Orígenes y desarrollo de Mesoamérica,
Miguel León-Portílla
Los primeros pobladores de lo que hoy es México llegaron hace aproximadamente 25 000 años.
Desde entonces hasta hace cerca de 7 000 años cambiaron muy poco su forma de vida. Durante
los miles de años anteriores al inicio de tales cambios esos hombres y mujeres vivieron en
cuevas, abrigos rocosos y enramadas. Se mantenían de frutos silvestres que recogían y de la
pesca y la cacería. Sus armas y utensilios eran de piedra, madera y hueso. La cacería les
proporcionaba las pieles con que se cubrían. Todo ese tiempo fue el de la Prehistoria.
Un primer cambio, de enorme importancia, ocurrió cuando algunos de esos antiguos pobladores
se dieron cuenta de que, si depositaban en la tierra algunas de las semillas que recogían, éstas
crecían y podían convertirse en su alimento. Largo y difícil fue el proceso de lo que se ha llamado
la domesticación de las plantas. Poco a poco fue surgiendo así la agricultura en algunos lugares.
Entre ellos estuvieron la región de Tehuacán en Puebla y también la sierra en Tamaulipas. El
cultivo de plantas como la calabaza, el chile, el fríjol y el maíz exigió largas observaciones e
intentos para lograrlo. Llegar al cultivo del maíz fue particularmente difícil y requirió muchos
años.
La práctica de la agricultura propició que esos pobladores empezaran a establecerse en lugares
fijos, cercanos a donde cultivaban sus plantas. Así fueron apareciendo las primeras aldeas. A
medida que estas tuvieron mayor número de habitantes, fueron produciéndose otros cambios.
Un nuevo logro consistió en la producción de vasijas y otros recipientes hechos de barro cocido,
es decir, la cerámica. Antes, para guardar y transportar las semillas y otras cosas, se valían de
vejigas animales y de redes de diversos tamaños, unas de tejido más cerrado que otras. Por ese
mismo tiempo la agricultura abarcaba ya otras semillas como el algodón y el amaranto.
El crecimiento de las aldeas, el cultivo de plantas y la posesión de utensilios de piedra, barro,
madera y hueso, así como de telas hechas de algodón tejido, requirió nuevas formas de
organización. Los antiguos jefes tribales propiciaron que en las aldeas más grandes sus
habitantes se dedicaran a diversas actividades. Unos cultivaban la tierra, otros edificaban las
habitaciones. Había quienes ejercían como guerreros, primero para proteger a la gente y luego
para someter a otros pueblos. Lugar muy importante tuvieron los artesanos y más grande aún
los que se dedicaban a la adoración de los dioses y a la enseñanza de los niños y jóvenes.
El desarrollo de una civilización originaria
Mientras en muchos lugares de México las transformaciones culturales que se han descrito
fueron consolidándose, en otros fueron más lentas o no se produjeron. Ello ocurrió en el norte del
territorio mexicano. Un caso extremo lo ofrecen los antiguos pobladores de Baja California, que
continuaron alimentándose de los productos de la caza, la pesca y la recolección de frutos. En
otras regiones norteñas, por influencia de los pueblos del centro y del sur, se practicaron formas
limitadas de agricultura.
Ahora bien, muy grandes fueron los cambios que se dejaron sentir en la que se conoce como
región habitada por los olmecas. Esa región se halla en los límites de los actuales estados de
Veracruz y Tabasco. Allí, las aldeas comenzaron a transformarse en centros protourbanos. De
ello dan testimonio los restos arqueológicos en sitios como La Venta, San Lorenzo, Tres Zapotes
y otros.
Este desarrollo comenzó a producirse hacia 1500 a.C. En esos centros se erigieron las más
antiguas edificaciones religiosas. También hubo creaciones artísticas muy notables, como las
colosales cabezas humanas en basalto, los altares y las representaciones de dioses. De igual
manera se iniciaron el calendario y la escritura.
Los olmecas irradiaron su influencia en diversos lugares de lo que hoy se conoce como
Mesoamérica; es decir, el área geográfica donde se desarrolló una civilización originaria.
Entendemos por ésta la que surgió sin influencia de otros pueblos. A lo largo de la historia
universal han sido pocas las civilizaciones originarias. Desarrollaron formas complejas de
organización social, política, religiosa y económica. También se consolidó allí la vida urbana,
hubo creaciones monumentales diversas formas de cómputos calendáricos y escritura.
Civilizaciones originarias han sido las de Egipto, Mesopotamia, el valle del Río Indo y el de la
cuenca del Amarillo en China. Fuera del Viejo Mundo sólo en Mesoamérica y en la región de los
Andes centrales en Sudamérica nacieron civilizaciones originarias.
Casos como los de Grecia y Roma no son los de una civilización originaria. Grecia recibió la
influencia de Egipto y, a su vez, Roma, la de Grecia. A partir de los focos culturales de Egipto y
Mesopotamia y luego de Israel, Grecia y Roma, se desarrolló más tarde la que se conoce como
civilización occidental o europea. Por su parte, la India y China influyeron en varios lugares de
Asia como Indochina, Indonesia, Japón y Corea.
La civilización originaria iniciada por los olmecas se difundió hacia cinco grandes áreas
culturales: las costas del Golfo de México, la zona maya, la de Oaxaca, la del Altiplano Central y,
con menor intensidad, hacia el occidente de México. Este país se ha formado a partir de la
civilización mesoamericana y de la presencia de la cultura occidental, en su versión hispánica,
con sus raíces en Egipto, Grecia y Roma.
El Periodo Clásico en Mesoamérica
Se ha llamado Periodo Clásico al que en las áreas mencionadas abarcó varios siglos de muy
grande desarrollo cultural. Puede decirse que este periodo se inició desde algún tiempo antes de
los comienzos de la era cristiana y terminó, con variantes en las distintas regiones, hacia el siglo
XI d.C.
Esta etapa tuvo antecedentes muy cercanos e importantes, muchos de ellos derivados de la
cultura olmeca. En lugares como Tlatilco y Tlapacoya, en el Altiplano Central, se han descubierto
vestigios arqueológicos que revelan un desarrollo propio con manifestaciones religiosas en torno
a deidades que continuaron adorando hasta los tiempos de la Conquista, como Huehuetéotl, el
dios viejo, y Tláloc, dios de la lluvia En Tlapacoya y Tlatilco se produjo fina cerámica, y el último
de estos lugares hubo un centro ceremonial con basamentos escalonados a modo de pirámides
truncadas.
En el ámbito de Oaxaca comenzó a erigirse el recinto de Monte Albán, en el que, además de
grandes monumentos, hubo lápidas esculpidas con figuras humanas de tipo olmecoide,
acompañadas de inscripciones con registros calendáricos. En Chiapas, en las zonas de Izapa y
Chiapa de Corzo, hubo también centros ceremoniales bien planificados y estelas en piedra con
imágenes que prenuncian el desarrollo de la visión del mundo característica de Mesoamérica. En
el área maya de Yucatán y tierras cercanas hay testimonios de que también se estaba gestando
una nueva cultura que iba a alcanzar grandes creaciones.
El Clásico en el Altiplano Central
Fue Teotihuacan, conocida como Ciudad de los Dioses, la metrópoli que, desde fechas tempranas
en el siglo I d.C., inició un extraordinario desarrollo. En sus varias etapas fue consolidándose, con
planificación urbanística y arquitectónica; una gran ciudad que llegó a contar con 22 kilómetros
cuadrados y cerca de 70, 000 habitantes. Teniendo como eje vial, de sur a norte, la llamada
Calzada de los Muertos, se levantaron numerosas edificaciones. En el extremo norte se erigió la
Pirámide de la Luna y en el ángulo inferior derecho el Palacio de las Mariposas de Quetzal. Al sur,
en el costado izquierdo de la Calzada de los Muertos, se edificó la gran Pirámide del Sol. A ambos
lados de la calzada se conservan otras pirámides menores, y en el oriente, la Pirámide de
Quetzalcóatl y el conjunto que se ha llamado la Ciudadela.
La ciudad estuvo distribuida en cuatro grandes sectores, en función del eje norte-sur y de otro
transversal oriente-poniente. Dentro de esos sectores se construyeron numerosas casas-
habitación y varios palacios a lo largo de calles. En el interior de los palacios se han descubierto
pinturas murales con representaciones de dioses, sacerdotes, animales y, en el caso del Palacio
de Tepantitla, una imagen de la que parece haber sido la concepción teotihuacana del Tlalocan o
paraíso del dios Tláloc.
Las esculturas y la cerámica teotihuacanas dejan percibir aspectos de la religión y el culto a
deidades como Huehuetéotl, el dios viejo y del fuego; Tláloc y su consorte Chalchiuhtlicue, la de
la falda de jade, y Xochipilli, el dios del canto y el baile.
Merecen una mención especial las célebres «cabecitas retrato», así como algunos restos
humanos en enterramientos que hacen pensar que en Teotihuacan vivieron grupos distintos,
unos que recuerdan el aspecto de los pueblos costeños y otros con rasgos característicos de los
del Altiplano. Algunos de esos restos dejan ver que se trata de personas que fueron sacrificadas.
El ritual del sacrificio humano perduró en Mesoamérica hasta el tiempo de la Conquista. Al hablar
de los mexicas o aztecas ahondaremos en su significado.
Consta, además, que Teotihuacan fue una metrópoli en la que habitaron personas de diversas
procedencias y lenguas, entre ellas el náhuatl. Su cultura influyó en muchos lugares de
Mesoamérica, tanto por la vía del comercio como de las conquistas. De esto dan testimonio
hallazgos arqueológicos en lugares del área maya, las costas del Golfo de México y Oaxaca.
Teotihuacan, aun después de su ruina y abandono a mediados del siglo VII d.C., tal vez por haber
sido incendiada por enemigos, perduró como modelo, y en relación con ella se desarrolló el
relato mítico de la creación del Quinto Sol.
Hay indicios de que Teotihuacan extendió también su influencia hacia el norte y estableció allí
puestos de avanzada en la región habitada por los llamados chichimecas, la gente vagabunda de
la flecha y el arco.
Abarca éste el tiempo que siguió a la decadencia que se produjo entre los siglos VII y X, en
diversos ámbitos, hasta la llegada de los españoles. En varios lugares hubo nuevas formas de
desarrollo, como en los casos de los toltecas, mixtecos, algunos señoríos mayas y especialmente
entre los mexicas o aztecas y los purépechas o tarascos.
Un importante logro relacionado con el Posclásico fue la introducción de la metalurgia; además,
existe un mayor número de testimonios históricos y literarios provenientes de este periodo.
Tula Xicocotitlan
De los varios lugares en que se recibió la influencia de los teotihuacanos, el que mayor desarrollo
alcanzó fue Tula Xicocotitlan, en el actual estado de Hidalgo. Allí, hacia 900 d.C., se
establecieron también gentes que habían vivido en el norte como avanzadas mesoamericanas
durante el Periodo Clásico y que regresaron al Altiplano Central. Hay varios textos que describen
esto.
Ello explica que esos migrantes se nombraran más tarde «toltecachichimecas»; de procedencia
mesoamericana en cuanto toltecas y a la vez chichimecas, o sea, influidos por los grupos del
norte con los que habían convivido.
Tula estuvo vinculada a la figura del célebre sacerdote, gobernante y sabio Quetzalcóatl. Éste, al
parecer, había tomado su nombre del dios de la serpiente emplumada, adorado durante el
Clásico en Teotihuacan y otros lugares. Acerca del sacerdote y gobernante se conservan
numerosos testimonios en náhuatl y otras lenguas. De él se dice que fue el creador de la
Toltecáyotl, el conjunto de los logros culturales de los toltecas.
La metrópoli de Tula se edificó en torno a una gran plaza. Allí se erigieron templos, pirámides,
palacios, juegos de pelota y, en las afueras, casas habitación. La Pirámide de
Tlahuizcalpanteuctli, el Señor de la Aurora, tuvo un pórtico al frente, muy semejante al que se
construyó en el Templo de los Guerreros, en Chichén Itzá, Yucatán, durante el Posclásico maya,
que muestra irradiación cultural tolteca.
Según varios relatos, Tula tuvo dos momentos de decadencia, uno a fines del siglo X d.C.
Entonces Quetzalcóatl se vio forzado a abandonar su metrópoli por obra de hechiceros,
seguidores de su adversario, el dios Tezcatlipoca. Acerca de Quetzalcóatl algunos antiguos
textos en náhuatl refieren que una de las principales causas de la llegada de esos hechiceros fue
que él se oponía a los sacrificios humanos. Después de la partida de Quetzalcóatl hubo otros
gobernantes en Tula. A fines del siglo XI d.C., el señor Huémac fue el último en el poder. Se dice
que se suicidó.
Tula dominó muchos lugares en el centro y sur de Mesoamérica. Hay evidencias de que, al
ocurrir la huida de Quetzalcóatl y más tarde la muerte de Huémac, la penetración tolteca llegó
hasta Yucatán y Guatemala.
Etapa final en el desarrollo de Mesoamérica
A los años comprendidos entre 1200 y 1521 d.C. los arqueólogos han llamado Posclásico Medio y
Superior. Durante ese lapso se desarrollaron nuevas crisis, reacomodos de pueblos así como el
florecimiento de los mexicas o aztecas. Con ellos se cerró la historia independiente de los
habitantes de Mesoamérica.
En cuanto a las regiones norteñas, los cambios fueron mucho menores, ya que en gran parte
perduraron allí los rasgos y elementos de sus antiguos pobladores. La mayoría continuó viviendo
en aldeas con formas limitadas de agricultura. La recolección, la cacería y la pesca siguieron
practicándose. Entre algunos pobladores, como los seris de Sonora y los nativos de la Baja
California, las condiciones de vida continuaron siendo las de seminómadas, sin agricultura ni
producción de cerámica.
Si al ocurrir el abandono de Tula se produjeron crisis y movimientos de pueblos, también sucedió
esto fuera de la Mesoamérica nuclear: mas allá de sus límites norteños se iniciaron por ese
tiempo grandes migraciones. Tal fue el caso de los seguidores del caudillo Xólotl; eran estos
portadores de la flecha y el arco, cazadores y recolectores; se vestían con pieles de animales,
trasportaban a sus hijos en redecillas y hablaban la lengua pame, emparentada con el otomí.
Conocidos como chichimecas de Xólotl, penetraron en el valle de México y establecieron
contacto con las gentes que ahí vivían. Entre otros estaban los habitantes de Culhuacán y de
Chalco, de raigambre tolteca. Tras prolongada convivencia, los chichimecas de Xólotl fueron
estableciéndose en diversos sitios, donde organizaron algunos señoríos o se mezclaron con
quienes allí moraban. Esto último fue el caso de Tenayuca, Xaltocan y Azcapotzalco. Nuevos total
o parcialmente fueron los asentamientos de estos chichimecas en Texcoco Tlatzallan-Tlaloztoc,
cerca de Coatlichan, así como en Tepetlaoztoc y Oztoticpac. Cabe señalar la presencia de la
palabra oztoc, que significa «cueva», en varios de los nombres de esos lugares, en
rememoración de las cuevas en que los chichimecas habían vivido en el norte.
Poco a poco, durante varias generaciones, estos chichimecas transformaron su forma de vida. El
estudio de cómo ocurrió esto es muy interesante, ya que permite apreciar cómo se produjeron
los cambios hasta que se consolidaron en el valle de México importantes señoríos como Texcoco,
Xochimilco, Azcapotzalco, Cuahtinchan y otros ya mencionados. Las transformaciones
consumadas incluyeron la adopción de la agricultura, la vida urbana, las creencias y prácticas
religiosas de origen tolteca así como la lengua náhuatl.
Como una sombra que parece oscurecer la grandeza lograda por los mexicas y los
mesoamericanos en general, no es posible ocultar práctica ritual de los sacrificios humanos. Ha
habido quienes se resisten a aceptar que los hubo, aunque son muy numerosos los testimonios
que certifican su existencia. En vez de negar su realidad, lo importante es intentar explicarla.
En primer lugar está el hecho de que en todas o la mayor parte de las antiguas culturas hubo
sacrificios humanos. Lo extraño es, sin embargo, que en Mesoamérica perduraron hasta la
llegada de los españoles. Sin negar esto, parece posible interpretar su significación.
Los mesoamericanos tenían la convicción de que sus dioses se habían sacrificado para dar nueva
vida al mundo después de la última destrucción cósmica. El relato describe cómo ello ocurrió en
Teotihuacan, que existió como realidad primordial antes de la restauración del mundo. Ahora
bien, varios textos nahuas expresan que si los dioses se sacrificaron por los seres humanos,
éstos debían corresponder asimismo con su sangre y su vida. El sacrificio humano era la
respuesta al sacrificio divino.
Acudiendo a las creencias cristianas, en ellas se reconoce que Jesús, para redimir a la
humanidad, decidió inmolarse en un sacrificio, a la vez humano y divino. Y también de acuerdo
con el dogma cristiano, quienes lo aceptan, al participar en la eucaristía, piensan que consumen
el cuerpo y la sangre de Jesús, cuyo sacrificio se reactualiza en el sacramento de la misa.
Esto muestra que la creencia de que sólo por medio de la sangre hay salvación constituye un
paradigma mental presente en diversas culturas. Entendido así el sacrificio humano, debemos
reconocer que, aunque hoy nos parezca horrendo, tiene un sentido profundo, como lo percibió
fray Bartolomé de Las Casas, quien vio en él la suprema forma de ofrenda dirigida a
corresponder al que fue primordial sacrificio divino.
México-Tenochtitlan y el gran conjunto de las creaciones de los mexicas fueron, por así decirlo, la
fachada última de la civilización originaria de Mesoamérica. Los presagios funestos que, según
varios relatos, llegaron a conocer Moctezuma, su pueblo y sus aliados fueron anticipo de una
confrontación de los mexicas con seres desconocidos y no imaginados. Esa confrontación trajo
consigo la lesión más profunda y duradera en el ser de toda Mesoamérica.
Pero cabe preguntarnos: ¿marcó ella su acabamiento total? Lo que veremos muestra que de
varias formas Mesoamérica perdura en el ser del México moderno. Éste sin duda participa hoy en
la cultura occidental, pero en convivencia con la matriz original mesoamericana. Más aún,
Mesoamérica ha extendido su esfera de irradiación no sólo a todo el norte del país sino también
más allá de sus fronteras y se deja sentir en muchos aspectos de la vida de millones de
mexicanos establecidos en el vecino país del norte.
¿Cuándo comenzó la historia de México? La respuesta es que en los tiempos en que sus antiguos
habitantes lograron creaciones culturales, muchas de las cuales perduran hasta hoy en el
moderno país. Entre ellos y nosotros hay ciertamente continuidad. Si prescindiéramos de los
rasgos y elementos que tienen sus raíces en el pasado prehispánico, no entenderíamos lo que
son hoy México y los mexicanos.
Entre esos rasgos y elementos sobresalen sus lenguas, no pocas hasta hoy habladas, que han
influido en el español de México. Muchas palabras, sobre todo de la lengua náhuatl, se han
incorporado a él. Las palabras dejan ver la perduración del legado indígena en no pocos campos
de la vida cotidiana. En este sentido, son algo así como el registro de una herencia cultural que
sobrevive.
Los indígenas mexicanos fueron y son amantes de la música y el baile. Varias palabras nahuas
nombran instrumentos musicales y bailes. El huéhuetl es un tambor vertical que se toca con las
manos; el teponaztle es también instrumento de percusión, hecho de un tronco ahuecado, que
se coloca horizontalmente, con una horadación en su Parte superior, y en sus extremos
lengüetas que, al ser golpeadas con unos palitos, resuenan.
Otro instrumento musical, el tololoche, de tololontic, «redondo», es un contrabajo de cuerdas,
casi seguramente ideado durante la época colonial. A su vez, mitote significa originalmente
«baile» y, por extensión, «bulla», «alboroto». Huapango, derivado de cuauhpanco, tablado Para
bailar. De él proviene el nombre de un son que se acompaña con música de quinta, jarana, violín
y guitarra.
Perduran los nombres de muchas edificaciones como los teocalli, “templos», y también vocablos
relacionados con la construcción: los malacates o cabrestantes, especie de poleas; los jacales,
construcciones sencillas, algunas hechas con madera y paja o zacate, otras con piedra, que
puede ser tepetate o tezontle. Hay techos de tejamanil y otros recubiertos con chapopote.
Invenciones prehispánicas son las chinampas, los temazcales, los apantles para conducir el agua.
Hay casas con tapanco (de tapantli, «azotea»), que también significa «desván» o «doblado».
Existen tianguis, tlapalerías y tinacales, para fermentar el pulque. Y no falta la tiza, que puede
servir para pintar.
Muchos son los árboles cuya madera aprovechaban los nahuas y cuyos nombres hasta hoy se
conservan: ahuehuetes, pochotes, ocotes, oyameles, huejotes, mezquites, amates, tepozanes,
hules, guayules, achiotes, nopales y el copal o resina.
Del mundo de los animales domésticos son el guajolote, la pipila, el centzontle y el escuincle o
perro pelón. Entre los que gozan de libertad están los zopilotes, tecolotes, huilotas, quetzales,
chichicuilotes, tlacuaches, coyotes, ocelotes, mapaches, cacomizcles, tepescuintles ytambién los
pequeños pinacates, jicotes, ajolotes, claconetes y zanates.
Las gentes prehispánicas cultivaron plantas y frutos que hasta hoy se consumen, conocidos con
sus nombres en náhuatl: tomates, jitomates, aguacates, paguas, quelites, tejocotes, cacahuates,
nopales, capulines, chiles, zapotes, chayóles, chicozapotes (de tzic-tli, chicle), ejotes,
huauzontles, camotes, jicamas, jimicuiles, chilacayote, huauhtli, peyote, epazote, los elotes de
la milpa y la chía, a los que favorecía la llovizna o chipichipi.
Aprovechando esos frutos y otros muchos recursos floreció un arte culinario del que hasta hoy
pueden degustarse muchos platillos y bebidas. Cabe recordar los tamales, pozoles, atoles,
chilaquiles, enchiladas, totopos, tlacoyos; el pinole, chocolate, tepache, mezcal y tequila; los
variados moles, el guacamole, chilpocle, chilpachole, huitlacoche, los ezcamoles y cocoles, así
como los tacos de nenepil, los mixiotes y asimismo, aunque para causar mal, el toloache.
En la vida cotidiana es frecuente emplear palabras como apapachar, enchilar, pepenar,
achichinar, que equivale a quemar; apachurrar, encuatar, petatearse, tata, chamaco, escuincle,
cuate, cuatacho, coconete, chilpayate, pipiolera, tocayo, pilmama, chichis, cuíco, por policía,
contlapache, palero (de paliuhqui, «ayudar»), coyón, achichincle, pizca, itacate, piocha, chipote
y titipuchal.
Y para preparar comidas y bebidas no deben faltar los comales,
molcajetes, las jícaras, los metates, molinillos (castellanización del vocablo
náhuatl moliniani, «batidor», que se usa para batir el chocolate), los popotes, los tejolotes, y si
algo se rompe, quedan como recuerdo los tepalcates. Otros objetos hay también muy
útiles: equípales, -mecates, mecapales, ayates, huacales, petates, petacas, los cacles o zapatos
y hasta los papalotes para jugar con ellos.
Para no alargar la lista, pueden recordarse los nombres de algunas prendas femeninas: los
bellos huípiles, los chincuetes, los hermosos quechquemes y los costosos abrigos de piel
de ocelote.
Además de todos estos elementos tangibles, el legado indígena incluye una rica literatura.
Abarca ésta los códices o libros prehispánicos mayas, mixtecos y del Altiplano Central, así como
otros, mucho más numerosos, de tiempos posteriores a la Conquista. Asimismo textos en
lenguas náhuatl, maya, quiche, zapoteca y otros idiomas. En ellos se conservan poemas y
cantos, relatos míticos, antiguas oraciones, discursos y recordaciones históricas. De igual
manera han perdurado herbarios y otros manuscritos relativos a la medicina indígena. Todo esto
muestra cuántas cosas nos han llegado de la cultura indígena. Y hay que añadir que sólo se han
citado vocablos del náhuatl y no de las otras lenguas indígenas.
Rasgos culturales heredados del mundo indígena son también las formas de cortesía, el uso
frecuente de diminutivos, el sentido comunitario, el apego a la familia, la sensibilidad artística,
algunas formas de religiosidad como el culto a Nuestra Madre Guadalupe y a Nuestro Padre
Jesús. Esta dualidad evoca a la prehispánica Ometéotl-Tonantzin, Totahtzin, el Dios Dual, Nuestra
Madre-Nuestro Padre.
También hay miles de nombres de pueblos, montes y ríos a lo largo y ancho de la geografía de
México en náhuatl, purépecha o tarasco, en maya, en otomí o ñahñú y en otras varias lenguas.
Algunos de estos nombres son muy bellos como Iztaccíhuatl, «mujer blanca»; Cosamaloapan,
«en el río del arco iris»; Papaloapan, «río de las mariposas»; Xochimilco, «en la sementera de
flores»; Teotlalpan, «en la tierra grande o divina»; Tlalixcoyan, «donde se hace llana la tierra», y
la lista podría alargarse casi sin fin.
El nombre mismo de México, «en el ombligo de la luna», y los de la mayoría de los estados
recuerdan la presencia indígena: Sonora, Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas, Sinaloa, Nayarit,
Zacatecas, Jalisco, Michoacán, Colima, Tlaxcala, Guanajuato, Querétaro, Oaxaca, Chiapas,
Tabasco y Yucatán.
Realidad visible son los miles de monumentos, muchos de ellos extraordinarios, en numerosas
zonas arqueológicas y que tanto atraen a mexicanos y extranjeros.
Y por encima de todo está la presencia de varios millones de descendientes de los pueblos
originarios, con los cuales la mayoría de los mexicanos estamos íntimamente relacionados por
nuestro ser mestizo. En fin, el escudo nacional es también de procedencia indígena: el águila
erguida sobre un nopal y devorando una serpiente es evocación de la señal anunciada a los
fundadores de México-Tenochtitlan.
Es cierto que, a este rico legado cultural y humano, a partir del encuentro con los españoles, se
han sumado otros muchos elementos y rasgos de origen europeo en su versión hispánica y
también de procedencia africana y de otros orígenes. Otro hecho de suma importancia es, por
supuesto, la vigencia de la lengua española, medio de comunicación entre todos. Pero hay que
reconocer que lo que llegó desde que ocurrió el encuentro inicial y a lo largo de los tres siglos de
lo que fue la Nueva España y hasta el presente se ha injertado en el tronco original indígena.
Historia de México, México, 2010, FCE, SEP, capítulo II, Pág. 45-71