Consagrado
Consagrado
1. EL TIEMPO SE HA CUMPLIDO
"El tiempo se ha cumplido,
el Reinado de Dios está cerca,
conviértanse y crean en el Evangelio"
(Mc 1,15)
1.1. Se ha inaugurado el tiempo de la gracia
Pocas palabras bastaron a Jesús para iniciar su ministerio. En apretada síntesis
este anuncio contiene un compendio de todo su programa. Dios, en persona, ha
entrado en la historia haciendo plenos los tiempos con su presencia salvadora: "el
tiempo se ha cumplido", y con Él se ha inaugurado el tiempo de la gracia del
Señor. Los ciegos ven, los sordos oyen, se rompen todas las cadenas y los pobres
son evangelizados. (Cfr. Lc 4,18-21). Y estas no son sólo palabras: el Cristo de
Dios nos comunica su propio Espíritu para llevar una vida bienaventurada y
apartar de la humanidad toda malaventuranza. (Cfr. Mt 5, 1ss; Lc 6,17ss).
No hay tiempo que perder: la invitación aún está vigente. Hay que convertirse a
Cristo para creer en El: en su persona, en su mensaje, en su misterio, en sus
gestos y palabras. Creer y testimoniar. Creer y salir, después, entusiasmados, a
contar lo que hemos visto y oído, como ministros, apóstoles y heraldos del
Evangelio de Jesús, para que la alegría de la gente sea plena.
Estas palabras cobran nueva actualidad cada vez que escuchamos su Palabra,
participamos de un retiro espiritual, encontramos en el camino de nuestra vida
consagrada algo que nos anime. Cuando Dios ha cautivado en el corazón, no nos
queda otra cosa que anunciarle, cuando el consagrado reconoce su entrega, su
“dedicación al Señor”, entonces tiene alegría y gozo de no dejarse llevar por el
individualismo (Cfr. EG 1) e invitar a otros a “renovar su encuentro personal con
Jesucristo o al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de
intentarlo cada día sin descanso” (EG 2).
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Sin embargo, todo este programa de recapitulación y renovación de nuestra vida
consagrada presupone fe: "conviértanse y crean..." Esta es la invitación de Jesús.
Y su llamado a la fe adquiere nuevas resonancias en tiempos en que la
secularización pone, al menos en apariencia, su confianza en el hombre, en la
ciencia, en la técnica... y relega a Dios a un lugar secundario. Pero, decimos, en
apariencia, porque junto a esas expresiones, que son reales, hay también un ansia
de sentido y una renovación del fenómeno religioso que es respuesta o reacción a
esa excesiva prescindencia de Dios.
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1,15)". "En Él habita corporalmente la plenitud de la divinidad... y de Él
recibimos nuestra plenitud" (Col 2, 9-10)".
Él es quien hace justo dos mil años se encarnó en las purísimas entrañas de la
Virgen María y quien hoy se hace presente en cada persona y, de manera eximia,
en cada Eucaristía. Jesús, el Cristo de Dios, que vendrá, al final de los tiempos, a
dar su pleno sentido a la historia de la humanidad.
Si confiesas con la boca que Jesús es Señor,
si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte,
te salvarás.
Con el corazón creemos para ser justos,
con la boca confesamos para ser salvos,
pues la Escritura dice quien se fía de Él no fracasará.
(Rom 10, 9-11)
Por eso, las preguntas de San Pablo no nos dejan indiferentes. Interpelan la
fuente y el origen de nuestra vocación. Por misericordia de Dios nos pusimos de
pie el día en que Él nos hizo esa pregunta y nos incorporó al número de
consagrados en la Iglesia, para que fuéramos a anunciar su Evangelio hasta los
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confines del hombre, del mundo, de la historia. Nosotros y el pueblo al cual
servimos, que es corresponsable en el anuncio del Evangelio. Desde ese día
nuestra vida se convirtió en voz profética, en Evangelio, en comunicadores de
Buena Nueva.
¿Será que nos acostumbramos a que la gente viniera, que dejamos de salir? ¿Será
que nos dedicamos más al Sacramento que a la Palabra, más a administrar que a
proclamar? ¿Será que se nos hizo rutina la Palabra o que dejamos de creer en su
eficacia? ¿O será que, simplemente, por respeto a la creencia ajena, en esta
sociedad pluralista, pensamos que podíamos ofender con nuestro anuncio y nos
dedicamos a escuchar más que a anunciar?
Sinceramente pregunto con respeto. No soy juez; soy servidor. Pero el hecho es
que nuestra vida consagrada, nuestras comunidades religiosas, a veces olvidan el
talante inspiracional de los fundadores y fundadoras. Nos lamentamos del avance
de las sectas, del movimiento pentecostal, de las nuevas religiones, pero en
general, los consagrados y consagradas, olvidamos que el ideal de nuestros
institutos era ir al encuentro con el otro, de la mano del Otro, enteramente Otro.
2.2. Se necesitan maestros de la fe
En el mundo hay mucho agobio, mucho sufrimiento, mucho sin sentido. Se
requiere urgente la proclamación del Evangelio y hay oídos muy atentos para
escuchar su mensaje. Por algo las puertas se abren cuando llega el mensajero de
buenas nuevas, sin mirar la religión que representa. Es un signo del hambre de
Dios que tiene la gente y las preguntas quemantes con que buscan a los Maestros
de la fe.
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sin respuesta? ¿Cómo creer tantas promesas que a la
larga se quedan en palabras? ¿Será verdad que Dios
ama a los pobres? Entonces, ¿hasta cuándo?
Y se siente crudamente la ausencia de Dios, el silencio
de Dios.
Y, ¡para qué mirar a los demás! Cada uno de nosotros,
o tal vez muchos, podríamos decir: "yo mismo me he
prometido tantas cosas que no he sido capaz de
cumplir. He pedido la gracia y no he sido escuchado.
He soñado con cambiar y he vuelto a tropezar. He
dejado de creer en las promesas, he dejado de creer en
la palabra. Y, lo que es peor, he dejado de creer en mi
palabra. Me he empezado a despreciar, a
desacreditar".
Lentamente el escepticismo se apodera de nosotros.
¡Se nos envejece el alma! No creemos que sea posible
intentar de nuevo y, mucho menos, volver a comenzar.
La fe que se oscurece pide a gritos un testigo, una
presencia. Reclama a un hombre o a una mujer que
algo tenga de Abraham, el padre de la fe. A alguien
que nos devuelva el sentido y las ganas de vivir.
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No te avergüences de dar testimonio de Dios,
ni de este su prisionero;
antes, con la fuerza de Dios,
comparte los sufrimientos por la buena noticia.
Él nos salvó y nos llamó a una vocación santa,
no por mérito de nuestras obras,
sino por su designio y gracia,
que se nos concede desde la eternidad
en nombre de Cristo Jesús,
y que se nos manifiesta ahora por la aparición
de nuestro Salvador Jesucristo;
el cual ha destruido la muerte
e iluminado la vida inmortal
por medio de la buena noticia.
De ella me han nombrado heraldo, apóstol y maestro.
Por esa causa padezco estas cosas
pero no me siento fracasado,
pues se en quien he puesto mi confianza
y estoy convencido que puede guardar mi depósito
hasta el día de su venida”.
(2 Tim 1, 3-12)
Con palabras de afecto, pero sin ocultar la exigencia, San Pablo nos recomienda
renovar la gracia que obra en nosotros, por la consagración. ¡Ha dado en el
blanco! En este tiempo que urge de hombres y mujeres que viven a pesar de sus
limitaciones la alegría del Evangelio. De esa manera seremos mejores servidores
de la fe, encargo primordial que la Iglesia nos confía y que el pueblo creyente nos
reclama.
Pero, para renovar la misión, es importante remontar los obstáculos que, a veces,
sentimos en lo cotidiano de nuestra vida consagrada. Releyendo a San Pablo,
cuando nos habla del ministerio apostólico, queremos acreditarnos con nuestras
obras ante la comunidad a la cual servimos. Y, tal como él, experimentamos
dificultades que vienen de fuera y que se manifiestan en incomprensión, en
exceso de exigencia y, no pocas veces, en persecución (Cfr. 2 Cor 6,3-12). Pero,
con la mano en el corazón, reconocemos también las incoherencias, las tibiezas,
las lentitudes y tantas dificultades interiores que se exteriorizan como cansancio,
en razón de la intensidad de servicio en las obras de la comunidad, pero que
suelen tener causas más profundas que nos llaman a convertirnos al primer amor.
3. El cansancio en el servicio
Es frecuente encontrar cansancio en la vida de los consagrados. El paso de la
vida... el tiempo del año... el exceso de trabajo... el temperamento depresivo...
Hay algunos cansados, pero felices. Otros, en cambio, viven un cansancio
crónico que arriesga a caer en el hastío, o simplemente, en un agobio permanente
por causa del estilo de vida o por las responsabilidades pastorales.
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El sólo hecho de estar cansados no dice nada malo. Un obrero que trabaja ocho
horas al día y gasta dos y tres movilizándose desde su hogar al trabajo... una
madre de familia que debe cuidar de su hogar y de sus hijos... un joven estudiante
exigido por el colegio, la universidad y los otros compromisos de la vida... Es
lógico que haya cansancio. Sobre todo con las tensiones que agrega la vida en la
ciudad con todos sus apuros.
Así lo vemos en Jesús, que no tiene problema de sentarse junto al pozo a pedir un
vaso de agua... ni de invitar a los discípulos a descansar y a orar después de
terminada la primera Gran Misión. Él se da el tiempo para visitar a unos amigos
en Betania, se deja servir por la suegra de Pedro y acariciar por esa mujer "que
mucho había amado"... (Lc 7, 47).
Pero, vamos por parte. Primero veremos las raíces de nuestro cansancio y
después procuraremos buscarle algunos remedios, alentados por el ejemplo de
Jesús y la presencia de su Espíritu.
Rezar a la carrera entre los recados y tareas por cumplir que zumban en la
cabeza... No tener espacios gratuitos para visitar a los amigos... para escuchar
música... para ir alguna vez al cine, al teatro, al estadio, salidas fraternas... E
incluso, vivir en espacios sin belleza, funcionales, sin "hogar"... en algunas de
esas cosas puede caer nuestra vida
Si así vivimos, es obvio que nos vamos a cansar y no sólo de la fatiga del día: nos
sobrevendrá la fatiga psicológica y moral propia de una vida estresada. Y el
estrés nos hará más vulnerables a la dejación, a la negatividad, a buscar el primer
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apoyo que pasó o el primer cariño que se ofrece. Nos aleja de lo realmente
esencial de nuestra vida: vivir el carisma fundacional en comunidad.
Pero, a esta actitud virtuosa, se puede agregar la actitud viciosa de buscar ser
amados por lo que hacemos y no por lo que somos... el que nosotros y nuestros
superiores nos evalúen por la eficacia, por los números, por los resultados
visibles... el que no hayamos descubierto la enorme eficiencia de la gratuidad... el
que en la actual figura del consagrado se espere de nosotros que seamos buenos
para todo, que sepamos servir con creatividad, que estemos atentos a todo lo que
ocurre a nuestro alrededor, la atención a los enfermos, el consuelo de los tristes,
que sepamos de organización y de comunicación social, que a todos acojamos
con una sonrisa, siempre y en cualquier momento, y que resolvamos
adecuadamente nuestros conflictos afectivos, cosa que se da por descontado.
A veces, el problema viene de que nos come el rol: dejamos de ser personas y
nos transformamos en personajes. Se nos desequilibra la vida en favor de la
acción o del ensimismamiento... y terminamos huyendo de nuestra propia
sombra...mNo. Eso no es virtud. No es tampoco nuestra misión. Hay confusión
de planos, sobre-expectativas, y hasta un cierto abuso con el consagrado, cuando
no el temor (y hasta el rechazo) a construir una Iglesia-comunidad más conforme
al proyecto de Jesús y a los signos de los tiempos. Pero, sumando y restando, el
peso de la misión es otra fuente de agobio y de cansancio.
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Jesús lo sufrió en su persona, en el tedio y la fatiga del Huerto y en la muerte
ignominiosa en que sintió el mayor abandono y, humanamente, el mayor fracaso.
Pero no claudicó. Tanto en su agonía, como en otras oportunidades, el vigor le
vino de un diálogo aún más intenso con el Padre, hasta lograr el acto de
confianza, la actitud de abandono con que descansó su espíritu como preludio de
la Resurrección definitiva. Es el mayor ejemplo de la fuerza en la debilidad que
tan claro expone San Pablo: "mi gracia te basta..."
3.4. Una espiritualidad insuficiente
Pero, también en nuestro caso, en la raíz del cansancio suele haber una
espiritualidad insuficiente o simplemente defectuosa.
Es verdad que el sello del consagrado es dar la vida. Y darla hasta el último
suspiro. Pero a eso habría que añadir que hay que entregar calidad de vida... por
respeto a Jesús, a la misión y a la gente que Él nos confía. Y para eso es
necesario practicar las mínimas normas de higiene espiritual: cuidar el sueño, las
comidas, los momentos de silencio, los tiempos de soledad, las buenas
amistades...
Pero que sea por una opción, por una adhesión interior, y no por una fuga de la
propia condición o por ignorancia sobre la propia espiritualidad. Raro, muy raro,
sería que el Señor a través de su Iglesia, nos llamara a un estilo de vida
insostenible o inviable.
Eso mismo nos indica que una raíz del cansancio psicológico y espiritual, se
encuentra en la pérdida de sentido de nuestra propia identidad, o una falta de
perspectiva con respecto a la misión. Y una fuente de descanso, de alivio, se
encuentra al volver a descubrir los rasgos esenciales de la propia llamada y de la
opción carismática que hicimos el día de nuestra profesión pública de los
consejos evangélicos.
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3.5. La conversión aplazada
En fin, una raíz muy profunda de nuestra fatiga, unida al escepticismo tan propio
de algunos consagrados, es el aplazamiento de nuestra conversión: ya sea la del
corazón, ya sea la conversión de costumbres o la conversión intelectual.
Hay una pérdida muy grande de energía cuando cohabita en nosotros un pecado -
o una actitud de pecado- contra el cual dejamos de luchar. ¡Nada peor que la
convivencia entre la lucidez y la inacción! En su extremo, nos lleva a la
culpabilidad enfermiza y al desprecio de nosotros mismos que produce un
profundo cansancio del alma. Este rasgo se acentúa aún más en quien, por oficio,
debe proclamar la Palabra, explicitar en otros los llamados de Dios, escuchar
confidencias de luchas. ¡Imposible hacerse el sordo por mucho tiempo!
Una tal conversión supone oración, estudio, contacto asiduo con la Palabra de
Dios, acompañamiento espiritual, la práctica frecuente del sacramento de la
confesión. Tanto mejor si se tiene una comunidad y si hay amistad suficiente
como para practicar la fraternidad en que hay corrección pero, sobre todo, mutuo
estímulo.
Pero antes, una distinción: una cosa es des-cansar, es decir, hacer algo o dejar de
hacerlo para que se me quite el cansancio. Eso es necesario, pero no basta. En
castellano hay otra palabra que indica la actitud positiva de superar el cansancio,
y esa es la de re-posar. Es decir, volver a posar el corazón, la mente, los afectos
en algo, o mejor, en Alguien que me llena de amor, de serenidad, de energía.
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creación... no es un lujo: es simple obediencia. Cultivar las buenas amistades,
aquellas en que uno puede vaciar el alma... No olvidar una buena lectura, alguna
experiencia estética, preocuparse por la armonía del entorno, tanto en la casa,
como en la propia habitación, fomentar las salidas y encuentros fraternos...
Pero, más allá, de estos consejos obvios -aunque a veces poco practicados- es
importante tener un sano realismo sobre sí mismo: conocer los dones, los
talentos, las limitaciones, las incapacidades. De esa manera no nos vamos a sobre
exigir ni a infravalorar. Esto es algo que reposa el alma... pero, algo que no se
adquiere de una vez y para siempre. Gracias a Dios, nosotros también somos un
misterio que se va develando con el tiempo en admiración, en estupor. Por eso
hay que poner los medios adecuados a las etapas de la vida: cuando somos
jóvenes consagrados, recién ordenados, cuando afrontamos la crisis de los
cuarenta, cuando nos empinamos sobre la tercera edad, cuando tenemos la
oportunidad de convertirnos plenamente en consagrados, en años y en sabiduría.
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cantar y alabar al Señor en cada criatura; en Agustín que cae rendido de amor
ante Su belleza tan antigua y siempre nueva... en Domingo y su pasión porque los
hombre vivan en la verdad… en Marie Poussepin que dedica su vida a comunicar
la caridad a los desfavorecidos y a la educación.
Y podríamos seguir... o mejor, comenzar con Jesús que, tomado por el Espíritu,
rompe en alabanza por lo que Dios revela a los pequeños, que abre el secreto de
su corazón y despliega sus afectos en la intimidad de la Cena, que derrama su
alma agonizante en la soledad del Huerto, que clama con lágrimas de angustia,
que ama tan intensamente a cada persona que cruza su camino.
Muchos de nosotros, en cambio, nos limitamos a una oración intelectual. Así nos
enseñaron. Y por eso, en muchos consagrados hay la sensación de que la oración
afectiva es para los adolescentes o, por lo menos, para los recién iniciados. De
una u otra manera tememos caer en la censura o en el desprecio que el ambiente
clerical procura a los "afectivos"... y terminamos viviendo a escondidas, lo que
Dios nos llama a vivir a plena luz del día.
Dios es amor... y no puede sino dar amor. Y por esa simple razón ésta es la
actitud y el misterio en que encuentra su mayor reposo el alma. Es el alivio que
produce el "yugo suave" de Jesús que quita todo agobio. El alivio no viene del
menor peso de la coyunda sino del hecho de ser "enyugados" para siempre con
Jesús para recorrer en su compañía los caminos de la vida.
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¿Cuál es para un consagrado el amor primero? ¿Cuáles son las obras del
principio?
A menudo, cuando se trata del amor primero, pensamos en el Postulantado, en el
Noviciado, en el tiempo en que decidimos nuestra vocación. Y está bien. Otras
veces, volvemos a la historia de nuestra vocación o a las primicias de nuestra
vida consagrada. Bendito sea Dios. Todo ello nos ayuda. Pero, lo más
importante, es regresar al momento en que el mismo Señor decidió nuestro
llamado y que es anterior, incluso, al momento en que lo percibimos.
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- Me das miedo, padre - dijo Rufino. No me siento
hecho para sostener una lucha así.
La lucha contra nosotros mismos, y contra todo aquello que nos llena de fatiga,
se vence con adoración más que con voluntad, con amor contemplativo más que
con violencia. Y la imitación de Jesús, o su seguimiento, es el fruto maduro de
quien pone en Él largamente su mirada y no del que vive vuelto hacia sí mismo.
Eso es lo que reposa el alma...
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No lo podemos hacer todo. Hay que priorizar. Pero, esto último hay que hacerlo
desde el Señor y los hermanos y hermanas de comunidad y no desde nuestra
comodidad o nuestro antojo. Y más que eso, es necesario reconocer que la
Misión pertenece al Padre y que nosotros somos sus simples enviados. Es Él
quien da el fruto, la eficacia, y no nosotros. Esto cuesta más. Pero, una vez hecho
el acto de abandono, sin quitar nada a nuestros talentos ni a nuestros desvelos, el
espíritu del apóstol encuentra su reposo y una serenidad que, paradójicamente,
confiere incluso más eficacia a sus trabajos.
Es curioso, al preguntar a la gente -en especial a los jóvenes- qué imagen tienen
de los religiosos, alguna vez me han mostrado una libreta repleta de
compromisos. ¡Somos gente sin tiempo! A mí, ciertamente, me lo han criticado.
Y, claro, pocos quieren ser consagrados para vivir agobiados. Más lo querrían si
nos vieran disfrutando del trabajo y también el descanso, al cual todo obrero tiene
su derecho...
Es cosa de ver qué es lo que sucede cada vez que Jesús impone su autoridad por
sobre los demonios... A quienes son sanados les cambia el rostro, les renace la
alegría, dejan de echar espumarajos para encontrar el reposo, la quietud y el
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deseo incontenible de confesar Su Nombre y de seguir a Jesús a donde quiera que
vaya.
Parte del cansancio nos viene precisamente del querer acumular todos los roles
que ejerce un consagrado, y de querer ejercerlos en forma aislada... para marcarlo
todo con nuestra impronta... o, por lo menos, para no tener problemas... ¡Fatal!
Es el síndrome del individualismo que resta apoyo al religioso, resta eficacia a
nuestra consagración, y se convierte en una de las mayores fuentes de tensión, de
fatiga y de agobio en la vida de los religiosos.
Otra fuente de agobio es la falta de comunión con los superiores. Su figura forma
parte de nuestro ser consagrados, que profesan la obediencia. Es imagen del
Padre, por la autoridad que ejerce. Es comprensible, entonces, que muchos
consagrados sufran una tremenda frustración al no sentirse acogidos o valorados
por sus superiores.
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Dejarnos amar, por Jesús y por la gente, dejarnos llevar, renunciar a los celos y
entronizar la admiración, la alabanza, la gratitud, es inaugurar una hermosa
manera de ser Iglesia de Dios y renunciar a vivir sectariamente. No es bueno que
el hombre esté solo, dijo el Señor el sexto día de la Creación. Y también el sexto
día Jesús entregó su vida para romper la enemistad y recrear el vínculo de amor.
Desde entonces Él siempre nos acompaña. Con esa misma autoridad Él nos envía
de dos en dos a proclamar y a vivir el proyecto del Reino que exorciza el
individualismo y entroniza la comunión. Esta es la actitud de fondo en que va a
encontrar reposo nuestro corazón. Y así, como los discípulos más cercanos a
Jesús, podremos encontrar un gran gozo en el testimonio de su Nombre y,
nuestro re-poso, al dejar que Él lave nuestros pies cansados y al reclinar el peso
de nuestras preocupaciones sobre el corazón de quien nos ha llamado.
Esa es la gracia que pedimos, invocando el amparo de María, quien nos introduce
complacida a la experiencia del salmista:
"Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a El"
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