Primera edición.
Sí quiero estar contigo. Bilogía Dime la verdad nº2
©Ariadna Baker.
©septiembre, 2024.
©imágenes por AdobeStock y Freepik
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida,
ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de
recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea
mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por
fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Epílogo
RRSS
Capítulo 1
Dos semanas habían pasado desde que me había ido de Sevilla, dejando a
Jorge en la habitación del hotel. Me quedé en casa con mi padre,
sintiéndome arropada por él y porque no faltaron en ningún momento las
videollamadas de mi madre; debo decir que fueron muy importantes para
mí, ya que me ayudaron muchísimo en esos momentos en que solo quería y
necesitaba llorar.
Estaba llena de sentimientos contradictorios y parecía que mi mundo se
había desmoronado por completo. No le encontraba sentido a nada de lo
que había pasado y todo me parecía de lo más turbio y oscuro.
No había hablado con Lola y aunque muchas veces se me pasó por la
cabeza hacerlo, sabía que no serviría de nada ya que, si no me apoyaba
Jorge confirmando lo que me confesó, complicaría mucho más la situación.
Quería pensar que cuando él se saliera con la suya de poder despedir a
Rebeca, sería el momento en que junto a Chus le contarían a mi amiga la
verdad, al menos confiaba en que así fuera, si tuvieran un poco de dignidad,
aunque para mí, eso estaba en entredicho.
La empresa había gestionado mi despido por orden de Jorge, asegurándose
de que me pagaran la indemnización y de que no perdiera mis derechos,
algo que ocurriría si era yo la que renunciaba. En ningún momento había
vuelto a hablar con él, y en un intento que hizo de contactarme, lo bloqueé
de todos lados, sin antes perderme el placer de decirle que había sido una de
las peores experiencias de mi vida.
No quería ver a nadie, a ninguno de ellos, no sabía quién era peor y aunque
seguía amándolo con todo mi corazón, me repetí mil veces que más me
tenía que amar a mí misma y que debía olvidarlo, aunque me costase
infinidad de lágrimas.
En ese momento, tenía la mano de mi padre entrelazada con la mía mientras
volábamos hacia Cuba, para reunirnos con la única persona que sacrificó
todo por mi bienestar: mi madre, a la que ya llamaba así y que tanto se
emocionaba cada vez que lo escuchaba.
Hablando de ella… La sorpresa que se iba a llevar al vernos, ya que le
habíamos contado una pequeña mentirijilla, diciéndole que hoy íbamos a
pasar el día en una barbacoa a la que nos había invitado un compañero de
mi papá y que estaríamos desconectados.
Llevábamos cuatro maletas, una cada uno con ropa y la otra llena de
comida, ya que había muchos productos que envasados debidamente se
podían llevar y no sobrepasando los veintitrés kilos por personas. La
escasez en el país era tanta, que llevábamos varias latas de aceite de oliva.
—Les habla David Carrasco, comandante del vuelo. —Se escuchó por los
altavoces—. A través de las redes sociales hemos visto ya de todo;
cumpleaños en el aire en los que ha sido participe el comandante que
felicitaba por este medio, despedidas de solteros y muchas cosas más que
hemos compartido con los pasajeros y que ha sido una manera de poder
sentirnos más cercanos a ustedes.
»Hoy no iba a ser la excepción. Nos acaban de contar una preciosa
historia en la que deseamos involucrarnos. ¿Os imagináis a dos grandes
amigas que, por culpa de terceros, llevan tiempo sin hablarse, pero se
quieren con todo su corazón? Pues este es el caso que llevamos en este
vuelo, y aunque aún no se han reencontrado, creo que todos nos merecemos
ver ese abrazo que se deben. Les dejo en manos de una de las
protagonistas.
—La gente está fatal —dijo mi padre negando y con una sonrisilla mientras
yo lo miraba con un nudo en la garganta porque esta historia me recordaba a
mi amiga.
—Eliana si estás ahí, pronúnciate. —Escuchamos la voz de Lola sin perder
ese sentido del humor y haciendo la que me invocaba por los altavoces y
miré a mi padre alucinando, pero la sonrisa en él era un tanto sospechosa.
La piel se me erizó por completo y la gente reía con esa forma de llamarme.
»Fuera bromas, quiero decirte que te quiero con locura y que me
encantaría que nos diéramos un abrazo por los aires y que me perdones por
lo estúpida que fui al no creerte cuando eres la única persona, que, junto a
mi madre, nunca me falló. —Todos los pasajeros se pusieron a aplaudir
emocionados y Lola apareció en medio del pasillo dándole el teléfono a la
azafata y llevándose las manos a la boca al mirarme.
Me levanté y corrimos la una hacia la otra, mientras los aplausos se
escuchaban con mucha efusividad y un murmullo de emoción de los
pasajeros se hizo presente cuando nos fundimos en un abrazo. Incluso vi a
varias mujeres con las lágrimas en los ojos, igual que nosotras.
—¿Qué haces aquí? —pregunté emocionada sin soltar su carita.
—Ayudar para poder traer otra maleta más de comida. —Reía entre
lágrimas.
—Papá. —Lo miré—. Estabas al tanto de todo… —dije emocionada.
—Claro, cariño.
—¿Ya no estás con Chus?
—Sí, sí lo estoy, pero ahora entendió que debía estar a tu lado. Él y Jorge
me confesaron todo hace tres días, y hablé con tu papá, quien me comentó
que ibais a viajar a Cuba, así que le pedí poder acompañaros.
—No llores que me haces llorar a mí. Aunque estés con ese estúpido, te
quiero a mi lado.
—Entonces, ¿me perdonas?
—Claro, pero espero que le hayas dicho a tu madre la verdad porque me
crucificó por tu culpa. —Estiré las manos haciendo la cruz y poniendo cara
de dolor.
—Mi madre está muy enfadada conmigo, casi no me habla, dice que no
tengo perdón por lo que te hice y que la arrastré a ella a culparte. Por cierto,
ella fue la que hizo toda la compra para que trajera a Cuba.
—Dame otro abrazo —dije emocionada entre lágrimas y de nuevo todos los
pasajeros aplaudían emocionados.
No me lo podía creer, tenía a mi Lola aquí. Se sentó con nosotros, ya que
eran tres asientos de ventanilla y sobraba uno, que era de ella, pero que
mientras la dejaron sentarse en otro vacío para que pudiese darme la
sorpresa. Me habían engañado, pero bien. ¡Bendita mentira!
Nos costó un buen rato salir de esa emoción que nos tenía llorando y riendo
a partes iguales. Nos necesitábamos más de lo que imaginábamos y es que
nuestra amistad había sido de lo más fuerte y sincera.
—Tengo muchas ganas de conocer a tu mamá.
—Yo también de verla en persona, estoy segura de que te va a encantar, es
un amor de mujer, a la que solo le salen de su boca cosas bonitas. Eso sí, es
muy cómica y suelta cada disparate que te tienes que echar a reír a
carcajadas.
—Los cubanos son muy divertidos.
—Sí, sí, ya te digo que ella a pesar de estar en una situación tan complicada,
siempre tiene una sonrisa en la cara y está ahí apoyando cuando es ella
quién más lo necesita.
—Le va a dar algo cuando os vea.
—Y a ti, ella tenía la esperanza de que lo nuestro se arreglase más temprano
que tarde —sonreí.
—Entonces no me va a coger de los pelos y me va a arrastrar por toda La
Habana, ¿verdad?
—No creo, la tendré entretenida —soltó mi padre haciéndonos un guiño y
consiguiendo arrancarnos una carcajada.
Aterrizamos en la isla y fuimos directos a pasar el control policial en el que
nos hicieron varias preguntas antes de devolvernos los pasaportes dándonos
la bienvenida a la isla. Realmente, parecía que quería ligar más con nosotras
que otra cosa, pero creo que se cortó un poco por la presencia de mi padre,
que lucía de lo más serio en plan protector.
Cogimos las maletas y las pusimos en tres carros, obviamente con la suerte
que teníamos nos pararon para un control, lo que no sabíamos es que mi
padre fue más rápido y conociendo todo lo de allí, metió en el pasaporte un
billete y se lo entregó al policía que no le había pedido identificación pero
que entendió la jugada. Se giró lo sacó, se lo devolvió y nos dijo que
bienvenidos a Cuba, dando así el visto bueno sin registrar nada.
—Joder, con tu padre como se las sabe todas —dijo flipando Lola al ver
cómo había pasado dando un «regalito» al policía. No es que llevásemos
nada malo, pero sí que entre la ropa también habíamos escondido más
comida para compensar el peso.
—Ni yo me lo esperaba. —Me reí negando mientras tiraba del carro hacia
la salida de la terminal.
Metimos todo en un taxi entre el maletero y el sillón de atrás, donde
sobraba un hueco y aprovechamos para poner dos maletas justo en medio.
Mi padre iba delante con el taxista y nosotras dos mirando por la ventanilla
alucinando con los edificios tan coloniales y abandonados a su vez.
—Madre mía, esto está muy descuidado para lo bonito que es, necesitan una
buena mano de obra y pintura —dijo Lola.
—No hay ni para comer mija, menos para reformar, aquí nos vamos
apañando hasta que se nos caigan los techos abajo —dijo el taxista riendo.
Era muy simpático.
Capítulo 2
El taxi entró en la calle donde vivía mi madre, lo que no nos esperábamos
es que estuviera sentada en la puerta charlando con una vecina.
Miró hacia el coche, pero no se dio cuenta porque primero vio al taxista y
después a Lola, que era la que iba detrás de él. Fue cuando salimos y la
miramos que se quedó boquiabierta, llevándose las manos a la boca antes de
chillar.
—¡¡¡Mi hija!!! —Se levantó dirigiéndose hacia mí y abrazándome mientras
lloraba como una niña pequeña—. Te quiero, mi amol, te quiero con todo
mi corazón.
—Y yo, mami —le dije llorando a lágrima viva.
Luego miró a mi padre y los dos sonrieron mientras sus ojos nublados
hablaban de la emoción que sentían y se fundieron en un abrazo al que no le
faltó un beso en los labios de lo más apasionado. Lola y yo nos miramos
entre lágrimas por este momento tan bonito del que éramos partícipes.
—¿Y ella quién es? —preguntó levantando la ceja y abrazándola de igual
manera.
—Soy Lola —dijo dejándola a cuadros.
—¿De verdad? ¿Su amiga Lola? ¡¡¡Mija qué alegría!!! —La abrazó más
fuerte aún.
—Sí, la tonta que le falló, pero aquí estoy para acompañarla en estos
momentos tan mágicos.
—Los amigos también se fallan, lo bonito es saber reconocer las cosas y no
soltar de la mano a los que te quieren de verdad. —Le acarició la cara y
luego nos volvió a mirar de lo más emocionada—. Ella es Caridad, mi
vecina y amiga. —Nos la presentó y la saludamos con dos besos. Nos
dimos cuenta de que estaba al tanto de la historia.
Entramos en la casa, que era de lo más humilde; las ventanas no tenían
cristales, solo puertas de madera. Nos explicó que era por el desgaste y los
huracanes que habían soportado. Eso sí, la tenía impecablemente limpia.
—En esta habitación podéis acomodaros las dos —dijo señalando a una que
tenía dos camitas y una cómoda que debía de ser muy antigua por su
aspecto.
—Yo contigo —dijo mi padre antes de carraspear y hacer que nos riésemos.
—Por supuesto, nos debemos un buen revolcón —le contestó consiguiendo
que nuestra carcajada fuese aún más grande.
—¿Uno nada más?
—Todos los que quieras. —Le dio una palmada en el culo para que entrase
en su habitación a dejar las cosas.
—Mamá, estas tres maletas son de comida. ¿La colocamos en la cocina?
—¿Traéis comida? —preguntó asombrada.
—Muchísima. —Me reí y abrí una para que la viera.
Su cara lo decía todo mientras miraba los productos, y es que muchos no
sabía ni que eran, y si lo sabía, nunca había tenido acceso a ellos. Se
emocionó colocando todo y hasta tiró una foto.
—Ni en un supermercado de aquí hay tanta comida. Hoy estuvimos Caridad
y yo buscando algunos productos y fue imposible.
—Le podemos dar unas cuantas cosas que hay repetidas —le dijo mi padre.
—Sería lo más bonito que pudiéramos hacer por ella, ya que siempre pensó
en mí cuando le mandaban plata de Miami.
—Venga, vamos a prepararle una bolsa con pasta, tomate, una latita de
aceite de las pequeñas…
Fue a buscarla para darle las cosas y la pobre mujer se echó a llorar de la
emoción; a todos se nos hizo un nudo en la garganta. Nos lo agradeció
enormemente.
—Jamás entré a mi casa con tanta comida —dijo llorando a mares mientras
se llevaba las dos bolsas que le habíamos preparado.
—Cualquier cosa que te haga falta nos lo pides —le dijo mi madre mientras
le acariciaba la espalda.
Lola estaba tan emocionada por todo que no podía parar de llorar, y es que
cualquier cosa tocaba la fibra más sensible. Cuba era diferente a todo lo que
conocíamos en España. No sabía lo afortunada que era hasta que llegué esta
isla y mi di cuenta de que nuestros problemas eran insignificantes
comparados con los de ellos.
—Yo estoy muy apenada —se dirigió a mi padre—, pero no tengo plata
suficiente para comprar otro ventilador. Solo tengo uno y por la noche hace
calor en las dos habitaciones.
—Cariño, no te preocupes por eso. —Le acarició la mejilla—. ¿Hay algún
sitio por aquí donde podamos conseguir uno?
—Sí, en la tienda de Eduardo que está dos calles atrás.
—¿Vamos?
—Sí, mi amol, que vais a estar todos más cómodos.
—Nosotras vamos colocando los productos de la maleta de Lola.
—¿¡Hay más!? —preguntó llevándose las manos a la boca.
La verdad es que hacía un calor húmedo que era duro de aguantar, y más
para los que no estábamos acostumbrados. Lola no paraba de secarse la
frente con un pañuelo de papel.
—Lola, por Dios, ¿en serio? —pregunté llevándome las manos a la boca
cuando vi un montón de paquetes envasados de jamón— Pero ¿cuántos
hay?
—Veinte, es una pata que mi madre compró y pidió que se la deshuesaran y
prepararan así. Le podemos llevar unos paquetitos a Caridad.
—Venga, ve tú mientras yo sigo colocando todo.
—Vale, es que no me acordaba que los traía, de lo contrario le hubiera dicho
que se esperase —dijo cogiendo tres paquetes para llevárselos.
La verdad es que habíamos traído de todo: pasta, arroz, lentejas, garbanzos,
aceite, tomate en salsa, latas de conservas, dulcería y un sinfín de productos
que nos echarían bastante el cable, además de un montón de productos de
higiene que venían con la ropa.
—Joder, que hartón de llorar se ha pegado esa mujer, no dejaba de decir que
por fin va a probar el famoso jamón.
—¿Sí? —sonreí emocionándome.
—Ya está todo colocado, lo que veo que aquí falta mucha verdura, huevos y
fruta.
—Pues mañana vamos al mercado y nos hacemos con todo lo que haga
falta.
—También refrescos, cervezas, leche, café y azúcar.
—Yo traje un paquete grande de café.
—Es verdad, que lo he colocado —negué riendo, porque sí, era de los
grandes de dos kilos.
—Pero cuando desayunemos podemos perdernos por La Habana para irnos
a hacer esas comprar y bichear el lugar.
—De aquí no sale nadie sin mi permiso —dijo mi madre sonriendo y
cargando con una bolsa y mi padre con un ventilador.
—Ya nos han castigado y no llevamos ni dos horas —contestó Lola
mirándome.
—Mirad lo que compró tu padre. —Sacó dos botellas de ron de la bolsa.
—Pero no hay refrescos, papá. Justo estábamos hablando Lola y yo de que
mañana después de desayunar y mientras damos un paseíto, iremos a
comprar varias cosas que hacen falta.
—Mucha suerte, porque aquí no te creas que se encuentra todo fácil —dijo
mi madre—. De todas las maneras, los refrescos podemos comprarlos en la
tienda de la esquina, ahí siempre hay.
—Venga, vamos nosotras —dijo Lola animada por salir.
—Trae cervezas si hubiera, hija.
—Vale.
Fue poner un pie en la calle y notábamos cómo la gente nos miraba. Si bien
es cierto que, aunque estaban más que acostumbrados a los turistas, siempre
despertábamos la curiosidad y más cuando habían visto que nos estábamos
alojando en una de las casas.
—Bienvenidas a Cuba —nos dijo uno de los tres jóvenes que estaban
arreglando un coche.
—Gracias —dije sonriendo.
—Osvaldo, para servirlas —gritó otro mientras continuábamos andando.
Nos reímos sin mirar hacia atrás para no entrar en el juego. Ya nos puso mi
madre en antecedentes de cómo funcionaban aquí algunas cosas.
Llegamos a la tienda y había una señora con sus rulos en la cabeza
atendiendo a otro chico y aprovechamos para mirar.
—Hola, mis amores.
—Hola —dijimos sonrientes—. Queríamos este paquete de cervezas y estos
refrescos. —Todo era de marca nacional. ¿No tienes leche, por casualidad?
—No, mija, pero en esa calle de enfrente, justo aquí a la derecha hay una
tienda que puede que tenga. Si queréis ir un momento y luego venís a por
esto para que no se os haga pesado con las bolsas.
—Vale, gracias —sonreímos.
Nos dirigimos a la tienda que nos había indicado, pero tampoco tenían. Nos
recomendaron andar un poco más hacia delante para preguntar en otra. Al
final, estuvimos caminando cerca de veinte minutos hasta conseguirla, y
luego regresamos a la primera para recoger los refrescos y la cerveza. Toda
una odisea; sí, señor.
Cuando llegamos a la casa estaban en la cocina preparando unas cuñas de
queso a las que les pusieron por encima anchoas. Menos mal que habíamos
venido con provisiones porque de lo contrario, como decía Lola, íbamos a
terminar comiéndonos los marcos de las puertas.
Ayudamos a preparar la mesa mientras ahora ponían un platito con jamón
que, al darle a probar mi padre a mi madre, esta metió un gemido de placer
que tuvimos que echarnos a reír.
Abrimos las cervezas y nos sentamos en la mesa que había pegada a la
ventana del comedor, pero pusimos uno de los ventiladores dándonos aire
mientras giraba de un lado a otro.
Lola y yo estábamos que nos caíamos de sueño por el jet lag y tal como
terminamos de cenar, nos dimos una ducha y nos tiramos en las camas con
el ventilador en medio para recibir las dos el aire.
—Tu madre es preciosa, parece que tiene menos edad aún, y eso que es
muy joven —murmuró desde su cama.
—Sí, además es una mulata que tira para clara, pero tiene el tostado
perfecto de piel.
—De ahí a que tú también lo tengas.
—Sí, pero la de ella es más bonita.
—Y la tuya, por favor, que tienes una piel impresionante. Te dejó unos
buenos genes. —Nos reímos—. Son dos bombones, porque tu padre es un
madurito que no veas, para hincarle el diente. Estos dos se van a dar cada
revolcón en estos días que se van a escuchar hasta aullidos.
—Calla. —Me reí a carcajadas.
—Se me acaba de antojar un cigarrillo, pero no tengo fuerzas para
levantarme.
—Lo mismo me pasa a mí, que no puedo con mi cuerpo.
—Dile a tu madre si nos deja fumar en la habitación, total lo único que nos
puede pasar es que nos mande a la mierda. —Reía a carcajadas.
—¿Qué pasa por aquí? —preguntó mi padre asomándose por la puerta y
detrás ella riendo.
—Que queremos un cigarrillo, pero no tenemos ganas de levantarnos —dijo
Lola toda valiente.
—Abrir la ventana y sentaros en la misma cama. Os traigo un cenicero y me
invitáis a uno —dijo mi madre.
—La amo, la amo —decía Lola.
—Yo, deportista y ellas tres, fumadoras —murmuró mi padre volteando los
ojos.
—Pues hay bomberos que fuman. —Me encogí de hombros.
Mi madre se sentó en el filo de la cama y nos encendimos los cigarrillos.
Jamás habíamos fumado en una habitación, pero hoy las fuerzas estaban
bajo mínimos.
Capítulo 3
Abrí los ojos y vi a Lola mensajeándose por el móvil.
—Buenos días, ¿qué hora es?
—Buenos días, dormilona. Las seis y media de la mañana.
—¿Nada más?
—Siéntete afortunada, que yo, con esto del desfase horario, llevo desde las
cinco despierta y he escuchado hasta como esos dos —murmuró señalando
a la pared que daba a la habitación de mi madre— se lo han pasado de
muerte. Casi me uno a la fiesta —dijo provocándome una carcajada.
—Se la habrán dado mortal después de casi veintisiete años sin tocarse —le
dije en flojito sin poder dejar de reírme.
—Tu padre tiene que ser una bomba atómica en la cama. —Las carcajadas
ya no las podíamos reprimir.
—¿Qué pasa, que Chus no se luce dónde debe?
—Pobrecito, él no es malo —protestó en voz baja y poniendo ojitos de
cordero.
—Tampoco es un santo. —Me encogí de hombros y me lanzó su almohada.
—Recuerda esto: ni los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos. —
Me hizo una mueca.
—Yo solo te digo que, si hubiera empatizado un poco, aunque no te hubiera
contado nada, no te hubiera permitido estar mal conmigo. Pero ten claro
que, si tú eres feliz con él, yo te voy a apoyar, aunque aún tengo un cacao
enorme del porqué te liaste con Rebeca, pero bueno, prefiero no escuchar
nada de todos ellos porque se me revuelve el estómago.
—Algún día vas a saber toda la verdad.
—¿Más de la que ya sé?
—Mucho más…
—¿Sinceramente? No quiero saber nada que tenga que ver con Jorge y todo
su alrededor. Rebeca es producto de toda su soberbia.
—Bueno, ¿qué te parece que nos vayamos a la cocina y nos tomemos un
café? —Cambió de tema rápido porque sabía que por mi tono estaba muy
tocada e iba a terminar llorando.
—Sí, pero a este nos lo llevamos. —Señalé al ventilador, ya que el calor
que hacía era insoportable para lo temprano que era.
—Venga…
Nos disponíamos a salir intentando no hacer ruido para no despertarlos,
pero no habíamos ni atravesado la puerta cuando aparecieron los dos con
una sonrisa de oreja a oreja. Parecían dos tortolitos.
—Buenos días, mis amores. —Me dio un abrazo con un cariñoso beso y
luego se lo dio a Lola.
—¿Qué tal habéis dormido? —nos preguntó mi padre.
—No tan bien como vosotros —dijo Lola causándonos a todos una
carcajada.
—Mira tu amiga si es descarada —murmuró mi madre bromeando y
mirándola de arriba abajo.
—Eliana, con todos mis respetos, descarados vosotros, que nosotras hemos
estado toda la noche a dos velas —le contestó Lola causándole una
carcajada a mi padre.
—Esta noche nos vamos a la azotea.
—Eso, para que así os escuchen todos los vecinos y se solidaricen con
nosotras —volvió a contestarle Lola.
—O suban todos a sus terrazas y se monte una orgía descomunal, que aquí
en Cuba nunca se sabe.
—Mamá, por Dios. —Reí negando mientras sacaba el café para prepararlo.
—Ahora tu papá me acompañará a mi trabajo, porque voy a pedir unos días
libres.
—¿Y te los darán?
—Sí, aquí me pagan por semanas trabajadas y ayer la cerré, hoy es mi día
libre, así que aprovecho para avisarles de que por ahora no cuenten
conmigo, que los seiscientos pesitos que cobro al día, me los va a dar el
padre de mi hija. —Nos hizo un guiño.
—¿Cuánto es al cambio seiscientos pesos? Yo me hago un lío —preguntó
Lola.
—Unos cincuenta céntimos de euro —respondió mi padre.
—¿Qué tú trabajas toda la mañana hasta las cuatro de la tarde por cincuenta
céntimos? —preguntó Lola alucinando.
—Sí, mija y te garantizo que me puedo sentir dichosa, que en otros sitios
dan menos.
—Pero si ayer vi en una tienda que un pollo valía siete euros al cambio.
¿Quién puede comprar eso aquí entonces?
—Ahí está la cosa, mija, lo que pasa es que muchos cubanos reciben
bastante ayuda de familiares que están fuera de la isla. A Caridad la ayudan
mucho y ella compra una vez a la semana un pollo y me da la mitad.
—Qué buena mujer —murmuré yo emocionada.
Mi mamá disfrutó del desayuno muchísimo mientras nos contaba muy
emocionada que por la noche se probó toda la ropa que le habíamos traído y
que estaba enamorada de cada prenda, además de los pijamas y la ropa
interior. La verdad es que le habíamos comprado infinidad de cosas que
metimos en dos mochilas que traíamos a parte de las maletas.
Elegimos unos pantalones cortos vaqueros un poco sueltos y un top que
dejaba la barriga al aire. Nos quedaba muy bien. Habíamos coincidido en
mucha ropa para el viaje, pero la verdad es que la mayoría eran iguales,
porque nos encantaba vestir como gemelas en muchas ocasiones. Hasta las
Converses blancas habíamos traído y ahora llevábamos puestas.
—Cómo me gustaría ser una tarjeta de crédito infinita, para que desearais
tenerme en vuestras manos —nos dijo un joven de unos cuarenta años
causándonos una carcajada.
—No veas cómo se curran aquí los piropos —murmuré negando mientras
seguía mi paso.
—He tardado en pillarlo, pero es muy bueno, sí, señor. —Reía.
Era un poco agobiante sentir que todas las miradas estaban puestas en
nosotras mientras caminábamos. Ya nos había avisado mi madre de que dos
jovencitas extranjeras por la ciudad atraerían muchos moscardones.
—Todo eso que Dios os dio, que San Pedro os lo bendiga —nos soltó otro
con el que nos cruzamos.
—Tiene usted razón, Dios nos bendiga estos cuerpos divinos que la
naturaleza nos regaló —le soltó Lola mientras seguíamos nuestros pasos.
—¿Qué te pasa a ti que estás tan deslenguada?
—Que aquí nadie me conoce. —Me echó la mano por el hombro.
—Y antes me reñías a mí cuando salíamos, me decías que era una
descarada.
—Mira cómo cambia la vida, ahora tú eres un angelito de Dios y yo estoy
que me como la vida, así que más vale que espabiles y disfrutemos de esta
isla, que no todo el mundo tiene la suerte de poder decir que estuvo aquí.
—No soy ningún angelito, pero sí es verdad que no soy la persona que era
antes. Todo ha sido tan fuerte para mí que desde que me enteré de que mi
familia no era la que conocía y todo lo que me vino después, que ahora me
siento diferente.
—Eso se llama madurar. Por cierto, ¿sabes algo de tu hermano?
—No me quiso ni cuando se pensaba que lo éramos, que solo me habló
cuando lo hicieron mis padres. ¿Tú crees que ese me va a echar de menos a
mí? —negué— Es como su madre. La verdad es que han dejado una paz en
mi vida increíble, así que mejor que no den ni señales de vida más que por
los abogados por los trámites de mi padre.
—Qué fuerte todo, cuando me lo contó Valentino me quedé a cuadros.
—Fuerte lo falso que es. Me he llevado un palo muy grande con él.
—Yo también, te lo juro, no me lo esperaba. Cuando me pusieron Jorge y
Chus al tanto de todo y me dieron pruebas, lo odié desde ese mismo
momento. Debería de ser actor, se ganaría aún mejor la vida que con el surf.
—Pues por todo eso he cambiado. Ahora estoy feliz de tener una madre que
me ama de verdad, un padre que, aunque no supo protegerme del todo ante
los demás, me sacó adelante y me ha demostrado muchas veces lo que me
quiere y te he recuperado a ti, que era lo único que me importaba de la otra
historia. —Frené y le di un beso muy fuerte en la mejilla.
—No, mamis, dejar de juntaros las mujeres que los hombres nos vamos a
quedar solos y desamparados —nos soltó un hombre de unos cincuenta
años en plan broma y pensando que éramos pareja.
—Las mujeres sabemos hacerlo más rico —le contestó una descarada Lola
consiguiendo que me entrara un ataque de risa mientras tiraba de ella.
—No contestes para no dar pie a que sigan diciendo más cosas.
—Pues le iba a decir que se mataran a pajas.
—¡¡¡Lola!!! —negué riendo.
—¿Y tú no me vas a decir nada? —le preguntó a un chico que era monísimo
y nos miraba sonriente.
—¿Y qué quieres que te diga, mami? —le preguntó este.
—Nada, no me digas nada —le dijo esta continuando el paso al descubrir
que le faltaba una paleta.
—Me da, te juro que me da —murmuré.
—Normal que no dijera nada, normal. Qué lástima con lo guapo que es y el
cuerpazo que tiene.
—Pues mira, se le puede poner un implante y asunto solucionado.
—Me quedo con mi Chus, definitivamente me quedo con mi Chus. Te
advierto que con ese me caso yo.
—Pues vaya numerito, porque su primo y yo juntos en una celebración no
vamos a estar. Me niego por completo.
—¿Y dejarías tirada a tu amiga el día más importante de su vida? —Me
echó la mano por el hombro.
—No te dejaría tirada, te acompañaría con el corazón.
—¿Qué me lo vas a poner en una cajita y me lo va a llevar algún crío en una
cestita?
—No. —Me reí.
—Claro que irías, lo mismo hasta sois los padrinos.
—Lola. —Me reí por no darle una hostia—. De verdad, no te voy a decir si
debes o no de estar con Chus, ni me voy a meter en que os caséis si os da la
gana y tenéis un carrusel de niños, pero a mí me ha roto en mil pedazos
Jorge. El día que estuve con él en Sevilla, antes de que me confesara todo,
me moría por besarlo y disfrutar abrazada a él en esa piscina, aunque no lo
quisiera reconocer, pero ese hombre me ha hecho mucho daño, sabiendo
que yo tenía sentimientos por él y por ti, porque esto lo debió de frenar
antes, ya que era consciente de la amistad que teníamos.
—No puedo hablar, amiga, he prometido que no lo haré, pero muchas veces
la historia no es como creemos.
—Eso me dijo él, que no podía hablar y terminó soltando lo más grande.
Me da igual cómo sea la historia, pero yo ya no quiero ser parte de ningún
juego.
—Tiempo al tiempo. —Me dio un abrazo.
—Y a todo esto, no paramos de andar, pero no estamos comprando nada. —
Nos reímos.
—La mañana no hizo más que empezar. —Me dio una palmada en la nalga.
Mientras más observaba la vida de la ciudad y sus fachadas decadentes, más
me impresionaba todo. Los coches de época, la sensualidad que se percibía,
era el conjunto de todo lo que lo hacía diferente y fascinante.
Conseguimos cambiar dinero, ya que solo nos quedaban unas monedas de
lo que mi padre nos dio el día anterior para comprar la bebida.
Entramos en un mercado con el que nos topamos, y lo primero que vimos
fue una gran caja de aguacates grandísimos que consiguió que a las dos se
nos hiciera la boca agua y no dudásemos en hacernos con varias piezas.
Nos llamó la atención el turrón de Maní que nos ofrecieron en un puesto y
que cuando lo probamos, terminamos llevándonos un buen trozo.
Comenzamos a cargarnos de patatas, huevos, cebollas, pimientos, arroz,
pollo y tantas cosas que tuvimos que recurrir a parar a un coco-taxi para que
nos llevara a la casa. La verdad es que fue un momento muy divertido, ya
que el vehículo era un triciclo con un sillón detrás para dos personas y
revestidos con una carcasa abierta. Nos hicimos varias fotos.
Mis padres ya estaban en casa cuando llegamos, nos echaron una mano con
las bolsas. Acababan de regresar de hablar en el trabajo para comunicar que,
por ahora, ella no iría más.
—Ay, mi madre, por la virgencita de la Caridad del Cobre, qué de cosas
habéis traído.
Capítulo 4
Nos sentamos a disfrutar del delicioso pollo con patatas fritas que había
preparado mi padre, y mientras comíamos, me comentó que le había
llamado la abogada de España para decirle que el divorcio estaba más que
listo. Eso significaba que ya podía iniciar en Cuba la solicitud de proceso
para que ellos pudieran casarse. Eso sí, le había costado un ojo de la cara
acelerar todo el proceso.
La intención de mi padre no era otra que conseguir sacar del país a mi
mamá lo antes posible para comenzar juntos una vida en España. Y eso a mí
me hacía inmensamente feliz, pero obviamente todo iba a llevar su tiempo,
ya que había un proceso burocrático un tanto peculiar.
Lola había estado investigando por internet y dio con un hotel que tenía
piscina con bar, era una preciosidad de una cadena muy reconocida y que se
podía acceder pagando una entrada sin ser huésped, así que decidimos que
después de almorzar, nos iríamos allí a pasar la tarde, ya que mis padres
iban a hacer unas compras de utensilios de cocina para poder cocinar más
cómodos.
Cogimos un taxi justo en la puerta de casa que nos llevó hasta el hotel, el
cual se veía impresionante comparado con la realidad de las edificaciones
del país.
Pagamos el acceso a los jardines donde estaba la piscina, no fue barato, ya
que al cambio eran cuarenta dólares por persona, pero lo bueno es que nos
pusieron una pulserita en la que nos incluía todo lo que bebiéramos durante
ese día.
El lugar era de lo más colonial y bonito, cuidado al más mínimo detalle
como el resto de sus hoteles.
Dejamos las cosas sobre dos hamacas y nos metimos en el agua andando
hacia la barra tan llamativa que había dentro de ella.
—Me vas a matar, me vas a matar —murmuró Lola conforme llegábamos a
pedirnos dos cócteles.
—¿Qué dices? ¿De qué hablas? —pregunté en el mismo momento en que
dos jóvenes sentados de espalda con unos sombreros de paja se daban la
vuelta.
—Por Dios, Lola. ¿Qué has hecho? —pregunté muy enfadada al comprobar
que eran Jorge y Chus. La sangre se me subió de golpe a la cabeza. Y me
quedé parada en el agua, bloqueada por completo.
—Tienes que escucharlos, solo te quieren dar la misma versión que me
dieron a mí. Por favor, hazlo por mí Eli.
—¿Desde cuándo sabes que están aquí?
—Venían en nuestro avión, en primera clase, que es donde yo estuve
sentada al principio.
—No me hace ni la más mínima gracia.
—Ha venido hasta aquí por ti.
—¿Y quién se lo pidió? —pregunté con rabia.
—Ven, por favor, salúdalos. —Tiraba de mí hacia la barra que estaba a unos
pasos.
—Tú —dije señalando a Chus—, no tienes vergüenza y si te crees que
porque estés con mi amiga te vas a ganar mi simpatía, estáis los dos
completamente equivocados. Y tú —miré a Lola—, deberías haberme
consultado esta opción.
—Eli… no haría nada que supiera que te puede hacer daño. Créeme.
—¿Y esto no me lo hace? —Me giré y miré al camarero—. Un mojito, por
favor…
—Que sean dos —pidió Lola.
—Eliana, no quiero molestarte —me dijo Jorge en tono bajo y lo miré
fijamente—. Solo quiero que termines de escuchar todo.
—¿Y te crees que a mí me interesa lo que tú me quieras contar o algo que
tenga que ver con tu vida?
—Solo quiero hablar contigo, sin conflictos.
—¡Qué arte! Sin conflictos dice, cuando eres tú el único que los has
ocasionado todos. Jorge, que tu vida no tiene nada que ver con la mía y que
no me debes una explicación que no necesito, ni quiero. Solo os pido que
me saquéis de vuestros problemas y vidas, que están solo llenas de codicias
y mentiras.
—Esta novela sí que se está poniendo buena, mami —dijo el camarero.
—Pues a ver si te metes en tus asuntos —le respondí bordemente porque
me pareció de una falta de respeto increíble.
—Tranquila, mami, solo intentaba sanar un poco el ambiente contaminado.
—¿Qué parte de que la dejes en paz no has entendido? —le preguntó Jorge
en tono muy serio y este se fue al otro lado de la barra.
—Jorge, te bloqueé de todos lados, renuncié a mi trabajo, me aparté de
todo. ¿Por qué me haces esto?
—Por mil razones, pero la más importante es porque te amo…
—Perdónalo, mami, no lo ves que está sufriendo —dijo de nuevo el
camarero que parecía que tenía la oreja puesta en nuestra conversación y al
final me hizo reír.
—A ti te gusta jugártela por lo que veo —le contesté mientras la cara de
Jorge mirándolo era de aguantar la risilla.
—Perdón, perdón —dijo apretando los dientes y desplazándose de nuevo un
poco hacia el otro lado. Chus y Lola estaban a un lado de la barra junto a
nosotros, pero no hablaban.
—Jorge, de verdad, no quiero malos rollos con nadie, lo he pasado muy mal
y aún no estoy recuperada de todo lo que se me vino encima. No quiero
estar mal contigo ni pelear, no tengo ni siquiera fuerzas, pero no quiero
saber nada de todo lo que pasó en tu vida y lo que se llevó en parte por
delante la mía.
»En consideración a Lola y a la relación que tiene con Chus, os quiero
respetar, pero también necesito que aceptéis mi negativa a querer saber nada
más. Me parece genial que para vosotros todo tenga una bonita explicación
que solucionaría todos los males, pero ya te digo yo que eso sería un
milagro y en esos no creo.
—Asere, lo tienes bien duro de pelear.
—¿Por qué no te callas? —le preguntó Jorge, pero esta vez con una
carcajada, la misma que yo estaba echando al ver el valor que tenía el
camarero de seguir metiéndose en nuestra conversación.
—Eso intento, pero me lo estáis poniendo muy duro. —Se apartó de nuevo
mirando a Lola y Chus que estaban a carcajadas limpias.
—¿Qué me decías?
—Nada, Jorge… —Solté el aire y negué.
—Solo te pido que no nos apartéis estos días que vamos a estar en Cuba y
que me des la oportunidad de que te muestre mi mejor versión. No soy esa
persona que crees —dijo tragando saliva—. No te pido nada y acepto no
hablar del pasado, pero vamos a darnos una tregua y comenzar de cero.
—De cero dice, qué valor, asere.
—Tú hoy terminas despedido —le advirtió Jorge señalándole con el dedo.
—Eso me lo tendrá que decir mi jefe, y ese es el que me metió aquí para
animar el ambiente. Tú, mejor preocúpate de solucionarlo con esa chica,
que lo de echarme lo vas a tener bien duro.
—Nada de duro, salís despedidos los dos. —Te tendió su copa—. Otro
cubalibre.
—Tú tendrás mucha plata, pero no tendrías esta alegría, asere.
—No es por la plata, es porque soy el dueño de este hotel y de todos los de
la cadena —le sonrió.
—Se tenía que decir, y se dijo —murmuró Chus dejándome a cuadros.
—Los huevos se me han puesto en la garganta y me estoy asfixiando —dijo
el camarero poniendo cara de moribundo—. Prometo por San Pedro que no
volveré a dirigirme a ningún cliente. —Se puso a santiguarse antes de
ponerse a preparar el ron con cola, al que llamaban cubalibre.
—¿Es verdad eso? —le pregunté un tanto flipada, porque era una cadena
conocida y de lujo que jamás vinculé con él.
—Sí —murmuró.
—No tenía ni idea…
—Hay muchas cosas que no sabes.
—Imagino, pero bueno, felicidades. Me he quedado sorprendida.
—Y encima le hemos pagado la entrada —murmuró Lola poniéndose bizca.
Ochenta euros que nos ha costado la broma.
—Ahora os lo devuelven a la salida —murmuró Jorge sonriendo.
—El pacto era que no íbamos a pagar y que en la puerta nos dirían que a la
salida lo abonásemos para que no sospecharas de nada, pero no sé qué pasó
que nos pidieron clarito el dinero —decía Lola mirándolos en plan
reproche, obviamente bromeando.
—Eso es cosa de Chus que sabes que no para quieto y me pidió que no
avisara en la puerta para hacerte la broma.
—Una duda —interrumpí—, ¿mi padre sabe que estáis aquí? —pregunté
mirando a Lola.
—Sí —contestó Jorge—. Lola le contó la versión de todo y que yo quería
venir a este viaje para hablar contigo.
—¿Y aceptó fácilmente? —pregunté extrañada e intentando interpretar
todos sus gestos.
—Quiso hablar primero conmigo y un día antes del vuelo nos reunimos
para tomar un café. Le expliqué todo un poco por encima, sin entrar en
muchos detalles, pero fue suficiente para que entendiera mi necesidad de
hablar contigo, y es que me tenías bloqueado de todas partes. No te enfades
con él, por favor.
—Para enfadarme con él, primero me tengo que pelear con Lola porque
tiene mucha culpa de todo, pero no tengo ganas de perderla otra vez,
aunque me den ganas de cogerla por los pelos y pasearla por todo el
Malecón.
—Conmigo no, que yo me muero de penita —dijo ella poniendo cara de
puchero.
—No más peleas, estoy dispuesta a empezar de cero y con el tiempo ir
escuchando tu versión, pero jamás daré un paso más allá de una amistad.
—Mami, no escupas para arriba. —Se volvió a ir de la lengua el camarero y
soltamos todos una carcajada mientras él pedía perdón con gestos mientras
se alejaba.
—Vas a querer mucho al verdadero Jorge —dijo Chus apretando el hombro
de este.
—Sí, hombre, ahora lo vais a querer beatificar.
—Me gustaría que solo estuvieras al tanto de algo que hablé con tu padre y
que aceptó.
—Ya me espero cualquier cosa —murmuré y miré al camarero que nos
miraba y le hice un gesto de que me pusiera otro mojito.
—Me he ofrecido a ayudarlo a sacar a tu madre rápido de la isla, tengo
muchos contactos y medios. Quiero ayudaros en esto.
—¿Puedes? —Se me hizo un nudo en la garganta, porque esa era mi
prioridad hoy en día, y si tenía que aliarme con el diablo para conseguirlo,
no dudaría en hacerlo por ella.
—Claro que puedo, solo necesitábamos la sentencia firmada de divorcio de
tu padre, y ya me encargué de que la tuviera.
—Pero se suponía que era porque él pagó mucho dinero…
—Bueno, algo te tenía que decir hasta que supieras la verdad…
Capítulo 5
Estaba en shock por todo lo que me estaba encontrando en un día que
parecía que iba a ser de lo más normal, ilusa de mí.
Levanté mi cabeza ante una presencia que noté y vi que estaban entrando en
la piscina mis padres.
—Qué valor tenéis de venir —les dijo Lola a gritos, y mi padre arqueó la
ceja sonriendo.
A mi madre le quedaba el bikini precioso, era uno de los que le habíamos
traído. Tenía la piel más tersa que yo. Era espectacular la figura que lucía.
—¿No os han hecho pagar cuarenta euros? —les preguntó Lola causando
una risita grupal.
—No tendrían valor —respondió mi madre, que venía directa a darme un
besito.
—Por lo que veo os conocéis y todo —solté al ver que ni presentaciones, ni
nada.
—Esta mañana los conocí cuando fui con tu padre a lo del trabajo —me
respondió mi madre acariciando mi pelo—. Tiempo al tiempo, mija, muchas
veces se sanan las cosas y nos muestran otras que desconocíamos.
—Pues como sean peor, apaga y vámonos.
—Mami, estás muy sensible…
—¡Este no se calla ni, aunque lo amenacen con fusilarlo! —dijo Lola
causando una risa en todos y les explicó un poco por encima mientras él se
hacía el loco atendiendo a otros, pero con la oreja puesta en todos lados.
Y yo tenía la sensación de que muchas cosas no cuadraban y de que,
además, tenía tantos sentimientos encontrados que no sabía si reír, llorar,
liarme a collejas, recriminarles a todos su normalidad o salir corriendo.
Me aparté hacia un lado con mi madre mientras mi padre hablaba con Jorge.
—Mi amol, él no es mal hombre y sí que enredó todo mucho en vez de
haberse callado la boca y liarla más. Yo sé su historia y estoy convencida de
que cuando converse contigo, te darás cuenta de que no hizo nada tan grave
como para que lo crucifiques. Que lo hizo de pinga, sí, pero no para
reprocharle nada grave, todo lo contrario. Su lealtad le hizo no manejar la
situación bien y hacer creer cosas que no eran. Él te ama, solo hay que ver
cómo te mira, mija, si está enamorado perdido.
—No entiendo nada. ¿Ya echó a Rebeca?
—Mija, eso te lo tiene que contar él, merece al menos ser escuchado.
—Pues le va a dar tiempo a tomar muchos cubalibres antes de que eso
suceda.
—Sabes, tu papá nunca supo la verdad de lo que sucedió cuando no quise
saber de él al quedar embarazada de ti y vio una reacción en mí que no fue
justa y que no se esperaba, pero luego me escuchó y se dio cuenta de que la
historia contada desde la verdad tenía un trasfondo diferente y un porqué,
no merecía ser juzgada.
—Me voy a volver loca, pensé que venía a Cuba a sorprenderte a ti y la que
no dejo de sorprenderme soy yo desde el vuelo —resoplé agobiada.
—¿Crees que con lo intuitivas que somos las mujeres y más las madres, iba
a dejar que se te acercase si supiera que te podría hacer más daño? Y menos
aún tu padre, mi amol, estamos para ti y por ti.
—Necesito tiempo, pero pondré de mi parte para que no haya mal rollo. Si
algo deseo con el corazón es verte salir de esta isla.
Jorge hablaba con mi padre, pero no dejaba de mirarme. Tenía claro que
debía haber una razón de suficiente peso para que todos estuvieran de su
parte, pero había cosas que, ni con toda la justificación del mundo, iban a
conseguir aliviar el dolor que me había hecho sentir cuando yo más lo
necesitaba.
Nos acercamos hasta ellos y mi padre me echó la mano por el hombro y
besó mi sien.
—Me está diciendo Jorge que nos podríamos alojar todos en el hotel, que
tienen bastantes suites disponibles.
—Por la virgencita de la Caridad del Cobre, que jamás dormí en una
habitación con aire acondicionado y oliendo a nuevo —murmuró mi madre
juntando sus manos a modo súplica.
—¿Cómo es aquí el tema de las comidas? —preguntó Lola intrigada—
Porque en la casa tenemos un supermercado montado.
—Son productos de larga duración y envasados bien, lo único es lo que
compramos esta mañana fresco, pero eso se lo podemos dar a Caridad —
planteé.
—Creo que nos venimos —dijo mi padre aguantando la sonrisilla y viendo
por mi respuesta que no me estaba oponiendo a la propuesta. Para ser
sinceros, aquí íbamos a estar más cómodos y fresquitos. Incluso el baño iba
a ser más confortable, ya que en la casa de mi madre había que ducharse
encima casi del inodoro.
—Me alegra que aceptéis, y por el tema de las comidas no os preocupéis
que, aunque está muy lejos de lo que estamos acostumbrados, tenemos
bastantes productos de calidad.
—Yo duermo con mi churri para vigilar que no me lo robe ninguna cubana
—dijo Lola.
—Por mí no os preocupéis, porque yo duermo sola de lo más feliz y a mis
anchas.
—Estarán las cuatro suites correlativas junto a la de Chus, que está pegada a
la mía.
—Mira qué bien, así todos unidos jamás seremos vencidos.
—Lola, por favor —murmuré negando.
—Creo que deberías pedir otro mojito, porque los otros dos no te hicieron
efecto. —Me hizo una burla.
Todo en mi vida estaba pasando a la velocidad de un rayo y me daba
vértigo. Solo que ahora volvía a sentir ese enganche emocional a Jorge del
que me había desprendido en parte a base de muchas lágrimas.
Lo miraba y sentía que se me paraba el corazón. Era obvio que lo seguía
amando con esa intensidad casi mágica que surge cuando sentimos algo
muy fuerte por alguien. A pesar de mi amor, seguía reprochándole
interiormente que hubiera permitido que sucedieran muchas cosas, cosas
que imaginaba que en cualquier momento hablaríamos y que tendrían una
justificación, pero eso no borraba el dolor de haberme sentido de lo más
tirada y traicionada.
Intenté entrar en la conversación de ellos a la vez que mi mente seguía
sumergida en esos líos y sentía que nuestras miradas gritaban lo que
nuestros labios callaban.
—A mi jefe y sus acompañantes que no les falte de nada —dijo Yeison, el
camarero poniendo una bandeja con frutas y un cuenco de maní, que así les
llamaban a los cacahuetes.
—Qué buena pinta, cómo se nota que para los hoteles dejan las mejores
piezas —dijo Lola que no se callaba ni una—. Ya estamos tardando en
hacer el traslado.
Y así fue como, a las siete de la tarde cogimos los cuatro en un taxi hacia
casa para recoger las maletas, mientras mi madre preparaba la suya con la
ropa que le habíamos traído. Le dimos todos los productos frescos a
Caridad, que decía que nosotros éramos la bendición de su casa. Nos hacía
mucha gracia lo efusiva que era y cómo expresaba sus sentimientos.
Yo seguía en shock con lo de Jorge, al que por nada del mundo esperaba en
la isla, pero que estaba de nuevo poniendo mi vida patas arribas, de eso que
no le cupiera ni la menor duda.
No eran ni las ocho y media cuando ya estábamos de nuevo montándonos
en un taxi después de acomodar nuestras maletas en el maletero y encima
de nosotras tres en el asiento de atrás.
Jorge y Chus nos esperaban en la recepción con las llaves y nos llevaron
hasta la planta donde estaban las suites. Lola se metió en la de Chus, mis
padres en la suya y yo le quité la llave a Jorge de la mano, entré en la
habitación y cerré la puerta. Me puse la mano en la boca para que no se
escuchara mi risa.
Era preciosa y amplísima, con una terraza a la que no le faltaba detalle y
con unas vistas completas al Malecón. Esto ya era de otro nivel.
Coloqué mi ropa en el armario y me di una ducha que me supo a gloria.
Habíamos quedado en ir a cenar a La Habana Vieja y dar un paseo por esa
zona para vivir la ciudad de noche.
Elegí un vestido corto y de tirantes en blanco ya que era muy fresquito y
cómodo. Me puse unas sandalias planas del mismo color, por lo que iba de
lo más conjuntada y, además, elegí un bolso pequeñito con asas largas para
cruzármelo en color rosa chicle.
No estaba preparada para lo que había sucedido, pero no podía evitar sentir
que el hecho de que viniera hasta aquí por mí y hablara con mi padre para
justificar sus acciones, me pareciera un acto de lo más bonito.
Capítulo 6
Los escuchaba en mi puerta antes de que mi padre diera tres rápidos
golpecitos que era como su sello personal.
—Ya estoy —dije abriendo y vi cómo la mirada de Jorge se clavaba en mí.
—Estás preciosa, mi vida —murmuró mi padre pellizcándome la mejilla.
—Sí, pareces una princesita —decía mi madre emocionada en el momento
justo que Lola aparecía por la puerta.
—Muy guapa, sí señor —murmuró Jorge y noté cómo me subían los
colores.
Entramos en el ascensor y Lola me guiñó un ojo, emocionada. Para ella, que
todos pudiésemos convivir de algún modo en armonía imagino que debía
ser un alivio, aunque lo que todos esperaban era que se diese la
conversación entre Jorge y yo, algo que no me apetecía en absoluto porque
ya estaba cansada de lidiar con tantas cosas.
Nos fuimos andando, ya que el restaurante en el que íbamos a cenar estaba
a un paseo y así podíamos disfrutar del ambiente que ya se iba notando por
las calles, porque el calor no era tan sofocante.
Y a pesar de la situación tan fuerte que se notaba en el país, todos llevaban
una sonrisa en la cara.
—Ahora no nos dice nada nadie, cómo se nota que vamos con hombres y
con una cubana.
—Madre de una española, os lo recuerdo —dijo ella muy orgullosa.
—Entonces tú puedes obtener la nacionalidad cubana, ¿no? —me preguntó
Chus para buscarme de algún modo la lengua.
—Qué gracioso eres —dije con ironía y volteando los ojos.
—Lo mismo mi primo te lo puede arreglar rápido.
—Ya te la has buscado —le dijo Lola dándole una colleja.
—No le hagas caso —murmuró Jorge sonriéndome.
—¿Te puedo preguntar algo?
—Claro —murmuró andando a mi lado mientras los demás iban con sus
parejas delante.
—¿Desde cuándo eres el dueño de los hoteles y por qué con todo lo que se
habla de esta cadena nunca nadie te nombró como tal cuando pasó lo de tu
luna de miel?
—Lo de mi viaje —rectificó para no llamarlo así.
—Era tu luna de miel, te fuiste después de casarte.
—¿Lo rebatimos o te aclaro lo del hotel? Más que nada para ir poniendo
orden a todo. —Apretó los dientes.
—Lo del hotel. —Se me escapó una risilla.
—La cadena abrió su primer hotel hace diez años en Punta Cana, y luego
nos fuimos expandiendo por todo el Caribe, pero dada la aceptación que
tuvo, se siguieron abriendo en diferentes puntos del mundo y sigue
creciendo.
—En aquellos entonces tenías veintiséis años. ¿Lo abriste tú?
—No, la abrió una familia acaudalada de Miami, pero su mala gestión y
defalco de dinero que hacían para aparentar una vida de élite, los llevó a
verse en apuros a pesar de cómo iba creciendo la cadena. Ahí fue cuando
entró, hace poco más de tres años, el padre de Rebeca, llevándonos hasta
esta familia a la que debíamos de salvar financieramente.
»Acordamos que, si en tres años no nos devolvían el dinero más los
intereses, la cadena hotelera se transferiría nuestra empresa, la que hoy es
mía. Hace dos semanas que ejecutamos el acuerdo y se registró a nombre de
mi sociedad, justo dos días después de nuestro viaje a Sevilla.
—Por eso querías tú casarte, para quedarte también con este imperio y de
ahí a que protegieras todo tanto… —dije con tristeza viendo más clara su
ambición.
—No, no era la cosa como te conté, pero es lo primero que se me ocurrió.
No tenía que casarme para quedarme las sociedades, ya que mi padre era el
que ya quería retirarse y que yo me quedase a cargo de todo. Es más, desde
días antes de mi boda ya estaba todo puesto a mi nombre.
»Y para terminar de contarte lo del hotel, cuando el padre de Rebeca nos
consiguió esos clientes, pactaron una suma que le entregamos como
comisión y el puesto de su hija en nuestra empresa con unas cláusulas para
que no pudiésemos echarla.
—¿Y la has conseguido echar ya?
—He vendido las oficinas y la sociedad de inversión a un alto precio, con el
acuerdo de que se queden con toda la plantilla.
—¿¡Has vendido la empresa!? —grité incrédula y todos se giraron al
escucharme entendiendo que por fin estábamos hablando algo del tema.
—Tengo más sociedades, y, si te digo la verdad, el suficiente dinero como
para no trabajar más. Los hoteles generan mensualmente unas ganancias
muy importantes. Seguiré haciendo algunas inversiones puntuales, pero
quiero vivir una vida más relajada.
—¿Y qué dijo tu padre?
—Es lo que él deseaba, así que encontramos la oportunidad perfecta con el
tema de la cadena hotelera para dejar ya el tema de la empresa de inversión,
que requiere mucho tiempo y atención a las operaciones.
—Pero no entiendo algo, si tanto dejan los hoteles, ¿cómo es que no
pudieron devolveros el préstamo?
—Porque pidieron demasiado dinero para tapar otras cosas. Ya sabes que
nuestro trabajo es invertir en algo que nos de la seguridad de una buena
devolución o quedarnos las propiedades que pusieron como garantía.
—Eso sí lo entiendo, sé de qué iba el trabajo, pero no me cuadra que algo
tan beneficioso como esta cadena la hayan perdido de esa manera.
—Mucha gente se ve de golpe con mucho dinero que no saben administrar
y terminan arruinándose por completo por mucho que tengan un negocio
que les de rentabilidad. Si tiene otros agujeros más grandes, al final
terminas arrastrando con todo.
—¿Y cómo has hecho para hacer frente a todo lo de la cadena? Porque
imagino que eso no es fácil.
—Nos hemos quedado con todo el equipo de asesores, gabinete legal y
personal que llevaban el tema. Después de revisar bien los expedientes, nos
dimos cuenta de que las gestiones se estaban haciendo de manera
impecable. El verdadero problema era la familia, que endeudaba esos
beneficios debido a las deudas que tenían. Desde el principio, todo ha
estado bajo control —sonrió.
—¿Y en este hotel saben que eres el dueño?
—Sí, claro, no todo el personal, pero sí los encargados de cada puesto. De
todas maneras, este es el único hotel de la cadena que no es cien por cien
nuestro. En esta isla somos propietarios de la mitad, y la otra mitad es del
gobierno, aunque todo lo gestiona mi sociedad.
—Joder, eso no me lo imaginaba. Pues sí que está aquí la cosa bien
controlada por el régimen.
—No lo digas muy alto a ver si salimos presos —murmuró causándome una
risa.
Se hizo un silencio y Jorge nos indicó que ya habíamos llegado al
restaurante. La entrada era preciosa y tenía un jardín con muchas mesas en
donde había reservado una para los seis.
Me había impactado el hecho de que hubiera vendido su empresa, pero si se
la habían pagado bien y tenía la vida solucionada con todo lo que poseía, lo
entendía. Eso sí, me quedaban muchos flecos en el aire del porqué su boda
con Melissa y muchas cosas de las que pasaron con Rebeca, Valentino y
toda la mierda que metieron. Imaginaba que en estos días iba a ir saliendo
de dudas.
Yo misma me contradecía al no querer saber nada, pero a la vez iba
sintiendo la necesidad de saberlo todo. Mi cabeza iba a mil en estos
momentos y sentía que todo era como sacado de una película.
Nos sentamos y Jorge se acomodó a mi lado mientras mi madre lo hacía al
otro, sin dejar de acariciar mi rodilla. No tardaron en traernos una botella de
vino blanco y servirnos una copa a cada uno.
Jorge había encargado seis langostas y dos bandejas de pescado frito. La
verdad es que la presentación fue de lo más exquisita y aunque este lugar
tenía pocos platos, como la mayoría de los restaurantes en la isla, eran de
calidad.
—Óiganme, ustedes me vais a engordar a mí —dijo mi madre chupándose
los dedos con la langosta.
—Engorda, que todavía te lo puedes permitir —dijo mi padre acariciándole
la espalda. Estaba como un jovencito recién estrenando amor, y es que a los
dos se les notaba lo cómodos que se sentían juntos.
—¿Qué tal el vino? —me preguntó Jorge.
—Bien, entra fácil, lo malo el subidón que dé.
—Es como todo, en la medida que se abuse sienta de una manera u otra —
sonreía mirándome como queriéndome transmitir muchas cosas.
—Yo quiero otra langosta —dijo Lola de lo más eufórica, ya que le había
encantado.
—Yo tengo una en la habitación para ti —le dijo Chus, haciendo que mi
padre escupiese el trago de vino que estaba dando.
—No cambia, esta mujer no cambia —dije mirándola muerta de la risa.
—Mira, me has manchado mi vestido nuevo —le reprochó mi madre entre
risas.
—No te preocupes que en el hotel tienen una buena lavandería y te lo
dejarán como nuevo —dijo Chus—. Y encima gratis, que aquí tenemos al
cascarón de huevo —se refirió a Jorge que le miraba arqueando la ceja y
con la sonrisilla suelta.
Cuando terminamos de comer nos dirigimos hacia el Malecón, eso sí,
después de comprar una botella de ron, hielo y refrescos.
A mi madre le gustaba muchísimo un trago y fue la primera en pedirlo,
como una quinceañera. No es que fuese ninguna alcohólica, pero eso de
compartir con los demás un ratito y tomar su cubalibre, era para ella algo de
otro nivel.
Me sentía cómoda con ellos y es verdad que las cosquillas que me causaba
Jorge en el estómago cada vez eran más constantes. No es que estuviéramos
todo el tiempo hablando, porque a él se le notaba que iba con prudencia
para no agobiarme, pero estaba ahí, a mi lado y haciendo todo lo posible por
no molestarme con cualquier comentario.
Seguía haciéndome mil preguntas, pero al mismo tiempo me daban miedo
las respuestas que estas pudieran tener. Había una fuerza que me empujaba
hacia él, pero por otro lado que me alejaba, sabía que ese miedo era el
producto de todo lo mal que lo había pasado. Para ser sincera, lo que más
me había jodido era que Valentino hubiera jugado conmigo y, encima, se
convirtiera en el mensajero de los secretos que yo le había confesado.
—¿Estás bien? —me preguntó mi padre al ver que tenía la mirada perdida
en el mar mientras escuchaba la canción que cantaba un grupo de cubanos
que estaban cerca.
—Sí —sonreí mirándolo y saliendo de mis pensamientos—. Estoy bien,
tranquilo.
—Hija, espero que poco a poco vayas comprendiendo el porqué de que yo
haya accedido a que todos estuvieran aquí —me dijo apartándome un poco
para que hablásemos tranquilos.
—Lo sé, papá, pero es que estaba muy saturada. Sé que voy a terminar
agradeciendo que hayas tomado esas decisiones que en un principio no
comprendí. Jorge me contó algo, pero aún me quedan muchas dudas y no sé
si me gustará cuando me las resuelva.
—Te puede gustar más o menos, pero debes comprender que cada uno
gestiona su vida como buenamente puede o sabe. Él no te debía nada, es
verdad que han pasado cosas en las que te has visto envuelta, de algún
modo todos estuvisteis involucrados, pero poner las cosas en su lugar y
aprender, es cosa de sabios. No te voy a decir que Jorge sea ningún santo,
pero ¿acaso lo somos el resto? Lola te quiere mucho, más de lo que
imaginas, y no falta mucho para que te des cuenta de ello.
—Me estás poniendo más nerviosa.
—Pues no tendrías que estarlo, simplemente deberías dejarte llevar y
disfrutar del tiempo que pasemos aquí.
—¿Sabes? Está siendo todo tan bonito que me da miedo que se estropee —
le confesé—. Por mucho que haya querido alejarme de Jorge, para mí es
muy importante, ya que me dejó tocado el corazón y aunque quiera
negármelo, al verlo comprendí que era lo que realmente necesitaba. Al igual
que Lola, con su aparición en el avión me dio más vida de la que tenía. Por
no hablar de mamá; no sé ni cómo, pero la amo con todo mi ser y agradezco
a la vida por haberme dado a alguien como ella, que con solo mirarme le da
verdadero significado a la palabra madre.
—¿Y yo qué? —Carraspeó y luego sonrió.
—A ti te amo desde siempre y te tenía de mi lado. Eso sí, mira que hacerle
caso a la asquerosa de Sonia —negué incrédula, recordando que había sido
para matarlo.
—No me lo vas a perdonar en la vida. —Rio negando.
—Sí te lo voy a perdonar, si terminaré perdonando a estos cabrones —me
refería a Jorge y Chus—, ¿cómo no lo voy a hacer contigo si me has
regalado en vida dos locales que con lo que me pagan gano el doble que
trabajando? —me pregunté a mí misma causándole una carcajada—. En mi
vida he tenido más dinero en la cuenta desde que me ingresaron el primer
mes.
—Dame un abrazo, mi pequeñaja. —Nos abrazamos y de repente
escuchamos cómo todos aplaudían al vernos así.
—Yo sueño con que un día también me lo des a mí —me dijo Chus para
buscarme la lengua, ya que quería acortar distancias y yo se lo estaba
poniendo difícil.
—Sigue soñando, majo, que todavía te tengo entre ceja y ceja —le dije y vi
cómo mi madre se santiguaba.
—Mijo, más vale que empieces a rezar y a ser un buen hombre con mi hija,
o te veo siendo el marginado del grupo.
—Señora, gracias por su sabio consejo —le contestó este bromeando y mi
madre no se lo pensó y le dio una colleja.
—Para que espabiles.
—Señora, si le hablé de usted y todo.
—Por tonto. —Se llevó otra y vi como Lola se apartaba para que no le
cayera otra a ella.
—Gracias por defenderme, amor —le dijo a ella cuando vio que se
apartaba.
—Para luchar contra esta mujer estoy yo, vamos —contestó refiriéndose a
mi madre.
—Lo ves, mijo, ella es lista, a ver si aprendes. —Se llevó otra más.
—Ismael, con todos mis respetos, ¿podrías abrazar a esta mujer para
controlarle los brazos? No sé, entretenla un poco.
—Esta mujer —intervine yo—, te está dando todo lo que yo debí darte, así
que mastiga y traga.
—Verás que voy a tener que llamar a mi madre para que venga a Cuba a
poner orden.
—Por meter a tu madre. —Le dio otra y ya todos explotamos a reír.
—Te las buscas solo, tío —dijo Jorge.
—¿A él no le das una por hablar? —le preguntó Chus a mi madre.
—A ese deberíais besarle todos los pies por lo que ha hecho por cada uno
de vosotros y lo que está haciendo por ayudar a mi familia, así que ni se os
ocurra referiros a él, a mi Jorge, ni mencionarlo —dijo mi madre,
causándome la sensación de que había muchas cosas que yo no sabía y que
eran de esas precisamente de las que hablaban cuando me decían que era él
quien me las tenía que contar. Jorge sonreía mirándola con un brillo en los
ojos que era de especial agradecimiento por sus palabras.
Capítulo 7
Mis padres se despidieron después de tomarse la copa y se dirigieron hacia
el hotel, ya que decían que se querían tomar la última en la habitación y
desde la tranquilidad. Estaban de lo más acaramelados el uno con el otro.
—Tu madre se ha desfogado conmigo.
—Te jodes —le respondí sonriendo, y Jorge se echó a reír.
—Muy bonito, sí señor, a mí me la tienes jurada. ¿En qué momento se
convirtió este en San Jorge?
—No es ningún San Jorge, simplemente no me provoca como lo haces tú.
—Me encogí de hombros.
—Por provocar a mi amiga. —Le metió Lola una colleja que este hasta se
agachó y nosotros rompimos a reír.
—Escucha, tapona —le dijo a Lola que estaba doblada de la risa— que
luego no me vengas haciéndome la pelota ni carantoñas para que te haga un
masajito, que no.
—Me lo vas a hacer si no quieres que te dé un puñetazo en los huevos
mientras duermes.
—Eso es un delito por amenazas.
—Pues ya sabes, busca a la poli y si encima les dejas un billetito, verás el
arresto que me meten. —Le hizo un guiño.
—El arresto y otra cosa, que estos saben negociar por todos lados —decía
mientras Jorge negaba sonriendo y rellenando las copas.
—Si es que eres un celosillo. —Se fue para él y le dio un beso en los labios
—. De aquí nos vamos con un crío en mi vientre.
—¿¡Qué dices!? —le preguntó este asustado, mientras Jorge y yo nos
miramos riendo.
—Lo que escuchas, si en el fondo lo estás deseando. Ya dejé mi trabajo y
soy libre para cuidar a nuestra familia, mi amor —le decía ella acercando
sus morritos.
—¿Cómo que has dejado tu trabajo? —pregunté pensando que estaba
disfrutando de unos días de vacaciones.
—Eso también te lo tiene que explicar este. —Señaló a Jorge, que arqueaba
la ceja mirándola y aguantando la risa.
—Al final, va a ser cierto que tú y yo debemos tener una conversación muy
seria —murmuré mirándolo con la sonrisa de medio lado.
—Cuando quieras —contestó en voz bajita.
—Eso, eso, tenerla —dijo Lola que estaba en todas—. Por cierto, antes de
que la tengáis podríamos ir a visitar La Bodeguita del Medio, que según leí
y me contaron muchas veces, es indispensable cuando se viene a la ciudad,
dicen que hacen el mejor mojito del mundo y que es uno de los lugares más
turísticos de la ciudad, y que ahí estuvieron grandes personalidades del
mundo.
—Esta acaba de descubrir América —murmuró Chus y se llevó otra colleja.
—Por mí podemos ir ahora, ya se nos acabó la botella.
—Normal, si somos un batallón para una sola —dijo Chus que se rascaba el
cuello.
—Venga, vamos —se animó Lola poniéndose a hacer pasos de baile de
salsa.
—Perdonad que os moleste —nos dijo una señora de unos setenta años
acercándose a nosotros—. Yo sé que aquí todos van a los turistas a pedir y a
engañar, pero tengo a mi hijo malo y necesito comprar un medicamento y
allí —señaló para la acera de enfrente— hay una farmacia que lo venden.
No quiero dinero, solo que la compréis ustedes, pido ayuda para calmar el
dolor a mi hijo —dijo rompiendo a llorar.
—Tenga —dijo Jorge sacándose unos billetes cubanos del bolsillo y
entregándoselos—. Espero que esto pueda aliviar un poco más vuestra
situación.
—Mijo, que la virgencita de la Caridad del Cobre te bendiga a ti y a todos
tus familiares y amigos.
—Gracias, espero que se recupere pronto.
—Es mucho dinero, esto no lo veo yo ni en cinco años.
—Tranquila, sé que lo administrarás muy bien.
—Todos los santos me lo bendigan a usted. —Le cogió la mano y se la
besó.
Se me había hecho un nudo en la garganta y no pude reprimir mis lágrimas.
Me encantaba el gesto que había tenido con ella.
—¿Cuánto le has dado por curiosidad? —preguntó Lola emocionada.
—Al cambio, como unos doscientos dólares. Se le veía la honestidad y eso
a ella le ayudará bastante.
—Joder, me he emocionado —dijo Chus poniendo cara de niño pequeño.
—Pues no se notó, anda que tú te has rascado el bolsillo —le recriminó
Lola volteando los ojos.
—Yo cuando vea otro ser de luz como esa mujer. A ella ya la ayudó Jorge, y
es bueno repartir equitativamente.
—Te has ganado otra colleja —dijo abriendo la mano, pero Chus cruzó la
carretera de la avenida a toda hostia aprovechando que no venía ningún
coche.
Obviamente no se podía ir ayudando a todo el mundo porque si no
terminarías arruinado, ya que la mayoría de las personan tenían necesidad
en esta isla, pero sí era cierto que a algunas se les podía ver la desesperación
en la cara, como era en este caso que solo deseaba calmar el dolor de su
hijo.
La Habana Vieja tenía algo especial, y se podía sentir en cada rincón por el
que íbamos pasando. La noche estaba de lo más animada y había un montón
de turistas disfrutando por las calles y bares de la zona. Las terrazas estaban
abarrotadas. Y yo estaba empapándome de ella junto a Jorge, ¿quién me lo
iba a decir?
Llegamos a La Bodeguita del Medio y vimos que faltaba menos de una hora
para cerrar, por lo general la gente venía a vivirla de día.
Las paredes estaban llenas de grafitis de los visitantes y de firmas de
personajes famosos, invitando a perderse en cada una de ellas para ir
descubriendo los diferentes rostros conocidos que habían venido aquí
mientras sonaba el son de la música de este país que te atrapaba por
completo y te envolvía en el ambiente.
—Toma —me ofreció un mojito Jorge.
—Gracias —sonreí mirando a Chus y Lola que se movían a ritmo de la
canción pegados a la barra—. No sé quién está peor.
—Cincuenta, cincuenta. —Carraspeó con la sonrisilla.
—Ya te digo. —Reí.
—Estaba pensando si te parecería bien que mañana fuésemos a pasar el día
a la playa.
—Por mí perfecto, solo es cuestión de preguntarlo al grupo.
—Bueno, yo había pensado en los dos solos.
—Ah. —Me reí poniéndome roja por completo—. También me parece bien.
—Estupendo. Te va a encantar el sitio al que te voy a llevar.
—No lo pondría en duda. Cuba me sorprende con cada rincón, así que
imagino cómo serán sus playas.
—Todas son preciosas, pero algunas son para quedarse una temporada en
ellas.
—Tengo todo el tiempo del mundo, te recuerdo que estoy desempleada. —
Carraspeé.
—Pues entonces coge ropa para regresar al día siguiente, así te podré
enseñar la vida de ese lugar por la noche.
—Mi madre te va a matar… —Me reí.
—No, ella me animó a llevarte.
—Pero bueno, ¿tanto tiempo tenéis para hablar a mis espaldas? —Me reí.
—Más del que imaginas. —Reía.
Tenía la sensación de que estaba en una montaña rusa. Unos días atrás no lo
quería ni ver y ahora me moría por pasar cada segundo a su lado, a pesar de
todas las incógnitas que aún tenía en mi cabeza.
Tomamos el mojito, que sí, que estaba muy bueno, pero también hay que
decir que sobrevalorado, ya que en el hotel de Jorge los hacían también
riquísimos y no por eso estaba considerado el mejor de la isla, pero imagino
que eso vendría de antaño y ya se le quedó el título que lo reconocía
mundialmente como el mejor de la isla.
Salimos del local y nos dirigimos hacia la Plaza Vieja donde había una
terraza de lo más animada y que por suerte tenía una mesa libre que parecía
que nos estuviera esperando.
—Yo vuelvo al ron con cola —dijo Lola cuando el camarero se acercó.
—Yo también —comenté.
—Para nosotros también —dijo Chus refiriéndose a Jorge y a él.
—Por cierto, mañana no contéis conmigo —dije riendo y mirando a Lola.
—Ni pasado… —remató Jorge consiguiendo que mi risa fuera más grande.
—Pues se van a quedar tus padres solos de luna de miel, porque Chus y yo
nos vamos un par de días a Varadero, en plan playita.
—¿Ahí es dónde vamos nosotros? —le pregunté a Jorge.
—No, no es ahí.
—Menos mal. —Solté el aire y al escuchar sus risas me di cuenta de que se
me había visto el plumero.
—Hija, disimula un poco, que encima que estamos aquí todos por ti… —
Volteó los ojos.
—De la forma que tú hayas interpretado mi respuesta, es tu problema, no el
mío. —Me encogí de hombros.
—Pues hay dos formas de verlo: una, que ahora el único que no te molesta
es Jorge y los demás somos un incordio; y dos, que deseas estar a solas con
él. Si hay una tercera, adelante, estoy deseosa de escucharla.
—Chus, dale una colleja que yo la tengo enfrente y no llego.
—No, no, que esta es tan salvaje que me da una hostia aquí mismo y lo
mismo hasta la aplauden.
—Por los padres no hay problema, porque mañana después de desayunar
tienen que hacer unos trámites burocráticos y van a estar entretenidos.
Luego ya disfrutarán del hotel relajados y también les vendrá bien disfrutar
de ellos a solas.
—Qué bien habla el jodido —dijo Lola por Jorge—. Si es que es el mejor
jefe que he tenido.
—¿Jefe? —pregunté arqueando la ceja.
—Eso que te lo cuente él —respondió ella rápidamente al ver que se le
había escapado algo que no estaba previsto—. Yo que vosotros, me iba más
de dos días a donde quiera que os vayáis a ir, porque vais a necesitar mucho
tiempo para hablar.
—Me da a mí que voy a meter ropa de más, por si acaso. —Carraspeé
mirando a Jorge, que no dejaba sonreír sin quitarme la vista de encima.
—Toda la que quieras, será por tiempo, lo de tus padres nos va a llevar a
estar una buena temporada en la isla, hasta vamos a tener que renovar el
visado de treinta días —dijo a carcajadas Chus.
—Pues mira, así aprendemos a hablar cubano —dijo Lola.
—Te la has ganado, vida, te la has ganado —dijo Chus después de darle a
ella una colleja.
—¿Qué pasa que te crees que es fácil hablar el cubano? Eso es toda una
lengua, como nosotros con el andaluz, no todo el mundo logra hablarlo ni
perfeccionarlo, eso tiene todo un aprendizaje.
—Quitarle el vaso de las manos —dije negando.
—Desde luego que os creéis cultos y no tenéis ni idea de lenguas.
—Claro que sí, guapi —le contesté dándole la razón de la loca.
—¿Y a dónde te llevas a doña fina? —le preguntó Lola a Jorge refiriéndose
a mí.
—A un cayo de la isla.
—Hostias qué guay, están llenos de resorts, a esos me tienes que llevar tú
otro día —le dijo a Chus.
—Al que vamos no es turístico ni se habla de él, es una pequeña isla
privada que se alquila completa y en la que solo hay una villa en la que se
alojan personajes públicos que quieren disfrutar sin ser vistos.
—Hostias, pues nos vamos con vosotros.
—¡Una mierda! —exclamé riendo y saliéndome sin pensarlo.
Estuvimos un rato riendo sin poder parar, y es que me había salido del alma,
pero era la realidad, a mí me apetecía estar a solas con Jorge y hablar largo
y tendido desde la tranquilidad.
Regresamos al hotel y quedamos en vernos en el desayuno a las ocho de la
mañana, ya que con esto del cambio de horario nos despertábamos muy
temprano.
Jorge parecía desear que le dijera que pasara a mi suite y lo invitara a tomar
algo de lo que había en el minibar, pero no, lo iba a hacer esperar hasta el
día siguiente, demasiado ya se me habían notado las ganas de perderme con
él.
Me tumbé en la cama abrazándome a la almohada y sonriendo a la vez que
suspiraba imaginando los posibles escenarios que nos podía tener deparado
el futuro.
Capítulo 8
Salí de la ducha con la toalla envolviéndome el pelo, cuando llamaron a la
puerta. Eran las siete y media de la mañana y pensé que serían mis padres.
—Hola, para la señorita Eliana.
—Buenos días. Gracias. —Me aparté para que entrase con la bandejita que
me traía y que colocó en la mesa que había pegada a las puertas de la
terraza.
—Qué tenga un buen provecho.
—Gracias —sonreí.
Obviamente era cosa de Jorge, no me hacía falta una nota para interpretar el
gesto que había tenido.
Un vaso de zumo de naranja, un café a mi gusto y tres onzas individuales de
chocolate. Abrí la puerta que daba a la terraza y me encendí un cigarrillo,
llevándome para fuera el café en la mano y disfrutando de esas vistas que
daban a la ciudad y al Malecón.
Quién me iba a decir a mí que aquí en Cuba no solo tenía una madre y una
parte de mis orígenes, sino que también iba a encontrar todas las respuestas
a todo lo que me había pasado en tan poco tiempo y que tan tocada me
había dejado.
Disfruté de cada onza y del zumo, después de tomar el café y antes de
terminar de vestirme y preparar la bolsa que iba a llevar con mis cosas.
Los escuché en el pasillo a todos y salí hacia fuera dando los buenos días.
—Por cierto, Jorge —le dijo Lola—. Has tenido un bonito detalle con el
predesayuno que nos has enviado a la habitación —dijo, y tuve que
aguantar la risa porque pensé que el detalle solo había sido conmigo, pero
me alegraba que los demás también hubieran tenido ese privilegio y
atención por su parte.
—Es verdad, nos vino genial —dijo mi padre mientras mi madre afirmaba
acariciando mi espalda.
—Veo que has preparado una bolsa de viaje —me dijo ella.
—Sí, mamá, me voy a una playa con Jorge hasta mañana —dije y Jorge
carraspeó—. En principio, que quién dice mañana dice pasado —rectifiqué
causando una risa en todos.
—Nosotros estaremos entretenidos entre papeleos y disfrutar del hotel.
También iremos a dar una vueltecita por la casa mañana para ver que todo
está bien, aunque si hubiera pasado cualquier cosa ya me hubiera llamado
Caridad, pero me gusta darle una vueltecilla a aquello.
—Perfecto.
El desayuno me impresionó mucho porque a pesar de estar todo muy
limitado, ellos lo tenían muy bien y era suficiente para quedar satisfecho.
Más que suficiente, porque no faltó tampoco el guacamole que tanto nos
gustaba para tomar con la tostada.
Nos despedimos de todos y nos dirigimos a la puerta del hotel donde nos
esperaba un coche. Me hizo asegurarle que llevaba el pasaporte encima, ya
que me dijo que debía de ir documentada, cosa que entendí cuando
llegamos al aeropuerto.
Lo más sorprendente fue que nos esperaba un pequeño avión privado, al
que llegamos en un carrito después de pasar el control policial y que
abordamos para dirigirnos a ese cayo privado.
El vuelo fue breve, no duró ni cuarenta minutos cuando ya estábamos
aterrizando en la pista que tenía la isla que, conforme nos íbamos acercando
me di cuenta de que era lo más parecido al paraíso, con tantas palmeras,
arena blanca y aguas cristalinas de un azul turquesa. Entre las palmeras se
podía vislumbrar la villa con una piscina infinita que impresionaba por su
diseño tan fino.
Al aterrizar y a pie de pista, nos esperaba un carrito en el que metimos
nuestras pertenencias, mientras Jorge lo conducía hasta la villa. El camino
era precioso, justo en medio de la isla, dividiéndola en dos.
Estaba observando todo y sentía cómo la naturaleza era la que prevalecía,
podía escucharse y daba una paz increíble.
Llegamos a la villa que era una locura de bonita, con techos altos y
puntiagudos, en una sola planta y todo diáfano, menos el baño. Al abrir la
puerta, me sorprendió ver que no tenía techo, pero estaba decorado con un
gusto increíble, manteniendo el encanto colonial del país
El resto consistía en una cocina de concepto abierto, el comedor y una
habitación con zona de vestidor que era una cucada, como todo lo demás en
ese lugar, no dejaba de sorprenderme.
Unas grandes cristaleras con puertas daban a la piscina, que estaba situada
en la misma arena y mirando hacia el mar, que se encontraba a escasos
metros. Hamacas, camas balinesas, un columpio con un cartel de madera
arriba con la palabra «Cuba» y una mesa de madera con cuatro sillones
cómodos y amplios en el porche.
Jorge sacó dos cervezas de la nevera y nos sentamos a tomarlas con unos
chicharrones recién hechos.
—¿Y quién dejó esto aquí? —pregunté ajena a cómo funcionaba la cosa.
—Anoche dejé un listado de cosas que quería que me dejaran preparadas y
esta noche dejaré las de mañana y así hasta que me pidas que nos vayamos
—sonrió.
—¿Y quién los trae?
—La empresa que gestiona el alquiler de la isla. De todas maneras, si se te
antoja algo puedes pedirlo a cualquier hora que ellos te lo traen, obviamente
a un precio mucho mayor.
—Lo que hace el dinero, ni sabía que existían estas cosas. —Me reí.
—Pues disfrútala, esta isla no se merece menos.
—El agua impresiona por su belleza.
—Sí, la verdad es que está serena y completamente cristalina.
—¿Y cómo lo has encontrado?
—Buscando alquileres de lujo en el país a pie de playa.
—Y tan a pie, como que estamos rodeados de agua. —Me reí—. ¿Qué es
eso de que le has dado trabajo a Lola? —pregunté intrigada.
—La despidieron del trabajo porque se enfrentó a su jefa, ya que no le daba
los días de vacaciones seguidos que necesitaba para poder venirse aquí
contigo.
—¡No!
—Tranquila, para ella ha sido una liberación. La finiquitaron y yo le
prometí que cuando regresemos de Cuba, la contrataría para trabajar
telemáticamente con el equipo de publicidad de la cadena hotelera y eso le
hace mucha ilusión.
—Gracias, Jorge, te lo digo de corazón —murmuré emocionada porque si
mi amiga se quedaba sin trabajo por estar a mi lado, a mí me causaría una
tristeza profunda. Cada vez me sorprendían todos más.
—No tienes que dármelas, poco a poco irás comprendiendo todo, tampoco
quiero saturarte, solo espero que me perdones llegado su momento y que a
partir de ahora disfrutemos en armonía de este lugar en el que somos unos
privilegiados por poder estar.
—Pues sí, ni en mis mejores sueños me hubiera imaginado en un lugar así.
—Lola te quiere mucho, eso que no se te olvide nunca.
—Lo que nunca me entrará en la cabeza es porqué se lio con Rebeca.
—Eso tiene su historia. —Se echó a reír.
—La que quiera, pero se pusieron las botas.
—¿Tú lo viste?
—Se dieron muchos picos delante de mí.
—Picos, tú lo has dicho…
—¿Te ha dicho que no se acostaron?
—A dormir sí, pero de ahí a más, ya te digo que no.
—¿No es bisexual? —me referí a Lola.
—Ni la una, ni la otra. —Arqueó la ceja.
—No sé si darme un baño antes de escuchar el bombazo, porque algo me
dice que lo será. —Me reí negando y preguntándome con qué más me iba a
sorprender la vida.
—Menos mal que te veo más receptiva a escuchar y entender.
—¿Qué remedio me queda?
—Chus le pidió que se encargase de Rebeca para evitar que causara
problemas en mi boda o cargársela de algún modo por su obsesión por mí,
pero no te lo quiso contar para no ponerte nerviosa ni que la riñeras. El caso
es que Rebeca te había dicho que había estado con Chus para que no
sospecharas de sus sentimientos hacia mí y para que tu amiga se separara de
él, y así que no tuvieras nada fácil que nos viéramos.
—Qué hija de puta.
—El caso es que todo se fue de las manos. Lola se metió tanto en el papel
que terminó llevándosela al huerto, a sabiendas de que a Rebeca no le
gustaba. Su intención era mantener a Lola lejos de Chus, y al mismo
tiempo, arrastrarte a ti hacia Valentino para así quitaros de en medio y luego
hacer que os enfrentarais, rompiendo ese vínculo que os unía y haciendo
que Chus y yo nos distanciásemos más de vosotras.
—No entiendo muchas cosas, pero está claro el fin. El caso es que Lola
luego la dejó tirada.
—Por supuesto, en cuanto Chus le aseguró que todo estaba ya en orden,
ellos nunca se separaron. Lo que pasa es que Chus no era consciente de
todo lo que había planeado Rebeca, manteniendo a Valentino como su
fuente de información, a pesar de que ella ya no formaba parte del juego; él
era solo un peón en su estrategia.
—Y digo yo…
—¿Cómo se dieron cuenta de todo?
—Eso es.
—Yo fui quien escuchó a Rebeca hablando con Valentino por teléfono en
varias ocasiones; no me preguntes cómo, pero incluso aquellas en las que
yo no estaba en el país, las pude oír después. Me di cuenta de todo y le hice
una visita a él, advirtiéndole que tenía menos de veinticuatro horas para
buscar una excusa para dejarte, pero que lo hiciera o iba a terminar muy mal
contigo si escuchabas tú misma todo. Le dejé claro que no debía
mencionarle nada a Rebeca.
—¿Y aceptó así de fácil?
—No le quedaba de otra, estaba en muy mala situación, créeme.
—Qué decepción de todo y menos mal que era su amor platónico… —dije
con ironía.
—Cuando te fuiste me volví loco y comprendí que no debía perder el
tiempo buscando la manera de echar a Rebeca cuando era yo el que no
quería estar ahí. Fue justo en el momento que tuve claro que vendía la
sociedad de inversiones y las instalaciones, solo quería apartarme de toda
esa mierda.
»En ese momento caí en la cuenta de que, a pesar de tener todo el dinero
del mundo, no podía adquirir lo que más quería: a ti —dijo consiguiendo
que se me comenzaran a escapar unas lagrimillas mientras un gran nudo se
me formaba en la garganta—. No quería tampoco que dos amigas siguieran
enfrentándose por mi deseo de venganza contra Rebeca; eso no merecía la
pena, porque tú estabas por encima de todo eso.
—¿Y cuándo se lo contaste a Lola?
—El mismo día que firmé la venta de la empresa. Y créeme, tanto Chus
como yo, nos llevamos una hostia a mano abierta que nos estuvo picando
dos días. Estaba claro que nos la merecíamos. Chus le pidió un favor que se
fue de las manos y Rebeca aprovechó para metérsela doblada.
»En fin, lloró de rabia diciendo que tenía que hablar con tu padre y ese
mismo día se reunieron. Ahí fue cuando le dijo que os veníais a Cuba y al
día siguiente me reuní con él yo y le conté toda la verdad. Fue al mismo
momento en que Lola habló con su jefa y terminó echándola. Todo fue una
locura en muy poco tiempo.
—Lo de Melissa ya me lo cuentas otro día —murmuré temblorosa y en
shock a la vez que se me escapaba una risilla.
—Tranquila, lo de Melissa ya mañana si eso —contestó en tono bajo y
sonriendo. Comprendía que estaba en estos momentos de lo más saturada y
que más información me iba a terminar bloqueando del todo.
La historia era completamente surrealista, revelando un nivel de maldad
inimaginable en una persona, por el simple hecho de tener una obsesión
enfermiza hacia alguien, porque, al fin y al cabo, era eso lo que la había
llevado a actuar con tanta malicia. Y eso que parecía una mosquita
muerta…
Capítulo 9
Me había puesto el bañador de florecitas en tonos celestes, blanco y vainilla
que aún no había estrenado y que era monísimo. Me había costado media
hora el salir del shock y la tristeza en la que me vi sumergida.
Salí a la terraza y vi que Jorge me esperaba en la orilla, que estaba a pocos
pasos. Se le veía pensativo mirando hacia el horizonte con las manos atrás.
—¿Estás bien?
—Sí, sí, no te había escuchado llegar.
—Normal, aquí solo se escucha el romper de las olas y la fauna que hay
aquí.
—Da mucha paz.
—Demasiada. Si fuera mía la isla tengo claro que viviría aquí.
—Pero solo lo harías una temporada.
—No, no, a mí con este entorno y teniendo para comer y beber, no me hace
falta el mundo para nada, allí solo hay ruido, malicia, competitividad…
—También pasan cosas bonitas —dijo mientras avanzábamos un poco hacia
dentro.
—Sí, pero son las que menos. En todo caso hablo por mí, que vaya vida
más movidita he tenido.
—Te ha venido todo junto.
—Te juro que no he sido tan mala para toda la que me dio mi supuesta
madre y todos vosotros, y para colmo Valentino, que, siendo sincera, de él
no me lo esperaba.
—No llores. —Acercó su mano para secar las lágrimas de mis mejillas.
—¿Qué no llore? Si encima de todo tuve que comerme el amar a alguien
que estaba acusado de intento de asesinato y al que nadie creía menos yo —
me señalé con el dedo pulgar—, porque yo sabía que tú no habías sido. Y
volviste todo prepotente, frío y tratándome feo.
—Hombre, estabas con otro ¿qué querías que te tocara las palmas?
—Tú te habías casado con otra, Jorge. ¿Qué esperabas? Y además ibas a ser
padre y te fuiste de luna de miel. ¿No te pusiste en ningún momento en mi
lugar?
—Dicho así suena muy feo, pero no era de esa manera exactamente. —Me
cogió la mano y comenzó a acariciarla—. Estás que vas a explotar con todo,
quédate tranquila, disfruta del día que ya mañana hablamos de esto, ¿sí? —
Me pellizcó la mejilla.
—¿Se terminó de recuperar de las lesiones? —pregunté con sinceridad.
—Sí —sonrió—, obviamente que psicológicamente aún está afectada, pero
está mucho mejor. Hoy precisamente recibí un mensaje de ella
—¿Habláis?
—Todos los días —sonrió.
—Pero…
—Nada es lo que parece y como te dije, me inventé una historia para capear
el momento y no contar la verdad, ese fue mi crimen.
—¿La amas?
—¡No! —Rio negando—. Pero sí que la quiero mucho.
—No entiendo nada.
—¿Mañana? —Me acarició la mejilla.
—No, no, mejor ahora que quiero saber ya todo y pasar página.
—¿Un bañito y una cerveza?
—Vale —sonreí.
Nos zambullimos en el agua y nadamos unos minutos antes de salir hacia
fuera y meternos en la piscina a tomar una cerveza fresquita mientras
hablábamos.
El caso es que Melissa era su mejor amiga de toda la vida y era la que iba a
heredar una fortuna si se casaba con un hombre con el que llevara, al
menos, cinco años de relación. Sin embargo, el problema es que ella era
lesbiana, lo que ponía en riesgo esa herencia. Jorge, al darse cuenta de la
situación, se ofreció a ayudarla y desde hacía cinco años fingían tener una
relación un tanto especial, y digo especial porque en el último año dieron a
entender tener muchas diferencias para que la gente pensara que estaban
abocados al fracaso y que se separarían poco después.
Los padres de Melissa no estaban al tanto de esta realidad y entre ellos
había muchos resquicios ya que, si ella no cogía la herencia en dos años,
pasarían a ser ellos los herederos, de ahí que comenzaran el noviazgo con
tiempo suficiente para que sus padres por nada del mundo se salieran con la
suya.
Lo del embarazo era una estrategia para dejar afianzado que el matrimonio
estaba más que consumado y con anterioridad.
—Y ¿por qué te fuiste a la luna de miel si todo era mentira?
—Porque ella me lo pidió, ya que le daba mucha cosa fingir que nos
peleábamos al día siguiente y como ella sabe darme en la fibra sensible, le
hice ese último favor.
—¿Y sus padres?
—Aún siguen diciendo que yo tuve la culpa de lo que pasó y que he
conseguido que su hija no los mire a la cara.
—¿No les habla?
—No, ella ha cobrado la herencia y se ha ido a vivir a Miami, quiere
comenzar una nueva vida allí, Se compró una casa preciosa en la que se
siente libre y feliz.
—¿Ya cobró la herencia?
—Tal como vino del viaje, no esperó ni a terminar de recuperarse. Lo de
Miami ya lo tenía apalabrado desde antes y había hecho las gestiones para
poder vivir allí, aunque en ese tema la ayudé yo gracias a unas empresas
que tengo allí.
—La que has liado pollito. —Dejé caer mi cabeza sobre mis brazos que
estaban apoyados al borde de la piscina donde estaban las cervezas.
—Soy un tonto que fui de gracioso y terminé comiéndome mi propia
mierda, pero no soy el hombre tan ogro que creías.
—No, no, has pasado de ser un ogro a ser el gilipollas más grande que he
conocido y no por las cosas bonitas que has hecho, sino por liarla tú solito
inventándote cosas para exculparte de la boda. Lo único que has conseguido
ha sido echarte más mierda encima y liarla a lo grande.
—Aunque no lo creas, lo voy a pagar muy caro todo.
—¿Por qué dices eso?
—El saber que te acostaste con Valentino amándome a mí, es el dolor más
grande que he sentido en mi vida y que sentiré cada día de esta.
—Esto lo hemos pagado todos, pero créeme que te hace muy grande y que
tengo que decir, aunque me duela, que eres una gran persona a la que estoy
encantada de volver a conocer.
—Dame un abrazo, por favor. —Abrió sus brazos.
—Eres muy tonto, hijo. —Lo abracé con todas mis fuerzas.
—Te quiero muchísimo, Eliana, te lo juro por lo más grande que tengo en
mi vida, que son mis padres.
—Pues a conquistarme de nuevo porque no te lo voy a poner fácil. —Le
hice un guiño.
—Ni antes tampoco me lo pusiste…
—¿Me has apretado la nalga?
—Solo fue un apretón de afecto. —Carraspeó.
—Qué lástima… —murmuré acercándome a esos labios que tanto deseaba
besar.
—Mucha lástima —dijo acercándose más para terminar besándome a
piquitos pequeños que luego pasaron a ser mordisquitos hasta liar nuestras
lenguas como era de esperar.
Jamás había durado tanto un beso en mi vida, pero es que ninguno quería
parar y era una forma de intentar saciar todo lo que habíamos deseado desde
hacía muchísimo tiempo.
Rodeó su cintura con mis piernas y me sacó de la piscina llevándome
directamente hacia la cama donde me colocó con cuidado para luego
colocarse entre mis piernas, en ese momento fui consciente de que abajo
tenía toda una artillería.
Se movía sensualmente provocando que me estremeciera de placer y de
deseo, anhelando que se fundiese con mi cuerpo y me ayudara a liberar toda
la tensión que llevaba dentro.
Se deshizo de la parte de arriba de mi bikini y, después de mirar con deseo
mis pechos, llevó sus labios a uno de ellos, lamiéndolo y mordisqueándolo,
llevándome a un placer tan intenso que ya sentía dolor en mis partes.
Esas que no tardó mucho tiempo en conocer, después de desprenderse
también de la parte de abajo del bikini y quedarse mirando mi entrepierna,
mientras su mano cogía toda mi zona y la apretaba, dejando escapar sonidos
de placer.
Introdujo sus dedos entre mis labios vaginales mientras que con su otra
mano pellizcaba mis pezones. Sus dedos eran como una varita mágica capaz
de ponerme al límite con cada movimiento, y no se andaba con rodeos; no
se conformó con introducirme dos dedos, luego metió tres y empezó a
moverlos para dilatar bien la zona, a la vez que con su pulgar jugaba con mi
clítoris.
Grité de placer cuando su cabeza bajó hacia mi entrepierna y sus labios se
prepararon para dejar paso a su lengua, creando una obra maestra que me
hizo chillar de felicidad. Alcancé el orgasmo más intenso de mi vida y sentí
cómo mis piernas temblaban como nunca antes.
—Me has matado —dije con la voz entrecortada y falta de respiración.
—Pues se te mata con bien poco…
—Por Dios Jorge, esas manos —dije mientras de nuevo volvían a juguetear
con mi cuerpo cuando aún no me había recuperado lo más mínimo.
—Dime que pare y lo hago, pero si no lo haces, prepárate para la segunda
ronda. —Besó mi cadera mientras apretaba con la mano bien abierta mi
nalga y hasta notaba cómo rozaba la entrada de mi culo.
—No te voy a decir que pares, pero sí que me des unos segundos. —Reí
nerviosa al notar sus descarados dedos que iban jugando por todas mis
partes—. Por ahí no. —Me carcajeé más fuerte al notar su dedo indagando
por detrás.
—Relájate y disfruta, no te pongas barreras.
—Me pongo nerviosa.
Me hizo un gesto para que me colocara bocarriba y abrió mis piernas de par
en par. Me miraba con una mezcla de deseo y descaro, el mismo que
utilizaba para sorprenderme en este nuevo lado de él que no conocía hasta
ahora. Me estaba gustando el control y la serenidad que mostraba mientras
yo me sentía como si estuviera volando.
Introdujo sus dedos en mi vagina antes de colocarse en la entrada y
penetrarme de una sola estocada, en la que me tuvo que agarrar o hubiese
salido disparada.
Tras penetrarme de forma rápida e intensa en repetidas ocasiones, mientras
sus manos jugaban con mis pechos, me levantó de una manera casi mágica
y comenzó a guiarme sobre él, que estaba de rodillas.
Tenía un miembro bastante generoso que se hacía notar y a veces parecía
que me iba a partir en dos.
De nuevo, me hizo a un lado y me puso en ‘cuatro’, mientras me daba unos
azotes en la nalga que me hacían gritar y jadear al mismo tiempo.
Tenía una resistencia increíble, tanta que me hizo poner de mil maneras y al
límite de nuevo, con sus dedos rozando mi clítoris, lo que hizo que cuando
él llegó al orgasmo, yo volví a tener otro.
Fuimos al baño a lavarnos y cuando me estaba poniendo el bikini, me
agarró por detrás y me hizo poner las manos en el sofá.
—Jorge, por Dios que me tiembla todo.
—Abre las piernas —dijo ayudándome con las suyas, y comencé a escuchar
un ruido.
—Jorge…
—Levanta las caderas…
Había puesto en mi clítoris un Satisfyer, que no tenía ni idea de dónde había
salido. Estaba a mínima velocidad para conseguir estimularme
gradualmente mientras notaba su pene jugueteando en la entrada de mi ano.
—Ni se te ocurra por detrás, por Dios —dije con la voz sin fuerzas y
sintiendo cada vez un placer mayor.
—Confía en mí. —Movía su pene a pequeños empujoncitos y subía la
velocidad del aparato, consiguiendo así poner más intensidad al momento.
Y la fue subiendo poco a poco, mientras se movía en intentos de
penetración que no llevaba a cabo, pero que me llevaron a un orgasmo de lo
más loco, en el que por poco me desgarro la garganta al gritar en el
momento de la explosión.
—De esta no sobrevivo —murmuré caída sobre el sofá.
—Date la vuelta.
—Jorge, no puedo. —Me reí nerviosa sabiendo que ahora iba a por su
turno.
—Date la vuelta —murmuraba besando mi espalda.
—No puedo.
—¿Prefieres por detrás?
—No, no. —Me giré de manera inmediata.
Y lo volvimos a hacer en el sofá sin dejar de mirarnos a los ojos. Si algo
estaba descubriendo, es que Jorge era un hombre muy activo sexualmente y
que sabía cómo manejar el cuerpo y los tiempos de una mujer…
Capítulo 10
Sin fuerzas y amenazándolo para que no se acercase a mí en unas horas…
—Tranquila, que voy a preparar la mesa —decía levantando las manos
mientras que yo, cerveza en mano, huía para mantener una distancia entre
nosotros—. Siéntate tranquila.
—Cuando te sientes tú.
—Tengo que traer los platos, pero créeme que te voy a dar una tregua.
—Esto es el paraíso, pero como me tire tres días así, regreso con anemia.
—Ya será menos. —Me hizo un guiño y estiró su mano indicándome de
nuevo que tomara asiento.
—¿Qué has pedido como menú? Más que nada, porque no he visto lo que
hay en la cocina —sonreí con ironía.
—Puedes entrar a revisar la nevera y el mueble. —Carraspeó.
—Ni de coña, prefiero que me sorprendas…
—Pues entonces deberás tener paciencia. ¿Qué prefieres comer con cerveza
o vino?
—Cerveza, ya que estamos mejor no mezclar.
—Vale, no tardo. ¿Quieres que ponga un mantel en la mesa?
—No, por Dios, vas a estar peor que mi padre que no puede comer sin
mantel.
—Tranquila, yo soy igual que tú, prefiero el plato directo sobre la mesa. —
De nuevo me regalaba otro de esos guiños que me sacaban una sonrisa de
oreja a oreja.
Se adentró dejándome con la risa suelta. En mi vida me imaginé a un Jorge
tan frenético. No dejaba de sorprenderme en todos los sentidos y estaba
descubriendo que sí, todos tenían razón y es que debía darme la oportunidad
de conocer al verdadero Jorge.
Apareció unos minutos después sin nada y con una cerveza en la mano.
—¿Qué pasa que no me vas a dar de comer?
—Estoy friendo patatas para acompañar el medio cerdo que tengo en el
horno calentando, y que hicieron a la brasa.
—Ajá, ¿me estás diciendo que tienes medio cochinillo en el horno?
—Eso es. —Arqueó la ceja—. Y tiene la piel de lo más crujiente.
—Esta mañana chicharrones; ahora el cochinillo con patatas, me vas a
deformar el cuerpo.
—Está todo pensado, luego una hora de entrenamiento como lo de antes y
tu cuerpo soltará todas las calorías de más que haya acumulado.
—Ni de coña, prefiero no comer, que no será el caso, porque me muero de
hambre, pero que te digo ya que prefiero que se me quede en el culo. —
Ladeé la cabeza dándolo por hecho.
—¿Tan mal te fue? —Reía.
—No, pero que no estoy yo ahora para otro meneo de esos. Anda ve a mirar
las patatas que se te van a quemar.
—Si quieres que mejore en algo solo tienes que decírmelo.
—¡Jorge! —protesté riendo y se marchó de igual manera hacia dentro.
Apareció con la bandeja del horno y el medio cochinillo que se veía
perfecto, parecía que estaba dormido.
—Ahora traigo las patatas.
—Esto dan ganas de cogerlo en brazos y mecerlo.
—Mejor te lo comes. —Se marchó riendo.
Le tiré una foto y se la envié a mi padre que no tardó en contestarme que si
lo llega a saber se vienen con nosotros. La verdad es que tenía una pinta
espectacular y a mí cada vez me daba más hambre. Eso sí, no podía mirarle
la cara, así que opté por ponerle en ella una servilleta que cuando la vio
Jorge comenzó a negar riendo a carcajadas.
—Pobre cochinillo, encima lo han partido por la mitad y a saber quién se
está comiendo la otra parte.
—Seguramente otros turistas con servicio de esta agencia.
—Tienes una lógica con la que están a punto de catalogarte como genio. —
Volteé los ojos.
—Ya te digo que lo soy, lo único es que te está costando frotar. —Me hizo
un guiño antes de sentarse.
—No me piques, que te puedo demostrar que el rey es rey hasta que la reina
quiere.
—Cuando quieras…
—¿Y eso en qué escuela lo has aprendido?
—En la de la vida. —Le hice una burla.
—Prefiero no interpretar tus palabras. —Su tono ya no era muy sonriente.
—Te lo has llevado por dónde no es. —Carraspeé.
—No sonó muy bien que digamos.
—¿Celoso?
—Hasta ahora, nunca lo había sido.
—Siempre hay una primera vez, pero creo que no te he dado motivos. —
Me encogí de hombros.
—Esa ha sido muy buena. —Me señaló esbozando una risilla.
—¿Te he dado motivos?
—No, solamente te fuiste con otro. Un detallito sin importancia.
—Espero que eso no me lo estés echando en cara de verdad, Jorge, sería un
ataque muy bajo por tu parte.
—Eres tú la que has empezado.
—No me lo puedo creer. —Reí, pensando que todo esto era una broma de él
y que se estaba haciendo el ofendido—. Vamos, si tú me dices que ahora te
va a cambiar el carácter por una conversación que no iba por el sentido que
tú pensabas, es para coger las maletas e irnos.
—Hasta pasado mañana no vienen a por nosotros…
—Me voy a nado, tú no me conoces.
—Mucha suerte. —Cogió un trozo de cochinillo y lo puso en mi plato.
—¿De verdad, Jorge? —Aparté el plato—. ¿De verdad?
—Estoy callado, simplemente te he contestado, porque si quieres un
monólogo, me lo dices.
—¡Me has echado en cara lo de Valentino!
—No me grites, Eliana.
—¿Y qué quieres que te ría la gracia? Están muy bien todas tus
justificaciones, te las he comprado todas sin ponerte en duda en ningún
momento, he sido de lo más comprensiva, pero eso no te quita toda la
responsabilidad de las cosas que pasaron, incluida esa. Y ahora cómete el
cochinillo tú. —Me levanté y me fui hacia el agua.
Comencé a llorar de rabia, a mí no me duraba nada bien dos minutos
seguidos. Demasiado bonito había empezado el día para ser cierto.
Lo que tenía claro es que no le iba a permitir que me echase en cara lo más
mínimo y si le dolía que se tomara un paracetamol, como todos los que me
tuve que tomar yo por los dolores de cabeza que él me dio.
No tenía el derecho de arruinar algo que se suponía que había luchado por
recuperar, pero parecía que cargaba con unos fantasmas con los que no
sabía lidiar, y en parte, todo había sido por su culpa. Si tan solo me hubiera
dicho la verdad o hubiera actuado de otra forma…
Me di un baño y comencé a flotar, disfrutando de los pececillos de colores
que nadaban a sus anchas a mi alrededor. El fondo del mar se veía increíble,
como si fuera un cristal.
Salí del agua y me dejé caer en una de las hamacas techadas, justo al lado
de la orilla, disfrutando de la suave brisa que venía.
No había hecho ni el más mínimo gesto de venir a por mí, esa parte de él en
estos momentos no me la esperaba y me dolía muchísimo. Si no se dignaba
a venir, que no contara con que yo iba a arrodillarme ante él después de su
comentario tan grosero.
Lo que más me jodía es que no se me había quitado el hambre y con solo de
pensar en ese cochinillo, que tenía una piel de lo más crujiente, se me hacía
la boca agua.
—Te lo dejo aquí. —Me asusté al escuchar su voz, ya que no me la
esperaba. Me puso el plato con patatas, los cubiertos y la cerveza en el ala
de madera de la hamaca que era para apoyar las cosas.
—Gracias —murmuré sin mirarlo.
Sentí cómo se marchaba y miré hacia el plato que estaba para hincarle el
diente a todo. Además, lo había preparado con cariño y se notaba en la
manera que estaba todo colocado. No era un mal hombre, pero tenía la
sensación de que lo de Valentino lo tenía muy presente y que podría darme
más de un golpe bajo por eso, aunque yo no me iba a andar con chiquitas.
Y era medio orgulloso, porque había tenido el detalle de traerme la comida,
pero no había sido capaz de disculparse y pedirme que me fuera a la mesa
con él o sentarse conmigo, porque aquí cabíamos tres personas, más que
una hamaca era una cama balinesa.
Me comí la comida y me quedé de lo más llena. Debo reconocer que había
estado de lo más exquisito.
Capítulo 11
Llevé el plato y la botellita de cerveza hacia la cocina, que era donde él
estaba recogiendo lo que se había ensuciado.
—¿Te ha gustado? —me preguntó al verme aparecer.
—Sí, estaba muy rico.
—Hay más, ¿quieres repetir?
—No, no, me he quedado saciada, gracias.
—Hay helado de vainilla.
—Más tarde quizás, ahora me apetece más un café. ¿Quieres uno?
—Claro.
Me puse a prepararlo mientras él terminaba de fregar.
—¿Nos lo tomamos en la piscina?
—Vale.
Cogí los dos vasos y los llevé hacia allí mientras él terminaba de barrer,
pero no tardó en llegar.
Me senté dentro de la piscina, en una especie de bordillo que había al lado y
que miraba hacia la casa, y dejé los cafés en el borde. Jorge, por su parte, se
quedó de pie en el centro, en un absoluto silencio, mientras miraba hacia el
mar dándome la espalda, aunque podía verlo de perfil porque estaba un
poco más a la izquierda. Su expresión era seria.
—¿Tú crees que vamos a estar cómodos dos días de esta manera?
—Eres tú la que dijiste de irte a nado, y al verte caminar hacia el mar, pensé
que lo harías. Si te has arrepentido, no hay problema, pero no pidas algo
que tú misma aceptaste.
—Ay, mi madre —murmuré poniéndome la mano en la frente—. ¿En serio
me has traído hasta aquí para mostrarme tu parte más imbécil?
—No me insultes.
—No me grites, no me insultes…Tú lo que quieres es que sea un florero,
pero a mí no me vas a hacer sentir mal porque mi tono de voz sea a veces
más fuerte porque me sienta atacada. Y menos por llamarte imbécil. Si vas a
dirigirte a mí con esa indiferencia y a echarme cosas en cara cuando tú
tienes mucho que callar, prepárate, porque no me voy a quedar callada ni
mucho menos medir mis palabras. Si te molesta, llama a alguien y que
vengan a buscarme, porque me voy directa a casa de mi madre y no voy ni
pasar por tu hotel a recoger nada.
—A mí no me amenaces…
—Lo dicho, imbécil al cuadrado. —Di un sorbo al café y me encendí un
cigarrillo.
Menos mal que no respondió a lo último porque estaba tan calentita que
podía soltar por mi boca lo más grande. Me dolía porque lo amaba con todo
mi corazón y me moría por abrazarlo, pero obviamente si hiciera eso le
daría pie a que volviera a atacarme con lo mismo cuando le viniera en gana,
y eso no podía permitirlo porque al final estaríamos cada dos por tres
tirándonos los trastos.
Me parecía muy injusto por su parte, ya que se suponía que venir a este
lugar debería convertirse en algo bonito después de todo lo sucedido. Por
eso me dolía su comportamiento, porque no entendía cómo podía arruinar
las cosas con tanta facilidad. Luego decía, pero es que él solito se las
buscaba.
—Lo más jodido —se giró dirigiéndose a mí— es que yo he reconocido
todos mis errores, pero tú el tuyo no.
—¿Qué no? ¿No te parece suficiente haberme sentido traicionada por él?
—Pero no lo exteriorizas, a veces tengo la sensación de que te dolió el
hecho de que él te dejara.
—¿A veces? ¡Qué me estás contando! De verdad, lo tuyo no tiene sentido
común alguno.
—Tú no quieres que lo tenga porque no te conviene.
—Anda, llama a tu amiguita y dale por saco a ella, que es la niña repelente,
da asco escucharla hablar —le solté para dejarle claro que yo también me
sabía defender.
—No es ninguna niña repelente, es una buena actriz que hacía ese papel
para joder a Rebeca, lista, que eres muy lista —dijo ocasionándome una
carcajada.
—Pues mándale saludos de mi parte. — Y saqué el dedo corazón para
hacerle una peineta.
—Yo podría hacer un corte de mangas bien fuerte para que saludaras a
Valentino. Ah no, que te ha fallado. —Hizo un «chis» con su boca y negó
orgulloso creyendo que me había dado duro.
—Hazlo bien grande, no tienes huevos.
—Los tengo.
—Hazlo —lo provoqué.
—Para él. —Y vaya si lo hizo con fuerza y furia.
—Pues él ni se enteró y tú tienes el brazo rojo de cojones. Creo que te has
dejado los huevos ahí. Me ratifico, eres imbécil. — Me reía a carcajadas a
la vez que hablaba.
—Todas las mujeres sois iguales.
—Menos, Melissa, dilo.
—Efectivamente. —Se echó a reír negando.
Y así nos tiramos unos minutos con la risa suelta y sin poder ni hablar.
Sinceramente esto pintaba que iba a ser una guerra de poderes entre dos
caracteres bastantes fuertes.
Jorge se dirigió a la casa y regresó con dos mojitos que había preparado.
Los colocó en el borde de la piscina y entró en ella.
—A mí, con que me prepares estas cosas y me des de comer, no hace falta
ni que me hables.
—¿Me estás volviendo a buscar?
—Ni me había dado cuenta de que habías estado desaparecido.
—Luego el imbécil soy yo…
—Menos mal que comienzas a reconocer las cosas.
—Claro que sí, mujer, claro que sí —dijo con toda la ironía del mundo.
Estaba quemado, creo que lo estuvo todo el tiempo desde que se enteró de
lo mío con Valentino, lo que no entendía por qué ese empeño de ayudar,
estar, llegar hasta mí, contar la verdad, querer estar conmigo y un sinfín de
cosas cuando estaba con esa herida que no lo dejaba avanzar.
Y me dolía, pero a la vez, para ser sincera, me hacía sentir que le importaba,
aunque hubiera preferido que no me lo hubiera hecho saber con ese tono y
de esa manera.
Aguanté la risa al recordar que me había hecho subir al cielo unas horas
antes para luego mandarme al infierno. ¿Me pretendía volver loca?
—Te voy a decir una cosa. —Me dirigí a él que seguía mirando hacia la
playa sin moverse, como si fuera un Playmobil. Giró su cabeza y me miró
—. Es una duda nada más. Cuando me dijiste que querías empezar de cero,
¿desde qué parte te referías?
—Si no tienes nada mejor que decir que el silencio, ahórrate tus palabras —
sonrió de mala gana.
—Ya no eres mi jefe, el de Lola sí, pero mío no —dije en tono burlón.
—¿Qué parte no has entendido del silencio?
—Creo que el que no has entendido mi respuesta eres tú —dije en tono bajo
pero chulesco—. Pero vamos, vergüenza debería darte ponerte de esa
manera y estropear todo de golpe.
—La única que te has sentido ofendida eres tú y la que comenzaste a
amenazar con que te ibas a nado.
—¿Y te hubiera gustado que lo hubiese hecho? ¿Eh?
—Me hubiera gustado que mostraras arrepentimiento. Simplemente eso…
Se salió de la piscina y se tiró en una de las hamacas. Me daba la sensación
de que a cabezón no le ganaba nadie, pero vamos, que no me iba a rendir
tan fácilmente.
Salí y me envolví el cuerpo en una toalla antes de meterme en la casa para
ponerme ropa interior y una camiseta. Me dirigí a la cama y me dejé caer en
ella de lo más fresquita, ya que estaba a la temperatura perfecta gracias al
bendito aire acondicionado que tenía la villa.
Capítulo 12
Me desperecé volviendo a la realidad después de haberme echado una siesta
de campeonato. El mal rollo con Jorge no me había quitado el sueño, y
hasta ese momento aún lo veía como una rabieta por su parte que no estaba
gestionando bien.
—¿Quieres un café o directamente la cena? —preguntó desde la barra de la
cocina y en plan indirecta por todo lo que había dormido.
—Un café con unas tostadas, agradecería una buena merienda —contesté
con una sonrisa de lo más irónica mientras me levantaba.
—¿Con qué deseas las tostadas? —me preguntó cuando me dirigía al baño.
—Con amor, con mucho amor y el resultado será exquisito —volví a
sonreír con ironía antes de desaparecer para lavarme la cara.
Estaba guerrero, parecía que había estado esperando a que no hubiera nadie
para sacar esa otra versión suya, por no hablar de ese momento de
desenfreno que no quiso perderse antes de montármela de esta manera.
Salí con todo mi descaro y estaba terminando de poner en la mesa del
porche la merienda.
—Pues sí que me lo has hecho con mucho amor. ¿De dónde has sacado la
Nutella?
—No quieras saberlo —dijo provocándome una carcajada.
—Yo creo que en el fondo eres gracioso, solo que te cuesta sacar esa parte.
—Eres muy poco empática, pero disimula al menos un poquito.
—Eso sería empatía forzada, pero si tú quieres lo intento.
—No intentes nada, las cosas que no se hacen con el corazón terminan muy
mal.
—Pues aplícate la reflexión, majo. —Mordisqueé la tostada que estaba
riquísima y de lo más dulce, como diría Lola.
—Eres de cabeza dura.
—Hazme el favor y déjame comer las tostadas en paz que me van a sentar
hasta mal.
—Pero si eres tú la que no dejas de pincharme con todo.
—¡Escucha! —Di un porrazo en la mesa bien fuerte—. A mí, o me preparas
un cubo lleno de mojito y me animas la fiesta, o vas a conocer a la Eliana a
la que nunca te hubiera gustado tener que enfrentarte, así que tú decides.
—Ahora eres tú la que tienes la palma de la mano colorada. —Me devolvió
lo del corte de mangas. Reía a carcajadas.
—Eres un niño pequeño, Jorge, no te ves —dije con la risa suelta y
mirándolo mientras negaba.
Pues no entendía qué le había hecho tanta gracia, pero era imposible
cortarle la risa y ahí seguía doblado mientras yo lo miraba sin perder la
risilla y comprobando cómo tenía la capacidad de ser todo un hombre en
algunos momentos y todo un niño en otros. Eso sí, mi merienda me la
seguía comiendo.
—¿Ya? —pregunté cuando vi que aminoró la risa.
—Casi, casi.
—Entonces, ¿te apetece lo de los mojitos?
—Yo preferiría un ron que tengo ahí, que es muy exclusivo.
—¿Cuánto la botella?
—Tres mil euros. —Carraspeó.
—¿Me estás vacilando?
—Para nada…
—Pues a mí el ron me gusta con cola.
—También hay.
—¿Me estás diciendo que nos vamos a beber una botella de ron de tres mil
euros con refresco?
—Pues claro.
—Desde luego que el sentido común no lo da el tener dinero. —Solté el
aire, incrédula.
—Ni el creerse muy lista. Voy a preparar dos. —Entró en la casa llevándose
el plato y mi taza de café.
Regresó con la botella, los vasos, una cubitera de hielo y los refrescos.
—Qué pena de dinero —dije mirando la botella mientras servía las copas.
—Nos la regaló Melissa para que nos la tomásemos a su salud. —
Aguantaba la risa.
—¿La saludaste de mi parte? —pregunté con sarcasmo por la peineta que le
envié como saludo.
—No, pero no dudes que lo haré. —Me puso mi copa delante.
—¿Un brindis por la Meli? —Levanté la copa.
—¿No prefieres por tu amigo Valentino?
—No te tiro el líquido de mi copa porque no creo que tenga otra
oportunidad de probarlo, porque desde luego que no seré la imbécil que tire
el dinero de esta manera. Definitivamente, te estás haciendo daño tú solo.
—¿A qué está bueno?
—Más que tú. —Le hice un guiño de malicia.
—Jamás he alardeado de mi físico.
—Ya lo haces con el dinero, porque hay que ser muy estúpido para pagar
este dineral por una botella.
—Pues sí que te duele, ni que fuera el dinero tuyo.
—Cállate, porque al final sacas a la borde que hay en mí y puedo ser muy
cruel. —Di un trago grande a la copa.
—Voy a poner un poco de música de la tierra. —Señaló a un bafle que
había traído y tenía sobre una mesa de dentro.
—Mejor, ponla, porque para lo que hay que escuchar… —murmuré para
mí.
Comenzó a sonar ese son tan peculiar y distintivo de esta isla que invitaba
como poco a mover el cuerpo desde la silla.
Apareció intentando moverse a ritmo de ella y me recordó lo nefasto que
era moviendo el cuerpo. Lo podía atacar por ahí, pero con una copa de tres
mil euros, una isla privada, una música para mover el esqueleto y el hombre
que me robó una noche el corazón ¿para qué iba a perder el tiempo
discutiendo?
Me levanté y, sin pensarlo, fui a por él, le cogí su brazo para que me
abrazara y con la otra mano en alto intenté comenzar a dirigirlo a ritmo de
salsa, mientras a él le aparecía una gran sonrisa.
—Dale, papi —lo animé mientras yo movía mis caderas con soltura de un
lado a otro y él intentaba seguirme a paso robotizado.
—Mira, mira, si te estoy llevando yo —decía animado.
—Claro que sí, estoy flipando con tus avances, tú no habrás hecho un
cursillo de baile en tu luna de miel, ¿verdad? —pregunté con la suerte de
que le causé una carcajada.
—Mira, mira, cada vez más suelto.
—Súper suelto, di que sí. —No se lo creía ni él, pero para qué provocarlo.
—Venga, sirvo otra copa —dijo cuando terminó la canción y me solté con
el cuerpo destrozado de esos movimientos y tirones que me había dado en
un intento de hacerme creer que era todo un artista de la pista.
—Claro que sí, vamos a brindar con clase. —Miré a la botella.
—¡Por mi niña! —La levantó.
—Di que sí, gracias.
—Cuando digo mi niña, me refiero a Melissa. —Soltó una carcajada.
—Claro que sí, tú buscándotela solito. —Le di un trago a la copa que
acababa de servirme y me puse bizca a la vez que ponía cara de resignación.
—Ella es mi niña; y tú, eres mi vida. Que no se te olvide. —Me hizo un
guiño.
—¡Toma ya! Verás que al final vas a ser romántico y me vas a sorprender y
todo.
Me tenía que reír con él, la verdad es que no me esperaba que fuese de esta
manera que era la más real, ya que, aunque no supiera cómo hacerlo estaba
expresando sus sentimientos. Quería comprenderlo porque también entendía
que desde su visión pudiera haberle causado demasiada rabia, como a mí
me causaron otras que no por eso tenía que estar echándoselo en cara.
Copa tras copa en mano, nos fuimos relajando y teniendo conversaciones
absurdas que conseguían que terminásemos llorando a carcajadas.
A veces no sabía si Jorge se hacía el ingenuo en algunas cosas o lo era de
verdad, porque tenía cada salida que estaba fuera de la lógica.
Capítulo 13
La botella había ido bajando de manera considerable y cada vez se notaban
más los efectos, ya que no dejábamos de reír y a veces, incluso, ni nos
entendíamos.
—Quiero hacerme una foto sentada en el centro de la pista de aterrizaje —
pedí levantando la mano y señalando con el dedo hacia arriba.
—También es de despegue.
—No me lo imaginaba —murmuré haciéndome la incrédula, más que nada
para hacerme también la ingenua.
—Vamos, hay una luna llena perfecta y seguro que te hago la mejor foto del
mundo.
—Deberíamos ir andando porque podemos sufrir un accidente con el
carrito, ya que hemos bebido mucho.
—Somos los únicos que estamos en la isla. —Rellenó de nuevo las copas
para llevárnoslas.
—Pero podemos chocar con una palmera o algún objeto natural que se nos
interponga en el camino.
—Pues nos vamos andando, solo hay que cruzar un trozo.
—Vale. —Me levanté y comenzamos a andar.
Se suponía que debíamos ir rectos para buscar la mitad de la isla, pero a mí
me daba la sensación de que íbamos haciendo zigzag y se nos estaba
haciendo una eternidad el llegar.
—A mí me da que estamos andando hacia el lado y no hacia el frente de la
isla.
—¿Tú crees?
—Y la copa se me ha acabado —murmuré lamentándome por ello.
—Toma la mía. —A él le quedaba un poco.
—Gracias. —Me la tomé de un trago y le sonreí feliz.
Me cogió de la mano y un poco después por fin vimos la pista y corrimos
hacia ella como si acabásemos de descubrir una parte del mundo.
Me senté emocionada en medio y puse pose de influencer total.
—Pero dame el móvil —me dijo riendo.
—¿Qué móvil? Tíramela con el tuyo y luego me la pasas.
—Yo no lo he traído —dijo llevándose la mano a la cara y dejándome con
toda la cara partida.
—Desde luego que las únicas luces que tienes son para gastarte tres mil
euros en una botella —le recriminé negando.
—No, no, las pocas luces las tienes tú en creer que me los he gastado. Yo
pedí una botella de Habana Club normal que me dejaron en la cocina, pero
había la extra premium vacía de adorno y la rellené con la barata. —Me
hizo un guiño.
—Tú eres gilipollas. —Me reí.
—No me insultes —me decía con la risa suelta y señalándome mientras yo
me levantaba.
—Tú céntrate y encuentra el camino recto hasta la casa, que me duelen las
piernas de andar.
—¿Te llevo en mi espalda?
—¡Sí! —grité emocionada y se giró para que me subiera.
Y el salto no estuvo mal, lo que falló fue la resistencia de Jorge que nos
hizo aterrizar a los dos en la pista.
—¿Estás bien? —preguntó arrastrándose hasta mí.
—Como un cristo —dije mirándome los brazos, llenos de rasguños, igual
que mis piernas y el resto del cuerpo. Lo mismo que él.
Me ayudó a levantarme y nos miramos antes de estallar en una carcajada.
—Tus padres van a pensar que nos hemos matado —dijo mirándome toda
magullada.
—Lo que no van a tener claro es quién recibió más. —Me salían las
carcajadas con cada palabra.
—Vamos, que en cuanto lleguemos te curo. —Me echó la mano por el
hombro y me quejé porque no había trozo de mi cuerpo que no tuviera una
magulladura.
—¿Seguro que es por aquí?
—No, pero sí, vamos a intentarlo. —Se reía a carcajadas y es que el alcohol
había hecho mucha mella en nosotros.
—No suena muy convincente, pero vuelvo a confiar en ti una vez más.
—Gracias, Melissa.
—De nada, Valentino —murmuré y rompimos a llorar de la risa, tanto que
hasta tuve que pararme y cruzar los pies para no orinarme encima.
No fue fácil, pero después de asomarnos por diferentes vías para aclararnos
un poco, ya que teníamos poca lucidez, conseguimos llegar a la villa donde
nos metimos directamente en la ducha para limpiar la piel.
La verdad es que me quedé impresionada al mirarme al espejo, ya que hasta
un lado de mi cara estaba en carne viva y ya empezaban a dolerme bastante
algunas zonas. Así que, además de curarnos con lo que encontramos en el
botiquín, también decidimos tomamos un paracetamol, porque sabíamos
que el dolor iría en aumento.
Me puse las bragas, una camiseta corta por encima y me tumbé en la cama
bocarriba sin quererme mover. Jorge se acostó solo con el bóxer y de la
misma manera, ya que él estaba tan lleno de arañazos como yo.
—Tu padre me mata cuando te vea.
—O me mata a mí si te ve a ti primero. —Nos reímos.
—Mañana vamos a regresar con el carro y en buenas condiciones, pero la
foto te la vas a hacer como Jorge que me llamo.
—Pues voy a salir divina de la muerte —ironicé porque no había parte del
cuerpo que se librara y no se notaran los daños.
—No nos vamos a olvidar del día de hoy en la vida.
—Ya te digo yo que no. —Me reía, aunque me dolía al hacerlo, ya que los
movimientos era lo que peor me venía en estos momentos.
—¿Te has arrepentido de estar con Valentino?
—Mira, Jorge, no te doy un codazo ahora mismo porque voy a salir
perdiendo yo —dije mientras él reía a carcajadas.
—¿Y lo bonito que es pelear y luego hacer el amor para arreglarlo?
—Para hacer el amor estamos nosotros. Y por Dios, deja de hacerme reír
que me duele todo el cuerpo. Y solo llevamos un día. Más vale que nos
controlemos, porque capaz y todo que mañana tengan que venir los equipos
de emergencia a por nosotros.
—¿Te imaginas? Y fijo que me ponen de nuevo a mí en el ojo del huracán.
—Se reía—. Al final me voy a conocer todas las cárceles del mundo.
—Pues la de aquí tiene que ser bonita —dije con ironía.
—¿Has traído maquillaje? Algo tenemos que hacer porque así me niego a
aparecer contigo.
—No, si quieres apareces solo y tal cómo estás, que es cuando en lugar de a
la cárcel te van a mandar directo al cementerio, y con GPS para que te
anuncien que has llegado a tu destino. —Me reía a carcajadas a pesar del
dolor que los movimientos me ocasionaban.
—Mañana va a ser bonito…
—¿Cómo de bonito?
—Tanto, que lo vas a recordar más que el día de hoy.
—A mí no me asustes, que conociéndote puede ser la mayor de las ironías.
—Que no, de verdad, que lo tengo todo pensado. —Hizo un intento de
acariciarme la cara, pero al girarse se lamentó.
—No te muevas, tú no te muevas —le dije riendo.
—Verás que mañana vamos a parecer dos robots moviéndonos.
—Mientras me pueda mover, que parezca lo que sea, pero me temo que va a
ser un día duro y no de bonito como tú lo quieres pintar.
—Confía en mí.
—No me queda otra, eres el único que hay en esta isla en medio de la nada.
—Y si fuésemos más, creo que me seguirías eligiendo…
—Ya salió su parte romántica —murmuré riendo.
Capítulo 14
No debían de ser ni las siete de la mañana, y ya tenía los ojos como un búho
y había pasado una noche de mierda en la que me había desvelado mil veces
por los dolores que me causaba el moverme por inercia. A todo esto, había
que añadir que sentía un zumbido en mi cabeza fruto de la ingestión de
alcohol que nos habíamos dado el día anterior.
—Eli, ¿estás bien? —me preguntó Jorge que no se movía ni lo más mínimo.
—Bien jodida, creo que no me voy a poder ni levantar. El coco me va a
explotar.
—Ya voy a por una pastilla y prepararte un zumo —dijo intentándose
levantar, pero parecía que le costaba un mundo.
—Todo esto es culpa tuya. —Me reí.
—¿Mía? Ya estabas tardando en echarme un dardo envenenado. —Se reía
mientras se dirigía al baño primero.
—Sí, tú fuiste el que me dijiste que saltara.
—Reconoce que lo hiciste violentamente.
—Pero ¿qué dices? —Me reí.
No podía reírme porque el dolor era insufrible. En mi vida me había hecho
tantas magulladuras juntas, ni cuando me caí de la moto con Lola.
Me fui incorporando como buenamente pude y me dirigí a la cocina para ir
preparando los cafés.
—¿Qué haces levantada?
—Me niego a permanecer tumbada en esa cama.
—Pues no te veo yo hoy para mucho uso y disfrute.
—Pues lo mismo que te veo yo a ti, pero vamos a tener que echarle valor al
asunto y no quedarnos prostrados en una cama porque eso nos hará más
mal. Es el último día en la isla y hay que aprovecharlo, además, esta noche
me tienes que hacer la foto de la pista.
—Valor tienes en nombrarla.
—Me lo prometiste.
—Bueno, no fue una promesa como tal, pero tuve una palabra y esa la voy a
cumplir así vaya a rastas.
—Y tenemos que bañarnos en la playa para sanar las heridas antes.
—Eso va a escocer mucho, no sé si estás preparada.
—No lo estaba para aguantarte y aquí estoy. Por cierto, me dijiste que iba a
ser un día muy bonito, para recordar.
—Sí, sí, va a ser precioso, ya lo verás, tú solo déjate llevar.
—Si me dejara llevar, me hubieras dejado en la cama todo el día —negué
volteando los ojos.
—¿Y no es bonito descansar merecidamente?
—Bueno, digamos que prefiero descansar en la piscina tomando un refresco
o zumo, porque de alcohol no quiero ni oír hablar.
—Si nos hubiéramos tomado el de tres mil euros, estoy seguro de que no
tendríamos resaca.
—Sí hombre, ahora va a resultar que el alcohol hace daño en según qué
precio.
—Pues sí, tiene mucho que ver.
—Prepara unos huevos que quiero desayunar como Dios manda.
—Lo tenía contemplado, además haré unas tiras de beicon.
—Muy hechas y crujientes, por favor.
—Y con aguacate al lado.
—Se me hace la boca agua…
Preparó unos platos que eran dignos de ser disfrutados en calma y con el
paraíso que teníamos ante nosotros. Nos sentamos en el porche.
Le di un trago al café y me encendí un cigarrillo, disfrutando de esa
preciosa mañana que era una estampa sin igual. Me había costado un
mundo acomodarme, al igual que le había pasado a Jorge, y es que nos
habíamos dado una hostia que nos iba a dejar secuelas unos días.
Después de deleitarme con unos minutos de silencio mientras me fumaba el
cigarrillo, procedí a comerme la tostada de beicon, huevo y aguacate que
tenía una pinta espectacular.
—Te ha salido deliciosa —murmuré excitada por esa explosión de sabores
que deleitaban a mi paladar.
—Me alegro, para que veas que no todo lo hago mal. —Carraspeó.
—Bueno, jamás dije eso, pero ayer te ganaste más de una colleja, lo que
pasa es que fui benevolente.
—Pero me puse así con razón.
—¿Qué parte de qué íbamos a tener un día bonito se te ha olvidado? —
rebufé ocasionándole una risilla.
—La parte en que, por desgracia, eso me cuesta olvidar en muchos
momentos.
—Pues si quieres te busco un buen psicólogo para que vayas a terapia.
—¿Qué tal si vamos los dos juntos?
—Yo no tengo ataques de celos ni de cuernos.
—¿Me has llamado cornudo?
—No tenía nada contigo, es más, te casaste con tu mejor amiga —sonreí
con ironía.
—¿Te molesta que lo sea?
—Para nada, ¿has notado algo que te de pie a pensarlo?
—Bueno, ayer le mandaste un saludo con un dedo. Te parecerá bonito. —
Reía.
—Eso es lo más bonito que le podía dedicar para lo que me podría haber
salido por la boca.
—Pero ella no te hizo nada.
En esos momentos me llegó un mensaje de mi padre diciendo que
buscásemos en las noticias los titulares de Rebeca.
Nos miramos extrañados por lo que hubiera podido pasar. Nos dispusimos a
buscarlo en nuestros móviles.
«Detenida la recepcionista del señor Alonso tras una exhaustiva
investigación por las autoridades españolas en colaboración con las de la
isla, y en la que se ha podido conseguir pruebas de que la señorita Rebeca
fue la que pagó una suma para que hicieran desaparecer a su mujer. Siendo
ella la que orquestó toda la trama.
Sigue en dependencias policiales a la espera de comparecer ante el juez,
que previsiblemente ordenará prisión preventiva hasta que se celebre el
juicio»
Justo cuando nos miramos incrédulos, le entró una llamada de Melissa que,
seguramente, debía haberse enterado también de la noticia.
Jorge andaba de un lado hacia el otro mientras hablaba con ella y eso que
estaba dolorido de las magulladuras, pero estaba nervioso y lo entendía, a
mí me había dejado en shock. ¿Hasta dónde podía llegar la obsesión para
sacar esa maldad humana? Aunque imagino que eso le venía de fábrica
porque a nadie se le ocurriría hacer algo así a no ser que fueras un
descerebrado.
Estuve mensajeándome con mis padres, ya que teníamos un grupo. Estaban
alucinando porque obviamente les había pillado por sorpresa, como a todo
el mundo. Jamás se nos pasó por la cabeza la más mínima posibilidad de
que ella pudiera haber tenido que ver en algo de eso.
Jorge estuvo un buen rato en esa llamada, pero tal cómo colgó le entró la de
su padre y también estuvo un rato hablando con él, momento que aproveché
para hablar con Lola, tras colgar a mis padres.
Todos estábamos flipando en colores, todos, nadie se lo esperó para nada y
es que esto sí que nos había dejado a todos fuera de juego.
Preparé dos cafés y nos sentamos después de que él terminara de hablar con
su padre. Estaba pálido y con la mirada perdida.
—Jamás imaginé que ella fuese capaz de hacer daño físico a nadie, y eso
que la veía capaz de meter a cualquiera en un buen lío, pero de ahí a que
mandara asesinar a Melissa, va un mundo. Ojalá le caiga todo el peso de la
ley —murmuró con los ojos brillantes intentando reprimir sus lágrimas—.
Dice mi padre que ha leído que ella contactó con un intermediario que tenía
mano en esa isla. Vamos, que buscó una mafia de esas que por desgracia
hay en todos lados.
—Lo va a pagar, Jorge, lo va a pagar; y tu mejor amiga está a salvo —dije
provocándole una risita.
—Me gusta esa ironía tuya.
—Pues aprende, hijo, que la tuya es lamentable. —Reí.
—Aunque duela, me alegro de que hayan encontrado al principal
responsable para que se enfrente a la justicia.
—Sí, al final lo van a pagar todos. —Estiré la mano y le acaricié la mejilla.
—Lo hemos pagado todos, porque por su culpa hemos pasado momentos
muy duros.
—Por desgracia tienes razón, pero piensa que ahora estáis donde queréis y
que, gracias a Dios, ella se recuperó.
Me levanté como buenamente pude y me senté en sus piernas a pesar de que
eso nos provocaba dolor, pero nos fundimos en un abrazo que dejamos que
durara unos minutos porque lo dos lo necesitábamos, nos necesitábamos…
Capítulo 15
Desperté sabiendo que era el último día aquí y aunque el día anterior
estuvimos en shock por lo de Rebeca, pasamos el día de lo más relajados
porque apenas nos podíamos mover, fueron bonitos esos baños y esos ratos
en la hamaca riendo por parecer dos incapacitados a los que les costaba un
mundo hacer cualquier cosa.
—Buenos días, preciosa. —Me dio un beso en los labios—. ¿Mejor?
—Buenos días, exjefe. Parece que me pasó otro camión por encima, estoy
jorobada por cada parte de mi cuerpo.
—Preparo el desayuno y te doy otro paracetamol. —Besó mis labios.
—Te ayudo, tú estás igual de jodido. —Me reí incorporándome y poniendo
cara de tragedia.
—Tranquila, a tu ritmo, voy a ducharme rápido. —Me volvió a dar otro
beso.
Me di una ducha rápida después de que él se diera la suya, que fue a la
velocidad de la luz. Momento que aprovechó para terminar de preparar el
desayuno, ya que yo le había dejado sobre la encimera todo.
Me daba pena dejar este lugar atrás, a pesar de que casi nos matamos de
verdad, entre discusiones y aterrizajes fallidos, pero aquí estábamos
desconectados del mundo, solo él y yo.
Después de desayunar, recogimos las cosas y dejamos encima de la mesa
las llaves, marchándonos en el carrito hasta donde nos esperaba el avión,
que ya habíamos escuchado aterrizar.
La tripulación nos miró extrañados al vernos llegar en esas condiciones.
—¿Estáis bien? —preguntó la azafata preocupada.
—Solo fue un mal aterrizaje —dijo Jorge causándome una carcajada.
Le conté por encima a las dos azafatas la realidad de lo que pasó cuando
fuimos a tirarnos una foto que nunca hicimos, por cierto, y que, como
íbamos con unas copas de más, quiso cogerme en su espalda y aterrizamos
como un avión. Las pobres reían mientras negaban incrédulas.
El vuelo lo pasaron llenándonos de atenciones y charlando con nosotros,
cosa que se nos pasó el tiempo tan rápido que cuando nos dimos cuenta ya
estábamos aterrizando en La Habana.
Un coche nos esperaba en la puerta del aeropuerto para llevarnos al hotel,
donde fuimos directos a mi suite para recoger todo y llevarlo a la suya, tal y
como habíamos decidido el día anterior.
Lola y Chus llegarían de Varadero más tarde y mis padres estaban haciendo
unas gestiones y nos encontraríamos con ellos a la hora de comer.
Coloqué todo en el armario que había libre y bajamos a la piscina a tomar
algo. Al vernos, el camarero se puso a silbar como disimulando. Me moría
de la risa con él.
—Hola, Yeison —saludé feliz.
—Por la virgen de la Caridad del Cobre, mami, ustedes estáis terribles de
ver. ¿Os atacó un león? —preguntó mirando a Jorge que aguantaba la
sonrisilla.
—Nos fuimos a hacer un safari por la jungla de Jamaica y fue terrorífico —
dije bromeando.
—Mija, allí todo el mundo va a fumar y a estar happy, no a meterse por la
selva como si fueseis monos.
—No lo pensamos —murmuré haciéndome la víctima.
—¿Y qué os pongo para aminorar vuestro sufrimiento?
—A mí ponme un mojito —contesté sin dudarlo.
—A mí una cerveza —le pidió Jorge sonriendo y mirándolo un poco
expectante a lo que Yeison pudiera decir, ya que era de lo más cómico e
impredecible.
—Desde luego que parece que venís de la guerra —murmuró mientras se
ponía a preparar el mojito.
Mis padres estaban al tanto de todo porque les hicimos una videollamada el
día anterior y se llevaron las manos a la boca al vernos, así luego no se
llevarían la sorpresa, ya que le drama ya lo habían montado. Mi madre nos
puso de irresponsables para arriba, cosa que lo hizo con su arte y gracia,
pero soltar nos lo soltó.
—¿Y a ti qué te pasa que no dejas de suspirar? —le pregunté a Yeison.
—Mi novio, mija, que tuvimos un enfado y no se le ocurrió otra cosa que
beber y refugiarse en los brazos de su ex.
—Me suena la historia —murmuró Jorge.
—Yo no lo tenía de ex —contesté negando y resoplando.
—Ahora tengo dos opciones: perdonarlo y ser el cornudo de Cuba, o dejar
al hombre que amo.
—Las dos opciones son jodidas —contestó Jorge y no dudé en darle una
colleja.
—Joder, qué ligerito has podido mover ahora el brazo —se quejó.
—¿Entonces qué me aconsejáis? —preguntó el pobre que se sentía
ignorado.
—Yo te aconsejo que no seas rencoroso y que, si lo amas, hagas borrón y
cuenta nueva —dije.
—Qué fácil lo ve todo.
—Te lo buscas solo. —Le di otra colleja.
—Jefe, no es por nada, pero yo era tú y no contestaba más.
—Buen consejo por tu parte que no te callas ni una —le dijo Jorge negando.
—Pues sí que es rencoroso. —Se persignó poniendo cara de terror.
—No lo sabes tú bien —le contesté mirando a Jorge que disimulaba para no
cobrar otra colleja.
Nos quedamos en la piscina por lo menos dos horas más, hasta que
aparecieron mis padres y nos sentamos con ellos en la terraza para comer.
Estaban súper emocionados, ya que gracias a la mano de Jorge y todo lo que
se había pagado, ya habían hecho las entrevistas y se casaban a la semana
siguiente, que era el primer paso para poder inscribirlo en España. Iban a
acelerarlo todo para que pudiera salir del país con nosotros lo antes posible.
Yo me puse de lo más contenta y feliz con la noticia, hasta se me escaparon
algunas lágrimas.
Aún no nos habían puesto de comer cuando aparecieron Lola y Chus, que
venían como dos conguitos de morenos, al igual que nosotros. No tardamos
en darles la noticia.
—La boda tiene que ser por todo lo alto —dijo Lola aplaudiendo
emocionada.
—Sí, que yo he visto en fotos que alquilan hasta los coches antiguos
descapotables que están por toda La Habana —dije emocionada.
—Tenemos que conseguir un vestido de novia impresionante —dijo Lola—.
¿Aquí hay tiendas de novia?
—Aquí los alquilan, mija, que es mejor, porque para un día no merece la
pena gastarse tanto dinero.
—Pues nos ponemos manos a la obra, mamá.
La emoción se podía ver reflejada en todas nuestras caras, pero las de mis
padres eran de otro nivel. Eran como dos jovencitos a punto de conseguir el
sueño de casarse y encima eran jóvenes, porque mi madre solo tenía
cuarenta y seis y mi padre cincuenta y cinco, a lo que había que añadir que
estaban físicamente perfectos. Formaban una preciosa pareja.
A partir de este momento y durante los siguientes días, todo comenzó a
rondar en torno a la boda. Nos volcamos en preparar todo para hacer de ese
día el más especial de toda nuestra estancia en la isla.
Con Jorge estaba en todo momento como el perro y el gato, y es que no
había momento ni día en que no me soltara una puyita acerca de lo de
Valentino, y lo más gracioso es que lo hacía cuando nadie lo podía escuchar
para él seguir quedando de señor correcto y perfecto. Me sacaba de quicio
en menos de un segundo.
Pero lo amaba con todo mi corazón y, además, estaba utilizando todos los
recursos a los que él tenía acceso en la isla para conseguir que ese día fuera
tal y como estábamos soñando.
De lo que estaba segura es de que esta vivencia en una parte de mis
orígenes, no se me iba a olvidar en la vida. Cuba se me iba a quedar en mi
corazón para siempre por tantos momentos vividos.
Capítulo 16
Y de nuevo me volví a enganchar con Jorge en uno de esos reproches que
no se podía callar y decidí que, por hoy, ahí se quedaba.
Salí del hotel con Lola agarrada del brazo. Llevaba tal cabreo que, nada más
poner un pie en la calle, me enganché el tacón del zapato en el agujero de la
tapadera de una alcantarilla de mierda, de esas que hace un siglo que no
arreglan.
—¿Dónde vas? ¿Te has creído Superwoman? —me preguntó ella mientras
se partía, porque casi salgo disparada por los aires.
—Casi me doy una hostia terrible. Parece que me ha mirado un tuerto, pero
como Eliana que me llamo que esto lo cambio yo. Que te entre en la cabeza,
Lolita, que esta va a ser nuestra gran noche —dije en tono chulesco y
maldiciendo la alcantarilla.
—Anda, si ha sonado como la canción de Raphael, guapa, si es que, al final,
llevamos nuestra tierra en las venas.
—¿Qué Raphael ni Raphael? Ni menciones a ningún tío, que estoy de todos
hasta…
—Ya, ya, hasta la punta del pelo. Pero luego llega Jorge y es como si fuera
un mago, te saca la varita y…
—No, no, déjate…que te juro que me tiene ya al límite. Venga, ¿cogemos
un coco-taxi y nos vamos a bailar?
—De eso sí que tengo yo ganas. De bailar…
—De bailar, de beber, de coger una buena borrachera y de todo lo que haga
falta. Le voy a dar una buena lección a Jorge para que se le quiten las putas
ganas de echarme más en cara lo de Valentino. ¿Pues no parece que he
matado a alguien?
—Eso ya lo sé yo, pero que te conozco Eli, que luego resulta que estás
enamorada de él y te entran los siete males.
—A mí lo único que me va a entrar esta noche es hasta el agua de los
floreros por el cuerpo, ya lo vas a ver…
—No sé para qué te hago caso. A saber, cómo terminamos.
—Me haces caso porque eres mi amiga y tienes que estar para lo bueno y
para lo malo, hasta el último día de nuestras vidas.
—Joder, qué solemne, ni que me fuera a casar contigo.
—Mejor nos iría. Yo, cualquier día, me hago lesbiana. Y tú… Tú ya has
probado el pescado igual que la carne, así que no te digo nada.
—Ya tardaba en salir el temita, la madre que me parió. —Se rio ella.
Yo es que me ponía como loca con esos ataques de celos incontrolados que
le daban a Jorge. Me faltaba el oxígeno y necesitaba salir a la calle para
evadir todas las cosas malignas que se me pasaban por la cabeza, que
cuando yo explotaba había que echarse a temblar. Además, que el cuerpo
me pedía marcha y marcha le iba a dar, que para algo estábamos en La
Habana.
Lola me seguía el rollo. Mi Lolita iba monísima como yo, las dos con unos
vestidos ideales y con zapatos de tacón alto. Los pies nos echarían fuego a
lo largo de la noche, pero nos importaba un pimiento. Nos lo íbamos a pasar
de muerte, aunque yo me imaginaba a uno que también pasaría unos celos
de muerte. Que le dieran, que me estaba comiendo el coco cantidad y no me
lo merecía, que iba a pagar mi condena y la de todo Dios.
Yo me moría por montarme de nuevo en uno de esos llamativos coco-taxi
que tanto me gustaban, y ya tenía preparado el móvil en modo cámara
cuando paró uno delante de nosotras.
—Señoritas, ¿dónde las llevo?
—Pues donde esté toda la marcha aquí en La Habana —le contesté mientras
me daba la vuelta y se la daba a Lola, para hacernos un selfi con el coco-
taxi detrás.
El hombre sacó también su mejor sonrisa y puso el pulgar hacia arriba.
—Venga, arreando, súbete —me pidió Lola.
Hay días que todo te sale regular tirando a mal, pero yo no pensaba hacer
caso de las señales.
—¿Qué ha sido eso? —le pregunté a mi amiga al levantar la pierna y
escuchar un ruidito sospechoso.
—Tu vestido, que vas más apretada que los tornillos de un submarino,
guapa. Y míralo, que se ha descosido…
Miré mi costado y estaba en lo cierto: el vestido se había descosido.
—Anda, mira qué fresquito —le comenté, porque me dejaba parte del
costado al aire—. ¿Pues sabes lo que te digo?
—Ya, que ahora tienes que ir a ponerte otro… Me voy a cagar en todo lo
que se menea, hoy nos va a pasar de todo.
—¿A ponerme otro? No te lo has creído ni tú. Esto lo igualo yo de
momento.
Sin pensarlo, tiré del otro costado y lo descosí también. Ya llevaba los dos
igual y me sentía la mar de fresquita, además a lo Shakira.
A Lola le dio un ataque de risa y al conductor del curioso vehículo lo
mismo. El hombre no podía parar de reír, y a punto estuvimos de chocarnos
con otro coco-taxi, pues las lágrimas le empañaron los ojos.
—Lo que hubiera faltado, salir despedida del cacharro este cuando aún me
quedan resquicios del aterrizaje en la pista…
—Como aquella vez, ¿te acuerdas, Eliana? En la feria, cuando nos subimos
en la olla y casi salimos volando las dos…
—Ay, qué buenos ratitos hemos pasado, amiga. Y más que vamos a pasar,
porque esta noche tú y yo quemamos La Habana.
—No, señoritas, disfrútenla, que La Habana es para gozarla, pero no para
prenderle fuego —nos comentó el hombre y las dos nos echamos a reír. Lo
que le faltaba ya a la ciudad, verse prendida en llamas.
Y tanto que era para gozarla. Pasamos por delante del Malecón y allí había
gente tocando la guitarra, bailando y pasándolo bien. Yo, que llevaba mucha
marcha en el cuerpo a consecuencia del cabreo, me puse de pronto de pie
para saludar y me di con el techo del coco-taxi, de manera que caí en lo alto
de Lola, que no podía reírse más.
—Eso te pasa por querer saludar con la manita, ni que tú fueras la difunta
reina Isabel de Inglaterra —me comentó y me dio el ataque de risa.
—Claro que sí, ¿tú no me has visto las hechuras? Igualita…
—Es verdad, llevas un tipo de infarto, qué agradecida fue contigo la vida.
—Pues como el tuyo, que así tienes a Chus, babeando por ti.
—Y tú a Jorge, tonta. No te tomes las cosas tan a pecho, si bebe los vientos
por ti.
—Pues que los beba, que los beba, que yo me pienso beber todo lo demás.
Ciega a mojitos me voy a poner esta noche.
Lo tenía muy claro. Y más, cuando nos bajamos en la zona de marcha y
descubrimos que cada calle es como un concierto al aire libre, que la vida
nocturna de La Habana hay que experimentarla a son de salsa.
Del coco-taxi nos bajamos moviendo ya las caderas y del tirón, sin pensarlo
lo más mínimo, nos metimos en una de las discotecas más punteras de la
capital.
Nada más llegar, ya nos echaron el ojo. Había un par de chicos en la puerta
que, con mucho arte, nos preguntaron.
—Ole el arte de las españolas, ¿de dónde sois?
—¿Y vosotros? ¿Es que tenéis un radar puesto? —les pregunté yo.
—Un radar porque somos de Málaga y vosotras no podéis ser de muy lejos.
Yo me llamo Borja y mi amigo es Bruno —Se presentaron aquellos dos
turistas españoles.
—¿Borja? Y ahora dirás que no eres pijo —le contesté porque era
monísimo, igual que su colega, pero pijos los dos hasta caerse de espaldas.
—Oye, que los pijos también tenemos derecho a ligar, ¿qué pasa? —me
respondió con gracia.
—Pues mira, tienes razón. Tira pá dentro —le dije pensando en que la
noche no pintaba mal.
—Eliana, acuérdate de que…
—Que te calles, Lola, que esta noche no pienso escuchar a nadie. A mí me
ha tocado tela las narices quien tú ya sabes, así que ahora le voy a dar una
razón para que se enfade de verdad.
—¿De quién habláis?
—De un chico que se llama Jor…
—¡¡De nadie!! —le chillé.
—Bueno, y de mi novio, porque a esta no le interesa que lo diga, pero yo
tengo novio y se llama Chus.
—¿Vas a seguir largando? Al final perdemos hoy la amistad tú y yo, pero de
verdad —la amenacé.
—No, por nosotros no, que ni mi amigo ni yo somos celosos. —Se unió a la
conversación Borja.
—Eso es verdad. —Le dio la razón Bruno.
Aquellos dos tenían pinta de haber ido hasta allí para comérselo todo, de
eso era de lo que tenían pinta. Y yo tenía unas ganas de cachondeo para
vengarme que no estaban escritas y hoy era el día, más que nada porque me
había terminado de tocar las narices.
En fin, que hasta dejé que el tal Borja me cogiera de la cintura para entrar
en la discoteca. El otro intentó lo mismo con Lola, aunque se llevó un
manotazo por su parte que le dejó todos los dedos marcados en el brazo. Y a
mí… a mí me dio un ataque de risa que parecía que estuviera borracha por
mucho que acabásemos de entrar.
La marcha dentro era total, un verdadero ambientazo. Los ritmos latinos
sonaban por las diferentes pistas de la discoteca.
—Yo siento un calor infernal, Lolita, este clima me agobia —le contaba a
mi amiga porque muy bien no es que estuviera.
—Eso es por el berrenchín que traes encima, pero cuando te tomes un par
de copas se te pasa.
—Un par de docenas me pienso tomar esta noche. Y van a invitar los pijos,
como Eliana que me llamo.
—No les des demasiada confianza, que ya tú sabes, mi amol cómo se lo
quieren cobrar esos —me respondió poniendo acento cubano y haciendo
que tuviera que salir corriendo al cuarto de baño, porque estaba frenética y
me hacía pis de tanto reír.
Mi amiga estaba en lo cierto. Y yo tenía la maldición encima de que
cualquiera que se me acercase me recordaba demasiado a Jorge y eso me
ataba de pies y manos. Al menos, ellos no lo sabían y mientras pensaran que
se lo iban a comer todo con nosotras, allí estarían los dos haciendo los
primos.
Primos en realidad no sé si serían, pero palique tenían un rato. Anda que no
charlaban, y encima bailaban bien.
Comenzó a sonar La Gozadera de Gente de Zona y a mí los pies es que se
me iban solos.
Borja me cogió por la cintura mientras yo le daba un sorbo largo al mojito
que me acababa de poner en las manos.
—Anda que como este piense que lo sorbes todo igual, se creerá que le vas
a volver los ojos. No te suelta, ya te digo yo que no te suelta. —Se partía
ella.
—Tú calla y aprende. Mira. —La provocaba yo.
—Aprendo de cómo nos metemos en líos —me respondió ella.
—¿Tú cuándo te has vuelto una aburrida? Que no me entere yo, ¿eh?
—¿Una aburrida? Vas a ver lo que es bailar —me retó tirando del brazo de
Bruno.
El pijo tenía una copa en la mano que no pudo caer en sus bermudas, no. Su
contenido me cayó en todo el escote, el cual vino corriendo a secarme
Borja, que era un poco sobón, eso se veía de lejos.
—Que corra el aire, estate quietecito, que así estoy más fresquita —le
advertí en cuanto lo vi en plan pulpo.
—Mujer, si yo solo quería ayudar…
—Pues no ayudes tú tanto, que se te ve el plumero.
—Mejor el plumero que no la pluma, porque por si no te habías dado
cuenta, a mí me gustan mucho las mujeres.
—Me la he dado porque tus ojos de pijo parecen rayos X, que las vas
fichando a todas, machote. Pero vamos, que para lo que a mí me importa…
—¿Cómo a todas? Si yo no tengo ojos más que para ti. Y otra cosa, que
todavía no me has dicho de dónde eres ni de dónde es tu amiga.
—Es verdad, pues mira somos las dos del mismo sitio; de donde a ti no te
importa. —Ya me estaba saliendo la borde que había dentro de mí y eso era
porque no podía quitarme a Jorge de la cabeza.
—Oye, no me trates mal, que si me interesas es porque nunca se sabe
cuándo está uno ante la mujer de su vida.
—Una tontuna más como esa que me sueltes y te baño con mi copa. Te voy
a poner las ideas fresquitas y lo que no son las ideas también… —dije con
una sonrisa de lo más frívola.
El pijo me estaba comenzando a tocar las narices. Eso sí, tanto él como su
amigo estaban frenéticos. Esos igual se habían metido algo más que una
buena cena antes de ir a la discoteca, que no descartaba yo nada.
Comenzamos a bailar los cuatro y hay que reconocer que lo hacían con
mucho arte. Nos llevaban muy bien y yo lo que quería era olvidarme de
todo, algo que parecía que no funcionaba mucho… Y también el buen
puñado de mojitos a los que me invitaría, porque yo necesitaba alcohol en
vena esa noche y esos sí que me podrían aportar resultados.
Terminó la primera canción y siguieron otras muchas. Unas veces
bailábamos con ellos y otras con más chicos, pero Borja y Bruno siempre
estaban ahí para volver a pillarnos.
—Les estamos dando muchas confianzas. Estos dos se van a creer que se
comerán algo esta noche y conmigo no, desde luego —me decía mi amiga
por lo bajini.
—Qué cansina eres y qué te gusta comerme el coco. Que bailes ya, joder —
le pedí dándole un empujón y terminó en lo alto de una pareja.
La noche iba de baños, porque la copa que tenía el chaval en la mano acabó
encima de su novia, que era cubana.
La chica, súper cabreada, se volvió con la intención de coger por los pelos a
mi amiga y yo activé la furia rabiosa yéndome hacia ella también.
Si no nos arrancamos unos cuantos manojos de pelos fue porque los pijos
nos separaron. Al final, acabaron encarados con el novio y nosotras los
dejamos allí discutiendo y salimos corriendo con nuestros mojitos.
—Tía, qué fuerte —me dijo Lola.
—De fuerte nada. Si no ha habido leña, tonta…
—Todavía no, pero ahora lo mismo la hay. —Me señaló al fondo de la
discoteca.
—Pero ¿qué están haciendo esos dos aquí? Es que manda huevos, pero
huevos que manda.
Allí estaban los dos: Jorge y Chus. Esos nos habían estado buscando hasta
dar con nosotras y no sabíamos cuánto tiempo llevaban allí.
—¿Estás bien? —le preguntó Chus a Lola, acercándose algo preocupado,
pero también con cara de enfado.
—Estupendamente, no te preocupes, cariño —le respondió ella.
—A ti no te pregunto porque veo que estás divina —me soltó Jorge con
retintín.
—Pues nada, ya tienes dos buenas noticias: esa y que no necesitas gafas.
¿Se puede saber qué haces aquí?
—Pues comprobar que te lo sabes pasar genial sin mí, aunque no es la
primera vez, la verdad.
—¿Otra vez vas a empezar? ¿Va en serio? Tú de esta te enteras, ya te digo
yo que te enteras —le amenacé porque no tenía el momento para
gilipolleces y era lo que me faltaba.
Igual también la noche me confundía como a mucha gente, que para colmo
estaba en Cuba, aunque también pudiera ser que me confundiera el alcohol
de los muchos mojitos que ya llevaba en el cuerpo, una de dos… todo podía
ser, porque yo no me lo pensé mucho y me fui en dirección a Borja, quien
se había librado de meterse en una buena pelea con el novio de la chica por
los pelos… Es un decir, porque ese pelo no es que tuviese mucho y, aunque
era muy guapo, estaba más bien rapado.
Lola me hacía gestos de que no la liara más, gestos todos ellos que me
traían absolutamente sin cuidado, no hay ni que decirlo.
—Ven aquí, que vamos a bailar tú y yo —le pedí cogiéndole de la mano.
Él no había visto a Jorge y, aun así, ya estaba temiendo meterse en otro lío.
—Oye, ¿esto no tendrá truco? Porque estoy comenzando a pensar que eres
más peligrosa que una metralleta.
—Tonterías, ¿qué truco va a tener? Tú ahora, después de que has podido
perder los piños, arrima ahí la cadera y a bailar, que vamos a darlo todo —le
dije con el alcohol corriendo ya con total libertad por mis venas.
Quien también tenía ganas de correr era Jorge. En su caso, de correr hacia
Borja. La mirada de ira que nos estaba echando era tremenda. Yo es que lo
estaba provocando a tope, eso no lo voy a negar.
Comenzamos a bailar y Jorge no nos quitaba ojo de encima. Le vi tomarse
dos cubatas de dos tragos, con eso os lo digo todo.
Cuanto más bebía él, más ganas de provocar sus celos me entraban. Quizás
por eso le envié a Borja señales equivocadas. Y quizás por eso el pijo trató
de besarme.
Se lio el taco, para qué vamos a decir otra cosa. Si digo que Jorge saltó por
encima de la cabeza de alguno para llegar hasta Borja, no es que esté
exagerando, es que literalmente fue así. En un visto y no visto.
Lo único que sé con certeza es que llegó hasta él y le dio un puñetazo que lo
tiró de espaldas.
Entonces su amigo Bruno se acercó corriendo a encararse con Jorge y, antes
de que se encontrara también con su puño, se dio con el de Chus, que ya
estaba también metido en el lío.
Bruno acabó en el suelo con Borja y a mí, que tenía una cogorza como un
piano, me dio por reírme. A ellos les hizo menos gracia y tanto Chus como
Jorge nos cogieron de las manos antes de que allí se liara más gorda.
—Que no, que yo quiero seguir bailando —le decía haciéndole burla a
Jorge.
—Tú ya has bailado bastante por esta noche, ¿no te parece? O, mejor dicho,
has dado el cante, porque lo has dado y bien —me reprochó él.
—Cuidadito con lo que dices, ¿me oyes?
—No, no voy a callarme porque a ti te dé la gana. Estás jugando con mis
sentimientos, Eliana, y lo peor es que también tú los tienes; tú sientes por
mí.
—Yo siento el momento en el que habéis aparecido, ¿te enteras? Me lo
estaba pasando superbién sin ti, que sepas que no me haces ninguna falta y
que…
No me dejó decir nada más. Enfermo de celos como yo le había puesto, solo
acertó a darme un intenso beso en la boca. Un intenso beso que tapó
cualquier posible intento de contraatacar con mis palabras, las cuales no se
correspondían para nada con la realidad. No obstante, es que no podía dejar
que se pusiera así conmigo cada vez que los celos aparecieran por su mente.
Eso no podía ser.
Capítulo 17
Y llegó el gran día, ¡¡mis padres se casaban!!
Quién me lo hubiera dicho un tiempo atrás. Cuántas vueltas da la vida y qué
emocionantes todas.
—Jorge, es que no me lo puedo creer —le dije nada más despertarme y
frotándome los ojos.
—Pues ya es hora de que te lo creas, preciosa. Te apuesto lo que quieras a
que tu madre está tan nerviosa como tú y lo digo porque, aunque sea la
novia, es difícil que lo esté más. —Me besó.
—Ay, Dios, tengo que ir a verla y tener un desayuno de chicas hoy. Vosotros
os quedáis con papá, ¿vale? —le pregunté mientras me levantaba de un
salto aun a riesgo de marearme y todo.
—De acuerdo, Chus y yo nos encargamos de tu padre, pero dime antes, ¿no
se te olvida nada?
—Ay, es cierto. Recuerda que tienes que ponerte la corbata que va a juego
con mi vestido.
—Eso ya me lo has dicho un millón de veces.
Sabía muy bien a qué se estaba refiriendo, pero a mí también me gustaba
pincharle.
—Pues ni idea entonces…
—Ven aquí, dame mi beso o cerraré la puerta con llave y no podrás salir.
—Y te has creído que mi padre no la echará abajo en ese caso. —Reí.
—Es verdad. No sé si tiene más ganas de casarse o de que tú asistas a esa
boda. Venga, te dejaré marchar, seré benevolente.
Lo hizo, pero en plan pulpo, tocándome y besándome por todas partes. Yo
apenas me coloqué un vestidito fresco para llamar a la puerta de la
habitación de mi madre y luego a la de Lola, con la intención de bajar a
desayunar.
La que me trajo al mundo me abrió con una sonrisa de oreja a oreja
mientras Lola salía también de su habitación.
—Eliana —le dijo mi amiga— qué buenos colores tienes. Yo creía que la
noche de boda es la siguiente al enlace y no la anterior.
Sacó su risa. Mi madre estaba feliz como la vida misma y enseguida se vino
a desayunar con nosotras. Ya estábamos en el comedor cuando se nos unió
su amiga Caridad, la cual venía vestida ya para la ceremonia.
—Pero mija, qué pronto te has arreglado —le dijo mi madre.
—Hombre, claro. Yo tenía que venir para no perderme el desayuno, menudo
festín. Si esto parece ya el convite.
—No, Caridad, el convite va a ser la bomba, ya lo verás —le advertí.
—Ay, Eliana, qué contenta estoy por ti. Si es que te lo mereces todo…
Lola, que era guasona igual que Caridad, comenzó a cantarle a mi madre
por María Jiménez y ella se partía cuando se enteró de eso de que se
merecía un príncipe o un dentista.
—Un príncipe no será, pero para mí es el más bonito —murmuró a la vez
que suspiraba en plan quinceañera.
—Ay, mamá, haz el favor de callarte, que voy a empezar a llorar hoy y no
terminaré hasta mañana. Mira, la carne de gallina me la has puesto.
—Quita eso, que así se me pone a mí cuando me da cistitis —me dio Lola
un codazo y todas nos reímos.
Tras el desayuno, del que mi madre apenas probó bocado porque decía que
no le entraba nada en la boca, algo que provocó nuestras carcajadas, nos
fuimos directas para su habitación donde nos esperaba el precioso vestido
de novia que le habíamos alquilado.
Aunque pensamos en contratar a alguien para que la peinase y maquillase,
mi madre era una mujer muy sencilla y prefirió que la arreglásemos entre
todas.
Caridad se las apañaba genial con el pelo, y entre Lola y yo la
maquillaríamos. Así todo quedaba en familia. A quien sí le permitimos
entrar fue al fotógrafo, para que tomara las primeras imágenes mientras ella
se ponía una batita de raso que le regalé para el comienzo de la sesión de
fotos.
Cuando ya le íbamos dando las últimas pinceladas, Caridad pronunció las
palabras mágicas.
—Ahora me tomaba yo un mojito.
—¿Tú quieres uno? —le pregunté.
—Pues claro y yo otro —me contestó Lola, a quien le faltaba el tiempo.
Y a mí me faltó tiempo para llamar al servicio de habitaciones, por lo que
en cuestión de unos minutos acudió una chica con una bandeja y un mojito
por cabeza, el cual nos beberíamos en un abrir y cerrar de ojos.
—Eliana, ¡¡que seas muy feliz, mija!! ¡¡Te lo mereces!! —Brindó por ella
Caridad y las demás asentimos, chocando nuestros refrescantes vasos.
No es porque se trate de mi madre, pero iba ideal… Le teníamos muchas
sorpresas reservadas para ese día, uno de los más emocionantes de su vida.
Yo solo quería que pudiera sentir la felicidad en estado puro. Era tan
joven… Todavía tenía toda la vida por delante. Y mi padre sabría hacerla
feliz, eso yo lo tenía claro.
El momento de colocarse el vestido fue de lo más emocionante. De corte
sirena y confeccionado en crepé, contaba con una preciosa cola de esas que
llaman de estilo «catedral». Una auténtica virguería sin mangas, que para
algo era cubana y se casaba en La Habana con un escote corazón y una
cintura entallada que realzaba su figura al máximo.
—Mamá, ¡¡papá se va a caer de espaldas!! —le chillé al verla vestida de
novia.
—Mija, esta niña tiene razón. Este hombre va a dar tremendo batacazo
hacia atrás cuando te vea. Si es que pareces una artista de cine —añadió
Caridad.
—Estás para comerte, bombón —terminó por decir Lola.
—Mamá, tú no dejes que esta te mire demasiado, que estás de muy buen ver
y ella tiene mucho peligro. —Me reí a carcajadas.
—No, si vas a seguir. —Me correteó por la habitación mi amiga.
Ella y Jorge serían los testigos de la boda, por lo que él llamó a nuestra
puerta a la hora convenida para llevársela del brazo.
—¡¡¡Qué me caso!!! —exclamó emocionada.
—Que te dejas las flores, mami, que te las dejas —le recordé mientras se las
colocaba entre las manos, las cuales le temblaban tela.
—Hija, qué feliz estoy. Mira, si es que voy hecha un flan…
—Sí, un flan de chocolate, mamá. Que Lola te mira como a un bombón. —
Seguí con las bromas.
Nos fuimos todas para abajo. Lola y mi padre salieron antes para el juzgado
y nos esperarían allí.
Los ojos de mi madre se aguaron ante la imagen del precioso coche que le
habíamos alquilado, un magnífico y llamativo descapotable clásico ante el
que se volvió loca.
—Pero ¿ahí me voy a subir yo? Qué lujo —decía mientras Jorge la ayudaba
a subirse y yo sostenía su cola para que no se la pisara.
El chófer ya los esperaba y les dio la bienvenida. Mi madre nos lanzó un
montón de besos antes de que se pusiera en marcha, un momento que yo
grabé. Ay, por favor, qué imagen más simpática con ella chillando y el ramo
por los aires. Un poco más y sale volando…
El coche dio un par de vueltas de más para que el resto estuviéramos al pie
del juzgado cuando la novia llegase. Si ella estaba atacada, mi padre era un
auténtico manojo de nervios al lado de Lola, quien me miraba emocionada.
Mi amiga sabía muy bien que, después de todo lo que yo había pasado en la
vida al lado de una mujer que se llamó mi madre y nunca me quiso bien, ese
día suponía para mí que un sueño se hiciera realidad.
Apenas pude contener las lágrimas durante toda la ceremonia, que no fue
larga, pero sí emotiva. Y a la salida del juzgado les sorprendimos con una
verdadera lluvia de pétalos, con una copa y con un grupo que comenzó a
cantar, por lo que mi padre y mi madre «salsearon» allí mismo.
Se les veía felices y enamorados. Él la movía como si fuese una muñequita
y no podía dejar de besarla mientras bailaban.
—La va a gastar —le decía yo a Jorge mientras aplaudíamos al final del
baile.
—Si no te gasto yo a ti… —Me besaba en el cuello y donde cayera. Le
encantaba el outfit elegante, pero muy sexy, que escogí para un día tan
especial como aquel.
El convite lo celebraríamos en el hotel, que para eso no podíamos estar más
enchufados, aunque por la noche saldríamos a bailar por La Habana Vieja.
En el mismo coche descapotable se fueron ambos y, al llegar al hotel, ya les
esperábamos con más música, más copas y con un buen montón de
sorpresas para que el día resultase simplemente maravilloso.
Todo era emocionante, pero, principalmente, la forma en la que se miraban
ambos. Jorge y yo les habíamos preparado el convite más romántico del
mundo, todo muy al gusto de mi madre, a quien ya conocíamos lo suficiente
para acertar en cada decisión.
Mi padre se mostraba muy agradecido con él y a mí no paraba de decirme
lo orgulloso que se sentía, mientras a mi madre cualquiera de los detalles le
sacaba una lagrimilla de felicidad.
En el momento de cortar la tarta, ambos quisieron que les ayudara yo, por
ser su hija, mientras Jorge grababa y hacía fotos, las cuales nos quedarían
como el mejor de los recuerdos de un día inolvidable.
De allí salimos con mucha bebida y comida en el cuerpo, pero el día no
había terminado ni mucho menos. Nos quedaba una celebración nocturna
por La Habana Vieja en la que derrocharíamos arte, pero también risas y
buen rollo, que para eso estábamos en un lugar mágico donde los haya.
El local reservado para el baile tenía una preciosa terraza al aire libre, donde
se nos venían muchas horas, donde el baile y el alcohol serían los
protagonistas junto a los novios.
Un nuevo grupo se encargaría de la música en directo y todos demostramos
lo mucho que nos gustaba bailar, entrando allí en parejas y formándola a lo
grande.
Un photocall de lo más simpático, por el que fuimos pasando, nos sirvió
para dar el pistoletazo de salida a una fiesta en la que no faltó nada a ritmo
de salsa.
Para colmo, a mi padre le dio por decir unas palabras y mi madre se
emocionó tanto, comenzando a llorar como una cría, que protagonizó la
escena más tierna del día.
Hasta fuegos artificiales se dejaron ver cuando cayó la noche, lo mismo que
atracciones de todo tipo que hicieron de aquel día uno que jamás se borraría
de nuestras mentes.
Jorge se mostró de principio a fin no solo muy pendiente de mí, sino
también de mis padres, algo que no tendría vida para agradecerle pues, de
todas las bodas que pudieran haber celebrado, aquella fue la mejor.
—Esto te lo tendré que compensar de algún modo —le dije yo mientras
bailábamos tan cerca el uno del otro que parecíamos hacer el amor de pie.
—Y no creas que no me lo pienso cobrar —me advirtió arqueando una ceja.
—Y no sé quién disfrutará más, si tú cobrándotelo o yo pagándotelo. —Le
guiñé un ojo.
—Espero que tú, siempre tú, aunque sabes que yo disfruto viendo cómo lo
haces. —Me besó.
Estaba muy romántico y entregado esa noche. No le había salido por la boca
ningún tirito de los suyos sobre el tema de Valentino, probablemente porque
sabía que no era una ocasión para eso. Y, además, que ya se había liado a lo
grande unos días atrás cuando salí con Lola y ellos aparecieron.
—Ya lo sé, ya… Me gusta todo contigo y no tengo palabras para
agradecerte todo esto —insistí.
—Y yo te repito que no te saldrá gratis —añadió apretando una de mis
nalgas.
Cómo me gustaba todo lo que me hacía. La música de salsa es perfecta para
transmitir esa corriente sensual y sexual que ambos sentíamos. Jorge me
ponía en órbita y yo, aunque me lo estaba pasando genial, ya soñaba con
estar a solas con él e imaginaba cómo me quitaría ese vestido que miraba
como si le gustara mucho, pero también como si me sobrase.
Al final de la celebración, nos despedimos de mi madre y de mi padre, que
ya subían a disfrutar de su noche de bodas.
—Mija, qué boda más bonita. Qué bien me lo he pasado —le decía Caridad
a mi madre mientras le daba un beso.
—Ya lo hemos visto, si es que has ligado, Caridad —le contestó mi padre,
que no podía estar más contento.
—Que no, hombre, que no me lo digas más —le contestó la mujer, que se
ruborizaba porque nos dimos cuenta de que uno de los integrantes del grupo
musical se había interesado por ella y se tomaron algo juntos antes de salir
de allí.
—¿Qué no? Pero si te está esperando, amiga. —Le señaló mi madre y a ella
le salieron unos colores en los mofletes que ni a Heidi.
—Ay, qué nervios, mija, deséame suerte…
—Con que tengas la mitad que yo, ya vas servida —le dijo mirando a mi
padre—. Pero te deseo la misma, cariño —se despidió.
Mi madre era una buena mujer, algo que sin duda a mi padre le apasionaba.
Pero que fuera tan bonita por fuera como por dentro también contaba. A él
se le caía la baba con su recién estrenada esposa y que se tratara de mi
madre era ya el colmo de los colmos, el hombre no podía sentirse más feliz.
Jorge me abrazaba mientras los veíamos marcharse en dirección a la
habitación. Mi padre se la comía a besos y ella, que más bonita no podía
estar, se dejaba querer.
Él también comenzó a besarme detrás de la oreja y me estremeció por
completo. Cada vez que se acercaba así, cada vez que le sentía tan
entregado, cada vez que intuía que el sexo con él se avecinaba, yo me
deshacía por dentro.
Les dediqué a mis padres una última sonrisa que no contemplaron, pero que
tenía la certeza de que les llegaría. De una manera u otra les llegaría. Qué
feliz me sentía por ellos y cuánto se merecían todo lo bueno que les pasase.
Lola y Chus ya estaban en su suite, ya que se habían encerrado los
primeros. Otros que esa noche iban a tener marcha…
Capítulo 18
Jorge me ponía siempre, eso no lo podía yo negar. Pero después de un día
tan emocionante como el que habíamos tenido, mejor no digamos ya.
Nos lo habíamos pasado de auténtico vicio. La boda salió de lujo y los
últimos bailes de la noche, esos que disfrutamos ya a tope con el alcohol
saliéndonos hasta por las orejas, habían hecho que nos subiera la fiebre a los
dos.
El sexo con Jorge estaba a otro nivel, por lo que yo me iba humedeciendo
camino de la habitación, esa que miraba al Malecón. No era la primera
noche que me lo hacía mientras yo disfrutaba de esas vistas, pero sí
apuntaba a que sería la más especial.
Ya antes de subir a la habitación, en la puerta del hotel, me cogió en brazos.
—Me parto, ni que yo fuera la novia. —Reí.
—Tú serás lo que tú quieras ser, preciosa.
—Míralo a él, si se va a poner romántico y todo.
—Yo me pongo contigo como tú quieras. Sabes lo que siento por ti…
—Sí, en estos momentos, unas ganas que no veas de darme…
Fui a decir un disparate que, entre risas, terminó él con un beso de tornillo
que me calló por completo.
Ya una vez dentro de la habitación, me encantó la forma en la que comenzó
a quitarme el vestido. Lo digo, así como si hubiera sido romántica o algo,
cuando lo cierto es que me encantó porque a Jorge le salió el «empotrador»
que llevaba dentro y la lio, tirando de sus muchos botones a la vez, y
provocando que todos estallaran al mismo tiempo.
Yo también estallé, pero en risas, lo mismo que él, y a punto estuvimos de
caernos de la enorme cama en la que me tenía bocabajo. Viendo ya que el
vestido estaba totalmente arruinado, tiró también de la falda y la hizo
pedazos.
Cómo me ponía cuando hacía ese tipo de cosas. La fuerza de sus manos, el
gesto con el que me miraba, para mí era todo de infarto y mi corazón
comenzó a bombear sangre a toda pastilla.
No solo notaba acelerarse a mi corazón, también me invadió un temblor en
la entrepierna que dio paso a un humedecimiento total de mi interior, el cual
parecía echar fuego al contacto con sus dedos. Y digo al contacto con ellos
porque de inmediato tiró de mi tanga hacia el lado y me hizo estremecerme
por completo.
Cuando creí que esa íntima y pequeña prenda interior estaba a salvo, una
risita maliciosa por su parte me hizo ver que no era así. Me había engañado
por unos segundos, pero su destino sería el mismo que el del vestido.
Con los dientes, el tanga me lo arrancó y lo hizo pedazos con gesto
morboso, antes de actuar del mismo modo con el sujetador.
—Toma ya, con lo que me ha costado —le solté entre carcajadas.
Ni siquiera me contestó. No lo hizo al menos con palabras, sino que llevó
sus manos a mi cara y me metió un par de dedos en la boca. Mi
humedecimiento fue a más en un instante en el que no dudé a la hora de
interpretar un gesto que llevó los mismos dedos al interior de mi vagina.
Con ellos dentro, comenzó a removerlos y yo a humedecerme más y más.
La otra mano la puso sobre mis pechos. Las caricias que irían dirigidas a
mis pezones los endurecieron una barbaridad. Él sabía cómo retorcerlos,
cómo pellizcarlos y cómo hacerme subir tan alto que la excitación me
invadiera por completo.
Solté un grito de placer que le puso en alerta. Nada para él como uno de
esos gritos y entonces potenciaba aquello que estuviera haciendo.
Se puso de espaldas a mí y, por unos segundos, de frente a un espejo. No
esperaba yo que me pusiera así y me excité muchísimo. Tanto, que solo hizo
falta eso y poco más por su parte, para que un primer orgasmo me asaltara,
haciendo que todo mi cuerpo se llenara de una capa de sudor muy fino, pero
que me envolvió por completo.
Me tumbó entonces en la cama y bocarriba. Las impresionantes vistas que
me ofrecía la habitación la convertían en el mejor de los marcos, en el
mejor telón de fondo para vivir esa escena sexual que me hacía hervir, como
si se tratase de un volcán en erupción capaz de subir la temperatura hasta
abrasarnos a ambos.
Supe muy bien lo que venía a continuación. Lo supe porque el sexo ya no
tenía secretos para nosotros, lo cual no significaba que él no tuviera el poder
de sorprenderme en la cama, algo que hacía siempre.
A lo que me vengo a referir es a que a ciertos gestos suyos ya los
identificaba y la manera de acercarse de Jorge apuntó a que su lengua
entraría en acción.
—¿Se puede saber cómo la tienes tan bien entrenada? —le pregunté justo
cuando la hundió en mi sexo.
—Y a punto siempre para ti, preciosa —me respondió parando por unos
segundos.
Cuando me estaba excitando al máximo y de pronto paraba, yo sentía que
me envolvía en una bola de fuego, que las llamaradas me recorrían el
cuerpo, como si mi piel fuese recorrida por…
—¿Es que me estás dando con un soplete? —le pregunté burlona, con tanto
alcohol como tenía encima.
—No, no tengo un soplete, pero sí que puedo soplarte —me informó
mientras de su boca comenzaba a salir viento dirigido a refrescar mis partes
más sofocadas.
Me flipaba el sexo con él. De principio a fin, era toda una experiencia que
me llevaba a un punto de excitación brutal. En cada uno de sus gestos, de
sus movimientos, yo me sentía derretir.
Una vez que me hubo recorrido con su lengua, se centró en mi clítoris y
entonces supe que no pararía hasta que ese orgasmo me hiciera chillar de
placer para él.
La forma en la que recorría mi clítoris era brutal y también cómo me lo
acariciaba, una vez que su lengua descansaba. Cuando me corrí para él y
entre gritos, mi esencia se derramó y no dudó en recogerla con la punta de
su lengua.
La tremenda excitación que sentía se dejaba ver en sus ojos, los cuales
brillaban al máximo. Ese brillo contagiaba a los míos, y ambos
terminábamos echando chispas.
Me puso entonces de pie, con la intención de llevarme contra una pared. Le
gustaba que apoyase las palmas de las manos en ella para comenzar a
penetrarme, dejándome sin movimiento, apretándome contra esa pared en la
que yo no encontraba escapatoria. Y por supuesto que tampoco quería
encontrarla.
Camino de ella, me di la vuelta y tomé su miembro con mi mano. Lo
encontré no solo erecto, sino tremendamente caliente. Mi mano ardía al
contacto con él cuando me agaché y entonces la que pasó a arder fue mi
boca, que abrí mucho para facilitar la entrada de un pene que encontré en su
máximo esplendor.
—Ufff. —Salió de su garganta.
Yo no podía murmurar nada, ni tampoco responderle de ningún modo que
no fuese el de llevarme ese miembro hasta la entrada de mi garganta, de la
que también parecía salir lava, de lo caliente que estaba.
Me gustaba devolverle el favor. Él sabía como nadie, llevarme al límite
cuando su lengua bajaba hacia la parte sur de mi cuerpo y yo, yo no quería
renunciar a estar a su altura.
Me encontraba acuclillada y con el Malecón de fondo, que estaba siendo el
mudo testigo de una relación sexual tremendamente ardiente.
Jorge me agarraba por el pelo mientras yo buscaba sus ojos con los míos.
Algo que me volvía loca era no perder el contacto visual con él en
momentos así.
—Sigue, por favor, no pares —me rogaba.
No, yo tenía la más mínima intención de parar. Más allá de eso, deseaba
demostrarle hasta qué punto podía llevarle, hasta qué punto hacer que su
cordura se volviese locura antes de entrar en mí.
Él estaba tan loco por mí como yo por él. Y en esa locura que ambos
sentíamos nos queríamos perder.
Su pene se fue endureciendo tanto al contacto con mi boca y con la entrada
de mi garganta, que pronto tuve claro que apenas nos quedaba margen. Si
por mí hubiera sido, habría provocado que terminase de ese modo, antes de
darle unos minutos para recuperarse y volver a empezar, ya que Jorge no
necesitaba más que eso.
De todos modos, y como digo, no solo dependía de mí, por lo que salió de
mi boca y buscó la entrada de mi vagina con su pene, no sin antes ladear mi
cabeza, apoyándome contra la pared que daba a la terraza, para que
contemplara las mejores vistas.
Con todo y con eso, lo más bonito que allí había eran sus ojos y su rostro al
completo, que no podía resultarme más atractivo. Jorge era guapo a rabiar y
ningún otro hombre en el mundo me ponía como él.
Entró en mí de una fuerte estocada que me puso en órbita.
—Esta para que te acuerdes de quién te lo hace como nadie —me susurró
en el oído.
No podía evitarlo. Lo de Valentino le seguía rondando la mente y le salía en
el momento menos pensado. Y si había alcohol de por medio era más
sencillo todavía.
—Si ya lo sé, no se me olvida.
—Pues para que siga siendo así. No quiero acordarme —me confesó
mientras me embestía con más firmeza.
—Es que no tienes por qué hacerlo. Él ya no significa nada para mí —le
respondí buscando sus ojos para que encontrara la verdad en los míos.
—Es que lo pienso y no lo soporto. No lo soporto —prosiguió dándome
más y más fuerte.
—¿Es que acaso no ves que es contigo con quien quiero estar? ¿Es que no
lo ves? —le pregunté.
No me respondió nada más. Cuando los celos le atacaban, algo que ocurría
a menudo, prefería actuar a hablar. Y entonces salía su parte más salvaje y
primitiva.
Vi de lejos que íbamos a echar un polvo increíble. Siempre lo eran con él,
pero había algunos que me llevaban a lo más alto.
Esas primeras y fuertes embestidas las acompañó con un movimiento de
dedos sobre mi clítoris, un movimiento que me excitó muchísimo y que me
llevó enseguida de nuevo a gritar para él, en ese caso su nombre.
Cuando Jorge me notaba así de entregada, parecía convencerse de que era
con él y solo con él con quien yo quería estar. Y por ese motivo, él se
excitaba más y más. El sexo entre ambos se hacía más crudo, más fuerte,
más intenso.
Cuando por fin terminó, cuando le llegó el alivio y yo me estremecía por
completo, me volví y besó mis labios.
Besándome sin parar, me tomó en brazos y entonces fuimos a parar a la
cama, en la que caí bocarriba mientras su cuerpo me cubría. Sus gestos eran
posesivos y yo reconozco que eso me excitaba mucho.
Ya sabía que no tardaría en recuperarse. Mientras me besaba y acariciaba mi
cuerpo, su miembro comenzó a levantarse de nuevo. Yo estaba exhausta en
ese momento y él lo sabía. Fueron muchas horas y el polvo que acabábamos
de echar no había sido cualquier cosa.
Sin embargo, yo tenía claro que él se encargaría de todo. En esa ocasión en
la cama, volvió a entrar en mí y luego acarició mi rostro, despejándolo de
pelo.
Se veía venir que comenzaría a hacerme el amor, pues era capaz de ser el
más salvaje y el más romántico en la misma noche, y eso era algo que me
hacía enloquecer.
A partir de ese momento, pegó su cadera con la mía, haciendo que ambos
cuerpos parecieran uno solo. Él se encargaría de todo. Yo solo me dejaba
mecer por sus brazos con la sensación de que estábamos navegando en un
océano de olas húmedas, en el cual se había convertido nuestra cama.
Jorge llevaba el timón y yo solo me perdía en sus ojos, unos ojos que
derrochaban amor y en los que me fascinaba perderme.
Sus embestidas en aquella ocasión fueron más moderadas, saliendo y
entrando de mí con mimo, dibujando círculos en la entrada de mi vagina
con la punta de un miembro que me penetraba como si fuese un cuchillo y
yo mantequilla caliente. La misma que, repito, se derretía para él.
Estaba dispuesto a provocarme más de un orgasmo de nuevo. Él no
renunciaba jamás a esa posibilidad. Y yo, yo acariciaba su rostro mientras
me cogía a sus fuertes brazos.
También nosotros parecíamos estar de luna de miel. En aquella cama, bien
podíamos pasar por recién casados de esos que desean entregar lo mejor del
uno al otro. En momentos así, me sentía en el paraíso con un hombre que
me hacía sentir como si no fuese de este mundo.
La noche acabó entre besos y arrumacos como pruebas de que todos los
tipos de sexo pueden darse en cuestión de unas horas. El Jorge
«empotrador» dio lugar a ese otro en cuyos ojos podían leerse las palabras
«te quiero», lo mismo que en los míos.
Así nos asaltó la mañana, deseosos de dormir un rato juntos y abrazados
tras un día, el anterior, que no pudo ser más emocionante.
Capítulo 19
Dejábamos Cuba para volver a España. En el caso de mi madre, todo era tan
novedoso para ella que los nervios los tenía a flor de piel.
No creo que me equivoque cuando afirmo que una vida al lado del que ya
era su marido y de mí, su hija, le hacía tanta ilusión que apenas le costaba
mirar atrás, aunque la despedida de su amiga Caridad sí que fue más que
emotiva.
Una vez no nos quedó nada que hacer allí, emprendimos la vuelta, aunque
con la promesa de regresar algún día, pues no solo era la tierra de mi madre,
sino un lugar en el que habíamos pasado momentos inolvidables y del que
nos despedíamos con el mejor sabor de boca.
Llegamos con tiempo al aeropuerto, pues no queríamos sobresaltos. Haber
podido organizar la salida de mi madre de la isla tuvo lo suyo y no
queríamos que nada lo enturbiara. Para ser realista, salía un tanto de aquella
manera por los favores que habían hecho a cambio de dinero.
Jorge me notaba nerviosa y no dudó en preguntarme.
—¿Qué te pasa, Eliana? Estás que te subes por las paredes.
—Es que esto me resulta tan bonito que en algunos momentos creo que va a
salir mal —le conté por lo bajini.
—¿Te refieres a lo nuestro? A ver, sé que en muchos momentos no te lo
pongo fácil. Me cuesta dominar los celos que siento cuando pienso en lo de
Valentino, pero tú mejor que nadie sabes que estoy por ti. Ven aquí. —Me
acarició mientras me ahuecaba en su pecho.
—Ya, ya, si no me refiero a lo nuestro —suspiré.
—Ah, vaya, ¿y entonces?
—Pues no sé, es una sensación rara. Y me da un poco de miedo porque…
—Me está entrando hasta a mí —me interrumpió Lola— es que tú no sabes
cómo es. Cuando comienza a presagiar algo, al final se lía.
Mi padre y mi madre estaban a lo suyo, en plan tortolitos. No paraban de
darse besos y hacerse arrumacos. Ni siquiera habíamos pasado la zona de
embarque, porque como ya digo acudimos con mucho tiempo por delante.
Yo miraba el panel que anunciaba la salida del vuelo y más nerviosa me
ponía. No era la primera vez en mi vida que me pasaba algo así. Se trataba
de una especie de pálpito al que mis padres permanecían totalmente ajenos,
y mucho mejor.
Todos estábamos sentados hasta el momento del embarque, en el cual cada
uno tiró de su maleta de ruedas. La de mi madre era roja, un modelo
bastante básico y no excesivamente grande.
Cuando la vi salir con ella esa mañana del hotel, no dudé en preguntarle.
—No tengo demasiadas cosas, hija —me contó —. Y las que tengo, no
merecen la pena demasiado. No soy una persona apegada a nada material.
Lo mejor que tengo en la vida no es nada que se pueda comprar, sino a tu
padre y a ti.
Esa respuesta por parte de ella me había llamado mucho la atención, por lo
que entendí que, a la hora de comenzar una nueva vida en España, mi padre
le compraría todo lo necesario, no teniendo que cargar desde allí con más
cosas de la cuenta y dejando para que los demás que se quedaban en la isla
pudieran usarla.
Como digo, por fin nos levantamos para pasar la zona de embarque y
entonces comenzó la fiesta, por llamarla de alguna manera. Mi madre fue a
echar mano de su documentación, la cual había dejado en un bolsillo
posterior de la maleta, cuando la cara se le cambió.
—No está, la he perdido —le comentó a mi padre, a quien no le dio un
patatús allí mismo de milagro.
—Eliana, pero si eso no es posible. Yo mismo he visto cómo la ponías ahí
esta mañana.
—Ya se lio, ya se lio, qué peligro tienes. —Me miraba Lola.
—Es verdad, voy a tener que darle la razón —suspiró Jorge.
—¿Tú también? Hombre, por Dios, un poquito de por favor, que yo no
tengo la culpa de nada. Yo solo sé que, de vez en cuando, me da un pellizco
en la barriga y eso significa que se va a liar gorda.
—Al final no me voy a España. —Comenzó a llorar mi madre y nada en el
mundo pudo enternecerme más—. Nos tendremos que separar otra vez,
aunque sea por poco tiempo. Maldita sea.
—Yo de ti no me separo ni con agua caliente, amor. Si tú te quedas, yo me
quedo también —le aseguró mi padre, quien estaba enamorado de ella hasta
las trancas.
—Anda, pues yo también —les dije a los dos, porque a mis padres no los
dejaba allí tirados.
—Y yo contigo. —Dio un paso al frente Jorge y no me lo comí allí mismo
porque estaban mis padres delante, que si no…
—Chus, pues tú y yo no nos podemos ir tampoco, que este aeropuerto es
como el barco de Chanquete y de aquí no nos moverán —se refirió mi
amiga a la mítica serie de televisión Verano azul, pero es que allí todos
estábamos igual.
Me quedé mirando a mi madre y de pronto sentí cómo que se me encendía
una luz dentro.
—Mamá, abre la maleta.
—Hija, ¿para qué? Si yo estoy segura de que los documentos los dejé fuera,
en el bolsillo.
—Abre la maleta que igual nos llevamos una sorpresa.
—¿Una sorpresa? Según se está poniendo el tema de calentito, lo mismo
nos salta un perro rabioso de dentro y nos tienen que poner hasta la vacuna
del tétanos —opinó Lola, quien no veía el tema nada de claro.
—Sí, sí, una sorpresa. Tú hazme caso, mamá, que creo que esto tiene una
explicación. Acabo de caer en una cosa…
—Pues tú dirás, hija. Yo abro la maleta y ¡mira lo que hay!
Lo dijo sin mirar, pero las carcajadas de Lola sonaron en todo el aeropuerto.
—Yo no es por nada, pero, o cambias de bragas o el marido te va a durar
menos que un caramelo en la puerta de un colegio, Eliana —le comentó mi
amiga mientras sacaba una de las enormes bragas de la maleta.
—Esas no son mis bragas, son de señora mayor —se quejó mi madre.
—Ya decía yo, si con estas podemos salir volando. En vez de coger el
avión, las convertimos en un globo aerostático. —Se las puso encima de la
cabeza la payasa de Lola.
—Pero vamos a ver, querida, si estas no son tus bragas, ¿qué hacen en tu
maleta? —le preguntó mi padre.
—Papá, que dicen que el amor atonta, pero lo tuyo ya es de hacértelo mirar,
¡que esta no es la maleta de mamá!
—Ay, Dios mío, que este modelo es muy común y alguien me ha dado el
cambiazo —comentó ella.
—Creo recordar que había una señora mayor, con una pamela grande,
sentada al lado de nosotros… Y para mí que tenía una igual. —Hice
memoria de un hecho al que no le di importancia en su momento, pero que
la tenía, claro que la tenía.
—¡Hay que encontrarla! —gritó Jorge, quien retrocedió y tuvo que dar
explicaciones al guardia, puesto que todos comenzamos a correr en
dirección a las zonas comunes del aeropuerto y aquello parecía un atentado.
—¡Mi amor, te prometo que yo encontraré tu maleta! —le gritó mi padre
como en una declaración de amor y ella le sonreía.
—Sí, papá, que te ha quedado muy romántico, pero corre, que como la
señora esa embarque, a saber, dónde va a parar la maleta de mamá.
Yo no había visto correr a mi padre así en la vida. Se le notaba el
enamoramiento. Y yo tampoco iba a permitir que mi madre se quedara en la
isla, por lo que eché a correr igualmente.
Hay momentos en la vida en los que mueres de amor y lo último que me
podía yo imaginar era que vería ese día a Jorge sobre ruedas. Y no porque le
hubieran salido unas en los pies, sino porque le soltó un fajo de billetes a un
chaval skater que estaba a punto de embarcar también y que no le hubiera
dado el monopatín de otro modo.
A mí es que me puso verlo así y sentí tal emoción que comencé a silbarle
mientras él se abría paso entre la gente subido en el monopatín. Todos le
seguíamos de lejos porque iba mucho más deprisa hasta que nos sorprendió
desde el otro lado del aeropuerto con la maleta en alto. Lo que no sabía él
en ese momento era que la señora mayor, que no sabía de qué iba el tema,
se lo tomaría fatal y, sin más, le arreó con su bolso en la cabeza.
Cuando por fin nos subimos al avión, todavía barajábamos qué llevaba la
señora en el bolso, pero como mínimo debía ser una plancha, porque al
pobre de Jorge le hizo un chichón en la cabeza del tamaño de un huevo.
—Yo te voy a cuidar, que te lo has merecido —le decía sentada a su lado y
cogida de su mano.
—Queréis acabar conmigo. Tu familia y tú parece que os lo habéis
propuesto, pero desde ya te digo que no te librarás con tanta facilidad de mí
—me decía mientras se echaba la mano a la cabeza y se le notaba el gesto
de dolor. Menos mal que la tenía bien dura.
Capítulo 20
Tres días llevábamos en España en los que Lola había estado con fiebre y
muy mal cuerpo, a pesar de los medicamentos que le recetó el médico, que
no parecían hacerle efecto. Al contrario, veíamos que la situación iba a peor
y yo estaba en contacto continuo con Chus.
Fue en ese momento en el que su madre decidió llevarla directamente al
hospital al que le acompañó también Chus.
Chus: Nos la llevamos al hospital, está cada vez más decaída y hasta
delirando. Esto no es normal, Eli, debe tener un virus o algo.
Eliana: Claro, deberían haberle hecho pruebas cuando fue al médico, no
entiendo cómo recetan sin averiguar qué tiene y encima dan por hecho que
lo que tenía era el cansancio del viaje.
Chus: Eso pensamos su madre y yo. Luego te cuento.
Eliana: Mantenme informada.
Chus: Claro, tranquila.
Estos primeros días había sido todo de lo más impresionante, ya que ver la
cara de mi madre descubriendo las cómodas condiciones en las que
vivíamos y los supermercados repletos de todo, había sido para ella cuanto
menos sorprendente y fascinante. Se iba sola al súper a dar vueltas, y es que
para ella eso era como un parque de atracciones.
Me había instalado en casa de mis padres porque Jorge estos días tenía
reuniones con sus asesores y abogados, además de tener que cerrar algunos
temas que dejó en el aire cuando se marchó de manera precipitada a Cuba,
pero iba y venía a casa a verme y habíamos quedado que, en unos días,
cuando él terminara de cerrar todo, me iría a su casa un tiempecito. La
verdad es que no queríamos llamarlo irnos a vivir juntos, pero en el fondo
eso era lo que deseábamos, ya que como él me decía, tenía que llevarme la
mayor cantidad de cosas posible para que no extrañara nada de lo mío.
Mis padres también lo entendían así, veían la ilusión de Jorge en pasar el
máximo tiempo posible conmigo.
Habían pasado unas horas cuando recibí un mensaje con noticias de Lola.
Manuela: Cariño, Lola está muy mal. Las pruebas le han salido
catastróficas, ya que tiene todos los niveles de lo más descompensados. El
problema no es solo eso, también han descubierto que tiene algunos
órganos hinchados. No saben exactamente qué le está pasando, pero la
tienen que ingresar, dar medicamentos por vena y llegar al problema para
poderle poner una solución con tratamiento. Estoy que me muero de la
pena. Una madre nunca está preparada para esto. Dicen que por ahora
tienen que ser prudentes.
A todos nos cayó como un jarro de agua fría y la preocupación era evidente.
Estaba claro, que lo que quisiera que tuviera no había dado la cara hasta
ahora.
Jorge hizo unas gestiones y consiguió que la trasladaran al mejor hospital de
la ciudad que también era uno público, pero tenían unos especialistas
bastantes buenos y era muy reconocido por ello.
Y fue una gran idea, porque después de hacerle mil preguntas a Lola y
tenerla dándole medicamentos en vena, llegaron a la conclusión de que traía
de Cuba algún tipo de bacteria, y que ahora tenían que dar con cuál era, ya
que, al ser propia de aquella zona, era más difícil de averiguar, pero que
estaban en ello y que a través de las heces iban a hacer mil pruebas hasta
dar con la que era.
Achacaban a que la había contraído a través del agua, ya que, aunque se
bebiera embotellada, si luego le añadías hielo ese se hacía con agua local y
podía transmitir cualquier bacteria. Incluso un día nos bañamos en una
piscina un tanto poco higiénica en una visita que hicimos a las afueras de la
ciudad, y aunque nosotros también podríamos habernos contagiado,
tuvimos defensas para luchar contra eso y ella no.
El caso es que ahora estaba con medicamentos, pero necesitaban dar con la
bacteria para poderle poner el tratamiento correspondiente.
Yo iba tanto por la mañana como por la tarde a verla al hospital e intentaba
animarla, pero estaba claro que no tenía fuerzas ni ganas de nada.
—Venga, Lola, que cuando estes bien, nos vamos a ir a buscar a Bruno y
Borja —le murmuraba causando que le saliera una sonrisa mientras negaba.
—Vais a ir más lejos —decía Chus riendo con indignación.
—Hasta que Jorge y tú no nos pongáis un anillo en el dedo, no tenéis
derecho a nada.
—¿Qué se sabe de lo de Rebeca? —preguntó Lola.
—Está en la cárcel y el juicio por lo visto va a tardar. Melissa va a declarar
por videollamada y Jorge presencialmente, están esperando a que les
notifiquen.
—Así se pudra ese bicho —dijo Chus, con ese comentario que le había
salido del alma.
Tres días después nos comunicaron que ya tenían claro qué tipo de bacteria
era y también nos dieron la alegría de que los órganos se habían
deshinchado y las analíticas ya estaban normales. Así que en cuanto
empezaran a darle el tratamiento específico, iría mejorando a lo largo de los
días. Eso nos puso a todos de lo más contentos. Un día después le quitaron
el gotero y le dieron el alta con el tratamiento que debía tomar durante tres
días.
No solo era una alegría por su estado de salud, sino también para todos,
especialmente para Chus y su madre, quienes no la habían dejado sola ni un
momento y se turnaban para dormir. Ellos también se merecían descansar, y
aunque yo me había ofrecido para quedarme con ella alguna noche, el deseo
de ambos por estar a su impidió que eso sucediera.
Estuve con ellos comiendo en su casa porque hoy era el último día que
Jorge necesitaba para organizar sus cosas. Por la mañana, nos iríamos a su
casa y yo me instalaría allí por el momento. No la conocía aún, ya que él
decía que quería que la viese después de unos cambios que estaba
aprovechando para hacer.
Manuela compró debajo de su casa un surtido de pescado frito que
comimos, menos su hija, que a ella le dimos el puchero que mi padre nos
había acercado y que le iba a venir bien, con la suerte que por coincidencia
lo había hecho el día anterior para que mi madre lo probase.
Después de comer, Manuela y yo nos fuimos al súper para que ella pudiera
hacer una compra mientras Chus se quedó en la casa cuidando a Lola.
Fuimos en mi coche porque era en un polígono a las afuera de la ciudad
donde estaba el supermercado al que ella quería ir, pero antes pasamos a por
mi madre que si se enteraba de que habíamos ido sin ella le podía dar algo.
—Por la virgencita de la Caridad del Cobre, este es más grande que los de
la ciudad, pero ¿de dónde sacan tanta comida? Qué pena de mi Cuba que
están todos en la miseria por culpa del gobierno que tenemos —se quejó mi
madre.
—El mundo está muy mal repartido, es una lástima —contestó Manuela.
—Mamá, coge lo que te apetezca, no te quedes con las ganas.
—No, mija, que tenemos la cocina que se va a caer con tanta comida, pero
es que me encanta descubrir nuevos productos para ir probando poco a
poco.
—Se te acaba de hacer la boca agua —le dijo Manuela cuando mi madre se
quedó mirando la sección de bollería recién hecha.
—Venga, mamá, no te prives, cógete algunos para casa.
—Mija, que me va a dar un dolor de estómago, que no dejo de comer y tu
padre se cree que estoy desnutrida y está todo el día haciéndome comidas
—dijo causándonos una carcajada.
—Cógelo, mujer, mejor morir comiendo que pasando hambre.
—Tiene usted razón —le dijo a Manuela y se giró a coger unos cruasanes
rellenos de chocolate.
Dejamos a Manuela primero en su casa y la ayudamos a descargar, también
salió Chus al que le íbamos dejando las bolsas en la puerta y él las iba
metiendo hacia dentro.
Mi madre entró un momentito para darle un besito a Lola y casi me tengo
que liar a dar bocinazos porque no había manera de que saliera y es que
cuando le daba a la lengua, no había manera de callarla.
Cuando regresamos a nuestra casa, mi padre nos esperaba con un bizcocho
de limón que había hecho. Nos echamos a reír a la vez que mi madre sacaba
la bollería que había comprado.
—Yo esforzándome para sorprenderos con el bizcocho y vosotras
comprando bollería.
—Fui yo, mi amol, que no me pude resistir y ellas me tocaron las palmas
como decís vosotros.
—Haces bien, cariño —le dijo este acariciándole la espalda.
Merendé con ellos antes de disponerme a preparar las cosas que me faltaban
por preparar para llevarme al día siguiente a casa de Jorge.
Hoy no iba a venir a cenar porque había quedado en ir con sus padres a un
restaurante italiano con unos tíos suyos. Me ofreció la posibilidad de ir,
pero me negué en rotundo ya que habían pasado tantas cosas que me daba
cosa aparecer así de golpe, aunque él ya le había hablado a sus padres de mí
y las intenciones que tenía con esta relación, aparecer en una reunión donde
habría otros familiares cómo que no me parecía. Había que dar tiempo al
tiempo.
Capítulo 21
Nada más levantarme le puse un mensaje a Lola preguntándole cómo se
sentía. Me fui a lavarme la cara y aparecí por la cocina a por un café
encontrándome ya a mis padres allí.
—A vosotros os echan de la cama.
—Hija, tenemos que hablar contigo.
—Papá, no me asustes por Dios, que no estoy yo para más sobresaltos —
dije mirando a mi madre a ver si en su cara descifraba algo.
—Ayer hicimos algo que nos confirmó lo que sospechábamos, pero esta
mañana lo hemos repetido y sí, está más que confirmado, vas a tener un
hermanito o hermanita.
—Ay, qué me caigo. —Aparté la silla y me senté—¿¡Estás embarazada,
mamá!?
—Sí, hija. —Me miraba esperando a tener clara mi reacción.
—¡Por Dios! Si ahora mismo lo que os tocaba es ser abuelos, no padres. ¡La
qué habéis liado! —Me puse la mano en la frente.
—Sabemos que tenemos una edad, yo más que ella, pero hija, vino sin
buscarlo y estamos felices por ello.
—Yo también lo estaré en unos minutos que digiera la noticia. —Solté el
aire.
—Verás que al final le va a costar asumirlo a la niña más que a nosotros —
dijo mi madre—. Y mira que yo pensaba que la pérdida de la regla era por
la perimenopausia.
—Mamá, pero ¿tú estás preparada para lo que se te viene?
—Sí, mi amol, y esta vez no tendré que desprenderme.
—Pues habrá que felicitaros por la faena tan grande que habéis hecho. —
Me levanté y primero abracé a ella y luego a él.
—Hija, aún tenemos fuerzas y cuando dejemos de tenerlas quizás ya tenga
su familia formada, además, sé que tú serás su mayor apoyo.
—Pero no le podré insultar ni dar collejas como hacen los hermanos, seguro
que será mi debilidad y lo consentiré tanto que luego no habrá Dios que lo
aguante.
—Yo lo haré influencer, que ahora muchas madres lo hacen con sus hijos
desde bien pequeños y lo mismo se gana un dinero desde bien pronto.
—¡¡¡Mamá!!! Aún no lo has tenido y ya lo quieres exponer y explotar, de
verdad, un poquito de sentido común que veo que os falta a todos —
resoplé.
—Hija, te estás estresando —me dijo mi padre riendo—. Es una bendición
que viene a la familia y los dos nos merecemos con esto, completar todo lo
que no pudimos hacer juntos.
—Que sí, que lo entiendo y que debéis estar como en una nube, pero que es
muy fuerte la noticia, demasiado.
—Están llamando —dijo mi madre.
Me levanté y fui a abrirle a Jorge que traía una preciosa sonrisa y se le
notaba que estaba feliz porque hoy, por fin, nos íbamos a ir para estar juntos
y a solas.
—Felicita a los campeones, que vienen de Cuba con churumbel en camino
—le dije mientras nos dirigíamos hacia la cocina y a sabiendas de que mis
padres nos estaban escuchando.
—¿En serio? —les preguntó a ellos a la vez que se asomaba arqueando la
ceja.
—Y tan enserio, por la virgencita de la Caridad del Cobre.
—¿No tenéis otra virgen? Siempre mencionáis a la misma —dije riendo.
—Felicidades —dijo Jorge abrazándola y luego hizo lo mismo con mi padre
—. Es muy buena noticia.
—Buenísima —murmuré con ironía y se rieron.
—Le está costando digerir la noticia.
—Mamá, que es muy fuerte, que no me habéis comunicado que vayáis a
adoptar una mascota, que me habéis soltado que estás preñada y eso jamás
se me pasó a mí por la cabeza.
—Ni a mí, ni a mí —dijo ella dándolo por hecho con gesto de cara incluido.
Después de tomarnos un café, Jorge me ayudó a llevar todo a los coches y
cuando digo todo, era toda la ropa de todas las temporadas, mis enseres
personales y demás, había dejado la habitación solo con los muebles.
Lo seguí con mi coche, ya que también me lo llevaba, obviamente. A estas
alturas yo aún no sabía ni en qué zona vivía, jamás le había preguntado
sobre ello y él lo había guardado como el mayor de los misterios.
Cuando se abrieron las puertas de aquellos grandes muros que se veían
kilométricos, me di cuenta no solo que vivía en una zona rural, sino que
tenía una finca preciosa de ensueño dónde muchas novias desearían que
estuviera disponible para el día de su boda.
Había caballos, kilómetros de césped y un camino de piedras que era una
pasada. La construcción principal tenía un frente y dos laterales, creando un
patio en el centro, con techos en todas las paredes que formaban un enorme
porche alrededor, lleno de rincones perfectos para relajarse, comer o
disfrutar de una copa. En medio, a todo el largo y ancho, una preciosa
piscina a la que no le faltaba una cascada de piedra y palmeras que te hacían
sentir en otro mundo.
El edificio era de una sola planta, con un apartamento de lujo para invitados
en el ala derecha y otro enorme en la izquierda, que daba a un lateral de la
finca en lugar de al patio para tener más intimidad, ya que ahí era donde
vivían Paco y María, que era el matrimonio que se encargaba de la casa y la
finca; él se encargaba del mantenimiento y ella de la limpieza y comida.
El amplio frontal se asemejaba a una mansión, con una profundidad
impresionante, era la zona que él habitaba. La cocina, enorme, contaba con
una isla central, mientras que el salón, que parecía sacado de una película,
era de estilo contemporáneo, aunque con un toque rústico que lo hacía de lo
más acogedor. Dos baños se encontraban en los pasillos, y al fondo de uno
de ellos, su habitación que era tipo suite y ocupaba todo el largo, con un
vestidor y un baño de dimensiones descomunales. Yo estaba flipando.
Además, había tres dormitorios adicionales con su propio baño y armarios
empotrados gigantes.
Todo estaba decorado con un gusto tan exquisito que no podía salir de mi
asombro, incapaz de apartar la vista de cada rincón, cada uno más bonito
que el anterior.
Jorge estaba feliz de haberme impresionado y vaya si lo había hecho. Todo
el exterior e interior imponía con el blanco de sus paredes y los adornos en
piedra.
Después de colocar todas mis cosas en el vestidor y baño, nos fuimos hacia
el otro lado de la finca, frente a la casa, donde tenía la bodega y una
edificación aparte, que era como una mezcla de mesón rociero y zona de
fiesta, con bar incluido y mesas por todos lados, además de una especie de
escenario.
A Paco y María se les veía dos señores muy humildes y cariñosos. Se
notaba el afecto que le tenían a Jorge, para el que llevaban tres años
trabajando, incluso antes de estar terminada la finca ellos ya estaban
instalados aquí pendientes a todo.
Todo me parecía una mezcla de perfección envuelta en naturaleza, al fin y
al cabo, esto era como vivir en el campo y eso a mí me encantaba. Estaba
gratamente sorprendida y asimilando todo.
María nos preguntó a qué hora queríamos almorzar y Jorge le dijo que, a las
dos, ya que para eso aún faltaba una hora y antes queríamos tomar un vinito
sentados bajo ese porche, en el que cada rincón era más bonito que el
anterior.
—No te imaginaba por nada del mundo viviendo en una finca —murmuré
mientras brindábamos sonrientes—. Te hacía en un chalé con una
arquitectura moderna y mirando al mar.
—Pues ya ves, soy más de campo y mirando al monte. —Me hizo un guiño.
—Me has sorprendido por completo, además aquí no hace falta mucho para
vivir con todas las comodidades. Me imagino en invierno lloviendo y en
pijama tomando un café.
—Con tu hermanito correteando por aquí.
—Ay, por Dios que eso no lo digiero, me ha caído como un jarro de agua
fría.
—Pues debería alegrarte.
—Sí, pero no estaba preparada para eso. Que sí, que, pensándolo en frío,
ella tiene derecho a sentir lo que es tener a su hijo en brazos y poderlo criar,
demasiado que se tuvo que desprender de mí. Ellos ahora se merecen vivir
todo eso juntos, pero, que, aunque son jóvenes, para ser padres ya tienen
una edad. No sé.
—Va a ser tu pequeño gran amor.
—Lo sé, pero joder, cuesta. —Me reí nerviosa.
Y costaba, porque era algo que me había venido así de golpe, pero estaba
claro que había sido la impresión que me había llevado con la noticia, pero
que pronto pasaría, porque la felicidad de mis padres estaba por encima de
todo.
Capítulo 22
Llevaba cuatro días en la finca, que me recordaba a la de los toreros, y a la
que solo le faltaba la plaza para las corridas; y en la que yo estaba más que
encantada viviendo todo con mucha ilusión.
No habíamos salido en absoluto y disfrutábamos enormemente de esta
tranquilidad, que era de las mejores que había experimentado. Eso sí, la
sombra de Valentino se hacía presente cada día, aunque fuera sutilmente, y
es que eso a Jorge lo tenía completamente envenenado; le iba a llevar un
tiempo el desprenderse de ese sentimiento tan feo.
El día anterior habían venido a cenar los padres de Jorge, los cuales
aparecieron con un precioso ramo de flores para mí. Me emocionó mucho
ese detalle y el cariño que me mostraron en todo momento.
Paco y María eran extremadamente cuidadosos, y cuando estábamos
dándonos un baño en la piscina, ni siquiera se asomaban para darnos así una
mayor intimidad. Era una pasada lo correctos que eran, consiguiendo con
ello que todo fuera mucho más cómodo.
Si bien es cierto, más de una vez aparecí en la cocina para aprender del arte
culinario de María y es que cocinaba de vicio. Además, la realidad es que
me encantaba charlar con ella y que me explicara muchos aspectos de su
vida, como el hecho de que llevaba con Paco desde los quince años y ahora
tenían casi sesenta. O, que antes trabajaban para los padres de Jorge desde
que se casaron y que este era un niño de apenas dos años, de ahí a que les
hubiera pedido que se vinieran con él y sus padres lo hubieran apoyado.
Hoy venían mis padres y los chicos, así que almorzaríamos a mediodía una
paella y por la noche haríamos una barbacoa. El día se vestía de fiesta.
Estaba desayunando la tortilla con queso que me había preparado María, y
que tanto me gustaba, mientras Jorge disfrutaba de una tostada con aceite y
jamón, a la vez que hablaba por teléfono con su asesor por alguno de sus
temas, que ni yo entendía ni me interesaba, solo deseaba estar con él.
Lola y Chus llegaron los primeros y bien temprano, así que se apuntaron al
desayuno que María no dudó en prepararlo con todo el amor del mundo.
—Ya tienes muy buena cara —le dije acariciándole la mejilla.
—Ya estoy lista para celebrarlo hoy a golpe de mojitos —sonrió feliz—.
Por cierto, le he traído a tu madre un regalito: unos patucos y un chupete,
que en mi familia siempre se ha dicho que son los primeros regalos para una
mujer embarazada.
—Yo le voy a regalar una caja condones, porque no me fio ni un pelo de
estos y capaz de montar una guardería —dije provocando una risa en todos.
—Hija, tómatelo de otra forma, entiendo que te ha chocado, pero es una
alegría para todos.
—Grandísima alegría —sonreí con ironía y me dio una colleja.
—Por tonta.
—Joder, como se nota que ya el bicho ese lo sacaste de tu cuerpo —negué
rascándome la nuca.
—Pues pon más alegría. Tus padres necesitan tu apoyo y cualquier gesto
tuyo les puede causar tristeza y ya sabes que ellos no se lo merecen.
—Ya lo sé, pero déjame hacerme la víctima un poco. —Le hice una burla.
—Más tonta y no naces. —Volteó los ojos.
Estuvimos hasta las once de la mañana en plan chachara y tomando cafés,
hasta que ya Jorge propuso pasar a las cervezas, aquí no había término
medio.
Lola y yo nos metimos en la piscina que tenía dentro unos taburetes para
sentarse y apoyarse en el borde de esta. Me recordaba a la de la isla que
tenía un bordillo que nos servía también de asientos.
—Me voy a vivir con Chus —me confesó emocionada.
—Eso ya lo sabía yo, lo que pasa es que esto que te ocurrió te frenó y por
eso aún no te has ido.
—Efectivamente. Además, voy a ayudar a Chus desde casa con su trabajo,
ya le he dicho a tu chico que no me dé de alta. —Se rio.
—Ya me lo dijo ayer cuando le escribiste.
—Eso que se ahorra, porque me iba a contratar por pena de perder el puesto
en la peluquería.
—Qué palo lo de tu jefa.
—Y grande, no me lo esperaba, pero allá ella. Todo lo que aquí se hace,
aquí se paga y ella es una desagradecida, al fin y al cabo, es lo que me ha
demostrado, pero bueno, no hay mal que por bien no venga. ¿Y tú que
planes tienes?
—Pues no lo sé, pero a ver, mientras viva aquí que no pago ni un duro y
recibo la renta de los alquileres, no creo que me parta mucho los cuernos en
buscar trabajo. —Nos reímos—. Pero sí quiero empezar a hacer cosas por
internet, no sé, crear algo, ya me vendrá la inspiración.
—Aquí poco te puede hacer falta, disfrútalo.
—El ático de Chus en la playa es una pasada, me lo enseñó Jorge en fotos.
—Sí, yo ya había estado antes de ir a Cuba, es una auténtica joya y estoy
deseando estar ya viviendo allí. Aún me puedo dar algún baño en la piscina
con esas vistas; por un lado, al mar y por el otro, a la ciudad —decía
emocionada.
Mis padres llegaron y la cara de mi madre al vernos en la piscina y ver todo
el entorno fue un poema.
—Por la virgencita de la Caridad del Cobre, esto es mejor que los palacios
que tienen los Castro por toda Cuba.
—Vamos, Eliana, métete —la animó Lola—. Bueno, no, primero abre ese
paquetito de regalo que hay sobre la mesa.
—¿Un regalo para mí? —preguntó sorprendida.
—Bueno, no exactamente, pero tú ábrelo.
Mi padre la miraba atento para ver qué contenía el sobre, y a los dos se les
dibujó una amplia sonrisa en sus caras al ver el chupete y los patucos.
—Es un regalo de los cuatro, no nos alcanzó para más por todos los gastos
que hemos tenido con el viaje a Cuba —dijo Chus bromeando y
haciéndonos soltar una carcajada.
—Vuestro apoyo es el mejor regalo que nos podéis hacer, pero gracias, nos
gustó mucho —dijo mi mamá aún emocionada sin soltar las cositas de sus
manos.
—Claro que te apoyamos, aunque a esta le cueste salir del shock unos
meses —bromeó refiriéndose a mí.
—O unos años —dijo Chus.
—Tampoco os paséis. —Reí a carcajadas.
Mi madre se metió en la piscina después de dejar bien guardadito en su
bolso los regalos y quitarse la ropa. Se vino directa para comerme a besos.
—Mija, ¿tú me quieres mucho?
—Pues claro, mamá. ¿Acaso lo dudas?
—¿Y vas a querer al bebé mucho? —Puso cara de puchero.
—Ya lo quiero, mamá. —Me reí acariciándole la cara.
—Pero un buen susto te llevaste.
—Aún lo tengo, pero estoy feliz, muy feliz, será muy bonito tener un nuevo
miembro en la familia. Vosotros os merecéis vivir juntos un momento así,
del que yo seré participe también.
—Ya me salieron las lágrimas, hija.
—Si que es eres muy sensible. —Me reí abrazándola.
—Quita —me apartó Lola de mi madre—, que ahora me toca a mí un ratito.
—La abrazó la muy descarada mientras yo me reía observándolas.
La paella la prepararon entre mi padre, Jorge y Chus, por supuesto que
también iban a comerla María y Paco que se sentarían con nosotros. Es más,
Paco se acercó a tomar una cervecita con los hombres mientras nosotras
seguíamos en la piscina disfrutando del momento chicas.
Para nuestra sorpresa, de repente aparecieron los padres de Jorge con una
tarta, y es que los habíamos animado a venir la noche anterior, pero nos
dijeron que tenían un compromiso y no sabían si lo podrían eludir.
Nuestros padres conectaron rápidamente y se integraron del tirón. La madre
de Jorge no dejaba de hablar con la mía sobre Cuba, ya que había estado en
varias ocasiones y por lo que escuchaba era un lugar al que siempre le
gustaba regresar.
Había una mesa tan grande en un ala del porche que nos sentamos diez y no
estábamos ni pegados. Disfrutaba mucho de lo que ofrecía la finca y lo fácil
que se volvía todo allí.
A María la tuvimos que reñir un par de veces porque estaba pendiente a
todo para que no nos faltara un detalle, cuando queríamos que disfrutara
con igualdad, pero era imposible, porque eso ella lo llevaba en las venas.
Jorge la amenazó con atarla a la silla.
Toda la tarde en la piscina mojito en mano, menos mi madre, a ella la
teníamos a agua fresquita y algún que otro zumo que le preparamos estilo
tropical.
Lo mejor de todo es que sentía que ahora sí tenía una familia de verdad,
implicada, unida y a la que podía disfrutar como tantas veces había añorado
y si a eso le sumaba Jorge, apaga y vámonos porque a felicidad en estos
momentos no me ganaba nadie.
Pasamos un día increíble que se alargó tomando copas hasta mucho después
de la barbacoa que hicimos por la noche, y en la que no había problema, ya
que todos se iban a quedar a dormir porque por habitaciones no sería.
Capítulo 23
Los días pasaban y yo estaba de lo más feliz en la finca en la que vivía
desde hacía dos semanas.
Me acababa de despertar cuando me di cuenta de que Jorge ya no estaba en
la habitación, al igual que otras mañanas en la que se levanta temprano,
hacía un poco de deporte, se duchaba y tomaba un café mientras yo aún
seguía disfrutando de la cama.
Miré el móvil y tenía un mensaje de un número desconocido. Lo abrí y casi
se me baja la tensión al ver una foto en la que aparecían Rebeca y Jorge
dándose un beso:
«Soy Valentino, con esto quiero demostrarte que él tampoco jugó limpio…»
¿Qué parte de la historia había faltado para que de repente apareciera una
información tan contundente como esta, en la que se veía claramente que en
algún momento de sus vidas Rebeca y Jorge estuvieron juntos?
Me sequé las lágrimas mientras la miraba y llegué a la conclusión de que,
por lo corto que tenía el pelo Rebeca, esa foto debía de tener por lo menos
un año.
Conté hasta mil para no hacer ninguna tontería en caliente y me metí bajo la
ducha un rato mientras pensaba cómo le iba a entrar a Jorge, pero
conociéndome, no iba a haber método que consiguiera calmarme y más con
el genio y temperamento que yo tenía.
Salí de la habitación y saludé a María mientras me preparaba un café y ella
se ofrecía a hacerme el desayuno que deseara, pero le dije que hoy me había
levantado sin apetito, ella no dejó de insistir.
Jorge estaba leyendo las noticias en su móvil cuando me saludó feliz y se
levantó a darme un beso. No dije nada, me senté y le envié por WhatsApp la
foto, y al abrirla le cambió la cara.
—¿Qué es esto?
—No sé, dímelo tú que eres el que por lo visto tiene un montón de secretos.
—Esto no es lo que piensas. ¿Quién te la envió?
—Valentino, a la vez que me avisaba que tú tampoco jugabas limpio.
—No he estado con Rebeca en mi vida, y esto fue en una fiesta de la
empresa en la que se emborrachó e intentó besarme varias veces. Seguro
que le pidió a alguien que captara el momento.
—¿Y piensas que me lo voy a creer?
—No lo sé, pero sé lo que tengo que hacer. —Se levantó y lo observé
cuando me di cuenta de que se montaba en el coche y se iba de la finca.
Comencé a llamarlo, pero no me lo cogía. Algo me decía que iba a buscar a
Valentino y eso me ponía de lo más nerviosa porque con las ganas que le
tenía, ahora con esto, podía llevarlo a soltar toda su ira y liarla parda. No me
lo quería ni imaginar.
Le pedí a Chus que lo llamase, ya que lo puse al tanto. Este confirmó la
versión y me dio datos que me había dicho Jorge y que yo no había
compartido con él. Me sentía de nuevo imbécil.
Durante dos horas todos estuvimos desesperados llamándolo, cuando recibí
una llamada de su abogado diciendo que estaba declarando, ya que había
sido detenido por propinarle una paliza a un individuo, obviamente se
trataba de Valentino.
Cogí mi coche y me fui hasta las comandancias de la policía donde me
comunicó de nuevo su abogado que lo iban a dejar detenido hasta la
mañana siguiente que pasase a disposición judicial.
Valentino había presentado un parte de lesiones que le habían dado en el
hospital. De nuevo mi vida volvía a ponerse patas arriba.
El abogado se había encargado de que no le faltara nada de comer durante
todo el día y, según me dijo, no se podía hacer nada hasta la mañana
siguiente que lo presentaran ante el juez.
Estuve todo el día en casa de mis padres que intentaban consolarme, pero
no por eso dejaban de estar preocupados por Jorge. Por la noche regresé a la
finca a dormir y me acosté pronto para ir a primera hora hacia el juzgado
con Chus y Lola, que me recogerían a las ocho de la mañana.
A ratos caía en un sueño ligero, mientras la noche se alargaba sin fin. Me
sentía culpable por haber dicho nada, pero a la vez me decía que tampoco
era justo quedarme callada, al que se le había ido de las manos era a él.
Aunque quería que saliera indemne de todo esto, no podía justificar lo que
había hecho, ya que no se debe llegar a la violencia bajo ningún concepto.
Chus y Lola me recogieron y nos dirigimos hacia donde se iba a celebrar el
juicio, pero era temprano así que nos sentamos en una terraza que había
enfrente hasta que llegara el furgón con Jorge. Su abogado ya lo esperaba
en la puerta y lo podíamos ver desde donde estábamos sentados.
Cuando vi a Jorge comencé a correr hacia él y lo abracé fuerte. Los policías
no me dijeron nada, solo que tenían que entrar.
Pudimos acceder a la sala del juicio donde apareció Valentino con un ojo
morado y un cabestrillo en el brazo. Lo miré con todo el desprecio y asco
del mundo, y tuvo que apartar su mirada.
El juicio comenzó, y ahí me enteré de que no solo había cobrado Valentino,
sino que Jorge le había roto la puerta de la autocaravana de una patada.
La jueza me admitió como testigo y comencé a contar todo lo que Valentino
me había hecho, culminando con el mensaje para evidenciar su provocación
en todo momento, a pesar de que lo tenía bloqueado en todas partes.
Dictó sentencia, en todo momento, condenando a Jorge; obligándolo a
pagar una indemnización por los daños físicos y materiales a Valentino, por
un importe de dos mil euros, además de una multa de diez euros diarios
durante un mes. No le impuso pena de prisión, ya que entendió que todo
esto era producto de la provocación de Valentino que, aunque no justificara
la actuación de Jorge, sí atenuaba las circunstancias del caso, por decirlo de
algún modo, porque yo no entendía el lenguaje que se gastaban los jueces.
Salimos del juzgado y nos despedimos del abogado montándonos en el
coche de Chus; ellos se sentaron delante y yo junto a Lola detrás.
Obviamente Jorge estaba muy enfadado conmigo por haber desconfiando de
él, pero bueno, ya sabía lo que le afectaba el tema de Valentino y esto iba a
ser motivo de disputa unos días. Aunque esperaba que no.
Los chicos comieron con nosotros y Jorge apenas me dirigía la palabra, cosa
que me hacía presagiar que cuando estuviésemos solos me iba a cantar las
cuarentas. Y así fue…
Entramos en la habitación cuando nos quedamos solos y me miró fijamente,
yo ya sabía que iba a soltar lo más grande.
—Espero que te hayas quedado a gusto…
—No, el que se ha debido de quedar a gusto eres tú haciendo esa salvajada.
—¡Estoy hasta los huevos de todos ellos!
—No, lo que te pasa es que no eres capaz de olvidar lo que pasó entre él y
yo.
—Me señalaste creyendo esa foto.
—¡Quería una explicación!
—Estoy harto de ese tío, ese que te arrastró a él y tú te dejaste llevar.
—Jorge, la que estoy cansada soy yo, no aguanto más esta situación y
aunque a veces intento entenderte, créeme que me lo estás poniendo muy
difícil. —Rompí a llorar.
—No lo supero, lo reconozco y lo que más me duele es que tenga las
agallas de ponerse en contacto contigo para intentar joder lo nuestro.
—Somos más fuertes que él, lo nuestro es de verdad, Jorge, no podemos
dejar que nada ni nadie lo empañe.
—Me duele mucho, lo intento obviar, pero no puedo —dijo rompiendo a
llorar y abrazándome.
—Eres tú todo lo que quise siempre, no lo dudes, Jorge.
Lloramos abrazados y luego nos tumbamos en la cama donde de la misma
manera nos quedamos dormidos. Lo estaba pasando muy mal con el tema
de Valentino, pero yo iba a conseguir por todos los medios que lo olvidara y
se diera cuenta de una vez por todas que todo mi mundo solo tenía un
nombre, y era el suyo: Jorge, al único que había amado con toda la fuerza
de mi corazón.
Capítulo 24
Casi dos meses habían pasado desde que mi madre anunció que estaba
embarazada, por lo que estaba de tres, motivo por el cual hoy tenía esa
ecografía que tanta ilusión nos hacía por si le desvelaban el sexo del bebé.
Ese día Jorge tenía una reunión y yo acompañé a mis padres a la consulta
para vivir ese momento, donde desde el minuto uno con los latidos del
corazón no pude evitar llorar como una Magdalena.
—Es claramente una niña y todo se ve perfecto —dijo el doctor dejándonos
a todos con la boca abierta.
A mis padres les daban igual lo que viniese, pero decían que si era una niña
la llamarían Mía, cosa que a mí me parecía genial ya que era un nombre
precioso.
Salimos de allí de lo más emocionados y nos fuimos a una churrería a
comer unos churros con el cafelito. La felicidad se podía ver en nuestros
rostros.
Le tiré una foto a la ecografía y se la mandé a Jorge y a los chicos, que
pronto comenzaron a bromear diciendo que si se parecía a uno u a otro. Lo
único que se veía era lo formadita que estaba y lo bien que iba todo.
Me despedí de mis padres y me fui hacia un centro comercial para ir a una
tienda de pijamas que me gustaba muchísimo y como ya estábamos casi
entrando en noviembre, el fresquito cada vez era más notable y eso que el
clima en el sur era buenísimo. Quería hacerme con tres pijamas bonitos para
estrenar en estos días en los que apetecía estar acurrucada en el sofá,
cómoda y café en mano.
Mi vida en la finca era de lo más tranquila y apasionada, ya que me había
dedicado a estudiar online preparándome para los exámenes de todos los
títulos de inglés de Cambridge. Ahora estaba empezando por el B1, y se me
estaba dando bastante bien, gracia a que, durante todos mis años de estudio
hasta finalizar bachillerato, había estudiado el idioma y siempre había
sacado unas notas excelentes, ya que se me daba genial.
Estaba encantada con todo, menos con esos ataques de celos que le daban a
Jorge y le cambiaban el humor, pero bueno, solo era cuestión de que cuando
eso sucedía, yo le plantaba cara y no dejaba que se pusiera por encima de
mí. También he de decir que eso nos proporcionaba vidilla para que todo no
fuera tan monótono.
Algo que enfadaba a Jorge es que yo no quería encontrarme con Melissa, es
más, ni cuando se hacían videollamadas yo me asomaba, solo me mostraba
ante él por unos segundos para sacarle el dedo y recordarle así que le
mandase saludos.
Sinceramente, no tenía nada en contra de esa mujer, ya que ella estaba en la
vida de Jorge muchísimo antes de que yo apareciera. Sin embargo, le dejé
claro que mientras no superara a Valentino, yo no quería tener ningún tipo
de relación con ella. Y anda que no habían sido las veces que me había
insistido en ir a Miami a verla, pero mi respuesta siempre era la misma: una
peineta, que al menos conseguía sacarle una sonrisilla.
Entendía que era su mejor amiga, según palabras de él, y yo no sería la que
intentara romper nada, todo lo contrario, lo entendía y me parecía desde el
punto de vista de los dos, de lo más bonito, ya que el uno por el otro habían
hecho cosas que otras amistades ni hubieran contemplado.
Claro que me daba rabia que no fuese yo su mejor amiga, pero él siempre
me decía que a una amiga no la podía amar y que eso eran dos conceptos
que debían ir por separado. Que una era la persona que sabía que siempre
iba a estar y la otra la que esperaba que fuera el amor para toda su vida.
Yo siempre le advertí que se agarrara los machos cuando me sacara un
mejor amigo, y él terminaba atacándome con lo mismo, Valentino.
Me decanté por cinco pijamas, una bata, dos pares de zapatillas, que eran
monísimas, y hasta ropa interior de lo más dulce, que yo era más de confort
que de sensualidad para eso. Al colocar todo sobre la mesa de la caja, me di
cuenta de que había un precioso neceser en tono amarillo pastel y al lado las
brumas corporales. La tentación fue irresistible y cogí uno de cada. Apenas
gastaba dinero y solo ahorraba, ya que Jorge no me dejaba pagar nada, así
que no me sentí culpable por disfrutar de este capricho en la tienda.
—Son doscientos sesenta y cuatro euros. ¿Efectivo o tarjeta?
—Tarjeta. —Escuché detrás de mí y una mano le daba la tarjeta.
—¿Qué haces aquí? —Me reí al ver a Jorge aguantando la sonrisilla y la
chica se quedó con una sonrisa en la cara.
—Acabo de hablar con tu padre y me dijo que venías hacia aquí, que
querías comprar unos pijamas. —Me hizo un guiño y me dio un beso antes
de meter el pin para aprobar la compra.
—¿Ya has terminado la reunión?
—Ya estoy libre por unos días, ¿me invitas a comer?
—Claro. —Me reí negando.
Cogió las bolsas y nos dirigimos hacia mi coche para dejarlas en el
maletero. Después subimos a una brasería que había en la última planta y
que tenía unas vistas espectaculares, nos pedimos una parrillada de carne y
unas cervezas sin alcohol, ya que luego debíamos conducir.
—Así que una hermanita.
—Sí, me encanta, va a ser la princesita de la familia.
—El nombre es precioso.
—Sí, Mía, va a ser de todo el mundo. —Me reí.
—Por cierto, había pensado en que podríamos hacer una escapada de tres o
cuatro días a alguna ciudad de Europa.
—¿Sí? —pregunté emocionada.
—Claro, ¿dónde te apetecería?
—Al único sitio que he ido ha sido a Cuba, por lo que cualquier lugar me
parecerá una pasada y más que no serán tantas horas de vuelo.
—Pero alguno te hará más especial ilusión que otro, todo el mundo en un
primer contacto desea ir por ejemplo a París y tirarse una foto con la Torre
Eiffel.
—Eso nunca lo entenderé. ¿Qué tiene de especial tirarse una foto delante de
una torre de hierro? Para eso me la tiro aquí con una de las de telefonía y
seguro que hasta con un fondo más bonito.
—Lo dicho, ya miro algo que vea especial, porque miedo me da nombrarte
Roma.
—Efectivamente, allí la gente va a tirarse fotos con piedras. Tampoco lo
entenderé.
—Me lo temía. —Reía—. Gracias —le dijo a la camarera que nos acababa
de traer la bandeja con la parrillada.
—A mí me gustan las ciudades que son para pasear y que parecen salidas de
cuentos.
—Vale, ya te pillo el concepto.
—Que tengan su propia personalidad y se distingan del resto. Me gustan los
cambios de cultura.
—Ya, más o menos, voy teniendo claro a dónde llevarte…
—Pues quiero que sea sorpresa —dije emocionada.
—Vale, no lo dudes que lo será, solo prepara la ropa esta noche que mañana
nos vamos.
—Pero si aún no has comprado los billetes. —Me reí.
—Tú hazme caso.
Después de comer pasamos por una de las tiendas del centro comercial y
nos compramos algunas prendas que nos llamaron la atención para el viaje.
Él eligió para mí un vestido blanco de algodón con una caída preciosa, era
de manga larga y se notaba que abrigaba. Con una camisa vaquera y unas
deportivas seguro que quedaba genial.
—Doña María —dijo Jorge entrando en la casa animado.
—Dígame señorito —le contestó ella con ese tonito gracioso.
—¿Me da usted permiso para escaparme unos días con esta señorita?
—Tiene usted todo el permiso del mundo —sonreía ella.
—Pues mañana nos vamos a primera hora.
—Pasadlo bien. ¿Qué os apetece cenar? He hecho unos huevos rellenos y
también hay caldo para poderos preparar una sopa de picadillo.
—Me encanta la idea —murmuré emocionada.
—Genial —confirmó Jorge.
Comencé a preparar mi equipaje en una maleta de mano y una mochila,
metí dos pijamas y unas zapatillas de lo que había comprado, ropa interior,
la ropa nueva y algunas prendas más, así como un neceser con mi perfume,
máscara de pestañas, pintalabios y productos de higiene personal, y listo, ya
lo tenía todo preparado para dejarme sorprender con el destino.
Nos sentamos en el salón para cenar lo que María había preparado antes de
retirarse.
—Qué ganitas tenía hacer un viaje por Europa —dije emocionada mientras
me deleitaba con la sopa que estaba riquísima.
—Bueno, quién dice Europa dice cualquier sitio. Por cierto, tenemos que
coger los pasaportes.
—¿Pasaportes? No me dirás que de nuevo vamos a coger un avión de largo
recorrido.
—Yo no digo nada, todo será una sorpresa —sonreía.
Después de cenar llamé a mis padres y les dije que me iba unos días a algún
rincón del mundo. La idea les pareció genial y desearon que disfrutara
mucho de este nuevo viaje.
Nos acostamos pronto porque me advirtió que íbamos a madrugar, así que
me acosté abrazada a él y la más feliz del mundo.
Capítulo 25
Café en mano y todo listo para salir hacia esa nueva aventura que me hacía
mucha ilusión.
Una vez montados en el coche, me sorprendió que no nos dirigiéramos en
dirección al aeropuerto de Sevilla, sino que íbamos en dirección contraria,
pero después de tanto misterio me di cuenta de que estábamos entrando en
el puerto de Tarifa, donde estacionó el coche.
—¿Nos vamos a Marruecos? —pregunté flipando ya que aquí era donde se
cogía el ferry para Tánger.
—¿Querías cultura y diferencia? La vas a tener a lo grande. —Me hizo un
guiño mientras sacaba el equipaje del maletero.
¡A Marruecos! Estaba flipando en colores porque en la vida me imaginé ir a
visitar ese país. No por nada, pero nunca apareció en mis planes.
Era un lugar que despertaba en mí una mezcla de emociones, algunas
buenas y otras no tanto, pero que, llegados a este punto, tenía curiosidad por
descubrir.
Apenas pasaron unos minutos antes de que subiéramos al ferry, que zarpaba
en veinte minutos. Una vez a bordo, fuimos a buscar a la policía marroquí
que había dentro del barco para que sellaran nuestros pasaportes, lo cual era
necesario para desembarcar al llegar. La verdad es que fue muy rápido, ya
que al ser el primer barco del día no iba muy lleno.
Compramos un par de cafés y salimos a la cubierta exterior para sentarnos
en uno de los muchos bancos que había, para disfrutar desde fuera la
travesía.
Cuando comenzamos a navegar, me apoyé en la barandilla y disfruté viendo
el movimiento del mar mientras me fumaba un cigarrillo.
—¡Jorge, delfines! —grité causando que muchos se levantaran para verlos,
como hizo él acercándose a mi lado—. Nos están siguiendo, qué bonito —
decía emocionada mientras los grababa.
El trayecto apenas duró una hora, y ya estábamos atracando frente a la
medina de Tánger, que lucía majestuosa sobre la colina. Mirando hacia la
izquierda, se podía ver la playa y la ciudad nueva, creando un contraste
increíble.
Salimos del puerto donde abordamos un taxi que nos llevó al hotel que
estaba en la parte nueva frente al mar, muy cercano a la medina a la que se
podía llegar en un paseíto.
El hotel era de cinco estrellas y recién renovado. ¿Y a qué no sabéis a quién
pertenecía? Pues eso mismo, era de la cadena de la que él era propietario.
Todo moderno, pero con acabados árabes, era una fusión perfecta y de lo
más bonita. El vestíbulo era precioso y en él nos recibieron con un té y un
montón de atenciones, ya que sabían quién era Jorge.
El botones nos acompañó hasta la suite que había arriba del todo, con una
terraza y unas vistas a la playa que eran alucinantes. Nos tenían preparado
sobre la mesa unas pastitas, frutas y antes de que se fuera el botones, ya nos
habían traído café, té, zumo de naranja y tostadas. Eran apenas las nueve y
media de la mañana, ya que aquí había una hora menos que en España, por
lo cual cogimos el barco de las nueve y llegamos a Tánger a esa misma hora
local.
Nos sentamos en la terraza, ya que no hacía mucho frío, la temperatura
estaba perfecta y como tenía puesta una sudadera podía disfrutar de este
momento tan especial.
—¿Has visto la avenida cuando hemos venido y ahora que no hay apenas
gente?
—Sí, pero imagino que es porque vivirán en otras zonas más adentro.
—No, no te imagines nada, por las tardes cuando cae el sol verás a miles de
personas, se pone todo como una feria.
—¿En serio?
—Y tan en serio.
—Por cierto, imagino que la mayoría de tus hoteles ni los conoces.
—Algunos sí, pero el resto no, tendremos tiempo de ir conociéndolos
poquito a poco.
—Ahora entiendo lo del vestido blanco largo, es ideal para este lugar.
—Efectivamente, incluso te puedes poner un pañuelo en la cabeza dejado
caer y tirarte unas fotos chulísimas. Luego en la medina verás muchas
tiendas que los venden.
—Si es que tienes unas ideas geniales. —Aplaudí emocionada.
El desayuno era una barbaridad de completo, incluso había huevos fritos, y
no dudé en comerme dos con la tostada. Teníamos unas vistas increíbles y
estaba disfrutando el momento muchísimo.
—Aquí imagino que será muy difícil conseguir alcohol —me pregunté por
la prohibición que tenían por su religión.
—En los hoteles es donde suele haber, aquí tenemos.
—Me parece genial porque los turistas tienen derecho a tomar lo que
quieran. Obviamente no en la calle, hay que saber respetar, pero que no nos
tengamos que privar de ciertas cosas.
—Ellos no se meten en nada, ni en la forma de vestir, ni en muchas otras
cosas. Verás hasta mujeres marroquíes vestidas como tú e incluso
fumándose un cigarrillo por la cara.
—Sí hombre…
—Ya lo verás. Vas a conocer un país que nada tiene que ver con lo que
imaginabas.
—Pues quiero sorprenderme, porque, aunque tenga mis dudas, quiero darle
la oportunidad de vivirlo de primera mano y sacar mis propias conclusiones.
—Así debe de ser —sonreía, y a mí se me caía la baba.
Después de tomarnos el desayuno de lo más relajados, estuvimos dos horas
sentados en la terraza, decidimos irnos a la calle, pero antes, fuimos a
conocer las instalaciones del hotel, ya que las zonas ajardinadas y de
restauración no las conocía.
Los jardines eran impresionantes y la piscina una maravilla, sería una
lástima no poderla utilizar, ya que no era época, así que me iba a quedar con
las ganas. Había mesas repartidas por todos lados tanto para desayunar,
comer, o tomar algo.
Salimos del hotel y nos dirigimos en dirección a la medina paseando por la
avenida por el lado de la playa. Era cierto que había coches y personas por
la calle, pero no en exceso, así que debía de ser verdad eso de por la noche
todo se transformaba y se llenaba de vida.
El paseo se pasó en un suspiro mientras andábamos con nuestras manos
entrelazadas y charlando sobre las primeras impresiones, que aún no habían
sido muy grandes, lo bueno estaba por llegar y fue cuando comenzamos a
adentrarnos en la parte antigua de la ciudad, la medina, zona que estaba
amurallada.
De golpe y porrazo es como si me hubiera transportado a la historia del país
donde podía empaparme de la cultura y arquitectura de sus edificaciones.
Todo eran casas bajas entremezcladas por tiendas, bares, panaderías,
pastelerías y un sinfín de comercios que parecían haberse parado en el
tiempo y que se hubieran quedado en la época de los años cincuenta, por los
menos. Era fascinante la sensación que me causaba verme en medio de
callejuelas y calles que formaban un laberinto en el que no se sabía por
dónde se iba a terminar.
Nos encontrábamos en medio del Zoco Chico, un lugar cubierto por la
esencia del país donde la artesanía tradicional llamaba la atención y te hacía
perderte en ella. Además, había un montón de bares con ofertas
gastronómicas del país.
Vi una pared de pañuelos que me llamó mucho la atención. Llevaba unos
pantalones vaqueros con unas deportivas y una sudadera en color rosa
pastel, por lo que uno blanco me atrapó de inmediato, además de que iba a
juego con mi bolso de piel en ese color que era grande y llevaba cruzado en
mi cuerpo.
—Son sesenta dirhams —dijo el señor dándonoslo en una bolsita.
Jorge sacó el dinero que había sacado del cajero para tener la moneda
oficial y le pagó al hombre.
—¿Cuánto es sesenta dirhams? —pregunté cuando salimos de la tienda.
—Seis euros, tienes que quitarle la última cifra para entender el cambio. Si
te piden cien son diez euros, si te piden mil, son cien y así con todas las
cantidades.
—Y si me piden doce dirhams sería un euro con veinte.
—Acabas de ponerme la piel de gallina —dijo produciéndome una
carcajada.
Fuimos andando hasta el Gran Zoco, que era una pasada; pero para ser
sincera, el pequeño me había gustado mucho más, es como que tenía más
esencia y era más real. No sé, era mi percepción, pero, de todas maneras,
todo era asombroso.
Aproveché cada rincón para que me hiciera fotos con el pañuelo en la
cabeza y todas me gustaban muchísimo. También nos hicimos selfis juntos
que quedaron de lo más bonitos.
Llegamos a una plaza, donde captó mi atención la Gran Mezquita en una
tonalidad verde.
—Esta plaza es como un punto de encuentro, pero ya te digo que todo se ve
al caer el sol.
—Pues mira con la gracia esa, el caso es que el turismo puede disfrutar el
día sin tanta masificación.
Después de un paseo de lo más largo y bonito en el que cuando nos dimos
cuenta, eran las tres de la tarde y aún no habíamos comido, decidimos coger
un taxi para que nos llevase a un restaurante que Jorge ya tenía mirado.
La verdad es que disfruté mucho el paseo y deseaba verlo por la noche,
cuando se convertiría en un bullicioso espectáculo de ir y venir de gente.
Eso sí, ahora por la mañana los chiquillos pidiendo monedas nos la habían
dado mortal, ya que se nos acercaban y perseguían como moscas.
Capítulo 26
El lugar que había escogido para comer me pareció de lo más fascinante, ya
que era en un palacete árabe donde el lujo y la tradición iban de la mano en
todo momento.
Nos acomodaron en un rincón del patio interior donde me senté en la parte
que era el sofá de la pared y Jorge enfrente en un butacón.
—Pide tú por los dos que yo no tengo ni idea de este tipo de comida —dije
abriendo el privado con mis padres para mandarles unas fotos.
—Vamos a probar uno de los grandes guisos de aquí, el tajín. ¿Qué
prefieres de cordero o ternera con ciruelas?
—No sé, me da igual, todo me gusta, lo dejo en tus manos.
El camarero nos trajo las cervezas, dado que en este lugar que era de lujo
las tenían, y nos puso unas olivas aliñadas a su manera que cuando las
probé me salió un gemido increíble.
Pidió un tajín de ternera con ciruelas y una ensalada marroquí.
—Pero aquí es típico el cuscús, ¿no?
—Sí, pero no lo vamos a comer todo junto, eso para esta noche o mañana.
—Qué borde eres hijo. —Me reí.
—No he dicho nada malo. —Arqueó la ceja.
—Pero lo has soltado de una manera que parecía que te estaba incitando a
pedirlo.
—Tú estás con sueño a falta de echarte una siesta.
—Y de un buen polvo, para qué mentir —dije causándole una carcajada.
—Lo anoto, pero anoche eras tú la que me decías que te dejara dormir.
—Normal, teníamos que viajar temprano, pero vamos, que ya sabes que si
hubieras insistido…
—Eso, échame la culpa a mí.
—Siempre la tienes. —Me reí mientras miraba los mensajes de mi padre
echándome piropos y diciendo que disfrutara muchísimo.
Nos trajeron la comida y destapó el tajín que venía en una cazuela alargada
de barro con una tapa. Tenía una pinta impresionante y a mí se me estaba
haciendo la boca agua.
—Dios, qué rico —dije saboreando el trozo de carne entremezclado con la
ciruela que me había metido en la boca, y todo era una explosión brutal—.
Joder con lo cerquita que tenemos Marruecos y qué desconocida es.
—Ya te está impresionando.
—Tengo ganas de conocer más y recorrer esos lugares esta noche, en los
que debe de haber una vida increíble.
—Pasearemos de nuevo por allí y mañana te llevaré a otro sitio que también
te va a gustar mucho, y que es un contraste muy grande con respecto a
Tánger.
La ensalada tampoco tenía desperdicio y estaba riquísima, tanto que no
dejamos ni un trocito de lechuga ni de nada de lo contenía, que no era poco.
Salimos del restaurante más que satisfechos, no solo por lo rico que estaban
los platos, sino por la comodidad del lugar y la profesionalidad de los
camareros que estaban totalmente a la altura de un lugar como este, y
encima eran de lo más simpáticos.
Llegamos al hotel y me quité la ropa para echarme un rato cómoda, pero no
me dio lugar a quedarme ni siquiera con una camiseta, cuando Jorge
terminó de desnudarme sin darme tregua.
Lo más gracioso es que mi velo fue a parar a mis manos que ató en mi
espalda dejándome inmovilizada en parte.
Se sentó en el filo de la cama y me puso delante de él consiguiendo que
todo mi cuerpo se erizara.
—¿Preparada para jugar? —preguntó mirándome fijamente mientras
llevaba una mano a mi pecho y lo acariciaba a la vez que le daba un ligero
pellizco a mi pezón.
—¿A jugar a qué? Porque yo me veo atada y aquí el único que tiene
ventajas eres tú, que estás a dos manos. —Me reí sintiendo los pellizcos en
mi pecho que cada vez eran más intensos.
—¿Y no te parece bien el juego? —Deslizó su mano por mi barriga y llevó
sus dedos a mi zona donde con un toque me indicó que abriera las piernas.
Los introdujo hasta el final e hizo un movimiento con ellos que de nuevo
me sacó un gemido entremezclado con un quejido. Luego los sacó para
llevarlos a mi clítoris donde los movió un poco con tranquilidad, pero
apretando para ponerme más a tono.
—Ponte de rodillas… —me ordenó mientras se quitaba los pantalones y el
bóxer, indicando lo que debía de hacer.
Obedecí, entonces cogió su pene ya erecto y lo agarró para que me lo
metiera en la boca. Comencé a mover mi cabeza de dentro hacia fuera
lamiendo con ansias su miembro y jadeando del calentón que tenía.
Las cervezas que me había tomado durante la comida me tenían de lo más
desinhibida y tenía ganas de todo. Además, que para eso Jorge tenía muchas
tablas, y nunca dejaba de sorprenderme. Y esta vez no iba a ser menos.
Retiró su miembro de mi boca y se levantó para colocarme con medio
cuerpo sobre la cama con las piernas sobre el suelo para así dejar mis
caderas al alza.
Noté cómo se dirigía a algún lugar de la suite, donde pude escuchar cómo
abría un cajón e imaginé que iba a coger alguna cosa. Regresó y dejó algo
mi lado sobre la cama y que no pude ver, ya que mi cara estaba mirando
hacia el otro lado.
Puso sus manos sobre mis nalgas después de escuchar cómo se había puesto
un guate de látex, al que le había echado un líquido aceitoso que hacía que
su roce fuera aún más sensual e intenso. Sabía lo que iba a hacer, ya que no
era la primera vez que sus dedos jugaban con mi ano y terminaba
penetrándome con uno de ellos. A mí eso me excitaba muchísimo, aunque
siempre me ponía nerviosa.
Su dedo comenzó a hacer pequeños y lentos círculos para ir buscando la
manera de dilatarlo y entrar poco a poco. Con su otra mano noté cómo me
iba metiendo algo por la vagina y solté el aire. Era una especie de
consolador un tanto gordo y que se ponía en marcha haciendo como unos
movimientos laterales en círculos.
Comencé a gritar de placer mientras su dedo me excitaba al máximo desde
atrás.
—Hoy te voy a follar por aquí —murmuró jugando con el interior de mi
culo.
—Jorge, no. —Reí con la respiración agitada y poniéndome muy nerviosa
mientras notaba que el vibrador se movía con más ligereza.
—Claro que sí y lo estás deseando…
Sacó el dedo y noté cómo se quitaba el guante y lo tiraba al suelo. Se puso
un preservativo, cosa que no solía hacer la mayoría de las veces, pero esta
vez iba a ser por detrás.
—Jorge, por Dios, eso no va a entrar —exclamé cuando noté que iba
jugando con ella para acomodarse, además de llevar un kilo de aceite sobre
todo su miembro por encima del preservativo.
—Relájate y disfruta. —Se echó un poco hacia adelante y me apretó uno de
mis pezones.
Recogió mi pelo en su mano y comenzó a tirar de mi cabeza a la vez que
me iba penetrando mientras yo chillaba de placer y de la sensación tan
fuerte que iba teniendo. Era como si fuera a explotar, pero a la vez lo
deseara hasta el final.
Y fue entrando hasta que consiguió su objetivo y comenzó a moverse
lentamente en penetraciones muy cuidadas, pero que no por eso dejaban de
provocarme la sensación tan fuerte que tenía.
Al gritar con más fuerza, me propinó una nalgada para rebajar el tono, pero
me la dio bien fuerte. Aquello se estaba convirtiendo en una locura total, y
un aprendizaje con los que Jorge nunca dejaba de sorprenderme.
Deslizó su mano con destreza, encendiendo el succionador a máxima
potencia y colocándolo sobre mi clítoris, desatando una locura de
sensaciones mientras sus penetraciones eran cada vez menos delicadas, lo
que hizo que llegáramos al clímax al unísono. Me dejé caer rendida hacia
delante, sacando su pene de golpe, y luego él sacó el vibrador de mi interior.
No me soltaba las manos de detrás. Lo escuché en el aseo y luego vino
hacia mí y me giró dejándome bocarriba con las manos aún en mi espalda.
—Sube las piernas y échate más hacia arriba.
—Jorge, me acabas de dar la de Dios, ahora quiero descansar —dije riendo,
pero por su mirada me daba a mí que venían los penaltis.
—Abre bien las piernas. —Se colocó delante de mí abriéndolas en
condiciones.
—No puedo, no me he repuesto, me has dado la del pulpo —le pedí
clemencia con la risa nerviosa.
—No me vas a convencer, enana.
—Pues estoy incómoda sobre mis brazos, ya podrías ponérmelos hacia
arriba.
—No te muevas. —Cogió como un sobre de color plata que estaba
totalmente precintado y lo partió sacando lo que claramente se veía que eran
tres bolas chinas y bien gorditas.
—Te has pasado con las medidas macho y, por cierto, ¿eso lo traías desde
España? Qué vergüenza si nos llegan a haber registrado y te sacan todas
esas cosas, y más en un país árabe —dije causándole una risita.
—No me cierres las piernas —dijo poniendo la primera y más gorda en la
entrada de mi vagina y abriendo los labios con la otra mano.
—Dios, esto da mucha presión.
—Entonces elegí las perfectas.
—Tus muelas —resoplé al notar la presión de la segunda.
—Venga la última.
—Pero no empujes tanto que me la vas a sacar por la garganta —me quejé
riendo y notando una presión súper fuerte.
Una vez colocadas, llevó dos de sus dedos a mi clítoris y comenzó a
estimularlo. A mí me dolía todo el cuerpo, pero de nuevo conseguía que el
placer apareciera pidiendo más guerra.
Con una mano comenzó a tocarlo a toda velocidad mientras con la otra
jugaba con mis pezones, pellizcándolos sin piedad; sonreía escuchando cada
gemido que salía de mí.
Se subió a la cama poniéndose al contrario encima de mí, medio apoyado,
para que su pene cayera en mi boca. Se lo mordisqueé a ritmo de la
excitación y sin cortarme un pelo. Él seguía jugando con su dedo a la vez
que alternaba con sus labios y dientes mordisqueándome la zona sensible y
poniéndome aún más excitada, si es que eso era posible.
Nos corrimos a la vez, por lo que no pudo evitar mancharme todo el pecho.
Me la había dado mortal y no solo eso, después de soltarme me arrastró
hasta la ducha sin quitarme las bolas chinas y allí comenzó a lavar todo mi
cuerpo con una esponja y sus dedos que seguían juguetones.
Estaba que me caía de sueño, entre el madrugón, el paseo, las cervezas y
ahora todo esto, solo quería dormir.
Nos tumbamos en la cama después de secarnos echándonos desnudos el uno
sobre el otro. Ahora sí, por fin, nos tocaba nuestro merecido descanso.
✤ ✤ ✤
Si por la mañana la ciudad me había cautivado, al atardecer con todo repleto
de gente, me estaba dejando sin palabras.
Una tremenda mezcla de una misma cultura, la tradicional y la moderna, se
cruzaban por la calle dando paso a un país árabe que en muchos aspectos se
veía que iba occidentalizándose. De hecho, eran muchas las jovencitas que
lucían vaqueros, camisetas y sin velo, por lo que comencé a comprender
que el tema de la ropa más que una imposición, era una tradición que hoy
en día llevaban los que querían. Obviamente, habría muchas familias con
una mentalidad muy antigua que se opusieran a ello, pero no era lo que se
transmitía en la calle.
Paseamos por la medina en la noche, y era todo un hervidero de gente
comprando y paseando. Me encantaba la vitalidad que me rodeaba y me
sentía dichosa de poder estar viviendo esta experiencia, que me haría
regresar a España con un concepto diferente de este país.
Terminamos en un restaurante en el que había un grupo marroquí
amenizando la noche a todos los turistas que disfrutaban de la gastronomía
del país, y donde nos animamos a comer el cuscús y una pastella de pollo
que estaba para chuparse los dedos.
Luego regresamos tomando un helado por la avenida Mohamed VI, que era
en la que estaba el hotel, y disfrutamos del paseo de lo lindo.
A pesar de haber dormido la siesta, en cuanto nos tumbamos en la cama,
abrazamos a Morfeo.
A la mañana siguiente, nos levantamos y pedimos el desayuno al servicio de
habitaciones, que tomamos tranquilamente en la terraza de nuestra suite. En
cuanto terminamos, decidimos ir a recorrer otra parte de Tánger, donde me
sorprendió con la oportunidad de montar en camello, y, aunque me puse
muy nerviosa ni lo dudé. Al final terminé lanzándome a hacerlo, ya que
sabía que de lo contrario podría arrepentirme.
Me grabó vídeos y me hizo muchas fotos que quedaron preciosas,
capturando la gran aventura que estábamos viviendo en este país y que me
servirían para recordar siempre.
Estuvimos visitando unos lugares más modernos de la ciudad y terminamos
de compras en un centro comercial del que salimos con varias bolsas.
Fueron tres días que aprovechamos a lo grande para hacer infinidad de
cosas, sobre todo, impregnarnos de la fascinante cultura que había en el país
y que se percibía tan diferente a nuestras costumbres, pero a la vez tan
iguales en muchos aspectos.
Y tocaba regresar de nuevo a nuestras vidas en el mismo barco que nos trajo
hasta este continente africano del que me llevaba un montón de sensaciones,
sobre todo, la de querer regresar para seguir conociendo otros lugares de
este país.
Capítulo 27
Habían pasado unos meses desde que me vine a vivir con Jorge y eran las
primeras fiestas navideñas que íbamos a pasar juntos. Nos hacía muchísima
ilusión.
Aprovechamos el puente de diciembre, como marcaba la tradición, para
adornar la finca de cara a las fiestas y vaya si lo conseguimos, haciendo de
las tierras y sus edificaciones todo un espectáculo.
En el porche, a un lado del frontal, pusimos un belén gigante, y todo
decorado con paja y vallas de madera. Se había dejado un ojo de la cara en
ese rincón, y esperábamos que las figuras nos duraran para toda la vida, por
lo menos.
Los árboles estaban adornados con unas pequeñas luces brillantes que
hacían de la noche un verdadero espectáculo, al igual que las que estaban
repartidas por las cornisas del techo y las columnas del porche.
Amanecimos en la finca ilusionados por la fiesta que haríamos para la cena
de Nochebuena, que era esa noche, y que la culminaríamos con la comida
de Navidad. A lo largo del día comenzarían a llegar y teníamos las
habitaciones y apartamento preparados para acomodarlos a todos.
Estos días, Lola y Chus, los pasarían con nosotros, y Nochevieja en casa de
los padres de él. Se unirían a la fiesta Manuela, mis suegros y, María y
Paco, que estarían presentes como uno más, aunque durante el día María
estaría con el tema de las comidas mientras los demás echaríamos un cable,
al menos yo, que no pensaba dejarla sola con todo el trajín.
Nos asomamos a la cocina y saludamos a María indicando que
desayunaríamos en el porche, como tanto nos gustaba. A pesar de ser pleno
invierno el clima estaba genial y, además, él había tenido la genial idea de
poner en nuestro rincón de desayuno y comida favorito, unas estufas
exteriores grandes que hacían que se estuviera genial a cualquier hora.
En pijama que desayunábamos más felices que unas perdices y más hoy,
con la emoción de poder pasar junto a nuestros familiares y amigos, unas
fiestas tan señaladas y en la finca. ¿Qué más se podía pedir?
A Jorge le entró un mensaje de sus abogados en el que le informaban de que
Rebeca había sido condenada a seis años de prisión, lo que significaba que
al menos tenían que pasar dos años hasta que pisara la calle, ya que podría
empezar a salir una vez cumpliera una cuarta parte de su condena.
Nos alegramos muchísimo por ello, había atentado contra la vida de
Melissa, y eso no podía pasarse por alto, mínimo debía hacerse justicia y se
había hecho. Aunque pocos años le habían caído para la desgracia que podía
haber causado.
Jorge le mandó un mensaje a Melissa para felicitarle las fiestas y
comentarle lo de la sentencia, y ella le contestó muy contenta y nos mandó
un mensaje a los dos. Como siempre sonreí y le saqué el dedo a Jorge para
que se lo mandase como saludo. Eso era tan tradición como las fiestas
navideñas.
Lola y Chus llegaron en pijama, tal cual, con su maletita, pero en pijama
que se notaba que lo estaban estrenando.
—¿Habéis tenido la poca vergüenza de venir así? —les preguntó Jorge
riendo.
—Siempre chuleáis de que un desayuno aquí en pijama es de otro nivel,
pues habéis provocado que a la niña se le haya metido en las narices venir
así —dijo Chus señalando a Lola.
—Si os llega a pasar algo por el camino, la gente hubiera flipado al veros
así —dije negando y riendo a partes iguales.
—Pues si hubiéramos tenido un accidente, los de la ambulancia lo tendrían
fácil para mandarnos al hospital ya con el pijamita y todo —dijo esta,
cogiendo una tostada de la bandeja.
—Lo de vosotros es para hacérselo mirar —decía Jorge negando.
—Tú calla, que lo vuestro sí que tiene delito —le contestó ella chupándose
los dedos de la mermelada que había juntado.
María trajo más café y pan, sonriendo al verlos así vestidos. La verdad, es
que estas cosas solo podían pasar con mi amiga Lola, aunque para qué
mentir, yo también era igual y lo hubiera hecho en caso contrario.
—Al final, mis padres aceptan tu invitación, ya que mi tía está con fiebre y
no van a cenar juntos —dijo Chus.
—Qué bien, pues ahora sí que podemos decir que vamos a estar todos.
—Mis benditos suegros, ¡qué emoción! —dijo con ironía Lola, y le di una
colleja ya que me pillaba cerca.
—Te quejarás de ellos que son dos santos benditos contigo.
—Muy bien dicho —me dijo Chus y esta le dio otra colleja en cadena.
Para vernos a los cuatro en pijama y tan tempranito, pero conociéndolos,
sabía que ellos iban a aparecer los primeros.
Después de darnos el atracón mañanero, tomar un par de cafés y fumarnos
unos cigarrillos, Lola y yo nos fuimos a la cocina a echar una mano a
María. Los chicos se pusieron con un cochinillo que habían comprado ya
partido en dos y que iban a hacer en el horno de piedra que había junto a la
barbacoa, al principio de uno de los laterales.
Paco apareció con un montón de marisco que Jorge había encargado en el
mercado, y cuando digo un montón, me refiero a kilos y kilos, en los que no
faltaron: patas, bocas, langostinos, langostas, buey, cigalas repletas de
huevas y un sinfín de delicias más que nos dejaron completamente
asombradas.
—No veas con Jorge, cómo se las gasta con la Navidad. ¡Viva el derroche!
—exclamó Lola.
—Somos muchos, además mañana también se pondrá en la comida.
—No, si a este paso vais a estar comiendo marisco toda la semana. Qué
barbaridad.
—Pues mira, por mí no hay problema porque me encanta.
—¿Lo vais poniendo todo colocado bonito en estas bandejas? —nos
preguntó María.
—Claro —dijimos a unísono.
—Así se quedan preparadas con un pañito húmedo por encima y en el
frigorífico que hay en la despensa, que ese está vacío.
El de la cocina era gigante, tipo americano con dos puertas, una parte era el
congelador y la otra la nevera, pero claro, estaba lleno hasta los topes
porque como decía, a exagerado no lo ganaba nadie a Jorge, y lo había
petado todo.
Llevamos las bandejas al frigo que habían quedado de lo más perfectas,
hasta todos los langostinos y demás mirando en la misma dirección. Una
obra de arte habíamos preparado y que ahora se reservaría hasta la noche.
María estaba rellenando un pavo que ella misma había limpiado y al que le
estaba poniendo por dentro huevo duro, taquitos de jamón de pavo, trozos
de queso, ciruelas, carne picada y nueces. Luego lo metió en el horno.
Una vez hecha la pieza, se corta a rodajas y quedan perfectas. Además, le
preparó a parte una salsa de zanahorias y otra de Roquefort, para que cada
uno se la echase al gusto.
A la vez estaba haciendo una olla de puchero para hacer tentempiés de sopa
de picadillo por si la cosa se desmadraba por la noche o simplemente a
alguien le apetecía, si no hoy, al día siguiente.
La íbamos ayudando en todo lo que nos pedía que pelásemos o hiciésemos,
aunque teníamos que preguntarle mil veces porque no era capaz de
mandarnos a hacer nada, así era María, pero nosotras no dejamos de insistir
y lo conseguimos, al menos poner un granito y hacerle compañía.
A la una de la tarde aparecieron mis suegros que, al vernos a todos en
pijama, no se les ocurrió otra cosa que entrar a dejar sus bolsas en la
habitación y ponerse los suyos. Me encantaba su humor y lo bien que se
acoplaban a todo.
Sus padres habían traído una tortilla gigante de patatas que habían hecho al
horno, aunque con las patatas fritas, pero de esa manera podían darle una
forma cuadrada y con eso del truco de echarle un poco de leche, quedaba de
lo más hecha por fuera y jugosa por dentro. Esta era para el mediodía para ir
entrando en calor, como ella decía copa de vino en mano, que acababa de
servirle Jorge.
Además, habían traído una bandeja de croquetas que estaban solo listas para
freír y que se habían currado los dos, cincuenta de puchero y cincuenta de
bechamel de marisco.
Mis padres llegaron en pijama, literal. Les había contado todo por mensajes
y aprovecharon la información para venir directamente a juego con los
demás. A mí madre cada vez le crecía más la barriga y estaba preciosa.
Obviamente, no venían con las manos vacías y trajeron una empanada
gallega de atún que era kilométrica y que había encargado en la panadería
de unos gallegos que tenían mucha fama. También traían una cesta gigante
llena de productos de dulces navideños a la que no le faltaba ni un solo
detalle.
Y, por último, mi padre tuvo los santos cojones de tirar tres mil euros a la
basura y regalarle a Jorge la botella de ron exclusiva con la que me engañó
en la isla de Cuba. Le había contado a mi padre la historia en aquellos
momentos y este, que tenía muy buena memoria, le sorprendió con una de
verdad que le había comprado para este día.
—Papá, ¿has tirado tres mil euros a la basura? —pregunté incrédula.
—He ganado un hijo al que no he tenido que mantener en mi vida —se
refirió a Jorge y se vio la emoción hasta en la cara de mis suegros—, que
menos que le dé un caprichito una vez en la vida. ¿No crees?
—Yo espero que te luzcas con mis regalos de Reyes o me voy a empezar a
preocupar —murmuré en alto bromeando.
—A ti te regalé el coche.
—Es verdad, pero vamos, que me lo merecía con creces. —Me reí y mi
madre sonreía escuchándonos con la risilla suelta mientras nos miraba al
uno y al otro.
—De verdad, muchas gracias, esta noche lo tomaremos. —Le abrazó.
—Tres mil euros para una ronda de copas —volví a murmurar para luego
echar una carcajada de incredulidad.
Nos pensábamos que algunos vendrían por la tarde, pero no, todos
aparecieron antes de la comida y con las manos llenas. No había visto tanta
comida junta en mi vida.
Eso sí, hasta María y Paco terminaron poniéndose un pijama a la hora de
comer, porque de esa guisa habíamos terminado todos y pintaba que así nos
íbamos a quedar todo el día y la noche, así que antes de comer nos
duchamos y nos pusimos otro nuevo.
En la comida nos pusimos las botas picoteando todo lo que habían traído, lo
que más triunfó fue la tortilla y las croquetas, todo había que decirlo,
aunque la empanada también fue muy repetida y otros entrantes como unas
tablas preparadas de jamón y queso que habían traído los padres de Jorge o
los canapés que había preparado Manuela.
Las botellas de vino no paraban de venir desde la bodega de Jorge y es que
no duraban ni una ronda, ya que todos estábamos bebiendo menos mi
madre, que se lamentaba de ello y le hablaba a la barriga para decirle el
sacrificio que estaba haciendo por ella. Nos reíamos mucho con ella porque
estaba de lo más nerviosa por no poder tomar una copa, con lo que le
gustaba una fiesta.
Comimos en el porche, ya que había una mesa gigante en la que cabían
catorce personas, y con eso de las estufas se estaba tan bien que hasta
proponían que aquí mismo fuera la cena y no dentro.
Para poneros en contexto, terminamos de comer a las siete de la tarde,
porque fueron tres horas las que estuvimos picando relajadamente mientras
tomábamos un vino tras otro.
¿Quién era el bonito que cenaba a las nueve o diez de la noche si estábamos
hartos como pavos?
El caso es que pasamos a las copas y, charla por aquí y charla por allí, eran
las once de la noche cuando sacamos el marisco a modo picoteo y
decidimos dejar el cochinillo para el día siguiente.
Nos reímos lo más grande con mi madre. Chus y Jorge se cayeron a la
piscina, borrachos y en pijama, pero no soltaron la copa en ningún
momento, y mi padre, sin pensarlo, se tiró detrás. María nos cantó una copla
mientras todos la escuchábamos emocionados. Mi madre, agotada, se
acomodó un ratito en sofá y allí se quedó roncando. La música nos llevó a
cantar rumbitas hasta las cuatro de la mañana, cuando María apareció con
una deliciosa sopa de picadillo que todos agradecimos de lo más felices,
justo lo que necesitábamos antes de irnos a dormir.
Capítulo 28
—Están todos desayunando, vida.
—Para ellos. —Saqué el dedo sin despegar mi cara de la almohada.
—¿Serás grosera?
—Grosero tú, que has venido a despertarme cuando la cabeza me retumba
por todos lados.
—Venga, te tomas una pastilla con el desayuno.
—¿Y por qué no me lo traes a la cama?
—Porque nuestra familia está ahí fuera, menos los padres de Chus y
Manuela, que ya se han marchado.
—Sí, Manuela tiene una comida en casa de su hermana y los padres de
Chus tienen visita hoy, por lo visto de unos familiares del pueblo.
—Mira qué bien te acuerdas de todo. —Comenzó a meter sus dedos en mis
costillas para hacerme cosquillas.
—Para, para que me duele la cabeza.
—Venga, a desayunar.
—Vale, pero me doy una ducha antes.
—Eso hice yo hace un rato y me vino genial. Te doy diez minutos. —Me
dio un beso y me ayudó a levantarme.
Todo me daba vueltas aún y me quedé un rato paralizada debajo del agua de
la ducha. Lo recordaba todo a la perfección, pero me había pasado tres
pueblos bebiendo.
De nuevo, me coloqué otro pijama y, sinceramente, era lo mejor que me
podía haber pasado en estas fiestas en las que siempre uno se vestía con sus
mejores galas, pero ¿y lo cómodo que era estar así?
Salí con la pastilla en la mano dando los buenos días y poniendo cara de
estar muriéndome. Me la tomé con un poco de zumo.
—Toda la culpa la tiene este. —Señalé a Jorge—. Por cierto, ¿en qué
momento nos tomamos la botella de tres mil pavos? —pregunté porque eso
no lo recordaba.
—En ninguno, a ver si te crees que con el rebujo que llevábamos iba a
poner esa joya sobre la mesa. Esa está guarda para luego, que pinta que hoy
no vamos a estar todo el día empinando el codo.
—Qué no, dice. Chus, valor tiene tu amigo en ponernos a prueba —dijo
Lola causándonos una carcajada bien grande.
—Pues entonces la botella se guardará para otro momento. La tengo
custodiada y no la pienso soltar —decía Jorge orgulloso de ello.
—La niña no deja de darme patadas, verás que va para la selección
femenina de España.
—¡Mamá, por Dios! —exclamé para luego reírme.
—La niña será lo que quiera ser, hija.
—Claro que sí, pero es que tú tienes unas cosas —negué volteando los ojos.
María nos sorprendió con dos bandejas de churros que ella había hecho y
que le salían mejor que los de las churrerías. Esa mujer tenía unas benditas
manos que hacían que yo estuviera más que encantada con sus comidas.
Y no faltó el chocolate para mojar, si no, que se lo dijeran a mi madre que
hasta el pecho se estaba manchando como los niños pequeños, aunque como
ella decía, no había bebido alcohol, pero un homenaje de azúcar se iba a
dar. La verdad que el resto de los días se cuidaba mucho.
La mañana transcurrió en calma y, al fin, logramos preparar una mesa
navideña preciosa y elegante. Los platos y presentaciones lucían impecables
y el cochinillo estaba increíblemente bueno, del que solo quedaron huesos y
dientes. Además de muchas otras cosas, como de nuevo el marisco y el
pavo relleno, que todos probamos con una de las dos salsas y nos chupamos
los dedos. Hasta la aplaudimos por lo bueno que estaba.
Comimos con refrescos y agua, no hubo nadie capaz de ingerir, hasta ese
momento, ni una gota más de alcohol.
Había tanta comida que convencimos a mis padres y a los de Jorge para que
se quedaran hasta el día siguiente, así podrían cenar esa noche y comer al
día siguiente antes de irse. No hubo que convencerlos mucho. A Lola y
Chus, no les dije nada, ya que ellos no tenían intención de irse en dos o tres
días, como ya nos habían advertido varias veces.
Por la tarde merendamos los dulces navideños que trajo mi padre y también
una tarta de tocino de cielo que había hecho María, y que arrasamos por
completo.
La cena también la preparamos bonita y temprano, porque todos estábamos
cansados y habíamos pasado todo el día de cháchara. Así que nos fuimos a
la cama pronto, aunque mi madre se durmió antes y ni siquiera llegó a
cenar.
Estaba feliz, emocionada de haber pasado unas primeras Navidades con mi
madre y súper especiales por todos los que habían formado parte de ellas.
Me acosté con una sensación de paz y felicidad que me llenaba el corazón
por completo. De la misma manera que me levanté al día siguiente y
comprobé la hora.
—Joder, son las diez de la mañana, hemos dormido once horas —dije
alucinando.
—El cuerpo es sabio y nos dio lo que necesitábamos. —Se revolvió hacia
mí.
—Quita, quita, que voy a ducharme y me voy a poner unas mallas y una
sudadera con mis deportivas, ya está bien de tantos revolcones y pijamas —
dije riendo y escapándome de él para meterme en la ducha.
Y parecía que todos nos habíamos puesto de acuerdo, que cuando salí al
porche no había ni Dios en pijama.
Desayunamos unos cruasanes que había hecho María y que rellenó con
jamón de pavo y queso. Todos repetimos de lo buenos que estaban.
Estuvimos jugando a las cartas, charlando y tomando algún que otro café a
lo largo de la mañana hasta la hora de la comida.
Fue después del postre cuando los padres de Jorge y los míos se marcharon.
Nos dieron las gracias por todo y se notaba que se iban satisfechos por
cómo se lo habían pasado.
Nos quedamos los cuatro, eso sí, nos fuimos a echarnos una siesta como
Dios mandaba, que ya los compromisos se habían acabado.
Los padres de Jorge me habían regalado por Santa Claus un precioso bolso
de firma, que era de lo más bonito y práctico para cualquier outfit. Mis
padres me habían regalado una cazadora preciosa que vi un día en un
escaparate y dije que era una cucada.
La realidad es que fue toda una sorpresa por ambas partes porque,
realmente, nosotros éramos de Reyes, pero habían tenido un detalle muy
bonito, como el de mi padre con la botella para Jorge.
Cuando nos levantamos de la siesta ya estaban en el salón Lola y Chus
tomando un café y con la mantita por encima, nos unimos a ellos
poniéndonos de igual forma en el otro sofá.
Al final decidimos pasar el resto de tarde-noche viendo pelis a golpe de
palomitas y refrescos. Nos apetecía mucho a los cuatro y también nos venía
bien descansar de esa manera.
Estábamos tan hartos de las comidas de estos días, que decidimos pedirnos
unas hamburguesas con sus menús que traían a domicilio y que tanto nos
gustaban a Lola y a mí.
Se quedaron con nosotros tres días más, y es que, la verdad, en la finca se
estaba de muerte.
Nochevieja la pasamos en casa de mis padres, que prepararon la cena. Los
padres de Jorge se habían ido a pasarlo en París en plan romántico, me hizo
mucha gracia, pero me encantaba que disfrutaran de la vida.
Acabar y empezar el año con mis padres y Jorge fue lo más bonito que
había vivido en mi vida, y es que ahora sí que sentía lo que era tener una
familia de verdad y un amor que había llegado para quedarse.
Capítulo 29
Los meses volaban de una manera vertiginosa…
Hay cosas que se ven venir y otras que no. Y nosotros no le echamos mucha
cuenta a mi madre cuando en aquel almuerzo de domingo, resultó que de
pronto le dio una patada a mi silla, pues estaba a su lado.
—Mamá, si quieres que te pase algo de la mesa, no tienes más que
pedírmelo, no hace falta que me des patadas —le comenté porque un poco
más y me tira.
—Mija, si no es eso. Es que me ha pasado lo mismo que cuando me puse de
parto de ti, que se me ha ido la pierna sola.
—Será una casualidad, mami, porque todavía te faltan unos días. Mira, coge
un poquito de pan y mójalo en la salsita esta, que tiene Pedro Ximénez y
está de vicio. Se te va a pasar todo, ya lo verás.
—No estoy yo muy segura, hija. La verdad es que no lo estoy.
—Venga, venga, haz barquitos… Te hago uno, que no me entere de que te
quedes tú con antojo de nada. Abre la boca —dije muerta de la risa.
—Si es que no me entra, mija, parece que se me ha cerrado el estómago.
—Ya, ahora se te ha cerrado el estómago, pero otra cosa no se te cerró, que
menudo berrinche me llevé en su día. Venga, venga, no me hagas hablar.
Come y calla.
Le metí un trozo de pan con salsa en la boca a la fuerza. Mi padre me miró
como queriéndome decir que había sido un poco bruta, pero ni caso le hice.
—A ti lo que te pasa es que te has puesto un poco celoso. Ven aquí, anda,
que también te tengo un trocito de pan.
Jorge se partía de la risa viéndome. A él es que mis cosas le hacían
muchísima gracia. A mí madre le debieron hacer menos, porque lo cierto es
que no tenía muy buena cara, estaba como desencajada.
Igual podía haber sido yo más lista, aunque reconozco que achaqué su
malestar a que estaba más inflada que un globo en la recta final del
embarazo y que ya tenía los tobillos como dos botijos, a consecuencia de la
retención de líquidos.
Sin ir más lejos, aquella misma mañana le había tenido que poner los
zapatos, pues les habíamos invitado a que se quedaran en la finca con
nosotros para que ella se sintiera más acompañada en esos días, en los que
estaba muy sensible y lloraba por todo.
De pronto, la miré y tenía las lágrimas a punto de salirle.
—Ay, mami, ya te ha entrado otra vez la pena, no ganamos para pañuelos de
papel, menudo festival de hormonas que me tienes ahí dentro. Venga,
venga. Toma uno y te puedes sonar los mocos también, que eso te deja
nueva.
Sé que decía muchas tonterías, pero al final con ellas siempre arrancaba sus
risas. Mi madre era una buena mujer y yo tenía que ayudarla en esa etapa
tan especial.
Salí con Jorge esa tarde, pues teníamos un compromiso, y cuando llegamos
ellos ya estaban acostados. La fiesta comenzó de madrugada, cuando
escuché voces que entre sueños me pareció que podían corresponder a las
de unos ladrones. Imaginación siempre he tenido mucha.
—Jorge, prepárate porque nos van a atracar —le comenté entre sueños.
—¿Qué dices? ¿Quién nos va a atracar?
—Hazme caso, que sé lo que me digo. He escuchado voces. Y todo por
tener dinero. Se siente, te ha tocado.
—Yo lo único que siento es que son las tantas de la madrugada, cariño. Y
que nos vamos a desvelar, y yo no he escuchado nada.
—Ah, ¿no? Listo, que eres tú muy listo, ¿y ahora tampoco? —le pregunté
porque algo volvió a sonar.
—Ay, Dios, ahora sí, pero es un lamento, ¡es tu madre, Eliana!
—¡La madre que me parió! —exclamé de golpe.
—Esa misma. Y por cómo suena, yo te diría que se ha puesto de parto.
—¿Cómo se va a poner de parto si todavía le faltan unos días?
—Cariño, porque eso tampoco es una ciencia exacta, ¿no la oyes?
—¡Corre! ¡Hay que llevarla a la clínica! No vaya a ser que se ponga de
parto aquí, que yo no puedo con la sangre. Me da un patatús, vaya…
Me levanté y corrí para coger las llaves del coche.
—¿No se te olvida algo, Eliana? —me preguntó mientras se vestía.
—Decirle que ojalá sea una horita corta, ya lo sé. Y el caso es que será lo
que tenga que ser, que igual se está retorciendo la pobre hasta mañana, a
saber.
—No me refería a eso…
—Claro, porque no eres tú quien tiene que parir, ¿no te acabo de decir que
eres muy listo? Pues lo eres, claro que lo eres. Qué coraje me da…
—No es eso, cariño. Es que vas en camisón y sin bragas.
—Anda, pues es verdad. Me lo podías haber dicho antes.
Me vestí a la carrera y enseguida entré en el dormitorio de invitados que
ocupaban mis padres. Mi madre estaba ya de pie, con los ojos hasta bizcos
por las primeras contracciones.
—Ay, mamá, que al final va a ser verdad que estabas de parto y yo
tentándote con la salsa de Pedro Ximénez. Bueno, mejor, que así te has
llevado un gustito para el cuerpo, porque lo que toca ahora…
—Mija, ahora estoy viendo las estrellas de dolor.
—Y eso que la noche está encapotada, que se ha levantado una niebla que
parece que va a salir algo raro entre las tinieblas, lo mismo sale Drácula del
armario.
—Cariño, si el armario es empotrado —contestó Jorge muerto de la risa.
—Y Drácula puede ser extraplano, como las compresas. No me contradigas
que sabes que a estas horas no soy persona. Mamá, no es por nada, que tú
sabes que ahora estoy muy contenta con ella, pero ¿mi hermanita no tenía
otra hora para venir al mundo? Venga, papá, cógela de un brazo y yo del
otro, que la vamos a meter en el coche.
—Hija, que estoy de parto, no inútil…
—Qué seca, mamá, a mí no te pongas borde a estas alturas.
Para qué hablaría. El karma ya estaba al acecho y nada más decirlo me cayó
un caño de agua en los pies, en unas deportivas nuevas, una cucada que
estaba estrenando ese día.
—Mamá, ya no digo nada más. Me cierro la cremallerita ahora mismo —le
dije echándome mano a la boca y haciendo como que la cerraba.
Nos metimos en el coche y yo, muy espabilada, me senté con Jorge delante.
—Papá, ahora mami lo que necesita son mimitos, dáselos tú —le pedí
viendo que sus contracciones iban a más y tras notar que le había arreado un
pellizco a mi padre de categoría tras una de ellas.
—Sí, hija, sí —me contestó él con un poco de ironía.
—Jorge, y tú pisa el acelerador, no vaya a ser que la niña venga con prisas y
comience a sacar el cabezón aquí en el coche, que a ver luego quién es el
guapo que limpia lo que pueda liar.
—Eso quisiera yo, mija, que naciera tan pronto. veinticuatro horas de parto
que me pasé contigo, fíjate.
—Ay, mamá, qué tormento, ¿y te han quedado ganas de tener más? No te
digo lo que pienso porque no es el momento, pero que ya hablaremos tú y
yo —le dije viendo que la pobre comenzaba a sudar a chorros.
—Lo que me faltaba. —Le escuché decir a Jorge en ese instante.
—¡Toma ya! ¡Nos están persiguiendo! ¡Qué emoción!
—¿Emoción? Es la Guardia Civil, Eliana —suspiró.
—Eso ya lo veo, que no estoy cegata. Mamá, tu parto se va a hacer viral.
Nos van a detener.
—¿A detener? Déjame que hable yo con ellos, mija.
—Mamá, que esa no es tu voz, ¿estás poseída?
Más o menos debía estarlo. Lo digo porque cuando uno de los agentes se
asomó, ella abrió su ventanilla y le habló en un idioma que yo no conocía.
—Lo siento, señora. —Se echó él hacia atrás como si en lugar de palabras,
por la boca de mi madre lo que saliese era algo lo más parecido al ácido—.
Ya veo que está de parto, que vaya bien.
—Venga, Jorge, arreando y que diga mi madre lo que diga, yo esto lo veo
muy adelantado.
A partir de ese momento, mi madre siguió hablando en varias lenguas que
no debían de ser ni oficiales. Era eso o que echaba muertos por la boca,
porque yo entender no es que entendiera ni una palabra. Llegamos a la
clínica y enseguida la monitorizaron.
—Eliana, el parto va muy bien y tiene pinta de que va a ser rápido —le
comentó Julia, su ginecóloga, quien ya nos estaba esperando porque la
habíamos avisado.
—¿Lo ves, mami? Tanto quejarte y esto va a ser visto y no visto.
—Más duele, mija, más duele —me contestó y eso sí lo entendí. Como
también debió entender ella lo que grité cuando me dio un apretón en la
mano que un poco más y me la parte por siete sitios a la vez.
No la tuvieron demasiado tiempo en la habitación porque estaba dilatando a
todo trapo. De manera que Julia enseguida pidió que la llevaran al paritorio.
—Mami, yo me voy a quedar aquí rezando por ti, ¿vale? Ya verás que
enseguida tienes a mi hermanita dándote la brasa encima. No te va a caer
nada… Pero tú te lo has buscado, ¿no querías más niños? Pues ahí lo tienes.
—No, hija, tú te vienes con nosotros al paritorio. —Tiró mi padre de mi
mano.
—¿Qué dices, papá? ¿Has bebido? Qué irresponsable, ¿no? Eso no está
nada de bien. Te lo digo para que lo sepas.
—¿Cómo voy a beber, Eliana?
—Pues yo qué sé, igual ha sido ha sido por los nervios y no lo recuerdas.
—Morro tienes tú, amor, que estás tratando de zafarte —me susurró Jorge.
—Mira el listo. Pues entra tú —le dije en tono provocador.
—¿Cómo voy a entrar yo, si soy su yerno?
—A mí no me andes con tópicos, ¿eh? Que mi madre es muy buena gente,
no es la típica suegra para echarle de comer aparte, ¿tú qué te has creído?
A mí es que la falta de sueño me sienta fatal. O, mejor dicho, lo que me cae
como una patada en el culo es que me despierten después de haber dado una
primera cabezadita, como había ocurrido esa noche.
—Hija, ¿cómo va a entrar Jorge? Tienes que ser tú. —Mi padre no me dio
opción.
Nada de eso estaba hablado. Para mí que, si él la había embarazado solito,
también se comería lo del paritorio sin necesidad de la presencia de nadie
más. Y no, que me encontré con el pastel de que también tenía que entrar.
Lo entendí muy pronto, cuando comenzó el parto en sí y a ese hombre se le
puso la cara del color de la cera. Quería hacerme la prudente y no hablar por
no ofender, pero tenía ganas de decir algo. No, en realidad no es eso, es que
no me atrevía, hasta que abrí el pico.
—Mami, para mí que deberías darte prisa, porque a papá se le está
poniendo un color demasiado feo en su rostro, para mí que este hombre no
está bien.
Mi madre no me contestó, ni falta que hizo. De la mirada que me echó, me
dejó callada. Y entonces fue cuando mi padre comenzó a tambalearse, como
si fuera un balancín y se desplomó de repente al suelo. Menudo bombero
teníamos en casa…
—¡Hombre al agua! Digo, ¡hombre al suelo! —exclamé, y vinieron a
atenderlo— Mami, igual debería irme también, que aquí la cosa se está
poniendo regular. Igual es que hay algo en el ambiente o qué sé yo.
—Tú de aquí no te vas —me anunció con una voz que daba miedito. De
verdad que mi madre era un encanto, pero esa noche era como si me la
hubiesen cambiado.
A mi padre lo sacaron de allí y ella me cogió la mano. Yo solo le pedía a
Dios que aquello se acabara pronto porque si no, me iban a tener que cortar
la mano, que esa mujer apretaba como si llevara toda la vida poniendo
tornillos en un taller, qué barbaridad.
—Ya está casi, ya falta nada y menos, te estás portando como una
campeona, Eliana —le anunció Julia.
Me dio por asomarme y vi una matita de pelo monísima. Y no era de mi
madre precisamente, que nadie piense mal. Era de la cabecita de mi
hermana, que no podía ser más peludita.
—Ay, mamá, que ya casi está ahí, que ahora es verdad —le comenté con tal
emoción que las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas como puños.
—¿Sí, mija?
—¿Te iba a mentir yo? Además, que me estoy emocionando mucho. No
sabía que a una cosita tan chiquita se la podía llegar a querer tanto —le
confesé.
—Pues yo sí lo sabía, porque te he querido siempre y tú naciste igual de
chiquita.
—Eso espero, porque para salir por ahí, no veas…
Un poco mareada también estaba, pero eso no se lo iba a decir a ella. Dejé
que me apretase la mano todo lo fuerte que quisiera y sin quejarme.
Bastante le dolía a mi madre, como para hacer el tonto.
—¡Ya viene! —nos anunció Julia y entonces el cuerpecito de mi hermanita
resbaló al completo hacia fuera.
—¡Mami, ya está aquí! ¡Y va a ser cantante! —le chillé porque la niña
rompió a llorar y nos demostró que tenía unos pulmones impresionantes.
—Mi niña, mi niña. —Comenzó a llorar ella también—. Mis niñas—
corrigió al mirarme, y yo asentí medio en protesta por casi olvidarse de mí,
que ya tenía mis añitos, pero también la necesitaba ahora que la tenía.
Nunca me había sentido tan orgullosa de alguien como de ella en ese
momento. Mi madre había demostrado ser una mujer todoterreno que podía
con todo. La pobre, tenía el flequillo que se le podía exprimir y, aun así, no
dudé en besar su frente.
—¿Quieres cortar tú el cordón umbilical? —me ofreció Julia. Un bonito
gesto que no esperaba.
—Es que no soy demasiado habilidosa para esas cosas, déjalo mejor, no sea
que la líe.
—No la puedes liar, mujer, si yo te indico por dónde.
—Venga, sí, Eliana —me animó mi madre.
—Vosotras lo habéis querido —asentí mientras lo hacía con lágrimas en los
ojos.
La recién nacida era una auténtica preciosidad y la criatura más tierna que
hubiese visto nunca. Después de que se la pusieran a mi madre en el pecho,
y se quedase allí tranquilita durante unos minutos, me llegó el turno y me
dejaron cogerla en brazos.
Morí de amor, no puedo decir nada más. Morí en el momento en el que
abrió sus diminutos, pero vivos ojos, y me dedicó aquella mirada infantil
tan cargada de vida que cargó mis pilas.
—Hola, cosita, soy tu hermana mayor —le dije emocionada—. Te tengo
que confesar que cuando supe que vendrías al mundo me puse un poco
tonta porque soy así, pero ahora siento que no te puedo querer más.
Bienvenida a la familia. —Le acaricié esa espaldita tan suave que tenía, con
un tacto a piel de melocotón y un olor a vida que no olvidaré jamás, por
muchos años que pasen.
Capítulo 30
Aquella tarde, sospeché que algo estaba sucediendo. Me había levantado
con demasiados pálpitos, y algo me decía que ese viaje que habíamos hecho
a Brujas y del que regresábamos al día siguiente no sería uno más.
Todo había surgido de un modo un tanto improvisado. Viendo una noticia,
se me antojó ir a Brujas, vamos, que me encapriché como si hubiera tenido
un amor a primera vista con ese lugar. Y Jorge, que era de los que siempre
estaba atento a cualquier señal que yo pudiera dar, lo preparó todo de
manera rápida y mágica.
En fin, que llegó el fin de semana y me encontré subida en un avión sin
comerlo ni beberlo. Me lo dijo de sopetón e hice la maleta a la carrera, que
para eso yo no ponía ni problema, sería por viajar y descubrir…
Brujas siempre me había llamado la atención y más cuando leí que era una
de las ciudades más románticas del mundo. Con Jorge me encantaba viajar
y sumar lugares para nuestra historia, esa que iba viento en popa y a toda
vela.
Me enamoré de la ciudad. Cierto que mi corazón estaba ocupado por mi
chico, pero sus canales con cisnes, sus escondidos parques, esos patios
interiores tan elegantes que te encuentras a la vuelta de cualquier esquina y
todo lo que poseía, provocó que me enamorase más todavía.
De aquella escapada me encantó todo. Hubo un momento ese mediodía que
me resultó súper bonito, y no fue otro que cuando él improvisó un picnic en
el conocido como Parque de la Reina Astrid.
Jorge era así. Siempre pensé que era un ser especial y que con ello
conseguía hacer magia a cada momento, que conseguía que cualquier
ocasión tuviera algo para recordar.
Y por esas cosas, desde ese momento comencé a detectar un brillito en su
mirada de lo más sospechoso. En el fondo, siempre lograba sorprenderme,
como bien os decía y podía imaginar que algo se venía, pero nunca qué
exactamente.
Habíamos charlado, reído, contado anécdotas y hasta andado descalzos por
todo el parque, en el que se mostró más enamorado que nunca. Había algo
en su mirada, algo que sonaba a anuncio.
—¿Me estoy perdiendo algo? —le pregunté mientras mordisqueaba un
exquisito pan que acompañó al resto de la comida, en la que no faltaba de
nada.
—Yo sí que me perdí algo y me lo perdí durante todos los años en los que
no nos conocimos, ¿me quieres explicar dónde estabas?
Siempre que me decía eso, era porque quería escuchar la misma respuesta,
la cual yo le daba junto con la mejor de mis sonrisas.
—Esperándote, ¿dónde iba a estar?
—Yo también te esperaba —le hice un guiño.
—Sí, pero tú no perdías el tiempo mientras —le buscaba yo la lengua, algo
que me encantaba.
—No, no, por ahí no vayas. Tú tampoco lo perdiste, que te faltó el tiempo
para lo que tú ya sabes.
—Ya tardaba en salir Valentino —le respondí tapándome los ojos con las
manos. También él aprovechó para tapar mi boca con la suya y me tiró de
espaldas en el césped.
Una señora mayor que estaba allí leyendo, nos hizo una señal. En principio,
creímos que se estaba molestando por nuestras muestras de amor en
público, pero pronto comprendimos que si había puesto el pulgar hacia
arriba era porque le parecía fantástico eso que estábamos haciendo.
Pues bien, como os digo, regresábamos al día siguiente. En el poco tiempo
que llevábamos allí, nos habíamos recorrido Brujas de lado a lado.
En aquella ocasión, en contra de lo que solía ocurrir en otras, nos habíamos
alojado en una preciosa mansión que él alquiló. No nos quedamos en
ningún hotel y disfrutamos de un ambiente muy íntimo y privado.
La mansión contaba con unas vistas fascinantes de la ciudad y estaba
situada a las afueras. Se trataba de una verdadera maravilla y con unos
jardines de cuento de hadas.
Me resultó curioso que esa noche no saliéramos a cenar a la calle. Él me
propuso que nos quedásemos y el caso es que me pareció la mejor de las
ideas.
—Pues nada, nos quedamos aquí en plan informal, ¿te parece? Me pongo
unos tejanos con una camiseta y vemos las estrellas tras la cena.
—Eso pretendo, que las veas, y de cerca —me contestó en un tono
misterioso—. En cuanto a lo de los tejanos, yo de ti los dejaría para alguna
mejor ocasión. Me gustaría que fuera una cena especial y quisiera que te
vistieras acorde a ella.
—¿En plan cenita romántica? Pues el caso es que no sé si traigo algún
vestido apropiado para eso.
—Sube al vestidor, estoy seguro de que allí encontrarás alguno —me
sugirió mientras me guiñaba un ojo de una forma que seguro que contribuyó
al calentamiento que me había entrado de golpe.
Me picó la curiosidad y salí volando escaleras arriba. Jorge era de
sorprenderme mucho y no me equivoqué. En cuanto entré en el vestidor me
encontré con una serie de vestidos de mi talla y que, sin duda, él había
hecho llevar para mí. En total eran cinco, todos ellos verdaderamente
increíbles, aunque hubo uno en color rojo pasión que me enamoró a primera
vista, ceñido, con escote redondo y largo.
Lo cogí y no dudé en probármelo. Me sentaba genial, como si lo hubieran
diseñado especialmente para mí. Y entonces supe que ese vestido no
desaparecería jamás de mi memoria.
Bajé al ratito y él estaba mirando el móvil. Le di un toquecito por la espalda
y enseguida me miró.
—¿Has encontrado algo de tu gusto ahí arriba? —me preguntó levantando
una ceja.
—Algo tan de mi gusto que ya estoy deseando que llegue la noche.
—Ya somos dos…
No me detuve a preguntarle por qué había hecho eso de traer tantos vestidos
y demás, hubiera sido una locura en otro hombre, pero no en Jorge, quien
me daba unas sorpresas tremendas y a cada momento.
En fin, que la noche llegó y yo me arreglé con ilusión, con tanta que cuando
me vio aparecer con mi melena ondulada, mi maquillaje de fiesta y aquel
vestido de película, su sonrisa me lo dijo todo.
—Quiero que te pongas esto —me comentó abriendo una cajita en la que
aparecieron un par de joyas en forma de pendientes que me dejaron con la
boca abierta.
Yo llevaba unos que él no dudó en quitarme para colocarme aquellos dos.
Después, me llevó hacia el espejo y ambos nos vimos reflejados en él. No
solo yo estaba vestida de fiesta, sino que él lucía irresistible con aquel
esmoquin que también estaba estrenando para la ocasión.
Me tomó por la cintura y entonces salimos al jardín. Si no hubiera sido
porque el rímel se me habría corrido, me hubiese frotado los ojos, porque lo
que apareció ante mí fue una escena verdaderamente alucinante.
En el tiempo que yo tardé en arreglarme, nos habían preparado una zona del
jardín de la manera más romántica del mundo, con una decoración
exquisita, y ya estaban a punto de servirnos la cena.
—Pero bueno, ¿por qué tanto? ¿Y por qué hoy, vida? —le pregunté casi
conteniendo las lágrimas, por la mucha emoción que me provocó.
—Porque te mereces todo esto y mucho más, por eso —me contestó
mientras besaba mi cuello y me hacía estremecer.
La cena fue de lujo, con una serie de exquisiteces entre las que no faltaron
grandes cantidades de marisco, que es mi debilidad, la cual él conocía.
Tras los muchos platos que nos sirvieron, porque contábamos con servicio
también, llegó una selección de postres que me hicieron la boca agua.
Todavía los estaba degustando cuando miré hacia arriba y lo que vi me dejó
paralizada.
—¿Eso es un globo? —le pregunté mirando al cielo y viendo uno
aerostático.
—A ver, que no me he fijado, pues parece que sí —dijo mirando hacia el
cielo.
—¿Y dices que no te has fijado? Pero si es inmenso y bonito.
—Sí que lo es, sí. Oye, y yo diría que va a aterrizar aquí, ¿no?
—¿Aquí en el jardín? Pero ¿eso cómo va a ser? Es imposible…
—No hay nada imposible, vida. Y la prueba de ello es que, después de todo
lo que tú y yo hemos vivido, estamos juntos. —Me besó la mano.
La situación era surrealista, con un globo a punto de aterrizar a pocos
metros de nosotros.
—Esto es cosa tuya, a mí no me engañas —le decía mientras él me sonreía
pícaro.
Una vez hubo aterrizado, me invitó a acercarme a él, cogiéndome la mano.
El hombre que lo dirigía fue muy amable y nos dio la bienvenida.
—¿Qué ha querido decir, Jorge? No, no, que es una virguería, pero que
estas cosas me dan mucho respeto. No, no, yo no me puedo montar —le
dije con la intención de salir corriendo en dirección contraria porque muy
seguro no es que me pareciera.
Él me cortó el paso y me indicó con muchas risas que nadie me libraba de
montarme. Yo, por mucho que traté de zafarme, terminé en sus hombros y
en dirección a un globo en el que iba a vivir uno de los momentos más
emocionantes de mi vida.
Lo supe en cuanto vi su sonrisa una vez que nos hubimos montado y que el
globo comenzó a ascender hacia el cielo. El hombre iba a lo suyo,
dejándonos a lo nuestro, y entonces Jorge me cogió por detrás de la cintura.
—Te dije que esta noche veríamos las estrellas de cerca —susurró en mi
oído.
—Mientras no las veamos de una caída —le contesté apretando los dientes
y poniendo cara de circunstancias.
—Eso no ocurrirá porque sabes que no te he traído hasta aquí para que te
suceda nada malo, sino para demostrarte que nada es imposible cuando se
trata de nosotros. Soy un hombre con los pies en la tierra, Eliana, pero he
querido separarlos de ella porque esta noche estoy en una nube.
Al decirlo, se inclinó en la cesta del globo, clavando la rodilla y
mostrándome la más amplia y atractiva de todas sus sonrisas. Entonces
abrió su mano y en ella encontré un anillo de diamantes cuyo brillo
competía con el de las estrellas.
—¡¡Jorge!! —exclamé con la boca tan abierta que pensé que tendría
problemas cuando quisiera cerrarla de nuevo.
—Eliana, no hemos llegado hasta aquí para quedarnos a medias. Sabes que
voy a por todas y solo me falta, para ser el hombre más feliz del mundo, que
te cases conmigo.
—¿Del mundo o del globo? —le pregunté con segundas y con una risilla
nerviosa incontenible.
—De todos los lugares, ¿te casarás conmigo? —insistió.
—Me casaré contigo en esta y en todas las vidas en las que nos
encontremos, mi vida —respondí emocionada mientras que mis ojos se
convertían en dos ríos y el hombre que nos acompañaba ponía una
musiquita romántica que me sonó como nunca en el cielo de Brujas, en el
escenario más romántico que jamás hubiera podido imaginar y en una
compañía inigualable.
Cuando por fin nos bajamos, ya lo hicimos comprometidos. Aquel mago del
amor había vuelto a conseguir hipnotizarme con uno de sus trucos.
A partir de ese momento, pondríamos en marcha los preparativos de una
boda que, como mínimo, tendría que ser tan espectacular y romántica como
lo fue aquella inolvidable pedida.
Esa noche, el compromiso de ambos de levantarnos y acostarnos juntos
cada día, fue más oficial. Nos queríamos casar y lo más bonito era que
compartiríamos esa fecha tan especial con todos los nuestros.
Jorge me dio luz verde para que me ocupase de todo. Él me ayudaría con las
elecciones, aunque deseaba que todo se hiciese a mi gusto.
—Yo he puesto la idea de casarnos y quiero que, de todo lo demás, te
encargues tú. Yo estaré ahí, pero sé que tienes un gusto especial.
—Bueno, tú también tienes mucho gusto. No hay más que verme—le dije
señalándome cuando nos metimos en la cama y él se reía mientras me
acariciaba.
Hicimos el amor como locos hasta que el amanecer nos pilló con los ojos
aún abiertos. Imposible dormir después de lo que habíamos vivido y con las
muchas ganas que teníamos de amarnos. Imposible cuando los nervios me
podían tras una pedida inolvidable.
Capítulo 31
Los nervios me estaban matando a una semana de la boda. Yo nunca me
hubiese imaginado que estaría tan nerviosa.
Aquella mañana íbamos a la penúltima prueba del vestido.
— ¿Qué te pasa, cariño? ¿En qué piensas? —me preguntó Jorge.
—En que hoy me pruebo el vestido otra vez —le dije.
—¿Y esa cara? Ni que te examinaras para una oposición. —Rio.
—No, hijo, es que me emociono mucho. Yo no creí que sería tan romántica,
pero cada vez que me lo pruebo, es que me muero de la emoción… No veo
la hora de estar contigo para darnos el «sí, quiero».
—Yo sí que no la veo, preciosa. Por mucho que piense que me vas a
sorprender, y estoy seguro de que lo harás, seguro que me quedo corto.
—Eso espero. Y que sepas una cosa…
—Déjame adivinarla.
—Si la adivinas, te doy un beso —le dije junto con una caricia.
—Si la adivino, me das algo más, que seguro que me lo habré ganado.
—Venga, dispara.
—Vale, pero si lo adivino, yo elijo con qué arma…
Siempre estábamos con las bromitas sexuales, que me encantaban, porque
además solían tener final feliz. Con Jorge todo era frescura, diversión y
picardía, porque las bromas picantes y el hablar con segundas no nos
faltaban nunca.
—Vale, tú eliges…
—Pues estás pensando en que no solo vas a ser la novia más bonita del
mundo, sino también la más sexy —me comentó mientras me acariciaba la
cara y recolocaba uno de mis mechones de pelo.
—La más bonita lo has dicho tú, pero la más sexy… Esa sí que es mi idea.
Oye, ¿tú crees que me estoy quedando demasiado flaca? Es que los nervios
me consumen. Dice mi madre que, como siga así, tendrá que pasar dos
veces para verme.
—Ven aquí que te vea bien.
—Tú aprovechas cualquier ocasión —le dije mientras comenzaba a
acariciarme de un modo que terminaría en sexo, seguro.
—Es que podré dar mi opinión mejor si no solo miro, sino también cato. Y,
además, que me lo he ganado.
—Y aunque no lo hubieras hecho. Venga, dale.
Nosotros es que no perdíamos oportunidad. Además, que a mí el sexo con
Jorge me relajaba mucho y ese día lo necesitaba más aún, porque ya había
comenzado la cuenta atrás.
Quedé con mi madre, con mi suegra y con Lola para la prueba. El vestido
me lo tenían listo y era cierto que me ponía de lo más nerviosa cada vez que
me lo probaba.
Me daba igual que ya viviera con Jorge. A mí, nuestra boda me hacía una
ilusión bestial y esa no me la quitaría nadie.
No solo yo estaba enamorada del vestido. También a las demás les brillaban
los ojitos cuando me lo probaba. Por cierto, que mi madre llevaba a Mía con
ella porque en aquellas reuniones de chicas previas a la boda no podía faltar
mi hermanita.
La cría también parecía encantada con las pruebas, como si pudiera saber lo
que allí se estaba cociendo, y sus pequeñas piernecitas pataleaban en el aire.
—Ay, por favor, qué cosa más bonita —le decía yo mientras la miraba
embobada.
—Tú sí que estás bonita, hija. Pero cómeme algo más, que te estás
quedando en los huesos, demasiado flaca —me dijo mi madre.
—Mamá, no me digas eso…
—Claro que no se lo digas, Eliana, porque además estoy segura de una
cosa: tu hija, antes de venir se ha comido algo. O al menos se lo ha metido
en la boca —le soltó Lola.
—Serás guarra. Niña, que está hasta mi suegra delante. —Me reí hasta que
las lágrimas me rodaron por las mejillas.
—Nada, nada, si esa es señal de amor. Yo a tu suegro no lo descuido nunca,
Eliana, no vaya a ser que llegue una lista que lo quiera cuidar más.
—Claro que sí. Ni yo a mi marido tampoco —añadió mi madre—, y eso
que esta cosita de vez en cuando nos da unas noches que no veas.
—Quién te lo iba a decir, mamá, a tus años —suspiré.
—Anda, bonita, que lo has dicho como si tu madre fuese la momia de
Tutankamón, no te digo. —Volteó los ojos.
—Que no, Lola, no metas cizaña, que mi madre es súper joven y guapa, no
hay más que verla. Pero que no creo yo que tuviera intención de traer más
niños al mundo a estas alturas.
—No, no la tenía, la verdad. Pero claro, luego llegó el amor y es lo que
tiene.
—Bueno, bueno, Eliana. Que yo a Chus lo quiero mucho, pero todavía no
me veo con uno de esos en los brazos, me entra hasta calor de pensarlo —le
dijo Lola.
—Tú calor tienes siempre, amiga. Mucho meterte conmigo, pero a Chus lo
tienes que le estás metiendo los ojos para dentro —le dije a carcajadas
limpias ya que era lo que me salía de los nervios que llevaba encima.
—Mala lengua, que tienes tú muy mala lengua. —Me sacó mi amiga la
suya haciéndome una de sus burlas.
—Oye, pues todavía ninguno se me ha quejado.
La modista entró y nos encontró a todas entre bromas.
—Qué buena onda se va a respirar en esta boda —dijo—. Yo sé mucho de
esas cosas y lo veo, es que lo veo.
Yo también lo veía, como también vi que tuvo que cogerle un par de
centímetros a la cintura. Era normal, las novias suelen adelgazar a
consecuencia de los nervios, así que no le di la menor importancia.
—Lo importante es que estás guapa a rabiar.
—Gracias, suegra, tú siempre tan amable.
—Y tú siempre tan pelota. —Se metió por medio Lola, que yo no sé cuál de
las dos estaba más nerviosa, si ella o si yo, porque la verdad es que estaba
viviendo los preparativos de mi boda como si fuese la suya.
Después de la prueba del vestido, nos fuimos a comprar la ropa interior. Yo
tenía ya preparada la que llevaría de día, pero quería sorprenderle con un
conjunto alucinante para esa noche.
Nos fuimos a un centro comercial en el que todas almorzamos.
—Mamá, ¿te crees que no me doy cuenta de que cada vez que me como una
croqueta tengo dos más en el plato? —le advertí a esa mujer que más gracia
no podía tener, la verdad.
—Mija, es para que tu marido tenga de dónde coger. A los hombres les
gusta eso. Mira, yo tengo unas buenas cachas.
—Ya te digo, así tienes a mi padre loco. Todavía te coge y te hace otro niño
a traición en cualquier momento.
—No, no, ¡¡¡de eso nada!!! Con Mía he cubierto ya el cupo. La fábrica está
cerrada.
—Sí, pero mi padre tiene mucha habilidad y lo mismo la pone a funcionar
otra vez en cualquier momento, ya lo verás.
—¡¡Que no!! —chillaba ella muerta de la risa.
—Pues yo echo mucho de menos otro niño en casa. Ya estoy deseando que
me deis nietos. —Pegó mi suegra un acelerón.
—Primero déjame disfrutar de tu hijo, mujer…
—La que no lo disfruta. —Ya volvía Lola a la carga—. Si lo raro es que
hayas adelgazado tú y no él.
—Habló la que es virgen, no te digo.
—No, no, si yo lo reconozco. Me paso las noches diciéndole «chupa Chus»,
como si fuera un caramelito.
Mi madre y mi suegra tuvieron que llevarse hasta las manos al estómago,
pues les dolía de tanto reírse. Nos lo estábamos pasando pipa, las cosas
como son, qué buen grupo formábamos. Hasta la niña parecía reírse con
nuestras cosas.
La cogí en brazos y se me quedó dormidita. Parecía una bendita y yo me
derretía.
—Eliana, ¿le sienta bien o no le sienta bien? —le preguntaba mi suegra a
mi madre.
—Lo que me va a sentar bien es el conjunto que me voy a comprar —le
aseguré yo.
—Pues que sepas que, con ese, a mi hijo le entrarán ganas de hacerte un
bebé.
—Ya hemos almorzado, pero me voy a tener que tomar una copita para
digerir todo esto —le comenté.
—Tú lo que quieres es que nos pimplemos una botella entre todas.
—Lola, mira que te gusta enredar…
—Claro que sí, a mí sola me gusta enredar. A ti no, venga ¿de qué nos la
bebemos?
Madre mía, la que organizamos. Pedimos un licor de hierbas que entraba
demasiado bien y cuando nos quisimos dar cuenta la única que no estaba
perjudicada era la niña, que debía ser la que más sentido tuviera de todas.
Alguna de nosotras fue haciendo eses hasta la tienda de lencería en la que
entramos con unas ganas de cachondeo que no eran normales.
—¿Es que venís de despedida de soltera? —nos preguntó la encargada.
—No, pero casi. Estoy buscando el conjunto más explosivo del mundo, ¿lo
tienes aquí? Es para volver loco a mi marido. Bueno, al que se va a
convertir en su marido.
—Es para que lo felicitemos en lugar de darle el pésame por haberse casado
con ella —soltó Lola que no se callaba ni bajo agua.
—Ni caso, que él ya sabe que se ha llevado el premio gordo —le aclaré.
—Sí, pero ese lo pone Jorgito, y con las dos aproximaciones —le aclaró
Lola.
A mi madre le dio tal ataque de risa que tuvimos que sostenerle a la niña,
porque aseguraba que se hacía pis encima. Esas cosas no se pueden tomar a
broma, porque resultó que llegó al baño y se encontró con la puerta cerrada.
Muerta de la risa, no pudo ni avisar y cuando quisimos darnos cuenta,
apareció de nuevo por la tienda.
—Mija, aquí dejo a la niña porque yo me vuelvo a casa con urgencia.
—Mamá, ¿te lo has hecho encima?
—No es mi culpa, es de las risas...
Con las que nos volvieron a entrar, ninguna atinaba a coger a la niña, que
terminó en brazos de la encargada de la tienda. Supongo que lo hizo porque
en ella todo lo que se vendía valía un verdadero pastizal, de manera que le
convenía que no me fuera por patas.
Al final me llevé un conjunto de lencería francés en negro, que hacía el
verdadero contraste con el que me pondría debajo del vestido de novia.
Aquel tenía una textura parecida al cuero, era una verdadera virguería, con
un arnés y todo.
—Madre mía, si solo te falta un látigo —me soltó Lola en cuanto me vio
aparecer con él puesto.
—No, mujer, ¿para qué le va a hacer falta un látigo? —le preguntó mi
suegra, que esa parte no la veía muy clara. Normal, ella miraba por su hijo.
—Bueno, bueno, que todo se andará, que yo tengo que innovar en la cama,
no sea que mi Jorge se me termine aburriendo.
—Eliana, pues mi marido a mí no se me ha aburrido, y yo pegarle no le he
pegado nunca. Que yo recuerde, vaya…
—Eso digo yo, suegra, porque como hayas cogido unas cuantas como la
que llevas hoy, al saber de lo que te acuerdas tú.
—¿Yo sola la llevo o la llevamos todas?
—Todas, todas, que aquí vamos a conjunto.
Para conjunto el que me llevé. A Jorge se le saldrían las bolas de los ojos el
día que me viera con él puesto, de eso me encargaba yo.
Estaba súper ilusionada y todo salía cada día mejor. Es que la compañía
también ayudaba y los preparativos de esa boda los estaba haciendo en la
mejor.
Ya me imaginaba vestida de novia y de nuevo las lágrimas se asomaban a
mis ojos. Tanto me daba la vena romántica como otra más salvaje en la que
me imaginaba liándola muy gorda en la noche de mi boda.
A ver si era capaz de atinar, también os lo digo, porque lo mismo con la
borrachera que me pensaba pillar no acertaba a ponerme conjunto ninguno,
que ya se vería.
No, yo quería destacar y que todo le resultara súper inolvidable a Jorge. Lo
iba a flipar. Yo pensaba darle una boda, y también una noche de bodas, que
no olvidara nunca. Y para eso pondría toda la carne en el asador.
Al final me llevé a la niña a mi casa, porque mi madre se terminó quedando
frita una vez que llegó a la suya. No me cogía ni el teléfono, así que yo me
pasé la tarde mimándola mientras pensaba en ese vestido que tanto me
ilusionaba y en un día que ya estaba muy cercano en el calendario.
Capítulo 32
A 48 horas de la boda, los nervios me hacían hasta tartamudear. Jorge se
moría de la risa. Él también estaba nervioso, aunque lo disimulaba mejor
que yo, eso lo reconozco.
—¿Y hoy qué tienes que hacer? —me preguntó mientras me cubría de
besos al levantarnos.
—Hoy tengo que ir a la última prueba del vestido.
—¿A ese del que no me das ni una sola pista? ¿Tú sabes la curiosidad que
me provoca tu silencio? No me gusta verte tan callada —decía buscándome
la lengua que para eso seguía siendo un experto.
—No, a ti te gusta más cuando abro el pico y también cuando grito en la
cama, vamos, como si no te conociera.
—Puede ser, puede ser.
—Y, además, que la curiosidad mató al gato y que yo miro mucho por ti, no
quiero que te pase nada malo. —Le acaricié la mejilla a la vez que le hacía
una burla.
Al ratito me fui con todas mis chicas a la prueba. De veras que me hacía
gran ilusión y, si me quedaba bien, ese mismo día me lo llevaría a casa. Al
tratarse de un vestido corto, no sería tan aparatoso como uno largo y me las
apañaría divinamente con él.
Llegamos y la modista ya me lo tenía preparado. Yo me lo volví a probar y
las cogí a todas de las manos.
—Pero ¿tú por qué lloras, chiquitina? —le pregunté a mi hermana, que en
ese momento rompió a llorar a lágrima viva.
—Es porque está un poco estreñida, creo yo, que lleva dos días sin hacer
caca.
—Vaya por Dios, mamá, a ver si es que a esta chiquitina no le gusta que me
case. Pero si yo te voy a querer igual cosita, tú no me vas a perder. —
Comencé a hacerle un masajito en la barriga.
—Para mí que tiene mojado el pañal, pesa mucho —le dijo Lola a mi madre
al ponerla así en volandas, que parecía Simba cuando lo presentaron en El
Rey León.
—Anda, pues es verdad, vamos a cambiarla.
—Mamá, que solo se ha hecho pipí, no seas bruta, ¿cómo la vas a cambiar
por otra por tan poca cosa? —Me reí mientras negaba con la cabeza.
—Cariño, que le voy a cambiar el pañal. Ay, mija, qué cómica eres.
—Vale, vale, es que yo estoy de los nervios y no sé ni lo que digo.
—Ya se nota, ya.
—Trae, Eliana, que por una vez voy a hacer algo que Dios me lo pueda
agradecer. Le voy a cambiar el pañal yo —se ofreció Lola.
—Oye, no me vayas a decir que mucho renegar y al final ya estás haciendo
prácticas, amiga.
—Prácticas voy a tener que hacer para soportarte a ti. Madre mía, qué fuerte
me parece todo.
Se sentó en una sillita y le quitó el pañal sucio. Mi suegra, a todo esto, me
miraba un tanto emocionada, porque ella estaba muy entusiasmada con la
boda de su hijo.
—Suegra, no es por nada, pero dime la verdad, ¿a qué molo mucho más que
Melisa? —le pregunté, y ella asintió riendo y sabiendo el pique que me traía
con el hijo— Claro que sí, no hace falta ni que lo digas. Si yo sé que soy tu
prefe.
Yo no sé si fue porque mencioné lo de la prefe o por qué demonios, pero lo
que no esperábamos fue el grito de Lola…
—¡¡Cañonazo va!! ¡¡Cuidado!! —nos advirtió a pleno pulmón.
Suerte que tuve buenos reflejos y que me dio por agacharme, porque los
bebés te la lían en un momento y se quedan más panchos que largos.
Resultó que mi hermanita, quien llevaba un par de días estreñida, soltó todo
de pronto y aquello salió a presión.
Si no me llego a agachar, me da en todo el vestido y me lo desgracia. Y en
ese momento se tienen que poner a buscar los papeles del seguro de
defunción porque me muero, eso fijo.
Sin embargo, en toda batalla existe alguien que sufre daños colaterales y esa
fue mi suegra, quien estaba justo detrás de mí y fue quien se llevó el
cañonazo bien llevado.
—¡¡Mierda!! —exclamó.
—Pero mierda pura —asintió mi madre, quien salió de nuevo corriendo
para el cuarto de baño, porque se moría de la risa y no podía aguantar.
—Mamá, si no puedes entrar, tira la puerta abajo —le recomendé— no sea
que te tengas que ir otra vez.
—Hoy quien se tiene que ir soy yo, Dios mío, ¿qué come esta niña? Porque
comerá bueno, pero está podrida por dentro.
—Suegra, eso ha sido el destino, para que te replantees eso de que tienes
muchas ganas de ser abuela, ¿lo sigues viendo igual? ¿O ahora te lo estás
pensando?
Lola pataleaba de la risa con la niña encima y la cría la imitaba,
balbuceando y riendo, y eso que era una bebé recién nacida, pero parecía
poseída por el Espíritu Santo o vete tú a saber qué.
Tuvimos que acompañarla a su casa y luego almorzamos juntas, sin dejar de
reírnos a carcajadas por lo sucedido.
—Al menos la niña ya estará estupendamente, que temía que se nos pusiera
malita en la ceremonia —decía aliviada mi madre.
—Si esta niña vende salud, mamá. Además, que ha sido mi masajito en la
barriga. Al final, voy a tener hasta buena mano con los niños.
—Sí que tienen peligro tus masajes, sí. A mí ni me toques. —Se reía Lola.
—A ti no te toco yo ni con un palo, que antes nos rozamos y me diste
calambre en el codo, mira si desprendes electricidad. Si llego a meter los
dedos en un enchufe, no me da tan fuerte.
—Eso es que estoy electrificada por los nervios de la boda.
—Más que una valla, guapa. Menos mal que soy yo quien se casa y no tú,
no me puedo ni imaginar lo que pasará ese día.
—Calla, calla, que me caigo de espaldas de los nervios, ¿tú crees que Chus
me lo pedirá alguna vez?
—Pues ni idea, chica, qué quieres que te diga.
Me hice la tonta bien hecha, porque yo había escuchado campanas y bien
escuchadas. Pero a mi amiga no le diría ni media palabra porque todo era
sorpresa.
Para mí que estábamos viviendo el mejor momento de nuestras vidas y las
pruebas así lo apuntaban. Ya no quedaba nada de nada para nuestro gran día
y todas ellas serían también protagonistas.
¿Se podía ser más feliz después de todo lo que pasamos al principio?
Capítulo 33
Amaneció un día radiante, un día que ni hecho por encargo hubiera sido tan
perfecto como el que lucía.
—Y es que no podía ser de otra manera ya que nos lo merecemos —le dije
a Jorge mientras daba saltos en la cama literalmente, mirando hacia fuera,
donde el cielo brillaba para nosotros.
—Claro que no. Te mereces el día más bonito y aquí lo tienes, aunque para
bonita tú. Nunca te había visto más guapa que hoy.
—Es que he hecho un conjuro —bromeé.
—¿Le has vendido tu alma al diablo para ser la más guapa del reino?
—Puede que sí…
—Está bien, aunque no quiero ponerme celoso de ese diablo —me dijo
besándome.
—No, no, deja, que ya de celos hemos tenido lo nuestro. —Reí porque
comenzó a hacerme cosquillas.
—Dime al menos que tu cuerpo es mío —murmuró dejándome con una
sonrisilla.
—Lo es, lo es. Y más que lo será esta noche. No es por nada, pero lo vas a
flipar. No te imaginas el modelito que me he comprado.
—O sea, que, si tengo poco con los nervios de imaginarte vestida de novia,
ahora resulta que también me queda un sufrimiento con lo que viene
después. ¿Es eso lo que me estás intentando decir?
—Sí, sí, que también te puedes comer el coco con el otro modelito. Y con
esto y un bizcocho, y como son las ocho, me largo ya.
—No seas cruel, ¿me abandonas tan pronto?
—Pues claro que sí, y no me pongas pucheros. Deja hueco en la barriga
para la comida, que con lo que ha costado, hay que amortizarla. —Reí.
No iba yo desencaminada. No habíamos reparado en gastos para la que
sería la boda de nuestros sueños. Nos hacía tantísima ilusión, tanta, tanta…
Salí de la casa y me dirigí a ese lugar en el que ya me estarían esperando
todas las demás. La boda se celebraba a las doce del mediodía y no había
tiempo que perder.
Nos casábamos por lo civil, pero en una preciosa ceremonia que se
celebraría en una especie de palacio de cuento que habíamos alquilado para
la ocasión.
De veras que cuando lo vimos por primera vez, los dos estuvimos
absolutamente de acuerdo en cuanto a que era en ese lugar, y solo en ese,
donde queríamos unir nuestras vidas.
La ceremonia sería al aire libre, igual que el banquete. El día anterior, tanto
Jorge como yo, estuvimos supervisando todos los detalles bajo la atenta
mirada de Soraya, la wedding planner que contratamos para que todo
saliera perfecto.
La verdad es que el entorno parecía mágico, solo faltaban unas hadas
revoloteando por allí. Mientras me iban arreglando, solo podía mirar por la
ventana del salón y contemplar esa decoración tan magnífica que
enamoraría a todos.
Una enorme carpa blanca a juego con las sillas y mesas, fuentes de cristal,
un lago con cisnes y mucho más. Elegancia pura para que sirviera de telón
de fondo a una boda que me hacía consumirme por la emoción.
Cuando el sol cayera, por la tarde, también habíamos previsto una
iluminación romántica que dejaría a todos boquiabiertos, con unas
guirnaldas y farolillos que le darían el más romántico de los aires al
ambiente. De la misma forma, lucirían unas antorchas que yo misma elegí,
todo combinado, verdaderamente alucinante.
Soraya daba las pertinentes instrucciones y, de vez en cuando, también se
acercaba para comentarme cómo iba todo. El buen rollo era total desde
primera hora de la mañana.
En ese salón nos vestiríamos todas, no solo yo. Quise tenerlas cerca en esas
horas, como las había tenido desde que cada una apareció en mi vida. Y más
en los últimos meses, en los que me habían ayudado cantidad.
A mi hermanita le habíamos encargado un vestido que colgaba de la
lámpara junto al mío. Uno muy tierno e infantil, pero de la misma tela, con
el que estaría para comérsela a bocaditos pequeñitos.
Mi padre sería mi padrino, igual que mi suegra la madrina de su hijo.
Cuando le viera aparecer por la puerta para llevarme al exterior, ya
veríamos cuál de los dos era capaz de contener más las lágrimas, pues
estábamos con los nervios a flor de piel.
Mi madre estaba más volcada en mí que nunca. Si alguien, años atrás, me
hubiera podido mostrar una escena de esa mujer acariciando mi pelo y tan
entregada, yo es que no me lo habría podido creer. Cuando ni siquiera sabía
de su existencia.
Como ya expliqué, mi vestido no era nada convencional. Me quedaba como
un guante, con ese cuerpo rematado en finos tirantes y dibujando mi silueta
de ese modo tan sexy, cortito y con un juvenil cinturón tipo joya que le daba
el toque de distinción.
Junto con él, unas sandalias de pedrería a juego remataban el conjunto, al
que solo le faltaba mi llamativo ramo de novia, que ese lo elegí en el mismo
rojo de mis labios. Y, por supuesto, mi melena al aire, porque no estaba yo
dispuesta a recogerme el pelo para nada, que me veía mucho más fresca y
desenfadada con él suelto.
Cuando por fin estuve lista, a todas se nos escapó una lágrima de emoción.
Como mínimo una, por no decir un montón.
—Mi hijo no se podía haber llevado una mujer más bonita por dentro y por
fuera —pronunció entonces mi suegra, haciendo que la abrazara.
—Es verdad, qué orgullosa estoy de ti, mija. —Me abrazó mi madre.
—Y yo también te quiero mogollón. Sabes que mi deporte favorito es el de
meterme contigo, pero eres la mejor amiga que se puede tener en el mundo,
capulla. —Lola trataba de contener las lágrimas.
Ese fue el momento en el que mi padre apareció por allí. Lo hizo vestido de
frac y con una sonrisa de oreja a oreja.
—Hora de llevarte al altar y también… También de contener las lágrimas
—dijo intentando contenerse al verme.
—¿Qué te parezco, papá?
—Me pareces un bombón, ¿qué me vas a parecer?
—Pues menos mal que lo es en sentido figurado, porque con el sol que luce
hoy, te podrías derretir, cariño. —Me dio Lola un beso en la mejilla en el
momento de salir del salón.
Todas comenzaron a caminar para esperarme en los jardines, y entonces le
di un beso a mi hermanita, que era otro bombón, pero en miniatura.
—Te quiero, pequeña —le susurré y mi madre me regaló la más bonita de
las sonrisas.
Nada más salir, vi a Jorge al fondo, también de frac, y el corazón comenzó a
acelerarse de tal modo que sentí hasta miedo de desmayarme. Mi padre me
miró y me tranquilizó, cogiéndome fuerte del brazo.
Poco a poco, y con la música nupcial de fondo, la cual corrió a cargo de una
pianista cuyas notas sonaban como los ángeles, fui avanzando con paso
firme hasta Jorge, quien me recibió súper emocionado y haciéndome gestos
de que mi vestido era ideal.
Tanto me iba fijando en mi prometido, que no reparé en ningún momento en
el hecho de que no era mi suegra quien estaba a su lado, sino ¡¡¡Melisa!!!
No creo que me equivoque si digo que la boca se me debió abrir más que un
buzón cuando me di cuenta de que era ella, pero para ese momento no pude
más que echarme a reír.
—Lo siento, Eliana. Tú estuviste en mi boda y yo no podía perderme la
tuya. No habría sido justo.
—Te lo compro, tienes razón —le dije sin poder parar de reír.
Por mucho que me sorprendiera, que lo hizo, y mucho, no puedo dejar de
reconocer que ese gesto me enamoró todavía más de Jorge en el sentido de
que me demostró la mucha personalidad de quien iba a convertirse en mi
marido. Él, al que tantas veces le prohibí que ella estuviera presente, hizo lo
que le vino en gana y al final tuve que darle la razón; fue lo mejor.
Mi suegra me hizo también un gesto en ese momento, pues yo la miré,
dándome a entender que le había cedido gustosa el puesto porque no era
pamplinosa para nada.
Cuando todo estuvo en orden, el juez que vino a casarnos, que era amigo de
la familia de Jorge, dio comienzo a la ceremonia. Al tratarse de alguien
conocido, la nuestra no fue una ceremonia solemne, sino una un tanto
cómica en la que hizo referencia a algunos de los capítulos por los que
tuvimos que pasar para llegar hasta allí.
Una vez que le escuchamos contarlo todo en clave de humor, llegó el
momento del intercambio de los anillos y la mano me temblaba a tope.
Jorge me la sostuvo y me la besó. Y yo casi me abalanzo sobre él y me lo
como a besos también, por un gesto tan bonito como ese.
En realidad, cuando llegó el momento de besarnos, ninguno de los dos nos
cortamos ni un pelo, aunque la sinfonía de fondo la puso mi hermana, que
rompió a llorar a tope, como si le estuvieran pinchando con una aguja.
—Esta niña es una celosilla, mamá, no quiere que me bese —dije en alto
mirando a mi madre y no faltó nadie por reír.
Comenzamos a besarnos de nuevo y ahí dimos por terminada una
ceremonia que estuvo hecha a nuestra medida. A lo largo de los
interminables y magníficos jardines, nos hicimos un reportaje fotográfico
muy romántico y también entrañable, porque participaron los nuestros en
algunas de las fotos.
Si me tengo que quedar con una de las familiares, escojo esa en la que Jorge
tomó a Mía en brazos y le hizo una carantoña bajo mi atenta mirada. Esa, de
hecho, la enmarcaría y pondría en nuestro salón. Qué lejos quedaban los
tiempos en los que el embarazo de mi madre me sentó como un tiro.
A partir de ahí, se desató la fiesta de la comida: entrantes que hicieron las
delicias de todos fueron el pistoletazo de salida que culminó en un almuerzo
al aire libre que lució de un modo increíble.
El corte de la tarta, la apertura del baile, ¿cómo definir todos esos
momentos que quedarían grabados en nuestra retina para siempre? Por no
hablar del espectáculo musical, del de las luces al que dio paso la puesta de
sol y de tantas sorpresas como teníamos preparadas para nuestros
innumerables invitados, que quisieron acompañarnos en un día en el que
Jorge se mostró más enamorado aún de mí, si es que eso era posible.
Por medio, se produjo otro momento muy especial. Uno que yo esperaba
con mucha alegría, como fue tirar el ramo.
Había truco, tengo que decirlo. No hace falta comentar que en muchas
bodas hay tortas por coger el ramo. No fue el caso de la mía, porque todo
estaba pactado con el resto de las chicas solteras, las cuales se apartaron en
el momento justo, de tal manera que el ramo le cayó en las manos a mi
querida Lola.
En ese instante, me sonrió tan agradecida como sorprendida. Y entonces
buscó con la mirada a Chus, como queriéndole lanzar la indirecta de que el
ramo ya lo tenía, con lo cual solo faltaba un pasito por su parte.
No le dio tiempo a nada porque, en cuanto se volvió, se lo encontró detrás
de ella con la rodilla en el suelo y con la caja abierta de un precioso anillo
que brillaba bajo el sol, como brilló la sonrisa de mi amiga.
—Pero ¿qué es esto? Es que no me lo puedo creer, no puedo. —Se llevó las
manos a la boca. Y miré a su madre que estaba tan emocionada como lo
llevaba toda la ceremonia. Mi querida Manuela, que no había día que me
pidiera perdón por haberle hecho caso a la hija.
—¿Es que acaso habías pensado que dejaría pasar la ocasión de casarme
con una mujer como tú? —le preguntó él.
—Tenía mis dudas, es cierto. Lo que pasa es que sé que eres un poco
masoquista y…
Por más cosas que dijera para tratar de que no se le notase tanta emoción, a
Lola no le salía la voz del cuerpo.
—Es cierto, amor, me gusta que me des caña. Todavía no me has
respondido, ¿quieres que te dé toda la del mundo? —le preguntó él.
—¡¡¡Te vas a enterar!!! ¡¡¡Claro que sí!!! —ella se tiró encima de su novio y
le pedí al fotógrafo que inmortalizara la escena. Otra de las mejores de un
día que no tuvo desperdicio.
Cuando por fin vino a reaccionar, Lola se acercó a mí.
—Tú lo sabías todo y estabas calladita. Mira qué pedrusco, ¿no es bonito?
—Tan bonito como tú, mi niña, que eres lo más precioso que hay aquí
después de mi hermanita. Bueno, es que tú también eres mi hermana.
Todos bebían, bailaban y se lo pasaban de miedo. Yo no es que tuviera
especial control con la bebida, lo mismo que Jorge, solo a que mi marido el
alcohol no le afectaba tanto y a mí se me iba subiendo a la cabeza un poco
más.
A cierta hora de la noche, no lo voy a negar, quien más y quien menos
estaba ya perjudicado por el alcohol. Entonces me dio por mirar el carrito
de mi hermana y me encontré a mi madre dando una cabezada. Sí, sí, entre
que no dormía demasiado con la niña y que también se lo había bebido
todo, la mujer se había quedado dormida.
Mi padre estaba hablando con unos amigos de toda la vida, y fumándose un
puro con ellos, cuando me acerqué a él más que alarmada, porque el carrito
de la niña estaba vacío.
—Papá, ¿y mi hermana? ¿No la tienes tú? —le pregunté.
—Hija de mi vida. La niña es pequeña, pero ¿dónde te crees que puedo
tenerla? ¿En el bolsillo?
En otro momento, me hubiera hecho gracia, pero reconozco que en ese no
me hizo ninguna.
—Papá, ¡¡¡que nos han secuestrado a Mía!!!
—Hija, ¿qué dices? Ni que estuviera aquí la mafia rusa, ¿cómo nos van a
secuestrar a tu hermana?
—Pues tú me dirás, porque para mí que… Ay, Dios mío, ya lo entiendo…
Mamá no está dormida, a mamá la han drogado para llevársela. Mira…
Daba la impresión, la verdad, porque tenía una pose que era para verla, con
los brazos caídos a ambos lados de la silla.
—¿Cómo va a estar tu madre drogada?
—Papá, que sí. No hay más que verla. Tú no, que puede parecer otra cosa,
pero yo voy a inflarla a cachetadas para que se despierte.
—Que no, hija, que no, que no sabes lo que dices.
—Papá, ni que estuviera borracha —me quejé.
—No, qué va, hija, si te has bebido hasta el vino directamente del barril.
—Que no, papá, que te buscas la ruina, que voy yo —insistí.
—Pero ¿de qué me hablas? Si yo no le pienso pegar a tu madre, ¿estás loca?
—¿Por qué te dice que estás loca, amor? —me preguntó Jorge.
—Porque nos han secuestrado a la niña y solo mi madre puede saber quién
ha sido. Aguántala, Jorge, que la tengo que despertar.
Alcé la mano en el justo momento en el que, como si se tratase de una
premonición, ella abrió los ojos. Del susto, se cayó para atrás con silla y
todo.
—Joder, qué fuerza tengo y eso que no la he rozado —me dije.
—Mija, ¿de qué va esto? —me preguntó con los ojos tan abiertos que se le
iban a salir, tratando de ponerse el vestido derecho, porque cayó fatal y se le
quedaron hasta las bragas fuera.
—Mamá, habla, ¿viste a quienes se la llevaron?
—¿A quién se han llevado?
—Ay, pobrecita, lo que vas a llorar. Al fruto de tu vientre. Al segundo, digo,
porque es evidente que el primero soy yo. Pero esa consentida te tiene loca,
lo mismo que a mí, y si no la volvemos a ver nos meterán a las dos en un
psiquiátrico. Lo siento, Jorge, me vas a perder.
—Cariño, eres tú quien ha perdido la cordura. Yo estoy viendo a la niña.
—En tu imaginación, amor, en tu imaginación. Qué lástima de ti, te has
casado con una loca, porque a mí la cabeza no me va a funcionar más
después de esto.
—Como si te hubiera funcionado hasta ahora, chalada. A la niña la tengo yo
—me habló Lola desde atrás—. Vi que tu madre estaba, así como pescando,
que se le cerraban los ojos, y le dije que me la diera.
—Upss. —Me salió mirando a mi madre.
—Mija, si es que ni tiempo me has dado a explicarme, que si te dejo me
saltas las muelas. Qué barbaridad, menos mal que no querías una hermana.
—Ay, mamá, qué alegría —dije super emocionada—. Mírala y no le han
hecho nada. Si viene con sus dos manitas, con sus dos piececitos, con su….
—¿Qué le voy a hacer yo a la niña? ¿Qué dices? —se quejó Lola— Viene
con todo lo que traía de serie, claro, incluyendo mucha más cabeza que tú.
No he visto una cosa igual en mi vida, ¿qué te han echado a ti en la bebida?
—Nada, es solo que ha bebido tela.
—Jorge, amor, que han sido dos copitas de nada…
—Más bien querrás decir dos botellas de nada, amor.
—Y yo otras dos, no puedo con mi vida —señaló mi madre, quien dio otra
cabezada allí en el suelo.
Si algo le faltaba al día para ser totalmente increíble, sucedió. Y no por eso
renuncié a tomarme alguna copita más, argumentando que se me había
quedado la boca seca por el susto.
Hasta altas horas de la madrugada estuvimos todos bailando y mi madre
durmiendo la mona, como se suele decir, porque ella a la borrachera le unió
que tenía un montón de sueño atrasado.
Poco a poco, todos se fueron despidiendo, incluida Melisa, quien se lo pasó
genial y la mar de bien acompañada, ya que una invitada le echó el ojo.
—Me alegro de que hayas venido. Igual es por la cogorza que llevo, pero
me alegro —le susurré y no solo eso, sino que le di un abrazo.
—Y yo también me alegro mucho. Sabía que Jorge se llevaba una joya,
pero no conocía esa faceta tuya tan divertida.
Lo dijo porque todos se partieron a consecuencia de mi intento de inflar a
leches a mi pobre madre, la cual se salvó por los pelos. Una anécdota que
nunca se olvidaría en mi casa y que recordaríamos mil veces.
Capítulo 34
Ya he dicho que me bebí lo que no está escrito en una noche en la que
también había puesto todas mis expectativas en el sexo.
No me tengo por una loca, ni fuera ni dentro de la cama, aunque he de
reconocer que esa noche actué como tal. En mi defensa diré que fue el
alcohol y no yo quien lo hizo.
Para empezar a abrir boca, Jorge tuvo la genial y romántica idea de
llevarme en brazos hasta la puerta de nuestra habitación. Nosotros nos
quedábamos a dormir allí, en un entorno ideal.
En cuanto lo hizo, se me cruzaron los cables.
—No, no, así no. A mí me llevas a caballito —le pedí.
—¿A caballito? Mi amor, que estás un poco perjudicada —lo dijo de la
manera más fina que pudo— y podemos caernos, como no sería la primera
vez —dijo recordando el aterrizaje que tuvimos en la pista de la isla.
—No, no, si es por eso, puedes quedarte totalmente tranquilo porque yo
perjudicada no estoy. Yo estoy borracha perdida —le confesé y escuché sus
carcajadas—. Mira cómo se ríe él. No te hará tanta gracia cuando llegues a
la cama. Venga, ¡¡¡arre!!! —le pedí mientras iba escalando hacia sus
hombros— Y no te quejes, que menuda vista tienes. Me estás viendo todas
las bragas. Ah, no, que me las he quitado antes, cuando buscaba a mi
hermana, porque estaba sudando a chorros —recordé.
Llegamos a la habitación y la decoración era otra virguería que dejaba con
la boca abierta.
—Mira qué cosa más bonita nos han hecho con…
Quiso decir con los cojines y una serie de adornos, alguno de los cuales me
clavé porque me tiré en plancha.
—Aterrizaje perfecto —dije cuando frené en seco.
Como aquello era una especie de palacio y tenía hasta cuadras, me dio por
pensar que en la parte de abajo pudieran tener alguna fusta. Como si
estuviera poseída, bajé del tirón las escaleras y se la pedí a un chico del
servicio.
—¿Es que la señora piensa montar esta noche? —me preguntó sorprendido.
—Mejor no preguntes, no sea que cobres tú también —le aconsejé mientras
movía el trasero para traerme una.
Ya la tenía y me la metí por dentro del vestido al entrar en la habitación. De
inmediato, me refugié en el cuarto de baño, donde me coloqué mi conjunto
negro, que parecía yo la princesa guerrera Xena, y me dispuse a salir con él
y con la fusta en la mano.
—Cierra los ojos, amor, que te voy a dar una sorpresa —le pedí desde
dentro del baño.
Él debió relamerse.
—¿Una sorpresa? No sé si voy a poder aguantarme.
—No, a guantazos me iba a liar con mi madre, a ti te tocará otra cosa —le
aseguré.
Se hizo el silencio. Para mí que se estaba preguntando a qué me refería
cuando salí de un salto y di un fustazo en la cama. Para mí que estaba dando
en el colchón y lo cierto es que lo hice con todas mis fuerzas. Lo que no vi
es que le acerté de refilón en el dedo meñique del pie y el salto de Jorge no
se había visto ni en las olimpiadas.
—Joder, ¡¡¡qué dolor!!!
—¿Qué dices? Si no te he dado ni nada, hijo. Ahora vas a pagar por lo de
Valentino y…
Se me estaba calentando el pico, aunque para calentito el dedo suyo, el cual
le vi de repente y caí en que le había dado. Sí que le había dado, la verdad.
—A ver, Eliana. Estás impresionante, ¿qué digo impresionante? Estás para
que me dé un infarto al verte, pero prefiero eso a que me des con la fusta.
Entrégamela que yo la guardo, anda, y ya jugamos a lo que tú quieras.
—Que no, hombre, que esto es muy divertido. Se trata de nuestra noche de
bodas y hay que hacer algo original. No seas soso. Que a ti te va mucho el
jueguecito. —Le hice un guiño.
—Pues sí, pero a poder ser, me gustaría poder contarlo. Dámela, cariño.
Puso la mano sin percatarse de que yo acababa de levantarla y se llevó tal
fustazo en la palma que hasta yo me quedé bizca.
—¿Qué haces? ¿No ves que estoy juguetona? Si es que te las buscas tú solo.
Después le irás dando a la lengua.
—Eso sí me queda, porque para mí que me vas a hacer picadillo, ven aquí y
para ya que estoy viendo que esto se te va a ir de las manos y que te has
venido demasiado arriba.
Cogió la fusta al vuelo y, tirando él de un lado y yo de otro, no sé cómo fue
que me la arrancó tan fuerte que no se lo vio venir, no os queráis imaginar
cómo le dejó la frente cuando impactó a toda leche contra él.
—Ay, que pareces un cristo. —Me puse las manos en la boca—. Voy a tener
que hacerte una cura, ¿quieres que me vista de enfermera explosiva?
—No, no, deja, que solo de pensar en lo de explosiva ya me da por temblar.
—Mira que eres desconfiadillo. Bueno, ya está bien de juegos. Ahora quiero
que me hagas tuya —le pedí.
—Pero lo quieres de verdad, ¿no? Que eres capaz de cambiar de opinión y
baldarme con un zapato de tacón o algo.
—Siempre pensando mal de mí —resoplé con fuerzas tirándole el aire en la
cara.
—No, no es eso, pero es que va una detrás de otra.
—El karma, que te la tiene jurada. —Me encogí de hombros.
Me sentía mandona esa noche. Jorge me ponía muchísimo y el rollito ese de
ama hizo que me subiera tela. Lógico que el alcohol también ayudó lo suyo.
A partir de ahí, le dejé que tomara el mando, más que nada porque no podía
con mi vida. Eso sí, el trasero no dejé de menearlo, provocándole al
máximo. Él me inspeccionó de arriba abajo y luego me fue despojando de
cada una de las eróticas prendas, las cuales le excitaron una barbaridad.
Para ser nuestro primer asalto sexual de casados, no voy a negar que se trató
de uno muy peculiar, cosa que también quedaría para el recuerdo. Y serían
muchas las veces que me pondría el conjunto para rememorar una noche
que había tenido de todo.
Capítulo 35
Si cualquier luna de miel es maravillosa, una en un destino tan exótico
como China, es más que recomendable.
Qué voy a contar de la nuestra, ¡¡¡pues que fue una pasada!!!
Tiramos la casa por la ventana, desde luego, que para eso una luna de miel
es un viaje único e irrepetible. Y aquella no solo nos traería un montón de
momentos románticos, sino también más de uno disparatado, que para eso
nuestra vida se componía de un sinfín de momentos así.
China es grande, pero nosotros recorrimos un montón de rincones que no se
nos olvidarán jamás. En Pekín, nos alojamos en un hotel de la cadena de
Jorge. Desde la que consideran ciudad misteriosa, hasta Shanghái o Guilin,
todo fue inolvidable. Y eso por no hablar de la Gran Muralla, que nos dejó a
Jorge y a mí con la boca abierta.
Yo siempre había querido visitar ese inmenso país, pero hacerlo de su mano
se convirtió en toda una aventura.
Tanto Jorge como yo, teníamos claro que la íbamos a recorrer del modo más
intenso y divertido posible. Contratamos los servicios de un guía y ¡no os lo
vais a creer! Resultó que era cubano y que se llamaba Ernesto.
Con él las risas las teníamos aseguradas, porque nada más recogernos,
caímos en que no podíamos haber hecho una mejor elección.
Teníamos varias alternativas y escogimos la que nos pareció más fresca y de
la que nos trajimos unas fotos alucinantes.
Lo primero que nos ofreció fue subir a la Gran Muralla en teleférico. A los
dos nos alucinó la idea y no lo dudamos ni un segundo.
—No veas la envidia que le voy a dar a Lola. —Reí—. Nosotras es que
hemos montado mucho juntas en teleférico —le conté echándole un poco de
cuento, ya que yo no había viajado ni a la esquina, mis padres no me
llevaban más que al pueblo de los abuelos cuando vivían.
—¿No me digas? No sabía yo…
—Sí, hombre, sí. Nos subimos dos veces en el del Tívoli, en Málaga. Una y
al rato otra. —Eso sí era verdad.
—Ven aquí que te como a besos. Lo cuentas como si hubierais recorrido
todos los del mundo.
—Ah, no, no, esos los pienso recorrer contigo. Mira qué vistas.
—Sí, no os las perdáis —nos pidió Ernesto—. Da igual cuántas veces suba
al día, siempre me quedo perplejo.
Y se quedaba. El hombre era un poco intenso y también os digo que
charlaba por los codos, pero era pura simpatía.
—Una vez —nos comenzó a contar entrecerrando los ojos—, me encontré
con una pareja de chiflados que, cuando nos subimos, ¡se quedaron en
cuera a la pelota!
Me eché a reír a carcajadas porque conocía esa expresión por mi madre.
—Vamos, que se quedaron como su madre los trajo al mundo, ¿no, Ernesto?
—Sí, mami, así mismito. Por lo visto, les ponía hacerlo así por los aires y
allá que fueron. Y lo más incómodo de todo es que se pusieron ahí a darle al
tema —negaba riendo mientras lo recordaba.
—¿Sin invitarte? —le preguntó Jorge, buscándole la lengua.
—Y encima eso, ¡¡¡sin invitarme y sin nada!!!
—Bueno, yo tampoco te invitaría, pero tranquilo, que no tenemos intención
de dar aquí ningún numerito.
—No, ya te digo yo que no me comparte con nadie. Si yo te contara. —Me
eché a reír de nuevo recordando lo de Valentino.
—Mejor que no te cuente nada, mejor que no —le dijo quien ya era mi
marido, ¡¡qué bien sonaba!!
Seguimos con las bromas, y lo mejor no fue subir, que también, sino bajar.
El tobogán de bajada nos divirtió muchísimo, con sus 1.580 metros y un
montón de giros que me volvieron la cabeza loca.
Para colmo, resulta que Jorge bajó delante y yo detrás. Se suponía que yo
debía controlar la velocidad, pero la cosa se descontroló un poco.
—Jorge, ¡corre más! —le pedí porque no daba con la palanca para bajar el
ritmo y ya estaba viendo que me lo iba a comer a ese paso.
—Nena, que no puedo, que esto no da más. Si ya voy que me las pelo, verás
la que se puede liar.
—Pues tú verás, ¡corre! —le chillé otra vez viendo que mis pies le iban a
golpear la cabeza.
—Madre mía, pues como no salga volando ya…
—¡Corre!
La única que corrió más fui yo, porque él no podía esquivarme y terminé
pateándole el coco. Un poco más y le salto por encima. Ya hubiera sido lo
que faltaba para hacernos virales.
Jorge me fue frenando poco a poco y al final le hice un «sana, sanita», ya
cuando estuvimos abajo. Ernesto, el guía cubano, se moría de la risa.
—Mirad que llevo años aquí, pues no he visto otra cosa igual —decía—. De
pinga, los dos sois de pinga.
—Es que mi mujer es para temerle. —Carraspeó.
—Ya lo veo, ya, y lo peor es que parece que lo tiene todo controlado.
—Pues muy controlado no lo tendré, maldita palanca —me quejaba todavía
revisándola cuando llegamos abajo.
—Será lo único que haya resistido a su control, Ernesto, te lo digo yo.
En la cima, que no lo he contado, flipamos con las torres de vigilancia, que
ofrecen unas vistas únicas donde nos hicimos mogollón de selfis que fueron
directos para nuestras redes. Parecían paisajes de esos de postal y Lola
enseguida nos reaccionó.
Por cierto, que mi amiga ya andaba como loca con los preparativos de su
boda. Me hacía mucha ilusión que la suya hubiera salido de la mía.
Allí arriba, al inicio de la Gran Muralla, nos encontramos con un montón de
tiendas de suvenires en las que compré cositas para todos los nuestros y un
pequeño gorrito para mi hermanita Mía, que esa siempre estaba en mi
pensamiento. La niña me había terminado por enamorar del todo.
En fin, que la experiencia de la Gran Muralla fue de lo más alocada, pero no
la única que vivimos, ni mucho menos. Se trató de un viaje lleno de
anécdotas y también de sexo, porque no dudéis que, entre tanta visita,
todavía nos quedó mucho tiempo para jugar en la cama, que se había
convertido en nuestro pasatiempo favorito.
Cada noche hacíamos el amor, lo mismo que al despertar, ya que era nuestra
manera de «besayunar», como los dos decíamos. Y luego, las cosas como
son, también nos metíamos un buen desayuno, de verdad, entre pecho y
espalda para afrontar un largo día de visitas.
En Pekín vistamos el Palacio de Verano, la Ciudad Prohibida, el Templo del
Cielo… Pero, sobre todo, a mí me conquistaron los llamados Hutong, esos
callejones del casco antiguo, así como el Mercado de la Seda, donde nos
ofrecieron imitaciones de todos los estilos.
Shanghái, por ser tan cosmopolita, también me dejó alucinada y qué decir
de la Oriental Pearl Tower, esa altísima torre de televisión, la más alta de
todo Asia.
—Pero si es más larga que un día sin pan —le comentaba yo a él
produciéndole una de tantas carcajadas.
En principio no lo llevábamos previsto, pero la torre me sobrecogió y,
aunque no había entradas, Jorge se las apañó para que pudiéramos visitarla.
No sé qué le diría a la chica que se encargaba del tema, pero enseguida
volvió sonriente.
—Oye, tú no le habrás ofrecido a cambio algo que solo sea mío, ¿no? —Le
busqué las cosquillas.
—No me busques la lengua, no me busques la lengua, cariño, que luego me
la encuentras.
—No, ¡Valentino no! —le dije entre risas haciendo la señal de la cruz, como
si estuviera poseído y quisiera liberarlo.
—Ni lo nombres, ¡ven aquí!
Me cogió por alto para subir a la torre mientras yo pataleaba y hacía ver
como si me hubiese secuestrado. Lo más gracioso del caso es que debí
parecer muy convincente porque cuando quiso darse cuenta, tenía a dos
guardias de seguridad con la porra en la mano al lado.
—Me debes la vida, porque como me dé por acusarte, te baldan a palos. —
Me reí sin poder parar.
—Y encima me llevan a chirona otra vez. Habla, por lo que más quieras,
habla…
Les expliqué como pude que éramos recién casados y que estábamos de
broma, señalando nuestras alianzas. Y lo cierto es que eran buena gente
porque se ofrecieron para hacernos unas cuantas fotos. Ellos sabían desde
dónde tomarlas para que salieran las mejores perspectivas y otras que
fueron para las redes.
No fueron las únicas que subimos porque desde arriba quedaron
espectaculares, con esos miradores tan alucinantes que están considerados
como los mejores de la ciudad.
Ya nos habíamos informado y nos inclinamos por subir a la hora de la
puesta de sol, que fue un verdadero espectáculo para la vista. Jorge me
abrazaba desde atrás y besaba mi cuello, mi nuca… No podía ser más
cariñoso, cómo me gustaba que se comportara así conmigo en todo
momento.
Desde allí grabamos también un bonito vídeo saludando a la familia. Y lo
más chulo de todo, fue que mi padre me devolvió otro en el que Mía se reía
al vernos. Ese sí que fue un verdadero regalo. A sus pocos meses de edad y
ya nos reconocía. Y no solo eso, sino que se reía con nosotros. Qué bonita
era.
Xian con sus espectaculares guerreros de Terracota fue otro de los sitios
imperdibles en los que nos sumergimos con sus 7000 estatuas de guerreros
y caballos.
—Tú sí que eres mi guerrero —le decía yo a Jorge mientras le tomaba fotos
con ellos.
—Guerra sí que te voy a dar. Ven aquí. —Me besó como hacía a cada
momento, porque si de China nos traeríamos un montón de buenos
recuerdos, no sé cuántos besos nos pudimos traer también.
Como colofón del viaje, la guinda del pastel, nos perdimos en el sur del país
por la orilla oeste del río Li, en la zona de Guilin.
Yo no me podía hacer una idea de lo romántico que resultaría hasta que me
vi rodeada por sus montañas y plantaciones de bambú. Amanecer allí,
envueltos en niebla, fue lo mejor de lo mejor.
Entrar en las cuevas con estalactitas, vivir a tope el crucero entre Guilin y
Yangshuo por el río Li Jiang… todo es para vivirlo y más, si se acompaña
con los espectáculos de dragones y fuegos artificiales, los cuales se realizan
sobre las aguas.
En resumidas cuentas, que elegimos un destino fantástico para nuestra luna
de miel, de la cual conservaríamos todos los recuerdos buenos que os
podáis imaginar. Si tuviera que repetirla, volvería al mismo lugar. Y Jorge
opina lo mismo.
No se me ocurre mejor manera de comenzar nuestra vida en común, ya
como marido y mujer. No es que fuesen a cambiar demasiadas cosas,
porque nosotros ya vivíamos juntos, pero la ilusión de haber sellado nuestro
amor con la boda, esa no nos la quitaba nadie.
El día de nuestra vuelta, se dio la circunstancia de que el avión sufrió una
grave avería y se canceló el vuelo. Nosotros, que estábamos acostumbrados
a los sustos a la hora de volar, como cuando mi madre perdió la maleta al
salir de Cuba, nos lo tomamos con el mejor humor del mundo y hasta les
enviamos otro vídeo a los nuestros, contándoselo todo como poniendo
pucheros y luego muertos de la risa.
No había prisa por volver a España. Total, nosotros ya habíamos ligado y no
teníamos intención de ir a comprar al Mercadona de 19 a 20 con una piña
del revés. Eso se lo dejábamos a los que aún no habían encontrado a su
media naranja, pues Jorge y yo sí lo habíamos hecho y, además, estábamos
de acuerdo en sacarle a nuestra relación todo el jugo del mundo.
Cuando al día siguiente por fin nos subimos en el avión, no pudimos
regresar más contentos. Atrás habíamos dejado un buen montón de
momentos que nos llevábamos, no solo en nuestros móviles, sino también
grabados en nuestras cabezas para siempre.
Me hacía mucha ilusión volver a casa y con los nuestros. Y en eso tenía
mucho que ver esa pequeñaja llamada Mía que me robó el corazón. Me la
comería a besos en cuanto la viera, porque ese bebé se había convertido en
una parte imprescindible de mi vida. Todo era felicidad a nuestro alrededor,
la misma que no nos había caído del cielo, sino que Jorge y yo nos
habíamos currado porque el nuestro, era amor del bueno.
Capítulo 36
Habían pasado ya unos días de nuestra vuelta de la luna de miel, y seguía
como en una nube. No había podido ser más bonita y romántica, y todo lo
seguía viendo como un sueño muy real que me hacía feliz al máximo.
Aquella mañana, como todas, Jorge se levantó con ganas de marcha. Y yo,
yo me marché para el baño, porque tenía unas ganas de orinar tremendas.
Me estaba ocurriendo desde la noche anterior y mucho me temí que se
tratase de una cistitis que no terminaba de dar la cara.
—Un momento, por favor —le pedí mientras salía corriendo como las balas
hacia el baño.
Una vez que llegué, me sentí muy aliviada. Me miré entonces el pecho,
pues estaba desnuda, y noté un ligero aumento y redondeo que no venía
demasiado a cuento, por lo que me levanté y me quedé mirándome en el
espejo.
Recuerdo que pasé las manos por encima de ellos, me los acaricié y noté
también una sensibilidad especial en los pezones. Todo aquello me mosqueó
un poco y, de hecho, algo me debió notar él, porque me preguntó al verme
salir.
—¿Todo bien, preciosa? Aunque a juzgar por ese cuerpazo que tienes, no
puede ser de otra manera.
—Claro, claro…
Le dejé hacer. Jorge comenzó a tocarme. El deseo se veía en sus ojos y
también en los míos, porque le deseaba igual que todos los días, solo que
aquel andaba un poco distraída, más de lo normal.
Comencé a hacer cuentas mentales. Menos mal que él bajó hacia la parte
más íntima de mi cuerpo en la que hundió la cabeza y, por tanto, estaba a lo
suyo y tampoco se enteró mucho, porque contaba hasta con los dedos.
Sí, tenía un ligero retraso, pero eso no quería decir nada porque yo no era
como un reloj, sino que a veces el período se me había retrasado o
adelantado un poco.
Traté de quitarme la cuestión de la cabeza y disfruté de un sexo que cada
día era nuevo con él, porque siempre se las ingeniaba para incluir un
detalle, un gesto. Jorge era de cualquier cosa, menos de encasillarse en la
cama.
Desde luego, que ocasiones no faltaban para que ocurriese y podría haber
ocurrido, aunque no estuviese en nuestros planes todavía. Sonreí pensando
que sí en los de mi suegra, pero ella no tenía nada que ver con todo aquello.
Cuando Jorge se marchó, me quedé a solas con mis pensamientos. Me ponía
muy nerviosa. Solo de pensar en que estuviese embarazada y en la ilusión
que le haría a él, pero ¿no sería demasiado pronto? Pues no, porque si lo
estaba, las cosas se habrían dado así y punto.
Me vestí y me dirigí a una farmacia. Esa no era una duda con la que pudiera
convivir mucho tiempo, así que lo hablé con Teresa, la farmacéutica.
—Así que igual te has quedado en la luna de miel —me sonrió.
—No tengo ni idea, porque en realidad creo que me va a dar cistitis, pero
resulta que me he mirado esta mañana al espejo y he visto…
—Que parece que has pasado por el cirujano sin pasar, ¿es eso? Lo digo
porque te estoy viendo el escote y sí, es cierto.
—Jorge también me lo ha mirado antes, pero no sé, como me lo mira todos
los días con ojitos de deseo, ¿tú crees que puedo estarlo de verdad?
—A ver, Eliana, no creo yo que tú hayas estado de luna de miel rezando el
rosario.
—Pues no, la verdad —le sonreí.
—Estar puedes estarlo, claro, ¿tú te notas algo más?
—Náuseas no tengo, ni he vomitado ni nada de eso, la verdad.
—¿Y has notado que las hormonas te bailen?
—¿Si las tengo un poco flamencas? Eso puede ser, porque anoche
estuvimos viendo una peli y gasté una caja de pañuelos de papel. Era de
penilla, pero la había visto más veces y nunca lloré con ese encogimiento de
corazón.
—Ay, madre, que todo va concordando. Mira, allí está la vitrina con las
cositas de los bebés, te lo digo por si les quieres ir echando un vistazo —me
comentó riendo.
—Teresa, no me pongas más nerviosa.
—¿Nerviosa por qué? Si ha pasado, es lo más bonito y lo más natural del
mundo. Con hacerte a la idea de que se te acabó el dormir a pierna suelta es
suficiente. —Me hizo una carantoña porque era un encanto.
Cogí la prueba de embarazo y salí de allí temblando, ¿de verdad iba a tener
un bebé propio cuando acababa de llegar otro a la familia? ¿En serio? ¿Es
que aquello se contagiaba?
Llegué a casa y justo en ese momento, como si tuviera un radar, mi madre
me hizo una videollamada.
—Mira, mija, ¿has visto lo bonita que está Mía con el vestidito que le
regalaste?
—Ay, mamá, si parece una princesita. Me la como…
—Con lo poco que ha dormido esta noche, me dan ganas de dejarte, pero
será mejor que salgamos a desayunar otra cosa, ¿te vienes con nosotras?
—Ahora mismo es que me has pillado un poco liada, mami.
—Tampoco tengo tanta prisa. Haz lo que tengas que hacer y te vienes con
nosotras, que me encanta estar con mis dos niñas a la vez.
—Vale, vale, pues dame un rato entonces y ahora te busco.
Colgué y, atacadita de los nervios, me hice la prueba. Ni siquiera atinaba de
lo mucho que temblaba.
Los minutos se me hicieron eternos con la prueba en la mano. Cerré los ojos
hasta que la alarma me avisó y entonces los abrí.
No sé decir si reí o lloré. Creo que hice ambas cosas al mismo tiempo. Con
la prueba en la mano y con un resultado que no era dudoso para nada supe
que, iba a convertirme en mamá.
No lo esperaba, pero comencé a dar saltos de alegría. De pronto lo vi todo
muy claro: Jorge también se volvería loco.
Comencé a darle vueltas a la cabeza, ¿cómo decírselo? Pues ya lo pensaría,
pero de momento no abriría la boca con nadie. Tenía que dar con la manera
que les hiciera más ilusión a todos los nuestros, incluido a mi marido, por
supuesto.
Decidí salir con mi madre y con mi hermanita. Como complemento, me
puse mi mejor sonrisa y me tiré a la calle, no sin antes echarme mano al
vientre y comenzar a sentir cosas totalmente novedosas para mí.
Pasé por la puerta de la farmacia y me asomé. Teresa, que estaba
atendiendo, paró un momento y alargó el cuello.
—¡¡Positivo!! —le chillé.
—¡¡Enhorabuena!! —exclamó y me señaló a una cigüeña que había en el
escaparate, al lado de una línea de chupetes y biberones.
Me sentía de lo más feliz y no podía dejar de imaginar el momento de
compartir la más maravillosa de las noticias con el padre de mi bebé.
Cuando me encontré con mi madre, ella me notó algo distinto.
—¿Qué te has hecho, mija? Te veo radiante, ¿te has cambiado el pelo? ¿Las
cejas?
—No me he hecho nada, mami. Es mi nueva vida, que me sienta muy bien.
—Sí que te sienta bien, ya lo veo. Fíjate en cómo te mira tu hermana, está
loca contigo.
—Y yo con ella, de verdad que sí.
La cogí y la niña comenzó a acariciar mi pelo con sus deditos. Su ternura
era infinita y ya me veía yo cargando con una o con uno igual a todas las
horas, ¿sería posible que me viera con mi madre paseando ambas a nuestros
bebés?
Mi vida no solo había dado muchas vueltas, sino que estas habían sido muy
surrealistas.
Nos sentamos a desayunar y, por suerte, noté que seguía con buen apetito.
De momento, las náuseas no me habían asaltado y ojalá que no lo hicieran.
Nos pedimos un desayuno de lo más completo, tanto de salados, como de
dulces, y me puse ciega. Escuchaba a mi madre hablar de la niña
embelesada, pero mientras pasaba por mi mente la idea de que debía coger
hora cuanto antes para el ginecólogo, pues moría porque me confirmase que
todo iba bien y porque me recetase el ácido fólico que le vi tomar a ella
durante el embarazo.
—Mija, ¿estás aquí o en babia? —me preguntó en un momento dado.
—Aquí, aquí, mami, ¿qué me decías?
—Que ahora voy a ir a comprarle ropa a la niña, ¿te vienes con nosotras?
Voy a esa tienda que tanto me gusta, en la que te conté que le pillo casi
todas sus cositas. Creo que te gustará también.
—Sí, mamá, yo también lo creo. Claro, te acompaño.
Me pareció la mejor de las ideas porque iba siendo hora de que me
familiarizara con ese tipo de sitios. Pronto estaría también preparando todo
lo necesario para el nacimiento de mi bebé, incluyendo ropita,
complementos y un dormitorio que diseñaría y que sería de dulce porque,
aunque inesperado, aquel bebé no podía ser más deseado. Y eso lo tenía que
celebrar por todo lo alto.
Capítulo 37
Tenía que soltarlo ya por varios motivos: porque se me podía notar en
cualquier momento y porque no podía esperar más, dados mis muchos
nervios.
Pensé en celebrar una gran barbacoa ese fin de semana. No tendría nada de
especial a los ojos de los nuestros, porque nuestra finca siempre estaba
abierta para familiares y amigos, de manera que no lo dudé demasiado a la
hora de hacerlo así.
Jorge me notaba especialmente feliz y eso le ponía muy contento.
—Me encanta que todos nos juntemos esta tarde —me decía mientras me
veía metida en el WhatsApp. Menos mal que no era cotilla, porque yo
estaba hablando con la pastelera, a quien le había encargado una
impresionante tarta con una cigüeña encima y con un montón de motivos
que le iban como anillo al dedo a la celebración.
La idea era sacar la tarta al mismo tiempo que… bueno, ya lo iréis
descubriendo porque había preparado varias sorpresitas para ese día.
Todos nuestros invitados fueron llegando poco a poco. Lola estaba muy
enigmática, como si se oliera algo, pero también andaba tan liada con todo
lo referente a su próxima boda con Chus, que eso me ayudaba a despistarla.
De hecho, le di cháchara sobre la cuestión y ni me preguntó nada más.
—Ya estamos pensando en la fecha y también en el destino de la luna de
miel —me decía.
—¿Y por cuál te decantas?
—Yo quiero unas islas espectaculares, las Seychelles o las Maldivas, en las
que hacerme mogollón de fotos. Ya las estoy viendo.
—Pues yo lo que veo es que estás guapísima. Lo del anuncio de boda te ha
sentado genial.
—Mira quién fue a hablar de belleza, ¿te has visto? Se lo acabo de decir a
Jorge, que no sé qué te está dando, pero que lo siga haciendo. Bueno, en
realidad sí que lo sé. —Se rio.
—Estoy muy contenta, niña. Y eso se me nota en la cara igual que a ti.
—Ya te digo, ¿has pensado en el vestido que te pondrás para mi boda? Que
luego el tiempo pasa volando.
—Pues no, todavía no. —Disimulé.
No sabía ella que cabía la posibilidad de que asistiera a su boda con un
bombo impresionante, así que mejor no pensar por el momento.
Jorge se acercó a mí y me besó, lo mismo que Chus a Lola.
—Menuda suerte tenemos con ellas, ¿no? —le preguntó Chus.
—Ya te digo que sí. Sinceramente, no se me ocurre que pudiera estar más
feliz.
Sonreí para mis adentros porque a mí sí se me ocurría una forma y no
tardaría demasiado. Él era niñero, no había más que ver lo mucho que hacía
con mi hermana, de manera que ya podía verlo también con su hijo o hija en
brazos. Tenía claro que me importaba un rábano que fuera niño o niña, lo
importante era que viniera bien, como se suele decir.
Ya llevaba días tomándome el ácido fólico a sus espaldas. Me ayudó a
esconderlo todo el hecho de que estaba como una rosa. Eso sí, lloraba por
los rincones por cualquier cosa pequeñita, por lo más mínimo, eso no lo
niego. Y menos mal que el pecho de momento no me había crecido más,
porque entonces no hubiera podido pasar inadvertido a los ojos de mi
maridito, que siempre los tenía en mí.
Mis padres llegaron con Mía y se me iluminó la cara.
—¡Ya está aquí la reina de la fiesta! —exclamé tomándola en brazos.
—Cógela tú, mija, que yo no puedo con mi cuerpo. Ha estado brava esta
noche y…
—¿Y mi padre no acudió a tu rescate, mami?
—Sí. Si tu padre es un cielo y la ha estado paseando toda la noche, pero yo
no podía dormir ni con tapones en los oídos.
—Pues nada, luego te tumbas en una butaca y te quedas frita como en mi
boda.
—Sí, y tú me das otro susto de muerte como entonces, que desde aquel día
creo que tengo la tensión alta.
—¿Qué dices? Pero si tú no te enteraste de nada. —Me reí negando
Lo discutíamos entre risas cuando llegaron mis suegros. Ellos también
estaban enamorados de Mía.
—Y pensar que algún día yo seré la abuela de una cosita de estas. —Le hizo
mimitos mi suegra a la niña, quien se reía con todo el mundo.
—Algún día, mamá, no presiones —le respondió su hijo.
—Si yo no presiono, hijo. Yo solo lo dejo ahí, en el aire.
Yo tenía los pelos como escarpias. Qué poco sabía ninguno de ellos lo que
me traía entre manos. Me sentía como una espía con un gran secreto de por
medio, pero por poco tiempo, porque sería desvelado en cuestión de un
rato.
Ya estábamos todos y mis nervios iban a más. Lo tenía todo planeado para
que la noticia fuese de lo más emociónate. El ginecólogo me había dicho
que el embarazo iba sobre ruedas y mis ganas de compartirlo con el resto
eran inaguantables.
Ya me veía en ese mismo jardín celebrando un baby shower antes de la
llegada de mi bebé. Me encantaban esas cosas y hasta había hecho unos
cálculos que eran muy divertidos, ya que si a los tres mesecitos que tenía mi
hermana en el momento de la boda le unía los nueve de embarazo, casi
cumplirían años en la misma fecha, por lo que en el futuro podríamos
celebrar los cumples juntos, más o menos.
Todo eran ideas que iban y venían en mi cabeza. Lo único que sentía en
aquellos días era un poco de cansancio, porque sueño tenía para parar el
tren.
—Mira, Eliana —le dijo mi suegra a mi madre—la que no duermes eres tú,
pero aquí quien parece que está que se cae es tu hija, ¿eso cómo se come?
Todos estaban hablando un poquito de más y se quedarían flipados con la
noticia, que daría tras la barbacoa.
Me metí en el baño porque había algo que tenía que hacer en relación con
eso y lo hice, algo que anunciaría sobre mi vientre lo que estaba por venir.
Salí y ya todo estaba preparado para comenzar con la barbacoa. Jorge y
Chus se encargaban de ella mientras los demás andaban con una copita en la
mano.
—Toma una, Eliana —me ofreció Lola en cuanto me vio aparecer otra vez
por el jardín.
Tuve que hacerle una cobra para que no se percatase de nada, que mi amiga
era muy larga.
—No, es que no quiero empezar a beber tan pronto, que después me pasa lo
que me pasa.
—¿Y desde cuándo te ha importado a ti eso? Si, por lo que contó Jorge, os
lo pasasteis genial en vuestra noche de bodas…
—¿Jorge os lo ha contado? —Me dio un ataque de risa.
—Amor, algo tuve que contar, porque no era para menos. —Se excusó él.
—Más te tendría que haber dado, para que así hablaras con motivo.
—¿Más? Si todavía me arde el dedo meñique del pie…
Nos lo estábamos pasando genial. Suerte que andábamos regados por todo
el jardín y que no nos sentamos a comer en una mesa, porque así continué
esquivando los intentos de unos y de otros de darme una copa.
Cuando ya todos hubimos comido, abrí las puertas y entonces dejé entrar a
la furgoneta de la pastelería, la cual esperaba en la puerta desde hacía un
rato.
—¿A dónde vas, amor? —me preguntó Jorge.
—Lo vas a saber enseguida, tranquilo.
Les dejé entrar, pero no sacaron nada hasta que les di las instrucciones.
Mientras, les entregué a todos los míos un sobre al mismo tiempo que me
levanté la camiseta y dejé mi barriguita al aire en la que se leía, ¡Estamos
embarazados!
Lola fue quien la vio, porque los demás estaban mirando el contenido del
sobre. Jorge, muy curioso, lo hacía cuando levantó la cabeza con los ojos
empapados, al sostener la ecografía entre sus manos.
—¿Es nuestro bebé? —me preguntó cuando lo que vio en mi barriguita se
lo confirmó.
—¿Tú qué crees? —le contesté—. Oye, que para los negocios eres muy
listo, no tienes más que leer entre líneas.
En ese momento, abrieron las puertas de la furgoneta y no solo bajaron de
ella la suculenta tarta coronada por la cigüeña, sino un sinfín de adornos que
incluían multitud de globos y que anunciaban la inminente llegada de un
bebé deseado a tope.
Jorge se me acercó y comenzó a abrazarme con todas sus fuerzas.
—¿Desde cuándo lo sabes, cariño? ¿Desde cuándo?
—Desde cuando me estoy mordiendo la lengua. No sabes lo complicado
que me ha resultado, no tienes ni idea —le contesté sin poder evitar
tampoco derramar un buen puñado de lágrimas.
—Y tú no sabes lo feliz que me has hecho, ¡un hijo! ¡Vamos a tener un
hijo!
—Un nieto, vamos a tener un nieto —repetía igualmente mi suegra mirando
a mi suegro.
—Mija, vas a ser mamá, lo vas a ser. —Me abrazó mi madre.
—Mi hija se va a convertir en madre. Ha pasado de niña a mujer —me
decía mi padre.
—Papá, que te has parecido a Julio Iglesias —le comenté riéndome.
—Y a mí me vas a hacer tía, porque ese renacuajo será mi sobrino. —Lola
también estaba tocada.
—Y mío —añadió Chus.
—Y se van a criar juntos, ¿te has dado cuenta? Mía y el bebé —observó mi
madre.
—Pues sí, mamá. Con un añito de diferencia solo.
Fue una barbacoa como ninguna otra. Una en la que todos soñamos
despiertos con la llegada del nuevo miembro de la familia, una noticia que
les llenó de ilusión.
Cuando nos quedamos solos, a Jorge le salía la emoción por cada poro de su
piel. Me cogió por la cintura y me llevó hasta una cama balinesa que
teníamos colocada en ese mismo jardín, desde la cual solíamos ver las
estrellas. Y también, por qué no decirlo, sobre la que nos llevábamos el uno
al otro a ver fuegos artificiales en noches de pasión.
Me hizo muchísima gracia porque, poniéndome la mano en la barriga, se
dirigió al bebé como si fuese Simba y él Mufasa, en El Rey León,
diciéndole que todo lo que bañaba la luz era nuestro y algún día sería suyo.
—Pero si ahora no se ve nada, no hay luz que valga. Que es de noche. —
Reí.
—Yo siempre veo, sea de noche o no, ¿y sabes por qué? Porque tú eres mi
faro, Eliana. No sé si te lo he contado alguna vez, pero mi vida es mucho
más bonita y luminosa desde que sé que no puedo perderme, porque tú estás
ahí para guiarme.
En otro momento, habría hecho un chiste fácil, pero en aquel me callé
porque comprendí que me lo había dicho con el corazón en la mano.
—Ay, por favor, que estoy muy sensible. —Puse cara de puchero.
—Ya notaba yo cosas raras estos días. Te pillé con la lagrimilla fuera en
más de una ocasión.
—Y con otras cosas fuera también, que estas han crecido lo suyo. —Le
señalé a mi escote.
—Cielos, es muy cierto. Yo venía observando cambios, te notaba más…
—Más explosiva, dilo así que me va a sentar mejor. Que sepas que ahora
engordaré y…
—Y por cada kilo que ganes, me parecerás todavía mucho más bella,
Eliana, eso quiero que lo sepas. Cada uno de esos, será un kilo de felicidad
que añadir a la mucha que ya tenemos.
—Oye, yo estaré muy sensible, pero tú…
—Yo estoy algo tonto, ¿no? Ya me estoy dando cuenta. —Apretó los
dientes.
—Y está muy bien, pero ahora no quiero que se te vaya a olvidar esa otra
faceta que tanto me gusta de ti.
—Ya, ya, me hablas de la de…
—De la de «empotrador» —le interrumpí mientras le provocaba un poco
sobre aquella cama que había sido testigo de un gran derroche de amor en
muchas ocasiones.
Allí mismo y, por primera vez después de que ambos supiéramos que
íbamos a ser padres, lo hicimos sobre una cama coronada por unas estrellas
que me parecieron más brillantes que nunca, probablemente porque la
alegría nos proporciona una luz que nos envuelve por completo.
Epílogo
Cinco años después…
Mis suegros celebraban ese día una gran fiesta, que para algo cumplían años
de casados. Y ya eran muchísimos…
En esa ocasión querían que fuera especial, volviendo a pasar por el altar, y
nos pareció la mejor de las ideas, porque en nuestra familia nos gustaba
celebrarlo todo. Éramos, en general, de festejar todo lo bueno de la vida.
Llevábamos tiempo preparando el evento, porque yo me ofrecí a ayudar a
mi suegra en todo lo preciso, y eso que no me faltaba faena en mi faceta de
madre de familia numerosa.
Es lo que tienen los años, que te dan sorpresas. Y a nosotros nos las dieron.
Tras el nacimiento de Eliana, nuestra primera hija (que terminó viniendo al
mundo el mismo día que Mía, pero un año después), llegaron con el tiempo
los gemelos Oliver y Adrián.
Que mi hija se llamase como yo, fue por expreso deseo de Jorge, que así me
lo pidió. Me pareció muy buena idea porque de esa manera también
compartía nombre con mi madre, quien se había convertido en la mejor del
mundo.
Tanto Mía como Eliana actuaban de madrecitas de los gemelos, que eran
dos bombones «calcaditos» a su padre. A todos se nos caía la baba con los
peques, lo mismo que con las niñas, que eran dos preciosidades.
—¿Ya estás dando órdenes? —me preguntó Jorge cuando me vio ultimando
instrucciones en el hotel, uno de los más emblemáticos de la cadena, en el
que se llevaría a cabo la fiesta.
—Es que se me dan bien. Y si cojo una fusta, ya no te digo nada…
—Si la coges, me tienes a tus pies hasta a mí —me sonrió.
—¿Es que no te tengo de todas maneras? —me interesé, haciéndome la
chulilla.
—¿Es que te lo tengo que contar todo?
A lo largo de aquellos años, nuestra relación se afianzó por completo. Jorge
no solo fue el mejor amante, el mejor amigo y compañero de vida para mí,
sino que también se reveló como el mejor padre de nuestros tres hijos, a
quien había que sumarle a Mía, pues ella estaba incluida en todos los planes
que hacíamos con los niños.
Y hablando de críos, la familia había crecido también por la parte de Lola y
de Chus, pues mi amiga tardó más tiempo en decidirse, pero al final cedió y
acababa de dar a luz a un «peloncete» llamado Samuel que me enamoró a
primera vista. De hecho, era mi ahijado, lo mismo que Eliana lo era de ella.
Mis padres seguían igual de enamorados que siempre y se ofrecían a
quedarse con nuestros hijos para que pudiésemos hacer alguna escapadita
en pareja de vez en cuando, pero entonces los tenían que compartir con mis
suegros, que también eran los mejores abuelos y que se desvivían por sus
nietos.
Entre ellos se llevaban fenomenal, por lo que mi madre también estaba muy
feliz ante aquella celebración en la que su consuegra, se volvería a vestir de
novia otra vez.
El día que nos lo contó, nos hizo mucha gracia, pero es que ella enseguida
nos comentó que había pasado mucho tiempo de su boda y que nosotras no
podíamos comprenderlo porque hacía muy poco que nos habíamos casado,
pero que algún día querríamos repetir.
Lola pensaba que la idea estaba bien y en broma siempre decía que estaba
de acuerdo, pero que, a la hora de casarse, ya le daba el cambiazo al marido.
Todo con la boca pequeña, por supuesto, ya que su matrimonio con Chus
iba viento en popa y a toda vela. Eso sí, en cuanto a la faceta de la
maternidad, ya la tenía cumplida, según nos contaba. Y no tenía
pensamiento de repetir.
Aquel sería un fin de semana muy especial que pasaríamos todos juntos,
igual que en fechas contadas, como en las Navidades y en las vacaciones de
verano, donde cada año escogíamos un hotel distinto de la cadena familiar
para disfrutarlas todos juntos.
Después de la boda de Lola y de Chus, que también fue alucinante, ya
habíamos cubierto el cupo, por lo que la de mis suegros nos llenó a todos de
emoción.
Eliana y Mía les llevaron los anillos. Ellos estaban dispuestos a correr el
riesgo de que los gemelos las acompañaran, pero a mí me pareció una idea
un tanto suicida, porque esos dos pequeños terremotos nada tenían que ver
con las niñas, que nos salieron mucho más tranquilitas.
Con los niños en brazos, vimos casarse de nuevo a mis suegros, renovando
unos votos que ya serían para siempre. Y sentí la necesidad de volver a
renovar los míos con Jorge algún día, cuando fuésemos mayores, tras
envejecer juntos.
Cuando estás tan enamorada de un hombre como yo lo estaba de él, no
concibes una vida sin tenerlo al lado. Con él, el universo me hizo el mejor
de los regalos, que luego completó con la llegada de los niños.
Si tuviera que ponerle rostro a la palabra felicidad, yo no dudaría en ponerle
el suyo. Y no digo con ello que todo nos hubiese resultado fácil porque
sabéis que no fue así. No obstante, cuando se trata de un amor que merece
la pena, no existe más opción que luchar para ver cómo crece y crece cada
día.
Al lado de Jorge conocí también el significado de la palabra amor en
mayúsculas. Y nunca dejó, ni un solo día, que me olvidase de eso que me
quedó marcado a fuego, pues nunca me dio el más mínimo motivo para
pensar que no estuviese a mi lado, apoyándome, cada hora de cada día de
los años que ya habíamos compartido.
Os cuento una anécdota. Cuando mis suegros salieron de la iglesia y se
escuchó un «¡Vivan los novios!» yo me volví hacia él y le besé como si nos
lo estuvieran diciendo a nosotros, como si acabásemos de casarnos. Estoy
segura de que, si mi corazón saltó en mi pecho como lo hizo, fue por la
sencilla razón de que, con mi marido vivo en una constante luna de miel, en
una que es más dulce cada día.
Y ahora estábamos disfrutando de la felicidad a pesar de todo y todos, que,
por cierto, Rebeca había salido de la cárcel y se fue a vivir a Italia con un
novio que se echó y hasta salió en titulares.
Melissa se casó unos meses atrás con una afamada actriz con la que vivía en
Miami dónde se celebró el enlace, y Jorge y yo fuimos en una escapada de
cinco días para que él fuera el testigo y para así, poder estar con ella en ese
día tan importante. Eso sí, fuimos sin niños.
De Valentino solo nos enteramos de que seguía en el camping trabajando en
su escuela de surf y que vivía con una joven a la que conoció impartiéndole
un curso.
La vida seguía, pero nosotros habíamos proseguido nuestro camino dejando
atrás todo lo vivido y enfocándonos el uno en el otro.
Felicidad, esa que llevaba el nombre de Jorge…
RRSS
Facebook: Ariadna Baker
Instagram: @ariadna_baker_escritora
Twitter: @ChicasTribu