Lovesong: Canción de amor
Una historia de Green Creek
Por TJ Klune
Nota del autor: Esta historia es parte de una saga que debe ser leída en orden,
empezando por Wolfsong: La canción del lobo, seguida por Ravensong: La
canción del cuervo. Si no ha leído ambos libros aún, esta historia contendrá
grandes spoilers. Ha sido advertido.
manadamanadamanada
i.
Cuando ella sueña estos días, es siempre en tonos de azul.
Está en un bosque interminable. Los árboles se estiran hacia el cielo
estrellado. Siente la hierba fresca bajo sus pies descalzos. La luna brilla. Está
llena. Por supuesto.
No está sola.
No puede verlo. Pero sabe que está ahí. Lo oye respirar.
Ella gira su cabeza para verlo, pero no hay nada más que un destello
blanco desapareciendo entre los árboles.
Cuando se despierta, su rostro está húmedo.
ii.
La primera vez que él la hace reír es cuando le dice que piensa que es
linda.
Ella se ríe de él. No es cruel. Está sorprendida. Se sobresalta y no puede
evitarlo, aunque lo intente.
No lo lastima.
Él se ríe también, sonrojándose cuando aparta la mirada.
iii.
Cuando está embaraza con su primer hijo, él se vuelve un idiota posesivo.
Le gruñe por lo bajo a cualquiera que toque su vientre.
Cuando ella ha tenido suficiente, le da una palmada en la cabeza y le dice
que se calme.
Él parpadea sorprendido, el brillo naranja desvaneciéndose de su mirada.
–Lo siento – dice, sonando avergonzado–. No sé por qué hice eso.
Ella toma su mano y la presiona contra su estómago. Por un momento, no
sucede nada.
Ella gimotea cuando lo siente patear (Carter, ya está pensando, Carter,
Carter, Carter), pero cualquier molestia desaparece al ver su rostro.
Él está asombrado.
iv.
Cuando la muerte llega por ellos, es rápida y brutal. Ella está en la manada
Bennett, sí, y es la compañera de un futuro Alfa, pero es madre primero, y sus
instintos son los de proteger a su hijo.
Ella mata ese día. Ella toma la vida de al menos seis personas que han
venido a su territorio con ira en sus corazones y balas de plata. El primero es un
hombre grande parado sobre un lobo muerto, uno de los primitos. Él no la ve venir.
Sus fauces se cierran alrededor de su cuello y ella lo retuerce, los huesos
crujiendo bajo sus colmillos.
La última persona que ella mata es una mujer. Ella levanta su arma hacia el
que fue y será rey.
No tiene oportunidad de jalar el gatillo.
No queda mucho de ella para cuando Elizabeth Bennett termina.
Cuando todo lo que queda es humo y memoria, ella lo siente.
Todo lo que han perdido.
Richard Collins es quien lo nota primero.
Ella no lo entiende. Nunca lo ha hecho. Siempre ha habido algo… raro, pero
Thomas se reía y le decía que estaba viendo cosas.
Cuando su compañero aúlla, hay un cambio en la cadencia. Y es entonces
cuando se da cuenta.
Thomas Bennett la mira con ojos color sangre.
v.
Carter llega, y hay dolor, brillante y agudo. Es real, y ella lo siente con una
satisfacción primitiva mientras la desgarra. Es su dolor, le pertenece a ella, y nadie
puede quitárselo. Lo disfruta mientras el sudor gotea por su frente.
Son pocos, ahora.
Su manada.
Pero los escucha murmurando en su cabeza, y es amor y fuerza y sí sí sí.
Y con un llanto de alivio que suena como una canción, el niño llega al
mundo.
El primero.
Pero no el último.
vi.
Están cometiendo un error.
Ella lo sabe.
Se lo dice a Thomas.
–¿Cómo podemos hacerle esto? –pregunta–. ¿Cómo puede esto ser lo
correcto?
Thomas se pasa una mano por la cara. Está cansado. Tiene bolsas bajo
sus ojos y una barba de varios días en sus mejillas. Él siempre iba a ser el Alfa,
pero pasó mucho antes de lo que cualquiera hubiera esperado. Ella cree que él lo
daría todo con tal de volver a tener a su manada.
Él es un buen hombre, pero ahora mismo, ella no lo entiende.
–Tenemos que mantenerlo a salvo –dice con esa familiar dureza en la
mandíbula que ella ama y desprecia a partes iguales–. Será mejor para él si se
queda aquí. Los lobos… ellos no confían en los humanos. Especialmente este
humano. Ellos… ellos creen que Robert le hizo algo. A sus tatuajes. Un seguro
contra fallos. Por si acaso.
–Puedes pelear por él –responde ella–. Él no es como su padre. Si lo
haces, lo pondrás en un camino del que te arrepentirás con el tiempo.
Ella nunca ha sido recatada. Ha visto a otras compañeras de Alfas, sumisas
y calladas. Ella nunca fue así. Si Thomas se lo pidiera, si demandara su silencio,
ella lo desgarraría miembro por miembro.
Pero esta la va a perder.
Y lo que es peor es que ella va a seguirlo.
Ella no sabe en qué los convierte eso.
No sabe en qué la convierte a ella.
–Lo sé –dice Thomas, sonando agotado–. Pero ellos no. Y tengo un deber,
Lizzie. Una obligación. Mi padre… –sacude su cabeza–. Yo soy el Alfa de todos.
No tengo opción.
Ella quiere decirle que la tiene. Que podría rendirse. Dejar que alguien más
se preocupara por el destino de los lobos. Quiere decirle que no pueden hacer
esto. No pueden separar su manada. No después de todo.
Pero no lo hace.
Y se arrepentirá por el resto de su vida.
–Esto destruirá a Mark –dice en voz baja–. Nunca estará de acuerdo.
Los ojos de Thomas enrojecen–. Lo hará. Soy su Alfa. Hará lo que yo le
diga.
–Entonces él nunca te perdonará.
El rojo desaparece, y todo lo que siente es azul. Es un océano de dolor, y
ella sabe cuánto le está doliendo esto. Sigue sin ser excusa–. Lo sé –dice–. Pero
no tengo otra opción.
Ella lo ama, pero cree que es un mentiroso.
vii.
Kelly es… diferente. Es más tranquilo. Llega temprano y termina más rápido
de lo que ella espera. Hay dolor, pero no es como con Carter.
Él no llora.
Ella cree que algo está mal.
Pero él respira y parpadea mirándola mientras está en sus brazos.
–Hola –dice–. Hola, mi pequeño niño.
viii.
Con Joe, las cosas cambian.
No puede decir exactamente cómo lo sabe, pero incluso en el vientre, no es
como fue con Carter y Kelly. Hay una sensación de algo más. Se siente culpable
por pensar de esa manera, y no es hasta que habla con Thomas que entiende.
–Alfa –dice sencillamente–. Creo que este será el Alfa, Richard también lo
cree.
Y oh Dios, eso la aterra.
ix.
Cuando Joe regresa a ellos, no habla. Sus ojos están vacíos y no responde.
Ella no sabe qué hacer.
Odia a Richard por lo que ha hecho.
Odia a Thomas por dejar que sucediera.
Odia a los lobos en este lugar. Este no es su hogar. Maine nunca será su
hogar, y ahora uno de sus hijos está hueco y oscuro. Ella piensa en tomarlos y
correr muy muy lejos.
No lo hace.
Ella besa sus mejillas.
La punta de su nariz.
Su barbilla.
Carter y Kelly se enrollan a su alrededor.
Pero es como si se hubiera ido.
Y ella no sabe cómo hacerlo regresar.
x.
Todo es bastones de caramelo y piñas.
Épico y asombroso.
Es boom y rawr.
Es un chico extraño llamado Ox.
Ella no sabe qué hacer con él.
Pero ella lo quiere. Casi de inmediato.
Y por esa única razón, quiere mantenerlo alejado.
La muerte, piensa mientras escucha hablar a su hijo por primera vez desde
que se lo devolvieron, siempre viene por los lobos.
Y cuando Joe viene a ella, cuando dice que quiere darle su lobo de piedra a
Ox, ella acepta, aun sabiendo lo manipulador que sería. Ox no sabe la verdad. Él
no sabe lo que significa. Pero su hijo está hablando, y sus ojos están llenos de
vida, tanta vida que no puede negarle nada.
Ella no duerme mucho esa noche.
xi.
Ella empieza a pintar otra vez.
Al principio es furioso. Salvaje. Líneas duras y pinceladas de color.
No se siente suficiente.
xii.
Ella no les dice a dónde va. Están distraídos. Los niños están en la escuela.
Mark y Thomas están en conferencias telefónicas en la oficina.
Ella camina hacia el pueblo. El bosque huele como siempre. El camino de
tierra cruje bajo sus pies.
Ella piensa en lo que va a decir.
O lo que va a hacer.
No sabe cómo va a reaccionar.
‘Lo de Gordo’, dice el cartel.
Sonríe para sí misma.
No hay nadie en la recepción.
Ella toca el timbre y espera.
Es disonante, la primera vez que lo ve. Él no es como era. Es más duro.
Ella cree que él la odia, y se lo merece.
Sus tatuajes parpadean.
–Gordo –dice ella, sorprendida cuando su voz se quiebra.
Sus ojos se oscurecen–. ¿Qué carajos estás haciendo aquí?
Ella responde–. Lo lamento. Por todo lo que te hicimos.
–Vete a la mierda. Lárgate de aquí.
Ella asiente–. Joe, él…
–Thomas ya me lo dijo. Le dije que no.
Ella dice–. Thomas nunca tomó otro brujo. Ellos se lo pidieron. Se lo
rogaron. Él les dijo que no. Que él ya tenía un brujo.
Es injusto de su parte. Hacer esto. Decir esto. Es calculador, y puede ver el
momento en que llega. Su expresión flaquea antes de mirarla fríamente-. No me
importa.
–Estuvo mal –dice ella, quiere tocarlo. Tomar su cara entre sus manos y
suavizar las líneas de enfado–. Lo que te hicimos. Éramos jóvenes. Y estábamos
asustados.
–Solo estás diciendo esto porque necesitas que te ayude con Joe –le
espeta–. ¿Dónde estuviste antes? Años, Elizabeth. Han pasado años.
–Tantas veces –ella dice–. Tantas veces tomé el teléfono, queriendo oír tu
voz. Pero yo…
Él se ríe, y es el sonido más amargo que jamás ha oído–. Pero no lo hiciste.
Ojos que no ven, corazón que no siente.
Sí. Es exactamente lo que fue. Y la verdad duele–. Nosotros… Cometimos
errores.
–Jódete. Y que se jodan tus errores.
Ella no conoce a este hombre. Este hombre furioso. Ella no lo conoce, y es
su culpa–. Mark…
–No –le gruñe–. No digas su nombre.
Ella parpadea y retrocede–. Lo siento. Yo solo… –sacude su cabeza–. Te
amo. Y no espero que me creas. Y entiendo por qué no lo harías. Pero te amo,
Gordo. Te amo.
Él se ríe, y oh el odio que se oye en su voz. Es como veneno–. Sí, sin duda
me demostraste lo mucho que me amabas. Todos ustedes.
Ella se da la vuelta para irse, no quiere que la vea llorar.
Se detiene cuando él dice–. Ox.
Ella traga con fuerza, mirando por la fachada de la tienda hacia la calle.
Él dice–. Déjenlo fuera de esto.
–Creo que ya es muy tarde –susurra.
–Ya tienen sus garras en él –dice Gordo en un tono muerto–. Por supuesto.
Los lobos arruinan todo lo que tocan. No dejaré que se lo hagan a él.
Ella no mira hacia atrás.
xiii.
Al final, sin embargo, llega.
Ella se pregunta por qué.
Ella no sabe si haría lo mismo si estuviera en su lugar.
Joe está atrapado en su transformación. No es del todo un niño. No es del
todo un lobo.
Y Gordo llega.
Ella es una loba, y sus instintos se han disparado.
Ella le gruñe.
Él pone los ojos en blanco.
Thomas dice–. Ox. Necesita a Ox.
Los hombros de Gordo caen en señal de derrota.
xiv.
Luego se enteraría que le dijo al chico que era real.
Que los monstruos son reales.
Que todo es real.
Tiene razón. Desde luego.
Elizabeth conoce a los monstruos.
xv.
Maggie Callaway es una mujer maravillosa.
Es feroz.
E inteligente.
Y más fuerte de lo que ella misma cree.
Cuando se conocen por primera vez, Elizabeth entiende cómo es que
alguien como Ox pueda insistir. Es por su madre.
Y se convierten en amigas, Maggie y Elizabeth. No ha tenido una amiga en
mucho tiempo. Es… bueno tener a alguien como ella. Alguien que no se da cuenta
de que Elizabeth es esencialmente una reina. Es más fácil de esa manera.
Cuando descubre que ellos son lobos, Maggie está conmocionada.
Pero solo dura por un día o dos.
Ella viene a la casa un día no mucho después.
Se sientan en la mesa de la cocina, la luz del sol entrando por una ventana.
Solo ellas dos. Elizabeth disfruta de este contacto. Está hambrienta de él.
Maggie dice–. Él es parte de esto, ¿cierto?
Elizabeth asiente lentamente–. Eso creo.
Maggie enrosca la mano alrededor de su taza de té–. Él es especial.
–Lo sé.
–Una madre siempre piensa eso de su hijo. Pero…
–Es más que eso con Ox.
Ella aparta la mirada–. Su padre nunca pensó eso.
–Su padre estaba equivocado.
Maggie asiente–. ¿Por qué? ¿Lo sabes? ¿Lo sabe Thomas?
No. No lo saben. Pero está ahí todo el tiempo. Ella se estira y toma la
muñeca de Maggie. Ella no es exactamente manada (aún no, por lo menos no
como Ox) pero Elizabeth no puede ignorar su instinto. Está complacida con su olor
en esta asombrosa mujer–. Hará grandes cosas, tu Ox.
Maggie sonríe. Tiembla hasta el punto de romperse–. No escucha eso lo
suficiente. Trato de hacerlo entender –ella duda. Luego–. Ox me dijo que eres
pintora.
Elizabeth parpadea–. Lo soy.
Maggie parece tímida cuando dice–. Qué bien. ¿Crees… Crees que pueda
ver? No sé nada de arte, pero reconozco cosas bonitas cuando las veo.
Pasan el resto del día juntas.
Cuando Maggie es asesinada en su territorio, Elizabeth está a punto de
destrozar el mundo.
xvi.
Es rápido cuando sucede.
En un momento ella está gruñendo, su cola crispada, sus dientes
manchados con sangre de Omegas.
Y en el siguiente, se rompe en su interior como el cristal, los fragmentos
incrustados en su piel.
Su aliento abandona su cuerpo como si hubiera sido golpeada en el
estómago.
Ella da un tambaleante paso al frente, su cerebro de loba pensando no y
compañero y Thomas Thomas Thomas.
Corre más rápido de lo que ha corrido antes.
Pero es demasiado tarde.
Joe está de rodillas, su cabeza inclinada hacia atrás.
Sus ojos están llenos de fuego.
Es el Alfa.
Lo que significa…
xvii.
Vienen de muy lejos.
Michelle Hughes no.
Elizabeth está agradecida por eso. Ella no sabe lo que haría si Michelle
mostrara su cara en Green Creek. Está mezclada con Osmond y Richard Collins
en la mente de Elizabeth, y aunque no sea justo, así son las cosas.
Ella es la madre lobo. Los que vienen a presentarle sus respetos la
admiran. Ella acepta sus condolencias. Ello tocan su mano y sus hombros. Ella
apenas puede resistirse.
La dejan en paz… antes.
Sola. Con él.
Thomas ha sido bañado, la sangre lavada.
Su piel está pálida.
Ella dice–. ¿Cómo pudiste dejarme así?
Ella dice–. Te odio.
Ella dice–. Oh, oh, oh.
Ella dice–. Una vez fuimos jóvenes. Y sonreías. Lo recuerdo. Tus ojos
estaban muy abiertos, y dijiste que tenías algo para mí. Sabía lo que era, y aunque
tenía miedo, sabía que era lo correcto. Que diría que sí. Porque no había nadie
más para mí. Nunca lo ha habido. Y tú… Tú me dejaste aquí. ¿Por qué?
Él no responde.
No puede.
Se ha ido, ido, ido.
Ella cierra sus ojos, intentando encontrarlo. Tratando de buscar entre los
lazos que se extienden entre todos ellos. Si él está ahí, incluso la parte más
pequeña, ella lo sabrá. Especialmente en este lugar. Es diferente aquí. Más fuerte.
Más poderoso. Su madre le dijo cuando era niña que todos los que se van nunca
se van de verdad.
Pero no puede encontrarlo.
Hay un agujero rasgado donde debería estar.
xviii.
Él arde en el bosque esa noche.
Los lobos cantan sus canciones para el rey caído.
La suya es un aria de azul.
xix.
Después, siempre después.
Se separan.
Tres años.
Un mes.
Veintiséis días.
Y durante la primera parte, no conoce nada más que el lobo. No es justo de
su parte, estar tan perdida en su duelo. Tiene una manada. Tiene a sus hijos. Pero
cuando ellos se van, ella no sabe cómo manejarlo.
Antes de que se vayan, le dice a Gordo que lo matará si algo les pasa bajo
su cuidado.
Está mintiendo.
Está cansada de la muerte.
Quiere decirle que lo ama. Que Thomas lo amaba.
Pero no puede encontrar las palabras.
Eso es culpa de ella.
Ella está equivocada en esto.
Pero Gordo se ha ido.
No mucho después, ella se transforma y no regresa por meses.
xx.
Alfa, le dice a Oxnard Matheson, y nunca lo ha dicho más en serio.
xxi.
Cuando sus hijos regresan a ella, no los reconoce.
Oh, reconoce su olor. Puede sentirlos por los lazos, pero es diferente.
Son hombres ahora. Más duros de lo que han sido antes.
Pero no es hasta que tiene a Carter y Kelly en sus brazos cuando sabe que
siguen siendo sus hijos–. Mamá –susurran contra su cuello–. Mamá. Mamá.
Mamá.
–Mis niños –ella susurra en respuesta–. Los amo tanto.
xxii.
Ella mira el cuerpo sin cabeza de Richard Collins.
Debería estar furiosa.
No lo está.
Es solo tristeza.
Ella dice–. Tomaste tanto de mí. De nosotros. Pero solo estabas perdido,
creo. Nunca ibas a ganar.
No es perdón.
Pero es algo.
xxiii.
El dolor es una cosa curiosa. Hay días donde parece que se desvanece,
como si no fuera más que un zumbido en el fondo de su mente.
Pero entonces una pequeña cosa puede desencadenar todo de nuevo.
Ella está en la oficina, quitando el polvo de las estanterías. Es mundano. Es
fácil. Permite que su mente divague. Richard ha estado muerto por seis meses y
ella está volviendo a aprender cómo ser. Sonríe más estos días. Se ríe a veces.
Su manada es fuerte, y la madre lobo está orgullosa. Green Creek se está
asentando de nuevo, y aunque sabe que puede que no dure, por ahora es
suficiente.
Sale repentinamente de sus pensamientos cuando lo siente.
Es como si estuviera parado justo ahí.
Puede olerlo, y es humo de leña y pino y campo.
Se da la vuelta.
No hay nadie.
Pero…
Hay un libro en el suelo.
Ella dice–. ¿Eres tú querido? Por favor.
No hay respuesta.
Se agacha junto al libro en el piso. Es viejo. La portada está vacía. Le toma
un momento reconocerlo.
Cuando él la cortejaba, le leía poesía. Él pensó que era romántico. Ella
pensó que era ridículo, pero lo amó por eso.
Su poeta favorito era Pablo Neruda. Porque, por supuesto, lo era. El santo
patrono de las palabras bonitas.
Ella recoge el libro.
Hay un pedazo de papel en su interior.
Ella abre el libro.
Mira el poema impreso en la página.
…y algo golpeaba en mi alma,
fiebre o alas perdidas,
y me fui haciendo solo,
descifrando
aquella quemadura,
y escribí la primera línea vaga,
vaga, sin cuerpo, pura
tontería,
pura sabiduría
de que no sabe nada,
y vi de pronto
el cielo
desgranado
y abierto…
Fue uno de los primeros que le leyó.
Ella se rió de él, sintiendo que se le calentaba el rostro. Pero él era tan serio
al respecto, así que...
Y oh, aquí está de nuevo, este dolor. Aquí está, mordiendo, arañando y
desgarrando, diciendo siempre he estado aquí, nunca me he ido, y voy a
consumirte.
Ella apenas puede respirar.
El libro cae al suelo.
El papel suelto se sale.
Su olor es más fuerte que nunca.
La está ahogando.
–¿Qué es esto? –pregunta, y si se concentra lo suficiente, pareciera que
puede escucharlo decir Mi amor, mi esposa, es todo lo que me queda.
Lo levanta del piso, con las manos temblando.
Una única página, y cuando la abre, ve que está fechado.
Una semana antes de que falleciera.
Ella no quiere leerlo.
Lo hace de todas maneras.
En un manuscrito familiar, dice:
A mi amada:
No soy un hombre perfecto. He cometido errores. Muchos, muchos errores.
Me arrepiento de la mayoría de ellos. Hice lo que creí correcto, y la retrospectiva
me está demostrando que estaba equivocado.
Pero ninguno de estos pesares eres tú.
Has hecho que esta vida valga la pena.
Me has dado una familia.
Me has dado un hogar.
No sé lo que depara el futuro. No sé lo que pasará. Pero sé que nuestra
manada es fuerte, y haremos frente a lo que venga.
No sé lo que haría sin ti.
Me mantienes honesto.
Me mantienes entero.
No me dejas salirme con la mía (¡incluso cuando yo quiero!).
Todo lo bueno que hay en mí es gracias a ti.
Y aquí, en nuestro aniversario, quiero que sepas que yo…
Y eso es todo.
Está incompleta.
La lee una y otra y otra vez, y cuando por fin levanta la vista, el olor a humo
de leña, pino y campo se ha desvanecido.
xxiv.
Hay una puerta.
Una puerta para todo.
xxv.
Comienza a construirse de nuevo.
Ella cree que su territorio está maldito.
Que todo lo que hacen es pelear.
Por un breve momento, se pregunta si merece la pena.
Pero es fugaz.
Porque ella es una madre lobo.
Y hará todo lo posible para proteger lo que le pertenece.
xxvi.
Cuando pierde a Carter ante el Omega que lleva dentro, cuando Mark se
transforma, ojos violetas y brillantes, ella entiende el verdadero odio.
Ella odia a aquellos que quieren quitarle.
xxvii.
Hay una puerta.
En la mente de Ox.
Y necesita ser destrozada.
Eso es justamente lo que hacen.
Ella lo ve, brevemente, sentado frente a la puerta. Su pelaje es blanco y sus
ojos rojos, y escucha a Gordo decir oh, pero este momento no es solo para ella.
Es para todos ellos.
Y la desgarra.
En su cabeza hay un destello–ManadaAmorEsposaHermanoHijo–pero
desaparece antes de que pueda captarlo.
La puerta se rompe.
xxviii.
Hay un final.
Pero solo lleva a un nuevo comienzo.
Ahora están en guerra.
Robert Livingstone se alzará.
Michelle Hughes ha tomado su decisión.
Y la manada Bennett responderá de la misma manera.
Ella observa desde el porche de la casa al final del camino como los
Omegas se reúnen nerviosamente, luciendo temerosos e inseguros.
Carter refunfuña cuando el lobo gris lo sigue a donde vaya, gruñendo a
cualquiera que intente acercarse. Ella se pregunta cuánto tiempo le tomará darse
cuenta. Se ríe cuando Carter le suelta un manotazo al lobo, diciéndole que se
vaya a la mierda. El lobo ignora a su hijo mientras se presiona contra él. Carter no
lo aleja.
Kelly y Robbie están sentados lado a lado en los escalones del porche.
Kelly mira a Robbie antes de apartar la mirada rápidamente. Robbie hace lo
mismo un momento después. Sus ojos nunca se encuentran. Ella se acuerda de
ella y Thomas. Robbie es un buen hombre. Kelly es muy afortunado.
Rico, Chris y Tanner están trabajando en la camioneta de Ox. Se dan
empujones mientras maldicen al motor. Chris y Tanner están sanando. Son tan
frágiles. Ella se pregunta si alguna vez tomarán la mordida. Es su decisión, pero
necesita convencerlos. No sabe si le corresponde.
Mark y Gordo están regresando de la casa azul. Mark se acerca y toma la
mano restante de Gordo. Ella piensa que Gordo se apartará. No lo hace. El cuervo
en el cuello de Mark parece agitar sus alas.
Ox y Joe están parados frente a los Omegas. Hablan tranquilamente, sus
voces son suaves pero exudan una fuerza innegable. Los Omegas los miran con
veneración.
–Es la calma antes de la tormenta, ¿verdad? –Jessie pregunta a su lado.
Elizabeth la mira–. Sí.
Jessie asiente, viendo a su manada–. ¿Siempre será de esta manera?
Sí–. No lo sé.
Jessie se acerca y toma su mano. Elizabeth la aprieta agradecida. Jessie
dice–. No importa.
–¿No?
Jessie sacude su cabeza–. Estaremos aquí. No importa qué. Siempre.
Somos manada.
Elizabeth le cree.
xxix.
Esa noche, duermen juntos en la sala, con los sofás echados hacia atrás y
mantas y almohadas esparcidas por el suelo. Los Omegas están en el sótano,
descansando tranquilos sabiendo que su Alfa está justo sobre ellos.
–No me voy a desnudar –dice Rico seriamente–. La última vez que lo hice,
Carter me agarró los huevos mientras dormía, y no quiero que Bambi le patee el
trasero por tocar lo que le pertenece.
–Oh por favor –Carter le espeta–. Desearías que te agarrara los huevos.
–Tiene como el doble de tu edad –le dice Chris–. Podrías decirle Papi si
quisieras.
–Papi –dice Rico con un resoplido– Me dirías Papi.
–Que asco –susurra Kelly mientras se recuesta junto a su hermano. El lobo
gris gruñe, pero Carter le da una bofetada en la cabeza, y se calma. Se acuesta al
lado de Carter, incluso aunque suspire.
–¿Bambi te dice Papi? –pregunta Tanner. Luego hace una mueca–. ¿Sabes
qué? No respondas, no quiero saberlo.
–Oh, me llama mucho más que eso. Lo grita, incluso...
–Puedo llamarla y preguntarle –interrumpe Jessie, acomodándose al lado
de Elizabeth–. Saber lo que piensa.
–No –responde Rico rápidamente–. No hay ninguna necesidad de hacer
eso. De hecho, nunca hablemos con ella de nada de lo que digo cuando no está
aquí, por... razones.
–Tenemos nuestra propia casa –le gruñe Gordo a Mark–. No sé por qué no
solo nos vamos allá.
–Te gusta hacer pijamadas –le dice Robbie–. Incluso aunque te enojes y
hagas esa cara y…
–Te prenderé fuego –Gordo lo amenaza–. Y romperé tus estúpidas gafas.
–Perro que ladra no muerde –dice Mark, besando el costado de su cabeza.
Gordo pone los ojos en blanco pero no discute más.
Ox y Joe están en el centro. Sus corazones laten en sincronía, y fluye a
través de todos ellos. Elizabeth está empezando a dormirse cuando…
–Todos en el pueblo creen que tenemos orgías –dice Rico, sin propósito–.
Y no les digo lo contrario. Solo para que sepan.
Hay gritos de horror que llevan a una pelea de almohadas.
Elizabeth cierra sus ojos y sonríe.
xxx.
Cuando ella sueña estos días, es siempre en tonos de azul.
Está en un bosque interminable. Los árboles se estiran hacia el cielo
estrellado. Siente la hierba fresca bajo sus pies descalzos. La luna brilla. Está
llena. Por supuesto.
No está sola.
No puede verlo. Pero sabe que está ahí. Lo oye respirar.
Ella gira su cabeza para verlo, pero no hay nada más que un destello
blanco desapareciendo entre los árboles.
Excepto que esta vez, cuando se despierta, su rostro no está húmedo.
Ella mira a su manada.
Están durmiendo profundamente. Todos enredados.
Ella…
Humo de leña.
Pino.
Campo.
Ella se sienta.
Hay una canción de amor aullando en su cabeza.
Se levanta lentamente.
Oye el repiquetear de garras en el porche, la madera crujiendo.
Como si un animal pesado se paseara frente a la puerta.
Ella pasa sobre los demás con cuidado.
Toma el chal que cuelga de un gancho junto a la puerta y se lo envuelve
alrededor de los hombros.
Respira hondo.
Y abre la puerta.
El porche está vacío.
El aire es frío cuando sale de la casa, cerrando la puerta tras de sí.
Ella escucha.
En la distancia, hay un susurro.
Dice, Algo golpeaba en mi alma, fiebre o alas perdidas, y me fui haciendo
solo, descifrando aquella quemadura.
Ella sale del porche.
La hierba está fresca bajo sus pies descalzos.
Las estrellas brillan sobre ella. La luna casi está llena. Jala de ella.
Pero ella no se transforma.
Los árboles se mecen mientras ella camina por el bosque.
Ella cree que descifrará la quemadura.
Aquí. Por fin.
Porque el dolor es fuego. Arde hasta que todo lo que queda son huesos
carbonizados de una vida que solía ser.
No está sola mientras camina. No los puede ver, pero los puede sentir.
Ella llega al claro.
Aquí, una vez, un chico le dijo que la amaba.
Aquí, una vez, ella lo besó.
Aquí, una vez, él la besó.
Y aquí, una vez, él ardió mientras las canciones lo guiaban a casa.
Después de que no fuera más que ceniza, cuando sus brasas se hubieran
enfriado, ella regresó sola, un viejo lobo de piedra en sus manos.
Cavó entre cenizas y tierra.
Y enterró ahí el lobo de piedra, profundo en la tierra.
Y ahí permaneció.
Pero…
Se sienta en medio del claro y espera.
La canción de amor ruge a través de ella.
No espera mucho tiempo.
Ve ojos naranjas en los árboles a su alrededor. Docenas.
Cientos.
Se pasean entre los árboles, nunca se acercan.
La están protegiendo.
Conoce a muchos de ellos.
Los que no conoce vinieron antes que ella, pero son suyos igualmente.
Ve un destello de rojo, pero no es el que estaba esperando.
–Abel –susurra, y el lobo aúlla.
Ella cierra sus ojos.
Hay un soplo de aire caliente contra su rostro.
Ella sonríe.
–Hola, querido –dice, y su voz se quiebra.
Abre sus ojos.
Frente a ella hay un gran lobo blanco.
En su boca, sostiene un lobo de piedra.
Lo deja con delicadeza a sus pies. Lo empuja hacia ella.
Aquí está, una vez más, entregándoselo.
–Lo enterré –le dice–. Porque pensé que podía ser una parte de mí que
podrías llevarte a donde fueras.
Él resopla y sacude la cabeza, sus ojos brillan. Se sienta sobre sus cuartos
traseros, elevándose sobre ella. Ella inclina su cabeza hacia atrás para mirarlo.Él
presiona su hocico contra su frente, y ella dice–. Oh.
Hay brillantes destellos de luz.
Ella escucha su voz.
Él dice–. Lo siento. Por todo. Por dejarte. Por dejar a nuestra familia. Nunca
quise. Todo lo que siempre quise fue estar contigo. Tú eres mi luna. Jalas de mí.
Me haces aullar. Me haces cantar.
Y vi de pronto el cielo desgranado y abierto.
Él dice–. Te he amado desde que te conocí. Y te amaré por siempre.
Las luces se hacen más brillantes. Es azul como la tristeza, pero lo
atraviesa el dulce verde del alivio, y ella sabe que pase lo que pase después,
habrá tenido este momento.
Las luces desaparecen.
Y allí, ante ella, se sienta Thomas Bennett. Está desnudo, y su piel no tiene
marcas. La muerte lo ha curado.
El grito de alegría que da resuena a su alrededor. Los lobos entre los
árboles cantan en respuesta.
Ella lo derriba.
Él se ríe.
Su piel es cálida.
La rodea con sus brazos.
Él besa su mejilla.
La punta de la nariz.
Y la parte superior de la cabeza.
Es fuerte.
Y vital.
Y…
–Es un sueño –susurra ella contra el espacio en su garganta.
–Algo así –dice él en su cabello–. Estás durmiendo con nuestra manada.
Estás sana y salva. Pero esto… Esto es un regalo. Un regalo de nuestro territorio,
por todo lo que hemos pasado. Una última oportunidad hasta que nos volvamos a
encontrar.
Ella se permite romperse.
Él la sostiene mientras ella solloza.
Su voz es áspera cuando dice–. Hey. Oh, Lizzie. Shush. Nada de eso.
Se le encoge el pecho cuando levanta la cabeza.
La sonrisa de él tiembla. Sus ojos se han humedecido.
Ella tiene tanto que decir.
Tanto que contarle.
Se decide por–. Tú, maldito idiota.
Él parpadea sorprendido cuando ella lo golpea en el pecho–. ¡Hey! ¡Eso
duele!
–No me importa –le gruñe, sintiendo sus colmillos descender–. Tú… Tú,
bastardo.
Ella cede ante su furia.
Ella cede a su rabia.
Él la acepta, al menos durante un momento. Después de un rato, él toma su
mano y la sostiene firmemente–. ¿Podrías detenerte?
–¿Por qué? –pregunta ella–. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué tuviste que
dejarnos? ¿Dejarme?
Él suspira y deja que su cabeza se recueste en la hierba. Aún sostiene sus
muñecas, y ella se maravilla por lo real que se siente. Él dice–. Un Alfa es un líder,
pero sobre todo, un protector. Al final, él o ella pone a su manada por sobre todo lo
demás. Un Alfa hará lo que sea para mantener a su gente a salvo.
Oh. Ella ha oído eso una y otra vez, ¿no es cierto? Por supuesto que lo es.
Ser la compañera de un Alfa se encargó de que lo fuera.
Ella se desliza, acostándose a su lado en la hierba. Él la suelta. Ella gira su
cabeza para presionar su frente con su hombro. Inhala su olor–. Desearía que tú
nunca…
–¿Me hubiera convertido en Alfa?
–Sí.
–Lo sé.
–No es justo.
–También lo sé. Pero mira lo que has hecho por tu cuenta –se ríe en voz
baja–. Esta… manada nuestra. Los lobos. Los humanos. Son fuertes –su risa
desaparece–. Y lo tendrán que ser. Todos tendrán que serlo. Por lo que viene.
Ella cierra los ojos–. ¿Puedes decirme lo que es?
–No lo sé –sonaba frustrado–. Es… un presentimiento. Una tormenta. En el
horizonte. Todo cambiará. Para ti. Para todos los lobos. Ox… –ella siente cómo
sacude su cabeza–. Está perdido en la tormenta. Él es importante. Todos ustedes
lo son –y luego susurra–. Robbie se… –pero no continúa.
Ella le pregunta a qué se refiere.
Él no lo sabe.
–No es justo –vuelve a decir ella, incapaz de contener la amargura en su
voz–. ¿Por qué tenemos que ser nosotros?
–Por quiénes son –responde en voz baja–. Son la manada Bennett. Y su
canción siempre será oída.
Los lobos a su alrededor empiezan a susurrar a través de los lazos.
Dicen manada y manada y manada.
Ella escucha.
Él se sienta y ladea la cabeza.
Y luego dice–. Persígueme. Te amo, persígueme.
Se transforma, el crujido de músculos y huesos se oye fuerte en el claro.
Ella no lo piensa dos veces.
También se transforma.
Corren juntos en el bosque. Ella le pellizca los talones. La punta de su cola.
Él responde con un mordisco juguetón, zigzagueando entre los árboles. Ella corre,
él corre, corren juntos, y es como solía ser, antes. Cuando eran jóvenes y no
tenían nada que temer. Ella lo escucha riendo en su cabeza, y es tan alegre y
brillante que le acelera el corazón.
Los otros lobos corren a su alrededor, siempre fuera de su vista. Los siente,
los reconoce, destellos brillantes en la oscuridad que no ha sentido desde que
llegaron los cazadores y se los llevaron a todos.
Corren.
Todos ellos.
Él dice, AmorEsposaCompañera.
Él dice, estás aquí estás aquí estás aquí.
Él dice, y yo también y no importa a dónde vayas.
Él dice, no importa lo que hagas.
Él dice, siempre estaré contigo porque te amo te amo te amo.
Ella canta su canción de amor a los árboles y al cielo, y es azul y verde y el
territorio que la rodea tiembla con el poder de su voz.
Green Creek se estremece y tiembla con su llamado.
Hacia el final, los lobos a su alrededor comienzan a desvanecerse.
No se han ido, sólo… han vuelto a la tierra.
A la luna.
Ella sabe que no le queda mucho tiempo.
Se transforma, jadeando mientras cae con sus manos y rodillas.
Levanta la vista cuando el lobo blanco se gira hacia ella.
Susurra–. Te perdono.
Y lo dice en serio.
Él echa su cabeza hacia atrás y aúlla.
Resuena a través del bosque.
En su eco, ella oye mantenlos a salvo mantenlos a salvo y diles diles diles
que su padre los ama y y y estaremos juntos de nuevo un día un día estaremos
juntos y correremos como una manadamanadamanada.
Y entonces él da un paso adelante y le presiona el hocico contra su frente y
ella dice–. Oh
El mundo explota a su alrededor.
xxxi.
Ella abre los ojos.
Está en la casa.
Su manada respira profundamente a su alrededor.
Fue un sueño.
Todo fue un sueño.
Duele más que...
–¿Mamá?
Ella se sienta.
Joe y Carter y Kelly están despiertos. La están viendo en la oscuridad. Los
ojos de Joe son rojos. Los de Kelly son naranjas. Los de Carter son violeta, pero
tiene el control.
–Hey –dice ella, tratando de arrastrarse fuera del recuerdo del sueño–.
¿Están bien? ¿Qué sucede?
–Él estuvo aquí –susurra Carter.
Kelly asiente, sus ojos humedecidos–. Lo sentimos.
Y Joe dice–. Lo podemos oler. Es… –sus ojos se abren de par en par–.
¿Qué es eso?
Ella mira a lo que él está apuntando.
En sus manos hay un lobo de piedra.
Ese que enterró años atrás.
–¿Mamá? –preguntó Joe–. ¿Él…?
–Creo que lo hizo –se limpia los ojos mientras deja el lobo en el suelo junto
a ellos. Extiende sus brazos. Sus hijos se acercan a ella, presionando sus rostros
junto a ella. Son grandes, sus hijos, pero de alguna manera hacen que funcione.
Ella ve a Ox abrir los ojos, pero no dice nada cuando los ve. Ella dice–. Tuve el
sueño más maravilloso. ¿Les gustaría escucharlo?
Todos asienten.
Y se los cuenta.
xxxii.
El sol sale en un nuevo día.
Todos están dormidos de nuevo.
Rodeada por su manada, ve la luz que empieza a filtrarse por la ventana.
Se siente como si sanaran. O por lo menos empezaran a hacerlo.
Esta manada es diferente de las que han estado antes.
Ella cree que es para mejor.
No importa lo que venga, el mundo oirá sus canciones.
Habrá paz. Se lo promete a sí misma.
Eventualmente, ella toma el lobo de piedra, recorriéndolo con su dedo.
–Un día –le susurra–. Un día, mi amor. Miraré tu rostro y todo estará bien.
Y aunque cree que es sólo un truco de la luz de primera hora de la mañana,
jura que los ojos del lobo de piedra destellan rojos.
Fin.