemos de ella; si no
sabemos leer la vida, no aprenderemos nada. (pp. 21-22)
Referencias
Cabodevilla, I.. (2007). Las pérdidas y sus duelos. Anales del Sistema Sanitario de
Navarra, 30(Supl. 3), 163-176. Recuperado en 17 de febrero de 2024, de
http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1137-
66272007000600012&lng=es&tlng=es.
Castro, M. (2015). Tanatología, La inteligencia emocional y el proceso de duelo.
(2nd ed.). Editorial Trillas.
Gamo Medina, Emilio, & Pazos Pezzi, Pilar. (2009). El duelo y las etapas de la vida.
Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 29(2), 455-469.
Recuperado en 17 de febrero de 2024, de
http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0211-
57352009000200011&lng=es&tlng=es.