Tertulia Dialógica
”El Club de los Valientes”
Modelo Dialógico de Prevención y Resolución de Conflictos
Comunidades de Aprendizaje
Antes de empezar, leer en voz alta...
El Club de los Valientes enseña cómo afrontar problemas como el
abuso y la violencia, pero sin caer en ella.
Seguro que conoces a alguien como Samuel, Alan o Nala.
Seguro que muchas veces has sido testigo.
Seguro que muchas veces te has callado.
Seguro que muchas veces has sido valiente y has denunciado.
Y has ayudado a alguien.
Por favor, respeta el mensaje de este cuento. No es una simple historia
ni un cuento de niños, es la historia de muchos alumnos y alumnas.
Solo de esta manera acabaremos con el abuso y la violencia dentro y
fuera del instituto.
Instrucciones
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Coge una hoja y un bolígrafo.
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Leed el Club de los Valientes, en voz alta, por turnos. Quien quiera leer, puede levantar la
mano.
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Apunta en tu hoja, mientras vais leyendo en voz alta, todas aquellas frases o palabras que
te parezcan interesantes o que quieras comentar con el resto del grupo cuando terminéis
la lectura (algo que te parece importante, algo que te llama la atención...).
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Cuando lo hayáis leído, por turnos, compartiréis vuestras anotaciones. El profesor o
profesora moderará el turno de palabra.
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Si algún compañero/a no respeta la actividad, lo invitaremos a no participar.
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Cuando un compañero/a comparta alguna cosa relacionada con algo que tú también has
anotado, o simplemente quieres hacer algún comentario al respecto, levanta la mano y
cuando te diga tu profe, haz tu aportación.
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Recuerda que esta tertulia trata de la vida de muchos niños y niñas.
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¡Adelante!
Samuel era más alto y fuerte que sus compañeros de clase, y pensaba
que todos los problemas se solucionaban por la fuerza.
Cuando alguno se negaba a hacer lo que él quería, lo amenazaba con
darle un puñetazo.
Muchos chicos, por miedo, lo seguían y cumplían sus órdenes, pero
Alan no.
Aquella mañana los niños aplaudían y gritaban.
- ¡Bravo! ¡Bien por Samuel! ¡Eres el más fuerte!
Y Samuel levantó los brazos en señal de victoria, mientras su rival, Alan,
permanecía en el suelo temblando de miedo y sangrando por el labio.
No estaba dispuesto a permitir que Samuel le quitara su bocadillo, pero
este lo había empujado con fuerza y ahora se lo estaba comiendo
delante de sus narices.
Aún estaba en el suelo cuando Don Alberto, su profesor, se acercó:
- ¿Qué está pasando aquí? -les preguntó a todos.
- Nada, profe, solo es una pelea -contestó uno de los chicos.
- ¿Quién ha empezado? ¿Quién te ha pegado? -preguntó dirigiéndose a
Alan mientras lo ayudaba a levantarse.
Alan se quedó callado. Su cabeza daba vueltas buscando una respuesta,
pues no sabía qué hacer: si decía la verdad Samuel se vengaría, si decía
que él había empezado la pelea, Don Alberto lo castigaría y se lo diría a
sus padres.
Pero si se callaba, quedaría delante de todos como un cobarde y Don
Alberto se enfadaría con él por no querer contarle la verdad. Así que
Alan tenía un problema, un serio problema y no sabía qué hacer.
- No ha sido nada, profe, solo una pelea sin importancia -contestó.
- Pues ya me dirás qué haces en el suelo con el labio partido.
- Es que Samuel me ha empujado sin querer y yo me he caído.
Don Alberto no se quedó muy convencido de la explicación, pero
decidió no seguir preguntando y mandó a todos a clase.
Alan tuvo que oír cómo todos le decían en voz baja:
-¡Cobarde, gallina, capitán de la sardina!
Se sintió mal pero no dijo nada, e intentó olvidarse de todo lo
ocurrido cuanto antes.
Al salir del colegio volvió paseando hasta su casa, triste y pensativo,
sin darse cuenta de que alguien lo seguía.
- ¡Hola, buenas tardes, Alan! -le dijo una niña con cara sonriente.
-¿Quién eres? No te conozco ¿Y cómo sabes mi nombre?
-Sé todo de ti, me llamo Nala -le contestó con cara de pícara.
Alan se quedó mirándola extrañado.
- Vengo de un mundo diferente al tuyo y allí todos te conocen.
Alan se quedó con la boca abierta sin comprender, y le dijo:
- ¿Que me conocen en otro mundo? No entiendo nada.
- Si quieres te lo puedo explicar -dijo ella.
- Sí, por favor, te escucho -le pidió Alan.
- En mi mundo te llaman el Rey de los Valientes porque sabes
defenderte sin utilizar la fuerza, y, cuando tienes algún problema, lo
resuelves de forma pacífica.
Alan bajó la cabeza y dijo a Nala avergonzado:
- Yo no soy valiente. Esta mañana un chico de clase me ha pegado y
no he sabido defenderme.
- El chico que te ha pegado seguramente es un cobarde que usa la
fuerza porque tiene miedo.
- ¿Que Samuel es un miedoso? Tú no lo conoces.
- Sí, Alan. Si utiliza la fuerza es que quiere asustaros porque en el
fondo le dais miedo, ¿no crees?
- Bueno, si lo miras de esa manera, puede que tengas razón.
- Hoy he venido precisamente hasta aquí para recordarte que dentro de
ti hay valentía, aunque tú no lo creas. Recuerda que en mi mundo te
llaman el Rey de los Valientes porque te gusta resolver los problemas
pacíficamente.
Los dos siguieron hablando mientras se acercaban a la casa de Alan.
- ¿Volveré a verte? Me ha gustado mucho lo que me has contado.
Y Nala le dijo:
- Pronto nos volveremos a ver…
Y, en cuanto dijo la última palabra, desapareció de su vista.
A Alan le pareció que todo había sido un sueño, pero al entrar en casa,
su madre le preguntó:
- Alan, ¿quién era esa chica?
- Nadie, mamá. Una chica que he conocido hoy. Se llama Nala.
Al día siguiente Alan llegó a clase con un plan.
Habló con algunos compañeros con los que Samuel siempre se metía y
les dijo:
- Samuel es uno y nosotros somos muchos. Propongo que cada vez
que se meta con uno de nosotros, los demás nos pongamos delante
defendiéndolo. ¿Qué os parece?
- ¡Bien! ¡Le daremos entre todos una paliza! -contestaron.
- No, no -dijo Alan-, no debemos pelear con él. En cuanto nos vea a
todos juntos, seguro que no se atreve, porque en el fondo nos tiene
miedo. Si os parece podemos formar un club. Se llamará el Club de los
Valientes. ¿Os gusta el nombre?
A todos les pareció una idea estupenda, así que decidieron hacerse un
escudo que los identificara como miembros del club.
Se lo pondrían con un imperdible en la chaqueta, para recordar que
eran unos valientes y podían resolver los problemas de forma pacífica.
EL Club de los Valientes creció y creció, porque ser socio tenía muchas
ventajas, y Samuel se dio cuenta de que, poco a poco, se estaba
quedando solo.
Y nunca más volvió a molestarlos.
Alan no se olvidó de su amiga Nala y todavía espera que algún día
vuelva de nuevo a visitarlo y le cuente más cosas de su mundo.