0% encontró este documento útil (0 votos)
1K vistas100 páginas

LA Rana Solitaria - Moser Erwin

Cargado por

brunocarrasco072
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
1K vistas100 páginas

LA Rana Solitaria - Moser Erwin

Cargado por

brunocarrasco072
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 100

EDICIONES

ALFAGU
A GIFT FROM THE FRIENDS OF ARIZONA
LIBRARIES WITH DEEP APPRECIATION TO
THE DONOR, JOHN WARNER, SANDINA
PUBLISHING COMPANY IN PHOENIX
PRESCOTT PUBLIC LIBR

parecouceves INN
NVNM NIN
ARY

3 1449 00184 7419

Gia)
EXC

(BRESCOTT PUBLIC LIBRARY,


i. PRECOTT, ARIZONA
DEMCO
LS OY COLYLATCOL
OLYLAY
YILAT CYA CLAY CLYISAYOY
RSALAY
LAY
[GN
ROGAN
ROLE ANROLAND
CANOES
wv
IAN GS ICANN GS IAG IGG

La rana solitaria
Erwin Moser

Traduccion de José Miguel


Rodriguez Clemente

Ilustraciones del autor

EDICIONES
Me GU

ROLLIN
A
RODLG
ROGAN
RPL
ROLLA
AN
RLUIPF
ROP
WRG
(GY
7
ROUPGAN ROLF AY ROLF AY ROLE
TITULO ORIGINAL:
DER EINSAME FROSCH

1984 BELTAZ VERLAG, WEINHEIM UND BASEL

DE ESTA EDICION:

BONESSA
PRINCIPE DE VERGARA, 81
28006 MADRID
TELEFONO 261 97 00
1985

1.S.B.N.: 84-204-3695-X
DEPOSITO LEGAL: M. 26.716-1985
PRIMERA EDICION: JULIO 1985
SEGUNDA EDICION: MARZO 1986

ROGAN
AN
OLGA
ROU
ROUGA
VR
MIN
RDG
OLGA
RMA
A
RE RLYILAYRWLAT
YAY LYIAYRLYILAY
MYLAN WLYILAY PYAR
LAY
[PN ROUG
AN ROGAN ROLLA
(GNM ANON ROWAN ROL
LA MAQUETA DE LA COLECCION
Y EL DISENO DE LASYCUBIERTA
ESTUVIERON A CARGO DE
ENRIC SATUE ®

NW
WY
WW
WW
RQDLIP
ROGAN
AN
ROLPG
RCIA
ROUGA
MMP
NRDLIE
RQDLE
ROA
A
¥(GNC
AN ROLGAN ROGAN ROL

INDICE

La fana sOlitaviaiia,
ste eee) CO
Warcerezade acostoin es an ee
Carta de un escarabajo del estiércol. 45
La liebre de los deseos ... ... ... ... 57
eas -CinCOsCarCOmas.
2.4. ese (OD
El watondemclesia .ochte see ono

(WEN
ROUGAN
ROGAN
ROU
ROUGA
DIN
MPS
AA
Digitized by the Internet Archive
in 2023 with funding from
Kahle/Austin Foundation

https://archive.org/details/laranasolitariasOO00unse
GNROUG
AN ROUG NRO ANRQIPAV RD.

La rana solitaria

ree ;
leat abia una vez una rana hermosa y ver-
de. Habia venido al mundo en la espesura del
canaveral de un gran estanque muy apartada
de todas las demas ranas y animales que habi-
taban en el estanque. Todavia no habia visto
en su vida a ninguna otra rana y tampoco a
ninguno de los demas animales, pues nunca
habia salido del bosque de canas. La rana
creia que el mundo entero estaba compuesto
s6lo de cafas y que ella era el nico ser vivo
que existia. Otra cosa no sabia. Pero algunos
dias le sobrecogia una sensacién absolutamen-
te inexplicable, una especie de tristeza y de
profundo anhelo y sentia un misterioso y fuer-
te afdn de hablar con alguien. Pero alli no
habia nadie; sdlo juncos y agua y resplande-
cientes rayos de sol, alla arriba en las cimas
de las cafias. En tales dias la rana cantaba con
su bronca y triste voz, y esto la ayudaba a
contener su doloroso anhelo.
jeu OY
ie teedty 4 My
NT AY Wo HE
SAA AY
ANG VWs
Nx 4 | t) ca

Estaba sola, terriblemente sola, y ni


siquiera lo sabia. Un dia se levant6 una tor-
menta sobre el estanque. Era la primera
tormenta que conocia la rana. El cielo se os-
curecia cada vez mas, habia relampagos y,
todavia lejos, podia oirse el trueno.
La rana oy6 el trueno y pensd que era
la voz de otro ser viviente.
«jMe esta llamando!», pens6 la rana
solitaria. «jViene hacia mi, me busca y quiere
hablar conmigo!» Y la rana no cabia en si de
alegria.
if

Pero entonces la recorrié una idea es-


pantosa:
«Qué pasara si no me encuentra?
«Como va a poder verme aqui abajo en la es-
pesura?»
En ese momento reson6 muy cerca un
fortisimo y estrepitoso trueno, pues la tormen-
ta estaba ahora directamente encima del es-
tanque.
—jAqui estoy! —exclam6 la rana—.
iNo te vayas! |Ya voy!
Y saltd a los delgados tallos de junco
trepando por ellos tan de prisa como podia.
Cuanto mas alto llegaba, mas delgadas se ha-
cian las canas de los juncos, pero la rana jun-
t6 un haz de ellos y consigui6 asi llegar hasta
el ultimo extremo del tallo.
—jAqui estoy! —grité al cielo cubier-
to de nubes.
En ese momento cay6 hacia el suelo
un deslumbrante relampago e inmediatamente
después estallé un trueno tan potente que a la
rana le retumbaron los ofdos.
—jTe he visto! —grit6 feliz la rana—.
jEres hermoso, completamente claro y muy
grande, pero no tienes que bramar asi, ya hace
mucho que te he oido! {Me ves? jEstoy aqui!
jLlévame contigo, me gustaria ser tu amigo!
De pronto, un temporal atraveso el
bosque de juncos; vino sin previo aviso, im-
petuoso y violento, y arrastré consigo a la
rana. Fue llevada por los aires a muchos me-
tros de distancia por encima del bosque de
juncos y solo al llegar encima del estanque
perdid el temporal algo de fuerza, de forma
que la rana cay6 al agua.
Se golped fuertemente contra el agua,
perdi6 el conocimiento y se hundio hacia el
fondo.
Arriba llovia a cantaros, los rayos y
truenos continuaban deslumbrando y retum-
bando, y hasta una hora después no se hizo la
calma.
Cuando la Iluvia ces6 por completo y
el cielo empez6 a aclararse por el este, salie-
ron de sus escondites en el fango los peces, los
sapos y las demas ranas que habitaban el es-
tanque.
Tres sapos encontraron a la rana soli-
pS

taria, que seguia tendida sin conocimiento en


el fondo del estanque.
—jMirad, una rana! —exclamd
uno—. Parece estar herida. Probablemente la
ha sorprendido la tempestad. jOjala no la
haya alcanzado el rayo!
—jNo, atin vive! —exclam6 otro sapo
que habia examinado a la rana.
—jLlevadla rapidamente a los nidos
de algas! —dijo el tercer sapo.
—jYo entretanto avisaré a las otras
ranas!
Los dos sapos pusieron a la rana en el
medio y nadaron con ella hacia una cala pr6-
xima, donde, en gruesos colchones, estaban
sobre el agua las saludables algas. Acostaron

; Yj“iyiGIMMY
Yy hyBILL
he GeilAY AIITUOIA
TT Lb peWOLY ae
EMYELGEN
Yn iy iff fCee SOME
Yh YiéJy vA ib
Yip) Dh Ls YY ee 4

Mh te lyg be Yi! My pit bi


Li fle Uys i y Wy
GY4 fp! Why hy
NULVY= Lf LL oa HPP apsetiga
s “be “Mf
YU
-l~ ff
fee Ly pt
Mi OEE?
_ F
Ve
e WAS e
eee Y Y/
Se BSE
J e: Se
Cie
vez oe SYOS
fe at ae
14

a la rana en un blando nido de algas, la tapa-


ron bien y esperaron.
Cuando después de algtin tiempo la
rana volvio en si, vio reunidos en torno a su
cama de algas a todas las ranas y todos los
sapos del estanque.
—jBueno, por fin! jGracias a Dios!
—exclamaron éstos aliviados.
La rana solitaria miraba a su alrede-
dor con ojos como platos. Apenas podia creer
lo que veia alli.
—jPero si tenéis el mismo aspecto que
yo! —exclam6 finalmente.
—jPues clarooo! —exclamaron las ra-
nas y los sapos riéndose—. Todos nosotros
somos tus amigos. Pero dinos, {qué te ha su-
cedido realmente? {De donde eres? No te he-
mos visto nunca antes aqui.
15

Entonces la rana les conté su historia


y los sapos y las ranas del estanque la escu-
charon conmovidos.
A partir de ese dia la rana del bosque
de juncos no volvié nunca a estar sola. Se que-
dé en el estanque y llegd a ser muy vieja.
GNROUGN
ROGAN ROP ROLAND

La cereza de agosto

Sucedid en agosto, una tarde caluro-


sisima. Papa cigiiefia volaba en ese momento
hacia el pueblo. En un campo de tréboles al
borde del pueblo habia atrapado un raton. El
raton se llamaba Osko y atin vivia. Colgaba
fuertemente apretado del pico de la cigtiefa
y veia pasar el paisaje por debajo de él.
«Lo que son las cosas», penso triste
Osko. «{Quién hubiera pensado que iba a
morir en un dia de verano tan hermoso?
Adidés, mundo magnifico; adids a vosotros,
campos de tréboles y trigo; adids, mis amigos
ratones... Me hubiera gustado vivir atin un
poco mas, pero no voy a quejarme. Mi vida
ha sido corta pero hermosa. La he disfrutado
por completo y ahora llega a su fin. Sdlo de-
seo que la cigtiefia lo haga rapido y sin dolor,
no pido mas. Adids...»
Ahora la cigiiefia volaba sobre las ca-
sas del pueblo yendo algo mas bajo, pues de-
lante a lo lejos vio aparecer ya en una chime-
nea el nido con sus crias.
«jEstos chicos!», pensd la cigiiena.
«jEstos crios desagradecidos! jSé exactamen-
te lo que diran cuando vean el raton! Diran:
jBah, otra vez un raton! Siempre traes rato-
nes, papa. Ya no queremos mas ratones. Ya
estamos de ellos hasta la coronilla. jY tam-
poco queremos ya mas ranas! jTodos los dias
nada mas que ratones y ranas! jTraenos algu-
na vez algo original, algo que atin no haya-
mos comido nunca!»
«Seguro que van a decir eso. Y, sin
embargo, no hay apenas nada que sea mas nu-
tritivo que los ratones y las ranas. jAy, nifos
asi pueden crisparle a uno algunas veces terri-
blemente los nervios!»
19

Papa cigiieha volaba ahora sobre el


patio de la iglesia. Como por casualidad miré
brevemente hacia abajo, jy entonces vio algo!
Algo le llam6 la atenci6n, algo rojo reluciente
que habia en mitad del patio delante de la
iglesia.
Las cigtienas tienen muy buena vis-
ta... «{No sera acaso..., juna cereza!?», pen-
sO la cigiieha extraordinariamente sorprendi-
da; hizo una curva y aterrizo en el patio de la
iglesia.
jEfectivamente! Papa cigiieha dio
grandes zancadas con el ratén en el pico hasta
la cosa roja, observandola sorprendida. Era
realmente una cereza. Una brillante y relu-
ciente cereza roja con rabo verde, jy eso a
mediados de agosto!

«jPero si el tiempo de las cerezas ha


pasado hace ya mucho!», pens6 la cigtiena.
«jQué extrafio!» Y su siguiente pensamiento
fue: «jEsto seria un bocado exquisito para los
ninfos! Exactamente el adecuado. jUna cereza
de agosto! {Van a sorprenderse! Pero, équé
20

hago con el ratén?: No voy a dejarlo escapar


ahora. Tengo que llevarles las dos cosas: el
raton y la cereza. De algin modo tengo que
llevarlos en el pico...»
Osko habia visto igualmente la cereza
y el corazon se le subid a la garganta. Con
los ojos cerrados rezaba: «jDios mio, haz que
coja la cereza! jHaz que coja la cereza y me
deje marchar, por favor! »
Entonces Osko sintid de repente un
tirédn, y al abrir los ojos vio la cereza muy
cerca de él, exactamente igual de apretada en-
tre el pico como él mismo.
Papa cigtiena asintiO satisfecho. «Ay,
los nifos», pens6. «{Seran ellos también al-
gun dia tan habiles con sus picos como yo?»
Solid volando del patio de la iglesia, subid
por encima de los tejados y planed en linea
recta hacia el nido, que estaba construido cin-
co casas mas alla encima de una ancha chi-
menea.
Las tres crias de la cigiiena ya le ha-
bian visto desde lejos.
—jPapa, papa! —gritaron jubilosas
haciendo senas con las alas.
iY entonces ocurrid, a pocos metros
del nido! Papa cigtiefia no habia estado aten-
to. Durante un solo segundo habia abierto
algo su pico como si quisiera contestar, y
Osko se desliz6 de alli y cay6 al vacio.
Momentos después papa cigitiefia ate-
rrizaba en el nido. Estaba colérico.
—jEl hermoso ratén! —exclamé de-
jando al tiempo resbalar la cereza del pico—.
¢Lo habéis visto? ;Una tonteria asi! jLastima
de un raton tan bueno!
Pero las crias de la cigtiefia no le es-
cuchaban.
—jUna cereza! jUna cereza! —gri-
taron.
Y en un abrir y cerrar de ojos se des-
at6 la mayor de las peleas. Cada una de las
jOvenes cigiienas queria tener la cereza. jHubo
picotazos, aleteos y griterio! Una vez tenia
una cigiiena la cereza, luego otra y al momen-
to siguiente se la volvia a quitar su hermano.
Finalmente, cay6 por encima del borde del
nido, golped en el tejado con un suave «plaf»,
rod6 hacia abajo dando saltos y desaparecié
en el canalén.
—Asi —dijo papa cigtiena—. jOs esta
bien empleado! jAhora no tenéis absoluta-
mente nada!
—jBuaaaa! jBuaaaa! —lloraron las
crias de la cigtiena.
—jSilencio en el nido! —chilld el
papa cigtiena, etcétera, como suele ocurrir en
una disputa familiar. Esperemos que mama
cigtiena regrese pronto para restablecer la paz
en el nido.
4Y la cereza? Habia caido en el cana-
lon, habia seguido rodando un trecho, cayé
por el canal de desagiie y abajo —zas— sa-
23

lid brincando yendo a parar en mitad de un


hormiguero. Alli estaba ahora la cereza de
agosto.
Seiscientas treinta y ocho hormigas se
recuperaron lentamente del susto. A ninguna
le habia pasado nada. Cierto es que seis de
ellas habian sido oprimidas con el choque
de la cereza en lo profundo de la tierra suel-
ta del hormiguero, pero ya volvian a bullir
hacia arriba uniéndose a las otras.
La noticia se extendid como un regue-
ro de pdlvora:
——jHa caido una cereza del cielo! jEn
medio de nuestro hormiguero! ~Una cereza?
iSi, si, una auténtica, jugosa y roja cereza!
jHumm, aaah, una cereza!
Y las hormigas capitanas formaron a
sus trabajadoras e hicieron los preparativos
24

para desmenuzar, fepartir y comerse el regalo


del cielo.
Pero no se hizo nada de ello.
Osko les quité la cereza de agosto. Sa-
lid sencillamente deslizandose desde la som-
bra del arbusto de satico que habia alli, junto
al muro, se apoder6é de la cereza y regres6 de
nuevo huroneando. Se habia marchado. Seis-
cientas treinta y ocho hormigas miraban em-
bobadas al cielo con la boca abierta.
~Osko? {Habia sido Osko realmente,
Osko, el ratén de campo?
Si, era él. Osko habia caido desde el
pico de la cigtiena al menos diez metros de al-
tura..., directamente en la espesa corona de
hojas del arbusto de satico. Y le habia salvado
la vida. El arbusto de satico le habia recogi-
do, habia frenado su caida y, como por mila-
gro, Osko habia quedado sano y salvo. El mis-
mo apenas podia creerlo todavia. Cuando
Osko descendié al suelo por las ramas gran-
des y pequenas del arbusto vio en seguida la
cereza. Correr hacia alli, agarrarla y salir hu-
roneando fue todo uno. Ahora se deslizaba, la
cereza muy apretada contra su cuerpo, a lo
largo del muro de la casa.
—Cuando cuente esto en casa, cuando
lo cuente... —murmuraba una y otra vez—.
No me creera ningtin raton, «anda, chico...».
«Debo llevar conmigo la cereza», pen-
s6 Osko. «Sdlo entonces me creeran. La cere-
za es la prueba... jCielos, si apenas yo mismo
puedo entender cémo he salido de este embro-
25

Ilo! Y encima ahora también tengo la ce-


reZa...»
Osko tenia muy buen sentido de la
orientaciOn. Sabia exactamente en qué direc-
ci6n tenia que ir para llegar al campo de tré-
boles donde estaba su casa. Pero, en primer
lugar, tenia que encontrar una salida de aque-
lla granja en la que, a todas luces, se encon-
traba.
El rat6n de campo atravesaba ahora
un bosque de ortigas. Salid detras de un mon-
ton de ladrillos, lo rodeéd atisbando y escu-
chando con precauci6n y vio entonces ante si
la superficie abierta del gallinero. Delante a la
derecha el gran estercolero con veinte o trein-
ta gallinas, frente a él la gran casa de labor
con cobertizo, granero y establos, y a la iz-
quierda, a unos diez metros de distancia, una
valla podrida. Detras tenia que pasar una sen-
da, Osko lo sentia por instinto. j|Una senda
que le llevaria a su campo de tréboles natal!
—jPues venga, vamos!
Osko apret6 atin con mas fuerza la ce-
reza y corriO por el patio en direccién a la
valla de madera. Ya habia alcanzado las tres
cuartas partes del recorrido cuando, para in-
menso susto suyo, jse dio cuenta de que le
perseguian!
Kleopatra, la gata, habia descubierto
al ratén que huroneaba hacia alli cuando aca-
baba de salir de la cocina de hacer su segunda
comida. Se habia dispuesto en seguida a la
persecucion.
Kleopatra era una gata gorda, vieja y
glotona. Pertenecia a la Tia Rosa, que estaba
en aquel momento de visita en la granja. Kleo-
patra recibia comida cinco veces al dia y su
aspecto estaba en consonancia con ello. Tenia
un cuerpo en forma de tonel y piernas cortas.
Cualquier otro gato hubiera atrapado con fa-
cilidad a Osko. No asi Kleopatra. Era sencilla-
mente gorda y lenta, y asi Osko pudo desli-
zarse en el interior de la herrumbrosa regade-
ra que habia cerca de la valla.
Osko se arrastr6 tan lejos como pudo
dentro de la regadera. «Bumm, bumm,
bumm~», hacia su corazon.
Las patas de la gata tantearon por la
abertura de la regadera, pero no pudieron al-
canzar a Osko.
27

—jMiauu, miauuu! —gimoteé la gor-


da gata al darse cuenta de que no podia aga-
rrar al raton. Pero no se marchd. Para eso
Kleopatra era demasiado glotona. Se encogid
delante de la regadera con los ojos centellean-
tes y agitando nerviosamente la cola.
«jAnda, chico», pensd Osko, «vaya un
dia! Tanta agitacién como hoy no la he tenido
en toda mi vida. ¢Cémo voy a salir? La valla
esta inmediatamente detras de la regadera. Si
ese bicho se alejara tan sdlo un metro podria
conseguirlo. La valla tiene una grieta segtn
pude ver. Tendria que pasar por alli y enton-
ces estaria libre».
Pasaron cinco minutos, diez minutos,
veinte minutos, y Kleopatra seguia agazapada
inmovil delante de la regadera. Lo que Osko
no podia saber era que la gorda Kleopatra jse
habia dormido! jBueno, es que esta Kleopatra
no era realmente una gata normal!
Osko reflexion6: «jQuiere hacerme
morir de hambre, la muy bruta! Bueno, yo po-
dria vivir un poco de la cereza, pero, {cuanto
tiempo? Los gatos son tremendamente perse-
verantes acechando, eso lo hemos aprendido
ya en el jardin de infancia. {Tengo que salir
de aqui, no lo soporto mas! »
Y entonces Osko tuvo una _ idea.
«Debo sacrificar la cereza, no puede ser de
otra manera», pensd. «jTiraré la cereza, la
gata saltard a por ella y en ese momento salgo
disparado, paso por la grieta de la valla y es-
taré libre! Es una lastima por la cereza, pero
28

otra cosa no se me ocutre. El rabo, sin embar-


go, me lo llevo; bastara como prueba de lo
que me ha ocurrido.» Osko arrancé el verde
rabo de la cereza, se acercé de puntillas sigi-
losamente a la abertura de la regadera y arroj6
la roja fruta con todas sus fuerzas.
La cereza dio a Kleopatra en mitad de
la cabeza.
—jMiaauuu! —grit6 saltando del mas
hermoso de los suenos por lo menos un metro
por los aires. Cuando volvio a caer al suelo,
con el pelo erizado, la cola tupida y los ojos
mirando sobresaltados, Osko ya habia des-
aparecido. Dio apresurados pasos a la sombra
de la hierba que habia a lo largo de la senda,
murmurando sin cesar:
—Cuando cuente yo esto a alguien,
cuando cuente yo esto a alguien...
Kleopatra se recuperé lentamente de
su conmocion. Una mirada dentro de la rega-
dera le dijo que el ratén se habia marchado.
Entonces diviso la cereza, se acerco a ella olis-
queandola desconfiada y la palpd precavida-
mente con la pata. Pero la cereza no se mo-
vid, y Kleopatra llegé a la conclusidn de que
lo mejor era abandonar aquel lugar de la de-
rrota. Algo confusa todavia, entré en la cocina
donde, precisamente, estaba sentada junto al
hogar Tia Rosa leyendo el periddico.
—jMiauuu! —se quejé Kleopatra se-
nalando con la pata el chichén en su cabeza.
—Si, Kleo, minino mio, {qué es lo que
pasa? —exclam6 Tia Rosa al observar el pelo
aun levemente erizado de su favorito—. ¢Te
ha querido morder un perro malo, gatita mia?
;Ven aqui conmigo, comiloncita mia, te voy
a dar una buena papillita!
Y la cereza de agosto estaba fuera en
el patio, y el sol brillaba, y, ademas, hacia un
hermoso dia.
Elvira, la gallina, acababa de poner
un huevo en el establo, habia cumplido con su
30

Tipe = Fx NX
Bly dt? Ce Fa > © > Ss
Ki, ea in
YG 1/4, | a 1 x
Lb)iy) i ; ° —_

deber diario, y salia ahora, cloqueando satis-


fecha, a la luz del sol. Fue hacia las otras ga-
llinas del estercolero y empez6 a escarbar y
picotear cosas diminutas que, al parecer, sdlo
a las gallinas les resultan sabrosas.
Paz en el gallinero. Paz... y una pizca
de aburrimiento. Todas escarbaban, picotea-
ban, decian «jcoc!» de cuando en cuando y la
vida era redonda y sin problemas y agrada-
ble..., jhasta que Elvira divis6 la cereza!
La gallina, durante su vuelta escarban-
do sin rumbo fijo, habia subido a la cima del
monton de estiércol y, sin una determinada in-
tenciOn, habia mirado una vez por el patio.
Las gallinas no tienen muy buena vista, y la
cereza estaba con seguridad a veinte metros de
distancia. Pero, sabe Dios cémo, Elvira la ha-
bia visto. {Sera quizds que las gallinas des-
pués de poner los huevos tienen durante un
31

corto rato una vista especialmente aguda? Na-


die lo sabe.
En cualquier caso, Elvira bajé del
monton de estiércol y fue inmediatamente ha-
cia la cereza. ;Y al hacerlo cayé en la cuenta!
Las demas gallinas sabian que cuando una de
ellas se dirigia a algo con tanta resoluci6n,
jese algo era entonces un apetitoso bocado
completamente fuera de lo corriente! Y la si-
guieron. Al principio mas despacio, pero lue-
go yendo cada vez mas de prisa. Cinco ga-
llinas siguieron a Elvira, otras cinco se las
unieron cacareando sorprendidas y las restan-
tes levantaron bruscamente sus cabezas para,
igualmente, salir poco después desfilando.
Elvira oy6 tras de si el cada vez mas
fuerte cacareo y empezo a correr. Ahora tam-
bién echaron a correr las otras gallinas. Elvira
llegé a la cereza, la cogid como un rayo con el
pico, cambid de rumbo y corrid y corrid. Dos
gallinas de color marrdén le pisaban los talo-

Tape T's

eh
!
Wctlafe rn mi
AM
\\
i i Zee
2 RES
$2

nes. Elvira hizo una amplia curva, pero com-


probé que con esta maniobra volvia nueva-
mente al montdén de estiércol; cambid de
nuevo el rumbo y... la cereza se le resbal6 del
pico. Una de las gallinas marrones la atrapo
con la rapidez del pensamiento y quiso esca-
par en la otra direccidn. Pero la segunda ga-
llina marrdén se interpuso en el camino y de
un picotazo le quité la cereza del pico. Entre-
tanto, las otras perseguidoras habian recupe-
rado el terreno perdido..., veintitrés gallinas
se pusieron en poco tiempo a pelear encarni-
zadamente por la cereza. Cacareos, griterio,
picotazos, nubes de polvo, plumas revolo-
teando.
La cereza cambiaba constantemente
de duena.
El gallo, que acababa de comprobar
los ponederos del gallinero, se apresuré al ex-
terior alarmado por el griterio. {Qué pasaba
alli? Subid al mont6n de estiércol como siem-
pre que se veia obligado a un acto de autori-
dad y desde alli canto:
—jQuiquiriquifif!
Pero las gallinas que peleaban no hi-
cieron caso a su llamada. Otra vez:
—jjjQuiquiriquifii!!!
El gallo casi se mareé de lo fuerte que
habia gritado.
Entonces se separ6 una gallina del tu-
multo y corri6 hacia el gran granero. Era EI-
vira. Tenia otra vez la cereza. De alguna ma-
nera habia conseguido en el fragor del com-
a }
( v d Oe
ie eam ani

Sie. eee
Te itpethe
a IE Me 09 fn ;
C7 ONG eg, BASS ea qe
REE Te
Se Oe os
A

Bir |
4 ft |
Es

Elvira

bate hacerse con la cereza sin que se dieran


cuenta las otras gallinas, y ahora buscaba un
sitio donde nadie pudiera observarla.
Se quedo de pie muy cerca de la pared
del granero y miré a su alrededor. No la habia
seguido ninguna de las otras gallinas. jAl fin
sola con el preciado tesoro!
jDe pronto oy6é Elvira de nuevo la Ila-
mada del gallo! jEsta vez llamaba de forma
completamente distinta! No iracundo y enoja-
do, sino advirtiendo de un peligro y con
miedo en la voz. Elvira conocia esa llamada.
Significaba peligro extremo. jTenia que haber
cerca un gran enemigo de las gallinas!
«{Zorro?, £marta?, ¢turdn?», le pasd
a Elvira por la cabeza. Mir6 asustada a todas
partes. jNada!
34

jAzor! La-gallina levantd la cabeza.


Alla arriba estaba suspendido. Exactamente
encima de la granja. ;)Y ya se disponia a volar
en picado!
Elvira dejo caer la cereza y se disperso
rapidamente gritando. Todas las gallinas se
habian sumergido ya en el gallinero. Elvira
entrdé corriendo, medio volando, por la puerta
abierta. jSalvada! La cereza estaba olvidada.
El azor la tenia ahora.
En su vuelo en picado se habia ava-
lanzado hacia Elvira; sin embargo, a mitad
del vuelo se habia dado cuenta de que se le
iba a escapar la gallina. Por eso, habia frena-
do su velocidad e iba a dar ya de nuevo la
vuelta cuando vio la cereza.
«Mejor una cereza que absolutamente
nada», penso el azor, bajé volando al patio y
cogid la cereza de agosto en su pico.
35

En ese momento salié corriendo de la


vivienda el granjero. Tia Rosa le habia sacado
del sétano cuando las gallinas estaban pelean-
dose atin por la cereza.
—jVen rapido, Gregor! —habia grita-
do—. jCreo que entre las gallinas hay un ani-
mal salvaje! jEstan volando las plumas!
Y en el momento en que el granjero
se precipitd al patio con la escopeta de perdi-
gones en las manos vio realmente un «animal
salvaje» que amenazaba a sus gallinas. El azor
levant6 el vuelo, estaba ya sobre el tejado del
granero cuando estall6 el primer disparo. Los
perdigones le pasaron silbando muy cerca, al-
gunos atravesaron su ala derecha y le costdé
trabajo ganar altura. El segundo disparo roz6
nuevamente su ala derecha y perdid todo un
manojo de plumas remeras. Mientras el gran-
jero volvia a cargar, el azor subia cada vez
mas en el cielo tambaleandose y con coléricos
esfuerzos. Oy6 atin un tercer y un cuarto dis-
36

paro, pero ahora:estaba, por fin, fuera del


alcance del arma.
El azor tenia una rabia tremenda en
el vientre. «jMalditos seres humanos!», pensd
mientras dejaba atras el pueblo. «jEsperad,
ya me llevaré vuestras gallinas! | Y me acor-
daré especialmente de esta granja! jMuy es-
pecialmente! »
Entonces se dio cuenta de la cereza
que llevaba en el pico.
—jCosa ridicula! —grufo el azor es-
cupiendo la cereza—. jCompletamente imbé-
cil por mi parte perder tantas plumas por una
estupida cereza!
oy|

Mientras el azor seguia volando en di-


recciOn al bosque, la cereza roja catia hacia el
suelo.
Cayo en un campo de tréboles, y los
ratones de campo, que habian oido el sordo
choque, salieron curiosos de sus agujeros y
poco después habian encontrado la cereza.
—jUn milagro! —exclamaron—. jMi-
rad, ha caido una cereza en nuestro campo!
jUna cereza en agosto! {Una maravillosa cere-
za de agosto!
Dando palmas excitados estaban de
pie alrededor de la resplandeciente fruta roja,
la admiraban y deliberaban qué iban a hacer
con ella. Algunos querian comérsela alli mis-
mo en seguida, pero la mayoria estaban a fa-
vor de guardarla en un lugar tranquilo y pro-
tegido para que todos pudieran contemplarla.
Al fin y al cabo, no era una cereza corriente,
sino una, una..., bueno, pues, juna maravillo-
sa cereza de agosto!
El hamster Schurl tenia su vivienda no
lejos de aquella asamblea popular de ratones,
en el campo de maiz contiguo. Habia oido las
voces de los ratones a través de su largo tunel
de entrada y salid entonces arrastrandose a la
superficie.
—{,Qué es lo que tenéis ahi? —pre-
gunt6 el hamster con hipdcrita amabilidad
acercandose lentamente con un contoneo.
—Oh, Dios, ya esta éste otra vez
—murmuraron los ratones, pues sabian lo que
venia a continuacion.
—jRapido, esconded la cereza mara-
villosa! —susurraron algunos.
Pero ya era demasiado tarde. Schurl
habia visto ya la cereza.
—{Qué es lo que es eso? —volvid a
preguntar, esta vez mas alto y con ansia no
disimulada.
—jNada! —dijeron los ratones, se es-
trecharon mas y echaron hacia atras la cere-
za—. {No tenemos nada aqui! jDesaparece,
Schurl, la cereza nos pertenece, ha caido en
nuestro campo!
—jO sea que una cereza! —dijo rela-
miéndose el hamster Churl.
Sus ojos de botén brillaban de deseo.
Schurl reflexiond con la rapidez del
rayo: «Tengo que tener la cereza, y de prisa,
antes de que ellos la hagan desaparecer en un
39

agujero. jEllos son demasiados, sdlo sirve una


treta!»
Y a los ratones les dijo:
—jOs hago una propuesta! |Vosotros
me dais la cereza y recibiréis de mi a cambio
una pera sabrosa, grande y jugosa!
Los ratones deliberaron:
—Deémosle la cereza, si no, no nos va
a dejar en paz durante meses. jYa conocéis a
Schurl! Ese puede volverle a uno la vida en
un infierno si no recibe lo que quiere. Si,
iépero la cereza maravillosa?! Y qué, la paz
tendria que ser mas importante para nosotros,
y una jugosa pera tampoco es de despreciar.
jPor lo menos la podriamos repartir de forma
que cada uno de nosotros tuviera algo,
cosa que no podriamos hacer con la pequena
cereza!
Y asi, mas Oo menos contentos, estu-
vieron de acuerdo con el trueque. Schurl des-
apareci6 en su agujero y volvid poco después
con una pera de un aspecto realmente extra-
ordinario. Los ratones tomaron la pera a cam-
bio y el hamster agarro la cereza y se deslizé
riéndose maliciosamente al interior de su
vivienda.
— Por qué se reira tan asquerosamen-
te? —preguntd un ratdn presintiendo algo
malo.
—jVenga, morded la pera!
Seis ratones hicieron rapidamente un
agujero en la pera mordiéndola.
—jAqui lo tenemos! jEsta completa-
mente podrida por dentro! jSchurl nos la ha
vuelto ya a pegar! jSchurl, tu, miserable saco
de grasa; tu, baboso impostor! jNo vuelvas a
dejarte ver!
Y corrieron a su agujero de entrada y
arrojaron piedrecitas y trozos de tierra. Desde
muy profundo oyeron reirse al hamster.
En ese momento llego alli Osko.
—jHooolaaa! —exclam6—. jYa estoy
aqui otra veeeez! jMe ha pasado algo, la ma-
yor de las locuras, os lo digo yo!
—Osko, vaya aspecto que tienes.
Completamente lleno de polvo y de araniazos.
Osko no estaba ni siquiera un poco
cansado a pesar de que habia caminado du-
rante horas. Slo se moria de impaciencia por
informar de su aventura. Los ratones de cam-
po sintieron que Osko tenia que haber vivido
algo extraordinario y corrieron hacia él. Se
apretaron en circulo alrededor de él y Osko
41

comenzo un discurso acalorado agitando arri-


ba y abajo el rabo de la cereza como si fuera
una batuta.
—~Sabéis todos lo que es una cigtie-
fa?... Una cigiieha asi, un gigantesco paja-
ro asi, vino esta tarde a nuestro campo de tré-
boles. Yo iba en ese momento...
Mientras Osko lo contaba arriba, el
hamster Schurl estaba sentado abajo en su
vivienda en la tierra, entre sus provisiones de
comida, haciendo girar la cereza entre sus
patas.
—jExtraordinario! —murmuro exta-
siado—. jUna pieza extraordinaria! Casi da
pena comérsela... Este rojo, este brillo...,
jsencillamente maravillosa!
Su boca se llend de saliva, Schurl
cerr6 lentamente sus ojos, como para rezar, y
mordi6 la cereza de agosto.
El] hamster esperaba que el zumo sal-
picara a todas partes..., pero nada salpicd,
jabsolutamente nada! Y la cereza tampoco es-
taba blanda. Estaba maciza y dura y no sabia
absolutamente a nada. Se notaba simplemente
repugnante en su boca, de alguna manera res-
baladiza y grasienta...
Schurl contrajo el rostro y escupid y
escupio.
En el campo de tréboles, entretanto,
lleg6 Osko al final de su historia:
—... ;Y entonces disparé a la gorda
gata la cereza en la cabeza y me escapé por
la grieta de la valla! Bueno, ¢por qué nadie
[1 Sh a 1

C7 EMM iti
aa: S

dice nada? {Acaso no me creéis! jAqui! He


traido conmigo el rabo. jMirad, éste es el rabo
de la cereza!
Osko lo mantuvo en alto para que to-
dos los ratones pudieran verlo. En ese mo-
mento resono la voz trémula por la ira del
hamster procedente del campo de maiz:
—jInfame chusma de ratones! jAqui
tenéis otra vez vuestra cereza de agosto!
Y con estas palabras el hamster tird
la cereza en medio de los ratones. Rod6 exac-
tamente hasta delante de los pies de Osko.
—Pero..., si es ésta... —dijo Osko
af6nico.
43

Cuando Tia Rosa iba a ir a la iglesia


el domingo siguiente se dio cuenta de que fal-
taba una de las dos cerezas de cera de su nue-
vo sombrerito de verano. La segunda cereza
ya estaba también floja, y la Tia cogid rapida-
mente aguja e hilo y la cosid bien mientras
Kleopatra se tomaba su tercer desayuno...

S ON / eS
vyuy
<*
4 Fe
{/ | al on

* ta I
Ll ee
)
allt
Te
;
»
, cM | 1/4 { tl We |jip| -o. Ail q
)\/ “f Ce

i, AW ;
ty/
Naei ev
I f(iin
e
Zothy }
10) Wee A" NN, 2 - ce
Ain A ae
(bps G 2 ae]
GN ROGAN OUGN OGD ROLAND)

Carta de un escarabajo
del estiércol

«Querido caracol,
Esta manana encontré, cerca de mi ho-
gar, un tintero. He pensado mucho tiempo si
debia escribirte. Al encontrar después también
un trozo de papel de seda, cobré dnimos, bus-
qué una pluma de gallina apropiada y ahora
estoy aqui sentado, al pie de mi montén de
estiércol, escribiéndote esta carta.
Si, no quiero en absoluto ocultarlo o
encubrirlo: jvivo en un monton de estiércol
porque soy un escarabajo de estiércol! Y esto
fue también el motivo que durante tanto tiem-
po me hizo vacilar en dirigirte la palabra. Soy
un escarabajo del estiércol corriente, y eso
significa que soy feo y seguramente también
apesto un poco.
Cuando te vi por primera vez —eso
fue hace tres dias—, jpensé que se me ibaa
saltar el corazon! Te amé desde el primer se-
gundo, y la idea de que este amor quedaria
sin consumarse fue dolorosa. No, no me hago
falsas esperanzas. Sé que tu no vendrds nunca
46

a mi casa del estercolero. (Perdona, es tonto


por mi parte expresar siquiera esta refle-
NOT: i)
Te vi, escondido detrds de una hoja
de castano, cuando tt te deslizabas hacia la
valla que hay junto al corral de las liebres.
Como seguramente no volveremos a vernos
me atrevo a decirtelo: jeres el ser mas bello
que jamds he visto! Tu delgado cuerpo, tus
delicados tentdculos y tus tiernos ojos, tu in-
conmensurable concha de caracol... Dos dias
tuve la indescriptible suerte de observarte en
tu camino por la valla; luego desaparecias por
el otro lado.
Tienes por naturaleza todos los dones
y cualidades que a mi me han sido negados.
Eres de blandura y pureza divinas, mientras
47
que yo soy duro y apestoso. Tus movimientos
son una delicia tinica para los ojos, mientras
que yo me arrastro bastante torpe y toscamen-
te. Tu aspecto es noble e irradia alegria, y yo
soy tonto y melancolico.
Nadie me quiere, todos se apartan de
mi camino, y yo ni siquiera puedo reprochdr-
selo. Es que soy un escarabajo de estiércol.
iPero bajo mi negro y feo caparazon, en mi
corazon, es completamente diferente! Vive
alli un profundo anhelo de amor y belleza, y
cuando te vi supe que tu eras la mds pura
personificacion de todos mis anhelos y deseos.
jAmado caracol! Si alguna vez llegara
a ti esta carta, me haria indeciblemente feliz
recibir una respuesta tuya. jPara el resto de
mi vida seria el escarabajo mds feliz del
mundo!
Mis mas osadas esperanzas se cumpli-
rian, sin embargo, si pudiera volverte a ver.
Aunque fuera de lejos... Quizd tu camino
vuelva a hacerte pasar alguna vez por mi es-
tercolero. jEsperaré que llegue ese dia!

Tu admirador y amante
escarabajo del estiércol.»

Cuando la tinta se secd, el escarabajo


del estiércol hizo con la carta un diminuto
rollo y se arrastré hasta la cima del esterco-
lero. Alli se senté y esper6é a un insecto vola-
dor. No tuvo que esperar mucho. Un grueso y
48

gris tabano aterriz6 no lejos de él en un toma-


te podrido y empezo a chuparlo.
—Hola... —dijo timido el escarabajo
del estiércol.
La mosca se asust6 y echd a volar con
la rapidez del pensamiento. Desde una altura
de algunos metros vio entonces que sdlo ha-
bia sido un escarabajo del estiércol quien le
habia hablado y regreso.
—{ Qué rondas tt por aqui asustando
a gente pacifica durante la comida? —dijo en-
fadado el tabano.
—jMil perdones! —rogé el escarabajo
del estiércol—. No era mi intencidn. Sdlo
queria pedirte un pequeno favor, pero ahora
sera ya inutil... Adids.
—jAlto ahi! —exclam6 la mosca, que
sentia ahora curiosidad—. {Qué clase de fa-
vor? jNo seas timido, no te voy a morder!
—Sabes?, acabo de escribir una car-
ta... a un caracol, y ahora necesito a alguien
que se la lleve.
—O sea, que has escrito una carta
—dijo divertida la mosca—. ¢Y donde se en-
cuentra ese caracol?
—Eso es un pequeno problema —con-
testd el escarabajo—. Ayer trep6o por esa valla
de ahi y supongo que estara al otro lado en
algun sitio a la orilla del pantano. Muy lejos
no puede haber llegado. Para alguien que sabe
volar tan bien como tt seria una cosa facil...
—Cierto —dijo el tabano—, si que lo
es, y también voy a entregar la carta, pero sdlo
a =

La NG foe —S
Les AK
COG Gs yy , { yh eK KV \ Less = ew SS

SS HEX “lf, yl eS —~*<—


j by Be OWGEO / Yj = = SONS
“i YAZpeda ;
Nu | / del
[ mlx Sep
es , We
\ys \
yl
\ Lf NC
larped \
ag ae~ \ ee
Sale
j he fi Mf 1 gn ag :| a. M\ :
ie/ ale
/
‘Aad
( ¢
INN
(pM ( (
iss.
ANY No
“Ue© é
4 faa i \ | aS Ve \\\ yu a \\s
; yl ’ \ 1 uy : aX \

pes i) dae “Wh =

si recibo algo a cambio. jDe balde es la muer-


te, querido, y ella cuesta la vida!
—Pero si yo no poseo nada —dijo el
escarabajo del estiércol—. Yo no sé qué po-
dria darte a cambio...
—NMiel —dijo la mosca—. {No tienes
miel? {O terrones de azucar o chocolate?
—Nunca he tenido —contest6 el esca-
rabajo del estiércol—. Lo siento terrible-
mente.
—Humm... —reflexiond la mosca—.
Eres un pobre diablo —dijo entonces—. En-
séfiame tu carta..., lo que has escrito..., si es
importante quiza lo haga gratis.
El escarabajo del estiércol desenrolld
apresuradamente la carta y la mosca empezo
50

a leer. Después del primer parrafo se rid, pero


conforme iba leyendo se fue quedando mas
callada y seria.
Cuando termin6 de leer miré al esca-
rabajo de una manera extrana y dijo:
—Tienes razon, es una carta impor-
tante. Haz el favor de volver a enrollarla, yo
saldré volando en seguida y buscaré a tu ca-
racol.
—jGracias! —exclam6o feliz el escara-
bajo del estiércol—. jEres la mosca mas sim-
patica del mundo!
—Bueno, bueno —dijo la mosca—.
Trae aqui.
Agarro el fino rollito de papel con sus
patas y se elevo.
—jTienes que comunicarme luego lo
que ha dicho el caracol! —le grit6 el escara-
bajo del estiércol.
—Si, si... —contest6 la mosca; des-
pués desaparecié a la luz del sol.
El tabano vold por encima de la valla
51

de madera, fue luego mas bajo y rebuscé en el


suelo con sus agudos ojos. Sobrevolé de un
lado a otro la orilla del pantano, pero no se
veia ningtin caracol por ninguna parte. Enton-
ces se acord6 la mosca de que los caracoles
no soportan la luz directa del sol, y se dirigid
a los arbustos de verduras y los matorrales
que habia a lo largo de la valla. La mosca se
poso en casi todas las plantas y se arrastr6 ha-
cia el suelo a la sombra a través de la confu-
sion de hojas. Sdlo aqui abajo podria encon-
trar al caracol, si es que lo encontraba.
El dia se estaba acabando, y el tabano
estaba ya muy, muy cansado, cuando descu-
brid por fin al caracol. Estaba debajo de un
arbusto de anchas hojas, metido en su casa.
El] tabano Ilam6 a la concha de caracol
y gritd:
—jSal, caracol! jTengo una carta
para ti!
La concha de caracol empez6 a mo-
verse, y lentisimamente fue apareciendo el ca-
racol. Sus ojos saltones crecieron de la cabeza
y buscaron a quien turbaba la paz.
—¢Qué pasa? —pregunto al ver a la
mosca—. éHas dicho algo de una carta? He
oido yo bien?
—jOh, si! —dijo la mosca sonrien-
do—. Es una carta completamente especial.
iAqui, lee!
Desenrollé el papel de seda y se lo ten-
did al caracol. Este empezé a leer.
De repente el caracol grité indignado:
A y,9
IWS)
(A
=) fas Se Oe /
{;

—jPero si la carta es de un escarabajo


del estiércol!
La mosca se sobresalté de lo fuerte
que habia gritado el caracol.
—jFuera con eso! —siguié gritando
el caracol—. jEso no lo leo yo! jQue se vayan
al diablo las cartas de escarabajos apestosos!
éTU qué te has creido para ponerme ante las
narices una cosa asi?
—Pero sigue leyendo —dijo la mos-
ca—. Es una carta de amor y esta escrita muy
conmovedoramente...
—j¢iUna carta de amor?! —jadeé el
caracol—. {Tengo que leer una carta de amor
de un asqueroso escarabajo del estiércol?
é4Yo, un noble caracol? jAléjate de mi con
esas inmundicias! {Qué es lo que te crees que
soy yo?
—Eso te lo puedo decir —contesté
D5

con mucha calma la mosca—. jUna repugnan-


te babosa es lo que eres! Puf, me estoy po-
niendo mal. jEscéndete en tu concha antes de
que empiece a faltar al respeto! El te ama, el
pobre escarabajo te ama, si es que eso te dice
algo. Pero creo que aqui esta de mas seguir
hablando. Adids..., o mejor: te deseo que te
coma a picotazos el prdximo pajaro. Eso es lo
que tu eres en realidad: jalimento para paja-
ros, ni mas ni menos!
La mosca cogio el rollito de la carta y
echo a volar.
—jQué frescura! —le escupi6 el ca-
racol.
El tabano vol6 hacia la orilla del pan-
tano y se poso en una piedra. Su ira se habia
disipado rapidamente y habia dejado sitio a
una sensaciOn de amargura.
«Ay, escarabajo, qué pena me das»,
pens6. «No puedes hacer nada en contra por
vivir en el estiércol... Pero, en el fondo, qué
poco importa eso... ¢Y la carta? Esa ya no
me hara falta.»
La mosca dej6 caer el rollito de papel
y sali6 volando.
Regres6 al monton de estiércol donde
el escarabajo le estaba esperando ya ansioso.
—Le has encontrado? {Qué ha di-
cho? —le asedid el escarabajo del estiércol.
—NMDala suerte —dijo el tabano—, he
rebuscado todo por alli, he mirado debajo
de cada hoja, pero no he encontrado a tu
caracol.
54

El escarabajo del estiércol encogi6 tris-


te sus antenas.
—Esta bien —dijo después de un
rato—, de todas formas te doy las gracias por
tus esfuerzos...
—He dejado tu carta a la orilla del
pantano —dijo la mosca—. Es bastante poco
probable, pero quiza pase por alli el caracol
y la encuentre.
—Gracias —dijo el escarabajo del es-
tiércol—. Eso ha sido muy amable por tu
parte.
—jAdi6os, escarabajo!
—jAdids, mosca!
Cuando el sol se ponia lentamente, sa-
lieron los sapos de sus escondrijos en los jun-
cos y empezaron a cantar.
Uno de ellos nado hacia la orilla y en-
contré la carta del escarabajo del estiércol.
Desenroll6é el papel y ley6. Cuando la habia
terminado de leer, dejé caer la carta pensa-
tivo.
«{Caracol?», pensd el sapo. «Yo aqui
sdlo conozco un caracol, y ése es la presumida
de Elsa. Si ha leido la carta ahora habra un
escarabajo infeliz, alli arriba en el esterco-
lero...»
El sapo sabia lo que era ser rehuido
por todos, pues él mismo era feo. Con deci-
sidn, atraveso la hierba a saltos en direccion
a la valla, se colocdé en un monticulo de tierra
y empezo a cantar en voz alta.
Al otro lado de la valla estaba acurru-
cado el escarabajo del estiércol en la cima del
mont6n de estiércol mirando sumido en sue-
fios el cielo nocturno. Oyé6 el bello canto del
56

sapo y, por un momento, crey6 que cantaba


solo para él. Escuché y escucho hasta que len-
tamente se le cerraron los ojos. La noche se
extendia sobre el pantano y el estercolero, y
el escarabajo sond con su amado caracol.
GNOME
NOP NM ROIPA ROLE AD),

La liebre de los deseos

Habia una vez dos liebres que eran


auténticas liebres miedosas.
Tenian miedo de todo. Eso empezaba
ya por la manana cuando se despertaban.
—jOjala no llueva hoy!
Eso era lo primero que se decian una
a otra, incluso antes que «Buenos dias», pues
tenian miedo del rayo y del trueno y del agua.
Si el cielo, por el contrario, estaba claro y azul
y la lluvia no era realmente de esperar, enton-
ces decian:
—jOjala no haga hoy demasiado ca-
lor! —pues entonces temian poder tener mu-
cha sed y tener que ir dando brincos al es-
tanque, donde el zorro las podia atrapar
facilmente.
jAsi eran estas liebres miedosas!
Y realmente no tenian ningtn motivo
para tener miedo. Vivian en un enorme, abun-
dante y verde campo de tréboles, tenian co-
mida suficiente y ademas en ese lugar rara-
mente habia tormentas, el sol tampoco era
nunca demasiado caluroso, sino exactamente
lo suficientemente calido y claro, y el zorro
aun no se habia dejado ver ni una sola vez.
Pero hay que ver como es la vida:
jcuando se tiene miedo constantemente se ve
uno también perseguido por la desgracia! Y la
desgracia aparecio un dia en la figura de un
lince salvaje que se deslizaba por el campo de
tréboles olisqueando.
—jHuelo, huelo liebres! —se dijo a si
mismo el lince, y habia olido acertadamente.
pues las dos liebres miedosas estaban no lejos
de él en los tréboles pensando en ese momen-
to de qué podian tener miedo hoy.
Pero tuvieron suerte en la desgracia,
pues advirtieron al lince que se deslizaba atin
justamente a tiempo para poder poner pies en
polvorosa. Corrieron y corrieron, y el lince
saltaba tras de ellas relamiéndose, porque se
le hacia la boca agua de hambre. jEra real-
29

mente un animal extraordinariamente salvaje


este lince!
Pero que las liebres pueden correr
muy, muy de prisa lo saben todos los nifos,
y las dos liebres miedosas corrieron atin mas
que de prisa, pues tenian un miedo terrible,
y al que tiene un miedo terrible casi nadie le
coge.
Pero el lince tampoco era lento preci-
samente, y ademas de eso era realmente un
lince horriblemente salvaje, y el que realmen-
te es horriblemente salvaje puede igualmente
correr mas que de prisa. |
Asi era.
Pero una cosa no sabia el lince: jhacer
quiebros! Y eso si que lo sabian hacer las lie-
bres. Hacian quiebros a la izquierda, a la de-
recha, de forma que sdlo habia polvo y el
lince se quedaba siempre lejos.
Entonces llegaron las liebres a un gran
bosque. Entraron corriendo en aquel bosque
y se internaron mas y mas y mas... Corrieron
60

durante horas, no-se detuvieron ni una sola


vez, ni se volvieron a mirar una sola vez.
El] lince se habia quedado muy atras
de ellas. Pero habia cogido la pista de las lie-
bres..., precisamente con su fina nariz, y en
su nariz podia confiar. Las liebres podian co-
rrer todavia otro tanto..., habiendo cogido él
la pista las encontraria aun cuando corrieran
ellas hasta el fin del mundo.
Cuando el lince olisqueaba asi por el
bosque se encontr6 al zorro.
—jBuenos dias, compadre lince! —le
saludo el zorro—. {Qué haces ti aqui? ¢ Per-
sigues acaso a una sabrosa presa?
—jQuia! {Por qué piensas eso? —re-
puso el lince, que no queria que el zorro fuera
con él, pues en ese caso tendria que repartir la
presa, y eso no queria. Eso no lo queria él de
ninguna manera, y por eso mintid lo mejor
que pudo:

bet MD
Lbs
61

—S6lo iba olisqueando por ahi —dijo


el lince—. La tierra huele hoy tan bien...
Al lince nunca se le habia dado bien
mentir; para ello era demasiado salvaje, y el
zorro sabia que el lince mentia mal, pero hizo
como si le creyera, pues sabia lo pronto que el
salvaje lince podia ponerse salvaje, y se des-
pidid y siguid su camino.
El astuto zorro no se alej6 mucho. Es-
trictamente lo necesario para que no le pudie-
ra ver el lince. Oculto detras de los Arboles le
siguid, pues sabia bien que el lince perseguia
una rica presa.
Las liebres, entre tanto, seguian co-
rriendo atin a través del bosque. No se can-
saban tan pronto... jQue sigan corriendo!
Nosotros miraremos rapidamente al otro lado
del bosque, alli adonde iran a parar pronto las
dos liebres miedosas.
Habia allf una hermosa tierra. Cierto
es que pantanosa, con muchos estanques y
charcas, con juncos y mimbreras, pero mara-
villosamente tranquila y apacible. Alli vivia
una liebre sola que era completamente distin-
ta a las dos liebres miedosas. Nunca habia
tenido miedo. Si sabia que existia algo como
el miedo, pero no desperdiciaba ningtin pen-
samiento en cosas que causaran espanto, y,
por ello, tampoco existian para ella.
Aquella liebre era una liebre de los
deseos. Todo lo que ella deseaba se cumplia.
{Dices tti que una cosa asi no existe? Si que
existe. Y es que la liebre de los deseos sdlo
62

deseaba aquellas ‘cosas que ya tenia, y te-


nia tanto como nada. Tampoco deseaba mas
que tanto como nada, y por eso se le cumplian
todos los deseos.
Cuando, por ejemplo, la liebre de los
deseos se despertaba por las mafanas y el dia
estaba oscuro y nublado, murmuraba para sus
adentros.
—jQué hermosas son esas pesadas y
oscuras nubes! Parece que llevaran una pesa-
da carga y quisieran tumbarse en la tierra
para descansar.
Si a la liebre de los deseos le sorpren-
dia la lluvia, entonces se decia:
—jComo caen ininterrumpidamente
las gotas de iluvia en mi espalda, y qué htme-
da es el agua, completamente diferente al seco
sol! Esto también es hermoso. jHa sido bueno
vivir esto!
Una vez la liebre de los deseos Ileg6 en
uno de sus paseos hasta un Arbol hueco. Al
ver el Arbol supo que se le habia vuelto a cum-
plir un deseo: precisamente el de tener una
casa, y el arbol hueco estaba hecho como para
vivir en su interior.
Hasta este animal llegaron las dos lie-
bres miedosas una vez que hubieron atravesa-
do el bosque. Estaban realmente agotadas
cuando llegaron a la casa-arbol de la liebre de
los deseos. Habian corrido cuatro horas ente-
ras y seguian atin teniendo metido en el cuer-
po el miedo al lince.
La liebre de los deseos estaba sentada
delante de su Arbol hueco y las saludé muy
cordialmente.
—jBienvenidas! —exclamé6—. jMe
alegro de que alguien me visite!
—jNos persigue un salvaje lince!
—exclamaron las dos liebres miedosas—. Nos
va pisando los talones. jEscéndenos, liebre ex-
tranjera, si no nos comera!
—Pero, pero —dijo la liebre de los
deseos—, tan malo no sera. Venid a mi casa-
arbol y fortaleceos con zanahorias, parecéis
terriblemente cansadas.
Las liebres miedosas se introdujeron
en seguida en el arbol hueco, se acurruca-
ron en el ultimo rinc6n y se quedaron sin abrir
la boca.
Entretanto, el salvaje lince habia apa-
recido fuera del bosque y, olisqueando, seguia
64

el rastro de las liebres que le conducia direc-


tamente al arbol. También el zorro aparecio
inmediatamente detras de él. Ahora ya no se
ocultaba, pues intuia que el lince habia encon-
trado su presa.
<Y qué hacia la liebre de los deseos?
Estaba sentada imperturbable delante
de su casa-arbol mirando con gran interés
cémo se acercaba deslizandose el lince.
El lince habia visto igualmente a la
liebre de los deseos y habia esperado que la
liebre saltara y se fuera corriendo de alli.
jPero aquella liebre no salia corriendo! Se
quedaba sentada a pesar de que ya le habia
visto. Esto sorprendid tanto al lince que se
quedo parado de repente mirando aténito a la
liebre de los deseos.
El zorro también habia visto a la lie-
bre y estaba igual de sorprendido.
—TU, lince —dijo—, mira aquella lie-
bre, no sale corriendo. jAqui hay algo que no
encaja!
—Siii... —dijo pensativo el lince—.
Nunca me habia sucedido una cosa asi. Muy
extrano...
—jBuenos dias, lince; un saludo, zo-
rro!_ —exclamo la liebre de los deseos—.
jPero acercaos mas para que pueda veros me-
jor a los dos!
—jQuédate aqui! —le susurré al oido
el zorro al lince—. jNos quiere dar gato por
liebre! ~Ves el Arbol hueco que hay detrds
de ella? {Me jugaria ahora mismo el pellejo
(EEE Oe

( =

CO Mie , ve
WEF iM es
5 | ae peace
Wi {\ 2
yj wi i {5 F
OU M7
U Lee ee

ME ENG oS
fry S SNS \
/ ff, a Wes ys
2 Ry Oo NS
\‘f EAS 4 fi Uf, “it ae

hy SS agHME Ns
aa eG Pas A 1, «MW

Rese
ST
ot \ Wi ;
bey yi
Ane hs and veGal M4ly, Wont
?

YE fn VEL
Vbe1
/,
Ee
LEN

=
S oa _ Yi i) Ve
gm sfA, == SS

SO YEWAYALE
Ba EAE.
SX ALD SBME YU, GF CZAR, Za
es

Cae 5. == Bee,
Lie ss OE LZ, a
LIE Be Ee Ow
ie :

a que alli dentro nos acecha algo terrible!


—Tienes razon —contest6 el lince—.
La liebre no tiene ningtin miedo. jEsto me
apesta condenadamente a una trampa!
—({,Qué pasa, venis 0 qué? —volvio
a exclamar la liebre de los deseos.
—jNo, gracias! —contestd6 el lince—.
Desgraciadamente no tenemos tiempo. Sdlo
estamos de paso. Buscamos a dos liebres, qui-
za tt las hayas visto pasar.
—jOh, si! —exclamé6 la liebre de los
66

deseos—. Estan aqui en mi casa-arbol. jPero


acercaos, Os entiendo tan mal...!
— Has oido eso? —susurr6 agitado
el zorro—. jEsa es la prueba! Si realmente es-
tuvieran alli dentro las dos liebres, ella nunca
lo admitiria. Vamos, hagamos como que se-
guimos. jAqui no estamos seguros!
—Si —dijo el lince, que de repente
habia perdido toda su ferocidad—, vamonos.
Y se dieron media vuelta y volvieron
corriendo al bosque.
—Bueno, zorro, una cosa si que tengo
que decir —dijo el lince cuando estuvieron lo
suficientemente lejos—, ciertamente eres un
mentiroso y un embustero y un tipo miserable,
jpero eres el animal mas astuto que me he en-
contrado nunca!
—Gracias —dijo el zorro halagado.
67

Y se dieron las patas y se separaron,


cada uno en una direccion.
Las dos liebres miedosas, sin embargo,
se quedaron en la casa de la liebre de los de-
seos, en aquella hermosa tierra que, aunque
pantanosa, era tranquila y apacible, y cuando
paso el verano se habian convertido igualmen-
te en liebres de los deseos.
GPO NRG NOP N RARDIN AD.

Las cinco carcomas

En un madero del entramado de un


tejado vivian una vez cinco carcomas. Su vida
consistia en carcomer, carcomer y otra vez
carcomer. El] tiempo que no carcomian, dor-
mian, y eso era todo.
Ya los padres de las cinco carcomas
habian desempenado su labor de carcoma en
aquel madero, e igualmente sus abuelos y bis-
abuelos. También los padres de sus bisabuelos
y sus abuelos habian carcomido ya en aquel
madero. En resumidas cuentas: todos los an-
tecesores de las cinco carcomas no habian he-
cho otra cosa que hacer agujeros en aquel ma-
dero y se habian podido alimentar bastante
bien con él.
Puede uno imaginarse, sin embargo,
que la vida de estas carcomas no era dema-
siado emocionante. Tampoco en el sentido
culinario habia mucha novedad..., en defini-
tiva, el madero que carcomian era siempre el
mismo. Bueno, aqui y alla tropezaba alguna
70

de las carcomas con una vena de resina rese-


ca, y entonces por breve tiempo habia una
variaciOn en el menu. Pero una cosa asi suce-
dia raras veces.
Un dia, estando juntas las cinco car-
comas durante un descanso, conversaron so-
bre qué aspecto tendria el mundo fuera del
madero.
—jYo sé incluso el camino que con-
duce fuera de este madero! —dijo la mayor
de las cinco carcomas—. Una hormiga que
me encontré una vez en uno de mis recorri-
dos me lo describi6 con exactitud.
—Bah, {qué dices? —dijo otra carco-
ma—. Segun mi opinion, no existe ningun
otro mundo a excepcion de éste. Todo eso no
son mas que fantasias. El mundo esta hecho

uitih‘he
vi es
W Kaa)
: ingCG fi 7

Oi! liyy, os
°
v1

sOlo de madera, esa es la realidad de la vida,


querida, jte guste o no!
Otra carcoma dijo:
—Bueno, posiblemente si que haya
algo mas que la madera, por eso no voy a dis-
cutir. Pero yo os digo: jno penséis mas en
ello! Puede resultar muy peligroso. ¢Quién
sabe realmente qué hay fuera de la madera?
Eso no puede saberlo ningtin gusano.
La cuarta carcoma dijo:
—A mi eso no me interesa para nada.
Pudiendo saciarme todos los dias, pues va
todo de maravilla. {O no?
La quinta carcoma habia escuchado
con gran interés. Ya habia pensado a menudo
en qué habria fuera del madero.
—¢Quién sabe? —dijo ahora—. Qui-
za haya ademas otras clases de madera. {No
podria ser posible? Quiz4 comemos la madera
de menor calidad que hay y no lo sabemos.
Posiblemente haya muy cerca madera dulce o
qué sé yo qué.
Pero las otras carcomas sdlo se rieron
de" ella:
—jQué loca! —dijeron, y la carcoma
mas vieja dijo irdnica:
—jSi tan curiosa eres, sal a mirar el
otro mundo! El camino de salida es sencillisi-
mo: sdlo tienes que carcomer siempre en di-
recciOn sur. Eso me dijo la hormiga. j;
Venga,
nadie te retiene!
Y las otras carcomas volvieron a
reirse.
de

La quinta carcoma, sin embargo, dijo:


—jNo tenéis por qué reiros! j|Me voy
a arriesgar! jPor mi parte, vosotras podéis en-
moheceros aqui!
Y desde ese momento ya solo carco-
mio en direcciOn sur.
Ponia mucho empefo en el trabajo, y
en su fantasia se imaginaba maravilloso el
nuevo mundo. Estaba convencida de que al
final de su camino le esperaria un auténtico
paraiso para carcomas.
Lo que, sin embargo, no sabia la car-
coma era que la carcoma mas vieja la habia
enviado por pura maldad en la direccidn fal-
sa. La hormiga, en efecto, habia dicho «oes-
te» en lugar de «sur», y asf carcomia en direc-
ciOn equivocada, siempre a lo largo del
madero.

Mt

Nunca salié del madero.


Después de seis anos de trabajo ininte-
rrumpido sinti6 la carcoma que se habia vuel-
to muy débil y pronto moriria.
«Ahora me voy a morir y no lo he con-
seguido», pensd.
Antes de cerrar para siempre los ojos
dijo aun:
—jPero por lo menos lo he intentado!
Y al decir esto parecia muy satisfecha.
GN WW
OUG AN ROWGN ROGAN ROULGA RS),

El raton de iglesia

Dieciséis ratones vivian una vez en


una pequena y vieja iglesia. Tras el revesti-
miento de madera del altar lateral tenian sus
miseros nidos. Los nidos estaban construidos
con papel menudamente roido —el papel pro-
cedia de un libro de oraciones que se habian
olvidado en la iglesia—. Los ratones lo ha-
bian arrastrado detrdas del altar, habian arran-
cado las paginas y las habian repartido entre
ellos. Pero a pesar de lo bellamente construi-
dos que estaban sus nidos, los ratones de igle-
sia siempre tenian frio. Ya podia abrasar
fuera el sol que el interior de la iglesia per-
manecia frio. Los gruesos y viejos muros de
piedra no dejaban entrar nada de calor. Y en
invierno apenas se podia soportar, pues en la
iglesia no habia calefaccién.
A pesar de todo esto los ratones per-
manecian en la iglesia. Ella era su casa, aqui
habian venido al mundo y crecido, y no po-
dian ni siquiera imaginarse vivir en otra par-
76

te. Amaban el aroma del incienso y de las


velas, les gustaba oir el sonido del organo y
el potente repicar de las campanas les daba
una sensacién de seguridad. Era su iglesia, y
ellos eran auténticos ratones de iglesia y nin-
guna otra cosa.
Sdélo Matthias, un joven ratoncillo,
queria marcharse. En septiembre le habian
llevado los otros ratones por primera vez a la
recolecta anual de nueces. Habian saltado por
la ventana de la sacristia al jardin de la pa-
rroquia, donde habia un gran nogal, y durante
una semana habian reunido nueces y las ha-
bian llevado a la iglesia.
A Matthias le habia gustado mucho
mas el jardin que la fria iglesia. El sol otonal
habia sido suave y calido, y al final de la re-
colecta el ratoncillo se hubiera querido que-
dar en el jardin. Los ratones mayores, sin
embargo, no se lo habian permitido.
—jiQué es lo que te has creido?!
—dijeron—. jPero si aqui fuera no puede so-
brevivir ningtin raton! Aqui hay gatos y otros
animales peligrosos. jLlegan por la noche y te
comen en un abrir y cerrar de ojos! Y en in-
vierno hace al aire libre atin mas frio que en
la iglesia. jNo, no, sacate eso de la cabeza,
Matzi!
Matthias habia admitido finalmente
que los otros ratones posiblemente tenian ra-
zon. Pero desde que habia estado en el jardin
ya no le gustaba estar en la iglesia. Matzi
tenia nostalgia. Sonaba casi todas las noches
lee

O OF

con lugares fabulosos donde habia otra comi-


da que las eternas nueces, donde habia clari-
dad y calor y donde no habia enemigos. Sofa-
ba tan claramente con estos lugares que estaba
seguro de que existian en alguna parte. Sdlo
que, £ddnde? Esa era la cuestidn, y, ¢cOmo
llegaria él] alli?
Un dia —era a principios de noviem-
bre— abandono Matthias su nido detras del
altar lateral y fue a la pila del agua bendita
que estaba junto a la puerta de entrada para
apagar su sed.
Al borde de la pila estaba sentado Jo-
78

hannes, otro ratoncillo, balanceando las


piernas.
—Vaya frio que hace hoy, deh, Mat-
zi? —le salud6.
Matthias trepd hasta él y bebio agua
bendita.
—Llega el invierno —repuso—. Lo
siento en cada pelo de mi pellejo.
—Si —dijo Johannes—. No tengo
mas remedio que mejorar mi nido en los pro-
ximos dias. Anoche me fastidi6 tanto la co-
rriente de aire que aun me duelen los rifones.
4 Vamos a la luz eterna y nos calentamos un
poco?
—Buena idea —dijo Matthias.
Los dos ratoncillos bajaron al suelo y
se dirigieron a través de la nave central hacia
el altar mayor. Por la tarde la iglesia estaba
como muerta. Los ratones lo sabian y, por
consiguiente, se movian despreocupados. Ti-
midos rayos de sol caian a través de las vi-
drieras y dibujaban garabatos de colores en el
suelo.
La luz eterna estaba colocada junto a
la puerta de la sacristia. Habia debajo una
pequefa mesa encima de la cual pudieron los
ratones trepar facilmente hasta la luz. Se apo-
yaron en el cilindro de cristal rojo oscuro y
disfrutaron del dulce calor que desprendia. En
el interior del cilindro habia una gruesa vela.
La luz eterna era la tinica fuente de calor de
la iglesia.
—jAhhh —suspiré Johannes—, qué
Ss

bien sienta! jLos seres humanos son unos ti-


pos estupendos! Hay que ver lo que inventan.
Una vez oi que han instalado en sus casas lu-
ces mucho mayores atin. Estufas creo que se
llaman. jSon tan calientes que se quema uno
cuando se apoya contra ellas!
Matthias se qued6 como electrizado
cuando oy6 esto.
—(Mucho mas grandes atin que és-
ta? —dijo incrédulo—. ¢Cémo lo sabes?
—E] viejo Moses lo cont6 hace mu-
cho. Ya hace mucho que murid Moses. Pero
en su juventud vivid una vez en una casa de
80

seres humanos. Décia que alli se esta tremen-


damente caliente pero que también es muy
peligroso.
Estuvieron callados durante un rato.
Después dijo Matthias:
—Dime, Johannes, has pensado tu
alguna vez en marcharte de aqui?
Johannes se rio.
—jA una casa de seres humanos, por
ejemplo? —dijo—. Si, claro que he pensado
en ello. Uno piensa mucho, particularmente
cuando hace frio. Pero todo eso no son mas
que suefios, Matzi. Créeme, esta iglesia es lo
mejor. Yo nunca me marcharia. Es, sencilla-
mente, demasiado peligroso. Nadie sabe real-
mente cdmo es alla afuera.
Matthias no respondi6 nada. Habia
hecho sus planes. La peligrosidad apenas le
asustaba. Como antes, queria marcharse y la
descripcion de las grandes luces, Ilamadas es-
tufas, sdlo le reafirm6 en sus planes.
El domingo siguiente, durante la misa,
comenzo a realizar su proyecto. Las ideas de
Matzi eran muy sencillas y logicas. Los seres
humanos vivian en casas calientes..., por tan-
to, él tenia que esconderse de alguna manera
en la ropa de un ser humano y hacerse Ilevar
por él a su caliente casa.
Cuando estaba terminando la misa,
Matthias salid a hurtadillas de detras del al-
tar, subid corriendo al altar mayor muy pega-
do al muro y se introdujo bajo la roja sotana
de un monaguillo. Se aferré en un doblez y
de Vie(RSS SS2S

—<—S
% a

esperd lo que pasaria entonces. Ninguno de


los seres humanos le habia visto, pues en ese
momento estaban todos concentrados en el
rezo con las cabezas inclinadas.
Finalmente termin6d la misa y el cura
abandoné la iglesia con los monaguillos. Mat-
thias estaba muy excitado. jAhora le llevarian
a la casa de un ser humano!
Pero el ratoncillo se equivocaba. No
habia tenido en cuenta algo importante. jLos
monaguillos y el cura se cambiaban de ropa
en la sacristia! Se quitaron las hermosas vesti-
duras, las colgaron en un armario y se mar-
charon. Gracias a Dios dejaron abierta una
rendija en la puerta del armario.
82

Cuando todo qued6 en silencio, Matzi


saliéd de la sotana del monaguillo y regres6
pensativo a la iglesia.
«Ha sido una torpeza», penso. «Hu-
biera debido saber que las tres personas de
delante del altar siempre se cambian después
de ropa. Pero los otros, los de los bancos de
abajo, con sus vestidos negros, jésos no se
cambian! »
El nuevo plan de Matthias estaba listo.
Lleno de impaciencia y expectativas esperd a
la misa siguiente. A los demas ratones no les
conto nada de su pequefia aventura. Si, con el
pensamiento él ya estaba muy lejos. Los rato-
nes ya no le importaban nada.
jEntonces habia vuelto a llegar el mo-
mento! La pequena iglesia se habia llenado de
seres humanos, el 6rgano habia empezado a
tocar y Matthias se habia alejado con disimulo
de los ratones de iglesia. Camindé despacio y
sin ruido a lo largo de las filas de bancos y es-
pero un momento favorable. Este lleg6 cuan-
do la gente se levanté repentinamente de los
asientos. Su atenciOn estaba dirigida al cura,
y Matzi se deslizé hasta la siguiente fila de
bancos. Alli, de pie, estaba la senora Hofer, y
su bolso colgaba abierto de un gancho que
habia en el respaldo del banco.
Con la rapidez del rayo el ratoncillo
trepO hasta arriba y desaparecidé en el bolso.
Se acurruc6é abajo del todo, eché a un
lado un rosario y’se escondié debajo de un
panuelo que despedia un fresco aroma.
'—CLEZ
g

B Ze
L

Todo iba a pedir de boca. Al terminar


la misa la sehora Hofer dejé su libro de can-
tos en el bolso, lo cerré y se fue a casa. En su
casa dejé el bolso encima del banco de la co-
cina, saco el libro de cantos y el rosario y fue
a la alcoba contigua para cambiarse de ropa.
Habia que preparar atin la comida; el senor
Hofer y Hofer hijo estaban en la fonda espe-
rando. Franziska, la hija, jugaba con el gato
en la sala de estar.
Matthias el ratoncillo vio que no ha-
bia peligro. Salidé del bolso y miré6 a su alrede-
dor. Lo primero que notd fue el maravilloso
calor que habia en la habitacién. Arropaba al
ratoncillo como un abrigo invisible. Nunca
habia experimentado una cosa asi. Los Hofer
cocinaban atin en un horno alimentado por
madera. Matzi encontré rapidamente la fuen-
te de aquel confortable calor. Baj6 al suelo y
84

corrié hacia el horno. Debajo del horno habia


una cesta Ilena de madera para quemar. Alli
se metid, buscé un lugar c6modo y poco des-
pués se durmio.
Matthias pas6 una semana entera en
la cesta de la madera. Por la noche, cuando
las personas dormian, paseaba por la cocina
y roia pan, pasteles y todo lo demas comesti-
ble que podia encontrar. Por ello le descubrie-
ron los Hofer. La comida habia sido roida cla-
ramente por un ratdn; eso lo vio la sefora
Hofer en seguida. Franziska tenia que coger
al gato Bullrich, y él tenia que buscar al rat6n.
Bullrich se puso manos a la obra con
mucho empeno. Normalmente no le permi-
tian nunca entrar en la cocina, jluego debia
haber ocurrido algo extraordinario!
Matthias, dentro de la cesta, habia ob-
servado a través de una rendija todos aquellos
intranquilizadores sucesos, y cuando vio al
gato se puso al corriente. jMatzi tenia que
marcharse, y ademas de prisa! En ese momen-
to entré el senor Hofer en la cocina, se quedé
parado en la puerta abierta y preguntd sor-
prendido qué era lo que pasaba... jLa puerta
abierta! El ratoncillo no vacil6 un segundo.
Salid de un salto de la cesta de la madera y
corri6 a toda velocidad hacia la puerta. jPero
Bullrich estaba en plena forma! Atrapé a Mat-
thias justo cuando éste iba a escaparse al
patio.
jGran excitacidn entre los seres hu-
manos!
85

Bullrich atrap6 al raton sin lastimarlo


y lo llev6 al patio. Queria jugar atin algo con
él en un sitio donde nadie le viera antes de
comérselo. Pero a Franziska le dio pena el
raton. Ya habia salvado una vez a un ratén y
ahora queria volverlo a hacer. Franziska si-
guid al gato hasta el patio. Bullrich intuy6
seguramente lo que ella planeaba y corrié con
el ratén hasta detras de un vallado. Pero
Franziska cogié una escoba y acorralé en una
esquina al gato. Colérico, Bullrich tuvo que
dejar caer al raton.
Matthias estaba como aturdido. Alli
estaba tendido, medio desmayado del susto.
Franziska lo tom6 cuidadosamente en
sus manos.
86

—Pobre rat6n —dijo, acariciandole a


Matzi el lomo con el dedo indice.
—jFranziska! {Donde estas? jEntra,
si no te vas a constipar! —gritd la madre des-
de la cocina.
—jEn seguida voy! —contest6 la mu-
chacha.
Bullrich estaba acurrucado en la esca-
lera de la veranda mirandola enfadado.
Franziska corrid al patio trasero y
Ilevo a Matthias al granero. Le colocé en un
monton de trigo y bajé rapidamente las esca-
leras. Abajo cerré cuidadosamente la puerta
y ahuyento al gato, que la habia seguido. Lue-
go se fue a la casa.
Matthias estaba solo. El ratoncillo se
recobr6 de su susto.
ite oe tees
ib ih
87

Habia salido sano y salvo.


En el granero hacia mucho frio y Mat-
zi buscé lo primero con la vista una estufa.
Pero alli, a todo lo largo y ancho, no habia
ninguna estufa ni ningtin horno. Entonces ad-
virtid el ratoncillo el grano. Lo probé y se
entusiasmo. jAsi, pues, aqui nunca se moriria
de hambre! Matthias comid hasta saciarse y
luego se puso en marcha para explorar su nue-
vo hogar. jPoco después hizo un interesante
descubrimiento! En la buhardilla contigua en-
contré la chimenea por la que salia el humo
del horno de la cocina. jY las paredes de la
chimenea estaban calentisimas!
Durante las semanas siguientes, Mat-
thias se construy6 pegado a la chimenea un
confortable nido con restos de lana que habia
entre los trastos viejos de la buhardilla. jEra
maravilloso! Matthias dormia en el nido la
mayoria del tiempo, y en cuanto tenia hambre
iba a las montafas de trigo y se saciaba.
Durante todo aquel tiempo no vino ni
una sola vez un ser humano a la buhardilla, y
el gato tampoco podia subir.
Entretanto, habia Ilegado diciembre y
un dia empezo a nevar.
Matthias salid de su nido y miré hacia
arriba a la ventana de la buhardilla. Los co-
pos de nieve caian divertidamente al suelo
desde el cielo gris. El ratoncillo quiso ver el
espectdculo desde mas cerca. Con alguna difi-
cultad trepd por el muro hasta la ventana y se
sent6 en el alféizar. Afuera todo estaba blan-
oH DH Blige 1 Can
Os
so
Og,

De repente le dio a Matthias una ex-


mw

co y de las chimeneas de las casas emanaban


oe = = m
ie es
7
ee
a
=
BO
ra
wo
—"O Vv Hn wy IX)

ites
s (Oa Ode ———
No}
foo
ome)
e£a0
= COE a

HfE-
i, £7)

Y AK
N oS ram)
eae ESOS

A
Me oO ie} u

x
o U's Zea. ZB oF

Axo
Yi
O-- | -—SO gy So
O
OS
Tee.
gaD.. & Oe 2 Ag

parduzcas nubes de humo.


a&
2
oe
=e
O 00S Sieiestpo
5
OS @
La
a
a
ee
eT GO) Gy
no}
alee
4
(cD)
OS vasoO
Bost
_—
So oO noe 2
WW. ANw Oa
Og

esecs
iS

zaba a sentirse.
Ne BS grt
me eas SrPsogosyU
pe et Weert
\\. SMO ht, POPE
ng ey aoe 2 SS 6
\\

\ ee
a
eo eee
AS ner ee n ee=
| &
Sos
Oe ow ee
on nM et ior)
n
“a
SePpno
S
g
S.A O'°D Ele. =
yp - Qe SCS & n
SSS
SSS =
89

Finalmente se bajé de la ventana, pues


le estaba fastidiando el frio, y se fue a su nido.
Se arrellano en la calida lana y cerré los ojos.
Pero no podia conciliar el suefio: Matthias
pensaba constantemente en la iglesia.
«é,De qué me sirve mi vida cOmoda si
estoy solo?», penso. «Ahora tengo todo lo que
deseaba. Excelente comida por el resto de mi
vida, un lugar seguro y un nido caliente. Real-
mente deberia estar feliz y contento. Pero
todo esto no tiene ningtn valor cuando uno
esta solo. jQué no daria yo porque pudie-
ran estar ahora aqui Johannes y los demas
ratones!»
Sdlo ya de mafiana se durmié el raton-
cillo. Fue un suefio intranquilo que no duré
mucho, y cuando se despert6 tenia mucho ca-
lor. De pronto sintid opresivo el confortable
calor de su nido. Matthias se liberd de la so-
focante lana y se dirigié al otro lado del gra-
nero. Masticé algunos granos de trigo, pero
hoy no le supieron bien.
«No volveré a la iglesia», pens6 el ra-
toncillo. «jTendré que quedarme aqui toda la
vida!»
Desanimado, se dejé caer en el mon-
ton de trigo. De repente se sintid como en una
prision.
«Un preso es lo que soy en realidad»,
pens6 Matzi. «jUn preso en un paraiso! La
mejor comida y el lugar mas caliente no son
nada, absolutamente nada, cuando uno no tie-
ne ningun amigo. Eso lo he aprendido ahora.»
90

En ese momento empezaron a repicar


las campanas de la torre de la iglesia. Mat-
thias fue hacia la ventana de la buhardilla y
trep6 hacia los cristales. Apretd su hocico con-
tra el cristal helado y mir6 fijamente con nos-
talgia la lejana torre de la iglesia.
Dos dias después el ratoncillo tom6
una decisidn desesperada. jTenia que volver
a la iglesia costara lo que costara!
Matzi baj6 la escalera del granero y
examino la puerta cerrada. Era de madera.
Tenia que abrirse. Al fin y al cabo tenia infi-
nitamente tiempo...
Matthias tenia previsto roer un aguje-
ro en la puerta y después entrar de alguna
forma en la casa. Alli volveria a meterse en el
bolso de la sefora Hofer y se haria llevar de
vuelta a la iglesia.
El ratoncillo empez6 a roer. Pero la
madera era mas dura de lo que él habia pen-
sado. También después de media hora estaba
ya tan muerto de frio que con el castanetear
de los dientes ya no podia roer. jNo, asi no
podia ser!
Al dia siguiente, Matthias cogidé un lar-
go y grueso hilo de lana y se envolvid el cuer-
po con él. Se vend6 de arriba a abajo e hizo
después un nudo. Protegido asi contra el frio
volvié a ponerse al trabajo de roer.
El ratoncillo rofa cada dia hasta que
ya no podia mas de frio y agotamiento.
Pasaron semanas.
Una noche sintid Matthias que la ro-
/Hi|| hy |! ,
[tl dill ) Aumt
isl
ul iP

\
We
| Ih i
illu.

tura era inminente. Duplicdé sus esfuerzos y


una hora después lo habia conseguido. Una
rafaga de aire helado le golped a través del
agujero. El ratoncillo se envolvid mas fuerte-
mente en la lana y se deslizé al exterior. Lo
recibid un viento helado y por todas partes
habia nieve que resplandecia azulada a la luz
de la luna.
Matzi fue muy pegado a lo largo del
muro de la casa hasta que llegd delante de la
puerta de entrada a la vivienda de los seres
humanos. Naturalmente, estaba cerrada. ¢Y
ahora qué? El viento silbaba alrededor de la
esquina de la casa y arremolinaba fria nieve.
92

Hacia muchisimo frio. El ratoncillo se coloco


en el felpudo de delante de la puerta, entrela-
z6 sus brazos en las rodillas y espero. No sa-
bia muy bien a qué esperaba, pero ahora ya
no queria volver tampoco mas al granero.
Aproximadamente una media hora an-
tes de medianoche se oyeron voces en la ve-
randa. La familia Hofer se disponia a ir a la
misa del gallo. Era precisamente el veinticua-
tro de diciembre, Nochebuena.
Franziska abrio la puerta y miro al
patio. Queria comprobar si nevaba. Entonces
vio a sus pies un pequeno y oscuro ovillo de
lana. Se agach6 y empuj6 ligeramente el obje-
to. Matthias no se movid. Ya estaba completa-
mente tieso. Entonces vio Franziska que el pe-
queno ovillo era un rat6n. Con un suave grito
cogid a Matthias en la mano y lo llev6 a la
cocina. Lo colocé encima del banco, junto a
la estufa, y corrid luego excitada a la sala de
estar atravesando la veranda.
—jMama, mama! jZ Qué crees que he
encontrado?!
—Ponte las botas, Franziska, no pier-
das tanto el tiempo por ahi...
El ratoncillo se espabil6 rapidamente
con el calor. Se incorpor6é y miré a su alrede-
dor. jLa cocina! Matzi salté del banco y co-
rri6 hacia la mesa de la cocina. Alli habia vis-
to algo que él conocia muy bien. jEI bolso de
la senora Hofer! El ratoncillo trepd6 a la mesa
y husme6 en el bolso abierto. jOlia a iglesia!
Matzi sonrio feliz. Ya iba a meterse en el bol-
05

so, cuando advirtid encima de la mesa un pla-


to con dulces de navidad. Se apoderé rapida-
mente de un confite en forma de estrella, lo
empujo al fondo del bolso y se metié é]1 mismo
detras. jJusto en el ultimo segundo! Franzis-
ka, su hermano y la madre entraron en la
cocina.
—(~D6nde esta el rat6n?
—Alli, encima del banco. jEstaba
completamente tieso de frio!
—Pero alli no hay nada.
—Oh, quiza se haya caido.
Buscaron durante un rato.
—Ya no esta aqui...
—Probablemente se haya escondido
en un rincén. Vamos, nifios, tenemos que ir
a la iglesia, jel tiempo apremia ya!

ae ta
Ss

I mt aTi OO i
94

—Pero, dy el rat6n?
—Le buscaremos cuando volvamos;
vamonos ahora.
—Pobrecito, ratoncito...
Matthias sintid cémo levantaban el
bolso... Puerta abierta, puerta cerrada, viento
ululando, crujientes pasos en la nieve...
Algtin tiempo después oy6 afuera mur-
mullos sordos de muchos seres humanos. Pa-
sos sobre el suelo de piedra, luego arrastrar de
pies sobre madera.
Abrieron el bolso y sacaron el libro de
cantos, que estaba arriba del todo.
Luego silencio.
Matthias miro por la rendija del bolso
abierto. Su coraz6n latia y latia. jEsos olores!
ij
Habia llegado a casa! Empez6 a oirse mtisica
de organo y la gente se enderezd en los
bancos.
95

El ratoncillo agarr6é el dulce de navi-


dad con tanta fuerza que a punto estuvo de
desmigajarse y salid con fuerza al exterior.
Saltd al suelo, corrid, tropezd, se incorpord y
siguid corriendo. Atraves6 como un rayo el
pasillo central; alli estaba la primera fila de
bancos, ahora a la derecha, ahora venia la al-
fombra roja, jy alli estaba el pequeno altar
lateral! jSssup!, y se habia marchado.
Los ratones de iglesia estaban todos
reunidos debajo del altar cuando asom6 Mat-
thias.
—jMaaatzi! —-exclamaron todos al
unisono.
Y el organo tocaba, y todo iba bien.
CY
2
I ZO ZONING
IY
ESTE LIBRO
SE TERMINO DE IMPRIMIR
EN LOS TALLERES GRAFICOS
DE ROGAR, S. A.
POLIG. COBO-CALLEJA, FUENLABRADA (MADRID)
EN EL MES DE MARZO DE 1986
WW,

(GAY
AN
HY
ROLG
ARPDIPG
(ROLLA)

K
NG

ROLLA
VRP

RPL
RPLPYNROLPAN
PV
oO Jer,
VINDEN
RPG ANDI ARPDLI VAD,

ERWIN MOSER (RQUY


MYLAN
YL
CL
LAY
ha publicado hasta la fecha unos siete
libros infantiles que le han valido ya
L.A
AY
ser escogido entre los finalistas del
«Deutscher Jugenbuchpreis».
Los cuentos de Moser destacan por su
lirismo, por la exuberancia de su imaginacion, SAL
y por su fabulosa manera de narrar. “Ae

Las narraciones que componen este libro


nos cuentan diferentes vivencias
(OL),
LAY
y aventuras en que se ven envueltos una
serie de animales graciosamente humanizados. >
Asi, pasamos de la triste soledad en que
se encuentra una pequena rana, a los
amores imposibles que un escarabajo
siente por un orgulloso caracol; de los
sustos que se pegan dos liebres miedosas, (>
¥Ma
a
ala resolucion de una carcoma por conocer
un «nuevo mundo», y muchos relatos, ECL
todos ellos con un trasfondo de fabula... V.ASS
AA
CO
(OL

ZO yb

También podría gustarte