15.11.
2024
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1984 de ORWELL: CUANDO LA FICCIÓN SE HACE REALIDAD
Por Lisandro Prieto Femenía
| Si estás confundido y no sabes bien
por dónde viene la opresión, pregúntate a ti
mismo:
“¿Sobre qué asunto en particular está implícita y
explícitamente prohibido discutir?”.
Es por ahí.
Hoy quiero invitarlos a re exionar sobre la relación entre la obra de George Orwell, titulada
“1984” y su relación con nuestro presente puesto que, leer esa pieza hoy en día, es como
asomarse a un espejo que re eja los desafíos más acuciantes de nuestra era. El autor, con una
perspicacia asombrosa, anticipó muchas de las inquietudes que nos aquejan: la vigilancia
constante, la manipulación de la información, la erosión de la privacidad y el peligro del
pensamiento único. Al confrontarnos con esta distopía, la novela nos invita a pensar sobre los
límites del poder, la importancia de la verdad y la necesidad de proteger nuestras libertades
individuales. Es, en de nitiva, una llamada a la vigilancia y a la resistencia, un recordatorio de
que la lucha por una sociedad más justa y libre es una tarea constante.
“Despiertos o dormidos, trabajando o comiendo, en casa o en la calle, en el baño o en la cama, no había
escape. Nada era del individuo a no ser unos cuantos centímetros cúbicos dentro de su cráneo”
Comencemos situando la obra en su contexto histórico, teniendo en cuenta que Orwell
escribió “1984” en el año 1949, en medio de la Guerra Fría, y con el auge de regímenes
totalitarios. Desde entonces, su relato distópico ha sido interpretado como una advertencia
contra los abusos de poder y las formas de vigilancia extrema. En este sentido, es preciso
destacar que el autor no tenía la menor intención de prever el futuro, como tal vez lo
interpreten algunos conspiranoicos delirantes, sino que quería exponer las consecuencias
extremas de la concentración de poder y el control sobre la verdad y el ejercicio del pensar.
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En “1984”, el Partido ejerce un control absoluto sobre la sociedad, manteniendo un poder
centralizado que de ne la realidad misma. Esta idea de “control total” nos recuerda a las
re exiones de Hannah Arendt, quien en “Los orígenes del totalitarismo” explica cómo el
poder totalitario transforma la realidad para subyugar a las personas, un proceso en el cual “la
mentira se convierte en realidad” (Arendt, 1951). Pues bien, Orwell ilustra este fenómeno a
través del concepto de “doblepensar”, que no es otra cosa que la habilidad de mantener dos
ideas contradictorias al mismo tiempo. Este término resulta útil para analizar la manipulación
en nuestras sociedades actuales, donde la sobreabundancia de información, a menudo
contradictoria y falsa, puede llevar a confusión y pasividad, dos características que Orwell
asocia con una ciudadanía dominada.
“Esta era la más re nada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse
inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de autosugestión. Incluso comprender la
palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar”
También Michel Foucault, paladín del pensamiento posmodernos, pensó esta relación entre el
conocimiento y el poder en una dinámica en la cual quien domina el conocimiento, controla
también las mentes y los cuerpos de los sujetos. Tanto Orwell como Foucault nos muestran
cómo el conocimiento puede ser utilizado como un arma para controlar y manipular a las
personas: en “1984”, el Partido controla la historia, la lengua y la información para moldear la
conciencia de los ciudadanos. Foucault, por su parte, exploró cómo el saber médico,
psiquiátrico y penal ha servido para categorizar, disciplinar y excluir a ciertos grupos sociales.
Asimismo, la propaganda juega un rol crucial, puesto que es un arma fundamental en el
mundo de “1984”, donde el Partido emplea medios masivos para fabricar enemigos y, en
consecuencia, justi car el control sobre toda la población. En la novela, el odio dirigido hacia
Emmanuel Goldstein y la idea del “enemigo externo”, mantienen a la sociedad en un estado de
alerta constante. De manera similar, Noam Chomsky analizó cómo la propaganda estatal y
mediática puede utilizarse para manipular la percepción pública y consolidar el poder político,
al sostener que los medios masivos de comunicación sirven para construir narrativas de
“buenos y malos”, facilitando así el control sobre las masas a través de la manipulación del
miedo y la “identidad nacional”.
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Anticipándose a estos mecanismos, Orwell expuso cómo la creación de enemigos cticios,
externos o internos, fortalece considerablemente la cohesión en las estructuras autoritarias.
Esto es totalmente observable en la actualidad, en contextos donde se exacerban las divisiones
sociales y se identi can grupos o países especí cos como amenazas constantes, justi cando
políticas de vigilancia, restricciones a las libertades y, por qué no, un que otro bombardeo
aéreo.
“Tenía usted que vivir —y en esto el hábito se convertía en un instinto— con la seguridad de que cualquier
sonido emitido por usted sería registrado y escuchado por alguien y que, excepto en la oscuridad, todos sus
movimientos serían observados”
Otro elemento inquietante de la obra de referencia es el uso de la “neolengua”, una lengua
diseñada para limitar la capacidad de pensar críticamente. Orwell crea este lenguaje cticio
para ilustrar cómo el lenguaje tiene el poder de moldear el pensamiento y, al restringir el
número de palabras disponibles, pretende impedir el surgimiento de ideas subversivas. En este
punto, no podemos olvidar la sentencia de Ludwig Wittgenstein que indicaba “los límites de
mi lenguaje signi can los límites de mi mundo”: la “neolengua” de Orwell reduce esos límites,
hasta el punto en que los ciudadanos incluso pierden la capacidad de cuestionarse la realidad.
Este concepto encuentra un paralelismo en nuestra era digital, donde el lenguaje se simpli ca
o polariza en las redes sociales y donde la comunicación está mediada por plataformas que
pueden alterar el ujo de información. Ni hablar de la decadente práctica cultural que cree
que por usar la “e” o la “x” al nal de la palabra que designa a la persona, en realidad la
incluye en la comunidad (pero de ello nos vamos a encargar en otro artículo).
Jacques Ellul también abordó este asunto en su obra titulada “Propaganda”, en la que planteó
que la simpli cación del lenguaje es una estrategia de manipulación masiva, despojando a las
personas de herramientas críticas para resistir la in uencia de un poder hegemónico (Ellul,
1965). Para este autor, la técnica, incluyendo los medios masivos de comunicación, se
convierte en un instrumento de poder que sirve para propagar la ideología dominante puesto
que la propaganda, al ser una técnica altamente so sticada, se utiliza para moldear la opinión
pública y garantizar así la obediencia.
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“Su mente se deslizó por el laberíntico mundo del doblepensar. Saber y no saber, hallarse consciente de lo que
es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos
opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la
lógica”
Otro asunto que queremos destacar de la obra es la introducción del “Ministerio de la Verdad”
como institución cuyo propósito es reescribir la historia, eliminando o alterando hechos del
pasado para alinearlos con las necesidades ideológicas del Partido. Esta manipulación
perversa de la historia colectiva tiene un objetivo claro: asegurar que el Partido sea percibido
como algo infalible y omnipotente, incluso si esto requiere manosear y distorsionar la realidad.
Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño. Por
supuesto, tampoco ahora hay justi cación alguna para cometer un crimen por el pensamiento. Sólo es
cuestión de autodisciplina, de control de la realidad. Pero llegará un día en que ni esto será preciso.
Orwell describe la precitada operación como un control total de los hechos históricos, donde
“quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado”.
Este axioma encapsula el núcleo de la manipulación histórica en la novela, permitiéndole al
Partido borrar y reinterpretar registros históricos eliminando cualquier evidencia que
contradiga su versión de los hechos. Winston Smith, el protagonista, trabaja de hecho
modi cando documentos antiguos para que las predicciones erróneas del Partido
desaparezcan: esto garantiza que no exista ningún referente externo que pueda ser utilizado
para cuestionar la narrativa o cial. Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.
“Y, después, algún cerebro privilegiado del Partido Interior elegiría esta o aquella versión, la redactaría
de nitivamente a su manera y pondría en movimiento el complejo proceso de confrontaciones necesarias.
Luego, la mentira elegida pasaría a los registros permanentes y se convertiría en la verdad”
Nuevamente Foucault puede ofrecer una perspectiva práctica para entender esta dinámica
perversa. En su obra “Arqueología del saber” (1969) analiza cómo el poder utiliza discursos y
narrativas para construir una “verdad histórica” que sostenga estructuras de dominio. Para él,
el conocimiento y la verdad no son objetivos ni neutrales (bien posmo, todo es relativo) puesto
que están profundamente entrelazados con relaciones de poder. El Partido, en la novela, al
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pretender controlar los archivos históricos y de nir lo que es “verdadero”, ejerce un poder
total sobre el pensamiento y la memoria de los individuos, condenándolos así a la
imposibilidad de reinterpretar los hechos del pasado para poder modi car su presente.
“Pensó que la tragedia pertenecía a los tiempos antiguos y que sólo podía concebirse en una época en que
había aún intimidad —vida, privada, amor y amistad— y en que los miembros de una familia
permanecían juntos sin necesidad de tener una razón especial para ello.”
Evidentemente, la manipulación del sentido de la historia en “1984” también apunta a la
destrucción del sentido de continuidad y objetividad en la realidad. Los ciudadanos de
Oceanía no pueden con ar en sus recuerdos, ya que no tienen manera de corroborar si los
hechos que recuerdan son reales o han sido fabricados por los burócratas del Partido. Esto
crea un estado de incertidumbre permanente, que favorece la obediencia y la pasividad de
ciudadanos totalmente alienados, o sea, totalmente incapaces de discutir absolutamente nada.
“Le sorprendía que lo más característico de la vida moderna no fuera su crueldad ni su inseguridad, sino
sencillamente su vaciedad, su absoluta falta de contenido. La vida no se parecía, no sólo a las mentiras
lanzadas por las telepantallas, sino ni siquiera a los ideales que el Partido trataba de lograr”
Justamente por ello es relevante el planteo de Arendt, quien en “Los orígenes del
totalitarismo” sostuvo que los regímenes totalitarios siempre buscan borrar los hechos del
pasado porque “los hechos y la verdad son los enemigos más peligrosos de toda tiranía”. Para
Arendt, destruir la verdad histórica implica no sólo consolidar el poder dominante, sino que
también sirve para despojar a los individuos de la capacidad de comprender el mundo.
En nuestros días, el control y la manipulación de la narrativa histórica tienen ecos claros en la
obra de Orwell. En contextos autoritarios, incrustados en democracias liberales, las narrativas
o ciales a menudo intentan omitir o reinterpretar hechos incómodos del pasado. Un ejemplo
de ello son los debates contemporáneos sobre la memoria histórica y las políticas del olvido
selectivo, que re ejan cómo las élites pueden moldear la percepción del pasado para mantener
su hegemonía. Ni hablar de la pasión por difundir noticias falsas, tamizadas por la
polarización mediática que contribuye a la confusión sobre lo que es cierto o falso,
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desdibujando así los límites entre un hecho y una cción (gran trabajo de la moda de la
deconstrucción y todas sus agendas globalistas).
“Olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volverlo a traer a la memoria en
cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo, y, sobre todo, aplicar el mismo proceso al procedimiento
mismo”
Finalmente, podemos ir cerrando esta re exión ofreciendo una visión esperanzadora, en el
marco de las posibilidades. Aunque “1984” presenta una visión muy desalentadora, y muy
parecida a nuestro presente, nos invita a considerar la importancia de preservar la autonomía
del pensamiento, el cuestionamiento constante y la necesidad de formar una sociedad
informada y crítica. Para evitar los peligros de lo que en Orwell era un “futuro distópico”,
pero para nosotros, el día a día, debemos pregonar por una comunicación abierta y la creación
de espacios públicos de diálogo racional y respetuoso.
“Al nal, el Partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo. Era inevitable que llegara
algún día al dos y dos son cinco. La lógica de su posición lo exigía. Su losofía negaba no sólo la validez de
la experiencia, sino que existiera la realidad externa. La mayor de las herejías era el sentido común”
No es menor el asunto que tanto masticamos en párrafos anteriores acerca de la manipulación
de la historia, como se presenta en “1984” y en las políticas de Estado de muchísimas
democracias occidentales, puesto que no se trata simplemente de una herramienta de
regímenes totalitarios caricaturizados con modelos de Guerra Fría. Orwell nos advierte cómo
el poder puede construir una realidad cticia, eliminando la posibilidad de una verdad
objetiva: eso, que en la obra es cción, hoy es pan de cada día. Justamente por ello, es
fundamental reactivar una vigilancia crítica, es decir, que los ciudadanos vayamos apagando
un rato los telediarios y los reels de las redes sociales y nos amiguemos poco a poco con el
pensar que permita resistir a la intención de algunos de pertenecer a un presente perpetuo,
donde el pasado se reescribe según le convenga al patán de turno que le toque gobernar.
“Constituía un terrible peligro pensar mientras se estaba en un sitio público o al alcance de la telepantalla.
El detalle más pequeño podía traicionarle a uno. Un tic nervioso, una inconsciente mirada de inquietud, la
costumbre de hablar con uno mismo entre dientes, todo lo que revelase la necesidad de ocultar algo”
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Es importante que asumamos que, aunque las fuerzas de control sobre el pensamiento y la
realidad sean poderosas, siempre existirá la posibilidad de resistir y recuperar espacios de
autonomía. La obra de Orwell nos alerta, pero también nos ofrece un punto de partida para
re exionar sobre nuestra capacidad de actuar de manera libre en un mundo donde las
tentaciones autoritarias siguen, y seguirán por siempre, presentes.
Lisandro Prieto Femenía
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