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La Huelga Metalurgica de 1942

El artículo analiza la huelga metalúrgica de 1942 en Argentina y su relación con la crisis de la dirigencia comunista y los orígenes del peronismo. Se argumenta que la huelga, liderada por el Sindicato Obrero de la Industria Metalúrgica, es clave para entender la constitución de la clase obrera metalúrgica y el debilitamiento del Partido Comunista en ese contexto. Además, se discuten diferentes posturas historiográficas sobre la relación entre el comunismo y el movimiento obrero, sugiriendo que la crisis del PCA no se debe únicamente a la llegada de Perón, sino a factores internos previos.

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La Huelga Metalurgica de 1942

El artículo analiza la huelga metalúrgica de 1942 en Argentina y su relación con la crisis de la dirigencia comunista y los orígenes del peronismo. Se argumenta que la huelga, liderada por el Sindicato Obrero de la Industria Metalúrgica, es clave para entender la constitución de la clase obrera metalúrgica y el debilitamiento del Partido Comunista en ese contexto. Además, se discuten diferentes posturas historiográficas sobre la relación entre el comunismo y el movimiento obrero, sugiriendo que la crisis del PCA no se debe únicamente a la llegada de Perón, sino a factores internos previos.

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LA HUELGA METALÚRGICA DE 1942 Y LA CRISIS DE LA DIRIGENCIA

COMUNISTA EN LOS ORÍGENES DEL PERONISMO

ANDRÉS IVÁN GURBANOV1


SEBASTIÁN JOAQUÍN RODRÍGUEZ2

Publicado en Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, Nº 4, septiembre-octubre


2007, Buenos Aires, págs. 61-83

Palabras clave: Partido Comunista, Huelga de 1942, Sindicatos Obreros metalúrgicos

Introducción

En la historiografía contemporánea argentina, en los últimos años, ha habido una reevaluación y


revalorización de la década de 1930, en particular en lo que respecta al área de estudios donde
insertamos este trabajo: la historia del movimiento obrero.3
En este período, el año 1942 es un momento clave para comprender el desarrollo posterior del
proletariado argentino. Muy poco estudiado, se trata del año de mayor conflictividad entre el
capital y el trabajo en la etapa preperonista, en un contexto de retroceso de la participación del
trabajo en la renta nacional y de “carestía de la vida” por el conflicto bélico mundial.4 Este
artículo consiste en la descripción y el análisis de uno de los conflictos más importantes de ese
año tanto por su duración como por el número de obreros involucrados: la huelga protagonizada
por los obreros metalúrgicos, declarada por el Sindicato Obrero de la Industria Metalúrgica
(SOIM), de extracción comunista, entre junio y julio de 1942.
Al enfocar el estudio en esta huelga, tenemos por objetivo reconstruir el proceso de constitución
de la fracción metalúrgica de la clase obrera argentina, en una coyuntura donde protagoniza un
conflicto de grandes proporciones, esperamos aportar nuevos elementos para pensar la crisis de
la conducción comunista al interior del proletariado argentino.5 El caso del SOIM nos permite
estudiar la dinámica entre obreros metalúrgicos y dirigentes comunistas antes de que Perón
comenzara su accionar político desde el Departamento Nacional de Trabajo (DNT); es decir, no
podemos asignarle a éste ningún rol en esa crisis. Y recordemos, finalmente, que se trata de un
fragmento del proletariado que años más tarde, enrolado en la Unión Obrera Metalúrgica
(UOM), terminará constituyendo “la columna vertebral” del peronismo.

1
Universidad de Buenos Aires. E-mail: [email protected]
2
Universidad de Buenos Aires. E-mail: [email protected]
3
Queremos agradecer a Roberto Elisalde por habernos abierto, en su momento, las cada vez más estrechas y pesadas
puertas de la investigación. No podemos dejar de mencionar tampoco a Julián Kan, quien participó activamente en las primeras
etapas de este trabajo. Y, finalmente, la colaboración de Fabián Fernández y Nicolás Iñigo Carrera, quienes han leído un borrador
de este texto y nos han hecho importantes sugerencias.
4
Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina (vol. I), Buenos Aires, Emecé, 1984, p. 333. Miguel
Murmis y Juan Carlos Portantiero, Estudios sobre los orígenes del peronismo, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 1972, pp. 86-91.
5
Cuando nos referimos a fracción de clase pensamos en segmentos verticales en relación con el sector del capital que
los explota. Como fracción está imbuida de las generalidades de la clase obrera, pero –a la vez– con determinadas
particularidades que hacen de ella un elemento único. Consideramos el proceso de formación de una fracción de clase como un
proceso análogo a la conformación de la clase misma, es decir, a través de la lucha contra el capital de una rama de la
producción.
Entonces, ¿por qué los comunistas pierden el sindicato? ¿Qué relación existe entre la derrota de
la huelga de 1942 y el surgimiento de una dirigencia alternativa entre los metalúrgicos? ¿Se trata
de un hecho aislado y particular o bien puede descubrirse allí el germen de la crisis general –
aunque no terminal– de la inserción del PCA en el seno del movimiento obrero argentino?
Dividiremos la exposición en dos apartados: en el primero repasaremos los principales abordajes
que intentaron explicar la crisis del comunismo al interior de la clase obrera argentina y la
relación de este proceso con los orígenes del peronismo. En el segundo, presentaremos en forma
detallada el devenir del conflicto aquí estudiado, junto con las hipótesis que fuimos elaborando
durante el relevamiento de fuentes para explicar la crisis del SOIM. Finalmente, en las
conclusiones, intentaremos relacionar ambos apartados, dejando planteado qué nuevos elementos
puede aportar nuestra investigación respecto de la crisis del comunismo y los orígenes del
peronismo.

1- Clase obrera, comunismo y orígenes del peronismo: el planteamiento del problema

El tema de los “orígenes del peronismo” ha sido recurrentemente abordado por las ciencias
sociales. Desde los primeros trabajos académicos en la década de 1950, hasta hoy, es posible
reseñar varias posturas diferentes sobre este tema, algunas muy cercanas entre sí, otras
completamente discordantes.
Quizás uno de los principales parteaguas en este océano de interpretaciones sea la cuestión de la
heteronomía o autonomía de la clase obrera respecto de la figura de Perón y del surgimiento del
fenómeno peronista. En otras palabras, nos referimos a considerar si la masiva adhesión del
movimiento obrero argentino a dicha opción política fue, o bien una imposición “desde afuera”,
o bien el resultado de la propia acción de lucha del proletariado por lograr sus objetivos como
clase.
Esta disyuntiva no es irrelevante respecto del problema que plantea nuestra investigación. Las
posturas “heteronomistas” –herederas de los primeros trabajos de Gino Germani– tienden a
minimizar el desarrollo del movimiento obrero previo al golpe de 1943, señalando una fuerte
ruptura entre la clase obrera peronista y la preperonista.6 En estas interpretaciones, la “nueva
clase obrera”, moldeada ya fuera por los procesos de migraciones internas, por el discurso
interpelador peronista o por el motivo que cada autor refiera, sería muy diferente de aquella que
protagonizara las luchas sociales pasadas. Como corolario de esta postura, se minimiza también
el papel jugado por las diferentes organizaciones políticas de dicha clase hasta 1945. El papel del
comunismo como opción política –y del PCA como partido “de clase”– queda así oculto tras un
velo, el cual, para empezar a rasgarlo, fue necesario afirmar primero la autonomía de la clase
trabajadora y resaltar su papel activo y dinámico en la constitución de dicho fenómeno político-
social. Desde Murmis y Portantiero, en su ya clásico Estudios sobre los orígenes del peronismo,
una serie de trabajos han remarcado frente a la ruptura antes mencionada, los lazos de
continuidad que ligan a los obreros pre y post-peronistas.7
Dentro de esta última perspectiva es donde insertamos nuestro trabajo. Si en apariencia el
peronismo marca un antes y un después en la historia de la clase obrera argentina, creemos que
esa bisagra debe interpretarse afirmando en el análisis la idea de movimiento. Y es en este punto
donde encontramos los principales aportes conceptuales, metodológicos y empíricos de los
trabajos que en los últimos años han profundizado el análisis del movimiento obrero en la
“década del treinta”.
Así, en una reciente investigación sobre la huelga general de 1936, Nicolás Iñigo Carrera rastrea
en la evolución y conformación de la clase obrera el desarrollo de su conciencia de clase y las
diferentes “estrategias” que esta se da “para sí” en la prosecución de sus objetivos. Según este
autor, la estrategia dominante al interior del movimiento obrero en el ciclo que se abre a partir de

6
Gino Germani, Política y Sociedad en una época de transición, Buenos Aires, Paidós, 1971.
7
M. Murmis y J. C. Portantiero, ob. cit.
2
esa huelga general es la de “inserción democrática”, es decir, la intención de entrar a participar
del sistema democrático burgués, teniendo en cuenta el marco de posibilidades que se abría para
ella y la imposibilidad, por el momento, de plantearse la superación de ese sistema. En este
sentido, la clase obrera, lejos de ser ontológicamente revolucionaria, se fija a sí misma la única
meta que por el momento puede alcanzar de acuerdo al desarrollo del capitalismo en ese
momento histórico, y de acuerdo también al grado de conciencia que ha alcanzado en su
conformación como clase. Si bien este autor se centra en el estudio de la clase obrera durante el
hecho puntual analizado (la huelga general de 1936), en sus conclusiones invita a ir un poco más
allá. Para Iñigo Carrera, la estrategia de incorporación a un sistema político de fracciones
sociales hasta ahora excluidas confluye con la estrategia de la burguesía en el mismo período,
generando la conformación de una alianza social que dará origen al fenómeno peronista.8
Ahora bien, si aceptamos que la estrategia de “inserción democrática” de la clase obrera
argentina de fines de la década del ´30 confluye años después en el fenómeno peronista, es
legítimo preguntarse por las otras opciones políticas “de clase” existentes en la Argentina de esos
años: ¿Qué sucedió con socialistas y comunistas, quienes jugaron en ese período un papel
fundamental en la organización del movimiento obrero?
Para el caso específico del partido comunista, esta cuestión plantea un interrogante adicional,
dado que luego del “viraje” de 1935 y a través de la línea política de constitución de “frentes
populares”, el PCA también planteaba al movimiento obrero una estrategia semejante.
Hernán Camarero, en un artículo publicado hace pocos años, hace un intensivo repaso
historiográfico sobre cómo fue estudiada la relación entre comunismo y clase obrera en el
período 1925–1943.9 En ese trabajo, Camarero señala que existe un cierto acuerdo –algo
paradójico– entre las visiones producidas desde la “izquierda nacional” de Rodolfo Puiggrós y
Jorge Abelardo Ramos, y desde la sociología científica de Gino Germani, en el hecho de marcar
un corte abrupto en el desarrollo de la clase obrera hacia 1943/45. A pesar de profundas
diferencias en la interpretación del fenómeno peronista, estos autores reforzaron la idea de un
“vacío de representación” producto de esa brecha en el desarrollo del movimiento obrero, como
piedra fundamental para comprender el fracaso del comunismo entre los trabajadores argentinos.
Ahora bien, si buscamos complejizar y discutir estas posturas rupturistas, ¿qué otras razones ha
encontrado la historiografía argentina para explicar la decadencia del comunismo?
Hugo Del Campo, en su libro Sindicalismo y peronismo, elabora otra respuesta a este
interrogante, al reseñar allí el proceso de lucha entre las distintas organizaciones políticas,
partidarias y sindicales de la clase obrera durante el período que concluye en el 17 de octubre de
1945 y en las elecciones presidenciales de 1946. Este autor no considera a la clase obrera como
“disponible” para los planes políticos de Perón, sino que intenta explicar por qué comunistas y
socialistas fueron perdiendo su capacidad dirigente. Del Campo describe la terrible contradicción
en que quedan encerrados ambos partidos al enfrentar electoralmente al conjunto del
proletariado, sus supuestos interlocutores políticos. Para el caso del PCA, señala que el colapso
de la inserción en el seno de la clase obrera logrado en los años ´30 se debió a la “increíble
ceguera de hombres presuntamente formados en el marxismo ante el evidente contenido de clase
que había adquirido el enfrentamiento desencadenado por las ambiciones políticas de Perón, [lo
que] llevaría al suicidio histórico de las izquierdas argentinas, destinado a perdurar por muchas
décadas”.10 Así, la incapacidad del comunismo para ver el escenario de la “lucha de clases al
descubierto” que se abría en junio del ´45, sumado a la participación en la Unión Democrática,
sellarían la suerte de aquella estrecha relación de la década pasada.
Es José Aricó quien, en una suerte de respuesta a Del Campo, postula que la crisis de la relación
entre clase obrera y comunismo no debe buscarse en la forma en que estos últimos vieron al
fenómeno peronista –su supuesto “error histórico”– sino, por el contrario, en la relación entre

8
N. Iñigo Carrera, La estrategia de la clase obrera. 1936, Buenos Aires, La Rosa Blindada, 2000.
9
H. Camarero, “Los comunistas argentinos en el mundo del trabajo, 1925-1943. Balance historiográfico e hipótesis
interpretativas”, en Ciclos, vol. XI, nº 22, 2do. semestre de 2001.
10
H. Del Campo, Sindicalismo y peronismo, Buenos Aires, CLACSO, 1983, pp. 231-232.
3
clase y partido. En palabras del autor, “el problema no reside, como creen algunos, en el hecho
de que el PCA apoyó una coalición conservadora en lugar de inclinarse por la candidatura
“obrerista” de Perón […] el error de los comunistas no [hay] que buscarlo en su actitud frente al
peronismo, sino más bien en su actitud frente a la clase obrera”. 11 Durante la segunda mitad de
la década de 1930, “[los comunistas] fueron, sin saberlo, uno de los instrumentos más poderosos
para la conquista de una conciencia reivindicativa por parte de la clase obrera […] creyendo
trabajar como comunistas en el seno de la clase trabajadora, eran en realidad elementos
avanzados de la propia clase en la construcción de sus organizaciones […] en tal sentido no era
estrictamente necesario que existiera identidad entre sus propuestas políticas y su estrategia
sindical […] sólo bastaba con que no se contradijera”. Es decir, según Aricó los comunistas
fueron “vanguardia” mientras sus propuestas políticas coincidieron con la “estrategia” de la clase
obrera. ¿Y qué sucedió luego? Más adelante volveremos sobre este punto.
Por su parte, Hernán Camarero –en el trabajo ya citado– señala que el problema no fue intrínseco
a la relación entre clase y partido. Según este autor, el PCA fue el partido con mayor crecimiento
entre los obreros argentinos en el período inmediatamente anterior al golpe de Estado de junio de
1943; esta constatación –crucial para la historiografía del período– hace que para comprender la
derrota del comunismo sea necesario contemplar la avanzada “desde afuera” que significó el
peronismo. Esta avanzada, muchas veces violenta y apoyada en forma oficial por el Estado,
explica en última instancia el triunfo del peronismo en la disputa por la conducción de los
obreros argentinos.12
Frente a estas hipótesis sobre la crisis del comunismo, creemos que nuestra investigación puede
aportar al desarrollo del debate, desde un estudio de caso que busca analizar la especificidad de
la fracción metalúrgica de los trabajadores argentinos. Como ya mencionamos, la crisis de la
dirigencia comunista del SOIM es anterior a la llegada de Perón a funciones de gobierno. Y si
bien una vez constituida la UOM como sindicato paralelo es constatable la acción del Estado en
la “derrota” del gremio dirigido por el comunismo, a través de la acción emprendida “desde
afuera” por el peronismo, esta derrota no explica la crisis del comunismo en sí.13
Creemos que una forma de encarar este problema radica en ordenar el análisis en diferentes
etapas: primero, comprender el desarrollo de los procesos de lucha protagonizados por los
obreros metalúrgicos, que son primordiales en su proceso de conformación como fracción de
clase; luego, analizar cómo en esa coyuntura de conflicto juegan su papel las organizaciones
políticas y sindicales que reclaman su representatividad. De esta manera, no aislamos en el
análisis la cuestión de la derrota del comunismo frente al peronismo, sino que la insertamos en el
proceso de lucha de clases. Lo que sigue, entonces, es la descripción de la huelga metalúrgica de
1942 y el análisis del papel que allí jugaron sus dirigentes comunistas.

2- 1942: Conflicto metalúrgico y tensiones al interior de una fracción de la clase obrera


argentina

En la historiografía sobre la clase obrera argentina existe un solo trabajo que ha estudiado en
profundidad la huelga metalúrgica de 1942, escrito por Roberto Elisalde. Si bien señala muchos
aspectos que nosotros retomamos en esta investigación, es importante notar que su unidad de
análisis es el SOIM en sí, y no la fracción de clase. Así, mientras Elisalde estudia las relaciones
entre este sindicato, el Partido Comunista, el Estado y los empresarios del sector, nosotros
centramos la mirada en el movimiento de la fracción metalúrgica; en su proceso de
conformación a través del desarrollo del conflicto con el capital de esta rama. Desde esta

11
J. Aricó, “Los comunistas y el movimiento obrero”, en La Ciudad Futura, nº 4, marzo de 1987, p. 17.
12
H. Camarero, ob. cit., p. 152.
13
A. Perelman, Cómo hicimos el 17 de octubre, Buenos Aires, Coyoacán, 1961, pp. 43-46. Es necesario aclarar que la
UOM no nace peronista, sino que en sus orígenes encontramos el accionar de militantes y obreros de izquierda decepcionados
con el SOIM. La “peronización” ocurre en los años posteriores, hacia mediados del año 1944. Véanse H. Del Campo, ob. cit., p.
183; Torcuato Di Tella, Perón y los sindicatos, Buenos Aires, Ariel, 2003, p. 306.
4
perspectiva, la huelga de 1942 es una coyuntura fundamental para comprender ese proceso
recién mencionado. Como momento de lucha abierta, se prolongó durante 18 días, entre el 26 de
junio y el 13 de julio, lo cual la convierte, además, en una de las más importantes de toda la
década, involucrando casi a 70.000 obreros.14
Sin embargo, nuestro análisis no va a limitarse sólo a los acontecimientos ligados a la huelga. Si
bien el conflicto aquí estudiado implica un momento crítico en el desarrollo de la conflictividad
entre una fracción del capital y de la clase obrera, este antagonismo, como todo movimiento de
lo real, se muestra de diferentes formas y con distintos grados de intensidad. Creemos que sería
un error equiparar todos los conflictos entre capital y trabajo en un mismo plano. Y sería
incompleto estudiar dicha conflictividad observando sólo el accionar huelguístico sin
comprender la incidencia de los conflictos surgidos, por ejemplo, a nivel planta y protagonizados
por los mismos obreros que luego van masivamente a la huelga. En definitiva, aquí proponemos
una visión articulada, que intenta relacionar todos los planos por donde discurre el
enfrentamiento entre capital y trabajo, y que inciden de diferentes formas en el devenir de la
fracción de clase estudiada.

2.1 - La industria metalúrgica en la coyuntura de la huelga

A lo largo de la década del ´30 y principios de los ´40 el sector metalúrgico se desarrolla a un
ritmo acelerado, y se refleja en un importante incremento tanto de los establecimientos instalados
como de la mano de obra utilizada.15 Esta situación no escapaba a la percepción de los obreros,
ni a la del propio sindicato, quienes en agosto de 1942 señalaban que “la industria metalúrgica es
un negocio próspero y en firme ascenso, cuyas utilidades llegan en muchos casos al 25% sobre el
capital que representan, habiendo aumentado el 30% el número de establecimientos y casi el
doble del valor de la producción en igual período de tiempo”.16
Dentro de este escenario de crecimiento nos interesa particularmente la incorporación de
maquinaria en el proceso de trabajo y la percepción que los obreros tienen de este proceso. Un
indicador interesante a observar es el incremento de la capacidad instalada. Para el caso de
TAMET (una de las metalúrgicas más importantes) la relación entre ésta y la fuerza de trabajo
era, en 1935, de 2,77 HP por obrero, y hacia 1944 se había casi duplicado, llegando a 5 HP por
obrero.17
Este avance de la maquinización modifica la base del proceso productivo, impone al obrero de
planta nuevos ritmos de producción, y repercute en la relación capital-trabajo al interior de las
fábricas, fundamentalmente en lo que hace al control del proceso de trabajo. En el período previo
a la huelga de 1942, una dirigente del SOIM, afirmaba que “el trabajo a destajo y el standard no
permite a los obreros moverse un minuto de la máquina”.18 Por otro lado, un estudio de caso
realizado por Roberto Elisalde sobre la empresa SIAM revela el desarrollo de formas tayloristas
y fordistas de producción para el período que nos interesa. En palabras del autor, “SIAM inicia
en esta etapa un proceso de mayor tecnologización, el maquinismo tomará una forma objetiva, la
de una mayor dirección de la máquina, que suplantará a la vigilancia directa, es decir al control
del capataz y del supervisor. La forma de subordinación del trabajo consistirá en la
interiorización por parte del trabajador de las necesidades objetivas del proceso laboral”.19
La introducción de maquinaria permite al capital abaratar sus costos de mano de obra,
reemplazando al obrero calificado y de oficio por obreros con menor grado de cualificación y

14
R. Elisalde, “Sindicatos en la etapa preperonista. De la huelga metalúrgica de 1942 a la creación de la Unión Obrera
Metalúrgica (UOM)”, en Realidad Económica, nº 135, octubre-noviembre de 1995.
15
Jorge Schvarzer, La industria que supimos conseguir. Una historia político-social de la industria argentina, Buenos
Aires, Planeta, 1996, pp. 174-181.
16
La Hora, 8/08/42.
17
Leonardo Grande Cobián, “TAMET, crónica de una guerra. Concentración y centralización capitalista en la siderurgia
argentina, 1870-1935”, en Razón y Revolución, nº 10, primavera 2002, pp. 65-70.
18
La Hora, 23/01/42.
19
R. Elisalde, “El mundo del trabajo en Argentina: control de la producción y resistencia obrera. Estudios sobre el
archivo de la empresa Siam Di Tella (1935-1955)”, mimeo facilitado por el autor, 2003.
5
alto nivel de especialización en una tarea concreta y limitada.20 Un memorial del sindicato
señalaba: “Debido al gran adelanto técnico y a la división del trabajo, la mayoría de los obreros
se hacen prácticos en una o varias tareas que requieren pocos conocimientos técnicos”.21 Esto
abre, además, la posibilidad de incorporar mujeres y niños sin experiencia de trabajo, quienes
realizan iguales tareas por menores salarios:

“[...] los oficiales ganan $4,80 por día [mientras que] las mujeres ganan $2,10 por día [y]
no hay diferencia en el trabajo que hacen con los hombres [...]” (Obreros de CATITA).22

“Uno de los hechos más graves, a mi criterio, es que las empresas metalúrgicas se
orientan –o mejor dicho ya lo han realizado en gran parte– a reemplazar a los obreros por
mujeres y jóvenes, pagándoles sueldos irrisorios y ello se realiza en todos los trabajos,
hasta aquellos más pesados, insalubres, donde hay que desarrollar mucha fuerza y son
peligrosos. Por ejemplo, en los talleres de San Martín y CATITA, las mujeres y los
menores trabajan en la sección bulonería, realizando todos los trabajos que antes hacían
viejos obreros torneros y mecánicos, que percibían hasta $7, mientras ahora las mujeres
perciben término medio de $2.” (Alba Tamargo, dirigente del SOIM).23

“[...] respecto de las mujeres, sostenemos el principio de que deben percibir la misma
retribución que los hombres si realizan las mismas tareas [...]” (Declaración del SOIM
durante el conflicto).24

“[...] tampoco hablemos del trabajo de las mujeres y de los menores que cada día son
ocupados en mayor número en la industria metalúrgica por obra y gracia del adelanto
técnico. Las mujeres ganan término medio $2 por día, los jóvenes de $2 a $4 por día
[...]”.25

Hasta aquí, entonces, vemos que los obreros metalúrgicos que van masivamente a la huelga en
1942 están afectados por un proceso de incorporación de maquinaria que implica cambios en el
proceso de trabajo y en las condiciones en las cuales éste se desarrolla a nivel de planta.
Paralelamente, estos mismos obreros están sufriendo un encarecimiento del costo de vida, por la
carestía y la restricción de importaciones consecuencia del conflicto bélico internacional. En este
contexto comienza el conflicto laboral.

2.2 – La huelga y la fracción metalúrgica de la clase obrera

A fines de 1941 el SOIM inicia una serie de asambleas que termina hacia febrero del año
siguiente con la presentación a la patronal de un primer petitorio donde se incluyen tanto
reclamos salariales como el cumplimiento de la Ley 11.729 de vacaciones anuales pagas, y en el
cual se amenaza con una huelga ante el posible fracaso de las negociaciones. La patronal, por su
parte, no se presenta al Departamento Nacional del Trabajo, dado que rechazan el reclamo
sindical, entendiendo que “ya han dado el aumento”, que “desconocen la representación del
sindicato” y que la ley en cuestión “no corresponde a los obreros industriales”.26
En abril, una nueva asamblea de obreros metalúrgicos analiza el accionar de la patronal y publica
un memorial donde se describe de forma pormenorizada la situación de la rama y la de los
trabajadores; en dicha asamblea se propone la creación de una Comisión de Laudo multisectorial

20
Karl Marx, El Capital, Tomo I, Capítulo XIII, México, Siglo XXI Editores (vol. 2), 1975.
21
La Hora, 24/04/42.
22
La Hora, 17/01/42.
23
La Hora, 23/01/42.
24
La Hora, 3/08/42.
25
La Hora, 24/04/42.
26
La Hora, 17/03/42.
6
encargada de la mediación entre las partes. Este memorial es presentado luego ante el ministro
del Interior Dr. Culaciatti.27 Evidentemente, el SOIM buscaba generar consenso en la opinión
pública y entre los funcionarios gubernamentales sobre la justeza de sus demandas, y mostrar, al
mismo tiempo, las intenciones conciliadoras y transigentes de la organización gremial frente a la
permanente negativa de la patronal. Mientras se espera la respuesta del ministro, los industriales
emprenden una ofensiva al interior de las fábricas contra los obreros que se basa
fundamentalmente en suspensiones y despidos.
En los primeros días de mayo, en una nueva asamblea, el secretario general del SOIM, Muzio
Girardi, comunica la negativa del ministro a crear la comisión arbitral propuesta y convoca a una
nueva asamblea en el Luna Park para el día 28 con paro de media jornada.28 En el interín, tanto
los industriales como el ministro Culaciatti niegan carácter general al reclamo por el aumento
salarial.29
Para mediados de junio la situación no había mejorado, los contactos con el poder político no
rendían frutos y los industriales seguían negando la posibilidad de cumplir las demandas de los
obreros. Así, el 26 de junio se llama a una nueva asamblea en el Luna Park, junto con un nuevo
paro de actividades. Los obreros responden masivamente a esta convocatoria. Ángel Perelman,
dirigente sindical del SOIM, obrero de CATITA y futuro fundador de la UOM, menciona en sus
memorias una concurrencia de 15.000 asistentes.30 En esta asamblea los metalúrgicos declaran la
huelga, condicionando el levantamiento de la medida al logro de sus objetivos. En total el paro
se extiende durante 18 días; se producen innumerables detenciones de obreros y delegados –
incluyendo la del propio Girardi–, y la policía clausura del local del sindicato. Durante el
conflicto, los industriales siguen a la ofensiva, como lo demuestra por ejemplo el alto número de
obreros suspendidos en SIAM (alrededor de 1.500). La medida de fuerza fue levantada en una
asamblea del 13 de julio, ante la promesa del ministro de reincorporar sin represalias a los
obreros suspendidos y de que la CGT se pondría al frente de las negociaciones.31
Respecto de la forma en la cual se decide el levantamiento de la huelga, Perelman aporta algo de
información. Según el dirigente sindical, el SOIM divide la Asamblea General del 13 de julio en
dos actos paralelos, uno celebrado en la Federación de Box de la Capital, el otro en el cine Rivas
de Avellaneda. El motivo de esta fragmentación –siempre siguiendo los condicionados recuerdos
de Perelman– es que los comunistas habían sido amenazados por el Ministerio del Interior; el Dr.
Culaciatti les habría dicho a los dirigentes del SOIM que “o levantaban la huelga o los mandaban
al Sur a todos y clausuraban el diario comunista La Hora [...]”.32 En ambas asambleas Perelman
menciona que hubo incidentes entre los obreros y los dirigentes del sindicato, quienes intentaban
justificar la necesidad de levantar la huelga porque si no les estarían haciendo “el juego a los
nazis”. También sugiere que actuó el aparato del Partido, intentando volcar la opinión de los
concurrentes hacia la vuelta al trabajo. Y ante el fracaso de estos métodos, se producen actos de
violencia entre la “camarilla extragremial” y los obreros, que deben ser controlados por la
policía.
Ahora bien, los dirigentes del SOIM no sólo reciben presiones desde el Estado para dar por
concluido el conflicto, sino también desde el propio Partido. Así lo sugiere Muzio Girardi
cuando afirma: “y el Partido me dijo, es decir [Vittorio] Codovilla [uno de los referentes
principales del PCA]: nosotros no podemos estar permanentemente sosteniéndoles la huelga.
Hay que darle curso a esto [...]”; o cuando menciona las intermediaciones del Partido para llegar
a un acuerdo en forma directa con algunos empresarios de la rama, como por ejemplo con el
propio Torcuato Di Tella de la empresa SIAM.33
27
La Hora, 24/04/42.
28
La Hora, 10/05/42.
29
La Hora, 20/05/42.
30
A. Perelman, ob. cit., p. 31. Roberto Elisalde retoma también esta cifra de 15.000 asambleístas, seguramente siguiendo
a Perelman. Véase R. Elisalde, “Sindicatos en la etapa preperonista…”, art. cit., p. 90. El periódico La Vanguardia del 27 de
junio de 1942, menos arriesgado, menciona que se trató de “un acto multitudinario”.
31
La Vanguardia, 1/07/42.
32
A. Perelman, ob. cit., p. 32.
33
Citado en R. Elisalde, “Sindicatos en la etapa preperonista…”, art. cit., pp. 92-93.
7
Paralelamente a estas tensiones entre bases y dirigencia del sindicato, y a las presiones que
recibían éstos desde el Estado y el Partido Comunista, la situación laboral iba empeorando para
los asalariados: ya levantada la huelga, el trabajo en las fábricas no se normalizaba, el personal
no era reincorporado y el petitorio no se cumplía. Así, el 31 de julio se convoca una nueva
asamblea de delegados y activistas del gremio, en donde se resuelve elevar un nuevo ultimátum a
la patronal en el cual se afirmaba que, en caso de que el ministro Culaciatti no emitiera una
resolución favorable en el plazo de ocho días, los obreros metalúrgicos volverían a la huelga.34
Es decir que, tras 18 días de huelga, después de un levantamiento poco claro de la medida de
fuerza y a pesar de la represión policial y de la no consecución de ningún beneficio, los obreros,
delegados y activistas metalúrgicos, siguen a la ofensiva.
Durante la semana siguiente el discurso tanto del sindicato como el del periódico comunista La
Hora se torna más y más agresivo; pero, al mismo tiempo, continúan su intento de generar
consenso político para torcer el brazo de los industriales por medio del accionar del gobierno en
favor de los obreros.35 Paralelamente son denunciadas más represalias en las fábricas, donde los
despidos y la acción de matones están a la orden del día.
Desde el Ministerio del Interior se emite una propuesta de establecer mínimos salariales y
aumentos generales del 10%, sólo en el caso de que los salarios no fueran inferiores a dicho
límite o bien ya hubieran sido aumentados en ese porcentaje desde el 15 de junio del año 1941.
Ante esto el SOIM, a través de la CGT, entrega un nuevo petitorio con una contrapropuesta,
discutiendo tanto los montos de esos salarios mínimos como la fecha para considerar como
válido el aumento del 10%, reclamando nuevamente el cumplimiento de la ley de vacaciones, y
solicitando la reincorporación de los obreros despedidos y suspendidos.36
Ahora bien, más allá de la retórica combativa del sindicato y del diario del Partido Comunista, la
intervención oficial del ministro y de la CGT agregaba un cariz distinto al desarrollo del
conflicto. Sobre todo, mostraba la contradicción en la cual estaban encerrados los dirigentes del
gremio, dado que habían aceptado elevar un ultimátum surgido desde las bases del sindicato al
mismo tiempo que apostaban a la firma de un laudo ministerial favorable a sus reclamos. Este
doble juego estalla cuando se vence el plazo puesto por los obreros para retomar las acciones de
lucha y aún el laudo no es más que una promesa.
El 8 de agosto es un momento clave para comprender el desarrollo posterior del conflicto. Este
día debía celebrarse la Asamblea General del gremio en el Luna Park; allí era evidente que,
debido a la evolución negativa del conflicto para los obreros, se resolvería la declaración de una
nueva huelga. Pero suceden dos hechos para remarcar. Por un lado, miles de obreros, delegados
y activistas se encuentran con el escenario de la asamblea cerrado por la policía (la misma que
días antes había autorizado la realización de dicho evento) y se dirigen al local del SOIM para
exigir las explicaciones del caso. Según La Hora, los trabajadores fueron informados allí de la
nueva disposición policial. Pero, por otro lado, un comunicado emitido por la Comisión
Directiva del sindicato sostiene que: “Dado el compromiso público de una pronta solución, que
no dudamos será favorable a nuestra petición, la CD de nuestro sindicato resuelve diferir la
resolución que le confirió la Asamblea de Delegados, Comisiones Internas de Fábricas y
Talleres y Activistas del gremio, el 31 del mes próximo pasado”.37
Es decir, el SOIM, a la vez que suspende la asamblea y deja sin efecto el plazo estipulado por el
ultimátum antes mencionado, afirma que fue la policía la culpable de la no realización del
evento. Es posible suponer que no sólo nosotros detectamos esta contradicción, sino que fue
evidente para los propios protagonistas; tanto es así que dos días después es el propio sindicato el
que, en un nuevo comunicado, aún necesita explicar su decisión de “diferir la puesta en práctica

34
La Vanguardia, 1/08/42.
35
En La Hora se publican en esta semana numerosos reportajes a políticos y funcionarios –en particular diputados
socialistas y radicales y dirigentes sindicales– en donde la mayoría recalca la justeza del reclamo obrero y el empecinamiento de
la patronal, en especial del sector más concentrado del capital.
36
La Hora, 3/08/42.
37
La Hora, 9/08/42 (subrayado nuestro).
8
de la disposición de la Asamblea General” dado que “[vino] a probar una vez más el espíritu
conciliador de la CD del sindicato”.38
Ahora sí queda más claro lo sucedido: más allá de si efectivamente fue la policía la que
suspendió la asamblea, o si fue un arreglo entre el sindicato y el Ministerio del Interior, es
evidente que la estrategia de la dirigencia del SOIM no incluía una nueva huelga, sino que, por el
contrario, intentaba presentarse ante el Estado, la burguesía, la opinión pública y la propia clase
obrera, como una instancia de negociación conciliadora y tolerante.
El 20 de agosto llegó el esperado laudo ministerial con mejoras leves en los salarios. El SOIM
convoca entonces a una asamblea en el Luna Park, en la cual el laudo es aceptado, aunque se
reconoce que el mismo está por debajo de lo reclamado.39 Sin embargo, en los días siguientes,
los obreros denunciarán el incumplimiento del laudo por parte de distintas empresas.40
Tras este breve relato de los acontecimientos, es interesante señalar que los dos aspectos
mencionados al principio de este apartado (los cambios en el proceso de trabajo y el problema
salarial) se manifiestan en el conflicto por carriles a veces similares, a veces diferentes. Ya desde
los primeros petitorios elevados por el sindicato a la patronal la cuestión salarial aparece en
primer plano. En enero de 1942 el reclamo es por un aumento en los salarios que va entre un
10% y un 25% según las categorías laborales, junto con el cumplimiento de la ley de vacaciones
anuales pagas. Con el correr de los meses y luego de declarada la huelga, a estos puntos se
sumará la cuestión de los obreros suspendidos.41
Sin embargo, no es en los petitorios oficiales del gremio donde aparecen los problemas surgidos
a nivel del ámbito de trabajo. En los diarios La Hora y La Vanguardia (comunista y socialista
respectivamente), las crónicas del conflicto nos permiten ver que las quejas de los activistas y de
los obreros también incluyen cuestiones más cotidianas y que hacen al control de la fuerza de
trabajo por parte del capital; éstas no figuran en la reproducción de los comunicados firmados
por la Comisión Directiva del SOIM, sino en entrevistas realizadas por estos periódicos y –en su
mayoría– en cartas de lectores que los propios obreros en conflicto envían a los diarios. Para
nosotros, aquí se expresa la fuerte conexión entre el conflicto abierto y los cambios en el proceso
de trabajo. Repasemos algunos de estos reclamos que, creemos, tipifican la experiencia de los
obreros a nivel de planta:

“Esta es una verdadera cárcel [...] si un día se hace una pieza en diez minutos, enseguida
el capataz pretende que se la haga en ocho, y si no se cumple vienen las suspensiones.
Estamos vigilados hasta cuando vamos a los servicios. Se nos controla el tiempo para
todo. Tenemos que estar inclinados en las máquinas toda la jornada.” (Obreros de
CATITA).42

“En esta empresa se cometen muchas transgresiones a las leyes del trabajo. Los baños
están en un estado tal, que nadie puede acercarse sin sentir asco. Las mujeres tienen que
pedir la llave al capataz cada vez que necesitan ir al baño y cuando lo hacen dos veces en
un turno, ya son objeto de una observación. En el trato de los obreros impera el
despotismo, pues al que no se queda a trabajar después de la hora reglamentaria se le
aplican varias horas de suspensión.” (Obreros de Miranda).43

Esta mención al despotismo que impera en las relaciones capital-trabajo es un tema central en el
reclamo de los obreros metalúrgicos. Con el desarrollo del conflicto, esta cuestión va tomando
distintas expresiones; una de ellas tiene que ver con la presencia de “matones” cuyo papel es el

38
La Hora, 11/08/42.
39
R. Elisalde, “Sindicatos en la etapa preperonista…”, art. cit., p. 93.
40
A. Perelman ob. cit., p. 33.
41
Véase el petitorio del SOIM en La Hora del 16/01/42 y la contrapropuesta de este sindicato elevada al Ministro de
Interior en La Hora del 6/08/42.
42
La Hora, 17/01/42.
43
La Hora, 11/08/42 (subrayado nuestro).
9
de provocar a los obreros en los lugares de trabajo y en sus inmediaciones. No sólo provocarlos,
sino también golpearlos, perseguirlos y hasta hacerlos detener por la policía. Veamos:

“Con motivo de la preparación del anunciado paro [del 28 de mayo] y la gran asamblea
en el Luna Park, el señor Di Tella que se llena la boca hablando de democracia, mientras
su establecimiento es un verdadero campo de concentración, ha recrudecido las medidas
represivas hasta poner elementos incondicionales en la puerta que pretenden pasar por
policías, los cuales impiden incluso con ostentación de armas que sean repartidos
volantes anunciando la asamblea del jueves.” (Nota del diario La Hora).44

“A los obreros sindicados como activistas del movimiento se les trata de provocar en
distintas formas, con el fin de tener motivos para suspenderlos, teniendo que recibir toda
clase de insultos y amenazas.” (Obreros de Miranda).45

“Matoncitos en la puerta de SIAM” (Titular de La Hora).46

“Obreros de IMPA Querandíes denuncian la detención de dos obreros sin justificación


[activistas del SOIM] [...] [y] responsabilizan a los directivos de la fábrica.” (Nota del
diario La Hora).47

Es de notar que incluso los automóviles de los gerentes de distintas fábricas fueron utilizados
para llevar a cabo detenciones similares a las recién mencionadas.48 Estas atribuciones policíacas
que se tomaban los patrones y los capataces de las principales industrias metalúrgicas a
comienzos de la década de 1940 van de la mano con una concepción de la fábrica como lugar
donde ese despotismo es desarrollado y donde el poder de mando del capital sobre el trabajo se
lleva a cabo en contradicción con las leyes del Estado.49 En la empresa IMPA, por ejemplo, tras
la huelga comenzó a exigirse de los obreros la presentación de “Certificados de Buena
Conducta” expedidos por la Policía como requisito para la incorporación o continuidad en el
puesto de trabajo, lo que claramente constituye un acto de persecución política explícito al
margen de toda disposición legal.50
Las expresiones de esta forma de entender las relaciones capital-trabajo desde la óptica de
aquellos capitalistas son altamente elocuentes:

“El ministro manda en su casa.” (Miranda, propietario de la metalúrgica del mismo


nombre).51

“En la empresa Broadway, un representante de la misma, al anunciar las represalias,


manifestó que en el mencionado establecimiento mandaba él, y no el ministro del
Interior.” (Obreros de Broadway).52

Vemos entonces que lo que sale a la superficie en estos momentos, junto con el deterioro salarial
y el incumplimiento de la ley de vacaciones, son cuestiones que hacen a las relaciones entre
capital y trabajo en el corazón del proceso productivo. Ya en el Capítulo XIII de El Capital es el

44
La Hora, 26/05/42 (subrayado nuestro). Nos interesa aquí la descripción de las medidas represivas mucho más que la
exageración del redactor de la nota.
45
La Hora, 11/08/42.
46
La Hora, 21/04/42.
47
La Hora, 6/03/42.
48
Entrevista a Rudecindo Rivas, obrero de Broadway, en La Hora, 2/08/42.
49
Véase para este tema Jean Paul De Gaudemar, El orden y la producción. Nacimiento y formas de la disciplina de
fábrica, Madrid, Trotta, 1991.
50
Archivo de Legajos de Personal de IMPA.
51
La Hora, 11/08/42.
52
La Vanguardia, 13/07/42.
10
propio Marx quien señala el surgimiento de este tipo de conflictos (que en términos aggiornados
podríamos denominar de “relaciones de poder”) producto del avance de la concentración y
centralización del capital en las distintas ramas de la división social del trabajo, y del incremento
de la composición orgánica del capital por el proceso de maquinización.53 Este proceso de
transición hacia la gran industria –y las distintas mutaciones posteriores que la competencia
capitalista genera en este tipo social de producción– implica cambios en la forma de aplicación
de la fuerza de trabajo en el proceso de valorización, con sus correspondientes formas de control
de la producción y del proceso de trabajo.
Estos cambios impactan también al interior mismo de la fracción obrera metalúrgica. Ya
mencionamos que el conflicto salarial y por vacaciones pagas ocupa casi exclusivamente el
reclamo elevado tanto al Estado como a los industriales a través del sindicato, mientras que el
problema de las condiciones de trabajo (y de las “relaciones de poder”) al interior de las fábricas
se expresa sólo a través de los propios obreros y activistas. También vimos que, mientras los
trabajadores, tras 18 días de huelga, seguían a la ofensiva, el SOIM apostaba a que la
intervención de la CGT resolvería el conflicto a favor de los obreros, acrecentando la presión del
gobierno sobre la patronal. Esta tensa relación entre las bases y la dirigencia de los metalúrgicos
está latente en todo el período analizado y no sólo en los días de huelga.
¿Cómo pensar dicha tensión bases-dirigentes? ¿Tiene relación con la crisis del SOIM? A primera
vista se nos plantean tres escenarios posibles. El primero sería el de una burocratización del
gremio, en donde los dirigentes estarían defendiendo sus propios intereses más que los surgidos
de los conflictos protagonizados por los obreros. Un segundo escenario nos plantea la posibilidad
de que las masas obreras se encontrarían en un momento de superación de la organización que
hasta entonces los contenía, pero reivindicando objetivos inmediatos y más bien “espontáneos”
que –a los ojos de los dirigentes– pondrían en peligro la organización misma. Por último, una
tercera posibilidad sería el surgimiento de una dirigencia alternativa que estaría disputando la
conducción del gremio y que reforzaría aún más la tensión entre las bases y la dirigencia del
momento.
Con respecto a la burocratización del sindicato metalúrgico, creemos que no es un escenario
factible, no sólo en relación con este período de la historia del sindicalismo argentino, sino a
través de la crónica de los propios acontecimientos, donde –por ejemplo– vemos desarrollarse
una dinámica asamblearia en la cual los dirigentes deben rendir cuentas en forma permanente
ante los activistas y las bases. Además, vemos que los dirigentes sindicales comparten codo a
codo la lucha con los trabajadores al punto tal que –como vimos– el propio Muzio Girardi es uno
de los detenidos en los momentos más álgidos del conflicto.
Si pensamos en un posible segundo escenario, aún no hemos encontrado instancias en las cuales
la lucha se haya radicalizado tanto que los dirigentes comunistas del SOIM no hayan podido
encauzarlas en sus manifiestos y reclamos a la patronal y al Estado. Sólo hay una breve mención
de una manifestación espontánea exigiendo explicaciones en la puerta del sindicato el día en que
fue suspendida la asamblea que posiblemente habría declarado nuevamente la huelga general del
gremio.54
Por otro lado, no encontramos rastros de una dirigencia alternativa al SOIM consolidada
previamente y que interviene en la huelga para disputar la conducción de los acontecimientos.
Pero sí disponemos de algunos indicios que nos conducen a pensar que es durante el desarrollo
del conflicto cuando se va forjando una oposición al interior de la fracción metalúrgica. Al
respecto, el propio Muzio Girardi, en la asamblea de delegados y activistas del gremio del 31 de
julio, denuncia “maniobras divisionistas” por parte de “quinta columnistas” y de la “Alianza de
la Juventud Nacionalista”.55 En este mismo sentido, unos meses antes el secretario general del
SOIM subrayaba que “el SOIM es el único representante de los obreros y obreras que trabajan en

53
K. Marx, ob. cit.; J. P. De Gaudemar, ob. cit.
54
La Hora, 9/08/42.
55
La Hora, 1/08/42.
11
el metal en la Capital y pueblos suburbanos”.56 Y por último, La Hora hace mención a un
episodio en el cual activistas comunistas del sindicato persiguen y golpean a militantes
trotskistas que habrían estado “volanteando” en la puerta de una fábrica metalúrgica de
Avellaneda (aunque el diario del PC se cuida muy bien de mencionar el nombre de los agredidos,
ni si se trata de obreros metalúrgicos o de militantes políticos ajenos a la fábrica en cuestión). De
la misma manera podemos comprender los disturbios mencionados por Ángel Perelman
ocurridos –como ya mencionamos– en las dos asambleas paralelas que decidieron el
levantamiento de la medida de fuerza.
Recién en 1943 es cuando la lucha entre dirigencias rivales se hace explícita, con la aparición de
la UOM. Esta disputa comienza a resolverse un año después, luego del encuentro entre el propio
coronel Perón y una delegación del nuevo sindicato, culminando en la crisis definitiva de la
dirigencia comunista de los obreros metalúrgicos.57
Ahora bien, esta crisis no sólo se expresó en la desaparición del SOIM. Más aún, el ascenso del
peronismo fue concomitante con una desvinculación cada vez más tajante entre comunismo y
clase obrera. Creemos que el caso de los metalúrgicos puede aportar elementos para comprender
la relación entre estos dos procesos.

3 – Conclusiones

Los pocos analistas de la historia del movimiento obrero que mencionan el conflicto metalúrgico
de 1942 en su mayoría acusan al PC y al SOIM de haber “entregado” la huelga –por culpa de su
política internacionalista y antifascista– en manos de los “democráticos” industriales argentinos.
Así, no hacen más que seguir a pies juntillas los escritos de Ángel Perelman, confundiendo lo
que en este autor son “memorias” de lo que es intencionalidad política. Perelman,
autocaracterizado como integrante de la “izquierda nacional”, defensor de las tesis de Abelardo
Ramos sobre el origen del peronismo, fue quien no hizo más que adaptar la noción de “traición”
–elaborada previamente para explicar la crisis del Partido Comunista–, al caso particular de los
dirigentes del SOIM. En otras palabras, estaríamos en presencia de un caso que ejemplifica la
inoperancia de la “izquierda cipaya” en la organización del movimiento obrero argentino.
Nosotros creemos que la cuestión no puede resolverse de forma tan sencilla. Claro está que en la
organización de las asambleas que deciden el levantamiento de la huelga primero, y luego la
aceptación del laudo ministerial, hay manejos poco claros por parte de la dirigencia del SOIM.
No obstante, no creemos que se trate de una simple “traición”. Por el contrario, pensamos que el
problema de la relación entre bases y dirigentes debe analizarse en movimiento respecto de la
evolución del conflicto. Como vimos, la intervención de la CGT y del Ministerio del Interior en
la misma semana que regía el ultimátum elevado por la asamblea de delegados y activistas, ponía
en una situación con márgenes de maniobra cada vez más estrechos al sindicato. Por un lado, las
bases presionaban por una nueva huelga; por otro lado, las instancias “legales” –reconocidas e
impulsadas por el propio SOIM desde los comienzos del reclamo salarial– ya estaban
intercediendo en el conflicto, aunque con sus propios tiempos. El sindicato, a lo sumo, tuvo que
optar entre “cuidar” a una organización casi no reconocida por la burguesía industrial (pero sí
por la CGT y por el Estado) o retornar a un proceso de huelga de final incierto; y en una
coyuntura donde la principal virtud reconocida al SOIM por la mayoría de los políticos
encuestados por La Hora era justamente el carácter “conciliatorio” del gremio.58 Por otro lado,
es probable que hayan surgido roces entre los líderes del Partido –obviamente alejados del calor

56
La Hora, 24/04/42. (Subrayado nuestro).
57
Perelman, A., ob. cit., pp. 43-46. Roberto Elisalde señala también que los propios protagonistas de la
fundación de la UOM reconocen en el “fracaso” de la huelga la crisis del SOIM y la génesis de esta nueva
agremiación. Elisalde, R., “Sindicatos en la etapa preperonista…”, p. 99.
58
Entrevistas a los diputados Mercader, Palacio, Cisneros y otros en La Hora en las ediciones del 1/08/42 al 11/08/42.
12
de la huelga– y los propios dirigentes comunistas del sindicato, quienes tenían que enfrentar
permanentemente los reclamos de los trabajadores.
¿Cómo explicar, si no es en términos de “traición”, la crisis del SOIM? ¿Cómo explicar la crisis
de la dirigencia comunista de la fracción metalúrgica de la clase obrera si no es “desde afuera”,
por la política de Perón de combatir a la izquierda sindical? Sólo podemos mencionar –a esta
altura de la investigación y como hipótesis de trabajo– que la clave podría hallarse, retomando en
cierta manera la sugestiva afirmación de Aricó, en la relación entre clase y partido, en la cual
quedaron encerrados los dirigentes comunistas del SOIM. ¿Cuál era la estrategia de la clase
obrera en este período? ¿Cuál era la de los partidos que –buscando convertirse en la vanguardia
consciente de esa clase– pretendían expresar sus intereses?59
Desde nuestra perspectiva, las huelgas de 1942 se insertan como una instancia fundamental en el
ciclo abierto en 1936 del desarrollo de la lucha de clases. Los metalúrgicos –al igual que las
demás fracciones de la clase obrera– planteaban una estrategia de inserción democrática en el
régimen político. Pero esta estrategia no existía como un ente externo a la clase misma ni como
una suerte de “plan divino” ejecutado más allá de la voluntad de los obreros, sino que se iba
construyendo a través de las diferentes instancias de conflicto surgidas de la dinámica de la
relación entre el capital y el trabajo. La estrategia de la clase obrera, así, sólo puede ser concreta,
encontrando soluciones parciales al interior de los marcos del sistema político. Sin embargo, la
estrategia sindical del PCA –representada en este caso por el SOIM–, en lugar de surgir desde los
conflictos y los reclamos concretos de los trabajadores, lo hizo desde la línea política del partido,
la cual –en una particular interpretación de los conceptos leninistas de “vanguardia” y “partido”–
se establece de forma “externa” a la clase. Sirven de ejemplo las siguientes palabras del propio
Muzio Girardi:

“La táctica era que nosotros no declarábamos la huelga. La huelga la tiene que declarar la
asamblea. No la dirección. Entonces, hablando, el delegado va echando leña al fuego…
Ya hay un clima de lucha… y empieza en la tribuna y gritando: ¡Huelga! ¡Huelga! […]
de esta manera vamos ganando gente… estaban enardecidos… querían la huelga”.60

Esta conclusión también puede extraerse observando la dinámica del conflicto. Al comienzo de
éste vimos que el problema salarial fue convertido por el sindicato en la reivindicación de los
metalúrgicos, mientras que las quejas en referencia al incremento por parte del capital del control
del proceso de trabajo directamente fueron obviadas, sólo mencionadas al interior de las
unidades productivas, sin ocupar nunca un lugar de importancia en las negociaciones y en las
declaraciones públicas del SOIM. Claro está que los mecanismos institucionales en los cuales
pretendía el sindicato resolver el conflicto salarial difícilmente fueran –en este entonces– el
marco adecuado para plantear aquellas quejas de los obreros respecto de las condiciones de
trabajo, ya que éstas implicaban un cuestionamiento cierto del poder de mando del trabajo sobre
el capital.61 No obstante, el problema principal no fue que la conducción sindical hubiera
operado una distinción en las demandas de los obreros; lo más importante en este caso es que –a
los ojos de los trabajadores– ni siquiera las que sí convirtieron en bandera de lucha fueron
conseguidas. Esta brecha entre los trabajadores y los dirigentes del sindicato, que no había
impedido en principio el desarrollo de uno de los conflictos entre capital y trabajo más
importantes del período, se convirtió en una separación casi definitiva cuando la dirigencia
comunista del SOIM, atravesada por las distintas presiones cruzadas analizadas en este trabajo,
decide no continuar con el proceso de lucha –como reclamaban los obreros– y aceptar una

59
Iñigo Carrera, N., ob. cit., p. 270.
60
Entrevista realizada en 1989 por Roberto Elisalde, “Sindicatos en la etapa preperonista…”, p. 91 (subrayado nuestro).
61
Cuestionamiento que, teniendo en cuenta los trabajos de Louise Doyon, recién se generaliza con posibilidades reales
de llevarlo a la práctica en el período 1946-1955, con el auge de las comisiones internas. Véase L. Doyon, “La organización del
movimiento sindical peronista (1946-1955)”, en Desarrollo Económico, nº 94, julio-septiembre de 1984.

13
negociación con la patronal y el Estado bastante alejada de las pretensiones de los propios
trabajadores.
Creemos, por lo tanto, que la crisis del SOIM se genera por el surgimiento de una nueva
dirigencia sindical, la cual se conforma –a su vez– al calor de la lucha de los obreros contra el
capital de la rama de la producción a la que pertenecen, y que luego se constituye en cabeza del
movimiento obrero metalúrgico a causa de las tensiones previamente existentes entre las bases,
los dirigentes comunistas del sindicato, y el propio Partido Comunista Argentino. Parafraseando
al mencionado José Aricó, los metalúrgicos abandonaron el SOIM porque dejaron de
reconocerlo como propio frente a la oportunidad de crear una nueva estructura.
¿Acaso ésta sea la clave para pensar el porqué de la posterior adhesión de la UOM al peronismo,
en lugar de los efectos de la “modernización”, de la “movilización social”, o del carácter
“disponible” de las masas de obreros nuevos? ¿Acaso la “racionalidad” de dicha adhesión tiene
su arraigo “material” en reivindicaciones cumplidas luego de 1943 al interior de los márgenes
del sistema? ¿Acaso la identidad peronista no se construye sobre esas mismas bases?
Si esto fuera así, lo que nos interesa señalar es que en el cumplimiento efectivo de esas
reivindicaciones no puede sólo señalarse el carácter “paternalista” del régimen peronista, sin
comprender que es en las diferentes luchas protagonizadas por la clase obrera –tanto en su
conjunto como las que implicaron por separado a sus distintas fracciones– donde reside la clave
para comprender el origen del peronismo. Del estudio de estos conflictos “preperonistas” –
fundamentalmente los desarrollados durante 1942– quizás podamos, más adelante, discernir si el
caso del SOIM aquí presentado se trata de una instancia particular de un movimiento general, o
de una “rareza” de la historia.

Resumen: El texto propone una reflexión sobre el proceso iniciado con el conflicto laboral que
los obreros metalúrgicos protagonizaron en 1942. Si bien la unidad de análisis se centra en la
huelga de julio de ese año, el objeto de estudio intenta ser la conformación de la fracción obrera
metalúrgica como sujeto social y la relación con su dirigencia. Con la mirada puesta en el
conflicto, se intenta comprender el proceso de ruptura que ocurre entre esta fracción de la clase
obrera y su organización político-sindical (SOIM - Sindicato Obrero de la Industria
Metalúrgica), conducida hasta ese entonces por el Partido Comunista Argentino. Ante la crisis de
esta organización, surgirá un nuevo sindicato, la UOM, que entroncará tiempo después con el
emergente movimiento peronista. Se intenta también revisar la hipótesis que explica la crisis de
los partidos de izquierda en relación con la clase obrera argentina como consecuencia del embate
del peronismo. En este caso, el análisis del conflicto de 1942 conduce a pensar que la crisis
comunista es un proceso con una dinámica propia, cuya causa habrá que buscarla más en la
dialéctica entre “clase obrera” y “partido”, que en la disputa del PCA con el peronismo.
Palabras-clave: HUELGA; SINDICATOS; OBREROS METALÚRGICOS; COMUNISMO.

Abstract: This paper studies the process iniciated by the laboral conflict in 1942, in which the
metallurgical workers had the leading role. Even though we focus on the strike that started that
year in July, what we are trying to understand is the process through which the workers become
a social subject and in this, their relationship with their leaders. As we analise this conflict, the
intention is to comprehend the fracture that takes place between this fraction of the working class
and their Union (SOIM - Union Workers of the Metallurgical Industry), leadered up until this
time by the Argentinian Communist Party. In consecuence of the SOIM crisis, a new union is
organised, the UOM (Union of the metallurgical workers) which will later join the newly rising
peronist movement. We will also revise the traditional theory which explains the crisis of the
Left Parties with the argentinian working class as a consecuense of the drive of peronism. In this
case, analysing the conflict in 1942, we can understand that the crisis of communist leadership
has its own dynamic. The roots of this crisis can be better understood in the dialectics between
“working class” and “political party” and not through the dispute between the Communist Party)
and Peronism.

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Keywords: STRIKE; TRADE-UNIONS; METALLURGICAL WORKERS; COMMUNISM.

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