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Primer Parcial - Historia Latinoamericana

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Universidad Nacional de Río Cuarto

Facultad de Ciencias Humanas


Lic. en Ciencia Política
HISTORIA LATINOAMERICANA (2604)
PARCIAL UNIDAD N° 1

Estudiante: SOSA, Ignacio DNI Nº: 42195139

Se debe realizar en forma individual, en no más de 6 carillas. Además de los contenidos y su


selección, se tendrá en cuenta consistencia, redacción, síntesis. Cada pregunta equivale a 3.33
puntos. Para optar a la promoción se debe haber respondido a las tres preguntas, y alcanzar la
calificación de 7.
Fecha de entrega: lunes 19 de septiembre.

Los Materiales para la realización del mismo son:

BOERSNER, Demetrio. 1990. Relaciones internacionales de América Latina. Edit. Nueva Sociedad.
Capít. VI Auge del Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina

CARMAGNANI, Marcello. 1990. Estado y sociedad en América Latina. Cap. II “Orden y Progreso, La
edad de oro del Proyecto oligárquico”. Ed. Ariel. Pp. 98-121
GALLEGO, Marisa, et al. 2006. Historia Latinoamericana 1700-2005 Sociedades, culturas, procesos
políticos y económicos. Ed. Maipue. Buenos Aires. Cap.5.pp 145.152

También se podrán utilizar los teóricos y presentaciones cargadas a Evelia. Sobre todo para la
temática relativa a sectores medios y obreros.

De ser necesario se podrá utilizar los capítulos correspondientes de los textos completos que se
dejaron como bibliografía (Rouquié América Latina, introducción a Extremo Occidente-Skidmore-
Historia Contemporánea de América latina).

1.- Describir las características económicas de la edad de oro del proyecto oligárquico (tener
en cuenta los factores de la producción, Tierra, capital y trabajo)

2.- Plantear en líneas generales la política Norteamericana respecto de América Latina durante
el período, describiendo su sustento doctrinario. Tome un caso ejemplificativo y desarróllelo.

3.- Presentar las principales demandas y repertorios de acción de los sectores medios y
obreros durante el período oligárquico.
1. La edad de oro del proyecto oligárquico en Latinoamérica transcurre en el período 1880-1930.
En dicho período, la clase dirigente se estableció a partir de un ejercicio particular del poder,
articulando el control hegemónico del Estado con la influencia en el ámbito productivo de los
distintos países de nuestro gran continente.
La hegemonía oligárquica se basó en la construcción de un discurso que puede ser
englobado en el lema “Orden y Progreso” (en Argentina, el PAN encontró su justificación en la
paz y la administración). Este discurso intentó consolidar, hacia el exterior, una imagen de un
país ordenado y estable, que apuntaba al establecimiento de un sistema productivo que
devenía, inevitablemente, en el progreso económico y social de los países latinoamericanos.
Esta imagen, como nos dice el autor Carmagnani, tuvo un carácter superficial que ocultaba la
realidad efectiva de cada país.
En todos los países de Latinoamérica, el crecimiento económico benefició solo a la clase
dirigente (tanto a la oligarquía nacional como al capital inglés). Esta segmentación implicó la
restricción de las clases subalternas en la participación directa sobre las decisiones en
términos económicos, sociales y políticos. Mientras el discurso dominante construía esta
imagen superficial de progreso y modernidad, las prácticas reales en el ámbito de la
producción minera y agropecuaria estaban caracterizadas por el mantenimiento de prácticas
tradicionales, que favorecían la acumulación de capital en la clase dominante y el
empobrecimiento paralelo de las clases populares.
La integración de los distintos países a la economía mundial no fue pareja, sino que se
distinguieron en función de las materias primas que producían. De esta manera, se dividieron
en tres áreas exportadoras: productos agrícolas de clima templado (Argentina, sur de Brasil,
Uruguay), productos agrícolas de clima tropical (Venezuela, Caribe y América Central) y
productos mineros (México, Chile, Perú y Bolivia). En función de esa especialización, los
países pertenecientes a cada área productiva se integraron de forma diferenciada, siendo la
primera de ellas la más beneficiada y la segunda de ellas la menos favorecida, en términos de
inversión extranjera y del volumen tanto de exportaciones como de importaciones.
En esta especialización tuvo un impacto fundamental el Reino Unido, quien estableció sus
relaciones de tipo económico con un carácter marcadamente imperialista. En este período, a
través de las inversiones realizadas y de la compra de materias primas y la venta de
productos manufacturados, el Reino Unido se hizo presente en las relaciones de producción
que se desarrollaban en Latinoamérica. De esta forma, tomó parte en las decisiones
adoptadas por las oligarquías de cada país, obteniendo beneficios muy importantes.
Las unidades productivas en este período son particularmente rentables debido al tipo de
explotación que ejecutaban. La explotación extensiva, sustentada en los amplios territorios
disponibles, al mínimo capital fijo que necesitaban y a la existencia de mano de obra
abundante y barata, permitió producir a bajo costo y, de esta manera, introducirse en el
mercado mundial. Sumado a ello, las unidades productivas se especializaron en un único
producto, haciéndolas vulnerables frente a variaciones en los precios internacionales.
(Carmagnani, 1990, p. 102)
Esta especialización fue favorecida por las distintas campañas de conquista de los territorios
que pertenecían a los pueblos originarios que habitaron los países de la región. En ese
sentido, a medida que aumentaban las necesidades del latifundio, disminuían las condiciones
de vida de los estratos bajos de la sociedad dedicados al trabajo rural. Esto derivó, en
palabras de Carmagnani, en una modificación de la estructura agraria, dando como resultado
un cambio tanto en las relaciones de producción como en la relación entre el latifundio y la
economía campesina.
Para analizar este cambio en las relaciones de producción, podemos hacer referencia al
hecho de que en zonas de nuestro continente la población rural aumentaba en mayor medida
respecto de las necesidades del latifundio, mientras que en otras, las necesidades mismas del
latifundio no podían ser resultas por la mano de obra disponible, debiendo recurrir a la
inmigración. En este último caso, el trabajo exigido a los obreros aumentaba muy por encima
del nivel de aumento de los salarios, provocando una caída pronunciada en los niveles de vida
de los trabajadores.
Por otra parte, el latifundio fue ganando cada vez más lugar frente a la economía campesina,
provocando una fuerte caída de la producción destinada al autoconsumo y destrozando el
modo de producción que se había desarrollado hasta el momento, con las consecuencias
económicas y sociales que esto conlleva.
El sector minero, por su lado, también mantuvo su modo de organización tradicional. Este
sector siguió abasteciéndose de mano de obra a través del “enganche”, un mecanismo que le
permitía a las empresas conseguir mano de obra barata y trasladarla hacia zonas remotas sin
inconvenientes.
En relación a la estructura comercial, la presencia e influencia del capital inglés en las
economías latinoamericanas fue determinante. Dicha estructura debía ser adecuada para
cumplir con las necesidades de la explotación agrícola y minera desarrollada en nuestro
continente. Para ello, el capital inglés requirió que las oligarquías que gobernaban cada país
les entreguen la gestión del comercio a los británicos y, a su vez, desarrollen políticas de corte
liberal.
De esta forma, el Reino Unido se consolidó como el mayor comprador de materias primas
producidas en nuestro continente, a la vez que era el principal vendedor de los productos
manufacturados que abastecían el mercado interno latinoamericano. Sumado a ello, la
inversión realizada por el país europeo estaba orientada al ámbito de la comercialización,
razón por la cual se encargaron de administrar las líneas ferroviarias, los fletes marítimos,
entre otros aspectos.
Los Estados nacionales, como consecuencia de la adopción de políticas económicas liberales,
mantenían su estructura a partir de las rentas al comercio exterior. Las fluctuaciones de los
precios internacionales de las materias primas generaban una dependencia perjudicial para
los distintos países. Esta situación desembocó en que los Estados nacionales acudan al
mercado financiero inglés, consiguiendo préstamos que permitieron la puesta en marcha de la
obra pública necesaria y, a su vez, la propia financiación del aparato estatal.
En este período, las exportaciones fueron en aumento y, gracias a que las oligarquías
nacionales eran las propietarias de la gran mayoría del territorio productivo, obtuvieron
grandes ganancias con dicha situación. Esto permitió que la clase dominante comience un
proceso a través del cual iba a tomar parte en el mercado financiero, a través de la creación
de bancos nacionales, sociedades financieras, compañías de seguros, entre otras
instituciones destinadas a influir en dicho mercado.
De esta manera, se constituyó una estructura financiera donde coexistían “dos flujos distintos:
uno interior, de origen productivo; otro exterior, de origen no productivo (los préstamos y los
capitales provenientes de Londres)” (Carmagnani, 1990, p. 113). Esta situación derivó en la
creación de una división del trabajo en el sector financiero, donde los bancos nacionales se
encargaron de financiar al aparato productivo, mientras que el capital inglés estuvo destinado
al comercio exterior.
Según el autor citado, esta situación particular puede ser definida como un pacto neocolonial,
que estableció un reparto en las funciones de cada grupo dominante. Como decíamos, la
oligarquía tuvo a la producción como ámbito de influencia, el capital inglés sobre la
comercialización y, por último, el sector financiero fue el lugar donde confluían los intereses de
uno y otro grupo.

2. A partir del desarrollo teórico de Boersner, podemos analizar la política exterior empleada por
Estados Unidos respecto de los países del mundo y, en particular, de los países
latinoamericanos. Con la finalización de la Guerra de Secesión (1861-1865), dando como
resultado la victoria del Norte sobre el Sur, comenzó un proceso de desarrollo capitalista muy
importante para la constitución de los Estados Unidos de América como potencia imperialista.
El resultado del enfrentamiento estableció las condiciones necesarias para la ampliación del
control del territorio por parte del gobierno central. Esto se vio reflejado en la conquista del
Oeste y en la destrucción y posterior reconstrucción del Sur derrotado. Con ello, se intensificó
el tendido de ferrocarriles, lo que permitió ampliar los mercados para la producción industrial
desarrollada en el Norte del país. Además, la expansión capitalista se dio con la aparición de
grandes establecimientos agrícolas y ganaderos y la explotación de minas de diversos
minerales.
El desarrollo y constitución del imperialismo norteamericano tuvo su anclaje en la
consolidación de un discurso que planteaba al pueblo estadounidense como el “pueblo
elegido” y, por tanto, que Estados Unidos debía ser el protector de las naciones americanas.
Este discurso se asienta en dos doctrinas específicas: la doctrina Monroe y el Destino
Manifiesto.
La primera de ellas se resume en la frase “América para los americanos” y fue enunciada en
el año 1823 por el entonces presidente James Monroe. En ese momento, la doctrina implicaba
un carácter defensivo y se planteaba en rechazo al intento por retomar el control de sus
excolonias por parte de las naciones europeas. Esta frase se impregnó en la conciencia
colectiva de los habitantes de Estados Unidos y, posteriormente, dio sustento a la expansión y
control del país norteamericano sobre Latinoamérica.
Por su parte, el Destino Manifiesto tiene un anclaje eminentemente religioso, relacionada con
la llegada de los colonos ingleses al territorio americano, quienes profesaban el puritanismo y
el protestantismo. Según esta doctrina, los Estados Unidos de América son el “pueblo elegido
por Dios”, razón por la cual deben emprender su conquista del mundo y consolidarse como el
protector de todas las naciones del mundo. Estas dos elaboraciones doctrinarias le dieron
sustento al establecimiento del imperialismo norteamericano.
Con estas doctrinas como sustento, en el año 1890 Estados Unidos convocó a los países
latinoamericanos con el fin de llevar a cabo la Primera Conferencia Internacional de los
Estados Americanos. En dicha convocatoria, Estados Unidos buscaba consolidarse en dos
cuestiones fundamentales: por un lado, establecer una unión aduanera que colocaría al país
norteamericano como abastecedor y financiador de los países de Latinoamérica, eliminando
de la ecuación a las potencias europeas. En segundo lugar, EEUU pretendía convertirse en
una especie de árbitro supremo con capacidad para dirimir los conflictos desarrollados al
interior de nuestro gran continente. Si bien ninguno de los dos principios fue aceptado por los
países latinoamericanos, el gobierno con sede en Washington logró la creación de la Unión
Internacional de las Repúblicas Americanas, donde se elaboraron ciertos lineamientos
generales en materia política, económica, jurídica, sanitaria, etc. a seguir por los países
latinoamericanos.
A fines del siglo XIX, se manifestó un conflicto entre una débil Venezuela y Gran Bretaña. El
punto de la disputa recaía en el control sobre una porción del territorio que le correspondía al
país bolivariano y que el Reino Unido había usurpado a través de la expansión de la entonces
Guayana Británica. Estados Unidos acudió a la defensa del país sudamericano,
representándolo ante un tribunal internacional que determinó los límites actuales de uno y otro
país (Venezuela se siente, hasta el día de hoy, perjudicado por esa delimitación). El arbitraje
internacional en este conflicto significó una victoria para los Estados Unidos y un retroceso en
el control territorial por parte de Gran Bretaña.
En palabras de Boersner: “Ello contribuyó para que, a fines del siglo, Estados Unidos se
sintiera animado a establecer oficialmente, por las armas, su supremacía sobre el Caribe y la
parte norte de América del Sur” (1990, p. 142). Como ejemplo de la intervención yanqui sobre
América Latina podemos citar el caso de Cuba. La isla fue siempre un territorio significativo
para los intereses de las potencias debido a su posición estratégica en el continente. En este
período, Cuba aún era una colonia española, pero a partir de 1865 y, sobre todo, hacia fines
del siglo XIX, el movimiento independentista encabezado por Martí, Maceo y Gómez adquirió
una fuerza importante.
En 1894, los mencionados invadieron la isla y se establecieron con el objetivo de declarar la
independencia de Cuba. Como consecuencia del avance del movimiento (más allá de la
muerte en combate de José Martí) la Corona española intensificó el control sobre la isla,
apelando a mecanismos de represión entre los que podemos mencionar la creación de
campos de concentración donde se encarcelaban a los rebeldes.
Por su parte, el interés de Estados Unidos en hacerse con el control de Cuba existía desde la
época de Jefferson y Adams, y su anexo bajo la administración yanqui era un deseo que
debía concretarse. En ese punto, y luego de realizar diversos ofrecimientos sin éxito a España
para comprar el territorio cubano, Estados Unidos entendió que para lograr ejercer la
influencia que pretendía sobre la isla debía aprovechar el momento de convulsión que esta
atravesaba.
Para justificar la acción imperialista, es decir, lograr anexar Cuba al territorio ya controlado, el
gobierno yanqui debía ganarse el apoyo de la población. Para ello, “el anexionismo buscó una
excusa moral, y la encontró en la condena al colonialismo español y en la aparente simpatía
hacia el bravo pueblo cubano en su lucha por emanciparse de España” (Boersner, 1990, p.
143). De esta manera, y gracias a la acción decisiva de la prensa monopólica encabezada por
William Hearst, comenzó la campaña destinada a captar el acompañamiento del pueblo
norteamericano a la supuesta noble causa que buscaba vencer a España y quitarle su
influencia sobre Centroamérica.
Esta campaña dio sus frutos y el pueblo avaló la acción norteamericana en Cuba con el fin de
terminar con el colonialismo desarrollado por la Corona española. El hecho que hizo estallar el
conflicto fue la explosión del acorazado Maine (EEUU) en el año 1898, que se encontraba
anclado en La Habana. En este incidente murió casi la totalidad de la tripulación y, más allá de
que se desconocen cuáles fueron las causas del estallido (accidental o intencional, provocado
desde afuera hacia adentro o a la inversa), funcionó para justificar la intervención inmediata
de EEUU en Cuba.
El conflicto armado transcurrió entre mayo y junio del año 1898 y derivó en una victoria total
sobre la Corona española. La finalización de la guerra se dio en el marco de la firma del
Tratado de París en diciembre del mismo año, donde España reconoció la independencia de
Cuba y le cedió los territorios de Guam, Filipinas y Puerto Rico a los Estados Unidos, debido a
que en el conflicto inicial, dichos territorios habían sido ocupados por la potencia del norte. En
el desarrollo del enfrentamiento, EEUU se unió a los movimientos independentistas de Cuba y
Filipinas, comprometiéndose a no interferir una vez cesado el conflicto.
Sin embargo, en el caso de Filipinas, los Estados Unidos entendieron que debían continuar su
ocupación en la isla (tenían una “misión civilizadora”) y mantuvo a sus tropas por muchos
años. Por el lado de Cuba, EEUU reconoció formalmente la independencia de la isla. Sin
embargo, se reservó la potestad de intervenir en casos donde el orden y la misma
independencia de Cuba se encuentren en peligro. La justificación de la intervención se
encuentra en la llamada enmienda Platt (en honor al senador Orville Platt, autor de la misma),
que fuera incorporada al tratado realizado por EEUU y Cuba y, también, a la Constitución de
la isla. Sumado a ello, Cuba cedió el territorio donde se encuentra la base militar de
Guantánamo y una base naval en Bahía Honda.
Continuando con la acción estadounidense sobre Latinoamérica, debemos mencionar
brevemente lo ocurrido respecto del canal de Panamá. El proyecto de construir un canal
interoceánico, que conecte al Atlántico con el Pacífico, existía desde hacía mucho tiempo. Las
opciones respecto del lugar donde se construiría eran dos: Nicaragua y Panamá. Finalmente,
se decidió que Panamá, por entonces provincia colombiana, sea el lugar donde se construiría
el canal. Sin embargo, el gobierno colombiano rechazó el proyecto, entendiendo que violaba
su soberanía.
Por esta razón, el entonces presidente de EEUU Theodor Roosevelt decidió apoyar al
movimiento secesionista de la provincia de Panamá. Cabe destacar que esta decisión se
asentó en las intenciones imperialistas de los Estados Unidos y, además, estuvo apoyada en
algunos antecedentes de levantamiento contra el gobierno colombiano y en las diversas
diferencias que existían entre la población panameña y el resto de Colombia. En el año 1903
se consolidó la independencia de la República de Panamá y, al año siguiente, quedó ratificado
el tratado a través del cual el país recientemente independizado le cedía los territorios a
EEUU para construir el canal a cambio del pago de 10 millones de dólares y 250.000 dólares
por año.
Las presidencias de Roosevelt (1901-1909) y de Taft (1909-1913) se caracterizaron por la
forma en que encararon la política exterior respecto de América Latina y, más precisamente,
del Caribe. En ese marco, se desarrollaron dos políticas: la política del garrote y la diplomacia
del dólar. La llamada política del garrote fue propia de la administración de Roosevelt e
implicaba la demostración de la fuerza con el fin de asegurar la consecución de los propios
intereses. Frente a las demás potencias, EEUU realizaba muestras de su poder de fuego de
forma discreta, mientras que la dominación ejercida para con los países latinoamericanos era
mucho más directa y visible.
Así, durante este período, las veces que se presentaron conflictos entre naciones americanas
y potencias europeas, el gobierno estadounidense invocó la Doctrina Monroe y se hizo cargo
de la solución a las problemáticas, en su carácter de protector de las naciones americanas y
de ser el único capaz de intervenir en el continente.
Por su parte, Taft llevó a cabo su política exterior en torno a la denominada diplomacia del
dólar. Sin abandonar la intervención militar en Latinoamérica, Taft y Knox, su secretario de
Estado, emplearon una política que buscaba controlar económicamente a los países de la
región. De esta manera, bloquearon toda posibilidad de realización de acuerdos entre países
americanos y países extra continentales. Además, la imposibilidad de intervención se aplicó a
los Estados nacionales y a todas las empresas que no pertenecían al continente americano.
De esta manera, frente a los conflictos que pudieran presentarse en la región, Estados Unidos
tomó la lanza y se hizo cargo de intervenir definitivamente en cada uno de los países
implicados, ya sea a través de la ocupación militar o a través de los grupos económicos
ligados al gobierno yanqui.

3. Ya hemos dicho que el período comprendido entre 1880 y 1930 es considerado como la edad
de oro de las oligarquías latinoamericanas, debido a que este período corresponde al auge del
modelo agro-minero exportador. Mientras las oligarquías disfrutaban del auge de dicho
modelo, los sectores medios u obreros sufrían las condiciones que la misma clase dominante
imponía.
De esta manera, podemos sostener que la existencia de la edad de oro de las oligarquías
latinoamericanas tuvo como contraparte necesaria la subordinación de las clases medias y
bajas, quienes tuvieron que soportar las condiciones laborales, habitacionales, económicas y
sanitarias que imponía el sistema dominante.
En este período, se produce la aparición de un incipiente proletariado, debido a las
modificaciones en la matriz productiva y a una tendencia a la modernización de las formas de
producción. De esta manera, se produce una diferenciación en tres núcleos en función del tipo
de producción desarrollado: las plantaciones modernas (azúcar, banano y algodón); las
industrias extractivas (cobre, estaño y petróleo); y los asalariados urbanos (ferrocarriles y
puertos).
Los nacientes movimientos obreros latinoamericanos tuvieron la influencia decisiva de las
ideologías que trajeron consigo los inmigrantes europeos. El anarquismo, el socialismo, el
sindicalismo y, posteriormente, el comunismo forjaron la identidad y los métodos de acción de
la clase obrera. Cada una de las agrupaciones y confederaciones de trabajadores que se
fueron consolidando adoptaron las particularidades de las ideologías que abrazaron.
Para acercarnos a las reivindicaciones que levantaban como banderas los movimientos,
podemos mencionar algunas de ellas: salarios dignos, jornadas laborales de 8 horas,
condiciones de vida favorables para el desarrollo humano, acceso a una vivienda y, en última
instancia, la posibilidad de modificar las relaciones de producción y, con ello, acercarse a la
consecución de un mundo mejor.
Los reclamos de los movimientos obreros, como puede suponerse, no fueron bien recibidos
por las cúpulas empresarias y gubernamentales, teniendo en cuenta la estrecha relación entre
estas. A principios del siglo XX, como enumera el autor Rouquié, se sucedieron diversas
manifestaciones que fueron duramente reprimidas por los gobiernos nacionales,
representados por la oligarquía.
En este punto, es necesaria una aclaración respecto del origen del capital que controlaba las
economías de la región. Existió una diferenciación entre aquellas que tenían control nacional y
aquellas que funcionaban como economías de enclave. Las últimas, como la United Fruit o La
Forestal, constituyeron pseudo Estados al interior de los Estados nacionales, debido a que
ocupaban amplios territorios y contaban con seguridad propia lo que, sumado al poder
económico que ostentaban, derivaba en un control total sobre la región explotada.
Los movimientos obreros se manifestaron, como dijimos, en función de la ideología que
profesaban. En primer lugar, encontramos al anarquismo, que aspiraba a la eliminación del
sistema capitalista y al desarrollo de un nuevo sistema libre e igualitario. Por esta razón,
apelaban a la huelga revolucionaria y a la violencia como métodos de acción y consideraban
al sindicato como un elemento totalmente autónomo. También rechazaban incorporarse al
sistema de partidos, debido a que no creían en el mismo.
Por otro lado, encontramos al socialismo, que buscaba decididamente formar parte del
sistema de partidos, apelando a promulgar leyes que reconozcan los derechos laborales y
que, de forma progresiva, consiga la inclusión de los trabajadores en el control del Estado. Por
ello, combinaban la acción del sindicato con la participación electoral. El método de acción
elegido era la huelga parcial, rechazando los métodos violentos.
Por su parte, el sindicalismo revolucionario se organizó en torno a una necesidad de actuar de
forma coordinada y de apelar a la negociación con los centros de poder para que cumplan con
sus demandas. De esta manera, se buscaron posicionar como un elemento mediador entre la
clase trabajadora y el Estado, teniendo como objetivo la emancipación de la clase que
representaban.
Finalmente, el comunismo empezó a cobrar importancia post Revolución Rusa (1917) y se
diferenció de las demás ideologías en torno a algunas cuestiones. Buscaban la consolidación
de un partido fuerte y centralizado que pueda hacerse con el control del Estado y su método
de acción era insurreccional, de modo que no aceptaban la reforma del sistema actual.

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