396 SE3IANAPiI0 PINTORESCO ESPAÑOL.
do las corrientes del viento, como una efigie desclavada sobre su menso tablero de ajedrez. Las montanas salen al encuentro del viajero
peana, dilata su vista en el estenso panorama que so ofrcre á sus en revuelto anfiteatro. Los campos presentan las suaves graduacio-
ávidas miradas. Desde la cumbre del Pico-Sagro se descubre el valle nes del fondo de las perspectivas de delicada entonación; el verde
do la Ulla-baja, sembrado de castaños, robles, pinos, frutales, ciprc- desvanecido de los maizales sazonados, se encuentra antes del verde-
ses, emparrados, maizales y prados en simétrica proporción con las gay de los prados, y se aleja del verde-oscuro de las hojas de los robles
torres de las iglesias, los hórreos de las aldeas, y los palomares de las y de las encinas. Pardas lomas se levantan en medio de la vega,
casas de campo. Es un prolongado jardin, interrumpido por las cor- como la tierra removida por los topos sobre la yerba de los prados:
rientes del rio Vlla, que aparece y desaparece, murmurando en las son lüs remolos templos druidicos ó las antiguas atalayas romanas;
pesqueras. Las barcas de la Barreira y Sarandon cruzan sus aguas son los castras do la comarca.
como los reptiles de los prados atraviesan al anochecer las veredas Las vertientes de los rios ülla, Tambre, Miño y Sil, comparecen
públicas. Los molinos sacuden violentamente las trémulas orillas del delante del viajero. La distancia cubre de bruma las apartadas cum-
rio, como los esforzados pescadores de una redada encharcan sus bres. Al Koroeste se distingue ú Santiago (1), recostado sobre el moulo
jiiés para espautar las truchas y los salmones. Las torres de las igle- Pedroso y angostado por el monte Vi.so, como una caravana de pere-
sias toman el color del heleclio seco. Las casas do campo se achican. grinos descansando al pié de las torres de la catedral, que el sol des-
Los palomares blanqueados, esparcidos en el valle, que recuerdan el cubre como cipreses seculares. Al Sur so remonta hacia las nubes la
cubo do las fortalezas góticas, se asemejan á los peones de un in- escueta subida de Santa Baya. Al Oeste brilla con cambiantes indeci-
'bA q
(El Pico-Sagro.;
sos entre los montes Gesteiras y Lapido la ria de Arosa, que desagua Virgen María, y todos esperábamos que nos refiriese, según solia ha-
en el nacarado celaje de la mar. Desde el Pico-Sagro parece el reflejo cerlo, alguna anécdota de otro tiempo. Después de un silencio prolon-
de las armas de un ejército en movimiento. En esta dirección salen gado, como el de mi preámbulo; después de algunos gestos oratorios
al encuentro las caballerescas torres de Altamira, entre severas mon- que hicieron resonar su sillón patriarcal, herencia desús abuelos, y en
tañas , como un gigantesco nido de buhos. el cual descansaban sus setenta y cinco venerables años, se sonó, to-
El celaje de esta decorada perspectiva es formado por el humo de sió y dio principio de este modo á una historia de sus buenos dias.
las esHvadaf, que se remonta en prolongadas espirales y so acerca á Habia en otro tiempo un caballero de gran renombre y alta noble-
la loma del Pico-Sagro, agrupándose en ligeras nubes bajo los pies del za, llamado el caballero de Lys. Habitaba el antiguo castillo de sus
viajero. abuelos, vieja fortaleza de torres aspilleradas, y cuyas ruinas, que do-
Ulla-baja, setiembre, 1831. minan aun con sombría majestad á ios mas elevados árboles del bosque
del Man, me enseñaba mi abuelito cuando yo era rapaz. Su esposa,
ANTONIO NEIRA DE MOSQUERA,
la piadosa Teodelinda, solo conocía el camino do la iglesia del lugar y
el que conducía ala cabana del pobre siervo: pero él, en todo ol ardor
de la juventud, demasiado confiado en los tesoros conquistados por sus
EL Cm\LLERO DE LYS. antecesores, se entregaba locamente á los placeres y á dilapidaciones
que ningún género de advertencias ni de consejos podía moderar.
Acababa de entrar cierta noche en el castillo, de vuelta do una ca-
cería, cuando su administrador, á quien habia mandado que preparase
Hará como cosa de unos diez años, y en la estación nebulosa del una fiesta para el día siguiente, se le presentó y le dijo:
adviento, que nos reuníamos durante una helada tarde de diciembre —Monseñor, vuestras arcas están vacias, y hoy mismo vuestros
bajo el techo paternal. El mas joven de la familia, el mismo que es- acreedores...
cribe estas lineas, acababa de terminar la lectura del Evangelio del De pronto resonó el sonido de la trompa guerrera en la fortaleza, y
dia. J\I¡ anciano padre, hombre de otra época como veis, pues dispo- el puente levadizo se bajó para dar paso á dos caballeros, que fueron
nía que so leyese el Evangelio en familia, según costumbre adquirida reconocidos como enviados del rey de Francia, por las lisos de oro que
do sus antepasados, habia también concluido sus esplicaciones cris- ostentaban sus armas y sus blancas sobrevestas. Sus corceles atrave-
tianas, que si mal no me acuerdo versaban sobre las virtudes de la saron el puente, é introducidos los mensajeros en la estancia del mag-
nate feudal, y después de los cumplimientos de etiqueta, dijoleuno de
(I) Esta monlaña que se dívis.! á largí distancia eu diversas eminencias de Gali-
ria, descubriéndose su cima desde los puertos de las provincias limílrufes, disla des ellos:
leguas do Santiago, levantándose aislada hacia el Sudoeste. —Anunciamos á monseñor que el muy alto y muy poderoso Luis,