Friedrich Nietzsche
El Anticristo
Maldición sobre el cristianismo
Introducción, traducción y notas
de Andrés Sánchez Pascual
Título original: Der Antichrist, Fluch auf das Christenthum
Primera edición: 1973
Tercera edición: 2011
Decimoprimera reimpresión: 2023
Diseño de colección: Estrada Design
Diseño de cubierta: Manuel Estrada
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© de la traducción, introducción y notas: Andrés Sánchez Pascual
© Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1973, 2023
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ISBN: 978-84-206-5354-9
Depósito legal: M. 29.485-2011
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Introducción, por Andrés Sánchez Pascual
El Anticristo
33 Prólogo
35 Aforismos 1-62
141 Ley contra el cristianismo
143 Notas del traductor
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Introducción
Cuando el 8 de enero de 1889 Franz Overbeck, el teólo-
go de Basilea amigo de Nietzsche, llega a Turín para re-
coger a éste, caído en la demencia, lo encontró –son sus
propias palabras– «rodeado de montones de papeles».
F. Overbeck había realizado el viaje con la finalidad de
salvar a Nietzsche, si todavía era tiempo. Como es bien
sabido, tal curación resultó imposible. Pero de aquellos
montones de papeles F. Overbeck logró rescatar los más
importantes y se los llevó consigo a Basilea. Entre ellos se
encontraba precisamente el manuscrito de El Anticristo,
cuidadosamente envuelto en un folio. Al salvar este li-
bro, Overbeck salvó la expresión más neta, más enérgi-
ca, más contundente –la clave, junto con los Ditirambos
de Dioniso– de la intención última de Nietzsche.
Esta obra, en efecto, piedra de escándalo para todo el
que lúdicamente haya buscado perderse por los laberin-
tos del pensamiento de Nietzsche, pero sin atreverse a lle-
9
Andrés Sánchez Pascual
gar nunca hasta el rincón último donde tiene su morada
el Minotauro; esta obra, arma de combate de católicos
contra protestantes, de protestantes contra católicos, de
creyentes contra ateos, de ateos contra creyentes, de to-
dos contra Nietzsche; esta obra, maldecida, calumniada,
injuriada, exaltada, aplaudida y, sobre todo, malentendi-
da y desconocida, es la conclusión más coherente, la con-
clusión necesaria, de todo su camino mental. Si el pensa-
miento de Nietzsche no lleva a El Anticristo, no lleva a
ninguna parte.
Superficiales resultan todos los intentos de asimilar de
Nietzsche tan sólo alguna que otra idea recogida al azar
en sus escritos. Disfrutar, por ejemplo, con el psicólogo
refinado que desenmascara lo humano, demasiado hu-
mano de las acciones presuntamente nobles; ensalzar al
estilista prodigioso del incógnito idioma alemán, al escri-
tor dueño de todos los registros de que éste ya disponía
y, por encima de eso, al enriquecedor de ese idioma con
tonos que en él parecían inalcanzables; encandilarse con
su serena e impávida destrucción de los cimientos del lla-
mado Occidente, como si se estuviera contemplando la
pintoresca voladura de un castillo de fuegos artificiales;
asistir, en fin, al «espectáculo» Nietzsche como se asiste a
una función de circo, para chismorrear luego acerca del
escalofrío que uno mismo sintió al contemplar las «som-
bras etruscas», las «intangibilidades abstractas de la exis-
tencia» y, sobre todo, aquel número –¡oh, el gran final de
fiesta!– en que el pobre payaso jugaba con unos «dados
inamovibles»: todo eso acaso esté bien, pero no represen-
ta más que un entretenimiento. Quedarse en ello y no
avanzar hasta El Anticristo es, sencillamente, no atreverse
10
Introducción
a mirar a Nietzsche a los ojos. Quien quiera vivir a partir
de Nietzsche habrá de roer este hueso de El Anticristo; y,
además, tragarlo. Y no sólo en lo negativo, cosa fácil, sino
en lo positivo. No sólo en el no, sino también en el sí
oculto que aquí está encerrado. Ante la imposibilidad de
hacerlo, más de uno ha acabado por arrojar, todo entero,
a Nietzsche.
El destino del manuscrito y de su publicación
Como ha quedado dicho, fue F. Overbeck quien recogió
en Turín, entre otros papeles, el manuscrito de El Anticris
to y lo llevó consigo a Basilea. Recuperado de la profunda
depresión que el hundimiento psíquico de su amigo había
causado en él, se dispuso a ordenar aquellas escrituras,
tropezando así con esta obra. F. Overbeck fue, pues, el
primer lector de El Anticristo, y es posible que no sólo en
sentido cronológico haya sido el «primero». En aquel mo-
mento, al menos, ningún lector más capacitado que él
para poder comprender su significado. A Peter Gast, que
le preguntaba cuáles eran las obras que Nietzsche había
dejado concluidas, le respondió con estas líneas, pertene-
cientes a una carta escrita el 4 de febrero de 1889:
... De la Transvaloración de todos los valores en especial, no
hay completo, efectivamente, más que el libro primero, en-
vuelto también él en un folio blanco, con este título:
El Anticristo
Transvaloración de todos los valores
11
Andrés Sánchez Pascual
La segunda línea está tachada y sustituida por las palabras
«Maldición sobre el cristianismo», las cuales, por desgracia,
dejan oír otra vez el cínico acento con que en sus últimas cosas
Nietzsche, en un cierto crescendo, se ha hecho a sí mismo, creo
yo, no menor violencia que a los demás; en esas palabras paré-
ceme reconocer los mismos trazos que se muestran en los bre-
ves manifiestos que, según parece, envió en el primer día de su
locura a muy diversos sitios, también a nosotros, a usted, y a
mí... Por el momento no estoy en condiciones de estudiar con
más detalle los papeles, tampoco de proceder a una lectura de
El Anticristo, cuya muy detallada crítica, también del Antiguo
y Nuevo Testamento, yo leeré con tenso interés, precisamente
en lo que respecta al último punto...
Cinco semanas más tarde, tras la lectura de la obra,
Franz Overbeck escribe al mismo destinatario otra carta,
en la que se contiene el primer juicio sobre El Anticristo.
Dice así:
... para asegurar esta obra contra todo riesgo, en lo que de mí
dependa, he hecho una copia completa... Puede usted imagi-
narse que en ella el cristianismo es tratado como Marsias por
Apolo. No su fundador –todas las tentativas anteriores de ha-
cer de él una figura humana aparecen ridículamente abstrac-
tas y sólo como una ilustración de una dogmática racionalista
si se las compara con la hazaña de Nietzsche y su manera de
hacer surgir, de lo original de la persona, también lo humano
de ella–; pero sí todo lo que viene después. En especial, la
concepción que Nietzsche tiene del cristianismo me parece
demasiado política, por así decirlo, y la equiparación cristia-
no-anarquista paréceme descansar en una apreciación históri-
12
Introducción
camente muy discutible de lo que el cristianismo fue «en rea-
lidad» en el Imperio Romano. El «movimiento budista de
paz» iniciado originariamente por Cristo, según Nietzsche, lo
continuó siendo, a mi parecer, también el cristianismo subsi-
guiente, en mayor medida de lo que Nietzsche supone. Pese a
todo, El Anticristo no deja de ser un monumento único que
ilumina esencialmente también las ideas propias de Nietzsche
sobre este objeto, expresadas hasta ahora de manera dispersa.
La copia de El Anticristo hecha por F. Overbeck –ahora
en la Universidad de Basilea– le sirvió a éste para, desde
el primer instante, comprender a Nietzsche mejor que
nadie en su tiempo. El manuscrito mismo de la obra lo
envió más tarde a Peter Gast. Y éste, el 13 de noviembre
de 1893, hizo entrega de él a la hermana de Nietzsche.
Desde ese instante este escrito, al igual que todos los de-
más póstumos, quedó secuestrado por la que ha sido de-
nominada «soeur abusive» (Richard Roos). La decisión
de dar a conocer o no esta obra inédita de Nietzsche y la
manera de llevar a cabo su publicación iban a estar enco-
mendadas, por tanto, a la funesta hermana.
Podría suponerse que acaso ésta, asustada por los jui-
cios del libro, que culminan en una solemne maldición, se
decidiría a no publicarlo, al menos por el momento. Es
preciso tener en cuenta varios factores ambientales, cuyo
peso era incomparablemente mayor entonces que hoy.
En primer lugar, Nietzsche era hijo de un clérigo pro-
testante; su madre, viuda, mujer piadosa y respetada, vi-
vía aún, rodeada por la «virtud» de una pequeña ciudad
levítica, y necesariamente había de sufrir las consecuen-
13
Andrés Sánchez Pascual
cias de la publicación de tal obra de su hijo; la propia
hermana de Nietzsche, Elisabeth Förster-Nietzsche, ba-
saba hipócritamente su nauseabundo y militante antise-
mitismo en la defensa de los «valores cristianos» y anda-
ba solicitando por aquel entonces donaciones de dinero
para construir una capilla en Paraguay.
En segundo lugar, Nietzsche acababa de caer en la locu-
ra; había estado en dos manicomios, el de Basilea y el de
Jena, y, dado de alta, vegetaba tristemente en una parálisis
general progresiva. Su demencia había provocado sensa-
ción en toda Europa, y acerca del origen de la enfermedad
corrían mil chismes y rumores. Uno de sus más queridos
discípulos de Basilea lo visitó en el manicomio de Jena, y
al ver en la tablilla colgada junto a la cama la causa de la
enfermedad: «sífilis», volvió indignado a casa y tuvo el ri-
dículo gesto de arrojar al fuego una amplísima colección
de cartas recibidas de Nietzsche en otro tiempo. En esas
circunstancias, la publicación de El Anticristo iba a servir
inevitablemente para que todos los predicadores –los pre-
dicadores de púlpito y de periódico, de cátedra y de des-
pacho– lanzasen su autocomplacida condena: «¡justo y
merecido castigo de Dios!».
En tercer lugar –y esto lo vio con gran agudeza F.
Overbeck–, los apresuramientos y agitaciones en el apro-
vechamiento de la herencia inédita de Nietzsche iban a
perjudicar necesariamente su influencia y a crear confu-
sión. Overbeck, que conocía bien el ambiente intelectual
de su época, creía en el futuro de Nietzsche y estaba con-
vencido de que su momento llegaría. Por eso se inclina-
ba por la calma y la mesura. El Anticristo no podía dejar
de ser malentendido entonces.
14
Introducción
Pese a todo lo anterior, Elisabeth Förster-Nietzsche
decidió editar la obra lo más pronto posible. El año 1895
la entregó al público. Para quien de los actos sepa inferir
conclusiones sobre los actores, esta enigmática decisión
arroja una luz muy clara sobre el alma de aquella enig-
mática mujer. En todo caso hoy debemos estar agradeci-
dos a su resolución. Que ella supiera sobreponerse a to-
das las razones antes mencionadas, que, impertérrita,
mandase publicar estas páginas: eso la honra.
Es decir, la honraría si, en aquella «cámara de los tor-
mentos» que fue siempre el Archivo Nietzsche para los pa-
peles inéditos del hombre con cuyo apellido se honraba, El
Anticristo no hubiese sido sometido a una refinada mani-
pulación. Con una pedantería insufrible, el manuscrito de
El Anticristo, que Nietzsche había dejado perfectamente
limpio para la imprenta, fue examinado letra por letra. Al-
gunas palabras fueron eliminadas; algunos párrafos, supri-
midos; algunas frases, retocadas; las citas bíblicas, corregi-
das cuando la memoria de Nietzsche parecía haber tenido
un fallo. En otro lugar he estudiado con detenimiento esa
descarada insolencia en el tratamiento de un escrito ajeno1,
y más adelante, en las notas, indicaré los pasajes pertinen-
tes. Pero todos esos abusos parecen pequeños y pierden
interés al compararlos con lo realmente grave: la sistemáti-
ca manía le hacer creer al público que Nietzsche había de-
jado, más o menos completa, una obra magna, llamada
Transvaloración de los valores o La voluntad de poder, cuyo
1. Véase el artículo «Problemas de El Anticristo», en el número extraor
dinario de la Revista de Occidente dedicado a Nietzsche (agosto-septiem
bre 1973), pp. 207-240.
15
Andrés Sánchez Pascual
«primer libro» sería precisamente El Anticristo. La aclara-
ción de este problema es decisiva para comprender los
meses finales de la vida lúcida de Nietzsche y el sentido
que él quiso dar a sus últimas acciones por escrito.
No existe, ciertamente, la menor duda de que, durante
bastante tiempo, Nietzsche tuvo el propósito de escribir una
obra en cuatro libros titulada La voluntad de poder. Incluso
llegó a anunciarla públicamente en dos ocasiones. Lo hizo
por vez primera en la contracubierta de la primera edición
de Más allá del bien y del mal (1886). En ella aparece una
lista de las obras de Nietzsche, redactada indudablemente
por él. Tras la enumeración cronológica de los escritos ya
publicados, se anuncia, entre las «obras en preparación», la
siguiente: «La voluntad de poder. Ensayo de una transvalo-
ración de todos los valores. En cuatro libros». Por segunda
vez es anunciada esa obra dentro del texto mismo de La ge
nealogía de la moral (1887). En el § 27 del tratado tercero de
ese escrito puede leerse lo siguiente: «Estas cosas las abor-
daré con mayor profundidad y dureza en otro contexto
(con el título Historia del nihilismo europeo; remito para
ello a una obra que estoy preparando: La voluntad de poder.
Ensayo de una transvaloración de todos los valores)»2.
Está claro, pues, que Nietzsche tuvo la intención de escri-
bir una obra para la que disponía de un título y un subtítu-
lo. Desde varios años atrás venía acumulando para ella una
gran cantidad de materiales, que sometió a diversas reela-
boraciones. A mediados de febrero de 1888 le comunicaba
2. Véase F. Nietzsche, La genealogía de la moral. Introducción, traducción
y notas de Andrés Sánchez Pascual, Alianza Editorial, El libro de bolsillo,
Biblioteca de autor, 2011 y reimps., p. 229.
16
Introducción
a su amigo Peter Gast que había dado cima a una «primera
redacción», y añadía: «En conjunto ha sido una tortura.
Además, no he tenido todavía ánimos para hacerlo. Dentro
de diez años lo haré mejor...» Nietzsche se encontraba total-
mente insatisfecho con sus apuntes, pues, al parecer, no
conseguía dominarlos. El 26 de agosto de ese mismo año
traza en Sils-Maria un último plan de La voluntad de poder 3.
Después, la abandona definitivamente, y en los cuatro me-
ses de vida lúcida que aún le quedan no vuelve a aparecer
ninguna obra con ese título. Lo menos que puede afirmar-
se, en consecuencia, es que Nietzsche decidió no publicar
obra alguna así titulada, como más tarde hicieron los edito-
res.
Desaparecido el título, lo que antes era subtítulo pasa
a ocupar su lugar. Nietzsche reorienta sus propósitos li-
terarios, y lo que ahora parece querer redactar es otra
obra: Transvaloración de todos los valores. El testimonio
de este giro de su pensamiento aparece en un folio escri-
to unos días más tarde, cuyo texto es el siguiente:
Transvaloración de todos los valores
por
Friedrich Nietzsche
1 Nosotros los hiperbóreos.
2 El problema de Sócrates.
3 La razón de la filosofía.
4 Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en
una fábula.
3. Ese último plan está publicado íntegro en la Introducción a Crepúsculo
de los ídolos, Alianza Editorial, El libro de bolsillo, Biblioteca de autor,
2013 y reimps. pp. 17-18.
17
Andrés Sánchez Pascual
5 Moral como contranaturaleza.
6 Los cuatro grandes errores.
7 Con nosotros –contra nosotros.
8 Concepto de una religión de la décadence.
9 Budismo y cristianismo.
10 De mi estética.
11 Entre artistas y escritores.
12 Sentencias y flechas.
Todo conocedor de la obra de Nietzsche advertirá que
los epígrafes numerados con las cifras 2, 3, 4, 5, 6 y 12 son
los títulos exactos de otros tantos capítulos de Crepúsculo
de los ídolos. De la Transvaloración de todos los valores
Nietzsche extrae, por lo tanto, más de la mitad del material
en que se articulaba, y lo publica por separado. Quiere
que ese Crepúsculo de los ídolos sea «una especie de inicia-
ción, algo que abra el apetito para mi Transvaloración de
los valores» (carta a Gast del 12 de septiembre de 1888).
Nietzsche no ha desistido, pues, de llegar a concluir su
Transvaloración. Eliminado, por la publicación de parte de
su contenido en obra aparte, el primer plan recién citado,
Nietzsche procede a efectuar una nueva reestructuración,
que articula en cuatro libros. De ellos el primero llevará este
título: El Anticristo. Ensayo de una crítica del cristianismo.
En las pocas semanas de que Nietzsche aún dispone
antes de hundirse en el silencio, su capacidad de trabajo
adquiere una aceleración frenética. El 30 de septiembre
Nietzsche logra terminar El Anticristo, que en ese mo-
mento es todavía el «libro primero» de la Transvalora
ción. Incluso llega a esbozar una cuidadísima portada
para él, en que lo califica de ese modo.
18
Introducción
Pero, más tarde, a medida que Nietzsche va aproxi-
mándose a su final, sus ideas acerca de su obra literaria
cambian totalmente. La Transvaloración de todos los va
lores había sido pensada como una obra teórica, de am-
plia envergadura y dilatado desarrollo. Llega un momen-
to, sin embargo, en que Nietzsche piensa que ya no es
hora de teorías y decide quemar etapas. Lo que antes era
una parte de la obra se transforma en su totalidad. Aban-
dona el propósito de publicar la Transvaloración en cua-
tro libros y convierte El Anticristo en la totalidad de la
Transvaloración. Con ese fin traza una nueva portada: y a
Georg Brandes le escribe así a principios de diciembre:
Dentro de tres semanas daré órdenes de que se imprima
como manuscrito El Anticristo. Transvaloración de todos los
valores; permanecerá completamente escondido; me servirá
de edición para la agitación.
Y cuando al final Nietzsche ha convocado en Roma un
congreso de casas reinantes europeas, con exclusión de los
Hohenzollern; cuando ha escrito a la Casa de Baden; cuan-
do se ha dirigido «a mi querido hijo Umberto», rey de Ita-
lia, y «a mi querido hijo Mariani», cardenal secretario de
Estado del Vaticano; cuando ha dispuesto «fusilar al em-
perador alemán y a todos los antisemitas» y ha redactado
su «Última consideración», en que dice: «... después de
que el viejo Dios ha sido eliminado, yo estoy dispuesto a
gobernar el mundo»; en ese momento Nietzsche toma una
decisión totalmente lúcida y consecuente: borra de un trazo
el subtítulo «Transvaloración de todos los valores» y bajo él
escribe lo siguiente: «Maldición sobre el cristianısmo».
19
Andrés Sánchez Pascual
Los datos señalados eran perfectamente conocidos por
los editores del Archivo Nietzsche, los cuales disponían
de la totalidad de los papeles que dan testimonio de ellos.
Pero su ridículo capricho de fabricar un Nietzsche a su
manera los llevó a no respetar las decisiones de éste. Era
Nietzsche quien debía obedecer y someterse a los propó-
sitos de los editores; y así, éstos jamás llegaron a publicar
El Anticristo con su verdadero subtítulo ni a devolver a la
obra las palabras y frases que le habían sustraído.
Es cierto que quienes, fuera del Archivo Nietzsche, lle-
garon a conocer algunos de estos detalles los dieron a la
publicidad en la medida de sus posibilidades. En el nú-
mero de enero de 1906 de la revista berlinesa Neue
Rundschau C. A. Bernoulli publicó las antes citadas car-
tas de F. Overbeck a P. Gast, que muestran cuál es el ver-
dadero subtítulo de El Anticristo. Y J. Hofmiller, en un
amplísimo trabajo titulado sencillamente «Nietzsche»,
aparecido en la revista muniquesa Süddeutsche Monat
shefte (noviembre de 1931), comunicó a los lectores algu-
nas de las mutilaciones de esta obra. Los editores, sin em-
bargo, ignoraron estas revelaciones y la falsificada «edición
canónica» continuó imprimiéndose una y otra vez.
Fue necesario esperar a que la hermana de Nietzsche
muriese y a que el Tercer Reich desapareciese para que los
manuscritos de Nietzsche fueran puestos libremente a
disposición de los investigadores. En 1961 –es decir seten-
ta y tres años después de escrita esta obra– publica Erich
F. Podach su fundamental libro: Nietzsches Werke des Zu
sammenbruchs. El libro de Podach marca un hito en la
historia de las ediciones nietzscheanas. En torno a él se en-
tabló una desaforada polémica; pero hay en esta publica-
20
Introducción
ción un mérito que resulta inatacable. Por vez primera
hace Podach algo tan sencillo y obvio como lo siguiente:
tomar en sus manos unos manuscritos de Nietzsche y pu-
blicarlos tal como fueron dejados por su autor. En su edi-
ción Podach mostró que el texto de El Anticristo había
sufrido otras manipulaciones, además de las ya sabidas, y
dio a conocer por vez primera la «Ley contra el cristianis-
mo» con que esta obra concluye. Una vez sacado El Anti
cristo de la falsa perspectiva en que los editores antiguos lo
habían situado, la lectura crítica de esta obra está resultan-
do extraordinariamente fecunda. Esa lectura destaca cada
vez más lo que en ella hay de afirmación en la negación y
contribuye así a profundizar en la herencia nietzscheana.
El problema de las influencias
Los viejos editores no se limitaron a intervenir de un
modo directo en el texto de El Anticristo. Sobre él ejer-
cieron además una segunda distorsión; ésta fue indirecta
y consistió en silenciar de forma totalmente innecesaria
una serie de hechos que, conocidos a su debido tiempo,
habrían evitado muchas discusiones inútiles.
Los adversarios de El Anticristo se contentaron al prin-
cipio con los habituales rayos y centellas. El portavoz
máximo de esa forma de ataque fue el psiquiatra Moebius.
Más tarde la campaña en contra perdió tosquedad. Se
quiso mostrar que, en realidad, Nietzsche no había hecho
aquí otra cosa que amalgamar ideas tomadas de otros.
Ante esas insinuaciones, el Archivo Nietzsche cerró sus
puertas más herméticamente que nunca. Excepto algu-
21
Andrés Sánchez Pascual
nas, las obras leídas, estudiadas y extractadas por Nietz
sche durante la preparación de este libro fueron induda-
blemente eliminadas de su biblioteca personal, pues
luego no han aparecido. Y en cuanto a los apuntes toma-
dos por Nietzsche, un silencio absoluto cayó sobre ellos.
No fueron editados ni mencionados jamás.
La manera de plantear el problema era ridícula: a los
presuntos atacantes y a los sedicentes defensores los unía
el gusto por las trivialidades intelectuales. Ante esta obra,
construida de una sola pieza y en un solo aliento, haber dis-
cutido la cuestión de la «originalidad» de Nietzsche se nos
aparece hoy como un argumento más en favor de la natu-
raleza «intempestiva» de éste. Por otro lado, la edición de
esos apuntes por vez primera en 1970 (en el tomo VIII 2
de las Obras de Nietzsche publicadas por la editorial Wal-
ter de Gruyter) ha venido a demostrar lo que ya podía adi-
vinarse: que la independencia de Nietzsche destaca aún
más al compararlo con el trasfondo desde el que parte.
Los cuatro autores de los que Nietzsche extrajo suge-
rencias directas para este escrito fueron: Dostoyevski,
Tolstói, Renan y Julius Wellhausen. Los nombres de los
tres primeros aparecen en el texto de la obra. Como sue-
le suceder, Nietzsche era menos nietzscheísta que sus au-
tonombrados guardianes.
La novela de Dostoyevski Demonios (leída por él en
Niza en traducción francesa: Les Possédés, París, 1886,
durante los primeros meses de 1888) le proporcionó so-
bre todo el concepto de Dios como «atributo de la na-
cionalidad». Esta sugerencia se unió a la procedente de
la obra del famoso orientalista J. Wellhausen: Prolegome
na zur Geschichte Israels [Prolegómenos a la historia de
22
Introducción
Israel], Berlín, 1887, sobre la historia del texto del Anti-
guo Testamento. Con ambas, Nietzsche pudo ver prefi-
gurada en la manipulación de que hicieron objeto los sa-
cerdotes judíos al texto del Antiguo Testamento, lo que
más tarde sería la acción del rabino Pablo con la vida de
Jesús. Pero Dostoyevski tuvo una influencia aún más im-
portante sobre Nietzsche. En las novelas de aquél descu-
brió éste la descripción más exacta de la comunidad cris-
tiana primitiva. En ellas respiró el aire que allí tuvo que
existir. El tono de familiaridad con que Nietzsche habla
de esos hechos, cual si hubiera asistido a ellos, le viene
facilitado por el novelista ruso. Él fue la ventana por la
que Nietzsche pudo contemplar, fascinado y asqueado,
aquel espectáculo. Dostoyevski, por fin, le procuró a
Nietzsche las palabras «idiota» e «idiotismo», tan repeti-
das en El Anticristo. Si se hubiera conocido a su debido
tiempo la influencia de Dostoyevski sobre Nietzsche, y
se hubiera sabido que el arquetipo del «idiota» es el
príncipe Mischkin de la novela de Dostoyevski («una
mezcla de sublimidad, enfermedad e infantilismo»,
como dice Nietzsche en una ocasión), los alemanes no se
habrían irritado tanto al leer que Nietzsche calificaba a
Kant de «idiota», ni los cristianos habrían hecho tales as-
pavientos al enterarse en 1931 –no antes, pues bien se
había cuidado la hermana de mutilar esa frase– de que
también Jesús era llamado de igual modo. O tal vez la in-
dignación de unos y otros habría sido aún mayor.
Tolstói, por su parte, del cual Nietzsche leyó, también en
Niza y también en los primeros meses de 1888, un libro en
traducción francesa (Ma religion, París, 1885), fue el que le
sugirió la equiparación entre el cristiano primitivo y el anar-
23
Andrés Sánchez Pascual
quista; el que le dio asimismo la famosa fórmula de los cin-
co mandamientos; y el que llamó además su atención sobre
la frase evangélica «no resistáis al mal», a partir de la cual
construye Nietzsche la base fisiológica de Jesús. En cuanto
a Renan, el estudio por Nietzsche de su Vie de Jésus (París,
1883) le hizo ahondar más, por contraposición, en lo recibi-
do de Dostoyevski. El civilizado idilio descrito por Renan,
en el que Jesús aparece como un «héroe» y como un «ge-
nio», provoca la ira de Nietzsche, quien califica a Renan de
«bufón en cuestiones psicológicas».
Si aquí han sido recordados estos detalles, se debe úni-
camente a que son hechos históricos, hoy comprobados,
que sería necio callar. Pero la manera como Nietzsche
asimila las sugerencias de las obras citadas, que él leyó de
manera simultánea, y el modo como combina esas suge-
rencias y se sirve de ellas poniéndolas al servicio de su
intención propia, muestran que carece de sentido hacer
una cuestión de la «originalidad» de Nietzsche.
Quién es el Anticristo
Por extraño que pueda parecer, durante muchos años
los lectores de esta obra no se detuvieron a pensar, ni an-
tes ni después de su lectura, en algo que ya aparece en la
portada: la palabra Anticristo. Bajo el prejuicio del Anti-,
y en la creencia de la negatividad de este escrito, su sen-
tido fue ignorado y la obra utilizada como un proyectil.
J. Salaquarda ha señalado recientemente que el Anti-
cristo es un «proceso» y ha puesto de relieve que ese pro-
ceso tiene un origen –que es a la vez su meta–, tiene unos
24
Introducción
caminos de realización, y tiene también, a lo largo de
ese camino, unos obstáculos con que tropieza que es pre-
ciso superar. De los tres componentes del proceso, el últi-
mo nombrado es obviamente el menos importante. Sin
embargo, ha sido en realidad el único que se ha sabido ver
y el único en que las miradas han quedado hipnóticamen-
te fijadas y detenidas. Es cierto que se ha de comenzar por
él, pero un «comienzo» no quiere decir un «origen». La
destrucción de los valores que impiden el surgimiento del
espíritu libre no puede ser considerada como una meta úl-
tima y ni siquiera como muy importante. Quedarse en la
negación es recaer en lo negado. «Todos los románticos
acaban igual», dice Nietzsche al final de su «Ensayo de au-
tocrítica» de El nacimiento de la tragedia.
Con su modo de expresarse, tan lleno de segundos y
de cuartos y de séptimos sentidos, el propio Nietzsche
ha contribuido no poco a que lectores poco alertas caye-
sen en el engaño. Oigámosle:
«Mi fórmula para decir esto es la siguiente: el Anticris
to es la lógica necesaria en la evolución de un cristiano
auténtico; en mí el cristianismo se supera a sí mismo».
Fragmento póstumo de octubre-noviembre de 1888.
«Yo soy el Antiasno par excellence, y, por lo tanto, un
monstruo en la historia universal; yo soy, dicho en grie-
go, y no sólo en griego, El Anticristo...» Ecce homo, esto
es, un libro cuyo título es, como se sabe, una expresión
que hace referencia a Cristo.
«Ese hombre del futuro, que nos redimirá del ideal
existente hasta ahora y asimismo de lo que tuvo que nacer
de él, de la voluntad de la nada, del nihilismo, ese toque
de campana del mediodía y de la gran decisión, que de
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