Relatos 2 Cuentos
Relatos 2 Cuentos
PRIMER CICLO
NUEVA
EDICIÓN
116742_001-004_prelis.indd 2 16/3/21 13:20
Dirección editorial Ilustraciones
Florencia N. Acher Lanzillotta Cecilia Giraudy (pp. 30 y 94)
Cecilia Varela (p. 102)
Coordinación editorial Diego Simone (p. 10)
Andrea García Castro Gabriela Burin (pp. 84 y 126)
Jimena Ferreyra (p. 108)
Coordinación de contenidos digitales Juan Pablo Caro (pp. 67 y 110)
Cecilia Espósito Leo Frino (pp. 78 y 96)
Mariela Califano (pp. 38 y 130)
Asistencia editorial María José de Tellería (pp. 46, 128 y 134)
Belén García Vázquez María Lavezzi (pp. 58 y 120)
Nestor Ocampo (pp. 26, 86 y 92)
Selección literaria Paula Monteagudo (pp. 62 y 112)
Cecilia Galindez Paula Ramos (p. 17)
Mónica Rodríguez ©Poly Bernatene (p. 52)
Ximena García (pp. 14, 24 y 50)
Guion e ilustraciones de aperturas
Diego Simone p. 14 ©Herederos de María Elena Walsh c/o Shavelzon Graham
Agencia literaria.
Edición p. 17 ©Oliverio junta preguntas, Oliverio junta preguntas, Silvia
Guillermina Harris Schujer, Sudamericana, 2015. ©Penguin Random House Grupo
Editorial S.A., 2017.
Corrección p. 24 ©Carta de Drácula a su tía, Los imposibles, Ema Wolf,
Ana Belén Hermann Sudamericana, 2015. ©Penguin Random House Grupo Editorial S.A.,
2017.
Coordinación gráfica p. 26 ©El señor Lanari, Los imposibles, Ema Wolf, Sudamericana, 2015.
Luciano Andújar ©Penguin Random House Grupo Editorial S.A., 2017.
p. 30 ©1988, Ema Wolf, ¡Silencio, niños! y otros cuentos. ©1997 Grupo
Diseño de tapa Editorial Norma.
Luciano Andújar p. 46 ©Liliana Cinetto.
p. 50 ©Las brujas que trabajan en los cuentos, Las brujas sueltas,
Ilustración de tapa Cecilia Pisos, Sudamericana, 2011. ©Penguin Random House Grupo
Ana Sanfelippo Editorial S.A., 2017.
p. 52 ©Cristina Portorrico - Ilustración: Poly Bernatene, Una jornada
Diseño de maqueta y diagramación agitada, Las brujas Paca y Poca y su gato Espantoso. El gato de
Celeste Maratea y Luciano Andújar hojalata, Editorial Guadal, 2003.
p. 67 ©2008, Graciela Repún y Enrique Melantoni, El príncipe pide una
Coordinación y documentación fotográfica Mariana Jubany mano. ©2008, Editorial Norma S.A.
p. 78 ©1998, Gustavo Roldán, Historias del piojo. ©2011, Grupo
Preimpresión y producción gráfica Editorial Norma.
Florencia Laila Schäfer p. 84 ©Historia de la pulga que aplasta, Animal de patas largas,
Gustavo Roldán, Sudamericana, 2015. ©Penguin Random House
Grupo Editorial S.A., 2017.
p. 86 ©Tradición de domadores, Prohibido el elefante, Gustavo Roldán,
Sudamericana, 2013.
©Penguin Random House Grupo Editorial S.A., 2017.
p. 92 ©Magdalena Fleitas.
p. 94 ©Mariana Baggio y Zulema Noemí Benveniste.
p. 96 ©Una fiesta en el cielo y un colado, Cuentos del sapo, Graciela
Montes, Sudamericana, 2013. ©Penguin Random House Grupo
Editorial S.A., 2017.
p. 108 ©Herederos de Elsa Bornemann c/o Shavelzon Graham Agencia
literaria.
p. 110 ©Douglas Wright.
p. 112 ©2010, Liliana Cinetto, Cuentos locos para leer de a poco. ©2011
Grupo Editorial Norma.
p. 134 ©Laura Roldán.
ÍNDICE
EL CASO DEL ANTICUARIO HECHIZADO.....................................6
CAPÍTULO 1: JUEGOS Y JUGUETES...........................................8
“Tiberio se queda en casa”, Verónica Chamorro.......... 10
“Marcha de Osías”, María Elena Walsh.......................... 14
“Oliverio junta preguntas”, Silvia Schujer....................... 17
6 E D E LV I V E S
RELATOS PARA CADA RATO 2 7
JUEGOS
Y JUGUETES
8 E D E LV I V E S
RELATOS PARA CADA RATO 2 9
Tiberio se queda en casa
Tiberio está en la mesa de luz. No sale de la casa desde hace
tres días. No es que Pablo no quiera llevarlo con él. Es que
ahora ya no lo sigue a todas partes, como antes. Cada dos
por tres, desaparece: o se cae de la mochila, o se va a pasear
con otros chicos por el patio de la escuela...
La semana pasada, por ejemplo, mientras la maestra
daba clase, Pablo no dejaba de imaginar historias para
jugar más tarde con Tiberio: ¡podrían ser superhéroes que
volaban en busca de villanos! Cuando la maestra le hizo
una pregunta, Pablo no pudo responder: es difícil imaginar
historias y prestar atención en clase al mismo tiempo.
10 E D E LV I V E S
Así que ella le pidió que cambiara de lugar con la
Chica Forzuda, que se sentaba más adelante. No pasaron
ni dos segundos y notó cómo Tiberio se asomaba entre
los cuadernos de la mochila. ¡Siempre quería jugar con la
Chica Forzuda! “Ni que fuera tan especial”, pensó. Tenía que
actuar rápido, entonces le dijo a la maestra que necesitaba
algo de su pupitre y aprovechó para cerrar bien la mochila,
así Tiberio no se escapaba.
Pero no sirve de nada andar ahora recordando esas
travesuras. Mañana Pablo se va de excursión todo el día y
Tiberio parece enojado. ¿Pero qué puede hacer?¿Y si decide
saltar de la mochila y se pierde? ¿Si otra vez se quiere ir
con la Chica Forzuda? No puede llevarlo.
—¿El Mago Invisible está mirando fijo a su mascota
para hacerlo desaparecer? —pregunta la Chica Forzuda,
que justo entra a la habitación de Pablo.
—Te dije mil veces que no es mi mascota —responde él,
malhumorado.
—La maestra dijo que solamente podemos llevar
una libreta de notas mañana. Nada más —dice la Chica
Forzuda.
—Ya lo sé.
—Mucho menos un dinosaurio verde llamado Tiberio. Si
no entra en el bolsillo, no puede ir de excursión.
12 E D E LV I V E S
una gran idea: mientras esté lejos de
Tiberio, viajando en el micro, podría
imaginar todas las historias que quisiera
con él y dibujarlas en la libreta. Y, al
volver a casa, podrían compartirlas.
Quizás, hasta podrían incluir a la Chica
Forzuda.
—Sí, ya terminé. Vamos a jugar. Pero
yo elijo el juego. Y me acompaña Tiberio,
claro —dice. El dinosaurio, entre sus
brazos, parece sonreír.
Verónica Chamorro
14 E D E LV I V E S
Quiero un río con catorce pescaditos
y un jardín sin guardia y sin ladrón.
También quiero para cuando esté solito
un poco de conversación.
16 E D E LV I V E S
Oliverio junta preguntas
Oliverio coleccionaba preguntas como quien junta figuritas.
Pero con tres diferencias:
1. que no podía comprarlas en los quioscos;
2. que nadie se las cambiaba; y
3. que el álbum no se llenaba jamás.
18 E D E LV I V E S
Interesantes y estúpidas como: ¿Por qué si la Luna
es más chica, la veo más grande que a cualquier estrella?
O bien: ¿Seré el chico más bello del mundo?
Cuando empezó, las únicas que juntaba eran las
preguntas que se le ocurrían a él.
Con el tiempo, los amigos se interesaron por ayudar a
Oliverio y le regalaron un montón de las suyas.
Preguntas de toda clase.
De mujeres y de varones. Con respuestas o sin
respuestas. Aburridas y simpáticas. Dulces y saladas. Con
palabras raras y hasta con palabrotas.
Oliverio se cansó de escribir preguntas en su cuaderno.
Hasta que un día se le empezaron a repetir.
Venía uno con una pregunta dificilísima y Oliverio
decía: “Esta ya la tengo”.
19
Venía otro con una pregunta requetedificilísima y
Oliverio decía: “Esta ya la tengo”.
Repetida. Repetida. Repetida.
Le venían todas las preguntas repetidas.
Hasta que conoció a María Laura y, de una sola vez, se
le ocurrieron diez mil: ¿Quién es esa chica? ¿Cómo se llama?
¿Por qué es tan linda? ¿De qué color tiene los ojos?
¿Le hablo o no le hablo?
No tenía ninguna.
¿Por qué no puedo dejar de mirarla? ¿Cuántos años tiene? ¿A
qué escuela va? ¿La invito o no la invito a pasear?
20 E D E LV I V E S
Su colección creció de golpe. Llenó de preguntas hasta
la última hoja del cuaderno.
Y ya iba a iniciar uno nuevo, cuando de repente...
¡Seguro que se le acabó la tinta!
Salió a la vereda y la encontró.
Lo primero que supo es que se llamaba María Laura
y lo demás decidió averiguarlo de a poco.
Pero volvamos al principio.
Oliverio coleccionaba preguntas como quien junta
figuritas.
Hasta que un día conoció a María Laura. O se le acabó
la tinta. Y desde entonces, sin proponérselo,
un nuevo cuaderno se le fue llenando de respuestas.
Silvia Schujer
22 E D E LV I V E S
RELATOS PARA CADA RATO 2 23
Carta de Drácula a su tía
Querida tía Brucolaca:
24 E D E LV I V E S
Por favor, titita: mandame ciento veinte pomos de Pecasin
y una crema para la napia, que se me peló un poco.
No te demores. Voy a quedarme encerrado hasta que
recupere mi saludable color verdoso.
Ema Wolf
26 E D E LV I V E S
¡Y fue ahí justamente cuando el señor Lanari empezó a
destejerse!
Por suerte, era domingo.
A medida que se alejaba de su casa, el destejido
avanzaba.
Camina que te camina.
Desteje que te desteje.
Detrás de él iba quedando un tallarín de lana
de colores cambiantes.
El señor Lanari se sentía cada vez más
disminuido: cuando paró en la esquina de la
confitería para comprar merengues, ya se
había destejido todo por arriba.
Encima del bolsillo del chaleco,
¡no había nada!
Y así siguió.
Punto por punto, paso a
paso, el destejido avanzó hasta
la cintura.
Y más.
28 E D E LV I V E S
Cuando llegó al gorro, naturalmente apareció Firulí con
la punta de la hebra todavía en la boca.
Solo la abrió cuando los tres se sentaron a comer
merengues.
Ema Wolf
30 E D E LV I V E S
Algo así le sucedió al rey Vigildo. Se fue
a la guerra una mañana y volvió veinte
años más tarde, protestando porque le
dolía todo el cuerpo.
Naturalmente, lo primero
que hizo su esposa, la reina Inés,
fue prepararle una bañera con agua
caliente. Pero cuando llegó el momento
de sumergirse en la bañera, el rey se
negó.
—No me baño —dijo—. ¡No me
baño, no me baño y no me baño!
La reina, los príncipes, la parentela real y la corte
entera quedaron estupefactos.
—¿Qué pasa, majestad? —preguntó el viejo
chambelán—. ¿Acaso el agua está demasiado caliente? ¿El
jabón demasiado frío? ¿La bañera demasiado profunda?
—No, no y no —contestó el rey— pero yo no me baño
nada.
Por muchos esfuerzos que hicieron para convencerlo,
no hubo caso.
Con todo respeto trataron de meterlo en la bañera
entre cuatro, pero tanto gritó y tanto escándalo armó para
escapar que al final lo soltaron.
32 E D E LV I V E S
Y terminó diciendo en tono dramático:
—¿Qué soy yo, acaso un rey guerrero o un poroto en
remojo?
Pensándolo bien, el rey Vigildo tenía razón. Pero cómo
solucionarlo. Razonaron bastante, hasta que al viejo
chambelán se le ocurrió una idea. Mandó hacer un ejército
de soldados del tamaño de un dedo pulgar, cada uno con
su escudo, su lanza y su caballo, y pintaron los uniformes
del mismo color que el de los soldados del rey. También
construyeron una pequeña fortaleza con puente levadizo
y con cocodrilos del tamaño de un carretel, para poner
en el foso del castillo. Fabricaron tambores y clarines en
miniatura. Y barcos de guerra que navegaban empujados a
mano o soplidos.
Todo esto lo metieron en la bañera del rey, junto con
algunos dragones de jabón.
Ema Wolf
34 E D E LV I V E S
RELATOS PARA CADA RATO 2 35
¡BRUJAS
A LA VISTA!
36 E D E LV I V E S
RELATOS PARA CADA RATO 2 37
Blancanieves
Érase una vez, una reina que estaba
esperando un bebé. Un día, mientras
cosía junto a la ventana, se pinchó un
dedo y una gota de sangre cayó sobre la
nieve.
—Ay —suspiró—, ojalá tuviera yo una
hija blanca como la nieve, con los labios
rojos como la sangre y el cabello negro
como el ébano.
Por eso, al nacer la niña fue llamada
Blancanieves. Quiso la desgracia que,
al poco tiempo, la reina muriera y la
niña quedara al cuidado de su padre, el
rey. Sin embargo, para él era muy difícil
criar solo a su hija, y al año tomó otra
esposa. Era una mujer muy hermosa y
arrogante, y no soportaba que nadie la
superara en belleza. Hacía verdaderos
berrinches cuando se enteraba de que
38 E D E LV I V E S
había alguna doncella más hermosa que ella. ¿Y cómo se
enteraba de algo así? Tenía un espejo mágico. Ella solía
pararse frente a él y preguntarle:
—Espejito, espejito, ¿hay otra más linda que yo en este
reino?
Y el espejo respondía:
—Tú, mi reina, eres la más hermosa del reino.
Con el correr del tiempo, Blancanieves creció y
se convirtió en una chica fuerte y llena de buenos
sentimientos. Pero esto no era todo, era además muy
hermosa.
Un día, la reina volvió a preguntar al
espejo:
—Espejito, espejito, ¿hay otra más
linda que yo en este reino?
—Eres muy hermosa, mi reina,
pero Blancanieves lo es más.
La reina sintió que se volvía
loca de rabia y, como era malvada
de corazón, mandó a un cazador a
acabar con Blancanieves.
40 E D E LV I V E S
Mientras tanto, Blancanieves huyó y corrió hasta
meterse muy profundo en el bosque. A lo lejos, divisó
una cabaña y fue hasta allí. Cuando entró, se sorprendió
muchísimo de lo que vio. La mesa estaba puesta con siete
pequeños platitos, siete vasos y siete cucharas. En cada
platito había servida una pata de pollo. Como Blancanieves
tenía mucha hambre y mucha sed, se sentó y comió un
poquito de cada plato y tomó un sorbito de cada vaso.
Después sintió sueño y pasó al dormitorio, donde había
siete camitas tendidas. Probó un poco todas, pero solo la
séptima halló cómoda y allí se durmió.
Poco después llegaron los siete dueños de la casita:
eran enanos. Al encender las lámparas, los enanos notaron
que alguien había comido en su mesa. Y ¡oh, qué sorpresa!:
había una chica hermosísima durmiendo en una de sus
camitas.
42 E D E LV I V E S
de la canasta. Al primer mordisco que dio a la
manzana, cayó al suelo sin vida.
Cuando volvieron de la mina, los enanos se
entristecieron mucho al encontrar así a Blancanieves.
Intentaron revivirla de todas formas, pero no lo
consiguieron. Como era tan hermosa, decidieron
dejarla en una caja de cristal así podían seguir
contemplándola. Cada vez que la veían, lloraban sin
consuelo.
Cierto día, pasó por allí un príncipe que, con solo
ver a Blancanieves en su caja de cristal, se enamoró
perdidamente de ella. Pidió permiso a los enanitos
para darle un beso a la joven. Abrió la caja de
cristal y la besó. Luego, la levantó en brazos y
44 E D E LV I V E S
DATOS SOBRE LOS AUTORES
Como en Alemania existían muchos cuentos de tradición
oral, los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm decidieron
escribirlos para que perduraran. Tuvieron que modificar
algunas partes que eran muy duras y crueles, para que el
público infantil pudiera leer esas historias.
46 E D E LV I V E S
porque le dijeron:
—Las brujas modernas
ya no usan escobas
porque son muy lentas
y no están de moda.
Por eso Maruja
quiere transformar
a su escoba vieja
en superveloz
auto de carrera.
Cuando ya está lista
la extraña poción,
la bruja Maruja
rocía su escoba
con gran emoción
y repite alegre
48 E D E LV I V E S
toda chamuscada.
¿Se da por vencida?
Pues no, para nada.
Busca otra receta
que tiene guardada.
¿Qué va a hacer
ahora
para ser moderna?
Pues si ya no puede
viajar en escoba,
tendrá que volar
con la aspiradora.
Liliana Cinetto
50 E D E LV I V E S
No soportan a los gatos,
les da vértigo la escoba,
quieren quitarse los granos
y la nariz con joroba.
Cecilia Pisos
52 E D E LV I V E S
Más rápido que Paca, Poca se asomó por la ventana
y vio a Espantoso en el camión de la basura, maullando
como un loco.
—¡Paca, Paca! —gritó Poca—. ¡El camión de la basura se
lleva a nuestro Espantoso!
—¡Qué camión tan monstruoso, llevarse así a nuestro
Espantoso! —dijo Paca mientras se ponía el sombrero de
pico y sacaba la varita mágica de abajo de la almohada.
—¡Gatoliso, Gatiloso, que aparezca ya mismo el gato
Espantoso!—. Y movió varias veces la varita sobre su cabeza.
—¡Eso nunca resulta! —rezongó Poca—. Lo que tenemos
que hacer es... ¡perseguir el camión! —
dijo con entusiasmo, ya que jamás
le gustaron las películas donde
nunca pasa nada.
Entonces, las dos
brujas se subieron a sus
escobas y saltaron por
la ventana.
54 E D E LV I V E S
Los tres se abrazaron y lloraron de la emoción. Estaban
tan contentos que decidieron hacer una fiesta en el
castillo esa misma noche. Asistieron esqueletos, momias y
zombis; todos llevaron regalos horribles, comieron sopa de
verdura y bailaron muy mal. De más está decir que fueron
terroríficamente felices.
Cristina Portorrico
56 E D E LV I V E S
RELATOS PARA CADA RATO 2 57
Cenicienta
Había una vez un viudo, padre de una hermosa y
bondadosa niña, que se casó por segunda vez. La nueva
esposa era también una viuda y tenía dos hijas malas y
envidiosas. Al poco tiempo, el padre de la niña murió y
su hija quedó muy triste. La viuda, sin embargo, no tuvo
la menor piedad de ella y la puso en el fogón a cocinar y
fregar, y a hacer todas las tareas de la casa. Tanto y tan
pesado trabajaba todos los días, que se la pasaba sucia de
cenizas y por eso comenzaron a llamarla Cenicienta, al
punto de olvidar su verdadero nombre.
58 E D E LV I V E S
Un día les llegó una noticia: el príncipe daría un baile
en el palacio. La viuda y sus hijas enseguida planearon
qué vestidos ponerse, cuanto más lujosos, mejor. Aunque
nunca hablaban de incluir a Cenicienta en el baile, ella no
perdía las esperanzas de ir hasta que las vio marcharse
con sus vestidos cargados de lentejuelas. En ese momento,
Cenicienta rompió a llorar con toda su alma y, recién
cuando empezó a calmarse, notó que había un hada
madrina delante de ella.
—¿Por qué lloras?—preguntó el hada madrina.
Cenicienta le contó que deseaba ir a la fiesta pero no
tenía ningún vestido de baile. Inmediatamente, el hada la
tocó con su varita mágica y apareció un vestido azul claro
hermosísimo. Y de calzado, unos zapatitos de cristal. El hada
madrina le advirtió que así vestida y calzada podría ir al baile
del palacio, pero debía volver antes de la última campanada
de las doce, porque a esa hora se rompería el encanto y ella
quedaría otra vez vestida con sus ropas viejas.
Fuera de la casa la esperaba una carroza que la llevó
directo al palacio. Al verla el príncipe quedó prendado de
ella. Bailaron toda la noche, pero ni la viuda ni sus hijas
reconocieron a Cenicienta.
De pronto, faltaba ya una sola campanada para las
doce, cuando Cenicienta debió salir corriendo. Tan rápido
lo hizo que uno de sus zapatitos de cristal quedó en la
RELATOS PARA CADA RATO 2 59
escalera. El príncipe fue tras ella y… lo único que encontró
fue el zapato. Pero se dijo:
—Gracias a este zapatito hallaré a su hermosa dueña
y me casaré con ella.
Cuando las hermanastras volvieron a la casa,
encontraron a Cenicienta en el fogón y le contaron
sobre la bella señorita que había bailado con el
príncipe.
Al día siguiente, un pregón despertó a la
ciudad: el príncipe y su ministro irían casa por
casa por toda la aldea para que las doncellas
se probaran el zapatito de cristal. Quien
pudiera calzarlo, se convertiría en la esposa
del príncipe.
El alboroto en la aldea era tremendo:
todas querían entrar en ese zapatito,
pero era tan chiquito que ninguna lo
lograba. Al fin, llegó el príncipe a la
casa de la viuda, que saltaba de la
emoción, pero ni la hija mayor
ni la menor pudieron meter el
pie ahí. El ministro preguntó si
había alguna otra doncella en
la casa, y la viuda comentó
60 E D E LV I V E S
que con ellas vivía la fregona, Cenicienta. El príncipe le
ordenó que la llamara y al instante apareció Cenicienta,
puso su pie dentro del zapato y, para sorpresa de todos, le
calzó a la perfección.
El príncipe ordenó al ministro que preparara la boda
inmediatamente. Como Cenicienta tenía buen corazón,
antes de partir perdonó a la viuda y a sus hermanastras
todo el daño que le habían hecho. Al día siguiente,
Cenicienta y el príncipe se casaron y fueron felices por
siempre.
62 E D E LV I V E S
Una primavera se le apareció su hada madrina, una
especie de robotito de plástico.
—Che, no te popopodés pasar la vida así, tenés que
cacacasarte —le dijo el Hada madriplástica.
—Em… no tengo tiempo para eso —contestó Cenicienta.
—Así te vas a quedar más sola que el papapapan sin
queso —agregó el hada madriplástica.
—Mmm... Tenés razón, ¡me vendría bien un poco de
ayuda para limpiar el reino! —dijo Cenicienta.
Desde entonces se pasó semanas enteras poniéndose
espléndida para el cumpleaños del Príncipe.
Había una gran fiesta en el castillo ese día. Tiraban fuegos
artificiales, que afectaban a los animales; había jugo en vasitos
de plástico, que luego aparecían tirados en el pasto, y servilletas
y bandejas, que se amontonaban en los rincones.
—Puaj, no aguanto más —susurró desesperada
Cenicienta al rato de haber llegado al castillo.
Salió corriendo, pero en el medio tropezó con un montón
de basura y se le salió un zapato. Fue a buscarlo y entonces
vio al Príncipe, que la miraba con los ojos blancos de amor.
—Te casás conmigo —dijo el Príncipe.
—¡No tengo tiempo, tengo que reciclar! —dijo Cenicienta.
—Perfecto —dijo el Príncipe, que no era muy bueno
escuchando a los demás.
64 E D E LV I V E S
Escandalizadas, algunas personas se fueron mudando del
reino. Primero se fueron los vendedores de comida chatarra,
después los dueños de las fábricas de plástico, después el
Príncipe mismo.
La Cenicienta se despertó una mañana, se miró los pies
descalzos y se rascó la cabeza confundida.
—Mmm… —pensó— Tengo que hacer algo, la gente se
está yendo del reino.
Entonces, convocó a los zapateros, diseñadores y
modistas que aún quedaban en el reino: le habían contado
que eran expertos recicladores. Apareció un zapatero tímido
que le puso un zapato con perfectas plumas de metal
reciclado, y un modisto que le puso un hermoso vestido de
cortinas antiguas.
—Desde ahora todos ustedes son mis príncipes
verdaderos —les dijo ella, con ojos blancos de amor.
Pablo Natale
66 E D E LV I V E S
El príncipe pide una mano
Cuarto acto
En el salón del palacio se celebra un baile. El Príncipe Azul
camina entre las Invitadas, todas mujeres jóvenes, pero
ninguna le llama la atención. Hasta que divisa a un Enanito,
que está disfrazado de Blancanieves. El Príncipe Azul,
intrigado, quiere acercarse a él, pero el Enanito se escapa
cuando se acerca el Rey, que sin querer le obstaculiza el
camino a su hijo.
68 E D E LV I V E S
(Entra Cenicienta con un vestido de fiesta. Pasa varias veces ante
el Príncipe Azul, pero este no la registra).
Cenicienta: (Hablando al aire). ¡Ay, Hada Madrina! ¡El
Príncipe Azul no me da bolilla! (Se va).
Príncipe Azul: (Oliendo). Snif, snif, ¿no hueles a quemado?
¿Acaso volviste a fumar a escondidas?
Rey: ¡No! (Mirando para todos lados). Veré si descubro de
dónde viene ese olor.
(Al salir el Rey, entra el Enanito Roncador, con gorro verde y largos
bigotes).
Enanito Roncador: (Inclinándose). Príncipe Azul… (Se queda
dormido parado).
Príncipe Azul: ¡Roncador, qué alegría verte! ¿Viniste con tus
hermanos? ¿Y Blancanieves?
Enanito Roncador: (Se va durmiendo y despertando a mitad de
cada gesto o frase). Andan todos bailando por ahí. Ahora te
los traigo… De paso voy a revisar si tienes la chimenea de
la sala tapada, porque hay un olor a humo… (Sale de escena,
mientras Cenicienta pasa por delante del Príncipe Azul, que sigue
sin verla. Entra el Hada Madrina, que se acerca al Príncipe Azul).
Hada Madrina: ¡Sapos y culebras! El hada madrina de Bella
Durmiente me aviso que este príncipe era un zopenco. Si no
mira pronto a Cenicienta, ¡lo convertiré en sapo! Y tendrá
que esperar a que alguna buena mujer lo bese, para volver a
ser humano.
RELATOS PARA CADA RATO 2 69
(Entra el Enanito, esta vez como Risitas, con gorro rojo y bamboleo
gracioso).
Príncipe Azul: ¡Risitas! ¿Cómo estás? ¡Tanto tiempo! ¿Y el
resto, por qué no viene?
Enanito: (Entre risas, duda un poco antes de contestar). Hola,
Azul, voy a ver si los encuentro… (Comienza a alejarse).
Príncipe Azul: (Hablando para sí mismo). Esto ya lo viví…
(Gritando al Enanito). ¡Alto!
Enanito: (Sacándose el gorro y tirándolo al piso). ¿A quién le
dices “alto”?¿A mí? Le dije a Blancanieves que te ibas a dar
cuenta. Serás zopenco, pero no tanto. Soy Quejoso. Lo que
pasa es que los demás estaban ocupados y, para que no
te sintieras ofendido, me mandaron a mí con la ropa de
todos. Tuve que disfrazarme varias veces ¡Y el vestido de
Blancanieves me quedaba horrible!
(Vuelve a pasar Cenicienta. El Hada Madrina mueve la varita
y hace que el Príncipe azul la tome por la cintura y baile con la
muchacha).
Príncipe Azul: (Reaccionando). ¡Oia! ¿De dónde saliste?
¿Cómo te llamas? ¿Siempre vienes a bailar acá?
Cenicienta: No, es la primera vez. Me tuve que escapar de
mis hermanas, que me mandonean todo el tiempo.
Enanito Quejoso: Yo conozco de eso…
70 E D E LV I V E S
(Suenan unas trompetas. Entra el Rey).
Rey: Veo que ya elegiste. Felicitaciones, hijo. Tu novia es la
más bonita del reino. ¡Los casaremos inmediatamente!
Hada Madrina: (Para sí). O te irás a vivir a un charco…
Príncipe Azul: (Mirando a Cenicienta). ¡Bueno! Ya que
estamos…
(Suenan doce campanadas).
Cenicienta: Vamos a tener que dejarlo para otro día. Tengo
que volver a casa… me está esperando… ¡Chau! (Sale
corriendo. Enanito Quejoso levanta del piso un zapato de vidrio y
se lo da al Príncipe Azul).
71
Príncipe Azul: ¡Un zapato de vidrio! Las mujeres ya usan
cualquier cosa. ¡Un día de estos van a querer ponerse
pantalones!
Enanito Quejoso: ¡Deja de decir tonterías y corre a
buscarla!
(Entra el Portero del palacio).
Príncipe Azul: ¡Portero! ¿Viste salir a una
muchacha corriendo?
Portero del palacio: Sí, mi Príncipe. Pero
no pude ver mucho más, porque un bobo
tiró un zapallo en medio del camino… ¡y
me di un porrazo!
Príncipe Azul: (Bostezando). Bueno. No
hay nada que hacer, entonces. Me voy a
dormir.
Rey: (Enojado). Pero ¿cómo?, ¿no era el
amor de tu vida?
Príncipe Azul: ¡Qué se yo, si bailamos
dos minutos!
Hada Madrina: (Arremangándose).
Espero que te gusten las ranas saltadas,
porque es lo único que verás de ahora
en adelante, príncipe tonto.
(Entra Cenicienta, rengueando. Se acerca al
Enanito Quejoso).
72 E D E LV I V E S
Cenicienta: Perdone, ¿no vio por acá un zapato izquierdo,
de vidrio, número 37 y medio?
Príncipe Azul: (Escucha emocionado). ¡Qué mujer práctica!
Prefiere volver por su zapato antes que escapar.
Cenicienta: Es que me los prestaron para venir al baile…
Príncipe Azul: ¡Y qué responsable! Dime, princesa, si te
devuelvo el zapato, ¿te casarías conmigo?
Cenicienta: (Pensándolo un segundo). Este… ¡bueno!
Príncipe Azul: ¡Ah, qué alegría! Al fin encontré a la mujer
que buscaba. Una que me quiera, que me mime, que me
haga comiditas ricas, que me lave la ropa, que me planche,
que sepa bordar y que sepa abrir la puerta para ir a jugar…
estoy tan contento, que a partir de hoy me llamarán “el
Príncipe Feliz”.
Hada Madrina: (Fuera de sí, murmurando con rabia). Si no lo
convierto en sapo, lo convierto en estatua. Pero de esta no
se salva.
Cenicienta: (Tomando las manos del Príncipe Azul). Azul, ¿tú
crees que yo me puse estas diez enaguas y estos zapatos
de vidrio tan incómodos porque quiero seguir limpiando
ceniza toda la vida? ¿Estás loco?
Príncipe Azul: (Confundido). ¡No! ¡Tendremos servidores
que lo hagan por nosotros! Pero tú, ¿podrías darles las
órdenes? Porque el problema es que soy un inútil para las
tareas de la casa...
RELATOS PARA CADA RATO 2 73
Hada Madrina: (Bajito). No solo para eso…
Cenicienta: Me gusta hacer las tareas del hogar por mí
misma. Aunque con el tamaño de este castillo, algo de
ayuda no me vendría mal… Pero no te preocupes, yo te
explico lo que sé hacer y podremos hacerlo juntos… Y tú
me puedes enseñar a gobernar.
Príncipe Azul: Tampoco sé nada de eso… (El Rey asiente, con
fastidio).
Cenicienta: Aprenderemos juntos…
Rey: (Complacido). Ya es hora de que las parejas hagan
un reparto justo del trabajo. Me parece muy bien que las
mujeres tengan tanto derecho a trabajar como los hombres,
que puedan gobernar y que, a su vez, sigan haciendo las
tareas de la casa mientras cuidan a los hijos.
74 E D E LV I V E S
Hada Madrina: (A Cenicienta). Las mujeres, ¿no nos
estaremos equivocando en algo?
Príncipe Azul: (A Cenicienta). Yo voy a aprender las tareas
contigo…
Rey: Entonces, ¡que se celebre la boda!
(Comienzan a salir de escena, en orden, el Rey, los novios, el
Enanito Quejoso y los demás. El Hada Madrina se queda sola y
enfrenta al público).
Hada Madrina: ¿Y yo tendré que quedarme con las ganas de
convertir a alguien en sapo? ¡Nada de eso! (Hace un firulete con
la varita y apunta al público, mientras se apaga la luz y baja el telón.
Puede oírse su risa en el escenario mientras se retira).
76 E D E LV I V E S
RELATOS PARA CADA RATO 2 77
Pisando fuerte
El piojo pisaba fuerte.
Cuando llegaba el otoño, nada le gustaba más que
caminar bajo los árboles pisando las hojas secas.
“Crac, crac”, hacían las hojas y el piojo sentía una
música que lo llenaba de alegría.
Nada le gustaba más, nada, además de andar
enamorado, mirar la luna cuando estaba en cuarto
creciente, sentir el ruido del río al anochecer, mirar la luna
llena, subirse a los árboles para ver más lejos, pasear en
lomo de elefante, correr carreras con su sombra y… Bueno,
pero ahora en este mismo momento, nada le gustaba más
que pisar las hojas secas. Y las pisaba apretando fuerte, para
que hicieran el ruido más grande.
“Crac, crac”, hacían las hojas a cada salto del piojo.
—¡Ese ruido me molesta! —gritó el carancho— no
quiero escucharlo más.
—Sí, sí —dijo la lechuza— es un ruido espantoso.
El piojo miró para arriba. Ahí estaba la lechuza parada
en un poste y estaba el carancho en la rama de un árbol.
El piojo pensó dos veces. Pensó en enojarse, pensó en
discutir, pensó…
78 E D E LV I V E S
—Bah —se dijo—, hoy no tengo ganas de pelear, mejor
me voy para otro lado.
—A vos te estamos hablando, ¿estás sordo? —gritó el
carancho.
—Ya los escuché. Me voy a pisar las hojas allá lejos,
bajo aquel jacarandá.
—No, no —dijo la lechuza—, justamente pensaba ir a
ese jacarandá.
—No hay problema —dijo el piojo—, me voy para otro
lado. Allá junto al algarrobo grande.
—Es que yo estoy por ir a ese algarrobo —dijo el
carancho.
—Bueno, don carancho, entonces me voy a pisar hojas
por el lado de aquel lapacho.
—Piojito, ¿vos sos o te hacés? ¿No te das
cuenta de que no queremos que nadie pise
las hojas secas?
—Claro —añadió la lechuza—, no nos
gusta el ruido de las hojas secas.
—Yo me voy a ir muy lejos, donde
nadie escuche nada.
—Pero nosotros vamos a saber que
estás haciendo ruido, aunque sea muy lejos
—dijo el carancho.
80 E D E LV I V E S
—¡Claro que adivino! ¡Usted está pisando hojas secas!
—Creo que tenemos gustos parecidos. ¿A usted también
le gusta pisar hojas secas en otoño?
—Es lo que más me divierte pero hay algunos a los
que no les gusta y dicen que no van a permitir que nadie
las pise.
—¿Qué no van a permitir? ¿Quién dice eso? Están locos
si quieren prohibir una cosa
tan linda.
—Pero algunos se aprovechan porque son más
grandes...
—Don piojo, aprendí de usted que hay que resistir y pelear
para defender la dignidad. Si quiere, peleamos juntos.
—¡Un momento, un momento! —se oyó el rugido del
puma—, junto al piojo yo también peleo. Díganme con quién
hay que pelear.
—¡Aquí llegamos dos más! —gritó la pulga que venía en
el lomo del yacaré.
—Y aquí llego yo —dijo el sapo—,
me demoré porque estaba pisando
hojas secas.
82 E D E LV I V E S
“Crac, crac, crac”, se movió el elefante pisando hojas.
“Crac, crac, crac”, se movió el oso hormiguero.
“Crac, crac, crac”, se movió el quirquincho.
Y se movieron y caminaron el puma, la pulga, el ñandú y
la iguana y el coatí y el mono y el bicho colorado.
Todos caminaron, pisando las hojas secas. Todos hicieron
ruido, mucho ruido. Y hacer ruido porque sí, porque se les
daba la gana, era lo más parecido a la alegría.
Gustavo Roldán
84 E D E LV I V E S
—Lo estoy haciendo llorar. Mejor me voy.
Y saltó sobre un yacaré, que estaba
hundiéndose en el río.
—Pobre bicho, se va a ahogar con mi peso.
Mejor me voy.
Y saltó sobre el oso hormiguero.
Pero el oso hormiguero había descubierto un
pequeño agujerito, y se quedó quieto, quieto,
esperando a las hormigas.
—Un animal tan grande —dijo la pulga—, y no
puede dar ni un paso. ¿Cuál será el animal más
fuerte?
Entonces pasó la paloma picoteando pastitos.
La pulga dio un salto y le cayó en la cabeza. La
paloma siguió picoteando tranquilamente y
después se echó a volar.
—¡Mburucuyá y surubí! ¡Qué fuerza tiene esta
paloma! Ahora sí me puedo quedar tranquila.
Y ahí se quedó, contenta, silbando un
chamamé, porque por fin había encontrado
al animal capaz de cargar con una pulga sin
hundirse en la tierra.
Gustavo Roldán
86 E D E LV I V E S
—¡Que lo tiró!
—Claro que lo tiró. Era un potro bravo. Pero hasta ahí
no es nada. Al abuelo del Martín, otro 29 de febrero, un
alazán también le quebró siete costillas.
—¡Mire la casualidad! ¡También siete costillas!
—Y eso no es nada. El padre del Martín,
domador de los que ya no hay, también
quiso montar un alazán otro 29 de febrero.
—¿Y qué? ¿Lo tiró?
—Claro que lo tiró.
—¡Qué lo tiró! ¡Tradición de domadores!
—Eso mismo fue lo que pensó el Martín, gaucho
domador y respetuoso de las tradiciones.
Nunca lo había volteado un caballo.
—¿Y había domado muchos?
—Muchos no. Los había domado
a todos.
88 E D E LV I V E S
—Y lo dejó bien mansito…
—Eso parecía. Pero ahí lo vimos volar al Martín. Cayó y
se quebró siete costillas.
—¡Y ya lo tenía domado! ¡Eso sí que es mala suerte!
—¿Mala suerte? Nada de eso. Mala suerte, no. Se tiró
solito, para no romper la tradición de los Ezpeleta.
El quirquincho, el coatí y la paloma se miraron con los
ojos más redondos mientras el sapo se alejaba diciendo:
—Ja, si sabrá de tradiciones este sapo.
Gustavo Roldán
90 E D E LV I V E S
RELATOS PARA CADA RATO 2 91
Negrito José
Lorolei lo lei lo leiro lei lei lere
Lorolei lo lei lo leiro lei lei rolo
92 E D E LV I V E S
¡Tocá, José, tocá!
Que queremos cantar, y saltar y bailar.
Que empiece la fiesta que suene el tambor,
que en todas las cosas brille su color.
Magdalena Fleitas
94 E D E LV I V E S
La tristeza se adormece,
y se abren los callejones,
va pasando la murguita,
miren desde los balcones.
Mariana Baggio
96 E D E LV I V E S
—Es que voy a una fiesta, ¿sabe? A una gran fiesta de
pájaros en el cielo. Y ya me han de estar esperando, como
tengo fama de buen guitarrero…
Al sapo le entraron de pronto unas ganas bárbaras de
que lo invitaran a esa famosa fiesta. ¡Una fiesta en el cielo,
nada menos!
—Es verdad, Pala-pala —comentó—. No hay fiesta
como es debido sin guitarrero… Y tampoco sin un buen
cantor. Ya se sabe que el cantor es el alma de la fiesta —Y,
mirando de reojo al cuervo, agregó— A propósito, ya sabrá
usted que para cantar me pinto solo, así que… yo digo
nomás, ¿no le convendrá llevarme?
El cuervo sonrió como disculpándose:
—Lo siento mucho, sapito, pero esta vez no va a poder
ser. Es fiesta de pájaros nomás, no sé si me entiende.
Tal vez en otra oportunidad… Bueno, me voy volando
que se me hace tarde.
RELATOS PARA CADA RATO 2 97
Pero el sapo tenía muchas ganas de ir a la fiesta, y cuando
el sapo tiene muchas ganas de algo no hay quién lo pare. Fue
por eso que no lo pensó dos veces y se metió de un salto en
la guitarra del cuervo, sin que el cuervo se diese cuenta. Y así
viajó, cómodo y calladito, hasta llegar al cielo.
En cuanto el cuervo apoyó la guitarra en una nube, el
sapo se asomó por el agujero y se puso a espiar entre las
cuerdas. ¡Era una fiesta flor, y muy concurrida! Estaban
todos: los tordos, las palomas, las calandrias, los jilgueros,
las lechuzas, los picaflores, los caranchos.
“¡Solo falta el sapo!”, pensó el sapito, y de un salto salió
de la guitarra y se escondió lo mejor posible para que
nadie lo viera.
Le gustaba oír los trinos, los silbidos, los arrullos y los
gorjeos de los invitados. Y más le gustó oír las canciones
que se pusieron a cantar todos a coro.
“¡Qué bien suena!”, pensó el sapo, “pero va a sonar
mejor todavía si yo les hago contrapunto”.
Y tanto se entusiasmó con la música que empezó a
croar y a croar con todas sus fuerzas.
Los pájaros, muy sorprendidos, se callaron enseguida.
Se miraron unos a otros y después miraron hacia donde
estaba el sapo, que, muy entusiasmado, seguía meta
croac-croac.
98 E D E LV I V E S
Entonces, se acercó
el carancho, con aires de
patrón de fiesta, y preguntó:
—¿Y este chango cómo llegó al
cielo?
—Y… como todos…. por el aire —dijo el
sapo haciéndose el inocente.
—¿Pero no ve que esta es una fiesta de pájaros?
—¿Ah, sí? Yo no sabía —mintió el sapo—. La culpa
la tiene el cuervo: él me dijo que viniera.
—¡Sapo mentiroso! —protestó Pala-pala, muy enojado,
mientras pensaba: “¿Cómo habrá hecho este sapo para
llegar al cielo?”.
El sapo no creyó necesario seguir disimulando, así que
se pasó el resto de la fiesta cantando de lo lindo y tragando
todo lo que pudo. No quedó un solo pájaro que no criticara
al cuervo por haber llevado a un sapo ronco y tragón a una
fiesta de pájaros en el cielo.
Pero dicen que todo llega a su fin, y también se terminó
la fiesta. Los pájaros empezaron a despedirse y enfilaron
uno a uno hacia sus nidos. El cuervo, entre tanto, no le
quitaba el ojo de encima al sapo y, cuando vio que se
escondía dentro de la guitarra, pensó “¡Ahora sí que te
agarré!” y, haciéndose el distraído, se colgó la guitarra y el
poncho, y se despidió de la fiesta.
RELATOS PARA CADA RATO 2 99
Al rato de andar volando empezó con las volteretas.
Hacía trompos en el aire, se tiraba en tirabuzón, en picada,
remontaba como flecha, y la guitarra se sacudía al viento
como un cencerro. Tanto que, por fin, el sapo se resbaló
por el agujero y empezó a caer a toda velocidad al suelo
mientras gritaba por si alguien lo escuchaba.
—¡Colchones! ¡Pongan colchones!
Nadie lo escuchó, por supuesto, pero tuvo suerte y no
cayó en la tierra sino en un charco. Ahora, eso sí, se dio
tal panzazo que quedó muchísimo pero muchísimo más
chato que antes.
Claro está que, como era un sapo aguantador, pronto se
recuperó del susto y, al rato, ya estaba saltando entre los
yuyos, persiguiendo moscas.
100 E D E LV I V E S
De la fiesta en el cielo nunca puede
olvidarse porque cada vez que Pala-pala
lo ve a los saltitos entre los yuyos le canta,
socarrón, desde el aire:
Graciela Montes
102 E D E LV I V E S
Mucho antes de llegar ya había carteles dorados:
“Estás a 5 minutos del cumple”, “Estás a 3 minutos del
cumple”, “Estás por llegar al cumple”. Cartel de “Llegaste
al cumple” no vimos, igual te dabas cuenta enseguida
porque estaba lleno de gente. Chicos y grandes. Gordos y
flacos. Altos y bajos. Con anteojos y sin, y una viejita con
bastón que vendría a ser mi bisabuela.
En el parque habían armado puestitos con globos,
una piñata, un tiro al blanco, un castillo inflable, un
toro mecánico, un ping-pong, dos metegoles, una cama
saltarina, un tren eléctrico para los bebés y una mesa
larga, tan larga que si te parabas en una punta, el jugo de
la otra punta no lo veías ni con lupa.
Apenas llegamos, mi hermanita y yo quisimos
darle nuestro regalo, que era un juego de magia para
principiantes. Ella dijo “Gracias” y lo iba a meter en la
104 E D E LV I V E S
plancha metálica, más gigantesca que todo,
compactaba las bolsas. Mientras, saliendo
de una de ellas, la cinta de un moño rosa
imploraba su salvación.
“Una de cal, una de arena”, dice mi
bisabuela. “No se puede tener todo en esta
vida”, dice mi mamá. Pero Etelvina decía
otra cosa: “¡¡¡Quiero mis regaloooooos!!!”.
Todavía tengo el juego de magia para
dárselo… ¿Servirá?
106 E D E LV I V E S
RELATOS PARA CADA RATO 2 107
Canción con dragón y todo
Ayer cacé un dragón chino
con esta red
y no les cuento cómo
lo dominé:
con una jarra de vino
lo emborraché.
108 E D E LV I V E S
Él me dio un beso, contento,
después se fue
y no les cuento cómo
luego extrañé
el fuego de su aliento
que olía a té…
Elsa Bornemann
Ramón el dragón
tiene fuertes garras;
si se lo propone
dobla el hierro en barras.
Ramón el dragón
tiene cola en punta;
con ella da golpes
y también apunta.
Ramón el dragón
vive en una torre:
en su pieza juega,
salta, baila y corre.
110 E D E LV I V E S
Ramón el dragón
anda por la noche;
bate sus dos alas
a troche y a moche.
Ramón el dragón
vuelve de mañana;
se acuesta en su cama,
cierra la ventana.
Ramón el dragón
sueña con dragones
que son, como él,
dragones ramones.
Douglas Wright
112 E D E LV I V E S
“Será hambre”, pensó y no se preocupó demasiado
porque no era dragón de andar haciéndose problemas
así porque sí.
Pero como la sequedad de la boca no se le pasaba,
al mediodía salió de la cueva para conseguir algo
de comer. No era complicado. Solo tenía que dar
una vueltita por los alrededores. En cuanto los
aldeanos vieran asomar en el cielo su enorme figura
verdeazulada, le conseguirían algún bocadillo.
En este sentido, Margarito no era pretencioso. Se
conformaba con cualquier pavadita que le trajeran.
Un churrasquito vuelta y vuelta, un par de costillitas,
una porción de chinchulín…
114 E D E LV I V E S
poco a poco el humo se le fue destiñendo hasta llegar a ser
apenas de un gris aguachento.
Margarito carraspeó desconcertado. Nunca antes le
había ocurrido algo así. Pero como no era dragón de darse
por vencido, respiró profundo e intentó nuevamente
lanzar sus potentes llamaradas. Probó incluso en distintas
posiciones: cabeza abajo, patas para arriba, de costado…
Fue inútil. De su bocota no salía nada. Ni un fueguito
mustio ni un chisporroteo respetable, ni siquiera
un resplandor. Nada, excepto ese humito tristón
que encima se iba esfumando en el aire, como un
garabato sucio, hasta desaparecer.
Margarito regresó a su cueva más nervioso que
no sé qué, con las escamas de punta y la cola
enroscada.
116 E D E LV I V E S
Margarito decidió consultar
de inmediato a algún mago o
hechicero, pero ninguno de los
que vivían en la comarca tenía
experiencia en un caso semejante.
—Si hubiera mordido una
manzana envenenada podría ayudarlo
—le decían—. O si quisiera convertirse
en sapo. O en príncipe. Pero encenderle el
fuego...
¡Lo que lloró Margarito aquella noche! Partía el
alma verlo así, acurrucado en un rincón de la cueva,
lagrimeando a moco tendido. ¿Qué podía hacer? ¿Qué
sería de él sin su fuego? Margarito no tenía consuelo.
Lloraba como nunca antes había llorado. A mares. Y siguió
llorando y llorando hasta que se quedó dormido. Y esta
vez durmió cien años justito. Tal vez porque en lugar de
dormirse sobre el tesoro tan incómodo (siempre se le
clavaba una perla o se le incrustaba un rubí), el dragón
se quedó dormido sobre un colchoncito de yuyo, un yuyo
hediondo y fosforescente, que crecía en el suelo de la
cueva y que Margarito había estado mordisqueando, de los
nervios, hasta que se le cerraron los ojos.
Cuando Margarito se despertó, tardó un rato en
recordar lo que le había pasado. Por suerte ya no tenía
RELATOS PARA CADA RATO 2 117
más la boca reseca. También, con tanta lágrima… Lo
que tenía, en cambio, era hambre. Muchísima hambre.
Un hambre terrible. Y es que con todo ese asunto del
fuego, llevaba dos siglos sin probar bocado. Tendría que
convencer a los aldeanos de que aún era peligroso. Quizás
si se esmeraba en sus piruetas voladoras, si intentaba un
tirabuzón cruzado, un planeo rasante a toda velocidad, un
clavado vertical… Margarito suspiró. Y al hacerlo, un par
de chispas saltaron de su boca, frente a él. Margarito se
ilusionó.
¿Sería posible que…?
Probó abriendo la boca lo más grande que pudo
y… primero se asomó una llamita timidota, pero casi
enseguida brotaron una tras otra llamas azules, amarillas,
anaranjadas y rojas, llamas que se enredaban con sus
colores inquietos y trepaban hasta el cielo.
118 E D E LV I V E S
Ese mismo día, Margarito estrenó una
pirueta nueva: flic-flac con inversión de tronco
y tijera lateral. Dificilísima. Pero no lo hizo
para impresionar a los aldeanos, sino de puro
contento. Es que tenía muchos motivos para
festejar.
Liliana Cinetto
120 E D E LV I V E S
con su terrible sombra. Se comía el mejor ganado, las
mejores vacas, gallinas y cerdos. Prendía fuego campos
enteros. Y cuando se cansaba de causar terror en toda la
comarca, volvía a descansar a su cueva en la colina.
Muchos caballeros intentaron vencerlo y todos fueron
derrotados. El príncipe Krakus incluso envió un enorme
ejército para poner fin al flagelo del dragón. Pero de los
hombres que marcharon a enfrentarlo, pocos fueron los
que volvieron.
Entonces Krakus se dio cuenta de que, para vencer al
dragón, necesitaba de alguien especial. ¡Necesitaba un
auténtico héroe! Así que hizo correr la voz: quien lograra
eliminar, de una vez y para siempre, a la terrible bestia se
casaría con su dulce y bella hija, la princesa Wanda.
De todas partes de la región, llegaron los guerreros más
fuertes y valientes, deseosos de casarse con la princesa.
Pero todos fueron derrotados por el dragón.
122
estómago, y al entrar en contacto
con el azufre y el alquitrán, la
bestia explotó en mil pedazos.
¡Imaginen la alegría que reinó
en toda la comarca!
El zapatero recibió todos los
honores posibles. Pero el mejor
de todos los premios fue casarse
con la hermosa princesa Wanda.
Dicen que fueron muy, muy
felices, durante toda la vida y
que el zapatero, con el tiempo,
se convirtió en un rey justo y
querido por su pueblo.
124 E D E LV I V E S
RELATOS PARA CADA RATO 2 125
Coplas
De las aves que vuelan
me gusta el chancho,
porque es petiso y gordo,
rechoncho y ancho.
En el medio de la mar
suspiraba un elefante
y en el suspiro decía:
“Soy gigante, soy gigante”.
126 E D E LV I V E S
Anoche se volvió loca
mi hermanita Beatriz
porque se encontró la boca
debajo de la nariz.
En el medio de la mar
suspiraba un cangrejo
y en el suspiro decía:
“¿Dónde está mi espejo?”.
128 E D E LV I V E S
Era un niño tan goloso, tan
goloso, que pasó delante
de una pastelería, se le
hizo agua la boca y casi se
ahoga.
130 E D E LV I V E S
El zorro estaba que se relamía de gusto cuando la vio
llegar. Había adornado su casa con guirnaldas de papel
crepé coloradas y farolitos de colores rojo y azul. La
cigüeña quedó deslumbrada por tan alegre decoración.
El zorro preparó la sopa más rica que él conocía,
aprendida de una abuelita, y cuando llegó la hora de
servirla, lo hizo en una fuente lisa. Como el pico de la
cigüeña es recto y puntiagudo, por más esfuerzo que hacía
por beber algo de la rica sopa, se quedaba sin poder sorber
nada. Miró al zorro con amargura pero no le dijo una sola
palabra de reproche. El zorro ni siquiera se dio cuenta de
la tristeza de su amiga, porque todo le parecía un chiste.
Así que tomó su sopa, disfrutando a lo loco, y se llenó
la barriga hasta más no poder.
132 E D E LV I V E S
había servido la cena en una copa muy alta y estrecha, y
el zorro no podía meter allí dentro su hocico redondito y
ancho para sacar una bolita de carne. ¡Ni siquiera podía
meter su lengua para saborear al menos la salsa! Tuvo
que pellizcarse para evitar largarse a llorar de rabia, como
hubiera hecho un nene de tres años. La cigüeña, mientras
tanto, conversaba plácidamente sobre sus viajes a París de
ida y vuelta, y comió a gusto todo lo que quiso porque su
pico entraba perfectamente.
134 E D E LV I V E S
Los isondúes siguen poblando la selva y los campos,
vuelan por las noches encendiendo su luz como si Añá
todavía los persiguiera y ellos quisieran despistarlo.
El fuego quedó ardiendo en la hoguera, los hombres
siguieron alimentándola con ramas y descubrieron que podían
cocinar sus alimentos y reunirse alrededor de las fogatas para
abrigarse cuando hacía frío.
136
FIN
137
CREÁ TU PROPIO ANTICUARIO
HECHIZADO
Imaginá qué personajes incluirías en el anticuario a partir de las lecturas,
dibujalos y coloreá la casa.