ALGUNOS TEXTOS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA
SOBRE EL SACERDOCIO DE LOS FIELES
1. S. Justino (+ hacia el 165):
"Así nosotros, que por el nombre de Jesús, como un solo hombre, creemos todos en Dios
creador del universo. . . somos una verdadera estirpe sacerdotal, como Dios mismo testifica
cuando dice que le serán ofrecidos sacrificios puros y agradables en todo lugar entre las
gentes (Mal. 1,10).” [Dial. cum Tryphone Judaeo: PG 6,746]
2. S. Ireneo (+ hacia el 202):
"Todos los fieles tienen la dignidad de sacerdotes. " [Contra Haereses, ti. IV, cap. 8: PG
7,995].
3. Orígenes (+ 253-254):
"¿No sabes que también a ti, como a toda la Iglesia y a todo el pueblo creyente, es
conferido el sacerdocio? Escucha las palabras que emplea Pedro respecto a los fieles:
«linaje escogido, real, sacerdotal, nación santa, pueblo adquirido» (1 P 2, 9). Tienes, pues,
la responsabilidad de un sacerdocio, porque eres «un linaje sacerdotal» y, por eso, «debes
ofrecer a Dios un sacrificio de alabanza» (Hb 13, 15), un sacrificio de oraciones, un
sacrificio de misericordia, un sacrificio de pureza, un sacrificio de justicia, un sacrificio de
santidad… Si yo renuncio a todo lo que poseo, si llevo mi cruz y sigo a Cristo, he ofrecido
un holocausto en el altar de Dios. Si entrego mi cuerpo para que arda en el fuego de la
caridad, si obtengo la gloria del martirio; me he ofrecido a mí mismo en holocausto sobre el
altar de Dios. Si amo a mis hermanos hasta dar mi vida por ellos, si lucho hasta la muerte
por la justicia y la verdad, si mortifico mi cuerpo absteniéndome de toda concupiscencia
carnal, si el mundo está para mí crucificado y yo para el mundo, he ofrecido un holocausto
sobre el altar del Señor, y soy yo el sacerdote de mi propio sacrificio.” [In Lev. hom. 9. n.
1-2; 8-9: PG 12, 508-511; 519-523].
"Todos aquellos, cualquiera que sean, que han sido purificados por la unción del santo
bautismo, han sido hechos sacerdotes, como dice S. Pedro refiriéndose a toda la Iglesia..."
[Lev. hom. 9,9: PG 12521].
4. S. Ambrosio (+ 397):
"Todos los hijos de la Iglesia son sacerdotes; pues somos ungidos en el sacerdocio santo,
para ofrecernos a Dios como víctimas espirituales." [Expos. in Lucam, lib. 5: PL 15, 1637]
"¿Este pueblo no es acaso sacerdotal? A cada uno de nosotros es conferido el sacerdocio."
[Ibíd., De Sacramentis, lib. IV, n. 3: PL 16,436].
5. S. Cirilo de Jerusalén (+ 386):
"Sacrificio espiritual, culto incruento, hostia de expiación. . . nosotros ofrecemos a Cristo
inmolado por nuestros pecados.” [Catequesis 23. Mystagogica 5: PG 33, 1118]
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6. S. Juan Crisóstomo (+407):
"Gracias al bautismo eres rey, sacerdote y profeta: rey porque has rechazado en ti las malas
acciones y has matado en ti los pecados; sacerdote porque te has ofrecido a Dios y has
inmolado a El tu cuerpo como Cristo fue inmolado.” [In Epistolam ad Corinthios, Hom. 4:
PG 61, 418].
"La oración con la cual damos gracias a Dios (en el sacrificio eucarístico) es propia del
sacerdote como de los fieles." [Ibíd., Hom. 18, col. 527].
“En la participación en los misterios divinos, desaparece toda diferencia entre el sacerdote y
el fiel; en efecto, todos nosotros tomamos en ellos una parte igual. No sucede ahora como
en la antigua ley. Entonces, el pueblo no podía alimentarse con el mismo alimento que el
sacerdote. Hoy, todos nosotros comemos el mismo cuerpo, todos nosotros bebemos del
mismo cáliz. Así pues, llevad buen cuidado, todos vosotros, los fieles. No olvidéis que no
formamos juntos más que un solo cuerpo y que no nos diferenciamos los unos de los otros
más que como unos miembros difieren de otros. No dejéis sólo a los sacerdotes toda la
solicitud de la Iglesia, amémosla todos como nuestro cuerpo común. (…) No tenemos más
que un solo bautismo, una misma mesa, una misma fuente, una misma creación, y
asimismo un solo Padre. ¿Por qué vivimos, pues, desunidos y separados, cuando
deberíamos estar unidos tan estrechamente? Henos, de nuevo, forzados a derramar lágrimas
por un tema que tantas nos ha hecho ya derramar. ¡Oh! cuán digno de piedad es,
verdaderamente, este estado que nos separa a los unos de los otros, cuando no deberíamos
formar, por así decirlo, más que un solo cuerpo. Todos tendríamos algo que ganar con esta
estrecha unión. ¿Acaso no aprendió Moisés de su suegro la conducta que debía seguir, cosa
que él mismo no sabía?” [In Epistolam ad Corinthios, Hom. 18,3 PG 61, 526-528]
7. S. Jerónimo (+ 419 o 420)
"El bautismo es el sacerdocio del laicado. " [Dialogus contra Luciferianos, n. 4: PL 23,
158].
8. S. Agustín (+ 430)
"Ningún fiel duda que el sacerdocio de los judíos fuera una figura del futuro sacerdocio
real, que se realiza en la Iglesia y con el cual son consagrados todos los pertenecientes al
Cuerpo de Cristo, que es el sumo y verdadero Príncipe de los sacerdotes. " [Questionum
Evangeliorum, lib. II, Quaestio 40: PL 35, 1355].
"«Serán sacerdotes de Dios, de Cristo, y reinarán con él mil años» [añade el Apóstol]. No
alude solamente a los obispos y a los presbíteros, que son propiamente llamamos sacerdotes
en la Iglesia, sino a todos los fieles que se les da el nombre de cristianos por el sagrado
crisma, y son miembros del único Sacerdote. Así, el apóstol San Pedro los llama «pueblo
santo y sacerdocio real». Aquí llamó sacerdote al pueblo mismo, del cual es Sacerdote y
Mediador de Dios y de los hombres, Cristo Jesús; que aunque era hijo del hombre por la
forma de siervo que tomó, se ha hecho sacerdote según el orden de Melquisedec." [De
Civitate Dei, lib. XX, 10: PL 41, 676]
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"(David) fue ungido rey. En aquel tiempo se ungía al rey y al sacerdote. En estas dos
personas estaba prefigurado el futuro único rey y sacerdote, Cristo. Pero no sólo ha sido
ungida nuestra cabeza, sino que también nosotros, su cuerpo, lo hemos sido." [Enarr. in Ps.
26. II, 2: PL 36, 200].
"Por esto es Él el sacerdote, Él el oferente, Él la oblación. De esta realidad quiso que fuera
un signo cotidiano en el sacrificio de la Iglesia, la cual siendo el Cuerpo de Cristo, aprende
a ofrecerse a sí misma por medio de El." [De Civitate Dei, lib. X, 20, col. 298].
"Por consiguiente, verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unimos a Dios
en santa comunión, es decir, toda obra referida a un fin bueno, merced al cual, podemos ser
verdaderamente felices. (...) Por consiguiente, el hombre mismo consagrado por el hombre
de Dios y consagrado para Dios en cuanto que muere al mundo con el fin de vivir para
Dios, ese hombre es un sacrificio." [De Civitate Dei, lib. X, 6: PL 41,283]
9. S. León Papa (+ 461):
"En la unidad de la fe y del bautismo, toda dignidad es común (…) el signo de la cruz hace
reyes a todos los que han sido regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los
consagra a todos sacerdotes, a fin de que además del servicio especial de nuestro ministerio,
todos los cristianos reconozcan que son estirpe real y partícipes del oficio sacerdotal.” [Leo
Magnus, Sermo IV, cap. I; PL 54,149]
10. S. Pedro Crisólogo (+ 450):
Pedro, a pesar de su sobrenombre griego (palabra de oro), es latino. Nació en Jmola. Murió
siendo obispo de Ravena, el año 450. Sabemos poco de su vida. Nos queda su predicación,
nuevamente editada hoy, con gran esmero, por el benedictino Olivar de Montserrat. Sus
sermones, en virtud de su penetración psicológica y la fineza de su análisis, parecen escritos
hoy.
El sermón CVIII es una de las perlas de la patrística sobre el sacerdocio común. El Cuerpo
es el lugar del sacrificio espiritual. Esto nos hace comprender todo el sentido de la ascesis
cristiana.
“«Os suplico, dice, que ofrezcáis vuestros cuerpo». Mediante esta petición, el Apóstol eleva
a todos los hombres a la altura del sacerdocio. «A ofrecer vuestros cuerpos como hostia
viva» (Rm 12, 1). Oficio inaudito del ministerio cristiano: el hombre se convierte al mismo
tiempo en hostia y sacerdote. El hombre no busca fuera lo que va a ofrecer a Dios, sino que
lleva con él y en él lo que va a sacrificar a Dios para su propio beneficio; la hostia inmolada
está aún viva y el sacerdote que ha ofrecido el sacrificio permite vivir a la víctima.
Admirable sacrificio en el que se ofrecen el cuerpo y la sangre sin el cuerpo y la sangre.
«Os suplico por la misericordia de Dios». Hermanos, este sacrificio es a imagen de Cristo,
que ha inmolado su cuerpo aquí abajo y ofrecido su vida por la vida del mundo. En verdad,
él, que sigue viviendo aún después de haber muerto, ha hecho de su cuerpo una hostia viva.
En este sacrificio tan grande queda aniquilada la muerte y arrastrada por el sacrificio; la
hostia está viva y la muerte es castigada. Por eso nacen los mártires en el momento de su
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muerte y empiezan su vida cuando la terminan; viven cuando los matan y brillan en el cielo
cuando creían en la tierra que se habían apagado.
«Os suplico, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como
hostia viva». Lo ha cantado el profeta: «Ni sacrificio ni oblación querías, pero me has
preparado un cuerpo» (Sal 40, 7). Sois, a la vez, el sacrificio ofrecido a Dios y el sacerdote.
No pierdas lo que el poder divino te ha otorgado. Ponte el manto de la santidad. Toma el
cinturón de la castidad. Que Cristo sea el velo de tu cabeza; la cruz, la protección de tu
frente, que te concede la perseverancia. Conserva en tu corazón el sacramento de la divina
Escritura. Que tu oración arda siempre como un incienso agradable a Dios. Empuña la
espada del Espíritu, que tu corazón sea el altar adonde puedas, sin temer a Dios, llevar tu
cuerpo, para convertirlo en la víctima. Dios busca la fe, no la muerte: tiene sed de fervor,
no de sangre; se deja ablandar por una buena disposición, no por una muerte violenta.”
[Sermon 108: PL 52, 499-500]
11. Papa Gelasio (+ 496):
"¿Ignoras que eres un miembro del Sacerdote eterno, que toda la Iglesia es llamada
sacerdotal?" [Epistula Adversus Andromachum: PL 59, 112].
12. Odas de Salomón
Este es, posiblemente, el primer testimonio sobre el sacerdocio de los cristianos. Proviene
de una antología lírica de comienzos del siglo III. El texto procede de una comunidad
judeocristiana y nos ha llegado en siríaco.
“Yo soy sacerdote del Señor, para él ejerzo mi sacerdocio. Le sacrifico el sacrificio de su
pensamiento. Pues su pensamiento no es como el del mundo, ni como el de la carne, ni
como el de aquellos cuyo culto es carnal.
El sacrificio del Señor es la justicia, así como la pureza del corazón y de los labios. Ofrece
tus riñones sin reproche, que tu corazón no oprima a ningún otro corazón, que tu alma no
oprima a ninguna otra alma. No compres al extranjero al precio de tu alma, no intentes
engañar al prójimo, ni le robes el manto de su desnudez.
Revístete con abundancia de la gracia del Señor, regresa al Paraíso, hazte una corona de su
árbol, y póntela en la cabeza. Sé feliz y reposa en él y su gloria marchará ante ti, recibirás
su dulzura y su gracia, y florecerás en la verdad, para alabanza de su santidad.
¡Gloria y honor a su nombre! ¡Aleluya!
[ODA N° 20 Según la versión de J. Guirau y A.-G. Harnrnan, «Naissance des Lertres
Chrériennes-Ichtus», DDB París, 1979, pp. 45-46]
13. Tertuliano
Tertuliano, primer escritor cristiano en plantear la cuestión «sacerdocio de los bautizados,
sacerdocio de los fieles». Fue, sin duda, uno de los autores que escribió los más hermosos
textos sobre el sacerdocio de los bautizados. Se toma en serio el sacerdocio común, y
precisa la manera en que puede ser ejercido: mediante la ofrenda de toda nuestra persona.
“Esta es la ofrenda espiritual que pone fin a los sacrificios de otrora. «¿A mí qué, tanto
sacrificio vuestro? Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones; y sangre
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de novillos y machos cabríos no me agrada, cuando venís a presentaros ante mí. ¿Quién ha
solicitado de vosotros esas víctimas» (Is 1, 11). El evangelio nos enseña lo que Dios pide:
«Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre
en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios, en
efecto, es espíritu» Jn 4,23). Esos son los adoradores que reclama.
Nosotros, por nuestra parte, somos los verdaderos adoradores y los verdaderos sacerdotes,
cuando oramos en espíritu y le ofrecemos nuestra oración como una hostia idónea y
agradable, la que él ha pedido y se ha reservado. Nosotros la llevamos al altar de Dios,
ofrecida de corazón, nutrida de fe, purificada con la verdad, íntegra por su sinceridad, pura
y casta, coronada de caridad, con un cortejo de buenas obras, en medio de salmos y de
himnos. Ella nos obtendrá de Dios todo lo que podamos pedirle.” [PL 1, 1194-1195. CCL,
273].
14. Un obispo latino del siglo VI
Poseemos tres «tratados» sobre el bautismo, atribuidos durante mucho tiempo a Máximo de
Turín, que han conocido una gran difusión. Su autor es desconocido. Según Bernard
Capelle, se trata de un obispo del siglo Vl. El autor establece el vínculo con el bautismo.
Pero, sobre todo, subraya que el sacrificio exterior no santifica al sacerdote o al bautizado
más que en la medida en que su sacrificio interior le une, por la fe y la caridad, al único
Sacerdote.
“Hemos hablado hasta aquí de los misterios celebrados o bien antes del sacramento del
bautismo, o bien durante el bautismo propiamente dicho. Vamos a tratar de aquellos cuyo
cumplimiento prescribe una santa institución cuando uno está ya bautizado. En efecto, una
vez administrado el bautismo, derramamos el crisma, es decir, el óleo de la santificación
sobre vuestras cabezas. Eso significa que el Señor confiere la dignidad real y sacerdotal a
los bautizados.
La elección de los sacerdotes y de los reyes, en el Antiguo Testamento, iba acompañada de
una unción con óleo santo derramado sobre la cabeza. Unos recibían del Señor el poder de
reinar, otros el de ofrecer sacrificios….Sin embargo, el óleo de que habla el Antiguo
Testamento confería la realeza temporal, el sacerdocio temporal: la vida destinada al
ministerio se limitaba a algunos años. Mientras que el crisma, esto es, la unción de que
habéis sido objeto, os ha investido de un sacerdocio que, una vez conferido, no debe acabar
jamás. ¿No es, en verdad, maravilloso lo que estoy diciendo? Gracias a este crisma recibís
el reino de la gloria prometida al mismo tiempo que el sacerdocio.” [PL 57. 777-782]
“Pedro -o, mejor, Cristo por boca del apóstol- anuncia la atribución de dignidad del
sacerdocio. Esto es lo que declara a los fieles, dicho de otro modo, a aquellos a quienes ha
purificado el bautismo y consagrado la unción: «Pero vosotros sois linaje elegido,
sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que
os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (1 P 2, 9).
Considerad, pues, el honor que con este misterio os ha correspondido, pero llevad cuidado,
no sea que, aunque el bautismo ha hecho de vosotros hijos del reino, a pesar de haber
pecado, si volvéis a pecar -¡Dios no lo quiera!- por vuestra propia culpa os volváis hijos de
la gehenna.”
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15. Juan Diácono
Son varios los personajes que se llaman Juan Diácono. Los historiadores citan al menos
cuatro en el transcurso de los diez primeros siglos. El autor del texto que publicamos es
romano y debió vivir a mediados del siglo VI Se trata de un .fragmento, donde se comenta,
sin duda, el Levítico, publicado por Migne al final de los sermones no auténticos de
Agustín.
El autor explica la expresión «sacerdocio real» o cómo comprender las dos funciones elel
bautismo: la sacerdotal y la real.
“Declara el apóstol Pedro a la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo: «Pueblo Santo, sacerdocio
real» (1 P 2, 9). En efecto, en otros tiempos únicamente el sacerdote era ungido. Ahora,
todos los cristianos reciben la unción. También el rey era ungido como lo era el sacerdote.
Los demás no recibían ninguna unción. El Señor ha desempeñado ambos oficios, el de Rey
y el de Sacerdote, no en figura, sino ya con toda verdad. Por eso dice el Apóstol sobre el
mismo Señor: «nacido de la cepa de David según la carne» (Rm 1, 3). Así pues, somos un
linaje real.
Se afirma de Cristo que pertenece al linaje de David, a causa de María, que procedía de
David. Pero ¿cómo es ella de cepa (sacerdotal)? Está escrito en el Evangelio que el
sacerdote Zacarías tuvo por esposa a Isabel (que formaba parte) de las hijas de Aarón (el
sumo sacerdote). Ahora bien, dice el Ángel en el Evangelio (dirigiéndose) a la Virgen
María: «Tu prima Isabel» (Lc 1, 36). Pues bien, si Isabel era una de las hijas de Aarón, el
sacerdote, era prima de María, está fuera de toda duda que la Virgen María no sólo era de
sangre real, sino también de sangre sacerdotal. Por eso, en el Señor, según la naturaleza
humana que ha asumido, están reunidas las dos funciones real y sacerdotal. Por eso, en
conclusión, eran dos las personas que recibían en otros tiempos la unción, el rey y el
sacerdote, en figura de lo que se ha hecho realidad en aquel que es nuestra cabeza, y de
quien es manifiesto que nosotros somos su cuerpo, (formando con él) la Iglesia total. Así
pues, somos llamados con toda justicia «linaje real y sacerdotal».” [Sobre el Levítico -
fragmento- PL 39, 1734-1735].
16. Claudio de Turín
Este texto es notablemente más reciente, puesto que el autor presumido, Claudio de Turín,
de origen español discípulo de Félix de Urgel enseñó en la corte de Ludovico Pío, hacia el
año 815, antes de convertirse en obispo de Turín. Era muy versado en la exégesis de los
Padres, desde Orígenes a Agustín, y compuso comentarios bíblicos con ayuda de citas
patrísticas, lo mismo que había hecho, una generación antes, Beda el Venerable.
El autor recupera aquí todos los grandes temas que hemos encontrado a lo largo de esta
obra: nexo con el bautismo, santidad del sacerdote, participación en el sacerdocio del Hijo.
El autor sagrado entiende por función sacerdotal el cuerpo de Cristo, a saber: la Iglesia. El
Hombre-Dios, Jesucristo, es el sacerdote de este pueblo, el mediador entre Dios y los
hombres. El apóstol Pedro se dirige a este pueblo cuando escribe: «Pueblo santo,
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sacerdocio real» (1 P 2, 9). En virtud de esta función sacerdotal, pide un trozo de pan para
comer. Estas palabras expresan de una manera maravillosa el sacrificio de los cristianos,
del que dice el mismo sacerdote: «El pan que yo daré es mi carne, que yo daré para la vida
del mundo» O n 6, 51). En efecto, él mismo es el sacrificio, no según el orden de Aarón,
sino según el orden de Melquisedec.
La construcción del templo (I R 6, 1-14) Sacerdote se dice en latín sacerdos, pues debe dar
una orientación sagrada a los pequeños. Según las Escrituras, no sólo los ministros del altar,
esto es, los obispos y los sacerdotes, son dignos de llevar místicamente este nombre, sino
también todos aquellos que se distinguen por la dignidad de su vida y por la doctrina de
salvación. No son útiles únicamente a ellos mismos, sino también a otros muchos, porque
ofrecen sus cuerpos como una oblación viva, santa, agradable a Dios.
No es sólo a los obispos y a los sacerdotes, sino a toda la Iglesia, a quien dice el apóstol
Pedro: «Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido»
(1 P 2, 9). El antiguo pueblo de Dios había sido revestido del honor de esta dignidad, según
lo que se dice a Moisés: «Esto es lo que dirás a la casa de Jacob y lo que anunciarás a los
hijos de Israel» (Ex 19, 3). Y un poco más adelante: «y vosotros seréis para mí un reino de
sacerdotes, una nación santa» (ibid. v. 6).
17. Pedro Damián
El último texto que recogemos es del siglo XI y atestigua hasta qué punto se mantuvo viva
la doctrina de la Tradición y de los Padres al comienzo de la Edad Media. Pedro Damidn
(1007-1072), eremita de Fonte Avellana, cerca de Faensa, que fue después cardenal y
obispo de Ostia, es quien nos suministra nuestro último testimonio.
En una carta célebre, dirigida a Cinzio, prefecto de Roma, alude a la proclamación solemne
del magistrado, en la basílica de san Pedro, el día de la Epifanía, y le explica cómo ejerce
su sacerdocio.
“Ayer, mientras predicábamos al pueblo en la iglesia del bienaventurado Pedro, príncipe
de los Apóstoles, según lo que nos inspiraba la divina clemencia sobre la solemnidad de la
Epifanía, hablaste tú, no como prefecto de la ciudad, sino más bien como sacerdote de la
Iglesia; no fue la palabra de un seglar la que resonó, sino la elocuencia de la predicación de
los apóstoles.
¿A quién imitaste con ello, sino a aquel que es rey, sacerdote, gobierna el mundo por el
poder de la divina virtud y se ofreció en el sacramento de la hostia de salvación? También
nosotros, por la gracia de este mismo salvador, de quien somos miembros, hemos recibido
ser lo que es él mismo.
Por eso dice Juan en el Apocalipsis: «Nos ha hecho reyes y sacerdotes» (Ap 1, 6). Y san
Pedro: «Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido,
para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz».
En consecuencia, resulta evidente que cada cristiano es sacerdote por la gracia de Cristo. A
justo título tiene que anunciar el poder de Dios. Tú imitas el ejemplo de su sacerdocio y de
su realeza, cuando, en los tribunales, promulgas las justas sanciones del derecho y, en la
Iglesia, mediante las apremiantes exhortaciones, edificas el alma del pueblo que te
escucha.” [Carta 8, 1. PL 144, 161]
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“No es sólo el Mediador entre Dios y los hombres (1 Tm 2, 5), el Cristo hombre, quien es
llamado con justicia Rey y Sacerdote, sino que cualquiera que le esté unido por un amor
perfecto tiene derecho a este doble título, según las palabras de san Pedro y de san Juan. En
efecto, por la gracia de Cristo somos reyes, porque llevamos en la frente el emblema de la
cruz. A justo título, somos llamados sacerdotes, porque hemos recibido el óleo del Espíritu
Santo a través de la unción del santo crisma.” [Sermón 46. PL 144.755]
18. Beda el Venerable (Dabin 150-157)
“Parmi ceux auxquels il départit ses bienfaits corporels, on ne voit pas que le Seigneur en
ait adressé d’autres aux prêtres, sinon les lépreux. La raison en est que le sacerdoce des
Juifs était la figure de futur sacerdoce royal, qui existe dans l’Eglise, et par quoi sont
consacrés tous ceux qui appartiennent au corps du Christ, qui est le souverain et véritable
prince des prêtres. ” [In Luc, Evang. Exp, I V, c 17 : PL 92, 542 D].
“Par cette expression: sacerdoce saint l’Apôtre très manifestement nous exhorte à nous
édifier en tant que sacerdoce saint, nom et fonction qui, sous la Loi, furent réservés à la
seule maison d'Aaron. Parce que tous nous sommes membres du Prêtre Souverain, que tous
nous sommes signés de l'huile d'allégresse, à tous également s'applique ce qui suit : «Pour
offrir des hosties spirituelles, agréables ti Dieu par Jésus-Christ». (L'auteur sacré) entend
par hosties spirituelles, nos œuvres, nos aumônes et nos prières, par opposition aux victimes
charnelles de la Loi. Ce qu'il ajoute : Par Jésus-Christ, est dit en conclusion de tout ce qui
précède (dans le texte), parce que par sa grâce nous sommes édifiés sur lui par les sages
architectes que sont les ministres du Nouveau Testament et nous devenons des maisons
spirituelles par son Esprit, prémunis contre les pluies, les vents et les foudres des tentations.
Et nous ne pouvons participer au sacerdoce saint et offrir quelque chose d'agréable a Dieu,
si ce n'est par Lui-même (….) L’Apôtre appelle les peuples sacerdoce royal, parce qu’ils
sont unis au corps de celui qui est le roi suprême, le prêtre véritable, donnant, en tant que
roi, la royauté aux siens et, en tant que pontife, rachetant leurs péchés par son sacrifice
sanglant. Il les appelle sacerdoce royal, afin qu’ils espèrent le royaume éternel et qu’ils se
souviennent d’offrir toujours à Dieu le sacrifice d’une vie sans tache.” [In I Ep. Petri, c. II:
P L, XCIII, 49.50-51]
(El autor sagrado) entiende por hostias espirituales, nuestras obras, nuestras limosnas y
nuestras oraciones, por oposición a las víctimas carnales de la Ley.
19. Dídimo el ciego
Dídimo perdió la vista a los cinco años de edad. Vivió en Alejandría, en el siglo IV; como
laico y asceta. Mantuvo allí una escuela en la que enseñaba la exégesis, según el espíritu de
Orígenes. Jerónimo y Rufino figuran entre sus alumnos. Su obra, sobre todo bíblica, se ha
perdido en gran parte. Se han conservado algunos fragmentos gracias a las cadenas
(colecciones de comentarios de citas patrísticas). Dídimo debió morir hacia el año 398.
Este comentario a la Primera carta de Pedro nos recuerda que nuestro sacerdocio no tiene
sentido más que en relación con el único sacerdocio de Cristo. Él es el único Sacerdote que
se ofrece y que nos ofrece con Él al Padre.
“«Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, un pueblo que Dios se ha
adquirido, para anunciar las maravillas». La realeza y el sacerdocio, según la disposición de
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la antigua Ley, eran troncos diferentes; el sacerdocio provenía de la tribu de Leví, la realeza
procedía de la tribu de Judá. Entre los judíos, uno era el rey y otro el sacerdote. El
evangelio ha sucedido a esta economía y ha unido realeza y sacerdocio en la misma
persona. Cristo, en efecto, es lo uno y lo otro.
El Señor le ha dicho: «Tú eres sacerdote para la eternidad» (Sal 110, 4). Y en otro lugar:
«Yo lo he establecido rey con justicia». Él mismo afirma refiriéndose a él: «Yo he sido
establecido rey» por él, es decir, por Dios (Sal 2, 6). A partir de ahí, era preciso que lo que
él había separado, al ser a la vez rey y sacerdote, se convirtiera por elección en el linaje real
y sacerdotal al mismo tiempo.
Como el Padre posee a la vez ambas dignidades, porque era rey, era preciso que su linaje
fuera real; y como es sacerdote, era preciso que fuera sacerdotal. Por eso son llamados
pueblo santo, por aquel que es santo, para llegar a ser santos ellos mismos. Al mismo
tiempo que nación santa, se les llama «pueblo que Dios se ha adquirido», extraños a todo
mal, pueblo adquirido, porque pertenecen a los que han sido acogidos y no rechazados.
Si se pregunta por qué son llamados nación santa, una, los fieles escogidos de todas las
razas, es preciso responder sin vacilación que, al ser llamados de todas las naciones, han
rechazado la vanidad que había dispersado a los pueblos. En adelante ya no tienen más que
una sola voluntad, un solo espíritu, una disciplina, una misma fe. Cuando los creyentes no
tienen más que «un corazón y un alma» (Hch 2, 46), se reconoce que no forman más que
una sola nación.” [PG 39, 1762-1763].
20. Gregorio Magno,
“Or nous tous, qui avons été rachetés par le sang du Christ nous sommes devenus les
membres de ce Prêtre Souverain. C’est pourquoi, à nous aussi il est dit dans saint Pierre :
« vous êtes une race élue, un royal sacerdoce ». Mais celui qui supporte sa gibbosité
regarde constamment la terre. Il est donc exclu du sacerdoce, parce que quiconque ne
considère que le chose terrestres se rend témoignage à lui-même qu’il n’est pas membre du
Prêtre Souverain.”[Hom. in Evang., hom. 34,8: PL 76,1231-1232].
Pueden verse los comentarios a:
Is 61, 6:
Orígenes, Contra Cels., VIII, 19: PG 9,1548
Basilio, De bautismo II, 8: PG 31,1601.
Rom. 12,1 y Heb. 4,14:
Basilio, De bautismo II, 8: PG 31,1601.
Juan Crisóstomo, In epist. ad Rom., hom. 20: PG 60, 597.
Cipriano, Epist. 77,3: PL 4, 417;
Pedro Crisólogo, Serm. 108: PL 52, 500;
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Fulgencio de Ruspe, Epist. 14,4: PL 65,124.
Ap. 1,6:
Agustin, In B. Ioan. Apoc. expositio, hom. 1: PL 35, 2416.
Fulgencio, De verit. praedest., lib. 3,13: PL 65, 662.
Jerónimo, Contra Lucif., 4: PL 23,158.
1 Pedro:
Clemente Romano, Epist. 1 ad Cor., C. 58: PG 1, 328;
Ignacio Antioquia., Ad Ephesios, 9: PG 5, 741;
Clemente Alejandrino, Cohort. ad gent. c. 4: PG 8,160;
Metodio de Olimpia, Serm. de Sim. et Anna, 13: PG 18, 381. S. ATANASIO, Hom.
de semente, 13: PG 28,161;
Gregorio Nazianceno, Oratia V contra Iulianum 11, 26: PG 35, 697;
Dídimo Alej., Ennaratio in Epist. 1 S. Petri V, v. 4: PG 39, 1762.
Agustín, De Civit. Dei., lib. 20, 10: PL 41, 676.
Prospero de Aquitania, Lib. de vocatione omnium gentium, lib. I cap. 15: PL 51,
668.
Gregorio Magno, Hom. in Evang., hom. 34,8: PL 76,1231-1232.
Isidoro, De eccles. off., lib. II, C. 26, 2: PL 83, 824-24.
Beda el Venerable, De templo Salom.. C. 16: PL 91, 776.
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