Cipotes Ramon Amaya Amador
Cipotes Ramon Amaya Amador
Letras Hondureilas
No.7
UNIVERSIDAD
NATIONAL AUTONOMA
DE HONDURAS
Editorial Univesitar ia
Coleccién
Letras Hondureñas
No. 1
No.2 SalatieT Rosales: Antologi'a
No.3 Daniel Lafnez: Manicomio
No.4: Hernan Antonio Bermudez: Retahfla
Medardo Meji“a: Froylin Turcios en los campos de la
No. 5• estética y el civismo.
No. 6: Froylan Turcios: Memorial
No. 7: José del Valle: Antologfa
Ramén Amaya Amador: Cipotes
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA
DE HONDURAS
EDITORIAL UNIVERSITAR IA
Tepacigslpa, Honduras
Abril 1986
Universidad Nasional
AutAroma de Honduras
Cuarta edicidn
Agosto. 1983
Quinta Edicién
Nlayo, 1985
Sexta Edicién
Ahril 1986
Derechos Reservados
Editorial Universitaria
Tegucigalpa, Honduras
9
Amaya-Amador, considerando que dicha dence iii›aciân
restringia el âmbito geogrâfico âe )a obra, ie cam6io ese rrru/o
z Ie puso Huellas Descalzas per las Aceras. Con tel nom4re
un innto descriptivo, envio •I libro al Concurso Casa, en La Ha-
bana, el año 1964, sin que los doctos jurados repararan mucho
en la historia de unos niños hondureños convertidos prematu-
ramente en hombres. Por eso la presents ediciân se face con el
primer titulo, pues consideramas gue esta obra no estâ dirigida
a un p‹fiblico extranjero, sino a nuestro pues/o, lo gue roma
innecesario sacrificar los hondureñisrnos.
Esta novela, como todas las de Ramân Amaya-Amador, no
es un ensayo esfetieanle. En la misma no se encontrarfin
esTuerzos por crear un lenguaje novedoso al estilo del gue er-
plea el cubano Carpentier o el peruano fialaear Bondy. Todo /o
contrario. El autor trabaja aqui con un vocabulario coloquial.
el que se escucha en los mercados, (as calles y los hogares mâs
t›umiIdes de Honduras. Pero Amaya-Amador hace eso, no por-
gue se proponga elevar a una jerarguia estética dicho Iengua-
je, sino simple y senci1lamente porque cuenta los hechos tal co-
mo éstos se dieron en la realidad, con el obyeto de que sean co-
nocidos asi” y no de otra manera. Los hectios, par /o tanto, no
son utilizados +”omo pretextos para comunicar propâsitos gue
son ifinica y exclusivamente del autor. En esta novela, como en
la mayor parte de las gue escribâ el celebre hij”o de Olancñito,
los hecfios valen por si’ m smos y no son Ilamados a
desempeñar el modesto papel de sirvientes de la docm creaciân
/*fe/ar/a.
Tampoco hay en la obra ninguna novedad en cuanto a
for- ma y esfructura, al estilo de Lezama Lima a Cortfizar
Amaya- Amador no era un acadérnico de las letras. Los
ejercicios for- males no fiiyuraron jamâs en sus
preocupacionefi de escritor. Par eso, si bien se mira, sus obras
son also ask como rfipidos cronicones sobre los hechos vividos
personalmente a los cono-
cidos en el contenta estrecho con los hombres, las mujeres y
los niños de nuestra Patria. Paya él la 7mportanfe oo era câmo
relafiar sucesas reales o verosimiles, s*no fos sucesos mismos.
cCon qué propâsito? Simple y sencillamente para fiyarlas co-
mo vivencias del pueblo al gue pertenecid y de la época en
que ie tocâ vivir. Si alguna definiciân literaria se puede 7ozmc/-
lar acerca de Ramon Amaya-Amador, nineuna quieâ IN corres-
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panda mejor que la de “cronista )iterario del pueblo handure-
ifio”.
Como hemos dicfio, CipoteS es la crânica de Ia vida
azarosa de los lnstrabofias del Pargue Central, sin mâs
pretensiones que dejar consfancia de una realtdad existente en
Honduras a /o largo de un detem›inado peyfiodo de su
evoluciân histârica. De esa manera, en un pomenif no rnuy lejano,
cuando, par el ad- venirniento de una verdadera re«o/c/c/Jn
social, hect›os como
iOfi QRfiCTt tOfi ISO fiR6/? MTt ffi)6 fi8 rBcUerdO l6fi rtuevafi peneracyo-
nes podrân conacer el pasado do/o/oso de donde proceden.
Se trafa, pues, de algo asi noma de una fotogyaffia o una pin tura
sobre el drama de los niifios que lustran zapatos en la Plaza Mo-
razân, trabajo que am ejercen, pero gue dejarfin indudable-
merite de hacerlo cuando el pueblo hondureño, dirigido por en
claseof›rera, irripon un nuevo orden social. Precisamente urio
de los personajes de la obra, afirma indignado.• “— iMaldita
injustieia, que nos ahoga por todas partesf iMo es posible que
esto sea etemo/ lLa pue6ra/emos7".
Al limo de Amoy'u-Amador rios pinta un hecho Amtal, Yre-
cuentemente olvidado en la saciedad donde vivimos: los
niños que se dedican a ese trabajo van a él no porgue la
deseen o porque les agrade arrodillarse yrente a quienes
Ilevan zapatos lujosos, mientras ellos andan con los pies
desnudos. En reali-
dad, como dice el autor.-“dentro de cada caja de lustrar za-
pains day una tragedia humana”. En efecto, par lo general se
tram de Emilies que pierden el dre. 'men porque muere
en un accidents de trebajo, en una riña callejera a porque
simple- menIe abandons el hogar. A partir de ese momento,
Io.• niños
ya no pueden ir a la escuela y deben incorporarse a
cualguier actividad para apo/-tar algunos centavos a la casa
Lustrar ea- patas. por el hecho de que no requ:‘ere mifisculos
adultos, se
rue/ve ai. e/ refupio de estas vfctimas del sistema. Esa es pre-
cise•menie la historic de raIofo y Catica Cueto, cantata sin
sombra de circunloquios. Par supuesto, el relato es brutal, pues
¿quién no sabe a cuântas peligros se expone una pareja de ni-
Nos huérfenos en unu sociedad donde irripera lv leg de lv seI-
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ro al ponerse en cantacto aon une familia abrera —Is
Yen›ilia Pinas— no rd/a pudieron hecerlas trente e Iss
hofitilidedefi de que wren o6jeto, sino que tambidn ie
encontrazon une pep
tive £irme e sus sides. No es casual que Ie otra terrine con
los pieparativos de uaa f›uelga en la fiifibztca donde trabaje f?
o- que Pinos y gue los dos niños, antes perfenecienfes al.!
submun- do de los lusvu0otas, ehora se comprometan u
purticipur en una fyatallu de clasa que se propone “arrancarle
on rriendrugo a lv canalls“.
LONGINO BECERRA
13
1
s
marcha es un aficionado a las eleas de boxeo, las corridas de
toros o las riñas de gallos.
— iMordele la oreja, Pachân! —Grita un niño
moreno, de ojos inquietos y ropas remendadas. — i
Arrancale un pedazo!
— iNo! isi ya Pachén no puede ni esar parado!
—i F oIofo: una zancadilla! —aconseja uno de sus
partidarios.
Ahora los dos ruedan por el pavimento. Folofo slguio el
consejo y por ello estân rodando entrelazados en una rina que
parece de hombres por la rudeza. A veoes se oye un iay! o
una palabra cortante de alguno de los lidiadores. Nadie
i n terv iene . Poyoyo, 6ierobni s, Cara—de—dacha y
otros muchachos may ores gozan presenciando. No hay
ampoco un policia que se aproxime. Muchos sos los
lustrabotas y can illitas que hacen rueda, aunque van
perdiendo el entusiasmo al notar que la pelea llega a su fin por
el agotamiento de los rivales.
— iYa estâ bien tanto relajo! iDejen de pelear, carajitos!
Un hombre joven, en mangas de camisa, se abre paso
entre los espectadores y, tomando con fuerza a cada
contendor, los separa e incorpora.
— iA la policfa los voy a Ilevar por escandalosos! —
amenaza el intruso, que es un chofer de taxi con
estacionamien to en el parque.
Los lustrabotas no protestan por la intervencion y rodean a
Pachin y Folofo, los que muestran rasguños y m oretes en sus
rostros sudorosos. El hombre del puro, unico descontento con
el chofer. siguiendo su camino, murmura:
Hay que dejarlos que se atraquen: asf se hacen hombres.
—Si tueran hijos suyos no dirfa Io mismo —ie increpa,
retador, el chofer de puños macizos; y, alejândose también, en
voz alta, dice: — son los grandes los que los echan a
pelear. iCarajitos!
— iNo, no—no—no! -refuta, tartamudeando, un
chico descalzo que Ileva en la diesda una caia de lustrar
zapatos y la sucia cam isa d esabotonada. —Fu-fu-lue
Pagan que Ie qui—qui —quiso pegar al jo•jo-jo-jorobadito.
El chofer se aleja, sin replicar, hacia uno de los automéviles
de servicio que permanecen estacionados en el semor norte
del parque. Los dos reñidores estân arreglandose los vestidos
rotos y limpiândose el sudor con las faldas de la camisa. Ha
pasado la
J6
prueba de hombr ia y no tfenen deseos de continuar peleando.
Pachân y Folofo tendrân unos diez años, a Io sumo, pero el
primero es de mayor altura y desarrollo que el segundo, sin
embargo, éste ha sido el vencedor.
Folofo es de piel canela, pelo liso, negro, desconocedor del
peine. Sus pies estân empolvados y oscuros y en el dedo
gordo del derecho Ileva una venaa sucia, porque, dos dias
antes, por
querer jugar futbol con una piedra, se despeqo la uña.
Delgaducho. inquieto, reidor. Su cara infantil muestra las
huellas de las fieras unas de Pachân. Ya Ie pasé la
célera, pero no et canencio, que Ie agita el pecho. Ahora se
muestra
a I egr e c o n sus amigos Sabe que ha tr iunfado. Otro
muchacho de ¥U mlsma edad ie entrega la caja de lustrar que
Ie euidaba. ET grupo s• disuelve, pero Folofo, viendo a
Pachân a la distancia, aén Ie dice:
— isi volvés a molestar a Miguelito te voy a zampar otra
sopapeada! ZLo ofs, Cofreco?
Pachân, agodado Caiteco por el ahuecamiento de sus
piernas, dice algo entre dientes y ie da la espalda, alejândose
hacia la Catedral, en compañ ia de Garaifion. Folofo toma
rumbo opuesto, seguido de Miguelito y de Lalo, el artamudo.
Lalo es el mejor amigo de Folofo; siempre andan juntos y
regularmente trabajan en sociedad. Se prestan entre si low
materiales de labor: un cepiIlo, una lata de betén, un lienzo de
lustrar. Lalo es blanco y de cabeilos claros, ojos negros,
peludo y sucio, como andan casi todos los muchachos
menores que lustran zapatos por unos cuantos oenavos en
calles y parquet Miguelito a pequeño, diminuto, jorobado de
nacimiento, pero muy inteligente. Pelirro|o y con pecas; no
lustra, pero vende periédias oon mucho entusiasmo y éxito.
—ZLe doy lustre, señora
—SI, ven aci.
El ciudadano se sienta en una de las banqueas de cemento
y los dos muchachos corren hacia él, paniendo ambas
cajas frente a sus pies. El hombre se sorprende y vacila, no
enContrando a cuâl preferir. Div:
17
—Asf es, señor.
E—uses que somos so-so-so-socios —agrega Lalo, oon
seriedad.
Miguelito permanece un momento de pie, observandoles y
luego les dice:
Me voy. Ya va a ser de noche- Mañana vendré temprano.
Estâ bien, Miguelito; pero tené cuidado con el fitreco
Pach an.
— Si —s i—si te encuentra solo, Ie—Ie—a va a querer
pe—pe—pe—pegar . ..
—Con la paliza que Ie diste hoy no volveri a molestarme;
Pachân solo es golillas. Ya Io veremos. iAdios, compas!
El pelirrojo se aleja oon su figurita grotesca, mientras los
dos amigos, de rodillas ante el cliente, sacan brillo a sus
zapatos marrones, con la pericia de expertos lustradorex
Lalo termina primero y, con su preooz mirada, observa que al
frente se ha sentado otro señor de elegance asgecto. Debe ser
rico par la traza. El lustrabotas acomoda con presteza sus
utensilios en la caja y, Ilevindola izada at hombro, Corre
hacia el presunto cliente.
— tLo—lo-to to lustro, se—se—se—señor . . .2
El hombre, de grave aspemo que despliega un periodico,
apenas Ie dirige url oblicua mirada y, con gesto despectivo,
dice no, moviendo la cabeza. Se quita el cigarrillo de la boca
y e xpeIe eI h um o pe r f umado por la nariz. Lalo estâ
acostumbrado a este trato y vuelve donde ya Folofo esté
recibiendo el pago. E) miente ie da una moneda y, como
Folofo no tiene el cambio, es Lalo quien to aporta. Folofo ve
al hombre elegante y va hacia él.
E—e—e——ese no quiere —advierte Lalo—. E—e—e—es
“gorguera” y j a—pa—pa—paga por no na—ha—ha—hablar .. .
Fallno atiende el consejo y se aproxima al hombre.
—ZLo lustro, Doctor?
El hombre aparta la vista del periédico y observa al
lustrabotas, quien repite su oferta con voz afable:
— ZUn lustrecito, Domor? iLe dejaré sus superfinos como
espejo!
Léstramelos —dice el cliente, en cuyo rostro grave se
dibuja una sonrisa.
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Folofo, con un gesto. llama a su socio y ambos lusoan
los zapatos, que nada tienen de superfinos. El humo del
cigsrrillo e fragante. Folofo, después de recibir la paga por
su trabajo, se desqide con afectada cortesfa:
— iHasta la vista, Doctor! iMuchas gracias mi estimado
Domor!
El hombre murmura algo y u recuesta en el banco,
sacando el pecho y mirando Con porte señorial a su
contorno. Dos mujeres pasdn taconeando y han oi“do las
palabras del chico; la mirada del señor es como lengua de toro
tras el ritmo de sus aderas pomposas. Lalo pregunta a su
socio:
Qué—que—que rarajo ese que—que—que que a mI ni
me—mv me me contesté. cE—e—e—es cliente tuyo e—e—e
— ese doctor?
— iAh, mi cuate, an grande y an maje i —se burla
Folofo, sonriendo con picard fa. — iQué doctor va a ser ese
trompudo! Yo Io he vistocambaIacheando'en el mercado y una
vez, bolo, se Io levanté la policfa. i Ese no es mas que un
“coyote”!
—I Cé—cé—cé—cémo es la gente, com—com—compa!
U—u—u—uno se engaña . . .
— La gente es la wnte. Si ves a uno de corbata, deCile doctor,
licenciado o coronel, y ya verâs cémo se pone ñango. Ya viste:
ese dompudo, cuando Ie dije doctor, se inflé como sapo.
E-ees verdâ: la— la—la la gente e—e—e—es la gente.
Los dos continuaron sus oorrer fas par el parque,
proponiendo lustrar zapatos por unos ouantos centavos, igual
que deoenas més de muchachos descalzos, famélicos y
desgarrados. Un altoparlante expandia musica, trasmitida por
una rad ioemisora loal. El atardecer estaba teñido de
crepusalos que se dilu fan ante el avance de la noche
hondureña.
19
2
21
serenatas. El sector que corresponds a Comaya9iiela tiene una
parte plana y sus vias son amplias y rectas.
Los contrasted en las ed*ficaciones antiguas y m odernas,
pueden tomarsa como reflejo del desanollo socioeconomico de
Honduras: et surgimiento del capitalismo enlin marco todav
fa sem i feudal. Junto al chalet confortable, la barrara de
bahareque; a la far del czdf/bc de ultimo modelo, la carreta de
bueyes; consante rumor de aviones en el I fmpido espacio y
rebuznar de asnos cargados de leña o carbén en alguna calleja
paludica; la sirena estridente de la fibria y el tradicional
taller de artesan fa. Y, dentro de todo esto, la gran I fnea
divisoria, honda, sensible y objetiva de las clases sociales
antagonicas.
En los atardeceres, el parpue Central estâ pletérico de
vigilantes; unos que van a pasar el rato en charla amena sobre
las cosas cotidianas; otros que hacen las transacciones del
pequeño comercio allejero o de algén contrabando; y, la
mayor parte: los que silo pasan hacia flux hogares o
quehaceres. Folofo y Lalo conocen a mucha gente de esa que
va a sentarse habitualmente al parque; les aben sus nombres y
de lo que viven; a qué partido politico pertenecen los que se
sientan en un extremo del paseo y a cuâl los que Ilegan a
tal hora a sentarse at odo lado. AllI, los pol fticos de
barrio cri tican, c on spi ran, hacen revoluciones,
programme de gobierno; arreglan el mundo a su manera, con
el verbo y el gesto doctoral y baio el humo de los cigarrillos y
puros. i Lo que ecuchan las banquetas del Parque Francisco
Morazén! .
Folofo y Lalo son amigos de los choferes de axi, de los
cargadores, de los vendedores allejeros. A veces, los dos
colaboran con las mujeres que venden billetes de las loter
fas Grande y Chica; sirvn de mandaderos para algñn
recado urgente o se prestan para Ilevar una maleta por unos
cuantos JOtiMos. Con los énicosque estân en abierta hosti
lidad, es con los agentes policfacos, a los que el pueblo odia
desde las épocas no lejanas de las sanguinarias dictaduras.
Algunos llaman con el at ia s de C Târiaro a Lalo, debido a
su defecto de pronunciacion. Folofo. ofiCia siempre como
protemor de Lalo y varias veces se la tajado oon otros
muchachos para defenderle, asl como ha defendido hoy a
Miguelito.
Ambos son independientes. Folofo tiene diez años y Lalo
once. Es la bella edad de acictir a la escuela, pero gl\D6 nO
tienen ese privilegio. Son ya oabajadores en la lucha por
la subsistencia porque proceden de families muy pobres y
deben contribuir, con los centavos que ganan lustrando
zapatos. a la econom fa . familiar. Se consideran hombres
y, a esd edad, tienen Ya muchas experiencias como hijos
de la calle y del infortunio; como sombra del hambre en las
acer as gr ises. Van pregonando como coa natural su
servicio de lustrar, sin enterarse siquiera de la tragedia que
los envuelve.
— iLustre! iLustre! iLustre!
AIR i, en el Parque Central Morazân y en las calles
capitalinas, han crecido. Su verdadero hogar estâ en ese sitio
y en los mil recodos de los callejones de las ciudades gemeIa1
que conocen hasa en sus menores detalles. La sombra de
los ârboles del parque es su techo y, a veces, muchos de
ellos utilizan como camas esos fr foe bancos de cemento o las
aceras de los mercados. junto con los pordioseros.
Es alli', en el parque, donde se reénen para planificar
so trabajo y recorrer calles, edificios publicos, bares y
estanoos en busca de clientes para luego retornar a su
centro de operaciones. Para ellos la mayor desgracia ser fa que
un d fa las autoridades les prohibieran situarse en ese lugar
donde se levanta la estatua del gran Paladin de la union
centroamericana y al que, durante sus aniversarios, Ilevan
grandes coronas de laurel. Los lustrabotas, los canillitas, los
vendedores de biIletes de loter ia y los choteres de taxi son
los verdaderos amos del parque. AllI estân los
desheredados de la sociedad; allI se les puede ver su
verdadero rostro de desnutricion y miseria, desnudez y
libertinaje. F-n el Parque Central Morazân manda ese pueblo
desarrapado, triste, lleno de problemas. pero agresivo
frente al mundo y a la vida.
Folofo y Lalo avanzaron por la mile hacia el Palacio
LegiJatiyo, un edificio de paredes de cristal. Ahora el
CongreSo esté en sesiones Y POS diputados son seguros
clientes para los lusoabotas, pero en ate momento el edi
ficio se encuentra cerrado. La tarde se va dewaneciendo
ante el etipuje §e la noche enemiga de crepusculos,
aunque éstos tratan de hacerse fuertes en las aimbres de los
cerros, como los perrilleros de anaño. Mujeres de
hermosuramorena cruzan por la calIe, agregando la alegr fa de
su andar al anochecer otoñal. Hombres indiferentes o de
charlaana palabra van y vienen.
23
Los automoviles de fabriacion norteamericana o europea
amenazanalosviandantes. mientras los busitos y amiones, por
milapo no se destripan en las calles angostas. Es un anochecer
alegre on gritos de muchachos en el Instituto Central y
risas femeninas en las aceras.
— i!Mi-m i-mi miri, Fo- Fa-Fo—Folofo, mi—mi—mi—
mirâ! dice Lalo.
Folofo sigue la direccién de la mano de La Io, que señala
hacia las ramas de una acacia de la plazoleta La Merced,
situala frente al Palacio Legislativo, el paraninfo de la
Universidad National Autonoma y la iglesia de La Meroed,
de arquitectura colonial.
— tLa—la—la—Ias viste7 iGolondrinasl
Folofo descubre a las golondrinas, posadas en una débil
rama. Deja la caja de lustrar sobre un muro antiguo y, sacando
de su bolsillo mugriento un chilinchate y una piedra, sin
quitar la vista de los pâjaros, prepara su arma.
— i No Ie acerqués mucho, Lalo, porque se irin!
Lalo queda inmévil, observando con interés el tiro de honda
de su amigo. A Lalo, eomo a Folofo ie gusta mucho matar
péjaros con honda. Ambos sienten placer en lanzar sus piedras
y haeer blanco ”en los emplumados cuerpoa Es un placer
que no a/esa nada. Para comer un helado, un dulce o una
paleta, hay que gatar dinero; més, para darse el gusto de
matar un pâjaro, nada tienen que pagar. Los péjaros carecen
de dueño; nadie reclama por eTlos. iY tantos por todas
partes! Ni siquiera la policia se mete en so. No es como
cuando toman frutos maduros en los cercados ajenos, que
siempre encuentran a una persona pronta a gritarles,
amenzarles y si no huyen, lambiém a propinarles golpes. A
veces azuzan contra ellos a prros muy bravos. En am bos
ceos, hay que correr mas que los perros. Las fruas tienen
dueño; pero las aves, no. Eso Io saben bien todos los
muchachos.
— iA—a—a—aseguri a las dos, Fo-Fo-Fo-Folofo!
El chioo no contesta porque estâ como el cazador frente
a la presa incaua. Todos sus pensamientos y $u emocién
estin puestos en el ângulo agudo de su honda y en las dos
cintas de hule que se estiran par la presién de sus manos
pnqueña, sucias de betfin. Ha puesto el ojo y isuelta el
disparo de piedra I Se oye un• ehillido y las dos
golondrinas saltan de la
24
rama, que queda meciéndose. Una vuela vertiginosa hacia el
eielo, después de hacer un semicfrculo en la ralle; la otra
se desploma, vertialmente. con el pecho destrozado.
— iQué—qué—qué qué pulso, Folofo! iQué—qulqué qué
pulsito tenés.
—Buen tiro hubiera sido si doy la carambola y me trueno a
las dos.
Corren ambos heta el lugar donde estâ la avecilla
inmovil, pico arriba, con las alas desqlegadas y el pecho
gris ensangrentado.
iEsté—té—té muertecia! -señala Lalo, arrodillândose
para palparla y suspenderla de un ala. Folofo Ie imita en
silencio, como si estuviera arrepentido de su accién.
Los dos niños quedan unos instantns contemplando a la
golondrina asesinada; es bella, con su plumaje suave, negro
en el dorso y blanquecino por debaio. Folofo la ha tornado en
sus manos y busca ta herida con sus dedos sucios. palpéndola
en torma suave, cariñosa, oomo si no quisiera molestar Ta porque
él sabe, eso sf, que has heridas duelen.
—tSe-se-se-serâ macho o-o-o-o hembra?
Folofo no ha pensado nunca en el sexo de las aves y
menos en el de las golondrinas. La pregunta ie sorprende.
Recuerda solamente al gallo y a la gallina; quizi asf sean las
golondrinas, pero todas son iguales y no hay cémo identi
ficarlas. ZSerâ macho o hembra* Folofo y Lalo no han ido
nunca a la escuela. Saben muchas cosas, cosas que quizi
ignoran tas niños que asisten a las escuelas, pero nada saben
de las aves, a no ser que ponen huevos. Dejan en la tierra la
golondrina y, a lo meior_, giensan en averiguar su sexo, Yes
estin meditativos.
tp t qué mataron a la pobrecita golondrina?
La voz, oon todo y ser suave y sin enemistad, les
sorprende. Ambos levantan la abeza. Un hombre joven les
observa. Desde su posicién de rodillas, los chicos ven al
hombre con una altura enorme, como la torre de la catedral.
Su primer impulso es de vacilacién. iQué pregunta mis
tonta! AT ver el rostro del joven, sonr ien. Ellos saben
distinguir la gente por la cara, por los ojos, por Io que
dice una boca ce rada en su gesto breve.
—Qatar un pâjaro es un crimen —dice el hombre, que luce
una corbaa azul y Ileva unos libros en la diestra—. Los niños
25
no .deoen ser criminales. tPor qué ustedes, que son
niños IxJenos, han matado esa golondrina* tQué mal les
hacfa?’ Yo nuns he sabido que una golondrina haga
daño a los niños ni a
Folofo y Lalo se ponen de pie. Nada tienen que
comestar. Folofo enrolla su honda y la guarda en el
bolsillo. Ve el rostro del hombre y. chocan sus miradas.
Folofo se fija en ese color de los cjos y en la amistad
extraña que revela todo el rostro. Folofo ha visto otra
ara igual, otros ojos asf, con esa amistad
que n o da miedo. Baja la vista hacia Ta golondrina.
couién a el que se parece a ese hombre? . A Folofo no
ie interesan ya las palabras deg hombre, entremetido,
que hace preguntas raras
!sob«e una vulgar golondrina. No la interesa
tampoco la golondrina; ella estâ muerta y Io muerto
ya no tiene importanria; él sabe que las coes muertas,
muertas estin. Ha visto galas. perros, sapos muertos en
!Ios solares bald fos y nadie se preocupa por ellos, ni
hace preguntas. Lo que Ie interesa son los ojos.
— E-e-e-es que Folofo que-quepue-querla haeer
una ca-ca-ca-arambola —explica Lalo, que tampoco
siente temor ante el joven—, ha-haya-hab ia dos golondr
inas e•e•e-en la rama y queque-quequeria proDar pu-gu-
pu-punteria a ver si se-se-se lajata las dos de u-u-u-una
sola pe-pe-ge-pedrada. . -
El joven pasa su mano par la despeinada rabeza de Lalo y
luego por la de Folofo. Por la Galle transitan gentes, pero a
nadie interesa la golondrina muerta.
N o hay que matar a los péjaros —aoonseja
paternal—. Es una obra mala que solo la cometen los
niños malos, y ustedes son niños buenos. No vuelvan a
matar golondrinas ni a ningén otro pajarito, pues ellos
sienten y tienen viba como nosotros. Los péjaros son
hermanos y sélo alegran con su canto.
-Es verdâ —murmura Folofo, bajando la cabeza—. Al
verle los zapatos, pienm. que podr ia lumârelos sin
cobrarle, pero no dice nada.
Los dos lusoabotas, en silencio, ven alejarse at
hombre. Miran lg golondrina muerta. Ahora $i e nten
remordimiento porque, en verdad, ella nada les hacia
posada en la rama dal ârbol. Viene la noche. Las
luces del alumlxado péblico se ene1enden en las
calles. Folofo, preocupado, se fija en las luces y fuego dix
a su amigo:
26
—Ya no voy hasta tu casa. De aqu I me regreso.
— ZPo-po-poor qué? tNo va-va-va- varnos a juntarnos
co-co-co-con los muchachos...7.
—Otro d ia, Lalo. Mejor regreso y voy a ver a mi hermana.
Ya a de noche y, la verdâ, me esté Ilorando la panza.
27
3
A medida que entra la noche va quedandu tranquilo el
mercado Los Dolores.
Las gentes se retiran poco a pot y las locatarias cierran sus
puestos. Las expendedoras de fruas y hortalizas en el Callején
se marchan tarn bién. Las ultimas en abandonar el maloliente
merado son las vendedoras de tortillas de maiz, pues esperan
hasta terminar su producto o hasta cuando ya no hay
posibiliclades de que Ileguen mas clientes.
Muy pocas han quedado sentadas en la acera con sus
ranastos al frente. Los transeuntes son escasos. Ahora van
entrando mujeres a la iglesia arcana, a rezar el Rosario. El
policia de trânsito se ha marchado; hay poco movimiento en
las calles adyacentes. Los comercios vecinos, propiedad de
sirios. libaneses y chinos, van cerrando sus puertas. Una
docena de ones rebusca desperdicios en las balseras de
basura, mordisquéandose ante cualquier hueso encontrado
por uno de ellos. Unos mendigos prejaran sitio en las aceras
para pasar alli la noche. Perros y hombres siguen un mismo
destino: vagabundear por la ciudad ladrando y pidiendo un
pedazo de pan .. .
Folofo, con su caja de lustrar colgando del hombFo,
Ilega aqresuradamente al mercado en busca de su
hermana. Es posible que ya se haya ido para la casa. pues es
arde. iY anta hambre que trae su estomago! ¿Tendri que
gastar algunos
wtavos* Pero no: ella am esté alli', sentada en el Lorde de
la acera, junto a ooa mujer que, ocupando un banco de Yes
patas, vende yuca../con chicharron en una pequeña men.
—Tengo hambre, Catica —dice Folofo por saludo.
— tY cuindo no* —contesta la muchacha —
*Hambre, hambre y hambre es Io que nunca Ie fala!
—No me regañés y dame una tortilla siquiera.
Catia mete su diestra en el canasto semivacfo y saca, de
entre las ho|as de plétano , dos tortillas de maiz, redondas y
amarillentas. Folofo casi se las arrebata; se sienta a su lado
y oome las tortillas sin ninguna otra com. Catica es una
niña delgada, descalza, con un vestido de saraza que en un
tiempo fue azul. Lleva delanal, por Io que, ceñida su cintura,
parece mas mujer. Trece anos de miserias no la han
detenido en su desarrollo. Cuando se pone de pie, parece
ala, pero es por su delgsdez. Sus senos apenas apuntan,
como limones aun sin madurar; sus brazos, desnudos, son
fuertes y laboriosox El abello, negro y lacio, hecho oenzas, Ie
cae hasta la cintura. Su voz es suave y parece triste, pero la
lumbre de sus ojos tiene mucho brillo en el évalo de su faz
de cobre.
— ZH iciste algunos @falos hoy* —pregunta a su hermano.
—Sélo tengo para el bus y me quedan veinte centavos.
—Es que vos séIo andas picardeando par esas alles,
Folofo, y por comprar paletas jn olvidâs de mama.
Tu crees que lustrar es como yender tortillas; aqu I vienen
a comprârtela y ni siquiera te levantas de la acera.
iQuisiera verte, moviéndote como yo, en un trabajo de
hombre!
La jactaneia de Folofo pasa indiferente para Catica. El eszé
comiendo sus tortillas con voracidad. Luego se fija‘ que la
mujer de madura edad que estâ area. tiene bajo la mesa un
lanoo y, sobre el mismo, una tabla Ilena de chicharrones.
Conoce a la mujer. Es Ménia, vendedora de yuca con
chicharrén, que am bién vive en Casamata. El olor de los
chicharrones Ie hiere el oltato, despertândole mas su
apetito. Dmpaciosamente se aproxima a Ménica,
masticando con escéndalo anino. Ella vende una porcion de
su mercanefa a un
homLtemedio borracho. En un deeuido, Folofo estira la
mano y toma un ehicharron de los que estân en \a abb;
Ménira no se entera, aunque sl el cliente.
—Vea, señora, ese cipote ie esti gueviando los chicharrones.
Folofo se habfa introducido el chicharr6n en la box, con
el pedazo de tortilla. Se pone de pie y estira sus brazos
para mostrar que en sus manos nada Gene, de no ser un
trozo de tortilla; pero el chicharron es orande y no ie permite
hablar. Ménica Ie mira con ojos fulminantes.
—tMe estâs robando, Folofo Cueto?
El sigue mostrando sus manos a los ojos de la señora,
mientras hace esfuerzos por dagar Io que tiene en la box.
El cliente insiste, con aguardentosa voz:
— iYo Io vi! iAgarré un chicharrén y Io
tiene en la boca! Folofo hubiera querido que sus ojos
fueran chilinchates para ponerle una piedra en la mera frente
a ese borracho, que se mete en io que no ie importa. Hace
un esfuerzo y, casi entero, se traga el chicharron y la
tortilla, sin degustarlos. Se siente ahogar, pero no hay
otra alternativa. El bocado, raspando como gruesa li)a su
garganta, pasa al fin, dejândole un
aceeso de tos.
— iMentira! —niega Foloto, mientras se soba la
garganta dolorida—.
Ese hombre estâ bolo y miente, dona Monica. Usti me
conoce bien.
Tal vez por oirse Ilamar doña, con palabra respetuosa o por
la simpat fa que \e guarda a1 chico, Monia no insiste.
Catica, que ha oido, pregunta a la señora:
—tLe ha hecho alguna travesura Folofo, niña Monica?’
—No, Catica; no es nada: cipotadaa
El cliente, oomiendo un chicharrén an yura se encoge
de hombros y se retira. AI fin y al cabo, aquello tampoco
tiene importancia.
—Este Folofo —explica la muchacha— se estâ volviendo
muy desvergonzado.
—Asf son los cipotes, Catia. Ademâs, mucho hace el pobre
lustrando zapatos todo el d fa en la calle.
Catica caIla, mientras Folofo piensa que bien pudo hurtar
no sélo un chicharron; al fin y al cabo la señora Monica no
es mala mujer y es una de las pocas amigas de su madre.
— ZYa te vas, Catica 7 —pregunta Monica, al ver
a la joyencia preparar su anasto ya casi vaci“o de tortillas.
Si”, ya no hay quien compre. Ademâs, me quedan muy
poquitac Mejor me voy; mama sigue muy mal.
31
— tY quién hace las tortillas? .
—Pues yo. Mi mama no puede levantarse por la enfermedad.
—Malo, malo, Catioa. Cuando la desgracia se Ie pega a
una, es como si fuera esparadrapo: cuesta arrancarla. Pero
hay que tener oonfianza en la mano de Dios, hija.
—As f es; asi' dice mi mama. Bueno, ahora me voy, niña
Ménica. Hasa mañana. Que pase buena noche.
—Buena noche, Bhala; saludos a Natalia.
Tomando eust caja de lustrar, Folofo sigue a su hermana.
AfoMnadamente, el autobés se tomaba cerca y contaban
con los diez centavos para el pasaje. Otras veces Folofo tenla
que irse a pie, desde el centro de la ciudad hasta Casamata,
en la ruta de El Picacho. Cuando ie ocurr fa eso, Ilegaba
arde de la noche a casa y eran seguros los regaños de su
madre y de su hermana, quienes atribu fan su tardanza a
ooa clase de motivos, principalmente a la mania de irse a
jngar at barrio donde viv fa Lalo.
— i Folofo!
El muchacho se vuelve; es Monica quien Io llama. A Io
mejor quiere que Ie haga alg6n mandado. Regresa. Ménica ie
entrega un puño de chicharrones con yuca suaveci ta en
un pedazo de papel periodico. Se apresura a tomar los oon alegr
fa.
—Muchas gracias, doña Monica. iMe ha dado en el pelo!
Aqui, en confianza, Ie diré que tenfa mucha hambre.
Se te conoce en el ojo, picaron. Andate que ya viene el
bus. Y ooa vez no me cachés los chicharrones porque en una
adagantada como la que te escapaste de dar, Ie puedes
ahogar. Ademâs, asf como me ves, vieja, tengo manos
duras, teh. Folofo Cueto?
—Es verdâ, doña M onia: Ie robi un chicharron; pero era
que tenia muCha hambre. —Y, ya para irse, agrega como en
secreto. —Cuando quiera que ie haga un mandado, digame con
oonfianza que yo se Io hare sin cobrarle un oentavo. Mi mama
dice que a la gente buena se Is hacen favores sin ningun
interés.
Monica sonrfe y masculla algo que Folofo no entiende•EIIa
es madre. Tuvo cinco hijos, de los que solo dos varones
vivieron basta Ilegar a hombres: el uno murio en un accidente,
en la carretera de OlanCho, y el otro .. . el otro . ..
Zdonde estarâ? Se hab fa m archado en busca de trabajo
a la casa norte, a las compañ ids bananeras, y durante diez
años, solo
32
supo de él una vez, por un paisano que vine de allâ y dijo
haberlo visto trabajando de peén en un bananal. Después,
nada. Los hombres morfan alli sin saberse siquiera quiénes
eran. Asi, su dnica esperanza ya la habla perdido. iAh, los
hijos varones . . . son como pâjaros: nacen, creoen junto a
las faldas de la madre y, un dfa, apenas emplumados, alzan
el vueTo para no volver! tPor qué la vida no Ie habia tra ido
una hija? Las hijas son mis apegadas a la taida materna,
aunque también, como los péjaros, crecen, empluman y se
van .. .
Hasta mañana, doña Monie.
Hasta mañana, hijo; saludos a tu mama.
Folofo se 1ue corriendo hacia la parada del avtobus, donde
ie espe raba Catica. Pensando en la bondad de la señora Monica
se propuso darle al d fa siguiente una buena lustrada a sus
zapatos como recompensa por su obsequio. La vendedora de
yuca con chicharrén quedaba rumiando recuerdos en espera de
clientes bajo el rocfo de la noohe. Se sent fa Ménica an
sola como deben sentirse las viejas islas en el mar .. .
De un sat to subié al autobés el lustrabotas, con su caja
colgante y mientras comfa el regalo inesperado de Monica.
Conocfa al oonductor y a muchas de las personas que ya
estaban sentadas; eran vecinas de Casamata o de El
Hatillo. Catica iba sentada junto a una mujer y Folofo se paré
oerca de su hermana, porque todos los asientos estaban
ocupados.
— cCompraste chicharrones, Folofo?
Me los regalé la niña Ménica— y separando una parte, ie
dio a Catica, que la tomo y fue comiéndola despaciosamente.
En el veh lculo iban hombres y mujeres, casi todos
conocidos. Las conversaciones eran altas. El autobfis era
antiguo. pintado de amarillo, cuyo motor padec fa de una asma
incurable. Frente a los hermanos y la otra pasajera iban dos
hombres, dos oabajadores. Folofo oonocfa a uno, al mas viejo;
era su vecino mis préximo, pues viv fa en el mismo solar.
Su nombre era Roque Pinos y tenia un hijo Ilamado Lucero,
buen muehacho. que trabajaba en un cinematégrafo y
quien, en varias oportunidades, 1o habi'a Ilevado a él y a
Catica a ver pel fculas de vaqueros. Rogue tralxijala en una
cervecerfa; muy temprano de la mañana sal fa de casa y no
regresaba hasta el anochecer. Muchas veces laboraba horas
eXtras y entonces ten ia que irse a pie hasa su vivienda, pues
ya arde no corr fa el autobus. Regularmente los sibados
Ilegaba ebrio. Ahora
Folofo escuchaba su conversacién con el otro obrero.
Yo estoY seguro —decfa Roque, con voz enronqueeida—
que si no ponemos en la direccién del sindicato al compañero
Zéniga, nos irâ mal. Ese otro sinclicato de empleados, de
cuello blanco nos va a bloquear. Ellos tienen el apoyo de la
empresa y de! Ministerio del Trabajo y nos van a romper la
organizacién. Pero si Ilega Zuniga a la secretar fa general, eso
no sucederâ. Es*aixlo unidos saldremos adelante y Zuniga es
enérgico, insobornable y con un gran prestigio.
Folofo escuchaba, aunque sin oomprender aquellos
asuntos de sindicatos. 0ia hablar de ellos, pero aun
estaba muy pequeño para interpretar su sentido justo.
Dejo de a tender la plâtica para gensar en él mismo.
Esperaba y deseaba con impaCiencia Ilegar a hombre
cuanto antes y tgner un ofiCio para obtener dinero,
mucho dinero, y poder 'c0mptar un sin fin de cosas. Le
gustaria ser conductor de taxi, un chofer. Cuando en
casa Ie preguntaban Cuâl seria su oficio, él no
vacilaba en afirmar que ser fa chofer y tendr fa un
automévil treintero. de su propiedad. Ese era un gran
oficio; les pagaban por manejar autos, por IIe*zar a las
gentes iy él que anto deseaba andar en autos! Si
seria un gran conductor para haeer volar los veh(culos
pop las cal1es metiendo fuido con et claxon. iCuinta
variedad en el pitar de los automoviles! Esa era su
voz y seguramente conversaban unos con otros y se
decian adios, como las personas.
Luego, Folofo puso atencién a otro diâlogo. Dos jévenes se
refer ian a un partido de fdtbol que iban a jugar el domingo
entrante. Ambos pertenecian al mismo club y esperaban
1:ener un triunfo rotundo, con muchos gales de ventaja.
Folofo se entusiasmo. El fétbol era su deporte favorito.
Lo era de todos los muchachos del Parque Central y de
toda la apitaI. Los lustradores estaban divididos en sus
simpatfas: unos eran hinchas del club Otimpia y otros de.I
3fo z quo, los dos equipos mayores y mas antiguos del pa Is.
Cuando ambos se enfrenaban por el campeonato nacional, era
obligatorio ver el partido, aunque tuvieran que entrar de
trampa al esadio. Folofo gustaba practicar fé*boI en
cualquier parte donde apareciera una peloa o algo
semejante a pelota; el tropezén que !e despegara la uña
del pie tenia su origen en su afin balompédico.
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Ofa y miraba a los dos futbolistas con admiraciéw Y
luego penso que él iba a ser un gran jugador de pelota, un
detensa formidable o un guardameta impar. Mas› pensândolo
bien, era mejor ser un delantero, un centroféguard con
punter fa infalible para meter gales desde largo o con
cabeza, dejando boquiabiertos a los mejores porteros, \’
que el publico aplaudiera y griara de pie en el estadio: “
iFolofo, otro go!!
i Folofo, otro gol! ” Sf, iba a ser un gran centroféguard
como nunca habfa habidc en el pals 'y jugar fa con el
Motagua para tenerlo siem pre de campeén.
El autobés ascend ia y ascend fa por la calle empinada del
cerro. Abajo se mira be gran parts de las ciudades gemelas,
como un maravil loso espechculo de luces y oolores. Era
hermosa be noche la capital, prendida de los cerros Juana
Lafriez, El Berr inche, Las Crucias, La N\ontañita, La Leona y,
mis alia, hacia el norte, el soberbio e imponente Picacho,
cubierto de pinares perpetuamente verdes y musicales.
Unos pasajeros bajaban en las paradas reglamen Marias y
otros subfan ccupando los asientos Iibres. Folofo logré
asiento, junto a un hombre de edad. Catica iba callada, con
el canasto en las piernas, pensando en quién sabe qué cosas.
En una de esas paradas ascendié un hombre de uniforme
caqui: era un militar, armado de revélver. Como ya todos los
puestos estaban ocupados, se quedé de pie, precisamente
frente a Folofo. Este, sentado, t•n fa ante sus ojos curiosos e!
arma reluciente del militar. Su inquietud Ie impulsaba a
ponerle su mano y tocarla, porque Folofo nunca habia tenido
un arma de fuego en sus manos, ni siquiera de
,uguete.Cuando pasaba par la caa de don Sebastiân, que ten
fa un almacén en el centro, se deten fa para ver si asomaba su
hijo, al que los muchachos de Casamata Ilamaban
Cometierra, por su palidez. Este chico andaba siempre
calzado, pero nuns sal ia a jugar oon los demâs. omefietta
ten fa pistolas d e jueguete que disparaban. Para Folofo, tener
uno de esos objetos hubiera sido el para Isa.
— “aué bonito serfa —cav ilaba el muchacho, dando rienda
suelta a su imaginacién— que yo llegara a ser militar; tener
uniforme como ése; llevar una gorra tomo flea, asf, tirada
sobre una oreja; portar una pistola, mango de nâcar; saber
tirar y pegar en el blanco, como hago oon mi chilinchate!
iYo voy a ser ambién un soldado! ”.
37
Pero Fuego, recordando las pel fculas de vaqueros a las que Io
Ilevara a ver su amigo, Folofo rectifico esos pensamientos. Era
bonito ser soldado, pero Zno era to mismo soldado que
policia 2 Siendo asf, era mejor, como en el cine, ser villano;
el hombre bravo, sin Dios ni ley. Ser bandido resultaba mas
interesante que ser soldado y poI'cfa. En las pet iculas gringas
los landidos eran simpéticos por si arrojo ante la muerte y los
peligros; los bandidos pegaban mejor que los policias, aunque,
a fin de cuentas, sal fan perdiendo. Pero, para haeer todas las
proezas que ellos hacfan, bien val ia la pena ser bandido: a
Io mejor, sélo perd fan en las pel foulas. Folofo pensaba efi
esos proyectos y no se dio cuenta en las pel fculas. Folofo
pensaba en esos proyectos y no se dio cuenta que ya
llegaban a la parada de su vivienda. Fue Catica la que Io
empujo para que la|ara del autob0s. Catira habia pagado
par los dos. Folofo aén se quedé en el pescante esgerando
que el veh fculo se pusiera en marcha. Gustaba ser el uitimo
en bajar porque una de sus diyersiones era lanzarse cuando el
autobus iba en marcha.
— iFolofo! iFolofo! iFolofo!
Unos cuatro chicos de su edad, descalzos, sudorosos
y prietos de polvo, Io Tlamaron con insistencia. F olofo, con
aire de mayor, de hombre, les espero con la caja de
lustrar pendiente del hombro izquierdo y su mano
derecha en la cintura. Esa era una de sus preferidas poses
ante los demis muchachos del barrio.
—tVenfs a ju r con nosooos? iEstamos en un atraque
de policfas y ladrones! iNosotros somos los policfas!
touerés ser vos nuestro jefe?
—No me gusta. Si me ddn de jefe de ladrones, si juego.
Los muchachos quedaron desilusionados porque ablan que
Folofo era valiente y audaz, por Io que, a cualquier bando que
él apoyara en la barriada siempre ganaba. Otro grupn Ilego
corriendo y disparando armas de palo.
— iFolofo: nosotros somos los bandidos! iVenite con
nosotros!
—Bien, pero voy a la casa un ratito. Y eso sf: a los que Iloren
y no aguanten la yuca, no los volveremos a meter en la guerra
aor maricones. ZLo oyen* Los alfeñiques mejor que vayan a
jugar muñecas con las chiguinas. iAquI sélo jugaremos los
machos! ZQué?’
El grupo acepté, pues todos los compañeros de Folofo
se con s ideraban hombres capaces de parangonarse con
él. Anda ban descalzos, rotos, desgeinados, sucios, pero Ta
perspectiva del juego les daba alegr fa. Su punto de reunién
era la esquina, bajo el farol péblioo, freute a la trucha de
don Chombo, un sefior de mas de sesen1a años, medio miope
y cascarrabias, al que hacfan pasar muchos dolores de cabeza
con sus picard fas infantiles.
Chito: -dijo Foloto a uno de los muchachos— Zhicjste
las paces con don Chombo? .
SI, ya som os buenos amigos —contesté el aludido, que era
un chico de abeza grande y ojos mltones.
—Apuesto que ahora no Ie volvés a decir —instigo Folofo,
sonriendo con cierta burla— Se ve que todos Te tienen miedo a la
escoba del viejuco ése. tY, es que pega duro, verdâ Chito?
Varios muchachos segu fan a Folofo hasta el porton del
cerrado de la Isa donde vivfan los Pinos, lugar por donde
los Cueto pasaban al interior del solar, hacia su bar . Chito
afirmaba que no tenia miedo al truchero.
Quiero ver si es cierto —dijo Folofo, azozador—. iAndâ,
pues!
—Ya Io verâs. ZCreés que no soy hombre?
Chito $e aparté de los demâs muchachos y fue hasa la
puerta de la ducha. Adentro estalan algunas personas
comprando viveres. Los otros muchachos Io siguieron a
regular distancia. Luego, grité:
|Don Chombo,
Don Chombo,
panza de bombo!
Repitio la chanza, mientras los ooos gritaban. Momentos
después, Chito u! fa corriendo porque el viejo don Chombo,
con una larga escoba y, al paso que ie permi tfan los años,
irrumpié desde su mostrador, encolerizadb, persiguiendo a
Chito.
— i M aIdito: Judas Iscariote! iDesvergonzado! isin
oficio! i Bandolero! iParite y te enseñaré la panza, cipote
jud fo ! i V oIvé! i V oIvé ! y te enseñaré la panza,
recondenado! iOjos de sdpo!
— N o Ie haga caso, den Ch ombo —dijo Folofo,
aproximândose al viejo, como amigo—. Déjemelo a m ‹, un dla
de estos ie voy a meter una sopapeada para que deje de
molestar Io. tQué juego es ese de gritarle panza de bombo2
iNi respeta sus canas, don Chombo!
—Tenés razén, hijo -expresé don Chombo, regresando a
su trucha—.
iAh! iPero vas a ver Io que ie va a pasar a ese lépero!
iDon Chombo,
Don Chombo,
panza de bombo!
—iCipote desvergonzado! i Iscariote! iMataperros!
Quizi don Chombo hubiera seguido a Chito por la calle,
con la escoba en alto, de no IIamarIo una señora que estaba
esperando que ie vendiera unas velas. Don Chombo no pod ia
sopor ta r la cha nza de I os muchachos y, par eso.
permanentemente esaba en abierta hostilidad con ellos, Io
cua I causaba pasatiempo a los niños y, a veces, hasa a los
mayores. Y sucedia también que el d fa que los cipotes no Ie
molestaban, don Chombo •no estaba contorme y se sal fa a la
acera a provocar al primero que cfuzaba de los muchachos
conocidos. Sent fa necesidad de reñir.
El barrio Casamaa estâ. en ia felda de un cerro, viendo
hacia el oriente; las calles eran sin pavimentar, pedregosas y
con enormes laches, propicios para romper veh fculos. Las
nsas parecIan escalonadas, como si estuvieran unas sobre
otras. La mayor ia de los vecinos era de clase trabajadora. AllI -
todos se conocian y se Ilamaban por su propio nombre; se
sab ian de pe a pa los vicios y virtudes de los demâs y muchas
veces se escuchaban plei tos a gritos entre mu|eres de uns casa
a otra; no eI:stante, cuando Ilegaban horas de desgracia, las
que no eran pocas, todos se mostr3ban solidarios.
Hubo cierta vez un verdadero motfn en el harrio contra la
policfa. De eso pasaban ya varios años, pero las gentes Io
recordaban a menudo. Una mujer lavandera, viuda y con
cuatro hijos pequeños, por retrasarse en el pago de aiqui ler
del cuarto donde resid fa, fue mandada a poner en la calle por
el propietar io. La noticia cundio y, cuando un par de
gendarmes se presenté a cumplir la disposicién, enoontraron
una muralla humana vociferante, dispuesta a impedir eI
desalojo. Llegaron
40
mas policfa del cantén del barrio y se hizo tal pelctera que
hasta los periédicos hablaron del asunto.
El dueño del inmueble se vio forzado a esperar el pago
de la Ia v ande ra. casa muy improbable. Sabiendo estu
el casateniente, hizo Ilegar d fas después a un grupo de
hombres para destejar la asa porque iba ”a construir un
nuevo edificio“. Descubrieron la mitad, dejando la otra para
el d fa siguiente; pero, cuando Ilegaron por la mañana, resulté
que el tejado estaba en su lugar de nuevo. Los vecinos. por su
propia iniciativa, habfan trabajado durante la noche.
reconstruyendo el techo.
El pleito de todo el vecindario de Casamata con el
rabioso propietario de la barraca, sélo concluyñ' cuando la
lavandera dejé la capital para trasladarse a San Antonio de
Or•ente, de donde era oriunda. Desde entonces el
casateniente, al a!quiIar sus mfseros cuartos a nuevos
inquilinos, les hacia firmar unos contratos con muchas Claus
las leoninas, previendo nuevos ronflimos.
Pero ahora, mas que antes, Cwsamata era muy tranquilo,
muv pobre y con mucho patio en sus calles empinadas.
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suerte, por mas oraciones que elevara a los santos de su
devocién. Ahora, ella, tirada en la vie \a nama de cuero, sin
poder ayudar en nada y necesitando de la ayuda de sus hijos,
hasta para haeer sus necesidades f fsicas, era el oolmo de
la infelicidad.
Natalia era muy religiosa y eso ie daba cierta resignacién ante
los tormentos desatados por la adversidad contra su hogar.
Cierto que siempre habfan sido pobres, pero estando vivo
fialvad # nunca faIto el pan; tampoco cuando ella dabajo de
sirvienta, de lavandera, aplanchadora y tortillera; hata su
hija hab fa podido asistir entonces dos años a la escuela
publica. La vida. presents era muy distinta, un flageio, un
sacri ticio, una pesadilla. Folofo part fa al trabajo callejero de
lustrar zapatos y Catica, después de “echar las tortillas” y de
haeer los alimentos: té de hojas de naranjo para la madre
enferma y los frijoles para Folofo, iba al mercado des veces
diarias para vender su produmo casero. De eso paaban y las
ganancias que podfan obtener eran exIguas, miseros
centavos, insuficientes para sostener a la fam ilia y mucho
menos para oomprar medicamentos.
Los vecinos eran buenos con los Cueto; les estimaban y no
era poca la cooperacion que les presaban, a pesar de que
ellos, Nos Pinos, tampoco esaban Iibres de problemas.
Naalia no ten fa enemigos, nadie pod fa tenerle rencor ni odio;
era una mujer sencilla y honesta, que ahora solo provocaba
Iâstima. Na t aI ia se qu erfa dar fuerzas a s f misma
repitiendo anstantemente:
— iQue se haga la voluntad de Dios y de la V frgen
Santfsima!
Y, sin embargo, allI tirada, la vida Ie contradeci'a a cada
instante su resignacién. iaue de pensamientos y recuerdos los
qu e e struja ban su mente! lCuânas ideas Ie surg ian
imaginando el futuro de sus hijos! Las horas que paaba
sofa eran torturantes. A feces se indignaba y deseaba
protestar a gritos altos, pero no encontrala fuerzas para
hacerlo ni contra quién. Acaso conoa su ex patrona que la
acusara de robo, pero ese asunto hacfa mucho que se lo habia
dejado a la justicia divina, a la mano del Alt fsimo . ..
Rosaura Ie habfa aoonsejado, âertB vez, que pidiera ayuda
al gobierno, pero Natalia era tfm ida y sabia que el gobierno, el
presidente del pais, como personaje tan aleyddo. no Nadia
alcanzar a ver el sitio tan bajo donde ella se encontraba,
Adernis, no olvidaba la visita que meses antas ie hicieran unas
señoronas muy empingorotadas que di|eron venir en
nombre de la espoa del presidente a proporCionarle ayuda,
pues la Primera Dama de la Nacion, como la Ilamaban
con sumo respeto, era el prototipo de la caridad cristiana y
dirigfa sociedades de beneficencia péblica. Ya Natalia
andaba muy mal de salud, pero hizo un esfuerzo y se levanto.
ZCémo no atender a tales visiantes que Ilenaban su misera
barraca de fragancia y del destello de sus ricas joyas2 .
— isfrvase aceptar este presente de la Primera Dama de la
Nacién!
— iCuânto se Io agradezco! i Dios se Io pague y a ustedes
ambién!
AI recibir Naalia el paquete de arroz y leche condensada de
la que distri bu fa una agencia de las Naciones Unidas, un
flash enceguecedor la dejo boquiabierta ante has sonrisas
estudiadas de las damas. Un fotégrafo captaba la escena. Las
visitantes se re tiraron después, ofreciendo volver; pero,
seguramente, pensaba Natalia, habian olvidado la ubicacién
de la barraca por estar tan esoondida en el barrio. No obstante,
dos d fas después de esa visita, su vecino, Roque Pinos, Ilegé,
como casi todas las noChes Io hacfa, y ie mostro un
periédico.
—ZConoces a estas personas, Natalia*
N o las conoc fa, no las recordaba, pero poco después
reconocio su covacha y a ella misma recibiendo el presente de
caridad. No comprend ia aquello. ZNatalia Cueto en los
periodicos? ZEra broma, escarnio o qué? Sintio una gran
verguenza y, como no sabfa leer, Roque Io hizo para que se
enterara. Naturalm ente, nada decfa de Natalia Cueto, de
su enfermedad, de su miseria, de sus hijos; era un art iculo
sobre las bondades de la Primera Dama de la Nacién y de
su permanente actividad social en apoyo de las familias
necesitadas del pueblo. Los elogios que se Ie prodigaban eran
extraordinarios. A mas de la foto de la presidenta, habia
otras como ilustraciones objetivas del interesante art fculo.
Entre éstas estaba la de Naalia con las damas. La enferma no
comprendio aquel asunto y Ie deseé larga vida a la Primera
Dama. Tampoco pudo comprender por qué razones su vecino,
Roque Pinos, habfa dicho esa noche, con desatada célera,
tantas cosas feas contra las damas de altura que hacfan
caridad. Aquella noche, cuando Folofo regreso de la ealIe,
también oafa el periédico y ven ia jubiloso. En la prensa solo
sacaban a la gente distinguida, a las gorgueras, y, al ver a
su madre en primera plana, su alegr fa infantil broté
como raudal de primavera. Catica también estuvo contenta y,
de no haber sido por las expresiones de Roque, habr fa
puesto el fotograbado junto a los santos de la mesita. Para
Catica y Folofo durante toda una semana fue aquello un
aoontecimiento singular, pero Naalia meditaba sobre las duras
palabras del obrero, sin lograr justamente oomprender el
p‹xqué de su indignacion. Por eso, cuando Rosdura Ie
sugirié que pidiera ayuda al gobierno, consideré que si
Pinos se habfa encolerizado debfa ser por algo, y Pinos
habfa sido siempre un amigo y compañero leaf de
su difunto marido.
—“Mejor es aguantarse —decfa para si Naalia—; al fin y al
abo mi mat ya no tiene remedio”.
Catica, at bajar del autobés con el canasto bajo el brazo, se
dirigio a su vivienda, media cuadra mas arriba. Una fila de
cuartos, con puerta a la calle, arrojaban cierta claridad hacia
afuera, ayudando as I a las débiles buj fas eléctricas del
servicio pébliCo, situadas a larga distancia unas de las osas.
Era muy visible y molesto el desperfeCto de las aceras; unas
altas o mas anchas que la otra, y algunas casas no ten fan
mas que un I.°rrapIén endurecido por las pisadas.
A esa hora, en las puertas de las viviendas sol fan sentarse los
inquilinos a recibir e( vtentecillo refrescante. Desde aIli se
miraban las luces de una parte de la ciudad. De algunas de las
casas sat Ian voces de locutores radiates, mñsicas populares o el
diâlogo de alguna radionovela exoanjera, pasada par una
estacién local. Alguna pareja se paseaba por la calle,
diciéndose la eterna cancion del amor juvenil. En la esquina, el
grupo de muchachos jugaba a “policfas y ladrones“, gritando,
corriendo, peleando y disparando sus armas de madera. En la
”trucha" de don Chombo, los vecinos compraban o fiaban
viveres para st d fa siguiente.
Un hombre, que descansaba en el umbral de una de las
puertas, vio venir a Catica por la acera. Era un hombre
ya maduro, en camisa, de rostro redondo y mofletudo; de
haberse puesto de pie se hubiera visto su prominence
abdomen.
— tPor qué regresas hoy tan tarde, Catica? iTe dejaste
49
agarrar de la nochel
—Casas. don Angelo: no pod fa vender 1as tortillas
—y,
siguiendo su camino, saludo: —Adiés, Don.
—Esrera, Catica, no vayas an a la carrera, o, Zes
que me tienes miedo* tsoy tan regugnante acaso2
—Es que mi mama me estâ esperando y no puede
levanarse sola.
— tNo mejora Natalia 7 — El hombre ve fa a la chica
con una mirada I i bidin osa y malévola; sacé unas
monedas y, haciéndolas tintinear en su gruesa mano,
murmuré: -Catica, yo Ie podr ia ayudar mucho; tendr fas
basantes lempiras para cuidar a tu madrecita. Yo soy
hombre bueno, de gran corazon, Catica— Y agrego
otras zalamer fas del mismo jaez.
No me gusta que me diga esas casas. don Angelo . . .
—Pero, muchacha, si no son oosas malas; por el
oontrario, son buenas para ti. IO es que no quieres
ayudar a tu mamacita 7
50
y ay0dame a darme vuelta que ya no aguanto este cuero de la
Uma.
—Ya voy, mama —y, Catica, dejando el anasto en la cocina,
fue al lado de su madre para ayudarla a cambiar de posicidn.
—No pod fa vender las tortillas —dijo Catica, mienoas se
inclinaba hacia su madre—. Aun traigo aIgunas.Hay fui yo
la que menos vendié y estuve hasta mas tarde. Es que
ahora somos muchas las vendedoras de tortillas.
—tY, a Folofo, Io viste?
—Ahi quedo, con los cipotes, afuera; oreo que trae unos
treinta centavos. Yo vendf cincuenta, pero ie pagué el bus a
52
— Nunca, hijp, nunca. MIralo alli: su cara dice todo Io
bueno que era por dentro.
Folofo pasé al otro cuartito y se puso a ver las fotograf ias
a la [uz del andil. Quedé observando el retrato de su padre.
Sonre ia, pero su boa estaba firme y cerrada. Folofo
observé fijamente aqueT rostro, aquellos ojos tan amigos que
conocfa de memoria. Se rascé la cabeza y lanzé un silbido.
— i Este era el hombre que yo habla visto!
La madre, intrigada, Ie pregunto sobre el significado de
esas palabras. Folofo volvio a la orilla de la ama, rascindose la
cabeza desgreñada, en la que sentfa la presencia de algun piojo.
Fue que hoy me miré un hombre que ten fa una cara y
unos ojos que yo 6noc fa. Y no me Io va a creer usté: eran
esos de mi papa. i Igualitos! Y no me pod fa acordar iqué
tonto!
—*Quién era ese hombre?
—No sé; como que es un maestro del Instituto Central.
— Folofo ibal a relatar su encuentro con aquella persona a ra
iz de la muerte de la golondrina, pero se acordo que Io
esperaban los amigos para jugar en la raIIe.SaIio
precipitadamente.Al verlo su hermana, Ie grito:
— iNo te vayés, Folofo! Ven, ayudame. Tengo que haeer el
nixtamal. ¿Qué cuento es ese de juego y mas juego7 ,iVeni
acâ! Lavame aos platos mientras hago la cena. Hoy no hay
mas vagancia.
Sélo un momentito, Catia, si ya vuelvo.
— iNada! iA trabajar, si no, se Io digo a mama!
— iMeee! -Y Folofo ie hizo un gesto de burla, pero se
quedo.
Catira tralajaba en la cocina con pericia. Sabiai ooCinar
muy bien. Una vez que hubo seryido los hijoles con tortilla a
su hermano y echole un té de hojas de naranjo a su
madre, comio etla en la coCina. Los gatos molestaban
refunfuñando y unos perros de la vecindad oteaban cercanos.
Habia luna en la noche y, en el patio, los ârboles formaban
somhras extrañas. Catica .mando' a Folofo a la truCha a
comprar el ma fz de las tortillas y una panela. Foloto, con
alegr fa, se marcho.
—Mama, me esté preocupando mucho Folofo. Esa vida de
andar todo el d fa en la alle Io esta torciendo.
—Folofo es bueno, hija. Ademis Zqué otra casa puede
53
hacer7 Estâ muy peqWo wta al¥ander un ofieio.
— Pues yo weo que ya es tiempo de meterlo a un taller.
Hoy ‘ anda con la cara I lena de moretafi por haber peleado —
Luego, rectificando, se expresa; —Para aprender el oficio
tendrâ que paar mucho tiempo y, zñientras tanto, no ayudar
fa al sostén de la msa. iEs triste ser pobre, mama, y to peor
que una se
cansa de vivir asi!
— Muy triste, es verdad; sin embargo, hay que tener
paciencia; todo Io que Dios has, até bien hecho, hija. Yo
tengo Ie en que ustedes dos van a salir bien en la vida, tengo
Ie en Dios .. .
Catica, en silencio, no sabia mis que secundar el
pensamiento de su madre y abrigar esa esperanza, aunque
era una esperanza que no se ve fa.
—Si no fuera por mi dolencia —continué pausada la
enferma— ya deber fas estar trabajando en alguna parte, hija.
Ya te sabés dese mpe nar co mo persona grande . . .
i Ayay ayyy ... qué puñales en mi estémago, Dios m fo .. .I
a unqu e fu era para haeer e I aseo de una casa . . .
i Ayayayy y...!
—Viera usté cuânta muchacha anda buscando trabajo y a
veer solo por la comida y la dormida. toué serâ que anda
tanta gente asf, mama?
—Asf essiemPre hija, los pobres hemos abundado. Es
ley de Dios.
— Don Roque dice que no. Cuando se embola habla un
monton de coas oontra los ricos. El otro dia grité que ya ven fa
el tiempo en que “no habrâ mas zénganos”, asf dijo, con
esas palabras.
- !\Io hagas aso, el pobre don Roque dice chifladuras siempre
que bebe. Ya una vez Io Tlevaron preso por hablar coas.
—¿Y ponen prese a la gente sélo por hablar, mama?
— iAyayayyy, hija, qué dolor! Méteme una oobija bajo
las costillas; no aguanto este cuero de la carlta . . . A veces,
las palabras dicen casas que hacen daño a la gente . . . Asf
estoy mejor . . . Hay palabras que no son ofensa, pero
duelen como pedradas . .. Oye, esos perros en la cocina . . .
Cética salié râpidamente y fue a espantar los perros que
reñ fan. Los correteé y, aun después, les lanzé piedras
hasta sacarlos del solar. AIIa, en la calle, se o fan gritos:
54
IDon Chombo,
don Chombo,
panza de bombo!
“Ese debe ser Folofo, molestando al pobre viejo —penso Catica
— Este cipote se estâ torciendo, antes no era asi' tan
55
su cronometro. Encendié el candil y rezo una corta oracién
frente a los santos.
—Has de haber dormido poco, Catica —dice la madre
suavemente.
— iAh! ZEstâ usteci despierta? Pensé que dorm la.
—No he dormido ni un momento en esta noche, hija. iAy,
tu madre no e levantarâ mas de esta cama!
— iNo diga eso, mama! La Virgen la va a sanar. i Le he
pedido tanto . ..! Ya ie hice una promesa.
— tPromesa de qué .. .?
— Una promesa buena —Cad ca se acerca hasta la madre y
Ie pasa la mano por la frente, que estâ ardiendo—. Le he
prometido que si me la cura visitaremos sv santuario a pie, en
romer fa, y que, desde la entrada de la ViIla de Suyapa, iré
de rodihas hasta su altar y con usted y Folofo rezaremos un
Roserio y )e encenderemos veinte candelas de a real, no de
una vez, sino que poco a poco, pues juntas no las podré
comprar.
—i Dios y la Sagrada V irgencita te oigan, hija! Pero no . . .
yo siento que me voy acabando cada d fa mas . .. este dolor
me va de shaciendo por dentro; me voy pudriendo, hiji ta,
pudriendo .. .
— iNo diga eso, mamita . .. nc' diga . ..! —Y, con un
impulso emotivo de ternura infinita, la abraza tuertemente, y
derrama muchas Iâgri mas, como si la viera morir. —
iMamita mfa, mamita Natalia, no diga .. .!
—iCâI mate y no Ilores, Catica . .. Dios es grande!
Catica, al Pensar en la posibi lidad de muerte de su madre,
ha sentido enagérsele el corazén y no ha podido resistir el
Ilanto. Natalia la consuela y la acaricia '/ trata de evitar que
Catica vea desprenderse de sus ojos las ligrimas que derrama
conmovida. Natalia sabe que esta condenada a morir de esa
enfermedad cruel e inex orable; el cancer no perdona, pero
quiere dar valor a su hija, que entra ya en la adolescencia y es
toda una mujercita, una verdadera ama de casa. No quieré
pensar en Io que ha de venir muy pronto y menos en Io que
despuis seri de sus hiios. Hace esfuerzos por alejar tales
pensamientos, pero es imposible.
Anda, hija de mi alma, no llores mis y comienza la molida
del mafz. Despierta a Fo)ofo para que te ayude.
—Si, marni, ahorita mismo voy.
56
Catica se incorpora presto y va al catre donde reposa
Folofo, indolentemente. Este duerme con tranquilidad, con
una sonrisa. ZOué soñari?’ Mejor ser fa no despertarlo. Ella
tuvo una vez un sueño linclo, sin concluir. Andaba bien vestida
de blanco, un vestjdo como de nubes en verano, y usaba
zapatos, ambién blanoos. Iba de viaje con muchas otras
muchachas como ella, por un camino cubierto de flores. Las
iban cortando y, riendo, se las tiraban unas a otras o hacfan
guirnaldas para coronar a las que mejor cantaban. De
pronto, una voz que venia de todos los rumbos y de
ninguno, les ordeno: “ iVamos que es la hora! ” Todas
corrieron a tomar unos [ibros muy herm osos en los que se
aprend fan mil secretos; pero Catica sintié que iba como si
volara, asf como deben sentirse las mariposas y los pâjaros
en el aire. Y de los libros sal ia una gran luz. Y de las flores
un exquisi to perfume. Y reian avanzando hacia algo que
Catica ya no pudo conocer porque desperté del sueño,
zarandeada del brazo por su madre, quien decia : “V amos,
que es la hora de moler el nixtamal“. Catica no olvida aquel
sueño maravilloso, con un despertar tan ingrato. Y, ahora,
viendo a su hermano que sonrie dormido, recuerda su traje y
sus zapatos blancos, los libros luminosos y las guirnaldas de
las muchachas bullangueras.
Con pena, Io tironea hasta desgertarlo. Folofo protesta y
quiere quedarse en el catre. mas Caoca Io incorpora y ie hace
ponerme los sucios calzones que pesan mucho debido a
las piedras, honda y cuantos mas objetos guarda el muchacho
en Sus bolsillos.
Abre la puerta. Afuera hace frfo. Catica va a lavarse las
manos y la cara a la canilla del agua que estâ en el patio y que
también uo lizan los Pinos. Folofo, de mala gana, la ha
seguido y la imila, Timpiândose después en las faldas de su
camisa sucia.
— iEl dia que yo tenga pisto —dice malhum orado Folofo
— me voy a levantar al mediodfa, sélo a comer para
volverme a echar!
—Pues tendrâs que esperar mucho para ese dia —se burla
Catica—. El pisto no se halla tirado en la calle.
—A veces, si. cNo te acordis cuando yo me hallé aquel
billete de diez lempiras en el Parque Finlay?
Casual!dades, Folofo. El dinero no viene si no es sudando.
— iMentira! AIIf estâ don Plutarco: teuândo ha sudado
57
alguna vez? iY ece sf tiene plata oomo para tirar para
arriba! Lo mismo don Sebastian, el papa de &me/ierzo que
s6lo pasa sentado en su almacén, mientras las eapleadas ie
hacen el oahajo. Yo conazco muchos asf, en el centro, que no
hacen nada y estân cargados de pisto. En cambio, don
Roque, que trabaja sudando todo el d fa, estâ casi como
nosotros.
— ZY de dénde viene la plata, entonces?’ .
-Bueno, yo no sé. Habrfa que preguntarle a don
Plutarco. Catioa no dioe nada. Enciende el fogon y coloa
en él un comal de barro co«ido. Luego ajusta d molino en la
artesa, ie echa el nixtamal reblandecido y comienza a
moler. Folofo, conversando de hallazgos atortunados, ha
puesto el agua a hervir para haeer el café; luego viene y
ayuda echando el ma‹z al molino. La masa va saliendo pooo
a poCo, cayendo en un ealabazo grande. Catica la prueba:
estâ muy gruesa. Ajusta el molino hasta que la masa sdle
mas tina, pero ahora requiere
»ayor fuerza para rotar la manivela.
—Hoy creo que soy a ganar buenos bufalos —dice F olofo,
y se pone a enumerar a las personas que serin sus posibla
dientes para darles lustre a sus zapatos.
Catica, mientras da vueltas al manubrio con fuerza, esa
pensando en cosas distantes, lejanas ya en su corta pero intensa
existencia. Las palabras de Folofo sobre don Pluarco la han
hecho recordar a Gladys, la hija del vecino rico que es apenas
un poco mayor que ella y con la que estuvo un año en la
escuela del barrio, el primer año, porque después Gladys Isasé a
otra escuela privada, a donde sélo van los que pagan.
Entonces ooJparon bancos contiguos en la escuela. Eran
amigas. Conversaban y se ayudaban en los deberes escolares.
Jugaban juntas y, como segu ian el mismo camino, también
Io hacian juntas. Eran dias hermosos que Catica recordaba
con cariño y nostalgia. ZPor qué después Gladys habla
cambiado tanto al ir creciendo7 tPor qué ahora, cuando, par
casual idad se encuentran, ni siquiera ie dice adios2 Catica
no comprende en cambio en su amiga del primer año en la
escuela. ZSeré quizâ por que siempre anda bien vestida,
calzada, muy bonila, oon el uniforme de un colegio* tserâ
que los vestidos y los zapatos pueden haeer cambiar a las
gentes, a las amigas2 .
Catica no ie guarda rencor porque no la recuerde ni ie
dirija la palabra en la calle. Catica se conformar fa con un
adids
donde la gente no la viera, como cuando pasa por el
callejon; pero Gladys no )a distingue y menos cuando va en el
automovil de su padre. Le ha vista con un muchacho galân
que debe ser su novio; al menos asi dicen las jovencius de la
vecindad. Es
muy bien parecido; anda siempre limpio y Ileva corbata.
El hombre que usa corbata es porque es de la ala sociedad y
va a los casinos. iDebe ser bonito tener un novio! Pero Zqué
es un
novio? ZPara qué sine tener un novio como el que tiene Gladys
Romo? ZSerâ bueno o serâ malo? Ella ha oido
conversaciones sobre enamorados, sobre novios que se aman.
S i, ella sabe que para casarse una mujer necesita un vestido
blancot y una corona de azahares para verse como iJn
angel del cielo, asi como se vio ella en aquel sueño
inolvidable. Y el novio se viste de negro y se pon°. una ?Ior
blanca en el ojal de la levita. I ntercambian anillos. Ella ha
visto varios matrimonios en la iglesia Los Dolores, cerca del
mercado. Pero, Zpara qué se casan la* gentes?’ ¿No basta
con vivir sélo oon sus padres? .
— i Me vas a agarrar los dedos, Catica! —protesta FoToto,
retirando la diestra del molino— tEs que no va, zonza?
No importa, te retoñarân. — Deja de moler y se limpia el
sudor—. Ahora ven a darle al molino, mientras yo voy echando
las tor tillas. No tarda en amanecer.
—SI, pero cola el café antes. Ya con el trago de caté
negro en la panza, yo te muelo un quintal de maiz en un
despabilar.
— iCho! iCon café y sin café sos el mismo haragan!
Afuera va desapareciendo la blancura del alba y las cosas van
tomando forma. En la cocina de Rosaura hay luz y se oyen
voces. Folofo hace que Catica cuele el café y cuando ha
tornado una taza con deleite, va a darle vuel tas al molino.
Moler cansa, hace sudar, a pesar de la frescura de la
madrugada.
Catica comienza a fabricar las tortillas. Toma la masa; la va
redondeando y, eon palmadas expertas, la aplana en forma
circular, extendida en la palma de la mano izquierda. Luego la
coloca a el comal, que esta caliente. Comienza otra tortilla
con rapiciez; da vuelta a la que esta en el comal, mientras
prepara la que tiene en la mano. Cuando se ha cocido la tortilla
por los dos lados, la sdca con presteza para no quemarse
los dedos y la pone en el canasto, forrado con hojas de
plâtano. Ahora pone la otra en el comal y com ienza a
molciear la nueva.
59
Todo râpido. igual que como se van sus pensamientos,
mienoas el molino sigue chirriando y los quejidos de la
madre se reanudan en el cuarto a oscurar
Gladys no tiene que levantarse a las tree de la mañana a
echar tortillas de ma fz. Ella, s f. tPor qué es eso, cuando
tienen casi la misma edad y estuvieron un año juntas en la
escuela* ZEs que no son iguales? . Sin embargo, Gladys tiene
lo mismo que ella: ojos, boca, manos, piernas, todo; y come,
duerme, habla, siente; pero estân distantes una de la otra.
tPor qué? Catica no puede comprender bien. Desde la muerte
de su padre la vida ha cambiado en su hogar. Todo es
desgracia y mas desgracia. ZPor qué la vida es asf? Aili, al
lado estâ la familia Pir‹os. Es obrera. Ellos no viven como
don Plutarco ni como don Chombo,. el Ouchero, pero no
lzenen tanta desgracia en las costi has. Cierto que don
Roque a esta hora ya estâ levantândose para ir a la
oervecer fa, pero ellos viven como los Cueto antes de morir el
padre. Los Pinos son buenas personas. Para Catica el hijo de
don Roque es el mejor de la fami lia. Lucero esti joven y es
bueno; no es feo.
iAh, si a ella Ie pidieran esager un riovio, buscar ma sin
vacilar a Lucero Pinos, ese muchachon que trabaja en un cine
y que regresa muy tarde de la noche a casa! . Ella Io
quiere porque la ha Ilevado con Folofo varias veces a ver pel
fculas y hay domingos que Ie regala helados y hasta Ie ha tra fdo
revistas y programas de cine. Es buen amigo. No as I Gladys, y
menos ese señor, don Angelo, que Ie dice cosas que a el la Ie
disgustan. iCémo son las gentes: tan iguales y tan
desiguales! Entre Lucero y don Angelo la comparacion es
como entre el dfa y la noche sin luna. iHuy, ese don Angelo,
cara de pelota de 1ñtboI, con panza de sapobuche! . . .
ioué modo de verla! Da miedo. ZPor qué Ie da miedo don
Angelo y Lucero no?
— i Me canso, ganso, dijo un zancudo cuando volar
no pudo! —exclama Folofo, jadeando— iComo hace sudar
este molino, Catica!
— tNo toMaste café negro? ZNo sos hombre, pues?’
Los hombres nunca se quejan del tr&ajo.
— iBah, una cosa es trabajar y otra cosa es moler ma fz
en la madrugada, cuando todav fa se tiene sueño! iYo
trabajo todo el dfa y no me quejol iLustrar sf a oaba/ar,
Catica!
— iHaragénl
60
Se van amontonando las tortillas elaboradas por Catica y su
hermano. Y, cuando ya el sol aparece y los pâjaros cantan
en los ârboles del patio y en la calle hay ruido de veh fculos, la
faena Ilega a su fin. Catica atiende a su madre; Ie Ileva mis
té de hojas de naranjo y en él moja pedaci tos de tortilla
tostada, aunque ello ie causa siempre mas dolores a la
enferma.
Catica se prepara con Folofo para ir al mercado a vender su
mercancfa, que es el pan del pueblo. Ripidamente se alisa el
cabello, se arregla la trenza oscura y reluciente, como
azabache, y, a hurtadillas, va at patio y se ve en un pedazo de
espejo. AI instante piensa en Gladys. ouizâ la diferencia estâ
en el color de la piel. No. Se ve fijamente y casi exclama: ” i Es
que ella es mis bonia! ”.
—ZEs que no te conooés, Maril in Monroe?’
—i Entremetido! isacén!
— i Aj i! —Folofo la señala con el fndice sonriendo
picarescamentw iAjâ, Catica, vos tenés novi o! iTenés
jaion!
—iVe, que te doy tu moquete, chigu i'n lengualarga! ZYa
no se puede ver una en el espejo, pues?
— iAjâ, tenés novio, tenés jalon, Catica !
—iTe voy a dar tu moquete, ve!
Le lanza una manotada a la cabeza, pero el muchacho,
diestro y âgil, da un salto hacia atrâs y Ie hace muecas de
burla, con deseo de seguir el juego; mas Catica Ie para en
seco.
— i Ayudame a ponerme el canasto en la cabeza!
Desde el cuarto la madre llama y Catica regresa. disgustada.
— iEs
que este Folofo cada dia es mas bausân! iYa no
puede una verse en el espejo sin estar él con majader ias!
iM frelo, mami; Ie voy a dar su buena tunda para que
agarre formalidad!
Oiga, mama, si yo no Ie digo nada —niega, sonriendo,
Folofo y, en voz baja y listo para escapar, ie repite a su
hermana: —Tenés novio!
—i Déjense de changonetas, hijos —regaña la madre—.
Armon fcense. Ya estan grandes, son hermanos y tienen
que andar juntos sin pleitos. Catica, no olvidés amarrar la
puerta por fuera iesos perros . . .!
—Pero mama *como la vamos a dejar encerrada?’
—Vaya, pues, déjala asi. Tal vez no vienen los perros.
— Mire, mama —interviene Folofo, IIevando de la cocina una
61
vara larga y rraeiza—, si vienen, aqu f Ie dejo esto para que
les dé and buena aporreada.
Natalia sonrie con tristeza. Da las gracias al hijo, cuya
in nuidad no Ie permite comprender que ella carece de
fuerza para esgrimir ese garrote.
Con el canasto Ileno de tortillas, Catica sale como todos los
dias, incluso los domingos, a tomar el autobus para ir al
mercado a vender Io que Ie proporcionari los cenavos para
comprar algunas cosas necesarias y poder ccmer, aunque sélo
sean frijoles sanoochados. Folofo Ta sigue con la caja de
lustrar. Cuando Ilegan a la parada del autobus, ya se han
reconcil iado. Las tortilleras son muy madrugadoras y llegan
temprano al puesto de venta. En el mercado Los Dolores,
como en todos los de la capital, se reénen numerusas gentes
por la mañana.
Vendedores y compradores. All f se obtiene de toc!o y a
precios m â s baj os, especi al men te comes ti bIes,
produ ctos
agropecuarios; productos malos, pero baratos,* accesibles a la
mayor parte de la gente. Vendedores y compradores se
arremolinan, sobre todo, par la mañana.
Las tortilleras se sientan en las aceras con sus canastos o
calabazos al frente. Las tortillas son el pan popular. Las
mujeres las Ilevan cubiertas con hojas de plâtano para que se
consorven calientes y suaves. Catica ha Ilegado y ocupa
su lugar habitual en la acera de la avenida Jerez, junto a
otras vendedoras. Varias de ellas son sus amigas,
esgecialmente Na Panchita, señora de avanzada edad que la
trata maternalmente. Delgada, desdentada, de ojos vivaces y
juveniles, Na Panchita es de las gentes que viven, como los
Cueto, con la desgracia pegada a las costi has, como si fuera
un esparadrapo, segén el decir de Monica, la que vende yuca
con chichar rén.
— iTortillas! tVa a llevar?
— ZA como las das hoy?’
—A cuatro por medio real.
—tPor qué tan caras*
Asf las vendemos siempre . . .
—A cinco por medio las Ilevo.
Hay mucha competencia hoy y Catica quiere salir pronto de
la venta para regresar cuanto antes al lado de su madre. Lo
que ie dijo por la mañana la tiene muy preocupada. ZQué seria
de ella y de Folofo si muriera Naalia?’
62
—Llévelas, pua, Zcuânto ie dcy?’
—Dame real y medio y de las mas graridecitas.
Catica cuenta las quince tortillas, las entrega a la mujer que
Ie paga con senci Ilo. y continéa ofreciendo a las personas que
pasan:
— iTortillas! ZVa a Ilevar7 iCémpreme a m f! i
Estan
calientitas!
Miensas permanece sentada en la acera, ofreciendo la vital
mercancfa t ipica, observe todo lo que pasa en su contorno.
hat haeen todas sus compañeras: la Juana, que viene
desde Suyapa; la Dominga, que anda siempre con sus hi jitos
gemelos y que, por ser tan callada y timida, ”paga por no
hablar”, como dicen de ella las demâs tortilleras; la
Eudosia, india legftima, de pocas pulgas y de muchas
palabras obsrenes rando se enoja; Benita y Concha, dos
muchachas un poco mayores que Cadca, las cuales andan
siempre bien pintadas de cejas y labios y, segén se dioe.
tienen muchos novios, con los que se van de parranda 1os
sibados. En tin, Catica examina a todas las tortilleras que
estan all i, cantando su mercancTa con los ojos puestos
ividamente en las personas que llegan. Se ven muchas y
distintas clases de gentes; calzadas y descalzas; olorosas a
perfumes o hediondas a sudor de muchos dias: blancas,
trigueñas y negras; buenas y malas; amigables o
endiabladas, como esas que quieren Ilevarse las tortillas sin
pagar los miserables centavos que cuestan.
— iTortillas ealientitas! Z'Va a tlevar? iCémprene a m f!
También Catica oonoce a las vendedoras que Oenen puestos
permanentes y pagan tributos mensuales al Conoejo del
Distrito Central. De ésas, hay una que Ie simpao za mucho: es
Domitila, mujer blanca, que vende frutas y hortalizas; es
muy hermosa. sobre todo en las mañanas, cuando viene
bañada, bien peinado el pelo color ji lote y con un vestido
rojo, muy ajustado a su cuerpo. Para Catica es Domi tila una
gran señora, q ue ya desearan su hermosura esas mujeres
que pasan taconeando, altivas, sin mirar siquiera a las
vendedoras del mercado.
— iTortillas! tVa a lleva‹* ica•»reme a ml! iEstén
caTientitas!
Hoy, quién sabe porque Cat.ca encuentra a Domiti la mas
hermosa que nunca y, con cierta extraña alegr fa, piensa en
63
Gladys, por Io que, mentalmente, compara: iNi qué hablar!
isi es por hermosura, Gladys no es digna ni siquiera de
descalzar a Domitila. ”Entonces, razona Wtica, la desigualdad
entre Gladys y yo. no es par su cara bonita. A cada instante
mira a su amiga que trabaja todo el dia, sin que su
hamowra Ie ayude a tener una raw como la de Gladys.
Domitila es pobre, eomo todas las demâs vendedoras del
mercado. Quizâ por eso Catica Ie hace cualquier servicio, con
el mismo gusto que se lo puede haoer a Na Panchita o a la
Ménica; pero ésta séb viene al atardecer y permanece allI
hasta la media noche.
— iTortillas calienti as! iCémpreme a mi!
Catica mira de reojo, con insistencia, a Domitila que esta
a la entrada del callej én. Realmente en esta mañana esta muy
hermosa, mas que otros dfas; tiene puesta una flor en su pelo
y Ileva los labios pintados el rojo vivo. ZCuânto costarâ un
lâpiz labial? iHuy, las cosas que esta pensando ' ZEs que,
acaso, el la es grande, como Domitila, para pintarse los
labios?’
— iTortillas! iCémpreme a mi! i Estan calientias!
Sin saber cémo, a la entrada del callej én Dolores, se ha
hecho un barullo. Las gentes se detienen y escuchan gritos
altos, insultos, otensas de una voz femenina.
—i No cjuiero volverte a ver, muerto-de-hambre!
— iPero si son mentiras, nena! —dioe una voz apaciguadora
de hombre.
—iAnda a emporcarte con esa sinverguenza! iY a mi no
me Ilamés nena porque yo soy una mujer completa! i AquI
no volvâs a buscar ni comida ni plata ni mujer! tYa l'oiste! iY
saci tus cosas de mi cuarto!
—iPero si yo . ..!
— iTe voy a malmatar, marrano!
Un aguacate maduro ha volado de las manos de la hermosa
Domitila para ir a estrel larse, reventândose, en el rostro pâlido
del hombre, cubriéndolo de la amarilla puIpa. Y detrâs de ése,
part en otro y otro.
— i Desvergon zado, después de pasar la noche con
esa puta, tenés cara de venir a tocarme! iMarrano! iChancho,
igual a ella!
Unos muchachos descalzos corren siquiendo a los aguacates
que no han hecho blanco en el hombre, para comérselos. Es
un
64
regalo inesperado. Unos rfen del espectaculo. Otros critican,
ofendidos en su moralidad. Todos observan. Catica permanece
sentada, sorprendida, y asegura su canato de tortillas porque '
sabe, for experiencia, que aprovechando esos lI“os nunca
faltan pfcaros que roban cualquier cosa a las vendedoras
descuidadas.
El hombre, ame aquella tormenta de insultos y
projectiles, esté impotente, con una sonrisa forzada en su cara
de mediocre. Domi tila es su querida, pero prefiere retirarse
porque sabe de la dureza de sus puños, tanto como de la
dulzura de sus caricias. Queda la mujer hablando hasta por los
codos y con una célera estupenda.
A Catica esto la ha sorprend ido. Cierto que Domitila a
veces se incomoda e imulta, pero es cuando la quieren
engañar en el pago de las frutas que vende. ZPor qué
ahora trata de esa
forma a Colocho, su marido o su novio? Todos saben que el
novio de Dorn iti la es el Colocho, el del pelo ensortijado que
nadie sabe donde trabaja o si trabaja en algo. Se les suele ver
muy juntos, acariciindose con bastante liberalidad. ZPor
qué ahora la mujer hace eso con el muchacho? ZOué de
malo habrâ hecho para despertar la c6lera de Domitila?’
— Es que Ie esta quemando la canilla con otra mujer
—explica Na Panchita, indiferentemente—. iCosas de la vida,
hijas; cosas pasajeras del amor!
Catica no comprende ni a Domitila ni a Na Panchi a. Si
esos dos se quieten, no ve par qué han de tratarse asf. Segun
cree ella, ser novios debe significar algo muy bonito y no
causa de peleas con blasfemias y aguacatazos. La vida de tos
novios debe ser como aquella alegr fa sin fronteras de su
sueño. IO serâ otra cosa el amor? Si ella y Lucero fueran
novios tcémo podr ian pelear asi y hwer escândalos?’ i Huy,
las ideas que Ie ha dado por pensar en este dia!
— iTortillas! ZVa a Ilevar? ise estin acabando ya! iA
cuatro por medio!
Y el d fa avanza sin sentirse. Ahora Catica se i ri a su
vivienda. Ha vendi do todo su canasto de tortillas. Esta alegre,
palpando en la bolsa de su delantal las monedas de su
negocio. Es temprano; podrfa quedarse un poco mas,
conversando con Na Panchita y las hermanas Benita y Concha
o con la Domi tila, para saber algo de su disgusto con el
Colocho pero debe irse pronto, al lado de su madre, que esta
sola y ni siquiera puede
65
esgantar los perros que entran en la casa. También tendrâ que
lavar un montén de trapos sucios, para luego echar las tortillas
del mediodia, trabajo que tiene que haeer sin ayuda de nadie.
Sin embargo. con eI canasto bajo el brazo se ha quedado
oyendo a Na Panchita que habla de diversas cosas.
Na Panchita es muy simpâtica e inteligente y, par su buen
caracter, es querida y respetada de todo el mundo. Hace
muchos años que viene a trabaj ar vendiendo tortillas. Conoce
a mUchas gentes y tiene una memoria prodigiosa. En sus
tiempos de joven fue una de las muchachas mas renombradas
del Barrio Abajo, pero no supo aprovechar el buen tiempo o Io
aprovecho mdl. Siendo tan solicitada para el matrimonio, se
burlé de los enamorados y nunca quiso tormali zar nada;
cuando reparé en esta, ya comenzaban a blanquearle los
cabellos. Entonces decidié casarse y la vida se burlé de
ella- nunca Ilegé al altar oon los I azahares de desgosada,
pero fue madre. Tuvo un hijo “natural“ que fue el mejor de los
hijos. Salio a su padre: hacia versos y cantaba. Se rnetio a
la pol ftica. y, en el sitio de Tegucigalpa, durante la guerra
del veinticuatro, murio en combate. Una bala, una sola, acabé
con él. Na Panchita lloré y maldijo a las guerras y a los pol
iticos empujadores de I a oligarqu fa, pero Io perdio todo. Fue
decayendo y, con el tiempo, deyino en tortillera; en vendedora,
porque las tortillas que vende son ajenas. Hace esa labor para
ganar un lugar donde dormir.
Ahora Na Panchita no Ilora ante et recuerdo del hijo. Se ha
conformado con vivir y esperar la hora inexorable; pero es una
anciana I6cida, alegre, que nunca se disgusts por nada y
cuenta muchas cosas del pasado oon gracia e ingenio.
—Na Panchita, cémbieme un toston.
No seas anocuada, hija. La gente de hoy dice: una
moneda de cincuenta centavos. Toma y no te enfadés. i La
moderna es ka moderna!
Las muchachas que› estan cerca, se rien. Benita y Concha
ten fan los labios pimados, pero a ellas, por mas pintura que se
pusieran, no las hermoseaba como a Domitila.
—dia Panchita —dice Benita, sin dejar de ver con malicia al
policfa de trânsito que se ha venido a la acera del trente y ie
hace guiños— tCree usté en los augurios*
—5eS8n y cémo, hija.
66
—€Es cierto que si una se muerde el pelo tres veces
pensando en alguien, esta persona recuerda el nombre de quien
hace la prueba?
Fues, hija, yo no te puedo asegurar nada. Es cuestion de
Ie.
—*Tener Ie en qué7
—Pues en Io que una cree. tCuânto de tortillas, doña
Meches? iAh! , ya sé! Usti siempre Ileva dos reales. Tiene
muchos de familia.
La señora, cliente asidua de la Panchita, recibe las
tortillas y paga justo, retirândose con una sonrisa
bondadosa, no sin éptes afirmar:
— Es cuestién de tener te. La fe salva, dicen los sacerdotes.
—Y también Io dice la Petrona Chimuz. cConocen a la
Petrona Chimuz?’ iBah, qué la van a conocer, si es de Yori to!
Pero es toda una señora oomadrona, a la que no se Ie para
mosca. Les voy a contar.
Catica quiere irse, mas la palabra de Na Panch ia ie
s i mp atiza. Todas estan acostumbradas a los cuentos y
anécdotas de Na Panchita.
—La Petrona Chimuz ten fa fama de comadrona.Cuando
hda ia uñ caso dif icil ia Ilamar a la Ch imuz! y ella
Ilegaba, aparatosamente, con cierto objeto misterioso que
escond ia debajo de la almohada de la enferma; rezéaa una
oracién milagrosa a la Santa Cruz y izas! la mujer par fa
hasta sin dotor. Eso que dicen ahora de que los doctores
comunistas hacen tirar a.I hijo sin dolor ibah! para la
Petrona Chimuz es asunto muy viejo. Solo que el secreto de
la Chimuz estaba en la oracién de la Santa Cruz, puesta
debajo de la almohada. ih1irâ, Concha, ese perro te Ilevarâ
las tortillas!
—i Soh! iChucho sarnoso, largo de aqu i!
— Con la oracién que sélo la Chimuz sabfa y to ia en un
papel arrugado, se enriqueci é. Una vez la esposa de don
Sinforoso, el mayor hacendado del lugar, se vio en apuro.
Llegé la hora de dar a luz su quinto retoño y to pod fa. El
asunto era grave, pues pod fan morir madre e hijo, y en el
pueblo no habia médico. Bueno, eso no es extraño : en casi
todos nuestros pueblos no hay médi”Co y la gente que no se
va al hoyo es porque se cura a la buena de .Dios. con
aguias y cataplasmas. Pues don Sinforoso, que no era muy
favorable a
67
las ciencias ocultas ni a los secretos de los curanderos, se vio
forzalo a Ilamar a la Chimuz.
— iTortillas calientitas! iA cuatro por mediod isi quiere,
si no, no.. .!
— Llega la Petrona y oomienza su trabajo. Pero, iqué
desgracia! Habia olvidado la célebre oracion. Sin ella, todo
seria inutil. Y allâ va un mandadero, en veloz corcel, a traer la
oracion hasta la casa de la Chimuz. Ya seJmorfa la parturienta.
Eran minutos desesperantes para don Sinforoso y para todos.
Por fin, regreso el mozo, casi reventando el caballo. La madre
de la Chimuz se hab fa tardado bastants buscando la oracién
en un baul de cierre antiguo. Petrona agarra el milagroso papel
y, râpidamente, Io” introduce bajo la almohada. Hace unos
cuantos pases! de mago.Dice algunas palabras cabal fsticas y,
en ese momento, con toda naturalidad: ipan, viene el crfo,
tan grande oomo un melon! “‘Z Lo ven? “., decia la Chimuz,
orgulloa de su secreto milagroso: “ i En cuanto puse mi
oracién, salto el cipote! ” ”Y todos, dec fan : “ iCaramba,
Petrona Ch imuz, qué poder el tuyo con esa oracién
milagrosa! ”.
— cY e I final? —pregunta Catica, que quiere irse pronto.
Espera, hija. Ya vendra. Pero como los ricos son los ricos
—prosigue la anciana—, don Sinforo so vio que sacaba
Cuenta tener la tal oracién y, como quien no quiere la cosa, va
y Ie echa pena al santo papel y, sin dar lugar a que la Chimuz
se Io arrebate, Io desp! iega y lee. cY qué creen que era la
célebre oracion del milagro? iPues, la carta de venta de un
burro que la Chimuz hab fa comprado! La madre, que no sabfa
leer, Ie mando el primer papel viejo que encontré en el baul.
Las muchachas reian de buena gana por el cuento de Na
Panchita y hasta Catica se hab fa olvidado de marcharse para
saber el final.
— Don Sinforoso se encolerizé por el chantaj e, pero la
Chimuz Ie dijo tranquilamente: “calma, hombre, no importa
que sea la carta de venta de un burro y no la oracion de la
Santa Cruz: Io que importa es tener te”. Mas, don Sinforoso,
que no era I erdo, a la hora de pagar los servicios a la
milagrosa
comadrona, Ie entrego un sobre, as I de grueso. i Qué alegre
se puso la Chimuz con tanto billete! Pero al abrirlo
iqué
68
sorpresa! Eran pedazos de papel per iédico, bien cortaditos,
como biTletes. La Chimuz se puso furiosa, caliente como agua.
para chocolate; pero don Sinforoso, Ie dijo: "calma, mujer, no
importa que sean ped azos de papel; si tenés Ie, se convertirân
en billeted de banco y inuevecitos! ". Asi" termino la cosa y la
Petrona Chimuz se tuvo que ir sin recibir, por primera vez,
ninguna paga por su milagrosa oraciorl. Por eso yo les digo,
muchachas, que es cuestién de tener Ie para que sucedan las
cosas.
Benita, a pesar de reirse, sentia como si el cuento de Na
Panchita se tradujera en una sola palabra, dicha para ella con
la iron fa de la anciana. Esa palabra pod fa ser: imajadera!
Por eso recogio su calabazo y, yiendo de reojo al policia, se
fue para la otra acera, a fin de estar mas cerca de él. Catica
dio un salto, asustada, pensando en su madre.
Adiés, Na Panchita; nos v•.remos mas tarde.
Adiés, hija; saludame a Natal ia.
Bueno; muchas gracias.
Y, rasi corriendo, se fue en busca del autubés.
69
9
72
—Pues, que al rato, cuando se puso a céminar, la isla se
hundio.
— tAlgfin terremoto* —pregunta Cara-de-hachc
— No iqué terremoto y en el mar! iEra una ballena!
Poyoyo se rfe, burlesco, mientras los m as pequeños hacen
preguntas. Eso sf era fantistico Y digno de ver, aunque
en verdad ellos no sabfan como era una isla ni cémo el mar,
pues no Io hab fan vistas ni en pel fcula.
—*Quién Ie metlé semejante guayaba?’ —pregunta Poyoyo.
No me creâs —dice /2erobrés— pero vos no podés ser mis
inteligente que don Geño, el profesor. El conto eso en casa de
las Agurcia y hasta dijo que e/ hombre se llamaba Simbad.
IAh, las cosas que dijo de ese Simbad . . .! Don Gefio es muy
sabido.
73
—Pate es pate. ‹auién no Io conoce? Es un bejuco del
monte.
La gente Io machuca y Io tira al rio. Pero antes, ponen abajo
talanqueras de varas en la corriente.
—‹Y para qué,vos?’
Para agarrar el pescado. ison tendaladas! Se mueren
todos o se atontan, desde los més grandes hasta las sardinitas.
—Este Cara-âe-hacia —dice Poyoyo, riendo— Ie quiere ganar
a Fiei•abrâs ZY los pescan todos de una sola vez con tu
mentado pate, vos*
—Nada may Fijate qué tal serâ la pesca que las autoridades
prohibieron pescar con pate.
—Pues son brutas las autoridades de tu pueblo —señala
F'ierabrâs— Z On é mejor que poder pescar asf, tan ficil? .
—iPues mira que sos mis bruto vos! ‹oue no ves que se
mueren hasta las sardinitas y, ya para la préxima Semana
Santa, no hay pescado ni para remedio? .
Se oyen gritos. EI terreno es quebrado y la vegetacion
raquftica, porque han talado el monte para haeer leña. En un
potrero se ven vacas pastando bajo alguna pequeña sombra.
El rio a uza alII con râpida corriente, pero, mis arriba, hay
un sitio donde es mas ancho y con ârboles en las riberas. Un
perro ladra en la casa de una hacienda cercana. Van par la
orilla del rfo, donde ahora aparecen sauces ilorones, con sus
ramajes rozando la corriente. A pesar del sol, hay un
vientecillo muy agradable.
Las aguas de la orilla, dejan ver la arena y las piedras
por donde corren. Beben agua con vasos hechos de "hojas
de piedra". Cada uno Ileva su caja de lustrar. Folofo va
haciendo coleccion de lajitas y Ilenando sus bolsillos. Ha
sacado su chilinchate y va disparando a cualquier cosa.
— Vos no tenés put so, Folofo —Ie dice Cara-
defiacha— prestame tu konda y veras cémo me bajo aquel
clarinero que esta allâ.
—Pulso, tengo. iQue te cuente mi compa Lalo! Lo que pasa
es qué no me gust a matar pâjaros. ZOué mal hacen los
pâjaros para matarlos? i Es un crimen!
Cara-dehacha se rie de Folofo, pero éste no ie presta la
honda para matar el clarinero. Folofo se acuerda de la
74
golondrina y del hombre que tiene los ojos iguales a los de su
padre.
—i M i -mi -m i-miren! —grita Lalo, señalando el agua—
i Qué-qué-qué-qué pescadon?
Corren a ver; mas, el pez ha desaparecido. Es ion buen
indicio. Se detienen porque Poyoyo dice que alli es la poza
que dewubrié su t fo. Se desnudan todos,iprecipitadamen\e.,
E‘iezabrñs parece un tizén, pero es membrudo y fuerte, de
espaldas anchas, cabeza grande y rostro oscuro algo feo. A eso
se debe el origen de su apodo. S.ara-de-hacha es un esqueleto al
que se Ie pueden contar las costillas desde largo. Poyoyo es
ambién delgado, pero Con mas carnes. Lalo y Folofo estân
prietos, mas del sucio que del pigmento de su piel. Hacen
bromas sobre el sexo y dicen palabras vulgares.
— isacâ las cosas, Poy oyo! i’v'amos a probar!
Poyoyo saca una candela de dinamita de su caja de lustrar,
un fulminante y mecha. Todos ie rodean, quieren ver y tocar
la candela. Folofo y Lalo no la conoc ian y hacen preguntas. El
experto.en dinamita, segun sus propias alabanzas, es Poyoyo y
fue él quien invito a los demâs para venir a pescar de esta
manera. Todos han puesto contribucion para obtener la
dinamita, aunque Poyoyo se ha negado en absoluto a revelar
quién y donde se la vendieron. La candela esta alI I y van a
dispararla para pescar. Es algo que nunca han hecho, pero
Poyoyo afirma que él sabe porque ha ido muchas veces con
su tlo a pescar con dinam ita. cComo seri el tiro en el
agua? Folofo y Lalo estân que no caben en su pellejo por
ver esa maravilla. El agua moja y el fuego se apaga con
agua. ‹Serâ posible que la mecha se mantenga encedida 7
Por nada del mundo hubieran perdi do esta oportunidad.
— iVaya, Poyoyo, tira ligero la candela, hombre!
— ZMe-me-me pongo abajo pa-pa-pa para agarrar el pe-pe-pe
pescado?
Déjenme haeer. No es tan fâci l. Hay que arreglarla como se
debe. Hay que ponerle el fulminante a la mecha, asi .. . tlo
75
piecira como de una libra de peso. Después enciende un
cigarrillo, tranquilamente.
— tDonde la vas a tirar?
—AIIâ —señala un poco mis arriba—. Tirândola alia, todo el
pescado de aquI recibirâ el quemén y quedan panza arriba,
blanptJeando. Nadie se mea al agua hasta que reviente la
bruta. No es el primero que se muere por tirarse al agua antes
de tiempo. Lo que quiere cabeza y guevos es Io que voy a
haeer: tirarla. No es el primero que perece o se queda sin
manos, porque ie reviente antes de tirarla. Una vez un
76
— iNo fregués, eso ya se apago. hombre!
Pero, en ese momento, oomo si todas las piedras, agua
y arena del rfo fueran lanzadas por una mano gigante hacia
todas direcciones, se remueven con un esouendo
Unimaginable.
i iBUMMMMMM! I !
Quedan perplejos ante senujante explosion, la que debe
haberse o fdo quién sabe a Quintas leguas de distancia. AI
menos a Folofo asf Ie parecio. Poyoyo grita triunfalmente:
—iAl agua! iA recoger pescados antes de que se los Ileve la
Corriente! iAl agua, campeones!
No obstante, los muchachos no obedecen a Poyoyo. Estân
pâlidos y Cara-dehacha sangra. Al ponerme de pie se ven
cubiertos de fango y arena. Folofo y Lalo, asustados, vienen
hacia el rio con ti midez, mirando con desconf ianza las aguas
rev uel tas. Han silbado piedras por todas partes, como
proyectiles.
— iPuta, Poyoyo, qué pencazo!
— iAy, ay, ay, me han matado! i Estoy muerto,
muertecito,
78
Huyen. No por el camino. porque ser fan vistos, sino por el
monte, agachândose entre los arbustos. Abre la marcha
Fierabrñs..
— iNo te quedés, F olofo, ni vos Lalo!
Folofo y Lalo corren detrâs de los mayores, con los ojos
muy abiertos, cargando las cajas de lustrar. Folofo, en la
huida, no tiene tiempo de recoger sus sardinas, todavia sin
ensartar. iQué desgracia! Mas, es preferible perderlas
antes que caer en manos de la polici“a. Hablan muy bajo y
avanzan ocultos en los montes. Ya no oyen las voces porque
han puesto buena distancia. Salen a otro potrero. Cruzan
por un zacatal. Saltan un cercado de alambre espigado y
siguen adelante, dando un gran rodeo para regresar a la
ciudad.
—iDejé mis pescados! iDejé mis pescadi tos!
—iPor tonto —Ie dice Cara-de-hacfia—, te miaste at ver los
uniformes de los cuilios!
—iVean quién me habla de guevos! —se burla Folofo
disgustado— iMeado quedaste vos, Ilorando como marica!
" iEstoy muerto! i Muertecito! ” iY tamaño cojonudo! iNo,
6inadotlos Ilorones no pueden hablar!
Cara-de-liacha sigue callado, detrâs de todos. Por fin, salen
a la carretera. Estân a salvo. Sélo Folofo va incémodo por
haber dejado su botfn. tY si regresara? Eso no es posible.
iQué se pierdan! Se da valor y conformidad a s f mismo. Con
gesto tingido y despectivo, dice:
— iBah, si sélo eran congos! i Fue mas el trueno que el
rayo!
Pero bien que te hubiera ca fdo una sopita de pescaditos.
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—i Acomédense, acomédense; sf caben!
Catica esta entre aquellos dos hombres desconocidos; al
frente, una mujer robusta protesta porque el autobus no
parte y ya esta completamente Ileno. Por fin, emprende la
marcha, tos i endo con su asma de metal. Catica va como
un emparedado. Por los lados, por detris y por delante,
cuerpos humanos que transpiran, la van estrujando. Don
Angelo la ve y piensi que debio estar de pie, junto a ella. El
bus asciende por la calle; a veces, suena el claxon. Va
despacio por las curvas de la v ia. S-° oyen voces adentro y en
las calles.
No hay tal —dice alguien, con aspereza— ison papadas!
Para m f son igualitos los “colorados” y los “azules”. Eso que
te ha pasado no es nuevo. Siguen los mismos métodos de
engaño, de explotacion, de montarse en los humildes, de
enriquecerse a costa de . . .
— i Qu e se calle ese majadero! iAquI no queremos
agitadores!
—iBah, pues, —protesta una tercera voz— ya ni siquiera se
puede decir en alta voz to que se piensa! ZDénde esta
e n t o nces Ia m ent a d a d em oc r aci a ?’ i Cé mo esta n
acos•umbrados muchos a ver a la gente con treno! iY cémo
quisieran arrancarle la lengua a las personas honradas!
Va a comenzar la disputa politica, pero un asno cargado de
carbén se atraviesa en la v fa y el .chofer frena con
brusquedad. Los que van de pie pierd•.n el equilibrio y casi se
caen; otros se golpean en los asientos del frente. day voces de
protesta contra el Conductor. La cuestion pol ftica se olvida.
Casi todos los pasajeros la emprenden, disgustadoa, contra el
chofer.
—Ya esta, pues. Si yo hubiera matado ese burro, a esta
hora ustedes mismos estuvieran insuTtindome en defensa
de su pariente. iUno nunca queda bien con nadie aquf! i Si no
cumple su deber, malo; y si Io cumple, malo también!
Y cosa rara, nadie protesté porque el chofer les dijera
parientes de los pod iinos, ni siquiera el pundonoroso don
Angelo.
Al bajar del autobñs Catica siente en su nuca una respiraci
én fuerte y molesta, como si fuera la respiracién de una bestia.
Es don Angelo. Nada ie ha dicho ni hecho en ese instante, mas
la muchacha siente aflorar su aversién hacia ese hombre. Algo
se ha venido rebelando en efla, desde su interior, de
manera
82
defensiva. Corriendo, se dirige a su casa para evitar la
conversacion con don Angelo. La cahe a esa hora esta casi
solitaria y el hombre hace esfuerzos por darle alcance, sin
lograrlo. Cuando ella dobla la esquina de la trucha de don
Chombo, respira tranquila.
—”ESe hombre —piensa— me cae tan mal; es odioso".
El automovil de don Plutarco Romo baja por el cal lején, sin
haeer ruido; esta a punto de arrollar a Cetica, que se defiende
asustada. En el asiento delantero van Gladys y su padre.
Siente el impulso de saludarles, mas, ante la ensoberbecida
mirada de su vieja amiga de escuela, baja la cabeza y
continue hacia el zaguân, humillada por la actitud altanera
de Gladys. Por asociacion de ideas, vienen a su mente las
palabr as y los aguacatazos de Domitila, la vendedora.
— iCatica, Catica: ya fbamos a mandar a llamarte!
El timbre de voz de Rosaura Pinos ha hecho saltar
violentamente su corazon. La esposa de Roque, su mas
préxi ma vecina, viene de su vivienda y allâ, en la cocina, esta
Monica. ZQué pasa en su hogar?’ habri agravado su
madre? No puede pronunciar palabras y siente en su
garganta una sequedad extraña.
—iMi mamita! — excIama,aI fin, temblorosamente.
Se ha puesto mala tu madre; esti grave —Ie Informa
Rosaura—. Yo ie oaia una sopa de fideos, sin imaginarme que
estaba tan gFave.
Catica corre hacia la choza. Su madre esta callada, escuâlida,
muy estirada en la cama, con los ojos vidriosos y un semblante
que anuncia la proximidad de la muerte.
— iI\Namita, mi mamita!
La palpa, Ie acaricia la cabeza, las mejillas flâccidas, el
pecho marchito, las manos . . . Tiemola todo el cuerpo de
Catica y su corazén adolescente salta, como quer.éndose
evadir para posarse en los Ia5ios de la madre y encender en
ella todo el calor de la vida y del amor que la muchacha no
sabe ni puede expresar con palabras.
— if4amita, mi mamita del alma . . .!
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Catica—: ZA donde se podrâ encontrar a Folofo a esta hora?. ’
—Quizâ en el Parque Central. Seri dif fail hallarlo.
— tA quién mandamos en su busca? Mi nieto Felito anda
haciendo un mandado, tal vez no se tarde mucho; esta
pequeño, pero yo creo que no se ha de perder en el oentro.
Se limpiaba las manos en su delantal con no oculta
nerviosidad— tQuién iba a esperar esto hoy2
Regresa Ménica satisfecha de haber logrado el contacto
necesario para que la Cruz Roja mande una ambulancia a
recoger a la enferma y IIevar)a aI Hospital General San Felipe,
unico al que pueden ir las personas pobres.
—Catica, debemos preparar a tu madre para Ilevarla al
hospital. ?Tenés ropa limpia?
No, niña Monica; toda esta sucia. A eso ven fa,
apresurada, a lavar todo ese bojote de ropa.
Rosaura, oon paso ligero, va a su casa y regresa con
una sibana limpia. Con Ménica envuelven en ella el cuerpo
de Natalia. Es un cuerpo decrépi to, minado por el pincer
en el estémago. Catica Io ve y Ilora.Las condiciones en que se
enCuen tr a su madre Ie restan facultades para aouar
conscientemente. Ella solo ve la inmediata muerte de su
progenitora, del unico apoyo y oriente de su vida. ‹Qué serfa
de ella sola, con Folofo? ZA dénde Ilevarân a su madre
después? No hay amparo, no hay razonamiento: es una pena
sin nombre en esta hora dolorosa. Catica, en ese momento, no
encuentra otra proteccion y se pone de rodillas frente a la
mesita donde tienen a los santos, tal como ie enseñara su
madre y con Iâgrimas y gemidos pide a la Virgen de Suyapa
por la salud de Natalia. Nadie la inter rumpe, nadie tiene valor
para dirigirle una palabra de consuelo, hasta que la
ambulancia Ilega haciendo vibrar su sirena, escandalosa y
lugubremente.
Dos enfermeros sacan a Natalia en angarillas; visten,de
blanoo y hablan bajo, sin emocién. Catica les observa y siente
simpatia por ellos. Monica y Rosaura van ”también en la
ambulancia. Natalia, callada, abre los ojos de cuando en
cuando y ve el rostro asustado de su hija que va
derramando Iâgrimas. Natalia hace impulsos supremos para
no llorar; todo es inutil. Ruedan sus Iâgrimas por las mejiIIas
pâlidas y Catia se las limpia con los dedos.
No Ilore mamita; la Virgen de Suyapa nos harâ el milagro.
85
La madre no habla y cierra los ojos. Rosaura observa y
masiica nerviosa, sin tener nada en la boca. Siente pena por
su vecina. Ella la conocio muchos años antes, cuando aun
existfa Salvador Cueto. Entonces Natalia ccupaba la casa
donde alquilaban ahora los Pinos. Siempre habfan vivido en
gran amistad y Rosaura deseaha tener posibi lidades
eConemicas para ayudarla en sus infortunios, pero su vida se
diferenciaba muy poco de la de los Cueto.
V iendo a su amiga en tal situacion, Rosaura se resist fa a
admior que ese cuerpo ?Iâccido fuese el mismo de aquella
Natal.a incansable y resistente, que tomando un machete, iba
al Picacho en busca de ocote y leña para su cocina y su luz;
que fuera !a misma a,ue después de moler toda la madrugada
el nixtamal, echar las tortillas e i r a venderlas al mercado,
regresaba de nuevo al trabajo duro, a lavar y aplanchar ropas
y, después, de nuevo a tortillar para haeer su segundo viaje al
mercado y un tercero todav fa, al atardecer. iQué mujer
mas recia hab fa sido Natalia Cueto! Y, ahora, sobre la cam
illa, como un esqueleto o como un mazo de varas. iQué casas
tan inoreibles ten ia la vida, Ie realidad!
— Débil, muy débil —es lo que dice ^ñon\ca después de
tomarle el pulso a Natalia, pero al ver a Catica, agrega —:En
cuanto I legue al hospital Ie pondrân buenas inyecciones y la
recuperarân.
Son frases, trases mentirosas que duele decirlas. Monica sabe
que miente, mas hay momentos en que una mentira de esas
sirve para aminorar el dolor de las personas. Ella comprende el
estado de la enferma, y también el esta do de la muchacha,
por Io que trata de recorifortarla, de elevarle su moral, de
imprimirle valor para enfrentar la situacion.
—Catica . . . —murmura Natalia, y cierra los ojos
Rosaura y Monioa se vuelven a ver temerosas de que sea
el final, pero, en ese momento, la enferma vuelve a abrirlos y
susurra:
Catica .. . no te separés de tu hermani to .. .
86
J1
87
tortillas para la tarde. Mañana, por la mañana, debés ir al
hospital y trata de que Foloto no ande muy lejos; Io pueden
necesitar y es mejor que te haga compañ fa. Cualquier cosita
en la que yo pueda ayudarte, hablame que en algo te he de
servir; soy muy pobre, pero, aunque sea para darte un oonsejo
sano, he de tener f'uerzas.
—Asf Ie digo yo también —expresé Rosaura—. Los pobres
sabemos el peso de todas las penas y oomprendemos y
tratamos de ayudar en la medida de nuestras posibi lidades.
No Io olvidés, Catica, y tranqui lizate. Los médicos también
hacen a veces sus milagros . . . odas veces, no. ioué Ie
vamos a corregir al destino! Pero hay que tener valor; todos
somos hijos de la muerte.
Catica quedo sola. Busco la vela para encenderla a los
santos, mas no encomro ninguna. Fue a la esqui na y en la
oucha de don Chombo compré dos candelas de a cinco
centavos. También obtuvo su ma iz.
— tAsi es que a tu mama la llevaron al Hospital General?
—pregunté el truchero, aunque \o sabia muy bien por haber
visto cuando la introducfan a la ambulancia.
—Si”, don Chombo. Se puso malita y hubo que IIevarIa.
Esta muy grave mi mama.
— isea por el amor de Dios, muchacha! iEsta vida solo
es
de dolores y més dolores! —Y, luego, rambiando de tema,
Ie recordé—: A propésito Catica. ustedes tienen una deudia
aquI en mi trucha . . .
—Es verda, don Chombo: ie estamos debiendo las mejorales,
el ruibarbo, el mentol y otras medicinitas. Yo se las voy a
pagar lueguito. tCuânto es, don Chombo?
— iComo siete lempiras, hija! Pero esta bien, esta
bien, yo sé que sos honrada; te Io recordaba nada mas.
ZComo voy a desconfiar de los Cueto* Yo conoci“ a tu
padre como a mis mbos: limpio, siempre correcto, un
hombre de carécter, aunque pobre. —Y, haciendo muchos
ademanes, como ie era habitual mientras miraba por sobre
las galas, afirmo—: Yo digo: “de tal arbol, tales ramas”. Ese
tu hermano, Folofo, que muchos dicen que es un picarito . .
.
— iAy, don Chombo, ya Io decfa yo: tqué travesuras Ie
hari Folofo a don Chombo 7 iPerdénelo usté, esta muy chigu
in todav fa y . . .!
—Muchacha ta qué vienen tus cosas2 ZEs que no me
entendés7 Yo digo, y Io afirmo, que Folofo serâ como su
padre: un hombre de caacter. iDesde que nace se conooe
el pino por su allo recto! Para m I w el cipote mas decente
de la vecindad. iNo tengo una queja!
Perdone, don Chombo, es que con esta gravedad de
mi mami yo estoy tan atontada. No Ie entend i al principio.
— No te apurés, Catica. Yo comprendo a la gente, aunque
muchos me Ilaman loco y se mofan de m f. —Y, volviendo a
su asunto—: No creas que te esté oobrando, muchacha. Ya
sanarâ tu madre y entonces arreglaremos la cuentecita.
— No, don Chombo, mi mama esté muy grave, hay perdone
la tardanza; ie prometo que yo ie pagari después, por
panes, tal vez mañana Ie pueda traer un abono.
—No te preocupés, te digo. Otros deben millares de lempiras
y viven muy tranquilos.
Cadra regresé a la barraca. Prendio una vela y, en voz
ala, oro las mismas oraciones que su madre Ie enseñara.
Dapués puso el maiz a sancochar en la olla de barro.
Reunio la ropa sucia y la IIevo al patio, junto a la canilla
para haeer el lavado. Sacé agMa en un calabazo y. arrodil lada,
se puso a restregar un vestido sobre una piedra que servfa de
lavandero, después de ur+tarle “jabon de la tierra”.
El tiempo transcurr fa y Folofo no retornaba. Tampoco
volvia Felito. A Io me)or. el nieto de Rosaura se habia
extraviado en el Centro. En esta oasion era posible esperar
cualquier otra desgracia.
Por tin, ya a ‘ Media tarde, Ilegé Folofo, con Felito. Venia
agitado, sudoroso, quemado de sol y con la caja colgando del
hombro.
— ZSe murié mi mama?’ ¿Es verdâ que se murié, Catica*
Ten fa los ojos exaltados, prontos a explotar en Ilanto. La
noticia dada por el niño no hab ia sido clara y explicia. Le
habia diCho que to necesitaban “porque su mami estaba
muerta o casi muerta”.
— tQué ha pasado, Catica? tse murio mami? —y corrio,
precipi adamente, hacia la puerta abierta del cuarto.
—Mamita no ha muerto, Folofo; pero esta muy grave en el
Hospital San Felipe. Tuvimos que IIevarIa en una ambulancia.
Folofo dio un suspiro muy hondo, como para desahogar su
89
intranquilidad, y sin embargo, no pudo reprimir el Ilanto.
Silencioso, fue al cuarto; al ver la cama vacfa y la vela
enoendida ante los santos, Ie parecié que nunca ese cuarto
hab fa estado asi. tan solo, tan triste, tan desolado. Sin
comprender la magnitud de la desgracia, se rascaba la
cabeza, mientras Felito Io observaba con una gran seriedad.
—Voy a ir al hospital —dijo a Catica—. iPobrecita mama.
con ese dolorazo de barriga!
No te dejarân entrar hoy. Mañana en la mañana iremos
con la niña Ménica.
—tY si se muere . . .?’
— La Virgencita la salvarâ; yo estoy segura. Nunca
me ha fallado y Ie ofrecf una promesa: ir en romer fa al
Santuario con mama y con vos cuando elta se alivie.
— iojalâ! Le Ilevaremos candelas y reventaremos
cohetillos ese d fa cverdâ?’ Desde hoy iré juntando bufalitos
para mercar una de esas candelas grandotas y un montén
de cohetillos, porque la Virgenci a, si Ie dan cosas, si Ie
pagan limosnas, puede haeer milagros tverdé?
—Puede. iY yo Ie pido con toda mi alma!
Folc\o saco de sus bolsiIIos varias monedas y se las
entrego a Catia. En voz baja, como en sec eto, ie dijo:
Ahora que no esta mama te entregaré a vos el pisto que
gane para que Io gastés como mama.
Ella lo vio con ternura. Amaba a su hermano y aquellas
palabras la hicieron comprender que Folofo también la amaba
y contiaba en ella, como hermana mayor; comprendfa que,
como dijera Ménica, ahora era la cabeza de la famil ia; la jefa
de la casa. Quiso decir algo sobre ello y solamente se
atrevié a
preguntar:
— tCuinto hiCiste hoy?
—Casi un tempi ra, y en un ratito. ZTe acordâs que te dije
que era un dia de buena suerte? —Mas, luego, callé.
recordanclo que su madre estaba grave en el hospital, y
remificé. —Bueno, yo digo, suerte para encontrar clientes y
haeer lustres—. ouedé pensativo, como dudando; después
dijo:
— Hoy anduve peleando con los muchachos; por eso he
venido tarde, Catia.
— *Y los pescados* tNo traj iste ninguno?
—Ninguno, eran sélo congos.
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— Los congos también se comen, Folofo.
iCuanto lamentaba haber perdido sus sardinas! Tuvo el
propésito de contarle el suceso de la pesca con dinamita, pero
penso que era mejor callarlo por ahora y relatârselo con
prolijos detalles en otra oportunidad. Folofo se senté en el
suelo, bajo la sombra de uno de los naranjos, viendo lavar a
su hermana. Catica Ie fue .nformando Io ocurrido con su
madre. Rosaura Ilamé a Felito para que Ie fuera a comprar
algo a la trucha.
— tNo tenés hambre, Folofo7 —pregunto la muchacha.
—No tengo.
— iQué raro! Primera vez que la barriga no te pide nada.
Estés enfermo o es que ya comiste.
No he com ido ni estoy enfermo: es que no tengo ganas—
Y, viendo que en la cocina solo habla fuego en una hcrnitla
con el nixtamal, Ie propuso: —¿Te enciendo la otra hornill a
y te caliento frijoles rolorados? .
—No para mi. Yo tampoco tengo hambre.
Fototo due de nuevo al Cuarto; rondo alrededor de la cama
oomo husmeando el lugar donde estuviera su madre; entro al
otro cuartucho buscando algc que ni él mismo sabia; volvio
a salir rascândose la cabeza despeinada, lo cual era signo de
que alguna preocupacion lo afectaba.
—Yo quiero ir al hospital, Catica; quiero ver a mama.
—No dejan entrar, Folofo; esperate hasta mañana.
El chico estaba intranquilo. No encontraba qué haeer en
la Casa. Entraba y sal fa de los cuartos, daba vuel tas en la
cocina, regañaba a los gatos por dormilones y haraganes, Ie
molestaba el cacareo de las gallinas. Todo Ie era impertinente.
No sabfa Io que ie pasabe; era algo extraordinario que
nunca Ie hab fa sucedido y solo se concreaba a decir en voz
baj a:
—Mi mama, mi mamita . . .
Mas tarde insistio con Catica:
— iYo quiero ir al hospital! iQuiero ir ahora mismo!
No te dejarân entrar —y Catica, bajo su aparente
serenidad ante su hermano, estaba queriendo prorrumpir
en alto llanto. Folofo desaJbrio en sus ojos una Iâgrima.
— ZPor qué estis Ilorando?’ iVos me estas
engañando! iMi mami quizâ ya se murio y no me querés
decir! iYo voy al hospital en este momento! iNo quiero que
me engañés!
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Catica Ie juré que estaba viva su madre: mas et muchacho
ya no hizo caso y después de lograr que su hermana Ie
dijera en qué sBIa estaba, tomando su caja de lustrar, salié
a la calle para ir al Hospital General que, desde Casamata,
se miraba hacia el oriente. Iba repitiendo:
—Yo veré a mi mama .. . yo la veré porque, a Io mej or,
Catica me ha querido engañar.
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L a r espu esta hi zo gracie al portero, alejândole la
desconfianza, y ya no se preocupé mas por el muchacho.
Folofo entré. No conocia el hospi tal y no podia orientarse,
mas, al ver a una enfermera que Io observaba ccn
curiosidad, sin vacilar la abordo preguntândole respetuoso:
Señorita enfermera, tme puede decir en qué lugsr se
encuentra Natalia Cueto* .
La enfermera lo examino un instance, cortada en su
intention de interrogarle sobre su presencia allI, a esa hora,
cuando oo era dia de visita. A su vez, pregunto:
— tCuândo la internaron? ZNo lo sabes . . ?
Hoy, señori ta; esta mañana la trajo mi hermana, Catica, la
niña M6nica y la niñia Rosaura en una ambulancia. Yo soy su
hijo . . .
Folofo dijo eso en forma atropel lada, con emoCion, mirando
directamente a los cjos azules de la enfermera.
Mi hermana dijo que la habian dejado en el pabel lén no
sé cual, pero es la Sala Tres, de esto estoy seguro.
—ven conmigo -duo la enfermera, oondescendiente,. ya sé
cual es.
Y, haciendo recuerdos mentales, se decfa ”NalaIia .. .
Na taI ia Cueto . .. cancer en el estomago . .. situacion
gravisi ma . . . caso perdido. Tratamiento: morfina para que
muera tranquila . .. Prepararla para operacion experimental”.
—iseñorita enfermera . ..!
— tQué deseas 2
— D fgame: tse morirâ mi mami?
— Esta muy grave, p.°ro la ciencia hace milagros.
— *Quién? ‹Cual es esa santa que \-o no la habia oido
mentar*
— La ciencia, muchacho, no es ninguna santa—. La
pregunta ingenua de Folofo Ie capté cierta simpaI fa a la
enfermera, pues habla sido expresada de manera espontânea.
sin Galicia. — La ciencia es el saber humano; y aqu i la ciencia
se llama Medicina. tCémo es tu nomlcr e?
— Folofo, señorila; para serv irla.
— ZVas a la escuela?
— No; trabajo, señorita: lustro. —Y, como dando explicacién
su ignorancia, agrego: —Es que como usté dijo que la
oenoa hace milagros yo pensé que se refer fa a alguna santa .. .
94
como Santa Marta y Santa Marfa, que tambi én haoen
milagros. Con Catica hemos hecho una promesa por mama
a la Virgen de Suyapa. Dicen que hace milagros.
La enfermera callaba y no hizo ninguna observacién al
muchacho. Se detuvo frente a una puerta de vidrio y siguio
adelante por una sala. Adentro of ia a alcohol. Enfermeros
de uno y otro sexo, oon botas blancas, iban y ven fan entre
las hileras de tupidas camas, donde estaban acostadas
muchas mujeres, todas de semblances pâlidos.
Con los oj os muy abiertos, Folofo miraba a uno y otro lado,
siguiendo a la enfermera. El olor del alcohol y el cloroformo ie
molestaba. Observ aba con algo de miedo a las personas que
se hacinaban en la sala. En algunas camas se acostaban hasta
4os enfermas e incluso en el piso se veian otras. Por aqui
conversaban unas, por alia sal fan sollozos, quejas, plegarias.
Una monja estaba en el extremo opuesto, junto a un alar, y
el muchacho tuvo el pensamiento de que eso podia ser para
rezarle a su madre muerta. Algunas enfermeras lo miraban con
descontianza, pues resuttaba quizâs extraño que un
muchacho con su apariencia, sucio, empolvado y sin peinar,
anduviera por ah f y con la caja de lustrar en las manos. Pero
la presencia de la enfermera que Io guiaba Ie pon fa a salvo
de cualquier contratiempo. Casi Ie pisaba los Malones.
Por fin, detrâs de un cancel, la enfermera se detuvo,
mostrindole la ultima cama que hab fa y en la que su madre
estaba an otra mujer. La enfermera ie dijo en voz baja:
SéIo un ratito, Folofo: cinco minutos.
— Esta bien, señorita.
Quietas esaban las dos mujeres y Natalia, boca arri ba, no
vio a la enfermera ni a su hij o, sino hasta cuando éste Ie
hablé:
—Mama .. .
— iM’hijo Folofo! —exclamé con vehemencia, pero muy
suavemente; quiso incorgorarse si n lograrlo — iM’hijito del
alma! tDonde estabas que tardaste tanto? .
— Lustrando en el parque y .. . tuvq que ir largo, a
Comayagiiela. Supe que estaba mas enferma porque me
mandaron a Ilamar con Felito, pero cuando llegué a la casa ya
se la habian trBfdo.
No debés quedarte al medi odia en la calle . . .
La palabra de Natalia era baja, muy baja, como un susurro,
95
pero c a un acento de amor v ternura que Folofo noto
enseguida. Nuoca antes ie tabla hablado de esa manera. Puso la
caja¥ de lustrar en el piso, mientras la enfermera sal fa
siIenciosarrx'nte.
— ZY qué tiene, mama? tEs el dolor de la barriga?
— Evo rriismo, hilito;ese terrible dolor, pero que ahora
ya no Io siento. Me pusieron una medicina que me Io quito
de viaje
—con lentitud estiro un brazo escuilido y Folofo Ie estrecho la
mano con sumo cariño—. Tu madre esti muy enferma . .. muy
enferma, Folofo. Por eso, yo querfa verte .. . i Gracias a
Dios porque has venido...!
Folofo se apoyaba en la cama y Ie pasaba la diestra por el
pelo, mientras Natalia se mordfa los labios para no prorrumpir
en sob lozos, pues la presencia del hijo Ie destrozaba el corazén.
Ella no ignoraba, no podia ignorar su empeoramiento
fatal.
—to quiero decirte, hij ito . .., que quizâ tenga que estar
mucho tiempo aqu i . . . por eso es bueno que tu ... y
Catica . . . se entiendan .. . como buenos hermanos . .. sin
pleitos tomos . .. Catica es la que manda ahora en .. . la
casa .. . Té tienes que ayudarla ... ien todo . .. en todo!
—SI, mamita; pero usté no se va a morir tverdâ, mam
ita2 Natalia quedé callada, viendo el ciel o raso de la sala.
Nadie
mejor que ella para saber su enfermedad y saber que ya no
se levantar fa més. Eso no se to pod fa, ni quer fa, decir a
su pequeño.
—No, hijo, los cristianos morimos cuando Dios quiere . . .
— ZY Dios querrâ que se muera usté, dej ândonos solit os?
La ingenua pregunta de Folofo hizo cerrar los ojos a la
enferma. iQué palabras mas torturantes para su alma
aplastada por la pena!
—Dios es grande, hijo . . . nunca hace mal a nadie . ..
— La seiñorita enfermera me dijo ahora que usté podia
salvarse porque la ciencia hace milagros, y yo de tonto cre I
que la ciencia era una santa del cielo. De seguro la enfermera
se ha re fdo por dentro de mi ¿verdi, mama* .
—Las enfermeras son buenas y ayudan a los enfermos .. .
Isa ciencia .. . la cienCia . . . pues si . . . debe haeer
milagros también .. . ya to creo . ..
Convencido de que su madre estaba viva, que no se quejaba
por el dolor y que no morir fa porque Dios no hace mal a
96
na;lie, volvié a su despreocupacion habitual y comenzo a
enterarse de Io que Ie rodeaba. Habla muchas enfermas
con cara.de era y la mujer que compart la la cama con su
madre parecia morir, apenas Ie podia ver una parte del rostro.
En una mesita estaban varios pomos con I fquidos de color.
— tQué es aso que esta en ese botellita, mama?
—Mediona, Folofo . . es to que me va a curar . ..
ZComc comunicar a su pequeño la verdad de su situacién?
Era necesario mentir y hacerle mantener la esperanza de verla
sana en casa. Viendo a su hilo tan pobremente vestido, tan
desgreñado y sucio, sintié mas tr isteza. tQué seria de sus dos
hijos queridos cuando ella muriera en este hospial* ZQué
camino ir ian a tomar sin tener siquiera un pariente cercano?
klentalmente, suplicaba: i Dios m fo, trastérname, qu ftame el
don de pensar porque su dolor es mas terrible que el cincer!
Oye, cipote, ya debes salir de la sala. No hay que molesar
a la enferma que necesia mucha tranquilidad. ‹Entendido7
—La enfermera Ie guiñé un ojo, amigablemente.
—Es mi mama, señorita —dijo por toda respuesta.
— iMuy bien! . Eres un buen hito, muy cariñosa, y has
venido a verla. aun sin ser dia de visita. Eso quiere decir
que la quieres mucho; pero debes irte ahora mismo. Si
continuas aquI, harâs mel a tu mama.
—Esta bien, señoria, si eso hace sanar a mi mama, yo me
largo como el viento. Ouiero que mi mamita no se muera como
se murié mi papé.
—Ella puede curar, Foloto; Nos doctores hacen todo lo
posible. Hay que tener siempre esperanza.
El pasé su mano por la frente de Natalia con suma
suavidad. E)Ia queria sonreir, ma sofamente dibujaba una
mueca, como de niño.
—Me voy, mamita, pero volveré mañana.
— Bien, hijo, ândate .. . no te quedes hasa muy tarde en la
calle . .. acompaña a Catica . . .
— iAdios, mamita m fa! iHasta mañ8na!
— iAdios .. . hijito . . . anda . .. con. . .!
Trémula era la palabra de Natalia y no pudo concluir porque
su garganta se hizo un nudo; mientras sus ojos comenzaron a
derrama torrenaal Ilanto. Folofo tomo su caja de lustrar,
echo una mirada mas a la enferma y salio siguiendo a la
97
enfermera. Callados, abandoraron la sala. El muchacho iba
contenta porque habla constatado que su madre viv fa e iba a
sanar pronto. Pregunto a la enfermera:
Señorita tse Ie puede traer alguna fruta a mama?
—Si tu quieren; naranjas, for ejemplo.
—Señorita ty me dejara verla mañana?
—Mañana seri d fa de visita y nadie te detendrâ. En
otros dias, si pdedes entrar y estoy yo de turno, no habrâ
inconveniente. Eso, si el estado de tu madre Io permite.
Medité un momen fio el cipote. Si lograba que el portero
la dajara pasar los dias que no eran de visita, la enfermera no
se opondr fa y ie permitir ia ver a su madre. A continuaci én
dijo con seriedad:
— tsabe una cosa, señorila2
— Habla, muchacho tqué querés ahora7
— No quiero nada. Es que me estoy acordando que mi
mama me dice siempre que la mayor fa de la gente es buena,
que los malos son pocos.
Puede que tu madre tenga razén.
—Si, yo Io sé —Y, observândola eomo persona adul ta,
declaro: —Usté, señorita. es de la gente buena, de la mejor
gente.
— iEres un pilluelo, Folofo! iaue Ie vaya bien!
— iGracias, señori ta! -Luego, después de dos pasos,
Folofo regresâ a preguntarle: —Digame, señorita, para
encontrarla a usté tpor quiin pregunto?
—Por Estela. Todos me conoCen: Estela Flores.
— i M u ch a s gracias, no Io olvidaré! iHasta
mañana,
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13
102
—Yo no sabfa. —Y, hablando en voz alta les dijo a los otros:
toué hubo cuates?
-Un reto —dijo fiiezabrâs— queremos darle el desquite a
Poyoyo y a Pachin . ..
— tDesqui te de la sopapeada que ie d' a Pachân* iBah,
hoy no quiero pelear con nadie, ni siquiera con ése!
Rieron algunas del gesto despreciativo de Folofo para
Pachân, quien no escuché o se hizo el disimulado; pero
104
Parque Central!
Con gritos saludaban la determinao6n de Folofo y, hasta su
r ivaI, Pa châ n, ex clamé algo alegremente. Lalo quiso
acompañarles, pero los mayores se Io prohibi eron. Si jugaba,
Ie permitjrfan ir. de Io contrario, como miron, no to admitfan.
-Aqui’ esperame, Lalo —recomendo Folofo—, ya volveré.
Solo voy a demostrarles a estos que yo no soy marica.
Dejaron el parque regocijadoa Solo Garafiiân andaba calzado
y mas o rñenos limpio de sus ropas. Fueron hasta el
Palaâo Legislativo, editicio cuyas paredes de vidrio no
Ilegaban a Serra
*/ se sosten fa sobre fuertes columnas. Se metieron at
ascensor de una .de las alas. Los muchachos habfan
descubierto que nadie \ utilizaba, ya fuera por esar
desoompuesto o porque las gentes prefirieran la amplia
escalera..Un sitioideal para jugar a los dados y naipes o a la
pirinola.
Los lustrabota pramicaban los juegos de azar siguiendo el
ejemplo de los hombres. Los mas pequeños jugaban "a la
rayi ta", apostando estampas, de las distribuidas por las casas
come rci a I es co mo p ro pa ga nda pa ra Ilenar albumes.
Regularmente, por este camino, comenzaban a iniCiarse en
los juegos de azar; luego apostaban centavos y, después, la
senda del juego estaba expedita. Legalmente los juegos de
azar eran prohibidos; sin argo• habla muchos garitos
pubTicos r egenteados P° algén pol itico de turno. Los
garitos aristocrâticos eran un pingue negocio. En los billares y
cantinas se jugaba todo. Nada de extraño ten fa que los chicos
siguieran el camino de los mayores.
Comenzaron jugando csn apuestas de centavos. Los dos
pequeños chivos trotaban a su entero antojo por aquel piso
enCerado del ascensor y los ojos ividos de los lustrabotas
segu ian como lebreles aquel migico movimiento.
— isenas! iQué presada! iTiro a la m5s gorda!
— iTirâ, pues! iParo ânco centavos!
—iPresada de culos!
— i El que arrastra con senas !o da con culos! iEs la leyl
— iTirame a ml! iMo, no! i8arajo todo tiro pop bajo!
— iPero si yo no te hago trampa, a mi modo de tirar!
— iQué modo: para meterle a uno la negra!
EI juego fue râpido. De los oentavos pasaron a las paradas de
cinco ceñtavos y lueoo a las de diez y hasta de veinte. Se
105
a caloraron frenétioos. igual que tahdres experimentadoa
Repetfan sus m ismas palabras, sus mismos métodos y hasta sus
mismas sampas. Cuando perd fan eran seguras las
blasfemias, los escupitaj as, los reniegos y el mesar de
cabellos, protestando ante la mala suerte. El primero que
quedé sin un cen1avo tue Foloto, después de haber tenido un
comienzo afortunado. Luego, fueron marginados Caranân
y /2erabrés. Esta vez ga naban Poyoyo, Caro-dehacha y
Pachân, como si de antemano hubieran preparado el plan de
la jugada. fi'ierabrâs, que era mis experto, entro en
sospachas y quiso protestar, pero extemporâneamente.
to creo que nos han echado “Ta negra”. tEnseñâme esos
chivos, Cara-de-hacha?
—Miralos —dijo el aludido, tirando los dados al piso—. i
Es cuestién de suerte! Cuando vcs ganâs yo no digo que
me has haho trampa.
—Los chivos estân buenos —afirmé Poyoyo, con sonrisa
maliciosa— Lo que pasa es que, el que entra ganando,
sale perdiendo. Es la ley del chivo.
El desplume hab fa sido muy ripido y los tres perdidosos no
hallaban la manera de poder culpar de marrulleros a los
afortunados. Folofo sentia las orejas muy calientes. Estaba
encoleri zado y rechi naba los dientes, como siempre que se
disgustaba; pero, mas que para sus amigos, tenia renoor para
si mismo. IP or qué diablos hab fa aceptado jugar cuando sélo
tenia treinta centavos para comprar naranjas a su madre
enferma7 ZPor qué no se quedo en el parque con Lalo,
buscando clientes para aumentar su ganancia con trabajo y
I!evar mis frutas a su vieja? Ahora sentla tal remordi miento
que casi Ie brotaban las lagrimas.
No hay que enojarse, Folofo —aconsej o Poyoyo—, cuando
yo he perdido nunca me he puesto a chiIIar.
— E sto e s co sa d e ho mbres — e x pre so, z umbon,
Cara-de-hacia, haciendo sonar oon jactancia las monedas
obtenidas.
Yo no digo nada —se disculpo Folofo, tomando su caja y
retirândose con andar pausado; pero si Pachân hubiera hecho
alguna alusi on seguramente hubiera reñido de nuevo, taI su
concentrada célera.
ZOué dirfa su madre si supiera Io que hab ia hecho*
tCuântos coscorrones Ie pegaria Catica, al enterarse de su fea
acci6n* Folofo oomprend fa que no estaba bien hecho Io que
hizo. Y ahora se preguntaba como obtener dinero para
comprar las naranjas. tCuanto costaba una naranja?
Estaban caras; las mas baratas valian cinco centavos. iY él
que habla pensado Ilevarie de las mejores, de las de Valle de
Angeles, tan famosas! Pensaba que era un majadero. ZPor
qué no abandono el juego cuando estaba ganando, aunque se
hubieran enojado los otros? iY ya tenfa noventa centavos!
— Lalo Ztenés un tostén que me prestés para mañana o
pasado?
Fue lo primero que dijo a su amigo, al encontrarlo
comiéndose un helado en el parque. Pero La Io estaba de
mala suerte también; no ten fa mas que diez cemavos y los
gasto en comprar ese barquillo.
— tTe-te-te- te pelaron chi-chi-chiviando?’
— iNo preguntés porque vengo echando chispas! iTenia
Veinta centavos y eran para comprarle naranjas a mi mama!
iPedazo de bruto que soy! i Y Ilegué a tener noventa
centavos! tTe das cuenta?
Juntos anduvieron ofreciendo sus servicios a los
hombres que Ilegaban al parque. En el reloj de la Catedral
iban a ser ya las seis de la tarde. El malhumor de Folofo no
amenguaba. ZQuién podria prestarle dinero? ouién sabe
por qué recordo los ojos bondadosos de aquel señor de la
golondrina, ojos que se parecfan tanto a los de su padre.
Pudiera ser que la desgracia de esos d fas se originara en la
muerte de aquella golondrina del parque La Merced. “Solo los
ninos malos matan a Nos pâjaros”, habia dicho el hombre, Io
cual directamente expresaba que él, Folofo Cueto, era
malo . . . Murmuré:
— iAchIs, por una golondrina ..
.! tQué-qué qui qué dec Is . .
.?’
F o I o f o n o c o n t e s t d p o r q u e ha b ia ha
blado involuntariamente.
—Poyoyo: —suplicé al amigo al encomrarlo en una de la
vueltas— tme querés prestar un tostén?
— ZPara qué querés 7 tEstâs pelado de verdâ?
—Sélo tenia treinta y los perd f. Necesito por to menos
un tostdn porque mañana debo llevarle naranjas a mi mami
al hospital.
T07
—Bueno, yo te To pualo prestar, pero si me dejâs tu caja
empeñada por unos d fas.
— tNo me tenés confianza?’
—Yo no desconf io de cuates como vos, Folofo; pero
datândose de plata, vos sabés que es oosa aparte. iPlaa
es plata! iNegocio es negocio! Dejame la caja y te presto el
tostén.
Folofo dudo. habla to que significaba la caja de lustrar, su
instrurnento de trabajo. Y tampoco ignoraba que el empeño de
ella era perder sus latas de betun y sus botes de tinta, cuando
no hasta sus cepill os y lienzos. Haeer eso resultaba muy caro,
pero necesi taba el dinero a cualquier precio. Con displicencia,
acepto:
—Vaya, pues; tomala.
Le empujé la caja que ya ten fa la pintura deslucida. Poyoyo
la abrié y fue destapando las latas de betén negro, amarillo
y café. Las tintas, los cepillos y lienzos de franela fueron
sacados para haeer el inventario de la propiedad. Luego los
volvio a guardar en la caja. Le dio vueltas a ésta, comprobo si
el soporte para poner los pies estaba firme. Sélo después,
taso ooncreto:
—Cuatro d fas, Folofo.
—Vaya, pues, dame el pisto.
Con la moneda de cincuenta centavos en eI bolsillo,
Folofo se diri gio al mercado Los Dolores, donde encontré
aén a su hermana, sentada, vendiendo las tortillas Se colocé
a su lado entristecido. Haber empeñado su caja de Tustrar
era una tragedia mas.
— ‹Te dejaron entrar al Hospi tal General? —pregumé ella.
—SI. Estuve con mama en la sala. Una enfermera dijo que
se puede salvar si la ciencia hace un milagro. Mañana Ie
Ilevaré naranjas —y Folofo sacé la moneda reluciente,
mostrândola a su hermana.
Anda a comprarselas a Domitila; tiene de las buenas.
Obedecié, mientras las palabras de las vendedoras se oian
como un canto monotono o una Iânguida plegaria.
— iTortillas! iCompreme a mI! i Estén calientitas!
Domitila ie vendié las naranjas y, cuando Folofo ie dijo que
eran para su madre, Ie agrego dos mas para que se las Ilevara
en su nombre. La noticia de la gravedad y hospi talizacion
de Natalia ya circulaba por el mercado de boca en boca, enoe
las
108
vendedoras que la conocfan. Monica, al Ilegar, conto los
sucesos de la mañana y cuando Catica vino a vender sus tortillas
la ao›saron a pregumas. Todas decian que en el Hospi
al General iba a sanar, al menos esos eran sus deseos y su
anhelo de tranquilizar a Catica; pero allé, apartadas de ella,
en voz bra, hablaban con entera franqueza.
—Es un caso perdido. El céncer es incurable.
Y, como si ya hubiera muerto, decian las palabras
saoamentales:
- iPobre Natalia Cueto, tan buena que era .. .!
109
14
111
los niños buenos. Pero Folofo prefer ia star junto a las
demis gentes y no aventurarse sclo en las noches oscuras mis
alia de la hora en que las casas estaban abiertas y se
encontraban conocidos en la calle.
Hab fa un lugar en el barrio, eomo a seis cuadras de su
casa, par el cual ninguno de los chicos de Casamata se
aventuraba a pasar de noche, sin ir acompanado de persona
adulta. Era frente a la casa de don Sebastian, el padre de
C'olnetiezza, el chico que ter fa pistol as de juguete que
parecian de verdad. Sucedié que, una vez en Semana Santa,
tempo de homo por el verano, un hombre Ilamado Crescencio,
en ciega borrachera, hab fa ca ido all I a pleno sol. Cuando to
fue a levantar la poliCia, estaba muerto y morado como una
morcilla. Se habla ahogado por el calor y por la cantidad del
aguardiente ingerido. Fue sensaci onal el caso y la
chiquillada fue a verlo porque Io dejaron all i hasta que vino el
juez de to criminal para reconooerlo. Algunos conjeturaban que
si la licfa Io hubiera levantado se habria salvado porque am
vivia: pero nadie comprobé la especie y el borracho fue
enterrado por sus familiares.
Una semana més tarde ni los chicos se acordaban del
suceso, pero ci erta noche una vecina, Ilamada Magdalene,
que dijo regresar sola muy tarde de un baile en el centro,
como eia su costumbre, pues era muy aficionada a las
parrandas y sus derivados, Ilegé corriendo y gritando hasta
su casa, presa de terror. Se levantaron sus familiares y los
vecinos mas proximos ante el extraordinario escândalo. La
mujer sélo alcanzaba a gri tar, histéricamente:
— i Aparecido! iMe salio un muerto! iYo to vi!
iHuy, huy, huyhuyhuy!
Le dieron a beber aguardiente y psi se fue calmando y pudo
contar el suceso. Ven fa muy tranquila cuando, al pasar frente
a la casa de don Sebastian, tropezé con el cuerpo de un
hombre. Creyo que era algun borracho, pero luego -sintio un
intenso olor a candela; una mano Irla, como de hieTo, Ie paso
por la nuca y todo el espinazo y vio, con espanto, que el
cuerpo se incorporaba, vestido con un largo camisén blanco,
como las almas en pena. No caminaba sobre la tierra,
sino como
volando. Y una voz, como de ultratumba, ie habia dicho,
suplicante:
1 t2
So y yo, Oescencio, pobre alma ezipena;
debo una promeara nuestro Señor Etefno.
iTe pido que me la cumpbs, Magdalens,
porque st no, me quemarân en el infiemo!
Magdalena, la trasnochadora, juraba y rejuraba por
todos los santos del cielo que era cierto ese espanto y que, at
subir éste por los aires. se hab ia convertido en humo y
despedido un fuerte olor a chamusquina, como de carne
asada, por Io que era de suponer que no anduviera muy
lejos del infierno. Los rnas valientes fueron a inspeccionar el
lugar, armados de pistolas, otros de cuchiIIoS éste Ilevaba
un palo, aquélla un escapulario. Pero no encontraron nada,
aunque una vi eja afirmé que aén se sentfa “el juerte tufo de
la esperma del finado”.
Los comentarios duraron mucho y la leyenda de que, frente
a la residencia de don Sebastian, sal fa el alma en pena del
finado Crescencio, se fue confirmando, no una vez mis, sino
par una veintena de veces. porque el muerto se aparecia a
oJalquiera en las noches, pero especialmente los sâbados y a las
gentes que regresaban tarde y que hab fan ipescado
alguna borrachera. Crescencio jamas aparecié a un
abstemio sino, siempre a gente ebria; pero decfan en el barrio
que eso se deb ia a que Crescencio fallecio bajo una
soberana crâpula y que ahora muerto, ped fa favored a sus
colegas. Nadi e pagada la promesa, porque, oomo decfan los
que Io oyeron, Crescencio no especificaba concretamente cual
era la manda incumplida al Creador.
Los mayores relataban todo esto y los muchachos Io
repet fan en sus reuniones nocturnas. Por eso, ni siquiera
Folofo, que tenfa fama de valiente, pasaba solo, durante la
noche, por la asa de don Sebasti an. Las historietas de la
fantas fa popular se grababan fuertemente en los pequeños
y eso lyovocaba, como en el caso de los Cueto, hoy que se
han quedado solos, un instintivo temor a lo sobrenatural.
Para Catica el miedo era eclipsado por la preocupacion. Era
timida, pero siendo mayor y mas comprensiva que su
hermano, observaba su situacion con forzado realismo, con
rms conciencia de su desgracia. Lo que Ie preooupaba era
pensar que si su madre fallecfa, ellos no ten fan a nadi e a
quien
1 J3
recurrir. Su madre era de muy lejos, de alia por pa Esperanza,
y su padre, decfa Naalia, que habla sido originario de
Amapala. Nunca habian conocido parientes.
Después de realizar todas las labores en la oocina, Ilevaron la
luz de ocote a la sala. AllI encendieron el candil, pues no
dormirian a oscuras y la hoguera solo se pod fa mantener
si estaban constantemente atendiéndola. Aseguraron la
puerta con pasador y tranca y se acostaron juntos, sin
desvestirse. Al princi pio conversaron en voz baja y Folofo
aproveché para contarle con entusiasmo la pesca oon
dinamita. Esperaba que Catica Io rega ase por eso, ya que a
Lalo Ie hab fan dado una buena tunda, pero la muchacha
no se disgusté y apenas momento fr famente Io que él
consideraba una verdadera hazaña.
T erminaron las pal abras y Folofo e durmié. Catica
permanecié despi erta, nerviosa, oteando la cama de su
madre, como si esperara verla acostada, igual que durante las
noches anteriores. Habla dejado adentro los dos gatos para
que cazaran ratones, pero sea que éstos eran mas listos o
bien aquéllos mas haraganes, Io cierto es que, oyéndose
ruidos en los rincones y en las vigas, ningun ratén cayé
durante toda la noche en las garras de sus enemigos
tradicionales. Ya muy tarde, tuvo que levantarse para
ponerte el ultimo kerosene de que disponfan al humoso candi
I.
AI haeer la operacién, pensé en la deuda que tenian con
don Chombo, la cual habla que pagar cuanto antes porque
el recuerdo que Ie h iciera de ella el truchero equival fa a
una abranza. Se puso a haoer cuentas de los gastos del
dia siguiente, de las posibi lidades de venta de las tortillas. Y,
segun sus cilculos, no Ie quedar fa para abonarle algo a don
Chombo. Hubo un momento en que quiso despertar a su
hermano. Hab fa oido ruidos misteriosos en la oocina,
como si anduvieran gentes y, aunque la puerta estaba bien
cerrada, sintio temor. Este I lego al cl imax cuando,
inesperadamente, all i cerqui a, como si estuviera posada en
una viga de la casa, lanzé su légubre graznido una
maléfica lechuza. Eso fue como el principio de algo'
espantoso que suoed fa afuera, pues en el si lencio de la
noche se oyo un prolongado aullido de perros, como dicen
que saben aullar cuando ven las sombras a los espfritus en
pena o al propio satanâs. No habla terminado de
1 4
espantar la noche aquel perro fat idico, cuando. en el patio
de la casa, sin haber razon las gallinas comenzaron a
cacarear.
— iJesñs, Maria y José! isant isimo Sacramento!
Sentada en el atre, Catjca temblaba, proxi ma al espanto.
Pero, luego, en la cocina se oyo la riña de los perros y eso Ie
dio cierto ânimo. Se acosté de nuevo, observando con envidia
el tranquilo sueño de su hermano.
— i Dios m fo, que pase luego esta noche!
AI no poder conCiliar el sueño, aguzaba su imaginacién
sobre innumerables cosas distantes para apartarse del miedo.
Pensaba en las gentes conocidas del mercado; en ta bondad
de sus vecinas, Rosaura y Monica; en la gallard ia que tanto Ie
gustaba de Lucero Pinos; en las borracheras que se pan fa los
sâbados don Roque; en Gladys Romo, su ex compañera de
escuela; en el automovi I de ésta y su novio; en Domiti la, tan
hermosa, tirando aguacatazos al bfocho por calos respecto
a otra mujer; en los enfermeros que Ilevaron a su madre at
hospital. De repente, vino el recuerdo de la sonrisa demoniaca
de don Angelo, con sus gruesas manos siempre sonandole
dinero, y vio sus ojos de culebra. No. No deb ia recordar a ese
hombre porque ie causaba tanto miedo como los fantasmas.
Y volvia a to fundamental, la ra fz de sus ansias y pesares; la
enfermedad de su madre, la neoesidad de medicinas, su
pobreza, w soledad. Quizâ si consiguieran dinero para
medicinas, su madre curar fa pronto, pero eso era un sueño
porpue ni yendi endo sus pertenencias podrfa reuni r Io
s ufi ci ente. ‹oué pod fa vender? . Una cama de Cuero,
destrozada .par el oentro; dos catres de Iona, viejos, rotas y
repletos de chinches; las mesitas y sillas de madera de pino;
las ollas, el molino; los santos. Mas, todas esas cosas no podr
fan pr oducir sino unos pocos lempiras, en caso de hallar
comprador para ellas. El molino era Io que podia valer mas, el
molino y los santos. Pero éstos no se vendfan, era pecado
hacerlo, unicamente los sacerdotes podian hacerlo en las
iglesias. En cuanto al molino, ése fabricaba la masa para las
tortillas y era el que daba el sustento coodiano. tQué pod fan
tender? .
I n t errumpieron esos pensamientos incoherentes de su
duerme-vela los cantos de los gallos de Rosaura en los ârboles
del patio. Era ya la madrugada. Se levanto, desperezândose,
y,
18 5
de nuevo, encendié los ocotes, . .agagando el candiI.Desperté
a Folofo, quien, par primera vez, se guardo la protesta.
— tTe dormiste, Catica?
No; he pasado despierta toda la noche.
Ambos aileron al patio,. a la oocina, con la hachonada de
madera de pino. Estaba bastante fresca la madrugada y la
tierra muy hémeda. Los altos cerros, como si durmieran,
estaban arro/ado• con sibanas blancas de neblina.
Comenzaron su faena como todos los dias Asi, la
madrugada y las primeras horas del dia se sucedieron
como siempre: echar las tortillas, ir en el autobus al mercado,
vooear su mercancia, vender y, de nuevo, retornar a casa.
ESta vez acompañé a Catica su hermano y regreso con ella.
Monica vino para que fueran al hospital.
Folofo iba muy contento. Llevaba una bolsa de pita y, en
ella, ocho naranjashermosaS- Cumplir su ofrecimiento a la
madre era para él un compromiso de honor. Si Poyoyo no
ie hubiera recibido la caja oomo prenda de empeño, él
hubiera buscado y encontrado el toston de cualquier
manera, incluso vendiendo su instrumento de trabaj o.
Enoaron en el hospital s dificultad. Folofo fue adelante,
alborozado Con sus naranjas, impaciente por Ilegar a ver a
Natalia. Buscaba con la vista a la enfermera Estela Flores. Sin
embargo, ella no aparecié por ningén pasillo. tomo era d fa de
cis\ta, fuero n di r ec tamente a la sala. Foloto quedo
desconcertado al no enoontrar a su madre en la cama
donde wtuviera el d ia anterior, detrâs del cancel; creyo que se
hab ia equivoado, pero all f estaba la otra enferma,
acostada.
— D fgame, doña: tdénde esta mi mama, la señora que ayer
guedé aqu f, con usté?
M éniea y Catica habfan Ilegado y estaban también
esperando la contestacién con visible nerviosismo. tQué habrfa
pasado* Sélo el presentimiento era ya un peso enorme en
el who.
—A la señora —contesto \a enferma, despaciosamente— la
Ilevaron muy temprano a la sala de operaciones.
—I La van a operar* —pregumo Catica, nerviosa y I imida.
Asi dijeron los médicos; ya deben haberla operado.
— ZY cémo pasé la noChe? I Empeorar ia su mal?
—Pue yo digo que tal vez no. Se quejé mucho al principio,
1t6
pero cuando Ie pusieroni otra inyeccién, quedé tranquila.
Yo creo que hasta durmié bastante.
— iGracias a Dios y a la V frgen de Suyapa! —exclamo
Cadca. suspirando, con un poco de esperanza y consuelo.
—Y usté tde qué adolece, seiñora?’ —ie pregunto Ménica,
como al desgaire.
—Pues vea que ni yo sé Io que tengo. Sali embarazada por
tercera ver y uste va a creer . . . —la enferma bajé mis la
voz, como para que sélo la escuchara Mén ica, por Io que
ésta se aproxirné mas a lacabecera, afinando el oido—. No
me Io va a crier: no pod fa parir.
—tY eso...2
—All I esti el asunto. La cosa ten ia peIos.Ya una amiga m
fa que es muy sabida me habia dicho. “Marcda, ten cuidado
con esa panza; ve no te hayan hecho maleficio”. iComo si Io
hubiera dicho Dios! Me habian ”amarrado los meses".
— iNo me Io diga, usté .. .!
Pues asf es, asi como to oye. Una maldita que anda,
oomo chucha, atrés de mi marido, fue la que me hizo el
mal. ioué no se she en este mundo, señora! A la mujer,
por Io visto, Ie gustaba mucho conversar y viendo que la
desconocida se interesaba por su salud, considero
oportUno hablar de su ”mat".
— iCierto, del cielo a la tierra no hay nada ocul to! ¿Y,
después?
-Pues qué, me sacaron el chigu in en pedazos, porque no
hubo de otra manera.
— i Vâlgame Cristo, qué barbaridad! tY su marido, qué
decia7
—No me Io va a creer: ibravo conmigo! En vez de
ecérsela con aquella maldita que me "amarro los meses",
se la querfa acar conmigo. I Habrâse vista? No; hay hombres
ciegos. pero como mi marido no 'ay otro. Nadie Ie puede
haeer creer que fue malefiCio el que me hicieron ! y se enoia
cuando yo Ie cuento ed a la gente!
Asi son los hombres: no creen en el maleficio. Se toman
el bebedizo y como si nada. Por eso después quedan
babeando, azonzados.
Pues asf fue. Desde entonces quedé malita. Dolorcito en
el entresijo un dfa; dolorci to aqui o allâ, hasta no aguantarlo.
Es
117
como si en mi vientre tuviera un chigufn que me estuviera
mordiendo. Y aqu i me tiene, que si no me ponen esa mentada
morfina, no se espanta el dolor. iY qué dolor: peor que Spar ir,
se Io aseguro!
— isea por el amor de Dios, las cosas que se ven en este
mundo!
— Eso digo yo: i Las cosas que se ven! F ijese, habiendo
bien que fue que me ”amarraron los meses“ para que perdiera
el trio tcree usté que estos médicos buscan a curarme por ese
lado* .
— ZTampoco creen en el maleficio, usté?’
— Estân peor que mi marido iCerraditos de ceja a ceja! No
se imagina Io que dicen. Yo me r fo.
— tY qué dicen los incrédulos médicos7
—oue es cincer —y la enferma dibujé en su rostro cierta
sonrisa, parecida a mueca, en parte despectiva, en parte
compasiva por la ceguera de los médicos.
Mientras las dos senoras conversaban en secreto, Catica y
Folofo estaban intranqui los, junto al cancel, viendo la sala
donde las conversaciones formaban un rumor de colmena
mezclado con gemidos. Folofo observaba las enfermas de las
otras camas. Pensé en si ellas tendr fan hijos y si esos hijos
les traer ian naranj as como hacia él en ese d ia. Se fijé bien:
no hab fa ni una sola visita de niños. Pensé que si ellos no ven
fan a dejarles frutas era porque quizâ fuesen malos y que se
jugaran el pisto a los dados, como habia hecho él. Pero
ahora estaba muy arrependdo y no volyer ia a repetirlo;
jamas jugar fa su dinero y comprar fa muchas frutas para
su mama, aunque no estuviera enferma. Ser fa un buen
hijo.
Por estar viendo a las mujeres enfermas y pensando en sus
posibles hijos jugadores de chivo, se habla ido caminando y no
se percaté de que sus acompañantes ya se marchaban de \a
sala. Corrié detrâs de Catica, con las naranjas al hombro.
tA dénde iban?’ Ménica, como conocedora, guié a los
hermanos por di ferentes corredores. Hablé con una
enférmera, luego oon otra, hasta tener noticia de la enferma
que buscaban.
Natalia Cueto tue operada hoy. Ahora esta baj o la accion
de la anestesia.
Queremos verla; estos son sus hijos.
No se puede. Sera hasa la tarde, cuando despierte y si los
médicos Io autori zan. Fue una operaci6n muy delicada.
118
Catica se sintio desconsolada. Esa operation Mmo ser fa?
No tenia una idea cabal sobre esos puntos. Y, puesto que no
dejaban verla, era porque estaba muy mal o quién sabe si no
habrla muerto y se Io estaban neqando. Lloraba en silencio.
Mo nica la consolaba, mientras Folofo, insistente, hacia
preguntas:
— tse murio rni mama? iYo quiero ver a mi mama!
— Esti viva —Ie explico la enfermera con no oculta
incomodidad-. La operaron, pero esta vida.Mâstarde
podrân verla cuando salga del coma.
Monica les invito a regrear a Casamata para volver por la
tarde; mas, Caaca se nego rotundamente. Regresar ia
hasta después de ver a su madre; quer fa enterarse por sus
propios
119
— ZLa ven? Ahora van a salir porque es prohibido entrar
a los partialara. Orden del dootor.
— *Y podremos venir por la tarde2
—Si de tres a cuatrg
—Muchas gracias, señorita.
No hay de qué —y estaba a punto de decirles que no se
preocuparan, pero recordo que aquel era un caso perdido y
que no correspond fa crearles esperanzas sin fundamento. Se
despidié simplemente de el los.
Ya para salir, Folofo recordé que llevaba sus naranjas.
V olviése râpido a la enfermera,
explicândole: Yo ie tra fa a mama estas
frutas, señorita.
Muy bien; si quieres, déj alas aqu f para endegârselas
cuando despierte. ZDe acuerdo 7
—Si me hace el favor . . .
—Dâmelas. tComo dijiste que te Ilamabas?
— Folofo . . . Folofo Cueto, para servirla, señorita.
La enfermera Ie dio las gracias, sonriendo, y Folofo salié
vas Monica y Catica. No iba muy content eorque él
deseaba e ntregarle personalmente las naranj as a su
madre para demostrar el cumplimiento de su palabra.
120
15
J 21
—Sf, vengo de la casa. Fui a ver a mama al hospital.
— ZLa-la-la la viste? tCu-cu-cu-cuando sale?
—La vimas, Lalo; esta operada; la vimos, pero estaba
123
Miguelito salid con los diez periédicos y enoegé a Folofo la
mitad .en forma precipitada.
— iNos juntaremos aqu f! —Ie dijo a Folofo.
—No; vamos juntos mejor. Esto se vende ahorita.
Otros chicos sal fan oorriendo con los periédicos bajo el
brazo. Miguelito y Folofo se adentraron en las calles.
— iA/ Cronista! jet bon/sto, con buenas
noticiasl
All â por el Jardi'n Italia, Miguelito pregunto a su
compañero:
—tsabés leer las noticias*
— iNones! Burro soy como los de ComayapJa.
— Esamos iguales. Te preguntaba porque asf podfas ver
qué noticias buenas trae el diario. Cuando el periédico habla
de matados y de grandes robos, la gente Io compra al
mommto.
— IPor qué?
— iQué sé yo! La verdi es que a muchos les gustan esas
cosas. it Dia par eso se vende.
— Bueno, Miguelito, me has dado una luz; ya veremos to
que p asa. — FoIo fo se par6 en la esquina, gritando eon
estridenCia—: iDiario W Worâsta! iCinco muertos y diez
heridos en un choque de buses! iCinco muertos y diez
heridos! i Buenas noticias! iDiario!
Miguelito se quedé viéndole con curiosidad y IaMé una
carcajada. Esaba engañando al péblico y, sin embargo, antes
de que él vendiera dos, ya Folofo habia vendido los cinco y
cornea hacia, la casa de N Croifista a comprar mas periodico
Miguelito quedo intrigado, pensando si el método de su amigo,
que era novato en la vena de periédicos, seri'a bueno a malo.
A él nunca se Ie hab fa ocurrido haoer al cosa. La verdad a
que Miguelito no necesitaba gritar, mucha geme lo prefer fa sin
necesidad de trucos. Unos, porque ie conocian; otros, por ser
jorobado, cuyo encuentro, segén penmban, trafa buena suerte.
Folofo se entusiasmé con la venta del periédico. Le gustaba
gritar en plena calle oheciendo la mercancfa. Le compraban.
Y, debido a ello, cuando menos pensé, eran ya mas de la
cuatro de la tarde. Habia perdido la oportunidad de volver al
hospital con Catica. Vacilé unos momentos ante la alternative
de ir a engañar al pomro otra vez o quedarse obteniendo unas
dieca mas. Opto por Io primero y ya estaba en mareha,
12B
cuando recordo que tal cosa era hoy imposible: tcomo
engañar al portero. si no ten fa su caja de lustrar* Eso Io
hizo regraar a las zonas céntricas, bastante preocupado. Asf
Ilegaba a la conclusion de que la caja de lustar era algo
fundamental en
126
—Yo también me voy a oasa —dijo Miguelito, y, dândole
una palmada en la esgalda a Lalo, se fue a esperar su bus.
Pu-gu-pu pues y si voy a mi to-to-to-toro-fue-fue-fuego.
Corriendo, g [g@ paso por el mercado Los Dolores,
saludé a la Panchia y cuando ella Ie pregunté por qué no hab
ia venido Catica en la tarde, Ie contesto:
Se fue a ver a mami al hospital porque hoy la operaron.
— iAh. con razon no vino, la pobre! ¿Fuiste IO también?
— Fui en la mañanai, Na Panchita; en la tarde he tenido que ir
a vender perié'dicos. iAdios, Na Panchltal
—Adiés, cipote. iPortate bien; mirâ que ahora estan
solitos!
F&ofo dio la vuelta al mercado. Mucha gente humilde
andaba en sus quehaceres. Saludo a Monica, que ya
estaba sentada vendiendo yuca con chicharron. Le conté
que habla ido a yender periédicos y ahora iba ya para la casa.
Ménica Ie ofrecié un poco de comida, que Folofo tomo en un
papel y, comiéndola, siguio hasta la parada del autobus.
177
06
130
todo empolvado y sudoroso, prosiguio atizando el fuego de la
dieordia. Hizo una raya en la tierra, entre ellos, y dijo:
— iEl que ponga el pie primero en la raya,
es mas hombre! Chito y Folofo pusieron su pie a I
mismo tiempo, mientras seguian retândose
mutuamente para dirimir la disputa a
—iVmmos ahora quién Ie unta primero' con saliva la
barba al otro! -invité, insistente, el muchacho
provocador!
Y, al momento, Chito y Folofo se escupieron la
mano y se hicieron el insulto que para los cipotes
era ya lo éItimo que podia soportar la dignidad.
Después de que alguien ie tocara la barba a otro con
mano ensalivada ya no quedaba mas recurso que los
puñetazos. Chito, repetfa:
—i Estâs golillero, Folofo; como me ves con un pie
enfermo! iPero, aun asi, yo no te tengo miedo!
—iDe cualquier modo, yos no me cabés entre las patas!
—iDecfs eso porque tenés ese garrote en la mano!
iTiralo y verâs cémo te rompo el hocico!
—tPor qué to voy a tirar? tNo sos hombre, acaso?
—isoy mas hombre que vos; pero dejâ ese garrote y, mano a
mano, veamos quién tiene los guevos mas rayados!
- E s v erdâ, Ch i to — dijo el mas instigador de
los muchachon. iTira ese garrote, Folofo! iHay que
pe1ear de igual a igual; s6Io los oobardes buscan
ventaja! iY vos no sos ningñn cobarde, Folofito!
—iAdemâs -grito otro. recordandole—, miri que Chito
tiene una pata zafada!
- iBueno, nues! isi yo, con garrote y sin garrote
soy muy hombre! —y Folofo, estirando la vara hacia
el muchacho azuzador, que era el mas interesado en
que hubiera pelea, ie pidié: — iGuardame el palo!
El chico, entusiasmado ante la perspemiva de
efemuarse la riña a trompada limpia, se adelanté
estirando la diestra para
tomar la vara por el extremo. Pero, aén no la habla
afianzado, cuando Folofo la retiro, desli zandola por
toda la palma de la mano.
- iCusuco! iCusuco! iCusucO! —grit6Chito, cambiando
su gesto de célera por una carcajada estrepitosa, la
cual fue seguida de otra de Folofo.
Los demâs muchachos r odearon al azuzador para
131
comprender la que suced fa, ya que Chito y Folofo hdblan
hecho comedia engañândoles con su falso pleito y ahora
les señalaban la mano del provocador.
— iolete las manos! i Olete, cusuco! iolete! iolete!
El jovencito, amohinado ante ese giro imprevisto de la
si tuacién, se Ilevo maquinalmente la diestra a la nariz,
pues sent fa una materia hémeda y viscosa. AI instante se la
aparté de la cara, llevândola al pantalor. para limpiarse. Muy
arde se arrepintié de este ultimo acto instintivo, pues el
peculiar hedor de la suciedad de los gatos ie hizo ver que
habla ca fdo ingenuamente en una trampa y que, ahora,
hasta sus ropas estaban sucias. Andaba visiblemente descon
*rtado. Y los muchachos, que iban comprendiendo el arti
ficioso engaño, reian a carcajadas, apartândose de él y
gritandole:
—ifiaquegato! i Es caquegato! iTe oabaron Folofo y
Chito!
El incauto azuzador, que habia ido par lana y salido
trasqui lado en el con?I icto aparente de los dos chicos, se
limpiaba en el polvo de la calIe, renegando en voz baja y
avergonzado por la repentina broma. Sentiase humiIlado con el
papel de chompipe de la fiesta cuando él hab fa crefdo que
Chito y Folofo iban a Earle el espectâculo de la noche.. Las
risas, las carcajadas, los gritos continuaban insistentes.tDe dén—
de habla sacado Folofo aquella tonter fa?’
— iCusuco! iCusuco! iCusuco para toda la vida!
Cueto, con la euforia del :riunto, refa a costa del
muchacho v°.cino. Tiro la vara sucia y, dando un par de
gritos, se alejé hacia el callejon.
—iMe la vas a pagar, Folofo; me ia vas a pagar!
— i No te de bo nada! iTe paso por ad°lantado y
empujador!
— iEs verdâ. te paso por andar de empujador de pleitos!
— I Adios, Cusuco• —se oyé la voz festiva de Folofo—
iAndâ a bañarte con arena para que te salga el tufo,
caquegato! iCusuco! iCusuco!
Aun al Ilegar a la casa iba riendo por la brom a hecha al
cipote. Catica Io increpé por haberse tardado tanto en la calIe
y no haber ido al Hospital San Felipe con ella. Habla tenido
que ir con Feli to, e! nieto de don Roque. Pero F olofo,
entregândole setenta centavos de su ganancia, Ie explico Io
132
manera de hacer ese dinero con los periodicos- Para rebajar
el disgusto de su hermana, Ie conto el método de vocear que
se habla inventado y por el cual hab fa vendiclo pronto los
diarios; pero Catica no celebro su agudeza.
—Mira, F lofo —dijo con palabra grave— iVos Io que estâs
haciendo es volviéndote més sinverguenza y vsao! 'Ya
estâs grande!
— ZY aué crees vos, Catica?’ *Que la plata se la regalan a uno
en la calle? iBah! isi uno no busca mañas se muere de
hambre! tY como hace toda la gente q‹Je tiene pistol iEl
que meior engaña, rnis gana!
Catica Ie entrego Con duro gesto el plato de la comida y
entro en el cuarto, silenci osa. Folofo intuyo que su
hermana esaba disgustada con él, pero que era mayor la
preocupacion y la tristeza. De haber sido unicamente Io
primero estaba seguro de que Ie hubiera dadc sus coscorrones
y, hesta ese momento, ni siquiera Io habia imentado.
Después de oomer, quiso contarle Io del cuzuro, mas ella no
Ie puso atencién y ie interrumpié:
—Mañana debemos ir al hospital muy temprano, Folofo.
—Esta bien .—Y entre ambos se abri’o un silencio IMeno de
presdgios y temores, el que, al fi n, rompio el muchacho,
preguntando-: ‹Le entregar fan las naranjas a mama?
—Sf; se las enteegaron.
- cY se habia despertado de !a magnesia?
Si; se desperté.
— tY viste a la señorita enfermera?
SI; la vf.
Folofo se arrepintio de no haber regresado temprano para
acompañar a su hermana al hospital. Notaba en ella algo raro,
que no venia unicamente de su disgusto. Luego justifioé su
amitud, pues de no haber ido a vocear los per iédicos no hahria
obtenido esos oentavos para la casa y, ademas, después de
las cuatro de la tarde y sin llevar su caja de lustrar, no
hubiera podido entrar al hospi tal engañando al portero. La
visita terminaba a °.sa hora.
Como durante la noche anterior, Folofo se acosté en
el atre, junto a su hermana, y, pronto, se quedo dormido.
Catica, una vez acostada, comenzé a Ilorar inconteniblemente.
Ex noche el miedo hab fa disminuido en ella, pero la go!peaba
133
reciamente la pena. Habla visto a su madre en una
situacién que solo hacia pensar en la muerte. Apenas la
reConocié. Estaba casi inm6vil y miraba de una manera
extrana, sin Ilanto y min palabras. Le hab fa tocado el roctro,
las manos y las pierna y no ten fa calor; estaba fria, como
una madrugada.
Esto fue para Catica un golpe tan rudo que parecié como
si Ia hub i era despertado de un largo sueño, plantindola
bruscamente en la realidad y haciéndola comprender la
hondura de su problema. Estaba segura de que su madre
morirfa pronto. Ni siquiera la enfermera se Io habia tratado
de ocultar con falsas esperanzas. Le habla dicho:
— Es una desgracia que aén la ciencia no ha deeubierto un
remedio efiaz para curar el cincer. Sigue siendo incurable.
ZQué mas claro podia estar el problema? Ello queria
decir que Io tan temido estaba por Ilegar de un momento a
otro; a to mejor en esa misma hora. La noche anterior
consideraba la muerte de su madre oomo algo que tal vez
podr fa suceder y temblaba queriendo apartar esa idea de
sus pensamientos, inclinândose, confiada, al poder de
fuerzas sobrenaturales. Sin embargo, esta noche, ya la
posibilidad, aparentemente tan lejana, tan irreal, tomaba la
forma de un hecho inevitable, inminente.
Eso he fa que Catica Cueto pensara hoy de manera
distinta, con mas seriedad, como si de un estiron se hubiera
hecho mujer.
El joven corazén de Catica no se habia equivocado desde la
tarde del dia anterior que fuera a ver a su madre en compañ fa
de Felito. Comprendio o adivino la ?ataIidad que se avecinaba.
Natalia ya no hablaba y casi no la reconocié. La enfermera
ie dijo que todo se c!ebfa a la operation, nas Catica interpreté
los hechos en su justc significado.
A las nueve da la mañana, junto con Folofo, Ilego al
centro hospitalario. En la porter fa presenté un papel que Ie
entregara Estela y con el cual podia pasar a ver a la
pariente. La enfermera, como si ya Yes esperara, fue a su
encuentro y les condujo a un lugar aparte. Estaba muy seria
y nerviosa, pueriéndoles explicar con evasivas, pero sin
saber cémo comenzar. Ai fin, dijo:
-Muehachos: la verdad es qve tengo muy malas noticias .. .
Catica se encogio, como si Ie fueran a dar un golpe.
— tQué noticias? tComo amanecié mami? ¥ Empeoré
anoche?
-Empeoré, Catica. Se hizo todo Io posible por salvarla, pero
fue i mp os i bl e. A la madrugada, casi amaneciendo . . .
murié .. .
El grito lastimero, desgarrador y angustiado que lanzo
Catica, repercutié por el largo corredor. Varias personas
volvieron a verla, sorprendidas. La muchacha se ahogaba con
los braxos en alto y Folofo repet fa, chillando:
135
— iMi mami , . . mi mamita ... demen a mi mamita . ..!
lnmediatarnente, la enfermera, considerando el estadc
crftico de Catica, la atendio, Ilevindola a una hab itacion
proxima, en donde, con rapidez y pericia, Ie puso una
inyeccion; pero Catica continuo dando alaridos, imitada por
w hermano.
•••iMamâ... mama... mamita...!
Los enfernzeros y practicantes que presenciaban aquel
cuadro desgarrador, estaban conmovi dos. La enfermera, sin
darse cuenta, derramaba Iâgrimas. Pat ética e xpresién d°.I dcl or
intinito de aquellos dos pequeños seres que, de pronto, se
quedaban a la der iva, desprendidos como frutos en agraz del
é rb c I ma t ernai. Ali i, en el Hospital General, estaban
acostumbrados a presenciar el dolor v el llanto frente a la
muerte constante; pero, esta vez era tan lastimero y senciIlo
aquel Ilanto infantil que causaba profundo impacto en su
sensibl lidad humana.
— iQuiero ver a mamita! . . . i Demen a mi mamita . ..!
Les IIev aron a un lugar sombr fo, dcnde, cubierta con una
sñbana de los pies a la cabeza, estaba la autora de sus d fas.
Catica se abrazo a el ia ccn desesperac'én, como si quisiera
dar al«ance a los distant•.s ecos de los éltimos latidos de
aquel corazon epagado; y Folofu, asido de !a enagua de
Cadca, Iloraba enronqueciendo, miedoso, estirando sus
pequeñas manos para palpar el fr fo cadiver de su madre.
—iNi mamita . ..! iAy, mi mamita que se fue . . .!
— ZPor qué nos dej as solos, mamita . . .? tPor qué . . .?
ZPor qué, mamita .. .?
La .°.nferrnera retiro a Catica, dificultosamente, de la
morgue; los hijos nc quer fan abandonar a su madre. Costo
mucho para que Catica pudi era serenar se un poco y que
Folofo dejara de gritar sus ayes.
— tLa vas a Ilevar a tu casa? —pregunté la enfermera.
—iS f, sf! iA ia casa! iA la casa! isi, s i!
Catica contesté aquel Io, pero ignorando Io que significaba
esa determinaci én para ella. Estaba come fuera de s f y
hablaba maquinalmente. La enfermera Ie pregunté si ten fa
dinero para hacerie el entierro y, hasta entonces, Catica
volvié a la realidad.
136
—iNo, no! iAqu i esta todo! iMire usté: cuente! —y Ie
entregé un puñado de monedas envuel to en un pañuelo no
muy li mpio.
La enfermera Fiores se sinti o mas conmo\’ida ante la
ingenui dad de la niña que estaba entrando a la adolescencia
bajo un signo tan fatal. Tres lempiras era 'todo !o que pose fan
los hermanos Cueto para haoerle frente a los funerales de
su madre. La enfermera intenté explicarles su impotencia.
—CadCa, yo sé que ustedes no tienen ningun famiiiar; no
pueden hacerle frente a los gastos necesarios para el entierro.
Si la Ilevan a casa, *cémo pagarin el carra funebre, el
ataéd, todo Io que se necesita en estos casos? iNo, hijita! Yo
te aconsejo que la dejés aqu f. La arreglaremos bien y el
ent:'erro y todo serâ por cuen la del centro. i-Joy por la arde
seri el sepelio.
- tPero, cémo? csin volver e la casa? tsin .. .
— . . sin despedirse* —concluyo Folofo.
—Piensa, Catica; piensa tu que eres la grandeci ta. Es
necesario que el cadaver quede aqu f. Yc te ofrezco ir contigo
a la hora del entierro. Iremos los tres con tu hermanito, con
alguna amiga que desee acompañarte.
La enfermera, angustiada tamb ién, con su sensihil‹dad
humana vibrando ante aquella realidad despiadada, pero
normal en el ambiente, logré cortvencer a Catica, evi tandole
un prcblema que era incapaz de revolver si llevaba el cadiver a
su residencia.
Catica y Folofo salieron casi corriendo del Hospital General
para tomar un autobus allI, al final de la ! fnea, e ir a dar la
noticia a sus vecinas de Casamata, a Rosaura y Monica. Er
el mercado se separaron, Folofo, corriendo, fue al Parque
Central, y Catica pasé por los puestos de venta pern4anentes,
donde estaba Domiti la, a quien ie informé Ilorosa, de la brutal
noticia.
- iAy, muchaChi ta, qué desgracia! —se lamenté Domitila,
eI.°yando los brazos, y casi a gritos—: iComadre Faustina,
murié la Natal ia Cueto en el Hospital San Fel ipe!
- iAy, pobreci ta! iQué Dios la haya perdonado! ‹Y sus
chiguines*
- iAqui esta Catica, comadre!
La noticia circuIo con extraordinaria rapidez y muchas
137
mujeres y hombres rodeato›‹ a Gatica en el Callejon Los
Dolores. Eran personas que hab fan tratado a Natalia en
ese mismo mercado; gente de trabajo humilde, como el de
la extinta.
Folofo Ilego oorriendo al Parque Central.
— iComqas: murio mi mamita! ise murio anoche en el
hospital!
Era la palabra infantil del lustrabotas llevando el mensaje
atormentado a sus amigos y hermanos de miseria. Le rodearon
al momento, junto a la estatua del héroe, silenciosos, como
asustados por la noticia, sin las bromas hirientes, sin el
sarcasmo y la burla, sin los insultos que tenfan a flor de
labio. No, ahora no se podfa haeer bromas ni chistes ante el
dolor de Folofo que lloraba, s in acordarse de sus
balandronadas frecuentes, con una puerilidad propia de los
seres de su edad. Por primera vez se vio a Folofo Cueto
Ilorar, pero callado, ante todos sus colegas, que guardaban
silencio, respetuosos, como si el golpe reci bido por el
companero cayera igualmente sobre ellos. Casi todos estaban
presences en esa mañana; los grandes y los menores. Y
hasta Pachin, su adversario, se Ie aproxi mé sin rencor,
como para hacerle sentir ahora el verdadero calor de la
amistad y el cariño que habia sincero bajo et artificio de
sus disputes y rivdidades. Pachân hacia mucho que hab fa
quedado huérfano y no recordaba cémo habia sido su
madre ni su padre. Todos los muchaehos sentian algo, pero
no sab ian como expresar su sentimiento al
compañero.
— i Folofo, pobre Folofo, pobrecita su mama!
I gnora b a n las formas estereotipadas de los
pésames lumuosos, acostumbrados por los adultos en la
sociedad, y decian palabras comunes, simples; asi, sin mayor
sentido, pero pletoricas de sinoeridad.
— ZCuândo entierran a tu mama?’
-Hoy en la tarde. La Ilevarân del hospital al cementerio.
— memos todos nosotros at entierro tverdi, compas?
— iS f, todos iremos al entierro de tu viej ita!
Folofo tampoco abfa decir gracias, como las gentes
grandes. Junto a los demis muchachos no sentfa aquella
soledad tan pesada como cuando iba a acostarse con su
hermana en las dos éltimas noches que su madre estuvo en el
138
hospital. Folofo se sentfa distinto con los lustrabotas, como si
todos etlos fueran su familia.
E'iembiâs y Poyoyo conversaron con todos sus compañeros.
Se necesitaba poner una contribucion voluntaria para ayudar a
Folofo en su desgracia. Ese sentimiento de solidaridad Io
had ian adquirido allI, en las aceras del parque, en las calles,
en el barro, en Io que era su vida. Entre todos, aPortaron
nueve lempiras y cinco centavos. Un verdadero capital,
reunido con volumad y compañerismo. Luego pasaron a una
gran dixusién p‹ que unos opinaban que con ese dinero se
comprar a una corona grande, oomo las que sol ian poner a
la estatua de Morazin, para llevarla y colocarla sobre la
tumba de Natalia. Otros oefan que era mej or la compra de
velas grandes, con unas cinta negras, para alumbrar a la
muera, pues, segun decian alguna gentes, los muertos
necesitaban luz para su viaje por el desconocido camino de la
otra vida. Alguien sugirio que fie mandara a oficiar una misa
de cuerpo presente por el alma de la extina. Discreparon.
Diwutieron a gritos. Regañaron, formando bandos
antagonicos, como hacian con el fdtbol.
— iNada de todo ego! —les dijo Poyoyo, con autoridad
—. Toda esas cots de nada servir fan a la finada. Eso esta
bueno para la gente de pisto; para pelados como nosotros y
como los Cueto, no. Estos nueve lempiras y cinco centavos
los entregaremos a Catica y Folofo. iEIIos sabrân en qué los
gastan! iAsf seri ayuda Y no mojiganga!
— iHombre, esta es la verdi! —apoyo fi'ierabrâs.
—SI, compas, los vivos necesi tan mas que los "dijuntos"
— sen t encié Cara-de-dacha, que no habia querido decir
"finados" para no mencionar su nuevo apodo.
Pero, como habla algunos que todavia apoyaban otros
criterio s. Poyoyo pidié que el asunto se sometiera al
arbitraje de un chofer amigo. Fueron en su busca. Era el
mismo que una vez separara a Pachân y a Folofo cuando
reñ fan. Le plantearon el jsoblema.
— iClarol —duo al momento el ârbitro—. Es mejor darles
la plata. Eso de roronas, velas y misas es puro relumbrén.
Y el chofer, después de saber la cantidad que habian
colectado, contribuyé también completando los diez lempiras.
Asf fue. Todos los muchachos, con sus cajas de lustrar en las
manos, acomaañaron a Folofo hasta su casa en Casamata.
do nde Catica esaba !nconsolable, siendo atendida por
Rosaura. Ménica, Na Panchita y odas •ecinas. De una de las
mesitas habian hecho una especie de catataloo, cubriéndolo
con una sébaba y poniendo un cristo de gran bulto, llevado par
Na Panchita, junto a los otros santos de la familia. Lo
adornaron con coroni has de hojas de naranjo y de ciprés. Las
velas fueron colocadas sobre el piso, en el pico de botellas de
cerveza, por no haber candelabros. En la acina oticiaban otras
mujeres. La choza ten fa ya aspecto funeral.
Los lustrabotas se agruparon en la barraca y en el patio baj o
los irboies. Fue Poyoyo el que Ie entregé la plata a Catica.
—Los amigos de Folofo —Ie dijo suavemente— traemos esto
para que les sirva de algo. Y, nosotros, pues, aqu i estamos
y vamos a ir al entierro. Y si hay algo que haeer, pues,
nosotros ayudamos.
Catica reci bié el dinero, les dio las gracias y les dijo que
se sentaran, aunque, en verdad, no hab ia donde. All i se
quedaron y, iCosa rara! , sin haeer ruido.
Por la tarde vino personalmente la enfermera a buscar a los
dos chicos en un automovi I de alquiler. Les acompañaron
Rosaura y Monica. Catica y Folofo quer ian ver a la madre por
ultima vez, pero cuando llegaron al hospital ya la muerta
estaba en un ataud de pino. Catica se encog fa, como si la
huoieran castigado. Se habia puesto un vestido negro, que
Rosaura ie hizo en un rato. Folofo iba Iimpio; el calzén y la
camisa lavados y en el brazo una cinta negra, en señal de luto.
La enfermera se habia despojado de la cofia y guardapolvo
biancco y llevaba un traje azul oscuro, cci negro.
Del h•usgitaI sal ieron en el automovil que Estela hab ia
alquilado. Ellos solos siguieron al cache funebre del Hospital
Genera I y que transportaba varios ataudes; unode ellos acogia
a Natalia Cueto. Junto a los otros, no se sab fa cual era el de
ella. No hubo cortejo ffinebre por las calles de Tegucigalpa
y Comayaguela y los dos veh fculos iban con la rapidez que
permit fa la aglomeraci on del trânsi to a esa hora. Tampoco
siguieron la ruta que era tradicional para los entierros de
categor sa, sino la rms corta y directa al cementer io general.
Este quedaba al occidente, en la falda de un cerro de
Comayaguela.
Durante el trayecto, M énica y Rosaura conversaban. Hac fan
140
reminisoencias de otros muertos y otros sepel ios de amigos,
conoci dos y parientes. Y para todos ten fan una misma
expresién :
— iQue Dios Io haya perdonado!
En el cementerio les esperaba un grupo numeroso: los
lustrabotas, varios vecinos de Casamata y mujeres del
mercado Los Dolores. Y, para sorpresa de Catica, el
hombre mas antipâ tico de1 mundo: don Angelo. Este grupo
presencio el entierro, mientras Catica y Folofo, ya sin
lâgrimas, se rhanten ian en silencio grave, mucho mas
elocuena que todos los gemidos. Pero, cuando el ataud fue
descendido al fondo de la sepultura por las cuerdas de los
enterradores y cayeron las primeras paladas de tierra sobre
él, no pudieron permanecer mas en silencio. Folofo, gimié:
— iMamita m fa . . . mi mam ita . .
.! Y Catica pidié contritamente:
— iQue mi Diosito Ie abra las puertas del cielo! iaue
papi Salvador la venga a enoontrar! i Adios mami a de
mi arma . . .'
— iAdiés mami ta, . .! —repet fa Folofc al borde del Sagico
agujero.
Vaya, hijos —ordeno Rosaura— échenIe un poco de derra.
Es deber de los hijos enterrar a sus padres.
Catioa y Folofo obedecieron y, con las manos, tomaron
varias puñadas de tierra rojiza, Ianza“ndoIas sobre el ataéd de
pino, el que produjo un ruido seco y guejumbroso.
Monica se puso a rezar en voz alta y luego otras personas la
secundaron. Atardecfa. Oro de crepusculos en los cipreses, en
I as I âpidas y en las cruces . . . Pâjaros haciendo signos
interrogativos en el cielo. De la ciudad Ilegaban los mil
rumored en la vida sin término, como un r fo en torbellino.
Por allâ, otros grupos realizaban entierros de otras
icategorfas, en los abates los difuntos quedaban dentro de
nichos o de tumbas espléndidas, elevadas en el centro de la
ciudad de los muertos. A Natalia Cueto, aun difunta Ie segu
ia corres ndiendo, como en la vida, un lugar en el suburbio,
en donde las tumbas eran anonimas y sin Iâpidas.
— iDescansa en paz, buena mujer! —fue Io él timo que se
141
Algunas coronar de hojas y flores naturales quedaron sobre
el pequeño promontorio de tierra removida de la tumba y
dos maderos rollizos, atados en forma de cruz. El grupo
busc6 hacia la salida del viejo cementerio. En la puerta se
disgregaron los acompañantes. La enfermera Ilevé de nuevo a
los huérfanos y a las dos señoras hasta Casamata. Ya era de
noche cuando abandoné el barrio. V iéndola alejarse,
Ménica murmuro afirmativa:
- iYo to digo siempre: a nadie Ie falta Dios!
Mas tarde la barraca volvio a estar llena de gentes. Unas se
retiraban y otras venfan a dar el pisame a los Cueto. Na
Panchita se habia hecho cargo de la cocina. Temprano habfan
maado las dos gallinas de Natalia para dar de comer a las
personas que tee acompañaban. Pero, en la noche, que pa
ecfa como veIo ri o s i n cue rpo presente, hab fan
aparecido provisioned que Catica no sabia de donde. -ran
obsequios de los vecinos y de las amigas del mercado que
deseaban expresar a los huérfanos su sentimiento, aunque
fuera con una media libra de café molido, un puño de sal o un
terrén de azucar. Las gentes pobres sabfan de las necesidades
de los pobres.
—Yo soy tu amigo, Catica; yo te ayudaré en Io que tu
quieras.
Tern blo la adolesceme, como tocada por un lâtigo, al
echar aquel timbre de voz. Sin levantar la cabeza supo
que eran palabras de don Angelo. Le hab fa puesto un
billete de cinco lempiras sobre ias piernas,
disimu)adamente. Catica guedé confundida y, cuando
intento devolver el dinero a don Angelo, éste ya iba saliendo
del patio.
Para Natalia Cueto, dura mujer del pueblo. hab fa Ilegado la
hora inexorable del ocaso: para sus hijos comenzaba el d fa
con una madrugada repleta de negros presagios.
142
18
145
—ZPor qué no vas dorde don Plutarco Romo y ie pides a su
esposa que te dé trabajo? En las casas de los ricos
necesitan muchachas de tu edad para los quehaceres
pequeños. Anda, hija, dicen que los Romo no son personas
duras de corazon, aunque parezcan alaneras.
La idea no estaba mala. Si lograba entrar de sirvienta en
casa de su ex compañera del primer grado primario, ser fa
un cami no excelente. Estar fa muy cerca de casa; tendr
fa. asegurados los alimentos y podrfa pagar el alquiler al
señor Telmo, que era el propietario de la pocilga que
ocupaban y a quien ya deb fan mas de dos meses. Si esto
fuera posible, significar fa reanudar la amistad oon Gladys y la
servir fa como se sirve a una hermana: con carino, celo y
lealtad. Esa idea fue tomando cuerqo durante los d fas
siguientes.
Durante nueve d fas consecutivos rezaron el Novenario a la
finada Natalia. Por las noches llegaban algunas vecinas.
Hablaban de muchas cosas, siempre malas: de desgracias, de
en fermed ades, del sufrimiento de las gentes. Eso iba
demostrando a Catica que no solo ellos viv Ian con penas, que
par todos los rumbos las gentes del pueblo trabajador
gemfan con desesperanza por mis oraciones que muchas
personas rezaran y promesas que hicieran a los santos de
su devocion. Las desgracias ajenas ayudaban a consolar las
desgracias propias. Después de esas conversaciones
comenzaban a rezar el Novenario que dirigfa Na Panchita. En
estos d fas, Catica dejé de ir al mercado por las tardes para
Doder estar atenta a las personas que llegaban
especialmente al rezo.
Folofo se comportaba bien; no Ie provocaba a su
herroana ninguna contrariedad y segu ia trabajando en la
calle, con los demâs lust raboas. Hab fa recobrado su caja
de labor el d fa sip iente del emierro de su madre, sin pagar el
tostén a Poyoyo, aunque la deuda quedo en pie. Poyoyo,
con elocuente gesto .de compañerismo, habla venido de
manera especial a entregârsela en consideration a su
desgracia, sin esperar a que se cumpliera el plazo establecido
en el convenio. Folofo ahora sentfa mayor estima por su
colega. Trabajaba, pero al atardecer estaba en casa a donde
Ilegaban Chito y otros muchachos del barrio para jugar con él
en el patio. Asist fan aI Novenario y no pocas veces las
personas mayores ten fan que hacerles callar mientras
rezaban.
146
Como aconsejaba Rosaura, hab ia que arriesgarse a presentar
la solicitud de trabajo en el hogar de la familia Romo. Catica
no sabia que para entrar de sirvienta se neoesi taban cartas de
recomendacion y la cédula de identidad. Con las manos
vac fas se presenté una mañana a casa de don Pluarco.
Estaba la esposa, la madre de Gladys. La residencia era
confortable y lujosa. Catica nunca hab ia entrado en una casa
similar y quedé deslumbrada, cohibida, ante aquella
fastuosidad que ni en sueños conociera. La madre ten fa
rostro bondadoso. Observo con detenimiento a la muchacha
descalza y vestida de luto. La hab fa visto muchas veces en
la calle
—ZTu eres la hija de una señora que murié en la vecindad?
—S/, señora Romo: soy Catica, la hija de Natalia Cueto.
que en paz descanse. i'ñurié de cancer en el Hospital San
Felipe.
—Lo siento, muchacha. Es triste quedarse mota a tu edad.
Pero debes tener familia que te proteja tno es asf7
—No, senora Romo; Fototo y yo somos unicos, sin familia.
— iPobrecita, te compadezco! ZY qué deseas en esta
casas Cati vacila. Ante la dama muéstrase muy
nerviosa y timida. No esta acostumbrada a al ternar con esa
gente y piensa que cada palabra puede ser una malacrianza
de su parte; pero la mirada sin enemistad de la señora Ie
ayuda para expresarse.
—Yo tengo, señora Romo .. . digo, yo quiero supl icarle .. .
un favorcito. La niña Rosaura me ha aconsejado que venga.
Yo no tengo a nadie mas que a Folofo. Yo quisiera que usté
me tomara como sirvienta. Sé cocinar, lavar, aplanchar, haeer
todo en la casa. Yo . . .
Comprendo, muchacha; quieren trabajar en mi casa —la
se ño ra toma asi en to, mientras Catica queda de pie,
tlmidamente—. Necesitas trabajo honrado para vivir. Ouizâ . . .
La mujer no ancluye y queda pensando largo rato. En ese
momento entra Gladys en la sala, envuelta en una fina bata Y
con la cabellera suelta. Catica la ve y reconoce que real mente
su vieja amiga es bonita, aunque no tanto como Domitila.
iQué fino talle tiene Gladys! iY como ha crecido! Cuando
estaban en la escuela eran del mismo tamaño, aunque Gladys
un poco mayor de edad. Y ahora iqué ala, erguida, elegante!
Es una señorita.
Gladys ve a Catin y en su rostro de mejillas rosadas aparece
un gesto imperioso de engreim iento y sorpresa. Detiene e!
147
paso, mientras Catica wueha esperaulo la interrumpida
palabra de la dama.
—tTe anda pidiendo limosna ésa? —pregunta Gladys,
despectivamente.
J 51
Ilevaba calcetines . . . Que ésta, que Ta otra; que for aqui, que
por aIIa. Nadie escapaba al filo de aquellas voraces tijera.
Hay muchas risas adenso y afuera y los muchachos se
meten entre los adultos para Ilegar hasta la primera I fnea en la
puerta del baile; algunos entran y van ocupando espacio en la
sala, Io que reduce aun mis la pista, por Io que IMagdalena,
con freeuencia. les grita:
— iCipotes, dejen bailar! i Vamos, afuera, afuera pedorros!
— iEstâ bien, niña Magdalena, si es que empujan de atrâs!
Los bailadores con mas freeuencia salen a la calle a
empinarse en la penumbra las pachas de guaro; otros van
hasta la préxima agencia fiscai que, en esta noche, esta
haciendo buena venta de licor. De manera que, al avanzar las
horas, las voces se hacen mas altas, los rostros se vuelven mas
alegres con ojos relucientes para ver con mas apeti to a las
parejas de baile, que también se toman mas inquietas y
ardorosas cuando se trata de amantes o novios.
De pronto se hace un escândalo mayusculo. Gritos e insul
tos de hombre. Los chicos pugnan por salir y los mrones
corren presurosos porque adentro se ha armado el primer
1aIeo de la noche entre dos de los asistentes por una
bailadora coquetona y rumbera.
— i Apértense due tienen pistol as esos jodidos!
No pasa nada. Luego vuelve la calma, prosigue la mésica y
las risaa Se reanuda el baile con mas animacién y mas
espacio por9ue los mirones van ya despejando la puerta para
buscar sus casas. Los cipotes comenan el incidente y relatan,
inventando, cémo fue el pleito de los enamorados rivales. La
Magdalena ha hecho oansar a los dfsoolos y ahora ambos
se encuentran tomando un vaso de licor.
Catica habia quedado en la cocina, esperando que estuviera
e[ sancocho del ma fz para lavarlo y quitarle la cernada.
Los gatos la aampañan ronroneando. Oye la musica alegre
de la fiesta y eso Ie causa pesadumbre y, aunque Ie molesta,
piensa que la gente tien°- derecho a divertirse: el luto sélo
es suyo y de Folofo.
Las cosas andan mal. No encuentra trabajo de sirvienta y
no aene persona de alcurnia que la recomiende. Ha
continuado elaborando las tortillas y Ilevândolas al mercado.
La ayuda de los lustrabotas y de don Angelo fue oportuna;
pagé al truchero
152
la deuda y ha poozdo teguir su labor. Sfn embargo, el
problema no es silo pasar la vida mediante la obtencién de
unos cuantos centavos para los frijoles del dia: tiene que
pagar también la vivienda. Ese es el gran problema que la
preoapa a toda hora. Se ha cumplido ya el tercer mes de
alquiler y no ha podido pagarle a don Telmo.
Catia conclude su tabor; lava los trastos de la cocina; apaga
el fuego de la hornilla de tierra, el ocote del tiesto y t‘a a
encender e1 candiI en el cuarto. De un baul viejo saca
unos dapos usados, un vestido que era de su madre;
probarâ a rehacerlo para ponérselo. 8usca las tijeras y una
aguja. Esa noahe el yiento sogla como amenazando
tormenta. Lejanos, por el oriente, hay tijeretazos de
relâmpagos. Entrecierra la puerta. El tiempo de las lluvias se
anuncia. El techo tiene muchas goteras y habrâ que aparlas
pronto. Es tarcle y Folofo no Iiega por estar viendo el baile de
Magdalena.
Oe pronto, Catica experimenta estupor. Por la puerta y
ocupando la entrada con su cuerpo regordete, aparece
silenCioso un fantasma. Catica queda inmovil; de sus
manos caen las tijeras, el trapo y la aguia. El aparecido es
don Angelo. isf! Es él, con su sonri sa maligna y sus ojos de
culebra. Cadca, al fin, haee un esfuerzo y se pone de pie
haciendo rodar el banoo.
—Buenas noches, Catica. i No Ie asustes! tAcaso vengo a
molestarte*
— iNo, no, don Angelo! Sucede que me asusté. f•1e
entré miedo. Mândese a serrtar. iAy, estoy tan nerviosa que
hasta los ratones me hacen saI1ar!
—Te comprendo, Catica. No es para menos después de la
desgracia.
Don Angelo cierra la puerta y, at ver el asombro en el
rostro de la muchacha, explica—: Cierro porque hace mucho
viento, Ie puede apagar el candil. No tengas miedo. iYo soy
amigo, mas que amigo! Dije: voy a ver a Catica, !a
pobrecita debe estar muy triste. Porque es muy duro perder
uno a su madre en tal edad. A Io mejor, pensé, tal yez Ie
pueda ser éaI en algo.
La rriuchacha Ie escucha; parece serenarse y hasta sonrfe,
pero en su interior siente verdadero miedo por la presencia
intempes tiva del vigilante que despide fuerte olor a
153
aguardiente. En su pensamiento repite: “ iAy, Diosito, que
venga pronto Folofo! “
—Yo sé que ahora estis muy solita, sin proteccion,
abandonada. Es ahora cuando necesitas la ayuda de un
hombre. Hace mucho que te vengo o freciendo mi ayuda,
mi dinero; porque yo tengo dinero, Catica, mucho para salvarte
de la ruina y la miseria.
—Oigame, don Angelo, Yo ie agradezco, pero .. .
—EsCuchame, Catica. La vida es dura. Tu estas muy joven
para comprender. Con las tortihas no vas a poder vivir con
tu hermanito. Yo vengo a ofrecerte mi ayuda —y don Angelo
saca unos billeted, mostrândolos a la niña—. No serâ
necesario que dejes esta casa. Yo pagaré los alquileres; soy
muy amigo de Telmo. pero has de complacerme. Amor con
amor se paga. Yo no Ie pido que me sirvas en casa, como
mi señora; no, las IenpJas de la vecindad son muy largas;
pero sf, de cuando en cuando, estamos jumitos un buen
rato, gozando.
— Don Angelo, yo no . . .
—No me cortes la palabra, Catica, eso no se haoe con los
mayores —el hombre se ha venido emocionando de manera
que habla y se va poniendo frenético. Deja la silla. Esta de
pie, nervioso, con rna sonrisa bârbara, con el deseo sexual
exasperante y lascivo. Va acercindose a la muchacha que,
sorprendida y huraña, no Ie desprende la mirada como
temiendo verle saltar, igual que un tigre. Las palabras del
hombre salen precipitamente—: i Eres una mujercita bien
hecha: bonita, buena, formal, as I como D ios manda! iNo
me rechaces! iCede a mis deseos y seris feliz! iTendrâs
todo lo Que necesitas: zapatos, vestidos, polvos, coJorete y
cuando ya tengas unos años mas, nos casaremos!
Ha dicho esas palabras oon la sonrisa satanica que a Catica
tanto asusta porque es el reflejo de algo extraño, que ella
no comprende todav fa; pero Ie causa horror.
— Don Angelo, vâyase usté de mi Casa.
— iCémo va a ser eso,
muchacha tonta! iYo te deseo, yo te quiero para mi, sâlo
para mi! iY hoy vas a serta! iYo te
daré mt4Cho8 lempiras! iAqui estân; no es mentira ni engaño!
iTomalos: tuyos son todos!
—isalga de aquI, don Angelo! isi no me deja sola voy a
i Tomer fas! iHoy aenes que dejarte haeer . ..!
El hombre da un salto impropio de su gordura y logra tomar
a Cadca de manera violenta. Ella se resiste, forcejeando entre
los puños macizos del sâtiro. Ve cerca de su rostro la boca
aguardentosa, los ojos Iébricos que relumbran como
llamas, como ojos de culebra.
— isuélteme! isuélteme, vie desgraciado! —grita Caica.
—i Câ I la te, cipota cimarrona! iA mi no me hagas
escândalo!
Le taqa la boca con su boca babeante y la toma por el talle
haciéndola rodar y rodando él por el piso de tierra.
— i Ayyyy! isocorro!
— iCâIIate, câllate!
— iFolofo! iNiña Rosaura!
— iCierra la boca! isi viene gente te arrepentirâs!
iYo soy
autoridad! iTe meter la en la câroel !
Don Angelo no habla previsto encontrar tanta dificultad,
pero es tarde para retroceder. Ha ido a eso y Io harâ. Su
morbosa sexuahdad Ie ciega con Impetus patolégicos. El
desenfreno de su bestialidad ie puede arrastrar al crimen, al
asesinato.
—i Ayyyy! i Luceeeero! i Don Rooooque!
Don Angelo es una fiera y no escucha que en el patio se
oyen ruidos. Catica perCibe la voz de Folofo y sigue
resistiendo y atacando con uñas y dientes. Golpean la puerta.
Folofo ha Ilegado y la empuja pero inutiImente. ¿Por qué
gritara su hermana como. si la hubiera atrapado un fantasma?’
AI no poder abrir la puerta corre al ooo lado y ve por la
ventanilla entredsierta. Se entera de la Sucha en el suelo.
Foloto se encoler iza. Saca apresuradamente su honda y Panza
la primera piedra contra don Angelo. La segunda da en la nuca
del agresor. La tercera Ie golpea la espalda. Ei sâtiro se pone
de pie. La puerta esti cerrada, pero un nuevo disparo Ie hace
blanco en pleno rostro. Se siente sangrar. Ve a la muchacha
que se ha puesto de pie con las tiieras en la mano. Todo su
fuego h a desapareci do y, abriendo la puerta, sale a grandes
pasos haCia el zaguân respirando como un animal seivâtico.
Aug Folofo logra colocarle un hondazo en las gordas
posaderas.
- iCatica! iHermanita! ‹oué sucedié*
J55
Catica esta pâlida y muy asustadaj cierra la puerta,
tirândose a una silla con agitaci én en el pecho.
— i Ese demonio de don Angelo me quiso hacer cosas malas!
Folofo queda cal lado. Pase su mirada, de Catica al resato
de su padre, con gravedad de hombre. De su diestra aén
pende la honda que tan oportuna intervencién ha tenido
contra el sitiro. Folofo en ese momento desea ser hombre,
siquiera como Poyoyo, para ir en busca del canalla. Con
voz sorda,
157
disgustado y rencoroso contra todos. contra la humanidad,
y que Ileva en su corazon de niño un veneno de adulto para
inyectar a los que Ie rodean.
Ciertamente, en el oorazén de Folofo han puesto una
dosis de veneno, de malquerencia, de odio prematuro: se Io
ha dejado gradualmente la vida de miseria y abandono,
pero ha sido don Angelo quien se Io ha hecho aflorar. Todo
su rencor es sélo para ese hombre, aunque se ha tornado
intolerante y arisco para todos. Su mundo se ha reducido y
permanece como acorrajedo, a la defenslva. en espera de la
agresion por quién sabe qué lado.
46t
-Tenbi6n: m esun lawYo me alegré oJando el otro dfa Io
tfro a la calle-se quitaba un parâsito de encima. Pero, ya vez:
volvié a metérsele. iPobre Domitila! —y, como para sf
misma—: No toda mujer tiene suerte para hacer hogar.
Después, Catica Ie refiere que al fin va a encontrar
oabajo, que esa noche irâ con Benita y Concha a una casa de
la Once Calle, en Comayaguela, donde neceitan una
sirvienta para trabajar de noche; que es donde una señora
Ilamada Dorita, que tiéne un establecimiento comercial. Na
Panchita la escucha con atencion. Ella fue muy amiga de
Natalia y all f, en esa acera, vendieron tortillas juntas.
— ZEs trabajo nomurno y se llama doña Dorita? —preguna
la anciana, como dudando.
Asi me dijeron las muchachas y el las mismas me Van a
Ilevar a mostrar la casa. Son buenas las rnughachas tverdâ,
Na Panchita? i Me van a pagar hasta el auto{gu$!
— Trabajo en la noche . . . —repite, con seriedad Na
Panchita—. i Ay, Catica, Catica, por 1a memoria de tu madre
muerta, no vayas!
—Yo necesito trabaiar, Na Panchita. Nos pueden echar de
la casa.
164
21
1G5
inflexible y frfo ante las sGplicas. Entro en los cuartos,
observando Io que habla en el los, quizâ para pagarse con
algo de valor. Luego, protesto:
— iCémo me tienen la vivienda; si ya esta para caerse!
Catica siguié suplicando, fervorosa, con lagrimas, pero
inutilmente; don Telmo no se conmov ia con palabras. De
repente, presto atencién a los pies de Ca0ca y sonrio:
—La niña no tiene con qué pagar el alquiler de la casa y, sin
embargo, tiene para comprarse sandalias lujosas .. .
— iAy, don Telmo, si usté supiera . . .! T Estas me las
han dado de caridad!
— iDe caridad!Caramba, muchacha ty de caridad no podr
fan darte Unos lempiras también esos tus . . . tus cari tativos
amigos?
Catica compr endio la insinuacion de don Telmo y sintié
verguenza. Nada oontesto, mientras él prosegu fa:
Muchacha, yo qui ero esta casa para alqui lârsela a un
amigo. Ya me ha pagado con anticipacién. Lo que te conviene
hacer, a mi juiCio, es hablar con ese am igo, suplicarle para
que te permits ocupar uno de los cuartos. El es bueno, soltero
y yo creo que aceptari, si té se To pides.
— iAy, don Telmo, yo no conozco a ese eñor, amigo suyo!
— Es una buena persona, muy honrado y have mucha caridad
a los pobres. Tu Io debes conocer porque ha estado viviendo
en esta vecindad; se llama don Angelo.
— iAh!
La exclamacion de la chica no sorprendio at hombre de
palabra suave y de resoluciones drâsiJcas. Catica se mordio
los labios; quedo viendo inquisidoramente el rostro
inexpresivo del casateniente, como para escarbarle sus
pensamientos. Ca tic a i ba ha c ia la pubertad, estaba
entrando en la adolescencia; era ingenua, sin instruccion ni
roce social, pero ante aquella declaracion, una sospecha
salté a su mente. No pod fa pr que don Angelo, el cobrador
de impuestos, que decia tener mucho dinero, viniera a alquilar
esa barraca miserable, viviendo en una casa mejor.
No siguid suplicando. En su rostro senci Ilo aparecié un
gesto de seriedad, de disgusto, de adultez. tQué pretend fan
de ella? tPor qué este ooo hombre ven fa a proponerle
convivir en la misma casa con su agresor? ‹Pensar fan que
acosândola por la
necesidad iba a permi dr ser jugueie en ias manos sucias de
don Angel of ‹ La querfa acorralar para entregarla al
viejo perverse? No tuvo ninguna vacilacién la muchacha:
prefer/a la calle, la mendicidad, la tota.I desgracia, antes que ir
a suplicar a don Angelo.
—ZLo conoces, verdas?’ Pues anda y platica con él.
—No, don Telmo, se equivoca usté. Catica Cueto no irâ hoy
ni nunca a platicar con ese don Angelo que de angel no tiene
ni la sombra. Si mi salvation del alma estuviera en sus
manos, créame que preferirfa mil veces ir a quemarme a los
infiernos. El casateniente se encogio de
hombros. Parecia no importarle el asunto, mas su sonrisa
bondadosa ya no encubr ia
sus verdaderos rasgos.
—Esti bien, muchacha. Tienes que salir ahora mismo.
—Necesito un corto aempo para buscar dénde meter mis
167
Su resi stenc ia se agoté. Era demasiado infortunio y
FOFFU+Plo en llanto. Don Telmo, vio en silencio que todo
quedaba resguardado y, sonriendo, tranquilamente se retiro. AI
pasar frente a Catica, repitié:
Mi amigo don Angelo es el que te puede atender. Anda,
supl iaIe. A él Ie queda la Ilave.
L a huérfana se mordio el labio inferior. Iba a lanzar una
imprecacion violenta, pero se contuvo. Cuando el
hombre desaparecié por el zaguân sin volver la cabeza,
Catica torné el bulto y el mol ino y fue a la vecina morada de
Rosaura. La señora estaba acostada, con un fuerte restr io.
Catica Ie conto lo sucedi do y pidiole, por favor, permiso para
dejar sus pertenencias mientras solucionaba el problema.
— iAy, hija, qué situacion! ‹oué hacer? Yo Ie dar fa donde
vivieras con nosotros mientras consigues un lugar fijo, pero
imirâ cémo estamos, casi unos encima de otros! — Era una
sola pieza, dividida par pequeños canceles y atestada de
pertenencias. — i Esos casatenientes, hija, son verdaderas
anguijuelas! i No ha terminado el mes cuando viene el recibo
de don Telmo! i Qué ingrato con ustedes ! Deja tus cosas
debajo de ese catre porque no hay otro lugar dénde ponerlas.
Muchas gracias. Ahora voy a buscar a Folofo.
—Esta bien, Catica. iAy, Dios! ‹avé puedo hacer? —Y
cuando la muchacha saliéa la calle—: iAh, Natalia Cueto,
amiga m fa, si vieras a tus hijos. ..! Y Roque tqué irâ a
decir de
169
caridad. sin dUdd, me da un rincén donde tirarme en las
noehes. A cambio de eso vendo aqu f sus tortillas. Es
caridad y e negccio. Pero yo agradezco la caridad.
Voluntad y sinceridad sobraban a Na Panchita, pero nada
mas. ‹oué aconsejarles7 La anciana comenzé a Ilorar en
silencio por su impotencia, por Io que ella llamaba su
inutilidad en ia vida; y, con disimulo, trataba de ocultar sus
Iâgrimas a la vista de los hermanos Cueto.
Hola. Catioa —saludé Benia, que Ilegaba—. ¿Por qué nos
dejaste esqerando para Ilevarte al establecimiento
donde podés trabajar?
—Vos si que andâs buscando trabajo y rogando a Dios
no hallarlo —expreso Concha, con una sonrisa amigable.
Catia via de soslayo a Na Panchita, que se restregaba los
ojos y movia los labios como hablando conmigo misma.
Contesté:
— No me quedé tiempo; love qué hacer en casa .. .
—tVamos ahora* No perdâs la oportunidad. Ve que
andan kertas como vos. Doña Dorita es baena con las que
Ie trab aj a n. Y, a s I to v os, I endrâs enganche
inmediatamente. Hoy en la mañana Concha Ie hablé de vos
y dijo que te Ilevâramos.
—Iré otro d fa; por ahora, muchas gracias .. . —Y,
pensé: “ isi mi mamaci ta estuviera viva, no me encontrar fa
en esta situacién de vagabundao, expuesta a ir a dar hasta
a los burdeles! ”.
Na Panchita, at escuchar la negabva de Catica a la
inviwién de la hermanas, exporimento tal alegr ia que no
pudo disimular y dijo con aoento de triunfo:
— iCatica es muchachita honrada y ninguna perversa la
oorromperil Si su destino es perderse, que se pierdan pero
cuando sea mujer y conozca el bien y el mal. iBien hecho,
hijia, muy bien hecho!
B en i ta y Concha, ante las palabras de Ta anciana,
claramente comprendieron que si Catica rehusaba ir at
trabajo que Ie insinuaban, era por culpa de ella. Beni ta, que
era la mas atrevida, perdiendo el respeto a las canas, la
increpé:
—tY por qué tiene que meterse usté en Io que no Ie
impora. vieja habladora?’ tEs hija suya ésta para que Ie
170
ande cuidando el culo*
— ZY vos -saIto Catira, encolerizada— pqr qué
insu\U¥ a Fla Panchita? tCreés que yo no si a dénde me
quer fan meter?’ i Verguenza les debiera de dar ser
empujadoras!
No te hagés la inooente —dijo Concha con sarcasmo—.
Parecés una mosca muerta, pero bajo esa cara de hipécrita
iay, Jo que escondés!
— iCho, deslenguadas! —ordeno la anciana—
iLargo de aqu il
— iCâllese usté, vieja lengualarga!
Se hizo el barullo dentro del mercado. Hablaban a un
tiempo, profiriéndose mutuas ofensas. Por primera vez se
oyo en el ambiente la palabra de Catica en abierta
discusién y con visibles impulsos de pelear. Partici paron otras
mujeres, también en defensa de Na Panchita y, como
conocfan las amividades callejeras de las dos hermanas, el
peso de los argumentos, lanzados concisa y ajantemente,
causaron la derrota de las alahuetas.
Folofo, yiendo aquello preparé rapidamente su honda y
sus proy ectiTes, porque ahora él no permitir fa que nadie
pusiera las manos sobre su hermana; nadie: ni hombre ni
mujer.
La bulla concluyé y sélo quedaron los comentarios. En
los puestos de venta, los compradores regateaban los precios
de I as me r ca ncias en un forcejeo yerbal con las
astutas expendedoras. La voz de Domi tila se o ia con
sonoras modulaciones:
— iAguacates, piñas, manga! i Naranjas dulces, como la
miel! isi va a comprar, compre, señorén, pero no me toque
tanto las frutas porque se magullan y después nadie las
compra! i Fruta magullada es como novia con velo, pero ya
tocada! iMangos, piñas, aguacates . . .!
Por la avenida Jerez marchaba la I i“nea de veh iculos,
cuyos choferes perd fan la paciencia, metiendo frenos y
pitando para no arrollar a los peatones qUe, al pasar frente
al merado, se tiraba a la vfa sin ninguna precaucién.
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22
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— iAchis! —a Folofo se Ie hab fa olvidado ae dealle
—. Es verdâ. En cualquier parte siempre hay que sacar el
pisto; es Io primero.
— No tenemos ni siquera dénde poner el molino . ..
Ni donde hacer el nixtamal tampoco, Catica . . .
Ni ccmal ni fogén ni nada; solo el molino . . .
— ZPor qué no vendes ese molino7 Alli, en el
mercado, te Io compran.
—IVender el molino de mi mama . . .?’ tY después con
qué muelo el nixtamal? Lo vamos a neasitar.
Ese es el asunto —y, con seguridad en sus
palabras, agrego—: El molino es para vos como la caja de
lustrar para mi. Sin eso, quedamos peor que los tunoos.
Mas tarde Folofo dijo a su hermana que en vez de estar
perdiendo el tiempo, sentados, seria preferible ir a trabajar.
Tal vez obten ia algunos centBvos y podr fan alquilar un
cuarto en cualquier rinc6n de Comayaguela; pero Catica se
opuso:
—No te vayis, Folofo Zcémo me voy a quedar sola?
— i Bah! tY qué te va a pasar?’ ZNo ves tanta gente por
todos lados?’
—Por eso mismo, yo tengo miedo. oueda te conmigo y . .
pensemos.
Foloto medité. ET era el unico defensor de su hermana.
Cierto que hab fa gente; pero, como ella dec fa, quizi algun
demonio les andaba rondando, empJjândoles a la
desgracia, sin dejarse ver. Porque, de otro modo tcémo era
eso de recibir tantos males sin que la gente tratara de
evitarlos*
‹ oui é n estaba provocândoles desde un sitio invisible?
Solamente un demonio.
—Catica, freintero parado no gana flete: movâmonos.
ZQuerés que nos agarre la noche, plantados aqu f como
majes*
—Vaya, pues, ty qué hacemos?
—Vendamos el molino.
Catica vacilata. Era la herencia de su madre. Por fin, se
resigné.
—Anda, pues, donde la niña Rosaura y Io traés. Esté
junto con el bojote, debajo de un cade. 0, mejor, traé también
el bojote.
J 74
— iAsi se habla, Cdtica! i Ya vuelvo! —Hizo
impulso de mangharse, peo, después de unos pasos, se volvio
y ie dijo—: Veni, meJor quedate en el mercado y allâ me
esperar.
— ZNo estaran ya ooa vez esas alcahuetas, taies
por oJales?
—Me esperâs frente a la iglesia.
Se marcharon jumos, hasta el mercado. Catica quedé
sentada en el atrlo de la iglesia Los Dolores, mienoas
Folofo partié hacia Casamaa. A un lado de la puerta mayor
del templo se aarrucaba un grupo de mendigos,
apovechando la enoada de fieles al atardecer. Catica
pensé en eT trabajo de doña Doria. auién sabe, a fin de
cuenas, si no hubiera sido preferible probar. Sin embargo,
prevalecia en ella la influencia de los consejos de Na
Panchita.
Folofo no tardé mucho. Regresé. cargado con la maleta y
el molino atado a la caja de Tustrar.
— tViste a Lucero* —ie pregunto, como al desgaire.
—No; a esta hora esta trabaj ando en el cine. Tampoco
habia llegado don Roque. La niña Rosaura me dijo que
esperara a que Ilegara su marido, pero prefer f venirme
antes de que se haga mas tarde.
Anduvieron por las cocinas y comedores del mercado
progoniendo eT vie;o molino. No encontraban comprador.
Lo més que les ofrecieron, y a regañadientes, fue tres
lempiras. Les d ab a pena des pren d e rse de tan
querido, como importante aparato. Con él se quedaba la
fabricacién de tortillas y quién sabe hasta cuando podr ian
oomprar odo.
—”Perdoneme, mam ita Natalia —suplicé en su mente
Catia—, pero la necesidad nos hace vender su molino”.
C on los tres lempiras en la mano marcharon hacia
Comaya g9e la , donde, segun afirmaba Folofo, podr
fan eneonsar albergue barato. No fue tan tâcil hallar
una pensién al precio qMe ellos la requer ian. Ya era de
noche cuando pudieron obtener el cuarto buscade oon tanto
afân. EI establecimiento tenga un nombre pomposo: Pensiân
impefial escrito con letras negras en un tablero clavado sobre
el dintel de una puerta ancha, como portén de garaje,
iluminada por una luz mortecina.
Un hombre en camisa les atendio con no poca indiferencia.
Preguntaron por los precios de los cuartos. Contaban, por
175
una noche,. cincuena centavos. Después de discutirlo entre
a mbos hermanos, decidieron, para tener mis segura la
sombra, pagar de una vez cuatro noches. Les quedo un
lempira para la oomida del d fa siguiente o, para hacer mas
plata, como dijo Folofo, sabedor de que el dinero atrae mas
dinero.
El cuarto que les dieron era estrecho y no ten fa cama,
solamente un colchon viejo y muy sucio. Las paredes eran
de madera y también de madera un par de bancos y una
mesita de pino, sin pintar, que renqueaba de una pata, por
Io cual hab fa que tenerla arrimada a la pared. No obsante,
sélo el hecho de tener dénde meterse, era un respiro; all i
pod fan sentarse a pensar y a planificar Io que har ian a) d ia
siguiente; ademâs, y esto era muy importante para Catica,
all f estaban ocultos de las miradas de la gente y hasta
podr fan comer cualquier cosa sin avergonzarse.
Se acomodaron en el cuartucho, cuya luz no era de
energia eléctrica, sino de velas, porque la bombilla estaba
quemada y el propietario, por to visto, no gastaba en
comprar nuevas. Se acostaron sin desnudarse y fue
acertado porque, momentos después, las chinches Yes
atacaron con una ferocidad de fascistas. Resultaba mejor
acostarse en el piso que en el mal oliente colchon.
Antes de la medianoche, Catica tuvo la impresién de que
hab fa sido un error albergarse en esa pension. Hablan
comenzado a llegar hombres y mujeres de ingrata conducta.
Bebfan puro aguardiente y el vocabulario era grosero, soez,
intolerable. Nadie podia equivocarse de que sus
actividades deb ian estar a tono con sus palabras.
— iAy, Eololo, yo tertgo miedo de esar aqu j!
—No tengâs miedo, Catica: as I, con la puerta bien cerrada,
nadie puede entrar, ni siquiera aquel hijo de mala madre de
don Angelo.
Mas tarde llegaron varios hombres a tocar la puerta, con
violencia. Catica no abrié y los intrusos se retiraron lanzande
blasfemias para ir a tocar otras puertas. Folofo, a pesar de
sus buenos deseos de permanecer como vigilante y defensor
de su hermana, iba siendo venci do por el sueño. Entre tanto,
la muchacha meditando intranquila, pan fa una frontera de
uñas contra la invasién de las chinches. Ni siquiera tuvo la
1?6
idea de rezar y, aunque entre sus pocas cosas andaban los
santos, no los buscé; estaban aprendiendo ya a no pedirles
nada, porque se hacfan los sordos con los pcbres como e)la.
F olofo, no te durmas; tengo miedo.
— Si n o estoy dormido, Catica, sélo tengo los oj os
cerrados.
En un cuarto contiguo, apenas separado con sucia pared
de madera, se ofan conversaciones que hacian palidecer a
Caica. iCémo era el mundo! iHasta dénde podian tlegar
ciertas mujeres par unos cuantos tostones! iQuién sabe si
no andar ian por ahi las alcahuetas, Concha y Beni ta, con
sus novios. La muchacha se hacia una serie de pregunas
que en sJ totalidad quedaban sin respuesta. No pod fa
comprender por qué ten fan esas mujeres que tomar tales
caminos o si los mismos eran una necesidad a la que ella
también tendr ia que recurrir. Todo parecia demostrar que
eso era obligatorio en la vida; sin embargo, gentes como Na
Panchita v Rosaura opinaban de distinta manera. Finalmente,
el lustrabotas se durmié. aunque, a cada momento, se remov
ia a oausa de los c I a v e I a zos de Ias C hinches. Ca ti ca
i ba t a mbi én adormeciéndose e ignoraba qué hora podrfa
ser, cuando sucedio algo extraordinario en la Pension
Imperial Se oyeron voces altas, ordenes, gritos, protestas,
insultos de mujeres que iban evacuando los cuartos. Catica
oyé claramente cuando la pareja que estaba ocupando la
habitaci6n vecina se levanto, apresurada. Lfna voz
masCUlina, decia:
— iAnda la policia! iEstân levantando a ias muchachas!
— iAy. caraio, ya cal otra vez en chirona, papacito! —dijo
la mujer.
Reqercut ian los golpes dados en las puertas cerradas y el
abrir de éstas con esoépito.
— iAbran pronto! i Es la autoridad!
Catia desperté a su hermano para que escuchaba to que
sured fa en la pensién. Pero instantes después, en la puerta de
ese cuarto suyo, se repitieron los golpes y las érdenes.
— i Arriba! iTodos arriba! iEs la autoridad!
La muchacha ardo unos momentos en abrir. Hombres de
uniforme estaban parados frente a la puera, observando
hacia el interior. Creyeron encontrarla con un hombre y la
e ncontr a ban con un muchacho. El delito era
mayor:
177
corruptora de menores. Tal fue la primera idea de los
polic ias, bajo cuyos rostros fieros antdaba una burla.
— i V a m o s , a fu era ! i Qu ed ate vos, h ombreci to
privi legtado!
Folofo, semiadormecido, no comprendfa aquello; pero se
Ello Y obedecié porque era orden de la policia y, de no
a tenderla, recibirfa Io natural: golpes. Catica alié oon
timidez y, temblando, siguié a las demâs mujeres. Todas
fueron sacadas de la Perzsiân Jtnp I y las metieron en dos
cam ionetas patrulleras que estaban estacionadas en la calle.
—ZY por qué me llevan, señor policia? Yo no he hecho
nada malo.
—AIIa en la direccién darâs explicaciones manana.
— iCaIIate vos —dijo una de las heairas—, estâs todav i'a
mamona y ya querés engañar a las autoridades!
—Ahora estâs con papadas —se burlé otra que iba junto
a Catica y que desped fa intenso olor a perfume barato y a
Iicor—. Te querés hacer la honrada y te echâs encima hasta
cipotes de teta.
Otras mujeres rieron con sarcasmo del I tanto de Catica.
La s b or rachas gritaban diciendo palabras obeenas, sin
atender las érdenes de silencio de los guardias. Fueron
conducidas a la central de poTic fa. Su entrada despert6 a
todo el barr“io por el escândalo que hicieron. A dos de ellas
tuvieron que meterlas a la fuerza y casi a rastras.
Catica, entre ellas, pasé a una celda iluminada y en la
que habla algunas tarimas. Las mujeres no se
impresionaban por ta prisién y la tomaban, unas con cierta
a\egr fa, otras Con disgusto porque les hab fan interrumpido
su negocio y ahora tendr ian que pagar mula. Estas
insultaban a los policfas y a quéI las se burlaban impñdicas.
Entre ellas mismas se trataban con palabras irrespetuosas.
L a mucha cha, e nrolada injustamente entre aquellas
callejeras, se senté en una esquina, al lado de otra que se
habia tirado indolentemente al piso, oon intenciones de
dormir. El Ilanto era inconsolable en Catica. Otra mujer vino
y se aproxi mé a la huérfana, dirigiéndole la palabra, con
fam i I Caridad, para darle valor en aquella situacion. La
consideraba eomo una de su misma categor ia; pero, sin duda,
nueva en el negocio: una principiante que ingresaba muy
178
joven a la vida alegre.
—Lo que te puede hacer daño —Ie dijo— es que estas
pichona.
— isi es que yo no soy . .. no estaba haciendo
nada ma Io . . .! iEstaba con mi hermanito, Folofo, all I . .
. porque no tenemos donde dormir . . .! iAlquilamos
un cuarto muy barato . .. por eso nos quedamos . . .! iMi
mama hace poco que murio .. . en $an Felipe! iYo Ie
juro que no . .. que no soy . , .!
I\Muchacha tonta Zy por qué te metiste en la Pensiân
frnPerial’ iAh, cipota, parece que venfs bajanclo de la
montaña!
La mujer comprendio que hab fa en realidad un gran
error y abandoné su suspicacia. Le aconsejo que se
acostara en el piso, pues ahora no podria resolver el
problema, sino hasta el amanecer. Catica Ie obedecié; pero
no pudo dormir un solo instante. iLos pensamientos que
agitaron en esas horas su enfebrecida cabeza!
Cuando amanecié, fue aquella mujer la que apelo ante los
guardianes para que sacaran a Catica antes que a las demâs,
porque ella no era prostituta. Catica, al o?rIa, ie echaba
bendiciones en silencio.
Bonita estâs —Ie criticé otra, la misma que ol ia a
perfumes bara toe y desde temprano rogaba a los guardias
que ie dieran una copa de Iicor—. A mi no me engaña una
mosqui ta muerta como esa.
Las dos mujeres discuoeron por Catica, pero ésta fue
Ilevada en primer término ante un inspector en las oficinas
de la polic fa. Catica explicé la verdad y menciono a todas
las personas que la conocfan en el mercado y en
Casamata. Qui s i eron mandar a traer a F olofo, pero
éste ya se encontraba frente a la Direccion, en espera y
con eI bojote de sus pertenencias y su caia de lustrar. Lo
hicieron entrar y también Ie tomaron declaraci on, la que coinci
dié totalmente con Io dicho por su hermana. Se esclareci o el
error.
Lo siento mucho, jovencila —dijo e! inspector—. Yo Ie
aconsejo que no vuelva a meterse en esos antros de perdicion
porque es fâcil confundirla con ésas otras. Adem as, allI usted
corre mucho pet igro; Ie faltarân at respeto y usted esta aun
muy joven. Debe buscar los casinos de la honestidad. Hay
179
que trabajar, |oven, el trabajo dignifica e impide estos
problemas.
—ZY donde trabajar, señor* . Lo peor es que no tenemos ni
dénde vivir —dijo Folofo, con palabras tfmidas—. Yo gano
aTgunos oentavos con mi trabajo, pero Catica ya no puede
echar tortillas y no encuentra dénde servir de cr iada.
— Hay qu e buscar —repitio el jefe de policfa con
indiferencia, y, haciendo una señal a un guardia, Ie ordeno:
Pongan en libertad a esta muchacha y Ilame una por una a
ésas otras.
La pusieron en I ibertad. Seguida de Folofo, salié de la
central de policfa, muy de prisa; se sentfa avergonzada, como
jamis Io estu\‘iera en su vida. ‹Caer en una redada de mujeres
callejeras cuando eila era, cierto quo° muy pobre, pero honrada
y andaba en busca de una familia dénde poder ganarse el
sustento con dignidad? i Ella, que no hab fa aceptado
trabajar donde doña Dorita para evitar el contacto con las
prostitutas! . Era el colmo de su desgracia.
Y a no I I o raba, pero sufria intensamente. Se sent fa
humi hacia, ofendida, maculada, como si don Angelo hubiera
logrado sus insanos propésitos; como si benita y Concha
hubieran pisoteado su alma. Le parecfa que todas las
personas que encontraba en las calles, al verla, pensaban:
“Esa es de las que anoche pusi eron presas en la Pensiân
Imperial. iTan peque ña y tan degenerada! " Y tales
pensamientos la amargaban dolorosamente por saberse
inocente de toda culpa.
— iAy, mi mamita, si estuvieras viva!
Folofo, una vez que la policfa iba queda ndo mis lejana, de
igual manera iba recobrando su valent fa. Ahora expresaba
a Catica toda su inconformidad y su renCor de hombre contra
las autoridades que no sab fan distinguir entre una persona
honrada y una prosti tua. Sin embargo, en cuanto aparec ia un
guardia uniformado por la calIe, se callaba y se apretaba a las
piernas de su hermana.
En Ia Pensiân fmpen”at les esperaba otra sorpresa. Cuando
dijeron al propietario o empleado que dejaban el cuarto y que
les devolviera el pago adelantado, se los nego rotundamente.
—Aqu I no se devuelve dinero a nadie. ñLa ley es la ley!
Las suplicas de Catica y las amenâzas de Foloto de ir a
denunciarlo a la policia fueron inutiles. No les quedaba mis
180
que abandonar el sitio porque no estaban ciispuestos a seguir
de ingnilinos en la pensién, después de lo suced\do.
-Ouédese con nuestra plata —dijo Folofo al salir—. i Que ie
sirva para que ie compren candelas cuando entregue los caites.
Van ahora a la deriva; el la con el atado en su cabeza y él con
su caj a de lustrar, pendiente del hombro. tHacia dénde2 Esa
es la pregunta qUe como tizén enoendido les quema la
cabeza.
Pues vamos al mercado, Catica. AllI Ie podés quedar
mientras yo voy a hacer "la conseguida”.
Calurosa esta la mañana y ellos van de Comayaguela a
Tewci galpa. En el puente Carlas Yes alcanza Lalo. ioué alegr
ia encontrarse con el compañerol LaIO ignora to que les ha
sucedido y Ie pregunta:
— ZVa-va-va-vas al pa-pa-pa-parque?
—SI; después de que vaya a dejar a Catica a Los Dolores.
En-en-en-entonces voy con-con-con vos.
Los tres continuan. Catica adelante y los dos chicos
atras, conversando de sus proUlemas profesionales. En una
bocacalle les interiumpe una muchedumbre. Es una
manifestacién popular. Se oyen vlvas y gritos de jubilo.
Folofo, Lalo y Catica se detienen, como muchos otros
transeuntes, a esperar que pa sen I os manifestantes. Son
numerosos muchachos y muchachas de uni forme; escolares
y colegiales; van en apretadas filas, Ilevando cartelones y
banderae Catica observa los rostros alegres de las
muchachas, que son de su mism a edad, limpias, calzadas,
saludables, felices.
— iGladys! — exclama sorprendida— iMiri, Folofo, ahI
va Gladys!
Folofo se empina y logra ver a la muchacha que va
sonriente con sus compañeras de un colegio privado. Catica
recuerda la que dijo en presencia de su madre, cuando fue a
buscar trabajo a su casa. Algo muy sensible ie esta doliendo a
Catica ante esa reminiscencia ingrata. Endurece las facciones
de su rostro adolescence y muerde sus labios.
— ZNo nos van a dejar pasar esas gentes2
—Es que son de varios colegios y escuelas -dice un
transeunte.
— tY en qué andan? —pregunta Folofo, limpiindose el
sudor de la cara con el dorso de la mano.
—ouiza van a encontrar a al@n baboso —contesta otro señor,
181
con un tono zumbon—, como el otro dfa que obligaron
marchar a los escolares hasta Toncont In para recibir a un gringo,
bajo un sol bruto. Y hubo como cincuenta niños desmayados.
El mismo transeénte que antes contestara a Catica, Yes
informa como si no hubiera escuchado Io anterior:
— Esos colegiales andan anunciando la Ciudad de los Niños.
— ‹Ciudad de los Niños? IV an a tener ciudad propia los
escueleros?
Folofo y Lalo saben que el los son hombres de trabajo y,
por Io tanto, eso no les incumbe; los niños son como Miguel
ito; el los son lustrabotas, personas que se ganan la vida
trabajando cotidianamente. Sin embargo, Yes gusta el nombre:
Ciudad de los Niños. Las palabras suenan bonitas. Folofo se
las repite a su hermana, que también ignora su signiticado.
Ella se encoge de hombros y resopla por el calor; su
pensamiento esta en aquel la prostituta que en la circel la
trato oon amabil idad iy ni siquiera Ie pregunté su nombre!
— El presidente de la Rep6blica ha dicho que la Ciudad de
los Niros serâ una realidad en este mismo año. Ya señalaron
el lugar —dice un hombre baj ito, conversando con otro que
Ileva una cartera de plel en la diestra.
—ison papadas! Esos pol fticos de las oligarqu fas sélo
hacen promesas y propaganda para engañar al pueblo. iPura
demagogi a!
—i Eso es cierto,vos! Colorados y azules Son igua litos, como
cortados con la misma tijera ... iy por el mismo barbero!
— ZNo te acordâs del escândalo propagandfstico de la
Ciudad Hospitalaria? Y total: inones! iPura demagogia de
tanto Iépero!
—i+/aya, al fin nos dejan pasar, Lalo!
— C o- c o-co como que no ti-ti-ti-tienen que ha-ha-ha
hacer .. .
Sigamos, que este sol esta que arde —invita Catica,
avanzando.
— iQué cosas! —señala Folofo, sonriendo—. Lo que la
gente se inventa, compa Lalo. i La Ciudad de los Niños...! IO
fste los gritos?
A un se oye el eco de los vivas de los alegiales
manifestantes. En tomo de los tres muchachos se agita la
182
mucheclumbre comentando el proyecto que el Gobierno
pregona por todos los rumbos del pals.
1B1
23
i85
Ileve a su casa como sirvienta, aunque sea ganando poco, o
bien, que te dé un lugarcito en su vivienda a cambio de que Ie
ayudés en algunos quehaceres. Asi viven muchas, como hijas
de casa y no viyen ma!, Catica. Doña Meches es una buena
mujer, rnuy seria y respetuosa. Al mediod fa vendri otra vez.
No Ie andés rnuy lejos.
— tY usté cree que me Ilevarâ a su casa?
— Eso Io veremos pronto. Tal vez Dios Ie ablanda el corazén.
Muchas gracias por todo, Na Panchita. Por ah I voy a
estar en las cocinas. Yo por encontrar dénde meterme con
Folofo hago cualquier cosa„
—Esta bien. En estos casas hay que decidiue, pero . .. sin
perder la compostura decente, hija, porque la honradez en las
personas es como un vaso de vidrio: si se te quiebra, ya no
tiene remiendo.
No Io olvidaré, Na Panchita . . .
En las cocinas hab fa poca claridad y Catica se refugié all
i, mas que todo para ocultarse de las demâs tortiIleras que
iban Ilegando. Sentia gran verguenz a por su desgracia de la
noche a nterior. IS er detenida por sospechosa de
ejercer la prosti tucién? Era como para morirse de pena y
amargura. Entre todas sus preocupaciones hab ia una mayor:
lo que pudiera deci r su amigo, Lucero Pinos, at saber Io
sucedido. Ouiza hasta podria perder su amistad para siempre.
Puntualme.nte, como todos Ics d fas, Ilegé la señora Mercedes
Nuila a comprar las tortillas para el almuerzo. Vivfa cerca, a
unas pocas cuadras, por el barrio El Jazm in. Era robusta, ya
de bastante edad, de andar lento; usaba anteojos y sus
vestidos amplios ie Ilegaban hasa los tobillos. Tenfa dos hijos
adultos y varios nietos. Habi tualmente compraba las
tortiIIas a Na Panchita y muchas veces conversaban largos
minutos, como viejas amigas.
— tQué me dice, al fin, doña Meches? —pregunto la
tortillera, al entregarle su mercancfa— Hagase una buena
caridad recogiendo a esos dos huérfanos. Dios se Io pagara.
— iAy, Na Panch ita, voluntad no me falta —contesto la
aludida— pero vaya usted a saber qué clase de muchachos
son . . .!
La anciana relato encomiasticamente las virtudes de Catica,
su gran predisposicion para el trabajo y su desenvolvimiento
J86
como cabe,za de casa.
— Ella mantuvo a la madre enferma y a su hermano que
trabaja lustrando en la calle.
Cipote de la calle no me conviene; tienen unas
costumbres que asustan hasta a la gente grande. Pero a la
muchachita, si fuera asf como usted dice, pues tal vez la Ilevar
ia a cdsa. iClaro, yo no Io har/a mas que por caridad! iHay
que servir a Dios, Na PanChi ta!
— Espere, ya la llamaré.
Na Panchita, con rapidez incre ible a sus años, fue en busca
de Catica. Un momento después regresaba con ella.
—Aqu f la tiene, doña Meches. Véala usted, es una
mujercita hecha y dereCha. Eso s f: muy honrada. iYo se to
garantizo!
Ven, muchacha, ya te conoc fa, aqu i mismo.
La señora quedo observândola mjnuciosamente, como si se
tratara de la compra de un obj eto; ie tocé los brazos, sintiendo
bajo la presion de sus dedos, que eran fuertes. Hasta los
dientes la hizo mostrar, no fuera que tuviera piorrea. Memedes
vio que la muchacha podia ser una excelente sirvienta, como
ie decfa Na Panchita. Después, hablo:
— Bueno, muchacha, pareces estar en condiciones saludables.
—Y, dirigiéndose a Na Panchita—: Yo la podré ayudar
como pobre que soy, pero con la condicién de que sea
obedience y bien portada; porque hay muchas que son
desagradecidas por mas favored que se les hagan. - Y, oon
palabra mas pausada, invito a la muchacha—: Bien, Catica, si
quieren venirte conmigo como hija de casa, anda y trae tus
cosas.
— iOh, señora, yo Ie agradezco mucho su buena intenci én!
Iré con usté y ie ayudaré en todo lo que pueda. Yo sélo
necesito un lugarcito para dormir con mi hermano, Folofo.
— iAh, olvidaba esto! Esa es la unica di ficultad que hay,
muchacha. Yo soy pobre. A tf te puedo dar un lugarcito, pero
no a tu hermano. Si quieres venir, ha de ser sola. No puedo
comprometerme a mi5.
— iCaramba, Na Panchita! ZY mi hermanito?
— iAy, hija tqué hacer? —Na Panchita tern ia que ahora
Catica rehusara la oferta de doña Meches—. Mira, Catica:
tu hermano ya esta grandeci to y es hombre. E] podrâ
arreglarse en cualquier parte, con sus camaradas; pero tu, no.
La mujer es mujer y necesita un lugar seguro y de respeto. —
E iba a decirle
J87
sobre lo sucedido en la noche, pero tuvo prudencia y se la
guardé, no fuera que doña Mer •.des cambiara de parecer
al enterarse de la detencion policial.
— Entonces .. . iay, qué pena! Bueno, cuando venga Folofo
usté Ie euenta todo, Na Panchita, y ise Io recomiendo!
iPobrecito!
—Asi to haré, Catica. Anda, trae tus cosas. AI fin, Dios te ha
puesto un buen camino. Contaré a Folofo todo lo sucedido.
iAnda, hija!
Minutos después Catica, con su I fo sobre la cabeza, dej aba el
merado siguiendo los pasos lentos de doña Mercedes
Nuila, quien Ie hablaba con acento plañidero acerca de sus
pobrezas. Catica pon fa completa atencion a su protectora,
sobre todo cuando ésta Ie hablaba de la caridad cristiana
oomo obligacion ineludible de toda buena catéliw
En el barrio El Jazmin, en un edi ficio de una planta,
entraron. Se ofan voces de niños en un corredor interno. Era
la hora del almuerzo. La casa estaba limpia; rontaba con
varias habitaciones; una cocina ambién muy aseada y con una
estufa de hierro, cuya chimenea sal fa por un agujero labrado
en la pared de adobes. Mis allâ de la cocina, una despensa
y los servicios sanitarios. Un pequeño patio con gallinero; todo
cercado de alto muro; el portén quedaba hacia el lado de la
calle.
- i Abuelita i i Llegé la abuel ita con las tortillas!
Eran tres niños; el mayor de cinco años y la menor de
uno, que apenas caminaba. Fueron al encuentro de la
abuela y se sorprendieron al ver a la joven desconocida. Una
mujer maci za, de unos treinta años, sal ié de la cocina con un
delantal puesto y el rostro enrojecido por el calor. No era
fea, pero tenia el semblante muy severo.
Cref que Ie hab fa sucedido algo, doña Meches .. .
No pasé nada y sf pasé —contesté la aludida, señdando a
Cadca-. Aqui te traigo una ayudante en los quehaceres, hija.
AI fin encontré una sirvienta —dijo la mujer, observando a
Catica con seriedad, como disgustada—. Con tal que no nos
salga como la otra. ZY cuinto cobra por mes? iPorque,
para
pedir . , .!
Mercedes Ie contesto en voz baja para que Catica no oyera:
No Cobra nada. Es mota y no tiene donde meterse, y yo,
188
de corazén blando, dispute hacer esa caridad cristiana.
iAquI la tienes! —Y, dirigiéndose a la muchacha—: Catica,
esta es Sara, mi nuera y a quien tienes que obedecer como si
fuera a ml misma. Es la esposa de mi hijo, Rodrigo. iAh! y
también tengo una hija grande, se llama Esther, a quien
igualmente debes obediencia. Estos chiguines son mis
nietecitos; los vas a atendet bien, ellos te van a querer mucho
ison un encanto!
— Esti bien, doña Meches, yo ie agradezco de todo
corazén .. .
—Venf —dijo Sara, con seriedad, Ilevândola a la cocina—:
veremos si sos capaz de hacer algo. Estarâs como hija de
casa, pero has de ganarte la oomida, ayudândome.
—Yo sé trabajar en la cocina; mi mama me enseñé desde asf
—y Catica extendi é su diestra, a la altura de la rodilla.
Es que hay muchas que no saben ni lavar un plato.
Catica deposi to su maleta al pie de una columna de maJera
y pasé a la cocina. La rodearon los tres chieos con cara
risueña y miradas maliciosas, como queriendo aproximarse y
hablarle.
—Mirâ, cipota —dijo la señora del delantal—, para
comenzar, pasi aquella leiña que esta en el zaguân a esta
esquina de la cocina. Anda y después barrés el zaguin. La
basura se echa allâ, en aquel cajén.
Catica obedecié al momento. En los brazos se ponia la leña
y la iba trasladando al lugar indicado. Cuando Ilevaba los
ultimos palos, al pasar la puerta de la cocina, sus piernas se
enredaron en algo y, sin poder guardar el equi librio, cayé con
la carga en el piso, haciéndose daño.
- iAyyyy . . , me ca i . ..!
La risa de los niños grandes secundé su lamento. Entonces
vio Catica que el mayor era el culpable de su ca fda: Ie
habia metido entre las piernas el palo de la exoba. Sara
también se dio cuenta. Dijo:
—Como que no andas muy fuerte de las piernas. Te caés de
gusto.
—Fue ese palo de escoba —e iba a decir que por culpa del
nino, mas se callé y. viéndole rem, ella también se rio mientras
el c•Inico ya con gran confianza, se ie acercaba, explicindole:
— iEsta escoba es muy mañosa, vos! i Hasta mi papi se ha
ca fdo aquI!
— Of, cipota —previno Sara—, tené cuidado con este
J89
chigufn. Tiene la man ia de hacer caer a la gente con esa
eeoba.
Asi son los niños, doña, muy juguetones.
Luego fue a barrer el zaguân y a tirar la basura en un cajon
grande.
— Llevâ la comida al comedor —ie ordeno Sara—, pero
antes lavate las manos. Después Ponés estos frijoles en el
fuego, con suficiente agua. Lavas estos platos que estân
sucios desde anoche. Fregâs el piso, pues n o he tenido
tiempo de hacerlo desde la semana pasada. Cuando
terminemos de comer, traés la vajilla y la lavas con cuidado.
Se pone aqu I, bien seca. iAh! y tené cuidado, pues no hey
que gastar mucho jabén.
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cordiales las relaciones de la cuñada porque todo el trabajo de
la cocina y, en general, de la casa, se Io dejaba a ella,
mientras Esther se iba de paseo, tratândola como a una si
rvienta. Mucho se deb fa a eso que el caricter de Sara fuese
tan propenso al disgusto.
A las diez de la nocfie, Catica dejo la cocina para
acostarse en e I c a t. r e. Estaba cansada, pero ten fa un sioo
seguro donde dormir. All i habia espacio suficiénte para
Folofo, mas, doña Meches no queria que él viyiera en su casa.
Se sentfa sola, muy sola entre esa familia extraña que recién
conocia. Si n embargo, se durm ié tranquila, sin temores
par su seguridad, pensando Unicamente en la suerte de su
hermano, de quien nada supo en el resto del d fa. tCon cual de
los muchachos lustrabotas s e habia ido a dormir?’ .
AI amanecer, ar‹tes de que se levantara la familia,
Catica estaba de pie y fue a Ja cocina. Hizo el luego, puso
agua y preparo caté. Barrié el comedor, el patio y la sala de
recibo. cuando se levantaron los Nuila, ya Catica estaba
preparando el comedor.
Parece que ha tenido buen ojo —encomio Sara a su suegra.
-La caridad, hija, la caridad con desinterés resulta
siempre premiada por la mano divina.
La familia hab ia obtenido una sirvienta muy eficaz y,
sobre todo, gratuitamente, aunque doña I\/leches, decia:
Vivirâs aquI como hija de casa. Lo hacemos sélo por
favorecerte. HoY dia a la gente no ie gusta hacer caridad.
Asi que, portate bien.
Y Catica Cueto, humildemente, o+recfa un comportamiento
digno de tan humana bondad.
191
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en su problema personal, por Io que, al saber que solamente a
Cad ca daban albergue, no tuvo ningun asomo de queja ni
resend miento. Claro que a il Ie gustar ia estar con su
hermana, pero si eso no se pud i“a, no importaba.
Na Panchita Ie dio las señas de la casa de IOS Nuilai y
Folofo marcho allâ con el obj eto de verla. Se paseo largo
rato por el frente, sin poder ver!a. Se sento en la acera y vio
cuando una señorita s al fa, acompañada de un joven, en
automévil. Sin duda iban para el cine. Estuvo hasta tarde y
o fa wcs, pero Catica no salié. Una vez oyé que la llamaba
una mujer v Ie parecié escuchar la contestacion. Convencido
de que no era posible hablarle, se retiro con enfado.
Sin darse exacta cuenta, se encontré pasando el puente
Cari as. Levanté la cabeza y sus ojos se tropezaron oon i el
rio. Entonces sintio hambre. Siguio reoto hasta el mercado
San Isidro. Estaba ya cerrado; en la calle, una mujer vend fa
café y tacos. Compro dcs y una aza de caté y, sentado en el
borde de la acera, comié con avidez. Compré otros dos taoos y
los envolvio en un papel, guardindolos en la caja de lustrar.
Fue por la tie y, en los bares abiertos, entraba para
proponer lustre a los que all f estaban amando,
jugando biliar o s i mpl emente observando. Asi anduvo
par Comayaguela durante largo rato. Habia mucha luz en las
calles, mas la gente iba siendo menos. Pensé entonces en
dénde pasar la noche. Si se iba a Casamata, tal vez podria
encontrar algun sioo con cualquier amigo, quizi en la casa de
los Pinos, pero a esa hora seria dif iciI. Por otra parte,
yindose a pie posiblemente llegar fa después de la
medianoche, Io cual impliraba pasar trente a la caa de don
Sebasti an, all f donde sal fa el azoro del finado Crescencio.
Fue bajando por la calle Real de Comayaguela,
deteniénciose a cada rato y leyantando objetos tirados en las
aceras. Ten fa la costumbre de jugar al tutbol con los
desperdicics, pero ahora iba poniendo atencion a todo con di
ferente finalidad: pod fa encontrarse algo de valor. Por arti
pasaban muchas personas en el dia y bien pudiera suceder
que algo perdieron y él encontrarlo. Alguna moneda, alguna
joya, cualquier cosa.
Viendo el payimento comenya a pensar en que también era
posible encontrarse tirada una cartera repleta de bil letes. Esta
idea, que era un deseo, estimulé su imaginacion y Ie fue
194 ,
obsesionando. Ya no atendfa a las personas que encontraba
para proponerles el I uSt^6 pues iba ensimismado, siguiendo
su sueño. Con el roTlo de billeted alqui larfa una buena casa
para vivir con Catica. Eo principal serfa darse un gran
banquete e invitar a todos sus rolegas del Parque Central. mid
uso invitar fa a Pachân, El Cafreco, con quien, desde la muerte
de su madre, estaban en muy buenas relaciones, ya que él
también era huérfano. Esa condici én hab ia limado la v'eja
enemistad. Comprar fan ropa de la que aparec fa exhibida
en las vitrinas; zapatos, calcetines y hasta un sombrero,
aunque a él no Ie gusta ban los sombreros. Catica también
vestir la como gorguera, igual o mejor que la hija de don
Plutarco. Se miraba como un muchacho be ios que hab fa
visto uniformados en la manifestacion de la Ciudad d°. los
Niños. No podia tener una idea de cémo ser ia eg ciudad,
pero, es@ndo bien presentado, no I°. importaba lo que fuera.
Sabfa que bien vestido, Io dejarfan entrar en cualqui er parte.
Los buenos vestidos y los buenos zapatos eran de mucha
importanâa para ias gentes.
— iHola, Folofo! aDe dénde diablos ven is y hablando
195
unas palabras sueltas que alcanzo a our, que 'ierabrâs
querfa que Ie hiciera algun mandacio o tal vez que Ie pagara
algun béfalo por darle donde dormir. Luego éste propuso:
Of Folofo: queremos hacer una aventurita, pero
tememos que la jura nos estorbe. ZOuerés quedarte un ratito
aventando ojo en la esquina? S i viene la jura pegés un silbido
o cantis. ZS f, Folofo?
No me gusta meterme con los cuilios —dijo el chico,
recordando la desgracia de la noche anterior, en la Pensiân
finpefial. Estuvo inclinado a comarle el caso a Eierabrâs, pero
reparando en el desConocido, camDio de idea y se justified—:
Se Io Tlevan a uno a dormir a chirona, to pijean y hasta ie
hacen cosas como mujer; asf dice el Go/onor *Y qué van a
hacer ustedes, entre tamo?
—I\Iada malo. Es que a mi corapa Ie prometié salir una
cipota esa noche: el!a vive en aquella casa amarilla. Yo Io voy
a acompañar, par si se despier ta el viejo.
Bueno; él va a estar con su jana, y yo tqué gano*
— i La dormida, hombre! iEn el suelo, pero dentro de
J 97
de la noche y de cuando en cuando, vooes altisonantes d.•
alcohol. Decenas de ientes, desparramadas por las
ciudades gemelas, rodeaban el inconsciente sueño de Folofo;
decenas, metidas cada una en su propio caparazén de
individualismo, con todos sus ventanales Cerrados,
atrancados, sellados, corao con el cemento y la arena de los
viejos puentes.
.. .Estaba en Casamata con su madre a la hora de la
comida. La madre habia matado varias gallinas y un cerdo
porque se daba una fiesta en honor de Catica. Ella andaba
muy bien vestida y con zapatos de tacén aito; todos los
asistentes estaban con traj es de domingo. El unico descalzo
era Eielabrâs. ise casaba Catica con Miguel ito, el
jorobado! Todos estaban alegres, cantando cancion°.s muy
conocidas. Pero Lucero Pinos se levanté y se puso a Ilorar
porque hab fa dejado sus pesados en el r io; Catica Io
fue a consolar; entonces Lucero se alegré y bailé scbre
una mesa, riéndose como la Magdalena .. .
. . .Cuando iban a comer, Ilego don Angelo con ojos
colorados, como de gato negro, y quiso agarrar a Catica;
pero Miguel ito, con el chilinchate de Folofo, ie clavé una
pedrada en la ?rente. Don Angelo dio un grlto y cayo a!
suelo. Los lustrabotas calzados iban a gatearic; pero ya don
Angelo se habla convertido en Gladys Romo. Ella iba
descalza y Iloraba, extendiendo las manos, porque ten fa
hambre. Nadie Ie quer fa dar, mas Natalia, dijo: “ iHay que
hacer caridad con los pobres! ” Entonces Ie dieron de todo
y a Folofo ya no Ie quedé comida en el plato. Después que la
Gladys comio, salio corriendo por la call e, convertida en
a uI omovi I .. . Folofo se puso a I lorar frente al plato
vacfo . ..
— iCho, zoquete! ‹oué te pasa a vos, cipote chiIIén*
iCarajo, que uno ni dormi r tranquilo puede!
Un viej o, gruñendo, levanto los cartones que Ie serv fan de
cama y se paso al otro lado de la calle, donde, en la acera,
nuevamente arr eglé su lecho para seguir durmiendo. Era una
desgracia tener que escuchar Ilantos de vagos cuando se
estaba en reposo.
Folofo se senté, agitado, sin saber examamente Io que
ocurr fa. Sudaba, como si tuviera una fiebre de oJarenta
grados. Todo habla sido un sueño, una pesadi Ila. Sintlé dolor
198
en el estomago y unos deseos irresistibles de evacuar. Corrié
hacia una parte mis oscura del cor redor y, con presteza, se
puso en cuclillas. Cuando el chico regreso a su puesto,
gozaba de un gran alivio. Se acosté de nuevo, encogiéndose,
porque hacfa frfo. Eva ya de madrugada y ponian en
marcha los motores de unos camiones El ruido Io desperté.
Unas mujeres vinieron a vender café a la esquina del
mercado. El olorcillo Ilegaba hasta Folofo. Conté los centavos
que eran todo su peculio. Podie comprar una taza de caté
porque era barato. Estiré los miembros y se sacudio el tr
asero. Fue a la esquina y pidié la bebida. La tomé con lenti tud,
a pequeños sorbos, sinti endo el grato calor que daba a su
estomago. Comenzaba un nuevo d fa.
Temprano aun, paso por la casa de los Nuila, sin lograr ver
a su hermana. Fue a Los Dolores y, en una cani lla publica,
se lavo las manos y la cara. Espero hasta la llesada de Na
Panchita. Mis tarde, en busca de tortillas y provi siones, Ilego
dona M°.ches, y, detrâs de ella, Catica, con un cesto.
— i F oloto, hermanito!
— ZQué tel te va en esa casa? —pregunté él con seriedad,
pero i nter iormente regocijado.
— iB ien, mu y bien! i Es buena gente, Folofo! tDonde
pssaste la noche*
—Por ahI . . ., con mis compas.
— iPero, d’onde dorm iste?
—AllG . . . allñ, coti mi compa fâra-de-hacha.
—ZY te dieron cama?
Y tambiér^ sâbana -dijo sonr iendo, WaliCiosm;pero mejor
me vas a dar mi cobija para no molestar al amigo . . .
Mientras doña Meches compraba las tortillas y conyersaba
con Na Panch ita sobre la buena impresion que estaba dando
Catica en su tamilia, la muchacha con su hermeg hablaban
con alegr fa. Quedaron de verse por la noche, en el porton de
la casa de los Nuila. La señora, seguida de Catica, fue a
los puestos de verduras para cominuar sus compras.
Muy contento Folofo, se marcho en husca de sris
colegas del Parque Central. Ese dia fue el primero en
llegar, aunque no por eso obtuvo trabaio abundante. Poco
e pocu fueron apareciendc los Demis lustrabotas, con sus
cajas a cuestas. Po•/oyo fue el que Ilego mis tarde y
Ilevaba una noticia
J93
sensdcional. Todos ie rodearon al pie de la estatua del
General Morazân.
—Desembucfiâ, desembuchâ Zqué hay de nuevo7
—h!i se iinaginan siquiera: iupa desgracia!
— iConta! iConti! iContâ, hombre!
— /fiterabrâs esta en la nfitceI!
—iOooooh . . .!
—i F sense, compas; anoche to agarraron “echando las
cinco” en la t'enda de un chinito, en Comayag eta, j unto
con otro! Dicen que era robando . . . ia Io mej or, no, el
compa Rezo rms era honrado!
—iClaro que es honrado! iEs que los palicfas se inventan
babosadas!
Folofo guardé silencio, con miedo. iDe la que se hab fa
escapado! iQué buen olfato habia tenido para evitar
metered en ese 1 to!
Sin embargo, Folofo no dijo ni una palabra de su
encuentro con Fierabrbs ni de la propuesta que ie hiciera a
cambio de darle dormida en su casa. En asuntos donde la poli-
ci“a andaba metida resultaba siempre en perjuicio de las
perso- nas, por eso, era mejor callarse. "En boca cerrada, no
entra mosca", soI/a decir su mama Natalia, y él, aunque hizo
largos comenzar ios con Lalo y Nos otros colegas, se guardé
ds decir Io que sabra.
Junto con Lalo y durante el d fa, hicieron largos recorridos
por las dos ciudades. Contrario a su oostumbre, Folofo
a nda ba p reocupa d o, cab i zbajo. Lalo, oon insistentes
preguntas, fogro averfguar parte de lo que aquqaba a su
amigo. Al enterarse, pensé at momento en cooperar en la
solucién del problema de Folofo y Ie ofrecié su casa en
forma espontanea; no obstante, fue el propio invitado quien,
con una preguma, Ie recordo algo fundamental que habia
olvidado.
-tY adonde puedo dormir en tu casa* Acordate de
aquella vez, cuando el huracân.
LaI o g uardo silencio, viéndole como con verguenza.
Resordé aquello .. . Cierta tarde, una lluvia con miento
huracanado cayo de. improviso, cortandoles el juego frente
a la cuarter ia donde él viyia en La Cfiivers Esperaron a
que
2G0
gasara y, aunque el viento aminoré, la Iluvia continué recia
hasta muy tarde. Lalo habia propuesto que Folofo se
quedara durmiendo en el cuartucho, mas se habla opuesto su
madre. Colacha. porque no habla espacio donde acostarlo, ya
que allI vivfan hacinados. La madre de Lalo era lavandera
y, adernés de tener que alimentar a éste, tenfa dos
gemelitos de apenas dos altos de edad, también hijos
naturales, como Lalo. En la casa viyia, asimismo, la abuela,
mujer ya muy vieja, que sélo pasaba to siendo.
Por si esto fuera poco, el cuartucho era oc'upado ambién
por dos primas hermanas de Lalo, mujeres mayores, una de
las cua!es ya tenIo un hijo pequeño, sin padre reconocido,
que caminaba, pero no hablaba; decfan que iba a ser mudo
porque tenia frenillo en la lengua. Por Io visto, era esa uria
entermedad de familia, pues la propia Colacha, a veces,
arnbién tartamudeaba, sobre todo cuando estaba colérica,
cosa muy frecuent•- en ella. Con dificultad se amontonaban
en el cuartucho y deb fan hacerlo asi para lograr entre todos
pagar el alquiler mensual que, de otra manera, les serfa
muy diffcil, por Io poco que ganaban en diferentes
menesteres.
Recordo Laio Io sucedido aquella noehe del huracân en
que Folofo tuvo que m archarse bajo la I[uvia hastaCasamata,
donde ie esperaban con suma inquietud. Debldo a aquel
suceso, Lalo hab fa estado durante muchos d fas acongojado
y, al mismo tiempo, rabioso con su cuarto por estrecho y
mfsero y fue entonces cuando comenzo a pensar mucho en
ios motivos que existian para que ellos no vivieran en una
casa grande y confortable, como otras gentes de la ciudad.
Después habla olvidado el suceso. bias, ahora, con las
palabras de Folofo, ha vuelto a surgir en su pensamiento y se
siente averqonzado de no poder ayudar a su amigo cuando
éste tanto necesi la enComrar un alero donde pasar las
noches.
En su preocupacion por el problema de Folofo, llego Lalo
hasta pensar en Io que tanto se mencionaba por esos d fas: la
Ciudad de los Niñoc Luego penso que eso tampoco era
solucion, pues, aunque hubiese la tal Ciudad, seguramente la
misma ser fa para los cipotes calzados; pare los escueleros
que sal fan a la calle uniformados y con banderas y musica,
y no para hombres como Folofo y él, tr6ajadores del
iusde. De
201
eso estaba plenamente seguro, tanto como de que en su casa
de La Chimera resultaba imposible albergar a su socio.
—Compa Lalo, yo creo que a veces es me;or estar como
Fierabrâs — comento Folofo, con seriedad, dejando perplejo
al tartamudo.
i Qué ideas t°nia Folofo! ZQuién podia estar mejor en
chirona que libre, haci endo su voluntad? Lalo quedé muy
sorprendido pensando si no andar ia medio chiflado su
compañero; para él y para todos los lus trabotas del Parque
Central, Folofo Cueto era hombre de abier tas entendederas,
pero Io que ahora Ie señalaba ven fa a echar par tierra todo
ese buen concepto sobre su inteligencia. Folofo, ie explico:
— En chirona hay tarimas donde dormir y los cuilios les
dan ‹ comida a los encarcelados, todo gratis. Ningun preso
se preocupa por eso.
La explicacién de Folofo desvanecio los temores de Lalo
sobre !a presunta chifladura que Ie hab fa atribuido. Eso era
cierto. Los presos ten fan techo y comida sin pagar. No
obstante, a Lalo no Ie podia en0ar de ninguna manera que
fuese mejor estar alli, como el pobre Fierabrâs, v fctima de
los sabuesos, en vez de andar suelto s, libres, buscando
clientes como andaban en ese dia. i No! No pod fa estar de
acuerdo con Folofo, por mas que la chirona cubriera esas
necesidades vi tales.
Almorzaron 1untos en el mercadito de Belén y después se
tiraron a la acera, deois de unos fardos de tabaco. Mientras
Folofo medi taba con los ojos cer rados, Lalo durmié buen
rato y sélo desper to asustado, cuando, junto a ellos y casi
sobre el los, una docena de perros callejeros que segu ian
a u na he m b ra e n ceI o , entab Iar on esca ndalosa
riña, disputândose la presa a dentel ladas. La Io, ya
repuesto del susto, oomen to:
— i Lo-lo-I o- que son lo-lo-to los perros po-po-po por las
per ras! . .,.!
—Asf también es la gente, compa; yo vi a Carañân darse
de sopapos con tres hombres por una mesera de cantina. —Y,
mostrândole el cielo plom izo, cambié de tema— : Vâmonos at
parque, compa; parece que va a hover.
Se fueron al Parque Central. Era un d fa de mala suerte,
segén el criterio de los lustrabotas, porque comenzo a caer
202
u na I lovizna tenue, peo persister. te. El parque quedé
abandonado y los vendedores y lustrabotas se refugiaron en
los corredores de varios establecim ieritos comerciales. Con
Iluvia, las gentes no lustraban sus zapatos en la calle; nadie se
preocupaba de eso. El dia se puso lugubre. Por las calles se
fueron formando corrientes, charcos sucios que las ruedas de
los veh fculos hacian saltar a las aceras y no pocas veces
bañaban de lodo a los transeéntes desprevenidos.
!O!O y Lalo, con otros muchachos, permanecieron allI
hasta la noche, la que llegé mas temprano y mas negra.
Ya e-e-e es tarde, Fo-Fo-Fo-Folofo y . . .
Yo también me voy -dijo Cueto, adivinando Io que La!o
ie iba a comunicar con su tartamudeo.
Se separaron entristecidos. La Iluvia continuaba. Pasaban
gentes emparaguadas o con impermeables, caminando con
rapidez. Por costumbre, Folofo se dirig fa al mercado Los
Dolores, per o recordé que ten fa que verse con su hermana
en el porton. Cambié de rumbo para tratar de localizarla y
que Ie entregara la sâbana. Fue en vano. Varias veces
paso per el frente de la casa de los Nuila y largo rato estuvo
arrimado al porton. Catica no salié y é! no se atrevi é a
Ilamar a la puerta.
Recordaba la noche anterior, con los mendigos y el gato
negro. Reconstruy o aquel sueño tan raro, del que desgerté
I lorando. Y, ahora, encogido en el porton, sintio nuevamente
miedo, contemplando como caia la lluvia sobre la acera y el
pavimento; un miedo que pronto se fue haciendo amplio,
general, extraño. Niedo a la noche, a los galas negros, a los
”aparecidos”, a los policias, a los pordioseros que pod fan ser
criminales embozados, al pitar de los autos, at ref!ej o de sus
faroies en ias acer as y ventanas, a los pasos de las personas.
Jamas, ni cuando murié su madre, Folofo habia sentido ese
opo de miedo que Ie hacia hostiI todo to que Ie rodeaba.
Cuando a la casa de los Nuila se apageron las luces,
Folofo se retird apresuradamente, casi corriendo Dajo la
Iluvia, chapoteando el agua con sus piers descaizos. Se cobijo
en el IlUminado porche del teatro Clâmer, donde un grupo
de personas esguivabe la Ituvia, mientras, de adentro, sal ian
law risas de los esgectadores de la pel fcula que exhib ian.
Du rame un lai go rato se puso a ver los cuadros de
2D3
propaganda. De pronto, a sus espaldas, una voz Ie distrajo:
— Folofo, tqué hacés por aqu i, a estas horas?’
AI volver la cabeza, se encomro frente a un joven
desca I zo, pero limpio, que fumaba indolentemente un
cfgarrfllo. Deb la ser de la edad de Poyoyo o Garafiân y,
como éste, euidaba de su cabello, lustrândolo con brillantina.
Y vos ten qué andis aqu Llruza?
—Paseando; pero con este tiempecito no se puede.
Era uno de aquellos tipos que se paeaban en el parque
sin hacer nada. No vend ia billetes de Ioteri“a ni lustraba y,
menos, cargaba bultos. Foloto lo conocia y conversaron un
rato. La palabra de Liruza era amigable y se interesaba por
Folofo. Compro dos enchiladas y Ie obsequio una. Mas
tarde, al ent.°rarse de que Foloto no tenia dénd-• pasar la
noche, ie
£OQUSO •
IUiri, yo tengo un lugar dénde dormir con otros cuates.
Si te parece, te invito. AIIâ podras dormir tranquilo y sin
mojarte. Sélo que esta larguito. hacia Toncontin. Es buena
casa. Z0ué decfs? Yo Io hago porque me da Iâstima verte
a la zumbd marumba, en una noche asi .. .
Lfruza no era de su palomilla en el Parque Central, pero
era un conocido, un descalzo af In, no malo, Casi de su
propia clase. Se podia tener oonfianza en él. Y, ademâs, la
oportunidad Ilegaba como aniIlo al dedo. La propuesta Ie
206
uno de los jovenci tos, Io abraza y Io besa, diciéndole
mimosa—: Ese Albertote, hombre ego ista, esta celoso
como si mi corazon no fuera una montaña capaz de dar
calor a un millon de chulitos como vos .. .
Folofo, que en principio creyera que la tal Paquita fuese
la mujer del hombre feo, llamado Alberto, akora piensa que
no se trata mas que de una prostituta; de esas callejeras, que
no tienen marido fijo y que, por Io visto, el cuarto es
alquilado por ella. Sin embargo, Ie choca verlos a todos
d esn udo s. Recuerda los cuentos de Goza/ié’n sobre la
abundanCia de muchachas alegres que muchas veces hasta
Ie dan dinero y mantienen a hombres vagos. Seguramente
Paquita es una de ésas. El hombre feo llama a Folofo y éste
se aproxi ma, no sin temor, apretando fuerte su caja de
lustrar, como si en ella encontrara el valor que necesita.
Ven i acâ —llama Alberto y, con vi olencia, Io toma del
brazo, senténdoselo en las pierna, como un padre al hijo—.
Como te Ilaman?
—Folofo Cueto; para servirle . . .
—Bien, Folofo: tomate un trago de guaro por nuestro
encuendo —invita el borracho, mientras ie soba las piernas y
Ie echa el aliento fétido, pues ie besa la nuca, pinchéndole
con los pelos del bigote. Folofo siente aseo—. ZQué? tNo
bebés todav fa? iProbé! i Bebé el dulce néctar de la caña!
iDespués se Io agradecerâs toda la vida a tu papi Alberti
to por haberte iniciado!
Folofo rehusa tomar el licor y, an grandes esfuerzos, se
desprende de las manos de aquel hombre repulsivo, que ie ha
besado con su boca babeante.
— A m i cuat e Folofo —interviene Liruza— hay que
ofrecerle mej or algo para el estémago—. Y, escogiendo en los
platos de la mesa, Ie brinda panecillos y qu@o.
L i r u z a h a b I a c o n u n o d e I os j oven e s
muy confianzudamente y, sin apresuramiento, se quita la
camisa y el pantalén, quedando en cueros, pues no tiene
calzoncillos. Alberto, cuando Folofo ha concluido de
oomer, vuelve a acercirsele, intentando acariciarle. El
muchacho, avispado, r ehéye las repulsivas caricias
hombrunas, con gesto de
207
dignidad ofendida. PaquitB, que ha visto el desdén de
Folofo para el hombre feo, se desprende de los brazos del
joven, lanza una carajada y viene hasta Folofo con su
sinuoso andar.
— iMe alegro que despreciés a ese antipâtico ego fsta
porque es capaz el bandido de dejarme plantada por vos! .
Se agscha hasa besar a Folofo, quien, tornado de
sorpresa, se echa hacia atras, disgustado, limpiindose can
la mano la mqilla donde ie quedan restos de rouge. —
iBah! iGomo que vos ambién sos antipâtico! iHuy, ni me
hablés, mocoso presumido!
Sélo entonces nota Folofo, a la luz de la buj fa que pende
del cielo raso, toda su equivocacion. La tal Paquita: i ies un
h ombre! ! i No ha y ninguna duda! La sorpresa, la
curiosidad, la inquietud afloran juntas en el muchacho
que ro hace més que repetir en su pensamiento:
—” iEs un marica! iEs un maricén! ”
El nuna habia creido que hubiera hombres asf, tal
como decian los mayores en el parque. Una vez, yendo
con Fiembiâs por la avenida Cervantes, encontraron un
par de hombres jovenes, con un peinado raro, y su
colega hab ia dicho que eran maricones, pero aquellos
andaban vestidos de hombre. Y ahora, Io que él cre ia puro
Cuento, alli estaba,
ante sus propios ojos. i Lo que va a contar mañena a sus
compañeros en cuanto los vea!
— i Dejen de joder tanto a mi amigo! —protesta Liruza,
cuando Paquita se retira del lado de Foldfo—. i@rézcanIe
dénde dormir y San Seacabé! Las oosas vienen solas y
como son no hay par qué apresurarlas.
Alberto, que se ha servido otro trago y anda con él en la
mano, se dirige a Folofo con una sonrisa de sâtiro:
Acostate all i, pichoncito Iindo, y descan@, dormI
tranquilo; eso sf: quitate la ropa. Aqui nadie puede dormir
vestido . . . el calor . . . la humedad... pero tirate una
colcha
e ncima po rque la noch e es tâ fr ia , a fu e ra
Ilueve, guerubincito!
Folofo, timorato y asustadizo, IIega al borde del catre
que Ie ha señalado el hombre feo; no intenta desnudarse ni
deja s\J caja de lustrar porque ha tornado, al instante, otra
determinacién: huir en cuanto se descuiden un poco. No
sabe qué Ie podrân hacer, pero presente que todos esos
son gente maligna y el hombre feo, aunque quiere hablar
oon dulzura, tiene ojos de matador, ojos de gato negro.
Folofo II ifica a las personas desconocidas por sus ojos.
La radio chirriadora propala musca agitada y el hombre
pintado de mujer arrastra a bailar a uno de los jovenci tos,
diciéndole ternezas y acariciândole, como si en real idad fuese
una mujer. Folofo se r Ie de las carantoñas del maricén. Sélo
ve la parte rid fcula del espectaculo y eso Ie tranquil iza, al
grado de sentarse en el cat.re para pr esenciar mej or la
escena. Tal vez no sean mas que borrachos que hacen
payaadas y no tengan malas intenciones para él. Ademas,
all I esta Liruza, que es su conocido, y no ha de permitir
que lo atropellen.
Es diflcil a veces para Folofo entender bien el sentido de
las convereciones porque el argot que usan Ie es extraño.
Las palabras son normales, pero su significado es distinto y
las puede interpreter mas que todo por los gestos obscenos.
— i No. yo no aguanto mas esta pasion devoradora y
aunque esté presente mi Albertito, te voy a chupar como
pirulin, ricura!
El maricén se desprende de los brazos del adolescente con
quien baila y, tirando de un cordel, apaga la luz. Arrastra a
su compañero al otro catre y se oye la cafda de los dos
cuerpos, restregandose, mientras la voz ronca de Alberto
domina sobre las risas de todos:
— Esta Paquita debiera estar mejor en un burdel. iMe
las pagans, traidoral iYo también tengo mi pasion
devoradora y hoy mismo la voy a saciar con mi pichonCito
nu°.vo! iYa Io »erâs, Paquita! tDénde esas, querubinci to
de mi arma?
Folofo escuela y, en la tenue claridad que se expande
desde el aparato de radio, obser'/a que el hombre se dirige
hacia él, extendiendo los brazos. Se incorpora sigiloso y, en
puntillas, se dirige a la puerta.
— ZQué te hiciste, pichondto Iindo2 iYa vas a ver Io
sabroso que es tu papi Albertito! iJamâs Io olvidarâs en tu
vida, asi como una mujer no olvida al primer hombre .. .!
— iMaricones! iCarga de bolos! iPutos!
— ise te escapa el pichoncito! —grita una voz.
Es tarde; Folofo, dando un portazo, repite sus insul tos y
209
matador* Quizâ sean sus propios pasos. 5e da valor y deja
de correr por la calle silenciom.
De pronto escucha voces cercanas. Es en una cantina
oerrada; en su interior muchas personas beben y hablan
alto. Las voces Ie esti mulan con su eco. iYa no esté solo!
Pero en cuanto ve que por la calle se acercan sombras, vuelve a
sentir miedo y prosigue calle abajo, con rapidez. isi fuera
ya de d fal .
En el parque La Libertad hay mis iluminacién y, aunque
no se ye alma alguna, se siente mas seguro. Se aproxi ma a
una glorieta; va a entrar para preservarse de la llovizna y se
detiene asustado. iQué de bultos hay en el piso! ouiere
reooceder, mas se percata de que son personas que duermen
sobre costales o periodicos, como en las aceras de los
m ercados. No les tiene miedo porque esas son gentes
descalzas como él, sin casa ni cama, sin pan ni café.
Instintivamente, se siente solidario con esos desgrmiados y,
sin hacer ruido para no despertarles, busca un sitio y ss
sienta. El pavimento esta muy fr fo y humedo. No; debe
buear algo para acostarse, pues de Io contrario, pescarâ un
dolor de costado. Siente impulsos de quitar a un vecino un
periédioo que Ie sirve de cobija; pero no Io hace. En las
paredes hay arteles de propaganda. Arranca uno y lo lleva a
su sitio. Si Folofo supiera leer podria enterarse que el cartel
dice: C Gobierno de la Segundo Repfiblica iiarâ realidad
este ana la Ciudad de /os Nii'ios Pero Folofo, como
decenas de millares mas de su edad, es analfabeto. Se
acuesta; la mitad de su cuerpo queda en el piso frio. Piensa
que debieron hacer mas grande el cartel para que Ie hubiera
servido con etectividad. Agarra tuerte su caja, su
instrumento de trabajo. Quiere pensar, meditar, soñar, esto
nada cuesta. Recuerda a su hermana y añora su sibana
sucia y rota. ioué felicidad si pudiera estar en est:e momento
arropado con ella!
Poco después duerme pesadamente Folofo, sin sueños ni
pesadillas.
Despiera empapado de agua y sudor. Le duele la cabeza
y lanza un estornudo. No siente deseos de levantarse, a
pesar de que en torno suyo ya no hay nadie; solo han
quedado h uellas de pies desralzos en el sucio
pavimento, unos periodicos rotos y, muy cerca de él, un
detritus humano y
g1 J
un charco de orines. AI ver esto salaj pero sin abandonar
por completo el mojado cartel. Siente el cuerpo como si Ie
hubieran pegddo una paliza. Es de dia y por las calles
pasan los oabajadores a sus quehaceres. Se oyen las
campanadas de una iglesia vecina, las que, luego, son
eclipsadas por el estridente silbido de una fâbrica. Siente
hambre y malestar ffsioo. Se pone en pie por completo, da
un bostezo, ensaya un par de estirones desperezadores y,
con su caja de lustrar colgante de un hombro, se marcha.
El aire a grato en la mañana diâfana. El Piacho y demâs
cerros muestran orgullosos sus trajes verdes, lavados por
la Iluvia de la noche. En el mercacio Los Dolores ya se
repite la monétona cancion de las tortilleras, como una
plegaria de miseria.
— iTortillas calientes! ZVa a llevar2 iCémpreme a m f!
— iVaya, at fin te veo, Folofo! —es Na Panchita que,
al tener cerca al muchacho, se asusta—. ioué cara tenés
hoy! tEstâs enfermo?
— No, Na Panchia, estoy bien —y hace esfuerzos para no
estornudar.
—iGracias a Dios, hijo! O fme, vino ayer a busc arte un
joven que dijo ser vecino de ustedes. tComo se llama2 iAy,
qué memoria la mia .. .! Me Io dijo varias veces. No hay
duda, es la vejez. ZCuândo a m f se me han olvidado las
cosas* No pasan en balde los años y las necesidades. Y, a
propésito Zhas comido? .
F olofo siente verguenza y quiere decir que sf, que
desayuno en el mercado San lsidro. Nunca ie ha
gustado pedir un pan o dinero, como hacen numerosos
cipotes de su edad, y aun mayores, en las calles de la
capial, porque Ie da vergiienza. El es un lustrabotas y no un
mendigo; pero Na Panchita es amiga de confianza y dice la
verdad.
La mujer saca tortihas de su alabazo y se las entrega,
después de rociar les un poco de sal. Se sienta a un lado
Y come con voracidad. iQué buenas estân esas tortiIIas de
Na Panchita!
Ya me acuerdo, Folofo: ies Lucero, sf, Lucero me dijo
que se llamaba ae muchacho! Quiere verte. Que Io fueras
a buscar por la mañana o por la tarde al cine Palace o que
fueras a su casa, en Caumata. tNo has ido por alli? —y,
212
pensa ti va, s in esperar contestacion, inqui rio—: Zdénde
dormiste anoche2
—Por ah i, la Panchi a, por ahi, con amigos . . .
—iJummm, por a/tf, per ahi com amigos .. .!
—‹Vendrâ Catica hoy, Na Panchita?
auién sabe. Debe venir oon la niña Meches. Ella viene
siempre a eso de las oCho o al mediod ia.
Tiene tiempo para ver si andan por el parque sus colegas.
Va pensando si serâ correcto contarles lo de la Paqui ta y los
desnudos. cQué irân a decir Poyoyo, Câfia-de-hmha y los
demâs mayores? Quizd sea mej or no decir nada, como en el
caso de Fiembrés. ”En boca cerrada, no entra mosca“.
La vida sigue all f igual y la presencia de sus colegas y,
especialmente, del tartamudo Lalo, Ie recital izan el espiritu.
Sin embargo, se siente candado, rnuy candado, no tanto del
cuerpo como de otra parte, de adentro, de algo que no se ve
ni se toca.
Mas tarde, cuando considera que Lucero esta trabajando en
e I c i ne p inta n do a nu nci os de propaganda, va alia,
acompañado de Lalo. Lucero trabga en el cine Palace y es
dirigente de un sindicato. Folofo, antes de localizarlo, ronda
el edifici o, queriendo entrar en él, pero sin conseguirlo.
— iEsperame a III, afuera, Folofo! —grita Lucero Pinos
desde algun lugar oculto, pues no Ie ven—. iAhora bajo!
Los dos chicos esperan, entreteniéndose con los cuadros
qu e anunCian nuevas peliculas. Es bonito el cine; sin
embargo, para ellos es dif Icia poder entrar. Cuando logra ir
es a galer fa, donde van todos los descalzos. Sélo cuando
Lucero Ie ha dado a Folofo la en Vada, ha sido cuando ha
estado en luneta. Una vez se escurrio sin pagar; pero, al
repetir la hazana, Ie descubrieron y si no hubiera corrido a
tiempo, el portero Ie hubiera dado un puntapié.
tDénde se han metido? i Los he anda do buscando!
Lucero Pinos, limpiandose la pinta de las manos fuertes,
Ie ve con sonrisa. Folofo Ie cuenta parte de sus andanzas e
inventa otras Hace hincapié en la buena suerte de su
hermana que ha encontrado trabajo en casa de los Nuila.
—tY por qué vos no has vuel to a Casamata, como si te
h ub ie ra n echado perros bravos* Mira, Folofo, ya el
problema de Catica esté resuelto temporalmente ty vos* Eso
213
de lustrar no saca cuenta, Folofo, es rnas el tiempo que
perdés en vagabundeos. ZTe gustar ia trabajar en otra cosa?
-SI, pero IB verdé, es que yo sélo sé lustrar . ..
—Con mi papa hemos hecho algunas gestiones para que
trabajés en lugar fijo. Hay mucha gente que quiere trabajar,
adultos y menores. En principio hemos obtenido un chance
para vos. Pero necesitamos Ilevarte para que te conozcan.
Con ese fin te buscaba. A Io mejor ya estar fas
garruchando como cobrador de un busito.
— tCobrador de un busito?’
— iCo•co-co-co . .! — Lalo no puede conduir la palabra
por Io inesperado de la noticia porque ese trabajo era muy
solieitado por los lustrabotas y muy dif init de obtener.
Folofo esta a punto de abrazar a Lucero, que Ie observa
su perplej idad con sonrisa maliciosa.
-Regresi a las doce e iremos a mi casa. Después te Ilevar4
a la empresa de transportes y veremos si tenés suerte.
AI dqar el PâlaCe con su socio Lalo, Folofo Ileva en el
pecho todo el aire optimista de El Picacho. Se siente âgil,
ligero, como si estuviera en los dfas en que vivia su madre.
ioué noticia para IIevarIe a Catia!
214
26
223
ef dinero y da el ambio cuando es necesario—.
Treinta vueltos. °
Las calles son angostas, pero 1a mayor fa es de
doble v ia, Io Cual hace mas peligroso el trânsi to. El
chofer echa las monedas en una bolsa que cuelga junto
al disco del reloj; saca los treinta centavos y se los
entrega a Folofo, quien, a su vez, entrega Io justo a
los pasajeros.
Folofo anda descalzo y sin peinar, pero ya no esta
peludo ni anda sucio de betén y polvo, incluso Ileva
limpios los pies- Desde que Luoero Pinos se Io Ilevé a
su casa, Folofo tiene otro aspecto y ha cambiado el
rumbo de su vida. Le hicieron baiñarse. Rosaura ie
lavé los pantalone y la camisa y Ie hizo algunos
remiendos necesarios. Le arreglaron donde dormir
con Felito, pegado al catre de Lucero. La noche
primera del lanzamiento de los Cueto de la barraa, al
regresar Roque y Lucero y enterarse del problema de
los huérfanos, llegaron a un acuerdo: Ilamar a los
muchachos para que, por Io menos, mientras
encontraban un sitio permanente, se quedaran aIli. El
unico lugar era la cocina, ya que el corredorcito
interior quedaba desabrigado y resuhar fa como si
durmieran bajo los ârboles.
Serân una dura carga, Rosaura —habia dicho
Roque—, mas ccémo podemos permitir que los hijos de
nuestros compañeros muertos, aén tan pequeños,
anden como perros en las calla*
—Es una razén, y especialmente Catica. a su edad,
es
muy peligroso dejarla . ..
— i . ..a los lobos! —concluyé Roque, como un rugido—.
toué dices t0, Lucero* tCrees que podremos con esa otra
216
vez sea posible, pues los patronos prefieren dar trabajo a
muchachas como ella porque les pagan menos y las explotan
2J7
de las doce para tomar el almuerzo en alguno de los
mercados de la ruta o en la terminal. AI concluir la faena,
Folofo iba con Lencho a la contadurfa de la empresa para
entregar el dinero correspondiente al ingreso diario, de
acuerdo al chequeo de los inspectores. Folofo nada tenia que
hacer en la envega del dinero, mas él se consideraba también
responsable por el manejo de los ingresos de la expresa, pues
tales ingresos pasaban intaliblemente por sus manos. Este
hecho lhacfai que ahora Folofo se sintiera una persona
necesaria, un hombre que realizaba un trabajo mas utiI y de
mayor responsabilidad. Esto era distinto a lustrar zapatos, s in
tener que rendir cuentos a ningén patron. AquI comenzaba
la vida ceñida a la disciplina, a un horario determinado, a
una labor producfiva para una empresa privada y por la
cual Ie pagaban mensualmente yeintidi›s lempiras y
cincuenta oentavos.
AI concluir la faena, caminar at lado de Lencho algunas
cuadras era para Foloto como si ya estuviera de su misma
edad y fuera un obrero calificado. Frecuentemente caminaba
hasta Tegucigalpa e iba a ver a su hermana en el barrio El
Jazmfn. Ella sal fa por el porton y conversaban de sus
asuntos Luego él se marchaba a tiempo para tomar el ultimo
autobus de Casamata. En casa de los Pinos desayunaba en
compañ fa de Lucero y don Roque. Al concluir sal la junto
con éste: el uno hacia la fâbrica de oerveza y el otro a iniciar
la jornada en el busito, con Lencho Castro. A los muchachos
del barrio, cuando ten fa oportunidad les hablaba de su
trabajo, de cosas que sucedfan en otras zonas de la ciudad y,
eomo Ilegaba tarde, no tenfa tiempo para jugar como antes.
Ya FOlofo conoce todas las paradas de su I inea. Sabe a
qué horas el trânsi to es rnés intenso y cuando las calles
quedan en calma. Asimismo, va teniendo conocimiento de
muchas personas que toman diariamente d autobus en tal o
cual parte y b aj an en tab otra porque trabajan en
determinado lugar. A Folofo se Ie estan ampliando en forma
incre ible Sus horizontes. Esta haciénclose amigo de sus
nuevos colegas. Son numerosos los muchachos que trabaj an
como Cobradores y, generalmente, todos han Ilegado por el
mismo camino de lustraboas, aunque hay algunos que
saben leer y escribir, que han estado en la escuela primar
ia, pero
218
que no han podido continuar por carecer de posibi lidades
econémicas, que son hijos sin padre, de los calificados en la
sociedad como ”naturales”. Algunos usan zapatos y no
dicen malas palabras.
— iHola, Folofo, cuanto me alegro de verte! toué es de
Catica?
ES6 Sdludo inesperado lo reobio el segundo d fa de trabajo
por la tarde, at final de la I Inea en San Felipe. Era Estela
Flores, la enfermera que atendio a su madre y que tan
buena amuacién tuvo al suoeder el hecho fatal. Se
aproximo a él y ie acaricié la cabeza, alborotândole mas el
pelo r ebelde. Ella sélo Ilevaba la cofia puesta.
— iseñorila Estela! iVea que ahora estoy trabaj ando de
cobrador en este busi to! iYa no lustro en el parque!
iCatica trabaja en casa de doña Meches Nuila! Dia que la
tratan bien; pero no gana plata.
— ¿Y eso, Folofo? ZPor qué no gana2
—Pues ella dice que doña Meches la ha Ilevadc a su casa par
carida; que la tiene como hija de casa.
—Imaginate —dice, interviniendo el chofer, como si
fuera antiguo amigo de Estela, to que pa$$ desagercibido
para Folofo—, que a la hermana de mi cuate la hacen trabajar
como ooCinera sin pagdrle y dicen que es una caridad. cQué
te parece, Estela?
— Bueno, el asunto nada tiene de extraño. Bajo el nombre
de caridad cristiana se cometen mil sinvergtienzadas.
Estela se sento junto al chofer. Parecia que eran amigos;
pero a Folofo pronto eso to dejé sin cuidado, porque Estela
entablé conversaci on muy animada con él. Se preocupaba de
todo to que al chico hab fa sucedido en ese tiempo y hablaba
de él con palabras que sonaban como una musica celestial.
Siempre en las terminates de la I inea, permanecfan varios
minutos en espera de que Ilegaran otros veh fculos para
emprender el nuevo recorr ido dentro del tiempo justo. Luego
sat fan con un intervalo de cinco minutos. Asi debian llegar
también a la otra terminal, pero eso suced fa muy raras veces,
pues los choferes volaban por las calles, se aventajaban unos
a otros y el itinerario no se cumpl fa. Siempre andaban
adelantados y, por eso, les quedaban muchos minutos exdas
en las terminates.
2;9
A lo largo de su conversacién, Folofo pon fa énfasis en
su nuevo trabaj o, como queriendo manifestar que ahora ya
era, segun il mismo supon fa, un verdadero trabaj ador. A Io
que Estela aplaudié, concluyente:
—Tienes razon, Folofo: ahora eres todo un hombre y
hasta puedes tener novia y casarte.
Estela viajo en el busito hasta el Teatro Nacional, pues
vivfa una cuadra mas abajo. AI separarse, Ie dijo a Folofo:
Un dia has de venir a visi tarme a casa. Un d fa que tu
y yo tengamos libre. tMe Io prometes, Folofo2
El chico, muy contento, prometi é llegar. Ya Cuando iban
hacia Comayaguela, Lencho Ie dijo con sorna:
Se ve que esa Chavala te topa. No sabfa que eran tan
amigos.
Folofo Ie fue contando algunos aspectos de 1os sucesos
referentes a los éltimos dfas de vida de su madre y cémo la
enfermera los hab pa acompañado al cementerio, pagando ella
e I a uto mov i I . Como comentario final, Folofo atirmo
caluroso:
i La señori la Estela es macanuda! i No hay otra igual!
—Macanuda y muy hermosa tverdad?
— isi; es una enfermera muy linda!
As f ha cambiado ahora la vida de Folofo Cueto; de su
andar de lustrabotas, descalzo por las aceras sin alma, ha
pasado a cobrador y vuela, hora tras hora, metido en el
busito por las mismas calles donde grité tantas veces su
oferta de lustrar. Y ahora también gria, pero su voz se oye
mas ronca:
— iBelén! iBelén! i Belén!
220
Catica trabaja desde el alba hasta muy tarde de la
noche, en la casa de su protectora. Realiza todas las
labores domésticas con eficiencia y buena voluntad.
Confecciona los alimentos de la familia, asea las
habiaciones y servicios, acompaña a doña I\/Ieches a
comprar las provisioned al mercado y tiendas de
comestibles, lava ropa y aplancha por las noches, y, sobre
todo, atiende a los niños de la senora Sara. Va
encariñéndose con los tres hijos de Rodrigo y ellos d eposi ta
ñ su infantil confianza en la nueva sirvienta, haciendo de
esa manera que Catica tenga un lenitivo en su duro bregar
cotidiano.
Cuando se acuesta por la noche Io hace muy fatigada,
rendida hasa el agotamiento y duerme unas cuatro horas
para estar de nuevo en pie, al comenzar el nuevo d fa.
Ahora lleva el café a la cama a toda la familia. Todos son
sus patrones, todos la mandan y a todos obecede con
sumo respeto. Y, no obstante, hay en Sara y Esther una
creciente hostilidad para la muchacha. Un d fa Sara ie
propiné un puiñetazo par haber Ilegado un poco mas tarde de
comprar unos cigarrillos para su marido. Rodrigo, que vio la
injusticia, protesté y criticé a su esposa. Eso resulto rms bien
en perjuicio de Catica, pues Sara agudi zé su hostilidad en la
cocina.
Pero el mayor problema de todo esto reside en la propia
Catica: en su concepci én de la gra titud. Sabe que doña
Meches la ha Ilevado a su hogar par hacerle un bien, par
caridad, para que no ande rodando en la calle. ESto, en su
conciencia, tiene una valoracion muy alta, ya que su madre
la habia creado con respeto a los compromisos, con gran
sentido de la reciproci dad y teniendo como un immutable
principio la gratitud a las personas que Ie prodigaran algun
bien.
— Nada es mas despreciable —hab ia enseñado Nala lia a sus
hij os— que una persona desagradeci da.
Y hoy Catica no puede aceptar caer en la. lista de las
per so nas d es pr eCiables. Ve en §#eaedes Nuila a una
protemora, a un ser que la ha amparado cuando tenia
n ecesi da d y , en correspondencia a esa actitud, debe,
obligatoriamente, servir a toda la familia, sin excusas, sin un
solo gesto de mala voluntad, aun cuando Ie lluevan los
221
puñetazos de Sara y las humillaciones de la señorita
Esther. Nadie podrâ decir nunca que Catica Cueto es una
vil desagradecida.
222
El tratamiento que Ie da Sara es una abierta hostilidad de
enemiga. Catica no puede comprender por qué, a pesar de
toda su solicitud y su obediencia, despierta en la patrona
tanta indignacion. Esto Ie ausa infelicidad. Si solamente
fuera el engreimiento de Esther, nada importar ia porque son
pocas las horas que permanece en casa. Pero Sara, la
consorte del hijo de su protectora, es la que todo eI d ia
permanece all f y esta con sus ojos y hasa sus manos puertas
sobre ella. Pero debe soportarlo todo: la gratitud lo manda.
Las relaci ones en la familia no son .rnuy cordialen Catica
ha no tado que existe entre Sara y Esther algo as I como
una enemistad que aumenta. Sara, Como esposa de
Rodrigo, se considera la ama de casa y Ie es Chocante que
su cuñada no se dedique en absoluto a los problemas
delhogar y deje todo
por las diversiones. Mas, Esther no admite cr fticas y hace Io
que desea como mujer libre. También Sara mantiene para
su suegra mala voluntad. Allâ, en la cocina, dice cosas
otensivas contra la anciana. Y, de todo esto, el que parece
sentirlo y tener pesadumbre, es Rodrigo. Dicen que es un
buen trabajador y, en la casa, es él quien aporta los fondos
para el sostenimiento. Catica, al pensar en él, considera que
es un buen hombre. Nunca Ie ha dirigido una mala expresion ni
tampoco ie ha faltado al respeto. Cierto que ni siquiera pone
atencion en su presencia y que ni ie dirige muCho la palabra.
pero una vez reprendio a Sara por golpearla y eso basta para
tenerle gratitud. La grati tud es para Catica lo fundamental.
224
sale en carrera. Se oyen los gritos de Liruza, que desnudo,
se asoma a la puera, Ilamândole:
— i Folofo, Folofo, no te vayas, son bromas, todos
somos amigos! —y, viendo que se ha perdido en las som
bras del barrio suburbano, reconviene—- Son pagos
ustedes; esta “bueno” el cipote ése y Io asustan antes de
tiempo. Después no digan que no les conmigo pichones...
— iMejor -dice desde el catre Paquita, con voz agitada—,
asi no tendré rival con mi Albertito! iAy, ricura, c6mo
sos tu de inmenso, de machote! iNo enoedâs la luz
Liruza! iPoné la radio mis alta!
Sin detener la carrera por has callejas en sombras, bajo
la Iluvia, Folofo avanza, guiândose par su instinto hacia la
claridad que erL el cielo negro proyectan las luces del
centro de la ciudad. Le palpita el oorazén de manera
extraordinaria y resgira fuerte y hondo. Se aleja del barrio
y, pronto, casi deja escapar un grito de alborozo al salir de
inmediato a una calleja con luz mortecina, pero que signi fica
su salvation del peligro. Aun continGa corriendo con la caja
de lustrar, de la pue sale un ruido de latas. Se detiene casi
exhausto. La Ilovizna continua impertinence.
Sigue caminando. En su pensamiento sélo hay una palabra
que repite: iMaricas! i I\1aricones! Y sale al fin a la
avenida del aeropuerto, donde dobla hacia el centro.
Camina y camina, chapoteando a vexes en los charcos,
resbalando en las aceras fri as. Llega al parque del Obelisco.
Se deja caer en una banca, sin preocuparse de la llovizna.
P a san algunos automéviles con extraordinaria velocidad.
Aparecen rnuy pocas gentes encapotadas y ligeras, que ni
siquiera se fijan en Folofo. AI ser mas con•ciente de su
situacion, como una dewentura mas, Ie vuelve la inquietud
del miedo a la noche y a la ciudad. Alguien, a quien no
conoce, Io quiere atrapar como a fi'ierabrâs Da un salto y
vuelve a correr, ahora por la Calle Real. Alguno que otro
policia encapotado se resguarda en un portal, dormi tando
mas que vigilando. Folofo pasa frente a ellos suti lmente, sin
ruido, con el alma en yilo, no sea que Io quieran poner preso
por no tener dénde dormir o Io confundan con los rateros.
Luego se detiene y mira hacia aoâs. couién Io va siguiendo?
tseré algén cuilio?’ tserâ al hombre feo de los ojos de
2]0
Por las noches, ya sabe la hora en que Folofo lanza un
silbido eri la calle y ella, si no e+*a ocupada, va a conversar
con él o a decirle que no puede salir, que la espere o que
vue!va otro dia. Aun las dueñas de asa no Ie Can dado
permiso para que Folofo entre a visitarla. Catica esti muy
contenta coo ei trabajo de su hermano y al escuoharle
cuando Ie cuenta sus actividades de hombre trabajador, eila
se siente muy complacida porque ve buscando e! camino que
su madre deseaba para él. Hay en la fraternidad de Catica
mucho de amor maternal.
Le ha causado risa, mucha risa ingenua, el hecho de que
Folofo Ie haya relatado su encuentro con Estela Flores. Pero
la risa es porque Foiofo cada d fa tiene algo nuevo que
contarle respecto a las Cualidades de la enfermera. iY con
qué entusiasmo se refiere a Estela! La encuentra casi todos
los dias, pues el la toma siempre el busito que conduce
LenCho Castro. En la noche, Folofo cuenta a Caaw hasta
las pa I ab ra s q ue ha dich o I a en Ie rmera. Pero Io
mat sorprendente y provocador eye la risa enigmâtica de
Catica es al ver que ahora Folofo ya se preocupa de su
presencia: constantemente se peina, Ileva en el bolsillo de la
limpia camisa un peine con «ngsnche y hasta ha comprado
un espej.to redondo, an una artista de cine en el reverse.
Eso Ie crea una sospecha a Catica: su hermano anda
enamorado y, posiblemente, ese enamorami°.nto es con Ta
enfermera. tCémc no sentir deseos de refr cuandc su hermano
va hacia los once años.
Este domingo, después de haber conversado cori Folofo,
Cat\a piensa en esas cosas, cuando, ya terminadas sus
1aenas del d fa, se ha me:ido en el cuartucho cercano el
inodoro, dispuesta a dormir. Durante las primeras horas de la
noche ha habido en casa una discordia entre Rodrigo y
Sada. El ofrecio venir temprano para Ilevarta al cine, pero
regresé muy tarde. cuando, ya disgustada la esposs, no
•esperé mas y se marché sala a ver la pel icula, segun dijo.
Esther hab fa salido desde por la tarde y doña Meches,
doliente del reuma, se acosto te.mprano. Los ninos,
atendidos por Catica, pronto quedaron reposando en sus
cunas.
Recordé Cat'ca que su delantal unico estaba rando y se
puso a costurarlo despaciosomente. La luz que daba a su
225 ’
hab itacién era la misma que servfa para e! baro y se
enCend ia con un cordel tirado hasta su catre. Pensando en su
hermano, Catica concluyé su labor y se dispuso a
descansar para estar lista, por la madrugada, a comenzar sus
tareas.
La casa esti tranquila; la puerta entreabierta, por la aue
entra un vienteci Ilo fresco, precursor de la Iluvia. Casi todas
las noches Ilueve, pues es el tiempo del chuGasco. Sin
desnudarse, Catica va durmiéndose poco a poCo y se olvida
dE apagar la luz y cerrar la puerta. ‹Cuanto tiempo duerme?’
tPor qué no despierta, ni siquiera cuando comienza a caer la
Iluvia sobre el techo de zinc del galiinero?’ N'o, Catica
duerme mas profundamente con el sire refrescante dE la
Iluvia.
Desgierta, sorprendida, porque escucha en eI vecino baño
que anda alguna persona y 'ie su puerta de par en par. Se
incorpora asustada. Mira a Rodrigo que sale del inodoro,
metido en una bata de dormir. En ese momento oye la
palabra recia de Sara que viene agitadamente por el pasillo,
al encuentro de su marido.
— iAsi querfa agarrarte! iAhora veo por qué no »iniste a
Ilevarroe al cine! iauer ias que te dejara el campo Iiore!
iDesvergonzado!
Catica queda a medio Camino de la puerta que Ie abrié el
viento. AI fin, la patrona ha desatado la riña de manera
escand<losa. Hasta ahora solamente hab fan sido pleitos en
voz baj a, en su cuarto. cuando no estaban presentes los
demâs. En esta noche la discordia se haoe publics iQué cosas
ten fa la vida de las gentes casadas! iaué cosas se suced
fan por causa del amor .. .!
— cQué te esta pasando, Sara? tEstas toca o borracha?
La voz de Rodrigo era recia, pero en tono oe contrahajo,
como si temiera que la gente Io escuchara. En cambio,
altisonante y agresiva, es la expresion de su consorte.
— cMe vas a decir que no estabas metido con esa
putiIla? cTendrâs cara de negar Io que mis ojos estan
viendo? iDesgraciado! i Hombre cochino! tMeterse hasta
coil las sirvientas en eJ propia casa2
Catica queda suspensa. Su sonrisa se quiebra en una
mueca de incornprensién y de miedo. tserâ posible que
esto vaya con ella* tPueoe dar crédi to a sus oidos? Z
Llegarâ hasta esa
226
calumnia la celosa mujer de Rodrigo?’ iPero no! iNo
puede ser seme)ante falsedad!
—c Lo ves?’ —y dirigiéndose a Catica-: ZEstâs
esperando, gra n putilla, que vuelva tu querido 7
iDesvergonzada! iMuerta-
Shamble! iHipécrita! iProsrituta y perversa!
— iPero, doña Sara . ..!
— I Toma! iToma tu merecido! iToma! —Sara, de
manera agresiva, lanza bofetadas tras hofetadas a Catia que,
poniéndose' las manos en el rostro, trata de esquiv ar el
castigo, gimiendo, no tanto por los golpes, como por el gran
insuIto, por la enorme calumnia a su dignidad.
— iYo no he esado con él . ..! iYo Ie juro, doña , . . por
mi mamacita!
- i H i poc r i ta! i Malvada! i Destruct ora de hogares!
iPuti11a!
Rodrigo regresa, Se ve que tiene el rostro desf igurado por
la célera. No se contiene. No puede ya permanecer impasible
ante la actitud de su propia mujer, que Castiga e insulta a
la s'rvienta, sin haber un moovo razonable. La toma de un
brazo y la saca del cuartucho. Un golpe de viento cierra la
puerta del baño y se confunde con el golpe de la diestra de
Rodrigo en el rostro de su esposa.
— iEsto es lo aue tu necesi tas!
Sara se tambaleaz pero no cae al piso. Contempla a su
maricio con pupilas pletéricas de odio. Rodrigo va a repetir
e! golpe, pero Catica se interpone, suplicando al hombre que
no castigue a la señora. Rodrigo no puede convener el puño
y da en el menton de Catica que, sin fuerza part sostenerse,
cae a los pies de ia dama.
— iAyyy, don . ..!
El involuntario golpe hace recapacitar a Rodrigo. Ve a la
muchacha que ha evitado el puñetazo a Sara y se retira a
pasos largos hacia su dormitorio. Sara, ante el generoso
›mpulso de Catica, no refIe xiona, no quiere razonar, no
quiere aceptar que ha cometido una torpeza, consi derando
que Catica estaba con su marido. Pero ya no la golpea mas.
Y, ron un rencor de irreconciliable enemiga, Ie ordena:
— iAhora mismo te vas de esta casa! iNo permito que
sigas aqu I ni un momento mas! c Engañarme en mi propia
casa? i Descarada ! iProstitu ta! IAsI son todas las
que
227
viven de callejeras! i Fuera de esta casa!
Sara ha dado sus ultimas ordenes. Ha extendido su
brazo hacia el porton del zaguân. Luego, al tiva. como reina
ofendida, se dirige hacia su dormitorio y cierra la puerta con
estrépito. Un niño ilora; pronto calla. Doña Meches quizâ
sigue durmiendo o, enterada rJeI asunto, aparenta dormir.
Esther aun no ha llegado oon su no'vio. Catica se
incorpora, sintiendo r como si la realidad fuera una
pesadilia s*n nombre. La tiuvia ha pasado; sâ la queda una
llovizna que el v i ento empuja hacia e! corredor, donde
Catica, de pie, arrimada a la puerta del cuartucho, hora sin
lâgrimas porque el fuego que Ie quema el cerebro las
evapora en sus propias fuentes. Entra en el cuarto y se
siente sobre el catre. Se toca el mentén donde Rodrigo
Ie coloCo el puñetazo d-•stinado a la injusta Sara.
— iMamita . . .! iMi mamita . ..! iManaita m ia ...!
Largo rato se lamenta. Luego, rehace en su mente los
sucesos imprevistos que han tenido lugar independientemente
de su voluntad. La hoja cie la puertecilla se agita sor el
viento. En la calle se oye el ruido de un automovi I que se
detiene frente a la casa, la voz de Esther despidiéndose
alegremente, el golpe de la puerta de Ie casa al cerrars• y,
con su cuerpo, de espaldas, sostiene la hoja. Esther viene
mconeando Y ‹anturreando al cuarto de servieio. Catica
siente ei olor de su perfume. La señorita regresa y entra en
su dormitorio. De nuevo la casa queda en silencio. Ya debe
ser mas de la medianoche, puesto que ha regresado la hija de
doña IUeches.
— ZMe ha tirado a la calle? Pues me voy . . . iMe voy
para siempre!
228
tiene sentimiento y orgullo y nc puede mas que abandonar
esa casa y buscar otro rumbo en la calle.
Z A doride ir en e sta n o che !Iuviosa y a hcra tan
intempestiya?
Zl ré donde la niña Rosaura Pinos! i lré donde yive
F o lofo! i Los Pinos son los que me pued•.n ayudar!
i Lucero, que es un hombre macanudo, me ha de hacer el
favcr! tQué se ha cre fdo -°sta Doña . ..?’
Prepara sus haberes. Hace un I' de ellos y va a la puerta
del zaguân, queda a la caI!e. Abre. Afuera los faroies
publicos en reflejan en el pavim°nto mojedo y en algunos
charcos. Nadie pam en ese momento y Cetica vacila un
poco. Deben ser como las dos o las tres de la madrugada.
Irse scla por eds calles resulta un peligro. El mundo eGâ
Ileno de hombres Con alrria de don Angelo. ‹oué irin a
decir los Pinos cuando les cuente su nueva desgracia 2 ZLe
creer no la condenarin, oomo Sara?’ Ga un tirén a la
puerta v ésta se c ierra con estrépito. Ha quemado las naves.
Ahora se encuentra de nuevo sola y en plena calle. Si la
encuentran los policfas cqué iran a decir de el!a . . .?
— i Mamita! i iVIi mamita! iAy, mamita m fa . . .!
Ems palabras son un estimulo a su valor y, dejando la
resident a de los Nuila, avanza con seguridad hacia el norte.
Lleva miedo. Teme malos encuentros. Pero las calles estan
ca si rlesiertas; hasta los taxis son rnuy raros. Algunos
trasnochadores, haciendo equis por las aceras, van a sus
casas envueltos en la niebla del alcohol. Unos la
sorprenden porque van hablando solos. En unos corredores,
hechos nudo de m iser ia , duermen hombres y perrcs.
Ya es Ia
madrugada porque van apareciendo gentes que s-° dirioen, sin
du d a, a s us t ra haj o s. Autobuses extraurbanus
andan recogiendo pasajeros. En los mercados aparecen
luces en las cocinas. ZCuintas mujeres en la ciudad
estaran echando tortillas a esta hora?’
Casamata esta distante y cuando Catica llega al hogar de
don Roque, ya la familia esta en pie, han desayunado y el
obrero cervecero y Folofa se aprestan a saiir porque pronto
pasarâ el autobus que va al centro.
—Buenos d fas . ..
— Buenos . . . iPero si es Catica!
— tQué Ie pasa, muchacha?
— tY en qué andas a estas horas, hija?’
Catica, humildemente, tira su bojote al piso y cuenta su
infortunio. Teme que no Ie creârfla verdad; que puedan
tener una duda y donsiderarla culpable. Pero sus dudas no
se contirman. Ninguno la considera culpable. Don Roqu°.
tiene dibujada en el rostro cierta célera que no se sabe
oontra quién es.
— i Ma Idita injusticia, que nos ahoga por todas par tes! No,
no es posible que esto sea eterno! —Su voz es ronca y de
su a I iento sale un olor peculiar, el de quienes bebieron
aguardiente la noche anterior.
— iQué mala suerte de Catica! —deplora Rosaura.
— i La quebraremos! —afirma Roque, dando con su gorra
en la mesa—. iJuro que acabaremos con ella!
i i ienes razén, papa —aprueba Lucero, encarândosele con
seriedad—. Tenemos que liquidar este mundo de infamias,
pero tcrees tfi que Io haremos con explosiones d•- odio
individual7 ‹Crees que vamos a construir una nueva
sociedad con hombres que sibado a sibado, domingo a
domingo, se embrutecen con et guaro?
— tLo dioes por m f? —pregunta Roque, echândose
hacia atrâs, sorprendido por la dura or itica que su propio
hijo Ie hace como corolario de sus palabras de protesta— I
Lo dices por mI, Lucero?
— Tu sa b râ s co mpre nd e rlo, papa. Me gustar fa
que medi tases sobre mis preguntas. Quizâ podr ia creerse
que un hijo no debe critior a su padre, pero td y yo
sabemos que es posible, que es necesaria cuando el padre
se olvida de Bar el ejemPlo y se desliza por el atajo. Espero
que en vez de violentarte, me ccmprendas.
La noche del sibado don Roque hab ia Ilegado rnuy ebrio
y el domingo, por la tarde, para quiarse la goma, se volvio a
emborrachar en la agencia fiscal del barrio. Lucero, al
regreso de su trabajo, Io habla tenido que Ilevar a casa.
Lucero nada ie habla dicho por su estado y, ahora, cuando
el padre, ante el caso de Catica, lanzaba su protesta contra
el régimen social existente, Ie sat fa al paso, no como un hijo,
sino como un compañero de trabaj o. como un obrero
consciente.
Roque no contesta. Medi ta, arrugando la gorra entre sus
230
fuertes dedos. Rosaura ve a los dos hombres que estan
serios. Ella esté del lado de su hijo y, si es necesario,
apoyaré su cr ftica como otras veces Io ha hecho. Roque va
hacia la puerta, mas, regreso, dirigiénd*se a los
muchachos que se muestran sorprendidos de esas
palabras entre padre e hijo. Catica teme haber Ilegado en
hora inoportuna.
-No se aflijan, muchachos. Esta visto que la vida es la
que ordena. Quédate aqu i th también, Catioa. Aunque sea
en el suelo te arreglaremus para que duermas; pero aqu i,
en nues I r a ch oza, nadie te zoquetearâ. —Y, oon
acento condescendiente, dice a Rosaura—: No debemos
dejarla ir a
la deriva. Es una muchacha que requiere cuidado de padres.
Si nosotros no se Io damos, se perderâ en esas calles.
- E so e sta ba p en sando —expresa R os aura—. NOS
arreglaremos de la manera que podamos.
—‹oué dices té, Lucero?
—Nada tengo en contra. Esto ya Io hab famos discutido
a n tes. S i Ca tica no vino con Folofo fue por haber
encontrado familia dénde permanecer. Ya que no pudo
seguir alia, pues el camino es que se quede con nosotros. El
pi oblema n o es si myle, pero debemos afrontarlo. Ya ni
nosotros cabemos aqu i, mas no se puede dejarla en la calle.
Y, ademâs, Io importante es el futuro de estos muchachos.
—Me gusta oirte, hijo. me gusta. Tenés corazén. Yo
digo . . . .
-No digâs, papi. auiero solamente recordarta que ya que
te interesas par Ics cipotes, debés aponar los lempiritas que
te gastas en las copas para la economia de mam â. rDe
acuerdo*
Roque sonr ie. Le pone la diestra en el hombro y dice-
—Si fueras campisto no habrfa potro que se te eecanara:
sabés acorralar y lazar. Por eso, yo digo .. .
—No digâs, papa. Convencen mis los hechos que las
palabras. Y no te quedés mas, llegar as tarde a lâ fâbrica.
Roque se dirige de nue'zo a la puerta, ya sin detener se.
Detrâs sale Folofo, sonriente y juhilosc porque su hermana
volv fa a vivir junto a él como, en e! tiempo anterior, casi en
la misma harrara que aun segu fa cerrada con el candado
de don Telmo.
— Bueno, Catica —dice Lucero—, amoldate a vivir con
231
nosotros y por algur tiempo. Yo espero que lograremos
conseguirte trabajo en una fabrics o en un taller. Voe no
debés buscar ei\ganche de doméstioa. Es mejor que te hagas
una oGrera.
C atiW se sentfa como si en el pecho Ie florecieran
jazmines. iComo era la vida! Iba como dando saltos
bruscos, ,cayendo y levantindose y sin saber por qué se ca
fa y por gué se levantaba.
232
28
233
darse cuenta él m mo, desperté al amor, al anhelo humaro
de una muier. iPero, qué extraño su primer amor!
La cosa habla I!egado sutilmente, con paso de cipote
descalzo. El d fa que Estela Flores Ie dijo que era ya un
hombre, capaz de tener novia y casarse, comenzé en Folofo
a germinar una duloe atracci én hacia la enfermera. La
encontraba muy hermosa, con sus ojos azules y su palabra
a!egre. La confianza con que Io trataba y los cariños que ie
hacfa, r«âs las sugerencias de Lencho, que maliciosamente ie
azu za ba, todo esc fue haciéndole formar ilusiones de
noviazgo con la enfermera. Y el asunto tomo mas realismo
para Folofo cuando, un domingo, Io invité a su casa y comio
con ella y la familia. Ese domingo no podrfa j amis olvidarlo
porque 'fue cuando tomo mayor impetu su pasion amorosa,
una pasion tan desbordante que ocultaba a su razon hasta la
enorme diferenc.a de los años entre él y la amada.
Ahora Folofo cre fa que si Estela bu caba el busito
conducido por Lencho y no otro para ir y regresar de su
tra baj o, e ra por éI, era porque ella también estaba
enamorada. Hasta las palabras mas senci IIas de la enfermera
eran tnterpretadas ccn un sentido especial par Folofo.
i Cuâ n ta s de most raC i o ne s de cariño ie prodigaba la
enfermera! Como muchacho de la cal ie, habla vi'no un sin
?in de mujeres de todo ti po. Sin embargo. ninguna ie hab fa
despertado una pasion como la que ahora Io dominaba. Sus
grandes cariños hasta ahora heb ian sido los de su madre,
Natalia, y su hermana, Catica; en menor grado, en el renglén
de la amistad, estaban sus compañeros de lucha, como Lalo
y Migueli to Todo eso era diferente. Lo de ahora es algo sin
paralelo, algo gu• nunca hab fa sentido en su vida, Ilena toda
de una sofa imagen, una sola ilusion: Estela Flores.
Y este amnr trajo también otras consecuencias en la vida
d e F oI o fo. Co me nzé a reparar en su figura, en su
preseritaci on f?sica. cCémo podra presentarse ante la amada
con sus ropas sucias, despeinado y con los pies negros de
tierra? . No. El hombre debe presentarse ante la novia en las
mejores condiciones porque de otra manera ella se puede
desilusionar. Y Folofo ahora andaba siempre aseado, aunque
descalzo, y, a cada instance, alisândose el cabello con el
peine que llevaba prendido en el bolsillo de la camisa.
234
Y, un d fa, cuando ie pagaron su trabajo, compré sus
prirr.eros zapatos, de baio precio y broncos, pero que Ie
daban un aspecto distinguido. Este paso trascendental elf su
vida, aun cuando a nadie se Io conto, era impulsado por su
enamoramiento. iY cémo se sintié en la tarde, al llegar
Estela a tomar el busito y verlo usando sus tlamantes
zapatos! Fo!ofo se sintié orgullose cuando ella hizo elogios
de él y de sus zapatos nuevos. Cierto que Ie molestaban, que
estaba incémodo con aq\ ella prision de sus pies, nunca
antes experimentada, y que en los primeros d ias ie hicieron
andar de un modo muy dist into al habi tual, ademâs de
qu-° Ie hi c i era n no p ocas a mpo llas; pero los zapatos
daban personalidad y, sobre todc, Io hac fao mas agradable
a los oios de la enfermera.
Mas, el cambio fundamental estaba en su interior, en la
sencillez de su espiritu de nino, pues de la noche a la
mañana, se sintio todo un hombre. La amargura y el viejo
rencor que inconscientemente se habian ido formando y
acumulando en su vida por el infcrtunio y la miseria, cedian
lugar o eran superados por estos nuevos sentimientos que
originaba su noviazgo. Folofo, sin notarlo, s•. hacia mas
bueno y generoso con las gentes, mas cordial y atento con
los pasaj eros. Andaba aiegre como un pâjaro y conversaba
entusiasmado con Lencho, su jefe, y hasta con personas
desconoci das. Este ar icter aoierto ie haci“a simpâticc y
atractivo.
Esto no pod fa pasar desapercibido para Lencho y Estela.
Comprendieron lo que estaba sucediendo en el alma del
chiro y Ie sigUieron la broma, estimulândole sus ilusiones.
—tY no ves, Lencho —decfa Estela, gui ñando un ojo al
chotar— que per ah f anda un csballer ito enamorado de mi?
iEsté loquito de amor!
— iNo me Io digas! ZY qué7 ZTe ha piropeado o te ha
escrito wrti*as perfumadas?
— Nada me ha dicho; es muy tfmido mi enamorado, pero
yo conozco que se muere de amor po* m i.
— tY tu ie corresponded, Estela* c Lo aceptarâs como
oovio2
Pues eso yo no puedo contestarte, Lencho. Es asunto
muy serio. Para amar a ese caballerito, para darle el sf,
235
tendrfa que pregumar y consultar a mi madre. iEl amor es
cosa sei ia, Lencho! .
Y, en el a siento de atris, Folofo no perdfa silaba
convencido de que se referi“a a él, a su amor, a sus ilusiones.
‹ouién otro podia ser ese “caballerito enamorado”? Por eso
aparentaba no escuchar, con el oLj eto de que ella oontinuara
hablando de esa manera tan duloe, tan soñada, tan Ilena
de esperarzas. Cuando iba Estela en el busito, Folo?o
hacfa su trabaj o con mayor energia y eficacia. Sus gritos
eran mas altos y con freeuencia entonaba coplas amorosas
que, en su fuero interno, iban dedicadas a su amada. Sin
embargo, como era na tural, ese amor de Folofo solo ten fa
vida en su ardorosa imaginacion y era tan intenso que no ie
permit fa ver la realidad que all I mismo, frente a sus sjos, en
el asiento delantero del busito suced fa.
CuanJo Folofo liegaba por la noche a su residencia donde
la fam i ! ia P inos, iba de muy buen humor. A veces
encontraba a los chicos aun jugando en la calle, pero ya no
part ic i paba como antes en las peleas de "policfas y
ladrones”. Se consideraba hombre serio y se aproximaba a
los grandes, en la trucha de don Chombo, donde se sol fan
reunir y conversar de sus trabajos, de sus sindicatos, de los
despidos. Hablaba con don Chombo de problemas tan
profundos como la aritmética de la balanza, en la que el
“truchero” era un sabio.
Catica vivfa bajo la proteccion de la familia. Trabaiaba en
los quehaceres hogareños y hab fa comenzado a aprender
a costurar con Rosaura. Esta tenia mâquina vieja, aun en
estado de servicio. Una vez que adquir iera conocimientos de
costura podria pasar a laborar en algun taller de confeccion.
Esto causaba a Catica profunda alegr fa. La perspectiva de
trabajar como obrera, as i como quer fa Lucero, era un gran
consuelo y anhelada esperanza. Se deshacfa por demostrar su
agraderimiento a Rosaura y su familia que la estaban
tratando en verdad como hija de casa, como parte de la
familia, tan diferente a como la hab ian tratado en eT hogar
de los Nuila.
En las noches conversaba con su hermano sobre las
persgectivas de ir a trabajar a una fâbrica. de hacerme obrera,
de gansr dinero ask como ya estaba ganando él dejando de
ser rnuy pesada carga. Folofo comaba su• experienoias y
soñaba oon llegar a ser un buen chofer, como LenCho
Castro. No obstante la intimidad fraternal, en estas ultimas
noches, desde que Catica ha recobrado sus esperanzas,
encuentra a su hermano rnuy cambiado. Este la oye pero no
la escuela. Anda como ausente y cuando habla es para
llegar a un mismo tema: la enfermera.
Dea me Foloto: cqué te esta pasando con la señoria
Estela? t £s que no tenes otra cosa de qué hablar? iEstela
por aqu i, Estela por alli y vuelve Estela! Cualquiera diria
que estas enamorado. iVaya, un cipote de teta metiéndose a
cosas de hombre!
— ZY a vos qué te importa si estoy o no estoy de novio cie
Estela?’
Y lo dijo con tal tono y tal seriedad que Catica abrié
desmesuradamente los ojos y lanzo después una sonora
carcajada que, caracoleando, fue a golpear el amor propio de
Fololo.
— tNo se puede tener novi a, pues?
— iQué majadero estâs, hermanito! cNo te has dado
cuenta que ]a señorita EsteJa puede ser tu nana2 ZPara qué
quiere una muier grande a un novio que es un ohigufin,
apenas destetado? Z Dénde has visto eso? iNi siquiera en las
pel fculas! rolofo estaba disgustado con su hermana. Y lo
peor tue que Io hizo pensar en algo que hasta entonces no se
hab ia fij ado: la edad. No pod fa ser cierto eso que Catica
decfa. ZQué diablos ten ia que ver la edad con e! amor?’ El
amor era el amor, ser novios era ser novios, y Io demâs val fa
un comino. ¿ouién serfa el tonto que se pusiera a pensar en
años para buscar novia, para casarse como él proyectaba
haCer con la linda enfermera? Catia nada sabfa de esas
cosas o lvaya usted a saber si Catica no era sabia!
Uno quiere a quien quiere y a nadi e Ie importa —afirmé
Folofo.
— iQué loquito estâs, hermano, loqui to hablando de novia
cuando todav ia necesitas quién te limpie el trasero! —y con
acento bur left iCon razon andas con el espejito y el
peine! iAjâ, F olofo : vos tenés novia! iTenés novia!
Catica se habla acordado de las burlas que Folofo Ie habia
hecho cuando la descubrio viéndose at esgejo, y ahora, con
237
el mismo tono picaresco, Ie modest aba.
- iBien peinadito para que Io vea la señorita enfermera!
iHuyhuYhuy!
— iTe voy a dar un moquete chigiiina de porra! tEs
pecado verse en el espejo y peinarse, pues?
— iTiene novia el muy zonzo, una novi a grandota que a lo
mejor ya tiene marido y quizâ hasta hijos mayores que el tal
nox'io!
—ZY vos creés que yo no te veo? — Fclofo ten fa las orejas
calientes, como cuando perd ia en el chivo y hac fa tronar
los dientes corrio presagio de célera, pero luego encontro el
desquite, Jiciéndole—: iAh, si yo sé que vos también es is
enamorada hace tiempo! i Se Io voy a decir a la niña
Rosaura!
— tQué, qué, qué vas a decirle?
— ZCrees que yo no tengo ojos?’ i Bart, Catica tontuela!
y baja.ndo la voz con gesto misterioso, pleno de piCardia—:
i Lucero! i Lucero te tiene ichif ladita! i Lucero te trae da
una ala!
— i Fstâs loco, Folofo! ‹Crees que yo soy como vos para
hacerme ilusiones tontas con la gente grande? i Brruuuu!
ifJajadero!
288
guardia a éste sobre la convenienoa o iriconveniencia de
continuas haciéndole la broma con Estela. El chico tomaba
aquello con mucha seriedad.
— tCémo se hace cuando d o s personas se casan?’ Z Es
cierto que el novio Ie compra el vestido a la novia, que van
al cabildo y a la iglesia?’ Z Cuanto de plata se necesita para
casarse?
Lencho Ie explioé todo correctamente y, por ultimo, Ie
dijo como al desgaire, como si no se refiriera a su caso:
— Es muy hermoso el matrimonio, Folofo. Toda persona
debe hacerlo at llegar a cierta edad. Ya de los dieciocho años
un hombre o mujer estan en la edad matr imonial; antes no
se puede.
—tY, por qué, Lencho?
— Porq u e I as p erson as se casan hasta cuando han
desarrollado; por eso la misma ley proh?be matrimonios
entre menores.
Folofo quedo intimamente conmovido y con una gran
tr isteza reflej ada en sus brillantes ojos negros. Luego,
pregunto con voz muy suave:
—Compa LenCho *y quién es el que haCen las leyes?’
— Los dipuados. En el Congreso Nacioria! hace las leye*.
—Poyoyo y Fiero6/ds d i c e n siempre aue las leyes son
I os garrotes de los policfas —y como para si mismo concluyo
—: Es verdâ, compa Lencho, Eierabrâs esta en chirona y
yo . ..
Lencho comprendi é el claro sentido de las palabras del
cipote y quedé sorprendi do de su alcance. Folofo queria
decir que la ley del matrimonio que prohib fa los enlaoes de
menores de edad era para él un garrote de la autoridad que
I o estaba golpeando. Lencho comprencii é muy bien al
muchacho y mas viéndole oâmo hab ia quedado tan sumido
en la tr isteza. Y, entonces, también el chofer vio que no era
co nven iente c o nt in uar haciéndole bromas respecto a!
noviazgo de Estela. Folofo hab fa tornado como realidad sus
anhelos de cariño, comprens ibles a su edad, pero aun
inconscientes. Deb ia hablar con Estela y cortar el peligroso
juego con el cobrador.
F olofo se encer ro en sI mismo. tCémo era posible que
todo Io o,ue él hab la Densado realizar eomo novio fuera
239
prohibido* ZPor qué la gente y las autoridades se opon ian a
su dicha2 Cierto que él estaba pequeño, mas ya Vabajaba
como hombre y ganaba mas que los lustrabotas. Ademâs,
Estela era grande. Recordé las palabras de Catica, haciéndole
burla. Ella, sin duda, tenia razén.
Cuando Estela abordé el busito esa tarde, dir'giéndoIe
afectuosas palabras, Folofo la estuvo observando largo rato.
En \’erdad ella era una mujer grande, pero bonita y para él
sso era Io imponante, asf como la manera de heblar1°- y
tratarlo. Se mantuvo cabizbajo y no pudo escuchar Io que
Lencho Ie decia porque era en voz baja y ella estaba, como
siempre, rnuy cerca de él, tan cerca que casi Ie rozaba la
oreja con su nariz. Entonces pensé en algo que hasta ahora
no hab ia separado. Eso fue porque se puso a comparar Io
que serfa la edad de Lencho y la de Estela. Ellos sf estaban
propios para casarse, ellos sf ten ian Ta edad. tY por qué
Estela se acercaba tanto a Lencho y casi Ie Sesaba la cara?’
E! muchacho comezo a recordar que eso suced ia siempre que
el la sub fa al busito; nunca iba atras, sino junto a Lencho y
también Ie decfa palabras bonitas y cariñosas, como las que
Ie dirig fa a él, que era su novio.
240
Tegucigalpa, a pie. Iban como ie gustada a Foloto: a la par,
coroo dos traba, adores iguales; con el cansancio de la
jornada del dia. Folofo esta vez marchaba impaciente, par
saber to que ten fa que decirle su amigo.
Oime, compa Folofo: hace como un . año que yo
commcé e trabajar en esta I Inea Belén-San Felipe
Entonces ten ia otro cuate de cobrador. Era un buen
cipote, rnuy listo, pero ten fa la maña de olvidarse de
entregar los bufalos y dej ârselos en su bolsillo. Yo Ie
aconsejaba que no hiciera eso porque no era honrado.
Promet fa portarse bien, pero siempre seguia haciendo to
mismo. Por eso Io sacaror• del trabajo.
Era ladrén. iPero yc no ie agarro ni un cantavu,
compa!
— iYo lo sé! Vos son un cipote distinto. Vos sos //tuy
honrado. Y eso me gusta. Lo saben bien los patrones. Asf
debés ser siempre•. Nosotros, los trabajadores, debemos ser
rnuy rectos. Nuestr a honradez debe ser igual a nuestra
firmeza. Cuando estés grande, cuando sts un chofer o to
que llegués a ser, comprenderâs estas cosas que son
fundamentales para nuestra clase. Pero, yo no es sobre
esto que quiero hablarte.
Lencho se detuvo a encender un clgarrillo. Por la calle
cruzaban transe ntes bajo la luz de los faroies pñblicos. Se
oian mésicas en Nos muchos bares y en algunas residencias.
—Te dec fa que hace un año que comencé a trabajar en
esta I Inea. Un dfa subi o at busito, en la terminal de San
Felipe, una muchacha que se sento adelante, junto a mi,
pues el bus estaba lleno. Carrienzo a conv°rsar Conmigo. Era
rnuy amable y me gusto su palabra, me sustaron sus ojos
azules Yo no diie nada. mas quedé, como se d:ce, flechado.
Pasé una semana y no !a volvi a ver. Pero otro d ia aparecio.
Se volvié a s.°ntar junto a mi y conversamos mas. Entonces
supe que era enfermera del Hcspitai San Felipe.
— Esa era la senor ita Estela . .. —atirn o F olofo, sin
sorpresa.
-Ella °ra. Yo soy in hombre solo, compa Fclofo. He
sufrido mucho en la vida, as I como ustedes. Pues sucedio
que me enamoré de Estela '/ Ie hab Ié de mi amor, de mis
intenciones de casarme con ella. Fue buena. No ten fa novic
241
y poco a poco me fue queriendo también. Convinimos en
rasarnos. Pero han venido pasando los meses y aun no
hemos ahorrado Io suficiente para formar hogar. Somos
soIam e n t e n ov i os. La v i da es dura y nosotros
los trabajadores no podemos hacer Io que deseamos . .
. al menos, por hoy.
FoIo'fo caminaba callado. Eso era Io que en la tarde habla
querido pensar cuando vio a Lencho con Estela rnuy juritos.
ZPor qué él no se habia dado cuenta* Si era as f, el lo queria
decir que Lencho no se Ta estaba quitando, sino que, mis
bien, hab ia sido él, F olofo, quien se la hab fa querido
quitar a su amigo. Era una maldad. tComo quiarle su no via
a su mej o r a m ig o y compa ñ er o? No e ra h
onrado. Y, proboblemente, esa conversaci én iGa a
conc!uir en un reclamo de Lencho por haber ie intenta do
quitar su emor. De antemano Ie daba la razén a su amigo.
Cuando comenzaste a tr abajar conmigo —prosiguio el
chofer como si se dirigiera a ooo hombre y no a un cipote—,
cuando me enteré que vos eras amigo de Estela, Io celebré.
Pero hice mal al no decirte que era mi pronaetlda, mi novia.
Eso hubiera evitado este problema. Con Estela nos dimos
cuenta de que ella te gustaba y como vcs estâs niño aun,
creimos que una broma pasar fa sin ninguna consecuencia.
Yo pensaba que vos te estabas dando cuenta de nuestro
a m or. De ha ber s a bi do q ue I o tomaban en serio,
inmediatamente nosotros te Io hubiéramos dicho, porque
no es bueno que vos vayâs a creer ahora que yo o Estela te
hemos jugado mat. No, Folofo. Yo respeto a mis amigns,
aunque sean pequeños y no me gusta hacerles dañro.
—No me han hecho ningun daño, compa. Yo dec fa
también que eila y yo estibamos bromeando. —Se sonrié
de manera fingida, parpadeando seguido para no llorar—-.
Si yo sab ia que ustedes eran novios . ..
— i Macariudo! As‹ es mejor, Folof c. De todas
maneras yo q uer fa que aclarâramos esto cumo Io deben
hacer los compañeros. As i que, ya Io abés, dentro de a!
gun tiempo, Estela y yo nos casaremos.
—Yo me alegro mucho. Debe er rnuy bueno eso de tener
novia y casarse. ZVerdâ, compa?'
— iCier to! Y vos, cuando crezcâs, vas a tener una
novia
242
buena y linda, una muchacha honrada y digna de tu
persona. No te apresurés, que ese dia Ilegari. Yo espero
verlo.
Foioto, i ma gi n ativo, se puso a hablar del futuro.
Conversaba con animacion. Se sentfa hombre. La palabra
formal de Lencho Ie proporci onaba orgullo. Hab fan hablado
de hombre a hombre, de compañero a compañero. i Eso
resul taba formidable! iY cémo se abria la confianza
entre
ellos! F oloto, con la palabra tomada, se explayo contando
casos de mujeres que él habla visto con Garañân hasta
llegar a revelarle lo que ie sucediera una noche, cuando
Liruza Io Ilevo a una casa de maricones, donde conocié a
una tal Paquita, que era un hombre pintacio de mujer. Con
ninguno de sus compañeros del parque hab ia conversado
sobre eso. La formalid d de Lencho ameritaba confianza.
Se separaron en el puente MalIoI.Folofo iba satisfecho,
silbaba como siempre que estaba alegre. En el Parque
Central andaoan sus ex colegas y se o ian sus voces altas que
ie eran tan conocidas.
— i Lustre! I Lustre! i Lustre!
Le recibieron con algazara, rodeândole al pie de la estatua
del Héroe. Ya no estaba Lalo y menos Miguelito, pues la
noche avanzaba. Hizo bromas con Pachân y 'ara-de-itacha
y se alejo gri tando jubiloso. La ciudad, las calles, las aceras
ahora no Ie daban miedo y sem fa gusto pisar fuerte para oir
sus propios pasos de hombre calzado.
Sin embargo, cuando llego a la casa oe los Pinos, de
nuevo Io apr isionaba una vaga pesadumbre. Estuvo rnuy
garco en la conversacién con la fami lia de Roque y con su
hermana. Anduvo por el petio interior, alI I cloncie hab fa sido
su residencia y dond.° viviera su madre. Seguramente aun
d on T e I mo g uardaba en el ia sus pobres pertenencias
deccn4isadas por e1 alquiler. Estuvo arrimado a uno de los
n aranjos. Quer ia ir hasta !a barraca, ccmo si pudiera
encontrar a Natal ia y, come ayer, refugiarse en sus
brazos, pero tuvo mi•.do porque la barraca estaba sola y
llena de son›bras. Suspiro profundamente ›/ regreso al lado
de su hermana.
La primera ilusion amorosa de Folofo se habi'a quebrado
como un «ristal por el impacto de una piedra.
243
Es noche de luna, aunque a ratos, o•curece por el
paso de grandes nubes; en el callejon que no tiene luz
eléctrica se notan mejor esos cambios. El viento tiene
olor de resedas y se siente grato, cual una caricia. En
la calle estân jugando un partido de fñtbol los
muchachos y sus gritos alegran el barrio. Es un un
partido muy interesante* juega ei equipo de Casamata
con el de El Bosque y fue comenzado desde por la
tarde. Los bosqueños Ilevan metidos como treinta
goles, mientras que el equipo del patio ha quedado en
diecinueve y sin perspectivas de llegar siquiera al
empate. La pelota es de trapo y las metas estân se?
ia1adas con dos piedras, separadas a capricho del
portero.
Frente a la puerta de la casa de los Pinos se encuentra
F ol ofo y su hermana. '/arias comisiones hen l!
egado, e nca b ezada s po r Chito y N Wzuco, solici
tando su prestigiosa colaboraci én en e1 j uego para
poder salvar el prestigio del equipo de Casamata. Pero
Folofo se ha negado rei teradas veces a participar en el
partido. Y no es por falta de voluntad sino por otra
causa muy poderosa. Esa noche él esta cumpl iendo un
cometido de gran imporiancia y no puede, por ningdn
motivo, distraer su atencion.
—No, compas; hoy no puedo j ugar. Acaben el
partido porque entre mas tiempo pase, mas goles les
van a m eter.
Al fin, los Chicos toman su consejo y dan por terminado
245
el enaentro, perdiendo por cuarenta goles a diecinueve. Ha
sido un desastre para Casamata. La unica di sculpa que ponen
par la pér dida es que no ha jugado Fclofo, la estrelia
futbolistica dei equipo, que, de haber participado, el triunfo
hubiera sido de ellos, ya que Folofo, a mas de ser un gran
de! a nt e r o, usaba zapatos, particularidad que Io hacfa
imparaGle al tomar la pelota.
Folofo hubiera ido a jugar un rato para salvar e! nombre
del barrio; sin embargo, él se siente con gran responsabilidad
en el papel de vigilante que se ha asignado cerca de la casa.
A veces da una vuelta, hasta la esquina de la trucha de don
Chombo y observa disimuladamente hacia todo* los
rumbos. Luego vuelve al lado de Catica y s°. sienta en un
banro. Por alli se ewuchan gritos:
iDon Chombo,
don Oombo
panza de bombo!
247
— i Na tural, compañero! Por eso la organizacion de
piquetes de guardia debe estar inteqrada por los
camaradas mas decididos y resueltos, de manera que a Ia
hora que se caIiente la miel no echen pie atras. Cierto que
tendremos suficientes hombres en la fébrica, pero mucho
dependerâ de los que permanezcan en la vigilancia. Lucero
dice que la organizacion previa es Io fundamental.
248
muChos qasajeros y carga. i Manejar, Catica, eso si quiero
saber!
—Tcdo requiere saber, Folofo. Por eso yo te digo, ahora
debemos aprender todo Io que se pueda: leer, escribir y
trabajar. Ya vez,yo en el proximo mes entraré a trabajar en
la fâbrica textil.
tY cémo es eso? Doña Rosaura dice que no se neoesita
saber costurar. tEs verdi?
— Es verdâ. En la fâbrica donde me ha conseguido trabajo
Lucero no se costura. All I se teje, se hacen las telas de
algodén. Tendré que aprender a manejar los telares. Pero
no ha estado mal que doña Rosaura me haya enseñado a
rranejar la mâquina de costurar. Si me echan de Ta fâbrica
de tejidos, podré ir a un taller de ropas.
— iQué noche mas hermosa, muchachos! iQué luna!
Rosaura ha Ilegado con su paso lento y se sienta junto a
los dos hermanos en el borde de la aoera. Folofo Ie ofreoe el
banco y ella no acepta. Continua con palabra suave:
—Me acuerdo de mi pueblo, de mi Manto querido.
ZCuândo volveré. . .?’
— tEs pueblo bonito* —pregunta Catica.
—Bonito y de gente buena, humilde y sin recovecos, como
la de las ciudades. iCémo es la vida, hijos! Cuando yo
estaba chiguina como ustedes, ni en sueños podla pensar
que dejaria mi casa, mi fami lia, mis amistades, mi lugar de
nacimiento y que, después de rodar y rodar, vendr fa a
clavarme en I a capital.
—La gente es asf: rueda y rueda, sin tener Ilantas . . .
En la sala los oes hombres siguen conversando. A veces la
palabra de doe.Roque se eleva hasta el grito y luego baja
hasta el secreto. Entonces los tres que se encuentran
afuera, ca I lan. Rosaura, a p esar de s u entusiasmo en
la conversacion. na oculta su inoanquilidad, pues sabe que
los obreros hablan de asuntos que no gustan a las
autoridades y, aunque aparentemente en el paIs hay ciertas
libertades, en verdad ellas no son tan amplias para los trabaj
adores.
El partido de futbol hab ia concluido y los cipotes,
cansados y wdorosos, durante un rato hicieron comentarios
en grupo frente a la trucha. bajo el farol del alumbrado
pñblico, hasta que don Chombo salio con una escoba
249
retando a Chito. Kuego se dispersaron. También se iban
oerra«do las puertas de las residencias. Hasta la agencia I\
scat y la casa de la Magdalena entraron en silencio. Regresé
la familia Romo del oentro en su automévil nuevo. Allâ,
lejos, brillaban muchos puntos en la parte oriental de la
ciudad. Los tres obreros segu ian conversando.
— I\4 uc ha ch os —d i c e R osau ra, I eva ntân do s e con
d'ficultad—, yo voy a la cama. Tengo mucho stJeño.
— iMire! —exclama Catica, interrumpiéndola— iYa viene
Lucerc!
-Eso quiere deci. que es \a medianoche, hijos.
Lucero, con paso râpido, llega echando el humo de un
cigarrillo. Bajo el brazo Ileva una cartera de cuero negro, con
cierre de cr emaller a. Folofo va a su encuenVo, saludindole y
Ie quita la cartera para ayudarle.
— tQué tal e! d ia, Folofo: descansaste*
—No me gusta descansa haciendo nada. Por eso me fui al
Parque Central y ayudé a Lalo a trabajar un rato, para no
olvidar el oficio. Después fuimos con Poyoyo a ver al compa
Fieinbrds . ..
— cY la leccién? ZAprendiste el abecedario2
—Todavfa no —dice el muchacho, ocultando su
mirada de culpable—. Hay algunas 1etras rnuy
huidizas. No se dejan agarrar.
En vez de irte al parque debiste dediarte a estudiar
mas, haste que las let as se cansaran. Cansadas es
rnuy tâcil atraparlas.
Lucero Ie paso a Folofo la mano por la cabeza,
riendo de lo que ie tab fa dicho acerca de las letras
huidizas.
—Buenas noches, mama. ‹oué at, Catica2
Las mujeres oontestan y Lucero entra en la casa
cuando don Rcque, al escucharle, se asoma a la
puerta, diciendo:
— I ”Y'a esté aqu i Lucero! i Ensâ! iTe esperébamos!
Lucero, tomando la cartera de manos de -Folofo,
enoa saludando a ios hombres que !e ven con
deferencia y se ponen de pie, y°.ndo a su encuentro.
En la pequeña sala los cuatro estan como apretados y
para que Rosaura pase hacia su cama, Lucero tiene
que pegarse a la pared. Abre la cartera y extrae varios
papeles escri tos.
— La solidaridad y apoyo de nuestro sindicato estan
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asegurados para ia huAga de ustedes. Si es necesario,
tambien haremos un paro en apoyo, cualesquiera
que sean las conseouencias.
— iMagn ffico! ilVlagn ffico!
—i Ya I o decia yo —expresa Roque, j ubiloso—, los
sindicatos donde hay obreros cie vanguardia sahen cump1ir
con la solidaridad de clase! i Macanr!do!
”
. k1ir/. c ompa ñero Zunigat‘ aqu I tenés. Llev ate esta
resolucién para tu sindicato. °.
Mientras los hombres siguen en su's asuntos,
Rosaura se acuestd donde ya dorrrifa Felito desde
temprano. Vivfan amontonados. En ei otro expo
del cancel duerme Lucero y, el catre que antes‘oc
a el nieto, ahora sirve para los h erm a n os Cu eta.
' ran te I a s noches de calor era insoportable
todo’ aq °fiaci miento.
Folofo sigue em, pugsto de vigilante. El piensa que as/
esta prestando Iab,oracion a los
trabajadores. Si vini°ran los agentes d'é.
idod, con sombreros negros, revolveres en la
cin3ura teojos, como aparec ian en las pel
fculas detectives, ““low oaqt\Ties; en tal caso, él
desempeñar fa misio '* damental : darfa la
voz de alarma y, si los
age s / ”Can eifidr a la -esidencia para prender a
los obrer “„ lantaria al frente para impedirles el
paso, as i, y compañeros s-° podr ian evadir por la
dun otra
indo hacia el patio interior o hacia la
barraca vacié. ” o rque dir fan después esos
obreros acerca de la valiente' actitud de FoIofq
Cueto! iLo que dirfa Lencho Astro-y' su novia, Estela
Flores! ñAy, la señorita F-s@la, su
^. - gran amor, su ilusion grandiosa, su irnposible . . .!
i Lo que “ hablar fan en los tales
sindicatos! iY quizi su nombre ser
fa escrito en los periodicos por haber salvado de caer en
manos
de la policia a un grupo de obreros que preparaban
una huelga por aumento de salarios!
— Folofo, no te d›urmâs, anda mejor adentro.
Si no me duermo, Cat'ca: solo tengo !os ojos
cerrados. Por fin, los dos vis:'tantes salen de la casa.
Van satisfechos de la resolucion que les ha
comunicado Lucero. La huelga de las trabajadores
de la ce ecer fa comenzaba al d fa sigulente. Roque
se encuentra euforico y llama a los Oueto:
— iVengan mis muchachos! iPasen
adentro! iPobres,
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deben esar dormidos en la acera! iVengan y aléqrense
porque mañang este viejo estari mis joven que nunca!
iQué demontrés! iHay que luchar! La vida es eso:
ila lucha por nuestros derechos! iTal vez mejoramos,
tal vez Ie arrancamos un mendrugo a la canalla!
Folofo no sabe quién es “la canalla”, pero piensa que
debe ser la que paga a los policfas y a los diputados, autores
de*Jeyes„contra la dicha de las gentes. Y, par eso, porque
intiIIIaments.se siente una v ictima de quienes estan contra
los niños sin cab y los condenan a no poder casarse
cuando quieren, o a la circe1, como ie ocurrio a
6ierubrds, por eso siente esta noche mucha malquerencia
para “la canalla” con quien mañana don Roque
y’compañeros se enfrentarân para arrancarle un mendrugo
mas.
—Nosotros no rios dormimos —dice ,Catica, Cerrando la
puera.
—Yo éstaba aventando ojo a la calle por si acaso venian
los "oreias". Yo dije: imientras esté aquI, no paa nadie!
— ZDe veras, Folofo? —pregunta aleqremente don
Roque, quitandose la camisa— ZEso estabas haciendo
afuera? Te Io agradezco. iClarcit isi ya estâs grandecito;
ya comprendés eT dolor nuestro en tu propio pellejo!
iVos sos también un t r abajador,; un explotado! iVos
también tenés la
obligacién .de lucbar!
—cY también luchan los chiguines 7 —pregunta Catica.
—Ya Io creo -contesta el padre—, pero ustedes es mejor
quer+zcan un poco mis. Ya irén aprendiendo, hijos. La
vida enseña. Desgraciadamente a nosotros nos enseña a
golpes.
—Lo que es par golpes —dice Rosaura, terminando un
bostezo—, Catica y ’Folofo son ya personas grandes, rnuy
magullados. *Qué mas van a aprender?
Tienen que aprender a agarrar las letras, —contesta
Lucero, en broma—, porque Folofo dice qoe son. buy
huidizas.
— tse te escapan, Folofo?
— Las letras me huyen, don Roque; no todas,
pero algunas . . .
Roque celebra las expresiones figuradas del muchacho. Los
dos hermanos se acuestan en el mismo catre. No pueden
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darse vuelta de tan estrecho que es. Lucero también se
acuesta y cuando apagan la luz, tirando de un cordel,
enciende una buj fa muy pequeña y saca un libro que ten ia
debajo de la almohada.
-Pasen buena noche todos.
—Asi la pase usé, don Roque.
Por et solar, all i donde esta la derrui da barraca de don
Telmo, se oye maullar unos gatos. Rosaura se duerme muy
pronto. Foloto piensa en Lencho Castro y en su novia, la
enfermera. Suspira y cierra los ojos para no ver- aquellas
pupilas color de cielo. Prefiere verter su desencanto en el
enojo y recuerda a su compa Fierabrâs que esta eomo loro
enjaulado, esperando que Io manden iabe el Diablo a
dénde! Duerme.
Catica, con los ojos entrecerrados, mira la pequeña buj ia
que apenas alumbra el rostro de Lucero, detrâs del canal.
Lucero lee un libro de tapas rojas. Ella Io conoce porque Io
ha visto en las mañanas, cuando ie arregla la cama y se Io
guarda debajo de la almohada.
—”ZPor qué leerâ tanto hasa la madrugada? Un dia que
no esti doña Rosaura, yo tambsén Io voy a leer. Debe ser un
buen libro porque es bonito irojo como los claveles . . .! ty
si no entiendo las letras . . .7 ”.
Don Roque da vuel tas jUnto a Rosaura. No puede dormir.
Sus pensamientos estin muy agitados, queriendo desuubrir ie
qu e s ucede ri manana, demro de pocas horas, en la
cei-vecerfa. iTantos años de llevar en su pecho la granada de
su protesta! Se duerme hasta después de que Lucero apaga
con cautela su buj fa. Por un aguj ero del techo se cuela un
rayo de luna que va a pegar ahora en los pies descal zos y
osruros de Folofo. Roque Pinos se duerme, murmurando:
—Mañana ... mañana ... al fin, manana ...
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