1 -Toda relación libidinal se juega entre tres términos: el yo catectizante, la relación pensada y el otro yo como
existente en la realidad. Esto refiere a que el Yo tiene una representación psíquica del objeto catectizado de
manera privilegiada (el otro pensado) y por ende de la relación misma (relación pensada). Esto asegura un
soporte a la libido en los momentos de ausencia del otro real y una relativa estabilidad de la catectización en los
momentos de conflicto. El carácter específico de esta representación del otro, en tanto discurso interno, es su
decibilidad, su posibilidad de ser puesta en palabras, de ser comunicada.
Ahora bien, ¿Cuál es el vínculo entre el otro pensado y el otro real? La distancia entre estos está dada por los
límites al conocimiento que el Yo pueda tener del yo del otro. Además, el otro pensado es una reconstrucción, es
una puesta en juego de los ideales propios. Siempre llega un momento en el que el Yo ya no se satisface con el
placer vinculado a la representación del otro. Necesita encontrar una satisfacción real de sus demandas: el
placer sexual y el reconocimiento del yo. Esta exigencia de realidad es reclamada por el Yo para constatar que
eso que piensa se sigue dando fácticamente. En el encuentro real habrá una descatectización del otro pensado
en beneficio del tiempo presente. Durante este encuentro, es necesario que el yo pensado se refleje en el yo
real, que se opere un momento de confluencia. Una vez culminado, se producirá el reconocimiento de la
distancia. Si la relación quiere preservarse, esta distancia debe tolerarse. El encuentro vivido se cristalizará en
la representación del otro, representación que el Yo catectizará nuevamente durante la ausencia del otro real.
2 –La relación amorosa nos explica el modo en el que el Yo se relaciona con la realidad, al demostrar que el Yo
se relaciona con las representaciones psíquicas que construye a partir de ella. Freud distinguía la realidad
fáctica de la realidad psíquica. Esta última es considerada por el sujeto como la verdadera. De todas formas,
Piera explica que el Yo catectiza existentes y demanda de ellos satisfacción; como vimos en la relación amorosa.
3 – La relación amorosa es el prototipo de las relaciones simétricas. En ella, el Yo privilegia un objeto para su
catectización, pero conserva la libertad de desplazamiento de su libido y la diversificación de destinatarios de
sus demandas de placer. Específicamente los dos yoes deben ser para el otro objeto de catectización
privilegiada pero no exclusiva. Además, deben reconocer al otro como fuente de placer y a su vez, como fuente
de potencial sufrimiento. Esto remite al carácter recíproco de la relación amorosa, el cual limita la dependencia
del uno con el otro.
La relación libidinal entre el niño y su madre es una relación asimétrica. Para el niño, la madre es su objeto
exclusivo de catectización. Al igual que no puede elegir a su madre, tampoco puede dejar de catectizarla, es una
elección obligada. En cambio, para la madre el niño debe ser un objeto privilegiado de catectización, pero no
exclusivo; debe preservar la diversificación de los destinatarios de su libido (su amor por un cónyuge, por una
actividad, por otros hijos, por ella misma). La relación de la madre con el yo anticipado es libre de conflictos,
sus anhelos identificatorios para el lactante no se enfrentan con los anhelos futuros (y diferentes) del mismo.
Una vez que el yo del niño adviene, es para éste condición vital la catectización de la madre; y es mediante ella
que conoce y modifica la realidad exterior.
En la relación pasional, el objeto catectizado es insustituible, necesario y exclusivo (al igual que la catectización
de la madre por el niño). En la misma, la posibilidad de que el otro haga sufrir al Yo no está presente. Por lo
tanto, es una relación asimétrica.