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01 Uno

Cindy, una joven entusiasta de la naturaleza, está emocionada por visitar una reserva de auquénidos en la sierra sur del Perú con sus padres. Durante el viaje, conversa con su padre sobre su amor por la fotografía y la fauna local, expresando su deseo de capturar la belleza de las vicuñas y otros animales. La familia se dirige al Cusco antes de continuar hacia la reserva, donde Cindy espera aprender y disfrutar de la experiencia.

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Cindy, una joven entusiasta de la naturaleza, está emocionada por visitar una reserva de auquénidos en la sierra sur del Perú con sus padres. Durante el viaje, conversa con su padre sobre su amor por la fotografía y la fauna local, expresando su deseo de capturar la belleza de las vicuñas y otros animales. La familia se dirige al Cusco antes de continuar hacia la reserva, donde Cindy espera aprender y disfrutar de la experiencia.

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UNO

-¡Estoy feliz! -exclamó Cindy.


La jovencita de mirada vivaz y cabello lacio hasta los hombros apenas podía
contener la emoción. Estaba por conocer las vastas planicies de auquénidos
que por tanto tiempo había deseado explorar. La carretera, que generalmente
se mantenía en muy buenas condiciones, se veía despejada a esa hora de la
mañana. El horizonte, todavía cargado de azules y naranjas, le prometía a ella
y a su familia un hermoso día.
A sus doce años Cindy había demostrado un profundo amor por la naturaleza.
en especial por los animales, ya fueran grandes o pequeños, domésticos o
silvestres. Le gustaba mucho viajar por los caminos del Perú acompañada de
sus padres, y aún no había tenido oportunidad de visitar aquel rincón de la
sierra sur del país.
La sola idea de explorar aquellos campos y senderos, cerca de las manadas de
llamas y vicuñas, la tenía más que contenta. Con suerte tal vez incluso podría
acariciarlas.
Cindy iba a permanecer en la reserva una semana, como parte de un programa
en el que los jóvenes de las ciudades eran recibidos por los criadores de
auquénidos para que conozcan de primera mano su manera de ganarse la vida
y cómo cuidaban a sus animales.
-¿Cuánto falta? -le preguntó a su padre por enésima vez, luego de encontrar su
mirada en el espejo retrovisor del automóvil.
-¡Aún no hemos llegado ni a la mitad del recorrido! - respondió este con una
sonrisa. Primero debemos arribar al Cusco, luego un bus especial nos llevará a
la reserva.
Mientras padre e hija conversaban, la mamá de Cindy dormía plácidamente en
el asiento del copiloto.
-Está bien, pero no dejes de avisarme ni bien estemos cerca -recalcó la
jovencita-. Quiero tener mi cámara lista para que no se me escape nada
interesante.
Cindy atesoraba como pocas cosas su nueva cámara fotográfica, regalo que
sus abuelos le hicieran por su cumpleaños. Como era habitual en ella, había
revisado dos veces que las pilas estuvieran correctamente instaladas. En un
práctico canguro que colgaba de su cintura llevaba otros dos pares de reserva.
-¿Crees que veamos pumas? ¡Esos me darían un poco de miedo! Y los
cóndores sabias que son las aves voladoras más grandes del mundo? ¡Ya me
gustaría remontar las corrientes de aire ascendente como ellos!
-Seguro veremos algún cóndor... y no olvides a los zorros, y las vizcachas
-exclamó su padre
-Cuando estemos en la reserva, seguro se nos acercarán.
-¿Quiénes? - preguntó su padre,
que prestaba particular atención al camino. Era un conductor cuidadoso y
responsable.
-¡Las vicuñas, papá! Ahí podré sacar buenas fotos. Quiero captar su hermoso
pelaje y esa mirada dulce que las caracteriza.
-¡Sé que así será! ¿Sabes hija?, tus fotos me gustan mucho.
-No olvides que fue mi abuelo quien me enseñó a tomarlas. Nunca dejo de
admirar su magnífica colección.
-Es que tu abuelo ha tenido la oportunidad de viajar mucho y siempre ha sabido
retratar sus experiencias en lugares lejanos e interesantes.
-Papá...
-Dime, hija.
-Espero que pronto llegue el día en que esa sea la única forma de dispararle a
los animales, a través del obturador de una cámara.
El padre de Cindy no podía estar más de acuerdo con lo que acababa de
escuchar. Se sentía muy orgulloso del hermoso sentimiento que su hija
albergaba a en su corazón.
-¿De qué tanto hablan ustedes dos?
-preguntó la madre, que acababa de despertar de su pequeña siesta-Viajar en
auto siempre me hace dormir me relaja.
-Eso es porque sabes lo buen conductor que es papá la niña apoyó las manos
en los hombros de sus padres y luego exclamó: - Pampa Vicuñas, jallá vamos!

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