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Historia de la Teoría Política

El documento aborda la evolución de la teoría política en el siglo XI, centrándose en la controversia sobre las investiduras entre las autoridades eclesiásticas y seculares. Se discute cómo la teoría gelasiana definió las relaciones entre ambas, estableciendo que cada autoridad debía colaborar sin conflictos, aunque la práctica mostró tensiones en su ejercicio. La creciente independencia de la iglesia y su deseo de autonomía espiritual marcaron el inicio de un cambio en la percepción de su papel en la sociedad cristiana.
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Historia de la Teoría Política

El documento aborda la evolución de la teoría política en el siglo XI, centrándose en la controversia sobre las investiduras entre las autoridades eclesiásticas y seculares. Se discute cómo la teoría gelasiana definió las relaciones entre ambas, estableciendo que cada autoridad debía colaborar sin conflictos, aunque la práctica mostró tensiones en su ejercicio. La creciente independencia de la iglesia y su deseo de autonomía espiritual marcaron el inicio de un cambio en la percepción de su papel en la sociedad cristiana.
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cz

■) G E O R G E
"
H . S A B I N E

HISTORIA
DE LA
TEORIA POLITICA

F O N D O D E C U L T U R A E C O N O M IC A
MEXICO - MADRID - BUENOS AIRES
X II. LA CUESTION D E LAS INVESTIDURAS

ULTIMA parte, del Si^lo_xi contempló la reanudación del trabaío intelcrh,^!


50bre el cuerpo de .deas sociales y políticas S n i Antigüedad qüe se había érnTer-
v-.do en la tradición de los Padres de ¡a Iglesia. 7 aue m ido un de..r.n!!n n i Z
jos siglos siguienta pr0_aü)0 una cultura asombrosamente brilhnh^ y
■vez mas el caos.dio paso al orden7y especialmente en los estados no:Landos .^e
orden «mpezo a prometer una eficiencia administrativa y una estabilidad política
como no haba conocido Europa desde los tiempos de Roma. E l feudaJisráo co-
menzo a . c r is t a W en-un-sistema más definido del que habían de cnr<^r Inc
^ los consntucionales transmiüdos por la Edad M edia a la K„rnn. ^ .
- ^ I u ^ p r ^ e r o _ , e n 4 talu^v un poco-1^ 7 d e l a n t e en el-nort^. com en^rolTa
desarrollar un comercio y .una industria que^iiabian de acortar la base de un artp
v_una literatura onpnales v hu; H i ^ -La filosofía y el ^ ¿udin H. Inc
comenzaron en seguida a dar fruto con la recuperacióiT~di"parte, im n n r t .n f ./^ .l
s^ c r .nti^uo. E l « tu d io de !a lunsprudenoa h^rhn >■ -, .1 r„r p - n r ii -- m L .
ciudades itahanas d e ^ v e r ia y Bolonia, comenzó a restaurar el connrirr^Vn^n ^ ,1
í "1 í lundicos y Doliricos contemnnr^n^n.
natural que la filosofía política participase en esta elevación c'eneral del nivel
_ intelectual que afectaba a todas las ramas del pensamiento ^
y f^^ron pnncipaimente polémirn. v
.Siu ieron__c^ntr3dos_alrededor de la disputa entre los pacas-v 'o.': emnrr^rtnr/c
- de los limites de las autoridades secular y eelesiaLca. Pero es"a^m hm .:i
e s c ito ^ e n ^ alcanzaron Prooablemente todo el cuerpo de filosofía política
Aristóteles y el siglo xi q ue nos ha llegado oLpan'a
"■ ‘n colección de obras políticas producto de la lucha‘ des*
aco lada alrededor de la investidura’^de los obispos por los seglares. Como tema
^ ip estilación erudita sistemática, la teoría política surgió con
p - o t r a ^ m a s de ínteres hjo s o to . En el siglo .-cm estaba aún ensnmhrpr,'^-, . . .
lo. randes sistemas de-teolog'.a y metafísica que constituyen las creaciones ti'pic-’s
dé los filosofos escolásticos. E n _ e W g i o ^ e hicieron más^omunes los
^1 ^an continuado desde esa .época hasta^ nuestros días Sin
anr»rTnrP • T conser^-ado gran número de obras de los si<^los
tenores prueoa k existencia de una continuidad de interés en la matera Y L n
1sl i ; i t f ^ fundam éntate y a V r ^ r
g u ie ñ te ° lo s ^ s ig lo ^ fi'

L.l "!c LESI.VEST.U)0 M£DtEV.í.L

E l pu n to de partida de lo s' polemistas del siglo , xi con respecto a las relaciones


do e s l - , / r ' -■ constitiiyó b teoría gelasiana de Ihs
de'la r resum ido la enseñanza de los Padres

jT i ..: .V, entiraña misma del cristianismo. Con nn-P^lr,


en n° "^S^da abiertamente
n id / u J . E2 ^ d m n a la sociedad humana debe e-;tar an h... '
^ j c n ^ os autoridades, la espirihiaQ la temporal. In primera de las T.m
, , sacerdotes y ¡a otra en manos de los gobernantes seculares tanto
p c ^ J e r e c h o ^ j l j; ^ ^ p ', J
hombre puede tener a la vez el sacerdotium y el ímperfuin.jN o se concebía que
ninguna de las dos autoridades hubiera de ejercer un poder arbitrario, ya que se-
creia que ambas estaban sujetas a la ley y representaban un oficio necesario en el
gobierno divino de la naturaleza y del hombre. En consecuencia, no podía haber
conflicto entre las dos, aunque el orgullo pecaminoso o el ansia de poder pudieran
llev-ar a los agentes humanos"'de cualquiera de las dos a sobrepasar los límites ju­
rídicamente establecidos. E n cuanto partes de un-plan divinamente unificado, cada
una de las autoridades debía ayuda y apoyo a la otra.
' ^D e ntro de este círculo de ideas no había, propiamente hablando, iglesia ni
estado en el' sentido moderno de estos términos. No había un cuerno que formase
el estado v otro que constituvese la iglesia, ya que todos los hombres- estaban
incluidos en a m b o s .^ om o había enseñado b"an A°ustin en su Ciudad de Dios, sólo
había una soc^dad cristiana, en la que estaba incluido, al menos en el siglo .xi, el
mundo entero|^Esta sociedad tenía, bajo Dios, dos cabezas, ~el papa v el emperador;
dos principios de autoridad, el gobierno espiritual de los sacerdotes v el temporal
de los reves; y dos jerarquías de magistrados, pero no existía división en dos cuer­
po; o sociedadesT ^ n cierto senb'do una controversia entre estas dos ierarouías
era un conflicto Se competencias, tal como el que podría surgir entre dos funcio­
narios del mismo estado. El problema versaba sobre los limites propios de la au­
toridad y sobre lo que podía legítimamente hacer cada una de las je^rquías dentro
de los limites e.xpresos o implicitos de su cargo. En este sentido v sólo en este
sentido, había controversia entre iglesia y estado al comenzar la cuestión de las
invcstidurasSA medida que avanzó el tiernpo se fue dejando gradualmente de lado
la concepci5rv-originaI, en especial a medida que se fueron definiendo con mayor
claridad los aspectos jurídicos del conflicto. Pero en un principio el problema se
planteaba entre dos grupos de funcionarios investidos ambos de autoridad original
y cada uno de los cuales pretendía estar actuando dentro de los límites de aquella
autoridad.
La teoría de la separación de las dos autoridades no había sido nunca lle\-ada
a la práctica literalmente: no se había entendido que la doctrina significase la
negación del contacto en el ejercicio terreno de sus potestades ni la negación de
que cada una _de las jerarquías de magistrados debiera ayudar a la otra en sus fun­
ciones- adecuadas. .Así fue posible, cuando surgió la controversia, que cada una de
las partes señalase hechos históricos admitidos como justificables y que sin embargo
podían interpretarse como control de una jerarquía por la otra. En los días de la
decadencia de Roma, Gregorio Magno había ejercido un gran poder temporal. Tanto
los sínodos eclesiásticos como los sacerdotes individualmente habían seguido el pre­
cedente sentado por San Ambrosio^ amonestando a los reyes por su mala conducta;
los obispos figuraban de'ordinario entre los magnates con cuyo consentimiento se
promulgaban las leyes; y los eclesiásticos habían ejercido g n n influencia en la
elección y deposición de los gobernantes. Pipino había tntado d: conseguir, y
finalmente obtuvo, la aprobación papa! para descartar a la dinastía merovingia en
ei reino franco. La famosa coronación de Carlomagno en el año 800 podía inter­
pretarse cori facilidad como traslación del imperio a los reyes francos sor intermedio
de una autoridad de que estaba investida la iglesia, por analogía con la institu­
ción de la monarquía judía por Samuel. Más aún, se consideraba universalmente
que la administración del juramento de la coronación tenía significado religioso, y
como todos los juramentos, podía caer dentro del poder disciph'nario de la iglesia
en materias de moral. Sin embargo, en conjunto, hasta la época en que estalló la
controversia entre las jurisdicciones eclesiástica e imperial en el siglo xj, el control
LA CUESTIÓN DE LAS INVESTIDURAS %

dcl emperador sobre el papaeki-Jue-inás-jjjtensible y. efectim_fliie-e] g|>rcido-4V^r


el paoa sobre el.empcradorT Este había sido por lo general cierto en la época ro
rñin áry quienquiera "que 1¿ las instrucciones de Carlomagno a los funcionarios
que enviaba a las provincias de su imperio para realizar investigaciones, no podrá
tener duda de que aquél consideraba como súbditos tanto a los laicos corno a los
clérigos, ni de que asumía plena responsabilidad por el gobierno de la iglesia. León
I II había extendido su^ autoridad inquisitorial -hasta los crimenes atribuidos al
propio papa. En el siglo .x, cuando el papado cayó en una degradación excepcio­
nal,' fueron Jos emperadores, desde Otón I hasta Enrique II I , quienes adoptaron
las medidas de reforma, extendiéndolas hasta la deposición, bajo formas canónicas,
de Gregorio V I y el infame Benedicto IX . E n realidad, los emperadores habían
ejercido una influencia de gran importancia en la abolición de los escándalos que
deri\'aban de un estado de cosas en el que las elecciones papales eran juguete de
la política de los pequeños patricios'de la ciudad de Rom a. Había, desde luego,
razones evidentes de política que impelían a los emperadores a ejercer su influencia
en la selección de los papas. Pero aunque desde el punto de.vista eclesiástico tal
influencia era preferible a las intrigas locales romanas, constituía una amenaza po­
tencial a la autonomía de la iglesia en cuestiones espirituales.

:• LA IN D E P E N D E N C IA DE LA I C L E S l.^

La controvenia del siglo xi tuvo su origen en una mayor conciencia de sí y un


mavor sentido.de independencia de los eclesiásticos y en el deseo de convertir a la
iglesia en poder espiritual autónomo en consonancia con la \>aiidcz generalmente
admitida de sus aspiraciones. La tradición de San Agustín presentaba a Europa a
los ojos de los hombres como una sociedad esencialmente cristiana, única en la
historia del mundo, que por vez primera había colocado el poder secular al ser-
\'icio de la verdad divina. Con arreglo a esta concepción, el antiguo ideal de go-
bierao encaminado a realizar la justicia alcanzaba su consumación no sólo dando a
cada hombre su derecho, sino en el deber más importante de tributar a Dios la
adoración que se le debía. Gelasio, que escribía contra la subordinación de la polí-
tica eclesiástica a la corte imperial de C onstantinopla. había afirmado que la res­
ponsabilidad del sacerdote era más pesada que la del rey, porque se dingia hacia
la salvación eterna. E n. realidad, si los tiñes espirituales tenían verdaderamente la
importancia que les atribuía el cristianismo y si la iglesia era en verdad la úriica
institución mediante la cual podían alcanzarse esos fines, no era lógicamente posible
ninguna otra conclusión. La creciente ilustración del siglo xi, que se desarrollaba
dentro de la iglesia y estaba dominada por la doctrina que la tradición agustiniana
había convertido en'parte del clima^de opinión cristiana, no podía eludii: la obli- '
gación de hacer efectiva esa enseñanza. Anteriormente no se habían producido las
circunstancias que hicieran posfole tal empeño, pero era difícil que el primer p a n
esfuerzo de la civilización cristiana se-hubiera dirigido'a , otra cosa-que-a realizar,
bajo los auspicios del papa, el ideal de una sociedad cristiana en la que la iglesia
fuese, de hecho v de derecho, .la fuer^ dirigente t r ^ un estado cristiano. . ,
Ya en el siglo, ix, durante la breve resurrección del saber hecha posible por el
imperio de Carlomagno, los eclesiásticos habían comenzado a articular las pre­
tensiones de la iglesia en una sociedad cristiana. Así, por ejemplo, el arzobispo
Hincmar de Reims había escrito;

Defiéndanse cuanto quieran mcdianti las leyes mundanas o las costumbres humanas,
pero sepan, si son cristianos, que en el día del juicio no serán juzgados por la ley romana
■ poÉS 5o =:^s:;t^r^
r j ‘S n m°ayor efectividad a la. P^^^ens^ncs ^de^ 'cimbros
cuando se produjo.el renacimiento^ p p-,r.r:rv fí~la orsaniiacion
■ h r ^ n t r a to c ... d . 1. iW .d d p . >
,d « ¡ is tic i_ d e n s U = j2 J S !g H - t^ ™ P ^ ''^ l , . S lí? ? „ H ¿ r L o b » st 7*-
d , .0, . c i = y . . i c . , . . h -

& d o ,¿ “ . h e c i y r j Tiy ,x. y d conT r a n s ? ^ E 5 5 s n a -

o i s ™ el x. , j. ¡ i l nl-n-............... " " i ''" *»- .

e&Se^ 'v'í'”'*'-'ssígisfS^v^'Sifei:;

ir ^ r ió n d , p , o p . 5 .d
rn „t,n l ¡obre el cl.-m d ; i.»
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(i„,s ^ p io b io a dis-
¿ de . . . p.op.o. V t S í l e q o V S S e . =5="«= * '“
" " é c d ó V s S Í v “ é S a t p ir .le t a e .t t b .u lo ñ d íd de lo, p .p ...
inspección Roma y la no deposicion ni la perdida de
al obispo el derecho ^ . J] 3 _ Se afirmaba en los términos mas
propiedad mientras estuviese pe. ^ _ -' i. — nnr k corte cacal en toda dase ty
enérsicos el carácter final de una deasion o P ^ «„-^;f¡r^n ima tendencia
de n ;u „,o , e e l ^ t o . . P " ' 5? '

MI responsabilidad airer.ta ante el PJ?s-J i;,,,.m o : ^'P°


intermediario entre Probablemente no
de gobiemp gnr acabo por ^ autoridad pacalT n términos generales
e » .» » “ í“ L d iS e tó " S i. e „ » .g o , en el Í 5I0 x.,
ni se 0r0du )0 ningún erecto mmeoiaro decretales como auténticas,
d « ™ ie el ™ l se .c e p í.b a . de b ¡sl=ia
R ,.p o m o m r .. . . 1 mm» de J.s;. ■ e « A g if e ° °

gobierno de aquélla. , _ ,„m pntado en m n medida el deseo de


-|T,1 secundo acaten,n^ento que h^bk^a^m^ J^n Q - j ó ^ B S i t e
r autonomía de la lelesia fue la oa— ^ ii nlinri rl» ri.m y S Clnny rúe fundado

■ 1 Tomido de Cjrlylc, op. cít.. vol. I ’ 'P 'J Z í ’ J ; ■_ atribuidos principalmente i los p J f «
^ Consisten en más ó= un «ntener de ^ d e L c u L , insertadas en m.
de los tres primeros siglos í . oroduLeton en territorio mnco hscij el jno 8>0- Veue
“ 7 ° mis décTétale?". en Revue d-hirtofre eedísistíque de I^uvam.

r . 4 ' ™ » i ¿ í - í r " s . - ■
H %%^ § ^
L\ C U E S T I Ó N D E L A S I N V E S T I D t ' ' “ ' j
©■§11 ©1 W
clección de sus jefeslUn segundo rasgo significativo de su desarrollo fue el hecho
d& que a medida ía qúS
q S se iban organizando nuevos monasterios o se Toan amaW-amalga­
mando con ellos otros nuevos, el abad de la primera congregación continuaba
teniendo el control de esas rsmas.IÉn consecuencia, los monasterios cluniacenses
eran mucho más que grupos aislados de inonjes. Formaban virtualmente una oT
dea centralizada bajo'el'control' de un solo jefe.. Por ello estaban caiacitados para
ser el instrumento de-difusión de la idea de refbnna en la iglesia^Además: las
finalidades de los reformadores eran muy semejantes, a las que h a ^ n motívado
el desarrollo de los propips monasterios cluniacensesf^La simom'a^ o venta de Ibs
cargos eclesiasfa'ccs,. era un serio mal que hacía muy necesaria la reforma v- que
estaba intimamente conexo con el empleo de eclesiásticos en las tareas del ^
biemo secular. E T mal consistía no sólo en la venta efectÍN'a de careos, sino también
en Í3 concesión de ascensos ea la jerarquía eclesiástica como recompensa de servicios
políticos.JPor consiguiente, e.-a una conclusión pre\-ista de-antpimnn h de que
una concepción más elevada de las funciones eclesiásticas debía lle\-ar consigo una
demanda de purificación de la iglesia, de elevación permanente del papado,""sacán­
dolo de la degradación en que con frecuencia había caído, y de un control-autónomo
de la jerarquía eclesiástica por el papa. Fueron precisamente los eclesiásticos más
conscientes los que percibieron de modo más agudo la amenaza que para el oficio
espiritual representaba la mezcla del clero en ios asuntos del gobierno secular.
La dirección que había de tomar el movimiento de reforma con respecto al ^o-
biemo de la iglesia quedó prefigurada en el sínodo lateranense de 1059, con% l
intento de a conseguir un método ordenado de elección papal en el colegio
de cardenales.p ^ reforma significaba que la iglesia tetiía que tratar de convertine
en comunidag autónoma estando la política y la administración eclesíásh'cas en
manos de los eclesiásricos. Era inevitable que el progreso de tal reforma llevase
en su seno posibilidades latentes de conflicto entre el papa y el emoeradorl^
.E l deseo de autonomía- de la iglesia era en realidad la respuesta a ~ n abuso
profundamente arraigado y que se había estado desarrollando con firmeza. Mucho
antes del siglo ix los eclesiásticos eran ya grandes terratenientes. Carlos Martel
había feudalizado grandes cantidades de tierra perteneciente a la iglesia para fi­
nanciar sus guerras contra los sarracenos, y a medida que se desarrolló el feu­
dalismo los eclesiásticos se vieron arrastrados cada vez con mayor intensidad al
sistema mediante el cuaí tenia que llevarse a la práctica el gobierno. El digna­
tario eclesiástico, en cuanto propietario de tierra,-debía servicios feudales y tenía, a
su vez, sus vasallos-propios que le debían servicios, y aunque nominalraente tuviera
que-prestar los servicios seculares que correspondían a su posición por. intennedio
de agentes seglares, sus intereses í-ninrirfísn pn artirT nari-f m n ]os de la nobleza
posición, tenían
política secular; ,
eran magnates cuvo poder e iarluencia no podía pasar por alto ningún monarca.
Y aun dejando aparte el feudalismo, su superior educación— al menos en la gene­
ralidad de los casos—^ les había convertido en el grupo más apto para proporcionar
al_ monarca los funcionarios superiores de su reino. Probablemente es cierto, como
se dijo en el capítulo anterior, que a lo largo de todos los siglos transcurridos desde
ja caída de Rom a, la iglesia había sido el depósito principal de los anh'guos idea­
les de autoridad pública y orden -civil, y es también probable que los eclesiásticos
fuesen los agentes mas capacitados para desarrollar una política regia que necesitase
un control del monarca en cualquier grado que f u e s J Por consiguiente, en el si-
g.o .XI, tanto por razones inherentes al propio feudalismo como por razones de
wwww^wwwwMKmww^cmm^wwww^^w
Dolític que transcendían de éste, los eclesiásticos estaban profundamente mezclados
en la 5oÍitica secular. E n hs personas del alto clero se encontraban v se superp^
nian hs organizaciones de la iglesia v el estado: Tan cierto e a esto que resultaba
¡mcosfolc a t'H'clas luces una separadón radical de_ las aos ¡erarquias a base del
abandono por parte dcl clero de las .funciones políticas.
Todas las historias del Medioevo narran los incidentes de la gran controversia;
no es necesario mencionar aquí sino alan os, de los más importantes. C o m e to en
1073 con el acceso al solio papal dé Gregorio V I I . E n su pnmera ase verso espe­
cialmente sobre la investidura de los oDispos por los laicos es decir, so^re el
oroblema de la intervención de los gobernantes seculares en_Ia elección de alto
dero Gregorio prohibió la investidura por los la-cos en sitúente
el emperador Enrique I V trató de conseguir la- deposicion de Gregono quien re-
nlicó ¿.xcomuleando a Enricue v dispensando a sus vasallos del )uramento de ñde-
iidad. El año 1030 Enrique intentó reemplazar a Gregorio por un anbp«pa y
Gre^'or’o anoyó las pretensiones de 'Rodolfo de Suabia a la corona ae Ennque.
Después d¿ la muerte de los dos protagonistas el acontecim|ento mas d e s ^ « d °
fue el intento de arreglo hecho por Enrique V y Pascual II sobre la base ael aban^
dono cor parte de los eclesiásticos de todas las funciones po iticas o regaia, arreglo
que re'sultó enteramente imcracticable. La primera fase de la controvcsia se cerro
con ei concordato de Worm's, celebrado en 1122, compromiso mecíante e cual el
emcer.dor abandonó el derecho técnico de investidura con d anillo y el báculo
-símbolos de la autoridad espiritual-,_ pero conservo el aerecno ae
las regaJia v el voto en la elección ae ooispos. Sin embargo, d.spues de esta fech
V ha¡?a fines del siglo -'cii, b controvenia continuo con incer.'alos.
niuv semejantes, lo que hace que debamos detenemos aquí para expon.,
trspuestss opiniones de bs dos partes contendientes.

G R E G O R IO V II Y LOS GÜELFOS
Aunc-e la concención del pasado que tenia Grcgono V II no constitaye el prc>
blem'a aue se debate, es importante recordar la posicion por el aaopbda en este
punto Por otra-parte, es díHcil que la controversia con el impeno_ huoiera podido
L a r la fonna que tomó si Gregorio no hubiera
forma en oue lo hacía. Desde el punto de vista de Gregono V I!, el papa era nada
menos oue'la cabeza soberana de toda la iglesia. Solo el podía, crear y d e po ner obu
pos- su'legado debía tener preferencia sobre los ooispos y tMOS los deinas Jg^a-
?-ncs de la i<’lesia; sólo él podía convocar un concilio general y llevar a la pracüca
sus decretos.""Por O k a parte, nadie podía anular los decretos paples y
que Üe^ase a la corte pontificia no podía ser juzgado por ninguna ocra autonda^.
^ r L "sumen la teoría del gobierno de la i g l e s i a sostenida por Gregono
monárquica, pero no en ei sentmo u c .. ............. j
1- i'mnrrinl romana: e! papa era abso uto y someodo solo a _ D i ^
a la !ev divina-fAungue esta teoría ■•petrinista” - del papado acaoo^ por ser a c e p g a
mas tarde en 4l~slgIo xi era una novedad de ningún modo a d m i n d a umversalrnente
- a veces' originó conflictos entre Gregorio y sus obispos. Como la iglesia había
v ,4 1n concepción de la autoridad pública frente a las influencias dcs-
renti^lizadas dH fnidniismo. rué tamPien el primer poder que aplico esta concej o ^
3 su reconstrucción política.
• h nnhbra "pctrinisín" en d sentido en que se cmpic. en ingiís pcUhc. sobre todo
,e:cr;¿o = p e ^ ^ de.T. a orc:eHsión de suprern.cl. de los pap^ en c .n tc sucesor^
d= 5an Prdrt). [T.j

12
w ------------------ ^

Es difícil, si no imposible, exponer las dos posiciones mantenidas en la cuestión


de las investiduras con una diferenciación tajante. Ello se debe a que ambas-,partes
aceptaban teóricamente el principio establecido desde hacía mucho tiempo de las
dos espadas, cada una de ellas suprema en su jurisdicción. Sin embargo, ambas
partes se vieron obligadas a e.xponer argumentos que implícitamente la descarta-
han. Ello es cierto de los partidarios del imperio, porque lo que realmente deseaban
era la continuación de un estado de cosas que en la practica si no en teoría, habla
dado al imperio una voz preponderante en los asuntos papalésT^Su posición era
débil en punto a argumentos teoricos, pero fuerte en precedentes y como se \neron
obli'^ados a adoptar una posición defensiva, tuvieron que hacer de la teoría gela-
siana la piedra angular de su argumentación en pro de la independencia secula'r.
Por el co^ntrario, las pretensiones de la iglesia eran virtualmente incontestables a
la luz de todo el sisteina de valores cristianos aceptados. Pero la teoría sólo ¡wdia
hacerse efccti^'a en el caso de que la iglesia fuera capaz de asumir una posición,
de lidcniz<'0 y dirección que no había tenido hasta entonces y que tenia que llevar
mucho mas -allá de la admisión del poder secular a una autoridad coordinada, so­
metida sólo a Dios. Es probable que ninguna de las partes intentase usurpar la
autoridad que propiamente correspondiera a la otra. Pero es difícil valorar las'pre:
tensiones de ambos bandos, porque en el siglo xi los conceptos jurídicos utilizados
no tenían un significado tan exacto como el que llegaron a tener con el desarrollo
del derecho rornano y el canónico.
La posicion adoptada por Gregorio V I I frente a Enrique IV era un desarrollo
natural, aunque extremado, ce la jurisdicción univcrsalmente admitida de la iglesia
en materia de m oral.jton respecto al crimen de simonía, Gregorio V II se proponía
proceder no sólo contra el delincuente eclesiástico, sino directamente contra el
gobernante secular, que era tan culpable como aquél. Después de haber prohibido
!a investidura de los obispos por los laicos y de declarar contumaz al emperador,
quiso imponer.el cumplimiento de su decreto con una e.-ccomuniónJ Esto no cons­
tituía un procedimiento nuevo, pero Gregorio le añadió el corolario de que un rey
e.xcomulgado, salido por este hecho del cuerpo de los cristianos, no podía conser\-ar
los ser\'icios y la fidelidad de sus súbditos. No sosténís que la iglesia pudiese des­
ligar de los juramentos a voluntad, sino que, como trfounal de conciencia, entraba
en su jurisdicción el decláíar legalmente nulo un mal juramento. La base en que
se apoyaba Gregorio era el derecho y el deber de una autoridad espiritual de ejercer
una dis(¿)lina moral sobre todos y cada uno de los miembros de una comunidad
criscianarSostenía, como San Ambrosio, que un gobernante secular es un cristiano
y en cofeecuencia, en cuestiones morales y espirituales, tiene que estar sometido a
ia iglesia. Pero en la realidad esto equiv-alia a la pretensión de que el derecho
a excomulgar comportaba el derecho a deponer — desde luego por causa apropia-
dá— y a dispensar, a los súbditos-del juramento.de fideiidadTlmplícitamente, esto
significaba la desaparición de la autoridad coordinada del gooernante secular, no
en el sentido de que la iglesia hubiese, de tomar a s u . cargo las funciones del
gobierno secular, sino en el de que el papa se convertiria en tribunal de última
instancia de cuyo juicio habría de depender la legitimidad del gobernante.
No es fácil decir hasta qué punto tenía Gregorio V II una idea clara de las
consecuencias implícitas en la política por él seguida y en los argumentos mediante
los cuales la defendía. Parece lógico presumir que pensaba que todo el problema
se refería a la pretensión de la iglesia a ejercer una disciplina moral y que no creía
que implicase una pretensión de supremacía jurídica.^Lfinmaba, y no hay razón
A' pata dudar de su sinceridad, que lo qúe pretendía e r f proteger la independencia
T ")
de h i-lesia Hrn^rn ciel sistema de doble au toridad establecido por b , teopa g e
hsiana > o r "ello, no hsv probablemente ra20 n para creer que mtentase ahrmar
l í T ^ c i p i o un poder sobre los gobernantes tetnporales_ en mateaas temporales^
Seria a todas luces injusta suponer que su argumentación tema el mismo signifi­
cado iuridico preciso q u c pud¿ alcanzar en manos de un canonista como In o ^ n c io
I V después de dos siglos de progreso en la precisión oe bs aeñniaones )u nd ic^.
Por otra parte, no puede haber duda de qué es lo que impbcaban realmente las

^ ’^^T^mbié^n es cierto que en la controversia propendía a un desenfreno de 1ra-


paaie que le llevó a exponer a veces su posición con extraorainana violencia. D e
d io es ejemplo el famoso pasaje, tantas veces citado, de su carb a H en^ann de
M etz en lOSl.» Habla en ella del gobierno polibco_ como si fuese literalmente
"bandidaje en gian escala” , pasaje que se ha comparaflo c o n frecuencia a aquel en
que Juan de Salisbury presenta al verdugo como tipo de autondad secular.

¿Quién ignora - ^ i c t Gregorio V I I - que los reyes y duques tuvieron ° n p n en ~]


orneas, ignorando a Dios e incitados por el p rin c i^ de este mundo o sea el ¡
¿atado ¡lu cid os por su ciega ambición e intolerable preuncion. de dominar a sus iguales .
= decir, t h o m b L , _por r^edio de la soberbia, la rapiiía. la traición, el asesinato y cas. J
todas las especies de crímenes?

r.nando se escribió este pasaje, p rovocó ^ n resentirriiento, y en épocas


se le ha citado incontables veces como pnaeba de la arrog-nc.a c e n c l
dudi n m b creencia común en que el-aobiei^o
nnVen en el pecado, pero otros pasajes del p r o p io poritihce d e m u e s^n q u e ^ r e
Vorio V II y ^ te n ia f l n manera alguna, b intención de atacar el
L a n to tal ÍL o oue oretendia no era sino eiercer soore el emperador el m snig
derecho de Visciplina que tenb, en cuanto papa, sobre todo cristianp .T ero soshe;¿
con claridad nue la ¿isciplma inclu7e el derecho de la iglesia a ser arbitro de j ^
;nnr.1 V Que la dirección espiritual y ._mora_l_no^uede serle a n e b a t a d a j ^
nn roberr^ante reralcitrante.tSu concepciordél papel que oeoian desempeñar los
eclesiásticos en la dirección de los asuntos europeos aparece en bs pa-
bbras que pronunció en un concilio celebrado en Roma el ano lOSÜ.

Os pido, pues, santísimos padres y principes, que obréis de tal modo ^ o d rn^

“ d ^ r ^ u ^ r \
y las posesiones de toaos los hom bres... y u e los r,_yes y t'
tiendan, pues, cuánto sois y cuánto podéis y teman desobedecer,-en lem as mmuno los m .n J
datos de vuestras iglesias.* , ' - ■

4 Carlylc. op. cit.. vol. IV (1922). 389 también vol. IV, parte tn, a-
p te i .:v “ 5 ;n T v ii B » . * - .»■ » o ™ . » ™ . , <d..p.-

5-«>. ■' “P-


res' derivasen su autoridad de la iglesá. Gelasio no había deducido nunca tal con­
clusión y tampoco la deduce Gregorio V IL Pero evidentemente, no sería difícil
modificar la argumentación dándole esta forma, y dejando así claramente atrás la
teoría tradicional de las dos espadas. Los escritores eclesiásticos del siglo xu dieron
este paso y sus sucesores de los siglos xiii y xiv ampliaron mucho el argumento.
Probablemente, esto fue.efecto de la propia controversia al clarificar los problemas
y es también signo de-una mayoc precisión en- las relaciones constitucionales y
jurídicas. Acaso contribuyera al mismo ñn una concepción más sistemática del
feudalismo, asi como la tendencia del papado a asumir una relación de supremacía
feudal, con respecto a.- Italia y otras partes de Europa." En- fecha posterior,, después
de la-,recepcción de Aristóteles, la importancia, superior del poder espiritual tenía
que constituir por sí sok un argumento en favor de la subordinación de la auto­
ridad-inferior, ya que el aristotelismo consideraba como ley general de naturaleza
que lo inferior e.xiste por lo superior y está gobernado por eilo.
El primero que mantuvo de modo definido que la autoridad temporal deriva
de la espiritual parece haber sido Honorio de Augsburgo en su Suraina gloria.^
escrita hacia el ano 1123. Su prueba principal dcri'^ de una interpretación de la
historia hebrea, a saber, que no existió poder regio hasta la coronación de Saúl y
que Saúl fue ungido por Samuel, que era sacerdote, que los judíos habían estado
gobernados por sacerdotes desde la época de Moisés. De modo semejante, sostenía
que Cristo había instituido el poder sacerdotal en la iglesia y que no había existido
rey cristiano hasta la conversión de Constantino. Por consiguiente, fue la iglesia
la que instituvó la monarquía cristiana para protegerla de sus enemigos. Junto con
esta teoría se duba una interpretación (más bien una tergiversncionj de la Dona­
ción de Constantino como abandoiío'de todo poder político en manos de! p a p .°
Según Honorio, tos emperadores, desde Constantino en adelante, tenían su auto­
ridad imperial por concesión pontificia. Paralelamente a esta afirmación, sostuvo
oue los emperadores debían ser elegidos por los papas, con el consentimiento de
los nrincipcs.
Pero siendo radical en materia de principios,. Honorio se inclinaba a ser con­
servador en la aplicación de los mismos, va que concluía sosteniendo que, en ma­
terias estrictamente seculares, los reyes debían ser honrados y obedecidos aun por
los sacerdotes. Hasta los pensadores que estaban minando el terreno a la antigua
doctrina de las dos espada^pno querían aboliría de modo ndical. Honorio presenta
también alguna inccrtidumbre en el análisis jurídico. Su argumento basado en h
Donación de Constantino era peligrosísimo en alto grado, j i que si la autoridad
del papa era delegada; era lógico que el emperador pudiera recuperar lo que había
.'onccdido. Es de presumir aue Honorio cfeía que Constantino- no había hecho
sino reconocer un 3erccho inherente a la iglesia en un estado cristiano. Unos tremta
^nos más tarde. |uan de balishurv adopta en su j-'o/icraticiis una~posíción más
ñiertc. Juan de Salisbury se apoyaba en la superioridad inherente al poder espTri-
uial para demostrar que ambas espadas pertenecen por derecho a la iglesia y que
'sta confería al principe el poder coactivo.

' Véase C srlylc, op. c ií.. v q I, IV , parte in , cap. iv .


8 M . C . a J ir o c U i de lite, vol. III. pp. 3 is. Véase Cariylc. op. vol. rV, pp. 286 ü .
® La Donación de Constantino fue una falsificsdón hecha en la ancineria papal en el tercer
aiarto dei siglo vni, con la finalidad aparente de spoyar las pretensiones papales en [faJia en aquella
'ooca. La interpretación cjue le dio- Honorio aplicándola a todo el pode; imperial era nueva y tiene
-jUe haber sido resultado de una inconprensión d i su sentido o de cna deliberada extensión del
<ign¡iic3do Que hasta entonces se le había dado. Véase Cambridge }*íe¿¡c/i} Hísíory. vol. II, pigi-
j 536; Cariy'.e. op. cjí., vol. IV , p. 259.
Pu es todo o fic io a u c existe p o r m in isterio de las leyes s a g n d a s es re li-io so v piadoso;
pero el qu e c o n sis te e ¿ e l castig o de los crím enes es in ferio r y p a r te e reprcsc.^t3r h im agen
del verdugo.

De ahi que [uan de Salisbury pudiera defender el poder de deposioon citando


b afirmación del Disesto de que “ quien puede legítimam ente dar, pucGc Ic^icu^a-
m entt quitar". El .gobernante secular tiene un ius utcndi,_pcro no uiu. propiedad
en sentido estricto. Es cierto, dc^de luego, que Juan de Salisbury no consideraba
que esta- teoría derogase en rada el v-alor y dignidad dcl poder político adccuadu-
rñente utilizado ni la santidad-de las magistraturas políticas.

ENRlgPE rv Y LOS P.^aTlDARlOS DEL IMPERIO

La posición adoptada por los defensores dcl imperio en la cuestión de las mvcsti-
duras fue, en conjunto, más defensis^ que la asumida por los cumpconcs dcl
pontificad^.rS u argumentación defiende en esencia lo que habia sido el^ sc3tu..quo,
conforme al cual la designación de obispos y las elecciones pontificias habían
sometidas en gran parte a la influencia imperial. Frente a la pretcnsión práctica­
mente nueva de independencia eclesiástica, podían apelar a la doctrina gene­
ralmente admitida de las dos esferas independientes de autoridad. En consecuencia,
la piedra angular de la posición imperial era la doctrina de que todo Mikl_vkaC-¿£
Dios, tanto el del emperador como el del papa^Esta es la nota que hacc sjinar
el prooio Enrique IV en la epístola dirigida a Gregorio V II en marzo de
r C o ‘m o‘ su poder derivaba de Dios directamente y no a través de-la iglesia, sólo era
responsable de su ejercicio ante Dios. Por ende era Dios quien habia de juzgarle,
V no podía ser depuesto sino por herejía!^

Y también has puesto b mano sobre mi cue, aunque indigno entre los cnstiar.os. estoy
ungido como rey, pese a que, como enseña b tradición de los Santos Padres, sólo puedo ser
ju2^ d o por- Dios y no puedo ser depuesto por ningún crimen, a menos que, lo que Dios no
permita, me aparte de la fe.'-

La “ tradición de los Santos Padres” en h que se basaba Enrique era, sin duda,
de modo principal, la contenida en las vigorosas afirmaeiones de Gregorio .Magno
respecto al deber de obediencia pasiva. Esta cracepción de la imposibiiid:;d de
anular la autoridad regia no habia muerto nunca_^En el siglo ix Hincmar de Rcims
había comentado la' opinión, que dice sostenida por algunos autores, de que los
reves “ no están sujetos a las leyes y juicios de nadie sino de Dios” ,'’ aunque la
califica de “llena del espíritu diabólico” . Desde el siglo xi en adelante, esta teoria_
constituve una parte importante de k posición de quienes defienden ai emperador.
Desde luego, encajaba bien en la teoría gelasiana de que las dos espadas no pueden
estar nunta unidas en la misma mano. Lo que Dios ha dado, nadie sino Dios puede
quitarlo. El argum ento era indudablemente fuerte, ya que invertía-la posición de­
jando la carga de la prueba al partido reformista pontificio. Lo más grave del
pecado de Gregorio V II era, a juicio de Enrique J V , precisamente que aquél había
intentado arrogarse ambos poderes, conspirando con ello contra el orden divina­
mente fijado de la sociedad humana. Confundir lo espiritual y lo temporal equi-

lU P o lic n tk u s , 4 . 3; t n d . D ickin so n , p. 9.
u ,\f. C . H .,-C onsííf'JtiOncs. vol. I, a® 62.
1- Tom ado de Carlvlc, op. cít., vol. IV , p. ISó, n. l.
13 T om ado de Cariylc, op. cjt., vol. I, p. 273, n. 2; véase tam b ién vol. I I I , partí n, c-p. tv.
- O - -
valía a anular h propia finalidad que constituía la principal defensa moral de la
acción de Gregorio. Bajo la falsa apariencia de hacer independiente a la iglesia
la libaba aún más a los asuntos seculares. Tal argumento p o d ía ser aceptable para
los Mrtidarios más moderados de Gregorio VIl|2\demás, la p>osiciún adoptada por
Enrique IV daba la respuesta teológica apropiad^en todos los casos en que pudiera
alegarse una indebida ambición clerical, a saber la santidad de la propia autoridad
secular. Por consiguiente, en su jurisdicción propia, el poder político podia tener
la
13 pretensión
piClCU^lWLi de ser lo que denominó lacobo-- I de Inglaterra
----— --- una
- - “ monarquía
—.1--
iíbre". Fue este hecho lo que convirtió el derecho divino del rev en un argumento
tipo, utilizado en todas las circunstancias políticas susceptibles d£.ser_,interpj.e.tadas.
como amenaza de interrerenTii~eclesÍ3sti¿a."¡
f ÍJ3 defensa teológica del emperador, aunque repetida innumerables veces, no
o f ^ i a muchas oportunidades de desarrollo lógico. No podía decirse lo mismo,
'empero, de los argumentos luridicos, y a la U p a , los juristas fueron los defensores
más capaces y más eficaces del poder secub¿^S in embargo, en un principio, esta
forma de argumentación no estaba tan bien desarrollada como en controvenias
posteriores, tales como la sostenida por Bonifacio N-III y Felipe el Hermoso de
Francia. Con todo, hubo comienzos interesantes. El primero fue la Defensío Hen-
rící I V regís (1084) de Pedro Crasso, de quien se afirma que fue profesor de
derecho romano en Rávena. Pedro pretende resolver la controversia entre Enrique
IV V Gregorio V I I sobre bases jurídicas. El meollo de su argumento consiste en la
insistencia en la inviolabilidad del derecho de sucesión hereditaria. Sostiene que
ni el papa ni los súbditos rebeldes de Enrique tienen más derecho a intervenir en
la posesión de su reino — que ha recibido como heredero de su padre y su abuelo—
que a despojar a ninguna persona de su propiedad privada. Pedro pretende que
esta teoria tiene en su apoyo la autoridad del derecho romano, asi como la de la
ley divina y el ius gentium. Este argumento no tiene ninguna relación con la
teoría constitucional de la autoridad imperial en derecho romano, tal como la ex­
ponen los jurisconsultos antiguos y los medievales y era a todas luces inadecuada
para un monarca electivo. Sin embargo, la teoría de Pedro sugiere la característica
conexión del derecho divino con el derecho hereditario imprescríptible. E n con­
junto, la teoría tiene menos importancia por sus méritos propios que como indicio
de una tendencia a defenjier el poder secular utilizando concepciones jurídicas.
U na forma más importante de argumentación antipapista encontramos en los
folletos de York (York Tracts),^^ escritos hacia el año 1100 en ocasión de la con
troversia sobre las investiduras sostenida por Anselmo v Enrique I de Inglaterra
Es difícil valorar el argumento del autor sobre el problema de las investiduras
Afirma de modo tajante que la autoridad de un rey es de tipo superior a la de un
obispo, que el rev debe regir a los obispos y que es competente para convoca
un concilio eclesiástico y praidirlo. Pero a la vez negaba el derecho del rev a in
vestir a los obispos de autoridad espiritual L o que es más interesante,.y proba
blemente de mayor importancia, es el a t a ^ e de este autor a la autoridad suprema
que había pretendido ejercer en la iglesia Gregorio V II, ya que en las conbrovenías
desempeña un papel irnportante el examen crítico de la naturaleza de la autoridad
espirittjal y la ^rticipac ión del papa en ella. E n un folleto anterior, escrito en
defensa del depuesto arzobispo de Ruán, negó terminantemente el derecho del
papa a disciplinar a los otros obispos, sosteniendo que en materias espirituales todos

n M . G . H , L/bcDÍ ác B e , vol. I, pp. -(32 n . Vfasc C aiylc. op. cit., vol. IV , pp. 222 a
M . C . H .. L ibdU de lite, vol III, pp. 6^2 s j, espccúlmeiite folleto rv. V ó k C irlyle, op. cít.,
wiL- IV , pp. 273 a .
los obispos son iguales, que t o d ^ g o z a n de In m isnu
V todos' están i-ualmer.tc exentos de ser luzgndos. snlvo por D.os. Denominaba
> rt» Quc «rozaba el obisr-o de Roma v lo explícito como acci-
dentrhist"órL S n v a d ; del hV.ho de Quc R on u hnbiu sido la capital dcl Im perio'-
En otro de los fn l.ros afirmaba n..¿ no se debia obediencia a Roma, s in o jo b
f h S e s i f - ‘sólo loT-efe-gidos v los h^os de Dios pueden ser denominados con razón

is a S S S H I S á S

g g .a g ¿ ^ ; Z 'S Í ? Í ¿ w J ^ l V ^ . c c c , el p „ ¿ ^ o . « i n c . , . 0,

,„ n Pu el sie lo X I, tendía a fo m e n ta r la critica de lo s .liin d j-


^"^nr!d ad secular. e 1 p ro b le m a está claram e nte im pU cito en el i n t c ^

sión de un derecho inviolable sostcñ lóT por los derensores del emperador do

S iS S S sii^ ^ ^ ^
obligación politiea no sólo i b r T í i ^ a t a en H ° ia v

m m sm srn M M A
j# llÍ g S Í @ íS S s r 5S
■Poiicratícus desarrolla^ k repulsiva teoría del tiranicidio^ ^,"0
„ _;nrrn — >"=P ronccptuación oc b autoridac política, mas bien ni con
tisno v'a que el mal oe la uioiua íííuv^^í w.. .........- r ^ ■
augusta h verdadera monarquía. P e r o la esencia de esta^^cs e

del contrato fpactuml entre el rey v su pueblo.

Nadie puede hacerse emperador o rey por ^ uno° lo


br= eon el fin d= que gobierne ^ "1% para que haga ¡astieia

en romper b fe reciproca que le u n b con el pueblo.


>-•- "p-""
i« Folleto in.

IS A d ' c c b ^ L d u n , (escrito c .t:= lOSO y 1 0 8 3 ). M . C . H .. L M I i de lite. vol. I. pp. 300 « ,•

véase Carlylc, op. cíf-, vol. I I I , pp- 160 f f ; ,


19 T om ado de Carlylc. op. cíí.. vol. I I I . p. I6 -t, n. 1.
■ Ln f'kjelioad de un pueblo a su gobernante es, en consecuencia, un compromi.
■’de apoyarle en sus empresas legitimas v es ipso facto nuh cuando se trjta de un
tirano. E n lo que se refiere aí poder del pjpa de deponer j un rev, .Manegold
lo concibe como el derecho de un tribunal de conciencia a fallar respecto a la
. realidad de un hecho consumado: defiende la acción de Gregorio V II basándose
en que el ponh'fice habis "anulado públicamente lo que en si no era valido” .
La teoría de que el rey se encuentre respecto a su pueblo en una relación contrac­
tual no está contradicha en modo alguno por la concepción de que el oficio regio
sea de origen divino.
La teoría pactista de Manegold no era, pues, una defensa absoluta del derecho
papal de deposición. En realidad, el hecho de que el poder regio dependa del pue­
blo podin interpretarse, con igual propícdaa,~en cí sentido de implicar su iiidepen-
dcncia respecto de la iglesia. Esta posición tcnia~la gran ^■e^iaia de coincidir~con
la teoría constitucional del dcrccho romano, asi como con la imporrancía atribuida
por los partidarios del emperador a h distinción de las dos espadas. Su desarrollo
llevó n un examen más critico de los precedentes históricos, tales como la deposi­
ción de la dinastía merovíngia y la coronación de Pipino, alegados en favor del poder
del papa de deponer a los r:vcs.-° La conclusión aue se deduce es que la deposición
V la eiccción de nuevo mon-¿rca sc hicicton "por común sufragio de los príncipes” y
meramente con la aprobación del papa. La posición adoptada era históricamente
sólida V atacaba la argumentación de Gregorio V II en un punto débil. Además, era
especialmente importante como ejemplo de la utíli::ación de la historia secular en
defensa de la independencia imperial, así como por el hecho de afirmar que la
decisión de los principes seculares es suficiente autoridad constitucional para de­
poner o coronar un monarca.
Ln controversia desarrollada en los siglos xi v’ xii ,';in’íó para demostrar la ines-
t.ibilidad V vaguedad de la rclnción entre los poderes temporal y espiritual con
arreglo a la trapición gelasiana. Las dos partes se a'po\Tiban en sspectos diferentes
de !a tradición, ambos igunimente firmes. Lo.'; partidarios dcl pontificado subraya­
ban la siioerioricad morni dcl poder espiritunl v los defensores del em perador
independencia reciproca de los dos poderes. Ambas posiciones continuaron siendo
parte integrante de los argumentos utilizados en la continuación de la disputa en
los siglos xni y xiv. La controversia anterior siigcria también las líneas que habian
de seguirse en los arguiventos sostenidos posteriormente por ambos bandos. Sólo
se necesitaba oue pcévaleciesén ideas jurídicas v constitucionales más definidas
para que la pretensión eclesiástica de superioridad moral se transrormase en pre­
tensión de supremacía jurídica. Y esta posición sólo podía exponerse provocando
una argumentación contraria encaminada a limitar los deberes espirituales a la
instrucción y exhortación no coacrivas. Por parFe del poder temporal se sugerían
también dos series de argumentos, los que "Jubrayaban Is responsabilidad de los
gobernantes seculares p ra con Dios, directamente v sin intermediario terreno, y
los que se apoyaban en el derecho de b sociedad secular a establecer, siempre bajo
la autoridad de Dios, su propio gobierno.

30 V>ajc c5Dcdalmcntc el folleto D e unífafc eccjeyj2 c conscrv'snca. escrito por u n autor desco­
nocido cnrre 1090 v 1093. El folleto era una fespuests 3 h scgvnda círta de C regorío V I I a H e r­
m án de M e tí, mencionada más urfos. M . C . H ., Libe/Jt de Iire. vol. I I , pp. 173 zs. V eise Corlylc,
o p . cit., vol. IV . p. 2*t2 s s .

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