ARBOL DEL
PROBLEMA
CULTURA
Una cultura de violencia que se manifiesta desde
el mismo Estado y la forma en la que éste se
relaciona con la población: abuso de poder, y al
mismo tiempo, ausencia o debilidad extrema
CONTROL SOCIAL PODER
Las estrategias y medidas encaminadas a reducir el La persona contra quien se ejerce poder es
riesgo de que se produzcan delitos y sus posibles percibida y tratada como un objeto para el
efectos perjudiciales para las personas y la propio beneficio. La persona que ejerce el poder
sociedad, incluido el temor a la delincuencia, y a justifica y sostiene el ejercicio de poder como
intervenir para influir en sus múltiples Causas. algo válido y útil (para sí).
CONSENSOS SOCIALES
TEMOR Fortalecimiento de la capacidad e independencia
Los guatemaltecos vivimos en constante temor de los sistemas de justicia.
debido a la violencia delictiva que se
manifiesta cada día. El Estado no cumple su Cooperación con comisiones
función de protección y seguridad hacia lo
guatemaltecos. contra la impunidad.
y tratada como un objeto para el propio
beneficio. La persona que ejerce el poder Combate a la corrupción.
justifica y sostiene el ejercicio de poder MIEDO A LA VIOLENCIA
como algo válido y útil (para sí). Reducción de la violencia y combate al
DELICTIVA crimen organizado.
Fortalecimiento de cuerpos
policiales civiles.
COMUNICACIÓN FALTA DE VIGILANCIA
MASIVA DEL DELITO DE LA POLICIA.
FALTA DE EMPLEO
ELEVACIÓN DE PRECIOS
INSEGURIDADES
PERSONALES
La sensación dominante es que la violencia nos avasalla, "nos tiene de
rodillas". Pero no todo está perdido.
La clave de ese comportamiento social está en la participación de los
Alcaldes o de las autoridades que han trabajado de la mano con la población
en la prevención de hechos violentos. Es decir, pese a lo dañado por la
guerra, siguen existiendo y siendo muy funcionales los vínculos comunitarios,
las redes sociales de base que ofician como gran contenedor de los
problemas del día a día. En otros términos: los mecanismos preventivos
juegan un papel clave.
Estos últimos años se habló de transformar la cultura de violencia hacia una
cultura de paz. Eso, en sí mismo, está muy bien, es loable. Pero es
irrealizable si no cambian al mismo tiempo las estructuras sociales en que se
apoya la violencia: la pobreza, la exclusión social, la ignorancia. Tal como lo
expresara una dirigente maya hablando de la actual democracia
guatemalteca: "Nunca tuvimos tantos derechos como ahora, pero tampoco
nunca tuvimos tanta hambre como ahora" . El Estado es un instrumento
clave en esa empresa. Luego de años de prédica neoliberal y achicamiento
de los aparatos de Estado vía privatizaciones, se ve la importancia decisiva
de contar con políticas públicas sostenidas para enfrentar los grandes
problemas sociales. Para muestra, un botón: en Guatemala hay alrededor de
22,000 agentes de la Policía Nacional Civil contra más de 150,000 de las
agencias privadas de seguridad (ODHAG, 2012). Más allá de constituir un
buen negocio para los propietarios de esas empresas y fomentar un
paranoico clima de militarización, lejos está de garantizar la seguridad
ciudadana. La paz y la convivencia democrática no se consiguen a base de
armas y casas amuralladas. Todo lo contrario: se consigue con mejores
condiciones de vida, con el involucra miento de las poblaciones en sus
problemas cotidianos, con democracia genuina. En eso el Estado debe jugar
un papel determinante y efectivo.
Mientras siga existiendo gente excluida y con hambre, seguirá la violencia y
será imposible hablar con seriedad de resolución pacífica de conflictos
porque –como dijo alguien mordazmente es muy probable que, hambrientos,
nos terminemos comiendo la palomita de la paz.
Viendo las anteriores experiencias de estos municipios del Altiplano, puede
deducirse que efectivamente hay mucho por hacer, que "no todo está
perdido" sino que la auténtica organización comunitaria puede servir como
elemento de prevención de la violencia. La violencia no se puede abordar con
más violencia. En ese sentido, el Estado debe nutrirse de estas experiencias ya
vigentes para generar planes de prevención comunitaria de la misma, las cuales se han
demostrado efectivas. Tomando el ejemplo de esas iniciativas locales, debe promover la
prevención a nivel nacional, porque tal como dice el Artículo 2° de la Constitución
Política de la República de Guatemala: "Es deber del Estado garantizarle a los
habitantes de la República la vida, la libertad, la justicia, la seguridad, la paz y el
desarrollo integral de la persona" .
Sabiendo de la dificultad de aportar "soluciones" en el ámbito siempre
problemático y complejo de la salud mental de una población; sabiendo que
más modestamente podemos plantear algunas alternativas, el no perder de
vista esta perspectiva multicausal e histórica de las violencias puede
servirnos quizá no para "resolver", sino para mantener la llama siempre viva
de la esperanza, de los sueños por un mundo menos infernal, por no dejar
nunca de abrirnos cuestionamientos radicales, que a la larga pueden ser
emancipadores.