7 PRINCIPIOS BÁSICOS DE LA EDUCACIÓN
EMOCIONAL
Toni García Arias
De un modo sencillo, podemos decir que se entiende por inteligencia
emocional la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, así
como la habilidad para manejarlos de manera equilibrada.
El término “inteligencia emocional” fue popularizado por Daniel Goleman,
creador del libro “Emotional Intelligence”.
Desde una perspectiva meramente educativa, la educación emocional se
entiende como una forma de prevención consistente en intentar minimizar
la vulnerabilidad a las perturbaciones emocionales o prevenir su ocurrencia,
de tal modo que se maximicen todas las tendencias constructivas y se
minimicen las destructivas.
Como experto en educación e inteligencia emocional, estos son los 7
principios básicos para educar en una correcta inteligencia emocional:
1. Escuchar a los niños.
Muchos docentes y padres piensan que cuanto más hablan más educan,
convirtiendo la educación en un monólogo solo de ida. Sin embargo, para
poder educar también debemos escuchar a aquellos a los que educamos:
conocer sus intereses, sus inquietudes, sus sueños, sus miedos, sus
frustraciones. Solo de este modo podemos atender a la diversidad, a la
individualidad y a las necesidades de cada niño.
2. Reforzar las virtudes.
En muchas ocasiones, los profesores y los padres llamamos la atención
sobre los errores que cometen nuestros alumnos o hijos, pero -debido al
estrés del día a día- pocas veces nos acordamos de valorar sus virtudes.
Además de fortalecer emocionalmente a nuestros menores, la valoración
de las virtudes o de las habilidades ayuda a minimizar las actitudes
negativas.
3. Ser sinceros.
Si trabajamos las emociones en los demás primero debemos trabajarlas en
nosotros mismos. En este sentido, es importante que seamos sinceros con
nuestros hijos o alumnos sobre lo que decimos, sentimos o pensamos,
porque los alumnos suelen descubrir las mentiras rápidamente y, con ello,
podemos perder toda nuestra credibilidad.
4. Ir directo al núcleo, no a la superficie.
Cuando surge algún conflicto, no basta con un castigo o con frases del tipo
“no debemos pelearnos” o “todos somos amigos”. En la mayoría de las
ocasiones, la ira, el enfado, la agresividad tienen una raíz más allá del simple
conflicto puntual. Por eso, es muy importante que lleguemos a la raíz del
por qué se produjo ese comportamiento no deseado: celos, necesidad de
llamar la atención, falta de control de la ira, etc.
5. Comprender.
Criticamos lo que no comprendemos o lo que no compartimos. Sin
embargo, nuestros niños y alumnos no están para agradarnos ni para ser
como nosotros, sino para desarrollarse tal como son. Por eso, debemos
comprender que sus intereses sean diferentes a los nuestros, que sus
mejores habilidades no sean las cognitivas, que piensen o sientan de un
modo diferente a como nosotros sentimos o pensamos.
6. Educar el fracaso.
Para alcanzar la meta del éxito, primero hay que atravesar un largo camino
de fracasos. La palabra “no” es una palabra que a lo largo de nuestras vidas
tendremos que escuchar en multitud de ocasiones. “No” ante un trabajo,
“no” ante un proyecto, “no” ante una cita. Por esa razón, los educadores,
ya sean padres o docentes, debemos educar la tolerancia de nuestros
alumnos a la frustración.
7. Educar en la autocrítica.
Por norma general, los adultos juzgamos en todo momento las actuaciones
de los menores, pero nuestra función como educadores no es juzgar, sino
buscar que los alumnos desarrollen la reflexión y la autocrítica para que
ellos mismos sean capaces de juzgar sus actitudes y las de los demás de una
manera objetiva. Son ellos, al final, los que deben interiorizar las normas y
los valores así como concienciarse la de importancia del sacrificio o de la
responsabilidad más allá de que alguien externo se lo diga.