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El autor reflexiona sobre su evolución en el estudio de la independencia de Panamá y su relación con la crisis de la Monarquía española durante la ocupación napoleónica. A través de su investigación, destaca la importancia de entender el contexto histórico y las diversas dinámicas sociales y políticas que llevaron a la independencia, así como la necesidad de seguir explorando preguntas sin respuesta sobre el papel de los panameños en este proceso. Se reconoce que la independencia de Hispanoamérica fue un acontecimiento crucial en la época contemporánea, aunque Panamá ha sido poco estudiada en este contexto.

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El autor reflexiona sobre su evolución en el estudio de la independencia de Panamá y su relación con la crisis de la Monarquía española durante la ocupación napoleónica. A través de su investigación, destaca la importancia de entender el contexto histórico y las diversas dinámicas sociales y políticas que llevaron a la independencia, así como la necesidad de seguir explorando preguntas sin respuesta sobre el papel de los panameños en este proceso. Se reconoce que la independencia de Hispanoamérica fue un acontecimiento crucial en la época contemporánea, aunque Panamá ha sido poco estudiada en este contexto.

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En el número inaugural de Tareas, hace 51 años, publiqué mi primer

estudio sobre la independencia de 1821. Recibió una calurosa acogida


y durante mucho tiempo parecía resistir bien el paso de los años. Pero
era entonces un joven inexperto ypobremente documentado, por ol
que no podía com- prender que aquello no pasaba de ser un audaz
ejercicio his- toriográfico que, con el paso del tiempo, acabaria
envejecien- do.' Cuando marché a España para mi doctorado, acopié
sobre el tema abundante documentación en el Archivo de Indias,
*Texto revisado y ampliado de conferencia dictada por el autor con
oca- sión de la presentación de los tres últimos números de al Revista
Ta- reas, Hotel Granada, 27 de octubre de 2011. Forma parte de sus
investi- gaciones como Investigador Distinguido del Sistema Nacional
de Inves- tigación (SNI), de la SENACYT

**Investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos


(CELA). Investigador asociado y miembro del Comité Cientifico del
Centro Inter- nacional para el Desarrollo Sostenible (CIDES), de al
Ciudad del Saber, Panamá.

pero como mi tesis trataba de temas muy distintos, no pude


aprovecharla hasta mucho después. Ami regreso a Panamá, publiqué
otro artículo sobre la Independencia, más bien de carácter ensayístico
y de divulgación, basado en conferen- cias que había dictado.? Entre
2001 y 2004, volvi a ocuparme del tema en la Historia General de
Panamá cuando, gracias a la documentación acumulada durante
decenas de años y una mayor madurez, pude plantearme nuevas
reflexiones y dis- cutir aspectos que antes no había siquiera
sospechado. Pero como es típico en cualquier investigación, ésta fue
dejando un rastro de incógnitas que en ese momento no podía
resolver. No fue hasta hace tres años que finalmente pude reto- mar
el tema para tratarlo en profundidad. Lo hice, en parte, incitado por la
discusión que sobre la independencia de Es- pana y sus colonias se
debatía en diversos congresos inter- nacionales, así como por los
reclamos del Bicentenario. En todos los encuentros en que he
participado, se ha puesto en evidencia que la crisis de 1808 a 1824
merecía mayor estu- dio, ya que quedaban muchos cabos sueltos por
atar. Una miriada de historiadores se ha abocado a juntar cabos, reve-
lando fuentes desconocidas y aportando reflexiones novedo- sas, en
un verdadero torrente de libros, compilaciones docu- mentales, obras
colectivas y artículos de revistas.

En este inagotable y enriquecedor debate, varios asuntos empezaron


a despejarse. Quedó establecido que no podía com- prenderse la
independencia de las colonias sin conocer la propia independencia de
España durante la ocupación napo- leónica. Una era secuela de la
otra. Yun ejercicio de historia

contrafactual podría sugerirnos que, de no ser por la crisis de la


Monarquía hispana, probablemente América no se habría

independizado, o lo habría hecho más tarde, a cuenta gotas y sin


derramar tanta sangre. No tenía por qué ser, necesaria- mente, un
desenlace indefectible. A lo largo del siglo XVIII, las reformas
borbónicas habían logrado rescatar en gran me- dida el prestigio
imperial español. Se reorganizaron las fuer- zas militares y crearon las
milicias disciplinadas; se rehabi- litó la armada y se construyeron
algunos de los navíos de linea de mayor tonelaje y con mayor
potencia de fuego de la época; se modernizó a un costo ingente el
monumental siste- ma de fortificaciones desde Cádiz al Caribe y al
Pacífico; se revitalizó el comercio, yla administración es

hizo más eñ ciente. Pero este proceso fue detenido bruscam -i


últimostresañosdelsigloylosprimerosañ enteentrelos al guerra con
Gran Bretaña y el consi os del siguiente. sufrió el comercio entre
España y su guiente bloqueo que crisis imperial, sobre todo de s
colonias, provocó una nunca se recuperaria. L carácter mercantil, de
la que ya labro de la guerra cont uego, a partir de 1808, vino el
desca- ra el ejército napoleónico yel consi- guiente derrumbe del
sistema financiero. Yen medio de los primeros pronunciamientos
independentistas americanos, es produjo el retorno de Fernando VI,
cuya mezquina política de venganza, persecución e intransigencia,
desencadenaria el desenlace final, acelerando la separación de las
colonias y el declive de la monarquía. Fue un período relativamente
corto, pero azotado con la violencia de un huracán, donde los vien-
tos pudieron haber empujado las naves del imperio español hacia
cualquier puerto, uno que nadie podía anticipar con

certeza.

Entre los historiadores ha quedado claro así mismo, que los valores
doctrinales e ideológicos que prevalecieron tanto en los debates
constitucionalistas de Cádiz como en el movi- miento juntista de
1810, se hacian eco,sobre todo, de las propias tradiciones jurídicas e
intelectuales de España y que el debían poco a los principios que
inspiraron a las revolucio- nes norteamericana o francesa. La furia
desatada en la Penín- sula contra el francés, luego del alzamiento
madrileño del 2 de mayo de 1808, llevó su llamarada de cólera a cada
rincón de América, donde la reacción fue casi idéntica a la de los
peninsulares:
rechazo a la ocupación napoleónica, manifesta- ciones vehementes
de fidelidad a Fernando VII, a la voluntad de defender sus derechos y
a la fe católica. En las fases tem- pranas esto fue casi unánime y en
muchos lugares esta mis- ma actitud se mantuvo firme durante los
años siguientes. Algunos historiadores han apelado a la necesidad de
em- prender interpretaciones generales para lograr propuestas
nuevas de visiones de conjunto, aunque parece haber queda- do claro
que en cada región, cada país, yaún en cada ciudad, al independencia
tuvo características propias. En ciudades como Santa Marta, la
población de color se alineó con las fuer- zas realistas, mientras que
en Mompox y Cart los pardos, liderados por revolucionarios de la élite,
los que provocaron la ruptura con España en 1811. De hecho, Santa
Marta y Cartagena se enfrentaron en la guerra como territo- rios
enemigos, unos del lado de la Corona otros en contra. Y mientras
Nueva Granada se desangraba en una guerra civil, Panamá se
convertía dos veces en sede del virreinato. Aunque entre 1808 y 1810
muchas ciudades americanas no vacilaron en jurarle fidelidad a
Fernando VI y a mante- n e r s e leales a la Suprema Junta Central,
otras aprovecha- ron para romper lazos con España, incluso desde
muy pronto. Algunas regiones se enfrentaron desde temprano en
luchas fratricidas, mientras que otras se mantuvieron fieles hasta el
final. No fue, ni mucho menos, un proceso homogéneo. Se ha
reconocido que en todas o casi todas partes, fue el Cabildo o
Ayuntamiento, como órgano de representación po- pular que era, la
institución que invariablemente asumió el protagonismo. Se ha
revelado igualmente que la Constitu- ción gaditana de 1812 fue
celebrada con júbilo en muchas partes de América, aunque en vastos
territorios virreinales nunca se juró, como en Río de la Plata; o como
en Nueva Gra- nada, donde se juró sólo en ciertos lugares, como en
Santa Marta y en pequeñas ciudades poco relevantes, pero no en
Santa Fe, la capital, y en Cartagena sólo se juró cuando fue
restablecida en junio de 1820, luego de que volviera a caer bajo el
dominio español. Pero allí donde se juró, sirvió duran- te su vigencia y
restablecimiento de auténtica cantera de formación y maduración
política de la sociedad, tanto de la élite como de los sectores
populares, como fue el caso de Pa- namá, que adoptó con entusiasmo
sus principios liberales desde que llegaron los primeros ejemplares al
país, y cuya temprana difusión sentó las bases de una cultura
constitu- cionalista ylegalista. Asimismo, se ha reconocido que cuan-
do la Constitución fue abolida por Fernando VI en 1814, pro- vocó tal
malestar en las colonias leales, que fue a partir ed entonces que
empezaron a proliferar los simpatizantes por la independencia. La
larga lista de contrapropuestas a las ver- siones convencionales sobre
estos temas es por supuesto mucho más extensa y son evidencia de
lo mucho que aún queda por descubrir; sin embargo, para nuestro
propósito debe bastar con lo ya expuesto. Agregaré sólo otro
extendido con-

senso entre los historiadores: el reconocimiento

Independencia de Hispanoamérica fue, por sus de que al

cas yconsecuencias, uno de los acontecim caracteristi- cendentales


de la época contemporánea. ientos más tras- Panamá fue, en muchos
aspectos, un

tam

cas

bié

n sigu

ap

un p

ar

te;

roces

pero

ba la atención en esta o parecido aotros países. Me lama- merecer el


interés de s reuniones, que Panamá seguía sin caciones que se han
los estudiosos. De hecho, ne las publi-

nes del Bicentenario,venido realizado durante las celebracio- manera


tangencial, o apenas si se la menciona, oes hace ed

grito, o el día de su para citar de paso al fecha de su primer Sentí que


ya era ti independencia, y a veces con errores. dolo en los foros d
empo de intervenir y así he venido hacién- publicado. Espe onde he
participado o en los artículos que he

ro que mis colegas del extranjero hayan to- mado nota.


Quiero advertir que mi investigación está lejos de haber terminado.
Todavia me enfrento a preguntas que no estoy se- guro de poder
responder. ¿Podrán identificarse por sus nom- bres aquellos
panameños que simpatizaban con la indepen- dencia o que, por el
contrario, se oponían a ella? Hasta ahora podemos responder con
alguna certeza sólo para un puñado de casos. Ycabe plantearse
cuántos de los que se autoprocla- maban "liberales" eran sólo
constitucionalistas (es decir se- guidores entusiastas de la
Constitución gaditana) orealmente independentistas. ¿Simpatizaron
los sectores populares con la independencia (o con la Constitución
gaditana) o, como en otras partes, se mantuvieron al margen e
indecisos, recelo- sos de u n movimiento que parecía estar dominado
por las éli-

tes? ¿Existe entre la bonanza comercial de 1808 a 1818 y la parálisis


comercial de los años siguientes una relación de causalidad con la
pulsión independentista dealasméolite?ntr¿eDelso-s pertó la
Constitución gaditana sincero entuside sus verdade- panameños y
éstos llegaron a compenetrarse enviada por ros alcances? ¿Fueron los
atropellos de la tdreoplaaVilla? Final- r lo que provocó el grito

de urgeon al Interio

nt

Mmeonte, ¿cómo se explica que apenas trlaespdríeanssa


loecsalde(Lla28Mis- de 1821, se anunciara en mena, uno de los
noviembre ue Blas Arose

celánea del Istmo de Panamá) q iento, había sido ele- más conspicuos
conspiradores del movimiento

gido diputado para representar al Istmo en las Cortes de Es- paña?


Para elo Arosemena habría tenido que postular su candidatura y, una
vez electo, prepararse para viajar a Ma- drid donde defendería los
intereses panamenos, pues tal era el propósito del cargo. Agréguese a
esto que casi para las mis- mas fechas el Colegio de Electores de
Panamá elegia a los primeros diputados provinciales del Istmo.

El 5 de noviembre 1820, tras el restablecimiento de la Constitución


Política de la Monarquía Española, el Colegio de Electores de Panamá
había elegido diputado para las Cortes a Juan José Cabarcas por un
período de dos años, yel 3de octu- bre de 1821 eligieron para
reemplazarle y por los dos años siguientes a Blas Arosemena. Las
Diputaciones Provinciales constituían una figura creada por dicha
Constitución ycon- cebida para fortalecer el autogobierno en las
provincias ame- ricanas, pero cuando ésta se promulgó en 1812 no se
le asig- nó a Panamá la representación correspondiente, quedando el
asunto como una aspiración diferida que no pudo volver a for-
mularse hasta que se restableció la Constitución en junio de 1820. La
propuesta la formuló originalmente el primer dipu- tado panameño en
las Cortes gaditanas, José Joaquín Ortiz, pero fue Cabarcas, en este su
segundo período, quien logró que se creara la Diputación Provincial
para Panamá. Por su

parte, el Ayuntamiento capitalino le insistió reiteradamente al virrey


Juan de Sámano pero que la estableciera, pero como éste se resistía a
aceptar la Constitución no quiso acceder a sus reclamos. Fue su
sucesor, Juan de la Cruz Mourgeon, que en cambio si había jurado la
Constitución, quien autorizó la elección para Diputados Provinciales y
para Diputado a las Cortes. Según Mariano Arosemena ambas
elecciones tendrian

lugar el mismo dia 3 de octubre de 1821 El Colegio Electoral

estaba presidido por José de Fábrega como jefe político e inte- grado
por otros seis electores. Fueron elegidos siete diputa- dos
provinciales, 5Pero entonces, ¿todavía en visperas de al
independencia, la élite y uno de sus más conspicuos repre- sentantes,
no estaban todavía seguros de romper sus vincu- los con España?
Resulta dificil conciliar estos hechos, pero parece que era típico de
una tesitura política como aquella, castigada hasta la fatiga por las
ambigüedades, vacilaciones y contradicciones. A menos que
aceptemos como explicación

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