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Epis B Clase 3

El documento aborda las teorías de Freud sobre la sexualidad humana, incluyendo la homosexualidad y la feminidad, destacando que la homosexualidad no es una enfermedad y que la feminidad se desarrolla a través de complejos edípicos y castración. Se discuten las dinámicas de la vida amorosa masculina, incluyendo la elección de objetos amorosos y la impotencia psíquica, así como el tabú cultural de la virginidad en las mujeres. Freud sugiere que las perturbaciones en las relaciones sexuales y matrimoniales pueden estar arraigadas en conflictos psíquicos y culturales desde la infancia.

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Epis B Clase 3

El documento aborda las teorías de Freud sobre la sexualidad humana, incluyendo la homosexualidad y la feminidad, destacando que la homosexualidad no es una enfermedad y que la feminidad se desarrolla a través de complejos edípicos y castración. Se discuten las dinámicas de la vida amorosa masculina, incluyendo la elección de objetos amorosos y la impotencia psíquica, así como el tabú cultural de la virginidad en las mujeres. Freud sugiere que las perturbaciones en las relaciones sexuales y matrimoniales pueden estar arraigadas en conflictos psíquicos y culturales desde la infancia.

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LA SEGUNDA TÓPICA, CLASES PARTICULARES, 3413918814

UNIDAD 3: SEXUALIDAD HUMANA, SEXUALIDAD FEMENINA, HOMOSEXUALIDAD, NUEVAS SEXUALIDADES

Freud, “Carta a la madre de un homosexual”

Es una carta que data del 9 de abril de 1935.


Aquí Freud deja en claro que la homosexualidad no es nada de lo que avergonzarse –muchos grandes
hombres fueron homosexuales, como Da Vinci–, no es, tampoco, un vicio, ni una enfermedad, ni algo que
deba tratarse.
Representa, en cambio, una variación de la función sexual, producida por cierto freno en el
desarrollo sexual.
En la mayoría de los casos, no se puede revertir, y no es necesario hacerlo. Lo que sí sucede, a
menudo, es que el homosexual se siente infeliz, neurótico, inhibido en su vida social. En estos casos, el
análisis interviene para traerle armonía, paz mental, ya sea que siga siendo homosexual o cambie.

Freud, “Conferencia 33, la femineidad” y “Sobre la sexualidad femenina”

El psicoanálisis no pretende describir qué es la mujer, sino indagar cómo deviene, cómo se desarrolla a partir
del niño de disposición bisexual.
Los dos sexos parecen recorrer de igual modo las primeras fases del desarrollo libidinal. En la fase
fálica, el clítoris de la niña, que le dispensa sensaciones placenteras, se comporta como un pene pequeño, pues
la vagina aún no es descubierta.
Con la vuelta hacia la feminidad, el clítoris debe ceder a la vagina su sensibilidad y su valor. Esta es
una de las dos tareas adicionales que debe llevar a cabo la niña.
El primer objeto de amor del varoncito, por apuntalamiento en la satisfacción de las grandes
necesidades vitales, es la madre, quien lo sigue siendo en la formación del Edipo. También para la niña el
primer objeto es la madre, pero, para alcanzar la prosecución de su Edipo normal, este objeto debe devenir en
el del padre. La otra de las tareas adicionales. Y decimos adicionales porque el nene conserva su zona genital
rectora y su objeto edípico –en el Edipo normal–.
No se puede comprender a la mujer si no se tiene en cuenta la ligazón-madre preedípica, el vínculo
libidinoso de la niña con su mamá. Este vínculo, gobernado por la ambivalencia, está atravesado por las tres
fases de la sexualidad infantil. Querer hacerle un hijo a la madre, la angustia de ser asesinado o envenenado,
la fantasía de seducción, son algunas de sus manifestaciones.
La fase preedípica de la ligazón-madre es significativa, pues deja espacio para todas las fijaciones y
represiones a que reconducimos la génesis de la neurosis.
¿A raíz de qué se va a pique esta potente ligazón madre de la niña? El extrañamiento respecto de la
madre se produce bajo el signo de la hostilidad, la ligazón madre acaba en odio. Por lo común, una parte de él
se supera y otra permanece.
En la vuelta hacia el padre, escuchamos muchas acusaciones a la madre. El destete es uno de ellos.
También los celos a un hermanito, o la prohibición del quehacer masturbatorio. Ahora bien, esos motivos no
son suficientes. El principal reside en el complejo de castración, y se refleja en el hecho de hacer responsable
a la madre de la falta de pene.
Por la diferencia anatómica entre los sexos, que siempre tiene consecuencias psíquicas, el contenido
del complejo de castración en la nena no puede ser el mismo del varón. El niño cae bajo el influjo de la
angustia de castración, mientras que la nena es presa de la envidia del pene.
El descubrimiento de su castración es un punto de viraje en el desarrollo de la niña. De ahí parten
tres orientaciones del desarrollo: la suspensión de toda vida sexual; la porfiada hiperinsistencia en la virilidad;
y la feminidad normal.
Hasta el momento de la primera de las tres orientaciones, la niña había vivido como varón, se
procuraba, en un goce fálico, placer en su clítoris. La comparación con el niño, mejor dotado, estropea este
goce. Además, su amor iba dirigido a la madre fálica, y cuando se descubre que ella también es castrada, se la
abandona. La niña renuncia, así, a su satisfacción masturbatoria en el clítoris, a la vez que desestima su amor
por la madre, lo que deviene en la represión de una buena parte de sus propias aspiraciones sexuales.
Que la niña admita el hecho de su falta de pene no quiere decir que se someta sin más a él. Al
contrario, se aferra por largo tiempo al deseo de llegar a tener algo así. Esto puede llevar a la desmentida, al
complejo de masculinidad, donde se mantiene el quehacer clitorídeo y se da la identificación con la madre
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fálica o con el padre. Lo esencial de este proceso es que se evita la oleada de pasividad que inaugura el giro
hacia la feminidad, como veremos. Esto es susceptible de dar lugar a la homosexualidad.
Con el abandono de la masturbación clitorídea se renuncia a una porción de actividad. Ahora
prevalece la pasividad. Ella permite la vuelta hacia el padre. El deseo con el que la niña se vuelve hacia él es
sin duda, originariamente, el deseo del pene que la madre le ha denegado y ahora espera del padre. Sin
embargo, la situación femenina sólo se establece cuando el deseo de pene se sustituye, en una ecuación
simbólica, por el deseo del hijo. Ya veíamos el deseo del hijo en el juego con muñecas, pero allí no servía a la
feminidad, sino a la identificación con la madre, al posicionamiento activo en el rol de madre.
Una vez que se ha dado esto, la niña ingresa en la situación del complejo de Edipo, en el que se
quiere eliminar a la madre y sustituirla por el padre. Vemos que, en la niña, el complejo de Edipo es una
formación secundaria, tiene una larga prehistoria. El complejo de castración lo precede y lo prepara. Por la
diferencia anatómica entre los sexos, mientras el complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido a la
amenaza de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este último en tanto castración
consumada.
Ausente la angustia de castración, falta el motivo principal que había esforzado al varoncito a superar
el complejo de Edipo. La niña permanece dentro de él por un tiempo indefinido, sólo después lo deconstruye
y aún entonces lo hace de manera incompleta. El superyó no deviene tan severo.
Freud dice que como resarcimiento por su originaria inferioridad sexual, la mujer es narcisista, la
necesidad de ser amada es más intensa que la de amar.
En los matrimonios dichosos, la hostilidad del vínculo ambivalente de sentimientos permaneció junto
a la madre, de tal manera que no recaen sobre el padre, ni, posteriormente, sobre el marido. Puede ocurrir, sin
embargo, que la hostilidad alcance la ligazón positiva y desborde sobre el nuevo objeto; el marido, que había
heredado al padre, entra con el tiempo en posesión de la herencia materna, y estalla el conflicto marital.
Sólo la relación con el hijo varón brinda a la madre una satisfacción irrestricta. Esto es así porque la
madre puede esperar de él la satisfacción de todo eso que le quedó de su complejo de masculinidad.

Freud, “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre”

En este texto, Freud recoge impresiones sobre la vida amorosa del neurótico. Comprobó
comportamientos similares en personas sanas.
Comienza detallando un tipo particular de elección de objeto masculina, con ciertas condiciones
de amor y conducta.
Tenemos la condición del tercero perjudicado. La persona en cuestión nunca elige como objeto
amoroso una mujer libre, sino siempre a una sobre quien otro hombre pueda pretender derechos de
propiedad, marido, prometido o amigo. Así, esta persona satisface mociones agonales, hostiles al
hombre a quien se arrebata la mujer. Hace redivir el triángulo edípico. En casos graves, esto puede llevar
a que se esté cómodo con la posición triangular. Por eso los celos jamás se dirigen al poseedor legítimo
de la amada, sino a extraños recién llegados.
Por otro lado, en la condición del amor por mujeres fáciles, sólo se eleva como objeto de amor
aquella dama cuya conducta sexual de algún modo merezca mala fama, y de cuya fidelidad se dude. Esto
sólo se da en conjunción con la primera condición, la cual, en cambio, puede presentarse sola.
Ahora, pasemos a la conducta del amante hacia el objeto en cuestión.
En la vida amorosa normal, el valor de la mujer es regido por su integridad sexual. Es una
desviación tratar como objeto amoroso de gran valor a la mujer liviana. Muchos hombres, sólo pueden
amar a este último tipo de mujeres. Siempre exaltan la autoexigencia de fidelidad, por más que en la
realidad la infrinjan. Hay, ahí, algo del orden de la neurosis obsesiva. Los objetos de amor pueden
sustituirse unos a otros formando una larga serie.
También hay una tendencia a rescatar a la amada, el hombre está convencido de que ella
realmente lo necesita. Ej hombre con plata poder rescatar a alguien pobre. Responde constelaciones
Edipo, devolver a la madre todo lo q hizo.
Los rasgos característicos de estas condiciones de amor y conducta, surgen de la constelación
materna, de la fijación infantil de la ternura a la madre.
Respecto de la condición del tercero perjudicado, el tercero perjudicado es el padre. El amor por
mujeres fáciles representa un enlace con el descubrimiento del quehacer sexual de la madre, donde ella
ya no era tan diferente a una prostituta. Esta condición manifiesta la fantasía de infidelidad de la madre,
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donde el yo propio es el amante. Por otro lado, en el rescate, hay una identificación con el padre, y se
figura el deseo de hacerle un hijo a la madre, en miras de saldar la deuda por el hecho de que ella nos
haya dado la vida.

Freud, “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”

Esta extraña perturbación aqueja a hombres de naturaleza intensamente libidinosa, y se exterioriza en el hecho
de que los órganos ejecutivos de la sexualidad rehúsan el cumplimiento del acto sexual, aunque tanto antes
como después se demuestren intactos y capaces de operar.
El fundamento de la afección es que no confluyen una en la otra la corriente tierna y la corriente
sensual, cuya reunión es lo único que asegura una conducta amorosa normal.
La corriente tierna es la más antigua. Corresponde a la elección infantil primaria de objeto. La
fijación tierna del niño continúa a lo largo de la infancia, pero es desviada de su meta sexual.
Ahora bien, en la pubertad se añade la poderosa corriente sensual, que ya no ignora sus metas. Tiene
el afán de encontrar objetos no incestuosos, con los que puede cumplirse una vida sexual real.
Estos últimos se escogen siempre según el arquetipo de los imagos infantiles, pero con el tiempo
atraerán hacia sí la ternura que estaba encadenada a los primeros. El varón dejará a su padre ya su madre y se
allegará a su mujer, así quedan conjugadas ternura y sensualidad.
Los factores que contribuyen decisivamente al fracaso de este progreso en el curso de desarrollo de
la libido son dos. Por un lado, la frustración que contraríe la nueva elección de objeto y la desvalorice para el
individuo. Y, por el otro, la atracción que sean capaces de exteriorizar los objetos infantiles que han de
abandonarse.
Si estos dos factores son lo bastante fuertes, entra en acción el mecanismo universal de la formación
de la neurosis. La libido se extraña de la realidad, y, en una introversión, es acogida por la actividad de la
fantasía, la cual refuerza las imágenes de los primeros objetos sexuales, y se fija a ellos.
Ahora bien, el impedimento del incesto obliga a la libido volcada a esos objetos a permanecer en lo
inconsciente. De esta manera, puede ocurrir que toda la sensualidad de un joven esté ligada en lo inconsciente
a objetos incestuosos. El resultado es entonces una impotencia absoluta.
Para que se produzca la impotencia psíquica propiamente dicha se requieren condiciones más
benignas. Es preciso que se haya conservado la corriente sensual en grado suficientemente intenso para
conseguir en parte su salida hacia la realidad.
La corriente sensual que ha permanecido activa sólo busca objetos que no recuerden a las personas
incestuosas, esquiva la corriente tierna. Si los objetos, de repente, dimanan una impresión que pudiera llevar a
su elevada estima psíquica, no desemboca en una excitación de la sensualidad, sino en una ternura ineficaz en
lo erótico.
Para protegerse de la perturbación de la impotencia psíquica, el principal recurso de que se vale el
hombre es la degradación psíquica del objeto sexual. En la degradación, la sensualidad puede exteriorizarse
con libertad.
Freud afirma que la impotencia psíquica está mucho más difundida de lo que se cree.

Freud, “El tabú de la virginidad”

Freud empieza el texto dando cuenta del designio cultural que le impone a la mujer llegar virgen al
matrimonio.
Tal demanda es una ampliación consecuente del derecho exclusivo de propiedad que constituye la
esencia de la monogamia, y recae sobre la mujer. Tras el desfloramiento se establece una servidumbre, es
decir, una dependencia sexual con el objeto, que sería indispensable para mantener el matrimonio cultural y
poner diques a las tendencias polígamas que lo amenazan.
Por lo elucidado anteriormente, a Freud le llaman la atención los rituales de ciertos pueblos
primitivos en los que se evita que la desfloración quede a cargo del futuro marido, y sea realizada por otro
personaje, en el denominado tabú de la virginidad.
El terror a la sangre, en tanto defensa contra los instintos homicidas de los primitivos, la angustia de
hacer algo por primera vez, el temor a ser debilitado por la mujer, pueden servir para explicar esto.
Freud habla también de la frigidez. Hay una frigidez inicial, normal, que culmina después de reeditar
varias veces el acto sexual. Pero también tenemos otra, que se perpetúa en el tiempo.
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Esta última podría explicarse por la herida narcisista que representa la destrucción del órgano, en este
caso el himen. El hecho despierta cierta hostilidad al marido, y coarta el deseo. En ese punto, Freud asocia el
tabú de la frigidez al temor del primitivo a la hostilidad que, en la mujer, podría suscitar el primer coito. Bajo
esta lógica, el desflorador heredaría, víctima de una venganza, toda la agresividad que originariamente iba
dirigida a la madre. Además, tenemos que el marido siempre es, por decirlo, un sustituto del padre. Muchas
veces, si se ha establecido una fijación, el sustituto es rechazado por insatisfactorio. Quizá por eso, piensa
Freud, los primitivos encomendaban el desfloramiento a un sacerdote, persona de carácter sagrado, sustituto
del padre.
Pero el análisis de las perturbaciones del matrimonio nos enseña que los motivos que impulsan a la
mujer a tomar venganza de su desfloramiento no se han extinguido tampoco por completo en el alma de la
mujer civilizada. A mi juicio, el observador ha de extrañar el extraordinario número de casos en los que la
mujer permanece frígida en un primer matrimonio y se considera desgraciada, y, en cambio, disuelto este
primer matrimonio, ama tiernamente y hace feliz al segundo marido. La reacción arcaica se ha agotado, por
decirlo así, en el primer objeto.
Podemos, pues, concluir que el desfloramiento no tiene tan sólo la consecuencia natural de ligar
duraderamente la mujer al hombre, sino que desencadena también una reacción arcaica de hostilidad contra él,
reacción que puede tomar formas patológicas, las cuales se manifiestan frecuentemente en fenómenos de
inhibición en la vida erótica conyugal, y a los que hemos de atribuir el que las segundas nupcias resulten
muchas veces más felices que las primeras. El singular tabú de la virginidad, y el temor con que entre los
primitivos elude el marido el desfloramiento, quedan plenamente justificados por esta reacción hostil.

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