EL PODER QUE SE DESATO EN EL
SACRIFICIO DE CRISTO JESÚS
APOSTOLES: LUIS Y MILAGRO DE SUAREZ
EL PODER QUE SE DESATO EN EL SACRIFICIO DE CRISTO
JESÚS
En la cruz del calvario o la crucifixión se desato una serie de bendiciones,
primeramente Cristo recupero lo que habíamos perdido, el Reino, y este acto trajo
varias bendiciones que son: redención, santificación, justificación y sabiduría.
REDENCIÓN
Redención (del prefijo re, „de nuevo‟, y émere, „comprar‟ volver al estado original),
(Romano 12:2) literalmente significa „comprar de nuevo‟. Se aplica al pago para
obtenerla libertad de un esclavo o cautivo, o bien, para volver a adquirir o
recomprar algo que se había vendido, empeñado o hipotecado.
En la antigüedad cuando una persona por causa de haber caído en miseria, se
vendía él y su familia, algún familiar podía pagar el rescate y éste quedaba libre, o
alguna posesión.
Levítico 25: 47-49
“Si el forastero o el extranjero que está contigo se enriqueciere, y tu
hermano que está junto a él empobreciere, y se vendiere al forastero o
extranjero que está contigo, o a alguno de la familia del extranjero; después
que se hubiere vendido, podrá ser rescatado; uno de sus hermanos lo
rescatará. O su tío o el hijo de su tío lo rescatará, o un pariente cercano de
su familia lo rescatará; o si sus medios alcanzaren, él mismo se rescatará.
En sentido figurado, la redención también es la liberación, mediante una acción,
de un afrenta, dolor, penuria u otra adversidad.
La redención constituye uno de los dogmas centrales del cristianismo, que
reconoce a Jesucristo como «el Redentor» por antonomasia, pues murió en la
cruz para salvar a la humanidad de la muerte y abrirle las puertas del Reino de los
Cielos, en un sacrificio por amor a la humanidad.
Cristo «con su muerte venció al pecado y con su resurrección venció a la muerte»
Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: «Bebed de
ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que será derramada
para remisión de los pecados». Mateo 26:27-28
El significado bíblico de redención se refiere a la acción de salvar, rescatar a
alguien de un castigo. El significado más básico de redención es el de liberación.
Lo que Jesús hizo por la humanidad fue redimirlos de la esclavitud del pecado,
purificándolos con su muerte ofrecida a cambio de nuestras vidas, convirtiéndose
él mismo nuestra redención.
Gálatas 3:13, 14 Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por
nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en
un madero, para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a
los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.
De acuerdo al Nuevo Testamento, el ser humano nace esclavo de la
corrupción, no nace libre, y solo puede llegar a ser libre a través de la sangre de
Cristo.
Juan 8:32 “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
De romanos 6:22 podemos citar lo siguiente: “Porque cuando erais esclavos del
pecado, erais libres acerca de la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas
de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es la muerte. Mas
ahora que habéis sido libertados del pecados y hechos siervos de Dios, tenéis por
vuestro fruto la santificación y como fin, la vida eterna”
La redención equivale al acceso a la vida eterna, a la liberación de la esclavitud
del pecado, a estar en paz con Dios y empezar a ser parte de la familia de Dios.
Redención significa el perdón, la santificación, la bendición, la liberación y también
reconciliación.
Podemos encontrar la palabra redención en algunos de estos pasajes :
Salmos 111-9. "Redención ha enviado a su pueblo; Para siempre ha
ordenado su pacto; Santo y temible es su nombre"
Éxodo 8:23. "Y yo pondré redención entre mi pueblo y el tuyo. Mañana
será esta señal."
Rut 4:7 "Había ya desde hacía tiempo esta costumbre en Israel tocante a
la redención y al contrato, que para la confirmación de cualquier negocio,
el uno se quitaba el zapato y lo daba a su compañero; y esto servía de
testimonio en Israel
Deuteronomio 7:8 “mas porque el SEÑOR os amó y guardó el juramento
que hizo a vuestros padres, el SEÑOR os sacó con mano fuerte y os
redimió de casa de servidumbre, de la mano de Faraón, rey de Egipto.”
Éx 21:30 Si le fuere impuesto rescate, entonces dará por la redención de su
persona cuanto le fuere impuesto.
JUSTIFICACION
Una definición breve de justificación es “la acción de hacer a alguien justo ante
Dios.” La justificación sucede cuando Dios declara que quien ponga su fe en Cristo
es justo. 2 Corintios 5:21 dice, “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros
Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios.” Es
decir, Jesús se convirtió en nuestro sustituto en la cruz para que nosotros
pudiéramos ser hechos “justos” ante Dios. Éramos culpables, pero Dios nos ha
declarado justos.
Salmos 32:2 Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de
iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño.
Hechos 13:39 La ley de Moisés no pudo justificarles todos esos pecados,
pero en Jesús queda justificado todo aquel que cree en él.
Romanos 4:8 Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de
pecado.
Romanos 3:22-24 enseña que “Esta justicia de Dios llega, mediante la fe
en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción, pues
todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia
son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús
efectuó.” Nuestra justificación nos llega sin reservas, por el precio que pagó
Jesús en nuestro lugar. Dios ofrece esta gracia a pecadores y es “justo y, a
la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús” (Versículo 26).
Teólogos hablan de tres diferentes tipos de justificación – posicional, progresiva y
perfecta.
Justificación posicional es la “posición legal” que se nos ha otorgado en Cristo. Es
de lo que se tratan los versículos anteriores: estamos justificados cuando creemos
en Cristo. Desde ese momento, Dios nos ve como justos.
Aunque hemos sido declarados justos, la verdad es que aún pecamos, aún
después de ser salvos. Aquí es donde entra la justificación progresiva.
La justificación progresiva (o santificación) es el proceso continuo de ser hecho
justo por nuestro Señor. “La senda de los justos se asemeja a los primeros albores
de la aurora: su esplendor va en aumento hasta que el día alcanza su plenitud”
(Proverbios 4:18). Involucra al creyente convirtiéndose mas como Cristo. No es
algo que hacemos nosotros, sino algo que hace Él. Nosotros hacemos buenas
obras mientras Él nos fortalece (Efesios 2:10; 2 Corintios 9:8).
La justificación perfecta es el último paso. El proceso progresivo alcanza el orden
posicional, y el creyente es hecho justo en práctica así como en nombre. Esta
perfección sin pecado será nuestra cuando ingresemos la eternidad con nuestro
Señor. En aquel momento, nuestra justificación será completa y estaremos con Él
por siempre, fuera del pecado.
Llevar a pecadores al Cielo pertenece a Dios, y solo es posible por el sacrificio de
Cristo. Es “un solo acto de justicia (hecho por Cristo que) produjo la justificación
que da vida a todos” (Romanos 5:18). Jesús pagó el precio. Nosotros gozamos de
la paz que Él nos da, ahora y eternamente (Romanos 5:1).
Justificación y la Biblia
A través de los años he visto a muchos cristianos sufrir de auto condenación y
culpa. Habiendo sufrido yo mismo al respecto, sé de primera mano lo que significa
sentirse auto condenado y culpable. Pero no necesito compartir mis propias
experiencias. La Biblia aclara en 1 de Juan 3:21-22 que si nuestro corazón no nos
reprende, tenemos confianza en Dios. A su vez, esto significa que si nuestro
corazón nos condena, no tenemos confianza en Dios.
El opuesto de condenación y culpa es la justificación. La justificación y la
condenación son términos opuestos uno del otro. Si eres justo, entonces no eres
culpable y si eres culpable entonces no eres justo. Uno es el opuesto del otro.
Además, la forma en que alguien se vuelve justo declara también cómo deja de
ser justo. Por ejemplo, Si alguien, para ser justo ante Dios, necesita hacer tal o tal
cosa, entonces es obvio que fallar al hacer esas cosas significaría que ya no es
justo, lo cual a su vez significa que es injusto, culpable, digno de condenación.
Entonces, ¿qué es lo que la Biblia nos dice sobre la justificación? ¿Cómo puede
alguien volverse justo ante Dios? Sé que tal vez hayas escuchado “haciendo
buenas obras”. Pero, ¿es eso realmente lo que la Biblia dice? La respuesta es
¡NO! El evangelio significa buenas noticias y lo que vamos a leer a continuación
son tales noticias. Veamos:
Romanos 3:20-28 “Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será
justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del
pecado. Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios,
testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe
en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por
cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en
Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su
sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su
paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo
su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de
Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley?
¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el
hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.”
Este pasaje, junto con muchos otros del Nuevo Testamento, son realmente
revolucionarios. El evangelio significa buenas noticias y lo que acabamos de leer
son ¡buenas noticias! Como el pasaje pone en claro desde el principio, no hay
forma por la cual alguien pueda ser justificado, esto es, volverse justo, mediante
obras de la ley mosáica (incluyendo los 10 mandamientos, ya que ellos también
son parte de esa ley).
Como la Biblia pone en claro, hacer buenas obras – incluso guardando todos los
10 mandamientos por ejemplo, aunque la ley era mucho más que eso – no te
puede hacer justo ante Dios. Esto no se refiere a que hacer buenas obras sea algo
malo, sino porque las buenas obras nunca fueron suficientes y nunca se pretendió
que el hacerlas nos hiciera justos ante Él. No podemos ser justos ante Dios. Si tu
justificación está basada en tus obras, entonces esa no es justificación. Más bien,
es algo hecho por uno mismo, que aunque satisfaga tu mente por mientras, no
tiene validez ante Dios. Si por lo tanto te sientes culpable y condenado es porque
crees que las obras no son suficientes y crees que eso ha afectado cómo te ve
Dios.
Puede que sientas que Él está enojado contigo por lo que hiciste o fallaste al
hacer y puede que sientas que te ve y dice: “¿cómo pudiste haber hecho eso?, me
fallaste, eres culpable”. Esa no es la voz de Dios. Dios nunca ha esperado que
seas justo ante Él mediante obras. Sino que, Él te hizo justo inmediatamente, por
gracia, (“siendo justificados gratuitamente por Su gracia” (Romanos 3:24)) cuando
creíste en Su Hijo. ¡Ya eres justo! La justificación no es algo que adquirimos
gradualmente. Sino que nos volvemos justos en el momento en que creemos en el
Señor Jesucristo y en Su resurrección de entre los muertos. Es un REGALO, no
algo que nos ganamos a cambio de nuestras obras (“el hombre es justificado por
fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28)).
2 de Corintios 5:21 “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo
pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”
La primer parte del pasaje habla sobre un acto y sobre quién lo hizo, mientras que
la segunda parte nos enseña el resultado de este hecho y los receptores de este
resultado. ¿Cuál fue ese acto? Que Dios dio a Su Hijo por nosotros; Él lo hizo, al
que no conoció pecado, que fuera pecado por nosotros. ¿Cuál fue el resultado de
ese acto? ¿Porqué lo hizo? La respuesta es para que pudiéramos ser hechos
justicia de Dios en Él. Por lo cual, nuestra justicia no tiene nada qué ver con
nuestras obras y tiene todo qué ver con la obra terminada de nuestro Señor
Jesucristo. Él hizo todo lo necesario, se dio a sí mismo por nosotros para que nos
volviéramos justos. Y porque Su obra está completa y terminada, también nuestra
justicia está completa y terminada. ¡Realmente es un trato hecho!
Como vemos de nuevo en Romanos 8:29-30
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen
hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito
entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a
los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también
glorificó.”
¿Quién nos justificó? ¿Quién nos hizo justos? No nosotros con nuestras buenas
obras ¡sino Dios! Observa también que se usó el tiempo pasado: “a estos también
justificó”, dice la Palabra. Nuestra justificación es algo que ya ha sido hecho. No es
algo que se completa cada día poquito a poco, de acuerdo a nuestro
comportamiento, ni es algo que se evalúa cada día en base a nuestras obras. De
lo contrario, es un regalo que ha sido puesto a nuestra disposición a través del
sacrificio de Jesús y es dado gratuitamente a cualquiera que cree en Él como Hijo
de Dios. ¿Crees que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, el Mesías? Si sí, has sido
nacido de Dios, eres un hijo de Dios; eres salvo y justo ante Dios sin obras; y todo
eso lo eres ¡AHORA!
1 Juan 5:1 “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios;
y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido
engendrado por él.”
Romanos 10:9-10 “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y
creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa
para salvación.”
Juan 1:12-13 “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su
nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón,
sino de Dios.”
Gálatas 3:26 “pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús;”
Para resumir: nos volvemos justos ante Dios automáticamente en el momento que
creemos y sin obra alguna. Si por lo tanto te sientes condenado y culpable, NO es
Dios quien nos condena. ¡Él nos hizo justos! Como leemos: ¡somos [tiempo
presente] la justicia de Dios! Por lo cual, la condenación no es algo que tenga
lugar en nuestras vidas. Eso no significa que no cometamos errores. Lo que
significa es que la condenación nunca debería ser una respuesta a esos errores.
Lo que la respuesta debería de ser es simplemente confesarle eso al Señor,
renovar nuestra mente y continuar hacia adelante.
SANTIFICACION
Hebreos Santificación en la Biblia es “apartarse o consagrarse a alguna causa,
propósito u obra especial”. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se
emplean con frecuencia varias formas de esa palabra. En casi todos los casos, el
significado de la frase no cambiaría si la palabra “santificar” fuera sustituida por las
palabras “separar” o “apartar”. Jesús tenía mucho que decir acerca de la
santificación en Juan 17. En el verso 16, el Señor dice, “No son del mundo, como
tampoco yo soy del mundo.” Y esto está antes de Su petición: “Santifícalos en tu
verdad; tu palabra es verdad.” La santificación es un estado de separación para
Dios.
Todos los creyentes entran en este estado cuando son nacidos de Dios: “Mas por
Él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría,
justificación, santificación y redención.” (1 Corintios 1:30). Esta es una separación
definitiva, eternamente apartados para Dios. Es una parte intrínseca de nuestra
salvación, nuestra conexión con Cristo (Hebreos 10:10)
La santificación también se refiere a la experiencia práctica de esta separación en
Dios, siendo el resultado de la obediencia a la Palabra de Dios en la vida de uno, y
ha de ser buscada fervientemente por el creyente (1 Pedro 1:15 y Hebreos 12:14).
Así como el Señor oró en Juan 17, la santificación comprende la separación de los
creyentes para el propósito por el cual fueron enviados al mundo: “Como tú me
enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a
mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.” (v. 18,19). Que
Él mismo haya sido apartado para el propósito por el cual fue enviado, es tanto la
base como la condición de nuestra separación por la cual somos enviados (Juan
10:36). Su santificación es el modelo y el poder para el nuestro. El que envío y la
santificación son inseparables. Por esta causa los creyentes son llamados santos,
hagios en el griego: “los santificados.” Mientras que anteriormente su
comportamiento daba testimonio de su posición en el mundo, separados de Dios,
ahora su comportamiento debe dar testimonio de su posición ante Dios y su
separación del mundo.
Hay un sentido más que comprende la palabra “santificación” en la Escritura.
Pablo ora en 1 Tesalonicenses 5:23, “Y el mismo Dios de paz os santifique por
completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible
para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” Pablo también escribe en Colosenses
1:5, “la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído
por la palabra verdadera del evangelio.” Posteriormente habla del mismo Cristo
como “la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27) y luego menciona el hecho de
esa esperanza cuando dice, “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces
vosotros también seréis manifestados con Él en gloria.” (Colosenses 3:4). Este
estado glorificado será nuestra separación última del pecado, la satisfacción plena
en todo aspecto. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste,
seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es.” (I Juan 3:2)
En resumen, la santificación es sinónimo de santidad, la palabra griega para
ambos significa “una separación.”
1. Separación posicional definitiva en Cristo al momento de nuestra
salvación. La santificación es una obra instantánea que sucede en el
tiempo de la conversión
“Y estos erais algunos; más ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús” (1
Corintios 6.11). “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda
del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. (...) Porque con una
sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.10,
14).
Hay personas que piensan que cuando alguien se convierte sólo recibe la
justificación. Estas personas piensan que después de un tiempo indefinido de ser
un “cristiano carnal” entonces se recibe una manifestación del Espíritu Santo con
la cual Dios santifica a la persona. Pablo nos asegura que “si alguno no tiene el
Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8.9), que sin la santidad (la
santificación), nadie verá al Señor (Hebreos 12.14) y que “los que son de Cristo
han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5.24). Juan también
dice así: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” (1 Juan 3.9).
Concluimos, pues, que cuando una persona se convierte al Señor es santificada.
Dios la aparta del pecado para sus propósitos santos. Pero el Espíritu Santo sigue
vivificándole (Hechos 4.31), por lo cual la misma vive con más gozo, mayores
logros espirituales, más fortalecimiento, más celo y más santidad. El hecho de que
la santificación es instantánea y completa no contradice la realidad de que hay un
crecimiento espiritual en dicha persona.
2. Separación (santidad) práctica progresiva en la vida de un creyente
mientras aguarda el regreso de Cristo. Continúa durante la vida del
cristiano
Después que hemos entrado en la gracia es entonces que vemos que estamos
creciendo “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor” (2 Pedro 3.18). Como
hijos de Dios crecemos espiritualmente (1 Tesalonicenses 3.12), abundamos “más
y más” (1 Tesalonicenses 4.1, 10), vamos “adelante a la perfección” (Hebreos 6.1)
y nos perfeccionamos en “la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7.1). El hijo
natural no sería normal si no continuara desarrollándose desde su niñez.
Asimismo, el hijo de Dios no es normal si no continúa creciendo espiritualmente.
Por ejemplo, piense en un niño que tiene dos años. Usted quedará impresionado
con su listeza, sus charlas inocentes y su inteligencia prometedora. “¡Qué hijo más
inteligente y prometedor!”, usted dirá. Pero luego el niño adquiere una enfermedad
que impide su desarrollo. Diez años después usted ve al mismo niño otra vez.
“¡Qué muchacho más atrasado!”, sería su expresión aunque éste pueda hacer
mucho más que la primera vez que usted lo vio.
Asimismo pasa con el niño en Cristo que se ha convertido en un recién nacido en
el reino. “¡Bueno en gran manera!” dice el Creador. Pero, ¿qué pasa si ese mismo
hijo de Dios, por no aprovecharse de la abundante gracia de Dios, no se desarrolla
espiritualmente? Lo que sucede es que uno puede ver a esa persona unos años
después de su conversión sin notar ninguna evidencia del crecimiento en la obra
del Señor. “¡Atrasado espiritualmente!”, diría usted. El que no crece, física o
espiritualmente, no es normal.
Usted comienza en su vida cristiana, se arrepiente de todo el pecado que Dios le
muestra en su vida y en su corazón y Dios está contento de su condición. Así es
como usted llega a tener una conciencia limpia delante de Dios y los hombres. Su
comunión con Dios y con los santos lo mantiene bien nutrido y, ¿qué sucede
entonces? Usted crece espiritualmente.
Al crecer usted espiritualmente su entendimiento se desarrolla de tal manera que
ahora usted no puede seguir haciendo algunas cosas que antes hizo. Usted se
arrepiente de las mismas y deja de hacerlas. Esto continúa por muchos años. Por
fin, al usted compararse con lo que fue en los años anteriores ahora le asombra
que no notó esas cosas en aquel tiempo. Esto quiere decir que usted ha crecido
espiritualmente. Durante todos estos años la luz ha brillado más y más, y por la
gracia de Dios, si continúa creciendo, brillará aun más. “Mas la senda de los justos
es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”
(Proverbios 4.18). A esto es a lo que llamamos la santificación progresiva.
“Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra,
santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo
2.21).
3. Separación eterna del pecado cuando lleguemos al cielo. La
santificación perfecta y completa será la herencia gozosa de cada santo
en la venida de nuestro Señor; pues entonces ningún manto mortal
oscurecerá la vida y la luz de Dios dentro del alma. De manera que
nuestro estado allí será perfecto.
Dios aparta (santifica) a su pueblo para un propósito santo. Así que el significado
de santificar incluye también la pureza, la santidad y la consagración a Dios. La
santificación indica:
Consagrarse
“Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó” (Génesis 2.3); o sea, lo
apartó como un día consagrado a él. Los israelitas no se acercaron al
Monte Sinaí porque Dios había puesto límites alrededor del mismo y
lo había santificado (Éxodo 19.23). Este monte estaba apartado para
un propósito santo. (Lea también Levítico 8.10–11; Juan 17.17; 1
Tesalonicenses 4.3; Hebreos 9.3.)
Limpiarse, purificarse
(Lea 1 Tesalonicenses 5.23; Hebreos 10.10, 14.) Para servir a Dios
tenemos que ser puros, santos y limpios por medio de la sangre de Cristo.
“Seguid (...) la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12.14).
Debemos considerar no solamente lo que Dios hace para santificarnos, sino
también lo que él pide que nosotros hagamos para cooperar con él en esta obra.
Dios y el hombre tienen cada uno su parte. Reconocemos que la santificación es
la obra de Dios, porque aunque el hombre tratare de santificarse a sí mismo por
mil años no sería santo. Pero Dios jamás santifica a nadie a la fuerza. Esto quiere
decir que Dios santifica a los que cumplen sus requisitos. Veamos de forma breve
lo que contribuye a nuestra santificación:
1. Dios, el Padre
“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo” (1 Tesalonicenses
5.23). “Santificados en Dios Padre” (Judas l). Esta obra fue profetizada en
Ezequiel 37.28.
2. Dios, el Hijo
“Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia
sangre, padeció fuera de la puerta” (Hebreos 13.12). Somos “santificados
mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo” (Hebreos 10.10). Además,
Pablo escribió a los efesios que Cristo santifica a la iglesia “en el lavamiento
del agua por la palabra” (Efesios 5.25–27).
3. Dios, el Espíritu Santo
Pablo afirma a los tesalonicenses que la salvación es “mediante la
santificación por el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Tesalonicenses 2.13).
Pedro se refiere a la iglesia como los “elegidos según la presciencia de Dios
Padre en santificación del Espíritu” (1 Pedro 1.2). (Lea también Romanos
15.16; 1 Corintios 6.11.)
4. La palabra de Dios
“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17.17). Dios nos da
su palabra, la aceptamos, y así somos santificados mediante “el lavamiento
del agua por la palabra” (Efesios 5.26). Además, nosotros somos hechos
“limpios por la palabra” (Juan 15.3). Es por medio de la Biblia que
conocemos nuestros pecados. Somos santificados cuando obedecemos a
Dios después de recibir ese conocimiento.
5. La fe
Cristo, el sacrificio por nuestros pecados, “nos ha sido hecho (...)
santificación” (1 Corintios 1.30). ¿Cómo puede ser? Cuando acudimos a él
y nos aferramos a sus promesas por fe, él llega a ser nuestro santificador.
Recibimos herencia entre los santificados por medio de la fe en Cristo
(Hechos 26.18).
Resultados de la santificación
1. La unión con Cristo
“Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos”
(Hebreos 2.11). Cuando Dios nos aparta para servirle a él, significa dos
cosas: (1) Estamos separados del pecado (Romanos 6.1–2; 12.1–2; 2
Corintios 6.14–18) y (2) estamos unidos con Cristo mismo (Juan 17.21–23).
2. La perfección cristiana
“Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”
(Hebreos 10.14). (Lea también Mateo 5.48.) ¿Cómo es posible que un humano
imperfecto alcance la perfección cristiana? Sólo mediante la purificación por medio
de la sangre de Cristo y el poder de Dios para guardarnos sin mancha. La
perfección por medio de la sangre es la perfección llevada a cabo por el único
sacrificio en la cruz.
3. La separación del mundo
“Jehová ha escogido al piadoso para sí” (Salmos 4.3). (Lea también Romanos
12.1–2; 2 Corintios 6.14–7.l.) La conclusión es: “Apartaos, dice el Señor (...) y yo
os recibiré” (2 Corintios 6.17). La santificación nos aparta del mundo para que
podamos estar unidos con nuestro Padre santísimo.
4. La herencia eterna
Es evidente que todos los santificados en Cristo son coherederos con Cristo:
(1) Dios les ha prometido a todos los fieles una “herencia con todos los
santificados” (Hechos 20.32).
(2) La santidad (santificación) se menciona entre los requisitos para ver “al
Señor”.
(3) “Todas las cosas” de Apocalipsis 21.7 son prometidas a los vencedores,
y los únicos vencedores son los que son santificados.
5. La preparación para el servicio
“Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra,
santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2.21). El
poder del Espíritu Santo está disponible sólo a los que son santificados. Y el poder
del Espíritu Santo es necesario para el servicio eficaz. La consagración (una parte
de la santificación) significa rendirse del todo a Dios, lo cual significa que todos los
poderes humanos están en el altar para que Dios los use como a él le parezca
bueno. Por esto algunas personas que poseen talentos muy comunes cumplen
más para el Señor que muchos que son bendecidos con más talentos, pero no son
consagrados al Señor.
6. Un crecimiento constante en la gracia
(Lea Efesios 4.11–16; 1 Tesalonicenses 4.1–10; 2 Pedro 3.17–18.) No hay
condición más favorable para un crecimiento espiritual rápido y constante que una
vida consagrada y santa. Una vida así tiene el poder del Espíritu Santo para
cumplir con la obra de Dios. Esto llena al alma con las riquezas de la gracia de
Dios, impulsa la actividad espiritual que es tan esencial para el desarrollo
espiritual, y es una tierra fértil y favorable que abunda en el fruto del Espíritu
Santo. De la misma manera que la vegetación crece tan rápido al disfrutar en
abundancia del calor del sol, así también el hijo de Dios crece al gozar la claridad
del cielo en su vida santificada. “El mismo Dios de paz os santifique por completo;
y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la
venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5.23).
SABIDURIA
La sabiduría popular está constituida por dichos, consejas y refranes. Como tal,
emana directamente de la oralidad de un pueblo y recoge los axiomas y los
valores que identifican las maneras de ser y proceder de la gente. La sabiduría
popular está fundamentada en las costumbres y en la idiosincrasia de las
personas, y, en este sentido, se encuentra arraigada en el cúmulo de experiencias
y conocimientos que constituyen el inconsciente colectivo. La sabiduría popular es
típica de los ancianos, que están siempre llenos de anécdotas o consejos para
ilustrar situaciones u orientar los actos cotidiano
La sabiduría es una cualidad atribuida a quien posee una gran cantidad de
conocimientos y se distingue por usarlos con prudencia y sensatez.
Prudencia: Capacidad de pensar, ante ciertos acontecimientos o
actividades, sobre los riesgos posibles que estos conllevan, y adecuar o
modificar la conducta para no recibir o producir perjuicios innecesarios.
El término prudencia proviene del latín prudentia, que es una cualidad que
consiste en actuar o hablar con cuidado, de forma justa y adecuada, con
cautela, con moderación, con previsión y reflexión, con sensatez y con
precaución para evitar posibles daños, dificultades, males e inconvenientes,
y respetar la vida, los sentimientos y las libertades de los demás.
Los dos cimientos (Lc. 6.46-49) Cualquiera, pues, que me oye estas
palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su
casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y
golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la
roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le
compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y
descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu
contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. Y cuando terminó Jesús
estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba
como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
La sabiduría se desarrolla con el tiempo, a partir de las experiencias propias y
ajenas, y de la observación y la reflexión sobre la vida. De allí que dos fuentes
fundamentales para cultivar la sabiduría sean la memoria y la experiencia.
La sabiduría dota al individuo de un mayor entendimiento y profundidad en el
conocimiento sobre las circunstancias que determinan la existencia. Además,
proporciona al individuo herramientas para el acertado discernimiento entre
aquello que es bueno y lo que no.
Quien actúa con sabiduría se preocupa por obrar bien: es prudente, sortea los
problemas (sobre todo cuando son innecesarios) o los sabe resolver, evita
situaciones riesgosas y valora el sentido de la existencia. Por esto, la sabiduría
está dotada de un profundo sentido moral: su valor radica en que quien actúa con
sabiduría estará siempre guiado por el bien, pues de lo contrario, deja de
considerarse como tal.
En este sentido, la sabiduría es característica de aquellos que observan una
conducta prudente y sensata en su vida: en los negocios, el trabajo, la familia, las
decisiones.
Por otro lado, en disciplinas de conocimiento, como las ciencias, las leyes o las
artes, la sabiduría se atribuye a aquellos que se han instruido suficientemente en
ellas y su conocimiento en estos campos es amplio y profundo: “Su sabiduría en la
filosofía aristotélica es indiscutible”.
Según la Biblia, Dios es la fuente primordial de toda sabiduría, pues sus
enseñanzas “son la fuente de la sabiduría, y ella nos enseña a obedecer sus
mandamientos eternos” (Eclesiástico, I: 5). Además, Dios es omnisciente: todo lo
sabe, todo lo conoce, y solo en Él están todos los secretos de la sabiduría. Por
otro lado, otro tipo de sabiduría reconocida en el texto bíblico es la atribuida al rey
Salomón, hijo del rey David, quien llegó a gobernar durante cuatro decenios en
Israel, y cuya sabiduría fue famosa en la Antigüedad.
1. ¿Qué es la sabiduría según Proverbios?
“Yo, la sabiduría, habito con la prudencia, Y he hallado conocimiento y
discreción. El temor del Señor es aborrecer el mal. El orgullo, la arrogancia,
el mal camino Y a boca perversa, yo aborrezco. Mío es el consejo y la
prudencia, Yo soy la inteligencia, el poder es mío”, Proverbios 8:12-14.
Aspectos básicos de la sabiduría.
En primer lugar, ella tiene que ver con la capacidad para mirar con claridad cada
situación en la vida y así poder discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo
verdadero y lo falso. Esta capacidad se encapsula en las palabras inteligencia y
conocimiento.
Pero la sabiduría no termina ahí. En segundo lugar, ella procede a la acción al
aborrecer y abandonar lo que es malo y falso para seguir lo que es bueno y
verdadero. Todo esto brota de un gozoso temor reverencial al Señor.
2. ¿Cuál es el llamado de la sabiduría?
El llamado de la sabiduría:
“En la cima de las alturas, junto al camino, Donde cruzan las sendas, se
coloca; Junto a las puertas, a la salida de la ciudad, En el umbral de las
puertas, da voces: „Oh hombres, a ustedes clamo, Para los hijos de los
hombres es mi voz. Oh simples, aprendan prudencia; Y ustedes, necios,
aprendan sabiduría. Escuchen, porque hablaré cosas excelentes, Y con el
abrir de mis labios rectitud. Porque mi boca proferirá la verdad,
Abominación a mis labios es la impiedad‟”, Proverbios 8:2-7.
En el Antiguo Cercano Oriente se creía que solo las deidades tenían el derecho de
vivir en el punto más alto de una ciudad, que por lo general eran los montes. Por
tanto, la sabiduría en este contexto “representa la sabiduría de Dios y en última
instancia […] a Dios mismo”.
En otras palabras, el que está hablando y exhortando a la gente a dejar el mal y
seguir el conocimiento verdadero es el Señor, quien habita en su santo templo en
el monte de Sión, el punto más elevado de Jerusalén. La sabiduría se identifica
con Dios mismo.
Interesantemente, en el capítulo 9, versos 13-18, la necedad también se encuentra
en lo más alto de una ciudad, pues representa a todos los ídolos y falsos dioses
que las naciones vecinas a Israel adoraban, principalmente Baal y Asera. Así que
la pregunta para nosotros es: ¿seguiremos al Señor, o a los dioses falsos de
nuestra época? ¿Escucharemos la voz del sabio Dios, o la voz de nuestro
pecaminoso corazón?
La respuesta del creyente debe ser escuchar y seguir con alegría y firmeza al Dios
de infinita sabiduría. El proverbista lo escribe así: “Ahora pues, hijos, escúchenme,
porque bienaventurados son los que guardan mis caminos. Escuchen la
instrucción y sean sabios, y no la desprecien” (8:32-33). Atendamos todos los días
al llamado de la sabiduría al crecer en ella, y así seremos bendición en este
mundo para la gloria de Dios.
3. ¿Cuáles son las ventajas de la sabiduría?
El libro de Proverbios nos ofrece esta respuesta:
“Bienaventurado el hombre que halla sabiduría Y el hombre que adquiere
entendimiento. Porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, Y
sus utilidades mejor que el oro fino. […] Larga vida hay en su mano
derecha, En su mano izquierda, riquezas y honra. Sus caminos son
caminos agradables Y todas sus sendas, paz. Es árbol de vida para los que
echan mano de ella, Y felices son los que la abrazan”, Proverbios 3:13-14,
16-18.
Es importante reconocer que Proverbios es un libro sobre principios generales
acerca de la vida, y no un libro de promesas para nosotros. Eso explica por qué
muchos creyentes sabios y fieles a Dios no tienen la clase de vida tranquila que se
menciona en este pasaje. Sin embargo, cuando seguimos la sabiduría, el Señor
en su soberanía puede bendecirnos con felicidad y tranquilidad sobre la tierra,
como vemos en este texto.
4. ¿Cuáles son las consecuencias de rechazar la sabiduría?
Por último, Proverbios enseña que las personas que viven desafiando a Dios y
rechazando su Palabra experimentarán la ruina en diferentes formas y niveles a lo
largo de su vida y, si persisten en vivir así, sufrirán la condenación eterna. Por
ejemplo:
“Porque he llamado y han rehusado oír, He extendido mi mano y nadie ha
hecho caso. Han desatendido todo consejo mío Y no han deseado mi
reprensión. También yo me reiré de la calamidad de ustedes, Me burlaré
cuando sobrevenga lo que temen, Cuando venga como tormenta lo que
temen Y su calamidad sobrevenga como torbellino, Cuando vengan sobre
ustedes tribulación y angustia. Entonces me invocarán, pero no responderé;
Me buscarán con diligencia, pero no me hallarán”, Proverbios 1:24-28.
Ante esta realidad, nuestra responsabilidad como Iglesia es unirnos al llamado de
la sabiduría y anunciar el evangelio a las personas de este mundo.
Jesucristo, “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del
conocimiento” (Col. 2:3), se hizo por nosotros sabiduría de Dios (1 Co. 1:30). Él
vivió la vida de perfecta obediencia al Padre que nosotros no podíamos vivir, para
que al confiar en Él y arrepentirnos de nuestros pecados, gocemos de perdón,
vida eterna, y el inicio de una vida sabia aquí en la tierra mientras aguardamos su
segunda venida.