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Cuentos Cortos

Para Dictados

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LAS AMIGAS

Era una vez una niña que se llama Fernanda, fue a la escuela, salieron a recreo, luego
una niña llamada Mónica le pregunto a Fernanda:¿quieres ser mi amiga?, pero como
Fernanda era tan egoísta le dijo: no. Entonces Mónica se fue muy triste, al siguiente día
Fernanda se sentía muy sola fue con Mónica y le pregunto: ¿quieres ser mi amiga?
Mónica le dijo: yo te dije ayer y tú me dijiste que no. Fernanda le respondió: ya lo sé
pero me siento muy sola y quiero una amiga para platicar. Mónica le dijo: ok nomas
porque quiero tener amigas.

Y desde ese día Mónica y Fernanda fueron las mejores amigas y Fernanda ya no fue
egoísta.

LA TORTUGA Y EL ÁGUILA
Una tortuga, cansada de arrastrar siempre su concha por la tierra, suplicó al águila la
levantase por los aires lo más alto que pudiera. Así lo hizo la reina de las aves,
remontando a la tortuga por encima de las nubes.

Al verse a tal altura, la tortuga exclamó: - ¡Qué envidia me tendrán ahora los animales
que por el suelo se mueven, al verme encumbrada entre las nubes! Al oír esto el águila
fue incapaz de soportar tanta vanidad y soltó a la ilusa que, al caer sobre peñascos, se
deshizo en mil pedazos.

Moraleja: Nunca mires demasiado alto, que no hay brillantes en el cielo.

EL ÁRBOL MÁGICO
Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró un
árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo
verás.

El niño trató de acertar el hechizo, y probó con abracadabra, tan-ta-ta-chán,


supercalifragilisticoespialidoso y muchas otras, pero nada. Rendido, se tiró suplicante,
diciendo: “¡¡por favor, arbolito!!”, y entonces, se abrió una gran puerta en el árbol. Todo
estaba oscuro, menos un cartel que decía: “sigue haciendo magia”. Entonces el niño
dijo “¡¡Gracias, arbolito!!”, y se encendió dentro del árbol una luz que alumbraba un
camino hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.
El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del mundo, y
por eso se dice siempre que “por favor” y “gracias”, son las palabras mágicas

LA CIGARRA Y LA HORMIGA
Era un día de verano y una hormiga caminaba por el campo recogiendo granos de trigo
y otros cereales para tener algo que comer en invierno. Una cigarra la vio y se
sorprendió de que fuera tan laboriosa y de que trabajara cuando los demás animales,
sin fatigarse, se daban al descanso.

La hormiga, de momento, no dijo nada; pero, cuando llegó el invierno y la lluvia deshizo
el heno, la cigarra, hambrienta, fue al encuentro de la hormiga para pedirle que le diera
parte de su comida. Entonces, ella respondió: "Cigarra, si hubieras trabajado entonces,
cuando yo me afanaba y tú me criticabas, ahora no te faltaría comida."

Moraleja

Cada uno debe aprender a responder de su propia conducta.

JESSICA Y EL PERRO
Jessica era una niña muy egoísta y amargada; un día sus padres, le regalaron un
perrito para que le alegrara la vida, pero en vez de eso, Jessica trataba mal al perro,
pues le pegaba y lo maltrataba. Al otro día Jessica le iba a dar de comer al perro y se
dio cuenta de que no estaba, lo busco y lo busco hasta que lo encontró abajo del sillón
porque tenía miedo.

Jessica se dio cuenta de por qué nadie la quería, ni su perro, ni sus amigos y amigas,
entonces ella se propuso a cambiar de forma de ser, de egoísta y amargada a alegre y
buena. Ahora ya no le pegaba al perro ni les gritaba a las personas y al otro día el perro
amaneció esperando a que se levantara Jessica pues ahora si la quería. Jessica se dio
cuenta de que si es buena, la vida se le hace mejor. El perrito la hizo reflexionar. Desde
ese día todos quisieron a Jessica.
EL LEÓN Y EL RATÓN
Unos ratoncitos, jugando sin cuidado en un prado, despertaron a un león que dormía
plácidamente al pie de un árbol. La fiera, levantándose de pronto, atrapó entre sus
garras al más atrevido de la pandilla.

El ratoncillo, preso de terror, prometió al león que si le perdonaba la vida la emplearía


en servirlo; y aunque esta promesa lo hizo reír, el león terminó por soltarlo. Tiempo
después, la fiera cayó en las redes que un cazador le había tendido y como, a pesar de
su fuerza, no podía librarse, atronó la selva con sus furiosos rugidos. El ratoncillo, al
oírlo, acudió presuroso y rompió las redes con sus afilados dientes. De esta manera el
pequeño exprisionero cumplió su promesa, y salvó la vida del rey de los animales. El
león meditó seriamente en el favor que acababa de recibir y prometió ser en adelante
más generoso.

Moraleja

En los cambios de fortuna, los poderosos necesitan la ayuda de los débiles.

EL ZORRO QUISQUILLOSO
Érase una vez un zorro con mucho miedo que vivía permanentemente huyendo de
todo. En la huida siempre se caía y se volvía a levantar.

Un buen día, otro zorro le preguntó: “Querido amigo. ¿Qué te ha ocurrido que sea tan
grave para tener tanto miedo y huir constantemente?”

El zorro temeroso contestó: “He oído que someten con violencia a los camellos”.

Entonces. ¿Por qué huyes? No entiendo muy bien ¿En qué te pareces tú a los camellos
para querer huir? respondió el amigo.

Y el zorro quisquilloso prosiguió: “Calla, tengo miedo de que los envidiosos digan de mí
que soy un camello y ser atrapado. En ese caso, ¿quién se molestaría en conocer mi
propia identidad para salvarme?
LA ZORRA Y EL LEÓN
Érase una vez un león con mucha hambre que vivía en el bosque. Un buen día
buscando ocasión para encontrar presa fácil que llevarse al estómago se encontró con
una oveja y le preguntó que le parecía su aliento.

La oveja sin pensar mucho el riesgo o las consecuencias le respondió con sinceridad
que era apestoso. Entonces el león fingió sentirse ofendido, le dio un golpe y la mató a
la vez que le decía: “Por haber ofendido a tu rey, eso es lo que te has ganado” y se la
comió.

Tras un rato el león volvió a hacerle la misma pregunta a una cabra que deambulaba
por allí. La cabra que había visto lo que le había ocurrido a su amiga la oveja temió por
su vida y le respondió que su aliento era maravilloso. El león se molestó, la mató y se la
comió al tiempo que le decía “Por adularme con falsedades es lo que te mereces”.

A continuación se dirigió a la zorra que también había observado las dos situaciones
anteriores y le repitió la misma pregunta. La zorra, algo más astuta viéndose venir que
podía acabar como la oveja o la cabra, se alejó de él y desde la distancia le habló: “De
buena fe, le informo que no puedo responder a su pregunta puesto que el resfriado que
poseo me impide percibir su aliento”. Así se salvó la zorra de ser devorada por el león.

EL LEÓN Y LA ESPINA
Había una vez un león que vivía en el bosque y se alimentaba de las presas que
encontraba a su paso.

Un buen día, durante un lindo paseo, el pobre animal se clavó una espina en la pata e
intentaba sin éxito sacársela porque sufría dolor al apoyarla. En su camino se cruzó un
pastor que iba con su rebaño.

El león, algo desesperado por la molestia, le pidió al pastor que se la extrajera y aunque
el pastor no estaba muy convencido de acercarse a él, finalmente accedió a ayudar al
animal.

Tras extraerle la espina, el pastor siguió su camino sin que el león intentara hacerle
daño. Puesto que recientemente había devorado a otro cabrero, decidió perdonarle la
vida.

Pasado el tiempo, el pastor fue condenado a morir en el anfiteatro arrojado a los leones
a causa de la una falsa acusación. Llegó el día de la sentencia y cuando todos los
leones se disponían a devorar al pobre pastor, el león que había sido ayudado por el
pastor, lo reconoció y gritó: “Este es el hombre que me sacó la espina de la pata”.

Al oír dichas palabras, todas las fieras se sorprendieron y decidieron no darle bocado
por haber ayudado a un compañero suyo.

EL GATO Y LOS RATONES


Érase una vez un gato muy pillo conocido por su peculiar nombre; Rodilardo se
llamaba. El travieso gato era el temor de todas las ratas y ratones de la aldea donde
vivía, pues le encantaba disfrutar cazándolas.

Durante algunos ratos del día, el gato se dedicaba a vigilar las madrigueras donde las
ratas y ratones se escondían para mantenerse a salvo. Esos pequeños animalitos le
temían mucho.

Rodilardo también estaba interesado en encontrar una linda gatita para casarse y se
paseaba por los tejados con asiduidad buscando a la que sería su esposa. Un buen día,
mientras él se encontraba en estos menesteres, los ratones y ratas se reunieron para
hablar y buscar remedios a su miedo.

La más mayor e inteligente de las ratas tuvo una idea y la expuso a sus compañeros:
“Amigos, nuestro mal puede tener remedio. Si le atamos un cascabel al gato en el
cuello, podremos escuchar cuando se acerca y tendremos tiempo para huir antes de
que nos asuste”. A todas las ratas y ratones les pareció una magnífica idea y tenían
claro que esa era la solución ideal. De forma unánime aplaudieron entusiasmados la
propuesta. Pasados unos instantes, las ratas y ratones fueron reaccionando ¿Quién le
pondría el cascabel al gato?

EL CACHORRO DEL CAZADOR


Érase una vez un perro cazador que tuvo descendencia. Un buen día, uno de sus
cachorros pensó que era el momento de empezar a valerse por sí mismo y decidió salir
solo de cacería. Tras olisquear durante bastante rato sin mucho éxito empezó a
encontrarse cansado y decidió buscar un lugar para refugiarse. Tras merodear unos
instantes, encontró la madriguera de una liebre y empezó a ladrar ante ella.

La liebre, algo temerosa y desconcertada por el extraño ruido que hacía los ladridos del
cachorro, se asomó a ver qué ocurría y cuando lo vio desde lejos le dijo: “¿Qué es ese
ruido? Si ni siquiera sabes ladrar. Eres un cachorro. Debería darte pena ladrar así”.
El pequeño perro se acercó un poco más y volvió a intentar ladrar para ganarse el
respeto y la liebre se rió a carcajadas de él.

Tras unos minutos, el cachorro se aproximó un poco más a la liebre y puso más énfasis
y energía en su ladrido. La liebre lo observaba y seguía haciéndole gracia los intentos
del pequeño por hacerse respetar. En un incontrolable ataque de risa, la liebre cayó de
espaldas al suelo y el cachorro se abalanzó sobre ella y le dio un bocado. Pese al
susto, la liebre herida salió corriendo y aún desde la lejanía, seguía diciéndole al
cachorro que tampoco mordía como un verdadero cazador.

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