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Los Crimenes de La Carretera

Los crímenes de la carretera es una novela de J.D. Barker y James Patterson que sigue a Michael Fitzgerald, quien se convierte en el principal sospechoso de un asesinato tras descubrir a una joven muerta en su bañera. A medida que se desarrolla la trama, un patrón de asesinatos con una pluma de gorrión al lado de las víctimas sugiere la existencia de un astuto serial killer llamado Birdman. La historia mantiene al lector en suspenso hasta el final, revelando giros inesperados y una narrativa intrigante.

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Los Crimenes de La Carretera

Los crímenes de la carretera es una novela de J.D. Barker y James Patterson que sigue a Michael Fitzgerald, quien se convierte en el principal sospechoso de un asesinato tras descubrir a una joven muerta en su bañera. A medida que se desarrolla la trama, un patrón de asesinatos con una pluma de gorrión al lado de las víctimas sugiere la existencia de un astuto serial killer llamado Birdman. La historia mantiene al lector en suspenso hasta el final, revelando giros inesperados y una narrativa intrigante.

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SELLO Ediciones Destino

COLECCIÓN Áncora y Delfín


FORMATO 13,3 x 23
Rústica con solapas

SERVICIO xx
Otros títulos de la colección Los hermanos Fitzgerald comparten un oscuro y terrible J. D. Barker

J. D. Barker James Patterson Los crímenes de la carretera


Áncora y Delfín pasado. Adoptados por una célebre pareja de Es autor de varias novelas, entre
intelectuales, fueron criados en un ambiente las que destacan Drácula, el origen y CORRECCIÓN: PRIMERAS
La oscuridad es un lugar experimental y aislados del mundo real, y lo son todo la trilogía El Cuarto Mono (compuesta
Ariadna Castellarnau el uno para el otro, no tienen ni confían en nadie más. por El Cuarto Mono, La quinta víctima DISEÑO 21/1 Sabrina

y La sexta trampa), con la que ha


El rey campesino Una noche, al volver del supermercado, Michael REALIZACIÓN
cosechado un impresionante éxito de
Andrea Camilleri Fitzgerald descubre a una joven muerta en su bañera. Al crítica y lectores en todo el mundo. EDICIÓN
lado del cadáver hay una pluma de gorrión. Aterrorizado, Sus novelas se han traducido a veinte
Diario de la alarma llama a la policía y esta le interroga sobre la víctima, idiomas. J. D. Barker vive en New 4
Lorenzo Silva Alyssa Tepper, a la que él asegura no conocer. El Hampshire con su familia.
CORRECCIÓN: SEGUNDAS
detective Dobbs y la agente Gimble, del FBI, unen 11 feb
Resina fuerzas en lo que parece un simple asesinato: en DISEÑO 5 feb sabrina
Ane Riel el momento en el que salen a la luz fotos en las que
James Patterson REALIZACIÓN
Michael aparece besando a Alyssa, es arrestado de
Es uno de los autores más leídos
Sin muertos inmediato, pero a las pocas horas aparece otra víctima,
del mundo. Ostenta el récord
Alicia Giménez Bartlett también con una pluma de gorrión colocada al lado del CARACTERÍSTICAS
Guinness de autor con más números 1
cuerpo. Cuando el macabro patrón se repite, no
Los buenos samaritanos solamente en Los Ángeles sino por todo el país, tienen
en la lista de superventas de IMPRESIÓN 4/0
Will Carver claro que se enfrentan a un nuevo serial killer, un The New York Times, y sus obras han cmyk

ingenioso psicópata que está sembrando el terror y que vendido más de 375 millones de
La sexta trampa va siempre un paso por delante de ellos: Birdman. ejemplares en todo el mundo. Vive
J. D. Barker en Florida con su familia. PAPEL folding

Oscura, inteligente e imprevisible, Los crímenes de la


PLASTIFÍCADO Brillo

J. D. Barker
Las brujas carretera mantiene en vilo al lector hasta la última
Celso Castro página. Déjate sorprender por esta novela en la que nada
UVI -
es como imaginas.

James Patterson
Me dejaste entrar RELIEVE -
Camilla Bruce «J. D. Barker es puro entretenimiento trepidante.»

Los crímenes de la
DOLORES REDONDO. BAJORRELIEVE -

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Áncora y Delfín
INSTRUCCIONES ESPECIALES
-

C_Los crimenes de la carretera.indd 1 36 mm 11/2/21 16:29


Los crímenes
de la carretera
J.D. Barker
y James Patterson
Traducción del inglés
de Julio Hermoso

Ediciones Destino
Colección Áncora y Delfín
Volumen 1526

T-Los crímenes de la carretera.indd 5 4/2/21 15:48


Título original: The Coast -to- Coast Murders

© James Patterson, 2020


Publicada de acuerdo con Kaplan / DeFiore Rights a través
de Foreign Office
© por la traducción del inglés, Julio Hermoso, 2021
© Editorial Planeta, S. A., 2021
Ediciones Destino, un sello editorial de Editorial Planeta, S. A.
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.edestino.es
www.planetadelibros.com

Primera edición: marzo de 2021


ISBN: 978-84-233-5914-1
Depósito legal: B. 2.476-2021
Composición: Realización Planeta
Impresión y encuadernación: Rotativas de Estella, S. L.
Printed in Spain - Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro está calificado como papel
ecológico y procede de bosques gestionados de manera sostenible.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación


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sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el
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web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

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Primera parte
Los Ángeles, California

¿Qué es la mente sino un fino cristal?

Dr. Barton Fitzgerald

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1
Michael

¿Dónde estarás cuando tu vida se acabe?


Yo estaba en el supermercado, con un mango en la
mano, apretándolo.
Hace dieciséis minutos que cogí una llamada de telé­
fono de la mujer que vive en el apartamento de debajo del
mío en el complejo Wilshire Village, una anodina mons­
truosidad de color mostaza justo al salir de Broadway por
Glendale, a una manzana de Wilshire en Los Ángeles.
Dejé la cesta en el pasillo, eché a correr las diez man­
zanas que hay desde la tienda y llegué a casa sudando y
sin aliento para encontrarme allí al cartero, en el vestíbu­
lo del edificio, con la mirada fija en el charco de agua que
se hacía cada vez más grande bajo la hilera de los buzo­
nes. El hilo de agua caía en una cascada constante por la
escalera y estaba anegando el hueco del suelo en la plan­
ta baja.
Pasé corriendo a su lado y subí los escalones con cui­
dado de no resbalarme.
Mi teléfono volvió a sonar cuando llegaba a la puerta
de casa. Otra vez la vecina.
—Lo estoy viendo, señora Dowell. Tiene que ser una
tubería o algo así.
Eso ya me había pasado allá en el este durante el in­
vierno. No tenía ni idea de que también pudiera suceder
en California.

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El agua salía por debajo de la puerta y encharcaba el
descansillo.
—¿Michael? Me está cayendo el agua por las paredes,
desde el techo —dijo la señora Dowell—. Mis cuadros,
mis muebles... ¿Has llamado al portero?
Buscaba torpe la llave, encontré la que era y la hice
girar en la cerradura.
—Creía que ya lo había llamado usted.
—¿Por qué iba a llamar yo al portero? Es tu aparta­
mento.
«Porque el portero podría haber venido hace media
hora y haber cortado el agua.»
—Yo lo llamo en cuanto cuelgue, señora Dowell, se
lo prometo.
Empujé la puerta para abrirla y entré. Alargué la
mano hacia el interruptor de la luz y me lo pensé mejor:
tenía los pies metidos en no menos de medio centímetro
de agua.
La señora Dowell suspiró.
—¿Quién va a pagar todo esto?
El suelo de parqué brillaba en la luz de la puesta de
sol. Un riachuelo corría desde el dormitorio hacia el sa­
lón, seguía por el pasillo y salía por la puerta de casa.
Oía caer el agua, el borboteo.
—Creo que sale del cuarto de baño —le dije.
—No has respondido a mi pregunta —me contestó
la señora Dowell.
—Yo lo pagaré. Los daños que haya. No se preocupe
por eso.
—Mis cuadros tienen un valor incalculable.
«Que he visto tus cuadros: nos damos un paseo por el
mercadillo y los sustituimos.»
El dormitorio era la única habitación enmoquetada
de todo el apartamento, lo crucé chapoteando y fui de­
jando a mi paso un sendero de huellas blanditas.
El agua salía del grifo del lavabo en el cuarto de baño.

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También del de la bañera. Rebosaba y caía en cascada por
los bordes de porcelana blanca de ambos.
—Señora Dowell, voy a colgar para llamar al portero.
Luego la llamo otra vez.
Volví la cabeza sobre el hombro y miré hacia el dor­
mitorio, muy consciente de que yo no había dejado aque­
llos dos grifos abiertos, así que lo habría hecho otra per­
sona.
La habitación estaba vacía: nada en su interior salvo
las sombras que se alargaban.
Me volví hacia el lavabo, giré la llave del grifo, lo
cerré.
Había una toalla dentro del lavabo, tapando el orificio
del rebosadero. Sabía que yo no había hecho eso.
Tendría que haber salido corriendo en ese instante,
haberme largado del apartamento. Ojalá lo hubiera he­
cho, porque lo que vino a continuación fue mucho peor
que el que se colara un desconocido en mi casa.
Di los pocos pasos que separan el lavabo y la bañera
y eché un vistazo al agua, cómo rebosaba, miré más allá
de la superficie ondulante y me fijé en lo que había en el
fondo, iluminado tan solo por la menguante luz del oca­
so. Vi el rostro más bello, que me clavaba los ojos. Los
tenía verdes y oscuros, abiertos de par en par, y la boca
entornada, el cabello rubio oscilando con delicadeza en
la corriente.
Me sorprendí mirándola fijamente, a aquella chica
desnuda y sin vida en mi bañera. La piel tersa e inmacu­
lada, la más leve sombra de unas pecas en la nariz.
En algún momento cerré el grifo, pero no recuerdo
haberlo hecho. Solo recuerdo que me quedé sentado al
borde de la bañera, mientras me abandonaba el aliento.

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2
Michael

Me zumbó el teléfono en la mano. Otra vez la señora


Dowell.
Pulsé para rechazar la llamada y marqué.
No llamé al portero del edificio.
Me cogió el teléfono al tercer tono.
—Estoy pensando en un número del uno al cinco.
—Ahora no, Meg, ha pasado algo...
—Eh, eh, eh, ya conoces las reglas, Michael. Escoge
un número.
Hice un gesto negativo con la cabeza.
—En serio, Meg, esto es...
—¿Te haces una idea de cuántas veces te he llamado
en la última semana? No me lo has cogido. No me has
devuelto la llamada. Es que ni te has molestado en man­
darme un mensaje de texto diciendo «Oye, que sigo vivo,
aunque muy liado» —continuó largando Megan—. Die­
cinueve veces. ¿Es esa la forma de tratar a tu hermana?
El funeral del doctor Bart es el próximo martes, ¿y vas tú
y decides desaparecer del radar justo esta semana? Not
good, hermano mayor. Tengo encima a la doctora Rose a
todas horas: «¿Dónde está tu hermano? ¿Va a venir a
casa? ¿Has hablado con él? Estará aquí, ¿verdad?». Ya
es bastante malo que no quieras hablar con ella, pero no
puedes pasar de mí. Ya sé que no quieres venir para esto,
pero tienes que hacerlo, Michael. Sin ti no voy a poder

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aguantar el funeral del doctor Bart, es que no puedo. Ya
sé que no congeniabais, no siempre..., vale, nunca; pero
si te saltas esto, no te lo perdonarás. Es ese tipo de cosas
que atormentan durante el resto de tu vida. Lo vas a la­
mentar, y ya no tendrá vuelta atrás. Si no quieres venir,
si no quieres hacerlo por ti, piensa al menos en la doctora
Rose y en mí. Ya sé que puede ser una cabrona, pero nos
ha criado, y ahora mismo está hecha polvo. Apenas es
capaz de mantener la cabeza en su sitio. Y también tene­
mos que pensar en las apariencias. ¿Cómo la dejará a ella
el que tú no estés aquí? Ya sabes cómo habla la gente de
la universidad, sus colegas, esto no es lo que ella necesita...
—Megan...
—Tú solo dime que estarás aquí, y me olvido del
tema. No volveré a mencionarlo. Puedes saltarte incluso
mi próximo cumpleaños, mis próximos diez cumpleaños.
Solo tienes que venir para esto. Es algo demasiado im­
portante para que...
—Tres.
Megan guardó silencio.
—El número en el que estás pensando es el tres.
—¿Cómo lo haces?
—Meg, necesito que me escuches con mucha aten­
ción. Ha pasado algo.
—¿Te encuentras bien?
El rostro inexpresivo de la chica me miraba fijamen­
te desde la bañera, sus facciones distorsionadas por el
agua, la piel pálida envuelta en un resplandor. Qué cal­
ma, qué paz aparentaba. Tenía los ojos verdes muy boni­
tos. De sus labios ascendió flotando una solitaria burbuja
que desapareció en la superficie.
No me encontraba bien, no, ni mucho menos.
—Hay una chica en la bañera de mi casa.
—Lo dices como si eso fuese un drama —respondió
Megan.
—Se me ha inundado el apartamento; la señora

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Dowell... Yo qué sé quién... —Se me caían las palabras
de entre los labios en un balbuceo incoherente; el corazón
me latía con fuerza contra la caja torácica.
—Vaaale, respira hondo, Michael.
Lo hice. Respiré hondo dos veces.
—Está muerta, Meg.
Megan no dijo nada.
—No... no sé quién es.
Mi hermana continuó en silencio.
—¿Meg?
—Me estás puteando, ¿verdad? Como esa vez en que
dijiste que habías atropellado a un tío en el bar de carre­
tera de Kansas City porque llevaba una camiseta de los
New Kids On The Block, ¿no? ¿O como esa vez en que
dijiste que te encontraste a una prostituta durmiendo en
la cabina del camión y decidiste llevártela? ¿Como cuan­
do dijiste que cogiste a un autoestopista en Nevada y lo
dejaste en Utah, en Colorado y también en Misuri? Mira,
no es momento para bromas, Michael. Tengo que poder
decirle a la doctora Rose que vas a venir a casa.
—Es que... no sé cómo ha muerto. Así, mirándola, no
lo sé. No tiene nada mal, a simple vista. Parece como si
estuviera dormida, pero no lo está, ahí debajo del agua.
No respira. No quiero tocarla. Sé que no debería, y no la
he tocado.
—Cielo santo, ¿estás hablando en serio? ¿Has llama­
do a la policía?
—Te he llamado a ti.
—Tienes que llamar a la policía. Ahora mismo. Tie­
nes que colgar y llamarlos a ellos.
Lo hice.

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