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Sintesis de Praenotandas

El documento aborda la teología litúrgica de los sacramentos, centrándose en la Penitencia y la Unción de los enfermos. Se detalla la importancia de la reconciliación en la vida de la Iglesia, los actos esenciales del sacramento de la penitencia, y el papel de los ministros en su celebración. Además, se explica la unción de los enfermos como un sacramento que proporciona gracia y fortaleza, junto con la importancia de la catequesis y la adaptación del rito a las necesidades locales.

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Sintesis de Praenotandas

El documento aborda la teología litúrgica de los sacramentos, centrándose en la Penitencia y la Unción de los enfermos. Se detalla la importancia de la reconciliación en la vida de la Iglesia, los actos esenciales del sacramento de la penitencia, y el papel de los ministros en su celebración. Además, se explica la unción de los enfermos como un sacramento que proporciona gracia y fortaleza, junto con la importancia de la catequesis y la adaptación del rito a las necesidades locales.

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SEMINARIO MAYOR PÍO XII - DIÓCESIS DE SAN

VICENTE
Teología litúrgica: Sacramentos II - Síntesis de
los Praenotandas de los sacramentos: Penitencia,
Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y
Matrimonio.
Por: José Oscar Rivera Ramírez. 2º de teología

PENITENCIA
I. El misterio de la reconciliación en la Historia de la Salvación
El Padre, por medio de Cristo, reconcilió todos los seres con Él, haciendo
la paz con la sangre de su cruz. El Hijo de Dios, vivió entre los hombres
para liberarlos del pecado, su misión comenzó predicando la penitencia
y el arrepentimiento, siguiendo a los profetas y el anuncio de Juan el
Bautista. Exhortó a los hombres al cambio de corazón, perdonó pecados,
sanó enfermos y murió por nuestros pecados, resucitando para nuestra
justificación. Instituyó la Nueva Alianza en su sacrificio y dio a los
Apóstoles el poder de perdonar pecados, encargándoles esa misión.
La Iglesia continúa exhortando a la conversión y celebra su victoria
sobre el pecado a través del Bautismo y la Eucaristía. Además, el
sacramento de la penitencia permite la reconciliación de los fieles con
Dios después del bautismo. Así, la Iglesia, mediante la fe y los
sacramentos, manifiesta el poder de Cristo para vencer el pecado y
congregar a los fieles en la unidad del Espíritu Santo.
II. La reconciliación de los penitentes en la vida de la Iglesia
La Iglesia es santa porque fue amada y consagrada por Cristo, quien la
tomó como su esposa y la enriquece con dones divinos. Sin embargo, al
acoger a pecadores, necesita purificación constante. La Iglesia vive su
vocación penitencial al compartir los sufrimientos de Cristo, practicar
obras de caridad y misericordia, y celebrar su fe en la liturgia, donde
implora el perdón divino.
El sacramento de la penitencia es clave en la reconciliación con Dios y la
Iglesia. Este incluye los siguientes actos esenciales: contrición (dolor del
alma y detestación del pecado cometido, con propósito de no volver a
pecar); confesión (acusación las culpas cometidas delante del ministro
de Dios, y en su persona a Dios mismo); satisfacción (es la pena
impuesta por el confesor, como un verdadero remedio del pecado
cometido, una reparación del daño y ayuda para renovar la vida); y
absolución (concesión del perdón de Dios por medio del signo).
La penitencia también tiene un impacto comunitario, reconciliando al
pecador con la Iglesia y beneficiando a otros, ya que el pecado afecta y
la santidad enriquece a todos.
Por último, este sacramento no sólo ayuda a superar el pecado grave,
devolviendo la vida espiritual, sino también fortalece a los fieles contra
los pecados veniales, perfeccionando la gracia bautismal y conformando
cada vez más a los creyentes a Cristo.
III. Los oficios y ministerios en la reconciliación de los penitentes
La Iglesia tiene la tarea de reconciliación encomendada por Dios en
primer lugar a los Apóstoles y sus sucesores. Ella actúa llamando a la
penitencia, intercediendo por los pecadores y guiando al penitente para
que reconozca sus pecados y alcance la misericordia. A través del
ministerio de los obispos y presbíteros (en comunión con su obispo),
ejerce el sacramento de la penitencia, impartiendo el perdón en nombre
de Dios. Incluso un sacerdote que no esté autorizado a confesar, en
situaciones extremas como peligro de muerte, tienen la facultad de
absolver pecados.
El confesor, guiado por la oración y el Magisterio de la Iglesia, debe
conocer las necesidades espirituales del penitente, actuar con
prudencia, y ser siempre accesible. Cumple un papel paternal al acoger
y orientar al pecador, mostrando el corazón del Padre y reflejando la
imagen de Cristo. Además, tiene el deber de mantener el secreto
sacramental rigurosamente. Por su parte, el penitente juega un rol
esencial al acercarse al sacramento debidamente preparado, confesando
sus pecados y recibiendo la absolución como parte de una celebración
litúrgica.
IV. La celebración del sacramento de la penitencia
El sacramento de la penitencia suele celebrarse en iglesias u oratorios,
fuera de ellos en casos excepcionales y por causa justa. La Conferencia
de los Obispos debe garantizar la existencia de confesionarios con
rejillas para quienes deseen usarlos.
La reconciliación de los penitentes puede realizarse en cualquier
momento, pero es recomendable establecer horarios específicos y
celebrar el sacramento fuera de la misa. Durante la Cuaresma,
especialmente desde el Día de la Ceniza, se incentivan celebraciones
penitenciales para fomentar la reconciliación y la preparación espiritual
hacia el Triduo Pascual.
Las vestiduras litúrgicas deben seguir las normas establecidas por los
Ordinarios del lugar.
El rito para la reconciliación de un solo penitente inicia con la
preparación en oración del sacerdote y del penitente invocando al
Espíritu Santo. El sacerdote acoge al penitente con afecto, invitándole a
la confianza en Dios, y se puede incluir una lectura de la Sagrada
Escritura. El penitente confiesa sus pecados, expresa arrepentimiento, y
acepta la satisfacción impuesta por el sacerdote. El sacerdote concede la
absolución usando la fórmula sacramental «Dios, Padre misericordioso,
que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su
Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te
conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y YO TE
ABSUELVO DE TUS PECADOS EN EL NOMBRE DEL PADRE, Y DEL
HIJO, Y DEL ESPÍRITU SANTO». Tras recibir el perdón, el penitente
agradece la misericordia divina y se compromete a vivir según el
Evangelio, demostrando un amor creciente hacia Dios. En situaciones
pastorales especiales o de peligro de muerte, se puede realizar un rito
más breve que conserva los elementos esenciales, como la confesión, la
absolución y la despedida.
El rito para reconciliar a varios penitentes con confesión y absolución
individual inicia con una celebración comunitaria de la palabra de Dios,
que destaca la naturaleza eclesial de la penitencia. Los fieles escuchan
juntos las Escrituras, se examinan a la luz de la palabra y oran en
comunidad. Los sacerdotes disponibles se preparan para oír las
confesiones en lugares adecuados. Su desarrollo se propone de la
siguiente manera: ritos iniciales, lectura de la palabra de Dios, rito de la
reconciliación y acción de gracias y despedida.
La absolución general es una forma excepcional de reconciliación
sacramental que sustituye la confesión individual y se aplica solo cuando
existe peligro de muerte o una grave necesidad, como la falta de
confesores en un tiempo razonable. Corresponde al Obispo diocesano
determinar si se cumplen las condiciones necesarias para su aplicación.
Para recibir la absolución general, los fieles deben estar debidamente
preparados: arrepentirse de sus pecados, comprometerse a repararlos y
proponerse confesar individualmente los pecados graves tan pronto sea
posible. Quienes la reciben están obligados a realizar una confesión
individual dentro de un año.
El rito de la absolución general sigue la estructura del rito para varios
penitentes con confesión y absolución individual, pero incluye
disposiciones específicas como: Instrucción sobre la preparación
necesaria; expresión de deseo de absolución por un signo externo;
confesión general en comunidad y oración conjunta; absolución
sacramental otorgada por el sacerdote; finalmente acción de gracias,
bendición y despedida.
V. Las celebraciones penitenciales
Las celebraciones penitenciales son reuniones del pueblo de Dios donde
se proclama la Palabra divina, invitando a la conversión, renovación de
vida y reconociendo nuestra liberación del pecado por la muerte y
resurrección de Cristo. Su estructura incluye rito inicial, lecturas de las
Escrituras con momentos de reflexión, una homilía que impulsa a la
conversión y una oración comunitaria que fomenta la unión de los fieles,
finalizando con la oración dominical y la despedida.
Estas celebraciones, aunque no reemplazan el sacramento de la
penitencia, son útiles para fomentar el espíritu de penitencia; preparar a
los fieles para la confesión individual; educar a los niños sobre el pecado
y la redención en Cristo; y ayudar a los catecúmenos en su camino de
conversión. En ausencia de sacerdote para la absolución sacramental,
estas contribuyen a alcanzar la contrición perfecta y a mantener la
gracia divina, preparando a los fieles para recibir el sacramento en el
futuro.
VI. Adaptaciones del rito a las diversas regiones y circunstancias
Las Conferencias Episcopales tienen la responsabilidad de adaptar el
Ritual de la Penitencia a las necesidades locales, garantizando su
aprobación por la Sede Apostólica. Deben establecer normas sobre la
disciplina del sacramento y su celebración, traducir los textos a los
idiomas locales y elaborar nuevas oraciones, asegurando la preservación
de la fórmula sacramental.
Los Obispos diocesanos son responsables de moderar la disciplina de la
penitencia en sus diócesis, adaptando el rito según las normas de las
Conferencias Episcopales. También determinan los casos específicos en
que es lícito dar la absolución general, conforme a los criterios
establecidos.
Los presbíteros tienen la tarea de ajustar el rito a las circunstancias de
los penitentes, conservando su estructura esencial y fórmula íntegra.
Pueden organizar celebraciones penitenciales, especialmente en
Cuaresma, adaptando los textos y el orden de la celebración a las
necesidades de las comunidades, incluyendo niños, enfermos y otras
situaciones específicas.

UNCION DE LOS ENFERMOS


I. La enfermedad humana y su significación en el misterio de
Salvación
Las enfermedades y dolores, aunque angustian a los hombres,
encuentran significado en la fe cristiana, que da fortaleza y ayuda a
comprender su valor para la salvación. Los cristianos perciben el
sufrimiento como transitorio y menor frente a la gloria eterna que
promete Dios, viendo en Cristo un modelo que sufrió por amor a la
humanidad. La enfermedad no debe considerarse un castigo por el
pecado, pues Cristo, sin pecado, padeció como parte del plan divino.
Los enfermos tienen el rol de recordar a otros el valor de lo esencial y
sobrenatural, mostrando que la vida mortal es redimida por la muerte y
resurrección de Cristo. Aquellos que asisten a los enfermos deben
esforzarse en aliviar tanto el espíritu como el cuerpo, siguiendo el
mandato de Cristo de atender a los enfermos y brindar consuelo
integral.
II. Los sacramentos que hay que dar a los enfermos
La unción de los enfermos es un sacramento instituido por Cristo,
proclamado en la carta de Santiago y practicado por la Iglesia para
atender a los enfermos. Este sacramento proporciona la gracia del
Espíritu Santo, fortaleciendo la confianza en Dios, la capacidad de
resistir tentaciones y angustias, y, si es necesario, ofrece el perdón de
los pecados. Su celebración incluye la imposición de manos, la oración
de la fe y la unción con aceite bendecido.
Las condiciones para recibir la unción son: enfermos graves o ancianos
debilitados, enfermos en riesgo por una intervención quirúrgica, niños
que comprendan su significado, y aquellos enfermos que la hayan pedido
previamente (implícita o explícitamente), incluso si han perdido los
sentidos. Se puede repetir la administración del sacramento si el
enfermo convalece o su situación se agrava. Pero, no se administra a
quienes fallecieron o persisten en pecados graves manifiestos.
Es necesario que se eduque a los fieles para que soliciten este
sacramento en el momento oportuno y lo reciban con plena fe y
devoción.
Solo los sacerdotes son los ministros de la unción de los enfermos. Esto
incluye a obispos, párrocos, vicarios, capellanes y superiores de
comunidades religiosas clericales, quienes tienen la responsabilidad de
preparar con catequesis tanto a los enfermos como a su entorno para
recibirlo.
El aceite utilizado en la unción debe ser de oliva o vegetal si es
necesario. Este debe ser bendecido por el obispo o un equiparable,
generalmente durante la Misa Crismal. Es importante conservarlo
adecuadamente y renovarlo regularmente para que esté en buen estado.
En caso de necesidad el sacerdote puede bendecir el óleo durante el
rito. La unción incluye la aplicación del óleo en la frente y en las manos
del enfermo, acompañada de la fórmula de oración correspondiente. En
casos necesarios, se permite una sola unción en otra parte del cuerpo.
La fórmula: «Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te
ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus
pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad.»
El viático es el sacramento por el cual el fiel, en tránsito hacia la vida
eterna, recibe el Cuerpo y la Sangre de Cristo como garantía de la
resurrección, conforme a las palabras de Jesús en Jn 6,54. Se
recomienda que sea recibido durante la misa, preferentemente bajo las
dos especies, para expresar la participación en el sacrificio de Cristo.
Todos los bautizados que puedan comulgar y se encuentren en peligro
de muerte están obligados a recibirlo, y los pastores deben velar para
que no se difiera su administración, permitiendo que los fieles lo reciban
en plena lucidez.
Los ministros ordinarios del viático son los párrocos, vicarios
parroquiales, capellanes y superiores de comunidades religiosas. En
caso de necesidad, cualquier sacerdote, diácono o incluso un laico
designado puede administrarlo, siguiendo el orden del Ritual apropiado.
Existe un rito continuo para situaciones urgentes, como enfermedades
repentinas o peligro inminente de muerte, que permite administrar
conjuntamente la penitencia, la unción y el viático. Si no hay tiempo
para los tres sacramentos, se prioriza la confesión, seguida del viático y,
si es posible, la unción. Asimismo, si es necesario administrar el
sacramento de la confirmación en estas circunstancias, el párroco u otro
presbítero tiene la facultad para hacerlo.
III. Los oficios y ministerios cerca de los enfermos
Todos los bautizados tienen el deber de ejercer caridad hacia los
enfermos, tanto ayudándolos en sus necesidades como participando en
los sacramentos de manera comunitaria. La familia y cuidadores deben
fortalecer la fe de los enfermos, animarlos a unirse espiritualmente a la
pasión de Cristo y prepararlos para recibir los sacramentos en el
momento oportuno.
Los sacerdotes, tienen la responsabilidad de visitar y atender a los
enfermos con dedicación, ofrecerles consuelo espiritual y fomentar la fe
en Cristo sufriente-glorificado. La catequesis es clave para instruir a
participar activa y significativamente en los sacramentos. Los sacerdotes
deben adaptar la celebración según la condición del enfermo, eligiendo
lecturas, oraciones y ritos adecuados, y consultando previamente para
asegurar una experiencia profunda.
IV. Adaptaciones que competen a las conferencias episcopales
Se otorga a las Conferencias Episcopales la responsabilidad de preparar
el Ritual particular adaptado a las necesidades de cada país. Este debe
ser reconocido por la Santa Sede antes de su implementación. Entre sus
tareas está determinar adaptaciones, considerar elementos propios del
espíritu y tradición de cada pueblo, revisar antiguos rituales, y preparar
textos y melodías. También deben adaptar los praenotanda del Ritual
Romano para una participación más consciente de los fieles y organizar
los libros litúrgicos según el uso pastoral.
V. Adaptaciones que competen al ministro
El ministro tiene facultades para adaptar la celebración a las
circunstancias y necesidades del enfermo, pudiendo abreviar el rito si es
necesario. En ausencia de fieles, el sacerdote debe representar a la
Iglesia y proporcionar apoyo comunitario al enfermo. Si el enfermo
mejora tras la unción, se recomienda una acción de gracias. Asimismo,
el ministro debe observar la estructura del rito y ajustarse a las
condiciones del lugar y las personas, incluyendo opciones como el acto
penitencial o moniciones en lugar de la acción de gracias sobre el óleo,
especialmente en sanatorios con otros pacientes.
ORDEN SACERDOTAL
General
I. La Ordenación sagrada
La ordenación sagrada instituye a ciertos fieles cristianos en el nombre
de Cristo, otorgándoles el don del Espíritu Santo para guiar la Iglesia
con la palabra y la gracia de Dios. Este ministerio eclesiástico,
establecido por Dios, se organiza en tres órdenes: obispos, presbíteros y
diáconos.
Los obispos, participantes plenos del sacramento del Orden, son
maestros de la fe, pontífices y pastores que representan a Cristo como
cabeza de la Iglesia. Los presbíteros, unidos en honor a los obispos, son
verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, dedicados a anunciar el
Evangelio, dirigir a los fieles y celebrar el culto divino. Los diáconos,
aunque no ejercen el sacerdocio, están fortalecidos por el sacramento
para servir al pueblo de Dios en la liturgia, la palabra y la caridad.
La ordenación se realiza mediante la imposición de las manos del obispo
y la plegaria, otorgando el don del Espíritu Santo y configurando a los
ordenados con Cristo, según su grado. Este rito imprime un carácter
sagrado y está fundamentado en la tradición litúrgica.
II. Estructura de la celebración
La imposición de las manos y la Plegaria de Ordenación son esenciales
en todas las Ordenaciones, ya que expresan el significado del rito. Estos
elementos, como centro de la Ordenación, deben destacarse mediante la
catequesis y la propia celebración.
Los ritos preparatorios, como la presentación del elegido, la homilía, la
promesa, las letanías y los ritos explicativos, son de gran importancia, ya
que destacan las funciones conferidas por la imposición de manos y la
invocación del Espíritu Santo. La Ordenación debe celebrarse dentro de
la Misa, preferiblemente en domingo, para unir la manifestación de la
Iglesia y el Sacrificio eucarístico, fuente de la vida cristiana.
El vínculo entre la Ordenación y la Misa se refuerza mediante la
inserción del rito, las fórmulas propias en la Plegaria eucarística y la
bendición final, así como con lecturas seleccionadas y el uso de la Misa
ritual propia según el Orden conferido.
III. Adaptaciones según la variedad de regiones y circunstancias
Las Conferencias Episcopales tienen la responsabilidad de adaptar los
ritos de la Ordenación de obispos, presbíteros y diáconos según las
necesidades, costumbres y tradiciones de cada región. Estas
adaptaciones requieren la aprobación de la Sede Apostólica. Las tareas
incluyen determinar cómo la comunidad expresa su asentimiento a la
elección de candidatos, añadir preguntas antes de la Ordenación, definir
las formas en que se prometen obediencia y reverencia, y manifestar
externamente el compromiso con el celibato. También pueden aprobar
cantos alternativos y proponer otras adaptaciones, siempre respetando
la estructura del rito, manteniendo la imposición de manos y la Plegaria
de Ordenación como elementos esenciales.
De la ordenación del obispo
I. Importancia de la ordenación
Los obispos, constituidos en el Cuerpo Episcopal mediante la
Ordenación episcopal y la comunión jerárquica con el Romano Pontífice,
son sucesores de los Apóstoles y perpetúan el cuerpo apostólico en la
Iglesia. Como maestros de la fe, tienen la misión de enseñar, predicar el
Evangelio y guiar a todos los pueblos hacia la salvación. El Colegio
episcopal expresa la unidad y universalidad de la Iglesia, bajo la
autoridad del Pontífice.
Cada obispo gobierna pastoralmente su Iglesia particular, siendo el
fundamento visible de la unidad en estas comunidades, que reflejan a la
Iglesia universal. Su principal función es la predicación del Evangelio,
como heraldos de la fe y doctores auténticos, además de santificar a los
fieles mediante los sacramentos (bautismo, confirmación y Eucaristía).
Al presidir la Eucaristía, manifiestan la caridad y unidad del Cuerpo
místico de Cristo, ejerciendo su papel como administradores de la gracia
del sumo sacerdocio.
II. Oficios y ministerios
La elección y ordenación de un obispo requieren la oración de los fieles,
especialmente en la Misa y en las Vísperas, dado que el obispo es
constituido en beneficio de toda la Iglesia local. A la Ordenación deben
asistir clérigos y laicos en gran número, reflejando su importancia
comunitaria.
La Ordenación, según la práctica tradicional, debe contar con un obispo
ordenante principal acompañado por al menos dos otros obispos,
quienes también imponen las manos, participan en la Plegaria de
Ordenación, y saludan al elegido con el beso de la paz, representando la
naturaleza colegial del Orden. La Plegaria de Ordenación invoca la
bendición divina y el Espíritu Santo sobre el elegido.
Dos presbíteros de la diócesis del elegido asisten durante la ceremonia:
uno solicita formalmente la ordenación en nombre de la Iglesia local.
Los presbíteros, especialmente los de la diócesis, concelebran la
Eucaristía con el nuevo obispo. Además, dos diáconos sostienen el libro
de los Evangelios sobre la cabeza del ordenado mientras se pronuncia la
Plegaria de Ordenación, subrayando el significado sagrado del momento.
III. La celebración
Antes de la Ordenación, el elegido debe realizar ejercicios espirituales.
Las comunidades diocesanas deben prepararse adecuadamente para la
celebración, que normalmente se realiza en la iglesia catedral, con la
mayor participación posible de los fieles, preferiblemente en domingo o
día festivo, excepto el Triduo Pascual y la Semana Santa.
La Ordenación ocurre dentro de la Misa estacional, después de la
liturgia de la Palabra y antes de la Eucarística. Se omite la oración
universal, sustituyéndola por letanías. Durante la ceremonia, el elegido
manifiesta su compromiso con Cristo y la Iglesia, en comunión con el
Colegio Episcopal y el sucesor de San Pedro. Por la imposición de manos
y la Plegaria de Ordenación, se confiere el don del Espíritu Santo,
necesario para su ministerio episcopal.
Los ritos simbólicos destacan aspectos clave del oficio episcopal: la
imposición del libro de los Evangelios representa su misión de predicar
la palabra; la unción de la cabeza significa su participación en el
sacerdocio de Cristo; el anillo refleja su fidelidad a la Iglesia; la mitra, su
aspiración a la santidad; y el báculo, su responsabilidad de pastorear. El
beso de la paz simboliza su integración en el Colegio Episcopal.
IV. Lo que hay que preparar
Para la Ordenación episcopal, además de los elementos para la Misa
estacional, se deben preparar el libro de la Ordenación, separatas de la
Plegaria de Ordenación, el gremial, el santo crisma, utensilios para el
lavado de manos, y las insignias episcopales (anillo, báculo pastoral,
mitra y, si aplica, el palio). Estas, salvo el palio, no requieren bendición
previa cuando se usan en el rito.
Se organizan sedes específicas: el Obispo ordenante principal en la
cátedra, los demás obispos a su lado, y el elegido en el presbiterio junto
a los presbíteros asistentes. Si es necesario, las sedes se ubican para
favorecer la participación de los fieles. La Ordenación se realiza
preferentemente junto a la cátedra.
El Obispo ordenante principal, concelebrantes y asistentes visten los
ornamentos sagrados adecuados. El Obispo principal puede usar una
dalmática bajo la casulla. El elegido porta todos los ornamentos
sacerdotales, la cruz pectoral y la dalmática. Obispos no concelebrantes
pueden usar alba, cruz pectoral, estola, y, si procede, capa pluvial y
mitra. Los ornamentos serán del color litúrgico o festivo adecuado.
De la ordenación de presbíteros
I. Importancia de la ordenación
La Ordenación sagrada confiere a los presbíteros un carácter especial
mediante la unción del Espíritu Santo, identificándolos con Cristo-
Sacerdote para actuar como sus representantes. Son cooperadores del
Obispo, y forman con él un único presbiterio dedicado al pueblo de Dios.
Los presbíteros participan en el ministerio de Cristo como único
Mediador, predicando la Palabra divina y desempeñando su oficio
principalmente en la asamblea eucarística. Ejercen el ministerio de
reconciliación y alivio para los fieles penitentes y enfermos, presentan a
Dios las súplicas de los fieles, y conducen la comunidad hacia Dios Padre
por medio de Cristo. Como pastores, fomentan la unidad de la familia de
Dios, adorándolo en Espíritu y en verdad.
Se dedican con esmero a la predicación y enseñanza, creyendo lo que
leen en la ley del Señor, enseñando lo que creen e imitando lo que
enseñan, siendo ejemplos vivos de su ministerio.
II. Oficios y ministerios
Los fieles de la diócesis deben acompañar con sus oraciones a los
candidatos al presbiterado. La Ordenación de presbíteros debe contar
con la mayor participación posible de clérigos y laicos, destacando la
importancia de invitar a todos los presbíteros de la diócesis.
El Obispo, como ministro de la sagrada Ordenación, confiere el
presbiterado a los diáconos. Los presbíteros presentes también imponen
las manos sobre los candidatos, reflejando el espíritu común del clero.
Un delegado del Obispo solicita en nombre de la Iglesia la Ordenación y
responde sobre la dignidad de los candidatos. Durante el rito, algunos
presbíteros ayudan a los nuevos ordenados a revestirse con los
ornamentos presbiterales.
Los presbíteros presentes saludan a los recién ordenados con el beso de
paz como símbolo de acogida en el presbiterio. Finalmente, los
presbíteros concelebran la liturgia eucarística junto al Obispo y los
nuevos ordenados, marcando la unidad y comunión del clero.
III. La celebración
La Iglesia local debe prepararse para la Ordenación de presbíteros,
mientras que los candidatos realizan ejercicios espirituales. La
Ordenación se celebra preferiblemente en la catedral o en iglesias
significativas, con la mayor asistencia posible de fieles, en domingo o día
festivo, excluyendo fechas litúrgicas como el Triduo Pascual o la Semana
Santa.
La ceremonia tiene lugar dentro de la Misa estacional, entre la liturgia
de la Palabra y la Eucarística. Se emplea la Misa ritual “En la que se
confieren las sagradas Órdenes” excepto en ciertas solemnidades,
utilizando las lecturas apropiadas.
Los candidatos manifiestan su compromiso con Cristo y la Iglesia bajo la
autoridad del Obispo. Por la imposición de manos y la Plegaria de
Ordenación, se les confiere el don del Espíritu Santo, marcando la
validez del sacramento. Los presbíteros presentes también imponen las
manos, acogiendo a los ordenados en el presbiterio.
Tras la Plegaria de Ordenación, los nuevos presbíteros se revisten con la
estola y casulla, simbolizando su nuevo ministerio, el cual se destaca por
signos como la unción de las manos, la entrega del pan y vino, y el beso
de paz.
IV. Lo que hay que preparar
Para la Ordenación presbiteral, además de los elementos necesarios
para la Misa estacional, deben prepararse el libro de la Ordenación,
casullas para los ordenandos, el gremial, el santo crisma y utensilios
para el lavado de manos del Obispo y los ordenandos. La ceremonia
debe realizarse, preferentemente, junto a la cátedra, aunque se puede
reubicar si es necesario para que los fieles participen mejor.
El Obispo y los presbíteros concelebrantes visten los ornamentos
litúrgicos adecuados según lo requerido para la Misa. Los ordenandos
usan amito, alba, cíngulo y estola diaconal. Los presbíteros que no
concelebran y participan en la imposición de manos deben llevar alba y
estola o traje talar con sobrepelliz.
De la ordenación de diáconos
I. Importancia de la ordenación
Los diáconos son ordenados mediante la imposición de manos,
transmitida desde los Apóstoles, para desempeñar su ministerio, siendo
este un Orden sagrado que la Iglesia ha honrado desde sus inicios. Su
oficio incluye administrar el Bautismo, distribuir la Eucaristía, asistir y
bendecir Matrimonios, llevar el Viático, leer la Escritura, instruir al
pueblo, presidir cultos y funerales, administrar sacramentales, y
dedicarse a la caridad y administración.
Los candidatos son admitidos por el Obispo y, por la Ordenación, se
incorporan al estado clerical y a una diócesis o prelatura. Aceptan
libremente el celibato como una nueva consagración a Cristo,
manifestándolo públicamente, incluso si ya han emitido voto de castidad
en un instituto religioso.
En su ministerio, los diáconos asumen la función de la alabanza divina
mediante la Liturgia de las Horas, pidiendo la salvación de toda la
humanidad, sirviendo al pueblo de Dios con compasión, diligencia y la
verdad del Señor.
II. Oficios y ministerios
Los fieles de la diócesis deben acompañar con sus oraciones a los
candidatos al diaconado. Dado que los diáconos se ordenan al servicio
del Obispo, es importante invitar a su Ordenación a clérigos y fieles,
especialmente a los diáconos, para garantizar la mayor participación
posible.
El Obispo es quien confiere la sagrada Ordenación, asistido por un
delegado encargado de pedir el Orden en nombre de la Iglesia y
responder sobre la dignidad de los candidatos. Durante la ceremonia, los
diáconos ayudan vistiendo a los ordenados con los ornamentos
diaconales. Si no hay diáconos disponibles, otros ministros pueden
realizar esta tarea.
III. La celebración
Los candidatos al diaconado deben prepararse con ejercicios
espirituales. La Ordenación se celebra en la iglesia catedral, en iglesias
relevantes o en comunidades religiosas según corresponda.
La Ordenación se realiza dentro de la Misa estacional, entre la liturgia
de la Palabra y la Eucarística. Los candidatos, ante el Obispo y los fieles,
expresan su compromiso de cumplir su ministerio según los deseos de
Cristo y la Iglesia. Por la imposición de manos del Obispo y la Plegaria
de Ordenación, se les confiere el Espíritu Santo, requisito esencial del
sacramento.
Tras la Plegaria, los ordenados reciben la estola diaconal, la dalmática y
el libro de los Evangelios, simbolizando su misión de proclamar el
Evangelio y predicar la fe. El Obispo los acoge con un beso de paz,
seguido por los demás diáconos. Los nuevos diáconos ejercen por
primera vez su ministerio, asistiendo al Obispo en la liturgia,
distribuyendo la Comunión y sirviendo el cáliz.
IV. Lo que hay que preparar
Para la Ordenación diaconal, además de los elementos necesarios para
la Misa estacional, se preparan el libro de la Ordenación y las estolas y
dalmáticas para los ordenados. La ceremonia se realiza preferentemente
junto a la cátedra, aunque puede reubicarse en un lugar adecuado para
facilitar la participación de los fieles.
El Obispo y los presbíteros concelebrantes utilizan los ornamentos
requeridos para la Misa. Los ordenados visten amito, alba y cíngulo.

MATRIMONIO
I. Importancia y dignidad del sacramento del Matrimonio
El Matrimonio es una alianza sagrada entre el hombre y la mujer,
instituida por Dios y elevada por Cristo a la dignidad de Sacramento
para los bautizados. Esta unión irrevocable exige fidelidad y unidad
indisoluble, orientándose por su naturaleza a la procreación y educación
de los hijos, quienes son el mayor don del Matrimonio. Fundamentado en
el amor conyugal y la comunidad de vida, el vínculo matrimonial no
depende de la voluntad humana, sino del propósito divino.
Cristo elevó el Matrimonio a su santidad original y lo convirtió en un
signo del amor entre Él y la Iglesia. Por el Bautismo, los esposos se
insertan en esta alianza, enriqueciendo su unión con la caridad y el
sacrificio de Cristo. El Sacramento fortalece a los cónyuges en su mutua
entrega y amor indiviso, ayudándolos a santificarse, a colaborar con el
plan de Dios y a perseverar fieles en prosperidad y adversidad,
rechazando el adulterio y el divorcio.
El Matrimonio llama a los cónyuges a cultivar el amor conyugal y la vida
familiar, cooperando con el amor de Dios para enriquecer su familia con
generosidad y responsabilidad. Además, Dios continúa llamando a los
esposos a perfeccionar su unión, viviendo santamente el misterio de la
relación entre Cristo y la Iglesia, y testificando este vínculo ante el
mundo como una expresión de esperanza y servicio.
II. Oficios y ministerios
La preparación y celebración del Matrimonio corresponde en primer
lugar a los futuros cónyuges y sus familias, pero también al Obispo,
párroco, vicarios y a la comunidad eclesial. Los pastores de almas,
siguiendo las normas diocesanas, deben instruir a los fieles sobre el
significado del Matrimonio, sus deberes y su preparación, que incluye
catequesis, fortalecimiento de la fe y disposición para una celebración
consciente y fructuosa. Se recomienda recibir la Confirmación, la
Penitencia y la Eucaristía antes del Matrimonio.
El Matrimonio debe prepararse con tiempo suficiente y asegurarse de
que nada impida su validez y licitud. Los pastores evangelizan y
fomentan el amor mutuo en los novios, pero si estos rechazan
abiertamente la doctrina matrimonial de la Iglesia, no pueden ser
admitidos a la celebración.
Casos especiales como matrimonios con no católicos o no bautizados
deben seguir las normas correspondientes, debiendo recurrir a la
autoridad competente. La celebración puede ser presidida por un
sacerdote, un diácono autorizado o, en ausencia de ambos y por
verdadera necesidad pastoral, un laico delegado por el Obispo. La
comunidad cristiana participa tanto en la preparación de los novios
como en el rito, testimoniando la fe y el amor de Cristo. El lugar habitual
de la celebración es la parroquia de uno de los contrayentes, salvo
licencia especial.
III. Celebración del Sacramento
El Matrimonio tiene un carácter comunitario, orientado al crecimiento y
santificación del pueblo de Dios. Su celebración puede incluir la
participación de la comunidad parroquial y ajustarse a las costumbres
locales, como celebrarse dentro de la Misa o en asambleas dominicales,
según la necesidad pastoral y la disposición de los novios. La
preparación debe ser cuidadosa, involucrando a los contrayentes en la
elección de lecturas, fórmulas, bendiciones y cantos adecuados,
respetando las variantes del rito y las tradiciones locales.
Los elementos principales de la celebración incluyen la liturgia de la
Palabra, que destaca el valor del Matrimonio cristiano, el consentimiento
de los cónyuges, la bendición divina sobre los esposos y la comunión
eucarística, que refuerza su unión en caridad y fe. Para matrimonios
mixtos (parte católica y no católica), se emplean ritos específicos,
observando las normas para la comunión eucarística según cada caso.
Los pastores deben atender especialmente a aquellos que raramente
participan en celebraciones matrimoniales o eucarísticas, priorizando el
acompañamiento espiritual. En la celebración dentro de la Misa, se
prepara lo necesario, como los anillos, agua bendita y cáliz para la
comunión bajo las dos especies, según lo requiera el rito.
IV. Adaptaciones que han de preparar las conferencias
episcopales
Las Conferencias Episcopales tienen la responsabilidad de adaptar el
Ritual Romano a las costumbres y necesidades de cada región,
asegurando su aprobación por la Sede Apostólica. Esto incluye ajustar
las fórmulas y la estructura del rito, enriqueciendo elementos como el
consentimiento y la bendición, respetando las tradiciones locales,
siempre que sean compatibles con el espíritu litúrgico auténtico.
También pueden elaborar un rito propio del Matrimonio, acorde a los
usos locales, con la aprobación de la Sede Apostólica. En los pueblos
recién evangelizados, se conservarán las tradiciones honestas y libres de
supersticiones que sean compatibles con la liturgia. Donde las
ceremonias matrimoniales se realizan en casas, estas se adaptarán al
espíritu cristiano, y el Sacramento podrá celebrarse en dichos lugares
según las necesidades pastorales.

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