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WINNICOTT Exploraciones Psicoanaliticas I 72 78

El documento explora la naturaleza y el destino de los objetos transicionales en el desarrollo infantil, enfatizando su papel en la transición del bebé de la realidad subjetiva a la objetiva. Se argumenta que estos objetos son fundamentales para el desarrollo simbólico y cultural del individuo, actuando como un puente entre la percepción interna y la realidad externa. Además, se discute cómo la relación con estos objetos puede influir en la capacidad del niño para aceptar símbolos y enriquecer su vida cultural.
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El documento explora la naturaleza y el destino de los objetos transicionales en el desarrollo infantil, enfatizando su papel en la transición del bebé de la realidad subjetiva a la objetiva. Se argumenta que estos objetos son fundamentales para el desarrollo simbólico y cultural del individuo, actuando como un puente entre la percepción interna y la realidad externa. Además, se discute cómo la relación con estos objetos puede influir en la capacidad del niño para aceptar símbolos y enriquecer su vida cultural.
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11.

EL DESTINO DEL OBJETO TRANSICIONAL

Trabajo preliminar para una charla pronunciada en


la Asociación de Psicología ·y Psiquiatría Infantil,
de Glasgow, el 5 de diciembre de 1959

Aunque ya muchos de ustedes están bien familiarizados con


lo que he dicho acerca de los objetos transicionales, quisiera
ante todo volver a enunciar mi concepción al respecto, para
luego pasar a mi tema principal de hoy, que es la cuestión de su
destino. Enunciaré, pues, cuál es a mi parecer la significación
de los objetos transicionales.
A mi entender, a estos objetos los encontramos en diversos
procesos de transición. Uno de ellos se vincula con las relaciones
de objeto; el bebé se lleva el puño a la boca, luego el pulgar, luego
hay una mezcla del uso del pulgar y de los demás dedos, y escoge
algún objeto para manipularlo. Poco a poco comienza a usar
objetos que no son parte de él ni de la madre.
Otra clase de transición tiene que ver con el pasaje de un
objeto que es subjetivo para el bebé a otro que es objetivamente
percibido o externo. Al principio, cualquier objeto que entabla
relación con el bebé es creado por éste --o al menos ésa es la
teoría a la que yo adhiero-. Es como una alucinación. Se da
cierto engaño y un objeto que está a mano se superpone con una
alucinación. Como es obvio, aquí tiene suprema importancia la
forma en que se conduce la madre o su sustituto. Habrá madres
que son buenas y otras que son malas en lo que atañe a
posibilitar que un objeto real esté exactamente allí donde el

72
bebé alucina un objeto, de modo tal que el bebé se haga la ilusión
de que el mundo puede ser creado y de que lo que es creado es
el mundo.
En este punto, ustedes estarán pensando en la expresión de
la señoraSechehaye, "realización simbólica",1 o sea, el convertir
al símbolo en algo real; sólo que desde nuestro punto de vista,
al ocuparnos de la primera infancia, pensamos que lo que se
convierte en real es la alucinación. De hecho, esto pone en
marcha la capacidad del bebé para el uso de símbolos, y si el
crecimiento prosigue su marcha el objeto transicional resulta
ser el primer símbolo. En este caso el símbolo es al mismo
tiempo la alucinación y una parte objetivamente percibida de la
realidad externa.
De todo esto se deduce que estamos describiendo la vida de
un bebé,,que significa asimismo la relación que el ambiente tiene
con él, a través de la madre o de su sustituto. Nos estamos
refiriendo a una "pareja de crianza", para emplear la expresión
de Merrill Midd1emore. 2 Nos referimos al hecho de que no existe
eso denominado bebé, pues cuando vemos a un bebé en esta
temprana etapa sabemos que vamos a encontrar los cuidados
del bebé, cuidados de los cuales el bebé forma parte.
Esta manera de enunciar el significado del objeto transicio-
nal nos fuerza a utilizar la palabra "ilusión". La madre posibi-
lita al bebé tener la ilusión de que los objetos de la realidad
externa pueden ser reales para él, vale decir, pueden ser
alucinaciones, y~ que sólo a las alucinaciones las siente reales.
Para que a un objeto exterior se lo sienta real, la relación con él
debe ser la relación con una alucinación. Ustedes coincidirán
conmigo en que esto hace estallar un antiguo enigma filosófico,
· y tal vez ya estén pensando en esos dos tercetos, uno de Ronald
Knox:

¿La piedra y el árbol


siguen existiendo
cuando no hay nadie en el patio?

1
M. A. Sechehaye, Symbolic Realization, Nueva York, International
Universities Press, 1951.
• M. P. Middlemore, The Nursing Couple, Londres, Hamish Hamilton,
1941. .

73
y la rép1ica:

La piedra y el árbol
siguen existiendo
mientras los observa su seguro servidor, ... *

El hecho es que un objeto exterior carece de ser para us.tedes


o para mí salvo en la medida en que ustedes o yo lo alucinamos,
pero sí somos cuerdos pondremos cuidado en no alucinarlo salvo
en los casos en que sabemos qué se tiene que ver. Por supuesto,
si estamos cansados o anochece, cometeremos algunas equivo-
caciones. En mi opinión, con su objeto transicional el bebé se
halla todo el tiempo en ese estado en que le posibilitamos ser, y
aunque es algo loco, no lo calificamos así. Si el bebé pudiera
hablar, diría: "Este objeto es parte de la realidad externa y yo
lo creé". Si alguno de ustedes o yo dijéramos esto, nos encerra-
rían, o tal vez nos practicarían una leucotomía.
Esto nos da un significado de la palabra "omnipotencia" que
realmente necesitamos, porque cuando hablamos de la omnipo-
tencia de la primera infancia no sólo queremos decir omnipoten-
cia del pensamiento: pretendemos señalar también que el bebé
cree en una omnipotencia que se extiende a ciertos objetos, y
quizás abarque a la madre y a algunos otros integrantes del
ambiente inmediato. Una de las transiciones es la que va del
control omnipotente de los objetos externos a la renuncia a ese
control, y eventualmente al reconocimiento de que hay fenóme-
nos que están fuera del control personal. El objeto transicional
que forma parte tanto del bebé como de su madre adquiere un
nuevo carácter, el de una "posesión".
Creo que durante el período en que el bebé utiliza objetos
transicionales se procesan otras transiciones. Por ejemplo, la
que corresponde a. las capacidades en desarrollo del niño, su
creciente coordinacíón y el paulatino enriquecimiento de su
sensibilidad. El sentido del olfato está entonces en su apogeo y
probablemente nunca en la vida alcance otra vez esa intensi-
dad, excepto quizás en el curso de episodios psicóticos. También
la textura tiene el mayor significado que jamás pueda alcanzar,
* Los puntos suspensivos reemplazan la firma, "Dios", que figura en el
terceto reproducido.El contexto exige esa omisión, ya que aquí es cualquier ser
humano el que confiere existencia a los objetos al alucinarlos. Obviamente los
tercetos, relacionados con la controversia sobre la filosofía de Berkeley, son
bien conocidos por el público de habla inglesa, para lo cual esta aclaración
resultaría superflua. (T.]

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y lo seco y lo húmedo y también lo frío y lo cálido poseen un
significado tremendo.
Junto a ello, debe mencionarse la extrema sensibilidad de
los labios infantiles y, sin duda, del sentido del gusto. La
palabra "repugnante'' nada significa todavía para el niño, y al
principio ni siquiera le preocupan sus excreciones. El babeo y
baboseo característicos de la primera infancia cubren al objeto,
haciéndonos acordar del león en su jaula del zoológico, que casi
parece ablandar al hueso con su saliva antes de poner fin a su
existencia mediante un mordisco y comérselo. ¡Qué fácil resulta
imaginar los muy tiernos y acariciadores sentimientos del león
hacia ese hueso que está a punto de aniquilar! Así pues, en los
fenómenos transicionales vemos surgir la capacidad para los
sentimientos tiernos,.al par que la relación instintiva directa
sucumbe a la represión primaria.
De ~sta man.era, apreciamos que el uso que hace el bebé de
un objeto puede artipularse, de una forma o de otra, con el
funcionamiento corporal, y en verdad es inimaginable que un
objeto tenga significado para un bebé si no está así articulado.
Este es otro modo de decir que el yo se basa en un yo corporal.
He dado algunos ejemplos con el único propósito de recordar-
les todas las posibilidades que existen, según ilustra el caso de
sus propios hijos y de los niños que ustedes atienden. A veces
vemos que la madre misma es utilizada como si fuese un objeto
transicional, lo cual si persiste puede dar origen a grandes per-
turbaciones; por ejemplo, un paciente del que me ocupé recien-
temente utilizaba el lóbulo de la oreja de la madre. Como uste-
des conjeturarán, en estos casos en que es utilizada la madre,
es casi seguro que hay algo en la madre misma-una necesidad
inconsciente.de su hijo o hija- a cuya pauta se amolda el niño.
Tenemos luego el uso del pulgar o de otros dedos, que puede
perdurar, y puede haber o no simultáneamente un acariciarse
con cariño una parte del rostro o alguna parte de la madre o de
un objeto. En algunos casos estas caricias continúan y se pierde
de vista el chupeteo del pulgar o de otros dedos. Con frecuencia
sucede, asimismo, que un bebé que no empleaba la mano o e]
pulgar para la gratificación autoerótica use, sin embargo, un
objeto de alguna clase. En tales casos, habitualmente el interés
del bebé se hace extensivo y pronto otros objetos se vuelven
importantes para él. Por alguna razón, las niñas tienden a
persistir con los objetos suaves hasta que usan muñecas, y los

75
varones tienden a adoptar más prontamente objetos duros. Tal
vez sería más apropiado decir que el varón que hay en los niños
de ambos sexos pasa a los objetos duros, y la niña que hay en los
niños de ambos sexos tiende a conservar su interés por la
blandura y la textura, que a la larga se articulará con la
identificación materna. A menudo, cuando hay un neto objeto
transicional desde época temprana, éste persiste aunque el
niño de hecho se aplique en mayor medida a nuevos objetos,
menos importantes; tal vez en momentos de gran congoja,
tristeza o deprivación vuelva al objeto original o al pulgar, o
pierda por completo la capacidad de utilizar símbolos y sustitu-
tos.
Quisiera dejar el tema en este punto. El cuadro clínico
muestra una variedad infinita, y sólo podemos hablar fructífe-
ramente de las consecuencias teóricas.

EL TRANSITO DEL OBJETO TRANSICIONAL

Hay dos enfoques de este tema:


A. Los viejos soldados nunca mueren, sólo desaparecen. El
objeto transicional tiende a ser relegado al limbo de las cosas a
medias olvidadas que se amontonan en el fondo del cajón o en
la parte posterior del estante de los juguetes. Sin embargo, lo
usual es que el niño lo sepa. Por ejemplo, un varoncito que ya ha
olvidado su objeto transicional tiene una fase regresiva luego de
padecer una deprivación, y vuelve a él. Más tarde habrá un
retorno gradual a las otras posesiones, adquiridas con posterio-
ridad. El objeto_ transicional puede ser, entonces,
i. suplantado pero conservado
ii. gastado
iii. entregado (lo cual no resulta satisfactorio)
iv. conservado por la madre-como reliquia de una preciosa
época de su vida (identificación)-
v. etc.
Todo esto se vincula con el destino del objeto en sí.
B. Llego ahora al punto principal que quiero exponer para su
debate. No es una idea nueva, aunque creo que lo era cuando la
referí en mi artículo original. (Ahora que me ocupo de esto, temo
que ustedes lo encuentren demasiado obvio, salvo, por supues-
to, que no estén de acuerdo conmigo.)

76
Si es cierto que el objeto trans"icional y los fenómenos tran-
sicionales están en la base misma del simbolis~o, creo que
podemos sostener con derecho que estos fenómenos marcan el
origen, en la vida del bebé y el niño, de una tercera zona de
existencia, tercera zona que, según creo, ha sido difícil acomo-
dar dentro de la teoría psicoanalítica, la cual tuvo que edificarse
en forma gradual según el método de la ciencia, que es el de
poner piedra sobre piedra. ·
Puede resultar que esta t•]rcera zona sea la vida cultural del
individuo.
¿Cuáles son e~tas tres zonas? Una, la fundamental, es la
realidad psíquica o interior del individuo, el inconsciente si
ustedes prefieren (no el inconsciente reprimido, que sobreviene
muy pronto pero, decididamente, más tarde). A partir de esta
realidap psíquica personal es que el individuo "alucina" o "crea"
o "piensa" cosas o las "concibe". De ella están hechos los sueños,
aunque éstos se revisten de materiales recogidos en la realidad
exterior.
La segunda zona es la realidad exterior, _el mundo que
paulatinamente es reconocido como DISTINTO DE MI por el
bebé sano en desarrollo que ha establecido un self, con una
membrana limítrofe y un adentro y un afuera; el universo en
expansión, a partir del cua1el hombre se contrae [contracts], por
decirlo así.
Ahora bien, los bebés y los niños y los adultos traen hacia
dentro suyo la realidad exterior, como ropaje para revestir sus
sueños, y se proyectan en los objetos y personas externos
enriqueciendo la realidad exterior mediante sus percepciones
imaginativas.
Pero pienso que encontramos en verdad una tercera zona,
una zona del vivir que corresponde a los fenómenos transiciona-
les del bebé y en verdad deriva de éstos. En la medida en que el
bebé no haya llegado a los fenómenos transicionales, pienso que
su aceptación de los símbolos será deficiente y su vida cultural
quedará empobrecida.
Sin duda, ustedes apreciarán lo que quiero decir. En térmi-
nos algo burdos: vamos a un concierto y escuchamos uno de los
últimos cuartetos de cuerdas de Beethoven (como ven, soy una
persona refinada). Este cuarteto no es un mero hecho ex.terno
producido por Beetho\ien y éjecutado por los mtlsicos; ni tampo-

'l7
co es un sueño mío, que a decir verdad jamás habría sido tan
bueno. La experiencia, sumada a mi manera de prepararme
para ella, me permite crear un hecho glorioso. Lo disfruto
porque, como digo, yo lo he creado, lo aluciné, y es real y estaría
de todos modos allí aunque yo no hubiese sido concebido.
Esto es loco. Pero en nuestra vida cultural aceptamos la
locura, exactamente como aceptamos la locura del niño que
afirma (aunque no pueda expresarlo con sus balbuceos): "Yo lo
aluciné y es parte de mi madre, que estaba ahí antes de que yo
viniese al mundo".
De ello inferirán por qué pienso que el objeto transicional es
esencialmente distinto del objeto interno de la terminología de
Melanie Klein. El objeto interno es una cuestión de realidad
interior, y se vuelve más y más complejo a medida que transcu-
rre cada momento de la vida del bebé. El objeto transicional es
para nosotros un pedazo de su frazadita, pero para el bebé es
representativo tanto del pecho de la madre como del pecho
intemalizado de la madre.
Repárese en cuál es la secuencia cuando la madre está
ausente. El bebé se aferra a su objeto transicional. Luego de un
cierto tiempo la madre internalizada se diluye y el objeto
transicional deja de tener significado. En otras palabras, el
objeto transicíonal es simbólico del objeto interno, al que la
presencia viva de la madre mantiene vivo.
De igual manera, quizás, un adulto puede hacer el duelo por
alguien, y en el curso de su duelo deja de disfrutar de las
actividades culturales; la recuperación será acompañada de un
retorno a todos los intereses intermedios (incluidas las expe-
riencias religiosas) que enriquecen la vida de un individuo sano.
Pienso, entonces, que los fenómenos transicionales no
"pasan", al menos no cuando hay salud. Pueden convertirse en
un arte perdido, pero esto forma parte de la enfermedad de un
paciente, de u.na depresión, y es algo equivalente a la reacción
frente a la deprivación en la infancia, cuando el objeto y los
fep.ómenos transicionales pierden en forma temporaria (o a
veces permanente) su sentido o son inexistentes.
Me gustaría mucho conocer sus reacciones frente a esta idea
de una tercera zona del experienciar, su relación con la vida
cultural y, según he sugerido, el hecho de que derive de los
fenómenos transicionales de la infancia.

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