SANTA MARIA MADRE DE LA ESPERANZA
En la bula de la convocación al jubilieo encontramos lo siguiente en el
numero 24.
La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto. En
ella vemos que la esperanza no es un fútil optimismo, sino un don de
gracia en el realismo de la vida. Como toda madre, cada vez que María
miraba a su Hijo pensaba en el futuro, y ciertamente en su corazón
permanecían grabadas esas palabras que Simeón le había dirigido en el
templo: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en
Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te
atravesará el corazón». (Lc 2,34-35). Por eso, al pie de la cruz, mientras
veía a Jesús inocente sufrir y morir, aun atravesada por un dolor
desgarrador, repetía su “sí”, sin perder la esperanza y la confianza en el
Señor. De ese modo ella cooperaba por nosotros en el cumplimiento de
lo que había dicho su Hijo, anunciando que «debía sufrir mucho y ser
rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que
debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días»
(Mc 8,31), y en el tormento de ese dolor ofrecido por amor se convertía
en nuestra Madre, Madre de la esperanza. No es casual que la piedad
popular siga invocando a la Santísima Virgen como Stella maris, un
título expresivo de la esperanza cierta de que, en los borrascosos
acontecimientos de la vida, la Madre de Dios viene en nuestro auxilio,
nos sostiene y nos invita a confiar y a seguir esperando.
El Papa Francisco ha pedido a la Virgen María que acompañe el camino
del Jubileo 2025. Aunque es lo ordinario de los Papas, poner sus
proyectos y trabajos bajo el amparo de la Santa Madre de Dios, el lema
del Jubileo 2025 tiene, como mejor modelo, precisamente a la Virgen.
Ella es el ejemplo perfecto del Peregrinar en la Esperanza, pues en el
seguimiento íntimo de su Hijo, que es Nuestra Esperanza (1 Tim 1, 1),
Ella es su más cercana discípula y la más próxima a nosotros.
La Virgen María está relacionada íntimamente con la Esperanza de
diversas, aunque complementarias formas:
• María es sujeto de esperanza, porque ella alimentó
constantemente la virtud de la esperanza, confió plenamente en el
Señor, concibió creyendo y confió esperando a su Hijo, anunciado
por los Profetas.
• Es modelo de esperanza, ya que practicó esta virtud, es un punto
de referencia para lo fieles en Cristo que quieren progresar en ella.
• Es objeto de esperanza, porque para los cristianos que la aman ya
en la tierra, uno de los contenidos de la esperanza es vivir con
nuestra Madre eternamente.
• Es madre de la esperanza, en su doble vertiente: Madre de Cristo,
Nuestra Esperanza; y porque con su ejemplo y su intercesión,
contribuye a generar esa virtud en nuestros corazones, y nos
ayuda a conseguir los bienes eternos.
• Es fundamento de la esperanza, porque su realidad de gracia y la
misión que ejerce en favor nuestro, son una garantía para
conseguir los objetivos últimos de nuestra esperanza. Es aliento,
consuelo y fortaleza nuestra.
• Es signo de esperanza, porque por su condición de “escatología
realizada” es un punto de referencia para la Iglesia, le ilumina el
camino y la orienta hacia su perfecta realización. Ella precede con
su luz a todos los hombres.
María es, después de Cristo, a causa de Cristo y con Cristo, motivo y
“signo de segura esperanza” para la Iglesia (SC 103).
María, Aurora de la Esperanza
Por su Inmaculada Concepción, es motivo de esperanza cristiana. Por
ella, la Virgen es vista como la primera manifestación de la libertad de
las cadenas del mal, de la victoria sobre la opresión del género humano,
por tanto, motivo de esperanza para la humanidad que estaba hundida
en el fango del pecado. Por eso, su completa falta de pecado, incluyendo
el original, enciende la esperanza de la Iglesia que está en camino de
llegar a ser, toda ella, “sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), con la
garantía de que uno de sus miembros ya los es en acto.
También el nacimiento de María es motivo de esperanza, porque
constituye un hecho de gran importancia en la realización del proyecto
salvífico de Dios: con la Natividad de María está lista la morada para la
llegada del Rey mesiánico, listo el “tálamo” para las bodas del Esposo.
Aurora y esperanza, dos términos que se refieren a situaciones
“embrionales”, pero orientados al futuro. Aurora y esperanza, no son ni
plenitud ni posesión, pero a ellos tienden irreversiblemente: la luz de la
aurora se convertirá en plena luz del día, la esperanza, gozar
plenamente del bien que se espera.
La Nueva Eva, portadora de Esperanza
María viene considerada la “Nueva Eva” puesto que si Eva ha causado
pecado y muerte, María trajo vida y gracia. Por el pecado, el ser humano
fue echado del Paraíso, pero en la condena, Dios le abre la esperanza de
regresar a él. Por ello, al exilio del Paraíso que vivió el hombre, causado
por el pecado de Adán y Eva, se contrapone el ingreso al Paraíso celeste
que meritó Cristo, Nuevo Adán, a quien le está asociada
indisolublemente María, Nueva Eva, y con Ella, a todo el género humano.
Además, el delito de la primera mujer Eva ha sido expiado por la Virgen
de Nazareth, debido a su fe, su generosa obediencia, su parto virginal al
dar a luz al Salvador del mundo, su asociación a la obra redentora de su
Hijo. Por ello, María es portadora de esperanza: esperanza de regresar a
la verdadera patria, esperanza de la salvación, esperanza de la vida
eterna, en fin, esperanza nuestra, como decimos en la Salve.
La Virgen María es Madre de la Esperanza
• María es Madre de Cristo: Cristo es “Esperanza Nuestra”
• (1 Tim, 1, 1; Col 1, 27). La Iglesia, reconociendo los títulos de
Cristo, (Luz, Misericordia, Consuelo, Vida…), concede a María los
títulos de Madre como consecuencia lógica: Madre de la Luz, de la
Vida, etc. Por eso es llamada Madre de la esperanza. La Virgen, sin
embargo, por su participación a la persona y a la misión de su Hijo,
es invocada simplemente como “nuestra esperanza”. Este proceso
es legítimo, porque se radica en la maternidad divina y sus
consecuencias.
• Madre porque genera esperanza: porque con su ejemplo genera en
nuestras almas la virtud de la esperanza, y con su intercesión, nos
consigue las virtudes y los bienes eternos.
Espera y Esperanza: Parto y Resurrección
• En la Virgen, espera y esperanza tienen una relación estrecha y
fecunda. La esperanza llena y da significado a las varias esperas
de María: como Hija de Sión, espera al Mesías; como mujer, la hora
del parto; como Dolorosa, la justicia divina para su Hijo
(Resurrección); como discípula, el descenso del Espíritu, como fiel
en la Iglesia, la Venida Gloriosa del Señor.
• Las tres virtudes teologales sustentan su espera: Ella lo esperó con
inefable amor de Madre, lo generó en la fe, puso en Dios su total y
confiada esperanza siempre, especialmente al pie de la Cruz, y
alentó la esperanza en los discípulos para decir “¡Ven, Señor
Jesús!”.
La Asunción, Plenitud de Esperanza
• Ya la contemplación del Resucitado y Glorificado es nuestra
esperanza. Lo contemplamos en la plenitud de su Gloria y de su
Señorío, por eso nutrimos la gozosa esperanza de que, donde está
Él, estaremos también nosotros. Y como su Madre es la primera y
perfecta discípula de Cristo, el miembro más excelente de su
Cuerpo Místico, en ella se ha cumplido ya, de modo anticipado y
perfecto, lo que sucederá a todos los demás miembros de ese
Cuerpo. Y es que la Asunción de María, ya sea vista como
cumplimiento o plenitud de su ser, o como anticipación de nuestro
destino final, genera esperanza en el corazón del creyente.
María, Peregrina en la Fe
• María, por su participación al Misterio de Cristo, se ha hecho
presente en toda la extensión de la historia salvífica, incluyendo la
fase histórica actual de la Iglesia. La peregrinatio fidei de la Virgen
es crucial para la Iglesia. La Madre de Dios ha creído acogiendo la
Palabra de Dios, conservándola y meditándola en su corazón, por
lo que tuvo que avanzar en el camino de la fe.
• Después del anuncio angélico, la peregrinación de su obediencia
de la fe prosigue a través de las etapas de la Visitación hasta la
Cruz, y después en la Iglesia naciente.
• El signo del peregrinar terreno es acompañado con su avance en
el camino de la fe. Por eso, María es Madre y Maestra de la Iglesia.
Mientras fue peregrina sobre la tierra, sentía la atracción por las
cosas celestes; ahora que ha alcanzado la beatitud eterna, se
ocupa de guiar y acompañar a la Iglesia peregrina en este mundo,
para que también logre llegar a la felicidad celestial.
• De hecho, precisamente en este camino de peregrinación
eclesial, a través del espacio y del tiempo, y más aún a través de
la historia de las almas, María está presente, como la que es «feliz
porque ha creído», como la que avanzó en la peregrinación de la
fe, participando como ninguna otra criatura en el misterio de
Cristo.
La Virgen camina con nosotros en el itinerario eclesial. Su heroica fe,
que señala el comienzo de la nueva y eterna Alianza de Dios con la
humanidad en Jesucristo, «precede» el testimonio apostólico de la
Iglesia, y permanece en el corazón de la Iglesia, como un especial
patrimonio de la revelación de Dios. Los que a través de los siglos, de
entre los pueblos de la tierra, acogen con fe el misterio de Cristo, se
dirigen con veneración y recurren con confianza a María como a su
Madre, y buscan en su fe el sostén para la propia fe. María, por medio
de la fe que la hizo bienaventurada desde el momento de la
anunciación, está presente en la misión y en la obra de la Iglesia que
introduce en el mundo el Reino de su Hijo.
Por eso, decimos con gozo:
MARÍA, PEREGRINA EN LA FE Y MADRE DE LA ESPERANZA, RUEGA POR
NOSOTROS
Al papa en la bula de convocatoria al jubileo spes non confundit le es
grato recordar que el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en la
Ciudad de México se está preparando para celebrar, en el 2031, los 500
años de la primera aparición de la Virgen. Por medio de Juan Diego, la
Madre de Dios hacía llegar un revolucionario mensaje de esperanza que
aún hoy repite a todos los peregrinos y a los fieles: «¿Acaso no estoy yo
aquí, que soy tu madre?».
Vamos a resaltar en esta parte final de mi exposición una descripción de
la imagen de la Virgen de Guadalupe mostrando el contenido teológico y
antropológico del mensaje de la aparición, donde emerge la presencia
de María Madre de esperanza.
La virgen de Guadalupe no solo es memoria histórica, sino presencia
viva y compromiso evangélico, fuerza de los débiles, esperanza de los
pobres y exaltación de los humildes1.
La conquista española sucedió (1519-1521) y marcó el choque militar de
dos pueblos y el conflicto de dos culturas profundamente diversas. Para
apreciar el profundo significado de la virgen de Guadalupe es importante
conocer la visión de los vencidos, cuyo testimonio es índice de un pueblo
que ha tenido conciencia de su historia y el valor de su identidad
cultural.
La conquista entra con la espada y la cruz, se impuso mas la primera
que la segunda. No fue ni victoria ni derrota, sino el doloroso nacimiento
del México de hoy.
A las tribus dispersas y embargadas de desconcierto, al pueblo
traumatizado, Guadalupe aparece como vínculo de unidad religiosa y
nacional. El documento de Puebla no duda afirmar que el evangelio
encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad
1
Maccagnan Valerio, voz Guadalupe, en nuevo diccionario de Mariología, Ed. Paulinas.
Madrid 1998, p. 806
histórica, cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se
simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de
Guadalupe que se yergue al inicio de la evangelización. (446)
Además: en la aparición de Guadalupe, María fue el signo del rostro
materno y misericordioso de la cercanía de… Cristo, con el cual Ella nos
invita a entrar en comunión (puebla 282)
El evento extraordinario guadalupano es evangelización en palabras,
símbolos, milagro e inculturación. El lenguaje es sencillo y sugiere la fe:
flor y canto encierra en sí y representan toda la belleza, la verdad, la
grandeza, la poesía, la filosofía, el misterio de la divinidad: eran el medio
de comunicación con el cielo. Podía haber errores y acontecer
catástrofes pero el camino de las flores y del canto quedaba siempre
abierto para un retorno hacia Dios. La virgen de Guadalupe se presenta
con estas credenciales. San Juan Diego es llamado a comunicar con la
Reina del cielo a través del canto de los pájaros y las flores
milagrosamente brotadas en la árida colina del Tepeyac. De este signo y
de la presencia de la Virgen irrumpe el mensaje de esperanza hacia
nuevos horizontes, hacia nuevos divinos misterios, hacia una nueva era,
una nueva experiencia, hacia una nueva primavera de la vida.
Culturalmente y numéricamente el mundo indígena parece desaparecer,
sin embargo el quinto sol azteca tramontó no para perderse
irremediablemente, sino para renacer y dar vida al nuevo pueblo que
saldrá de las dos razas (española y mexicana) como esplendida aurora
del México actual.
Flor y canto fue la credencial con la que se presentó Guadalupe, que con
su presencia transformó en un divino paraíso la desolada y yerma colina
del Tepeyac, así reducida a causa de la guerra y del invierno. Flor y
canto se refiere a la poesía, al camino de la belleza, lo único verdadero
sobre la tierra que permite y establece la comunión con el divino.
Ella, Madre universal, madre de todos los hombres, con brillantes
imágenes y ternura materna reconcilia a los vencedores y vencidos en
un solo pueblo de Dios, una sola iglesia, una sola familia y los conduce a
Cristo, fuente de la vida y la verdad.
San juan Diego, heraldo de la Virgen es premiado con el milagro del
imagen estampada en su burdo ayate.
El ayate en la cultura nahuatl no era sólo una prenda de vestir, sino que
representaba la identidad, la personalidad. María entra en el corazón, en
la vida, en la idiosincrasia del indígena y de toda la gente mexicana.
Guadalupe, la morenita, una Virgen de rostro noble, de color moreno,
manos juntas, vestido rosa, bordado de flores. Un velo o manto azul-
turqueza, tachonado de estrella doradas le cubre la cabeza y desciende
hasta los pies, que se posan suavemente sobre la luna. El sol
resplandece en el trasfondo con cien rayos.
Desde el punto de vista iconográfico la Virgen de Guadalupe resume en
sí la inmaculada (Gen. 3,15) y la asunta (apocalipsis 12) que vuelve a
nosotros esos sus ojos misericordiosos para colmarnos de gracias e
inundar gozo nuestro corazón con su amor materno.
Evidentemente la Señora viene del cielo: el sol, la luna y las estrellas lo
indican.
El color dominante de la imagen es el verde azul del manto: era el color
del cielo y de la señoría, el color de los emperadores aztecas. El azul es
el color de Ometéol (dios único y suprem), el dios de todas las fuerzas
de la naturaleza. La virgen de Guadalupe con el manto azul tachonado
de estrellas indica la reconciliación de dos naciones en conflicto. En la
virgen de Guadalupe cielo y tierra se unen. Los senderos de Dios se
cruzan con los senderos del hombre. Y esto viene representado con el
manto (signo del cielo) y el vestido color rosa mexicano (pálido) que
representa la tierra con la belleza y variedad de flores.
Las 46 estrellas de color oro anuncian el inicio de una nueva era. Los
puños de la mangas evidencian la señoría y la nobleza de la Virgen, pero
hay alguien mas grande que ella, Dios, del cual se declara la humilde
sierva, como se puede contemplar en las pulseras que lleva. A pesar de
ser la Madre de Dios se presenta con las características de la clase social
delos macehuales, clase de los pobres a la que pertenecía Juan Diego.
Por la posición de las manos y la cabeza inclinada se observa una
actitud de veneración y de servicio.
El moño negro que ciñe la cintura de la Virgen es el signo de la
maternidad: maría lleva en su seno su Hijo divino y lo ofrece a los
nuevos pueblos. María conduce a Cristo, en verdad pide un templo que
sea un lugar de adoración al verdadero Dios. El Nican Mopohua (aquí se
narra) afirma con claridad cuando dice que a través de su amor materno
y misericordioso quiere dar a conocer a Cristo, para que allí en ese
santuario sea glorificado, amado e invocado.
La luminosidad de la imagen se acentúa y converge en el centro, ósea
en el seno de la Virgen y a allí se puede admirar una flor pequeña y
simple con un corazón (el sol) rosáceo y cuatro pétalos amarillos. No hay
una igual. Se trata de nada menos de la flor azteza , la nahui ollin, la flor
solar que encierra un profundo significado.
Para los mexicas los puntos cardinales eran cinco, pues al centro del
universo está el dios sol, representado con un color de rosa:
Huitzilopochtli, el dios que otorga y conserva la vida. La virgen lo lleva
en su vestidoy simboliza el centro del cosmos, la presencia del Dios
único, creador del cielo y de la tierra, que crea el movimiento y la vida.
La señora es la Madre de Dios, está para dar a luz al mismo sol, fuente
de vida, Señor de la historia. Santa María de Guadalupe anuncia un
nuevo día, pone en armonía el universo, está por nacer un nuevo orden
de cosas.
Las pirámides tienen cinco puntos: cuatro a la base y uno al centro en la
cumbre donde se celebraban los sacrificios a los dioses. La cruz de
Quetzalcóatl conocida como quincunce, tenía cinco puntos. El cinco es la
cifra del centroy constituye el punto de encuentro entre cielo y tierra. El
quincunce, el signo mas frecuentemente utilizado en el lenguaje
mesoamericano, indica también la piedra preciosa, que simboliza el
corazón, lugar de encuentro de los principios opuestos. He aquí entonces
conjuntadas en un solo signo todas las características del quinto sol: El
corazón del cielo, del mundo, expresadas por la mitología nahuatl.
Guadalupe aparece justamente cuando en el calendario azteca se
celebra el quinto sol y el retorno de Quetzalcóatl.
La virgen es sostenida por un ángel con las alas desplegadas, cuyos
colores son verde-azul, amarillo y rosa (hoy retocados y cambiados). En
la mitología nahuatl el atlante mensajero era encargado de sostener el
cielo, embajador de mensajes importantes. Los indígenas de aquel
tiempo llevaban estandartes o letretros (rótulos) en sus hombros, en
ocasiones especiales, para indicar de donde provenían y a quienes
servían. Se adornaban con plumas de pájaros, especialmente del
quetzal, de las plumas bellisismas y abirragadas. Las imagen representa
en éste caso a San Juan Diego , mensajero excepcional de María,
adornado con las plumas de quetzal que garantiza el encargo, la misión
que debe cumplir: aquella de evangelizar a los indígenas, llevar un
mensaje divino al obispo y una invitación a los invasores en favor de la
paz. Naturalmente desde el punto de vista cristiano es un ángel el
mensajero de Dios, testigo del misterio, testigo de la verdad.
El trasfondo de a imagen de guadalupana es un sol resplandeciente. El
pueblo del sol, así se identificaban los habitantes de Tenochtitlan frente
a las demás gentes establecidas en la región del Anáhuac, este pueblo
del sol mirando la imagen descubre un camino de salida después de la
catástrofe de la conquista. María anuncia un nuevo sol de justicia y
santidad, Cristo, Señor de la historia que conduce el destino del hombre.
Después de la cruz irrumpe el esplendor de la resurrección. México
después del calvario de la conquista, encuentra en María la esperanza
de la vida y del nuevo destino. Guadalupe es la madre amorosa que
auspicia y dona la liberación total, la verdadera vida, física y espiritual, y
es centro de unidad en un mundo en tensión.
Los dos símbolos: la cruz cristiana y la cruz de Quetzalcóatl junto con el
collar de chalchihuite presentes en el icono guadalupano son el
presagio, la profecía de un mundo nuevo, una humanidad unida. Es la
evangelización inculturada de Guadalupe.
Ahora nos toca a nosotros el reto, el desafío, el compromiso histórico de
realizar este sueño, este proyecto de María.
Terminemos nuestro tema dando gracias a Dios, esperando que el este
Jubileo traiga frutos abundantes de gracia y santidad. Cantemos juntos
la Antífona Salve.
Bibliografía:
Apuntes de la doctora Georgina Onofre Villalba
Valerio Maccagnan OSM, Guadalupe Evangelio y cultura. Centro Mariano
OSM.