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Manifiesto de Varela a América Latina

El manifiesto del General Felipe Varela aborda los eventos políticos en Argentina entre 1866 y 1867, destacando la importancia de la unión entre las repúblicas americanas frente a las ambiciones monárquicas de Europa. Varela critica la negativa del gobierno argentino a unirse a la Alianza de Repúblicas, señalando que esta decisión fue motivada por intereses personales del presidente Mitre, quien favoreció la dominación brasileña en Uruguay y la guerra contra Paraguay. El documento llama a la resistencia y a la lucha por la libertad y los derechos de los pueblos americanos, en un contexto de traiciones y conflictos internos.

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Manifiesto de Varela a América Latina

El manifiesto del General Felipe Varela aborda los eventos políticos en Argentina entre 1866 y 1867, destacando la importancia de la unión entre las repúblicas americanas frente a las ambiciones monárquicas de Europa. Varela critica la negativa del gobierno argentino a unirse a la Alianza de Repúblicas, señalando que esta decisión fue motivada por intereses personales del presidente Mitre, quien favoreció la dominación brasileña en Uruguay y la guerra contra Paraguay. El documento llama a la resistencia y a la lucha por la libertad y los derechos de los pueblos americanos, en un contexto de traiciones y conflictos internos.

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¡VIVA LA UNION AMERICANA!

MANIFIESTO DEL JENERAL FELIPE VARELA A LOS PUEBLOS


AMERICANOS SOBRE LOS ACONTECIMIENTOS POLITICOS DE LA REPUBLICA
ARJENTINA EN LOS AÑOS 1866 Y 1867
Potosi, Enero 1º de 1868
Tipografia del Progreso
VIVA LA UNIÓN AMERICANA! Manifiesto a los pueblos Americanos,
sobre los acontecimientos políticos de la República Arjentina, en los años
1866 y 1867.
I
El desarrollo de los sucesos políticos de la República Argentina, en los
años de 1866 y 67, han sido objeto de la atención de los demás pueblos
americanos, como que ellos envolvían una alta significación para los
grandes destinos de la América Unida.
Cuando el actual Presidente de la República Boliviana indicó al
Continente, el medio de ser fuerte, invencible, grande, glorioso, es decir: la
Alianza de las Repúblicas para repeler las ambiciones monárquicas de
Europa, los ojos americanos se fijaron allá en la marjen del Atlántico, en las
costas Uruguayas y Arjentinas, como la llave principal de todos los pueblos
que se estienden desde esas costas hasta las del Pacífico.
Aquel pensamiento fue acojido con todo el entuciasmo y acatamiento
de su magna importancia, por todos los hombres patriotas del Sud del
Nuevo Mundo, no habiendo uno solo de ellos que dudase de la sola
aquiescencia del Gobierno Arjentino a estos grandes principios, renuevo de
los que llegaron a todas las Repúblicas, cuando se trató de su libertad
contra el Poder de la España que las subyugaba.
No era, pues, una idea enteramente nueva en la sociedad Sud
Americana, la de la alianza de sus poderes democráticos, cuando el antiguo
dominador golpeaba ya sus puertas con las armas esclavócratas en la
mano.
Los pueblos jenerosos de la América, como se ha dicho, acojieron
llenos de entuciasmo la iniciación de esta grande idea, por que ella es el
escudo de la garantía de su órden social, de sus derechos adquiridos con su
sangre.
Hai un gran principio social innegable que dice: LA UNIÓN ES LA
FIJERZA; pero no es la verdad lógica desprendida de él, lo que movió a los
pueblos a formar la liga, sino la evidencia práctica desprendida de los
hechos mismos que han tenido lugar en nuestro joven Continente, en los
primeros años de este siglo, cuando las ideas de democracia y de República,
comenzaban a jerminar en nuestro corazón, oprimido por un yugo
monárquico.
El Gobierno de Buenos-Aires, sin embargo, por miras que se pondrán
luego de relieve, negó solapadamente la justicia de esta grande idea,
negándose también a tomar parte en la Unión que se consolidaba por medio
de un Congreso Americano en Lima, so pretexto de ser inconveniente a los
intereses arjentinos, comprometidos en una alianza con la corona Brasilera.
A los hombres que habian conseguido penetrar a fondo la política del
vencedor de Pavón, no les era estraña la negativa de éste á abrazar el mas
santo y eficaz de los principios republicanos, cuando el iba a herir de muerte
los atrevidos planes que acariciaban su insensata codicia.
Decía que, según la política de Mitre, el compromiso con la corona del
Brasil en que su Gobierno se hallaba, hacía inconveniente a los intereses
arjentinos la Alianza con las Repúblicas Americanas.
Poco más o menos, esta fue la respuesta dada por él al
plenipotenciario ido á Buenos-Aires á invitarlo en nombre de la Unión, á
entrar en ella.
El Jeneral Mitre tenía razón, por que su política y sus aspiraciones
importaban un crimen de lesa Unión-Americana.
Cuando el Jeneral Venancio Flores levantó el pendón de la guerra civil
en la República del Uruguai, los compromisos de S.M. el Emperador con el
Jeneral Mitre, eran ya un hecho privado de ambos.
El primero daba armas y dinero á la revolución de Flores, y el
segundo hombres y todo jénero de recursos.
Esa protección clandestina se llevó al mayor grado de impavidez y
descaro, pues ya no se observaba reserva alguna respecto de la vindicta
pública.
Las naciones que protejían a Flores eran superiores en mucho al
poder de la República Oriental defendida por el patriotismo de sus hijos,
hasta que sucumbió, no por la presencia de los ejércitos del Brasil, atraídos
por Mitre, que sin observar las formalidades de la guerra, se presentaban en
la escena, sino por la más infame y vil de todas las acciones, cuyo resultado
fue la muerte de un prisionero eminente que se entregaba bajo las
garantías de una capitulación, la muerte de un hijo predilecto del suelo
Uruguayo, la muerte del Jeneral Don Leandro Gómez, Jefe de las fuerzas de
la República que se defendían en Paisandú.
Mientras tanto, la República Oriental, caída por este hecho
escandaloso en poder del Jeneral Venancio Flores, sostenido por batallones
brasileros, quedaba vendida al imperio del Brasil, por la gran cantidad de
dinero, que aquel le debía.
Ese primer paso de la política de Mitre, dio su fruto deseado: la
anecsión, que no tardará mucho, del Uruguai al Imperio, pues desde
entonces le pertenece, y la guerra con el Paraguai, que envuelve por parte
de Mitre aspiraciones más crecidas pero aún más criminales.
II
En efecto, la guerra con el Paraguai era un acontecimiento ya
calculado, premeditado por el Jeneral Mitre.
Cuando los ejércitos imperiales atraídos por él, sin causa alguna
justificable, sin
razonable, fueron a domina pretesto alguno del Uruguai, aliándose
con el poder rebelde de Flores en guerra civil abierta con el poder de
aquella República, comprendió el Gobierno del Paraguai que la
independencia Uruguaya peligraba de un modo serio, que el derecho del
más fuerte era la causa de su muerte, y que por consiguiente las garantías
de su propia libertad quedaban a merced del capricho de una potencia más
poderosa.
Pesaron estas razones en la conciencia del Jeneral Presidente López
de la República Paraguaya, y buscando una garantía sólida á la
conservación de sus propias instituciones, desenvainó su espada para
defender al Uruguai de la dominación brasilera á que Mitre lo había
entregado.
Fue entonces que aquel Gobierno se dirigió al Argentino solicitando el
paso inocente de sus ejércitos por Misiones, para llevar la guerra que
formalmente había declarado el Brasil.
Este paso del Presidente López, era una gota de rocío derramada
sobre el corazón ambicioso de Mitre, por que le enseñaba en perspectiva el
camino más corto para hallar una máscara de legalidad con que disfrazarse,
y poder llevar pomposamente una guerra Nacional al Paraguai: guerra
premeditada, guerra estudiada, guerra ambiciosa de dominio, contraria á
los santos principios de la Unión Americana, cuya base fundamental es la
conservación incólume de la soberanía de cada República.
El general Mitre, invocando los principios de la más estricta
neutralidad, negaba de todo punto al Presidente del Paraguai su solicitud,
mientras con la otra mano firmaba el permiso para que el Brasil hiciera su
cuartel jeneral en la Provincia Arjentina de Corrientes, para llevar el ataque
desde allí a las huestes paraguayas.
Esa política injustificable fue conocida ante el parlamento de Londres,
por una correspondencia leída en él del Ministro Inglés en Buenos-Aires, a
quien Mitre había confiado los secretos, de sus grandes crímenes políticos.
Testualmente dice el Ministro Inglés citado: “Tanto el Presidente Mitre
como el Ministro Elizalde, me han declarado varias veces, que aunque por
ahora no pensaban en anexar el Paraguai a la República Argentina, no
querían contraer sobre esto compromiso alguno con el Brasil, pues
cualesquiera que sean al presente sus vistas, las circunstnacias podría
cambiarlas en otro sentido1.
He aquí cuatro palabras que envuelven en un todo la verdad
innegable de que la guerra contra el Paraguai jamás ha sido guerra
nacional, desde que, como se ve, no es una mera reparación lo que se
busca en ella, sino que, lejos de eso, los destinos de esa desgraciada
República están amenazados de ser juguete de las cavilosidades de Mitre.
Esta verdad se confirma con estas otras palabras del mismo Ministro
Inglés citado: El Ministro Elizalde, que cuenta como cuarenta años, me ha
dicho que espera vivir lo bastante para ver a Bolivia, el Paraguai y la
República Arjentina, unidos formando una poderosa República en el
Continente.
Estas han sido las aspiraciones del Jeneral Mitre y los propósitos de su
política, desde que entregó á la dominación de la corona, la vecina é
inofensiva República del Uruguai.
Estas también han sido las razones que han pesado en su conciencia
para rehusar la Unión que le pedían las Repúblicas Aliadas, invocando toda
la comunidad de antecedentes que desde la guerra de su emancipación las
liga.

1
Correspondence of Aprile 24 of 1865, respecting Hostilities in the River
Plate, del Ministro Inglés en Buenos Aires á Lord Russell, miembro del Parlamento
de Londres.
Aquellos también han sido los motivos que pesaron en la conciencia
de los gobiernos Americanos, en la protesta que hicieron contra la alianza
tripartita del Plata y sus miras respecto de la hermana República del
Paraguai.
No he hecho esta lijera reseña con el ánimo de hacer cargo de
ninguna naturaleza al emperador del Brasil, pues en mi conciencia, él no ha
hecho mas que aprovechar la circunstancia que le ha presentado el poder
de Mitre, para engrandecer su imperio, y dar riquezas á su Gobierno.
No es el Emperador el responsable ante el mundo de los grandes
crímenes políticos del actual Presidente de la Arjentina: es éste el que debe
dar cuenta ante Dios, su patria y los pueblos de América, de esos
acontecimientos sin parangón en la historia de los traidores de la América
del Sud.
Las provincias arjentinas, empero, no han participado jamás de estos
sentimientos, por el contrario, esos pueblos han contemplado jimiendo la
deserción de su Presidente, impuesto por las bayonetas, sobre la sangre
arjentina, de los grandes principios de la Unión Americana, en los que han
mirado siempre la salvaguardia de sus derechos y de su libertad, arrebatada
en nombre de la justicia y de la lei.
Cuando los pueblos arjentinos penetraban la política del Jeneral Mitre
al travez del humo y de las llamas en que se abrasaba la heroica Paisandú,
derramaban lágrimas de indignación, aguardando con ansiedad el
desenlace de ese sangriento drama, y estaban todas sus simpatías al lado
de los mártires que se sacrificaban defendiendo su suelo patrio y su
libertad.
Cuando la sangre de Leandro Gómez caía derramada por las armas
del crimen, y el Jeneral Mitre pregonaba desde los balcones de su palacio,
su gran política de en tres meses á la Asunción la indignación de las
provincias llegaba ya á su colmo, y el espíritu reaccionario jerminaba en
todos los corazones arjentinos.
Se llevo la guerra al Paraguai: miles de ciudadanos fueron llevados
atados de cada provincia, el teatro de aquella escena de sangre: ese
número considerable de hombres honrados perecieron víctimas de las
funestas ambiciones del Jeneral Mitre, y un nuevo continjente de víctimas
pedido por segunda vez á esos pueblos infelices, fué toda la cuenta que
aquel mandatario les dió de los llevados primeramente.
III
Así andaban las cosas en la República Arjentina, cuando otro traidor
vendía por un pacto infame la República Peruana á las aspiraciones
mezquinas de la corona Española, después de la piratería famosa de las
islas de Chinchas.
A pesar de los males profundos que acongojaban mi patria, los ojos
del patriotismo argentino tendieron su vista al Perú, y maldijeron á su gran
traidor, al criminal Pezet.
No tardaron los nobles hijos de ese suelo en arrojarlo á balazos,
rompiendo de un solo golpe sus perversos tratados y prefiriendo todos los
horrores de la guerra, antes que pasar por la mas vil de las infamias.
Fué entonces que se formó el Gran Consejo Americano, se hizo un
hecho real la Unión iniciada por el Jeneral Melgarejo, siendo invitada
especialmente á tomar parte en ella la República del Plata.
La asombrosa negativa del Jeneral Mitre, en nombre de la nación,
burlando así todas las esperanzas de la nación, exasperó hasta el infinito el
patriotismo de los ciudadanos, que vestían luto á la presencia de la horrible
carnicería que tenía lugar al pié de los eternos muros de Humaita.
Los recuerdos gloriosos de la fecunda revolución del 28 de Diciembre
de 1864, en Bolivia, cuyo triunfo aseguró la paz para siempre en el país,
cortando del modo más eficaz y honrosa sus dicenciones esteriores, á que lo
había precipitado la ineptitud de mandatarios imbéciles; la memoria por
reciente del heroico paso dado el Perú para arrojar al traidor que le vendía
llevado de mezquinas aspiraciones, la incontestable lójica desprendida de
estos hechos gloriosos, demostrando que es necesario un esfuerzo enérjico
y abnegado de los pueblos, para conquistarse paz, felicidad y
engrandecimiento, contra la opresión de los tiranos, todo estimuló
poderosamente al patriotismo arjentino, que ya estallaba estrepitosamente
en Mendoza, en 9 de Noviembre de 1866.
Los pueblos se conmovían, se ajitaban tumultuosos pero sordamente,
llorando su libertad perdida y dispuestos a hacer un esfuerzo para
reconquistarla.
El Jeneral Mitre, entre tanto, redoblaba su presión y su enerjía,
infundiendo el terror y el pánico donde quiera, lanceando por centenares á
ciudanos pacíficos, y cometiendo toda clase de exesos en las personas de
aquellos que creía no partidarios de su política.
Entonces, llevado del amor á mi Patria y á los grandes intereses de la
América, amenazada por la corona de España, creí un deber mio, como
soldado de la libertad, unir mis esfuerzos a los de mis compatriotas
invitándolos a empuñar la espada para combatir al tirano que así jugaba con
nuestros derechos y nuestras instituciones, desertando su deberes de
hombre honrado, y burlando la voluntad de la Nación.
I en efecto, así lo hice, lanzando á los pueblos arjentinos, desde la
cumbre de la Cordillera de los Andes, en 6 de Diciembre de 1866, la
siguiente invitación:
PROCLAMA
¡ARJENTINOS! El hermoso y brillante pabellón que San Martín, Alvear
y Urquiza llevaron altivamente en cien combates, haciéndolo tremolar con
toda gloria en las tres mas grandes epopeyas que nuestra patria atravezó
incólume, ha sido vilmente enlodado por el Jeneral Mitre gobernador de
Buenos Aires.
La mas bella y perfecta Carta Constitucional democrática republicana
federal, que los valientes Entrerrianos dieron á costa de su sangre preciosa,
venciendo en Caceros al centralismo odioso de los espurios hijos de la culta
Bueons-Aires, ha sido violada y mutilada desde el año sesenta y uno hasta
hoi, por Mitre y su círculo de esbirros.
El Pabellón de Mayo que radiante de gloria flameó victorioso desde
los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó
fatalmente en las ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre - orgullosa
autonomía política del partido rebelde ha sido cobardemente arrastrado por
los fangales de Estero-bellaco, Tuyuti, Curuzú y Curupaití.
Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan
rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una
esclava, quedando empeñada en mas de cien millones de fuertes, y
comprometido su alto nombre á la vez que sus grandes destinos por el
bárbaro capricho de aquel mismo porteño que, después de la derrota de
Cepeda, lacrimando juró respetarla.
CONPATRIOTAS: desde que Aquel, usurpó el Gobierno de la Nación, el
monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas provinciales
vinieron a ser el patrimonio de los porteños, condenando al provinciano á
cederles hasta el pan que reservara para sus hijos. Ser porteño, es ser
ciudadano esclusivista; y ser provinciano, es ser mendigo sin patria, sin
libertad, sin derechos. Esta es la política del Gobierno Mitre.
Tal es el odio que aquellos fratricidas tienen á los provincianos, que
muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y guillotinados
por los aleves puñales de los degolladores de oficio, Sarmiento, Sandez,
Paunero, Campos, Irrazábal y otros varios oficiales dignos de Mitre.
Empero, basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin lei,
sin corazón y sin conciencia. Cincuenta mil víctimas hermanas, sacrificadas
sin causa justificable, dan testimonio flagrante de la triste ó insoportable
situación que atravezamos, y que es tiempo ya de contener.
i VALIENTES ENTRERIANOS! Vuestros hermanos de causa en las
demás provincias, os saludan en marcha al campo de la gloria, donde os
esperan.
Vuestro ilustre jefe y compañero de armas el magnánimo Capitan
Jeneral Urquiza, os acompañará, y bajo sus órdenes venceremos todos una
vez más á los enemigos de la causa nacional.
A EL, y á vosotros obliga concluir la grande obra que principiasteis en
Caceros, de cuya memorable jornada surgió nuestra redención política,
consignada en las pájinas de nuestra hermosa Constitución que en aquel
campo de honor escribisteis con vuestra sangre.
¡ARJENTINOS TODOS! ¡Llegó el día de mejor porvenir para la Patria! A
vosotros cumple ahora el noble esfuerzo de levantar del suelo
ensangrentado el Pabellón de Belgrano, para enarbolarlo gloriosamente
sobre las cabezas de nuestros liberticidas enemigos!
COMPATRIOTAS: ¡A LAS ARMAS!... ¡es el grito que se arranca del
corazón de todos los buenos arjentinos!
¡ABAJO los infractores de la lei! Abajo los traidores á la Patria! Abajo
los mercaderes de Cruces en la Uruguayana, a precio de oro, de lágrimas y
de sangre Arjentina y Oriental!
¡ATRAS los usurpadores de las rentas y derechos de las provincias en
beneficio de un pueblo vano, despota é indolente!
SOLDADOS FEDERALES! nuestro programa es la práctica estricta de
la est on jurada, el órden común, la paz y la amistad con el Paraguai, y la
unión con las demás Repúblicas Americanas.
¡¡Ay de aquel que infrinja este programa!!
COMPATRIOTAS NACIONALISTAS! el campo de la lid nos mostrará al
enemigo; allá os recojer los laureles del triunfo ó la muerte, vuestro Jefe y
amigo.
FELIPE VARELA.
Campamento en marcha, Diciembre 6 de 1866.
IV
Las razones que he omitido precedentemente, están poco más ó
menos, consignadas en compendio en la invitación que dejo trascrita á la
letra.
Ella también abriga ciertos otros puntos de esencial importancia que
creo de mi deber discernir aquí, para que se comprenda que no son
palabras doradas las de mi proclama.
En el párrafo sesto hago presente á los arjentinos, el monopolio y la
absorción de las rentas nacionales por Buenos-Aires.
En efecto: la Nación Arjentina goza de una renta de diez millones de
duros, que producen las provincias con el sudor de su frente. I sin embargo,
desde la epoca en que el Gobierno libre se organizó en el país, Buenos-
Aires, á título de Capital es la provincia única que ha gozado del enorme
producto del país entero, mientras en los demas pueblos, pobres y
arruinados, se hacía imposible el buen quicio de las administraciones
provinciales, p por la falta de recursos y por la pequeñez de sus entradas
municipales para subvenir los gastos indispensables de su gobierno local.
A la vez, que los pueblos jemían en esta miseria sin poder dar un
paso por la via del progreso, á causa de su propia escasez la orgullosa
Buenos-Aires botaba injentes sumas en embellecer sus paseos públicos, en
construir teatros, en erijir estatuas y en elementos de puro lujo.
De modo que las provincias eran desgraciados países sirvientes,
pueblos tributarios de BuenosAires, que perdian la nacionalidad de sus
derechos, cuando se trataba del tesoro Nacional.
En esta verdad está el orijen de la guerra de cincuenta años en que
las provincias han estado en lucha abierta con Buenos-Aires, dando por
resultado esta contienda, la preponderancia despótica del porteño sobre el
provinciano, hasta el punto de tratarlo como á un ser de escala inferior y de
más limitados derechos.
Buenos-Aires es la metrópoli de la República Arjentina, como España
lo fué de la América.
Ser partidario de Buenos-Aires, es ser ciudadano amante a su patria,
pero ser amigo de la libertad, de las provincias y de que entren en el goce
de sus derechos ¡oh! eso es ser traidor a la patria, y es por consiguiente un
delito que pone a los ciudadanos fuera de la lei!
He ahi, pues, los tiempos del coloniaje existentes en miniatura, en la
República, y la guerra de 1810 reproducida en 1866 y 67, entre el pueblo de
Buenos Aires (España) y las provincias del Plata (Colonias americanas).
Sin embargo, esa guerra eterna dió á fines de 1859 por resultado la
victoria de los pueblos argentinos sobre el poder dominante de la Capital.
Sus diez millones de renta estaban, por consiguiente recobrados, pero como
no era posible despojar a Buenos Aires de un solo golpe de tan ingente
cantidad, arreglada á la cual había creado sus necesidades, pues eso
hubiera sido sepultarla ea una ruina completa, tuvieron todavía la
jenerosidad los provincianos, de celebrar un pacto, por el cual concedían á
Buenos Aires el goce por cinco años mas de las entradas locales para llenar
su pomposo presupuesto.
Fue entonces que los Porteños invocaron la hidalguía del que hoi
llaman bárbaro, del Presidente actual del Paraguai Mariscal Don Francisco
Soano Lopez, para que con su respetabilidad y talento interviniese en el
pacto que celebraban las provincias arjentinas con Buenos-Aires vencida.
El Mariscal López accedió jeneroso, garantiendo el cumplimiento del
tratado por ámbas partes con su propio poder.
En Noviembre de 1865 debian espirar estos tratados, y entrar las
provincias en el goce de lo que verdaderamente les pertenece, las entradas
naciomales de diez millones que ellas producen.
Cuando el sesentaicuatro aun no llegaba, cuando Mitre aun no
asaltaba la Presidencia de la Nación, por un órgano público de Buenos-Aires
decía el futuro caudillo, sobre el pacto con el Paraguai: Esos tratados serán
despedazados y sus fragmentos arrojados al viento.
Por fin el Jeneral Mitre revolucionó á la Provincia de Buenos Aires
contra las demas provincias Arjentinas, cuyos dos poderes se batieron en
Pavon.
La suerte estuvo del lado de aquel Porteño malvado que se sentó
Presidente sobre un trono de sangre, de cadáveres y de lágrimas arjentinas.
Entre tanto los tratados garantidos por el Paraguai vivían, y llegado el
término podía esta nación exijir su cumplimiento.
He aquí otra de las causas fundamentales de la guerra Hevada por
Mitre a la República Paraguaya, desarmando así á á a las provincias del
poder aliado que garantía su felicidad, contra la infamia de un usurpador.
Despues de este golpe maestro, el jeneral Mitre desfiguró la carta
democrática dada por las provincias vencedoras en Caceros, y la desfiguró á
su antojo, despues de haber jurado con lágrimas en los ojos respetarla,
esplotando así la jenerosidad de los pueblos, que entonces pudieron plantar
la bandera de la humillación y del dominio en la misma plaza de Buenos-
Aires.
Esa reforma dio por fruto el regalo eterno de las rentas nacionales á
la ciudad bonaerense, el despojo para siempre de la propiedad de los
pobres provincianos, y aun algo más, el empeño de las desgraciadas
provincias en mas de cien millones, para sostener una guerra contra sus
intereses, contra su aliado, contra el poder combatido por tener el crimen
de haber garantido la paz arjentina y la felicidad de todos los pueblos, en
Noviembre de 1859.
Es por estas incontestables razones que los arjentinos de corazón, y
sobre todo los que no somos hijos de la Capital, hemos estado siempre del
lado del Paraguai en la guerra que, por debilitarnos, por desarmarnos, por
arruinarnos, le ha llevado Mitre á fuerza de intrigas y de infamias contra la
voluntad de toda la Nación entera, á excepción de la egoista Buenos-Aires.
Es por esto mismo que es uno de nuestros propósitos manifestado en
la invitación citada, la paz y la amistad con el Paraguai.
V
A continuación del párrafo de que acabo de ocuparme, de mi
proclama, manifiesto que, tal es el odio de los porteños á los provincianos,
que muchos pueblos han sido saqueados, desolados, guillotinados por
puñales aleves.
Ahí está la historia: En 1862 salieron los ejércitos porteños enviados
por Mitre al mando de un Coronel Arredondo, á pacificar las provincias: fue
en ese mismo año que ese famoso Coronel plantó la horca, en nombre de la
lei, en la plaza de la Rioja, al frente de la puerta principal de la iglesia
Matriz, estrenándola por primera vez con catorce infelices, cuyos cadáveres
fueron arrastrados desde la misma plaza hasta el panteón.
En ese mismo año, por órden del mismo Coronel pacificador
Arredondo, los pueblos de Machigasta, Mazan y Guandacol, desaparecieron
abrasados por las llamas, y se disipaban en negros torbellinos de humo y
chispas, con sus sementeras y cuantos recursos de vida poseían.
En 1863, la Ciudad de la Rioja era entregada por el Jeneral Don
Manuel Antonio Taboada, otro de los pacificadores de Mitre, al mas
vergonzoso pillaje, al saqueo más inaudito, al par que se encerraban
familias honradas en los cuarteles, entregándolas á la deprabación de una
tropa inmoral y corrompida hasta el infinito.
Desde esa fecha hasta 1867, los pueblos de Famatina, Chilecito,
Vinchina, Hornillos, Vichigasta y Guandacol, han presenciado los actos de
barbarie mas salvaje, el martirio de mujeres preñadas, el ahorcamiento de
centenares de infelices, el suplicio de viejos y de niños, el degüello, de
tantos, en fin, que sería traspasar los límites de un simple manifiesto, el
entrar á dar cuenta de tanto hecho atroz.
Segun una estadistica publicada en el Ferrocarril de Santiago de
Chile, son 600 los infelices, mandados lancear por el Teniente Coronel Don
Julio Campos, servidor de Mitre, después de la sublevación de un continjente
que enviaba al teatro de la guerra contra el Paraguai en 1865 y 1866.
Pero á que entrar en estos detalles horribles, cuando ahí esta la
historia sangrienta de los seis años de la administración Mitre, publicada en
Chile, en que se constata evidentemente un número de más de 60.000
víctimas y 202.000.000 de pesos fuertes arrebatados en multas y saqueos
de la fortuna particular?
No es apuntar estos crimenes la tarea que me he impuesto y si he
hecho estas lijeras indicaciones, es para comprobar con esos hechos
históricos, que he hablado con verdad y conciencia, al hacer tan justos
cargos á los liberticidas de mi patria, los hijos en jeneral de la Culta Buenos-
Aires, los servidores del círculo del Jeneral Mitre.
En la conciencia mia han pesado todas estas terribles verdades, y por
eso he declarado ante el mundo entero mi programa político, con estas
palabras lanzadas desde la cumbre de los Andes:
¡Soldados federales! nuestro programa es la práctica estricta de la
Constitución jurada, el orden común, la paz y la amistad con el Paraguai, y
LA UNIÓN CON LAS DEMÁS REPÚBLICAS AMERICANAS.
VI
Espuestas ya las razones que pesaron en mi corazón para empuñar
mi espada invitando á mis conciudadanos á empuñarla contra el poder
malvado de Buenos Aires, paso ahora á dar cuenta de mi campaña.
Cuando en 6 de Diciembre de 1866 lancé mi proclama á los pueblos
arjentinos desde el corazón de los Andes, encontrábame pasando la línea
con cuarenta individuos por todo ejército, quince de ellos chilenos y el resto
arjentinos.
En el Departamento de Guandacol, en un puñto llamado Nacimientos,
aun al pie de la Cordillera, encontré ya las fuerzas enemigas en número de
400 hombres al mando del Coronel José María Linares, que venía á cerrarme
el paso impedir mi entrada á los pueblos arjentinos.
Ora sea por la estrechez del terreno, ora por que la tropa que me
atacaba me pertenecía y peleaban contra su voluntad, ello es que el
Coronel Linares sufrió una completa derrota en la batalla que empeñamos
en el punto mencionado, el 2 de Enero de 1867.
Las fuerzas mías que allí peleaban componían mi vanguardia, y
cuando ellas en tan reducido número, entraban en persecución de Linares á
Guandacol y luego á Hornillos, entraba yo á Jachal con 50 hombres donde
no hallé resistencia alguna, pues ese Departamento se pronunció en mi
favor, corriendo a balazos al Sarjento Mayor Arístides Coria, que lo ocupaba
con fuerzas de línea.
En ese punto se me incorporaron los cuarenta hombres que habían
ido hasta Hornillos, en persecución del enemigo.
Allí en Jachal, comencé a organizar ya mi ejército para lanzarme en
mi espedición al Norte, mientras el Sur estaba ya ocupado por el Jeneral
Don Juan de Dios Videla, que se había colocado á la cabeza del
levantamietno de Mendoza, contando con un respetable ejército.
El día 2 de Febrero desplegué al Sarjento Mayor Don Estanislao
Medina (Chileno) hacia el Norte, al mando de una vanguardia compuesta de
200 hombres de las dos armas, la mayor parte chilenos, con órden de pasar
á la Rioja á ocuparla militarmente á toda costa.
En este mismo día ocurría precisamente el pronunciamiento hecho
por la tropa en esta Capital, ayudado por el Doctor Don Ricardo Gonzalez,
(chileno) que desde el seno de la cárcel en que estaba con una barra de
grillos, había hecho eficaces trabajos en ayuda de los que yo allí tenía, cuyo
resultado fué el pronunciamiento citado, despues de haber corrido á balazos
al Gobernador Don Guillermo San-Román, al Coronel Don Pablo Irrazabal y á
todo el círculo mitrista.
Mientras tanto envié comunicaciones á diferentes jefes de los llanos
de la Rioja, los que inmediatamente se pusieron en armas y en marcha á
engrosar las fuerzas Riojanas.
Cuando mi vanguardia se aprocimaba á la Capital del Depatarmento
de Famatina, se levantaba también éste segundando mis propósitos,
encabezado por un Comandante llamado Esteban Cabrera, pidiendo
órdenes al nuevo Gobierno de la Capital.
Habiendo yo entonces recibido comunicaciones del Gobierno Riojano
poniéndose a mis ordenes con todas sus fuerzas y elementos que disponía,
dirijí comunicaciones al Jefe de mi vanguardia, ordenándole obrase de
perfecto acuerdo con el jefe Político de la Rioja, dando á este iguales
instrucciones.
Así se cumplió en efecto.
Entre tanto el enemigo amenazaba á la Provincia por tres partes pues
se desprendían fuerzas de Santiago del Estero, de Tucumán y de
Catamarca, á la vez que una columna de 500 hombres al mando del Coronel
Melitón Córdova, amenazaba desprenderse desde Tinogasta á tomarnos el
flanco, mientras los demás se venían por el frente.
En estas circunstancias ordené al Jefe de mi vanguardia avanzar al
Norte, para cerrar el paso á Cordova.
Así lo verificó en efecto, llegando hasta el mismo Tinogasta, donde el
enemigo se hallaba atrincherado con 450 infantes y 50 cazadores de a
caballo.
El día 4 de Marzo emprendió el Sarjento Mayor Medina el ataque
sobre la plaza, á la una del día, consiguiendo apoderarse de ella con todos
los que la guardaban á escepción de doce que se escaparon con el segundo
Jefe de ella, Coronel Luis Quiroga.
He aquí el parte de esa gloriosa jornada.
EL JEFE DE LA VANGUARDIA:
Cuartel de Cazadores federales en marcha.
Plaza de Tinogasta, Marzo 5 de 1867.
A S.E. el Jeneral Espedicionario del Norte:
El dia 4 del actual moví la división de mi mando hacia el lugar de
Tinogasta, con el objeto de batir al Comandante Jeneral Don Meliton
Córdoba, que se hallaba con 500 hombres, en su mayor parte infantes,
defendiéndola, y cuando estuve á dos leguas de él, le dirijí la siguiente nota:
A S.E. el Comandante Jeneral de la Provincia de Catamarca,
Comandante en Jefe de las Fuerzas de Tinogasta,
Coronel Don Melitón Córdoba.
Se que U.S. se halla en poseción de esa plaza y resuelto á
parapetarse tras de las murallas que la circundan, para de este modo
obtener el feliz éxito que desea. Pero el infrascrito cree de su deber indicar
a U.S. los grandes males que ocacionaría al pueblo una batalla habida en él.
I deseando vivamente el que suscribe omitir la sangre y sacrificios de
víctimas inocentes, tiene el honor de invitar á U.S. salga á los campos de
San José á presentar batalla; pues haciéndolo así, procederá U.S. como
militar y como hombre que se interesa por el bien estar de los pueblos que
representa. Si U.S. no acepta mi proposición, cargará con la más tremenda
responsabilidad por los perjuicios consiguientes de la batalla.
Dios guarde á U.S. con salud.
ESTANISLAO MEDINA.
No habiendo obtenido el que suscribe respuesta alguna á la
precedente nota, y apremiado por circunstancias durísimas, creyó necesario
penetrar de una vez hasta el enemigo, aun que fuese salvando gruesas
murallas de cadáveres.
La posición ventajosa que ocupaba el enemigo en sus trincheras y la
estrechez de las calles, no me permitieron desplegar la columna en batalla,
según el plan de ataque que tenía combinado.
Pero repartí en compañías mis 180 hombres infantes, desplegándolos
por las diferentes avenidas, sin más orden que A LA PLAZA por que era
imposible emplear maniobra alguna que no fuera saltar por sobre las
trincheras.
El fuego más nutrido se sucedió por espacio de tres horas, al cabo de
las cuales, entramos á la plaza triunfantes, pasando por sobre el cadáver
del valiente Jefe de las fuerzas enemigas, que cayó al pié de las trincheras
muerto por una bala de fusil que le partió la cabeza.
Los muertos por ambas partes llegan a 9 oficiales y 33 individuos de
tropa, á demas del Jefe enemigo y nuestro bravo Teniente Coronel Don
Demetrio López. Prisioneros 430 hombres de tropa, un Jefe y 13 oficiales,
habiéndoles tomado más de 400 fusiles, 40 lanzas, 20 carabinas, 20
espadas, y 27 sables, y un crecido número de caballos.
Tal ha sido el resultado de esta gloriosa jornada, en la que cada uno
de nuestros oficiales y soldados se ha portado como un héroe. Felicitando á
V.E. por este espléndido triunfo, y esperando sus nuevas órdenes, me es
grato repetirme como siempre su subalterno leal.
Dios guarde a V.E.
ESTANISLAO MEDINA
José M. Martínez.- Ayudante Secretario
Es copia. Antonio Esquivel Yañes.—.
- Ayudante
Secretario en campaña.
El parte de esta acción gloriosa me encontró en Guaco, en camino de
Jachal hacia la Rioja, con el resto del ejército compuesto de 200 infantes y
300 hombres de caballería, fruto de mis trabajos asiduos en Jachal.
Al propio tiempo que leía el parte precedente, recibía comunicaciones
de la Rioja avisándose que el enemigo avanzaba de Catamarca y Santiago
en número de 2.800 infantes y 1.000 hombres de caballería.
En virtud de este aviso, impartí órdenes al Jefe de la vanguardia para
que contramarchase á Chilecito, donde debían del mismo modo llegar las
fuerzas riojanas, pues también di instrucciones á S.E. el Gobernador para
que se retirase á incorporarse conmigo en el punto mencionado; todo lo que
se verificó en efecto, encontrándose el 19 de Abril reunido con todo el total
del ejército, compuesto de 650 infantes, 1.200 hombres de caballería y 2
piezas de artillería volante.
En ese punto, recibí falsas comunicaciones que me aseguraban que el
enemigo contaba sólo 770 hombres de infantería y poco más de mil de
caballería, sin embargo de ser el número citado anteriormente el que en
realidad venía.
El 2 de Abril emprendí mi marcha con dirección á la Rioja, resuelto á
dar una batalla campal.
La decisión de mis soldados, el entuciasmo que reinaba en todos
ellos, su conocido valor, me hacía ver el triunfo cierto de mis armas, por
más que fuese doble el número de enemigos.
Unas cuantas leguas antes de llegar á la Rioja, donde el enemigo me
aguardaba parapetado, se encuentra una estancia llamada Las Mesillas
punto donde precisamente debía refrescar algunas horas mi tropa,
proveyéndola de agua para ir luego á empeñar el combate.
A uno de los jefes de más alta importancia de la Rioja había
encargado hiciese proveer de agua las represas de la mencionada estancia,
por que sin ese elemento, en todo el rigor de los ardientes soles arjentinos,
era imposible conducir el ejército á la pelea, só pena de hacerlo morir de
sed.
Nunca pude yo dudar de la integridad y honradez de un hombre de
alta posición social, Coronel de la Nación, antiguo y constante partidario de
la causa que yo defendía.
Cualquiera en mi lugar hubiese hecho igual confianza que yo en ese
personaje de buenos antecedentes, a quien no nombro, por que no se me
atribuya que el espíritu de venganza me lleva á infamar nombres propios.
Ello es que el mencionado Señor a quien había yo encargado
accidentalmente del Estado Mayor, por que el propietario entraba á mandar
el costado derecho en la batalla, me dió parte de estar todo listo y dispuesto
como para que acampara el ejército.
En esta convicción, aun que mál municionado, si se quiere, emprendí
la marcha en busca del enemigo.
El 10 de Abril á las tres de la mañana llegué á las Mesillas á tres
leguas y media del enemigo, cuyas avanzadas se batieron ese día, y fue
terrible mi sorpresa al no hallar en las represas una gota de agua para mi
jente ni para las caballadas, cuando todos venían ya acosados por la sed.
Contramarchar al frente del enemigo no me era posible, pues otra
columna me acechaba desde Catamarca, y me esponía á que el enemigo
que dejaba me picase la retaguardia y me tomasen entre dos fuegos.
Tuve indispensablemente que presentar batalla en ese día, só pena
de arruinar por completo mi ejército.
Así fue que á la una de la tarde desplegué la columna en batalla
sobre el enemigo, que ocupaba una posición ventajosa, parapetado tras de
cercos y en un terreno sumamente fragoso, de modo que no podían obrar
las caballerías sobre las infanterías enemigas.
Tres soldados chilenos, sofocados por el calor, por el polvo y por el
cansancio, espiraron de sed antes del combate.
Al segundo disparo de mis cañones, huyeron las caballerías
enemigas, yendo en su persecución las mías de tal modo enceguecidas, que
cuando mis infanterías necesitaron protección, apenas había un pequeño
rejimiento de reserva con que dársela, el que no podía obrar por los
inconvenientes del terreno.
El campo y las filas enemigas, sin embargo, habían sido cortadas por
todas partes por mis valientes, de manera que el convoi del Jeneral
Taboada, Jefe de las fuerzas enemigas, fue sacado
VI
Espuestas ya las razones que pesaron en mi corazón para empuñar
mi espada invitando á mis conciudadanos á empuñarla contra el poder
malvado de Buenos Aires, paso ahora á dar cuenta de mi campaña.
Cuando en 6 de Diciembre de 1866 lancé mi proclama á los pueblos
arjentinos desde el corazón de los Andes, encontrábame pasando la línea
con cuarenta individuos por todo ejército, quince de ellos chilenos y el resto
arjentinos.
En el Departamento de Guandacol, en un punto llamado Nacimientos,
aun al pie de la Cordillera, encontré ya las fuerzas enemigas en núInero de
400 hombres al mando del Coronel José María Linares, que venía á cerrarme
el paso é impedir mi entrada á los pueblos arjentinos.
Ora sea por la estrechez del terreno, ora por que la tropa que me
atacaba me pertenecía y peleaban contra su voluntad, ello es que el
Coronel Linares sufrió una completa derrota en la batalla que empeñamos
en el punto mencionado, el 2 de Enero de 1867.
Las fuerzas mias que allí peleaban componían mi vanguardia, y
cuando ellas en tan reducido número, entraban en persecución de Linares á
Guandacol y luego á Hornillos, entraba yo á Jachal con 50 hombres donde
no hallé resistencia alguna, pues ese Departamento se pronunció en ataque
por mi parte se hizo imposible, absolutamente imposible.
Sin embargo, envié algunos jefes de mi confianza á ciertos puntos
con orden de reunir los dispersos, indicándoles Jáchal como punto de
reunión, para volver a reorganizarnos.
Tal fue el desenlace de la batalla del Pozo de Vargas, en la Rioja en
diez de Abril de 1867, que costó a los belijerantes 700 muertos!
VII
Acosado yo entretanto, por la adversidad de las circunstancias, á tres
y media leguas de un enemigo que se rehacía, que se fortificaba de nuevo,
cuya persecución me amenazaba por todas partes, emprendí mi retirada á
las diez de la mañana del día 11, oblicuando hacia el Poniente de la Rioja,
por pampas montosas y casi impenetrables, para jirar luego al Sud Oeste,
en dirección a Jáchal.
Las fatigas de esa penosa retirada, la escasez de recursos de vida en
esos campos desiertos, el hambre todo hacía redoblar la aspereza de
nuestros padecimientos.
Por fin, á los tres días de marcha, por suerte mis soldados hallaron
carne con que alimentarse, teniendo que hacer alto por hora y media a
menos de 30 cuadras de una columna de 350 infantes montados, que había
salido en nuestra persecución, sabedora de que sólo me acompañaban unos
cuantos hombres mal armados.
En esa circunstancia aciaga, los enemigos no se atrevieron a
cargarme, y pude continuar mi marcha sin novedad.
Cuatro días después al llegar a un punto llamado Aguango, cayó en
mi poder un esprofeso de los enemigos venido de Jachal, para el Jeneral
Taboada,
Por las comunicaciones que portaba, me impuse del descalabro
tremendo sufrido por el Jeneral Don Juan Saá, en Río 5º, de que este pasaba
á Chile en derrota con una columan de más de 600 hombres, de que el
Gobernador de San Juan Coronel Don Bernardo Molina, había abandonado
cobardemente su puesto, dejando acéfalo el pueblo, una vez que supo la
derrota del Río 50, y huido también con dirección á Chile y finalmente de
que el partido enemigo se había puesto en armas en Jachal y fusilado al
mencionado Coronel Molina, Gobernador de San Juan, y al Coronel Don José
María Belomo, Jefe de Policía de la misma, que habían caído en poder de
ellos en su fuga á Chile.
En esta virtud, hice marchar mi puñado de hombres hacia el Valle
Fertil, Provincia de San Juan, a fin de que llamasen la atención al enemigo
por ese lado, marchando yo á Jachal con 50 hombres escojidos de las dos
armas, á sofocar el movimiento de los enemigos.
El 21 de Abril, en efecto, conseguí tomar por asalto la plaza de Jachal,
aprehendiendo á 31 individuos autores del espresado movimiento, los que
se habían apoderado, de 1,580 cóndores de oro, que me remitían de Chile
para socorro de mis soldados.
Inútiles fueron mis esfuerzos por descubrir el paradero de esta
cantidad; ella se evaporó en poder de los enemigos, como todas las
haciendas que allí estaban reunidas para sostén de mi tropa, ascendientes á
400 cabezas, que las hicieron pasar á Chile para realizarlas en venta.
No habiendo medio como contener á esas-fuerzas, discurrí pasar al
nuevo Gobierno de San Juan una nota intimándole la deposición del mando
en una persona de mi confianza, y asegurándole no hacerlo así, entraría a
sangre y fuego á la plaza haciéndolo responsable con su vida de las
víctimas que el combate ocasionase, y previniéndole además, que ya estaba
en marcha sobre él.
Esta comunicación surtió el efecto deseado, pues las fuerzas que
venían en mi persecución contramarcharon al lado del Gobierno, que ordenó
la concentración de todas las de la provincia, para esperarme en la Ciudad
de San Juan.
En este estado permanecieron las cosas un mes, en cuyo tiempo
pude reorganizar un tanto mi ejército y aumentarlo con los mismos
dispersos del Pozo de Vargas, que se me incorporaban de día en día,
juntamente con los hombres que desplegué al Valle-Fértil, a quienes ordené
se me incorporasen.
Al cabo de este tiempo se desplegó sobre mí un Coronel Charra, de
las fuerzas de Paunero, al mando de 600 soldados de línea, 400 infantes y
200 hombres de caballería.
Fue entonces que emprendí mi retirada de Jáchal hacia el Norte, con
mi columna de 500 hombres de las dos armas, regularmente organizados,
hasta el lugar de Hornillos.
El día 5 de Junio empeñé por fin batalla en el punto llamado las
Bateas, y desde allí, retrocedió el enemigo hasta la Ciénaga Redonda,
donde terminó el combate el día 6 á las oraciones, dando por resultado el
completo triunfo de los míos sobre el contrario, ocasionando un número de
120 muertos, fuera de los heridos.
Triunfante sobre esta columna, continué mi marcha al Norte, y al
llegar á la quebrada de Miranda, me encontré con el Coronel José María
Linares, que con una columna de 500 y pico de hombres de las dos armas,
me acechaba en ese punto, calculando que por ahí debía verificar mi fuga,
una vez que el Coronel Charra me derrotase.
Así no sucedió, por ventura, y lejos de ser yo capturado, cayó el 16 de
Junio la columna de Linares en mi poder juntamente con él, a quien tomaron
mis soldados cuatro días después del combate.
Juzgado el Coronel Linares en Consejo de Guerra, donde confesó sin
embarazo sus inauditos crímenes, como consta del proceso publicado en
Chile, fue sentenciado a muerte y pasado por las armas el 24 de Junio de
1867, en la plaza de Famatina.
Entretanto yo pasé á ocupar la Ciudad de la Rioja con una pequeña
escolta, dejando el resto del ejército en el punto mencionado.
Allí permanecí once días, siempre trabajando en sentido de mejorar
mi columna, al cabo de los cuales tuve que retirarme, pues el Jeneral
Taboada de Santiago del Estero, se echaba sobre mí con un ejército de dos
mil hombres.
Por ser breve no quiero hacer aquí mención del encuentro que tuve
con estos enemigos en la quebrada de la Rioja, donde, por lo mui ventajoso
de mi posición, pude rechazarlos con la mayor facilidad, bien que tuve allí la
desgracia de perder un Comandante, un Teniente y cuatro soldados.
Acosado después por una columna fuerte de línea con que el Jeneral
Taboada, que, á 25 leguas distante del primero, me perseguía en línea
paralela hacia el Norte, mientras otra columna al mando del Jeneral Navarro
salía de Catamarca á tomarme el flanco, apresuré mi marcha hacia el Norte
siempre, de modo que pude dejar todas las fuerzas enemigas á retaguardia.
Al emprender esta marcha rápida hacia el Norte, tomando ya los
despoblados, si se quiere, no lo hacía especialmente impulsado por la
persecución de tan grueso número de enemigos; razones más poderosas
me obligaron a ello:
Mi columna, por su estado de escasez y pobreza, necesitaba una
reparación formal de todas sus necesidades, para entrar de nuevo en pelea,
y por otra parte, á mi modo de entender, las provincias del Norte ofrecían a
mis propósitos toda clase de recursos, no solo para duplicar mi ejército, sino
para proveerme de un parque copioso en toda clase de elementos bélicos.
Además yo tenía mis acuerdos con el Señor Jeneral Don Aniceto
Latorre de Salta, el que debía mover la provincia, una vez que mi columna
se aproximara á ella y pudiese protejerlo.
Continué pues, por estos motivos, mi marcha hacia el norte, hasta las
inmediaciones de la raya que divide á Bolivia de aquella República, por los
lados de Antofagasta.
Terrible fue la estación que tuve que soportar allí; largas travesías,
los hielos crudísimos del invierno, la escasez de pastos, todos eran
elementos que se declaraban en mi contra del modo más cruel.
En esa retirada fue que perdí doce soldados que se me helaron en
una noche, todos los recursos de hacienda para carne, que perecieron de
punto frío, lo mismo que mis caballadas, hasta el de quedar á pies y sin
elementos de mantención.
A pesar de todo, me detuve trece días a inmediaciones de la raya,
aguardando la llegada de ciertos elementos que había yo mandado comprar
a Chile.
Verdad es que en ese punto, era imposible que enemigo alguno
pudiese atacarme, tanto por los rigores de la estación, cuanto por la falta
completa de recursos para un ejército, que allí se notaba.
Pero también mi permanencia en ese lugar por más tiempo, me
presajiaba la muerte de hambre y de miseria de todos los míos.
Iban ya doce días que se mantenían con carne de asnos, y
comenzaban ya á comerse una que otra mula que quedaba, cuando resolví
abandonar esas rejiones é irme sobre los enemigos en dirección á Salta. Así
lo verifiqué, en efecto, marchando hacia los Molinos, donde me aguardaba
una columna de 700 hombres de las dos armas, al mando del Coronel Don
José Frías.
Mis soldados marchaban la mayor parte á pies ó en burros, por que
todas las caballadas del ejército habían perecido, como se ha dicho.
Sin embargo, elijiendo lo mejor de la tropa, desplegué mi vanguardia
compuesta de 250 hombres de las dos armas, al mando del Coronel Don
Sebastián Elizondo, en busca del enemigo.
El 29 de Agosto de 1867 avistaron mis soldados la columna de Frías
en la cuesta de Tacuil, á pesar de su doble número, cargaron sobre ella
exasperados por la larga serie de sufrimientos que habían pasado!
Su excesiva intrepidez, su descomunal arrojo, los llevó por el camino
de la gloria, pues el enemigo fue completamente batido por ese puñado de
valientes, no pudiendo hacer una persecución larga á los derrotados por
hallarse de á pies.
Esa acción fue para mí demasiado fecunda, no solo por la grande
influencia moral que daba a mis soldados en esas provincias, sino por que
se consiguieron tomar algunos recursos de guerra al enemigo, que aliviaron
en mucho mi situación.
Recibido que fue por mí el parte de esta gloriosa jornada, continué
con toda la columna mi marcha hacia Salta, con la resolución de
apoderarme á toda costa de esa plaza.
Al llegar á la cuesta de las Cuevas, tuve parte de que en este punto
me cerraba el paso el Coronel Don Francisco Zenteno al mando de 500
hombres; y empeñado que fue por mí el combate, obtuve sobre él la más
espléndida victoria, persiguiéndolo por espacio de tres leguas hasta la plaza
misma de Cachi, á donde contuve el ejército, por que se hacía ya de noche.
Esta acción tuvo lugar el día 5 de Octubre de 1867.
Sabedores en Salta de esta derrota y de que yo marchaba á dicha
Ciudad, trataban de fortificar la plaza con barricadas, del modo mejor
posible.
El día 9 del mismo Octubre, a las diez de la mañana, tendí mi línea en
los alrededores de la población, y allí permanecí todo el día esperando que
los del pueblo saliesen á atacarme afuera, a fin de evitar á los vecinos los
desastres consiguientes.
Pero como ya todo el día había aguardado, al día siguiente (10 de
Octubre) mui de mañana, pasé al Gobernador de la Provincia la siguiente
nota:
Al Exmo. Señor Gobernador de la Provincia,
Don Sisto Obejero
Salta, Octubre 10 de 1867
Exmo. Señor
Debiendo a toda costa ocupar militarmente con mi ejército esa plaza,
en servicio de la libertad de mi patria, y deseoso de evitar a esa población
las desastrosas consecuencias de la guerra, tengo el honor de dirijir a V.E. la
presente, con el objeto de manifestarle que, si tiene a bien ordenar en el
término de dos horas, la deposición de las armas a sus órdenes, será
garantida su persona y las de todos los suyos, previniéndole que, en caso
contrario, hago a V.E. responsable ante Dios y la Patria de los perjuicios
consiguientes y de la sangre que se derrame en los momentos del combate.
Dios guarde a V.E.
FELIPE VARELA
Antonio Esquivel Yáñez
Ayudante Secretario en Campaña
Es copia-Esquivel Yáñez.
Por conductos fidedignos supe que el Gobermador de la Provincia
vacilaba en lo que debiera responderme, cuando se presentó a él el Señor
Don Nicanor Flores que se titulaba Jeneral Boliviano, ofreciendo responder
con su vida de mi derrota y de mi cabeza.
Fue entonces que recibí respuesta verbal del Jefe de la Plaza de Salta,
diciéndome que, si yo tenía soldados, también los tenía él y cañones para
defenderse.
Llegado a mi conocimiento este mensaje impolítico, ordené en el acto
batir marcha de ataque sobre la plaza.
I después de dos horas y media de un vivísimo fuego, quedó definido
el combate por los míos, quedando yo dueño del campo.
Como no pude permanecer en la Ciudad por más de una hora, por
que se echaba sobre mí el Jeneral Navarro con una columna de dos mil
quinientos hombres, en aquellos momentos de ajitación y de desorden en
que mi ejército estaba algo desorganizado, no me fue posible saber a punto
fijo el número de muertos en el combate, pero noté en mi columna al día
siguiente una pérdida como de cincuenta individuos de tropa.
El Jeneral Navarro se hallaba á la orilla del pueblo, unas cuantas
cuadras distante de mí, cuando yo salía de la Ciudad y formaba mi línea en
e! Campo de la Cruz con el ánimo de aguardar allí el ataque de este jefe,
aunque no tenía un solo cartucho que quemar, por que a eso me obligaban
las circunstancias.
El Jeneral Navarro, sin embargo, se detuvo, no atreviéndose a
cargarme no obstante de ser mi columna compuesta en totalidad en
aquellos momento de 400 a 500 hombres. Y aunque yo conocía bien su
timidez ante mi presencia, la falta absoluta de municiones me determinó
más bien á retirarme, postergando una acometida por mi parte, hasta
proporcionarme pólvora.
Verdad es que yo tomé algunos pertrechos de guerra á los enemigos
en Salta, pero todos ellos se reducían a las seis piezas de artillería con que
se defendieron en la plaza los 700 hombres que la guarnecían, algunos
carros de munición para esta arma, y unos pocos vestuarios para la tropa.
VIII
Terminada la acción de Salta, sin embargo de ser yo sabedor de que
Jujui estaba guarnecida con seiscientos hombres, emprendí mi marcha en
dirección á esa Ciudad, resuelto á tomarla á sangre y fuego, si era
necesario, con el objeto de buscar en ella el elemento que me faltaba, la
pólvora para regresar inmediatmente sobre las fuerzas enemigas, del
Jeneral Navarro, y luego sobre las de Taboada.
Antes de emprender yo mi ataque sobre la plaza de Salta, era
sabedor ya de que tenía que habérmelas con gruesas columnas enemigas.
Así es que al ir á aquella Ciudad, no me llevó el ánimo de ir á apoderarme
de un pueblo sin objeto alguno, nó, marchaba en busca de pertrechos
bélicos, por que era todo cuanto necesitaba para triunfar de los enemigos
que me amenazaban y obtener una posición ventajosísima sobre el poder
de Mitre, que hubiera podido asegurar tal vez mi triunfo sobre los suyos.
Así es que, no habiendo encontrado en Salta el elemento de pólvora
que con tanto trabajo y empeño buscaba resolví, como lo llevo manifestado,
apoderarme á toda costa de la Ciudad de Jujui, con el objeto de buscarla en
ella.
Así lo verifiqué en efecto, arribando á esta Ciudad, el día 13 de
Octubre de 1867, sin que la columna Jujeña al mando del Coronel
Gobernador Don Cosme Belaunde, me hiciese otra resistencia que hacerme
algunos tiros estériles de guerrilla, huyendo en seguida a mi presencia.
No quise yo ordenar su persecusión, por que ella no podía producirme
fruto alguno, y mi tiempo era precioso para hacerme de pertrechos.
Entré pues en órden batiendo marcha, á la plaza de Jujui, sin
desprender un solo hombre de la columna, que hice formar en batalla
dentro de la plaza misma, estando yo á su cabeza.
Acto continuo hice llamar á dos vecinos, a quienes comisioné para
que, acompañados de un Jefe de mi confianza, practicasen el rejistro de
ciertas casas, en busca de pólvora y todo elemento de guerra.
Practicado el allanamiento de dos ó tres domicilios, me hicieron
comprender que no hallaría un sólo gramo de ese artículo, por haberlo
monopolizado el Gobierno y traspuéstolo de la población.
Así fue que, obrando en mi conciencia esta razón, y además el temor
de que más enemigos me atribuyesen a un saqueo tan razonable paso,
suspendí la orden anteriormente citada, haciendo batir marcha en seguida
con dirección a la Tablada, donde permanecí dos días.
La columna de Navarro, sin embargo, me perseguía á cierta distancia,
sin atreverse á atacarme, á pesar de que yo marchaba tan despacio que me
demoré veintiocho días en llegar a Llavi, sin embargo de haber solo seis u
ocho días de camino desde el mismo Salta.
En aquel punto permanecí dos días con la columna de Navarro á poca
distancia, no queriendo yo echarme sobre ella, por no hacer sacrificar sin
fruto á mis fieles soldados, que, por falta absoluta de munición no estaban
en estado de presentar batalla haciéndose matar esterilmente.
En cuanto pisé Humahuaca, despaché esprofesos hacia el Norte en
busca siquiera de algunas libras de pólvora, pues tenía facados hasta los
cartuchos con sus balas, y sólo me faltaba aquel artículo para disponerme á
una batalla.
Pero todos mis esfuerzos fueron infecundos: me fue imposible
proporcionarme lo que tanto nece_ sitaba.
I no queriendo continuar una guerra que ya pasaba á ser de recursos
y por consiguiente perjudicial al país é infructuosa á mis propósitos, por que
me faltaban los elementos necesarios para ello, resolví entonces pasar á
asilarme en la hermana República de Bolivia, bajo los auspicios de su
cultura y la magnanimidad de su Gobierno, cuya política sábia y
eminentemente americana, había merecido siempre mis aplausos y los de
todos mis compañeros.
Así fué que llegué a Llavi, y aun estando en esa parte del territorio
Arjentino, pasé al Señor Sub-Prefecto de Tupiza la siguiente nota:
El Jefe Expedicionario. Llavi, Noviembre 5 de 1867.
A. S.S. el Señor Coronel Sub-Prefecto de la Provincia de Sud Chichas.
Señor:
Pongo en conocimiento de U.S. que he resuelto terminar la guerra
que hacía en mi país, y en su consecuencia marcharé en este mismo día á
pisar territorio boliviano, y al hacerlo, me someto á las autoridades en
calidad de asilado, ofreciendo que observaré todas las prescripciones del
derecho internacional.
Con tal motivo, ofrezco a U.S. mis considera ciones de estimación.
Dios guarde a U.S.
FELIPE VARELA."
Pasada esta nota verifiqué mi entrada al territorio boliviano
deponiendo inmediatamente mis armas y obedeciendo con sumición y
respeto todo lo que sus autoridades me mandaron, como lo justifica el
documento oficial que trascribo a continuación.
"¡Viva la Unión Americana! Tupiza, Noviembre 7 de 1867.
A. S.S.I. el Jeneral, Comandante Jeneral del Departamento
Señor:
Pongo en conocimiento de U.S.I. que habiendo arrivado el día 2 al
Vice-canton de Sococha, á observar las maniobras de la división del Jeneral
Varela, con la misma fecha me fue dirijida por él una comunicación en la
que me invitó a tener una entrevista, a la que acepté debiendo presentarse
donde yo estaba, solo y desarmado. El día cuatro tuvo lugar la entrevista y
me manifestó en ella, que su intención era y las circunstancias lo exijían,
declararse asilado en el territorio boliviano, y como prueba de ello, aun
cuando todavía en territorio argentino, obedecería mis órdenes
subordinándose á ellas como en prueba de adhesión que tenía al actual
Gobierno de Bolivia, y prometiendo que en adelante emplearía todos sus
esfuerzos á fin de que sus huestes prestasen el respeto debido al territorio
boliviano en su raya, pues fue la única prescripción que yo le puse, dándole
las gracias por sus amigables demostraciones. El día cinco, a las cuatro y
tres cuartos de la mañana, recibí comunicación oficial que dice como sigue 2:
En el mismo día se presentó á medio día manifestándome que se
declaraba asilado y en su virtud deponía las armas ante mi autoridad, y así
lo hizo. En el acto supe que las fuerzas del Jeneral Navarro habían llegado
ya al punto de Llavi, distancia de tres leguas, lo que me hizo creer que tal
vez penetraran á Sococha, só pretesto de recojer las armas que había

2
La nota á que se refiere, es la reproducida anteriormente.
depuesto el Jeneral Varela, y que con tal motivo fuese invadido el territorio
boliviano; ordené al Jeneral Varela que inmediatamente tome las armas que
había depuesto y las conduzca á almacenarlas en el punto de Moraya al
siguiente día, y como la artillería no podía seguir esa marcha por lo
quebrado del terreno, lo hice continuar su marcha por el río abajo, para que
al día siguiente estuviera en Suipacha. Después de que ellos emprendieron
su marcha como los había mandado, dirijí otra comunicación al Jefe de la
vanguardia de las fuerzas de Jujui y Salta, que es como sigue:
Sub-Prefectura de Sud Chichas. Sococha, Noviembre 5 de 1867.
Al Jefe de la Vanguardia de las fuerzas Arjentinas.
Señor:
Me permito dirijir esta comunicación participándole que en este día
he recibido una comunicación del Jeneral Varela, y es como sigue:
¡Viva la Unión Americana! Tupiza, Noviembre 7 de 1867.
A S.S.I. el Jeneral, Comandante Jeneral del Departamento.
Señor:
En este día he arribado á esta Villa, asilado en el territorio de la
República, después de haber depuesto las armas que he traído hasta el
ViceCantón de Sococha, el día cinco del corriente, ante la autoridad del Sub-
Prefecto de esta Provincia, y de haberlas conducido al siguiente día hasta
Moraya, á depositarlas en aquel punto, donde hallé al Señor Jefe Superior de
estas Provincias.
Empleando los días necesarios para descansar, continuaré mi marcha
al Departamento de la Paz, á presentarme a S.E. el Presidente de la
República, llevando en mi corazón un recuerdo de gratitud por la
hospitalidad que he merecido á estas buenas jentes.
Con tal motivo, me cabe la honra de decir a U.S.I. que me congratulo
en ponerme a sus órdenes.
Dios guarde a U.S.I.
FELIPE VARELA
Por mi parte, felicito a los hijos de esa Nación por haber terminado
sus discenciones domésticas.
Los asilados en esta República están marchando al interior de ella,
después de haber depuesto las armas, de todo lo que en esta misma fecha
he dado cuenta a mi Gobierno.
Lo que comunico a U. para su intelijencia.
Dios guarde a U.
JOSÉ M. VALDA
Eran las tres de la tarde, en que ya no existía nadie en Sococha
cuando emprendí mi marcha y habiendo alcanzado al Jeneral Varela le
previne hiciera noche en Sacnasti y emprendiera su marcha al siguiente día,
á las cuatro de la mañana, debiendo tomar la ruta de Moraya, sin entrar en
Mojo, lo que cumplió fielmente; yo continué mi marcha en esa noche hasta
Moraya, donde se hallaba el Coronel Colodro con un piquete de caballería de
doce hombres; en ese momento recibí comunicación de S.S. el Coronel Jefe
Superior de las Provincias del Sud, participándome que hacía noche en
Suipacha: en el acto le comuniqué todo lo ocurrido manifestándole que el
Jeneral Varela había depuesto las armas en Sococha y las razones que
habían pesado en mi conciencia para hacerlas conducir con él mismo hasta
Moraya. El día seis estuvo el Jefe Superior de siete y media á ocho de la
mañana, con su batallón incorporado a mi más tarde llegó el Jeneral Varela
y entonces entregó las armas: tuve la honra de que así se hiciera en manos
del Jefe Superior. Esa tropa continuó su marcha con el Jeneral Varela y
campó ese día seis, una legua más arriba de Suipacha; yo también seguí mi
marcha ese mismo día á las cuatro de la tarde, habiéndose quedado el Jefe
Superior en Moraya con la columna de su mando, por observar si las fuerzas
de Navarro intentaban alguna cruzada a Bolivia: entre tanto, después de
haber dejado campado al Jeneral Varela en las playas de Suipacha, llegué al
pueblo y encontré la artillería volante compuesta de tres piezas que las
conducían cuarenta y tantos hombres; previne al Comandante de ella que
en la madrugada de este día la entregue toda íntegra al Teniente Coronel
Jerónimo Quiroga y á éste le mandé que la ponga a disposición de S.S. el
Jefe Superior. Continué mi marcha á esta Villa de Tupiza que se hallaba llena
de consternación al saber que habían penetrado en Bolivia las huestes de
Varela, pues ignoraban que eran asilados y que habían prestado toda
sumisión á las leyes del país y autoridades, y a mi arribo, que fue á las once
de la noche, quedó el pueblo tranquilo con el aviso que se le dió. En este día
siete, a las tres de la tarde, estará aquí toda esa emigración reunida y
espero que, dándoles el tiempo suficiente para restablecerse de la ruina en
que llegan, se hará que los jefes continúen su marcha al Departamento de
la Paz, cumpliendo así la Suprema Circular de 27 de Setiembre, y haciendo
que los individuos de tropa regresen a su país, o bien tomen alguna
ocupación de que puedan subsistir.
Entre tanto, me permitiré manifestar a U.S.I. que el Jeneral Varela ha
sido sumiso y ciegamente obediente á cuanto se le ha ordenado. Es cuanto
tengo la honra de comunicar a U.S.I. para que se sirva ponerlo en
conocimiento del Supremo Gobierno.
Dios guarde a U.S.I. - S.J.C.J.
JOSÉ MARÍA VALDA."
IX
Tal ha sido, pues, mi campaña, tales mis marchas en la guerra que he
hecho al tirano de mi patria durante un año, combatiendo por los santos
principios que dejo consignados en mi proclama inscrita en este cuaderno.
Los que no han conocido aquella, han encontrado siempre a mis
soldados muertos en el campo de batalla, publicando su lema político en un
cintillo moldoré sobre su frente: ese cintillo dice:
¡Federación o Muerte! ¡¡Viva la Unión Americana! ¡Abajo los Negreros
Traidores a la Patria!
La palabra Federación, tien aquí una significación especial. Es un
vocablo que envuelve un significado opuesto al de Centralismo, que hemos
combatido siempre en las provincias, para recuperarnos las rentas de la
Nación confiscadas, centralizadas en Buenos-Aires, como ya lo dejo
demostrado de un modo ostensible en este manifiesto.

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