Escombrario de Nicolás López Pérez.
Notas previas a una reflexión.
Zenaida M. Suárez Mayor
No puedo evitar preguntarme si el Escombrario de Nicolás es el Ave fénix de la
mitología. Esa que, única en su especie, necesitaba de la ruina para significar.
Cuando miramos la portada de esta cajita-sobre y leemos este título tan
aparentemente apocalíptico, un halo cuasi-indeleble de ideas se cruza por nuestra mente,
nos lleva hasta la idea de lo que, contenido en él, debe haberse derrumbado antes de pasar a
formar parte del conjunto que adentro espera. Sin embargo, en el despliegue de los libritos
(“Escombrario” y “Cuaderno de Berlín”), la polaroid, el mansaje cifrado en braille, la
cuartilla del muro de los lamentos, las agudas y precisas reflexiones de Héctor Hernández
Montecinos y el textito “¿Qué es tener una casa?, se nos revela una nueva dimensión de
hacia dónde ese título sugerente querría estarnos conduciendo. Y sentimos el resurgir de
unos recuerdos, de unas vivencias, de unas realidades ajenas que se nos agolpan, que se nos
actualizan (sin haber sido palpadas por nosotros).
Entrar a Escombrario, creo que es entrar a una parte muy íntima y sugerente de la
experiencia vital. Parcelaria y fractal y, aun así, visible, como los escombros que componen
cualquier ruina, que dejan ver las huellas de lo que fue ese territorio y permiten al lector (al
espectador) aventurar una posible recomposición.
Quiero comentar 3 piedrecitas de esta montaña de escombros:
1. El librito “Escombrario”, dividido en 17 secciones, es el “centro semiósfero” de la
obra. Hacia él apunta el título que corona la cajita-sobre y en él se contienen las temáticas
que guían hacia la comprensión de este cúmulo de escombros. La disposición textual es, sin
duda, lo primero que llama la atención. Situados en el espacio interpaginal, los textos deben
ser leídos como pertenecientes a dos partes espejeadas. Así también, los recuadros en
negro que se van disponiendo dentro del volumen invitan (a mí me invitan, por supuesto) a
pensar en las oposiciones binarias martineanas, donde lo negro, lo negativo, revela un
contenido que no era evidente y se hace visible en la exposición a la luz. Este detalle de
luces y sombras, positivos y negativos, encuentra también una importante marca de sentido
en otros elementos de la cajita, como en la instantánea polaroid numerada (que representa
el colofón de la obra) y en la fotografía doblada en cuatro partes del muro de los lamentos,
que el autor tituló: “El tiempo dirá por qué volver a las fotos”.
De los textos que componen el librito “Escombrario” el responso es clave para
entender el volumen. En él, la reflexión estética es clara y se manifiesta así:
La mayor cantidad de las veces, el texto es un pequeño ecosistema donde nacen las
ideas que todavía no he podido abandonar. Una forma de mantenerse auténtico. He visto
florecer otras semillas. He cosechado lo que no he vuelto a plantar. He perdido el contacto
con mucha gente. La escritura es mutación. Me pongo un poco paranoico hablando de los
demás. Desconfío de mis propias formas. En mis cuadernos preparo fugas imaginarias
contra el miedo. Dejo rastro de todo lo que hago. Incluso cuando me dicen que no lo haga.
La obra de Nicolás López es anfíbica, su generatriz es natural, independiente del
sujeto, (si algo así se puede decir de un producto del subconsciente humano) y, sin
embargo, materializa, patenta y visibiliza todo aquello que bordea al sujeto, todo aquello
que se desprende de una experiencia nómade, de la que también este “responso” da cuenta.
2. “Cuaderno de Berlín”, el otro volumen-escombro ¿“tradicional”? que incluye la
cajita-sobre es una especie de Diario-álbum-agenda no datado, solo numerado, que aun así
da la impresión de poseer un orden cronológico. Precedido de una “postdata” al más puro
estilo baudeleriano-martineado cuando incluyeron un “epígrafe” al final de Las flores del
mal/La nueva novela, y de una bella reflexión de la poeta peruana Victoria Guerrero
Peirano:
Ya hace buen tiempo sobre esos aros de una blancura invisible. Se escribió un
poema. Se celebró un matrimonio, se fundó una ciudad.
Es en este volumen que, a priori, pensamos como un elemento secundario de la obra
completa donde se esconde la poética fundacional de López, su modus operandi, su
tránsito, su justificación (no necesaria, por lo demás) del arte que hace y construye desde
los escombros textuales, lo que explica desde el I fragmento:
Escombros, de la posibilidad, de reconstruir, de revisar el material pendiente de
migración al futuro mismo. Escombros de literatura ¿hacia dónde más zarpar? ¿los
escombros, lo que sobra de uno? ¿Los materiales de reconstrucción? ¿Qué? Viene a la
ciudad de los escombros. Viene a la ciudad. A las ruinas. Losfahren.
El nombre del cuaderno, de más está decirlo, alude al lugar de tránsito en que estos
aporemas fueron pensados.
3. Por último, una notita mecanografiada perdida entre los escombros, titulada ¿Qué
es tener una casa? Me sorprendió grandemente. Primero, por supuesto, de nuevo, por las
concomitancias e intertextualidades que, casi maquinalmente, establezco con las múltiples
reflexiones que sobre la casa se han hecho siempre en torno a La nueva novela de Martínez.
La casa, el hogar, el contendor de la experiencia vital, pero también símbolo del adentro,
del encierro, de la soledad, de la pertenencia, es en Martínez, como en López, un símbolo
dual, incierto, endeble; insistentemente bordeado por la inconsistencia y que, finalmente,
siempre estará sujeto al final ruinoso en que se será ya solo “escombros” porque, tal y como
se cierra el texto:
“Aunque estén harapientos y descoloridos, esos escombros, no lo olvides, están
conformados por lo que hacemos, lo que somos y lo que soñamos. Tener una casa es tener
escombros de lo que para otros fue una casa, NO LO OLVIDES.”
Cuidaremos tus escombros, Nicolás, para que no se reconstruyan de cualquier modo ni en
cualquier lugar.
¡Muchas gracias!
Santiago, 22 de enero de 2020