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LEWIS
mos internacionales fue una «permisividad» y «tolerancia» en el cumplimiento
de los objetivos fiscales. El resultado fue un aumento de la deuda externa y de la
demanda de crédito interna, dos factores que reforzaron el escepticismo acerca
de la perdurabilidad del plan y complicaron la posición exterior del país, habida
cuenta de que los precios de las exportaciones siguieron bajando. No obstante,
los principales problemas con que tropezó la estabilidad fueron de origen inter-
no: oposición «<irresponsable» de los peronistas, antagonismo de los trabajadores
sindicados y del sector empresarial y renuencia del gobierno a pasar de la etapa
<<fácil»> de la estabilización -que además se prolongó por motivos electorales- a
la fase más ardua del «<ajuste».
Del triunfo inicial y el fracaso final de la estabilización heterodoxa se podrían
sacar dos lecciones. En primer lugar, tal como ocurrió con la estabilización de
los años noventa, el retorno a la confianza no provocó un aumento del ahorro
como habían pronosticado los encargados de la elaboración de políticas, sino
un consumo desenfrenado que ejerció una presión excesiva sobre la capacidad
de producción y situación de las reservas. Este problema fue menos agudo en
Brasil, donde el sistema era menos rígido. Los países que emprendieron una esta-
bilización más «tardía» en los años noventa ya estaban avisados de la posibilidad
de que se produjera una explosión del consumo, tal como habían demostrado los
acontecimientos que tuvieron lugar en Argentina a raíz del Plan de Convertibili-
dad de 1991.
Los reformadores neoliberales de los años noventa cobraron conciencia, por
consiguiente, de la necesidad de fortalecer la situación de las reservas antes de
proceder a la estabilización. Unas reservas sustanciales permitían una expansión de
la capacidad productiva a plazo medio y una protección contra las importaciones
a corto plazo para amortiguar la presión inflacionista que va unida a un repentino
aumento de la demanda. Dicho sea esto, los planificadores de los años noventa
pudieron acumular reservas mucho más fácilmente que sus predecesores de la dé-
cada anterior, cuando los precios de los productos básicos decayeron a causa de la
recesión y los mercados de capital internacionales padecían la depresión resultante
de la deuda pendiente y manifestaban una acusada parcialidad en contra de Amé-
rica Latina. La segunda lección que los encargados de la elaboración de políticas
aprendieron de los fracasos de la década de 1980 fue la necesidad de actuar con
presteza para resolver el problema del déficit fiscal.
Los regímenes que aplicaron políticas heterodoxas en los años ochenta se mos-
traron más preocupados por las deficiencias en el plano político y social que por
la situación fiscal y trataron de aumentar las inversiones sociales y económicas. Es
posible que, en la década de 1990, los fracasos anteriores hubiesen inducido un
mayor realismo o más tolerancia por parte del electorado. Además, la peor de las
crisis provocadas por la deuda ya se había superado en esa década. Por otra parte,
el sistema financiero internacional no se había colapsado, porque lo sacaron de
apuros tanto los contribuyentes del Primer Mundo como los pobres del Tercer
Mundo. A medida que fueron aumentando los beneficios de los bancos, los orga-
nismos intergubernamentales y la banca privada adoptaron también una actitud
más flexible con respecto a la deuda y se mostraron impacientes por participar en
la reestructuración de ésta y en los tratos relativos a las privatizaciones.
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en las elecciones legislativas ni en las municipales donde el tronco común del mo-
vimiento insurgente se presentó dividido (Alcántara, 1994).
El segundo elemento del esquema interpretativo se refiere a la posibilidad de
que el colapso de un régimen no democrático, sea autoritario o totalitario, esté en
la génesis de crear o no las condiciones para el éxito del establecimiento de una de-
mocracia política. De manera que aquí se consideran la situación de agotamiento
del anterior régimen político y la aparición de la estructura de oportunidades polí-
ticas que trae consigo un tipo de movilización social que ocurre cuando un sistema
cerrado comienza a abrirse y que se confronta con la oficialista en un momento de
gran vulnerabilidad de ésta. Los efectos de la estructura de oportunidades hacen
que aparezcan en el escenario un creciente flujo de presión sobre el régimen po-
lítico a través de huelgas, manifestaciones, protestas generalizadas o el uso orga-
nizado de las instituciones gubernamentales. De esta forma, en América Latina la
presión en las calles se dio en Uruguay y Brasil fundamentalmente, siendo tímidos
sus resultados. Sin embargo, el uso organizado de las instituciones oficialistas en
Chile por parte de la oposición, integrada primero en el «Comando del No>> y, más
tarde, en la «<Concertación», dio resultados favorables para el proceso democrati-
zador. El arranque de una oleada de movilizaciones puede contemplarse como una
respuesta colectiva a la expansión generalizada de las oportunidades políticas, en
la que los costes y los riesgos de la acción colectiva son menguados y se incremen-
tan las ganancias potenciales. Como resultado, aparecen en escena nuevos movi-
mientos, entre los que el que tuviera más éxito podría llegar a institucionalizarse
como partido político e incluso liderar el proceso de cambio. Estos movimientos,
cuyo ejemplo más significativo en América Latina lo representó el Movimiento
Democrático Brasileño y su transformación en partido, pueden ofrecer oportuni-
dades a los ciudadanos para expresar y expandir sus demandas e inmediatamente
recogen a aquellos grupos que básicamente conforman organizaciones de disiden-
tes. A medio y largo plazo su capacidad de éxito, traducida en alcanzar el estadio
de partidos políticos consolidados, se ve afectada por la ubicación del punto de
partida según los cuadrantes anteriores y por el desarrollo de los dos elementos
que se señalan más adelante. Sin embargo, existen casos en los que la estructura de
oportunidades políticas apenas si operó, pudiéndose, por consiguiente, hablar en
este apartado de situaciones «activas» -Chile, «pasivas» -Paraguay— o «inter-
medias» Argentina, Brasil y Uruguay.
El tercer elemento del esquema asume un problema inicial que concierne a la
definición de la propia estrategia del cambio. Desde la perspectiva de los partidos
políticos, y entendiendo que asimismo son componentes de la estrategia las insti-
tuciones políticas existentes y el tipo de liderazgo, el cambio fue convalidado por
algún sector reformista de la clase dirigente no democrática, como aconteció con
Cristiani en El Salvador (Eguizábal, 1992) y anteriormente, con Balaguer en Repú-
blica Dominicana (Espinal, 1987); pero, sobre todo, fue capitaneado por líderes
de la oposición que llenaron el vacío producido bien tras el colapso del régimen
no democrático (Alfonsín en Argentina) o como consecuencia de su propia ac-
ción de acoso (los nueve comandantes sandinistas en Nicaragua). Con respecto a
los pasos tomados podían ser de dos tipos: aquéllos que implicaban una reforma
radical del tipo de régimen, y los que adoptaban las instituciones del último régi-