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1V12N2 Gonzalez de La Buelga Arquitecturaromanica 02

El documento analiza la 'Arquitectura Románica Española de la Peregrinación', destacando su origen en la Orden de Cluny y su desarrollo en relación con los Santuarios de Santiago de Compostela. Se examina el contexto histórico de la reforma cluniacense y su influencia en la arquitectura románica en España, especialmente en Navarra y los condados catalanes. Se menciona la llegada de técnicas constructivas lombardas y la importancia de figuras como el abad Oliva en la expansión de esta arquitectura en la península ibérica.
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El documento analiza la 'Arquitectura Románica Española de la Peregrinación', destacando su origen en la Orden de Cluny y su desarrollo en relación con los Santuarios de Santiago de Compostela. Se examina el contexto histórico de la reforma cluniacense y su influencia en la arquitectura románica en España, especialmente en Navarra y los condados catalanes. Se menciona la llegada de técnicas constructivas lombardas y la importancia de figuras como el abad Oliva en la expansión de esta arquitectura en la península ibérica.
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Anales de la Real Academia de Doctores de España

Volumen 12, pp. 69-117, 2008

LA ARQUITECTURA ROMÁNICA ESPAÑOLA


DE LA PEREGRINACIÓN, SU FUNDAMENTO
ESTRUCTURAL Y SU RELACIÓN
CON LA ORDEN DE CLUNY

JUAN GÓMEZ Y GONZÁLEZ DE LA BUELGA

1.ª PARTE
CONTEXTO HISTÓRICO PREVIO: CLUNY, EL REINO DE
NAVARRA, LOS CONDADOS CATALANES
Y EL «PRIMER ROMÁNICO»

En este trabajo deseamos abordar lo que entendemos como identificación de la


«Arquitectura Románica Española de la Peregrinación» 1, que tiene características
diferenciales con otras escuelas regionales europeas contemporáneas, también romá-
nicas, que nació en Francia para servir a los Santuarios de la red de caminos que
conducían a Santiago de Compostela, y que su inspiradora fue la Orden de Cluny,
cuyo papel en esta magna empresa cultural no ha sido suficientemente valorado por
el gran público español, que tan justamente orgulloso se muestra del espléndido
patrimonio románico de su patria.

«Ordo cluniacensis» 2

Es sabido que la Casa Benedictina de Cluny vio la luz en Borgoña, región fran-
cesa tan rica en vinos como prolífico crisol de culturas que han sido y son patrimonio
espiritual de toda Europa. El poderoso duque Guillermo de Aquitania (un señor feudal
que señoreaba por entonces en Francia más tierras que el propio monarca) cedió en

1
Otros estudiosos han calificado este tipo de arquitectura románica como «internacional», pero
yo prefiero titularla vinculada con la Peregrinación, que entiendo fue el acontecimiento histórico
que la hizo posible.
2
El ordo cluniacensis no era una Orden nueva, sino el sistema por el que se regían los monjes
cluniacenses, y que asumían los demás monasterios a voluntad propia o de sus patronos. Los monjes
de Cluny eran benedictinos y lo que pretendían era cumplir y hacer cumplir a los demás monasterios
la Regula benedictis.

69
el año 910 unos terrenos de bosques en «Cliacum» 3 a un grupo de monjes benedic-
tinos para que fundaran un gran monasterio. Y eso hicieron: en pocos años Cluny
se desarrollaría extraordinariamente como Institución directamente ligada a Roma
(Fig. 1), de donde había recibido la consigna de conducir la ineludible reforma de los
monasterios que existían en número incalculable por toda la Europa alto medieval,
empezando por hacerles aceptar la Regla de San Benito (que muchos desconocían)
y controlar su seguimiento. Muchos de ellos eran pequeños cenobios que, como en
el caso de España, se regían con otras reglas de tiempos visigóticos, o incluso sin otra
cosa más que un elemental «pacto» de fundación y advocacional 4.

Figura 1. El gran complejo de Cluny, en su momento de mayor esplendor (restitución del


profesor Conant).

Los primeros abades de Cluny 5 fueron hombres santos que vivían dando ejem-
plo de austeridad y practicando la misericordia y la caridad, como el modestísi-
mo Aymard, del que se cuenta que en ocasión de que unos monjes de un priorato
suyo lejano estaban aislados, acudió con un jumento cargado de vituallas, a pie, des-

3
En el condado de Maçon, del que era también titular el duque Guillermo. Situado en la cuenca
del Saône (a 130 km al sur de Dijon).
4
Se conoce bien la historia de la orden de Cluny pese a la práctica desaparición material de
sus impresionantes instalaciones (desamortizadas y vendidas en los años posteriores a la Revolución
Francesa). De ellas sólo queda una parte del crucero de la gran iglesia denominada Cluny III. Afor-
tunadamente sus archivos se han conservado y se ha podido leer en ellos la gran cantidad de co-
rrespondencia de sus primeros abades (1.021 cartas de San Odilón, 905 de San Hugo y 239 de San
Pedro el Venerable), así como la historia que escribió su cronista Raúl Glaber, monje cluniacense
contemporáneo de San Hugo.
5
Fueron sus grandes abades: Odón (927-942), Aymard (942-963), Mayeul (963-994), Odilon
(994-1048) y Hugo (1049-1109).

70
calzo y caminando por senderos de montaña. Así creció el prestigio de la Casa Madre,
a la que le llovían las peticiones para profesar y recibir el nuevo espíritu que allí
se impartía. Desde su fundación, la reforma de Cluny se expandió por las regiones
más meridionales del Imperio post-carolingio: la Lombardía, la Provenza, la Aqui-
tania, el Languedoc y la Marca Hispánica, al tiempo que llegaban también sus em-
bajadas a las zonas nórdicas, ya cristianizadas desde los tiempos de Carlomagno. Y
por supuesto, más que en ninguna parte, se asentó en el propio entorno de la Gran
Abadía, zona de su influencia inmediata que pronto se llenó de prioratos cluniacen-
ses. Solían ser los duques y condes quienes llamaban a los nuevos monjes negros
reformados a transmitir el espíritu de Cluny en los monasterios de sus propias juris-
dicciones, como sucedería en España, donde los que primero lo hicieron fueron los
condes catalanes y los reyes de Navarra. Esta gran reforma coincidió con un momento
de prosperidad económica en ciertas regiones de centroeuropa, y tuvo su reflejo en
un gran desarrollo físico de monasterios y abadías, que se reformaban o ampliaban
ante la necesidad de sustituir las viejas estructuras carolingias, la mayoría pequeñas
y obsoletas.

El «primer románico» de origen lombardo

Para cubrir esa necesidad surgió una nueva arquitectura a finales del siglo X en
el norte de Italia (Lombardía) donde se conservan muchas de las iglesias abaciales y
priorales de entonces. Esas venerables obras del «primer románico» 6 de la historia las
realizaban unos maestros canteros procedentes de la región alpina al norte de Milán
(los «magistri comacini»), que desarrollaron una técnica de construcción de gran
personalidad, eficacia y economía, que se practicó desde los tiempos de los primeros
«longobardos» (siglo IX) hasta incluso el siglo XII, y sus artífices se trasladaban
formando equipos con sus herramientas allá donde se les reclamara. Era la arquitec-
tura llamada «lombarda», de muros toscos de aparejo rústico hecho con sillarejos
simplemente desbastados, un sistema mucho más práctico y rápido de hacer que el
«opus» romano en que los muros estaban constituidos por sillares tallados a la per-
fección. Y decoraban las iglesias exteriormente con las tradicionales «lesenas» bizan-
tinas (rehundidas en los paramentos, formando dibujos y arquillos por debajo de las
cornisas). Era una arquitectura un tanto ruda en su ejecución, pero que resolvía de-
corosamente el problema que tenían que enfrentar los abades.

Los trazados (las plantas) de las iglesias abaciales correspondientes a monasterios


de tamaño medio eran generalmente de tres naves separadas con dos hileras de co-
lumnas y con tres ábsides, con la nave central más ancha que las laterales y más
elevada para recibir luces por lo alto. Era el modelo latino de los primeros tiempos
del cristianismo, como la iglesia romana de Santa Sabina del Aventino (Fig. 2), la
única que subsiste en Roma con la misma fisonomía primitiva.

El monje Guillermo de Volpiano, lombardo de nacimiento (del lago de Garda) y


experto en construcciones, como tantos paisanos suyos, fue nombrado abad de San
Benigno de Dijon (en la Borgoña) desde donde introdujo la técnica lombarda en

6
Así calificó a este tipo de arquitectura el maestro catalán Puig i Cadafalch, tras hacer un
estudio completo de las que con ese estilo se construyeron en las tierras pirenaicas de Cataluña y
Aragón.

71
aquellas tierras francesas 7, y por tanto, también en las iglesias de la Orden de Cluny,
de las muchas que por entonces se construían en la misma zona. Pero en el centro de
Francia los modelos ya no eran los escuetos latinos, porque existía una tradición
todavía carolingia de cabeceras complejas, con deambulatorios, criptas con cuerpos
de santos y cuerpos occidentales de altura (westwerk) utilizados por reyes y nobles.

Figura 2. La basílica cristiana primitiva, apoyada siempre sobre columnas exentas


(Sta. Sabina del Aventino).

En cuanto a lo que sucedía por entonces en la Marca Hispánica, también aquí


habían llegado los «magister comacini» con sus exitosas fórmulas constructivas y
procedían a levantar iglesias para los monasterios de los territorios condales de la
«Cataluña Vieja». Y en esos territorios pirenaicos fue donde ensayaron y utilizaron
con éxito la cubrición con bóvedas de piedra, más que en ninguna otra región de
Europa; y la estructura que las sustentaban eran unos pilares cruciformes también de
piedra 8. Bóvedas y estructura que iban a ser el procedente en el tiempo de la Arqui-
tectura Románica de la Peregrinación, como veremos.

Una gran parte de esas iglesias que se conservan por los Pirineos, son pequeñas,
correspondientes a modestos cenobios construidos en aquella época en los valles más

7
Los «magisteri comacini» dejaron las huellas de su paso en la cabecera y en el cuerpo
occidental de la abacial de St. Philibert de Tournus, y en muchos otros monasterios de la región.
8
El ejemplo más antiguo que aún pervive es la iglesia de San Pere de Casserres, cuya consa-
gración se produjo en 1006 y en 1047 pasó a la órbita de Cluny (Puig y Cadafalch, La Arquitectura
Románica a Catalunya, Ed. Facsímil, 1983, vol. II, pág. 150).

72
altos y que subsisten gracias al aislamiento en el que han permanecido durante siglos,
lejos de las áreas modernas urbanizadas cruelmente depredadoras de todos los vesti-
gios históricos. Pero también se han salvado algunas iglesias de tres naves e incluso
de cinco, como el caso singular y emblemático del monasterio de Ripoll, desde el que
el famoso abad Oliva ejerció el liderazgo cultural de la expansión monástica de
comienzos del segundo milenio, en contacto epistolar e incluso personal con el centro
de Cluny.
El iniciador de la relación de Cluny con España en aquellos lejanos tiempos del
siglo X fue el monje Guarín, a quien los condes de Besalú y Cerdaña habían desig-
nado para contactar con la Gran Abadía de San Pedro: «…ipsos donare faciatis ad
cenobium Sancti Petri de Cluniaco». Guarín se había formado en la abadía de Lèzat,
junto con San Odón, que era su abad al mismo tiempo que lo era de Cluny, y le
sucedió en el cargo al fallecimiento del santo. De entonces procede su amistad con
el verdadero animador de la introducción de Cluny en España, que fue el joven Oliva,
hijo del Conde de Besalú. Ambos viajaron juntos a Roma para conseguir una bula
para el monasterio de San Miguel de Fluxá, una de las reliquias arquitectónicas más
importantes de la época, que yace en su venerable antigüedad en las montañas de la
vertiente norte del Pirineo (en el Rosellón francés) y que fue consagrado en septiem-
bre del 974.

No es este el lugar de entrar en la descripción de los muchos monasterios de esa


época prerrománica que se construyeron en el mediodía francés, pero sí de señalar
que por entonces los condes catalanes señoreaban hasta la misma Provenza, lo que
explica los contactos culturales, políticos y religiosos que tanto tendrían que ver con
la presencia en Hispania del espíritu reformador de Cluny.
Oliva era un intelectual de su época que profesó en Ripoll 9, fue nombrado abad
en 1008 y de cuya gran iglesia abacial fue patrocinador y principal artífice, llevando
para su ejecución a los más destacados artistas de la época. En sus tiempos de estu-
diante fue compañero de Gerberto de Aurillac, otro noble que sería proclamado Papa
con el nombre de Silvestre II, siendo el mayor impulsor de la reforma benedictina por
la Cristiandad y el primero de los pontífices que daría la abadía cluniacense a la
Iglesia Católica 10.
Era muy joven Oliva cuando le nombraron abad de Ripoll y se carteó con el rey
Sancho el Mayor de Navarra, a quien indujo a introducir en sus dominios la reforma
cluniacense. Este gran rey navarro había tenido ocasión de conocer los progresos que
estos monjes estaban consiguiendo en diversos cenobios del sur de Francia, merced
a la relación que tuvo con los nobles franceses e incluso con el duque Guillermo de
Aquitania (que peregrinó a Santiago por el camino abierto por tierras navarras durante
su reinado). Sancho se dirigió a S. Odilón (abad por entonces de Cluny) anunciándole
la llegada de un monje llamado Paterno, al que enviaba llevado de la fama de su
monasterio («…audiens laudabilem famam cluniacensis monasterii») para que allí
se formara en el espíritu de la nueva reforma. Y a su regreso otra vez a Navarra, le

9
La iglesia abacial de Ripoll subsiste, si bien reconstruida el siglo pasado con un criterio
dudosamente acertado en muchos de sus elementos. No obstante, mantiene la imagen interior,
apreciándose claramente la grandiosidad que realmente tuvo en su época.
10
Esos pontífices fueron: Silvestre II (1000-1003), Gregorio VII (1088-1099), Urbano II (1099-
1118) y Pascual II (1119-1124).

73
nombró «doctor de la vida monástica» 11 de San Juan de la Peña (antiguo cenobio
mozárabe próximo a Jaca) para que acometieran la ansiada restauración de la disci-
plina de San Benito «según los usos de Cluny» 12. Lo mismo hizo con el monasterio
de Oña, fundado en 1011 por el conde de Castilla, Sancho García, y desde entonces
tuvo sucesivos abades extranjeros, muy probablemente de formación cluniacense.
El profesor Linage, que ha investigado los orígenes de la Regula Benedicti en
España 13 destaca «la constante flexibilidad que tuvo Cluny para adaptarse a la situa-
ción de cada caso particular, revelándose susceptible de todos los grados posibles de
colaboración, desde la incorporación plena al “maius borgoñón” a la simple influen-
cia espiritual sin nexo jurídico alguno».
Tras San Juan de la Peña vinieron sucesivas reformas orgánicas de otros monas-
terios de su órbita más o menos directa, comenzando por las más importantes para las
que los historiadores dan fechas comprendidas en la tercera década del siglo XI:
Cardeña (reforma cluniacense en 1033 promovida por Sancho el Mayor) 14, Leyre
(que entró bajo el espíritu de Cluny después de 1032 habiendo sido allí donde se
firmó el documento de la asignación cluniacense de San Juan de la Peña), Irache, San
Millán de la Cogolla y Albelda, todos pertenecientes al ámbito de la sede real de
Nájera, capital por entonces del reino navarro.
En aquellos tiempos por todas las tierras hispánicas reconquistadas se practicaba la
liturgia llamada mozárabe, de ancestral raigambre toledana y su supresión y cambio por
la liturgia romana era una exigencia ineludible de Roma, y por tanto, también de Cluny.
Los monjes que Paterno llevó acompañándole durante su estancia en la abadía bor-
goñona 15 tuvieron ocasión de conocer y practicar ese rito romano desconocido para
ellos, y es de suponer, traerían a Navarra el mensaje del cambio. Durante mucho tiem-
po continuó firme la oposición de la iglesia española, hasta que doblegada esa resisten-
cia, se adoptó finalmente en el naciente reino de Aragón en tiempos de Sancho Ramí-
rez (el 22 de marzo de 1071) en San Juan de la Peña, y a partir de entonces en todos los
demás monasterios importantes. Veremos que en el reino de Castilla se adoptó el cam-
bio al año siguiente (1072), después de una dura diatriba que el Papa dirigió a Alfonso
VI y que le obligó a repudiar a su esposa Doña Inés de Aquitania.

Durante el reinado de Sancho el Mayor los monasterios jacenses de Leyre y San


Juan de la Peña desarrollaban una gran labor cultural y humanística, como decía
Menéndez Pidal 16: «en las aulas pinatenses se enseñaban las bellas melodías visigó-
ticas, se cantaban los versos de Virgilio y se enseñaba a escribir códices y a miniar-
los». Los hijos de los nobles se formaban y aprendían en ambos cenobios, y los
condes (como el propio Sancho, su gran protector) pasaban en ellos temporadas de
recogimiento. En Leyre se reunió a veces con otros nobles sus contemporáneos, como
los condes de Gascuña y de Barcelona 17. Nada de extrañar, por tanto, que a aquel
centro cultural acudieran los mejores artistas del momento, como los desconocidos
escultores de los capiteles de la Peña o de la Catedral de Jaca.
11
Carta de Cluny, núm. 2891.
12
Menéndez Pidal, Historia de España, Tomo VI, pág. 337, Ed. Espasa Calpe.
13
Antonio Linage Conde, Los orígenes del monacato benedictino, CSIC, 1973.
14
Fray M.ª Jesús Marrodán, San Pedro de Cardeña, Historia y Arte, Abadía de Cardeña, 1993.
15
Carta de Cluny, núm. 2891.
16
Menéndez Pidal, ob. cit., pág. 397.
17
Menéndez Pidal, ob. cit., pág. 336.

74
2.ª PARTE
PENETRACIÓN EN LA ESPAÑA DE LA RECONQUISTA
DE LA NUEVA ARQUITECTURA ROMÁNICA
POR LOS CAMINOS DE SANTIAGO - FUNDAMENTOS
ESTRUCTURALES DE LA MISMA

El período estelar del románico en la España de la Reconquista fue la segunda


mitad del siglo XI, y se correspondió con el reinado de Alfonso VI, que fue rey de
León desde la muerte de su padre Fernando I en 1065, y más tarde (en 1072) también
de Castilla hasta su fallecimiento en 1109. La Providencia tenía destinado a este rey
ser el principal promotor de la importante empresa de introducción en su reino del
nuevo arte, cosa que se pudo llevar a cabo gracias a la intervención de los monjes de
la Orden de Cluny, merced a una relación heredada de su padre 18 y de su abuelo
Sancho el Mayor, pero incrementada por él en gran medida.
El objetivo —como ya hemos repetido insistentemente—, era la reforma monás-
tica en la que estaban inmersos todos los pueblos europeos del momento. Y coincidió,
en el caso de España, que sus territorios recuperados al Islam a lo largo de cerca de
cuatro siglos por primera vez estaban gozando de una paz relativamente estable desde
la desaparición del Califato, y era el momento de rehacerse y organizar las estructuras
rurales y urbanas. Se entiende que, dado el prestigio internacional de que gozaba la
Orden de Cluny, los reyes cristianos requirieran en lo posible su colaboración, de
la que se tenían las mejores referencias. Y también que, dada la situación de guerra
permanente en que habían estado inmersas las generaciones de españoles anteriores
al año 1000 no hubieran podido contribuir a la tarea de sus vecinos europeos de
creación y desarrollo de un nuevo arte edificatorio como el románico 19.
Además de los precedentes que existían de relaciones con Cluny desde los tiem-
pos de Sancho Garcés «el Mayor», su nieto Alfonso VI estrechó esas relaciones de
una manera personal desde que estuvo internado en su juventud en el Monasterio de
Sahagún, en tiempos de las rivalidades que libró con sus hermanos a cuenta de la
división que su padre Fernando I hizo entre ellos de sus reinos. Según decía el
cronista Sandoval 20: «…viéndose el Rey don Alonso señor universal de Castilla y
León, quieto y pacífico, no olvidó el buen hospedaje que en el monasterio de Sahagún
se le había hecho, ni perdió el amor que al hábito tuvo en tiempo de sus trabajos ni
el haber estado debajo de su obediencia (…) Al abad Don Julián, de quien había
recibido el hábito, trató siempre con respeto de hijo a padre, llamándole “mi Abad”,
donde mostraba el amor y reconocimiento de haber sido monje suyo». Por todo lo
cual, «…quiso el rey don Alonso hacer que en España fuese la Casa de Sahagún un
segundo San Pedro de Cluni, así en grandeza de rentas y edificios como en religión.
Trató esto con Gregorio VII, Sumo Pontífice que era monje de la Orden (…) y trajo
18
Fernando I convocó el Concilio de Coyanza para la regulación de los cánones monacales, y
según López-Ortiz, lo hizo a impulso de los cluniacenses (vid., ob. cit., Linage).
19
El arte español de esos años fue el llamado «mozárabe», cuya fuente de inspiración era el
arte califal, que de haber podido desenvolverse en un medio libre y próspero pudo haber llegado
a competir con el románico europeo. Aún así llegó a prestarle a éste algunos de sus elementos más
característicos, que en ningún caso llegaron a ser más que accesorios y/u ornamentales.
20
Fray Prudencio de Sandoval (1580-1621), Fundaciones de los Monasterios de San Benito,
Tomo I, Monasterio de Sahagún, folio 55 (Academia de la Historia).

75
para ello monjes del Convento de Cluni, varones muy aprobados y religiosos, y
de muy buena letra y después de haber reparado la Casa en edificios y dotado de
muchas posesiones, la igualó en rentas con la Iglesia de Toledo».
Por otra parte, también contribuyeron los matrimonios que el rey contrajo suce-
sivamente con tres princesas francesas, que le pusieron en contacto con los principa-
les centros de formación de la arquitectura románica. Tal cosa sucedió con su primera
mujer (Agatha de Normandía) 21, que era hija de Guillermo el Conquistador quien,
como es sabido, fue el promotor del mayor plan de construcción de iglesias abaciales
que conoció Europa en aquellos años. En su primera viudedad, Alfonso contrajo
nuevo matrimonio con una hija del Duque de Aquitania, la región frontera con España
en la que tantos monasterios ya por entonces estaban en la órbita de los cluniacenses.
Y para mayor abundamiento, tras repudiar a esta última, bajo la amenaza de excomu-
nión, obtuvo una relación directa con el propio Cluny, casándose con doña Constanza
de Borgoña, un matrimonio que negoció el abad cluniacense de Sahagún. Doña
Constanza de Semur era sobrina carnal de San Hugo, entonces abad de la Casa
Madre, un vínculo que contribuiría y mucho a estrechar los lazos entre el reino de
Castilla y la poderosa Orden, como también lo haría la boda de la princesa Doña

Figura 3. La portada principal, uno de los pocos restos que quedan del monasterio románico
de San Isidoro de Dueñas, construido por Alfonso VI y donado a Cluny (foto del autor).

21
Raymond Oursel, Cluny y el Camino de Santiago, la Europa de la Peregrinación, p. 119
(Lunwerg ed., Barcelona, 1993).

76
Urraca (hija de los reyes) con Don Raimundo de Borgoña. Años más tarde, Alfon-
so VI escribió una carta al poderoso Abad, anunciándole que doblaba el censo anual
que ofreciera su padre. Y según dice Oursel (que ha estudiado el archivo de Cluny) 22
se dirigía a su pariente político en estos elogiosos términos: «…al muy excelente abad
Hugues, ilustrado por las flores de las virtudes y sostenido por la llama divina,
patriarca de la dulzura melíflua…».
Alfonso inició desde el principio una política de reforma orgánica de los monaste-
rios de sus reinos, siguiendo las pautas de la Casa Madre borgoñona. Empezó haciendo
donación de algunos de ellos a la misma, como San Isidoro de Dueñas (Fig. 3) (29-5-
1073), San Salvador de Villaverde en Astorga (31-8-1075), San Zoilo de Carrión de los
Condes (1-8-1076) y Santa Coloma de Burgos (14-5-1081) 23 y, finalmente, también (en
1098) los derechos que mantenía sobre Santa María de Nájera, en La Rioja.
Durante su reinado se produjeron asimismo muchos nombramientos de monjes
cluniacenses para todo tipo de cargos eclesiales. Se trataba de gente altamente cua-
lificada, en opinión del Arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, que años después les
calificaría en su incipiente castellano de entonces de «juvenes dóciles et litteratos».
De entre ellos, sólo para ocuparse de sedes episcopales, podemos citar a Bernardo de
Salvitat (arzobispo de Toledo, 1086), Girardo (obispo de Braga), Pedro de Vituris
(obispo de Osma), Bernardo (obispo de Sigüenza-Compostela), Raimundo (segundo
Arzobispo de Toledo) y Bernardo de Perigord (obispo de Valencia con el Cid y más
tarde de Salamanca). Todos ellos, como a la vista está, fueron nombrados para regir
poblaciones reconquistadas a los musulmanes, y para completar la lista citaremos
a Roberto de Tours, al que pusieron en 1086 al frente del Monasterio de Sahagún
(Fig. 4), que era el centro religioso más importante de la España de la Reconquista
(poseedor por donaciones reales de cantidad de iglesias, tierras y pueblos que produ-
cían rentas harto cuantiosas). Alfonso VI, por privilegio especial, concedió a Sahagún
el mismo régimen que tenía Cluny, que era el de depender directamente de Roma,
y el Papa Gregorio (también cluniacense) lo confirmó por Bula favorable, aceptando
que Sahagún «es semejante a Cluni en la religión y santidad».
Sólo la relación de iglesias románicas que subsisten en la media España que
controlaban Alfonso VI y sus inmediatos sucesores nos ocuparía varias páginas.
Afortunadamente, en su mayoría han sido estudiadas por competentes historiadores
desde los tiempos de Gómez Moreno y Lampérez 24. Por nuestra parte, sólo comen-
taremos que a lo largo de los siglos XI, XII y parte del XIII se fue dotando de
infraestructura eclesial a las poblaciones de los territorios reconquistados, empresa
que patrocinaban por supuesto los reyes y controlaban y dirigían los obispos (muchos
de ellos como hemos visto, cluniacenses). Fue sin duda un programa ambicioso de
repoblación no escrito ni proyectado, pero sí llevado a cabo con las consignas que
emanaban de Roma; así se fueron fijando sobre el territorio los centros de cristiani-
zación de las poblaciones rurales y de las villas emergentes. Los reyes —como los
grandes señores en los primeros tiempos de la Reconquista—, dictaban fueros que
regían la vida de los burgos, y los obispos y los monjes se repartían el control de la

22
Vid. Raymond Oursel, ob. cit.
23
Guy de Valois, Le monachisme clunisien, Tomo II, París, 1970, pág. 271.
24
De reciente publicación es el catálogo más exhaustivo realizado hasta hoy de las iglesias
románicas de Castilla y León, cuya consulta recomendamos, y cuya autoría corresponde a los
señores García Guinea y Pérez González, trabajo patrocinado por la Junta de Castilla y León y
editado por Caja Duero.

77
Figura 4. La zona intermedia entre la torre y un arco toral apuntado, parte de la cabecera y
único resto que queda en pie del que fue gran monasterio románico de Sahagún, Casa Madre
Benedictina de Castilla y León (foto del autor).

vida religiosa y el estudio, al tiempo que, esporádicamente, acompañaban a los reyes


en sus expediciones guerreras. Los monasterios y las iglesias eran la plasmación
física sobre el terreno de esos centros de la política oficial repobladora.

El fundamento estructural de la Nueva Arquitectura Románica:


el Pilar Compuesto
Sancho el Mayor no pudo promover en sus territorios la nueva arquitectura eu-
ropea que estaba en período de formación en su tiempo. El flujo cultural de las pe-
regrinaciones a Santiago y los monjes de Cluny iban a importarla a España en los
reinados de sus hijos y sucesores. Era un arte edificatorio de mucha mayor nobleza,
consistencia y calidad que el llevado a cabo hasta entonces por los maestros lombar-
dos por tierras catalanas.
Esta nueva arquitectura procedente del tronco francés 25 se basaba en la piedra
tallada en bloques (sillares) y no simplemente desbastada a golpe de martillo, como
hemos visto que hacían los lombardos, y se precisaba para ejecutarla hacer revivir la
vieja técnica romana de la obra concebida y dibujada en las trazas y ejecutada por
medio de planos de montea con señalamiento de despiezos y medidas exactas de
todos y cada uno de los sillares. Con el incremento vertiginoso de la demanda se
quemaron etapas en la formación de pedreros (los «maçons») y los talleres de las

25
Joaquín Folch y Torres, Historia General del Arte, Ed. David, Barcelona, 1929. Tomo I,
pág. 137.

78
iglesias francesas en construcción se convirtieron en verdaderas escuelas de especia-
listas, donde los padres pasaban el caudal de sus experiencias a los hijos. Esto sucedía
en las distintas regiones francesas, que fueron definiendo cada una unos métodos
constructivos y estilísticos propios, que serían analizados por los historiadores y cla-
sificados en «escuelas regionales». Pero hubo un elemento básico que destacó en
todas ellas, porque sería fundamental en la nueva arquitectura. Se trataba del pilar
compuesto, que pronto empezarían todos a manejar y constituiría el fundamento
estructural de la mayoría de los templos, en sustitución de la columna aislada em-
pleada desde los tiempos paleocristianos. Este pilar compuesto (con el fundamento
estructural que propició) tuvo su precedente inmediato en el tiempo en el uso del
«pilar cruciforme» que caracterizó a las iglesias de tipo lombardo que se construyeron
en las comarcas pirenaicas catalano-aragonesas, e incluso podría hablarse de que la
«arquitectura de la Peregrinación» es (en ese sentido) su deudora y heredera. Fue el
profesor Focillon 26 uno de los primeros en detectar esta circunstancia en los años
treinta del siglo XX: «…el primer indicio de la evolución de los soportes nos lo da
la sección cruciforme (…): el bloque cuadrangular se descompone en cuatro pilas-
tras, dos de las cuales reciben los cilindros de las arquerías y las otras dos suben
a recibir ciertos elementos de la cubierta. Al combinar la columna con el pilar
rectangular o cruciforme, la Edad Media adoptaba un tipo de soporte de originalidad
profunda, y en consecuencia, una arquitectura totalmente funcional».
En el pilar compuesto 27 este hecho tomaría un valor definitivo para lo que había
de ser la Arquitectura de la Pereginación: su versión más sencilla era la de núcleo
cuadrado con cuatro semicolumnas adosadas a sus cuatro caras (Figs. 5 y 5 bis). Más

Figura 5. El pilar compuesto de núcleo cuadrado, fundamento de la Arquitectura Española de


la Peregrinación (dibujo de Ruprich-Robert).

26
Henri Focillon, La Edad Media Románica y Gótica, Alianza Forma, 1988, pág. 69.
27
El pilar compuesto fue el gran descubrimiento que además de ser el fundamento estructural
de la nueva arquitectura, propició el desarrollo de la escultura románica a lo largo del siglo XI,
como señaló acertadamente Grodecki (La arquitectura románica, Raymond Oursel, pág. 303).

79
Figura 5B. El pilar compuesto prototípico en San Isidoro de León (foto del autor).

adelante se empleó también el que tenía el núcleo cruciforme. Con este elemento
básico se podía construir cualquier tipo de iglesia de tres o más naves, que en el caso
de una sola se convertía en una pilastra adosada a los muros provista asimismo de su
correspondiente semicolumna. Con este sencillo descubrimiento, se podían crear gran-
des y altos espacios de piedra con bóvedas de cañón entre arcos fajones. El nuevo
concepto estructural interior daría un gran juego adaptándose a cualquier programa
de templo, desde la modesta iglesia parroquial hasta el Gran Santuario de la Peregri-
nación, como veremos.

Parece que la más antigua de las iglesias que aún sobreviven en España y fueron
construidas con este novedoso procedimiento es la del Monasterio de San Salvador
de Leyre (en Navarra), que fue consagrada en 1057 por el Obispo Juan (1054-
1068) 28. Este templo es del más ortodoxo tipo basilical con tres naves y tres ábsides
(sin crucero), pero en el siglo XIII los monjes cistercienses derribaron el cuerpo de
naves para hacer una nueva cubierta con bóvedas de crucería que ocupan todo el
ancho del edificio. Actualmente se conserva la cabecera compuesta de tres ábsides
más los dos primeros tramos de la nave, habiendo desaparecido los restantes (Fig. 6).
Este templo es estrecho y oscuro, lo que explica la reforma que llevaron a cabo los
cistercienses, pero sin embargo tiene el mérito de haber sido pionera del nuevo sis-
tema arquitectónico en toda la península, y en su ejecución se aprecian los balbuceos
de los primeros tiempos del estilo. De igual cronología es la de San Miquel de
Fluviá (Gerona) (Fig. 7), consagrada en 1066 29, que se conserva completa y también
es tripartita y con crucero y tres naves. Parece aún pertenecer al ámbito de la cons-

28
Tomás Moral Contreras, O.S.B., El Monasterio de San Salvador de Leyre, Editorial Everest
1988, pág. 16.
29
Puig i Cadafalch, La Arquitectura Románica a Catalunya, pág. 269.

80
Figura 6. Cabecera del Monasterio de Leyre, con sólo dos tramos primeros
del cuerpo de naves.

trucción lombarda (muros de sillarejo) y tiene semicolumnas adosadas en las esquinas


del crucero y en la nave central, lo que constituye una aproximación al pilar compues-
to. La de Santa María de Besalú (en Gerona), de la que se mantiene en pie también
la cabecera (Fig. 8), cuenta con un espacioso crucero elevado y su arquitectura muestra
una mayor madurez que la de Leyre, por lo que pensamos que la consagración de
1055, que citan Gudiol y Gaya 30, debe referirse a una obra anterior. Por último, a esta
primera fase corresponde también la Catedral de Jaca (en Huesca) (Figs. 9 y 10),
de la que las últimas investigaciones han retrasado su construcción en unos años
(últimos decenios del siglo XI) 31, y es ya un modelo completo del sistema que esta-
mos analizando, aunque también quedó sin terminar al haber sido interrumpida su
ejecución al llegar los pilares al arranque de las bóvedas. Al cabo de mucho tiempo,
se hicieron bóvedas nuevas con crucería gótica que rompen la unidad de su arquitec-
tura. Sólo se conserva uno de los tres ábsides románicos que tuvo, pero en él y en el
resto de la cabecera están presentes ya las características más emblemáticas del sis-
tema y de la ornamentación escultórica del nuevo estilo.

30
Gudiol y Gaya Nuño, Arquitectura y escultura románicas, Ars Hispaniae, Editorial Plus
Ultra, Madrid, 1948, pág. 41.
31
Morales y Marín, Historia de la Arquitectura Española, Tomo I, Ed. Planeta, pág. 264.

81
Figura 7. San Miguel de Fluviá, templo de arquitectura lombarda, precursor del Románico de
la Peregrinación.

82
Figura 8. Santa María de Besalú, cabecera con crucero.

Figura 9. Crucero de la Catedral de Jaca, que se cerró con cúpula nervada de ejecución
mozárabe. Pilares compuestos embutidos en las esquinas del mismo.

83
Figura 10. Pilar compuesto de núcleo cruciforme de doble esquina en la Catedral de Jaca,
concebido para recibir fuertes cargas alternando con columnas exentas (modelo llamado
«alternativo») (foto del autor).

84
3.ª PARTE
LOS ANTECEDENTES ARQUITECTÓNICOS FRANCESES

La construcción de las iglesias de Leyre, Besalú, Fluviá y Jaca, que se fechan en


la segunda mitad del siglo XI (y se consideran pioneras del Románico de la Pere-
grinación en España), se produce en unos momentos en los que —como consecuen-
cia del incremento producido en aquellos años en las peregrinaciones a los lugares
santos—, se fue perfilando el Camino de Santiago como el más concurrido de todos
los europeos, convirtiéndose en un notable medio de comunicación por el que circu-
laron crecientemente toda clase de informaciones, juntamente con las personas. Y así
penetró en España el flujo cultural del nuevo arte, ya en gestación avanzada en tierras
francesas. Y los principales agentes de esa penetración fueron los monjes de Cluny,
como señalaba el profesor Chueca 32 cuando decía que fueron «…los que hicieron de
la peregrinación jacobea la vía internacional de la nueva conciencia cristiana». Y
continuaba: «No descuidaron nada los monjes como agentes de aquel gigantesco
viaje: ni la construcción de caminos, puentes, mansiones y hospitales, ni la de tem-
plos y relicarios que durante el largo transcurso avivaron la fe de los peregrinos».

Precisamente por aquellos años los monjes cluniacenses estaban a punto de lograr
la cubrición en piedra de las naves mayores de sus templos, un empeño en el que se
había fracasado una y otra vez, cuando se enfrentaban a grandes luces superiores a los
veinte pies carolingios (unos seis metros). En cambio, las naves pequeñas como las la-
terales, ábsides y tramos bien contenidos entre robustas masas de edificación, ya se
venían cubriendo con bóvedas pétreas desde tiempos muy lejanos. Este problema era
tan difícil de lograr, que los mejores constructores de la época (los normandos) no se
atrevieron a acometerlo, y cubrían sus naves centrales siempre con armaduras de made-
ra, al modo arcaico de los primeros años del cristianismo 33. Por el contrario, en lo que
atañe a los alzados interiores de los templos, los normandos fueron verdaderos maes-
tros: supieron emplear como nadie el arte de la estereotomía de la piedra para realizar
obras de una grandeza y perfección insuperables. De ellas se derivaron, como veremos,
los grandes santuarios del Camino y todas las Iglesias románicas de la Peregrinación,
cuyos grandes muros interiores estaban basados en los mismos principios constructivos.

En el año 1040 ya estaba elevado el cuerpo de naves de la abadía de Mont-Sant


Michel (ducado de Normandía), una admirable obra de sillería de tres pisos (Fig. 11),
que se abre al crucero con un gran arco triunfal, flanqueado por enormes pilares
compuestos de núcleo cruciforme rematados por capiteles. Y los alzados de los muros
que dan a la nave son de tres pisos y se basan en pilares también compuestos (esta
vez de núcleo cuadrado) con semicolumnas adosadas por sus cuatro costados. Las
semicolumnas que dan a la nave suben hasta la cubierta para servir de apoyo a
las armaduras de madera. Estos hermosos alzados se articulan verticalmente con las
semicolumnas y horizontalmente mediante impostas que separan el piso inferior de la

32
F. Chueca Goitia, Historia de la Arquitectura Española, Tomo I, pág. 196. Ed. Facsímil,
«Fundación Cultural Santa Teresa», Ávila, 2001.
33
Eran los tiempos de Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, que fue quien impulsó
por su tierra la reforma benedictina, asimismo con la ayuda de los cluniacenses. También fue el
constructor de las enormes iglesias abaciales que en gran número se levantaron tanto en Normandía
como en Inglaterra, muchas de las cuales subsisten para bien del arte universal.

85
Figura 11. Alzado interior de la abadía Mont St. Michel, precursora de los Grandes Santua-
rios del Camino y fundamentado en el pilar compuesto de núcelo cuadrado.

tribuna, y a ésta de los claristorios de iluminación. La plástica obtenida con estos


elementos representó una verdadera revolución en los interiores de los grandes tem-
plos, que a partir de entonces adquirieron una nueva imagen, que recordaba a los
monumentos de varios pisos de la antigüedad romana, como el Coliseo, y que serían
el precedente inmediato de las catedrales góticas.
Por entonces, la gran Abadía de Cluny, el centro religioso más importante de Euro-
pa, hervía en actividad, respondiendo a los requerimientos que le llegaban
de todas partes para que enviaran monjes que impusieran orden en los monasterios
y probablemente también para dar instrucciones de cómo se habían de construir. A me-
diados de siglo, era su Abad San Hugo de Semur, noble borgoñón que regiría la Casa
nada menos que durante sesenta años, desarrollando durante tan larga ejecutoria, una in-
creíble actividad, relacionándose con los monarcas europeos del momento y controlan-
do cientos de actuaciones siempre relacionadas con las instrucciones llegadas de Roma.
En su tiempo se construyeron cientos de iglesias, cuyos promotores requerían de
él y de sus monjes asesoramiento y consejo. Por lo que se refiere a España, estuvo

86
físicamente aquí —que se sepa—, en 1072 y en 1090 34. Contemporáneo de Alfon-
so VI, muy pronto se convirtió en su paño de lágrimas, dada la cantidad de ocasiones
en que el rey recurrió a él para resolver problemas espirituales (su confesor fue un
cluniacense enviado por San Hugo), y sobre todo para ayudarle a conducir otros
asuntos temporales. Cuando Alfonso estuvo recluido por mandato de su hermano
Sancho en el convento de Sahagún, la noticia llegó hasta Cluny 35 donde todos los
monjes oraron fervientemente por su liberación, lo que el rey agradeció. Y cuando el
Papa requirió el repudio de su esposa Doña Inés de Aquitania porque (según decía)
era «un obstáculo para la romanización de la iglesia española» 36, Alfonso le obede-
ció y el Abad cluniacense de Sahagún intervino para gestionar el nuevo matrimonio
con la princesa Constanza, sobrina de San Hugo. Ambos, el rey y el abad, tuvieron
desde entonces mucha relación epistolar que aún se conserva. Y finalmente ambos
fallecerían el mismo año de 1109.
Esta relación con San Hugo fructificó brillantemente para el arte español, y tanto
él como el Rey pueden ser considerados los principales promotores del desarrollo de
la Arquitectura Románica en España, que tuvo lugar preferentemente durante el
mandato de ambos (Fig. 12). Aunque todavía se construían a principios del siglo XIII

Figura 12. S. Hugo de Semur frente al Papa Urbano II en la consagración de la gran iglesia
de Cluny III. Miniatura del siglo XII, conservada en la Biblioteca Nacional de París.

34
Vid. Raymond Oursel, ob. cit., pág. 144.
35
Antes de su reclusión ya estaba en Sahagún el monje cluniacense Robert, enviado por San
Hugo a petición del Rey, que pudo pasar la noticia.
36
Véase este tema del repudio de Doña Inés y la boda del rey con Doña Constanza de Borgoña,
en Histoire de l’Ordre de Cluny, del historiador J. H. Pignot.

87
iglesias tardo-románicas, las pautas de las mismas seguían siendo las que se crearon
en tiempos de ambos ilustres magnates, bien que evolucionadas y perdiendo poco a
poco la pureza de las formas de los primeros tiempos, simbolizados en la obra em-
blemática de San Martín de Frómista. La Peregrinación, como fenómeno cultural 37,
de magnitud y consecuencias extraordinarias para la España retrasada de la Recon-
quista, motivó la creación de gran número de infraestructuras 38 a lo largo del Camino,
que como es sabido tenía cuatro vías principales en terreno francés (la Turense, la
Lemovicense, la Podense y la Tolosana) que venían a confluir en España en Puente
la Reina a través de dos entradas diferentes (Somport y Roncesvalles).
Al empeño de tamaña empresa contribuyeron reyes, príncipes y nobles, obispos
y abades, cada uno en la parte de Camino que le correspondiera. Papel principal
desempeñaron los monasterios, que en esos caminos custodiaban cuerpos santos del
martirologio cristiano, entre los que destacaban Fleury (San Benoit-sur-Loire), San
Martín de Tours, San Martial de Limoges, Sainte Foy de Conques, Ste. Madeleine de
Vèzelay, Saint Sernin de Toulouse, y Santiago de Compostela, santuarios que en su
mayoría eran servidos por cluniacenses. En ellos se construyeron en el siglo XI unas
grandes basílicas caracterizadas por su magnitud y belleza de características arquitec-
tónicas muy semejantes.

El problema de «la basílica pétrea» (los grandes Santuarios del Camino)


Lo que no lograron los normandos lo hicieron los cluniacenses. Las primeras
iglesias del entorno de la Casa Madre en Borgoña se habían cubierto con bóvedas
pétreas de cañón entre arcos fajones con naves que no superaban los 6 metros de luz
[Payerne (Fig. 13), Charlieu, Chapaize, Romanmôtier], en las cuales los monjes «ne-
gros» disfrutaban oyendo los ecos de sus propias voces al entonar sus queridos cantos
litúrgicos 39. Esta arquitectura cluniacense, todavía en fase experimental, es contem-
poránea de la que se estaba realizando por entonces en los condados catalano-arago-
neses, y su parentesco es evidente en algunos aspectos, como el del uso del pilar
cruciforme allí nacido, si bien es cierto que alternado con otros diferentes sistemas
estructurales consistentes en fuertes machones, columnas redondas, etc...
Pero donde los cluniacenses iban a ver de verdad colmadas sus aspiraciones sería
(en una fase posterior) en los cuatro Santuarios del Camino [San Martin de Tours,
St. Martial de Limoges, Ste. Foy de Conques (Fig. 14) y St. Sernin de Toulouse],
que eran las basílicas «pétreas» de sus sueños, como también lo sería la Gran Abadía
de Cluny III, la más grande de la cristiandad que se finalizaría algunos años más
tarde, todavía en el abaciazgo de San Hugo 40. Las grandes basílicas de la Peregrina-
ción eran de dos pisos, el segundo de los cuales, cubierto con bóvedas de cuarto de

37
A este respecto, véase el trabajo titulado Santiago, la Europa del Peregrinaje (Raymond
Oursel), en el que se sintetizan las más recientes investigaciones sobre el tema.
38
Desembarazo de los caminos, construcción de tramos nuevos, de puentes, de alberguerías, de
hospitales, y facilidades para la implantación de servicios para peregrinos.
39
Lo que ya se había realizado en la iglesia asturiana de Santa Cristina de Lena, también con
seis metros con arcos fajones y entre muros no muy gruesos, y con contrafuertes, que duró siglos,
hasta que se hundió y cubrió con madera, para ser reconstruida a fines del siglo XIX.
40
Esta gran abadía introducirá elementos nuevos, entre ellos el arco apuntado, que conduciría
(junto con otros descubrimientos como la bóveda nervada) a la catedral gótica, pero nada tuvo que
ver (en lo arquitectónico) con la arquitectura de la peregrinación.

88
Figura 13. Nave central de Payerne, priorato cluniacense que data de 1060.

cañón, servirían de contrarresto a los empujes de la nave central, que finalmente


podría cubrirse de piedra con los treinta pies de luz, la medida a la que aspiraban los
cluniacenses. Se construyeron (como no podía ser de otra manera) para servir a
grandes masas de peregrinos: cabecera monumental con girola en torno al altar mayor
y varias capillas absidales, enorme transepto saliente por ambos lados del cuerpo de
naves, y éste también de grandes dimensiones (tres y hasta cinco naves) y además
todo el edificio con tribunas, un piso alto que daba la vuelta por todo el entorno de
la nave mayor, alas del transepto y presbiterio. Tan extraordinario tipo de templo no
tenía precedentes en cuanto a disposición y dimensiones, pero sí en la técnica espe-
cialísima de su construcción, que era la misma de las abaciales normandas, a base del
«pilar compuesto» en su versión más sencilla, que es la de núcleo cuadrado (el de la
basílica de St. Michel), y que se repetirá insistentemente en las basílicas españolas de
la Peregrinación, desde la de Frómista en adelante, como veremos 41.

41
Véase «La epopeya de la piedra», ob. cit. del autor, Fundación Universidad de Alcalá de
Henares, COAM y Fundación Camuñas, 2003, en su capítulo III.2.2.9.

89
Figura 14. St. Foy-de-Conques, gran Santuario del Camino construido de dos pisos con las
pautas normandas de Mont-St. Michel (ver figura 11).

Esos grandes santuarios (que sobreviven) están construidos con un mismo criterio
compositivo con un segundo piso corrido de tribunas y con la misma técnica de cons-
trucción que se repite en todos ellos, hasta el punto de movernos a llamarla «me-
canizada» y cuya descripción está desarrollada en nuestro trabajo de «La Epopeya
de la Piedra» 42. Y como broche de los cuatro, y con el mismo tipo de arquitectura,
está la Catedral de Santiago de Compostela (Fig. 15), que como meta que es de
todos los Caminos, es el más hermoso, conocido y valorado de todos por los grandes
atractivos que atesora. De él decía Aymerich Picaud en su famosa «Guía del Peregri-
no» del siglo XII, «que era un templo de inefable fábrica, grande, espacioso y armó-
nico y con doble planta como un palacio real».

42
Vid., ob. cit. del autor en su capítulo «El sistema mecanizado de las basílicas del “Camino
de Santiago”», Cap. III.2.2.10 (pág. 188).

90
Figura 15. El pilar compuesto de núcleo cuadrado, fundamento de la basílica de Santiago de
Compostela, experimentada antes en Conques y en Nevers.

Aunque no está escrito en ninguna parte, no es posible que un grupo de iglesias


tan semejantes entre sí y cuyas unidades están tan distanciadas unas de otras, no
obedecieran a un plan común diseñado desde algún centro religioso que difícilmente
pudo haber sido otro que la Casa Madre de Cluny. Pero es que además existe un
hecho histórico relevante para abonar esta convicción y es la construcción previa por
los cluniacenses de la iglesia de su priorato de St. Etienne de Nevers (Fig. 16), no
muy lejano de la casa Madre y que estaba completamente terminado en 1097 43. Esta
iglesia era como un modelo reducido de lo que habían de ser los grandes santuarios
y en ella figuraban los mismos elementos compositivos y constructivos a los que
hemos hecho referencia más arriba. Nada más lógico para el venerable abad de la
Casa Madre como experimentar en uno de sus prioratos esas características antes de
lanzarse a una empresa semejante, asegurándose así el buen resultado de la misma.
43
Como nos informa el propio señor de Nevers, que la patrocinó en una carta en la que describe
el templo recién terminado.

91
Figura 16. St. Etienne de Nevers, iglesia prioral cluniacense construida con las mismas
pautas arquitectónicas que los grandes Santuarios del Camino.

92
4.ª PARTE
BASÍLICAS ROMÁNICAS ESPAÑOLAS DEL SIGLO XI
Y BASÍLICAS TARDÍAS (SIGLO XII Y SIGLO XIII)

A finales del siglo XI o principios del XII (según García Guinea y P. González
en su Enciclopedia del Románico en Castilla y León), se va a terminar en la zona
palentina del Camino de Santiago la obra más emblemática de la nueva arquitectura:
la joya arquitectónica de San Martín de Frómista (Fig. 17), reconstruida a fines del
siglo XIX con el criterio historicista de Viollet-le-Duc, pero sobre la base de lo que
entonces pervivía de la original que era mucho, y suficiente para que demos por
auténtica la información que nos suministra. Su fundación se debe a Doña Mayor, la
reina viuda de Sancho el Mayor de Navarra 44 que en su testamento de 1068 decía que
estaba construyendo un monasterio en Frómista, y que aún vivía cuando sus hijos
ordenaron la construcción de Leyre, Jaca y el Panteón Real de León. Frómista es hija
directa de Jaca, de la que posee algunos elementos idénticos, como los ábsides y los
detalles decorativos entre los que destaca el conocido «ajedrezado jaqués». Pero es
mucho más completa y homogénea que Jaca en su arquitectura, lo que la hace mo-
délica en su género y muy reproducida en adelante.

Figura 17. Interior de San Martín de Frómista, ejemplo emblemático de la Arquitectura de la


Peregrinación en España (de una sola planta).

44
En su testamento de 1066, doña Mayor cita el monasterio que había edificado en Frómista
(edificare cepi in Fromesta).

93
San Martín de Frómista, una iglesia de tipo prioral y tamaño medio, es como un
libro abierto para explicar las características principales de la «Arquitectura de la
Peregrinación», sobre la base de los pilares compuestos de núcleo cuadrado, de una
sola planta, cabecera triabsidal, tres naves de cuatro tramos cada una, bóvedas de
cañón seguido sobre arcos fajones, y transepto con crucero elevado para luces con
cimborrio de base octogonal sobre pechinas. Sorprende la perfección de las formas de
esta iglesia que aparece como un estilo completamente maduro y que les hace decir
a Gudiol y Gaya Nuño que en ella 45: «se eleva a concreción de soluciones plenas la
fórmula jaquesa, y su maestría en resolver problemas deja el camino libre a los
canteros del siglo XII para que se lanzasen a toda suerte de variaciones», y añaden
que «…el románico regional que se nutrió de las esencias de Frómista resulta de una
excepcional pureza». Y la razón estriba en que el estilo había madurado en su país
de origen (Francia) a lo largo del proceso que estudiamos en nuestro libro de «La
Epopeya de la Piedra». Allí decíamos, al comienzo de la Tercera Parte, lo siguiente:

«...En el presente capítulo entramos en el período de “madurez” de la arquitec-


tura románica. En los anteriores, y desde los albores del año mil, hemos asistido a
la construcción de abadías benedictinas en diversas regiones europeas en las que se
emplearon sistemas y técnicas constructivas diferentes a partir de diseños más o
menos aceptados universalmente y nacidos de la basílica latina paleocristiana. La
orden cluniacense, merced a su gigantesca red europea, servía como distribuidor de
información que llegaba permanentemente a todas las obras que en número tan
grande estaban en marcha en aquel período. Todas las experiencias de cada una de
las nuevas casas que se construían eran conocidas tarde o temprano por todos los
monjes que intervenían en ellos, y las que se consideraban positivas, asimiladas y
aplicadas en adelante. De otra manera no hubiera sido posible la mejora de los
métodos y el perfeccionamiento de las formas que se advierten en el proceso con el
paso del tiempo».

Efectivamente: en Frómista adquiere la Arquitectura Española de la Peregrina-


ción su configuración más perfecta, que en períodos posteriores se barroquiza y hace
más artificiosa, como cuando los pilares se complican con dobles columnas y se
doblan también los arcos fajones. Como ejemplos de esto último podemos citar a
Santa María de Sangüesa (en Navarra), Tamarite de Litera (en Huesca) y Vilabeltrán
(en Gerona) 46. Sin embargo, los elementos constructivos y compositivos, con los que
se van a realizar las grandes basílicas del Camino (y sobre todas ellas, la de Santiago
de Compostela) son los mismos que están presentes en Frómista (ver los Cuadros I
y II de la 5.ª Parte) como también lo están en otras iglesias contemporáneas de los
caminos franceses. Tales las del grupo de la ruta Tolosana, muy próximas todas a la
frontera española, como Lescar (Fig. 18), Oloron-Ste. Marie (Fig. 19), Saint Gaudens
(Fig. 20) y St. Pée de Bigorre, algunos de ellos prioratos cluniacenses.

En el lugar en el que está hoy la conocida Colegiata de San Isidoro de León


había otra de menores dimensiones de estilo asturiano con cabecera recta y de ladri-

45
Gudiol Richard y Gaya, «Arquitectura y Escultura Románica», pág. 200, Ars Hispaniae,
Ed. Plus Ultra, Madrid, 1948.
46
En Cataluña también hay casos del siglo XI con pilar compuesto y demás requisitos expues-
tos, de los que un ejemplo podría ser Santa María de Vilabertrán (Gerona), de tres naves y tres
ábsides (Monasterio de Canónigos regulares de los siglos XI y XII).

94
Figura 18. Catedral de Nôtre-Dame de Lescar, vieja capital de Bearn, situada en la periferia
de la ciudad de Pau. Aquí los pilares compuestos son de núcelo cruciforme y las naves
laterales se cubren con bóvedas de cañón en sentido transversal (variante del modelo basilical)
construida a principios del siglo XII (foto: Zodiaque).

llo, que habían mandado construir los reyes Don Fernando y Doña Sancha al principio
de su reinado (en la década de los cuarenta del siglo IX). Esta iglesia estaba precedida
de un pórtico de muy hermoso diseño sobre columnas aisladas con capiteles exqui-
sitamente labrados, pórtico que terminaría transformándose en Panteón Real. Su fac-
tura, en la línea de su homólogo angevino del monasterio francés de Fleury 47 en el
que se custodiaban los restos de San Benito, es de una gran belleza, debido, entre
otras cosas, a la exquisitez de los capiteles con que cuenta 48.

47
También del ámbito reformador de Cluny.
48
Las hermosas pinturas que le adornan y que le dan la gran fama que tiene el Panteón se
realizaron mucho más tarde (segunda mitad del siglo XII).

95
Figura 19. Antigua catedral de St. Oloron de Sta. Marie, muy cercana ya a la frontera
española, guarda importantes semejanzas con la iglesia de Lescar y con Frómista. Fue
levantada por Gastón, el vizconde de Bearn (1090-1131) que participó con otros nobles
franceses en la Reconquista española (batalla de Graus) en el Alto Aragón (foto: Zodiaque).

Treinta o cuarenta años después, la Princesa Doña Urraca, hija de los Reyes (y
que había sido reina de Zamora), mandó ampliar la iglesia de sus padres, considerada
con toda probabilidad pequeña y anacrónica, ante la irrupción de las novedosas for-
mas de la nueva arquitectura románica. Y levantó una nueva de tres naves y cabecera

96
Figura 20. Colegiata de St. Gaudens (Alto Garona), capital de la región pirenaica
de Commminges, enlazaba por Tarbes con la ruta Tolosana. Emparentada arquitectónica
con los Grandes Santuarios del Camino, cuyos elementos más característicos reproduce
con sólo cinco tramos y cabecera triabsidal (foto: Zodiaque).

triabsidal (Fig. 21), que se inició (como siempre) por la cabecera, que se conserva
parcialmente y cuyos ábsides son idénticos a los dos modelos de Jaca y Frómista,
como acredita el único que queda de los tres. Desgraciadamente, el resto de la iglesia
de Doña Urraca no presenta la homogeneidad que caracterizaba a la nueva arquitec-
tura de la Peregrinación, observándose en ella una serie de vacilaciones y cambios de

97
plan en su estructura (Fig. 22) que rompen la unidad del conjunto, condición nece-
saria para el buen disfrute del mensaje arquitectónico.

Figura 21. Nave central de San Isidoro de León con un coro gótico al fondo construido en el
siglo XIV. El sistema alternativo de soportes —al estilo de la catedral de Jaca—, hace también
suponer que se pensó para ser cubierto con bóvedas lombardas de planta cuadrada ocupando
cada uno dos tramos, y posteriormente se realizó de cañón seguido, con arco fajón intermedio
arrancando de ménsulas superpuestas.

La construcción de basílicas del porte de la de Frómista, se sucede y acrecienta


durante el reinado de Alfonso VI, aunque desgraciadamente han desaparecido casi
todas, sustituidas por templos más grandes y modernos en la mayoría de los casos, mu-
chos de ellos catedrales góticas. Entre estos últimos casos cabe citar en Castilla y León
a las viejas catedrales de Burgos (que en 1074 se levantó a tiempo del traslado de la
diócesis desde Oca), de León (de grandes dimensiones, cuyos cimientos se excavaron
en el interior del templo gótico actual en 1883 y había sido consagrada en 1073),

98
Figura 22. Llamativa anomalía constructiva existente en la Colegiata de San Isidoro de León,
con un soporte pasando por delante de una ventana (foto del autor).

de Burgo de Osma (que construyera el abad cluniacense Pedro de Vituris y de la que


sólo se conservan el Claustro y la Sala Capitular), y la de Segovia (situada en la ex-
planada del Alcázar, que fue destruida por los Comuneros en el siglo XVI). Y en los
reinos de Navarra y Aragón hay que lamentar la desaparición de las catedrales románi-
cas de Pamplona, Gerona y Barcelona, sustituidas por las actuales en cuyos interio-
res yacen enterrados sus viejos muros de cimentación. Por lo que se refiere a monaste-
rios románicos, lamentablemente desaparecidos, están las que fueron iglesias abaciales
de San Isidoro de Dueñas, San Zoilo de Carrión, Santo Domingo de Silos,
Santa María de Nájera y San Millán de la Cogolla, que desaparecieron en
momentos diversos para ser sustituidos por otros templos más grandes y probablemen-
te no tan bellos. Y a ellos hay que añadir el de los Santos Facundo y Primitivo de
Sahagún, el mayor de todos debido a su condición de Casa Madre Benedictina del reino
de España, y que fue destruido por la incuria, la ruina y la Desamortización. Todos

99
los citados estaban situados en el «Camino Francés» o en alguno de los restantes cami-
nos que confluían en él, dándoles la prestancia y belleza que correspondía al nuevo arte
románico. La de Dueñas desapareció víctima de la Desamortización, el agio y la rapi-
ña, y sobre las basas de las pilastras (de las que algunas se conservan) se levantó en
tiempos muy posteriores la actual iglesia de los trapenses. Aquel era un templo seme-
jante al de Frómista, aunque de mayores dimensiones, con ventanas sobre la nave cen-
tral y también de tres naves, transepto con crucero elevado y tres ábsides. En cuanto a
la de Sahagún, sólo se conservan parte de los ábsides que la presidían y los cimientos
del Panteón Real que a los pies mandó construir Alfonso VI en 1080 49, y donde repo-
saron él y sus mujeres, incluida la mora Zaida. El cuerpo principal del templo, que era
el más grande y espectacular de todos los del Camino después del de Santiago de Com-
postela, se levantó poco después de la muerte de Alfonso VI, y más tarde se cubrió con
bóvedas de crucería. Sahagún tenía también tres naves, pero con siete tramos y su nave
central de diez metros de anchura, que era una dimensión superior a la de los grandes
Santuarios del Camino (30 pies carolingios).

A la vista de cuanto se resume en el párrafo anterior, hay que lamentar la desapa-


rición de tantas basílicas románicas de tres naves que fueron parte tan importante del
acervo artístico español, en contraste con la situación de Francia o de Inglaterra,
donde por el contrario, subsisten muchas de la misma época. Aparte de San Martín
de Frómista, de aquella primera época románica sólo contamos en España con iglesias
menores, situadas mayoritariamente en zonas rurales, en las que se puede admirar la
madurez de su arquitectura y su indiscutible belleza. Podemos encontrarlas en todas
las provincias que corresponden a los territorios de los antiguos reinos de Castilla y
León, Portugal, Navarra y Aragón, dentro de los límites que a fines del siglo XI
habían sido reconquistados. Como todo el mundo sabe, las iglesias románicas que hay
en esos territorios pueden contarse por cientos, pero muchas menos son las del primer
período que estamos estudiando en este trabajo. En el privilegiado grupo de éstas
podrían estar las iglesias del Castillo de Loarre (Fig. 23) y Santa Cruz de la Serós
(Fig. 24) (en Huesca), la de San Quirce (Fig. 25) en las proximidades de Burgos y
la de Santa María de Tera en las proximidades de Benavente (Zamora). Son iglesias
que cuentan generalmente con una sola nave, en unos casos con crucero elevado y
uno o dos tramos de nave, aunque también los hay con cabeceras tripartitas como la
Colegiata de Castañeda, en Cantabria (Fig. 26), Santa Eufemia de Cozuelos, San
Salvador de Cantamuda (las dos en Palencia), y Santa María de Estíbaliz, en
Álava. Los ábsides son del tipo jaquense (a excepción de Santa María de Tera que
lo tiene cuadrado) y siempre con la ornamentación interior y exterior de molduras
esculpidas, ventanas de arcos doblados y columnas, portadas con archivoltas y pro-
fusión de esculturas en canecillos de aleros, tímpanos de portadas, y sobre todo, en
los capiteles de las columnas. El rastro estructural del pilar compuesto que caracteriza
a esta Arquitectura de la Peregrinación, se limita en estas iglesias a los medios
pilares adosados a los muros y los arcos fajones que sustentan las bóvedas de medio

49
El monasterio de Sahagún había sido el más importante del reino de León, fundado por los
reyes asturianos, muy querido de todos los reyes leoneses que lo llenaron de ofrendas y riquezas,
y que Alfonso VI «estaba reconstruyendo» en 1080, como informa el cronista Sandoval al decir
que: «…la igualó en rentas con la Iglesia de Toledo, aunque esto sería adelante, que en este año
de la era 1118 (o sea, en 1080) en que se hacía la obra de Sahagún no se había Toledo ganado
a los moros…». Sin embargo, la obra en construcción, a la que se refería Sandoval, era el Panteón
que el Rey hizo para su propio enterramiento a los pies de la vieja iglesia pre-románica que allí
existía.

100
cañón, y sólo en los casos de crucero elevado o de doble nave aparecen los pilares
compuestos en su configuración total (ver Cuadros I y II).

Figura 23. Iglesia de San Pedro en el Castillo de Loarre (Huesca), ejemplar de nave única,
crucero con cúpula y ábside (último cuarto del siglo XI).

Por lo que se refiere a los aspectos ornamentales que complementan la arquitec-


tura románica (desde los canecillos labrados en los aleros y la molduración recta o
curva con el conocido «ajedrezado jaqués», hasta el empleo de pequeñas columnas
con capiteles flanqueando las ventanas o haciendo arquerías en el interior de los
ábsides), y sobre todo la gran floración de la escultura románica en capiteles y por-
tadas, es evidente que participa de forma relevante en el gran éxito final de estas
bellas obras de la primera etapa. Al respecto —sin embargo—, hemos de decir que

101
gran parte de los trabajos escultóricos de las iglesias de este grupo han sido fechadas
desde finales del siglo XI hasta incluso el primer cuarto del XIII, según los casos, lo
que solía corresponder a la fase final de construcción de esas iglesias.

Figura 24. Iglesia de Sta. Cruz de la Serós (Huesca). Los tramos de la nave única (sin
crucero) son de mayor longitud que los del modelo basilical (ver texto) y los arcos torales de
los lados comunican con dos capillas que hacen el papel de alas de un transepto que no existe.

Supervivencia del modelo de pilar compuesto


en la fase avanzada del románico

Durante todo el siglo XII e incluso en los primeros años del XIII continúa la
construcción de iglesias románicas del mismo estilo que las que hemos venido exa-
minando hasta ahora. Su número creció progresivamente además a medida que se
iban conquistando nuevas tierras, lo mismo en los reinos de Castilla-León y Navarra,
como en las de Aragón y Cataluña. El estilo fue evolucionando, por lo que a los

102
Figura 25. San Quirce de los Ausines en las proximidades de Burgos, de nave única (sin
alas) y crucero con cúpula sobre trompas. Esta iglesia es de las primeras de la peregrinación,
porque se sabe que Fernando I visitó las obras en 1054 (foto: J. Sáiz).

elementos compositivos complementarios se refiere (como torres, cimborrios y por


supuesto, al componente escultórico), pero el sistema estructural del pilar compuesto
permaneció el mismo, aunque el propio soporte se hizo a veces muy sofisticado. Con
ello se demostró que se trataba del propio fundamento de la Arquitectura de la Pe-
regrinación.

Y entre las iglesias de ese período, ya tardío, muchas fueron basílicas de tres
naves, rompiéndose así el maleficio que acabó con la desaparición de todas las de la
primera fase con las pocas excepciones consignadas. Se respetaba fielmente la planta
tipo basilical, pero salvo casos aislados en los que (pese al tiempo transcurrido) se
siguieron con respeto los cánones del siglo XI (como Santa María del Sar en San-

103
Figura 26. Colegiata de Sta. Cruz de Castañeda (Cantabria), de nave única con crucero
elevado con luces y cúpula sobre trompas. Las alas del transepto (de las que sólo queda una
original) se abren a la nave a través de arcos doblados de medio punto, formando capillas
semiindependientes (foto: Arriola).

tiago de Compostela, o San Pedro de Dueñas y Santa María de Mave, ambas en


Palencia), en la mayoría de las realizadas en el siglo XII [como la Colegiata de
Santillana del Mar (Fig. 27), San Antolín de Bedón, o las gallegas de Santa María
de Mezonzo o Santa María del Campo), en general, las formas fueron sufriendo
modificaciones que desvirtuaban aquellos cánones. Especialmente cuando se impusie-
ron las bóvedas de crucería que permitían mayores libertades estructurales con la
posibilidad de abrir mayores huecos de iluminación. Tal cosa se evidencia en las del
Grupo de catedrales de Salamanca y Zamora y Colegiata de Toro, las tres de un
período posterior e influencia poitevina. Pero a pesar de todo, al construirse nuevas
iglesias de dos pisos con tribunas en las que están presentes los principios monumen-
tales de Mont St. Michel, de Nevers, St. Gaudens y de las Basílicas del Camino

104
Figura 27. Colegiata de Santillana del Mar (Cantabria). Basílica del siglo XII de tres naves
del más ortodoxo diseño peregrino-modular, aunque cubierta con bóvedas de crucería
(foto: E. Díaz Campo).

(ejemplos: las Catedrales de Orense y Lugo o San Vicente de Ávila, Fig. 28),
podemos gozar con la contemplación en España de esos grandes espacios interiores
perfectamente funcionales, en los que se comprende lo que el gran investigador de la
arquitectura normanda, Ruprich-Robert, decía a finales del siglo XIX 50: «…si hay
concordancia y armonía en la justa medida de las partes (del templo) con el todo,
si el aspecto de lo que de una manera general la estructura de la obra expresa bien
la concepción primera y lo que ella debe contener; en una palabra, si esa imagen es
la expresión de la verdad, el monumento se lee inmediatamente, porque encierra las
condiciones básicas de la belleza». Es decir, las condiciones que hicieron tan bellas
a las basílicas homogéneas de la Peregrinación, como Frómista o Compostela, en
cuya arquitectura la estructura conduce a unas formas que responden con claridad a
las demandas de la función para que fueron concebidas y al material de piedra con
el que se construyeron.

Conclusión

Nosotros no estamos solos en la posición defensora del protagonismo de los


cluniacenses en la implantación de la arquitectura románica en España. El profesor
Conant ya escribió que 51: «…a medida que se acumulan los estudios históricos el
papel de Cluny en la creación del estilo maduro de la arquitectura románica se va
haciendo más claro, en proyectos que sin duda fueron caros al abad San Hugo. La

50
Ruprich-Robert, L’Architecture Normande aux Xie y XIIe siècles, Paris, 1884-1889.
51
Kenneth John Conant, «Arquitectura carolingia y románica», en Manuales Arte Cátedra,
3.ª ed., pág. 207.

105
Figura 28. Iglesia de San Vicente (Ávila). Nave elevada a mediados del siglo XII
con las pautas arquitectónicas de la Peregrinación. Pilares compuestos de núcleo cuadrado
y piso alto (tribunas) al estilo de los Grandes Santuarios del Camino. La cubierta de la nave
de bóvedas apuntadas y nervadas pertenecen ya al primer período gótico que difundieron
por España los cistercienses.

grandeza de concepción y la nobleza de proporciones caracteriza esas obras». El


profesor Buesa 52 ha dicho que el estilo románico fue «deudor (amén de otros fenó-
menos) de la expansión de la poderosa orden benedictina del monasterio de Cluny».
Y García Villoslada 53 llegaba a asegurar (hablando de Cluny) que: «…su mayor título
de gloria artística reside en la arquitectura románica, con los innumerables y mag-
níficas iglesias que levantaron en todas partes, hasta el punto de que el arte romá-
nico ha podido llamarse “arte cluniacense”».

Es evidente el protagonismo que San Hugo tuvo personalmente en la empresa.


Pero es preciso extenderlo a sus monjes, que tradicionalmente hacía muchos años que
estaban interviniendo en sus construcciones desde los tiempos del abad Mayeul y de

52
Domingo J. Buesa Conde, Historia del Alto Aragón, Edit. Pirineo, 2003, pág. 149.
53
Llorca y García Villoslada, S. I., Historia de la Iglesia Católica, Ed. BAC, Tomo II,
pág. 244.

106
las «Constituciones de Farfa», que trataban en detalle el programa de lo que había
de ser un monasterio cluniacense. Monjes constructores como Guillermo de Volpiano
(«magistros conducendo et opus dictando» en su Gran Abacial de Dijon) pasando por
Lanfranco y sus espléndidas abadías de Hombres y Mujeres de Caen, hasta el abad
Gauzlin y su pórtico de Fleury, a San Odilon y las iglesias de Payerne, Charlieu y
Souvigny o el obispo Etienne de Autun, de los que se poseen datos concretos docu-
mentales, hasta entrar en el vacío diplomático de tantos y tantos cluniacenses que
debieron intervenir en muchas de las construcciones de la Peregrinación, empezando
por los Grandes Santuarios del Camino. No se trata de que fueran ellos mismos los
ejecutores materiales (aunque no faltaron tampoco lo que algún historiador llamó «les
moines bâtisseurs»), pero sí al menos los inspiradores de las obras, si se tiene en
cuenta que dentro del recinto de la Casa Madre de Cluny (gran centro de actividades
espirituales, intelectuales y artísticas) vivía un grupo selectísimo de religiosos proce-
dentes de las capas más altas de la sociedad medieval, que junto con las prácticas
religiosas tenían una dedicación especial a la reforma monástica y —como conse-
cuencia—, a la construcción de iglesias que le era inherente.

La falta de testimonios documentales al respecto no es de extrañar, dado que


—como señala Oursel—, «el objeto de los manuscritos anteriores al siglo XIII era
puramente religioso, conmemorativo, aristocrático o territorial; los trabajadores
estaban prácticamente excluidos». Pese a ello, no faltan excepciones a esta regla
citada por Oursel, porque monjes constructores fueron Pedro Deustambem y el maes-
tro Fruechel (el primer arquitecto de San Isidoro de León, y el segundo del cuerpo
de naves de la Catedral de Ávila). Y también debió de serlo el maestro Esteban, que
consta trabajó en las naves de Santiago de Compostela, en las que por cierto se
reprodujeron con exactitud los capiteles de la Abadía de los Hombres de Caen (en
Normandía) 54. De cualquier manera, nosotros pensamos que a esa carencia de fuentes
documentales escritas, puede oponerse el hecho de la presencia física continuada de
los cluniacenses en los momentos más cruciales de la construcción de iglesias romá-
nicas en España de muchas de las cuales eran abades, y preferentemente amparando
la política de fomento del Camino de Santiago. Y el producto de esa dedicación fue
la Arquitectura Románica de la Peregrinación de la que tratamos en este trabajo,
a la que se debe lo más granado y perfecto de nuestro acervo cultural de ese arte, y
hoy puede admirarse en campos y ciudades.

54
Vid. Gudiol y Gaya, ob. cit., pág. 214.

107
5.ª PARTE
EL SISTEMA MODULADO DE LAS BASÍLICAS ROMÁNICAS
DE LA PEREGRINACIÓN

Como es notorio, no existe una sola Arquitectura Románica, sino varias, porque en
diferentes regiones francesas y en la cuenca del Rhin tuvieron lugar simultáneos inten-
tos de características iniciales diferentes 55. La motivación de su aparición como un arte
nuevo fue la reforma monástica que se desarrolló a partir de los albores del segundo
milenio, en que se construyeron de nueva planta muchas iglesias abaciales, priorales y
parroquiales para atender a la nueva gran empresa pastoral emanada de Roma.
Todos los tipos de iglesias que se requerían para los monasterios de entonces se
basaban en el modelo de la basílica latina: tres naves encabezadas por tres ábsides, con
o sin transepto y con o sin crucero elevado, y éste con luces o no. Fue un modelo que
se repitió cientos de veces en la Lombardía italiana de la primera mitad del siglo XI,
pero todavía con arquerías de columnas y con techos de madera. Ese mismo modelo y
por aquellos mismos años fue construido por primera vez en serie con bóvedas de ca-
ñón seguido, con arcos fajones, por equipos de canteros lombardos en la zona pirenai-
ca-catalano-aragonesa, con un aparejo característico de sillarejo a base de piedra, sim-
plemente desbastada, sin labrar.
Pronto este modelo fue evolucionando, en la búsqueda —entre otras cosas—, de
un tipo de soporte que sustituyera a la columna aislada, al terminarse el filón que
representaban las ruinas romanas que suministraban el preciado elemento, y también
—por supuesto—, por otras razones prácticas y de economía. En los primeros años
del románico se ensayaron muchos tipos de soportes, y entre todos ellos destacó muy
pronto el «pilar compuesto» constituido por un núcleo cuadrado o cruciforme, que en
cada una de sus cuatro caras tenía una semicolumna adosada. Tan sencillo instrumen-
to iba a representar la base estructural de toda la Arquitectura Románica de la
Peregrinación, una forma de construir iglesias que obedecía a sencillas y eficaces
normas edificatorias, aplicables fácilmente por canteros, buenos conocedores del ofi-
cio. El pilar compuesto era el «árbol portante» de toda la estructura de piedra, un
ingenio perfectamente concebido para cubrir los ámbitos de las iglesias de dos o más
naves y ejecutados con grandes sillares tallados de piedra (sentados con mortero de
cal o en seco), perfectamente labrados, siempre dispuestos para trabajar a compresión
simple, la única solicitación de fuerzas que soporta este material. En nuestra obra «La
Epopeya de la Piedra», decíamos al describir este sistema 56: «…Como un surtidor de
cuatro chorros, el pilar compuesto lanzaba hacia lo alto cuatro semicolumnas des-
tinadas a sustentar la estructura básica del edificio: por la cara que mira a la nave
central, la que llegando hasta lo alto serviría de apoyo a los arcos fajones de la
bóveda de cañón seguido que determina la cubierta; por la cara interior, al pequeño
fajón divisorio de las bóvedas de arista de las naves laterales; y por las otras dos,
a los arranques de las arquerías que separan la nave central de las dos laterales».
Todas las iglesias románicas de la Peregrinación se levantaron a partir de un
modelo de planta estereotipada, derivado de la basílica latina, que fue internacional-
55
Estilos llamados regionales, cuyo padre fue el profesor Lasteyrie (L’Architecture Religieuse
en France a l’epoque Romane, Picard ed., París, 1929).
56
Vid., ob. cit., autor, «Sinopsis del Contenido del trabajo», pág. 14.

108
mente admitida y que los historiadores han llamado «planta benedictina». Nosotros
preferimos llamarle «basilical», porque responde al programa medio de una basílica
de tres naves y cabecera tripartita, que era en el siglo XI la usual para monasterios
de tamaño medio.

Descripción de la planta modular: La Planta Tipo Basilical

La planta que aquí se reproduce es la modélica de tipo basilical con tres naves y
tres ábsides. Su composición interior se dispone con un volumen principal en forma
de cruz, en el que la cabecera es el transepto y el tronco la nave central, ambas de
iguales altura y anchura. De menor altura que esa cruz volumétrica son los ábsides
y las naves laterales. Y el encuentro de nave central y transepto (el crucero) se des-
taca por ser el elemento de mayor altura interior de todo el conjunto, constituyendo
el punto central y neurálgico de la basílica.
El sistema constructivo se basa en el pilar compuesto que soporta todo el conjunto
de bóvedas que constituyen la cubrición del edificio. Y cada uno de los elementos que
componen la planta se constituye como un módulo combinable con los demás en
variadas formas.

Lo hasta aquí descrito para el cuerpo de naves es válido para las alas del transep-
to. El crucero se resolvía en el modelo a partir de los cuatro arcos torales apoyados
en los pilares compuestos de las cuatro esquinas, pasando de la planta cuadrada a
la circular mediante pechinas o trompas, determinando de esa manera la base de la
cúpula de media esfera.

Definición de los módulos

a) Ábside mayor (semicilindro cubierto por bóveda de media naranja, más un


tramo recto con bóveda de cañón).
b) Ábside menor o lateral (id. id. id.).
c) Tramo recto de nave central (entre cada dos pilares compuestos y cubierto
con bóveda de cañón entre dos arcos fajones).
d) Crucero (elevado o no) cubierto con cúpula semiesférica sobre pechinas.
e) Alas del transepto (de iguales dimensiones y estructura que los tramos de la
nave central).
e’) Mismo elemento anterior del transepto saliente a uno y otro lado.
f) Tramo recto de las naves laterales (cubierto con bóvedas de arista).
A estos siete módulos (a, b, c, d, e, e’ y f) se añaden otros dos que corresponden
a dos casos especiales:
e’) Ala saliente del transepto de igual configuración interior que el módulo e.

f’) Módulo especial de dos pisos, en el que al módulo f se le superpone una


tribuna cubierta con bóveda de cuarto de cañón seguido entre arcos fajones.

109
110
Sistema constructivo de los cuerpos de naves

Se incluyen a continuación cortes transversales (Cuadro I) e imágenes virtuales


(Cuadro II) de los cuatro tipos de secciones posibles en los Cuerpos de Naves re-
feridos todos a la Planta Tipo Basilical y basados, como ya se ha dicho, en el Pilar
Compuesto:

Tipo A: iglesias de una sola planta y una sola nave.

Tipo B: basílicas de una planta y tres naves con luces laterales.

Tipo C: basílicas de una planta y tres naves con luces altas en la nave central.

Tipo D: basílicas con tribuna y luces laterales en las dos plantas.

Las Basílicas-Santuarios del Camino se sirvieron del modelo D, pero su disposi-


ción en planta era excepcional, como correspondía a la función que iban a desempe-
ñar alojando grandes masas de peregrinos que no cabían en la Planta Tipo Basilical.
Las cinco que se realizaron 57 tenían grandes semejanzas, pero no eran iguales. Todas
tenían cabecera monumental con girola y capillas absidales, gran transepto salien-
te por los laterales norte y sur con tres tramos cada uno y constituido por tres naves
de sección modelo D y cuerpos de tres naves (casos de Limoges, Conques y Com-
postela) o de cinco (casos de Tours y Toulouse) y con cinco tramos en Conques, diez
en Tours, Limoges y Compostela, y once de Toulouse. Se acompañan las cinco
plantas reunidas (según Conant).

El sistema modular y la realidad construida

No nos atrevemos a llamar «normativa» al sistema de construcción de iglesias


románicas descrito hasta aquí porque ningún investigador ha encontrado constancia

57
San Martin de Tours y San Martin de Limoges (ambas desaparecidas), Ste. Foy de Conques,
St. Sernin de Toulouse y Santiago de Compostela.

111
documental de que existiera tal cosa. Pero a la vista de la arquitectura que se mate-
rializó de la mitad del siglo XI en adelante por todos los Caminos de la Peregrinación,
que en el noventa por ciento de los casos responde a las reglas enunciadas aquí, hay
que convenir que hubo al menos una tradición que aceptaban todos quienes estaban
en el mundo de la construcción (y los primeros los cluniacenses) y acabó siendo una
regla que simplificaba mucho la operativa.

Por otro lado, el sistema era puramente estructural y estaba concebido desde
dentro hacia fuera. Por eso las fachadas eran la respuesta natural (y sin artificios) de
esa estructura interna y estaban formadas por muros de piedra concertada: es decir,
pura y simple funcionalidad arquitectónica. Por ello mismo fue tan importante la
aportación escultórica en ventanas, cornisas, impostas y modillones y sobre todo en
capiteles y portadas, que tanto han contribuido a la notoriedad y la valoración popular
de la Arquitectura Románica de la Peregrinación y a la sensación de fuerte espiritua-
lidad de sus interiores y belleza de sus alzados externos. El añadido posterior de
abundantes cuerpos de edificación accesorios (como torres, espadañas, sacristías, ca-
pillas anexas, etc…) con enmascaramiento parcial o total de la imagen del modelo
básico aquí descrito.

La planta tipo basilical se respetaba estrictamente, utilizando de ella los módulos


necesarios para cada caso. Lo que variaban eran las dimensiones: el sistema carecía
de medidas fijas, que la práctica y las necesidades de cada caso hacían muy variadas.
Lo que sí se procuraba mantener fielmente eran las relaciones básicas que figuraban
en la planta tipo basilical, y que eran las siguientes:

— Luz nave central (entre 20 y 30 pies carolingios) = dos veces luz nave lateral.

— Luz nave central = lado del cuadrado que determina el crucero = luz alas del
transepto.

— Ancho de los tramos de la nave central (entre ejes de pilares) = 0,5 luz nave
central. (Esta regla cambiaba radicalmente en los casos de nave única en los
que generalmente los tramos se hacían más largos, al no existir el condicio-
nante del ritmo de separación entre soportes, determinado por la anchura de
los arcos de medio punto que los separan.)

Respecto a limitaciones, sólo existían las derivadas de la experiencia en relación


con la luz de las bóvedas de cañón seguido de las naves centrales, que les llevaron
a no sobrepasar nunca los 30 pies carolingios (más o menos 10 metros), en los mo-
delos B y D (que tenían bien contrarrestados los empujes) y en torno a los 20 pies
(entre 6 y 7 metros) en los A y C (que no los tenían). En cuanto a las alturas, no debió
haber más limitaciones que las puramente estéticas de lograr espacios bien proporcio-
nados en la nave central (relación entre anchura y altura de las mismas) cosa que no
se lograban siempre, por supuesto.

No faltaron tampoco las excepciones a la aplicación de este sistema: algunas de


las iglesias conservadas del período, como la de Santa María de Tera (Zamora) y la
de San Salvador de las Huertas (Palencia) se construyeron con cabeceras rectas, lo
que se justifica por persistencia en el apego al modelo tradicional asturiano o simple-
mente por optar por un modelo más sencillo de construir. También fueron frecuentes

112
los casos en los que no se tuvieron en cuenta las pautas aquí descritas, seguramente
por desconocimiento de lo que era básico en beneficio de soluciones individuales en
general defectuosamente resueltas. La Colegiata de San Isidoro de León (Fig. 21), por
ejemplo, cuyo arquitecto fue Pedro Deustambem, presenta diversas anomalías: tran-
septo totalmente atípico, en el que el crucero es continuidad de la nave central, y las
alas norte y sur están cubiertas con bóvedas de cañón dispuestas transversalmente,
separándose del crucero por dos grandes arcos torales polilobulados, de raíz mozára-
be. En el caso de Santa Cruz de la Serós (Fig. 24) de una sola nave sin crucero, los
tramos son dobles y a ambos lados del primero hay dos grandes arcos a través de los
que se accede a sendas capillas anejas (falsas alas de un transepto que no existe).
Además, la antigua Catedral de Lescar (Pirineos Atlánticos, Francia, Fig. 18), tiene
sus naves laterales cubiertas con bóvedas de cañón dispuestas transversalmente. Pa-
rece oportuno señalar que son pocos los casos existentes de iglesias «homogéneamen-
te románicas», es decir, que no hayan sido reformadas en tiempos posteriores destru-
yéndose así la belleza que se deriva de la unidad de concepción.

Por último diremos que este sistema parece haber sido concebido como modular,
dado que se compone de piezas (o módulos) que pueden ser objeto de distintas
combinaciones, consiguiéndose con ellos desde la pequeña iglesia de una sola nave
y un solo ábside (ejemplo, San Quirce de Burgos, San Pedro de Tejada…), al gran
Santuario del Camino, cien veces mayor (ejemplo, Santiago de Compostela). Y para
demostrarlo, se incluyen en el Cuadro III un conjunto de iglesias románicas españolas
en las que se pone en evidencia esa condición modular combinativa. Un primer grupo
se forma con cabecera triabsidal y un cuerpo de tres naves, de un número variable de
tramos: San Salvador de Leyre (Huesca), Catedral de Solsona (Lérida), Catedral
de Elna (Rosellón), Santa María de Vilabertrán (Gerona), San Pedro de las Due-
ñas (León), Santa María del Sar (Santiago de Compostela). Un segundo grupo
también con cabecera triabsidal, tiene además transepto con crucero y cúpula de
media naranja sobre trompas o pechinas: Santa María de Besalú (Gerona), Catedral
de Jaca (Huesca), San Martín de Frómista (Palencia), Santa María de Mave (Pa-
lencia) y San Vicente de Ávila. A este grupo hay que añadir San Isidoro de León,
cuyo crucero no se remata con cúpula, sino con bóveda de cañón. Un grupo de
iglesias de una sola nave lo forman, con cabecera triabsidal y crucero elevado con
cúpula, Santa Cruz de Castañeda (Cantabria), con tres tramos de nave y Santa
Eufemia de Cozuelos (Palencia), San Salvador de Cantamuda (Palencia) y Santa
María de Estíbaliz (Álava), con dos. Y con un solo ábside, y crucero con cúpula,
Monasterio de Rodilla, San Pedro de Tejada y San Quirce de los Auxines (las tres
en Burgos), además de San Pedro de Loarre (Huesca). Y por último, de una nave
y sin crucero, Santa Cruz de la Serós (Huesca). Por supuesto, se trata de esquemas,
y los módulos en ellos representados no son necesariamente iguales en la realidad de
las iglesias citadas. También existen anomalías en ciertos casos, que no destruyen a
nuestro juicio la validez del sistema modular que constituye otra de las características
más importantes de la Arquitectura de la Peregrinación.

113
SECCIONES-TRANSVERSALES DE LA PLANTA BASILICAL
(las cuatro variantes básicas)

Cuadro I

A B

C D

114
IMÁGENES VIRTUALES DE LOS CUATRO TIPOS POSIBLES
DEL CUERPO DE NAVES

Cuadro II

A B

C D

115
PLANTAS MODULADAS DE LAS MÁS DESTACADAS IGLESIAS
ROMÁNICAS DE LA PEREGRINACIÓN ESPAÑOLA

Cuadro III (1)

116
Cuadro III (2)

117

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