La lechera y su cántaro
Había una vez una joven
lechera que caminaba con
un cántaro de leche para
vender en el mercado del
pueblo. Mientras caminaba
pensaba en todas las cosas
que haría con el dinero de
la venta:
—Cuando me paguen —se
dijo—, compraré de inmediato unas gallinas, estas gallinas pondrán
muchísimos huevos y los venderé en el mercado. Con el dinero de los
huevos me compraré un vestido y zapatos muy elegantes. Luego, iré a
la feria y como luciré tan hermosa, todos los chicos querrán acercarse a
hablar conmigo.
Por andar distraída con sus pensamientos, la lechera tropezó con una
piedra y el cántaro se rompió derramando toda la leche. Con el cántaro
destrozado se fueron las gallinas y los huevos; también el vestido y los
zapatos.
Moraleja: Nuestros sueños y planes no deben apartarnos de la
realidad.
La zorra y las uvas
En un día muy caluroso,
una zorra sedienta se topó
con un racimo de uvas
grandes y jugosas que
colgaban en lo alto de una
parra. La zorra se paró de
puntillas y estiró sus brazos
intentando alcanzar las
uvas, pero estas se
encontraban muy lejos de
su alcance.
Sin querer darse por vencida, la zorra tomó impulso y saltó con todas
sus fuerzas una y otra vez, pero las uvas seguían muy lejos de su
alcance.
Esta vez, la zorra se sentó a mirar las uvas con desagrado.
—Qué ilusa he sido —pensó—. Me he esforzado en alcanzar unas uvas
verdes que no saben bien.
Y se marchó muy, pero muy enojada.
Moraleja: Cuando algo es muy difícil de conseguir, lo mejor es
ser honestos con nuestros sentimientos.
El cascabel del gato
Una familia de ratones vivía
en la cocina de una enorme
casa. Ellos eran muy felices,
hasta que un día la dueña
del hogar adoptó un lindo
gatito. El gatito creció y se
convirtió en un gran cazador
que estaba siempre al
acecho.
Cansados de vivir en peligro, los ratones se reunieron para ponerle fin a
tan difícil situación.
En la reunión se discutieron muchos planes, pero ninguno parecía ser
bueno. Por fin un joven ratoncito se levantó y dijo:
—Tengo un plan muy sencillo, pero puede ser exitoso. Atemos un
cascabel al cuello del gato y por su sonido sabremos siempre el lugar
donde se encuentra.
La ingeniosa propuesta fue acogida por todos los ratones. De repente,
un viejo y sabio ratón se levantó y les preguntó:
– Muy bien, pero ¿quién de ustedes le pone el cascabel al gato?
Todos los ratones se quedaron calladitos.
Moraleja: Es más fácil decir las cosas que hacerlas.
El cuervo y la jarra
Había una vez un cuervo sediento
que voló durante mucho tiempo en
busca de agua, hasta que encontró
una jarra con un poco del preciado
líquido. La jarra tenía un largo y
estrecho cuello y por mucho que lo
intentara, el cuervo no podía
alcanzar el agua con su pico.
Desesperado, el cuervo pensó en derribar la jarra y tomar el agua antes
de que la tierra la absorbiera, pero la jarra era tan pesada que no se
movía con los intentos del pobre cuervo. Al cabo de un rato se le ocurrió
otra idea; recogió unas piedrecillas y las dejó caer en la jarra una por
una. Con cada piedrecilla, el agua subía un poco más, hasta que por fin
estaba lo suficientemente cerca del borde para poder beber. Feliz, el
cuervo tomó el agua y siguió volando.
Moraleja: Para resolver problemas necesitas mucha calma e
ingenio.
El zorro y la cigüeña
Al zorro le encantaban las
bromas pesadas y quiso
gastarle una a su amiga la
cigüeña. Un día la invitó a
cenar a su casa y la cigüeña
aceptó con mucho agrado. La
cigueña se presentó a la hora
acordada y tras conversar un
buen rato, se dirigieron al
comedor.
El zorro había preparado una deliciosa sopa, pero la sirvió en dos platos
muy llanos. La cigüeña apenas pudo probar la sopa con la punta de su
largo pico. El zorro, entre risas burlonas, se tomó toda la sopa y al final
se lamió y relamió el plato.
La cigüeña pronto se dio cuenta de la broma de mal gusto que le estaba
jugando el zorro. Sin embargo, disimuló su enojo. Al despedirse, dio las
gracias al zorro dejándole saber que estaba invitado a almorzar a su
casa al día siguiente.
El zorro se presentó en la casa de la cigüeña. Al entrar, sintió un olor
exquisito que le hizo agua la boca y lo llenó de emoción. Pero la emoción
le duró poco, porque el guiso que había preparado la cigüeña le fue
servido en un jarro muy largo y de cuello estrecho. La cigüeña alcanzaba
fácilmente el guiso con su pico, pero no el zorro con su hocico ancho y
corto. El zorro, muy avergonzado, se marchó con el rabo entre las patas.
Moraleja: No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan
a ti.
La paloma y la hormiga
Una paloma vio caer a una
hormiga en un arroyo. La
hormiga luchó en vano por
llegar a la orilla, y
compadecida, la paloma
dejó caer la hoja de un árbol junto a ella. Aferrándose a la hoja como un
marinero náufrago, la hormiga flotó a salvo hasta la orilla.
La hormiga estaba muy agradecida con la paloma por salvarle la vida.
Al día siguiente, la hormiga vio a un cazador apuntando a la paloma con
una piedra. Sin pensarlo dos veces, se metió dentro del zapato del
cazador y le picó el pie, haciéndolo perder el tiro del dolor. De esa
manera, la hormiga salvó la vida de la paloma.
Moraleja: Una buena acción siempre recibe otra buena acción.
El lobo con piel de oveja
Érase una vez un lobo muy
oportunista que encontró una piel
de oveja abandonada en el campo:
“Con esta piel podré disfrazarme
de oveja, caminar entre ellas y
hacerlas presa fácil. ¡Qué gran
banquete me voy a dar!”, pensó el
malvado.
De esta manera, se colocó la piel sobre el lomo y acto seguido se dirigió
hacia el rebaño.
Ninguna de las ovejas notó su presencia. Todas seguían pastando y
disfrutando del día. ¡Su plan funcionaba a la perfección!
El pastor tampoco advirtió su presencia y llegado el atardecer llevó el
rebaño al corral. El lobo se lamía y relamía pensando en su fabulosa
cena.
Pero antes de cerrar la puerta, el pastor, sin saber de quién se trataba,
apartó al lobo del rebaño para cortarle la lana. ¡Menuda sorpresa se
llevó cuando con el primer halón, la piel de oveja cayó al suelo y dejó al
lobo al descubierto!
Furioso, el pastor echó al lobo a palos y este nunca volvió a acercarse a
sus ovejas.
Moraleja: Los engaños nunca te harán exitoso.
El león y la zorra
Un viejo león tenía los dientes y
garras tan gastados que ya no le
resultaba fácil conseguir
alimentos. Sin más que hacer,
fingió estar enfermo. Luego, se
encargó de avisar a todos los
animales vecinos acerca de su
pobre estado de salud y se acostó en su cueva a esperar sus visitas.
Cuando los animales se presentaban a ofrecerle su simpatía, él los
devoraba de un solo bocado.
La zorra también acudió a visitarlo, pero ella era muy astuta. Estando a
una distancia segura de la cueva, le preguntó cortésmente al león cómo
se encontraba de salud. El león respondió que estaba muy enfermo y le
pidió que entrara por un momento. Pero la zorra se quedó afuera,
agradeciendo al león por la amable invitación:
—Me encantaría poder hacer lo que me pides — dijo la zorra—, pero veo
que hay muchas huellas de los que entran a tu cueva y ninguna de los
que salen. Por favor, dime, ¿cómo encuentran tus visitantes la salida?
El león no dijo nada, pero la astuta zorra tampoco se quedó a esperar la
respuesta y así evitó ser devorada.
Moraleja: Si aprendes de los errores de los demás, evitarás los
propios.
El caballo y el asno
Había una vez un hombre
que tenía un caballo y un
asno. Una tarde, cuando
iban de camino a la ciudad,
el asno, muy agotado por
llevar toda la carga le dijo al
caballo:
—Por favor, amigo, tú no
llevas nada, ayúdame con
una pequeña parte de esta carga.
El caballo, siendo muy egoísta, se hizo el sordo.
En la mitad del camino, el asno se desplomó víctima de la fatiga. El
dueño le echó toda la carga al caballo, incluyendo al asno enfermo. El
caballo, suspirando dijo:
— ¡Qué mala suerte tengo! Por no haber querido ayudar, ahora tengo
que cargar con todo y hasta con el asno.
Moraleja: Aquel que no ayuda a su prójimo cuando lo necesita,
tarde que temprano termina perjudicándose a sí mismo.
El Viento del Norte y el Sol
El Viento del Norte y el Sol
tuvieron una discusión
sobre cuál de los dos era el
más fuerte y poderoso. Mientras discutían vieron a un caminante que
llevaba puesto un abrigo.
—Esta es la oportunidad de probar nuestro poder y fortaleza —dijo el
Viento del Norte—. Veamos quién de nosotros es lo suficientemente
fuerte como para hacer que este caminante se quite el abrigo. Quien lo
logre será reconocido como el más poderoso.
—De acuerdo —dijo el Sol—. Comienza tú.
Entonces, el Viento comenzó a soplar y resoplar. Con la primera ráfaga
de viento, los extremos del abrigo se agitaron sobre el cuerpo del
caminante. Pero cuanto más soplaba el Viento, más fuerte el hombre
sujetaba su abrigo.
Ahora, era el turno del Sol y él comenzó a brillar. Al principio sus rayos
eran suaves; sintiendo el agradable calor después del amargo frío del
Viento del Norte, el caminante se desabrochó el abrigo. Los rayos del Sol
se volvieron más y más cálidos. El hombre se quitó la gorra y enjugó su
frente. Se sintió tan acalorado que también se quitó el abrigo y para
escapar del ardiente sol, se arrojó en la acogedora sombra de un árbol al
borde del camino. ¡El Sol había ganado!
Moraleja: La gentileza y la amabilidad ganan donde la fuerza y la
fanfarronería fallan.
El zorro y el cuervo
Una brillante mañana, el zorro
seguía su agudo olfato en
búsqueda de un bocadillo. De
repente, vio a un cuervo en la
copa de un árbol. Este no era
de manera alguna el primer
cuervo que el zorro había
visto. Pero lo que llamó su
atención e hizo que se
detuviera, fue el enorme trozo de queso que el cuervo llevaba en su
pico.
—No tengo necesidad de buscar más —pensó el astuto zorro—. Ese
delicioso queso será mi bocadillo.
Entonces, se dirigió hacia el árbol donde reposaba el cuervo, y mirando
con admiración, exclamó:
—¡Buenos días, majestuosa criatura!
El cuervo miró al zorro con desconfianza. Pero mantuvo su pico bien
cerrado con el queso y no devolvió el saludo.
—¡Qué criatura tan encantadora eres! —dijo el zorro—. ¡Cómo brillan tus
plumas! ¡Qué hermosa es tu figura y qué alas tan espléndidas tienes! Un
ave tan espectacular como tú debe poseer la más hermosa voz. ¿Puedes
cantarme solo una canción? Mi deseo es nombrarte el rey de todas las
aves.
Al escuchar estas palabras tan halagadoras, el cuervo olvidó todas sus
sospechas y también su queso. Su mayor deseo era ser nombrado el rey
de todas las aves. De modo que abrió su pico de par en par para
pronunciar su graznido más fuerte, y dejó caer el queso justamente en la
boca del zorro.
—Gracias por el queso —dijo el zorro mientras se alejaba.
Moraleja: Quien te alaba sin conocerte, solo desea tu suerte.
El cerdo y las ovejas
Un día, un pastor descubrió
un cerdo regordete en el
prado donde pastaban sus
ovejas y lo capturó al
instante. El cerdo chirrió
con todas sus fuerzas desde
el momento en que el
pastor puso sus manos
sobre él. Si hubieras
escuchado el fuerte chirrido, pensarías que el cerdo estaba cruelmente
herido. Pero a pesar de los chillidos y forcejeo, el pastor cargó a su
premio bajo el brazo y se dirigió a la carnicería del mercado.
Cerca, las ovejas estaban muy asombradas por el exagerado
comportamiento del cerdo y siguieron al pastor y al cerdo hasta la
entrada del pastizal.
—¿Qué te hace chillar así? — preguntó una de las ovejas—. El pastor a
menudo nos atrapa para llevarnos a otro lugar. Sin embargo, por
vergüenza, no hacemos un tremendo alboroto como el tuyo.
—Para ustedes todo está muy bien —respondió el cerdo con un chillido y
una patada frenética—. Cuando el pastor las atrapa solo quiere lana;
pero de mí, quiere tocino.
Moraleja: Es fácil ser
valiente cuando no hay
peligro.
El águila y los gallos
Dos gallos reñían a diario por el dominio del gallinero. Un día, uno de los
gallos venció al otro y lo obligó a esconderse en un matorral.
No contento con haber desterrado a su rival, el gallo vencedor se subió a
lo alto del gallinero extendiendo sus alas, mientras cantaba con todas
sus fuerzas para contarle al mundo su victoria. Un águila que volaba
cerca escuchó al jactancioso gallo y se abalanzó sobre él, atrapándolo
con sus garras.
El gallo derrotado vio todo desde el matorral, regresó al gallinero y se
quedó con todas las gallinas.
Moraleja: No presumas de tu éxito, pues alguien querrá
arrebatártelo.
El honrado leñador
Érase una vez un leñador
que a diario cortaba leña
en el bosque para sostener
a su familia.
Un atardecer, mientras
cortaba un árbol en la
orilla del río, el hacha
resbaló de sus manos y
cayó al agua.
Desesperado, el leñador se sentó a llorar por su hacha perdida.
En ese instante, apareció una ninfa frente a él y le preguntó por qué
lloraba. Cuando escuchó lo sucedido, sintió mucha lástima por el
leñador.
—Espérame aquí buen hombre, creo que puedo ayudarte —dijo la ninfa.
Entonces, se zambulló en el río y sacó del agua un hacha de oro, se la
mostró al leñador y le preguntó:
—¿Es esta tu hacha?
—No lo es —dijo el leñador.
Por segunda vez se sumergió la ninfa en el río, para reaparecer con un
hacha de plata.
—¿Es esta tu hacha? —preguntó la ninfa.
—No lo es —dijo el leñador nuevamente.
Entonces, la ninfa entró por tercera vez en el agua trayendo el hacha
perdida.
—¿Es esta tu hacha?
—¡Oh, gracias! ¡Esa es mi hacha! —dijo el leñador llorando de alegría.
La ninfa estaba tan complacida con la honestidad del leñador que le
regaló las hachas de oro y plata.
Moraleja: Aquel que prefiere la honradez a la mentira, siempre
será ganador.
El hombre, el niño y el burro
Un hombre y su hijo se
dirigían al mercado en
compañía de un burro que
tenían en venta. En el camino
se encontraron con un
campesino que les dijo:
—Amigos, ¿por qué caminan si
tienen un burro que pueden
montar?
Entonces, el hombre montó al niño en el burro y siguieron su rumbo.
Pero pronto pasaron junto a un grupo de hombres y uno de ellos dijo:
—Miren a ese niño tan perezoso, deja que su padre camine mientras él
monta el burro.
Al escucharlo, el hombre bajó al niño y se montó en el burro. No iban
muy lejos cuando pasaron junto a dos mujeres; una de ellas le dijo a la
otra:
—Mira a ese hombre tan egoísta, deja que su hijo camine mientras él
monta el burro.
Abrumado por los comentarios, el hombre pidió nuevamente a su hijo
que se subiera en el burro y ambos continuaron el viaje montados en el
lomo del animal.
No tardaron en llegar al pueblo y los transeúntes comenzaron a reírse y
señalarlos. El hombre se detuvo para preguntarles de qué se burlaban,
los transeúntes respondieron:
—¿No les da vergüenza ponerle tanto peso a un pobre burro?
El hombre y el niño se bajaron del burro para pensar qué hacer.
Pensaron y pensaron, hasta que finalmente cortaron un palo y ataron las
patas del burro a él. Cada uno, sujetando un extremo del palo,
levantaron el burro hasta los hombros. Continuaron el camino en medio
de la risa de todos hasta que llegaron al puente que los separaba del
mercado.
En ese momento, el burro desató una de sus patas y le dio una patada al
niño, haciéndolo soltar su extremo del palo. En la lucha, el burro voló
sobre el puente y fue a dar al fondo del río.
—Eso les enseñará —dijo un anciano que los había seguido.
Y les dejó la siguiente moraleja:
Moraleja: Trata de complacer a todos y no complacerás a nadie.
El pavo real y la grulla
Érase una vez un pavo real
muy engreído que tenía un
plumaje hermoso como
ninguna otra ave.
Un día, se encontró con una
grulla. El pavo real se burló
de las plumas descoloridas
y apagadas de la grulla.
Inmediatamente, abrió su
colorida cola para que la grulla la admirara.
—Mira mi abanico de plumas— se jactó—. Observa cómo brilla con todos
los colores del arcoíris, mientras que tus plumas son tan pálidas. Yo
estoy vestido como un rey.
—Es verdad, tu plumaje es mucho más bello que el mío —respondió la
grulla—, pero gracias a mis plumas puedo volar hasta llegar al cielo y
ver la belleza de la Tierra en todo su esplendor, mientras que tú solo
puedes caminar como cualquier pollo.
Moraleja: No menosprecies a los demás pues todos tenemos
nuestras propias cualidades.
El zorro y el armiño
Un zorro comía
plácidamente cuando un
elegante armiño pasó junto
a él.
— ¿Te apetece un poco de
mi comida? —preguntó el
zorro.
— No, gracias —respondió
el armiño con tono airoso—, yo ya comí.
—¡Ja, ja, ja! —rio el zorro—. Ustedes los armiños son los animales más
engreídos del mundo. Prefieren dejar de comer antes que mancharse el
pelaje.
En aquel momento llegaron unos cazadores. El zorro, como un rayo, se
refugió bajo tierra, y el armiño, no menos rápido que el zorro, corrió
hacia su madriguera.
Pero había llovido y la madriguera estaba inundada; el armiño, para no
mancharse con el fango, titubeó y se detuvo. Los cazadores lo atraparon
al instante.
Moraleja: No dejes que la vanidad te aleje de lo que es en
realidad importante.