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II Congreso en Relaciones Internacionales del IRI

10 de noviembre de 2004 - La Plata, Argentina

Universidad Nacional Instituto de Departamento de


de La Plata Relaciones Internacionales Medio Oriente

Título del Trabajo:

LA HISTORIA ANTIGUA DE PALESTINA A LA LUZ DE LAS


RECIENTES REVISIONES DE LA HISTORIA ANTIGUA DE ISRAEL.
ASPECTOS IDEOLÓGICOS

Autor:

Emanuel O. Pfoh1

Ponencia presentada en las

Quintas Jornadas de Medio Oriente

La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina

10 de noviembre de 2004

1
Universidad Nacional de La Plata, Argentina

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II Congreso en Relaciones Internacionales del IRI
10 de noviembre de 2004 - La Plata, Argentina

I
Es innegable que cada manera de interpretar el pasado afecta
directamente el presente, precisamente porque siempre interpretamos el
pasado desde una situación específica del presente. Sin caer en un
subjetivismo absoluto, puede sostenerse con certeza que toda imagen del
pasado que nos podamos hacer, ya sea a través de la memoria personal o
colectiva de una sociedad como de una rigurosa metodología de
investigación histórica, está irremediablemente signada por las condiciones
sociales, políticas, económicas, etc. en las que vivimos. En un sentido
general, evocamos el pasado de acuerdo con nuestros intereses y
necesidades; creamos el pasado para servir una particular situación
presente. No significa esto que, no obstante la elusiva e inalcanzable
objetividad de nuestra evocación de situaciones y eventos pasados, la
investigación histórica sea un mero ejercicio de creatividad literaria. La
investigación histórica crea una imagen del pasado pero a partir de los
fragmentos que sobreviven hasta nuestros días: las realidades pasadas no
existen más; solamente sus restos documentales o materiales nos quedan.
En este sentido, la tarea del historiador se presenta un tanto problemática
puesto que debe hacer frente a la ambigüedad de lo interpretado. Así pues,
una vez más, el pasado que los historiadores crean a partir de la
interpretación de restos documentales o materiales nunca será el mismo. Y,
asimismo, afectará de diversas maneras las situaciones políticas en donde
esas interpretaciones tienen voz. En definitiva, “la construcción de la
historia, escrita u oral, pasada o presente, es un acto político”2.
El reciente debate emplazado en los círculos académicos europeos y
norteamericanos sobre la historia de Israel en la antigua Palestina ilustra de
una manera eficaz estas consideraciones, especialmente a la luz de las
negociaciones y conflictos entre palestinos e israelíes como trasfondo
político contemporáneo. A lo largo de la década de los ’90, la perspectiva
de un grupo de investigadores centrados en la Universidad de Sheffield
(Inglaterra) y la Universidad de Copenhague (Dinamarca) no solo alentó la
polémica en torno a la historicidad de las narrativas contenidas en el
Antiguo Testamento o la Biblia Hebrea sino que dio lugar de manera
contundente a una nueva interpretación del pasado de Israel en la antigua
Palestina 3 . En síntesis, la convincente argumentación de estos

2
K.W. Whitelam, The Invention of Ancient Israel: The Silencing of Palestinian History, Londres & Nueva
York, Routledge, 1996, p. 11. La traducción es nuestra.
3
Usualmente referidos, estos investigadores, bajo el no siempre correcto o apropiado epíteto colectivo
de Escuela de Copenhague. Véase al respecto Th.L. Thompson, Early History of the Israelite People:
From the Written and Archaeological Sources, (SHANE, 4), Leiden, E.J. Brill, 1992; ídem, The Mythic
Past: Biblical Archaeology and the Myth of Israel, Nueva York, Basic Books, 1999; P.R. Davies, In Search
of ‘Ancient Israel’, (JSOTSup, 148), Sheffield, Sheffield Academic Press, 1995 [1992]; K.W. Whitelam,
The Invention, op.cit.; ídem, “Representing Minimalism: The Rhetoric and Reality of Revisionism”, en
A.G. Hunter y P.R. Davies (eds.), Sense and Sensitivity: Essays on Reading the Bible in Memory of

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investigadores a través de un método historiográfico crítico sostiene que el


pasado de Israel evocado en la Biblia no es histórico sino mítico; y ante la
posibilidad de que las narrativas bíblicas evoquen hechos históricos
(confirmados extra-bíblicamente), es evidente que esto ocurre de una
manera tan distorsionada por la teología de los escribas bíblicos que la
utilidad de estos testimonios en una construcción histórica moderna pasa a
un segundo o tercer lugar 4 . Ciertamente, más de 150 años de
investigación arqueológica en Tierra Santa no han hecho sino demostrar
que la historia de Israel que podemos construir a partir de la información
arqueológica y epigráfica de primera mano es muy distinta de la imagen
que nos presenta la Biblia de un Israel “nacionalmente” homogéneo
invadiendo Canaán, conquistando militarmente la región para,
posteriormente, establecer una monarquía poderosa e imperial —un
Estado-Nación, en los términos de la historiografía tradicional— por varios
siglos, hasta la deportación de los israelitas por parte de los asirios y los
babilonios. Arqueológicamente, no existen evidencias de una conquista
masiva del país por parte de los antiguos israelitas; tampoco poseemos
evidencias seguras de la existencia de una monarquía poderosa en lo que
hoy constituye Cisjordania hacia el siglo X a.C.; no existen rastros
epigráficos de un rey David —exceptuando una recientemente hallada
estela conmemorativa que nombra una “Casa de David”5— o de su hijo
Salomón; Jerusalén y su periferia en el siglo X a.C. era poco más que un
conglomerado de aldeas y no la ciudad capital del imperio israelita que nos
presenta la Biblia6. Si a esto añadimos que recientes estudios textuales
datan los escritos que hoy constituyen el Antiguo Testamento hacia los
siglos V y II a.C.7, esto es, más de mil años después de los hechos que la
Biblia describe, constatamos que la narrativa bíblica no es un documento
histórico de primera mano sino que evoca eventos de los cuales no fue
testigo y a los cuales no tenemos manera de probar como históricos.
En definitiva, arqueológicamente la historia que podemos escribir del
antiguo Israel es la de una pequeña entidad sociopolítica en las tierras altas
de Palestina que existió entre ca. 900 y 732/22 a.C., época esta última en

Robert Carroll, Sheffield, Sheffield Academic Press, 2002, pp. 194-223; N.P. Lemche, The Israelites in
History and Tradition, (LAI), Louisville, Westminster / John Knox Press, 1998.
4
Cf. también Lemche, The Israelites, op.cit., pp. 22-34. De hecho, la Biblia posee una homogeneidad
como documento histórico que se basa solamente en presupuestos histórico-culturales (religiosos); en
términos literarios, los escritos que componen el Antiguo Testamento / la Biblia Hebrea son
problemáticos, o al menos altamente ambiguos, como para atribuirles un contexto histórico seguro. Cf.
al respecto E. Tov, Textual Criticism of the Hebrew Bible, 2da ed., Minneapolis, Fortress Press, 2001.
5
Al respecto, cf. N.P. Lemche y Th.L. Thompson, “Did Biran Kill David? The Bible in the Light of
Archaeology”, Journal for the Study of the Old Testament 64, 1994, pp. 3-22.
6
Cf. A. Ofer, “‘All the Hill Country of Judah’: From a Settlement Fringe to a Prosperous Monarchy”, en I.
Finkelstein y N. Na’aman (eds.), From Nomadism to Monarchy: Archaeological and Historical Aspects of
Early Israel, Jerusalén, Israel Exploration Society, 1994, pp. 92-121.
7
Cf. N.P. Lemche, “The Old Testament—A Hellenistic Book?”, Scandinavian Journal of the Old
Testament 7/2, 1993, pp. 163-193; Davies, In Search, op.cit.; Thompson, The Mythic Past, op.cit.

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que la zona pasó definitivamente a manos del poder militar asirio8. En


Palestina, no se volverá a hablar de Israel como entidad sociopolítica
autónoma sino hasta 1948 d.C., con el establecimiento del moderno Estado
de Israel. Por su parte, la zona de Judá incluyendo Jerusalén, parece
experimentar un considerable desarrollo económico y demográfico recién a
partir de fines del siglo VIII a.C.9 Ambas regiones, pues, parecen tener una
historia distinta a la descrita en la Biblia. En definitiva, las tradiciones
bíblicas han sido escritas muchos siglos después de los eventos que sus
páginas evocan (¡si es que estos eventos sucedieron en absoluto!) como
para depositar nuestra confianza histórica en ellas, y su propósito reside
más en una vindicación religiosa del camino que deben seguir los
verdaderos siervos de YHWH, la divinidad del judaísmo primitivo, que en un
detallado informe histórico sobre la historia de Israel en fuera y dentro de
Palestina desde Abraham hasta el Exilio a Babilonia. La historia de Israel
presente en la Biblia es un mito etiológico, es la manera en que los
antiguos teólogos judíos de la segunda mitad del primer milenio a.C. se
explicaban a sí mismos y a su comunidad religiosa quiénes eran y cómo
debían comportarse10.

II
Podemos puntualizar ahora un par de cuestiones relativas a este debate
que influyen directamente en la moderna situación política de
Israel/Palestina: a) la idea de una nación israelita en la antigüedad oriental
del primer milenio antes de Cristo, conjuntamente con b) la suposición de
la existencia de una etnicidad definida, capaz de ser identificada en el
registro arqueológico, a partir de la cual puede distinguirse de manera
precisa la cultura material israelita de la cultura material cananea.
Veremos que ambas cuestiones son usualmente percibidas de manera
errónea y la utilización política que en la actualidad se hace de ellas no
tiene fundamentos sólidos, ni históricos ni arqueológicos.
a) La idea de una nación israelita en el primer milenio anterior a la era
cristiana está marcadamente influenciada por el trasfondo cultural de los
primeros investigadores modernos de la historia bíblica. No hay dudas de
que el relato bíblico del reino de David y Salomón fue percibido desde fines
del siglo XIX en adelante a partir de la idea occidental de Estado-Nación, tal
como ésta se manifestaba en la escena política e ideológica de la Europa de

8
Sobre el reino de Israel a partir de la información arqueológica y epigráfica de primera mano, véase I.
Finkelstein y N.A. Silberman, The Bible Unearthed: Archaeology’s New Vision of Ancient Israel and the
Origin of Its Sacred Texts, Nueva York, The Free Press, 2001, pp. 149-225. Cf. también M. Liverani,
Oltre la Bibbia. Storia antica di Israele, Bari, Laterza, 2003, pp. 117-142.
9
Cf. Finkelstein y Silberman, The Bible Unearthed, op.cit., pp. 229-250; Liverani, Oltre la Bibbia, op.cit.,
pp. 143-158.
10
Cf. Davies, In Search, op.cit., pp. 72-127, 149-155.

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ese entonces 11 . Es explicable, pues, que una lectura literal del relato
bíblico de la Monarquía Unida contemplara la idea de la consolidación de
una nación israelita, diferenciada de los vecinos, en conjunto con el
surgimiento de una formación estatal. No obstante, tal perspectiva conlleva
serias dificultades. En primer lugar, el texto bíblico no puede ser
interpretado literalmente. A pesar del esfuerzo de los estudiosos bíblicos de
los últimos doscientos años por ofrecer una racionalización histórica de este
relato de notable naturaleza mítica, hoy en día está claro que el historiador
que utilice la narrativa veterotestamentaria en una reconstrucción histórica
del Israel de la antigua Palestina debe hacerlo de manera secundaria,
apelando a la corroboración en fuentes externas a los escritos del Antiguo
Testamento. Así pues, si confrontamos el relato bíblico del surgimiento del
Estado en el antiguo Israel con el registro arqueológico y epigráfico,
veremos que dos perspectivas se hacen presentes. Una de carácter literario
y mítico, que nos habla del origen divino del poder real; la otra de carácter
arqueológico y epigráfico, la que el historiador puede utilizar con mayor
confianza, al ser información que se interpreta de primera mano. El
resultado de esta metodología nos indica que en la Palestina del primer
milenio a.C. no hubo nada que se asemeje a una Monarquía Unida o a un
imperio israelita soberano en la región. La entidad sociopolítica llamada
Israel, atestiguada en el registro epigráfico, recién aparece hacia el siglo IX
a.C. y dista bastante de poseer las características de un Estado-Nación. En
realidad, la evidencia disponible nos indica que esta entidad estaba
organizada a partir de lazos de parentesco, y su organización sociopolítica y
jerárquica observaba los lineamientos de las sociedades “tribales”, aún
observables en el Medio Oriente contemporáneo. Hablar aquí de naciones o
de nacionalismo es un anacronismo que puede conducirnos a comprender
de manera equivocada la naturaleza de las sociedades del antiguo Oriente.
b) Por otra parte, y en relación a lo anterior, la cuestión de la etnicidad en
la antigua Palestina es un problema resuelto parcialmente y que no deja de
generar controversia. Es sabido que la detección arqueológica de artefactos
israelitas o cananeos en el suelo palestino rápidamente se constituye en
fundamento para reclamar políticamente la ocupación histórica primera de
un territorio en disputa12. Con todo, es harto difícil diferenciar la cultura
material israelita de la cananea, puesto que ambas contienen
características comunes. En un sentido estrictamente arqueológico, se

11
Cf. Whitelam, The Invention, op.cit., pp. 122-175; Lemche, The Israelites, op.cit., pp. 1-21. La tierra
en la ideología bíblica juega un rol específico en torno a la constitución de un ethnos judío en la
Palestina helenística que fue posteriormente tomado por la ideología nacionalista del Romanticismo del
siglo XVIII e incorporado al programa sionista. Cf. N.P. Lemche, “Israel og dets land”, en N.P. Lemche y
H. Tronier (eds.), Etnicitet i Bibelen, (FBE, 9), Copenhague, Museum Tuskulanums Forlag, 1998, pp. 11-
22, esp. 17-21.
12
Es realmente significativo el hecho de que una de las primeras acciones políticas de la Autoridad
Palestina, poco tiempo después de ser establecida, sea la creación de un Departamento de Arqueología,
con sede en la Universidad de Birzeit.

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podría decir que ambas manifestaciones se encuentran sumamente


emparentadas y pertenecen a grupos culturales interrelacionados13 . En
efecto, hoy en día es imposible sostener —sobre la base de esta evidencia
arqueológica— la hipótesis de una conquista masiva de la tierra de Canaán
por parte de aguerridos israelitas, comandados por Josué y guiados por el
designio divino, como señala el texto bíblico (Josué 1-12); esta imagen
bíblica simplemente no tiene un fundamento histórico o arqueológico. La
cuestión aquí radica en el sentido que esta historia poseía para los autores
y el público destinatario de la literatura bíblica; uno de los sentidos de esta
narrativa es la de legitimar una posesión territorial y, con ella, la de afirmar
los valores étnicos y sociopolíticos de una sociedad judía de fines del
período helenístico, como señalan algunos investigadores 14 . En efecto,
aquí podríamos afirmar con Thompson que “la etnicidad es un aspecto
político, no antropológico, de la sociedad humana [...] el concepto de
etnicidad es una ficción, creada por los escritores. Es un producto de la
literatura: un producto de la escritura de la historia. Como tal, pertenece a
aquellos que hacen esta escritura”15. A partir de esta perspectiva podemos
inferir algo sumamente relevante: los antiguos israelitas que escribieron el
Antiguo Testamento o la Biblia Hebrea no son los israelitas modernos; y,
asimismo, los antiguos cananeos de Palestina no son los antepasados de
los modernos palestinos. Esta distinción —obvia quizás para un historiador
atento— es pasada por alto en las recreaciones políticas de los orígenes del
pueblo israelita y del pueblo palestino que en la actualidad ofrece la
ideología nacionalista de ambas organizaciones, el Estado de Israel y la
Autoridad Palestina.

13
La cuestión de la identidad de los pobladores sedentarios de comienzos de la Edad del Hierro en
Palestina (ca. 1150 a.C.) ha sido debatida en los años recientes de manera considerable. Ciertamente,
podemos observar la ausencia de huesos de cerdo en los sitios atribuidos a los israelitas con respecto a
su presencia efectiva en otros sitios contemporáneos (algo de denotaría la existencia de una prohibición
alimenticia y así, quizás, una probable diferenciación étnica); con todo, esto no indica con seguridad que
esos pobladores sean los israelitas bíblicos. Cf. I. Finkelstein, “The Rise of Early Israel: Archaeology and
Long-Term History”, en S. Ahituv y E.D. Oren (eds.), The Origin of Early Israel—Current Debate: Biblical,
Historical and Archaeological Perspectives, (Studies by the Department of Bible and Ancient Near East,
vol. XII), Beer-Sheva, Ben-Gurion University of the Negev Press, 1998, pp. 7-39, esp. 18-20.
14
Cf. J. Strange, “The Book of Joshua: A Hasmonaean Manifesto?”, en A. Lemaire y B. Otzen, (eds.),
History and Tradition of Early Israel: Studies Presented to Eduard Nielsen, May 8th 1993, (VTSup, 50),
Leiden, E.J. Brill, 1993, pp. 136-141.
15
Th.L. Thompson, “Hidden Histories and the Problem of Ethnicity in Palestine”, en M. Prior (ed.),
Western Scholarship and the History of Palestine, Londres, Melisende, 1998, pp. 23-24 (la traducción es
nuestra). Sobre etnicidad y cultura material, véase S. Jones, The Archaeology of Ethnicity: Constructing
Identities in the Present and Past, Londres & Nueva York, Routledge, 1997. Cf. también las
consideraciones en T. Østigård, “The Bible and Believers, the Power of the Past and Antiquated
Archaeology in the Middle East”, en J. Bergstøl (ed.), Scandinavian Archaeology Practice – In Theory.
Proceedings from the 6th Nordic TAG, Oslo 2001, (Oslo Archaeological Series, 1), Oslo, University of
Oslo, 2003, pp. 302-314.

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En efecto, en la página de internet del Ministerio de Asuntos Exteriores del


Estado de Israel podemos leer lo siguiente con respecto a la ciudad de
Jerusalén:

“Throughout the millennia of its existence, Jerusalem has never been the
capital of any other sovereign nation. Jerusalem has stood at the center of
the Jewish people’s national and spiritual life since King David made it the
capital of its kingdom in 1003 BCE. The city remained the capital of the
Davidic dynasty for 400 years, until the kingdom was conquered by the
Babylonians. Following the return from the Babylonian exile in 538 BCE,
Jerusalem again served as the capital of the Jewish people in its land for
the next five and a half centuries”.16

Y, a continuación, podemos citar estas palabras de Menahem Begin, ex-


primer ministro de Israel:

“The partition of the Homeland is illegal. It will never be recognized. The


signature institutions and individuals of the partition agreement is [sic]
invalid. It will not bind the Jewish people. Jerusalem was and will be forever
our capital. Eretz Israel will be restored to the people of Israel. All of it. And
forever”.17

Sin duda, esta recreación —especialmente la idea de una continuidad


ininterrumpida—18 es una fusión de elementos tradicionales de la religión
hebrea (la importancia que tiene Jerusalén en el discurso teológico de la
Biblia Hebrea como centro sagrado de culto) con propósitos políticos
emanados de una tradición decimonónica europea de concebir lo nacional;
esto es, toda Nación necesita un territorio en el cual cumplir su destino
histórico, y esto fue rápidamente percibido por el sionismo europeo, que
logró transformar con éxito un conjunto de escritos religiosos en un acta de
propiedad territorial emitido por una divinidad y un sitio —sagrado a partir
de sanciones religiosas— en un centro político secular para el moderno
Estado de Israel. Este es el sentido, pues, de la afirmación de Begin acerca
de Jerusalén como capital transhistórica del pueblo de Israel y de la re-
unión de la tierra de Israel y el pueblo de Israel.

16
http://www.Israel.org/mfa/go.asp?MFAH00j30, citado en D.M. Gunn, “The Myth of Israel: Between
Present and Past”, en L.L. Grabbe (ed.), Did Moses Speak Attic? Jewish Historiography and Scripture in
the Hellenistic Period, (JSOTSup, 317 / ESHM, 3), Sheffield, Sheffield Academic Press, 2001, p. 196.
17
Citado en N. Chomsky, The Fateful Triangle: The United States, Israel and the Palestinians, Boston,
South End Press, 1983, p. 161. El resaltado es nuestro.
18
Excepto por los designios divinos: por ejemplo, el Exilio israelita a Babilonia.

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El caso palestino tampoco escapa a nuestra atención. De igual manera


que el sionismo de raigambre ideológica europea, aunque de factura
posterior19, el deseo por confirmar la antigüedad del pueblo “palestino” en
Tierra Santa también ha sido explicitado. Para evitar citar de manera
abusiva los estudios sobre el nacionalismo palestino, ofreceremos la cita de
una breve reseña histórica de Palestina que se encuentra en la página de
internet de la representación diplomática de la Autoridad Palestina en
Argentina. En ella se sostiene:

“Palestina-Canaán es una tierra mística y de invasiones, Tierra Santa y


antigua, cuna de profetas y grandes sabios. Ella recibió al Padre de los
profetas, Abraham (Ibrahim) para dar vida a su descendencia y en ella fue
sepultado, En ella nació, predicó, murió y resucitó el palestino Isa (Jesús).
Desde ella se elevó a los cielos el profeta Muhammed (Mahoma). Hacia
4000 a.C. grandes oleadas de semitas árabes se dirigieron de la península
arábiga hacia las regiones conocidas como Siria, Egipto v la actual
Palestina. Integrantes de esas migraciones, los cananeos habitaron esta
última y le dieron su nombre: tierra de Canaán. Pronto Canaán vio brotar
en su suelo ciudades densamente pobladas y muy bien organizadas.
Muchas de ellas existen actualmente: Jericó, Affoula, Hebrón, Nablus, entre
otras. Una rama de los cananeos, los jebuseos, fundaron 3500 años a.C. la
ciudad de Salem (Jerusalem), fortaleza amurallada que honraba al dios de
la paz, Salem. Con el paso de la historia Jerusalem se convirtió en la
principal ciudad administrativa, política y económica de Canaán -más
adelante Palestina-- por obra de la llegada de los filisteos, en 1175 a.C.,
procedentes de Creta y Asia Menor. Ambos pueblos, cananeos y filisteos, se
fusionaron armoniosamente y adoptaron el definitivo nombre de palestinos-
filestinie. Su tierra se llamó desde entonces Palestina-Filestin.
Palestina de cananeos, jebuseos y filisteos; de la genealogía palestina y de
los arameos, amorreos, hititas, hebreos, jivitas y perizitas. Tierra de una
fuerte riqueza natural que duerme sus costas sobre el Mar Mediterráneo.
Tierra absorbida e invadida a lo largo de su historia. En 1020 a.C. fueron
los hebreos; los persas en 538 a.C.; los macedonios en 332 a.C.; los
hebreos macabeos en 160 a.C.; los romanos en 37 a.C.; nuevamente los
persas en 614, cuyas fuerzas tenían fuerte presencia hebrea; los cruzados
en 1099; los otomanos en 1516; los británicos en 1917, los sionistas desde
principios del siglo veinte y los israelíes en 1967. Palestina también tuvo
oleadas civilizadoras, como la de los bizantinos que en el 324 de nuestra

19
En efecto, podríamos indicar grosso modo que el sionismo tuvo irónicamente como resultado
secundario el surgimiento del nacionalismo palestino; aunque como indica I. Pappe en una historia de
Palestina de reciente aparición (A History of Modern Palestine. One Land, Two Peoples, Cambridge,
Cambridge University Press, 2004, p. 50): “If Zionism accelerated the crystallization of Palestinian
nationalism, it did not as yet create the coercive national atmosphere necessary to force individuals to
compromise their personal interests in the face of a collective will”.

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era construyeron la Basílica del Santo Sepulcro de Jesús. Incluso el


principio de la conquista otomana, liderada por el Sultán Soleiman Al
Azzem "El Magnífico" (1520-1566), fue un hito civilizador: reconstruyó, las
antiguas murallas y las ocho puertas de Jerusalem que se mantienen
intactas hasta la actualidad. Sin embargo el carácter árabe de la región se
consolidó definitivamente en Palestina en 638, con la noble conquista
islámica por parte del generoso Califa Umar Ben Al Jattab, quien introdujo
el alto espíritu de la tolerancia y la moderación musulmana. A partir de esa
instancia distintas dinastías árabes de Siria (661), Irak (750), Egipto
(1260), pasaron por Palestina y la embellecieron: grandes Mezquitas corno
la de La Roca y el Aksa, en Jerusalem, fueron construidas por el Califa
Abdel Malik en 668 y su hijo Walid en 705 respectivamente. Otro de los
grandes protagonistas de la saga árabe, Salah El Din Al Ayyubi (Saladino),
reconquistó Jerusalem en 1187, impuso mayor tolerancia religiosa en la
región y fundó en la ciudad la universidad-mezquita conocida como
Madraza”.20

En extremo revelador, este texto nos aporta importantes puntos a partir


de los cuales considerar cómo el pasado es interpretado políticamente. En
primer lugar, podemos observar cómo una genealogía religiosa es
construida: Abraham (Ibrahim) y Jesús (Isa) son “proto-palestino”, el
primero, y “palestino”, el segundo. En segundo lugar, la adjetivación de
“árabe” a la oleada de pueblos semitas que ingresaron a Medio Oriente
hacia el cuarto milenio a.C. es absurda puesto que no hay manera de
conocer el carácter étnico específico —esto es, cómo una sociedad se
percibe a sí misma— de estos pueblos semitas 21 . En tercer lugar,
observamos cómo se afirma que la ciudad de Jerusalén fue fundada por los
cananeos. Y en efecto, la evidencia disponible parece indicar que así fue.
Con todo, el problema aquí sigue siendo el de considerar a los antiguos
cananeos como antepasados directos de los modernos palestinos. Desde
esta última perspectiva, está claro que la intención es señalar la propiedad
de Jerusalén como históricamente palestina. Otro punto importante a
destacar, y en cuarto lugar, es la mención de la llegada de los filisteos a
Palestina y su “fusión armónica” [¡sic!] con los cananeos, dando lugar al
origen del nombre del territorio: Filestin, Palestina. A continuación se
nombran otros pueblos que también llegan a Palestina desde el exterior
(entre otros, los hebreos o israelitas), pero ahora son sencillamente
representados como invasores. Ante esta suposición arbitraria, debemos
indicar que los estudios arqueológicos del último cuarto de siglo sugieren
que los antiguos israelitas formaban parte de la matriz cultural cananea —
como habíamos indicado más arriba con relación a los rasgos de la cultura

20
http://www.palestina.int.ar/historia/res_historica/histo.htm. Esta reseña histórica está hecha por el
actual embajador Suhail Hani Daher Akel.
21
Cf. Thompson, Early History, op.cit., pp. 171-177.

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material— y su aparición en la historia de Medio Oriente hacia los siglos


XII-X a.C. puede interpretarse mejor como una fase del ciclo de
sedentarización-nomadización de todos los pueblos del Levante antes que
como una invasión de una entidad extraña a Palestina22. En el mismo
sentido, podemos cuestionar la veracidad de la sugerencia de que la
nómina de pueblos no-árabes que ocuparon Palestina a partir del siglo X
a.C. aproximadamente (hebreos, babilonios, persas, griegos, cruzados,
turcos otomanos, británicos y sionistas), no ha aportado nada a la historia
de la región más que elementos negativos23.
De igual manera —quizás más todavía— que en la evocación del pasado
del antiguo Israel que hace el moderno Estado de Israel, puede percibirse
claramente el esfuerzo de la Autoridad Palestina por crear una continuidad
ininterrumpida entre los antiguos cananeos y los modernos palestinos. No
obstante, es aquí donde el historiador puede ejercer como árbitro que
dictaminará lo históricamente probable o evidente de tales evocaciones
políticas del pasado. En primer lugar, estudios recientes indican que el
término “cananeo” en el antiguo Oriente no designó una característica
étnica en Palestina sino, más bien, territorial o geográfica; y, del modo en
que es utilizado por los escritores del Antiguo Testamento, está claro que el
rol de los cananeos en esta narrativa es el de ser los enemigos ideológicos
de los antiguos israelitas24.
Es aquí donde puede señalarse que si el actual conflicto palestino-israelí
tiene raíces bíblicas, estas raíces son ideológicas (no históricas) y
producidas en tiempos modernos. El escrutinio histórico de las sociedades
de la antigua Palestina no nos ofrece un enfrentamiento concreto entre un
ethnos israelita y un ethnos cananeo. Este enfrentamiento es creado por
una interpretación política del pasado bíblico, tanto por parte de los
modernos nacionalistas israelíes de derecha (nos referimos a las facciones
religiosas ultra-ortodoxas) como por parte de los nacionalistas palestinos.
En relación a esto, Keith W. Whitelam, en The Invention of Ancient Israel:
The Silencing of Palestinian History (1996), ha demostrado de manera
convincente cómo la fusión de nacionalismo decimonónico europeo y fervor

22
Este último punto de vista repite la idea bíblica de una conquista israelita de la Tierra Santa que, como
ya notamos, no está atestiguada en lo absoluto.
23
Es evidente que una narrativa polarizada entre “buenos y malos” no puede constituirse como el objeto
de construcción histórica en un estudio serio —o, al menos, profesional y metodológicamente
moderno—, que contemple la complejidad de los procesos históricos; nos habla más de la pervivencia
de la concepción de las sociedades antiguas de lo pasado (cf. N.P. Lemche, “Good and Bad in History:
The Greek Connection”, en S.L. McKenzie y Th. Römer (eds.), Rethinking the Foundations:
Historiography in the Ancient World and in the Bible. Essays in Honour of John Van Seters, [BZAW, 294],
Leiden, E.J. Brill, 2000, pp. 127-140) en ciertos discursos políticos contemporáneos. Puede verse una
(re)construcción arqueológica e histórica de Palestina desde el período Paleolítico hasta el del Mandato
Británico en Th.E. Levy (ed.), The Archaeology of Society in the Holy Land, Nueva York, Facts on File,
1995.
24
Cf. N.P. Lemche, The Canaanites and Their Land: The Tradition of the Canaanites, (JSOTSup, 110),
2da ed., Sheffield, Sheffield Academic Press, 1999 [1991].

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religioso de los primeros investigadores de Palestina abrieron el camino


para la ocupación israelí de Palestina, alcanzando su clímax en 1948 con la
creación del Estado de Israel y en 1967 con la ampliación de la ocupación
territorial luego de la Guerra de los Seis Días25. Con todo, la asunción que
uno puede inferir al leer el estudio de Whitelam acerca de que los antiguos
cananeos tienen un cierto correlato con los modernos palestinos es —una
vez más— una aserción errónea. Y no sólo eso; ciertamente, puede proveer
una legitimidad histórica inexistente —como ya señalamos— a la violencia
producida por los reclamos territoriales26. Esta violencia tiene causas que
si son históricas, son ciertamente modernas; en todo caso, la ideología que
fundamenta el accionar de palestinos e israelíes se basa en una
interpretación errónea, con motivaciones políticas del presente, de la
evidencia histórica. Si bien los modernos estudios históricos acerca del
antiguo Israel han puesto en jaque el mito de los orígenes del sionismo
decimonónico y el nacionalismo de derecha israelí —la idea de un ethnos
israelita ocupando Palestina a comienzos del primer milenio a.C.—, es un
error asimismo considerar que la crítica de estos estudios avala una
confirmación de los antiguos cananeos como “primitivos palestinos”, como
sugiere la interpretación histórica que hace la Autoridad Palestina.

III
Para finalizar esta comunicación, deseo puntualizar algunas cuestiones de
método historiográfico y de interpretación de la historia de la antigua
Palestina.
De la misma manera en que una interpretación puramente historicista y
literal de la narrativa del Antiguo Testamento es metodológicamente
absurda para cualquier historiador que se precie de crítico, tampoco
podemos utilizar la evocación del pasado presente en el Corán como guía
de nuestra construcción moderna del pasado de Palestina. Ciertamente,
ambos textos sagrados recrean y evocan, aquí y allá, hechos históricos; sin
embargo, sus propósitos son, en efecto, otros que los de relatar los
acontecimientos “tal como han sucedido”. Esta aspiración es el “capricho” y
objeto del deseo que define a la disciplina histórica moderna y no debe ser
impuesta en sociedades no interesadas en esta práctica intelectual, la de
evocar el pasado de manera racional. Recordemos siempre que las
sociedades que produjeron la Biblia Hebrea y el Corán eran sociedades de

25
Sobre esta cuestión, cf. Pappe, A History of Modern Palestine, op.cit., pp. 123-193.
26
W.G. Dever (“Archaeology, Ideology, and the Quest for an ‘Ancient’ or ‘Biblical’ Israel”, Near Eastern
Archaeology 61/1, 1998, pp. 39-52, esp. 50) ha notado esta posibilidad pero, ciertamente, de una
manera harto tendenciosa y pro-israelí.

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pensamiento mítico en las que el pasado era evocado mayormente con


fines religiosos o pedagógicos, nunca historicistas27.
La construcción histórica del pasado de Palestina en el antiguo Oriente
debe estar guiada por la investigación arqueológica y epigráfica, fuentes
históricas primarias; y en caso de utilizar el Antiguo Testamento en tal
construcción, se lo debe hacer de manera crítica, dado el carácter
secundario que ostenta como fuente histórica28. Por supuesto, la historia
que obtendremos siguiendo esta metodología será bastante diferente de la
que podemos leer en la narrativa bíblica, o incluso en ciertos estudios
históricos modernos. Pero así debe serlo; puesto que el objetivo del
historiador es el de construir una historia a partir de sus propios métodos,
¡no a partir de una racionalización de una versión antigua y mítica del
pasado de Palestina! En todo caso, al interpretar la historia de Palestina, no
debemos confundir nuestro juicio histórico crítico con la voz detrás del
discurso bíblico, una voz dirigida originalmente a una sociedad que
ciertamente no es la nuestra.
Ahora bien, ¿qué consecuencias surgen entonces de esta interpretación
del pasado de Palestina en el presente conflicto palestino-israelí,
específicamente, en la construcción de las respectivas identidades
culturales y de su pasado? Pues bien, no existe una única respuesta a esto;
aquí solamente podemos ensayar posibilidades. En primer lugar, podemos
asumir que las interpretaciones nacionalistas israelí y palestina no
acordarán demasiado con la versión del historiador crítico. La razón es
sencilla: la construcción política del pasado usualmente se basa en
argumentos de orden ideológico que hacen caso omiso a las dificultades
presentes en toda interpretación histórica. Se podría decir que el discurso
político del pasado desdeña lo pasado una vez que satisfizo sus demandas
para la acción en el presente. Se nutre de lo pasado, pero de manera
parcial y tendenciosa; y si el pasado no cumple con las expectativas que de
él se esperan, un pasado más acorde es simplemente inventado.
Una vez más, y vale la pena repetirlo: no debemos confundir el discurso
ideológico o político del pasado con el discurso histórico del pasado, más
allá de que este último posea —en definitiva— un inevitable matiz
ideológico o sesgo cultural. De lo contrario, nunca podremos escapar de
una situación en donde toda evocación del pasado será histórica y, en
consecuencia, sanción de legitimidad de toda acción política en él fundada.

27
Sobre las sociedades de pensamiento mítico, cf. en general C. Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje,
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001 [1962]; y, especialmente, N. Wyatt, “The Mythic
Mind”, Scandinavian Journal of the Old Testament 15/1, 2001, pp. 3-56.
28
Sobre estas cuestiones, véase H. Niehr, “Some Aspects of Working with the Textual Sources”, en L.L.
Grabbe (ed.), Can a ‘History of Israel’ Be Written?, (JSOTSup, 245 / ESHM, 1), Sheffield, Sheffield
Academic Press, 1997, pp. 156-165; E.O. Pfoh, “Algunas consideraciones historiográficas para la historia
de Israel en la antigua Palestina”, Eridu 8, 2002, pp. 2-16.

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En este preciso sentido, nos preguntamos pues: ¿cuáles son las


implicaciones ideológicas y políticas, por ejemplo, del hecho que el
fundador epónimo de la Bît Khumriya (Omri) sea asociado con un nombre
árabe (Umar, u Omar) y, en consecuencia, que aparezca la posibilidad de
pensar que el fundador, histórico o epónimo, de la primera entidad
sociopolítica de la historia de Palestina llamada “Israel” haya sido un árabe,
como señalan algunos investigadores?29. ¿Acaso una interpretación política
actual de esta situación histórica no podría proveer la fundamentación final
para otorgar todo el territorio de Palestina/Israel a manos árabes?
¿O qué sucede si interpretamos literalmente los versículos del libro de
Josué (1-12) en donde se conquista la Tierra de Canaán por mandato
divino y se realiza una limpieza étnica de la población que allí habitaba?30.
Es en este sentido precisamente que debemos evitar que una concepción
ideológica o política del pasado desplace los resultados de la investigación
histórica, especialmente por los peligros que conlleva una lectura literal de
tradiciones antiguas que no tienen como destinatario original un público
moderno. Con respecto a esto último, podemos citar las palabras del
recientemente fallecido estudioso bíblico Michael Prior:

“Read with a literalist naïveté, the land traditions of the Bible predicate a
god who is a xenophobic nationalist and a militaristic ethnic-cleanser.
Reliance on the authority of a gift of land from such a god, then, is
problematic for any reader who might presume that the divinity would
entertain the values of the Fourth Geneva Convention and the Universal
Declaration of Human Rights, at least. Moreover, at the level of reception,
these biblical traditions have fuelled virtually every form of militant
colonialism emanating from Europe, resulting in the suffering of millions of
people, and loss of respect for the Bible. Were it not for their religious
provenance, such biblical sentiments would be regarded as incitements to
racial hatred. On moral grounds, therefore, one is forced to question
whether the Torah in fact provides divine legitimacy for the occupation of
other people’s land, and the virtual annihilation of the indigenous
peoples”.31

No existe duda con respecto al derecho inherente a cada pueblo de


recobrar su pasado del olvido, de recuperar los aspectos y las costumbres

29
Cf. M. Noth, Historia de Israel, Barcelona, Garriga, 1966 [1950], p. 216 n. 3; y más recientemente,
Lemche, The Israelites, op.cit., p. 182 n. 35. Véase también Thompson, “Hidden Histories”, op.cit., pp.
23-24; ídem, The Mythic Past, op.cit., p. 234. Esta posibilidad ha sido sugerida mas no estudiada en
profundidad.
30
Cf. M. Prior, “The Moral Problem of the Land Traditions of the Bible”, en M. Prior (ed.), Western
Scholarship and the History of Palestine, Londres, Melisende, 1998, pp. 41-81.
31
M. Prior, “Ethnic Cleansing and the Bible: A Moral Critique”, Holy Land Studies 1/1, 2002, p. 50.

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que definen su identidad. Con todo, el historiador de Israel en la antigua


Palestina tiene la tarea moral de evitar que la construcción del pasado de
Israel y del pasado de Palestina sea utilizada como derecho y justificación
de limpieza étnica, de ocupación o de expulsión territorial. Toda evocación
del pasado —decíamos al comienzo— es una manifestación política e
ideológica; sin embargo, no toda evocación política del pasado es, por
cierto, histórica. El historiador crítico debe mantener presente de manera
pública esta distinción y evitar así que tal manifestación degenere en una
legitimidad de la violencia interétnica o de cualquier tipo.

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