Pmo Pfoh Emanuel
Pmo Pfoh Emanuel
Autor:
Emanuel O. Pfoh1
10 de noviembre de 2004
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Universidad Nacional de La Plata, Argentina
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I
Es innegable que cada manera de interpretar el pasado afecta
directamente el presente, precisamente porque siempre interpretamos el
pasado desde una situación específica del presente. Sin caer en un
subjetivismo absoluto, puede sostenerse con certeza que toda imagen del
pasado que nos podamos hacer, ya sea a través de la memoria personal o
colectiva de una sociedad como de una rigurosa metodología de
investigación histórica, está irremediablemente signada por las condiciones
sociales, políticas, económicas, etc. en las que vivimos. En un sentido
general, evocamos el pasado de acuerdo con nuestros intereses y
necesidades; creamos el pasado para servir una particular situación
presente. No significa esto que, no obstante la elusiva e inalcanzable
objetividad de nuestra evocación de situaciones y eventos pasados, la
investigación histórica sea un mero ejercicio de creatividad literaria. La
investigación histórica crea una imagen del pasado pero a partir de los
fragmentos que sobreviven hasta nuestros días: las realidades pasadas no
existen más; solamente sus restos documentales o materiales nos quedan.
En este sentido, la tarea del historiador se presenta un tanto problemática
puesto que debe hacer frente a la ambigüedad de lo interpretado. Así pues,
una vez más, el pasado que los historiadores crean a partir de la
interpretación de restos documentales o materiales nunca será el mismo. Y,
asimismo, afectará de diversas maneras las situaciones políticas en donde
esas interpretaciones tienen voz. En definitiva, “la construcción de la
historia, escrita u oral, pasada o presente, es un acto político”2.
El reciente debate emplazado en los círculos académicos europeos y
norteamericanos sobre la historia de Israel en la antigua Palestina ilustra de
una manera eficaz estas consideraciones, especialmente a la luz de las
negociaciones y conflictos entre palestinos e israelíes como trasfondo
político contemporáneo. A lo largo de la década de los ’90, la perspectiva
de un grupo de investigadores centrados en la Universidad de Sheffield
(Inglaterra) y la Universidad de Copenhague (Dinamarca) no solo alentó la
polémica en torno a la historicidad de las narrativas contenidas en el
Antiguo Testamento o la Biblia Hebrea sino que dio lugar de manera
contundente a una nueva interpretación del pasado de Israel en la antigua
Palestina 3 . En síntesis, la convincente argumentación de estos
2
K.W. Whitelam, The Invention of Ancient Israel: The Silencing of Palestinian History, Londres & Nueva
York, Routledge, 1996, p. 11. La traducción es nuestra.
3
Usualmente referidos, estos investigadores, bajo el no siempre correcto o apropiado epíteto colectivo
de Escuela de Copenhague. Véase al respecto Th.L. Thompson, Early History of the Israelite People:
From the Written and Archaeological Sources, (SHANE, 4), Leiden, E.J. Brill, 1992; ídem, The Mythic
Past: Biblical Archaeology and the Myth of Israel, Nueva York, Basic Books, 1999; P.R. Davies, In Search
of ‘Ancient Israel’, (JSOTSup, 148), Sheffield, Sheffield Academic Press, 1995 [1992]; K.W. Whitelam,
The Invention, op.cit.; ídem, “Representing Minimalism: The Rhetoric and Reality of Revisionism”, en
A.G. Hunter y P.R. Davies (eds.), Sense and Sensitivity: Essays on Reading the Bible in Memory of
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Robert Carroll, Sheffield, Sheffield Academic Press, 2002, pp. 194-223; N.P. Lemche, The Israelites in
History and Tradition, (LAI), Louisville, Westminster / John Knox Press, 1998.
4
Cf. también Lemche, The Israelites, op.cit., pp. 22-34. De hecho, la Biblia posee una homogeneidad
como documento histórico que se basa solamente en presupuestos histórico-culturales (religiosos); en
términos literarios, los escritos que componen el Antiguo Testamento / la Biblia Hebrea son
problemáticos, o al menos altamente ambiguos, como para atribuirles un contexto histórico seguro. Cf.
al respecto E. Tov, Textual Criticism of the Hebrew Bible, 2da ed., Minneapolis, Fortress Press, 2001.
5
Al respecto, cf. N.P. Lemche y Th.L. Thompson, “Did Biran Kill David? The Bible in the Light of
Archaeology”, Journal for the Study of the Old Testament 64, 1994, pp. 3-22.
6
Cf. A. Ofer, “‘All the Hill Country of Judah’: From a Settlement Fringe to a Prosperous Monarchy”, en I.
Finkelstein y N. Na’aman (eds.), From Nomadism to Monarchy: Archaeological and Historical Aspects of
Early Israel, Jerusalén, Israel Exploration Society, 1994, pp. 92-121.
7
Cf. N.P. Lemche, “The Old Testament—A Hellenistic Book?”, Scandinavian Journal of the Old
Testament 7/2, 1993, pp. 163-193; Davies, In Search, op.cit.; Thompson, The Mythic Past, op.cit.
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Podemos puntualizar ahora un par de cuestiones relativas a este debate
que influyen directamente en la moderna situación política de
Israel/Palestina: a) la idea de una nación israelita en la antigüedad oriental
del primer milenio antes de Cristo, conjuntamente con b) la suposición de
la existencia de una etnicidad definida, capaz de ser identificada en el
registro arqueológico, a partir de la cual puede distinguirse de manera
precisa la cultura material israelita de la cultura material cananea.
Veremos que ambas cuestiones son usualmente percibidas de manera
errónea y la utilización política que en la actualidad se hace de ellas no
tiene fundamentos sólidos, ni históricos ni arqueológicos.
a) La idea de una nación israelita en el primer milenio anterior a la era
cristiana está marcadamente influenciada por el trasfondo cultural de los
primeros investigadores modernos de la historia bíblica. No hay dudas de
que el relato bíblico del reino de David y Salomón fue percibido desde fines
del siglo XIX en adelante a partir de la idea occidental de Estado-Nación, tal
como ésta se manifestaba en la escena política e ideológica de la Europa de
8
Sobre el reino de Israel a partir de la información arqueológica y epigráfica de primera mano, véase I.
Finkelstein y N.A. Silberman, The Bible Unearthed: Archaeology’s New Vision of Ancient Israel and the
Origin of Its Sacred Texts, Nueva York, The Free Press, 2001, pp. 149-225. Cf. también M. Liverani,
Oltre la Bibbia. Storia antica di Israele, Bari, Laterza, 2003, pp. 117-142.
9
Cf. Finkelstein y Silberman, The Bible Unearthed, op.cit., pp. 229-250; Liverani, Oltre la Bibbia, op.cit.,
pp. 143-158.
10
Cf. Davies, In Search, op.cit., pp. 72-127, 149-155.
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ese entonces 11 . Es explicable, pues, que una lectura literal del relato
bíblico de la Monarquía Unida contemplara la idea de la consolidación de
una nación israelita, diferenciada de los vecinos, en conjunto con el
surgimiento de una formación estatal. No obstante, tal perspectiva conlleva
serias dificultades. En primer lugar, el texto bíblico no puede ser
interpretado literalmente. A pesar del esfuerzo de los estudiosos bíblicos de
los últimos doscientos años por ofrecer una racionalización histórica de este
relato de notable naturaleza mítica, hoy en día está claro que el historiador
que utilice la narrativa veterotestamentaria en una reconstrucción histórica
del Israel de la antigua Palestina debe hacerlo de manera secundaria,
apelando a la corroboración en fuentes externas a los escritos del Antiguo
Testamento. Así pues, si confrontamos el relato bíblico del surgimiento del
Estado en el antiguo Israel con el registro arqueológico y epigráfico,
veremos que dos perspectivas se hacen presentes. Una de carácter literario
y mítico, que nos habla del origen divino del poder real; la otra de carácter
arqueológico y epigráfico, la que el historiador puede utilizar con mayor
confianza, al ser información que se interpreta de primera mano. El
resultado de esta metodología nos indica que en la Palestina del primer
milenio a.C. no hubo nada que se asemeje a una Monarquía Unida o a un
imperio israelita soberano en la región. La entidad sociopolítica llamada
Israel, atestiguada en el registro epigráfico, recién aparece hacia el siglo IX
a.C. y dista bastante de poseer las características de un Estado-Nación. En
realidad, la evidencia disponible nos indica que esta entidad estaba
organizada a partir de lazos de parentesco, y su organización sociopolítica y
jerárquica observaba los lineamientos de las sociedades “tribales”, aún
observables en el Medio Oriente contemporáneo. Hablar aquí de naciones o
de nacionalismo es un anacronismo que puede conducirnos a comprender
de manera equivocada la naturaleza de las sociedades del antiguo Oriente.
b) Por otra parte, y en relación a lo anterior, la cuestión de la etnicidad en
la antigua Palestina es un problema resuelto parcialmente y que no deja de
generar controversia. Es sabido que la detección arqueológica de artefactos
israelitas o cananeos en el suelo palestino rápidamente se constituye en
fundamento para reclamar políticamente la ocupación histórica primera de
un territorio en disputa12. Con todo, es harto difícil diferenciar la cultura
material israelita de la cananea, puesto que ambas contienen
características comunes. En un sentido estrictamente arqueológico, se
11
Cf. Whitelam, The Invention, op.cit., pp. 122-175; Lemche, The Israelites, op.cit., pp. 1-21. La tierra
en la ideología bíblica juega un rol específico en torno a la constitución de un ethnos judío en la
Palestina helenística que fue posteriormente tomado por la ideología nacionalista del Romanticismo del
siglo XVIII e incorporado al programa sionista. Cf. N.P. Lemche, “Israel og dets land”, en N.P. Lemche y
H. Tronier (eds.), Etnicitet i Bibelen, (FBE, 9), Copenhague, Museum Tuskulanums Forlag, 1998, pp. 11-
22, esp. 17-21.
12
Es realmente significativo el hecho de que una de las primeras acciones políticas de la Autoridad
Palestina, poco tiempo después de ser establecida, sea la creación de un Departamento de Arqueología,
con sede en la Universidad de Birzeit.
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La cuestión de la identidad de los pobladores sedentarios de comienzos de la Edad del Hierro en
Palestina (ca. 1150 a.C.) ha sido debatida en los años recientes de manera considerable. Ciertamente,
podemos observar la ausencia de huesos de cerdo en los sitios atribuidos a los israelitas con respecto a
su presencia efectiva en otros sitios contemporáneos (algo de denotaría la existencia de una prohibición
alimenticia y así, quizás, una probable diferenciación étnica); con todo, esto no indica con seguridad que
esos pobladores sean los israelitas bíblicos. Cf. I. Finkelstein, “The Rise of Early Israel: Archaeology and
Long-Term History”, en S. Ahituv y E.D. Oren (eds.), The Origin of Early Israel—Current Debate: Biblical,
Historical and Archaeological Perspectives, (Studies by the Department of Bible and Ancient Near East,
vol. XII), Beer-Sheva, Ben-Gurion University of the Negev Press, 1998, pp. 7-39, esp. 18-20.
14
Cf. J. Strange, “The Book of Joshua: A Hasmonaean Manifesto?”, en A. Lemaire y B. Otzen, (eds.),
History and Tradition of Early Israel: Studies Presented to Eduard Nielsen, May 8th 1993, (VTSup, 50),
Leiden, E.J. Brill, 1993, pp. 136-141.
15
Th.L. Thompson, “Hidden Histories and the Problem of Ethnicity in Palestine”, en M. Prior (ed.),
Western Scholarship and the History of Palestine, Londres, Melisende, 1998, pp. 23-24 (la traducción es
nuestra). Sobre etnicidad y cultura material, véase S. Jones, The Archaeology of Ethnicity: Constructing
Identities in the Present and Past, Londres & Nueva York, Routledge, 1997. Cf. también las
consideraciones en T. Østigård, “The Bible and Believers, the Power of the Past and Antiquated
Archaeology in the Middle East”, en J. Bergstøl (ed.), Scandinavian Archaeology Practice – In Theory.
Proceedings from the 6th Nordic TAG, Oslo 2001, (Oslo Archaeological Series, 1), Oslo, University of
Oslo, 2003, pp. 302-314.
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“Throughout the millennia of its existence, Jerusalem has never been the
capital of any other sovereign nation. Jerusalem has stood at the center of
the Jewish people’s national and spiritual life since King David made it the
capital of its kingdom in 1003 BCE. The city remained the capital of the
Davidic dynasty for 400 years, until the kingdom was conquered by the
Babylonians. Following the return from the Babylonian exile in 538 BCE,
Jerusalem again served as the capital of the Jewish people in its land for
the next five and a half centuries”.16
16
http://www.Israel.org/mfa/go.asp?MFAH00j30, citado en D.M. Gunn, “The Myth of Israel: Between
Present and Past”, en L.L. Grabbe (ed.), Did Moses Speak Attic? Jewish Historiography and Scripture in
the Hellenistic Period, (JSOTSup, 317 / ESHM, 3), Sheffield, Sheffield Academic Press, 2001, p. 196.
17
Citado en N. Chomsky, The Fateful Triangle: The United States, Israel and the Palestinians, Boston,
South End Press, 1983, p. 161. El resaltado es nuestro.
18
Excepto por los designios divinos: por ejemplo, el Exilio israelita a Babilonia.
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En efecto, podríamos indicar grosso modo que el sionismo tuvo irónicamente como resultado
secundario el surgimiento del nacionalismo palestino; aunque como indica I. Pappe en una historia de
Palestina de reciente aparición (A History of Modern Palestine. One Land, Two Peoples, Cambridge,
Cambridge University Press, 2004, p. 50): “If Zionism accelerated the crystallization of Palestinian
nationalism, it did not as yet create the coercive national atmosphere necessary to force individuals to
compromise their personal interests in the face of a collective will”.
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http://www.palestina.int.ar/historia/res_historica/histo.htm. Esta reseña histórica está hecha por el
actual embajador Suhail Hani Daher Akel.
21
Cf. Thompson, Early History, op.cit., pp. 171-177.
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Este último punto de vista repite la idea bíblica de una conquista israelita de la Tierra Santa que, como
ya notamos, no está atestiguada en lo absoluto.
23
Es evidente que una narrativa polarizada entre “buenos y malos” no puede constituirse como el objeto
de construcción histórica en un estudio serio —o, al menos, profesional y metodológicamente
moderno—, que contemple la complejidad de los procesos históricos; nos habla más de la pervivencia
de la concepción de las sociedades antiguas de lo pasado (cf. N.P. Lemche, “Good and Bad in History:
The Greek Connection”, en S.L. McKenzie y Th. Römer (eds.), Rethinking the Foundations:
Historiography in the Ancient World and in the Bible. Essays in Honour of John Van Seters, [BZAW, 294],
Leiden, E.J. Brill, 2000, pp. 127-140) en ciertos discursos políticos contemporáneos. Puede verse una
(re)construcción arqueológica e histórica de Palestina desde el período Paleolítico hasta el del Mandato
Británico en Th.E. Levy (ed.), The Archaeology of Society in the Holy Land, Nueva York, Facts on File,
1995.
24
Cf. N.P. Lemche, The Canaanites and Their Land: The Tradition of the Canaanites, (JSOTSup, 110),
2da ed., Sheffield, Sheffield Academic Press, 1999 [1991].
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III
Para finalizar esta comunicación, deseo puntualizar algunas cuestiones de
método historiográfico y de interpretación de la historia de la antigua
Palestina.
De la misma manera en que una interpretación puramente historicista y
literal de la narrativa del Antiguo Testamento es metodológicamente
absurda para cualquier historiador que se precie de crítico, tampoco
podemos utilizar la evocación del pasado presente en el Corán como guía
de nuestra construcción moderna del pasado de Palestina. Ciertamente,
ambos textos sagrados recrean y evocan, aquí y allá, hechos históricos; sin
embargo, sus propósitos son, en efecto, otros que los de relatar los
acontecimientos “tal como han sucedido”. Esta aspiración es el “capricho” y
objeto del deseo que define a la disciplina histórica moderna y no debe ser
impuesta en sociedades no interesadas en esta práctica intelectual, la de
evocar el pasado de manera racional. Recordemos siempre que las
sociedades que produjeron la Biblia Hebrea y el Corán eran sociedades de
25
Sobre esta cuestión, cf. Pappe, A History of Modern Palestine, op.cit., pp. 123-193.
26
W.G. Dever (“Archaeology, Ideology, and the Quest for an ‘Ancient’ or ‘Biblical’ Israel”, Near Eastern
Archaeology 61/1, 1998, pp. 39-52, esp. 50) ha notado esta posibilidad pero, ciertamente, de una
manera harto tendenciosa y pro-israelí.
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Sobre las sociedades de pensamiento mítico, cf. en general C. Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje,
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001 [1962]; y, especialmente, N. Wyatt, “The Mythic
Mind”, Scandinavian Journal of the Old Testament 15/1, 2001, pp. 3-56.
28
Sobre estas cuestiones, véase H. Niehr, “Some Aspects of Working with the Textual Sources”, en L.L.
Grabbe (ed.), Can a ‘History of Israel’ Be Written?, (JSOTSup, 245 / ESHM, 1), Sheffield, Sheffield
Academic Press, 1997, pp. 156-165; E.O. Pfoh, “Algunas consideraciones historiográficas para la historia
de Israel en la antigua Palestina”, Eridu 8, 2002, pp. 2-16.
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“Read with a literalist naïveté, the land traditions of the Bible predicate a
god who is a xenophobic nationalist and a militaristic ethnic-cleanser.
Reliance on the authority of a gift of land from such a god, then, is
problematic for any reader who might presume that the divinity would
entertain the values of the Fourth Geneva Convention and the Universal
Declaration of Human Rights, at least. Moreover, at the level of reception,
these biblical traditions have fuelled virtually every form of militant
colonialism emanating from Europe, resulting in the suffering of millions of
people, and loss of respect for the Bible. Were it not for their religious
provenance, such biblical sentiments would be regarded as incitements to
racial hatred. On moral grounds, therefore, one is forced to question
whether the Torah in fact provides divine legitimacy for the occupation of
other people’s land, and the virtual annihilation of the indigenous
peoples”.31
29
Cf. M. Noth, Historia de Israel, Barcelona, Garriga, 1966 [1950], p. 216 n. 3; y más recientemente,
Lemche, The Israelites, op.cit., p. 182 n. 35. Véase también Thompson, “Hidden Histories”, op.cit., pp.
23-24; ídem, The Mythic Past, op.cit., p. 234. Esta posibilidad ha sido sugerida mas no estudiada en
profundidad.
30
Cf. M. Prior, “The Moral Problem of the Land Traditions of the Bible”, en M. Prior (ed.), Western
Scholarship and the History of Palestine, Londres, Melisende, 1998, pp. 41-81.
31
M. Prior, “Ethnic Cleansing and the Bible: A Moral Critique”, Holy Land Studies 1/1, 2002, p. 50.
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