PASCUA Y SINODALIDAD
La Iglesia, en su afán de acompañar nuestros procesos como cristianos, nos proporciona la
división del año litúrgico de una manera muy sabia para que tengamos la oportunidad de vivir la fe
como una historia de salvación. Cada tiempo litúrgico nos conduce a descubrir los misterios de Cristo,
a celebrar la salvación en las etapas del amor de Dios y a profundizar en la vida cristiana a fin de
generar comunión en la diversidad.
Con los tiempos litúrgicos nos ayudamos a retomar nuestra vida cristiana y redescubrir la
misión a la que hemos sido llamados. Iniciamos nuestro camino cuaresmal con el Miércoles de Ceniza
y cada uno de nosotros hemos ido preparando nuestro corazón para celebrar el triunfo de Cristo sobre
la muerte y su sacrificio redentor. Como cristianos escuchamos el llamado de la Iglesia para vivir este
tiempo de reconciliación y encuentro con Dios y con los hermanos.
Así, después de estos 40 días en que se nos ha llamado a la reflexión, llegamos a la celebración
de la Pascua del Señor que nos envía a la misión y que, a la luz de la sinodalidad, nos conduce a la
búsqueda de la renovación de nuestra vida y de la vida de la Iglesia por medio de la participación de
todos los cristianos.
Según la Comisión Teológica Internacional, en el documento La sinodalidad en la vida y en la
misión de la Iglesia, la Pascua es el nuevo éxodo que reúne en la unidad a todos los que en la fe creen
en Él, y que Él los conforma consigo mediante el Bautismo y la Eucaristía. La obra de la salvación
es la unidad que Jesús pide al Padre en la inminencia de la Pasión. En el mismo documento (n. 14)
nos explica: El mensaje de los Profetas inculca en el Pueblo de Dios la exigencia de caminar a lo
largo de las travesías de la historia manteniéndose fieles a la alianza. Por eso los Profetas invitan a
la conversión del corazón hacia Dios y a la justicia en las relaciones con el prójimo, especialmente
con los más pobres, los oprimidos, los extranjeros, como testimonio tangible de la misericordia del
Señor (cfr. Jr 37,21; 38,1). Este es el camino de la Cuaresma hacia la Pascua.
Vivir la Pascua de Cristo en la sociedad implica compartir la alegría de la Resurrección, ser
generoso y solidario, y promover la fraternidad. La Pascua nos invita a participar en la obra de Dios,
a ser miembros activos en la vida comunitaria de la Iglesia. Después de la muerte de Jesús, los
Apóstoles continuaron su ministerio curando enfermos, evangelizando y compartiendo lo que tenían.
Esta es la comunión a la que nos llama la Sinodalidad, una unión entre nosotros que refleje la
presencia de Jesús en nuestras vidas. Por lo tanto, no podemos decir que estamos viviendo la Pascua
si no incluimos las 3 líneas de acción a las que el Papa Francisco nos ha convocado continuamente
para hacer realidad la experiencia sinodal: comunión, participación y misión.
La experiencia de la Pascua nos debe conducir a resaltar que el Señor nos invita a anunciar la
Buena Nueva de su Resurrección, de su sacrificio redentor y de su Palabra que es capaz de devolver
la vida a quienes están bajo el yugo del pecado; a buscar recuperar la esencia de la Iglesia, una Iglesia
viva que busque y nos lleve a la alegría de la Resurrección con una propuesta concreta de una nueva
visión que transforma las prácticas establecidas. No perdamos de vista que la sinodalidad nos presenta
dos palabras claves para una propuesta de conversión: relaciones y vínculos.
Vivamos esta propuesta de ser Iglesia Sinodal intercambiando nuestros dones de una manera
dinámica y convirtiendo los procesos establecidos, en la búsqueda del bien común. ¡Feliz Pascua de
Resurrección!