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Cuadernillo Charles Pierce La Teoría de Los Signos

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El signo según Peirce


Victorino Zecchetto (coord.)
Seis semiólogos en busca del lector.
Saussure/Peirce/Barthes/Greimas/Eco/Verón,
Buenos Aires, La Crujía, 2012 (fragmento)

Uno de los puntos más destacados de la semiótica de Peirce es su peculiar concepción del
signo. Las reflexiones que hace al respecto son bastante complejas, de modo que, para facilitar su
comprensión, nosotros nos esforzaremos en presentarlas de manera simplificada, pero sin quitarles
lo esencial.
Peirce aplica al signo la triada lógica que ya había utilizado para indagar el resto de la
realidad.

a. Los tres componentes del signo

La función del signo –afirma Peirce– consiste en ser “algo que está en lugar de otra cosa bajo
algún aspecto o capacidad. El signo es una representación por la cual alguien puede mentalmente
remitirse a un objeto. En este proceso se hacen presentes tres elementos formales de la triada a
modo de soportes y relacionados entre sí: el primero es el “representamen”, relacionado con su
“objeto” (lo segundo) y el tercero, que es el “interpretante”.
- El representamen es la representación de algo; o sea, es el signo como elemento inicial de
toda semiosis.
Siendo el representamen la expresión que muestra alguna cosa (la que aparece como signo),
casi siempre es fruto del artificio o de la arbitrariedad de quienes lo crean, como sucede con las
lenguas. Según Peirce, el representamen se dirige a alguien en forma de estímulo, como lo que está
“en lugar de otra cosa” para la formación de otro signo equivalente que será el interpretante.
A veces, las propiedades expresivas del representamen son ambiguas y originan sentidos e
interpretaciones diversas.
En resumen, el representamen es simplemente el signo en sí mismo, tomado formalmente en
un proceso concreto de semiosis, pero no debemos considerarlo un objeto, sino una realidad teórica
y mental.
- El interpretante es lo que produce el representamen en la mente de la persona. En el fondo,
es la idea del representamen, o sea, del signo mismo. Peirce dice que “un signo es un representamen
1
que tiene un interpretante mental”.
Esto significa que el interpretante es la captación del significado en relación con su
significante; en definitiva, el interpretante es siempre otro signo y, por lo tanto, algo le agrega al
objeto del primero. Y como dentro del modelo triádico la gestación semiósica es continua, el

1
Col. Papers 2.274, ES 148; de Semiótica, Ed. Einaudi, op. cit.
45

“interpretante” puede estar constituido por un desarrollo de uno o más signos. Peirce distingue el
“interpretante inmediato” del “interpretante dinámico”, según la función que desempeña en el
proceso de la semiosis.
El “interpretante inmediato” es aquel que corresponde al significado del signo, a lo que él
representa; mientras que el “interpretante dinámico” es el efecto que el interpretante produce en la
mente del sujeto, es la cadena de repercusiones en la mente del sujeto. Pongamos este ejemplo: si le
digo a un amigo: “Gané la lotería”, el interpretante inmediato es la idea que él se hace en ese
instante de la expresión “ganar la lotería”; en cambio, el interpretante dinámico es el efecto que
produce la frase que escucha. Ese efecto son otras ideas o signos, tales como “¡Qué suerte la tuya!”,
“Yo nunca me saco nada”, “¿No estará mintiendo?”.
No hay que imaginar al interpretante como una persona que lee el signo, sino que se trata
únicamente de la repercusión de dicho signo en la mente. La noción de interpretante, según Peirce,
encuadra perfectamente con la actividad mental del ser humano, donde todo pensamiento no es sino
la representación de otro: “El significado de una representación no puede ser sino otra
representación”.
- El objeto es aquello a lo que alude el representamen y –dice Peirce–: “Este signo está en
lugar de algo: su objeto”. Debemos entonces, entender por objeto la denotación formal del signo en
relación con los otros componentes de este. A este objeto, Peirce lo denomina “objeto inmediato”
porque está dentro de la semiosis: debe distinguirse del “objeto dinámico” o “designatum”, que está
fuera del signo y es el que sostiene el contenido del representamen: “Debemos distinguir el Objeto
Inmediato, que es el Objeto tal como es representado por el signo mismo, y cuyo Ser es, entonces,
dependiente de la Representación de él en el Signo; y, por otra parte, el Objeto Dinámico, que es la
Realidad que, por algún medio, arbitra la forma de determinar el Signo a su Representación”.
Esta “realidad que arbitra” no forzosamente debe ser sólo el referente al estilo saussureano,
sino que puede incluir otros significantes conocidos por nuestra mente y que ya forman parte del
bagaje cognoscitivo, engrosando de esta manera el espesor del “objeto”.
Sin embargo, no debemos pensar que el Objeto Dinámico sea fuente de conocimiento. No
puede serlo, porque la realidad en cuanto tal no dice nada a nuestra mente si ésta no posee ya
algunos otros signos de donde recabar otros conocimientos.
La tríada del signo se puede graficar con un triángulo:

Objeto

Representamen Interpretante

Pongamos un ejemplo: tomemos el signo de un caballo (figura o palabra): el representamen


corresponde a ese primer signo percibido por alguien; el objeto es el animal aludido; el
interpretante es la relación mental que establece el sujeto entre el representamen y su objeto, o sea,
otra idea del signo.
Un conocido texto de Peirce describe la tríada de la siguiente manera:
“Un representamen es el sujeto de una relación triádica con un segundo llamado su
objeto, para un tercero llamado su interpretante. Esta relación triádica es tal que el
representamen determina a su interpretante a establecer la misma relación triádica con
el mismo objeto para algún interpretante.
46

Un signo, o representamen, es cualquier cosa que existe para alguien en lugar de otra
cosa, sea cual fuere su acepción o ámbito. El signo va dirigido a alguien y crea en la
mente de esta persona otro signo equivalente, o quizás más desarrollado. El signo que
se crea lo llamamos interpretante del primer signo. Este signo existe por alguna razón,
el propio objeto. Tiene sentido por ese objeto, no en todas sus acepciones, sino
enfocado a una clase de idea particular a la que alguna vez me he referido como el
2
terreno de la representación.”

Recordemos que, para Peirce, los tres elementos de la tríada del signo no son entes
independientes, sino que se trata de relaciones o funciones para explicar la realidad viva de cada
semiosis. Esto tiene sus consecuencias en toda la cadena semiótica. En efecto, la función de
interpretante en un determinado signo puede cambiar de valencia y convertirse en representamen
de otro signo en otra semiosis. Puede suceder que a un signo, por ejemplo, la foto de un deportista,
se le cambie de valor sígnico con la intención de usarla para denotar otra cosa.
Notemos, además, que estos tres aspectos son “lógicos o formales”; solo existen en la mente
del sujeto en el momento concreto de percibir el signo. La distinción o separación de cada momento
es meramente mental, porque en la práctica la tríada no se puede separar: constituye un mismo
proceso.
Podemos darnos cuenta, entonces, que el signo –según Peirce– es ante todo una categoría
mental, es decir, una idea mediante la cual evocamos un objeto, con la finalidad de aprehender el
mundo o de comunicarnos. En este juego se produce la “semiosis”, que es un proceso de inferencia
propio de cualquier persona. La semiótica es la teoría de la práctica semiótica; de allí que el “signo”
constituya el núcleo de ese estudio teórico.
Para concluir, digamos que de esta idea de signo se desprende también el concepto de
semiosis infinita. En efecto, según Peirce, el interpretante de un signo refleja siempre los hábitos
mentales de la persona que entra en contacto con el representamen o, dicho de otra forma, traduce
las reacciones del individuo ante la provocación y el estímulo del signo, denotando sus
comportamientos y experiencias. Se alude aquí a la necesaria relación que existe entre la recepción
del signo y los hábitos culturales de los perceptores, sus experiencias previas de los objetos y de las
cosas del mundo. Los individuos, en el momento de leer un signo, lo interpretan a partir de lo que
ya tienen formado en su mente, es decir, las ideas, las valoraciones sociales, las visiones de la
realidad y los prejuicios que, por cultura, costumbres o tradición poseen de antemano. A partir de
allí se van generando nuevas configuraciones. Es este proceso el que da lugar a una “semiosis
infinita", es decir, a una continua sucesión de producción de signos mediante la cual los sujetos van
pensando la verdad de las cosas y del mundo. La acción del conocimiento humano, cuya base es la
actividad sígnica, nos coloca dentro de una cadena sin fin de mediaciones que nos remiten de signo
en signo, entrelazando un lenguaje con otro, arrastrándonos en la corriente de una semiosis
tumultuosa en el río llamado “cultura”. Como afirma un estudioso:

“Puesto que tanto el objeto como el interpretante de cualquier signo son forzosamente
también signos, no es de sorprender que Peirce afirmara que todo este universo esté
3
sembrado de signos, y se pegunta si no estará compuesto exclusivamente de signos”.
Es a partir de aquí que se genera la semiosis infinita. Leamos estas citas de Peirce:

2
lbidem, n° 228.
3
Sebeok, Thomas, en AA.VV.: El signo de los tres, Ed. Lumen, Barcelona, España. 1989, p.
29.
47

La semiótica

“La lógica, en sentido general, es sólo otro nombre de la semiótica (semiotiké), la


doctrina cuasi-necesaria, o formal, de los signos. Al describir la doctrina como ‘cuasi-
necesaria’ o formal, quiero decir que observamos los caracteres de los signos y a partir
de tal observación, por un proceso que no objetaré sea llamado Abstracción, somos
llevados a aseveraciones, en extremo falibles, y por ende en cierto sentido innecesarias,
concernientes a lo que deben ser los caracteres de todos los signos usados por una
inteligencia científica, es decir por una inteligencia capaz de aprender a través de la
experiencia.” (227)

Representamen, interpretante, objeto

“Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en
algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona
un signo equivalente, o tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo
que yo llamo el interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto.
Está en lugar de ese objeto no en todos los aspectos, sino sólo con referencia a una
suerte de idea, que a veces he llamado el fundamento del representamen. (…)
La palabra Signo seré usada para denotar un Objeto perceptible, o solamente
imaginable, o aun inimaginable en un cierto sentido. (…) Un signo puede tener más de
un Objeto.” (228)

“Para que algo sea un signo, debe “representar’, como solemos decir, a otra cosa,
llamada su Objeto, aunque la condición de que el Signo debe ser distinto de su Objeto
es, tal vez, arbitraria.” (230)

“El Signo puede solamente representar al Objeto y aludir a él. No puede dar
conocimiento o reconocimiento del Objeto. Esto es lo que se intenta definir en este
trabajo por Objeto de un Signo, vale decir: Objeto es aquello acerca de lo cual el signo
presupone un conocimiento para que sea posible proveer alguna información adicional
4
sobre el mismo.” (231).

b. La clasificación del signo


En la tríada del signo es posible ver también el reflejo de la división triádica fundamental que
citamos arriba: el representamen, siendo el punto de arranque de la semiosis, remite a la
primeridad; el objeto a la secundidad y el interpretante a la terceridad. Desde aquí y enlazando estas
categorías con cada elemento del signo, es posible obtener su división según la siguiente expresión
triádica:

4
Peirce, Charles S., La Ciencia...op. cit.
48

Primeridad Secundidad Terceridad


Representamen Cualisigno Sinsigno Legisigno
Objeto Ícono Índice Símbolo
Interpretante Rema Dicisigno Argumento

Se trata de una división del signo que toma en cuenta su triple relación: consigo mismo, con
el objeto al cual alude y con el interpretante.

División del signo en relación con sí mismo, es decir, con el Representamen


- Cualisigno: es el signo en su aspecto de cualidad (por ej., el “color” del caballo, el tono de
voz de un discurso o poesía, el estilo de un grafismo, etc.). Es lo general del signo, pero que le
permite subsistir en cuanto tal, sin ser todavía la totalidad del signo.
- Sinsigno: es la presencia concreta del signo (por ej., la presencia del color del caballo en
este signo L concreto). Es lo particular del signo.
- Legisigno: es la norma o modelo sobre el cual se construye un sinsigno (por ej., lo que
establece el diccionario para la definición semántica de la palabra “caballo").
U. Eco explica con un ejemplo esta división:

“Un billete de banco es un sinsigno cuyo legisigno establece su equivalencia con una
cantidad exacta de oro: pero a partir del momento en que la réplica se estudia como
provista de características cualisígnicas (la filigrana, la numeración), también en un
cualisigno y, por lo tanto, irreproducible como tal. Se objetará que el oro es cualisignoa
causa de su rareza, y en cambio el billete se ha convencionalizado como dotado de
valor, por arbitrio legisígnico; pero es que también el billete es cualisigno a causa de su
rareza, y también el oro se ha convencionalizado como parámetro de valor de una
manera arbitraria (podría llegar a ser abandonado como patrón, y sustituido por el
uranio).”5

División del signo en relación con su Objeto


Esta es una de las clasificaciones más conocidas de Peirce y que ha suscitado también no
pocos debates teóricos. Según el objeto al cual se dirige, Peirce distingue tres clases de signos:
- Ícono: es el signo que se relaciona con su objeto por razones de semejanza: “... relación de
razón entre el signo y la cosa significada”. Para Peirce, el ícono es una imagen mental, o sea, de un
representamen que representa su objeto, al cual se le parece. El ícono de la palabra “frío” es la
imagen que se forma en nuestra mente y que se asemeja a nuestra experiencia del frío. Pero también
es un ícono un cuadro de paisaje, una fotografía o un diagrama.
- Índice: es el signo que conecta directamente con su objeto: las huellas de un caballo sobre el
camino, o bien, el pronombre “tú” para indicar la persona con la que se habla. El índice es, pues,
indicativo, y remite a alguna cosa para señalarla, como sucede con el mercurio de un termómetro,
que esté para señalar la temperatura o el humo para indicar la presencia del fuego.
- Símbolo: es el signo simplemente arbitrario, como las palabras: ellas, en efecto, tienen
significado por una ley de convención arbitrariamente establecida.
La dificultad para comprender esta clasificación se disipa si recordamos una vez mas que,
para Peirce, el signo es una entidad triádica y, por lo tanto, el ícono, el índice y el símbolo no son

5
Eco, Umberto. Signo, Ed. Labor, Barcelona, España, 1994, p. 56.
49

sino representámenes (signos con algún soporte) que se relacionan con el objeto desde diferentes
puntos de vista. En cambio, en otra vertiente de problemas, es sobre todo el tema del iconismo el
que sigue provocando polémicas, ya que el pensamiento de Peirce no es del todo claro al respecto.
Peirce dice que “el único modo de comunicar directamente una idea es por medio de un
ícono”, lo cual equivale a afirmar que todo ícono es una imagen mental, o sea, algo que existe en el
interior de la persona, a manera de imágenes, de esquemas, de formas y colores de las cosas. El
conocimiento humano –según Peirce– se genera siempre mediante una relación de signos, de modo
que también un ícono es un producto mental, construido mediante la relación de percepciones
sígnicas y operando con ellas. Es lógico, entonces, que él considere ícono no sólo una fotografía,
sino también una onomatopeya o un diagrama. Los diagramas son íconos, porque representan una
equivalencia proporcional, un espacio lógico, precisamente aquel que se forma en la mente acerca
del diagrama mismo. Como vemos, su concepción de iconismo es muy particular y parece que, en
el fondo, Peirce maneja dos conceptos de iconismo. El primero es el que se caracteriza por ser una
percepción mental común a cualquier elaboración sígnica durante el proceso de conocimiento
humano: entonces, en rigor de lógica, según Peirce, el cuadro de un caballo no es un ícono sino un
índice que atrae nuestra atención sobre el animal allí representado, pero por comodidad –afirma él–
se suele extender también a la cosa representada.
Otro concepto más específico de ícono tiene que ver con aquel signo que genera en el
individuo una imagen semejante a las cosas representadas. Sin embargo, lo que produce semejanza
no es el objeto, sino la construcción sígnica convencional. Así, por ejemplo, el caballo del cuadro se
relaciona con su objeto no por una semejanza física entre la imagen y el animal, sino por una
“homología proporcional”, es decir, debido a la similitud de proporciones, en donde cada punto de
la figura está colocado en el mismo orden que corresponde al objeto representado y cuya
convención semiótica aceptamos.
50

Carta a Lady Welby


Charles Sanders Peirce
Traducción castellana de Ignacio Redondo, 2006 (fragmentos)

Milford, Pennsylvannia
12 de octubre de 1904
Mi querida Lady Welby:
No ha pasado un solo día desde que recibí su última carta en el que no haya
lamentado las circunstancias que me impidieron escribir ese mismo día la carta que estaba
intentando escribirle, no sin haberme prometido a mí mismo que eso debería estar hecho
pronto. […]
Pero quería escribirle acerca de los signos, que en su opinión y en la mía son
cuestiones de gran consideración. Creo que más en mi caso que en el suyo. Puesto que, en
mi caso, el más alto grado de realidad sólo se alcanza por medio de signos, esto es,
mediante ideas tales como las de Verdad, Justicia y el resto. Suena paradójico, pero cuando
le haya explicado mi teoría de los signos en su totalidad lo parecerá menos. Creo que hoy le
explicaré los esbozos de mi clasificación de los signos.
Usted sabe que apruebo especialmente la invención de palabras nuevas para nuevas
ideas. No sé si el estudio que llamo Ideoscopia puede considerarse una idea nueva, pero la
palabra Fenomenología se usa en un sentido muy diferente. La Ideoscopia consiste en la
descripción y clasificación de las ideas que pertenecen a la experiencia ordinaria, o que
surgen de modo natural en conexión con la vida ordinaria, sin considerar su validez o
invalidez o su psicología. En la búsqueda de este estudio, después de tan sólo tres o cuatro
años de investigación, fui conducido tiempo atrás (1867), a clasificar todas las ideas en las
tres clases de Primeridad, Segundidad y Terceridad. Esta especie de clasificación es tan
desagradable para mí como lo es para cualquiera, y durante años me esforcé por
menospreciarla y refutarla; pero hace tiempo que me ha conquistado por completo. Tan
desagradable como es atribuir tal significado a los números, y sobre todo, a una tríada, es
no obstante tan desagradable como verdadero. Las ideas de Primeridad, Segundidad y
Terceridad son suficientemente simples. Dando al ser el más amplio sentido posible como
para incluir tanto ideas como cosas, e ideas que imaginamos tener así como ideas que
realmente tenemos, definiría la Primeridad, la Segundidad y la Terceridad como sigue:
La Primeridad es el modo de ser de aquello que es como es, positivamente y sin referencia a
ninguna otra cosa.
La Segundidad es el modo de ser de aquello que es como es, con respecto a una segunda
cosa, pero con independencia de toda tercera.
La Terceridad es el modo de ser de aquello que es como es, en la medida en que pone en
mutua relación a una segunda cosa con una tercera.
51

[…] Las ideas típicas de primeridad son cualidades de sentimiento, o meras


apariencias. El color escarlata de sus libreas reales, la cualidad misma, independientemente
de que sea percibida o recordada, es un ejemplo; con lo que no quiero decir que usted deba
imaginar que no la percibe o la recuerde, sino que debe discriminar aquello con que la
cualidad puede estar conectada en la percepción o en el recuerdo, pero que no pertenece a
la cualidad misma. Por ejemplo, cuando usted la recuerda, se dice que su idea es borrosa, y
cuando está ante sus ojos, que es vívida. Pero la oscuridad o la vivacidad no pertenecen a su
idea de la cualidad. Podrían hacerlo, sin duda, si las consideráramos simplemente como un
sentimiento; pero cuando usted piensa en la vivacidad no la considera desde ese punto de
vista. Piensa en ella como un grado de perturbación de su conciencia. La cualidad de rojo
no es pensada como perteneciente a usted, o como vinculada a los uniformes. Es
simplemente una posibilidad cualitativa peculiar con independencia de cualquier otra cosa.
Si usted pregunta a un minerólogo qué es la dureza, le dirá que es lo que se predica de un
cuerpo que no se puede rayar con un cuchillo. Pero una persona simple pensará en la dureza
como una posibilidad positiva simple cuya realización hace que un cuerpo sea como un
pedernal. Esa idea de dureza es una idea de Primeridad. La impresión total sin analizar que
produce cualquier complejo, no pensado como hecho efectivo, sino simplemente como
cualidad, como una posibilidad de aparición positiva simple, es una idea de Primeridad.
[…]
El tipo de una idea de Segundidad es la experiencia del esfuerzo, prescindida de la
idea de un propósito. Se puede decir que no hay tal experiencia, que siempre hay un
propósito a la vista en cuanto se piensa en un esfuerzo. Esto puede estar sujeto a duda, pues
en el esfuerzo continuado enseguida apartamos la atención del propósito. Sin embargo, me
abstengo de la psicología, que nada tiene que ver con la ideoscopia. […] La experiencia del
esfuerzo no existe sin la experiencia de la resistencia. El esfuerzo sólo es esfuerzo en virtud
de su oponerse a otra cosa; y no se introduce ningún tercer elemento. Advierta que hablo de
la experiencia, no del sentimiento, del esfuerzo. Imagínese a sí misma, sentada sola en la
noche sobre la cesta de un globo, muy lejos del suelo y disfrutando de la calma absoluta y
el sosiego. De pronto, el punzante alarido de un silbato humeante le golpea, y continúa
durante un buen tiempo. La impresión de la quietud era una idea de Primeridad, una
cualidad de sentimiento. El penetrante silbido no le permite pensar o hacer otra cosa que
sufrir. Así que eso también es absolutamente simple. Otra Primeridad. Pero la ruptura del
silencio por el ruido fue una experiencia. La persona, en su inactividad, se identifica a sí
misma con el estado de sentimiento precedente, y el nuevo sentimiento que viene a su pesar
es el no-ego. Tiene una consciencia de dos caras, de un ego y un no-ego. Esa consciencia de
la acción de un nuevo sentimiento al aniquilar el antiguo sentimiento es lo que yo llamo una
experiencia. Generalmente, la experiencia es lo que el decurso de los acontecimientos me
ha obligado a pensar.[…] De manera general, se puede decir que la segundidad genuina
consiste en una cosa que actúa sobre otra -acción bruta. Digo bruta, porque en cuanto
aparece la idea de una ley o razón, aparece la idea de Terceridad. Cuando una piedra cae al
suelo, la ley de la gravitación no actúa haciéndola caer. La ley de la gravitación es el juez
que, sobre el banquillo, puede dictaminar la ley hasta el Día del Juicio; pero a menos que el
brazo fuerte de la ley, el brutal alguacil, haga la ley efectiva, no sirve para nada. La caída
efectiva de la piedra es puramente el darse la piedra y la tierra a un mismo tiempo. Se trata
52

de un caso de reacción. Y por tanto, de existencia, que es el modo de ser de lo que


reacciona con otras cosas. Pero hay también acción sin reacción. Tal es la acción del
antecedente sobre el consecuente. Es una cuestión difícil si la idea de esta determinación
unilateral es una pura idea de segundidad o si implica terceridad. […]
Llego ahora a la Terceridad. Para mí, que he considerado durante cuarenta años la
cuestión desde todos los puntos de vista que pude encontrar, la inadecuación de la
Segundidad para cubrir todo lo que hay en nuestras mentes es tan evidente que apenas sé
cómo comenzar a persuadir de ello a cualquier persona que no esté ya de antemano
convencida. Sin embargo, veo un gran número de pensadores que están intentando construir
un sistema sin colocar en él ninguna terceridad. Entre ellos se encuentran algunos de mis
mejores amigos, quienes se confiesan en deuda conmigo por sus ideas, aunque nunca
aprendieron la lección principal. Muy bien. Es altamente conveniente que la Segundidad
deba buscarse en su fondo auténtico. Sólo así se puede comprender la necesidad e
irreductibilidad de la terceridad, aunque para aquel que posea el entendimiento capaz de
comprenderlo es suficiente decir que no se obtiene una ramificación de una línea de colocar
una línea al final de otra. […] En su forma genuina, la Terceridad es la relación triádica
existente entre un signo, su objeto y el pensamiento interpretante –él mismo un signo–
considerado como lo que constituye su modo de ser un signo. Un signo [o representamen]
media entre el signo interpretante y su objeto. Tomando el signo en su sentido más amplio,
su interpretante no es necesariamente un signo. Cualquier concepto es un signo, por
supuesto. Ockham, Hobbes y Leibniz ya lo han dicho suficientemente. Pero podemos tomar
un signo en un sentido tan amplio que su interpretante no sea un pensamiento, sino una
acción o experiencia, o podemos incluso extender el significado de signo de tal manera que
su interpretante sea una mera cualidad de sentimiento. Un Tercero es algo que pone a un
Primero en relación con un Segundo. Un signo es un tipo de Tercero. ¿Cómo lo
caracterizaremos? ¿Diremos que un Signo pone a un Segundo, su Objeto, en una relación
cognitiva con un Tercero? ¿Que un Signo pone a un Segundo en la misma relación con un
primero en la que él mismo está con respecto a ese Primero? Si insistimos en la conciencia,
debemos decir lo que queremos decir con conciencia de un objeto. ¿Diremos que nos
referimos al Sentimiento? ¿Diremos que queremos decir asociación, o Hábito? Estas son,
en su superficie, distinciones psicológicas que particularmente evitaré. ¿Cuál es la
diferencia esencial entre un signo que se comunica a una mente y uno que no se comunica
de ese modo? Si el problema fuese simplemente lo que entendemos realmente por signo
ésta se resolvería pronto. Pero esa no es la cuestión. Estamos en la misma situación de un
zoólogo que quiere saber cuál debería ser el significado de “pez” para hacer de los peces
una de las grandes clases de vertebrados. Me parece que la función esencial de un signo es
hacer eficientes relaciones ineficientes –no para ponerlas en acción, sino para establecer un
hábito o regla general por medio de la cual actuarán cuando sea oportuno–. De acuerdo a la
doctrina física, nunca pasa nada excepto las continuas velocidades rectilíneas con las
aceleraciones que acompañan a las diferentes posiciones relativas de las partículas. Todas
las demás relaciones, de las que conocemos tantas, son ineficientes. De algún modo, el
conocimiento las hace eficientes; y un signo es algo por lo que conocemos algo más. Con la
excepción del conocimiento, en el instante presente, de los contenidos de conciencia en ese
instante (la existencia de cuyo conocimiento está abierta a duda), todo nuestro pensamiento
53

y conocimiento se da en signos. Por consiguiente un signo [o representamen] es un objeto


que por un lado está en relación con su objeto y por el otro con un interpretante, de tal
modo que pone al interpretante en una relación con el objeto que se corresponde con su
propia relación con el objeto. Podría decir "similar a la suya propia", ya que una
correspondencia consiste en una similitud; pero tal vez correspondencia es más adecuado.
Ahora estoy preparado para ofrecer mi división de los signos, tan pronto como haya señalado
que un signo tiene dos objetos, su objeto tal y como está representado [objeto inmediato], y su
objeto en sí mismo [objeto dinámico]. […] Ahora, los signos se pueden dividir en función de su
propia naturaleza material, en función de sus relaciones con sus objetos y en función de la relación
con sus interpretantes. […]
Con respecto a las relaciones con sus objetos dinámicos, divido los signos en Iconos, Índices
y Símbolos (una división que di en 1867). Defino un Icono como un signo que está determinado por
su objeto dinámico en virtud de su propia naturaleza interna. […] Una visión, ―o el sentimiento
que despierta una pieza de música considerada como aquello que representa lo que pretendía el
compositor. Puede ser […] un diagrama individual; pongamos, una curva de distribución de errores.
Defino un Índice como un signo determinado por su objeto dinámico en virtud de su estar en una
relación real con éste. Por ejemplo, un nombre propio; tal es la aparición de un síntoma de una
enfermedad. […] Defino el Símbolo como un signo que está determinado por su objeto dinámico
sólo en virtud de que será interpretado de esa manera. Por lo tanto, depende, o bien de una
convención, o bien de un hábito, o bien de una disposición natural de su interpretante, o del campo
de su interpretante (aquel del cual el interpretante es una determinación).
54

La ciencia de la semiótica
Charles Sanders Peirce
Buenos Aires, Nueva visión, 1974 (fragmentos)

228. Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en
algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo
equivalente, o, tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo que yo llamo el
interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en lugar de ese objeto,
no en todos los aspectos, sino sólo con referencia a una suerte de idea, que a veces he llamado el
fundamento del representamen. "Idea" debe entenderse aquí en cierto sentido platónico, muy
familiar en el habla cotidiana; quiero decir, en el mismo sentido en que decimos que un hombre
capta la idea de otro hombre, en que decimos que cuando un hombre recuerda lo que estaba
pensando anteriormente, recuerda la misma idea, y en que, cuando el hombre continúa pensando en
algo, aun cuando sea por un décimo de segundo, en la medida en que el pensamiento concuerda
consigo mismo durante ese lapso, o sea, continúa teniendo un contenido similar, es "la misma idea",
y no es, en cada instante del intervalo, una idea nueva.
229. Como consecuencia del hecho de estar cada representamen relacionado con tres cosas, el
fundamento, el objeto y el interpretante, la ciencia de la semiótica tiene tres ramas. La primera es
[…] la gramática pura. Tiene por cometido determinar qué es lo que debe ser cierto del
representamen usado por toda inteligencia científica para que pueda encarnar algún significado. La
segunda rama es la lógica propiamente dicha. Es la ciencia de lo que es cuasi-necesariamente
verdadero de los representámenes de cualquier inteligencia científica para que puedan ser válidos
para algún objeto, esto es, para que puedan ser ciertos. […] La tercera rama, la llamaré retórica
pura, imitando la modalidad de Kant de conservar viejas asociaciones de palabras al buscar la
nomenclatura para las concepciones nuevas. Su cometido consiste en determinar las leyes mediante
las cuales, en cualquier inteligencia científica, un signo da nacimiento a otro signo y, especialmente,
un pensamiento da nacimiento a otro pensamiento.

Una tricotomía de los signos


243. Los signos son divisibles según tres tricotomías: primero, según que el signo en sí
mismo sea una mera cualidad, un existente real o una ley general; segundo, según que la relación
del signo con su objeto consista en que el signo tenga algún carácter en sí mismo, o en alguna
relación existencia con ese objeto o en su relación con un interpretante; y tercero, según que su
Interpretante lo represente como un signo de posibilidad, como un signo de hecho o como un signo
de razón.

Una segunda tricotomía de los signos


247. Conforme con la segunda tricotomía, un Signo puede ser llamado ícono, índice o
símbolo.
Un Icono es un signo que se refiere al Objeto al que denota meramente en virtud de
caracteres que le son propios, y que posee igualmente exista o no exista tal Objeto. Es verdad que, a
menos que haya realmente un Objeto tal, el ícono no actúa como signo; pero esto no guarda relación
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alguna con su carácter como signo. Cualquier cosa, sea lo que fuere, cualidad, individuo existente o
ley, es un ícono de alguna otra cosa, en la medida en que es como esa cosa y en que es usada como
signo de ella.
248. Un índice es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de ser realmente
afectado por aquel Objeto. […] En la medida en que el índice es afectado por el Objeto, tiene,
necesariamente, alguna Cualidad en común con el Objeto, y es en relación con ella como se refiere
al Objeto. En consecuencia, un índice implica alguna suerte de Icono, aunque un icono muy
especial; y no es el mero parecido con su Objeto, aun en aquellos aspectos que lo convierten en
signo, sino que se trata de la efectiva modificación del signo por el Objeto.
249. Un Símbolo es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de una ley,
usualmente una asociación de ideas generales que operan de modo tal que son la causa de que el
Símbolo se interprete como referido a dicho Objeto. En consecuencia, el Símbolo es, en sí mismo,
un tipo general o ley. […] En carácter de tal, actúa a través de una Réplica. No sólo es general en sí
mismo; también el Objeto al que se refiere es de naturaleza general. Ahora bien, aquello que es
general tiene su ser en las instancias que habrá de determinar. En consecuencia, debe
necesariamente haber instancias existentes de lo que el Símbolo denota, aunque acá habremos de
entender por "existente", existente en el universo posiblemente imaginario al cual el Símbolo se
refiere. […]

Representar
273. Estar en lugar de otro, es decir, estar en tal relación con otro que, para ciertos propósitos,
se sea tratado por ciertas mentes como si se fuera ese otro. Consecuentemente, un vocero, un
diputado, un apoderado, un agente, un vicario, un diagrama, un síntoma, un tablero, una
descripción, un concepto, una premisa, un testimonio, todos representan alguna otra cosa, de
diversas maneras, para mentes que así los consideran. Cuando se desea distinguir entre aquello que
representa y el acto o relación de representar, lo primero puede ser llamado el "representamen" y lo
segundo la "representación". […]

Signo
303. Cualquier cosa que determina a otra cosa (su interpretante) a referirse a un objeto al cual
ella también se refiere (su objeto) de la misma manera, deviniendo el interpretante a su vez un
signo, y así sucesivamente ad infinitum.
304. Un signo es o bien un ícono, o un índice, o un símbolo. Un ícono es un signo que
poseería el carácter que lo vuelve significativo, aun cuando su objeto no tuviera existencia; tal como
un trazo de lápiz en un papel que representa una línea geométrica. Un índice es un signo que
perdería al instante el carácter que hace de él un signo si su objeto fuera suprimido, pero que no
perdería tal carácter si no hubiera interpretante. Tal es, por ejemplo, un pedazo de tierra que muestra
el agujero de una bala como signo de un disparo; porque sin el disparo no habría habido agujero;
pero hay un agujero ahí, independientemente de que a alguien se le ocurra o no atribuirlo a un
disparo. Un símbolo es un signo que perdería el carácter que lo convierte en un signo si no hubiera
interpretante. Es tal cualquier emisión de habla que significa lo que significa sólo en virtud de poder
ser entendida como poseedora de esa determinada significación. […]

Índice
305. Un signo, o representación, que se refiere a su objeto no tanto a causa de cualquier
similitud o analogía con él, ni porque esté asociado con los caracteres generales que dicho objeto
pueda tener, como porque está en conexión dinámica (incluyendo la conexión espacial] con el
objeto individual, por una parte, y con los sentidos o la memoria de la persona para quien sirve
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como signo, por la otra. Ninguna aseveración fáctica puede hacerse sin recurrir a algún signo que
sirva como índice. Si A le dice a B "Hay un incendio", B preguntará "¿Dónde?", como
consecuencia de lo cual A deberá forzosamente recurrir a un índice, aun cuando sólo quiera
referirse a algún lugar no definido del universo real, pasado y futuro. De lo contrario, s61o habrá
expresado que hay una idea tal como la de incendio, la cual no daría ninguna información, porque,
salvo que ya fuera conocida, la palabra "incendio" sería ininteligible. Si A señala con su dedo el
fuego, el dedo se conecta dinámicamente con el incendio, tanto como si una alarma de incendio
automática lo hubiera dirigido indicando dicha dirección; y, al mismo tiempo, promueve que los
ojos de B se vuelvan a esa dirección, que su atención se concentre en el incendio y que su
entendimiento reconozca que se ha dado respuesta a su pregunta. Si, en cambio, la respuesta de A
hubiera sido "A mil metros de acá, más o menos", la palabra "acá" es un índice, dado que tiene
exactamente la misma fuerza que si hubiera señalado un punto preciso del terreno entre A y E. Más
aún: la palabra "metros", aunque representa a un objeto de clase general, es indirectamente indicial,
dado que las varas métricas en sí mismas son signos de una norma oficial […]. Las letras de uso
común en álgebra que no presentan peculiaridades son índices. También lo son las letras A, B, C,
etcétera, asignadas a una figura geométrica. Los abogados y otros profesionales que se ven en la
necesidad de expresar algún asunto complicado con total precisión recurren a letras para distinguir a
los entes individuales. Las letras, cuando son usadas así, no son sino versiones mejoradas de los
pronombres relativos. Mientras que los pronombres demostrativos y personales son, tal como se los
usa generalmente, "índices genuinos", los pronombres relativos son "índices degenerados", dado
que, aunque en forma accidental e indirecta puedan referirse a cosas existentes, ellos en realidad se
refieren en forma directa, y sólo necesitan referirse a las imágenes mentales que las palabras
precedentes hayan creado.
306. Los índices pueden ser distinguidos de otros signos, o representaciones, por tres rasgos
característicos: primero, que carecen de todo parecido significativo con su objeto; segundo, que se
refieren a entes individuales, unidades individuales, conjuntos unitarios de unidades o continuidades
individuales; tercero, que dirigen la atención a sus objetos por una compulsión ciega. Pero sería
harto difícil, si no imposible, mencionar un índice que fuera absolutamente puro, o hallar algún
signo absolutamente desprovisto de cualidad indicial. Desde el punto de vista psicológico, la acción
de los índices depende de asociaciones por contigüidad, y no de asociaciones por parecido o de
operaciones intelectuales.

Símbolo
307. Un Signo (como se vio) que está constituido como signo mera o fundamentalmente por
el hecho de que es usado y entendido como tal, sea por el hábito natural o nacido por convención, y
con prescindencia de los motivos que originalmente llevaron a su selección.

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