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4. - El período de regencias durante el reinado de Isabel II: revolución liberal y Primera Guerra Carlista (1833-
1843).
5. - Construcción y evolución del Estado liberal durante el reinado efectivo de Isabel II (1843-1868).
Introducción
Los últimos años del reinado de Fernando VII, monarca que impone el Absolutismo tras el final de la Guerra
de Independencia, se caracterizaron por una cierta colaboración con el sector más moderado de la burguesía liberal
para intentar hacer frente a los graves problemas económicos del reino. Esta circunstancia hizo que los sectores más
conservadores de la corte se agruparan en torno a Carlos María Isidro, hermano y previsible sucesor del rey. Cuando
nace su primera hija, Isabel, Fernando VII derogó la Ley Sálica (de origen francés y que llega España de la mano de
los Borbones y que impedía el acceso al trono de las mujeres) mediante la Pragmática Sanción.
Cuando Isabel II sube al trono con tres años de edad tras la muerte de su padre, su madre María Cristina,
regente durante la enfermedad del rey, comprendió que si quería el trono para su hija debía apoyarse en los liberales.
Formó un gobierno reformista, decretó una amnistía que supuso el regreso de los exiliados liberales y se dispuso a
enfrentarse a los carlistas.
El mismo día del fallecimiento de Fernando VII, don Carlos se proclamó rey, iniciándose un guerra civil
conocida como la primera guerra carlista.
En paralelo se comenzaban a acometer reformas que llevaron al país a un régimen liberal. La monarquía
absoluta se transformaba en una monarquía constitucional y parlamentaria; la propiedad señorial se convertía en
propiedad privada mientras se desarrollaba el capitalismo desarrollado por una burguesía que controlaba el sistema
político mediante el sufragio censitario.
4. - El período de regencias durante el reinado de Isabel II: revolución liberal y Primera Guerra Carlista (1833-
1843).
Carlismo y guerra civil:
Las guerras carlistas se consideran una guerra civil por cuanto suponen el enfrentamiento entre dos
concepciones distintas de España.
* El carlismo se presentaba como una ideología tradicionalista y antiliberal que recogía la herencia de
movimientos similares anteriores bajo el lema “Dios, patria, rey y fueros”. Pertenecían a él los defensores de la
legitimidad dinástica de don Carlos, pero también de la monarquía absoluta, de la preeminencia social de la Iglesia y
del mantenimiento del Antiguo Régimen. Apoyaban al carlismo el clero, la pequeña nobleza agraria y una base social
campesina. Tuvieron especial arraigo en zonas rurales del País Vasco, Navarra, Aragón, Valencia y parte de
Cataluña. Su modelo social y económico es arcaico, rural y agrario, añoranza de un pasado en los momentos de
inicio de la revolución industrial y desarrollo de una sociedad moderna, urbana, por eso sólo dominaron en las zonas
rurales.
* Los liberales, conocidos como cristinos englobaban a parte de la alta nobleza y de funcionarios, un sector
de la jerarquía eclesiástica y, ante la necesidad de ampliar esta base social buscó la adhesión de los liberales. A
cambio de acceder a las demandas de éstos, que exigían el fin del absolutismo y del Antiguo Régimen, consiguió la
adhesión de la burguesía y de los sectores populares de las ciudades.
Desarrollo de la guerra: los carlistas no pudieron contar inicialmente con un ejército regular y organizaron sus
efectivos en grupos armados que actuaban según el método de guerrillas. Las primeras partidas carlistas se
levantaron en 1833 por una amplia zona del territorio español, pero el foco más importante se situó en las regiones
montañosas de Navarra y el País Vasco. También se extendió por el norte de Castellón, el Bajo Aragón y el Pirineo y
las comarcas del Ebro en Cataluña. Desde el punto de vista internacional, don Carlos recibió el apoyo de potencias
absolutistas como Rusia, Prusia y Austria, que le enviaron dinero y armas, mientras la Regente Mª Cristina contó con
el apoyo de Gran Bretaña, Francia y Portugal, favorables a la implantación de un liberalismo moderado en España.
El conflicto armado pasó por dos fases bien diferenciadas:
La primera etapa (1833-1835) se caracterizó por la estabilización de la guerra en el norte y los triunfos
carlistas, aunque éstos nunca consiguieron conquistar una ciudad importante. La insurrección tomó impulso en 1834
cuando el pretendiente abandonó Gran Bretaña para instalarse en Navarra con su corte. El general Zumalacárregui,
que se hallaba al mando de las tropas norteñas, logró entonces organizar un ejército con el que conquistó Tolosa,
Durango, Vergara y Éibar, pero fracasó en la toma de Bilbao, donde murió, quedando los carlistas sin su mejor
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general.
En la segunda fase (1836-1840), la guerra se decantó hacia el bando liberal a partir de la victoria del general
Espartero en Luchana (1836), que puso fin al sitio de Bilbao. Los carlistas, sin recursos para financiar la guerra y
conscientes de que no podían triunfar si no ampliaban el territorio ocupado, iniciaron una nueva estrategia
caracterizada por las expediciones a otras regiones para conseguir recursos económicos.
La debilidad del carlismo propició discrepancias entre los transaccionistas, partidarios de alcanzar un acuerdo
con los liberales, y los intransigentes, defensores de continuar la guerra. Finalmente, el jefe de los transaccionistas, el
general Maroto, acordó la firma del Convenio de Vergara (1839) con el general liberal Espartero. El acuerdo
establecía el mantenimiento de los fueros en las provincias vascas y Navarra 1, así como la integración de la
oficialidad carlista en el ejército real. Sólo las partidas de Cabrera continuaron resistiendo en la zona del Maestrazgo
hasta su derrota definitiva en 1840.
La guerra se saldó con unos 200.000 muertos y fue descrita como salvaje y brutal, con torturas y asesinatos
sistemáticos de prisioneros de ambos bandos. Además tuvo dos consecuencias importantes: acentuó la dependencia
de los gobiernos liberales respecto al ejército y lastró el desarrollo económico del país y el saneamiento de la
Hacienda pública.
El proceso de revolución liberal. Las regencias (1833-1843):
La guerra carlista aceleró el proceso de revolución liberal ya que, frente al absolutismo y el tradicionalismo de
los insurrectos, el bando isabelino sólo podía hacerle frente atrayendo a los liberales hacia su causa. Entre 1833 y
1843 se fue progresivamente desmantelando jurídicamente el Antiguo Régimen, configurándose un estado liberal.
Primeros gobiernos (1833-1835): el testamento de Fernando VII establecía la creación de un Consejo de
gobierno para asesorar a la regente María Cristina, que estuvo presidido por Francisco Cea Bermúdez y compuesto
en su mayoría por absolutistas moderados. Este nuevo gabinete se proclamó defensor del absolutismo al tiempo que
proponía unas leves reformas que no modificaban el sistema político vigente. La única reforma fue la división
provincial de España, promovida por Javier de Burgos. Así en 1833 España quedó dividida en 49 provincias.
Pero ante la extensión de la insurrección carlista, el trono isabelino empezó a tambalearse por la falta de
apoyos sólidos. Algunos asesores reales y militares convencieron a la regente de nombrar un nuevo gobierno que
fuera capaz de conseguir la adhesión de los liberales. Se escogió a Francisco Martínez de la Rosa, liberal
moderado, que llevó a cabo reformas aunque limitadas. Entre las reformas se encontraba la promulgación de un
Estatuto Real, que era un conjunto de reglas para convocar unas Cortes, que seguían siendo las mismas del Antiguo
Régimen, un poco adaptadas.
Pronto quedó claro que estas reformas no eran suficientes para la mayoría de los liberales, que, desde el
Trienio Liberal, estaban divididos entre doceañistas (moderados) y los exaltados ( progresistas). La Corona y los
antiguos privilegiados apoyaron a los moderados e hicieron lo posible para mantenerlos en el poder a pesar de los
continuos cambios de gobierno. Pero la necesidad de conseguir apoyos sociales firmes y financieros contra el
carlismo forzó a la monarquía a aceptar un gobierno progresista que iniciase un proceso claro de reformas liberales.
Los progresistas en el poder (1835-1840):
Los progresistas, descontentos con las tímidas reformas, iniciaron en el verano de 1835 y en 1836 una oleada
de revueltas urbanas por todo el país. Dominaban el movimiento popular por su influencia en la Milicia Nacional y las
Juntas revolucionarias que, desde la invasión francesa, se convirtieron en un vehículo de movilizar al pueblo. Los
motines se iniciaron con la quema y asalto de conventos, mientras que las Juntas demandaban: reunión de Cortes,
libertad de prensa, nueva ley electoral, extinción del clero regular y reorganización de la Milicia Nacional...
Ante esta situación en septiembre de 1835, María Cristina llamó a formar gobierno a un liberal progresista,
Mendizábal, que tomó medidas con el fin de conseguir los recursos financieros para organizar y armar un ejército
contra el carlismo. Pero cuando decretó la desamortización de bienes del clero, los privilegiados apremiaron a María
Cristina para que lo destituyese en el verano de 1836.
Sin embargo estallaron revueltas en muchas ciudades a favor del restablecimiento de la Constitución de 1812
1 Los fueros fueros vascos y navarros establecían instituciones propias de autogobierno y de administración de justicia,
otorgaban exenciones fiscales a estos territorios y también quedaban exentos de quintas, es decir, los vascos y navarros no
cumplían el servicio militar obligatorio impuesto por Felipe V. Los territorios forales sólo tomaban
las armas en tiempos de guerra y exclusivamente para defender sus límites provinciales.
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y se produjeron quemas de conventos. Tuvo lugar el levantamiento de los sargentos de La Granja, residencia real de
verano donde estaba la regente. Ante estas presiones, en agosto de 1836, María Cristina restableció la Constitución
de Cádiz y entregó el poder al progresista Calatrava.
El desmantelamiento del Antiguo Régimen ( Revolución Liberal):
Entre agosto de 1836 y finales 1837, los progresistas asumieron la tarea de implantar un sistema liberal,
constitucional y de monarquía parlamentaria. Una de sus primeras actuaciones fue la reforma agraria liberal, que
consagraba los principios de la propiedad privada y de libre disponibilidad de la tierra. Esta reforma se llevó a cabo en
1837 a partir de tres grandes medidas:
• La disolución del régimen señorial, iniciada en las Cortes de Cádiz, los señores pierden las atribuciones
jurisdiccionales, mantienen la propiedad de la tierra y los campesinos pasaron a ser arrendatarios o
jornaleros.
• La desvinculación o supresión de los mayorazgos, supuso el fin de los patrimonios unidos obligatoriamente
y a perpetuidad a una familia o institución , sus propietarios fueron libres de venderlos en el mercado.
• La desamortización, en el año 1836, el presidente Mendizábal, decretó la disolución de las órdenes
religiosas ( excepto las dedicadas a la enseñanza y a la asistencia hospitalaria) y estableció la incautación
por parte del Estado del patrimonio de las comunidades afectadas. Los bienes desamortizados fueron
puestos a la venta mediante subasta pública a la que podían acceder todos los particulares interesados en su
compra. Las tierras podían adquirirse en metálico o a cambio de títulos de la deuda pública. Mendizábal
con estos recursos pretendía financiar al ejército liberal y aminorar el déficit presupuestario del Estado. Al
mismo tiempo, los nuevos compradores constituirían unos sólidos apoyos sociales comprometidos con el
triunfo del liberalismo.
Otras medidas encaminadas al libre funcionamiento del mercado: abolición de los privilegios de la Mesta y los
gremiales, libertad de arrendamientos agrarios, precios y almacenamiento. Eliminación de los privilegios de los
gremios y el reconocimiento de la libertad de industria y comercio junto con la abolición de los diezmos eclesiásticos y
la eliminación de aduanas interiores y los diezmos eclesiásticos. Todo ello formó el marco jurídico de la implantación
del liberalismo económico en nuestro país.
La Constitución de 1837:
El gobierno progresista convocó unas Cortes para redactar un texto constitucional que adaptase el de 1812 a
la actualidad. Esta Constitución proclamaba elementos del progresismo como: la soberanía nacional, amplia
declaración de derechos ciudadanos (libertad de prensa, de opinión, de asociación...), la división de poderes o la
aconfesionalidad del Estado. De los moderados tomaba: dos cámaras colegisladoras, Cámara de Próceres, elegida
por la Corona, y Cámara de Procuradores, elegida por sufragio indirecto y censitario. Concedía amplios poderes a la
Corona (veto de leyes, disolución del Parlamento, nombrar y destituir a los ministros...). Como la desamortización y la
supresión del diezmo habían dejado al clero sin sus fuentes de ingreso tradicionales, se reconocía el compromiso de
financiación del culto católico.
Otras leyes fueron : la Ley de Imprenta (sin censura previa) y la Ley Electoral que fijó un sistema de
sufragio censitario y extraordinariamente restringido, tenían derecho al voto varones mayores de 25 años que
pagasen un mínimo de 200 reales de contribución directa.
A partir de este momento quedó configurado un primer sistema de partidos, moderado y progresista, que se
alternaron en el poder durante el reinado de Isabel II .Pero el modelo político se vio muy influido por la intromisión
constante de militares, que habían aumentados su poder gracias a las guerras carlistas. De esta manera los
generales Espartero, Narváez y O' Donnell desempeñaron un papel determinante en los gobiernos de España entre
1837 y 1843.
Los moderados en el gobierno (1837-1840):
Una vez aprobada la Constitución, se convocaron elecciones en octubre de 1837 que fueron ganadas por los
moderados. Éstos intentaron, sin salirse del marco constitucional, desvirtuar los elementos más progresistas de la
legislación del 1837. Así, en 1840 prepararon una ley electoral más restrictiva, limitaron la libertad de imprenta y una
Ley de Ayuntamientos dió a la Corona la facultad de nombrar a los alcaldes de las capitales de provincia. Además se
tendió a devolver los bienes expropiados al clero secular y se vió la posibilidad de reimplantar el diezmo.
La ley de los Ayuntamientos enfrentó a moderados y a progresistas; el hecho de que la regente apoyase a los
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moderados provocó un movimiento insurreccional con la formación de Juntas revolucionarias. María Cristina antes de
dar su apoyo a un gobierno progresista, en 1840, dimitió de su cargo. En ese momento los sectores afines al
progresismo dieron su apoyo al general Espartero, que se convirtió en regente.
Regencia de Espartero (1840- 1843):
Disolvió las Juntas revolucionarias y convocó nuevas elecciones que dieron la mayoría parlamentaria a los
progresistas. Durante su regencia destacó su fuerte autoritarismo y no cooperó con las Cortes sólo con sus
camaradas militares “ los ayacuchos”. Des ese modo se aisló del entorno progresista y perdió la popularidad que lo
había llevado al poder.
Una de sus actuaciones fue la aprobación de un arancel que abría el mercado español a los tejidos de
algodón ingleses; la industria textil catalana se sintió amenazada y hubo un levantamiento en Barcelona, en el que
estuvieron involucradas la burguesía y las clases populares, que veían peligrar sus puestos de trabajo. Espartero
mandó bombardear la ciudad, de este modo colocó a buena parte de sus partidarios en su contra.
Los moderados aprovecharon esta crisis y división del progresismo y el aislamiento de Espartero para
encabezar una serie de conspiraciones lideradas por Narváez y O' Donnell. En 1843 Espartero dejó la regencia; las
Cortes adelantaron la mayoría de edad de Isabel II y fue reina con 13 años. La reina destacó por su escasa
formación, nulo tacto político y su carácter impulsivo, aunque fue muy popular por su simpatía y espontaneidad.
Infelizmente casada por razón de estado (con su primo Francisco de Asís de Borbón), su lista de amantes contribuyó
a desprestigiarla, aunque no tanto como el hecho de haber sido constantemente manipulada por los políticos
moderados y clérigos sin escrúpulos.
5. - Construcción y evolución del Estado liberal durante el reinado efectivo de Isabel II (1843-1868).
El sistema político liberal se articuló a través de dos grupos, el moderado y el progresista. Éstos no eran
grupos compactos con una ideología y programa, eran agrupaciones de personas en torno a un notable civil o militar,
eran corrientes de opinión, vinculadas por relaciones personales o intereses económicos que se unían para participar
en las elecciones y controlar el poder.
Los moderados o doctrinarios eran terratenientes, comerciantes, intelectuales conservadores, restos de
antigua nobleza, alto clero y altos mandos militares. Defendían el principio de la soberanía compartida entre las
Cortes y la Corona, partidarios de limitar los derechos individuales (en especial los colectivos como la libertad de
prensa, opinión, reunión y asociación) para preservar la autoridad y el orden social, defendían la confesionalidad del
Estado y otorgaban a la Iglesia católica una gran influencia social. Defendían también el derecho de la propiedad y el
sufragio restringido. Destacaban Narváez y Bravo Murillo.
Los progresistas representaban a la mediana y pequeña burguesía, la oficialidad media del ejército y las
clases populares urbanas. Defendían el principio de la soberanía nacional y rechazaban la intervención de la Corona
en la vida política. Defendían el sufragio censitario, pero eran partidarios de la ampliación del cuerpo electoral.
También querían limitar la influencia social de la Iglesia. Destacaron Mendizábal, Espartero y Prim.
En 1854 se creó la Unión Liberal, un nuevo partido, que nació como una escisión de los moderados y que
atrajo a los grupos más conservadores del progresismo. Era por tanto una opción centrista entre los dos partidos.
Sus impulsores fueron O' Donnell y Serrano.
En 1849, una escisión de los progresistas dio lugar al Partido Demócrata, que defendía la soberanía
popular y el sufragio universal masculino. Estaba integrado por las clases populares urbanas y los grados bajos de
la Milicia. Pero el desprestigio de la monarquía de Isabel II hizo ganar también fuerza al republicanismo en
detrimento del Partido Democráta. Defendían la república como la única opción democrática por permitir la elección
de todos los cargos públicos, incluyendo la jefatura del Estado.
La década moderada (1844-1854):
Las elecciones de 1844 dieron la mayoría a los moderados, que formaron gobierno presidido por el general
Narváez. Llevaron a cabo una fuerte represión contra los progresistas, muchos de los cuales se exiliaron. El régimen
se asentó sobre el predominio de la burguesía terrateniente (antiguos aristócratas, que habían aceptado el
liberalismo, y nueva burguesía de propietarios rurales). La Corona y la mayoría del ejército apoyaban a los
moderados y juntos no dudaron en falsear las elecciones para garantizar el triunfo del partido del gobierno, dejando a
los opositores sin otra alternativa que la conspiración como único camino para alcanzar el poder.
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La Constitución de 1845:
Recogía las ideas básicas del moderantismo: soberanía conjunta entre el rey y las Cortes, ampliación de
poderes del ejecutivo y disminución del legislativo, restricción del derecho al voto (casi un 1%) e institución de un
Senado no electivo. Daba enormes atribuciones a la corona, entre ellas designar al Senado y, aunque mantenía parte
del articulado de la del 37 en cuanto a las declaraciones de derechos, leyes posteriores, como la de prensa, las
restringieron.
Los ayuntamientos y diputaciones pasaron a estar controlados por la Administración central y se suprimió la
Milicia Nacional. Se dio exclusividad a la religión católica, oficial del Estado y se acordó el mantenimiento del culto y
del clero.
La Ley Electoral de 1846 planteó un sufragio restringido, sólo tenían derecho a voto los mayores
contribuyentes de cada localidad y una serie de personalidades destacadas de la cultura, ejército, la Administración y
la Iglesia.
El Concordato con la Santa Sede (1851):
La desamortización y la abolición del diezmo habían enrarecido las relaciones del Estado con la Iglesia
Católica, que se mostraba proclive al carlismo. Mediante la firma del Concordato se establecía la suspensión de la
venta de los bienes eclesiásticos desamortizados y el retorno de los no vendidos. A cambio, la Santa Sede reconocía
a Isabel II y aceptaba la obra desamortizadora, mientras el Estado se comprometía al sostenimiento de la Iglesia
española (presupuesto del culto y clero), al restablecimiento de las órdenes regulares, concesión de competencias a
la Iglesia en materia de educación y al reconocimiento del catolicismo como religión oficial del país. A partir de ese
momento salvo ciertos sectores, la postura oficial de la jerarquía de la Iglesia católica fue la de respaldar el trono de
Isabel II.
Evolución del gobierno moderado:
Durante esta década se quiso consolidar la estructura del nuevo Estado liberal bajo los principios del
centralismo, la uniformidad y la jerarquización. Una serie de reformas y leyes pusieron en marcha dicho proceso:
• La reforma fiscal o Ley Mon- Santillán de 1845 que retoma la del siglo XVIII suprimiendo los tributos locales
para racionalizar el sistema impositivo. Sin embargo quedaban exentos de tributación los beneficios de las
sociedades o las rentas del capital, se reducían los impuestos directos sobre inmuebles y rentas agrarias que
afectaban a la oligarquía, mientras aumentaban los odiados “consumos” y las tasas aduaneras que con su
proteccionismo, afectaban al pueblo.
• Unificación de códigos: se aprobó el Penal y se elaboró un proyecto de Civil.
• Reforma de la Administración pública con una ley de funcionarios que regulaba su acceso.
• Ley de Administración Local, los alcaldes de los municipios grandes y capitales de provincia serían
nombrados por la Corona, mientras que los menores serían designados por los gobernadores civiles.
• El temor a que la centralilzación produjese un rebrote del carlismo se acordó el mantenimiento en el País
Vasco y Navarra de los ayuntamientos forales y las Juntas Generales, aunque las aduanas se trasladaron a
los Pirineos.
• Sistema nacional de instrucción pública que regulaba los niveles de enseñanza (elemental, secundaria y
universitaria) y elaboraba los planes de estudio. Se completó con la Ley Moyano de 1857 primera gran ley
de educación del país.
• Se adoptó el sistema métrico decimal.
• Se disolvió la antigua Milicia Nacional y se creó la Guardia Civil 1844, un cuerpo armado con finalidades
civiles pero con estructura militar, que se encargaría del orden público, sobre todo en el medio rural.
• Por la Real Orden sobre creación de Ferrocarriles (1844), fueron construidas las primeras líneas: la
Barcelona-Mataró (1848) y la Madrid-Aranjuez (1851).
La crisis del gobierno moderado:
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Los gobiernos moderados no consiguieron dar estabilidad política al Estado (en 1846 hubo tres gobiernos y
en 1847 cuatro). El autoritarismo se agudizó durante el gobierno de Bravo Murillo, que propuso una reforma
constitucional que contemplaba la posibilidad de gobernar por decreto y suspender indefinidamente las Cortes, a la
vez que restringía aún más el censo electoral. La propuesta fracasó por la oposición de un sector del moderantismo,
que consiguió desplazar a Bravo Murillo del poder, pero agudizó la descomposición interna del partido y aumentó el
descontento de muchas capas sociales, cada vez más alejadas de la participación política. De esta manera, una
nueva revolución en 1854 permitió regresar a los progresistas al poder y puso fin a diez años de gobierno moderado.
El bienio progresista (1854-1856):
En junio de 1854 se produjo el pronunciamiento de Vicálvaro, a cuyo frente se situó O'Donnell, moderado
descontento que había fundado la Unión Liberal. Los sublevados redactaron el Manifiesto de Manzanares donde
pedían el cumplimiento de la Constitución de 1845, la reforma de la ley electoral, una reducción de impuestos y la
restauración de la Milicia.
La presidencia recayó de nuevo en Espartero, y O' Donnell fue nombrado ministro de la Guerra. Las
elecciones fueron convocadas con un censo electoral más amplio, lo que permitió una mayoría progresista y la
aparición por primera vez en el Parlamento de algunos diputados demócratas. Se restauró la Milicia y la Ley Municipal
que permitía la elección directa de los alcaldes. También preparó una nueva constitución (1856) que no llegó a ser
promulgada y que introducía importantes novedades como la libertad de culto y la elección del Senado, que adquiría
iguales poderes y responsabilidades que el Congreso.
La actuación de mayor trascendencia fue un plan de reformas económicas en defensa de los intereses de la
burguesía urbana y de las clases medias, con el objetivo de impulsar el desarrollo económico y la industrialización del
país. Destacan:
• La nueva Ley Desamortizadora de 1855 a cargo de Madoz, afectó a los bienes del Estado, de la Iglesia, de
las órdenes militares, de las instituciones benéficas y sobre todo de los ayuntamientos (bienes de propios y
comunales). Se pretendía, como en ocasiones anteriores, conseguir recursos para la Hacienda e impulsar la
modernización del país.
• La Ley General de Ferrocarriles de 1855, que regulaba su ejecución y ofrecía incentivos a las empresas que
participasen. Los ferrocarriles eran clave para fomentar intercambios y para el crecimiento industrial del país.
• Otras medidas fueron una legislación para favorecer la reforestación, poner el telégrafo, ampliar la red de
carreteras, fomentar el crecimiento de las sociedades por acciones y de la banca y desarrollar la minería.
Todo ello propició un marco legal que dio lugar a una etapa de expansión económica hasta 1866.
Las medidas reformistas no remediaron la crisis de subsistencia, que movilizó al pueblo en las revueltas de
1854 . En Cataluña la delicada situación económica llevó a huelgas obreras en 1855. El malestar social condujo
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también a un levantamiento campesino en tierras castellanas. El gobierno acabó presentando la Ley de Trabajo con
algunas mejoras, pero la situación había provocado una crisis. Los conflictos sociales eran cada vez mayores y la
irrupción del movimiento obrero atemorizó a las clases conservadoras (en Cataluña se había producido la primera
huelga general de nuestra historia). Se produjo una división en el gobierno entre el progresismo moderado que
acabaría en la Unión Liberal y el más radical , que lo haría en el Partido Demócrata. Espartero dimitió y la reina confió
el gobierno a O'Donnell, que reprimió las protestas duramente.
La descomposición del sistema isabelino (1856-1868):
Los gobiernos unionistas (1856-1863):
El nuevo gobierno unionista liderado por O' Donnell intentó un equilibrio político combinando elementos del
proyecto moderado y propuestas progresistas como la limitación de los poderes de la Corona y la aceptación de la
desamortización civil. Así consiguió una cierta estabilidad política interior acompañada de una etapa de prosperidad
económica. Aunque las elecciones eran amañadas desde el Ministerio de la Gobernación, fijaban una minoría
opositora para evitar una marginación que abocase a insurrecciones. Un aspecto destacado del gobierno fue su
política exterior activa: expedición a Indochina, intervención en México y campañas militares de Marruecos (El
pretexto fue la defensa de Ceuta y Melilla de los ataques de las tribus rifeñas. En esta guerra se distinguió el general
2 Crisis que se vió agravada por el alza de los precios del cereal con motivo de la Guerra de Crimea que hizo disminuir la
llegada de trigo ruso a Europa.
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Prim. Tras la victoria, España consiguió el territorio de Ifni, en el sudoeste de Marruecos, enfrente de las costas
canarias, que disponía de un rico banco pesquero).
Pero el el año 1863 se puso de manifiesto la crisis interna de la coalición de gobierno y se sucedieron
gobiernos inestables. El unionismo fue incapaz de afrontar la oposición de los moderados y de la propia Corona, O'
Donnell dimitió y la reina entregó el poder a los moderados.
Los gobiernos moderados (1863-1868):
Suponen el retorno de Narváez al poder y la vuelta a algunos principios moderados. El moderantismo impuso
de nuevo la forma autoritaria, al margen de las Cortes y de todos los grupos políticos y ejerció una fuerte represión
sobre sus opositores.
Los progresistas acusaron a la Corona de promover formas de gobierno dictatoriales y ante la marginación
política, pasaron a la insurrección. En 1866 tiene lugar la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil que
contó con la adhesión de progresitas y demócratas y comportó un levantamiento popular en Madrid.
La situación del gobierno fue a peor con la crisis de subsistencia de 1866, que provocó el aumento de precios
y el descontento popular. A partir de ese momento, muchos sectores de la sociedad vieron necesario un
pronunciamiento que diese un giro radical a la situación.
La represión desatada por el gobierno en esos años obligó a esas fuerzas opositoras a organizarse en el
exilio. En 1866, las distintas fuerzas de oposición firmaron un acuerdo de actuación, el Pacto de Ostende (Bélgica).
Tras la muerte de los dos principales apoyos de la reina, O’Donnell (1867) y Narváez (1868), incluso los militares
unionistas (Prim, Serrano y Topete) se adhirieron al pacto.
Conclusión:
Durante el reinado de Isabel II se desarrolló en España el proceso de revolución liberal en el que, al igual que
en gran parte de Europa occidental, se destruyen las formas económicas, sociales y políticas características del
Antiguo Régimen. Llevó a la conversión de la propiedad señorial en propiedad privada y el asentamiento de la libertad
de contratación, de industria y de comercio además del nacimiento de una nueva clase dirigente, la burguesía agraria,
surgida de la alianza entre la antigua nobleza terrateniente y la nueva burguesía. Comenzó una modernización del
país con el inicio del tendido ferroviario, la minería o la banca. Pero la consolidación de un sistema político
parlamentario verdaderamente representativo no fue posible debido al favoritismo de la reina hacia los moderados
distorsionó la alternancia en el poder. Además, el sufragio censitario y la manipulación de las elecciones dejaban al
sistema político en manos de una minoría de propietarios y de las distintas camarillas políticas.
El descontento aglutinó a la oposición a la monarquía que, en septiembre de 1868 lideró la revolución
conocida como “La Gloriosa” que significó el final de la monarquía de Isabel II y el inicio de una nuevo periodo de la
historia de España: el Sexenio Revolucionario.