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Odio Que Seamos Un Cliche - Emma Montgomery

Paulina Montenegro interrumpe la boda de su exnovio Milo, a quien todavía ama, a pesar de haber terminado su relación por diferencias en sus deseos de vida. Sin embargo, se da cuenta de que ha entrado a la boda equivocada, interrumpiendo la ceremonia de su rival Jordán Rhodes. A medida que lidia con sus sentimientos de pérdida y confusión, Paulina reflexiona sobre su vida y sus decisiones, sintiendo que se adentra en un cliché romántico que siempre ha despreciado.

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Odio Que Seamos Un Cliche - Emma Montgomery

Paulina Montenegro interrumpe la boda de su exnovio Milo, a quien todavía ama, a pesar de haber terminado su relación por diferencias en sus deseos de vida. Sin embargo, se da cuenta de que ha entrado a la boda equivocada, interrumpiendo la ceremonia de su rival Jordán Rhodes. A medida que lidia con sus sentimientos de pérdida y confusión, Paulina reflexiona sobre su vida y sus decisiones, sintiendo que se adentra en un cliché romántico que siempre ha despreciado.

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Prólogo

Nunca me han gustado las historias clichés, pero a pesar de eso, siempre he
disfrutado del cliché de Disney y su vivieron felices por siempre, aunque
eso es algo que no admitiré frente a cualquiera. Pero creo que es entendible
que me guste ese cliché, porque ¿quién no quiere vivir feliz por siempre? A
veces pienso que ese gusto empezó a los cuatro años cuando vi Peter pan,
por primera vez y se convirtió en una de mis historias favoritas y soñaba
con ir al país de Nunca Jamás y dejar a un lado las peleas de mis padres, los
problemas de mi madre, y todo lo que ser parte de mi familia conlleva,
porque sentía que en Nunca Jamás, yo no necesitaba ser perfecta o intentar
ser siempre la mejor.

Pero, por más que yo intenté volar hasta lo más alto del cielo y girar en la
segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer, no logré llegar al
país de nunca jamás y mi sueño de ir ahí, se quedó en eso, un sueño. Igual a
muchas otras cosas en mi vida.

Y ese es el único cliché que me gusta, el de Disney, el resto de clichés, los


detesto y es por eso que no entiendo como estoy camino a realizar un cliché
romántico como es el impedir una boda, porque sí, yo, Paulina Montenegro,
estoy a punto de impedir la boda de mi exnovio, con el que terminé hace
mucho tiempo atrás. Si cuando terminé con Milo, alguien me hubiera dicho
que estaría impidiendo su boda, cuando justamente él y yo terminamos
porque yo le dije que no soy de las que se casa y tiene hijos, bueno, yo me
hubiera reído fuerte y le diría que busque terapia, porque eso no va a
suceder. Pero la lengua castiga y aquí estoy.

No debería estar aquí, pienso conforme voy avanzando hacia donde se está
celebrando la boda.

—¿Era la puerta izquierda o la derecha? —me pregunto mientras me paro


en mitad del pasillo, en medio de ambas puertas.

De Tin Marin de Do Pingüé. . esta es .


Señalo la puerta izquierda y tomo aire antes de abrir las gruesas puertas de
roble.

Cuando lo hago, varios rostros se giran a verme, pero yo no miro a nadie, ni


quiera al hombre que está en el altar porque creo que, si lo hago, perdería el
valor para hacer esto, porque estar aquí ahora va a en contra de mis
principios y valores.

El sacerdote no ha preguntado ¿quién se opone a esta ceremonia? Que hable


ahora o que calle para siempre, porque eso sería rayar en lo cliché y esta es
la vida real, no podemos exagerar, de todas formas, siento que es correcto
decir yo me opongo, y así lo hago.

—¡Yo me opongo! —digo con voz fuerte y clara, manteniendo la barbilla


en alto, porque a pesar de estar haciendo esto, que estoy segura mi familia
me va a reprochar, yo sigo siendo una Montenegro y no nos deben ver
derrotadas—. Sé que cometí un error, y lo siento por eso, realmente me
arrepiento, por todo, en especial por no darte la respuesta que querías hace
dos semanas, pero estoy aquí ahora y sé que podría ser un poco tarde y. .
Nada de eso importa, solo importa que te amo, y sé que me amas, porque
me lo dijiste y no está bien que te cases con ella cuando es a mí a quien
quieres.

Los murmullos aumentan y estoy segura de que esto será un gran escándalo
en mi familia y que mi padre estará enojado cuando se entere de que yo, su
hija, estaba "mendigando amor" como él me dijo hace tiempo, cuando me
vio triste por Milo y su inminente boda. Pero como a mí nunca me ha
importado lo que él o el resto de mi familia piensan, me da igual. Ellos me
pueden condenar al infierno si quieren, de todas formas, yo he aprendido a
bailar con el diablo y a dominar las llamas, así que no me preocupo.

—¿Lo que ella dice es cierto? ¿Es a ella a quien amas?

Veo el ramo de rosas caer al suelo y como varias personas se levantan de


sus asientos, pero yo sigo sin mirar a Milo.

—Siempre supe la verdadera razón de porque te casabas conmigo, pero


saber esto es bueno porque puedo dejar de ser una buena persona y decirte
que está bien que ames a otra, porque yo tampoco te amo.

—No, no, espera Cecilia, esto es un error. . ¿Cómo yo podría estar


enamorado de ella? No, ella está loca, no tengo idea que está haciendo aquí.

Esa voz, yo conozco esa voz y no es la de Milo. Mierda.

Oh, Paulina, ¿qué has hecho?

Levanto mi mirada hacia el hombre que está en el altar y no, no es Milo.


Mierda, entré en la boda equivocada y para mi mala suerte, la boda que
acabo de interrumpir es la de nada más y nada menos que mi Némesis,
Jordán Rhodes. El hombre que ha sido mi enemigo por tres años. Aunque
ninguno de los dos sabe exactamente por qué empezamos a odiar al otro,
solo sé que un día, Andrea, mi gemela me contó sobre el abogado que
trabaja para corporaciones que explotan a sus trabajadores y lo frustrada
que estaba porque él había ganado su último caso, y yo, como buena
hermana que soy, fui y hablé con él. Los dos tenemos diferentes versiones
de la conversación, pero ambos estamos de acuerdo en que fue odio a
primera vista y la relación de odio con Jordán Rhodes ha sido la relación
más estable que he tenido desde que terminé con Milo.

Seguro por la mirada que él me está dando, piensa que hice esto a propósito
y bueno, sí, suena como algo que yo haría, pero no lo hice, al menos no de
forma intencional.

—Vaya, parece que ustedes tienen mucho de qué hablar. . suerte en eso, y
pueden seguir con la ceremonia, no los interrumpo más.

Retrocedo mientras le sostengo la mirada a Jordán y si las miradas


mataran.. yo ya estaría seis metros bajo tierra.

Cierro la puerta y me apresuro abrir la otra puerta, pero cuando lo hago,


encuentro un salón vacío, la boda ya sucedió y yo llegué tarde para impedir
que el hombre que yo amo, se case con alguien más.

No soy de las que se casa y tiene hijos, le dije a Milo cuando terminamos.
También le dije que esperaba que encuentre alguien que le dé aquello que
yo no puedo, y él lo hizo, y yo debería estar feliz por él y una pequeña parte
de mí lo está, pero otra parte más grande siente tanto dolor en este
momento. Es un dolor asfixiante y algo sofocante, más aún al ver el lugar
donde él se casó.

—En un mundo diferente, esta pudo ser mi boda.

Y lo hubiera sido, si yo no hubiera rechazado la propuesta de matrimonio


de Milo, pero es que no lo entiendo, nunca entendí la importancia de este
tipo de eventos.

Las personas se aman y están juntas, ¿por qué es necesaria una ceremonia
para probar eso? Yo lo amaba, ¿no era eso suficiente? Al parecer no y
realmente, ya no importa.

—Oye, ladrona, debes estar feliz de saber que mi boda se canceló.

¿Por qué ese imbécil insiste en llamarme de esa manera? Le robé un pastel
de chocolate hace años, ya debería superarlo y, además, después pagué por
ese pastel.

Giro mi cara hacia la voz de Jordán y lo veo de pie en mitad del pasillo.
Luce muy molesto y se quita la pajarita del cuello para guardarla en su
bolsillo antes de desprender los primeros botones de su camisa. Lo veo
pasar una mano por su cabello negro y bajar sus dedos hasta su barba.

—Técnicamente, te acabo de salvar de un matrimonio sin amor. Tú la


escuchaste, ella no te amaba. Y te he dicho miles de veces que no soy una
ladrona, deja de llamarme así.

—¿Se supone que debo darte las gracias por arruinar mi boda?

Yo me encojo de hombros y no le digo nada, aunque tal vez, él espera una


disculpa de mi parte. . y se va a quedar esperando.

—Por años hemos mantenido una rivalidad silenciosa, Paulina, pero eso se
acabó.

—Uy mira qué miedo tengo.


Sus ojos lucen casi negros y me miran con tanta intensidad que me
encuentro intrigada por lo que puede estar pasando por su cabeza.

—Deberías.

—¿Eso es una amenaza, Jordán? Porque si es así, deberías hacerlo bien,


esperaba más de ti.

Él da un paso hacia mí y yo doy otro hacia él, provocando que nuestras


narices casi se rocen por lo cerca que estamos.

—Esto es guerra, Paulina.

Le dedico una sonrisa algo sórdida.

—Bien, Jordán, sí es así. . que gane el mejor, y un spoiler sobre la historia,


al final voy a ganar yo.

Nunca me han gustado los clichés, entonces, ¿por qué siento que me estoy
sumergiendo en mi propio cliché romántico?.
CAPÍTULO 1
"Es mejor sentir el dolor de un desamor, que nunca conocer la dicha y
felicidad que nos tare el amor".

La frase me la dio Milo, mi exnovio, un poco después de decirme te amo.


No la escribió en una bonita tarjeta o una elaborada carta, nada de eso, la
frase la escribió en la etiqueta de una cerveza y no porque estuviera
borracho, en ese momento fue lo único que tenía a la mano y dijo que
necesitaba hacerle saber a la futura Paulina, que, sin importar como hayan
resultado las cosas, nos amábamos

mucho y éramos felices, a pesar de que yo aún no le decía te amo al


momento que escribió eso. Pero él dijo que ya lo sabía.

Él quería que yo supiera eso, porque de los dos, soy yo quien no cree en los
para siempre y que el amor lo pueda soportar todo. Porque para mí eso no
tiene mucho sentido, ya que somos nosotros quienes sentimos el amor y hay
un límite de cosas que una persona puede soportar antes de rendirse,
entonces, por ende, el amor no lo soporta todo. Pero Milo era dulce y
soñador, y creía que nosotros estaríamos juntos por siempre y hubiera sido
así si ambos no quisiéramos cosas diferentes. Él quería casarse y tener
hijos, y yo no soy de las que se casan. Él ya sabía eso, entonces, ¿por qué a
pesar de saberlo me pidió matrimonio? Milo debió saber que yo diría que
no, aunque lo conozco, es tan soñador que debió creer que yo diría que sí.

A veces, en mis noches más solitarias, cuando los recuerdos de lo que


teníamos me atacan y me encuentro extrañando su presencia como jamás
creía que sucedería, encuentro cierto consuelo en la idea que, tal vez, tan
solo tal vez, en un universo alterno hay una Paulina y un Milo que están
juntos y quieren las mismas cosas.

—En ese universo él no se casó con alguien más y mi corazón no se rompió


un poco cuando eso sucedió.
Pero en este universo él si se casó y ahora yo estoy en silencio recogiendo
los pedazos rotos y fragmentados de mi corazón, dándome cuenta de que
hay pedazos que no volverán. Pedazos que se han quedado con Milo.

Arrugo la etiqueta de cerveza con la dichosa frase y no entiendo por qué


aún la conservo entre mis cosas, yo no soy una persona sentimental que le
gusta atesorar cada recuerdo de una relación o recuerdos en general.

Mira este es un huesito de pollo de la cena de nuestra primera cita, pienso


con sarcasmo y en son de broma. Porque, aunque suene divertido y algo
exagerado, conozco a personas que hacen eso y yo en definitiva no soy ese
tipo de persona, pero a pesar de eso, aquí me encuentro, sentada frente a mi
armario sosteniendo la etiqueta de una cerveza con una frase tan trillada que
me produce algo de náuseas.

—¿En qué estabas pensando vieja Paulina Montenegro al conservar esto?

Ni siquiera recuerdo que le contesté o si simplemente tomé la etiqueta y la


guardé o porque lo hice, no recuerdo mucho sobre esa noche y no es que
estaba borracha, solo nos tomamos una cerveza, la cuestión es que no
recuerdo nada porque lo único que quería recordar de esa noche es que un
poco antes, mientras caminamos por la acera camino algún lugar, él me
había dicho te amo.

Las palabras se escaparon de sus labios y cuando Milo lo notó, ya era tarde
para retractarse y a mí me gustó eso, la forma casual con la que me dijo te
amo. Porque siempre me ha gustado que las cosas se den de forma
espontánea en mis relaciones, no me gusta que se piense demasiado, que se
tracen esquemas y gráficos, entonces, por simple lógica, adoré la forma en
que él me dijo te amo.

—Y ahora no vale la pena lamentarse por lo que pudo ser y no sucedió, solo
me queda terminar de recoger los pedazos de mi corazón, fabricar nuevos
pedazos

para reponer los que se quedaron con Milo y seguir adelante. La vida sigue
y no voy a dejar que me aplaste.
En medio de mis mensajes de motivación para mí mismo, escucho el sonido
de mi teléfono proveniente de alguna parte de mi apartamento. Me levanto
para buscarlo y dejo la etiqueta de cerveza sobre la cama.

—Hola, yo aquí ¿quién allá?

Escucho una pequeña risita al otro lado de la línea.

—Tu prima favorita, ¿quién más?

—¿Tracy? —pregunto solo para molestarla.

Hay un sonido de desdén y puedo imaginar la expresión con la que ella me


estaría mirando si estuviera aquí y no en El Cairo.

—Sabes que soy Atenea y también debes saber que justo ahora, me
arrepiento de llamarte, prima ingrata.

Atenea es dos años menor que yo, una hermosa morena de pelo negro y
ojos color avellana que hipnotizan a cualquiera, menos a quien ella quisiera
hipnotizar. Ella también es una fantástica arqueóloga con un doctorado en
egiptología que actualmente vive en El Cairo y a la cual yo extraño mucho,
porque entre Tracy y ella, Ate, como le decimos todos de cariño, es quien
siempre me acolitaba en mis locuras.

—Te diría que no seas dramática, pero eres un cuarto griega, Atenea
Montenegro y el drama y la tragedia corren por tus venas. Pero dime, ¿a
qué debo el placer de tu llamada?

Escucho un murmullo y la voz de Ate en respuesta, pero no es eso lo que


llama mi atención, es la forma en la que ella le responde a esa voz
masculina.

Hago una nota mental para averiguar sobre ese tema.

—Llamaba para saber cómo estás y sí, sé que eres fuerte y la vida sigue,
que vas a tomar al toro por los cuernos y todo eso que quieras decirme, pero
querida prima, él hombre que amas se acaba de casar con alguien más hace
una semana y media, está bien sentirse mal. Es algo normal.
Por supuesto que es algo normal, eso yo lo entiendo, pero no veo porque
debo sentir pena por algo que yo mismo me causé, porque si hay algo cierto
en toda esta historia, es que aquí yo no soy la víctima, soy la villana y creo
que siempre lo he sido.

Ante ese pensamiento, un amargo recuerdo viene a mi mente, el recuerdo de


lo que sucedió dos semanas antes de su boda.

Intento alcanzar a Milo, pero él baja las escaleras de mi edificio casi


corriendo, intentando alejarse de mí y yo entiendo por qué lo hace, de
todas formas, la parte en mí que no acepta perder y ser una segunda
opción- gracias, papá por la forma en que me criaste (nótese el sarcasmo) -
lo intenta alcanzar, para al menos intentar explicarle lo que sucedió.

—Milo, lo siento, cometí un error, él es solo un error. Es solo un error, lo


siento.

Mi voz suena alta y estoy segura de que él me ha escuchado, pero no se


detiene, por el contrario, acelera su paso.

—Milo. .

—¿Qué Paulina? ¿Qué vas a decir ahora? ¿Vas a seguir insistiendo en que
fue un error? Pero no es así porque eres Paulina Montenegro y jamás
cometes errores, eres perfecta. He incluso para ser la villana de la historia
lo estás haciendo a la perfección.

Él suena dolido y molesto, no me mira cuando habla, se mantiene de


espaldas hacia mí y yo tampoco hago ademán de alcanzarlo.

—No quería lastimarte.

Milo se ríe de forma amarga y ácida, con una pizca de fastidio.

—Tú no quieres muchas cosas, porque al final de día, siempre se trata de lo


que tú quieres o no. Siempre ha sido así, egoísta y yo siempre te dé dejado
porque te amo, pero amarte me lastima y me duele, entonces debo dejar de
hacerlo. Ya no quiero amarte Paulina, ya no quiero saber nada de ti.
Milo deja caer los hombros en señal de derrota antes de empezar a caminar
de nuevo hacia su auto.

Yo me intento acercar de nuevo a él, pero no lo consigo, y con resignación


observo como se aleja de mí, y como poco a poco se desvanece nuestra
historia, dejando tras de él, solo un pequeño rastro amargo de lo que un día
fue una dulce historia de dos personas que en el fondo sabían que no iban a
durar, por qué Milo debió saberlo,

¿verdad? De todas formas, ya no importa lo que un día fuimos, lo único


que parece importar en esta fracción de tiempo, es que él se está alejando
de mí.

—¿Sabes una cosa, Paulina? Ojalá nunca me hubiera enamorado de ti,


desearía nunca haberte conocido.

Su voz suena tan fría como las aguas que rodean el artífico, y me cortan
como finas dagas que se incrustan con fuerza en mi pecho.

Jamás esperé escuchar a Milo decir eso, porque desde que lo conocí, él fue
quien más se aferró a esta relación, quien siempre se ha mantenido fuerte y
firme, mucho más que yo, porque a diferencia de mí, Milo es un hombre de
relaciones serias, entonces tenía experiencia en el tema. Y a diferencia de
mí, Milo jamás ha sido egoísta, es por eso que me duele ver cuanto lo he
lastimado, a tal punto que lo he orillado a dejar atrás aquello que lo hace
ser como él es. No lo culpo a él, ¿cómo podría? Soy consciente que la única
culpable aquí soy yo, y es duro para mí ver el daño que le he causado.

Destruyes todo lo que tocas, me dijo mi padre hace tiempo y creo que tenía
razón.

—Milo, ¿lo dices en serio? ¿Tú realmente quieres decir eso?

Mi pregunta sale en un suave susurro que se pierde en el frío viento de San


Francisco. Me quedo quieta esperando una respuesta que no va a llegar,
pero no me muevo, espero a que él se gire porque algo en su postura me
dice que lo va a hacer.
Quiero que se gire, que me mire a los ojos y me diga que no es cierto, pero
cuando Milo se gira, lo único que puedo ver en su mirada es el dolor
inconmensurable que yo le he causado.

Él parece querer decir algo, pero vacila y vuelve a cerrar los labios.

—¿Realmente desearías no haberme conocido?

—Paulina, ni siquiera entiendo como tienes el cinismo de preguntarme eso.

Mírame, mírame bien y ve todo el daño que me has causado, mira como
este dolor me está destrozando y me ahogo en los recuerdos. Mira lo
estúpido que me siento

por venir aquí y estar a punto de dejar todo por ti. No lo vales. Entonces sí,
desearía no haberte conocido, porque de esa forma me ahorraría este
dolor.

Dejo que sus palabras floten entre nosotros, heladas palabras dicha con ira
y desdén, mientras que el silencio ensordecedor que le preceden me
provoca un ligero escalofrío.

Ya no hay esa calidez y seguridad que era inherente en nuestra relación,


tampoco esta esa sensación que siempre palpito entre nosotros y me decía
qué, sin importar nada, siempre íbamos a estar bien.

Ya no hay nada de eso, porque mis acciones se lo llevaron todo.

—Lo siento tanto, Milo.

Lo observo con mucha atención, intentando encontrar en su mirada algo


que me diga que podríamos, a pesar de todo, salvar lo que teníamos, lo
miro intentando encontrar en su mirada un rayo de esperanza o una señal
de que Milo me puede llegar a perdonar. Pero me doy cuenta, que no
importa cuánto lo mire, no voy a encontrar nada de eso en su mirada.

—¿Y qué arregla tú lo siento, Paulina?


Hubo un tiempo, poco después que él me dijera que me ama, donde me
prometió que jamás me haría daño, y que no importara lo que yo pudiera
hacer, él jamás se alejaría y que siempre encontraríamos una solución.
Milo solía repetirme esa promesa todos los días como un mantra, pero ya
no hay promesas en sus labios, y por un momento, mientras lo miro, pienso
que eso jamás existió, que jamás hubo buenos momentos entre nosotros.
Todo lo bueno que pensé que teníamos, ahora parece una ilusión, una
bruma o espejismo de una relación que jamás tuvimos.

—Dime, ¿cómo tú lo siento cambia lo que nos está sucediendo?

Su mirada antes cálida, ahora es estéril, fría e inhóspito. Donde mis


lágrimas y mis lo siento no servirán de nada, porque he destrozado sus
sentimientos a tal punto que su corazón ha quedado tan árido que unas
cuantas lágrimas de mi parte no causaran un impacto en él.

—¿Paulina? ¿Sigues ahí? ¿Está todo bien? —me pregunta Atenea con
mucha preocupación y voz me trae de regreso a la realidad.

No, las cosas no están bien y ahora, bajo una perspectiva diferente, espero
que al menos él se haya quedado con algunos buenos momentos entre
nosotros, que, al pensar en mí, no solo recuerde lo que hice hacia el final de
nuestra relación, sino que también pueda recordar las risas, las noches de
desvelo donde hablábamos de la vida, las mañanas perezosas y la rutina en
la que me sumergí por él, a pesar de que yo siempre las he odiado, pero lo
hacía porque a Milo le daban seguridad.

—Sí, sigo aquí, y sí, estoy bien. Agradezco tu preocupación, Atenea, pero
estoy bien. Soy una Montenegro, y ya sabes cómo es, estoy más enojada
por perder, que por cualquier otra cosa.

Atenea no compra mi acto, pero tampoco me esfuerzo suficiente para que lo


haga.

—Está bien, no te presiono más, pero sabes que estoy aquí por si quieres
hablar.

Te quiero.
—Gracias, Ate.

Termino la llamada y suelto un suspiro mientras pienso que espero que Milo
recuerde que no fui tan egoísta en nuestra relación, que sí cedí en ciertas
cosas y traté de entenderlo en otras. Espero que él haga eso, porque yo sí
me voy a quedar con los buenos momentos, esos donde él me miraba con su
sonrisa soñadora que logró conquistarme, la forma que me miraba cuando
creía que no me daba cuenta o cuando me decía te amo. No quiero recordar
lo que sucedió al final y la forma precipitada en que todo termino entre
nosotros.

Yo en el fondo sabía que íbamos a terminar, porque nada dura para siempre,
especialmente cuando yo estoy involucrada.

Tu verdadera naturaleza se filtra e infecta a las personas que te rodean,


corrompiendo buenos momentos y dañando los recuerdos. Estás dañada, y
al final, siempre terminas dañando a quienes te aman—me dijo mi padre
hace tiempo, y no sé cómo logró que sus palabras sonaran tan ácidas y frías
en medio de aquel cálido lugar, o como su sonrisa se trasformó en un
segundo, en una mueca de crueldad.

—Es una pena que mi padre haya perdido a la hija equivocada.

Como él me ha dicho desde la muerte de Andrea, mi gemela, él desearía


que quien hubiera muerto fuera yo. Y me molesta que lo diga como si la
muerte de Andrea hubiera sido un accidente, cosa que no lo fue. Andrea se
suicidó, igual que nuestra madre, y al igual que con nuestra madre, fui yo
quien encontró el cuerpo muerto de mi hermana en la bañera, y eso es algo
que jamás voy a poder olvidar, pero eso a mi padre no le importa.

Desde la muerte de mi hermana, hace dos años, yo dejé de mirar mi reflejo


en los espejos, porque cada vez que lo hago, lo único que veo es el cuerpo
sin vida de Andrea, porque siempre fuimos como dos gotas de agua y no
puedo ver mi reflejo sin pensar en ella. Es difícil perder a quien siempre ha
estado contigo, a quien era mi mejor amiga. Porque a pesar de que tengo a
Maeve, mi hermana mayor, nada podrá jamás llenar el vacío que me dejó la
muerte de mi gemela.
—Me pregunto, ¿qué hubiera dicho Andrea sobre mi situación?

Es una pregunta que jamás tendrá respuesta.

El día pasa casi en un borrón, y yo paso todo el día concentrado en mi


trabajo, soy restauradora de arte en la casa de subastas de mi familia. Y
ahora entendiendo a Atenea cuando hacia esto para ignorar sus problemas.
Cuando termino de trabajar, salgo de mi oficina y me topo con Maeve, mi
hermana mayor, que camina con un ramo de rosas marchitas.

—Me gustan las rosas muertas —me dice ella, en ese tono carente de
emoción o entusiasmo, como es común en ella.

Porque si hay algo que caracteriza a Maeve Montenegro, es que no sonríe,


nunca.

Ella tampoco levanta la voz o muestra sus emociones. Tampoco le gusta


que la toquen o las muestras de afecto, en realidad, hay muchas cosas que a
Maeve no le gustan.

—Lo sé, ¿quién te dio el ramo, Mae?

—Una persona.

Yo me rio por su respuesta y le saco la lengua mientras paso a su lado para


dirigirme al estacionamiento para poder ir a comprar los deliciosos rollos de
canela en los que no he podido dejar de pensar en todo el día.

Astrid, la dueña de Coco pie, prepara los mejores rollos de canela de San
Francisco. Ella también es la hermana menor de Jordán Rhodes, mi
enemigo y el hombre al que le interrumpí la boda. Aunque según Jordán, yo
no la interrumpí, yo la arruiné, pero yo creo que él exagera.

Cuando llego a la tienda, sonrió con emoción y soy recibida con entusiasmo
por Astrid, ella tiene una espesa melena castaña y unos amables ojos
marrones que me miran con algo que no logro identificar, pero casi parece
como si me fuera a dar una mala noticia.

—Hola, Astrid, ¿cómo va todo?


Ella se mueve con emoción hasta pararse cerca de la caja registradora lista
para tomar mi pedido.

—Todo va bien ahora que he visto a mi clienta favorita. ¿Qué deseas hoy,
Paulina?

—Ya sabes, llevaré lo de siempre.

Astrid deja de sonreír y hace una mueca, algo muy raro en ella que siempre
está sonriendo.

—Oh, Paulina, lo siento mucho, pero ya no hay rollos de canela. De verdad


lo siento, pero hay muchos otros dulces que puedes comprar, es más, esta
vez, puedes llevar un dulce gratis. El que tú quieras.

Dios mío santo, ¿qué está pasando? No hay rollos de canela. ¿Acaso este es
el fin del mundo? No, no, esto no puede estar pasando, lo único bueno en
mi vida y no lo puedo tener. ¿Cómo me puede estar pasando esto a mí?
¿Qué clase de karma estoy pagando?

—Pero, ¿cómo se terminaron todos los rollos de canela?

—Te lo voy a contar, pero debes prometerme mantener la calma. Lo que


sucede es que Jordán, mi hermano, vino hace un momento y compró todos
los rollos de canela. Lo siento.

La bestia rastrera de dos patas me hizo esto y solo porque interrumpí su


boda.

—Y dejó esto para ti.

Astrid saca un sobre beige y me lo entrega. Cuando abro el sobre, solo hay
una pequeña nota que dice: Jordán 1 – Paulina 0.

Oh, Jordán, no sabes con quién te has metido, porque mi lema favorito es:
Ojo por ojo, y venganza por venganza.
CAPÍTULO 2
El lema de la familia Montenegro es sencillo: el segundo lugar, es el primer
lugar para los perdedores. Mi abuelo educó a sus hijos bajo ese lema, y sus
hijos hicieron lo mismo. Por eso, todos en mi familia somos muy
competitivos y odiamos perder, porque nos han enseñado que eso, en
nuestra familia, es algo inaceptable. Es también por ese motivo, que no
sobrellevamos muy bien una derrota, para nosotros todo consiste en ganar o
ganar, y cuando perdemos,

podemos escuchar en nuestras cabezas la voz de nuestro padre diciendo lo


decepcionantes que somos y cuan indignos somos de llevar el apellido
Montenegro.

Entonces, no, perder no es una opción viable para ningún miembro de esta
familia, y a pesar de que está mal, y que somos conscientes de eso, siempre
intentamos buscar la validación de nuestros padres, siempre intentamos
ganar y ser los mejores, dejando a un lado lo desgastante y agobiante que
eso es y el peso que pone sobre nuestras espaldas. Atenea, por ejemplo,
siempre está intentando complacer a su padre e intenta que él se sienta
orgulloso de ella, a pesar de que mi tío es un hombre muy difícil de
complacer y agradar. Andrea, mi difunta hermana, siempre hizo lo que
nuestro padre quería y es algo por lo que siempre discutíamos, porque a mí
me molestaba que ella haya dejado de perseguir sus sueños, para perseguir
los sueños que mi padre tenía para ella.

Y al final, ella no logró cumplir ninguno de sus sueños —pienso con


nostalgia.

Todos los primos Montenegro decimos que tenemos Daddy Issues. Es casi
nuestra amarga y retorcida broma privada, porque si hay otra cosa que
tenemos en común, es nuestro oscuro y retorcido sentido del humor, así
como nuestro sarcasmo y la tendencia al drama en ciertas ocasiones y
circunstancias.

—Sabes que esto es ilegal, ¿verdad? —me pregunta Tracy, por quinta vez.
—No es ilegal si nadie se entera.

—¡Sigue siendo ilegal! Ni siquiera sé por qué sigo acompañándote en este


tipo de locuras. Y por favor, ahórrate el contarme cómo conseguiste
desactivar la alarma del auto.

Yo le dedico una sonrisa a Tracy y ella mueve la cabeza, provocando que


sus rizos rubios caigan sobre su hermoso y redondeado rostro.

Tracy tiene veintinueve, igual que Atenea. Pero a diferencia de Atenea y el


resto de nuestra familia, Tracy se dedicó a la escritura, es una gran escritora
de romance, lo cual no nos sorprende porque siempre ha sido una romántica
y soñadora empedernida, soñando despierta con finales perfectos y
momentos ideales. Me alegra que se haya casado con Mike y haya
conseguido aquello que soñó desde que era una niña.

—Lo haces porque sientes pena por mí, por lo que ha sucedido con Milo y
todo lo demás, y como yo sé eso, lo utilizo mi favor y me aprovecho de tu
buen corazón.

—Eres terrible, y te advierto, si nos atrapan, diré que me obligaste a estar


aquí.

Ella exagera, no nos van a atrapar, he hecho muchas cosas ilegales a lo


largo de mi vida y a pesar de que hay muchas ocasiones donde casi me
atrapan—como la vez que entré junto a mis primas en la casa de Milo y nos
quedamos atrapadas ahí—, nunca han conseguido hacerlo. De alguna
forma, siempre logro caer de pie.

—Tengo que hacer esto, porque no puedo dejar que el idiota de Jordán
gane.

—¿Sabes? No todo en la vida es una competencia.

Es fácil para ella decirlo, mi tía fue mucho más comprensiva que sus
hermanos en el tema de ganar y perder.
Mi padre tiene una gran familia, en total tiene dos hermanas y tres
hermanas. Mi padre es el mayor de todos sus hermanos, a él le siguen el
papá de Atenea y

Miguel, y después vienen los mellizos, mi tío Francisco, quien dirige la casa
de subastas y mi tía Leonor, quien es la madre de Tracy y Travis. Seguidos
de mi tía Violet, y la menor de todos, mi tía Beatriz, quien nunca se casó o
tuvo hijos.

—Sí, puede que tengas razón en eso, pero igual no voy a dejar que el
imbécil de Jordán me gane. Eso es inaceptable, además, lo que voy a hacer
es algo inofensivo, nada comparado con lo que él me hizo.

—Estás exagerando.

—¿Exagerando yo? Jamás, sabes que sí hay algo en esta vida que amo más
que a mí mismo, son los dulces y tanto los rollos de canela, como el
algodón de azúcar, encabezan esa lista.

Todos los días de la semana, él ha comprado todos los rollos de canela de la


pastelería de su hermana, dejándome a mí sin aquel delicioso manjar.
Astrid, quien es una buena persona, nada comparada con su hermano, hoy
guardó un rollo de canela para mí, por lo cual yo le estoy muy agradecida.

—Además, solo vamos a pinchar las ruedas de su auto y a escribir la


palabra imbécil en su parabrisas. Eso es todo.

—¡Eso es vandalismo, Paulina! Y te recuerdo que Jordán es abogado,


podríamos ir detenidas por esto.

—Sí así es como lo quieres llamar, bueno está bien. Yo prefiero llamarlo,
ojo por ojo, y auto por pasteles. Es más divertido de esa manera.

Tracy se recoge su cabello rubio en una coleta porque no quiere dejar algún
cabello en la escena del crimen, yo le digo que ese es un movimiento muy
inteligente de su parte.
Cuando no veo a nadie en el estacionamiento del edificio donde se
encuentra el prestigioso Bufete de abogados donde Jordán trabaja, le hago
una seña a Tracy para que me siga y procedemos a ponchar las ruedas del
auto. Cuando terminamos de ponchar las ruedas, yo saco una lata de pintura
de mi bolso y pinto el parabrisas, y cuando finalizo, dejo una nota que dice:
1 - 1. Él entenderá el mensaje.

—Admite que eso fue muy divertido —le digo a Tracy mientras dejamos de
correr y nos detenemos a descansar en la cuadra cerca de donde he dejado
mi auto.

Tracy me mira y se lleva la mano a su pecho, donde me dice que su corazón


está latiendo muy rápido.

—Uno de estos días, me vas a matar de un susto, Paulina. Lo juro.

Nos subimos a mi auto y pongo algo de música antes de empezar a


conducir.

—¿Cómo estás?

Miro de reojo a Tracy, sin entender por qué me pregunta eso. Me molesta
como todos siguen preguntándome cómo estoy y decepcionándose cuando
respondo que estoy bien, pero, ¿qué otra cosa se supone que debo decir?
Que no puedo dormir porque sigo teniendo pesadillas sobre el suicidio de
mi hermana o tal vez quieran escuchar cómo me siento culpable por no
notar lo mal que ella estaba.

Pienso que ellos quieren escuchar cómo me sumerjo en la bañera y grito


dentro del agua para liberar un poco la tensión de mi día, o como hay días
donde no siento nada en absoluto y eso me asusta.

No sentir nada, me asusta tanto como sentir de más.

Y en este punto de mi vida no sé qué es peor.

—Oye, ¿cómo estás? —me vuelve a preguntar mi prima.

—Fabulosa e inalcanzable, como siempre —le respondo a Tracy.


—¡Paulina!

—Sí lo dices por lo de Andrea, te recuerdo que voy a terapia. Sí lo dices por
Milo, estoy bien y si lo dices por cualquier otra cosa, la respuesta es igual,
estoy bien.

No, las cosas no están bien, pero rara vez en mi vida, las cosas han estado
bien, así que no veo la diferencia. Y no digo eso por ser pesimista, solo soy
realista, y para sacar beneficio a la situación, tomo lo que la vida me da para
ver cómo puedo usarlo a mi favor, pero para hacer eso, debo ser consciente
de que es lo que la vida me está dando, cuáles son mis cartas para ver cuán
altas puedes ser mis apuestas o si simplemente debo pasar del juego.

—El mundo no se va a acabar si dices que no estás bien.

Le dedico una sonrisa, de la cual, yo soy consciente, no llega a mis ojos.

—Lo sé, pero estoy bien. Mira, no te voy a mentir, extraño a Milo y me
hubiera gustado tomar algunas mejores decisiones en mi pasado, pero al
final, creo que fue mejor porque él ahora tiene lo que quería: una esposa y
la posibilidad de una familia. Algo que conmigo jamás va a tener.

Claro, para que él consiga eso, yo no tenía que dormir con Gideon Black,
como lo hice y mucho menos dejar que Milo me encuentre en la cama con
él. Jamás debí dormir con Gideon en primer lugar, no solo porque era el jefe
de Andrea o porque es el alcalde de San Francisco, sino porque está casado,
incluso aunque él diga que es solo por apariencia, él sigue casado.

Te gustan los hombres como el jefe de Andrea, que estén prohibidos, que
son un misterio y representan un reto —me dijo Atenea, cuando le conté
que había besado al que era jefe de Andrea—. Quieres lo que no puedes
tener, y cuando lo tengas pasará lo mismo que con tus demás conquistas,
Paulina, lo dejaras a un lado.

Gideon no es solo una conquista más, ni siquiera lo catalogo en la categoría


de relación. Gideon es un error, y uno que tengo que dejar de cometer. Pero
Gideon tiene algo que no puedo determinar, que me hace regresar a él, que
me hace abrir la puerta de mi apartamento a altas horas de la madrugada y
dejarlo entrar. No sé si es todo el asunto de la manzana prohibida o
simplemente es algo más, pero sea lo que sea, tengo que encontrar una
forma de dejarlo afuera, porque sé que, si sigo abriendo las puertas para él,
la historia no va a terminar muy bien.

—¿Crees que algún día vas a querer casarte y tener hijos? ¿Eso es una
posibilidad?

—No, aunque hubo un tiempo que lo consideré, fue un poco después que
Milo y yo terminamos el año pasado, después que entramos a su casa para
recuperar mi camisa de BANNERS. Era San Valentín y estaba en mi
apartamento sola con una copa de vino y no me molestaba la soledad o no
tener a alguien en esa festividad, pero estaba pensando en él y en lo mucho
que me gustaría poder contarle lo que había hecho, o simplemente estar con
él.

Milo fue diferente a todos los hombres con los que yo acostumbraba a salir,
pasar el rato y tener algo casual. Milo era diferente y es por eso que acepté
ser su novia, convirtiéndolo de esa manera en mi primer novio real, serio y
que yo creía que podía durar al menos un poco más de lo que duramos.
Porque si soy honesta, debo reconocer que jamás nos vi durando para
siempre, envejeciendo juntos y ese tipo de cosas, y no porque yo dudé del
amor que nos teníamos, es solo que yo tengo el mal hábito de alejar a las
personas. En el fondo, sé por qué lo hago, pero no me detengo, lo sigo
haciendo y sabía que algún día haría que Milo se aleje por completo de mí,
y al final lo hice.

—Milo iba a dejar a su prometida por mí, dijo que la amaba a ella, pero que
también me amaba a mí, yo no entiendo cómo es eso posible y le dije que
debíamos hablar, y acordamos que él vendría a mi apartamento. Pero a la
hora que se supone debía llegar, Milo no llegó y Gideon apareció, debí
decirle que se vaya, pero lo dejé pasar porque creía que Milo no vendría y
cuando llegó, me encontró en el sofá con Gideon.

—Oh, eso es. . vaya.

—No soy la víctima aquí, Tracy. Yo soy la villana de la historia y a veces,


eso me gusta.
—No creo que seas una villana, tal vez solo eres un antihéroe, pero dime,
¿quién es Gideon?

—Un error de juicio.

¿Por qué siempre digo que soy la villana de la historia y nadie me cree? Las
personas que saben lo que me ha pasado, me ven y sienten pena por mí,
pero no deberían hacerlo, no deberían perder su tiempo de esa manera. No
conmigo, no lo valgo, y no lo digo por menospreciarme, solo que, si
analizamos bien la historia, yo engañé a Milo, estuve a punto de arruinar su
boda y es algo que siempre hago, no lo de arruinar bodas, hablo de mis
decisiones egoístas. Siempre estoy tomando lo que otros tienen para dar, sin
yo dar nada a cambio, exigiendo y presionando por más, porque lo que me
dan, no es suficiente para mí, siempre quiero más.

Quieres lo que no puedes tener.

Nunca doy nada a cambio, porque no tengo nada bueno que dar. En
realidad, no tengo nada y es por eso que siempre estoy tomando lo que otros
me dan, para intentar de esa manera llenar ese vacío que hay en mí. Y llenar
mis vacíos a costa de otros, es algo egoísta, pero a pesar de que yo soy
consciente de mi verdadera naturaleza, no hago nada para cambiarla. A
veces me asusta que esta sea mi mejor versión, pero otras pocas veces, creo
que puedo ser mejor.

—En esta vida hay mucho más que héroes y villanos; protagonistas y
personajes secundarios. No puedes catalogarte en una sola de esas
categorías, porque el villano puede volverse héroe, y el héroe corromperse
hasta convertirse en un villano. De la misma manera, quienes son
personajes secundarios en una historia, también tendrán su momento de ser
los protagonistas, de poder contar la historia a su manera —me dice Tracy.

Cuando yo era niña, como la mayoría, quería ser una princesa y mientras
estaba en la escuela y solíamos jugar a las princesas, a mí nunca me
escogían como una,

siempre decían que yo debía ser la villana, quien no se quedaba con el


príncipe u otro personaje irrelevante, porque siempre he sido poco delicada,
muy poco refinada y por supuesto nada callada, y decían que no tenía las
cualidades para ser una princesa y yo me convencí de que no quería ser una
princesa y de esa forma, la decepción era menor, pero entonces Milo llegó a
mi vida y él se comportó como el príncipe ideal cuando lo conocí,
tratándome como una princesa y no pude evitar enamorarme de él.

Ahora siento que se ha caído la corona que él puso sobre mi cabeza, y he


vuelto a revelar mi verdadera naturaleza.

No me sorprende recibir una llamada de Atenea cuando estoy terminando


mi jornada laboral. ¿Qué hora se supone es en El Cairo? Aunque no importa
la hora, estoy seguro de que ella debe estar trabajando.

—Sí me vas a preguntar cómo estoy te juro que. .

—¿Crees que puedes irme a recoger al aeropuerto?

—¿Hablas en serio? ¿Cuándo?

Ella suelta una risa al otro lado de la línea.

—Mañana, mi vuelo llega a las ocho. Te mandaré un mensaje con la


información de mi vuelo. ¿Iras por mí?

Sé que ella viene porque sabe que necesito de su apoyo, Atenea no tenía
planeado venir a San Francisco a pasar fin de año.

—Por supuesto que iré por ti, Ate.

—Una última cosa, ¿tienes planes para el 31?

—Asistir a la fiesta anual de la casa de subastas. ¿Por qué?

—Olvida eso, tengo mejores planes para nosotras. Confía en mí.

No es que yo no confié en ella, pero a veces, incluso aunque Atenea no lo


vaya a admitir, sus planes suelen ser más locos que los míos. Bueno, no tan
descabellados como mis ideas, pero tampoco se le alejan mucho.
—¿Qué tienes en mente, Ate?

—Las Vegas.

Sonrió cuando escucho eso.

—Sí, eso suena mucho mejor. Cuenta conmigo, ¿quién más va a ir?

—Raymond, Will, Miguel y nosotras. Le pregunté a Tracy, pero no puede y


a Mae no le gustan las multitudes.

Miguel es el hermano mayor de Atenea, es antropólogo igual que ella.


Raymond es amigo nuestro, pero Atenea y él salieron un tiempo, no
funcionó y ella se fue lejos, por lo cual a veces odio un poco a Raymond,
pero la mayoría del tiempo le quiero. Y Will es amigo de Raymond, y nada
más y nada menos que hermano de Jordán y Astrid. Will también está
enamorado de Mae, mi hermana mayor, pero no podría definir lo que sea
que ellos son, incluso aunque quisiera, en realidad, creo que ni ellos mismo
pueden porque Mae, es Mae.

—Es el grupo perfecto —le digo antes de terminar la llamada y guardar mi


teléfono.

O lo sería si estuviera Andrea, porque a ella le gustaría ir a Las Vegas.

Dioses, extraño tanto a mi hermana.

—Estás loca, lo sabes, ¿verdad? No, no loca, lo que le sigue a eso. Te juro
que no sé qué mal estoy pagando contigo.

Me quito las gafas y observo a Jordán que está de pie junto a mi auto.

—Señor Rhodes, ¿sabe que esto podría ser considerado acoso?

Él se pasa una mano por su barba de tres días y sus ojos marrones oscuros
me miran con mucho enojo, veo que está intentando mantener la
compostura.
Jordán siempre está vistiendo trajes elegantes, pero ahora luce un poco más
informal, aunque sigue manteniendo su actitud de superioridad y mirando a
los demás por encima del hombro.

—¿Acoso? Bien, entonces dígame señorita Montenegro, ¿cómo se


considera lo que usted le hizo a mi auto?

—No sé de qué estás hablando, creo que me estás confundiendo con alguien
más.

Deberías ir al oculista, te está fallando la vista.

—¿Eso es todo lo que dirás en tu defensa? ¿Qué no eras tú? ¡Eres increíble!

Agradece que no tengo mi auto, porque si lo tuviera te arrollaría sin


pensarlo dos veces.

Yo vuelvo a colocar mis gafas de sol en mi cara y me encojo de hombros.

—Tú comenzaste, Jordán, así que a llorar al río y a quejarse al parque. Y


ahora aléjate de mi auto, tengo mejores cosas que hacer que hablar contigo,
como por el ejemplo ir a ver si puso el puerco.

—¡¿Y qué mierda significa eso?! ¿Por qué no puedes utilizar referencias
normales?

—Porque soy mejor que los demás, ahora muévete.

Saco las llaves de mi auto y camino hasta la puerta del conductor, cuando
en un rápido movimiento, él pone sus manos en mi cintura y me mueve
lejos de mi auto, dejándome un momento, desorientada en la acera, y
cuando me recupero, noto que él está en mi auto y me hace una seña de
despedida. Cuando corro hacia mi auto, el imbécil de Jordán se aleja con
una sonrisa en su estúpida cara y su mano en el aire despidiéndose de mí.

—¡Jordán! ¡Devuélveme mi auto! Maldito imbécil, y ahora ¿quién es el


ladrón?

¡Jordán!
Mi teléfono suena y cuando lo saco, es un mensaje de él. ¿Cómo consiguió
mi número?

Número desconocido : Jordán 2 – Ladrona 1.

Tu auto es mío, hasta que yo decida lo contrario.

Att: Tu peor pesadilla.


CAPÍTULO 3
Tengo que agilizar mis pasos para alcanzar a Jordán Rhodes, porque
parece casi correr lejos del lugar. Él es alto, de piel morena y ojos
marrones, con un agudo ingenio y comentarios casi mordaces, que yo
respetaría si no fuera un imbécil.

Porque debo reconocer que dejando a un lado su forma de ser y los casos
que defiende, es interesante los comentarios que tiene sobre diferentes
temas, y eso que solo lo escuchado un par de veces en la radio, en algunas
entrevistas esporádicas que escuchado mientras voy de camino al trabajo.

—Oye, espera. . sí tú.

Él se detiene y se gira lentamente, deja su maletín y la bolsa sobre la


banqueta junto a él y me mira con el ceño fruncido.

—¿Y tú quién eres?

Me sorprende un poco que no me confunda con Andrea, la mayoría de las


personas lo suele hacer.

—Soy Paulina Montenegro, tan bella, como peligrosa, una diva y la oveja
negra de mi familia. Conmigo tienes dos opciones: o me amas o me odias.
De la misma manera, funciona a quienes yo conozco: los amo o los odio.
No existen los términos medios cuando se trata de mí.

Él me estudia con atención, y yo procedo hacer lo mismo con él.

—Interesante presentación, yo soy Jordán Rhodes, y creo que conmigo


tienes las mismas opciones.

—Bien, veremos sí al final nos odiamos.. o me amas.

Jordán me mira con una sonrisa sórdida e inclina un poco la cabeza


mientras medita lo que le acabo de decir.
—Creo que me inclino por lo primero, ¿por qué me has detenido?

—Porque quería saber, ¿cómo puedes dormir por la noche después de


defender a las sanguijuelas para las que trabajas? ¿Tu conciencia no te
dice nada? Y créeme, eso es mucho viniendo de mí, pero incluso yo tengo
límites y defender a personas que explotan a sus trabajadores es uno de
esos límites.

Su postura cambia de una forma muy sutil, y sus ojos me miran con
suspicacia, me recuerda a un guepardo cuando analiza a su presa antes de
atacar, pero yo no soy una presa a la que él pueda intimidar.

—Voy a ser claro contigo. No te debo ni a ti, ni a ninguna otra persona,


ninguna explicación sobre mis decisiones o acciones, dejando eso en claro,
me despido.

Tengo mejores cosas que hacer que hablar contigo.

Hay un aire de egocentrismo y superioridad a su alrededor, me pregunto de


qué porte es la puerta de su casa y si hay espacio en ella para algo más que
su enorme ego.

Yo le doy una media sonrisa y me inclino un poco hacia la banca, tapando


con mi abrigo la bolsa marrón que él dejó ahí, mientras la tomo entre mis
dedos.

—Al final tenías razón, contigo me inclino más hacia lo segundo.

—Bien por mí, podemos decir que lo nuestro fue odio a primera vista.

—Exactamente, Jordán.

Retrocedo con la bolsa detrás de mí y empiezo a alejarme de él.

—Oye, tengo algo que te pertenece. . pero ahora es mío.

Jordán me mira molesto, yo sonrío e ignoro su mirada mientras sigo


caminando lejos de él.
Dejo el recuerdo de mi primer encuentro con Jordán a un lado y me centro
en el hombre frente a mí.

—Disculpe, ¿está atrasado el vuelo proveniente de El Cairo?

El hombre detrás del mostrador, no levanta la mirada del computador frente


a él y ni siquiera se molesta en fingir que me va a ayudar.

—Creo que no pregunté de forma correcta. Oye idiota. .

—Yo creo que no hay necesidad de agresión.

Me giro y me encuentro con Raymond, que pone una mano en mi hombro y


se disculpa con el hombre detrás del mostrador.

—Vamos, Nea, debe estar a punto de llegar.

—Bueno, espero que sea así porque llevo aquí esperando por ella más de
una hora.

Raymond sonríe y empezamos a caminar hacia donde se supone debería


llegar Ate, o Nea, como solo Raymond le dice.

Conocimos a Reymond por Atenea, cuando él fue su pareja en el baile


anual que hace nuestra familia para fin de año. Poco después ellos
empezaron a trabajar en un proyecto juntos y se hicieron buenos amigos, y
tiempo después empezaron a salir. Al final su relación no funcionó y
quedaron solo como amigos, Ate se fue al El Cairo a trabajar y ha estado
ahí desde entonces.

—¿Estás molesta porque sigues sin auto?

Por supuesto que él tenía que poner justo el dedo en la llaga.

Y sí, sigo molesta sobre ese tema, ¿cómo no lo estaría? Pasé todo el día de
ayer tratando de recuperar mi auto y el imbécil de Jordán me tuvo
recorriendo toda la ciudad en una imposible cacería del tesoro. Incluso lo
fui a denunciar por robo, pero recordé que él no fue a la policía cuando yo
vandalicé su auto, obviando el hecho que Jordán no tenía pruebas tangibles
de mi delito más allá de su palabra, así que dejé a la policía a un lado, tal y
como él lo hizo y he intentado recuperar mi auto por otros medios, pero aún
no lo consigo.

—Te juro que la próxima vez que lo vea, lo voy a dejar sin herederos.

—Hablé con él, dijo que, si te disculpas y aceptas pagar los daños que le
causaste a su vehículo, te devolverá tu auto.

—Oh, ¿en serio, Raymond? ¡Genial! Eso es fantástico, la mejor noticia que
me han dado ¿Y después podremos beber té y cepillar nuestros cabellos
mientras nos contamos nuestros secretos? No seas idiota, ¿en qué mundo de
fantasía vives?

Por supuesto que no me voy a disculpar, si hago eso, Jordán gana y no


puedo dejar que él gane.

Porque estoy segura de que Jordán no me pondría la situación tan fácil y


que jamás me dejaría olvidar que yo me disculpé con él. Y sé eso porque sí
fuera yo, grabaría el momento donde él se estuviera disculpando conmigo, y
lo trasmitiría en televisión nacional.

—¿Incluso sí sigues sin tu auto?

—Incluso sí me salen ampollas en los pies por caminar.

—El orgullo es uno de los siete pecados capitales.

—Y sufrir por la vida ajena debería ser el octavo.

Mi teléfono suena con un mensaje de Maeve diciéndome que todo está listo
en mi apartamento para recibir a Ate.

—No entiendo por qué estás emocionado de verla sí la viste solo el mes
pasado.

—Es mi mejor amiga, siempre me emocionaré al verla.

—¿Mejor amiga? ¿Así le dicen ahora?


Él se ríe por mi comentario, pero no agrega nada, yo tampoco esperaba que
lo haga porque su relación me resulta muy confusa y ya tengo suficiente
confusión en mi vida, como para agregarle un poco más.

—¿Van a hacer esa escena cliché de los aeropuertos? Ya sabes, donde se


miran y ella suelta su equipaje para correr hacía a ti. Porque si van a hacer
eso, avísame, para mirar hacia otro lado y fingir que no los conozco.

Raymond se ríe y niega con la cabeza, parece genuinamente divertido por


mi comentario, tal vez porque sabe que es algo que Atenea disfrutaría, ya
que ella ama el cliché.

—No, no vamos a hacer eso. Al menos no hoy.

—Estamos hablando de Atenea, amante del cliché y te apuesto diez dólares,


a que harán justamente eso.

—Bien, tenemos un trato, Paulina.

Nos paramos junto a otro grupo de personas a esperar a Atenea, que desde
que hablamos hace casi dos semanas, no ha dejado de preocuparse por mí e
hizo todo lo posible para tomar un vuelo y venir a San Francisco, lo cual le
resultó muy difícil en esta época del año. Ella pasó Navidad en Egipto con
su hermano y mi tío, porque había una celebración a la que ella no podía
faltar, pero tanto Miguel, como mi tío, tuvieron que regresar para la fiesta
anual de fin de año que celebra nuestra familia. Se suponía que Atenea no
iba a venir, pero decidió cambiar sus planes por mí.

—¿No había un ramo de rosas rojas más grande? —le pregunto a Raymond
mientras observo el hermoso ramo que él sostiene.

—Sí, pero lo dejé en mi Loft.

No dudo que eso sea cierto, porque Atenea le gustan ese tipo de cosas
clichés, ella ama los clichés románticos y sueña con un amor así. Yo nunca
he entendido su fascinación por ese tipo de situaciones donde uno sabe lo
que va a suceder, dónde todo es tan predecible. Oh al menos no lo entendía
antes, pero ahora, después de terminar con Milo y saber que él se ha casado,
puedo entender por qué a las personas les gustan los momentos clichés.
Porque son perfectamente imperfectos y todos son felices sin importar los
diferentes contratiempos. Y llega un punto de nuestras vidas dónde
queremos eso.

—¡Raymond! —escucho gritar a mi prima.

La veo dejar a un lado su bolso y maleta para correr hacia los brazos de
Raymond, que la recibe con una sonrisa. Ella lo abraza con fuerza y él le
dice algo al oído que la hace reír de forma ligera y feliz.

Genial, yo llevo más de una hora esperando por ella y lo primero que hace
Atenea al llegar es correr a los brazos de Raymond, a quien vio hace solo
un mes y a mí, que lleva más de seis meses sin verme, ni siquiera se ha
dado cuenta de mi presencia. Cuánta ingratitud de su parte.

—Hola, Atenea, a mí también me da mucho gusto verte, sí me alegra que


estés aquí y lo feliz que estás de verme.

Ella se ríe antes de apartarse de Raymond y abrazarme mientras me dice lo


feliz que está de verme.

—No seas dramática, vine aquí solo por ti.

—Puedes decir eso sí quieres, pero todos sabemos que viniste por
Raymond.

Ella me piñizca mi mejilla mientras se aparta de mí, y yo frunzo un poco la


nariz ante ese gesto que solo se lo permito a personas muy cercanas a mí,
porque en general, no me gusta el contacto físico innecesario o las muestras
de afecto, y mucho menos si dichas muestras de afecto son en público.

—Me debes diez dólares, Raymond.

La vibra de Atenea es tan diferente a la que tenía antes de irse, algo que me
alegra mucho.

Lamentablemente para mí, no los puedo acompañar a mi apartamento


porque me llaman de la casa se subastan, por un asunto legal referente a una
pintura que será enviada en dos días a Viena y toda la documentación debe
estar en orden.

Cuando llego a la casa de subastas de mi familia, mi padre me está


esperando en mi oficina.

—Hola, padre, ¿qué necesitas?

—La documentación firmada que te pedí y que firmes estos papeles.

La relación con mi padre no es buena, nunca ha sido buena y eso no es algo


que vaya a cambiar.

—Escuché que te vas de viaje a las Vegas —me dice él mientras yo busco
los documentos que me está pidiendo—. Me sorprende, creí que seguirías
llorando porque tu ex encontró a alguien mejor que tú.

—Papá, sí quieres hacerme sentir mal, busca algo mejor que atacar mi ego,
porque dudo que consigas alcanzarlo y segundo, Milo no se casó con ella
porque es mejor que yo, lo hizo porque yo no acepté casarme con él.

Además, a los ex se les llora tres días, al cuarto se los entierra, al quinto uno
lo reemplaza y la vida avanza. No hay tiempo, ni para lamentos
innecesarios, ni lloriqueos que no llevan a ningún lado.

—Me intriga saber cuánto tiempo más podrás soportar cargar con esa
imagen de frialdad y seguir fingiendo que nada te duele, ni te importa.
Porque estoy seguro de que cuando te rompas y la presa se desborde,
arrasará con todo y no dejará nada.

—No soy Andrea, papá, esas amenazas no me asustan. Toma, aquí están los
papeles que me pediste.

Él toma los documentos y los empieza a revisar, yo me siento frente a mi


escritorio para firmar el resto de la documentación que falta.

—Yo no amenazaba a tu hermana, yo la aconsejaba, siempre quise lo mejor


para ella.
—Qué buenos consejos debiste darle, porque ahora está tres metros bajo
tierra.

—¿Crees que yo quería eso para ella? ¿Crees que no hubiera preferido que
seas tú en su lugar? Todos los días, lo único que pido es que seas tú en lugar
de ella.

Ese es el problema con mi padre, siempre cree que se trata de él, que todo el
mundo gira a su alrededor. A él nunca le importaron los sueños de mi
hermana, sus miedos o inseguridades.

—El resultado hubiera sido el mismo, ¿sabes por qué, papá? Porque la
hiciste débil, llena de miedos y bañada con inseguridades, le hiciste creer
que sí no te escuchaba, que sí no seguía la vida que tú habías trazado para
ella, no conseguiría

nada. Andrea no era feliz, y sí yo hubiera muerto, poco tiempo después ella
se hubiera suicidado porque no hubiera podido lidiar con el dolor, porque tú
la hiciste de esa manera.

No elevo la voz o hay alguna inflexión de dolor en mi tono, yo sé manejar


muy bien mis emociones y no me voy a doblegar por sus comentarios
hirientes y palabras que destilan ponzoña.

—Toma, la documentación que faltaba.

Él toma los papeles y los revisa antes de salir de mi oficina.

Podría decir que lo odio por lo que le hizo a mi hermana, por la forma que
lidió con la enfermedad de mi madre o en general por cómo es él, pero la
verdad es que lo odio por cómo soy yo y los miedos que él sembró en mí y
que jamás revelaré a nadie, porque creo que, si los demás conocen mis
miedos, lo utilizarán en mi contra, ya que son un arma de doble filo y
usualmente es el arma con la que más nos atacan.

Odio a mi padre y también a mi madre, ellos dos son el claro ejemplo de


que no todas las personas deberían tener hijos, porque no debes traer niños
a este mundo si no vas a cuidar de ellos y amarlos, o si vas a dejarlos a un
lado y llenarlos de inseguridades, provocando que tengan una mentalidad
competitiva y escodan sus miedos, dejando que pongan sus sueños en una
alcantarilla mental.

—¿Por qué me llegó un correo de Atenea con la información de mi vuelo a


las Vegas? —me pregunta Mae mientras entra en mi oficina cuando yo ya
estoy recogiendo mis cosas para irme porque mi jornada laboral ha llegado
a su fin—.

Las Vegas representa casi todas las cosas que odio, ¿por qué iría?

—Maeve, vamos, será divertido y Will también va.

—Una razón más para no ir. Walter no me agrada, es muy alegre y siempre
está de buen humor.

A Mae le gusta llamar a Will de diferentes maneras, menos por su


verdadero nombre, y Will disfruta mucho eso porque siempre se toma todo
con humor y eso me hace preguntarme, ¿cómo es que alguien como Will y
Astrid, pueden ser hermanos de alguien como Jordán?

—Mae, por favor, eres la única hermana. .

—Jugar esa carta no te funcionará conmigo.

Maeve siempre genera interés en los demás cuando les decimos que ella
nunca sonríe, ni siquiera cuando era bebé, que siempre ha sido de esa
manera y no hay ningún trauma adyacente que haya provocado eso en ella.

—¿Por qué quieres que vaya?

—Este es el tipo de cosas que compartía con Andrea y la extraño. Tú


perdiste a una hermana, yo perdí a mi mejor amiga, mi hermana y
confidente. Era mi gemela, hicimos todo juntas, compartimos todo y un día
ella simplemente se fue y ahora yo me he quedado sola.

Sola y con todos los espejos de mi casa cubiertos, creyendo escuchar los
pasos de su fantasma y la risa congelada de alguien que no volverá.
—Iré, pero tú pagarás por todo.

Cuando llego a mi apartamento, Atenea no está porque ha salido con su


hermano, Miguel. Yo aprovecho que estoy sola para terminar de empacar
mi maleta para el viaje, saldremos mañana y aún algunas cosas que me
faltan de guardar.

Cuando estoy terminando de empacar todo, mi teléfono suena y maldigo


cuando veo que es Gideon, alias Señor problemas del cual me debo alejar.
Dejo que la llamada vaya al buzón de voz y cuando mi teléfono deja de
sonar, lo pongo en modo avión y lo dejo junto a mi cama.

—Buenos días, querida prima.

—Ate, son las diez de la mañana y me quedé hasta tarde viendo hermanos a
la obra, guárdate tu buen humor por donde no te da el sol, al menos hasta
que yo haya tomado café.

Ella suelta una risa y me señala la cafetera.

—Mis maletas ya están junto a la puerta, Miguel pasará por nosotras y


pasaremos por Mae.

—¿Creí que Raymond vendría a vernos?

—Ray-Ray, nos espera en el aeropuerto con Will.

Me siento a tomar mi taza de café y veo cómo Atenea irradia felicidad, y


por la forma que se muerde el labio, asumo que tiene algo que quiere
decirme.

—Habla.

—Conocí a alguien, se llama Keren, es de Estambul y trabaja conmigo en el


museo. ¿Sabes cómo lo conocí? Estaba en uno de los balcones y dije: Oh,
Romeo, Romeo, ¿dónde estás que no te veo? Y él salió de la nada y
respondió el resto del diálogo, era su primer día en el museo. ¿No es eso tan
romántico? Es. . es la historia cliché que siempre he querido y es mejor
porque Keren no tiene un amor no superado detrás de él.
—Entonces, ¿no hay nada entre tú y Raymond?

—No, nada, esa puerta se cerró en el momento que yo me fui. Solo somos
amigos y yo he seguido adelante.

—¿Y él?

—Creo que también, aún no le hablo de Keren, le diré después de nuestro


viaje.

Yo le doy unas palmaditas en su mano y no le digo nada, porque no quiero


decirle algo que la pueda confundir. Termino de tomar mi taza de café, me
como un bagel y me apresuro arreglarme porque según Atenea, vamos a
llegar tarde.

Cuando llegamos al aeropuerto, Miguel nos dice que Raymond y Will ya


han abordado el avión, y en efecto, llegamos un poco tarde, pero el avión
aún no ha despegado y nos apresuramos abordar.

—No me gustan los aviones, no me gustan las personas, no me gusta. .

—No te gusta nada, lo entiendo, Mae, ahora sube a ese avión y busca tu
asiento, ya me seguirás diciendo después las cosas que odias.

Ate y Miguel vienen detrás de nosotras discutiendo por quien de los dos es
mejor en juegos de mesa. Ellos siempre están discutiendo.

—¿No estamos sentadas juntas? —le pregunto a Mae.

—No, Ate compró el asiento junto al mío para que yo no tenga que
compartir.

Veo que Miguel y Ate se están acomodando en su asiento y que Will y


Raymond ya están sentados en los suyos.

¡Genial! Me toca sentarme con un extraño.

Cuando llego a mi asiento, veo a la última persona que esperaba ver en la


faz de la tierra.
—¿Qué estás haciendo tú aquí?

—¿Yo? ¿Qué haces tú aquí y donde está mi auto? Te juro que sí algo le
pasó, eres hombre muerto Jordán Rhodes.

Y cuando giro mi cabeza hacia mi familia, veo cómo todos esos fariseos
cobardes se esconden, menos Mae, que no sonríe, pero puedo ver cuanto
disfruta esto.

Ellos lo planearon todo.

—Tú planeaste esto, ¿verdad? Porque es algo que tú harías.

—Por supuesto que no, Jordán, mi vida no gira en torno a ti.

—Este será el viaje más largo de mi vida.

Yo pongo los ojos en blanco en su dirección.

—Este será el peor viaje de mi vida —murmuro más para mí, que para él.

—Una regla para este viaje. . no nos dirijamos la palabra.

Yo guardo mi equipaje de mano y me siento.

—Una regla para el resto de nuestra vida. . no nos dirijamos la palabra,


Jordán.

—Bien por mí, ladrona.

—Empezando desde ahora, y te lo he repetido muchas veces, no soy una


ladrona.

Pero, ¿en qué estaban pensando mi traidora familia cuando planeó esto? Ni
siquiera puedo imaginar cómo será el resto del viaje.
CAPITULO 4
Atenea viene detrás de mí, haciendo malabares con su bolso y su maleta
para intentar alcanzarme. Veo de reojo cómo Miguel se acerca a ella y toma
su bolso de mano, dejando que ella corra con su maleta y me alcance con
mayor facilidad, a pesar de que yo aceleré mi paso cuando la vi avanzar.

—No estoy hablando contigo, Ate.

Mae camina detrás de nosotras, lleva audífonos en sus oídos y está


escuchando música a todo volumen para ignorar a las personas a su
alrededor. Miguel camina junto a ella, mientras que Raymond y Will están
hablando con Jordán.

—Vamos, al menos debes escuchar lo que tengo que decir. Mira no fue un
plan elaborado para hacerte sufrir como dijiste en el avión.

Yo le dedicó una mirada y sigo avanzando hasta la recepción del hotel para
poder registrarme.

—¿También voy a compartir habitación con él? —le pregunto con


sarcasmo.

—Por supuesto que no.

Miguel y Maeve se unen a nosotras, y Ate le pide a Miguel que por favor
nos dé registrando mientras ella habla conmigo.

—Te lo dije y te lo repito, no voy a hablar contigo.

Cuando veo a Raymond, Will y al imbécil de Jordán acercarse, puedo


escuchar que ellos están manteniendo una conversación similar. Jordán
tampoco parece feliz con la idea de compartir este viaje conmigo y mucho
menos después de lo que sucedió en el avión. Cuando después de algo que
él me dijo, yo grité, no
Jordán, la pastilla para la difusión que tomas no es la causante de que te
estés quedando calvo.

—¿De quién fue la idea de invitarlo? —pregunto, mirando a Ate.

Ella levanta las manos y señala a Raymond, quien me mira con los ojos
abiertos y niega con la cabeza.

—No, no fue mi idea, a mí me lo sugirió Will. Fue idea de él.

Will retrocede con una mano en su pecho y mira falsamente ofendido a


Raymond.

—Sí, fue mi idea, pero yo le pregunté a Maeve y ella dijo que tú estarías
bien con eso.

Yo resoplo y me acerco a mi hermana, le quito los audífonos y ella no se


inmuta por mi mirada o mi enojo, simplemente me mira con su habitual
mirada vacía y algo aburrida mientras levanta sus cejas esperando a que yo
le diga algo.

—¿Por qué dijiste que yo estaría bien sí Jordán venía al viaje?

Ella frunce un poco los labios antes de responder.

—Sí yo iba a sufrir al venir aquí, tú debías sufrir conmigo.

—¡Mae!

—Tú querías que yo venga, ahora sufre las consecuencias.

Ella se gira y se vuelve a colocar sus audífonos, y yo me lamento por


pedirle que venga, aunque ya es un poco tarde para regresarla al útero de mi
madre. En especial porque mi madre está muerta.

Atenea me lleva hasta unas butacas marrones mientras Miguel nos registra.

—Will solo sugirió que su hermano venga al viaje porque Jordán lo está
pasando mal ahora. Su novia lo dejó en el altar porque tú interrumpiste la
boda. ¿Puedes tener un poco de empatía por él?

—No.

—Ni siquiera tú puedes ser tan mala, Pau.

—En realidad sí puedo. Ate, mi corazón no sangra como él tuyo. No me


importa Jordán o los problemas que tenga.

Atenea resopla frustrada y sus ojos avellana buscan a los demás con la
mirada antes de mirarme de nuevo a mí.

—Bien, lo mantendré lejos de ti.

—Es todo lo que pido. Y una última pregunta, ¿por qué me sentaste junto a
él en el avión?

—Creí que sí ustedes dos se conocían más, se llevarían mejor y todos


podríamos disfrutar de este viaje juntos y pasarlo muy bien entre todos.

Por supuesto que ella pensó en eso, a veces Ate solo se enfoca en las cosas
buenas que quiere que sucedan, no piensa más allá y se deja llevar. Cómo lo
que sucedió con su relación con Raymond.

—Ate, baja de esa nube en la que vives. No estamos en una película de


Disney, y no me interesa llevarme bien con Jordán.

Doy por finalizada mi conversación con ella y me acerco a Miguel para


pedir la tarjeta de acceso a mi habitación, dejando detrás de mí a los demás
y acordando encontrarme con ellos a las siete en el living del hotel para
cenar antes de salir a celebrar.

Cuando llego a mi habitación reviso mi teléfono y veo que tengo cinco


llamadas perdidas de Gideon, que al parecer no puede aceptar un no como
respuesta. Dejo mi teléfono a un lado y lleno el jacuzzi que hay en mi baño
con sales de jazmín que hay en el gabinete y pongo algo de música para
relajarme, y olvidarme de todo lo que está sucediendo.
—Deja de llamar —le digo a Gideon cuando atiendo mi teléfono—. Lo que
había entre nosotros se terminó, déjame tranquila.

Hay mucho silencio de fondo y asumo por la hora que él debe seguir en su
oficina.

—¿Así es cómo funciona? ¿Tú dices que se termina y ya? Creo que al
menos debería tener voz y voto en eso.

No tenemos nada y, sin embargo, terminar con él se siente tan cansado.


Creo que se debe a lo desgastante que es mantener las cosas en secreto,
porque a pesar de que al inicio puede ser excitante y divertido, con el
tiempo se vuelve algo exhaustivo y que no vale la pena mantener, o al
menos eso es lo que me sucedió a mí. Aunque creo que también se debe a
que yo me aburro rápido de las personas.

—Lo que tú creas me tiene sin cuidado. Gideon, déjame tranquila.

—Una última noche, es todo lo que pido.

Por un largo momento, me debato entre aceptar o negarme a su propuesta.


El argumento a favor es que ¿qué daño puede hacer una noche más? Solo
sería una noche y ya, el problema recae en que ambos sabemos que no será
solo una última noche. Después vamos a querer más.

—No, sabes que no será así. Vas a querer más, siempre es de esa manera
cuando se trata de ti.

Ambos somos iguales en eso.

—Deberías irte a tu casa, con tu esposa.

Una persona soñadora podría pensar que las cosas entre los dos hubieran
sido diferentes sí él no estuviera casado, pero yo creo que sería igual.
Porque el problema no son los demás, soy yo y las pocas o nulas ganas que
tengo de comprometerme en una relación.

—Dime que al menos pensarás en mi propuesta.


—No, no tengo nada que pensar. Buenas noches.

Termino la llamada y resoplo frustrada.

Justo me estoy terminando de arreglar cuando tocan mi puerta y veo a


Atenea, que ya está lista y viene a verme.

—¿Cómo estás?

—Como un cubo Rubik en manos de un daltónico —le respondo.

Ella chasquea la lengua y me llama pesimista.

—No soy pesimista, ya te lo he dicho.

Tomo mi pequeña cartera negra y la cuelgo de mi hombro, le hago una seña


a mi prima para que siga hacia la puerta y yo la sigo, pensando en cuál será
el primer trago que voy a beber.

—Lindo vestido.

—Gracias, me lo regaló Raymond por Navidad.

—¿Te compró ese vestido? —le pregunto.

—Sí.

Yo le sonrió con picardía.

—Ya sabes lo que dicen, él que lo compra, lo quita.

Ella se ríe, pero me dice que no.

—Eso ni siquiera rima, Paulina.

—¿Y quién quiere que rime? Esta noche solo quiere que un hombre guapo
me lo arrime.

—Dioses, Paulina, eres terrible.


En el restaurante del hotel, me siento junto a Atenea, Maeve está sentada
junto a ella y parece contenta, a su extraña manera inexpresiva, porque hay
comida vegana en el menú. Will y Raymond están con nosotros, pero
Jordán no, algo que me alegra. Y mientras disfrutamos de nuestra comida,
cuando el brillo del teléfono de Atenea llama mi atención y veo que es un
mensaje citando un poema de Neruda, es algo cursi y ridículo, del tipo de
cosas que ella disfruta. Sonrió para mis adentros y veo como su cara se
ilumina cuando ve el mensaje, y se disculpa con nosotros para dirigirse al
baño, seguro lo hace para hablar con quién le mandó el mensaje.

—Mis pinturas representan momentos y personas que son importantes para


mí, y por supuesto, que considero dignos de plasmarlos en un lienzo. Cada
una de mis pinturas o dibujos tienen una parte de mí —nos cuenta Will.

Veo el sutil cambio de postura de Mae, y no sé si se debe al comentario de


Will o al hecho que mientras él decía eso, no ha dejado de ver a mi hermana
mayor.

—En este punto de mi vida, solo necesito dos cosas para vivir —continúa
Will—.

Mi arte y a Mae. No necesito nada más.

Sí mi hermana se siente halagada por eso, no lo demuestra, ella se mantiene


estoica con su mirada en la comida y su postura habitual que da a entender
que le apesta la vida.

—Sí es así, deberíamos irnos preparando para tu funeral —comenta Mae.

Los demás presentes en la mesa no podemos evitar reírnos, e incluso Will


se ríe.

Estoy sumergida en una conversación con Miguel, que no me doy cuenta de


que Raymond ha ido a buscar a Atenea, hasta después de varios minutos.
Me disculpo con los presentes y voy a buscarlos, esperando que Raymond
no haya escuchado parte de la conversación de mi prima. Pero cuando los
encuentro, por sus posturas rígidas, veo que ya es un poco tarde.
—¿No te han dicho que es de mala educación escuchar conversaciones
ajenas? —

me pregunta Jordán cerca de mi oído.

Yo lo jalo del brazo y lo empujo contra la pared.

—Silencio, sí ellos nos escuchan será incómodo toda la noche, y créeme, no


queremos eso.

Jordán, por primera vez desde que lo conozco, hace lo que yo le digo.

—¿Aún la amas? —le pregunta Atenea a Raymond.

Asumo que ella se refiere a la difunta prometida de Raymond, ¿a quién


más? No creo que él haya amado a nadie más aparte de ella, y Atenea.

—No, ya no la amo.

—Ray —dice mi prima casi en un susurro, como si le costara decir el


nombre de él—, está bien. No me debes nada.

En este punto de la conversación, ninguno de los dos se está mirando.

—No, no te debo nada, pero es la verdad, ya no la amo.

Yo aparto mi concentración de los dos ex amantes y recuesto mi cabeza en


la pared.

—No entiendo por qué las personas se empeñan y desesperan por conseguir
el amor, sí al final, lo único que se consigue es un corazón roto.

Si le comentara eso a Tracy o Atenea, me dirían que no siempre es así, me


hablarían de historias de amor verdadero y finales felices de cuentos de
hadas.

Ellas dirían que vale la pena el riesgo porque la recompensa suele ser
mayor, pero yo no estoy de acuerdo con ellas. La mayoría de las veces el
amor fracasa, se desvanece, se cansa de soportarlo todo, y no es por falta de
amor que las relaciones no funcionan, a veces el amor suele ser el menor de
los problemas, porque la culpa de todo, siempre recae en nosotros.

—Suena extraño incluso para mí, pero estoy de acuerdo contigo, ladrona.

Sé que no tiene sentido pedirle que deje de llamarme así.

—Sí crees eso, ¿por qué te ibas a casar?

—No es asunto tuyo.

Sí yo fuera otro tipo de persona, el comentario me ofendería, pero me da


igual sí él me quiere decir o no.

Levanto mi mirada hacia Raymond, que se detiene cuando nos ve.

—¿Está todo bien, Raymond? —le pregunto.

Veo que él va camino hacia los ascensores.

—Yo no estoy de humor para celebrar esta noche. Disfruten ustedes.

Él se empieza a alejar.

—¿Raymond? —lo llamo, con cierta vacilación en mi voz.

Raymond guarda las manos en sus bolsillos y levanta sus ojos verdes hacia
mí.

—En lo que a mí respecta, siempre fuiste mi primera opción para ella y me


hubiera gustado que ella sea la única opción para ti.

Él me dedica una sonrisa algo taciturna y llena de melancolía antes de dar


un leve asentamiento de cabeza y continuar hacia los asesores hasta
desaparecer en uno de ellos.

—¿Realmente querías decir eso, Paulina?


Lo miro por la forma peculiar que él tiene de hacer sonar mi nombre, como
si fuera extraño y exótico, a pesar de lo común que es.

—Algo así, lo filtré un poco, la versión original sonaba muy cruel.

—Bien, porque la sinceridad sin empatía, es simplemente crueldad.

Suelo hacer listas mentales con frases que las personas dicen y me gustan, y
lo que acaba de decir Jordán, en definitiva, va a mi lista de frases: la
sinceridad sin empatía, es simplemente crueldad.

—A veces soy cruel, Jordán.

—Me he dado cuenta de eso. Yo también soy cruel con ciertas personas.

El ambiente se está volviendo muy amigable para mi gusto, y él también se


da cuenta de eso, porque se aleja de mí y sin decir nada, se dirige al living.
Yo cuento mentalmente hasta cien hasta de ir de regreso a la mesa, donde
todos ya se han levantado y están listos para ir al club donde asistiremos a
la fiesta de fin de año.

Will, dijo que había una banda en vivo. Antes de irnos, Mae dice que no
vendrá con nosotros porque un club con música en vivo es demasiado para
ella, Atenea utiliza eso como excusa para quedarse ella también, y eso me
deja a mí, sola con tres hombres: mi casi cuñado, mi primo y mi enemigo.

—Bueno, esta noche solo somos nosotros. ¡Divirtámonos! Y mandemos a


la mierda este año —les digo mientras me coloco mi abrigo.

Will paga la primera ronda de tragos y son pequeños cocteles color rojizo
llamados, diablillos, y al probarlos, entiendo por qué el nombre.

—Brindemos por algo bueno, algo malo y algo que esperamos de este
nuevo año

—nos dice Miguel.

—Brindo por lo buena que estoy y lo mala copa que no soy. Y porque este
nuevo año pueda conseguir la felicidad que merezco y que la vida me aleje
a los pendejos. Salud —digo antes de chocar la copa con los demás.

Miguel invitó la siguiente ronda, Jordán la siguiente y yo la que vino


después de esa.

—Se los digo en serio, Jordán estaba enamorado de nuestra niñera cuando
teníamos ocho años —nos cuenta Will—. Para San Valentín, le escribió un
poema.

Yo no puedo evitar soltar una fuerte risa al escuchar eso.

—Vaya, vaya, Jordán, no conocía esa faceta tuya. ¿Siempre fuiste un


conquistador nato? —le pregunta Miguel.

Will se ríe y niega con la cabeza y Jordán lo mira molesto.

—Para nada, su forma de coquetear era la peor y no estoy exagerando, él


era malo en eso.

—No era tan malo —se intenta defender Jordán.

Un grupo que está haciendo body shots llama mi atención y me acerco a


ellos.

Sonrió mientras bebo licor del cuerpo de un hermoso brasileño, que después
me invita a bailar. Cuando regreso al reservado donde estamos, me doy
cuenta de que Miguel ya no está.

—No tienen que decirme, estoy segura de que sé dónde está mi primo —les
digo cuando me siento

Miguel es un mujeriego, y jamás perdería la oportunidad de enrollarse con


alguien en las Vegas.

—Solo espero que no cometa la estupidez de terminar casado —les digo en


son de broma.

Todos nos reímos ante eso.


—¿Quién puede ser tan estúpido como para casarse aquí?

—La pregunta correcta es, ¿quién es tan estúpido como para casarse? —
dice Jordán antes de beber su shot de vodka.

—Salud, por eso Jordán.

Choco mi vaso lleno con su vaso vacío y bebo todo el contenido de mi


vaso.

—Te recuerdo, hermano, que tú te ibas a casar.

—No porque quisiera.

—¿Y así estás tan enfadado conmigo por impedir tu boda? ¿Al menos la
amabas?

Todo sería más sencillo si pudiera recordar que Jordán no me agrada, pero
ambos hemos bebido demasiado vodka, cocteles y shots de tequila, como
para recordar que no nos agradamos.

Y las bebidas siguen llegando, Will dice que irá al hotel a ver como esta
Mae, y yo sé que lo hace porque quiere iniciar el año con ella.

—Acabo de darme cuenta, que tú y yo jamás hemos tenido una


conversación decente —le digo antes de darle un sorbo a mi coctel.

Me doy cuenta de que no estaría sentada aquí, bebiendo y esperando que


acabe este año, sí yo hubiera recordado, antes de beber el primer shot, que
Jordán no me agrada.

—No veo que tengamos mucho que hablar —me responde él.

Sus ojos negros, tan oscuros como dos jaspes del mismo color, me miran
atentos mientras yo pongo mis codos en la mesa y ladeo un poco la cabeza
sin dejar de mirarlo.

—No me agradas —le digo—. Solo estoy aquí contigo porque la miseria
ama la compañía, eso es todo.
—Salud por eso, además, no creo que tú y yo podamos tener algo en
común.

Levanto mis codos de la mesa y recuesto mi espalda contra la silla.

—Excepto nuestra aversión al matrimonio —le digo—. Lo cual me deja


una duda.

Incluso si la amabas, ¿por qué el matrimonio es tan importante? No sé


cómo ven el matrimonio como la consumación del amor.

—Lo sé —murmura Jordán—, es solo un pedazo de papel. No veo la


diferencia entre estar casado o no estarlo, excepto por los bienes
mancomunados.

—¿Alguna vez has estado casado, Jordán?

—Dios me libre y guarde, por supuesto que no.

—Pero casi te ibas a casar, lo cual es terrible. Yo terminé con Milo por eso,
él quería casarse y yo no.

—Yo me iba a casar porque necesitaba hacerlo, no porque quisiera. Amo a


Cecilia, pero no soy de los que se casan. El matrimonio no es lo mío.

—¡Yo tampoco! Brindemos por eso, Jordán.

Me repito que todo sería más sencillo para ambos, si Jordán también
hubiera recordado que yo no le agrado, porque de esa forma él no estaría
ahora sentado mirando cómo yo canto a todo pulmón high hopes de panic
at the disco.

— Had to have high, high hopes for a living. Didn't know how, but I always
had a feeling —sigo cantando.

Cuando termino de cantar, el hermoso brasileño se acerca a mí y murmura


algo que no alcanzo a escuchar, pero lo empujo lejos, no me gusta cuando
me tocan sin mi permiso. En general, no me gusta que me toquen.
—Creo que es hora de irnos —me dice Jordán.

—¿Estás loco? No, mira, ya falta poco para que sea un nuevo año . Es hora
de ¡más alcohol! Mucho, pero mucho más.

Él pone sus manos en mi cintura y yo frunzo el ceño por el contacto, pero


no me alejo, dejo que él me baje de la barra y regresamos a nuestra mesa,
pero antes de sentarnos yo lo detengo porque el conteo para finalizar el año
está empezando.

10. . 9. . 8. . 7. . 6

—¿Sabes que sería una gran idea? —le pregunto a Jordán.

5. . 4. . 3

—¡Casarnos! Así podríamos saber porque todos tienen fiebre de bodas.

2. . 1

—¡Feliz año, Jordán!


CAPÍTULO 5
Cuando me despierto, no abro los ojos de inmediato, ni me miento
prometiéndome que no volveré a beber, porque a pesar de lo mucho que me
duele la cabeza, sé que volveré a beber. No me arrepiento de beber, solo de
haber bebido en exceso. Así que mantengo mis ojos cerrados y me giro para
acomodarme un poco en mi cama, que se siente algo extraña esta mañana y
poder seguir durmiendo, pero me despierto abruptamente cuando caigo y mi
cuerpo impacta contra el piso, pero, ¿qué acaba de pasar? Me siento y paso
una mano por mi cabeza justo en el lugar donde me golpeé, antes de pasar
una mano por mi cara y empezar a abrir lentamente mis ojos y me doy
cuenta de que me quedé dormida en el sofá y eso estaría bien si esta fuera el
sofá de mi habitación de hotel, pero no lo es.

¿Qué hiciste anoche Paulina Montenegro? —me pregunto con cierta


amargura.

—¿Estás bien? —me pregunta una voz ronca desde alguna parte de la
habitación desconocida—. ¿Te lastimaste algo más que tu frente?

Yo paso una mano por la maraña que es mi cabello e intento mantener una
imagen digna a pesar de los recuerdos de anoche de mí cantando sentada en
la barra del bar, aunque no me arrepiento y busco a Jordán con la mirada,
que, para mi sorpresa, está acostado cómodamente en la cama matrimonial
mientras yo dormí en el sofá.

—Sí, estoy bien, solo me lastimé mi frente y mi orgullo.

—¿Te lastimaste tu orgullo? No creía que eso fuera posible, Paulina.

Me levanto del piso y me siento en el mueble a esperar que tanto mi


estómago, como mi cabeza dejen de girar.

—Discutiría contigo, pero voy a sentarme y esperar que todo deje de girar.

Además, quiero decir en mi defensa, que aquello que hice mientras estaba
borracha, no me define como persona.
—Te creería eso, pero no hay mucha diferencia en cómo actúas estando
borracha y como actúas estando sobria.

Bien, él tiene un buen punto ahí, pero no le voy a dar la razón.

—Eso no es cierto.

Cuando voy a volver a pasar una mano por mi cabello, noto que tengo un
anillo de regaliz en mi dedo anular en mi mano izquierda, no recuerdo
donde lo conseguí, pero sonrió y lo llevo a mi boca porque dulce es dulce, y
a mí me encanta el regaliz.

Unos golpes en la puerta hacen palpitar mi cabeza.

—¿No vas a abrir?

—No, ve abrir tú.

—Paulina ve abrir antes que vuelvan a tocar.

—No, ve abrir tú, yo no me voy a mover.

La mirada que él me da ahora no es gentil o amable, no es como si yo


esperara que, de la noche a la mañana, y mucho menos con la noche que
tuvimos, Jordán empiece a ser amable conmigo, porque yo tampoco soy
exactamente amable con él.

Yo estiro mis brazos y mueve un poco mi cuello para intentar aligerar el


entumecimiento de mis músculos por haber dormido en el sofá.

—Buenos días, señor —escucho que alguien saluda, así que asumo que
Jordán se levantó para abrir la puerta—. Estoy aquí para traer su desayuno
especial parte del paquete de luna de miel.

—¿Mi qué? Debe estar equivocado, aquí nadie se ha casado.

Muevo mi cabeza para ver lo que está sucediendo y noto como el hombre
joven abre mucho los ojos por la declaración de Jordán.
Jordán intenta cerrar la puerta, pero el hombre no se mueve.

—Mire debe estar confundido con el número de habitación. Le repito, aquí


nadie se ha casado.

¿Casados? ¿Ese niñato acaba de decir que Jordán está casado? Vaya, sí que
ocurren cosas extrañas en las Vegas, ¿y quién es la desafortunada con la que
se casó?

—¿Usted no es el señor Rhodes?

—Sí, soy yo, pero le repito, no me he casado con nadie.

Ambos se quedan mirando y a este punto, el pobre niñato está sudando frío
y luce muy nervioso.

Yo me levanto para intervenir cuando un pedazo de papel en el suelo llama


mi atención, me inclino a recogerlo cuando noto que es una licencia de
matrimonio y no me aguanto la risa, porque no puedo creer que el idiota de
Jordán se haya casado en las Vegas, con todo lo recto y aburrido que dice
que es.

—Según este papel, sí, estás casado —le digo mientras sostengo el papel
frente a él.

Jordán me quita el papel de la mano y lo estudia, mientras yo tomo el bol de


frutas y me llevo una uva a la boca. A esta altura de la situación, siento un
poco de pena por el joven que pasa una mano por su frente sin saber qué
hacer, aunque no creo que sea la primera vez que le sucede algo como esto.
Seguro hay idiotas casándose borrachos y olvidando que se casaron a la
mañana siguiente, todo el tiempo.

—Sí, estoy casado y ¿sabes con quién me casé, Paulina? Pues con nada más
y nada menos que contigo. Felicidades, señora Rhodes.

Por la sorpresa expulso la uva de mi boca y golpeo la mejilla del pobre


muchacho.

Le pido una disculpa y miro a Jordán.


—Eso no es posible, por supuesto que no estamos casados. Jamás me
casaría y mucho menos contigo.

Le quito el papel de su mano para ver bien lo que ahí dice, y para mi muy
mala suerte, lo que sostengo en mis manos es un certificado de matrimonio
de un aspecto muy oficial del estado de Nevada.

—No, no, no, esto no me puede estar pasando a mí. ¿Estamos casados?
¿Cómo pasó esto, Jordán?

—Mira el lado bueno, Paulina, al menos te casaste conmigo.

—¡Cállate! No puedes decir eso, nosotros no podemos estar ca. . —ni


siquiera puedo terminar la frase, me resulta casi imposible hacerlo, porque
yo Paulina Montenegro, no puedo estar casada—. ¿Cómo sucedió esto?
Usted, usted debe saber algo. . dígame ahora mismo lo que sabe o se
arrepentirá toda su vida —le digo al hombre mientras lo sujeto de su
chaleco con fuerza, pero Jordán me toma de los hombros y me aparta del
muchacho—. No me toques o seré viuda antes que puedas volver a decir
algo.

No, no, ¿cómo me puede estar pasando esto a mí? Y todo este problema es
solo el resultado de mis propias malas decisiones, porque mi vena
competitiva no me deja retroceder cuando estoy frente a un desafío o algo
que no entiendo. Es por esa razón que casi siempre estoy a punto de
cometer un delito o he llegado a cometer uno, aunque por suerte, no he
cometido ningún delito grave. Maeve dice que es una consecuencia natural
de mi tendencia a hacer todo a la perfección y siempre ganar.

Oh, dioses esto fue mi idea —me digo cuando pequeños fragmentos de
recuerdos vienen a mi mente.

Estaba emocionada por el inicio de año y por saber que se siente estar
casada, que me dejé llevar por el momento, los gritos de felicidad por el
nuevo año y las luces brillantes de las Vegas. Y esa fue la idea más estúpida
que he tenido, y vaya que he tenido ideas estúpidas en mi vida, pero en
definitiva esta es la peor.
—No pudo creer que este ca. . no puedo decirlo. Me rehusó a decirlo

—¿Felicidades? —nos dice el muchacho que nos sigue mirando asustado y


nervioso.

—Felicidades, ¿en serio? ¿Eso es lo que me vas a decir?

Me maldigo mentalmente y también maldigo al alcohol que bebí anoche y


Atenea por tener la "brillante" idea de venir a las Vegas, y a Maeve por
decirle a Will que estaba bien que Jordán venga, y también maldigo a Will y
Raymond por creer que era buena idea sugerir que el imbécil de Jordán
venga a las Vegas con nosotros.

Jordán le da algo de propina al joven y él sale corriendo lejos de nosotros,


cuando la puerta se cierra, yo llevo una mano a mis labios y reprimo el
impulso de vomitar.

—Según este certificado, nuestros testigos fueron mi hermano y tu


hermana.

—¿Maeve y Will? Por supuesto que ella iba a firmar eso, seguro lo hizo
como venganza por traerla a las Vegas. ¿Cómo se le ocurre a ella dejarme
hacer algo como esto?

Busco mi teléfono por la habitación y cuando lo encuentro, y logro


encenderlo, veo que tengo varias notificaciones de Instagram algo que me
resulta muy sospechoso dado que no recuerdo postear nada, pero que al
mismo tiempo no me sorprende, porque a Paulina borracha le gusta grabar
videos e historias para compartir su felicidad con los demás, y a pesar de
que casi siempre que bebo en exceso hago eso, aún sigo llevando mi
teléfono cuando salgo de fiesta.

Cuando reviso los videos de mis historias, noto que estoy compartiendo con
los miles de seguidores que tengo, mi boda en las Vegas, porque
obviamente si yo voy a hacer una estupidez la hago a lo grande, lo cual a
mis seguidores y amigos no les sorprende. En uno de los videos que parece
fue grabado por Will, se ve a Maeve con cara de amargada firmando como
mi testigo.
—¿Me diste un anillo de regaliz?

—Para empezar, ni siquiera recuerdo darte un anillo.

—Bueno, para tu información me lo he comido, así que me tiene que dar


otro y que esta vez que sea de un par de kilates. . ¡Oh dios mío! ¿Pero qué
estoy diciendo? No quiero un anillo, lo único que quiero es el divorcio.

Jordán se sirve una taza de café y me mira falsamente herido por mis
palabras.

—Pero cielito lindo, ¿por qué querrías el divorcio? Sí somos tan felices
juntos, además, fue tu idea casarnos. Solo deben ser nervios al saber que
ahora eres una mujer cas. .

—Ni se te ocurra terminar esa palabra porque te juro que te mato ahora
mismo y salgo de aquí como viuda.

—Irías a prisión.

—¡Prefiero la prisión a estar casada contigo!

No puedo creer que esté diciendo esto, en definitiva, esta es la peor resaca
que he tenido y solo por esto, estoy planteándome la idea de no volver a
beber en lo que me queda de vida, o al menos no hacerlo de la forma que
bebí anoche.

—Para que lo sepas, yo prefiero estar muerto a estar casado contigo.

Es en medio de nuestra discusión que recuerdo otra cosa y vuelvo a revisar


mis historias de Instagram, así como los recuerdos vagos que tengo de lo
que sucedió anoche.

—¿Recuerdas si nos besamos anoche, Jordán? Porque sí lo hicimos, deberé


beber cianuro.

—Me siento tentado a mentir, pero no, no nos besamos, al menos yo, no
tengo el mal recuerdo de besarte. Aunque eres libre de beber cianuro sí
quieres, tal vez lo puedas acompañar con un poco de fruta.
—Tendrías suerte en la vida sí algún día tuvieras el privilegio de besar mis
labios, pero antes que eso suceda, el infierno se congela.

Vuelvo mi vista a mi teléfono y escucho la respuesta de Jordán.

—Seguro tus labios saben a orgullo y narcisismo.

Yo le respondo mientras le mando un mensaje Atenea, diciéndole que estoy


bien.

—Y los tuyos a idiota ególatra.

—¿Sabes una cosa? He tenido suficiente de este matrimonio, llamaré a mi


colega para que nos ayude con la anulación.

—¿De verdad, cielito lindo? Es una pena, tenía tantas esperanzas puestas en
este matrimonio —le digo derrochando sarcasmo en cada palabra—.
Llámame cuando tengas todo listo para firmar esa anulación.

Cuando llego a mi habitación de hotel, lo primero que hago es ducharme e


intentar relajarme, aunque no funciona, porque en lo único que puedo
pensar es en la fatal forma que he tenido de empezar ese nuevo año.

Cuando termino de arreglarme, son las tres de la tarde y apenas tengo


tiempo para bajar a comer algo antes que debamos ir al aeropuerto para
regresar a San Francisco, porque mañana debemos trabajar.

—Bueno, bueno, sí no es nada más y nada menos que Paulina Montenegro


—me dice Atenea mientras ella y Mae se sientan en la mesa donde yo estoy
comiendo—. ¿No hay algo que quieras contarnos?

—¿Por qué no le preguntas a Mae? Después de todo, ella fue mi testigo.

Atenea se gira como la niña del exorcista hacia Mae y asumo que no
conocía esa parte de la historia.

—¿Tú sabías de eso?

Mae nos mira con aburrimiento.


—Sí, ella me llamó, estaba feliz por el inicio de año, aunque yo no entiendo
la razón. Es solo un día más, donde la tierra concreta su ciclo de traslación,
tal y como se describe en la relatividad general.

Atenea pone los ojos en blanco y yo continúo comiendo mi almuerzo,


porque me muero de hambre.

—Sí, sí, Mae, muy interesante, pero nos estamos desviando del tema. ¿Por
qué no impediste su boda?

—¿Por qué iba a hacer eso? La boda fue idea de ella.

—Hermana, estaba borracha, jamás me hubiera casado estando sobria.

Atenea toma mi mano izquierda.

—No puedo creer que ahora seas una mujer casada —me dice con asombro
—.

¿Dónde está tu anillo?

—Me lo comí. . y quita esa cara de horror, era un anillo de regaliz. Vaya
esposo tacaño que me fui a conseguir.

—El anillo lo escogiste tú —murmura mi hermana.

Termino de comer y subo a recoger mis cosas, Will, Jordán y Raymond se


van al aeropuerto en un taxi aparte y los tres me evitan hasta que llegamos a
San Francisco.

Cuando llego a mi apartamento me concentro en el trabajo que tengo para


mañana, y la estupidez de la boda se aparta de mi mente.

Al llegar a la casa de subastas, soy recibida con globos, una tarta y una
pancarta que dice Felicidades por tu boda. Estoy a punto de revelar la
verdad, pero no me pude resistir al pastel y dejo que la falsa celebración
continúe, claro está, evito a toda costa que me digan la palabra con C.
—Prima hermosa, felicidades, no puedo creer que eso sucedió. ¿Cómo
ocurrió?

Me dice Travis, el hermano menor de Tracy.

—Fácil —le respondo—, las Vegas y mucho alcohol.

Mi boda no es un secreto porque todos los que conozco y muchos otros


desconocidos, vieron mis historias, y según algunos, incluso hubo una
trasmisión en vivo de la ceremonia y yo me veía muy feliz por estarme
casando. Yo me mordí el labio para no decirles que me veía así porque
estaba borracha.

En parte del día, recibo muchos correos y mensajes felicitándome por mi


boda.

Mi tía Beatriz, hermana de mi papá, me escribe para celebrar una fiesta por
mi boda y me pide que le cuente todo sobre la ceremonia. También recibo
un

mensaje de mi papá para que lo vea en su casa, cosa que no voy a hacer.
Cuando termino de leer los mensajes y correos empiezo con mi trabajo.

Mi madre también era restauradora de arte, y yo recuerdo que ella tenía una
fotografía de la Capilla Sixtina en su pequeño estudio en nuestra casa, yo
solía entrar en secreto a su estudio y mirar aquella imagen. Cuando le conté
eso a mi mamá, ella me dijo que la Capilla Sixtina fue diseñada por Baccio
Pontelli y levantada por el arquitecto Giovanni de Dolci. Pero aquello que
veíamos en la imagen, la vida de la capilla y su esencia, eso lo había hecho
un pintor, ahí fue cuando ella me habló de los artistas que estuvieron a
cargo de tallar las esculturas, de pintar y de toda la decoración de la capilla.
Ella me habló aquellos a grandes artistas del Renacimiento, como son
Botticelli, Ghirlandaio, Perugino y Miguel Ángel.

—Para restaurar un libro antiguo, dependiendo de su estado, lo primero que


debes hacer es examinarlo con mucha atención, anotar sus daños y después
empiezan por el principio, por la cubierta del libro, esa es su imagen, su
cara y es ahí por donde van a empezar —empiezo explicando a los nuevos
pasantes de la casa de subastas—. Deben tener paciencia, delicadeza y ser
muy minuciosos, porque la restauración es toda una ciencia, en donde
también es muy importante la artesanía. Hay tantos parámetros que deben
tener en cuenta al momento de restaurar un libro, como su etiología, eso es
algo fundamental y también es algo indispensable, que se documente paso a
paso y que se tome fotografías de todo el proceso.

Mi madre me dijo que fue Miguel Ángel quien pinto aquella bóveda, y as su
obra la llamó "El juicio final" y es ahora mundialmente conocida por ser
una de las cumbres del arte universal. Después que ella me habló sobre eso,
le dije que no quería ser arquitecta, quería ser pintora. O eso creía yo, hasta
que meses después, vi a mi madre restaurando una vieja pintura que había
llegado al museo donde ella trabajaba. Fue mientras la veía devolverle su
esencia y belleza aquella pintura, que entendí, que no quería ser arquitecta o
pintora, yo quería ser una restauradora.

Después de todo, aquello estaba en mi sangre.

Soy una restauradora, mi madre y mi abuela también lo eran, mi hermana


mayor también lo es. Es mi trabajo restaurar libros antiguos y obras de arte,
tratar de devolverlos a cómo eran antes, sin alterar su esencia, sin tocar su
alma, ya que el objetivo del restaurador es realizar la más mínima
intervención, haciendo solo los movimientos exactos, sin alterar demasiado,
porque no es mi obra, es el trabajo de alguien más, mi trabajo es tratar de
conservar lo que otro con tanto esfuerzo creó, pero que lamentablemente el
paso del tiempo ha deteriorado.

—Eso es todo por hoy —digo mientras me quito mis guantes cuando ya he
terminado de colocar el equipo en el lugar que les corresponde.

Cuando he llegado a mi casa, me he quitado los zapatos y estoy


cómodamente sentada en mi sofá comiendo chocolate y bebiendo vino,
recibo una llamada de Jordán Rhodes. Cuando veo su nombre en la pantalla
de mi teléfono, me siento tentada a dejar que la llamada vaya al buzón de
voz, pero no lo hago porque espero escuchar noticias sobre la anulación de
nuestro terrible error.

—Paulina Montenegro —atiendo la llamada en tono formal.


—¿Montenegro? Creía que era Rhodes, ¿o acaso olvidaste que estamos
casados, cielito lindo?

Cierro los ojos y cuento hasta diez para evitar maldecirlo.

—¿Qué quieres Jordán? —le pregunto con fastidio.

Él no responde enseguida y yo estoy empezando a perder la poca paciencia


que me queda con él.

—Necesito pedirte un favor, Paulina.

—La respuesta es no.

¿Pero quién se ha creído que es? Ni siquiera me ha devuelto mi auto y tiene


el cinismo de pedirme un favor.

—Necesito que sigamos casados.

¿Acabo de escuchar bien? ¿Esto es una especie de broma de su parte?

—Espera. . ¿Qué?
CAPÍTULO 6
Necesito que sigamos casados —me dijo Jordán.

Y el primer pensamiento coherente que vino a mi mente después de los


cientos de insultos que pensé, fue que tal vez era la forma que tenía Jordán
para vengarse de mí. ¿Qué otra cosa podía ser? Seguro es su forma
retorcida de torturarme, porque creo recordar que hablé mucho sobre cuanto
odio la idea del matrimonio, y seguro él ahora lo quiere utilizar eso en mi
contra. La otra opción es que un familiar le dejó una herencia y como
estipulación esta que él debe estar casado, pero es seria tan cliché, lo cual es
otra cosa que odio.

—Genial, ahora sueno como Maeve que odia todo.

De todas formas, sea cual sea la razón por la que Jordán quiera que sigamos
casados, no me interesa, a mí lo único que me importa es conseguir el
divorcio.

Cuando escucho unos golpes en la puerta que llevo horas esperando


escuchar, dejo la copa medio vacía en la mesa de vidrio frente a mí y me
levanto del sofá para abrir la puerta y dejar pasar a la persona que no invité,
pero que sabía que vendría.

—¿Te casaste? ¿Tú? Dime que fue porque estabas muy borracha.

Cierro la puerta y muerdo mi labio inferior antes de regresar donde estaba


sentada.

—Qué yo recuerde, no te debo ninguna explicación.

Él se sienta en el sofá individual, lo hace porque recuerda lo mucho que


detesto cuando las personas están muy cerca de mí, invadiendo mi espacio
personal.

—Vi las historias y las fotos, parecías feliz, pero te conozco. .


—No, no me conoces. Eres como los demás, ves en mí lo que quieres ver, y
me dejas tomar lo que quiera de ti mientras tú intentas descifrarme, como si
yo fuera un jodido juego el cual debas ganar.

—¿Crees que te dejo tomar lo que quieras de mí, Paulina?

Hay un toque burlón y seductor en su voz, y yo aparto la mirada de Gideon


para inclinarme hacia delante y recuperar mi copa de vino.

—Sí —le respondo.

—Pero tú no das nada a cambio.

—Te daría algo sí lo que obtengo de ti tuviera alguna importancia para mí,
pero como ese no es el caso, debes conformarte con lo que hay.

Él no se acomoda, no sé quita su saco o hace algo que dé a entender que se


va a quedar, cosa que yo agradezco. Estoy segura de que él solo vino,
porque la curiosidad de saber la razón por la que me casé, no lo dejaba
tranquilo.

—Me casé porque quería saber que se sentía estar casada.

—¿La boda fue idea tuya?

—Sí.

—¿Y lo escogiste a él?

—Sí.

No le digo que tampoco es que hubiera otras opciones, porque sí no era


Jordán,

¿quién más? Miguel no es una opción porque es mi primo y no me va el


rollo del incesto, Will tampoco era una opción porque tiene casi algo con
Mae y jamás me casaría con mi casi cuñado.
—¿Vas a seguir casada? Y sí es así, ¿cuánto tiempo crees que dures jugando
a las casitas?

—El tiempo que no es de tu incumbencia, y sí, planeo seguir casada. ¿Por


qué no?

Parece que le estoy encontrando el gusto a esto del matrimonio, te pediría


consejos sobre cómo tener un matrimonio feliz y estable, pero son dos
conceptos que tu matrimonio no comprende.

Gideon siempre me dice que sigue casado por su puesto como alcalde, que
sí no fuera por eso, hace tiempo que se hubiera divorciado, principalmente
porque su esposa le fue infiel primero y él no tuvo otra opción que tragarse
su orgullo y seguir casado con ella por su campaña política.

—Y si estás tan feliz en tu matrimonio, ¿dónde está tu esposo?

Resoplo con frustración y termino de beber todo el contenido de mi copa


antes de levantarme y colocar la copa en el lavavajillas.

—Gideon, estoy cansada. ¿Quieres la verdad? Bien, por supuesto que no


seguiré casada, me casé porque estaba borracha y me veo feliz en las fotos y
videos, porque repito, estaba borracha. Y la única razón por la que me casé
con Jordán, es porque él estaba ahí. Ahora que he despejado tus dudas, vete.

—¿Sabes algo? Esta podría ser nuestra última noche.

Gideon se acerca despacio hasta donde yo estoy, de espaldas a él y pone sus


manos en mi cintura y me acerca un poco hacia su pecho, dejando que mi
espalda descanse contra su cuerpo, y entierra su cabeza en mi cuello,
besando justo sobre mi pulso. Sus dedos se ciñen con fuerza en mi cintura,
antes de empezar a recorrer la piel debajo de mi jersey azul. Sus labios
están recorriendo mi clavícula mientras lleva sus dedos al dobladillo de mi
jersey para quitarlo, cuando somos interrumpidos por el sonido de mi
teléfono.

Yo me aparto de él y voy a buscar mi teléfono, contengo una mueca al ver


que es Jordán.
—Mi respuesta sigue siendo no.

—Estoy afuera de tu apartamento, traje tu auto.

Miro a Gideon antes de suspirar y buscar mis botines.

—Sí esto es una broma de tu parte.

—No lo es, baja.

—Iré por mi auto, pero mi respuesta sigue siendo no.

Termino la llamada y guardo el teléfono en el bolsillo trasero de mis


pantalones.

—Mi esposo me está esperando abajo, viene a dejar mi auto.

Por la expresión en la cara de Gideon, mi comentario no le ha gustado en lo


más mínimo.

—¿Él tenía tu auto? ¿Qué tan cercana es tu relación con él?

—Es complicado. Ahora vamos.

—¿Me vas a presentar a tu esposo?

Hago un sonido de burla con mi lengua y le hago una seña hacia la puerta
para que salga.

—No, pero no te voy a dejar solo en mi apartamento. No tenemos ese grado


de confianza.

Gideon no agrega nada y solo me hace comentarios triviales mientras


bajamos por el ascensor, aunque yo hubiera preferido que no diga nada.
Prefiero el silencio a las conversaciones innecesarias.

Cuando salimos del edificio donde vivo, veo a Jordán recostado de forma
informal contra el capo de mi auto. Sus ojos marrones me miran con
atención antes de mirar al hombre que camina detrás de mí.
—Gideon, te presento a Jordán, mi esposo —digo mientras hago una seña
con mi mano hacia Jordán—. Jordán, te presento a Gideon, mi amante.

Jordán solo frunce el ceño y hace una leve mueca de desagrado, pero
Gideon se ríe antes de despedirse de mí. No esperaba esa reacción de su
parte, al ser alcalde, una de las cosas que él más cuida es su imagen.

—Un gusto, Jordán —lo saluda Gideon—. Nos vemos después Paulina, no
lo vuelvas loco.

Yo me encojo de hombros y veo cómo él se aleja.

—¿El alcalde de San francisco? ¿En serio?

—Las llaves de mi auto —le digo a Jordán cuando Gideon ya se ha ido.

Estiro mi mano y él deja las llaves en mi palma.

—¿Podemos hablar, Paulina?

—No.

—Solo serán cinco minutos.

—No.

—¡Paulina!

Me acerco a mi auto para revisarlo y abro la puerta del conductor.

—Bien, habla mientras reviso mi auto.

—¿No me vas a incitar a pasar a tu apartamento?

Yo acomodo el asiento que Jordán ha movido y mis fosas nasales se llenan


con el aroma de su perfume. Todo mi auto, cada centímetro, huele al
imbécil de Jordán y no me quejo mucho porque es un aroma agradable.

Me gusta su perfume, lo odio a él.


—Por supuesto que no te voy a invitar a mi apartamento, no te conozco.

—Claro que me conoces.

—Te equivocas, conozco tu nombre, te he visto un par de veces y hemos


cruzado unas cuantas palabras, pero eso no significa que te conozca. A
veces, puedes conocer a alguien de toda la vida, y nunca lo terminas de
conocer.

Salgo de mi auto y cierro la puerta después de inspeccionar y ver que


probablemente Jordán debió llevarlo a la lavadora porque está impecable.

—Qué profundo sonó eso, Paulina. ¿Te dolió el cerebro al pensarlo?

—Vaya forma de tratar a tu esposa. Y después las personas se preguntan


porque quiero el divorcio, cielito lindo.

—Paulina, este es un tema serio.

Lo veo adoptar una postura que no he visto antes en él, luce entre protector
hacia algo o alguien, y también un poco preocupado, eso llama mi atención
y procedo activar mi modo serio para escuchar lo que me tiene que decir.

—Te escucho.

Lo veo pasar una mano por su cabello y llevarla hasta su nuca donde la deja
ahí por un momento, antes de dejarla caer hacia un costado y buscar algo en
el bolsillo de su pantalón. Era su teléfono, busca algo ahí y veo una media
sonrisa hacia lo que sea que está viendo en la pantalla.

—Ella es Luna, por ella necesito que sigamos casados.

Cuando él dice eso, mueve su teléfono en su dirección y me deja ver a


Luna.

—¿Quién es ella? —le pregunto sin quitar mis ojos de la pantalla.

—Mi hija.
Wait a minute. . ¿Qué?

Sigo mirando la foto de la niña pequeña, con su cabello largo oscuro y sus
ojos del mismo color y noto que son los mismos ojos de Jordán. La niña no
debe tener más de seis años, le calculo menos, pero no puedo estar segura,
no trato con niños.

—Está bien, debes explicarme desde el principio porque no estoy


entendiendo nada. ¿Tienes una hija? ¿Tú? ¿Cómo pasó? ¡Dios mío! Y yo
que creía que querías seguir casado como venganza hacia tu ex que dijo
públicamente que no te amaba, o por una herencia. Jamás me imaginé algo
como esto. ¡Tienes una hija!

¿Con quién tuvo a la niña? Porque dudo mucho que ahora esté con la madre
de la criatura. ¿Cómo dijo que se llamaba? ¿Luna? Sí, Luna. Bien, bien, no
me voy a adelantar, dejaré que él me diga que es lo que está sucediendo.

—Hace un poco más de un año, la madre de Luna llegó a mi casa y me dejó


a la niña, dejó los papeles de adopción firmados y me dijo que vea yo lo que
hacía con ella. Yo tampoco sabía qué hacer con una niña, así que la llevé
con mi madre y la dejé con ella. Pero Astrid, mi hermana, se molestó
conmigo por hacer eso, ambos sabemos cómo es nuestra madre y la forma
que tuvo de educarnos, dijo que no era justo que le haga eso a Luna y que al
menos debería conocer a la niña, y eso hice.

Por más que intento, me cuesta mucho imaginarme a Jordán como padre.

—La conocí y la amé, la llevé a vivir conmigo y hace cuatro meses mi


madre me dijo que iba a solicitar la custodia de Luna, basándose en lo que
sucedió cuando ella llegó a mi vida y que yo no represento un hogar estable
para la niña.

Ya voy entendiendo un poco más el asunto, porque la mamá de Jordán y


Astrid es una respetada y retirada jueza familiar, que seguro tiene las de
ganar en un caso como ese.

Will nos contó que el padre de Astrid y Jordán, se casó con su mamá,
cuando ellos eran muy pequeños, y que desde que eso sucedió, ellos se han
tratado como hermanos.

—Mi madre no es una buena mujer, no tienes idea lo que fue vivir con ella.
Me odio por haber dejado a Luna con ella, sí no lo hubiera hecho no estaría
ahora en esta situación. ¿Sabes lo que es tener una mala madre? ¿Las
inseguridades que eso te crea? No quiero eso para Luna.

Su pregunta me hace pensar de forma involuntaria en mi madre y en un


recuerdo en específico.

La sala de la casa se ilumina por un relámpago y un momento después


escucho el resonar del trueno que lo acompaña. Yo me quedo sentado en la
escalera, agarrado los barrotes de madera de la baranda mientras espero a
que mi papá entre en la casa con mi mamá que está afuera mirando las
flores. Pero ya es muy tarde y está lloviendo muy fuerte para que ella siga
en el jardín, aunque eso a ella no le importa.

—Ni siquiera me amo a mí, ¿cómo esperas que ame a esas niñas? —le
pregunta mi madre a mi papá—. No puedo amarlas, dudo que yo puedo
amar a alguien.

Mírame, estoy jodida, así que solo déjame. Por favor, déjame, es lo mejor.

El vestido celeste de mi madre está manchando de lodo y empapado por la


lluvia, su cabello negro gotea contra el piso de la sala y ella forcejea con
mi padre para soltarse, pero mi papá la sujeta con fuerza del brazo y
empieza a subirla por las escaleras, ignorando que yo estoy sentada en uno
de los escalones.

—A veces pienso que esas niñas y tú son los culpables de mi depresión.

—Cállate, vas a despertar a tus hijas.

—¡No me importa! ¿Por qué me importaría? Ya te dije, no las amo, no amo


a esas niñas, no te amo a ti.. ni siquiera me amo a mí.

Dos semanas después de eso ella se lanzó de la terraza de nuestra casa y


murió.
Todo lo que quedó de ella fueron sus rosas y culpa.

—¿Por qué necesitas seguir casado conmigo?

—Se ve mal que me haya ido a las Vegas a emborracharme, pero con todos
los problemas que he tenido con mi madre mis hermanos creyeron que era
una buena idea. Y se verá mucho peor sí me divorcio, pero se verá bien si
me presento con una esposa y un hogar estable.

Entonces entiendo perfectamente lo que él quiere que yo haga.

—¿Pretendes que juegue a la casita feliz contigo? Jordán, te equivocas de


persona, porque yo tengo un serio problema con los niños.

—¿Qué clase de problemas?

—No me agradan y yo no les agrado a ellos. Mira, sí me hubieras dicho que


necesitabas seguir casado conmigo para cobrar una herencia, pensaría en
ayudarte, pero con ese tema no.

—Paulina, no te pido esto por mí, lo hago por ella, porque mi madre tiene
todas las de ganar y no puedo dejar que Luna vaya a vivir con ella.

Él debió pensar en eso antes de dejar a la niña con su madre, porque sí era
tan mala, ¿por qué la llevo con su madre al inicio? Claro, la respuesta es
sencilla, lo hizo porque al principio no le importaba la niña y como ahora le
importa, quiere redimirse de sus errores. Pero eso no es asunto mío, ¿no ha
notado él todavía lo egoísta que puedo ser?

Yo me cruzo de brazos y niego con la cabeza.

—La respuesta sigue siendo la misma, Jordán. No voy a hacer eso.

Jordán necesita un héroe y yo siempre he sido la villana de la historia, por


lo tanto, no lo puedo ayudar.

—Resuelve el papeleo de la anulación o lo haré yo —le digo antes de dar


media vuelta e irme.
No pienso en lo que me dijo Jordán el resto de la noche y menos en mi
trabajo, porque sus problemas no son asunto mío.

Muchos creen que es algo sencillo el restaurar un libro o una pintura, que
solo consiste en limpiar un poco y arreglar, es lo que la mayoría piensa
cuando les digo cuál es mi trabajo. Pero es más que eso, es una ciencia
mezclada con arte, mi trabajo no es solo restaurar aquel viejo libro y obra
de arte, también tengo que protegerlos contra los daños y el deterioro del
tiempo, revisar y dar fe si son auténticos o una imitación. La comprobación
de autenticidad es una de mis cosas favoritas, las técnicas que se utilizan
son muy delicadas y avanzadas.

Los restauradores mezclamos desde técnicas artesanales que se han


enseñado de generación a generación, hasta los avances científicos de la
época, y todo para al final elegir lo mejor para la conservación de la obra.
Porque siempre tenemos que tener en cuenta, que aquello que utilizamos
para restaurar la obra, tiene que ser reversible, fácil de quitar y reemplazar
cuando encontremos una mejor técnica y método para conservar aquella
obra.

—Tienes que realizar la prueba del carbono-14 —le digo a uno de los
jóvenes pasantes en la casa de subastas—. Para que puedas dar fe si es
auténtica o no. Y

recuerden, es muy importante que realicen los registros de todo lo que


hagan mientras están realizando la restauración.

La casa de subastas Montenegro, donde he trabajado por más de cinco años


y que pertenece a mi familia, está entrenando a su nuevo grupo de
restauradores y yo me ofrecí como voluntaria para ayudar a entrenarlos. A
pesar de que estoy con mucho trabajo sobre mi mesa, pero siempre me ha
gustado enseñar. Mientras estudiaba mi doctorado en Conservación y
Restauración de Pintura pensé en dar clases, pero después acepté un trabajo
aquí y eso ya no fue posible, intenté dar clases después, pero entonces saqué
mi segundo doctorado en Conservación y Restauración del Documento
Gráfico. Así que ayudar a estos nuevos restauradores a entender un poco
cómo funciona el trabajo aquí en la casa de subastas, es mi forma de
enseñar, aunque tal vez en un futuro lo haga.
—¿Paulina? Te están buscando —me dice Travis con una sonrisa.

—¿Quién me busca?

Es ahí cuando una pequeña, pero no cualquier pequeña sino Luna, la hija de
Jordán, entra en la bodega donde estamos catalogando las piezas.

La niña es mucho más bonita en persona, su cara es ovalada y su cabello


liso, de color castaño oscuro y sus ojos son como dos hermosas obsidianas
que brillan con cierta dulzura y picardía.

—¿Puedo saber qué estás haciendo aquí? —le pregunto.

Ella se para cerca de mí y me mira a los ojos.

—Vine a preguntarte, ¿por qué no quieres ser mi mamá?

Siento los ojos de todos fijos en mí y pienso en todas las formas que voy a
matar a Jordán, porque seguro él está detrás de todo esto.
CAPÍTULO 7
Nunca me han gustado los niños, ni siquiera cuando yo era niña me gustaba
compartir con ellos porque siempre estaban llorando, quejándose y
haciendo pataletas, mientras que otros eran asquerosos. Conforme fui
creciendo, la idea de tener hijos me resultó cada vez peor, yo respeto mucho
a quienes deciden hacerlo, quienes sueñan con ser madres porque cada
quien es libre de querer lo que le da la gana. A mí me molesta que las
personas no respeten cuando yo decía que no quería eso para mí, como si
fuera mi obligación querer lo que todos quieren. Lo mismo sucedía cuando
decía que no quería casarme.

Y después se preguntan porque no me agradan las personas.

La cuestión aquí es que yo no sé tratar con niños porque nunca me han


gustado y jamás me he molestado en acercarme a uno, y no sé cómo lidiar
con la pequeña hija de Jordán, o que se supone que debo decir sin crearle
traumas para el resto de su vida.

—¿Por qué quieres ser mi mamá? —me vuelve a preguntar ella.

Me muerdo el labio para evitar decirle que la escuché la primera vez, solo
que no quiero responder porque hay tantas razones que no me alcanzaría el
día, y voy a responder eso porque los niños suelen ser muy sensible y
seguro se pone a llorar.

Y no hay nada que me moleste más que un niño llorando, excepto uno
malcriado.

—Sí, prima, ¿por qué no quieres ser su mamá? Solo mira su carita. ¿Cómo
puedes decirle que no a esa carita?

Miro a Travis y pienso que con una familia así, uno para qué necesita
enemigos.

—Primo, ve a ver si ya puso el cerdo o si ya salto la rana.


Travis levanta las manos y antes que se aleje lo detengo porque me doy
cuenta de que sí él se va, me toca quedarme sola con la niña.

—En realidad, lleva a la niña a mi oficina. Voy en un momento.

—Olvidaste decir por favor —me dice Luna—. Mi papá dice que siempre
debemos pedir las cosas de esa manera o estamos siendo mal educados.

Travis abre los ojos con horror y me da una mirada como si me estuviera
juzgando.

—Es verdad, ella olvidó decir eso —murmura mi primo.

Cierro los ojos con fuerza un momento y cuento hasta diez mentalmente.

—Travis, por favor, lleva a la niña a mi oficina que yo voy en un momento.

Gracias. ¿Así está mejor?

Luna me sonríe y levanta su pulgar en mi dirección.

—Perfecto.

Veo a mi primo tomar la mano de Luna y como ambos caminan fuera de la


bodega. Cuando me giro hacia los pasantes, los observo mirarme
atentamente.

—¿Acaso no tienen trabajo que hacer? Recuerden que no les pagan por
estar pendiente de la vida de los demás.

Me quito los guantes y recojo mis cosas para dirigirme a mi oficina, donde
la niña me está esperando, pero antes de entrar, llamo al imbécil de Jordán
porque no lo vi en mi trayecto y quiero saber en qué parte de la casa de
subastas está, para poder gritarle en persona.

—Eso fue muy bajo de tu parte —le digo cuando él contesta el teléfono—.
Utilizar a tu hija de esa manera. ¿En serio? ¿Tanto te cuesta aceptar un no
como respuesta? Lo que hiciste fue demasiado bajo incluso para ti y eso es
decir mucho de mi parte.
—¿De qué estás hablando? Entendí que no quieres hacer esto, incluso ya
hablé con mi colega y tendrá los papeles para que los firmemos mañana a
primera hora. No sé a qué te refieres, ¿acaso estás borracha?

—No seas idiota, no estoy borracha, estoy en el trabajo.

Yo miro hacia mi oficina, donde la puerta está entre abierta y veo a Travis
enseñarle un objeto que yo tengo en mi escritorio a Luna y pienso que sí él
no trajo a Luna, ¿quién lo hizo?

—Tu hija está aquí en mi oficina, creí que tú la habías traído. Me preguntó
por qué no quiero ser su madre.

—Will —es todo lo que Jordán dice por un momento—. Él recogió a Luna
del kínder y estoy seguro de que él tiene algo que ver en esto. . corrección,
estoy seguro de que Will tiene todo que ver con esto.

Eso explica muchas cosas.

—Llamaré a Will, disculpa cualquier molestia y la impertinencia de mi hija,


ella no lo hace con mala intención. Pero para ser claros, yo jamás metería a
mi hija en esto, ni siquiera le dije nada, no sé cómo se enteró.

—Bien, ven por tu hija.

Al entrar a mi oficina, le hago una seña a Travis para que no me deje sola
con la niña, pero él finge que no me entiende y se va de mi oficina.

La niña se acomoda en la silla frente a mi escritorio, no parece intimidarse


por mi presencia o por el ambiente que la rodea, me recuerda un poco a
Jordán, pero Luna tiene algo en ella que la hace ver tierna, a diferencia de
su padre que tiene algo que me hace querer golpearlo en la cara cada vez
que está cerca. La veo sonreírme y alzar sus cejas un par de veces como sí
esperara algo de mi parte, entonces recuerdo la pregunta que ella me hizo
sobre ser su mamá y que yo sigo sin responder.

—Soy Luna Rhodes.


Ella me saluda con una mano y sonríe provocando que sus ojos se achinen
hasta casi desaparecer.

—Soy Paulina Montenegro y déjame decirte que tu papá está de camino.

Ella abre mucho los ojos y se sienta un poco más al filo de la silla, por un
momento temo que se vaya a caer, pero después veo cómo se vuelve a
acomodar y recuesta su espalda en el respaldo del asiento.

—Solo vine porque sí no aceptas ser mi mamá me van a separar de mi papá.


Y no quiero dejar a mi papá, él solo me tiene a mí.

¿Cuántos años tiene ella? No se supone que los niños se preocupen por esas
cosas o tengan esa clase de pensamientos, pero cuando se es pequeño y se
viven cierta clase de situaciones, eso nos orilla a crecer antes, preocuparnos
y entender cosas que no deberíamos. Lo digo por experiencia, porque
recuerdo que, desde los cuatro años, cuidaba que mi mamá no se lastimara,
porque sabía que estaba enferma y se hacía daño. Los demás niños no
entendían eso, no comprendían por qué siempre estaba preocupada y
pensando en todo, y yo no los entendía a ellos y su forma despreocupada de
vivir, pensando solo en jugar y esperando que un llanto solucione sus
problemas. Jamás fue así en mi casa, nosotras no podíamos llorar porque
papá nos decía que eso empeoraba la enfermedad de nuestra madre y solo
los perdedores lloraban.

Tal vez por eso nunca me han gustado los niños, porque nunca pude ser una
niña como los demás. Pero no es momento de autoanalizar mis problemas
infantiles, ya tendré tiempo para eso después.

—No puedo ser tu mamá.

—¿Por qué? Estás casada con mi papá.

La veo apretar sus labios y mirar alrededor analizando mi oficina y


deteniéndose en ciertos objetos que llaman su atención. Veo que es una niña
muy curiosa.

¿Todos los niños son así?


—¿Quién te dijo que me casé con tu papá?

Ella mueve su cabeza en mi dirección y me sonríe.

—El tío Will se lo contó a mi tía Astrid, incluso le enseñó unas fotos.

Vaya, vaya, qué chismoso resultó ser mi cuñado y digo cuñado por su casi
relación con Mae, no porque yo me haya casado con Jordán. Dios mío, qué
complicada se ha vuelto mi vida y eso que el año recién está empezando.

—¿Fue idea de tu tío venir aquí?

—Nop, esa fue mi idea porque no quiero que me separen de mi papá. Lo


amo y él me ama a mí. Las personas que se aman no deberían separarse.

Sonrió un poco a ese comentario dulce y lleno optimismo, un comentario


dicho con toda la inocencia que solo un niño puede tener.

—¿Cuántos años tienes?

—Cinco y medio.

Ella levanta su mano derecha en mi dirección y mueve sus dedos de forma


rápida antes de contar cada uno de ellos.

—Suenas muy mayor para tu edad.

—¿Sueno como una niña de seis años?

Me río por su pregunta y ella me sonríe.

—Sí algo así.

—¿Cuántos años tienes tú?

—Cumpliré treinta el veintidós de mayo.

Al decir eso, a mi mente viene el nombre de mi gemela y pienso en que ella


ni siquiera llegó a los treinta, era tan joven y había tantas cosas que quería
hacer y no pudo lograr.

—¿No podrías fingir ser mi mamá?

—Vaya que no te das por vencida.

—Mi papá es abogado, me dijo que nunca debo darme por vencida.

Ella suena muy orgullosa al hablar de su padre, también hay en ella cierta
dulzura y cariño. Me he dado cuenta de que se forman hoyuelos en sus
mejillas cuando sonríe.

—Lo sé.

—¿Cuál es tu trabajo?

—Soy restauradora de arte y de libros.

Ella frunce su nariz y me dice que no me entiende.

—Bueno, ves esa pintura que está ahí. Está vieja y algo dañada, mi trabajo
es hacer que esa pintura vuelva a ser hermosa.

—¿Reparas cosas?

—Es una forma de decirlo.

Ella mira la pintura por un largo rato antes de volver a mirarme.

—¿También reparas personas?

Yo niego con la cabeza, evitando preguntar a quién quiere ella que yo


repare.

—Sí prometo ser una buena niña y no molestar, ¿serias mi mamá?

Su oración me deja un momento en blanco, porque reconozco las palabras y


el contexto en que suele usarse cuándo eres niño y estás con padres a los
cuales no les importas y eso debió sucederle a Luna con su madre, por eso
tiene tanto miedo que la separen de su padre.

Sí prometo ser buena y estar en silencio, ¿me puedo quedar contigo mamá?
—le pregunté a mi madre varias veces cuando tenía la edad de Luna—.
Prometo ser buena, lo juro, mamá, pero no te lastimes.

¿Por qué todos los traumas de mi infancia han decido visitarme de repente?

—No, no es eso, es algo complicado. Tú no tienes la culpa de lo que está


pasando y tampoco deberías estar preocupada por nada de eso.

—Bueno, y ¿quién tiene la culpa?

Esa es una buena pregunta, podría decir que la culpa la tiene la vida por
darle una madre que la dejó en la puerta de un extraño sin ponerse a pensar
un momento si eso era lo mejor. O podría decir que la culpa es de su papá
por dejarla con su abuela sí ya sabía cómo era la mujer. Pero no puedo
decirle en voz alta quienes creo yo que son los culpables de la historia, al
menos no mientras ella me mira con atención y esperanza, como sí creyera
que yo le voy a dar la solución a todos los problemas que existen.

—No siempre hay villanos en las historias.

—En todas las historias hay villanos —me dice Luna—. Solo que al
principio no nos damos cuenta, como en Frozen. Pero al final, los villanos
siempre se muestran como son, igual que lo hizo maléfica cuando se
transformó en dragón.

Por suerte, entiendo todas las referencias que ella me da.

—¿Cuál crees que es el villano de tu historia?

Después de hacer la pregunta, me recuesto sobre el respaldo de mi sillón,


sin entender cómo es que terminé hablando de estas cosas con una niña de
cinco años.

—Mi abuela, y mi papá es el príncipe que me va a rescatar. ¿Sabes quién


eres tú en mi historia?
—No, dime.

—La princesa del cuento.

Es la primera vez que alguien me dice que soy la princesa de un cuento,


porque siempre dicen que soy lo más alejado que hay a una, por mi carácter
directo y sarcástico. También suelen decir que me falta un poco la
prudencia y la compasión de las princesas, y entiendo que Luna lo dice solo
porque no me conoce, si lo hiciera, ella sabría que soy un villano más en su
historia.

La puerta de mi oficina se abre y Jordán entra, escanea la habitación y


suelta un suspiro de alivio cuando ve a Luna. Cuando la niña es consciente
de su presencia, su rostro se ilumina y salta del asiento para correr a los
brazos de su padre.

—Papi, te extrañé mucho, y mira estoy conociendo a tu esposa. Es muy


bonita y amable. Me gusta.

Jordán enarca una ceja en mi dirección y yo me encojo de hombros


mientras intento esconder una sonrisa.

—Le estaba pidiendo que sea mi mamá.

La expresión de Jordán cambia, pone a su hija en el suelo y se agacha con


una pierna apoyada en el suelo, para estar a la altura de la niña.

—Lu, no está bien lo que hiciste. Mi boda con Paulina fue un error, no
debía suceder y ahora lo vamos a solucionar. Pero esas son cosas de
nosotros los adultos, no debes preocuparte por eso.

Luna mira a su padre con un puchero.

—¿Te vas a separar de ella?

—Sí, cariño.

—¿Y me tendré que ir a vivir con la abuela?


Ella suena muy preocupada y también algo asustada.

—No, eso no pasará. No dejaré que eso suceda, ahora despídete de Paulina
y vamos por un postre dónde tía Astrid. ¿Te parece bien eso?

Dioses, es casi irreal para mí ver a Jordán actuar de esa manera, no creo que
haya escuchado ese tono dulce y conciliador antes, tampoco recuerdo ver
ese amor y comprensión en su mirada. Siento que estoy viendo a un Jordán
diferente, uno que jamás esperé ver.

—Lo siento, Paulina, no debí venir a molestar.

—No fue una molestia, aunque no lo creas, me gustó hablar contigo. Y ya


no te preocupes tanto, confía en tu papá.

Para ser la primera vez que interactúe con un niño, no lo hice tan mal. Al
menos tanto la criatura, como yo, seguimos con vida.

Ella se despide con su pequeña mano antes de salir de mi oficina, y Jordán


gesticula una disculpa con sus labios mientras está cerrando la puerta.

—¿Vas a seguir casada o te vas a divorciar?

—¡Dioses Mae! Me asustaste.

A ella parece no importarle que yo esté trabajando o que me haya asustado


y entra en mi oficina como si fuera la de ella.

—Will te lo contó.

—Sí, estaba en mi oficina mientras hablabas con la niña. Apostamos, él


cree que vas a aceptar, yo le dije que no. ¿Qué vas a hacer?

Dejo el pincel a un lado y apagó la lámpara, me quito los guantes y me paro


del banquillo.

—¿Qué crees que debería hacer?


—Pensé que lo tenías bastante claro. ¿Por qué estás dudando ahora? ¿Es por
qué pasaste cinco segundos con la niña? No te agradan los niños.

—No me agradan, pero hay algo que ella dijo que me resultó familiar y no
pude evitar sentirme identificada con la niña. La madre de Luna tampoco la
quería.

Mae no cambia su postura o luce interesada por mi comentario, y en su


rostro, ni un solo músculo se mueve. Es extraordinario el control que ella
tiene sobre su cuerpo y expresiones, la forma en que nunca reacciona a
nada, y siempre parece fría y estoica ante cualquier situación, sin importar
la gravedad de la misma.

Yo siempre bromeo diciendo que ella es la hija de Merlina Adams y Edgar


Allan Poe.

—Hay cientos de miles de niños que no son amados por sus madres, ¿te vas
a sentir identificada con todos ellos?

—En el fondo somos como ellos.

Mae no agrega nada a mis palabras.

—¿Algún consejo hermana mayor?

—Siempre dices que eres la villana, pero este podría ser tu momento para
reescribir la historia y convertirte en la heroína de la historia de alguien
más.

Vaya, no esperé ese comentario por parte de Mae.

—Y no, no son mis palabras, me lo dijo Tracy, le pregunté qué consejo


podría darte, sabía que estarías así.

Sí, eso tiene más sentido porque aquel consejo suena tan Tracy.

—Pero Mae, sí decido ayudarles, deberé fingir ser su mamá y no tengo idea
como ser una.
—No puedes ser peor que su verdadera madre y tampoco tan desinteresada
como la nuestra.

Bueno, en realidad fingir ser madre es lo que menos me preocupa, lo que


realmente me molesta y desagrada en proporciones iguales es el tener que
seguir casada con Jordán, tener que fingir ser su esposa porque eso sí va a
requerir un gran sacrificio monumental de mi parte.

Y ahora que lo pienso, estaría haciendo por él dos cosas de las que siempre
he huido y las cuales aborrezco: estar casada y tener hijos. ¿Cómo es que
justamente él me ha convencido de ambas cosas? Lo de la boda podríamos
decir que fue mi idea, pero el seguir casados es idea de él y que yo tenga
que fingir ser madre de una niña de cinco años, también es culpa de Jordán.

¿Cómo es que Jordán ha logrado poner mi mundo de cabeza de esa manera?


CAPÍTULO 8
Cuando llego al edificio donde vivo, el portero me llama y me entrega una
caja blanca que me hace sonreír porque es de la pastelería de Astrid. Al
entrar a mi apartamento, cierro la puerta con cuidado y camino hasta la
mesa para dejar la caja, me quito mi bolso y abrigo antes de regresar a la
sala.

—Lamento las molestias que te pudo ocasionar Luna. Espero esto pueda
compensarlo.

Termino de leer la pequeña tarjeta que solo está firmada con una simple J, y
abro la caja para ver doce deliciosos rollos de canela.

—Sí él piensa que puede comprar mis disculpas con comida, está en lo
correcto.

Cuando llaman a la puerta, camino abrir con un rollo de canela en mi mano.

—¿Llegué en un mal momento? —me pregunta Atenea mientras me hago a


un lado para dejarla pasar.

—No, para nada, mujer. ¿Qué te trae por mi humilde hogar?

Atenea se quita el bolso que trae cruzado sobre su pecho y deja su abrigo
sobre el respaldo de mi sofá.

—Vine a despedirme, mi vuelo sale mañana por la mañana. Miguel me va a


llevar.

—¿Ya te vas? Tan pronto, creí que venías por más tiempo.

Entre todas mis primas, siempre he sido más cercana a Atenea, es ella la
primera persona, después de Mae, que llamé cuando encontré el cuerpo de
mi hermana.

—En realidad, me tomé más tiempo del que debería, Paulina.


Ella estira sus brazos y antes de acercarse me pregunta con la mirada si
puede hacerlo, yo solo doy un leve asentamiento y también me acerco a ella
para abrazarla con fuerza, a pesar de que no me gustan los abrazos, pero
este se siente tan necesario.

—¿Hablaste con Raymond?

—Bonita forma de desviar el tema que sabes que quiero hablar, pero sí,
hablé con él. Fue más difícil de lo que pensé y. . Rompí su corazón, Ray
dijo que estaba bien porque él rompió el mío primero. Aunque yo no creo
que funcione así.

Le pregunto si quiere algo de beber y ella me pide un té.

—Dijo que también iba a seguir adelante, le dije que es lo mejor. Las cosas
terminaron de forma tensa entre nosotros.

Es casi lamentable como sucedió su historia de amor. Primero, Atenea


estaba enamorada de él, y Raymond no estaba enamorado de Atenea,
después se separaron, y Atenea ya no está enamorada de Ray, pero él ahora
está enamorado de ella.

—Él necesita tiempo para asimilar lo sucedido, aunque no sé si al final de


todo, su amistad pueda sobrevivir.

—Esa también es mi preocupación, pero sea como sean las cosas, Raymond
siempre será una persona importante para mí.

Cuando le entrego su taza de té, ella recuesta su cadera contra la encimera


de granito y le da un suave sorbo sin dejar de mirarme.

—Y bueno, Paulina, ¿tú, cómo estás? ¿Debería empezar a llamarte señora


Rhodes?

—¿Quién te contó?

—Will.
Will sí que no pierden el tiempo para repartir una información, me siento
tentada a revisar el periódico o encender la televisión para verificar sí la
noticia de mi boda no está en esos medios de comunicación.

—No voy a hacerlo, mañana firmaré la anulación y todo estará terminado.

Atenea, sé que estoy siendo mala y egoísta, pero no me importa. No soy una
esposa y mucho menos una madre, y tampoco quiero serlo.

—Nadie te está juzgando, Pau. Estás en todo tu derecho a negarte sí no


quieres.

Ni siquiera sé por qué doy explicaciones sobre mis decisiones, no debería


hacerlo.

—Ella dijo que soy una princesa.

—¿Quién dijo eso?

—Luna, la hija de Jordán.

—¿No quisiste decir tu hijastra? Porque sigues casada con Jordán y eso te
vuelve su madre adoptiva por extensión.

No puedo recordar porque hace un momento no quería que se fuera, porque


ahora, yo misma tengo ganas de subirla en un avión de ida y sin retorno.

—Y debo decir que, aunque no la conozco, me agrada Luna porque tiene


razón, eres una princesa, mucho mejor que el típico estereotipo que nos han
vendido por décadas.

A Atenea por momentos la quiero mandar lejos y por otros momentos no


quiero que se vaya.

—Te voy a extrañar mucho, Ate.

—Sabes que puedes llamarme en cualquier momento, sin importar la hora.


Cuando ella se va, me baño, ceno algo ligero y me dedico un poco a mi
trabajo.

Esa noche, cuando me voy a dormir, solo para tener la peor noche sin sueño
que no he tenido en mucho tiempo. Sueño con obsidiana, granito y
diamantes negros.

—Pensé que no llegarías —me dice Jordán cuando llego a su bufete de


abogados para firmar la anulación.

—Había tráfico.

Eso es una mentira, tarde más tiempo de lo normal maquillándome para


tratar de ocultar las ojeras que tengo por no poder dormir. Creo que se debe
algún tipo de cargo de conciencia y eso es extraño porque no recuerdo
experimentar algo así antes, porque siempre tomo decisiones egoístas y sigo
mi vida como si nada, y ese era un rasgo que me encantaba de mí. Pero,
¿qué me está pasando ahora?

—Yo ya firmé los papeles, solo hace falta tu firma y todo estará
solucionado.

Evito que mis ojos se enfoquen en Jordán porque al hacerlo, a mi mente


viene Luna y la forma llena de esperanza con la que me miró anoche.

Muerdo mi labio inferior para evitar preguntar por la niña, porque no me


debe importar. Me digo mentalmente que ni siquiera me gustan los niños.

—Bien, terminemos con esto.

Cuando entramos en la oficina de su colega, Jordán me presenta a Max,


quien será nuestro abogado para este trámite. Max es jovial y parece con
mucha actitud para ser tan temprano en la mañana.

—Solo debes firmar aquí y todo estará listo —me dice Max mientras me
entrega un bolígrafo negro con rayas doradas.

Yo me inclino hacia delante, tomo la hoja y la reviso con atención antes de


acercar el bolígrafo para firmar.
¿Si prometo portarme bien, serás mi mamá?

Esa triste pregunta por parte de Luna, me hizo pensar en todas las veces que
Andrea y yo le hicimos la misma pregunta a nuestra madre.

Suelto el bolígrafo y alejo los papeles antes de levantarme.

—No lo haré, no firmaré.

—¿Qué?

—Como escuchaste, cielito lindo, estaremos juntos por un tiempo


indefinido.

Él da un paso hacia mí.

—¿Estás segura de lo que estás haciendo?

Realmente no, pero la mayoría de las decisiones de mi vida las tomo por
impulso.

—De lo único que estoy segura, es que no te vas a librar de mí con tanta
facilidad.

Y que pase lo que tenga que pasar.

—Eso está suena bien para mí.

No hablamos por el resto del día, hasta que, finalizando mi jornada laboral,
me llega un mensaje de Jordán, preguntándome si me puedo reunir con él.
En el mensaje me dice que yo escoja el lugar, por instinto le iba a contestar
que no, pero entonces recordé que tengo cosas que hablar con él y me
maldigo por ser una buena persona, porque sí hubiera sido como
normalmente soy, no estaría pasando por esto.

Y esa es la razón por la que no me gusta hacer cosas buenas.

Trato de pensar en un buen lugar, porque sí voy a tener que pasar mi tiempo
con Jordán, al menos lo voy a hacer en un restaurante que me guste, y por
supuesto que él va a tener que pagar.

—Por un momento pensé que no llegarías —me dice él cuando llego a la


mesa.

Él se levanta para ayudarme con la silla y yo le agradezco, mientras le digo


que no se moleste, que yo puedo hacerlo y que no necesitamos ser
falsamente cordiales cuando solo estamos los dos.

—Necesitamos reglas —le digo después que hemos realizado nuestro


pedido.

A mí me gustan las reglas, establecer parámetros y determinar expectativas,


de esa manera puedo controlar la situación y determinar los posibles daños
y riesgos de la misma. Y es algo extraño que me guste hacer eso, más que
nada porque mis decisiones suelen ser muy imprudentes, pero después que
he tomado mis malas decisiones, suele ser muy cautelosa con lo que hago a
continuación.

Especialmente si se trata de dejar entrar nuevas personas en mi vida.

—¿Por qué necesitamos reglas? ¿Y qué clase de reglas exactamente estás


hablando?

Él suena cauteloso, como si temiera que yo salga con alguna clase de


locura. No lo culpo.

—Por supuesto que necesitamos reglas, porque si estamos haciendo está


locura, al menos debemos buscar una forma de mitigar los males que vamos
a ocasionar en la vida del otro. ¿No te parece?

Él murmura de acuerdo conmigo y dejamos de hablar cuando el camarero


regresa con lo que hemos pedido.

—¿Vas a alimentar a todos los presentes? ¿Cómo puedes comer tanto?

—Así, mira —le respondo a Jordán antes de picar un ravioli y llevarlo a mi


boca.
Él intenta tomar un pan de ajo y yo lo golpeó en la mano.

—Oye, ¿por qué me pegas?

—Regla uno de convivencia, nunca tomes mi comida. ¿Te quedó claro?

Él no dice nada y frunce sus cejas a tal punto que casi parecen tocarse.

—¿Me vas a golpear cada vez que digas una regla?

—No, ¿qué clase de persona crees que soy? —lo veo levantar la mano y
abrir los labios. Yo lo detengo antes que empiece a hablar—. Olvida lo que
dije.

Él no parece confiar en mí.

—Solo voy a señalar que esto podría considerarse abuso conyugal.

—Deja el drama Jordán y gracias a ese comentario, ahora sí quiero


golpearte.

Comemos en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos,


analizando a nuestra propia manera, como podríamos sobrevivir con los
mínimos daños, a esta situación en la que nos vamos a sumergir.

—No sé cómo podríamos hacer que esto funcione.

—Debo hacer que funcione, la felicidad de mi hija está en juego y no hay


nada más importante para mí que eso, por esa razón, quiero preguntarte sí
estás segura de hacer esto, porque sí dices que no, lo entenderé. Pero sí
decides seguir adelante, necesito saber que te vas a comprometer con la
situación.

Lo pienso, me tomo mi momento para estudiar la situación de por sí difícil,


más que nada porque yo soy una persona muy complicada en diferentes
temas. A veces ni yo me soporto, ¿cómo podría soportar a alguien más? Y
no es solo fingir un matrimonio, también está lo de fingir ser madre cuando
yo no tengo ni idea de cómo ser una, ni siquiera puedo pensar en mi madre
como punto de referencia.
—Sí aceptas seguir con esto. Debemos aprender a confiar el uno en el otro.

No puedo evitar reírme, es una risa hueca y vacía la que sale de mis labios.
Y sí Jordán lo nota, no lo demuestra.

—Como si fuera algo tan fácil. Para mí, la confianza es. . Solo sé que
cuando hay confianza, las cosas siempre termina mal para uno de los
involucrados, casi igual que sucede en el amor. Por algo la confianza y el
amor van de la mano.

Para mí, las mentiras y los engaños son mi terreno seguro, pero no le
comento eso. Tampoco le digo que soy buena ocultando cosas a los demás,
y que, aunque suene descabellado, con él, es lo más cerca que estado de
confiar en alguien nuevo en mucho tiempo. Puede que se deba a qué los dos
siempre hemos sido claros con las intenciones que tenemos respecto al otro.

—Jordán, nos hemos odiado por casi tres años, no vamos a tirar ese odio de
un momento a otro, y tampoco podemos pasar de odiarnos a confiar en el
otro.

—Pero tampoco podemos seguir en guerra, lo mejor será que hagamos un


alto al fuego y tengamos una tregua. ¿Te parece bien?

No es como si tengamos muchas opciones al respecto.

—Sí, me parece bien. ¿Qué otros temas vamos a tratar?

—Debemos hablar de la historia que vamos a contar, de tu mudanza y. .

Yo lo detengo cuando él termina de decir la palabra mudanza.

—¿Mudanza? ¿Dónde se supone que me voy a mudar?

—A mi casa.

Yo me empiezo a reír porque creo que es una broma, una forma de


molestarme, pero mi risa se va apagando poco a poco cuando me doy
cuenta de que Jordán habla muy en serio respecto a la mudanza. ¿Acaso él
se volvió loco?
—No me voy a mudar contigo, eso no está en discusión. No, en absoluto,
no hay forma que yo me vaya a vivir con alguien más. ¿Sabes cuándo fue la
última vez que compartí vivienda? Cuando vivía con mi padre.

—¿No vivías con tu exnovio?

—No, porque yo soy muy quisquillosa respecto a mi espacio personal y a


mis cosas. Imagínate que sí no vivía con él, ¿cómo crees que me voy a
mudar contigo?

No voy a hacer eso.

La sola idea de compartir vivienda provoca que mi garganta se seque y


estiro mi mano para agarrar la copa de vino y darle un ligero sorbo.

—Paulina, estamos casados, no puedes vivir tú en tu casa y yo en la mía.

—Sí, podemos. Podríamos decir que somos un matrimonio moderno.

Veo la postura que el adoptado y yo cuadro los hombros antes de dejar la


copa sobre la mesa.

—Cinco noches.

Así que hemos entrado en terreno de negociaciones, justo lo que me faltaba.

—Tengo una contraoferta para ti. . Ninguna.

—Cuatro.

—Cero, ¿qué dice el público? Cero, cero y cero.

Pero Jordán no tiene cara que vaya a ceder.

—Tres noches, diremos que lo hacemos para que Luna se adapte a los
cambios.

¿Por qué Jordán tiene que ser abogado? Al menos agradezco que no sea
psicólogo. Me preguntó si él y yo nos hubiéramos conocido de haber él
escogido otra profesión.

—¿Tres noches? ¿Estás loco? No va a funcionar, me vas a querer echar de


tu casa la primera noche y yo voy a huir a mi casa en la madrugada de la
misma noche.

Acabo de darme cuenta de que él y yo no podemos mantener una


conversación sin terminar peleando, ¿cómo se supone que vamos a fingir
que nos queremos?

Ni siquiera nos hemos tocado y la idea que él me toque me produce arcadas,


y no solo porque es Jordán, en general no me gusta que me toquen. Tardé
cuatro meses en sentirme cómoda con las muestras de afecto de Milo y las
cosas con Gideon funcionan porque no está tocándome todo el tiempo y lo
veo cada quince días y a veces más tiempo que eso, lo cual me gusta.

—¿Podemos al menos intentar una tregua?

Él intenta evitar que el cansancio se filtre en su voz, pero no lo consigue del


todo.

Comprendo, pese a que él no me agrada, la dura situación que está viviendo


y me permito sentiré cierto grado de empatía por Jordán.

—Sí, podemos intentarlo.

—¿Te quedarás tres noches en mi casa?

—Bien, pero cuando esté ahí, nos vamos a ignorar. Además, debes hablar
con Luna y explicarle que esto no es un matrimonio real. No quiero que se
cree historias en su cabeza.

No quiero que la niña empiece a pensar que vamos a ser una perfecta
familia feliz y que el arcoíris va a salir. Porque no hay nada peor que
hacernos ilusiones sobre algo, y ver cómo mueren frente a nosotros.

—No te preocupes por eso, ella entenderá.


Cuando terminamos de comer, yo le digo que no nos podemos ir sin comer
el postre, que eso se considera pecado.

Jordán no pide postre y yo decido pedir por él, mientras seguimos hablando
de otros temas respecto a este matrimonio forzado por circunstancias
extrañas.

—¿No te enfermas por comer tanto dulce?

—No, cielito lindo.

—¿Quién de los dos empezó con el apodo?

Yo lo pienso por un momento antes de responder.

—Fuiste tú.

Jordán niega con la cabeza.

—No, creo fuiste tú Paulina.

—¿Qué? Claro que no, ya te dije, fuiste tú.

Ambos nos sostenemos la mirada por un largo momento.

—¿Crees que alguna vez vamos a estar de acuerdo en algo, Paulina?

—Bueno, estamos de acuerdo en que nos odiamos.

—Claro, no hay nada mejor que un matrimonio basado en odio mutuo.

Cómo si entre nosotros pudiera existir algo más que odio, porque antes que
yo empiece a sentir por Jordán algo más que odio y desagrado, el cielo arde
en llamas.

—No sé de qué te quejas, Jordán, te recuerdo que te ibas a casar con alguien
que no te amaba.
—Pero al menos no nos odiamos y ella sería más comprensible en esta
situación.

Creo que Jordán ha mencionado el nombre de ella antes, pero justo ahora
no lo recuerdo y tampoco me interesa, porque sí su ex prometida es tan
perfecta, ¿por qué no se va con ella?

—Todavía que te estoy haciendo un favor vienes de exquisito.

Él al menos tiene la decencia de lucir algo apenado.

—Tienes razón, me disculpo por mi actitud.

—¿Siempre eres así?

—¿Así cómo?

—Tan formal.

Le doy el último sorbo a mi copa y lo miro por encima de la misma


esperando a que él responda.

—La mayor parte del tiempo, sí.

Le sonrió casi de forma involuntaria y cuando me doy cuenta de que lo


estoy haciendo, frunzo mis labios y dejo la copa vacía sobre la mesa para
poder sentarme recta.

—Por cierto, vamos a dejar que mi tía nos organice una fiesta, no me gusta
la idea, pero a mi padre le gustará mucho menos y es una buena forma de
fastidiarlo un poco.

—Bien, ¿hay algo más que debamos hablar?

—Por ahora, creo que no.

—Solo nos falta un pequeño detalle.


Yo lo miro confundida y veo como saca dos argollas de oro negro, sencillas
y elegantes.

—Creí que te gustarían más que las argollas convencionales.

Tomo la argolla que él me está ofreciendo y veo que tiene una cadena
plateada para que yo la pueda llevar alrededor de mi cuello.

—Me gusta, dime algo Jordán, ¿te salió humo del cerebro al pensar en esto?

Veo cómo él se coloca su propia cadena alrededor de su cuello y yo procedo


hacer lo mismo, y de alguna manera, todo esto se siente aún más simbólico
que los anillos de regaliz que intercambiamos en las Vegas estando
borrachos.

—Bueno es oficial, estamos casados y que el universo nos ampare, porque


vamos a seguir así.

—Hasta que la mentira nos separe, Paulina.

—O el odio me haga matarte, Jordán.


CAPÍTULO 9
Me toma casi media hora armarme de valor suficiente para poder bajar del
auto, me toma otro par de minutos empezar a caminar, y es igual cada vez
que vengo a este terrible lugar. El tiempo no lo ha hecho más sencillo o
llevadero, a pesar de que eso fue lo que todos me dijeron. La tristeza y la
nostalgia siguen en mi pecho y sigo sin saber cómo aprender a lidiar con
ellos. Siento como si el dolor se expandiera con cada respiración, poco a
poco, hasta cubrir todo mi cuerpo, convirtiéndome en un ser de dolor, piel y
huesos.

—Hola, hermana.

Me inclino para dejar el ramo de rosas que traje para ella, a pesar de que yo
nunca le he encontrado sentido a este tipo de cosas, sé que a ella le hubiera
gustado.

—Tengo tantas cosas que contarte que ni siquiera sé por dónde empezar.
¿Sabes cuál fue la última locura que hice? Me casé en las Vegas, así como
lo escuchas, yo Paulina Montenegro, me casé, y a qué no adivinas con
quién. Créeme, no te va a gustar la respuesta. Me casé con Jordán.

Nunca me he repuesto por la muerte de mi hermana, más que nada porque


ella no murió por un accidente o una enfermedad, lo que duele y provoca
este ardor en mi pecho, es saber que ella se suicidó y no es que lo hizo
porque no quería vivir, como algunos piensan. Andrea quería vivir, pero no
sabía cómo y tenía tanto miedo, que optó por suicidarse antes que
enfrentarse a los demonios que la atormentaban, y no la culpo, me culpo a
mí y es ahí donde está la razón por la que me cuesta dejarla ir y seguir sin
ella. Siento que yo debí darme cuenta, que debí hacer algo, que las cosas
hubieran sido diferentes sí yo lo hubiera notado.

—No te preocupes, aún lo odio, me casé porque estaba borracha y sabes


que tomo decisiones estúpidas cuando bebo de más. Y ahora debo seguir
casada porque él tiene una hija, Luna, creo que ella te hubiera agradado.
Tiene cinco años, pero es muy inteligente para su edad. Me agrada.
Anoche, antes de irme a dormir, me quedé acostada mirando el techo y
pensando que hubiera dicha o hecho Andrea sí ella estuviera viva.

Dioses, la extraño tanto. ¿Algún día dejaré de extrañarla? ¿Algún día dejará
de doler?

—La tía Beatriz nos está organizando una fiesta, ya sabes cómo es ella.
Papá no ha dejado de llamarme y dejarme mensajes, que yo borro antes de
abrir. No me interesa lo que él tenga que decir.

Para mí no importa mucho lo que digan los demás, mi padre es en parte


culpable de lo que le sucedió a mi hermana.

—Hoy cuando me desperté, tomé el teléfono para llamarte y contarte el


extraño sueño que tuve y me quedé en mitad del camino, porque recordé
que no importa cuántas veces te llamé, tú no vas a contestar y eso me dolió
mucho, y me hizo pensar que todo es tan diferente desde que tú no estás.
Nada se siente bien, nada se siente. . Andre, hay momentos dónde no siento
nada y solo quiero verte, aunque sea por cinco minutos. ¿Puedes venir, por
favor? Solo por cinco minutos, es que te extraño mucho.

Estoy tan adoctrinada a no mostrar cómo me siento en lugares públicos o


frente a otras personas, que incluso ahora, las lágrimas se rehúsan a salir, a
pesar de que arden en mis ojos, no se derraman.

Cuando me despido de mi hermana y regreso al auto, me quedo sentada


tratando de controlar mis emociones, antes de empezar a conducir hasta la
pastelería de Astrid.

—¿Me estabas esperando?

Me quito las gafas y las coloco sobre el escote de mi blusa.

—Tal vez estaba aquí por casualidad.

Cuando lo escucho, intento recordar que fue lo último que nos dijimos,
cuáles fueron nuestras palabras exactas, pero no importa, sus miradas
mudas no se deben a nuestra última conversación, a la traición de aquella
noche, las miradas que Milo me está dando, se debe a la noticia de mi boda.

—No, tú me estabas esperando.

—Sí, esperaba por ti. ¿Podemos hablar?

Le digo que sí, pero que no hablemos aquí. Podría sugerir mi apartamento,
pero hay demasiados recuerdos de los dos en ese lugar, y no todos son
buenos.

Tampoco creo que él quiera llevarme a su casa, dónde se encuentra su


esposa.

—Vamos a la playa —le sugiero, porque la playa es un terreno neutral.

Él mira a la nada por un momento antes de asentir y dirigirse hasta su auto.

El camino hasta la playa se vuelve largo y un poco tedioso, cargado de


ansiedad por la conversación que vendrá y de la cual, ya se hacia dónde
estará dirigida y más o menos como va a terminar.

Yo llego a la playa antes que él, tal vez por mi forma alocada de conducir o
porque Milo ha decidido tomar el camino largo para llegar hasta aquí.

—Estás casada. —Milo suena dolido y yo no lo culpo.

Nosotros no terminamos porque nos dejamos de querer, terminamos porque


él me pidió matrimonio y yo dije que no, porque eso no es lo mío. Después
hablamos y llegamos a la conclusión que lo mejor para ambos sería
separarnos y encontrar una persona que nos pueda dar aquello que el otro
no puede.

Milo parece haber encontrado eso en su esposa.

—Siempre dijiste que estar casada no era lo tuyo y ahora lo estás. ¿Por qué
con él? Y lamento sí mi pregunta te molesta o incomoda, pero necesito
saberlo. ¿Qué tiene él que no tenga yo?
Antes de Milo, yo creía que era absurdo como las personas se mentían entre
ellas creyendo que el amor de pareja existe y que ellos son la excepción y
no la regla, y que iban a estar juntos por siempre. Yo creía que estar
enamorado era absurdo porque tuve asiendo de primera fila para ver cómo
el matrimonio de mis padres iba colapsando, vi las heridas que dejaba su
"amor" escuché las peleas y gritos, presencié como su relación se terminaba
y aquel amor eterno que se supone se tenían, no era más que un recuerdo de
los ingenuos que a veces podemos ser.

Después de ver cómo era el matrimonio de mis padres y que todo terminó
con mi madre lanzándose de la terraza de nuestra casa, yo me prometí
jamás pasar por eso.

¿Por qué casarme sí el matrimonio solo parece sacar lo peor de cada


persona? Sí solo parece desgastar una relación hasta que dos personas están
juntas por costumbre y no por amor. Me dije, no gracias, eso no es para mí
y decidí vivir mi vida con relaciones casuales y sin dramas, hasta que
conocí a Milo.

—No es así, Milo. Confía en mí, esto no es lo que parece.

Aunque tampoco puedo decirle que exactamente es.

—Quería reprocharte el que yo haya intentado cambiar ciertas cosas de mí


para complacerte a ti, pero tú también intentaste cambiar cosas de ti para
agradarme a mí. Ambos intentábamos cambiar para hacer feliz al otro y eso
está mal porque lo que intentamos cambiar no eran defectos, si no parte de
quienes somos, Paulina y tú eres absolutamente asombrosa tal y como eres,
no deberías cambiar nada o apagar partes de ti solo porque ciegan a otros. Y
yo debí ver eso cuando estaba contigo, debí entender que no querías casarte
y darme cuenta de que no lo necesitábamos, porque lo único que necesitaba
para ser feliz era a ti. Todo lo demás, sobraba.

Lo que me está diciendo él ahora, es justo lo que yo quería que me diga esa
noche, después que me pidió matrimonio y pusimos las cartas sobre la mesa
en lo concerniente a nuestra relación. Pero Milo dijo que quería casarse, que
era su sueño y yo, en todo lo egoísta que soy, pensé en el dicho de dejar
libre a alguien si uno lo ama. Creía que lo que hacía estaba bien, porque, de
todas formas, Milo iba a regresar. Yo lo dejé ir creyendo que al estar lejos se
iba a dar cuenta de que no necesitamos un estúpido papel que certifiqué
nuestros sentimientos. Lo dejé ir esa noche con la esperanza que él iba a
regresar y que, de alguna manera, íbamos a tener una segunda oportunidad
y las cosas iban a funcionar.

Desearía no haber tenido esperanzas de nada, y también desearía haber


apreciado más el tiempo que pasé con Milo.

—Porque es así, ¿cierto? La razón por la que buscamos amor es para


encontrar alguien que nos haga feliz y yo era muy feliz contigo.

Yo también era muy feliz con él, pero no podía mantenerlo a mi lado
sabiendo que podría existir alguien ahí afuera, que lo ame como yo y que le
dé aquello que yo no puedo. Y al final fue lo mejor, porque sí logró
encontrar a esa persona.

—A veces, mi querido Milo, hay cosas más importantes que ser feliz.

Milo levanta la mirada del agua y fija sus ojos en mi rostro, recorriendo con
la mirada cada centímetro de mi cara hasta detenerse en mis ojos grises.

—¿Realmente piensas eso? Porque recuerdo que siempre has querido ser
feliz, más que nada en el mundo.

Eso era otra época, una dónde no había tantas heridas abiertas y ser feliz
sonaba sencillo.

—¿Te parezco infeliz ahora?

Él me estudia atentamente antes de responder.

—Un poco, luces como una persona a la cual le vendría bien un amigo.

Él deja de mirarme y yo aparto la mirada de Milo, prefiriendo observar el


mar que ruge de forma suave al chocar contra las rocas de la orilla. Junto a
Milo, me permito tomarte un pequeño indulto, antes que todo se calme y
dejen de existir estos agobiantes susurros en mi mente. El último indulto
antes de dejar de tener huracán de dolor dentro de mi cuerpo. Porque
incluso yo, necesito un pequeño indulto antes de continuar.

—Paulina, quiero disculparme contigo, por la forma que te traté la última


vez que hablamos, por las cosas que te dije, y quiero que sepas qué a pesar
de cómo resultó nuestra historia, conocerte y el tiempo que pasamos juntos,
es algo que nunca cambiaría.

Sonrió, porque Milo siempre ha sido así, dulce y bondadoso, un soñador


que se empeña en ver lo mejor en cada situación, que siempre vio lo mejor
en mí a pesar de que en ese sentido no hay mucho que ver.

—Gracias por todo, Milo. Espero que seas muy feliz, porque lo mereces.

No le digo que le quiero o que siempre va a tener un espacio en mi corazón,


no soy ese tipo de persona, por eso solo le digo palabras de despedidas
genéricas y en mi mente agrego que, siempre, sin importar lo que pase
después, Milo será la primera persona por la que decidí hacer algo ridículo
en público.

Nos despedimos y estamos a punto de alejarnos cuando él grita mi nombre.

—Tú siempre tienes apagado el corazón y encendido el cerebro, deberías


intentar tener los dos encendidos al mismo tiempo. Y recuerda Paulina, que
hay muchas formas de ser feliz, pero ninguna tan permanente y satisfactoria
como la felicidad que uno encuentra en el amor.

Milo se acerca a mí y pone una mano en mi mejilla para sostener mi rostro


antes de inclinarse y depositar un beso en mi frente en señal de despedida
porque este es nuestro adiós.

—Disfrutamos juntos de un hermoso, pero muy corto viaje y


lamentablemente, esto es lo más lejos que pudimos llegar. Solo me queda
desearte lo mejor, y que intentes ser feliz, lo mereces, aunque a veces
sientas que no es así. Adiós, Paulina.

—Adiós, Milo.
Cuando llego a la pastelería de Astrid, ella no está, pero si Will, quien me
saluda con entusiasmo, como si llevara años sin verme.

—Miren a quien tenemos aquí, si no es nada más y nada menos que mi


cuñada favorita.

—Soy tu única cuñada.

—Y eres la mejor.

Él no hace el intento de saludarme con un beso porque sabe que es algo que
no me gusta y, Will, al pasar tiempo con Maeve, se acostumbra a esas
rarezas de nuestra parte.

—¿No vas a preguntar cómo está tu esposo?

Él levanta las cejas de forma sugerente y me recuerda un poco a Luna.

Jordán y yo no hemos hablado por más de una semana, porque después que
cenamos, yo recibí una llamada de un colega que solicitaba mi ayuda para
la valoración de una obra que llegó a un museo de New York, por lo cual yo
viajé al día siguiente y recién llegué de mi viaje hace dos días.

—No, porque no me interesa.

—Mi hermano tiene tanta suerte de tenerte.

Después de pagar mi orden me giro hacia él y le piñizco el brazo.

—Estoy seguro de que me merezco eso, pero, ¿me puedes decir por qué?

—Por andar de chismoso, y por la jugada de llevar a Luna a mi oficina.

Él soba su brazo e intenta ocultar una sonrisa, pero al final rinde y me


sonríe abiertamente.

—No me arrepiento, cuñis. Lo hice porque amo a mi sobrina y hablando de


Luna,
¿quieres acompañarme a recogerla del Kínder? Iremos por un helado.

—¿Por qué ustedes creen que me pueden comprar con dulces?

—¿No quieres venir?

—Sí iré, pero me ofende muchísimo. . y mi helado será triple.

Yo lo sigo en mi auto, lo hago más que nada porque Jordán dijo que sería
buena idea si yo empezara a fingir que me importa Luna. Atenea me dijo lo
mismo cuando la llamé pidiendo un consejo.

—A Luna solo la pueden recoger personas que Jordán autorizado y, aparte


de Jordán, solo Astrid y mi persona estamos autorizados.

Me va explicando Will cuando llegamos a la escuela donde estudia Luna.

—¿No crees que ella se molestará por qué yo estoy aquí?

Will niega con la cabeza.

—¿Bromeas? Luna te adora.

—No me conoce.

—Jordán dijo que justamente esa es la razón por la que ella te adora.

Will me hace una seña para que espere mientras él se dirige a buscar a
Luna. No tarda mucho, cuando están regresando y la niña me ve, suelta la
mano de su tío y corre hacia mí. Yo la miro sin saber qué hacer o con cierto
temor que me vaya a atacar, porque realmente no sé cómo actúan los niños.
Pero ella me sonríe y estira sus brazos hacia mí y yo me inclino para
tomarla entre mis brazos con cierta duda y precaución.

Cuando la tengo entre mis brazos ella pone sus manos en mi cuello y me
abraza, mi instinto me grita que la suelte y me aleje, no solo porque ella está
abrazándome, algo que no me gusta de parte de personas desconocidas, sino
también, porque es una niña y no me agradan los niños.
Mi mente grita, ¡Tenemos un 33-12!

—No sabía que te emocionaba tanto verme.

—Sí, le dije a mi papá que te invitará a nuestra fiesta de pijamas, pero dijo
que estabas de viaje.

—No importa Lu —interviene Will—, ya Paulina se va a mudar a tu casa y


tendrá fiesta de pijamas con tu papá todos los días.

Yo le dedicó una mirada a Will que le quita la sonrisa de la cara y lo hace


retroceder con las manos en alto, como en señal de rendición.

—¿Nosotras también podemos tener una fiesta de pijamas?

—Sí, por supuesto que sí. Ahora vamos, tu tío prometió llevarnos por un
helado.

Bajo a la niña de mis brazos y ella me da un beso en la mejilla antes de


tomar la mano de su tío.

Cuando llegamos a la heladería, Luna toma mi mano mientras da pequeños


saltos al pensar en la combinación perfecta de helado y yo le digo que la
entiendo, que escoger los sabores correctos es algo muy importante. Will a
nuestro lado, nos dice que es solo helado y yo le digo que él no sabe nada.
Al terminar de pagar nuestros helados, Will me dice que Jordán se va a
reunir con nosotros y solo unos minutos después, él entra en la heladería y
su rostro se ilumina al ver a su hija, pasa algo similar con la cara de Luna.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

Asiento en dirección hacia Luna y ella me dedica una sonrisa antes de


hablar.

—¿Crees que mi papá es guapo?

Veo cómo Will tose para ocultar su risa y pone los codos sobre la mesa para
mirarme atento y me alienta a responder.
—Sí, cuñis, dinos, ¿crees que mi hermano es guapo?

Mis ojos van hacia Will y después hacia Jordán, que me sostiene la mirada
casi de forma desafiante y por último miro a Luna.

—Bueno, para muchas mujeres y algunos hombres, tu papá podría ser


considerado como un hombre atractivo.

—Pero yo no quiero saber sobre otros, quiero saber sí tú crees que mi papá
es guapo —me dice ella haciendo énfasis en tú—. Y no se vale mentir,
porque las mentiras son malas.

¿Por qué me pasan estas cosas a mí?

Y el idiota de Jordán en lugar de intervenir me sostiene la mirada esperando


a que yo responda.

—Sí, creo que es guapo.

Y también creo que es un idiota ególatra, al que me arrepiento de ayudar.

—Bien, porque mi papá también cree que eres hermosa.

Una sonrisa automática aparece en mis labios.

—¿Él dijo eso?

—Sí, dijo que eras hermosa, inteligente y que a veces eres divertida.
También dijo. .

Pero Jordán no deja que su hija continúe hablando y pone una cuchara de
helado en su boca.

—Termina tu helado, Lu o se va a derretir —le dice Jordán a su hija.

La postura de Jordán cambia, pero no me esquiva la mirada. Will se ríe y


palmea la espalda de su hermano.
—Apuesto que su fiesta de pijama va a ser muy interesante —nos dice Will
antes de guiñarnos un ojo.

Miro a Jordán y niego con la cabeza, porque como he dicho antes, el


infierno se congela y el cielo arde en llamas, antes que yo sienta por Jordán,
algo más que odio.
CAPÍTULO 10
—¿No es muy temprano para beber? —me pregunta Miguel mientras me
entrega mi taza de café.

Yo no lo miro mientras tomo la taza de café y le agradezco, dándole un


ligero sorbo, para poder saborear el café combinado con un poco de whisky.

Este no es mi pedido habitual de café, pero siempre que tengo que ir a esas
reuniones de apoyo para quienes han perdido a un ser querido, a las que mi
terapeuta me obliga a ir, necesito beber algo más que solo café, pero como
es un poco antes del mediodía de un sábado, que mejor que tomar café con
un poco de whisky. Cómo dice el dicho, una vez al año, no hace daño.

—Es la hora adecuada en alguna parte de la tierra y como todos vivimos en


la misma tierra, también es la hora adecuada para mí.

Veo cómo Miguel le guiña el ojo a una mujer, que pasa junto a nosotros en
la acera, paseando a su perro.

—¿Podrías dejar de coquetear por cinco segundos?

—Por supuesto que puedo, la cuestión es que no quiero. Ahora quita esa
mala actitud y dime para qué me llamaste.

—Necesito ir de compras, mañana es la fiesta y no tengo nada que ponerme


y soy la anfitriona, o algo así.

Mi tía Beatriz decidió organizar un Bruch dominical para la familia y


algunos conocidos, una reunión informal y agradable para celebrar mi
matrimonio, me dijo que yo disfrutaría más de esa manera y no se equivoca
mucho. Aunque a mí me gusta ser el centro de atención, prefiero no serlo en
este caso dónde me preguntan por mi matrimonio y ese tipo de cosas de las
que prefiero evitar hablar.

—¿Me llamaste para ir de compras? Paulina, no. Llama a alguien más.


—¿A quién? ¿Mae? Ella solo utiliza ropa negra de la época de mil
ochocientos y Tracy me daría el discurso meloso del amor y el matrimonio
que no estoy de humor para escuchar. Tú eres mi mejor opción y te tienes
que aguantar.

Miguel resopla un par de veces y dice que es en estos momentos dónde


extraña Atenea. Y sí, pero también son en estos momentos dónde yo
extraño a mi

hermana, porque sí ella estuviera aquí, ya estaríamos de tienda en tienda,


escogiendo ropa y modelando los diversos conjuntos.

—¿Cómo te fue hoy?

La pregunta de Miguel me saca de mis pensamientos y lo miro de reojo


antes de responder.

—Sigo sin ver progreso, ni siquiera sé por qué voy.

—Creo que verías un progreso si hablaras en las reuniones y no solo te


quedarás ahí sentada pensando en cuanto odias estar en ese lugar.

Sí, tal vez Miguel tenga razón en eso.

—Lo estoy intentando.

—No, dices que lo estás haciendo, es diferente. Sientes que, si aprendes a


dejar ir el dolor que te provocó la pérdida de Andrea, es igual a dejarla ir a
ella. Pero debes saber que no es así.

Él me da esa mirada que me dice, sabes que tengo razón Paulina, y sonríe
antes de mirar de nuevo al frente. Y Miguel sabe que yo detesto esa mirada.

—¿Ahora eres psicólogo?

—No, solo te conozco prima. Mira, vamos a esa tienda, ahí encontraste el
vestido que te compraste para la exposición de arte de Will.
Mi casi cuñado, tendrá una exposición de arte a la que ha llamado Mi musa,
y ya todos sabemos más o menos de que va a tratar la exposición, creo que
todos menos Mae, quien dijo que no iba a ir. Will no se molestó con ella, no
tomó a mal el comentario de mi hermana, porque él sabe que a Maeve no le
gustan las fiestas o los lugares donde hay muchas personas.

—¿Cómo van las cosas con tu esposo? —me pregunta Miguel cuando
empezamos a caminar en dirección a la tienda.

Todos los que fuimos al viaje sabemos la verdad, pero juramos mantener el
secreto por el bien de Luna. Pero a pesar de eso, tanto Miguel, como Will,
no pierden la oportunidad de molestarme sobre el tema.

—Hoy voy a llevar algunas cosas a su casa, será la primera noche que pasó
ahí.

Ambos hemos tratado de posponer este momento el máximo tiempo


posible, pero ya no podemos seguir retrasando lo inevitable.

—¿Ya han tenido sexo?

La recepcionista de la tienda nos queda mirando cuando Miguel hace la


pregunta y yo pongo los ojos en blanco.

—No, Miguel, por supuesto que no.

—Pero te sientes atraída por él.

Lo detengo del brazo sorprendida por su declaración, porque él no me


pregunta aquello, lo afirma con mucha seguridad.

—¿Por qué piensas eso?

—¿Me equivoco?

—Eso no fue lo que pregunté.

A veces entiendo por qué a Mae le molesta que le respondan una pregunta,
con otra pregunta.
—Simple, es tu tipo.

—No tengo un tipo.

—Todos tenemos un tipo, Paulina y el tuyo son los casos prohibidos.


Quieres lo que no puedes tener y créeme, yo entiendo la fascinación en eso.

Él coloca frente a mí un vestido color salmón y yo niego con la cabeza,


descartando no solo el vestido, también el color.

—Y crees que eso es lo que me pasa con Jordán, pues no es así. Mira,
admito que me parece atractivo, pero no puedo estar con alguien que
defiende a sanguijuelas que se enriquecen a base de la explotación de
mujeres. Es inaceptable para mí.

Siempre que Jordán está a punto de medio agradarme, recuerdo la clase de


abogado que es y se me pasa.

—Por cierto, conocí a la hermana de Jordán, es muy hermosa y agradable,


sabes. .

—No, te conozco y no. Astrid me agrada y no te vas a acostar con ella.

—Astrid, había olvidado su nombre.

Típico de Miguel.

Un vestido café claro llama mi atención y se lo señaló con la barbilla a


Miguel, quien asiente en señal de aprobación.

—Entonces, ¿tengo prohibido acostarme con Astrid?

—Sí, ella es buena y dulce, la vas a ilusionar y lastimar. Aléjate de ella. Lo


digo en serio, Miguel.

Él alza los brazos y asiente con la cabeza.

—Bien, bien, no me acostaré con ella. Ahora ve y pruébate ese vestido.


Cuando salgo del probador, Miguel me dice que el vestido me queda
perfecto, y tiene razón, me encanta como me queda. Después de pagar por
el vestido, Miguel me invita a comer y cuando terminamos, me lleva a mi
apartamento.

Yo termino de guardar algunas cosas para llevarme a la casa de Jordán y


que parezca que vivo ahí. Cuando tengo todo listo lo llevo a mi auto para
dirigirme a la casa del imbécil de Jordán. Él me dijo que lo llame para
ayudarme, pero yo puedo con un par de cajas. Así que pongo la dirección
en el GPS y me dirijo a su casa, sin saber con lo que me voy a encontrar.

Cuando llego a la dirección que me da el GPS reviso alrededor solo para


darme cuenta de que tal y como imaginé, estoy en un barrio suburbano
dónde hay niños jugando en sus jardines y casas con cercas blancas. Ese
tipo de casas que nunca me han gustado, pero por suerte, la casa frente a mí
es diferente a las demás, es más moderna y con una cerca de hierro color
negra. La casa es de color marrón con suaves molduras y un amplio porche.

—¿No crees que sería correcto si te llevo por encima del umbral, esposa
mía? —

me pregunta Jordán cuando abre la puerta—. ¿Trajiste tus cosas?

—Sí, las dejé en el auto, quería asegurarme que es la casa correcta. Y no, no
me cargaras a ninguna parte.

—¿Acaso eso es un desafío o una amenaza?

Yo levanto mi mano para alejarlo.

—Ninguna de las dos. . sí te acercas te pego. Juro que lo haré y lo sabes.

Jordán suelta una ligera risa.

—Pasa, yo traeré tus cosas.

No conozco a Jordán, pero he empezado aprender un par de cosas sobre él,


como la forma que tiene de ser un caballero, incluso cuando estamos
discutiendo, o la
necesidad de abrir la puerta para mí, cargar cosas pesadas, y no lo hace
porque cree que yo no puedo hacerlo, lo hace porque es parte de quién es él.

Entro en la casa y soy recibida por un olor fresco y suave, vagamente


sorprendida por las paredes color crema y los muebles oscuros, porque me
imaginé algo así.

Es una casa típica de los suburbios, con un toque minimalista, que le da


cierta elegancia. Me encuentro pensando en cómo él ha mezclado esos dos
estilos y los fusionó a la perfección.

—Disculpa el desorden —me dice él cuando ha regresado con mis cosas—.


Luna se fue con mi hermana y no guardó sus juguetes.

Recorro la sala con la mirada, notando los pocos juguetes que están en el
piso, pero no es eso lo que llama mi atención, si no, las fotos colgadas en la
pared. Hay fotos de Luna sola, otras con Will y Astrid, otras dónde está con
Jordán. Y hay una hermosa foto donde están todos juntos. También hay un
dibujo de Luna bajo las estrellas que estoy segura es obra de Will, por lo
maravilloso que se ve.

—Pensé que sería mejor sí Luna no está aquí mientras tú te adaptas al lugar.

—Sí, yo también creo que es lo mejor.

Jordán me da un recorrido por la casa y me dice que puedo tomar lo que


quiera de la cocina, y que me sienta como en mi casa el tiempo que esté
aquí, que él entiende lo difícil que debe ser para mí.

—Esta es tu habitación.

Cuando él abre la puerta, lo primero que notó es la pared blanca donde


cuelgan algunas macetas con algunas especies de plantas.

—¿Tú hiciste eso?

Jordán parece un poco incómodo por la situación y me dice que sí sin


mirarme.
—Ray comentó que te gustan las plantas y que tienes algunas en tu
apartamento y pensé que tener algunas aquí te ayudarían a sobrellevar
mejor la situación.

Me acerco hacia las flores y veo que hay una maceta con aloe vera, otra con
Jazmín, otra con gardenias blancas para darles un toque entre tanto verde.

También hay una planta de lavanda y Valeria.

—Me gusta, gracias. Siempre me han gustado las plantas, pero no tenías
que molestarte.

—No fue nada, Paulina.

—Es el primer gesto bonito que tienes hacia mí, y creo que, para equilibrar
la balanza, yo también debería hacer algo por ti. ¿Qué te gustaría que haga?

Él parece pensarlo por un momento.

—Sorpréndeme, Paulina.

Sus ojos dejan de mirar sobre mí y me miran fijamente, sus palabras suenan
casi a un desafío y estoy a punto de responder algo, pero las palabras se
atascan en mi garganta y me quedo casi impregnada a su mirada.

Él es quien aparta primero la mirada.

—Te dejo sola, para que puedas ordenar tus cosas.

Jordán se va y cierra la puerta detrás de él. Yo me siento en el filo de la


cama, notando por primera vez, que es de un suave azul. ¿Cuándo le dije yo
que el azul es mi color favorito? Asumo que Raymond no le dijo eso,
porque no creo que él lo

sepa. Mis otras opciones son Will y Ate, y yo apuesto más por Atenea,
porque esto suena algo que ella haría.

Yo guardo mi ropa con cuidado y de forma ordenada, me gusta que mi ropa


esté ordenada por color, es algo que hago desde que soy pequeña. Cuando
termino de ordenar todo lo que he traído, y me he cambiado mi ropa por un
jersey más cómodo, bajo a la sala para seguir familiarizándome con todo.
Al llegar a la sala, no veo a Jordán por ningún lado, algo que agradezco
porque me siento más libre de estudiar las fotos, los libros de la estantería y
observar la gran colección de cd de vinilo que tiene. Hay uno que llama mi
atención y paso mis dedos con la intención de sacarlo, pero me detengo a
mitad de camino, porque, está no es mi casa y estás no son mis cosas.

—Puedes sacarlo sí quieres, te dije, siéntete como en tu casa —me dice


Jordán.

Giro mi rostro en su dirección y le doy una sonrisa rápida antes de tomar el


disco de nowhere fast de fire inc, que es sin dudar alguna, mi música
favorita.

Jordán señala dónde se encuentra el tocadiscos y yo corro a poner el disco y


grito de emoción cuando empieza a sonar.

—Amo esta música, y llevo años buscando ese disco. ¿Dónde lo


conseguiste?

—Hace años, en una pequeña tienda en el SoHo.

Yo empiezo a bailar y cierro los ojos recordando la primera vez que escuché
está música.

—¿No bailas?

—No, yo no bailo.

—No seas aburrido, baila un poco.

Me acerco a él y tomó sus brazos para moverlos en el aire, ganándome una


expresión molesta de su parte, pero Jordán no se aparta o pone resistencia.

Cuando la música finaliza, suelto sus brazos y él pone los ojos en blanco, he
notado que hace mucho eso cuando habla conmigo.

—Debemos establecer reglas básicas de convivencia. La primera regla es. .


—No tocar tu comida, sí me quedó muy claro. Créeme.

Me alegra que él la recuerde, porque es una regla muy importante.

—Sí, esa es la primera. La segunda es que no me gusta que invadan mi


espacio personal, y esa regla va atada a la tercera que sería no tocarme sin
mi permiso o sin darme un aviso que lo vas hacer. No me gusta el contacto
físico innecesario.

—Bien, lo entiendo.

—¿Lo haces? Porque te golpeare si intentas tocar a si sea un solo mechón


de mi cabello negro.

Paso una mano por mi cerquillo como para darle énfasis a mi amenaza.

—¿Por qué siempre recurres a la agresión?

—Y tú siempre vas al drama. Te voy a decir míster dramático 2020.

Jordán respira hondo y me dedica una sonrisa tensa.

—¿En qué estábamos? Creo que me estabas diciendo tus reglas, continúa,
por favor.

—Eso es todo por ahora, iré agregando más sí la ocasión lo amerita.

—Bien —murmura con la mandíbula apretada.

—Bien.

Me cruzo de brazos mientras le sostengo la mirada.

Nuestro concurso de miradas llega a su fin cuando el timbre suena y Jordán


se aparta para ver quien es. Después de unos segundos, escucho la voz de
Will, que viene conversando sobre su ligero bloqueo con la pintura en la
que está trabajando.
—¿Cómo se llama la pintura en la que estás trabajando ahora? —le
pregunto cuando nos hemos acomodado en la sala.

El álbum de Sinatra está sonando de fondo en la sala de comedor, mientras


nosotros nos sentamos para poder comer una de las rosquillas que ha traído
Will.

Jordán no come, dice que no le gustan las cosas dulces.

— Break My Heart Again, es para la exposición Mi musa, que tendré en dos


semanas —me responde Will.

Debería decirle como las personas, a veces, incluso aunque no queremos,


nos podemos volver esclavas de las cosas que decimos amar. Porque al
hacer eso, una pintura siempre queda inconclusa, y muchas veces solo se
logra manchar el lienzo con ligeras salpicaduras porque eso es lo que
provoca volvernos esclavos de aquello que amamos.

Pero no digo nada y me dedico analizar la dinámica entre hermanos,


apreciado su interacción y la ligereza que hay en el ambiente mientras ellos
conversan, de vez en cuando me incluyen en su conversación, pero yo
prefiero mantenerme en silencio, porque es la primera vez que puedo
apreciar cómo es Jordán detrás de la fachada de abogado, y es una imagen
que se ha filtrado antes, cuando estábamos en la heladería con Will y Luna,
pero ahora es diferente. De vez en cuando, nuestras miradas se cruzan, pero
era algo que dura muy poco.

—¿Crees que a Mae le va a gustar?

—Mi hermana realmente te gusta.

Una enorme sonrisa tonta aparece en la cara de Will.

—Toda mi vida he estado buscando una musa, y por fin la encontrado, es


ella.

Mae.

—¿Incluso si ella no corresponde tus sentimientos?


Saber lo que piensa Maeve es muy difícil, pero es aún peor intentar saber
cuáles son sus sentimientos.

—Mis sentimientos por ella son claros, incluso si ella no me corresponde,


seguirá siendo mi musa.

Hay un ligero toque de tristeza en su tono y no lo culpo. Para Maeve no


existe el amor, según ella, es solo una palabra de cuatro letras al que las
personas le otorgan más valor e importancia del que realmente tiene. Ella
también piensa que no es posible que dos personas se conozcan y se amen
por siempre.

Tracy y Atenea, dice que ella piensa eso, porque nunca hemos sido testigos
del amor. Puede que ellas tengan razón.

Cuando Will se va, Jordán me pregunta si quiero algo de cenar y yo digo


que no, que me iré acostar, él me responde que hará lo mismo.

—Hay algo más que debemos aclarar —comienzo cuando estamos en mitad
del pasillo.

No es lo más inteligente de mi parte mantener esta conversación ahora,


cuando el espacio entre nosotros es algo reducido y el aroma de su perfume
llega a mi nariz con tanta facilidad, y es un aroma que me gusta mucho.

—¿Qué es?

Jordán se recuesta contra la pared y yo hago lo mismo contra la pared frente


a él.

—Cuando estemos con otras personas, independientemente de quienes


sean, debemos fingir.

Sus cejas se frunces un poco, es un movimiento tan pequeño que podría


pasar desapercibido.

—¿Quieres que finja que me gustas, Paulina?


Yo levanto mi mano y muevo un dedo frente a él, mientras le dedico una
sonrisa sórdida.

—No, mucho peor que eso, Jordán, tendrás que fingir que me amas. ¿Crees
que puedes hacerlo?

Su respuesta es inmediata.

—Sí, puedo hacerlo. La verdadera pregunta es, ¿puedes tú fingir que me


amas, Paulina?

Inclino un poco la cabeza al escuchar la forma que mi nombre sale de sus


labios, casi en un susurro, como si fuera un secreto entre nosotros y el
mundo.

—¿No te has dado cuenta aun? Fingir y engañar es mi especialidad.. solo no


te vayas a creer el papel. Recuerda que todo es una farsa, solo un engaño
muy bien elaborado.

Estiro mi mano en su dirección y él sonríe de costado antes de estrechar su


mano con la mía.

—Nada entre nosotros, a partir de ahora, es real. ¿Lo entiendes?

Yo siento un cosquilleo en mi palma cuando ambos dejamos caer nuestras


manos a los costados, pero lo ignoro.

—Lo entiendo, Paulina.

—Bien, buenas noches.

Hay una larga pausa hasta que él responde.

—Buenas noches.

Quieres lo que no puedes tener —dicen todos sobre mí—. Eres fanática de
lo prohibido.

Y cuando cierro la puerta de la habitación, pienso que quizás tengan razón.


CAPÍTULO 11
La puerta suena un par de veces y yo sigo mirando el techo sin tener la
intención de abrir la puerta, porque una de las reglas no implícitas y que no
vi necesario establecer, es que no quería ser molestada, que me gusta mi
espacio.

Pero la puerta sigue sonando y me levanto medio molesta, medio con ganas
de golpear a alguien en la cabeza, y ese alguien tiene nombre y apellido.

—Jordán, te dije que no debías molestarme. ¿Qué quieres?

Hay algo diferente en él, no lleva camisa y mis ojos recorren su torso
desnudo hasta llegar a sus ojos, que parecen arder de una manera que no
había visto antes en él, y de alguna manera, logra desestabilizarme con la
mirada.

—Necesito hacer esto, Paulina y necesito hacerlo ahora.

—¿De qué estás hablando? ¿Acaso te golpeaste la cabeza?

En un rapidito movimiento, Jordán se acerca hacia mí y me sujeta de las


caderas para empujarme dentro de mi habitación sin dejar de mirarme a los
ojos. Sí llego a contar esta historia en el futuro, diré que él se acercó
primero, pero la verdad es que ambos nos movimos al mismo tiempo y
juntamos nuestros labios en un beso cargado de pasión que no sabía que
habíamos estado conteniendo.

Jordán recorre mi cuerpo con sus manos y yo me acerco más hacia él, casi
queriendo fundir mi cuerpo con el suyo, porque me siento atraída al calor
que emana su cuerpo. Y puedo sentir como su ritmo cardíaco aumenta, casi
de la misma forma que aumenta el mío.

—¿Estás seguro de esto, Jordán? —le pregunto entres besos.

Jordán se inclina de nuevo hacía mí y continúa besándome. Yo envuelvo


mis piernas alrededor de él para permitir que me levante hacia el corto
camino que hay hasta la cama.

—Nunca estado tan seguro de algo en mi vida, Paulina.

Yo sonrió y lo jalo hacia mí para volverlo a besar. .

Me levanto abruptamente de la cama y llevo una mano a mi pecho para


intentar tranquilizar mi respiración y paso otra mano por mi frente mientras
poco a poco voy siendo consciente de lo que acabo de soñar.

—¡Oh dios mío! Acabo de tener un sueño sucio con el imbécil de Jordán.

Me levanto de la cama y corro hacia el baño de la habitación, para mojar mi


cara con agua.

—Fue solo un sueño, Paulina. No significa nada.

Me mojo un par de veces más la cara y coloco mis manos sobre el lavado
mientras miro mi reflejo en el pequeño espejo.

—Fue solo un sueño, nada más que eso. Ahora deja el drama y sigue
durmiendo. .

Pero ya no tengas más de esos sueños pecaminosos.

Regreso a la cama y me acomodo con la intención de volver a dormir, pero


no lo consigo y solo doy vueltas, y vueltas con los ojos cerrados. Porque al
parecer ese sueño o, mejor dicho, pesadilla, fue suficiente para espantar mi
sueño y mantenerme desvelada.

Busco mi teléfono y desplazo entre mis contactos hasta que encuentro el


número de Atenea, ella es mi mejor opción ahora porque hay diez horas de
diferencia entre las dos.

—Hola, yo aquí y quien allá —saluda Ate al tercer tono.

Me muerdo el labio sin saber cómo empezar la conversación.

—¿Hay alguien ahí?


—Sí, yo estoy aquí.

—Y yo estoy acá —dice ella en son de broma—. ¿Por qué me estas


llamando?

¿Qué pasó? Por favor, no me digas que mataste a Jordán y me estas


llamando para que te ayude a enterrar el cuerpo. ¡Oh Dios mío! Mataste a
Jordán, y ahora,

¿qué vamos hacer? Tranquila, tranquila, no entres en pánico, ya pensaremos


en un plan.

Atenea sigue hablando tan rápido que yo repaso nuestra breve interacción
para entender en que parte admití matar a Jordán.

—Ate, no he matado a nadie. . aun.

—Bien, déjame cancelar la compra de mi vuelo a San Francisco. ¿Y cómo


que aun?

Suelto un largo suspiro y me recuesto en la cama para empezar a contarle


mi sueño, ella suelta varias exclamaciones durante mi relato y me llama
pillina dos veces.

—¿Te gusta Jordán?

—No, en serio no me gusta y no tendría problemas en admitir si me gustara,


pero no me gusta.

—Sé que no te gusta, solo te estoy molestando. Y puede que no te guste,


pero te sientes atraída por él. ¿Verdad? —ella toma mi silencio como una
afirmación y la puedo imaginar sonriendo con petulancia— Creo que di
justo en el clavo. Mira, no le des tanta importancia al asunto, ¿cuántos
sueños sucios has tenido? Cientos de miles de ellos, no le des tanta
importancia.

—¡Pero es Jordán! No puedo tener sueños sucios sobre él.

Eso es tan inaceptable para mí, ¿cómo es que ella no lo entiende?


—Y yo no debería estar hablando contigo en el trabajo, pero no siempre
hacemos lo que debemos.

—¿Qué me aconsejas?

—Mi consejo para ti es que ya no tengas sueños sucios sobre Jordán.

Ni siquiera entiendo porque llamé Atenea.

—Vaya, prima, gracias por ese consejo totalmente inútil. Lo pondré en mi


lista invisible de cosas que me sirven un comino.

Ella se ríe de forma ligera al otro lado de la línea, suena de alguna manera
feliz y optimista. Algo que no había sido característico en ella en mucho
tiempo. ¿Eso se debe a su nuevo novio? Me resulta un poco interesante la
forma que nuestras relaciones interfieren en nuestro estado de ánimo,
incluso aunque no queramos que sea así.

—Tengo que dejarte, un consultor me está llamando. No dudes en llamarme


sí lo necesitas o si simplemente quieres hablar. Cuídate e intenta dormir.

—Adiós, Ate, gracias por escucharme.

Me siento en la cama, y mantengo un debate interno entre quedarme en la


habitación o ir a la cocina a preparar algo rápido de comer. Al final la
comida gana, como siempre y me recojo el cabello antes de salir y bajar
hasta la cocina. Si yo estuviera en mi apartamento, pondría algo de música
mientras cocino y no es que yo sea una experta en cocina, se preparar un
par de comidas muy bien, pero mis dotes culinarios son muy limitados, casi
todas las madrugadas lo que hago es prepararme un sándwich y ya, pero me
gusta poner música mientras hago eso.

Pero como aquí no estoy en mi hogar, me limito a preparar mi sándwich en


silencio.

—¿No te enfermas por comer a esta hora?

Me sobresalto al escuchar la voz de Jordán y dejo caer el plato con


demasiada fuerza sobre el mesón.
A diferencia de mi sueño, él lleva una sencilla camisa gris y un pantalón de
chándal del mismo color.

—No, estoy acostumbrada. ¿Quieres uno?

Intento no mirarlo a los ojos y concentrarme en lo que estoy haciendo,


porque mi sueño sigue muy fresco en mi mente y justo ahora, no es algo
bueno en lo que pensar.

—Sí, si no te molesta.

Por supuesto que me molesta, pero me encojo se hombros y empiezo a


preparar un sándwich para el imbécil de Jordán.

—¿Tienes como costumbre comer en la madrugada?

Asiento con la cabeza.

Pienso que, como no he compartido vivienda con alguien desde que dejé la
casa de mis padres, jamás nadie ha notado esto de mí. Es casi absurdo
pensar que Jordán es la primera persona que sabe que como en la
madrugada.

—Siempre me ha gustado comer, pero por lo general, en el día estaba tan


pendiente que mi madre no se lastime a ella mismo, que me olvidaba de
comer, y mi padre nunca se preocupó lo suficiente como para notarlo.
Entonces yo aprovechaba la madrugada, mientras mi madre dormía y me
preparaba algo de comer. Y ahora siempre tengo hambre en la madrugada.

Coloco su sándwich en un plato y se lo tiendo con una media sonrisa,


evitando, de nuevo, su mirada.

—A ninguno de mis padres le importé demasiado.

Me maldigo internamente cuando me doy cuenta de que he dicho aquel


comentario en voz alta.

—Tengo una extraña manía —empiezo a decir, para desviar la atención a


mi último comentario—. Los días pares, parto el sándwich a la mitad y los
días impares no lo hago. Porque los días pares me gusta comer comidas
pares y en los días impares, comidas impares.

Recuerdo que empecé hacer eso cuando estaba en la secundaria, no


recuerdo el momento exacto en que empezó, solo que un día estaba
comiendo rollos primavera y solo los comí en números pares, porque la
fecha era un número par.

Hago eso desde ese momento, ahora no me fijo tanto en números pares o
impares, excepto para comer mi sándwich en la madrugada.

—¿Qué haces despierto? ¿Qué te ha quitado el sueño?

La escena de ahora casi me provoca una risa algo histérica, porque estoy
parada frente a Jordán, en la cocina de su casa, con solo una pequeña luz
encendida y todas las demás luces de la casa apagadas, hablando de cosas
que jamás le he dicho a nadie, como si hablar de eso con Jordán fuera lo
más normal del mundo.

Como si la sensación de intimidad que se respira fuera algo natural entre los
dos.

Porque este es el tipo de cosas que suceden cuando decido actuar como Sor
María y ayudar al prójimo.

—Oye, está bien sí no quieres hablar del tema, solo te pregunté para generar
conversación.

Lo miro un momento y veo que se dibuja una media sonrisa en sus labios.

—Sufro de estrés postraumático.

—Tienes pesadillas.

—Son peores que eso, pero sí, las tengo.

—¿Estaría siendo entrometida sí te pregunto que lo originó?


Sé que estoy siendo entrometida, pero al menos estoy preguntando,
deberían darme algunos puntos por eso.

—Cuando cumplí dieciocho me enlisté en el ejército, tuve dos giras en


Afganistán, y aún estoy lidiando con las secuelas de la última gira.

Ahora muchas actitudes de él cobran sentido, como su postura, su forma de


actuar y algunos otros pequeños detalles que he ido notando en las pocas
interacciones que hemos tenido. Y saber eso de Jordán me hace
comprenderlo un poco más, sigo creyendo que es un imbécil, pero ahora
puedo comprender mejor porque lo es.

—Cuando me dijeron de baja, decidí entrar en la universidad e ir a la


escuela de derecho.

Él no me dice la razón por la cual le dieron de baja y yo tampoco indago


más en el tema, porque otro pensamiento viene a mi cabeza.

—Esta es la primera conversación que hemos tenido sin terminar


discutiendo.

Él abre los ojos y asiente sorprendido.

Yo tomo su plato vacío junto al mío y lo llevo al lavavajillas.

—Toco madera para seguir así.

—Sí, bueno, creo que es porque ambos estamos cansados y sin municiones.

—¿Tú, sin municiones? Eso lo dudo, Paulina.

—Te sorprendería. Buenas noches, intenta dormir, yo iré hacer justo eso.

Le dedico una última mirada antes de dirigirme a la escalera para ir a la


habitación, por suerte, esta vez no me sigue y no nos encontramos en el
pasillo.

En la mañana, me cuesta mucho levantarme de la cama y empezar


arreglarme, pero como para mí es algo común tener ojeras por no dormir lo
suficiente, me he vuelto experta en maquillarlas para evitar que se noten, así
que mi maquillaje y peinado no me toman mucho tiempo porque a mí me
gusta llevar siempre mi pelo liso, aunque está mañana decido recogerlo en
una coleta alta y estilizada, para mostrar el ligero diseño que tiene mi
vestido en la espalda y porqué las coletas resaltan mis pómulos.

Cuando termino de arreglarme busco mis accesorios y me pongo mi anillo


de oro en forma de serpiente, porque es mi favorito y una simple cadena, mi
reloj y una pulsera de oro blanco.

—Ya estoy lista, no te pregunto cómo me veo porque sé que me veo


hermosa.

Jordán está parado en mitad de la sala, viste de manera informal, para él,
lleva un traje azul sin corbata y su camisa blanca tiene desprendido los
primeros botones.

Su saco lo tiene sobre el sofá y se está terminando de poner su reloj cuando


me escucha llegar.

—Te ves bien, ese color resalta tus ojos, casi no me disgusta tener que estar
a tu lado toda la mañana.

Enarco una ceja en su dirección.

—Cielito lindo, ¿acaso estás coqueteando conmigo?

Él frunce sus labios y toma su saco.

—No, por supuesto que no.

—A mí me pareció que sí.

Tomo mi bolso y salimos de la casa para dirigirnos a su auto. Él, como es de


esperar, abre la puerta para que yo me suba.

—Sí estuviera coqueteando contigo lo notarias y cuando coqueteo solo soy


honesto, no tengo líneas memorizadas para conquistar.
Él no dice nada cuando yo enciendo la radio para buscar alguna música.

—Bien, ¿te importaría darme un ejemplo oh gran dios del coqueteo? Es sola
la petición de un simple mortal que quiere aprender a conquistar.

No puedo aguantar la risa al final de mi frase y me empiezo a reír,


ganándome una mirada molesta por parte de Jordán.

—Vamos, no te hagas de rogar, dame un ejemplo. Jordán, Jordán, te seguiré


molestando hasta que hables.

—Sí tuviera que escoger a una persona con la que despertar y unos ojos que
mirar por el resto de mi vida, te escogería a ti, y no porque seas
increíblemente hermosa, aunque lo eres, lo haría porque no puedo imaginar
a nadie más que a ti.

El semáforo se ha puesto en verde y él arranca el auto, pero yo permanezco


en silencio.

—Eso diría en el caso hipotético que estuviera intentando conquistarte.


Claro, tú pensarías que eso es muy meloso y ridículo, pero bueno, no estoy
intentando conquistarte, así que está bien.

No me quedo sin palabras por lo que me dijo, porque me han dicho cosas
más hermosas y galantes, frases elaboradas justo para conquistarme, no es
lo que me ha dicho lo que me ha desconcertado y quitado el habla, es la
forma en que lo dijo y como aquella cursi frase no suena en absoluto de esa
manera cuando sale de sus labios.

—No estuvo mal, pero sí, es muy cursi y meloso para mí gusto. Si me
estuvieras intentando conquistar con eso, no lo conseguirías.

—Entonces dime, ¿que se necesita para conquistarte?

—¿Por qué te interesa saberlo? No es como si estuvieras interesado en


conquistarme, así que no importa. Pero la respuesta es simple: Honestidad,
comprensión y comida. Sobre todo, comida.
Y sí, se necesita eso y otras muchas cosas, no puedo dar una respuesta
concisa porque no sé exactamente que se necesita, pero lo que acabo de
decir es casi fundamental para mí.

—Nunca hablamos de la historia que vamos a contar a los demás.

—Pensé que íbamos a decir lo que sucedió.

—¿Qué nos odiamos y nos casamos porque tuviste esa brillante idea
mientras estábamos borrachos? Porque a mí no me parece una respuesta
muy romántica.

No puedo creer que lo de casarnos estando borrachos haya sido mi idea.

—No seas idiota, obviamente vamos a omitir la parte que nos odiamos y
qué estábamos borrachos. Diremos que nos conocemos desde hace años, lo
cual no es

mentira, que hemos compartido miradas y conversaciones ligeras, que una


cosa llevo a otra. Y que me terminaste de conquistarme con el anillo de
regaliz.

—Mae dijo que tú escogiste el anillo.

Por supuesto que la traidora de mi hermana dijo eso.

—No tienes que tocarme todo el tiempo, pero tienes permiso de tomar mi
mano cada ciertos intervalos. No hay besos, ni abrazos.

—¿Tú familia no lo verá extraño? Después de todo, estamos haciendo esto


por ellos.

Si yo realmente estuviera casada por las razones correctas y no por una


borrachera y las Vegas, no creo que hubiera aceptado este Bruch familiar,
porque mi concepto de familia se ha ido desformando con el pasar de los
años volviéndose un tema oscuro del cual no comprendo nada más que la
definición que le dan algunos y las que puedo encontrar en un diccionario,
pero que no encajan con mi realidad.
Mi familia nunca ha sido en sí una familia, y sí yo tuviera que elegir
personas con las que celebrar mi boda, solo escogería a mi hermana y
primos, los demás salen sobrando.

—Para ellos sería extraño si nos besamos, saben cómo soy. Pero, si nos
vemos en la obligación de compartir un beso, tienes permiso. Pero solo uno
y muy breve, o te juro que serás hombre muerto.

Cuando llegamos al jardín donde mi tía organizó el Bruch, tengo que


reconocer su buen gusto para la decoración y su buen gusto en general,
porque todo se ve muy bien.

—Y con ustedes los felices recién casados —anuncia alguien cuando


llegamos.

Los invitados aplauden y mi tía se acerca a nosotros con dos copas de


mimosas para brindar.

Veo a mi padre sentado junto a su hermano, el padre de Atenea y una de sus


tías, la que menos soporto. En otra mesa veo a Will junto a Tracy, su esposo
Mike, Miguel y Travis.

—Toma cariño —me dice mi tía—, para que brindes por tu amor.

Tomo la copa y recuerdo que esto se trata de fingir y engañar, entonces


sonrío y estiro mi mano para buscar la mano de Jordán. Cuando nuestros
dedos se entrelazan, siento el calor de su piel contra la mía, la forma en que
parecen encajar muy bien y estoy a punto de alejar mi mano, pero no lo
hago, aunque tampoco hago ningún otro movimiento. Solo me quedo quieta
con una sonrisa fingida escuchando lo que dice mi tía, hasta que veo que se
dirige a mí.

¿Qué me acaba de preguntar? Ah sí, me pregunta cómo fue que lo supe.

—A veces simplemente no sabemos la respuesta, hasta que la persona


correcta se arrodilla y hace la pregunta que tanto miedo me daba escuchar.
Y cuando eso sucedió, la respuesta salió con facilidad de mis labios, sí y
mil veces sí.
Mi respuesta complace a todos y sonrió hasta que sigo recorriendo los
invitados y noto a dos personas en particular que están aquí: Milo y Gideon.

Oh Santa Maldita mierda.

Me termino de un trago la copa de mimosa y Jordán me mira.

—¿Qué sucede?

—Que me acaban de juntar a mi esposo, a mi exnovio y a mí amante sin


consultarme.

—¿Qué?

—Gideon y Milo están aquí.

Porque sí las cosas pueden salir mal, saldrán mal, especialmente sí yo estoy
involucrada.
CAPÍTULO 12
Jordán recorre el lugar con la mirada y noto el momento exacto en que ve
tanto a Milo como a Gideon, porque su postura cambia y tensa la
mandíbula.

—¿Quién estaba a cargo de los invitados? —pregunto más para mí, que
para Jordán.

Puedo imaginar cómo es que Gideon terminó aquí, es amigo de mi familia,


seguro se enteró de esto y se cruzó "casualmente" con mi tía para que lo
invite. Pero,

¿quién invitó a Milo? No veo razón por la cual él deba estar aquí, en
especial porque no puedo fingir amar a alguien más, cuando Milo está
cerca.

—Eres diferente con él.

—Perdona, ¿qué?

Jordán me señala con un ligero movimiento de su mimosa a Milo, que está


en este momento conversando con Travis y Tracy, con quiénes él siempre se
llevó bien.

—Es Milo.

—¿Y eso que significa? No te conozco y no puedo medir el grado de


impacto que tu ex tuvo en ti, solo sé que lo amas tanto que ibas a impedir su
boda.

Eso es otra cosa que Jordán sabe sobre mí y nadie más conoce, el hecho que
yo iba a impedir la boda de Milo. ¿Cómo es que Jordán se ha convertido en
una persona que conoce dos cosas de mí que nadie más sabe?

Un día Jordán era un extraño en la calle, al otro día alguien que no


soportaba y después se convirtió en mi enemigo y ahora no solo es mi
esposo, también es el hombre que conoce cosas sobre mí que nadie más
conoce, ni siquiera Milo sabía ese tipo de cosas y no hay nadie,
sentimentalmente hablando, que me haya importado más que Milo.

—Es la relación más importante que he tenido y él es muy importante para


mí.

Pero no es momento de hablar de él, concentrémonos en lo que está


sucediendo.

—¿Que sugieres que hagamos?

—Ve hablar con mi familia, no seas un imbécil y yo iré hablar con Gideon
para pedirle que se vaya.

No le doy tiempo a Jordán de responder y me dirijo hacia Gideon, que está


conversando con familiares que yo no considero mi familia. Pero no
consigo llegar hasta Gideon porque Milo me detiene.

—¿Podemos hablar un momento? No aquí, si no te importa, ¿podríamos ir a


otra parte hablar?

Miro alrededor del lugar en busca de su esposa, no la encuentro y me


maldigo por alegrarme al saber que él no la trajo, pero por supuesto que
Milo no me haría eso, él no es ese tipo de persona. Milo es considerado,
muy diferente a como yo

soy, porque sí yo hubiera estado en su situación, sí hubiera llevado a mi


esposo, solo para mostrarle lo que se perdió.

Mis ojos están fijos en su mano alrededor de mi muñeca, él sigue mi mirada


y aparta su mano.

—Milo. . —empiezo a decir, pero me tomo un momento para ordenar mis


ideas y pensamientos respecto a él y también para poder encontrar las
palabras adecuadas para expresar lo que quiero—. Mira, no podemos hacer
esto.
Veo como una nube de dolor y tristeza se posa sobre él y como su mirada
cambia.

—Solo quiero hablar. Solo eso.

Pero los ex que aún tienen sentimientos entre ellos no pueden simplemente
hablar sin dejar filtrar esos sentimientos y yo no puedo hacerme esto o a
Milo, ni a la esposa de él. Es por eso que no podemos hablar, porque hay
demasiada historia detrás y muchos sentimientos al frente que no
deberíamos tener y que no sabemos manejar muy bien.

—Milo, tú y la relación que tuvimos, es un recuerdo con el que no me meto.


Lo dejo ahí, pero no regreso a él, no puedo o nunca seguiré adelante.

Soy consciente que hay personas mirándonos, no lo disimulan mucho, en


especial aquellos que saben mi historia con Milo y la forma pasivo-agresiva
con la que maneje nuestra separación.

Él asiente en comprensión con mis palabras y suelta un suspiro bajo antes


de hablar.

—Te entiendo, Paulina, porque verte también es difícil para mí y yo


también necesito dejarnos en el pasado. —él sacude la cabeza y veo como
la confusión, el dolor y la tristeza cruzan por su rostro— Amo a mi esposa,
pero tú. . Tú eres Paulina y todo es diferente contigo, lo que teníamos y lo
que fuimos, no puedo evitar sentir que lo nuestro era mejor que lo tengo
ahora.

¿Y que se supone que yo debo decir ahora? ¿Por qué él no puede ser como
los demás ex? Ojalá él se comportara como los demás y dejará de decir las
cosas que sabe que quiero escuchar y actuar como el caballero en el blanco
corcel porque yo no soy la princesa de ningún cuento de hadas y no
necesito que me rescate, lo que yo necesito de él es que me haga odiarlo,
desear no haberlo conocido porque de esa manera siento que sería más fácil
para mí dejarlo ir.

—Y un consejo, no es bueno que él, este cerca de ti. No creo que a tu


esposo le guste eso.
No tengo que mirar hacia donde Milo señala porque sé que habla de
Gideon, no solo por la expresión cuando se refiere a él, también por el
enojo en su tono.

—No lo invité, créeme, no lo quiero cerca. Y hablando de invitación,


¿quién te invitó?

—Tu papá.

Y después me preguntan porque no mantengo una buena relación con mi


padre.

—¿Y aun así decidiste venir?

—Sí, porque necesitaba verte con él y saber si eres feliz.

La sonrisa en mis labios aparece casi de forma involuntaria.

—¿Te preocupa mi felicidad, Milo?

—Siempre, Pau.

Cuánta nostalgia me da escucharlo decirme así, ni siquiera recuerdo la


última vez que me llamó de esa manera.

—¿Crees que soy feliz?

—No, no lo eres. Pero sonó muy bonito lo que dijiste sobre la pregunta
realizada por la persona correcta.

—Pero no crees que Jordán sea la persona correcta para mí.

Él levanta la mano con la intención de llevarla a mi mejilla, como hizo


cientos de miles de veces antes, en la época que estábamos juntos y un poco
después de eso, pero recuerda que ya no puede hacerlo y su mano vacila en
el aire antes de caer a su costado.

—¿Sabes cuál es tu problema, Paulina? Que das tu amor en pequeñas


cuotas y con intereses muy altos. Entonces, no importa si es el correcto y el
indicado, jamás será suficiente para ti.

Directo y seco, con el grado justo de honestidad que me gusta.

—Ya me has dicho algo como eso antes, y he pensado que en parte tienes
razón.

No agrego nada más, porque no hay mucho que acotar en ese tema, al
menos no algo que me interese.

—¿Por qué lo hiciste?

Yo lo miro confundida.

—¿Hacer qué?

—Acostarte con él si creías que teníamos una oportunidad. Es que no lo


entiendo.

La respuesta a esa pregunta es algo que no nos va a gustar a ninguno de los


dos.

No hay tiempo para responder porque escuchamos el sonido de una copa


llamando nuestra atención y observo casi con horror que la persona que va
hablar es Gideon, ¿qué mierda tiene él que decir? Yo busco a Jordán con la
mirada y lo veo sentado en la mesa con mis primos y corro hacia él. Para mí
mala suerte, cuando llego a la mesa, también lo hacen mi padre y mi tía
Beatriz, que al no casarse o tener hijos, le gusta entrometerse en la vida de
sus sobrinos, y a pesar de eso, sigue siendo mi tía favorita.

—Atención todos, me gustaría decir unas palabras en honor a la feliz pareja


empieza a decir Gideon y yo comparto una rápida mirada con Jordán—. He


conocido a Paulina por un tiempo y sé la gran persona que es —dice él
mientras mi mira fijamente—. Sé que nunca toma decisiones sin pensarlo
muy bien y que jamás ha dudado sobre su matrimonio y sobre su relación
en general. Tal vez para muchos pueda ser algo repentino, pero a veces
hacemos locuras por amor.
Es por eso que los invito a brindar por este honesto, fuerte y amoroso
matrimonio. Por Jordán y Paulina, salud.

Maldito, imbécil, ¿quién se ha creído que es?

Tengo que tragarme mi enojo y fingir una sonrisa mientras todos a mi


alrededor brindan y celebran mi matrimonio. Que hipócritas que somos en
esta familia. Mis mejillas empiezan a doler cuando nos vemos rodeados por
mis tías y por las tías de mi papá, que no son nada sutiles en sus preguntas.

—Cuando nos enteramos que te habías casado creíamos que era porque
estabas embarazada. Pero no lo estás, ¿verdad?

—No tía, no estoy embarazada.

Ellas se sonríen y siguen con sus preguntas.

—¿Y cuántos hijos piensan tener? —pregunta una de las tías de mi padre.

—Cuatro —responde Jordán con una enorme sonrisa—, siempre he querido


una familia numerosa.

—¿Cuatro? ¿Acaso te volviste loco? No nada de eso, ¿cómo se te ocurre


que van a entrar cuatro niños aquí?

Nunca he sido una persona silenciosa, me gusta que los demás escuchen mi
opinión, me gusta expresar como me siento, Andrea solía decir que siempre
tengo una respuesta en la punta de mi lengua para preguntas que aún no me
han hecho y ella no se equivocaba respecto a eso.

—Paulina, por dios, cuida tus comentarios. Entonces dinos, ¿cuántos hijos
quieres tener tú?

Yo aparto mi mirada de Jordán y miro a mi tía antes de responder.

—¿Para que necesitamos más niños? Él ya tiene una hija, nos podemos
comprar un gato y ya.

—No puedo creer que estés comparando un niño con un gato.


—¿Entonces con qué lo comparo, tía? ¿Con un perro? Sí, eso es más
apropiado.

—Creo que mi esposa está algo abrumada por la celebración, ven cielito
lindo, vamos por algo se comida —me dice Jordán y yo me despido de
forma tensa de mis tías y tías abuelas antes de seguir a Jordán hasta la mesa
de postres.

—Oye, hablando de niños, ¿cómo está Luna?

Tomo una trufa de chocolate y cuando pruebo lo deliciosa que está, como
otras tres.

—Bien, un poco triste porque no pudo venir. Astrid la llevará a la casa a las
dos de la tarde.

—Le compré algo.

—¿Sí? No tienes que molestarte.

Yo muevo mi mano para restarle importancia.

—No es molestia, vi esa hermosa muñeca de trapo y pensé en Luna.


Recuerdo que yo siempre quise una cuando era niña.

—¿Nunca te compraron la muñeca?

—No, en mi casa no había juguetes.

Recuerdo que yo ahorré y me compré la muñeca unos días antes de mi


cumpleaños, pero mi papá la encontró y la rompió antes de lanzarla al fuego
de la chimenea. Después de eso no volví hacer el intento de comprarme otra
cosa.

—Mira, tenemos algo en común. A mi madre tampoco le gustaba que haya


juguetes en casa, decían que eran una pérdida de tiempo y una distracción.

—Ojalá tuviéramos más en común que una triste infancia —le digo.
Él me tiende unos pequeños bocaditos rellenos de mermelada y yo le sonrió
en respuesta.

—Bueno, Paulina, por algo se empieza.

—Y como somos nosotros, obviamente no podemos tener un comienzo


normal.

—¿Recuerdas que fue lo primero que me dijiste?

¿Cómo podría olvidarlo? No he dejado de llamarlo así.

—Oye, imbécil.. eso fue lo primero que te dije.

—¿Ves? Empezamos de una manera anormal, ¿por qué cambiar las cosas?
A mí me gusta la forma en que empezamos porque no es absoluto común.

Tomo un dulce de chocolate y le paso a él un postre salado.

—Por las primeras impresiones —le digo mientras choco mi postre con el
suyo.

Aparto mi mirada de Jordán y sonrió hacia Will y Miguel que han


empezado acercarse a nosotros.

—Cuñis, que hermosa te ves.

—Yo la ayudé a escoger el vestido. Ella quería verse radiante para su


esposo.

—Cállate Miguel, eso no es cierto.

Pero Miguel le dice a Jordán que es verdad.

—Oh, cuñis, no conocía ese lado romántico, lo tenías muy escondido. Muy
lindo discurso de tu parte.

Tanto que ni yo sabía que lo tenía.


—Estaba tan desesperada por conseguir el vestido ideal para que Jordán
tenga ojos solo para ella —sigue diciendo Miguel.

—Eres un idiota.

—Vamos, prima es solo una broma.

—Sí, cielito lindo, es solo una broma. Pero como dicen, entre broma y
broma la verdad se asoma.

Miguel y Will se miran entre ellos de una forma que no me gusta.

—¿Cielito lindo? —pregunta los dos a coro.

Al parecer se juntaron el hambre y la necesidad.

Mi papá se acerca en ese momento junto al papá de Atenea y Miguel,


también viene mi tía Beatriz.

—Mira qué bueno que se unen a nosotros, Paulina y Jordán nos están
contando sus apodos cariñosos. ¿Sabían que se dicen Cielito lindo? Son tan
tiernos y tan genuinos que casi me dan ganas de casarme solo al ver los
felices que están con su matrimonio.

Miguel parece estar disfrutando mucho de este momento y creo que es su


venganza por cosas que le he hecho en el pasado, pero sí él cree que se va a
salir con la suya está muy equivocado.

—Antes le decía ladrona —comenta Jordán siguiéndole el juego a Miguel.

—¿Ladrona? —pregunta mi tía Beatriz— Que apodo tan peculiar.

—Sí, él me decía así porque robé su corazón.

—Y mi torta de chocolate también, cielito lindo, no lo olvides.

La próxima vez que yo decida hacer algo bueno por otra persona, recordaré
este día y dejaré esos pensamientos a un lado. ¿En qué estaba pensando
cuando decidí ayudar a Jordán? Ah, sí, en la pobre niña inocente que no
tiene la culpa de tener un papá imbécil.

—Vaya, al fin puedo conocer al esposo de mi hija.

Yo pongo los ojos en blanco y mi tía Beatriz me regaña con la mirada.

—Jordán, este es mi papá. Papá este es mi esposo. Y ahora qué, ¿vas a


preguntar cuántas vacas y ovejas te van a dar por mí? ¿O la razón por la
cual no te pidió mi

mano? No es como si realmente te importara papá y no tienes que fingir lo


contrario, estamos en familia, no hay necesidad de eso.

La única que siempre se ha llevado bien con nuestro padre es Maeve, ella es
la única que jamás ha tenido una discusión con él y a la cual nuestro padre
ha mostrado respeto y cariño.

—Me recuerdas mucho a tu madre cuando hablas así.

Los demás podrían tomar eso como un cumplido, pero yo sé que no lo es


porque recuerdo muy bien la forma en que él trataba a mi mamá y lo que le
decía.

—Gracias, papá, es tan bueno escuchar eso.

—Lamento interrumpir su momento familiar, pero ya me tengo que ir.

Gideon se despide de nosotros y yo le digo en el oído que debemos hablar,


él se va con una sonrisa y a mí me dan ganas de golpearlo en la cara para
quitarle esa sonrisa petulante. Cuando busco a Milo, me dicen que se fue
hace mucho tiempo y sonrió ante la realidad de esas palabras, porque sí,
hace tiempo que él se fue y no hablo solo de esta fiesta.

—¿Ya estás listo para irnos? Creo que he socializado suficiente por todo el
mes.

Jordán toma mi plato vacío y lo deja sobre la mesa antes de asentir en mi


dirección.
—Sí, ya nos podemos ir.

—Bien, porque dudo que pueda ser amable con una persona más.

Me levanto de la silla y él hace lo mismo.

—¿Amable? Golpeas a Miguel hace un momento y dejaste a tu padre


hablando solo, y mejor no hablemos de las respuestas que les diste a tus
tías.

—¿Y acaso eso no te pareció amable de mi parte? Porque te advierto que


puedo ser peor y lo sabes.

—Oh, eso ni siquiera tienes que decirlo, yo lo sé muy bien.

—Deja el drama, yo no te obligué a casarte conmigo. Recuerdo vagamente


que estabas muy feliz cuando me compraste el anillo de regaliz.

—Sí, porque me dijiste que sí no te conseguía un anillo de regaliz, me ibas


a golpear. Estaba feliz de no ser maltratado.

Yo pongo los ojos en blanco al mismo tiempo que le saco la lengua.

—Mira, esa es una de las cosas que me encantan de ti, lo madura que eres.

—Bueno si querías algo maduro, hubieras ido al hipermercado o al


geriátrico.

—Creo que ya hemos convivido suficiente por el resto del día.

—Por el resto de nuestras vidas.

Estamos casi llegando a la salida cuando Miguel nos detiene.

—¿Ya se van? Creo que no sería justo que se vayan sin antes compartir un
beso.

Todos aquí queremos presenciar su amor.


Espera. . ¿Qué?

—Sí cuñis y hermano, sellen con un beso esta hermosa fiesta. Porque, al fin
y al cabo, está es la fiesta por su matrimonio.

Miguel levanta los brazos y empieza a cantar beso, beso, beso. Los idiotas
de Will y Travis le siguen el chistecito.

Y todos nos miran esperando el momento del beso.

CAPÍTULO 13

Lista negra de personas que mataría sí lo que sucede en la purga se hiciera


realidad: Miguel Montenegro, alias mi primo traidor. La segunda persona
seria Will, alias el cuñado traicionero y seguido de Travis, el primo
cómplice del traidor.

Mi familia sigue esperando a que Jordán y yo nos besemos, y se quedarán


esperando porque eso no va a suceder, ya que no pienso darle ese gusto a
mis primos y a Will. Porque sí hay algo que detesto, es que me digan lo que
tengo que hacer.

Jesús, María, José y el burro que los llevó a Belén. ¿Por qué me pasan
estas cosas a mí?

—Lo lamento, no puedo besarlo porque él es de otra religión y su religión


no permite besos en público el primer año de casados. Es una religión muy
conservadora.

Pero por supuesto, Miguel y Will, no me van a dejar salir con la mía tan
fácilmente.

—Vaya hermano, no sabía que eras tan religioso.

—Sí, prima, ¿nos podrías decir que religión es esa?

Para mí buena suerte, el resto de mi familia parece haber creído sobre la


religión de Jordán y que esa es la razón por la cual no lo puedo besar.
—Iglesia episcopal de los últimos condenados y mira, cielito lindo, estamos
llegando tarde a misa. Lo siento, familia, pero Dios llama y siempre va
primero.

Hago una expresión de falsa tristeza, engancho rápidamente mi brazo con el


de Jordán y levanto mi mano en señal de despedida antes de prácticamente
arrastrar a Jordán fuera de ahí. Cuando ya estamos lejos de todos ese
familiares traicioneros y entrometidos, suelto a Jordán y finjo que me
limpio la piel de mi brazo dónde su piel rozó la mía.

Él no emite ningún comentario y en el auto, camino a su casa, me dice que


será mejor que no hablemos porque siempre que hablamos terminamos
discutiendo y ya hemos tenido suficiente subida de emociones por un día.
Así que el viaje hasta su casa es en silencio, algo que yo agradezco. Al
llegar, no espero que él abra la puerta porque ha recibido una llamada y me
bajo con prisa de buscar mis cosas y las llaves de mi auto para irme a mi
apartamento porque es domingo y el cuerpo lo sabe. Pero al entrar soy
recibida por el dulce e inconfundible aroma de galletas de chocolate.

—¡Paulina! Llegaste.

Luna corre hacia mí con los brazos extendidos y a diferencia de la vez


anterior, ahora sé lo que debo hacer y la recibo con los brazos abiertos.

—Te extrañé mucho —me dice ella con un ligero puchero.

—¿De verdad?

—Sí, y mira estamos haciendo galletas de chocolate. ¿Te gustan?

Yo le dedico una enorme sonrisa.

—Son mis favoritas.

Astrid sale en ese momento de la cocina vistiendo un delantal oscuro con


puros corazones.

—Oye, al fin te puedo ver desde su boda. Te abrazaría para felicitarte, pero
no te preocupes, Jordán me dijo que no te gustan los abrazos o que te
toquen. Lo cual es totalmente comprensible. Pero felicidades, me alegra
tanto que te hayas casado con mi hermano y te mereces un enorme premio
por soportarlo —Astrid siempre ha tenido mucha energía y ahora soy más
consciente de eso, también de la forma que desvaría un poco mientras
habla, lo cual me hace sonreír—. Porque amo a mi hermano, pero su
carácter es wow, y suele ser muy difícil de soportar.

Luna y yo nos miramos antes de asentir con la cabeza estando de acuerdo


con Astrid.

—Exacto, Astrid. Ves, por eso siempre me has caído bien, y entre mis dos
cuñados, tú eres mi favorita.

Ella se lleva una mano a su pecho y parece muy feliz con lo que le acabo de
decir.

Jordán entra en la casa y Luna se emociona al ver a su papá, él estira sus


brazos para cargarla y yo sé la paso.

—¿Te portaste bien con tu tía Astrid? —le pregunta a su hija mientras se
acerca a saludar a su hermana.

—Papá, yo siempre me porto bien.

—Sí, ella es un angelito al que yo amo cuidar, y aunque me encantaría


quedarme, debo regresar a la pastelería.

Astrid se acerca a Luna, le da un fuerte abrazo y le llena la cara de besas


provocando una risa por parte de la niña.

—Adiós, Lu. No comas muchas galletas. Adiós, J. Se amable con Paulina.

—Sí dile eso más fuerte, porque hay cosas que le entran por un oído y le
salen por el otro.

Astrid se ríe y finge regañar a su hermano.

—Nos vemos Paulina, es bueno verte y deberíamos hacer algo, no hemos


tenido tiempo de conocernos mejor y ya eres parte de la familia.
—Te llamaré, para hacer algo uno de estos días.

—Bien, adiós a todos.

Astrid es como un huracán de buenas vibras, es de ese tipo de persona que


es bueno tener cerca porque te trasmite cosas buenas y su optimismo no
roza en lo tóxico.

—Luna, por favor, ve por tu abrigo, debo reunirme con un socio y vendrás
conmigo.

—¿Puedo quedarme con Paulina?

¿Conmigo? Dios, eso sería mucha responsabilidad, estado antes con Luna,
pero siempre hay alguien con nosotros y jamás por un tiempo tan
prolongado. Creo que Jordán huele mi miedo porque le dice a Luna que no,
porque yo tengo cosas que hacer.

—Lu, por favor, no molestes a Paulina. Ella es muy amable al ayudarnos y


ya ha estado mucho tiempo aquí, necesita su tiempo a solas.

Luna me mira con un ligero puchero que estoy segura de que Will le tuvo
que enseñar hacer, porque se lo he visto antes a él.

—¿Yo te molesto, Paulina? —me pregunta Luna en un tono bajo y triste.

—No, claro que no y sí tu papá no tiene problema, podemos pasar el resto


del día juntas.

Ahora la pelota está en la cancha de Jordán y como él jamás me dejaría a


solas con su hija, es él quien quedará como el malo y no yo.

—Escuchaste papá, por fa, di que sí.

Jordán mira a su hija antes de mirarme a mí y por un momento siento que él


va aceptar que yo me quede con la niña, pero él no haría eso, ¿verdad? Es
decir, Luna es su hija, la persona más importante para él y jamás la dejaría
conmigo, alguien en quien obviamente no confía.
—Sí Paulina, de verdad no tiene problemas con eso, entonces sí, te puedes
quedar con ella.

Y de esa forma él vuelve a tirar la pelota a mi cancha, pero ¿cómo es


posible que me vaya a confiar a su hija? ¿Acaso él cree que porque puedo
cuidar platas también puedo cuidar niños? Porque no es así, nunca he
cuidado niños y ese instinto materno que dicen que todas las mujeres
tenemos, yo jamás lo he sentido. Es más, cuando veo a un niño llorando, no
pienso, oh pobre niño, sino en hacerlo bolita y regresarlo al útero de su
madre.

—¿Me puedo quedar contigo, Paulina?

Miro a Jordán para comunicarme con la mirada con él y noto lo estúpido


que eso suena, porque por supuesto que él y yo no podemos hacer eso. La
mayoría del tiempo ni siquiera sé que está pasando por su mente, mucho
menos voy a poder trasmitir algo con la mirada.

—Sí, Luna.

Ella chilla de emoción y Jordán la pone en el piso para que nos podamos
hablar sin que ella nos escuche.

—Oye, ¿en serio me piensas dejar a solas con tu hija?

—Acabas de decir que no tienes problemas con eso.

—Bueno, solo lo dije porque pensé que quien tendría problemas eras tú.

Jordán se frota la nuca con su mano y le da una mirada de reojo a Luna.

—Nunca he cuidado a un niño, ¿y sí le pasa algo mientras está conmigo?


No me lo perdonaría.

—Mira está bien, Paulina, no hay problema. La llevaré conmigo.

Entonces pienso que es domingo y que los niños no deberían tener que
acompañar a sus padres a reuniones de trabajo de último momento, también
pienso que sí Luna tuviera mamá, no tendría que hacerlo y es fácil pensar
en eso, porque es el pensamiento que cruzaba por mi mente cuando papá
hacia o dejaba de hacer algo.

Yo solía pensar de niña que todo sería diferente sí yo tuviera una mamá a la
que le importara y que me quisiera. Pero la realidad es que nunca la tuve y
siempre me quedé con la curiosidad de saber que se siente ser amada por
tus padres.

—No, sí en serio no tienes problemas, yo me puedo quedar con ella.

Porque a veces solo necesitamos saber que le importamos a alguien y ella


ya sabe que no le importa a su madre, no necesita creer que tampoco me
importa a mí, más que nada, porque al parecer le agrado.

—¿De verdad? Porque no tienes que hacerlo.

—Sí, hablo en serio Jordán.

—Está bien, mira no sé supone que esto me tome mucho tiempo. Pueden
comer un par de galletas y ver una película, a ella le gusta eso, intentaré
regresar lo antes posible.

—Está bien, creo que puedo manejarlo.

Él me mira por un largo momento antes de asentir con la cabeza y acercarse


a su hija que ha estado coloreando sobre una mesa de plástico amarilla que
hay en una esquina de la sala. Jordán se despide de Luna y le dice que se
porte bien, y antes de irse me pide que lo llame por cualquier cosa.

Cuando Luna y yo nos hemos quedado solas, tengo un leve momento de


pánico y estoy a punto de ir corriendo a buscar a Jordán, pero entonces Lu
me mira y me sonríe, y suelto el aire que no sabía que estaba conteniendo.

—¿Quieres que comamos algunas galletas?

—¡Sí! Me encantan las galletas, mi tía Astrid las hizo porque yo estaba
triste.
Yo cargo a Lu y la siento en el mesón con cuidado y asegurándome que no
se vaya a caer.

—¿Por qué estabas triste?

Busco un guante para sacar las galletas del horno que ya se han enfriado lo
suficiente para que las podamos comer sin problemas.

—Unas niñas del kinder iban a ir con sus mamás al spa para un día de
madre e hijas, yo quería ir, pero dijeron que no podía porque no tengo
mamá.

—¿Ellas te dijeron eso? —le pregunto a Luna y ella asiente con la cabeza—
¿Pero quienes se creen que son? No importa, Lu. ¿Qué te parece sí nosotras
tenemos nuestro propio día de Spa en casa?

Los ojos de Luna se abren por la emoción y me empieza a decir que sí.

—Bien, tomemos unas galletas y salgamos hacer unas compras.

—¿Tienes asiendo para niños en tu auto?

—No, ¿sabes sí tú papá tiene un asiento extra?

Ella me dice que su papá tiene uno en el armario junto a la puerta.

—Bien, Lu.

Comemos unas cuantas galletas y ella me cuenta de que su tía Astrid fue
quien le hizo las trenzas, que al principio no sabía hacer, pero que práctico
mucho y ahora le salen hermosas.

Cuando hemos terminado de comer, la ayudo a lavarse sus manos y le


pongo un abrigo antes de ir a buscar el dichoso asiento para niños. Que es
más pesado de lo que yo pensaba y mucho más difícil de acomodar en el
auto de lo que me hubiera imaginado, por suerte, un amable vecino me
ayuda a ponerlo en mi auto y me dice que entiende lo difícil que pueden ser
ese tipo de cosas.
—Vamos a comprar algunas cosas para poder crear nuestro Spa en casa.

—¿Nos pondremos mascarillas?

—Sí, y también te pintaré las uñas. Hay en el centro un lugar que vi dónde
venden ese tipo de cosas para niños, nunca entrado, pero se ve bonito.

Y lo es, Luna queda fascinada con el lugar que es esencialmente de un rosa


pálido con adornos y decoración en general que van entre el blanco y el
plateado. Hay

una chica que está pintando las caras, creando diseños sencillos para las
niñas y Luna me pide permiso para ir, yo le digo que sí y me siento a
esperar.

—Un día uno está en el gabinete consintiéndose a uno mismo, y bum, al


otro estamos en una tienda para niños esperando a que terminen de pintar la
cara de nuestros hijos —me dice una mujer que se ha sentado a mi lado.

Estoy por decirle a la mujer que la niña no es mi hija, pero decirle que es la
hija de mi esposo es igual de complicado así que solo le sonrió y no digo
nada.

Cuando le terminan de pintar la cara a Luna con diseños de flores en su


frente, compramos algunos velos faciales, esmaltes, burbujas de baño y
algunas otras cosas que llaman la atención de Lu.

—¿Crees que estoy llevando muchas cosas?

Yo miro las cosas que tenemos en la canasta y le digo que no.

—Porque podemos llevar solo las burbujas.

—No, Lu, está bien. No son muchas cosas, y, además, es divertido comprar
contigo. Mucho mejor que salir con Miguel.

—¿Quién es Miguel?
Es ahí cuando soy consciente que ella no conoce a mi familia a excepción
de Travis, que lo conoció ese día que fue a mi oficina y con el cual pareció
llevarse muy bien.

—Es mi primo.

—¿Lo voy a conocer? Por qué yo no tengo primos.

Pongo las cosas cerca de la caja para que la señorita las facture y le sonrió a
Luna.

—Sí, pronto lo conocieras y al resto de mi familia. ¿Sabes que tengo una


hermana? Se llama Maeve, pero le decimos Mae.

Luna parece asimilar todo lo que le digo y me pide que le converse más
sobre mi familia.

De camino de regreso a la casa, le sigo contando un poco más sobre mi


familia, en especial le hablo de Mae y ella dice que ha visto los retratos que
su tío Will ha hecho sobre ella.

—Ven, déjame tomarte una foto para mandársela a tu papá —le digo
cuando llegamos a la casa.

Le tomo un par de fotos a Lu y se las mando a Jordán para que vea que su
hija sigue sana y salva.

—Bueno señorita Luna, bienvenida a su spa personal.

Cuando Jordán llega a la casa, me encuentra sentada junto a la bañera y no


puede contener la sonrisa al ver que Luna está acostada en la bañera llena
de burbujas con un velo en su rostro, tiene su cabello recogido y su cabeza
descansa en una suave almohada. Hay algunas velas aromatizantes
alrededor del del baño y una música infantil que Lu dijo que es su favorita.
Mientras yo le pinto las uñas de sus manos con barniz de uñas rosado.

Jordán no dice nada y se recuesta en el marco de la puerta a observar la


escena, veo que no ha dejado de sonreír desde que llegó.
—A mí me gusta correr y saltar en la tierra, y también me gustan los
insectos, me parecen muy divertidos y raros. Tan bien son bonitos, a los
otros niños no les gusta.

Luna me ha contado que a veces no le gusta jugar con los otros niños
porque son malos con ella, que le gustan los vestidos y el color amarillo,
aunque a veces es el rosado. Me dice que su papá no le deja comer muchos
dulces, pero que su tío Will la lleva en secreto por helado.

—A mí también me gustan los insectos.

—¿De verdad? —me pregunta ella con emoción y abre sus ojos, mirando
primero mi cara para después ver a su papá— Papi, mira, estoy en el Spa de
Luna.

—Sí, lo veo.

Yo miro a Jordán y me encojo de hombros antes su mirada.

—Se lo merece, ha tenido una semana difícil.

—Tiene cinco años.

Luna abre sus labios y forma una pequeña o con ellos, la veo sentarse en la
bañera haciendo que el velo facial se resbale hasta sus mejillas.

—Pero papá, cinco es mucho, son todos los dedos de una mano.

Jordán camina hasta Luna y le da un beso en su cabello.

—Es verdad Lu, lo siento. ¿Tu semana se siente mejor ahora?

—Sí, mucho. Me gustan las burbujas.

Luna toma un poco de burbujas en sus manos y las sopla en la cara de


Jordán, cuando mira como ha quedado la cara de su papá, se empieza a reír.
Es una risa algo cantarina y muy contagiosa, provocando que yo también
me ría. Cuando Jordán escucha mi risa, me mira con los ojos entrecerrados
y sopla un poco de burbujas en mi cara y en mi pelo.
—Oye, yo no estoy jugando.

—Sí, papá, no la molestes.

—¿Ahora estás de su lado, Lu? Te recuerdo que yo soy tu papá.

Luna suspira de forma dramática para una niña de cinco años.

—Sí, porque entre amigas debemos apoyarnos.

Yo sonrío con orgullo.

—Yo le enseñé eso —le digo a Jordán.

Jordán sonríe y asiente con la cabeza.

—Bien, bien. Pero dime, Lu, ¿ya terminó tu momento de relajación? Porque
creo que ya deberías quitarte eso de tu cara y salir de la bañera o te vas a
ver igual a una pasa.

Yo suelto un resoplido y pongo los ojos en blanco mientras veo como Luna
copia mi expresión.

—Hombres —decimos las dos a coro.

Jordán nos mira sin entender nuestra reacción.

—¿Podrían explicarme qué hice mal?

—Papa, dijiste esa cosa de la cara y es un velo facial.

—Sí, papá, es un velo, no una cosa —le digo a Jordán en son de broma.

—Bueno, hermosas damas, perdón por mi terrible error.

—Está bien papá, te perdono.

Yo le digo que también lo perdono y me levanto para tomar el albornoz


morado de Luna.
—Tu papá tiene razón, Lu. Es hora de salir del agua, ya te estás arrugando
mucho.

Luna sonríe y se mira los dedos de la mano.

—Sí, mira mis manos, están arrugaditas, se ven graciosas. Mira mis dedos
papi, se ven muy graciosos.

Yo envuelvo a Luna en su toalla y ella se ríe mientras lo hago, Jordán hace


ademan de cargarla, pero yo le digo que no y llevo a Lu a su habitación para
ponerle su pijama. Cuando ya tiene su pijama puesta, la siento en la cama
para cepillar su cabello.

—¿Tu mamá cepillaba tu cabello?

—Sí, creo que lo hizo un par de veces.

Y cuando eso sucedió yo le agradecí mucho, porque sentía que ella me


estaba dando más de lo que yo merecía. Estaba tan falta de amor en ese
tiempo, que el mínimo gesto de su parte, me parecía algo asombroso.

—¿Te gusta que te cepillen el cabello?

—No lo sé, no recuerdo cómo es.

—A mí me gusta, y si quieres, yo puedo cepillar tu cabello.

—Tal vez mañana.

Le doy un beso en su cabello y le digo que ya está lista.

—Hoy me divertí mucho contigo, Luna. Pero ya me tengo que ir.

—Ojalá te pudieras quedar aquí para siempre y así no estarías sola.

Me siento frente a ella, porque ese comentario de su parte me ha llamado la


atención.

—¿Por qué crees que estoy sola?


—Porque tienes los ojos tristes, igual que papá, pero él me tiene a mí.

¿Ella realmente tiene cinco años?

—No estoy triste, Lu.

—Está bien estar triste, no pasa nada. ¿Sabes lo que yo hago cuando estoy
triste?

Le pido a mi papá que cante una música para mí, eso me pone feliz. ¿Quién
canta para ti cuando estás triste?

Las preguntas de una niña de cinco años no deberían crearme una crisis
emocional, porque no estoy de humor para manejar ese tipo de crisis justo
ahora.

Pero cuando llego a mi apartamento en lo único que puedo pensar es,


¿quién canta para mí cuando estoy triste?
CAPÍTULO 14
Paulina.
¿Quién canta para mí cuando estoy triste? Vaya pregunta que me ha hecho
Luna, es de ese tipo de preguntas que me gusta evitar, soy buena haciendo
eso, evitando temas que no me gusta tratar. He evitado pensar en eso por
casi dos semanas, y a mi mente viene la idea que tal vez debo empezar
alejarme de ella y crear límites entre las dos, y también con Jordán. Es por
ese pensamiento que

evito la casa de Jordán y a Luna desde que ambas tuvimos nuestra tarde de
chicas.

—Me aburriste a los cinco segundos que abriste tus labios —le digo al
hombre sentado junto a mí en la barra del club.

Muevo la copa de martini y llevo la aceituna a mi boca. El hombre sigue


mis movimientos con la mirada y me da una sonrisa lasciva ante la que yo
no puedo evitar poner los ojos en blanco. ¿Realmente él cree que tiene una
oportunidad conmigo?

Dejo la copa vacía sobre la barra y le hago una seña al barman para que me
sirva otra copa.

—Me acabas de dar un aburrido discurso de conformismos comunista, que


yo no te he pedido y que en tu retrogrado cerebro, no creías que yo pudiera
comprender.

Es casi típico de los hombres el ver a una mujer sola en un bar, bien
arreglada y creer que está disponible, que la pueden conquistar con frases
trilladas o discursos elaborados dónde intentan aparentar una inteligencia
que no poseen.

Busco la cadena en mi bolso y saco el anillo para ponerlo en mi dedo


anular.

—Soy casada.
Le muestro mi anillo y él parece retroceder un poco, pero no lo suficiente y
veo casi en cámara lenta como levanta su mano para tomar mi brazo, pero
yo me adelanto y clavo con fuerza mis uñas en su antebrazo.

—Sí intentas tocarme, te prometo que será la última vez que toques algo, y
será mejor que aprendas que cuando una mujer dice no, es no. Ahora vete.

—¿Qué le dijiste al pobre hombre que salió corriendo de aquí?

—Bueno, le dije que tenía un primo que podía golpearlo sí se propasaba


conmigo.

Sonrió al ver que Miguel se siente dónde hasta hace un momento estaba ese
pedazo de idiota.

—¿Qué haces aquí?

—He tenido una semana larga —le respondo—, necesitaba un trago.

—Es lunes.

—Un lunes muy largo.

Él llama al barman y pide un extraño cóctel que le dicen que beba con
precaución, pero es Miguel y él no conoce esa palabra.

—¿No deberías estar en casa con tu esposo y tu hija?

Me pregunta él y señala mi argolla matrimonial.

—¿Y tú no deberás estar fastidiando a otra persona?

—No, estoy bien aquí. ¿Estás esperando a un afortunado caballero?

—No, pensaba encontrar a alguien para tener sexo en el baño, pero no hay
ningún buen prospecto a la vista. ¿Y tú?

—¿En el baño de un club? Que ordinaria, querida prima. Yo pensaba


hacerlo en mi auto.
—Tan cliché.

—¿Qué tiene de malo lo cliché? Es simple y seguro, sabes que esperar y


rara vez decepciona.

Lo veo escanear el club con la mirada mientras espera a que yo le diga algo.

—El cliché es aburrido y soso. No es mi estilo.

—Como dice el dicho, los gustos son como los culos, cada uno tiene el
suyo.

—Exacto.

Una hermosa morena con un vestido plateado que ha llamado mi atención y


que le queda fantástico, se acerca a Miguel coqueteando de forma descarada
con él, y le deja una servilleta con su número de teléfono y un rápido beso
en los labios.

—Es casi indignante que me vean solo como un objeto sexual, soy más que
una cara bonita y un buen cuerpo.

Su falsa indignación me hace reír.

—¿La vas a llamar?

—Tal vez. Ahora déjame ayudarte a conseguir un dios griego que te ayude a
mejorar tu semana.

—¿Dios griego? No gracias, para empezar, si sabes un poco de mitología


griega sabrás que los dioses griegos eran en su mayoría feos, salvó por dos
o tres que eran la excepción a esa regla.

—¿Entonces todo lo que te importa es el físico?

—Miguel, deja el drama, ¿quieres? Que estoy buscando un ligue de una


noche, no un candidato a mi siguiente marido. Ahora dime, ¿qué estás
haciendo aquí?
—Ayudando a mi ex cuñado a superar a mi hermana.

Miguel me señala con su trago hacia una mesa alta dónde se encuentra
Raymond con una mujer muy hermosa y parece que ambos lo están
pasando bien.

—Eres todo un cupido, Miguel. Deberías ponerte un sitio en línea.

Miguel va a pagar su cuenta y yo lo detengo, le digo que está noche yo


invito los tragos y pago tanto sus bebidas, como la de Raymond y las mías.

—Cuida a Raymond y no lo dejes hacer una estupidez. Nos vemos.

—Ray estará bien y vamos, déjame acompañarte hasta tu auto.

Pago los tragos y empiezo a caminar junto a Miguel hasta la salida del club,
cuando ya hemos llegado a mi auto, lo detengo.

—Oye, Miguel, ¿quién canta para ti cuando estás triste?

Miguel me mira sorprendido por el giro brusco de la conversación y me


dedica una mirada algo sombría y un poco taciturna.

—La misma cantidad de personas que cantan para ti, Paulina.

—Ninguna.

—Exacto.

Ambos compartimos una sonrisa algo triste, pero dejamos caer el tema y
nos despedimos como si nada. Miguel y yo nos parecemos mucho, por eso
nos llevamos tan bien.

Cuando estoy casi llegando a mi apartamento, mi teléfono empieza a sonar


y me sorprendo al ver en el identificador, el nombre de Jordán. Porque no
hemos hablado desde mi tarde de chicas con Lu.

—¿Sabes la hora que es? ¿Por qué me estás llamando? Es tarde y no de


estoy de humor.
—Lo siento, no quería molestarte —me responde la voz suave y al triste de
Lu, lo cual me hace sentir mal por la forma que respondí la llamada.

—No, Lu no me estás molestando, pensé que era alguien más. Créeme, no


estoy molesta contigo, ¿cómo podría molestarme contigo? Ahora dime,
¿qué haces despierta a esta hora? Es tarde, deberías estar durmiendo.

Ella tarda un largo momento en responder.

—Tuve una pesadilla y te extraño, por eso te llamé, porque quería saber
cómo estás.

Luna siempre consigue tocarme el corazón que no sabía que tenía, porque
puedo imaginarla con su pijama sosteniendo el teléfono contra su oreja y el
ligero puchero en sus labios.

—Estoy bien, Lu. Pero si quieres puedo ir a tu casa para que veas que me
encuentro bien, así te quedarás más tranquila.

—No, no quiero molestarte.

—No es ninguna molestia, ya estoy en camino.

Termino la llamada y doy la vuelta, para dirigirme a casa de Jordán, no es


hasta que estoy en mitad de camino, que me doy cuenta de lo que estoy
haciendo. Y a mi mente viene la idea de límites más fuertes que debo dejar
de romper sin importa la razón o el quien. Porque lo único estable en mi
vida y que me mantienen día a día, son los límites que yo establezco en mis
relaciones de cualquier tipo.

Es por eso que me quedo un poco más de quince minutos en el auto, antes
de bajarme y tocar la puerta.

Es Luna quien abre.

—Oye, no deberías abrir la puerta, pudo ser un extraño.

La tomo entre mis brazos y cierro la puerta con el pie.


—Mi papá está dormido y te vi por la ventana, sabía que eras tú.

Ella me señala la ventana donde ha estado parada esperándome.

—¿Tú papá no sabe que estoy aquí?

—Nop.

Yo le dedico una sonrisa y camino hasta la escalera para llevarla hasta su


habitación.

—Te extrañado mucho, ¿tú no me extrañaste a mí? Porque está bien sí no lo


hiciste.

La coloco debajo de su edredón azul de animales de granja y ella abraza el


chanchito rosado con tutú del mismo color y alas blancas.

—También te extrañé, Lu y mucho.

—Entonces, ¿por qué no me llamaste?

—Es complicado.

Ella arruga sus cejas y me recuerda un poco a Jordán, yo llevo mi dedo a su


entrecejo y lo aliso son suavidad.

—No me parece muy complicado, sí uno extraña a alguien, lo llama y más


aún si la otra persona también lo extraña. ¿Ves? Es sencillo.

Bueno, de la forma en que ella lo dice sí, suena muy sencillo.

—Tienes razón Lu.

—¿Ya no te alejaras?

Ella es muy pequeña como para entender que alejarme es mi especialidad.

—Intentaré no hacerlo, ahora a dormir.


—¿Me puedes contar una historia?

—¿Qué tipo de historia? Porque te advierto, no me van muy bien los


clásicos de Disney, prefiero las historias originales.

Me gustan más las historias dónde no hay buenos o malos, héroes o


villanos.

Donde la brújula moral está defectuosa y no sabes de qué lado al final se


inclinará la balanza. Me gustan las historias con finales agridulces.

—¿Cuál es tu historia favorita?

—La de Peter Pan, cuando era niña yo soñaba con vivir en el país de nunca
jamás.

—¿Me puedes contar esa historia?

Yo asiento con la cabeza y le empiezo a contar aquella historia que me sé de


memoria y veo como poco a poco Lu se va adormeciendo hasta que se
queda profundamente dormida abrazando su peluche de chanchito.

Cuando me levanto, me quedo un momento observándola dormir y pienso,


por una pequeña fracción de tiempo, como sería tener está vida. Pero la idea
se va tan rápido como llegó, porque ese no es el tipo de historias que viven
los villanos.

¿Existe algún villano que haya obtenido un final feliz?


Jordán.
Escucho una voz a lo lejos, una voz que lamentablemente para mí me veo
obligado a tener que escuchar en mi realidad, pero que al menos había
podido mantener alejada de mis sueños, pero parece que entre más quiero
alejarme de esa voz, la voz se hace más fuerte y me persigue casi con burla.
Suena casi divertida por todo este asunto y cuando me giro para intentar
sofocar ese sonido, me sobresalto por un golpe en mi cara, seguido de una
fuerte risa.

—Pero, ¿qué demonios?

Cuando abro los ojos la veo de pie en el filo de la cama, sosteniendo una
almohada blanca en su mano. Me incorporo un poco apoyando mis codos
en el colchón y dándole una mirada molesta a Paulina, que solo provoca
que su sonrisa crezca.

—Buenos días, Jordán.

Me sorprendo al verla porque ella no ha venido desde que tuvo su tarde de


chicas con Luna, lo cual es comprensible porque incluso para mí, hay
momentos dónde todo lo que está pasando me resulta agobiante, y no me
imagino lo difícil que debe ser para ella el tener que lidiar con una situación
que no es asunto suyo, pero que ha decidido colaborar.

Ella parece que no lleva mucho tiempo despierta, porque aún no se ha


duchado y sigue vistiendo su pijama gris que resalta el grisáceo de sus ojos.
De igual manera, su cabello que lleva suelto, como casi siempre, parece
algo enredado, de una manera que casi la hace parecer adorable. . Casi, pero
no.

—¿Dormiste bien, cielito lindo?

Una parte de mí, la que ha procesado mejor que ya estoy despierto, ha


registrado el hecho que es extraño ver a Paulina de esa manera, sin
maquillaje, sin su ropa elegante, porque siempre le gusta estar vestida de
forma impecable ante cualquier situación, pero no ahora y tampoco está
utilizando su actitud fría,

confiada y casi prepotente, como otras veces. Es casi como si está mañana
se hubiera cansado de utilizar su armadura de siempre y la dejó caer un
momento, tal vez y no me encuentro muy alejado de la realidad porque hay
ojeras en sus ojos que antes habían sido cubiertas con maquillaje, al tener su
rostro sin nada de maquillaje puedo notar que tiene unas cuantas pecas
recubriendo sus mejillas.

Las ojeras demuestran que ella pasa días sin poder dormir bien y yo me
encuentro pensando en la razón de su insomnio, algo que no debería hacer.
¿Por qué pensar en Paulina? No debo permitirme crear afinidades con ella
solo porque ahora hemos dejado caer por un momento nuestras
pretensiones, más que nada, por qué dudo que momentos como este se
vuelvan a repetir.

—Dormí muy bien hasta que una persona loca me vino a despertar. Antes
de eso, estaba teniendo un maravilloso sueño.

Ella finge estar molesta por qué la acabo de llamar loca y me pega con la
almohada en mis piernas antes de lanzarla a mi cara, pero yo atrapo la
almohada en el aire y la dejo a un lado.

—Y dime, ¿de qué iba ese maravilloso sueño?

Ella se cruza de brazos divertida por la conversación.

—Me temo que será mejor para mí no responder a eso, o podría despertar
tus celos.

Mi respuesta hace que ella suelte una risa, es casi fresca, pero algo seca,
como si ella no se riera con mucha frecuencia o al menos no de forma
genuina. Es un poco triste pensar que Paulina no debe tener muchos
motivos para reír, al menos no después de perder a su hermana gemela.
Porque es obvio que la extraña mucho.
¿En qué momento empecé a saber tantas cosas sobre ella? Es que tiene un
extraño don de poder meterse bajo mi piel y aferrarse a mis nervios, y no sé
si eso es bueno o malo. O hasta qué punto yo lo puedo manejar.

—Vaya, es bueno saber la clase de hombre que eres. No tenemos ni un mes


de casados y ya me estás engañando.

Ella pone su cabello detrás de su oreja y luce un poco más joven de esa
manera, aunque puede que se deba a qué no lleva nada se maquillaje.
También parece algo más serena, no frágil, esa jamás sería una palabra que
utilizaría para describirla.

—Hoy cumplimos un mes.

Cuando digo eso, ella deja de sonreír casi de forma automática. La veo
dejar caer sus brazos y mirar un punto fijo en la cabecera de la cama, para
poder evitar mi mirada.

—¿De estar casados?

—Sí

Ella mueve la cabeza y me mira.

—¿Felicidades?

Suena molesta y ni siquiera sé que he dicho o hecho para llegar a


molestarla, me he dado cuenta de que eso nos sucede mucho. Que siempre
hay algo que el otro dice que nos molesta, pero que la otra persona no se da
cuenta y lo sigue haciendo. Deberíamos encontrar una forma de resolver
eso.

—No hay necesidad de falsas felicitaciones, Paulina. Dime, ¿qué haces


aquí?

—Necesito hablar contigo.

Ahora vuelve a estar casi como al principio y me siento mejor en la cama


para mirarla.
—La conversación que quieres tener, ¿podría esperar hasta que me duche?

—No, tiene que ser ahora.

Debí saber que ella respondería eso, no es una persona muy paciente, le
gusta que las cosas se hagan como ella dice y cuando ella dice.

—Está bien, hablemos.

—Luna me llamó anoche, dijo que tuvo una pesadilla y que me extrañaba.

No es una sorpresa que Luna la extrañe, me lo ha dicho todos los días y yo


he tratado de explicarle de la mejor manera porque Paulina no viene a verla
o la llama. Pero es una niña que fue abandonada por su madre, es difícil
para ella comprender ciertas cosas y a mí me gustaría que exista un manual
para padres y de esa forma saber que decir en esas situaciones, porque a
pesar que dicen que los niños son más fuertes de lo que uno piensa, yo sé el
daño que causan las heridas de la infancia conforme uno va creciendo.

Paulina también es una prueba de ello.

—Lo siento, hablaré con ella para que no vuelva a suceder. Lamento sí te
causó algún inconveniente.

Veo como su mirada se nubla un poco.

Es tal difícil intentar seguirle el estado de ánimo a Paulina, porque en un


momento ella me está gritando y parece que va a saltar hacia mi garganta,
pero en otro está conversando conmigo como una persona civilizada. Hay
momentos dónde se está riendo y bromeando, pero de pronto, se pone seria
y se queda callada luciendo algo triste. Es muy difícil tratar de seguirle el
ritmo a sus emociones, sigo sin comprender cómo va de una emoción a otra
en menos de una fracción de segundo.

—No, no es eso, no estoy molesta. En realidad, está bien que ella haya
llamado porque yo me comprometí a quedarme tres días por semana y no
estado cumpliendo.
—Está bien, Paulina. Lo entiendo, sé que no debe ser fácil para ti y
agradezco tu ayuda.

Ella mira alrededor de la habitación, como si estuviera estudiándola a


detalle.

—Todas las personas que quiero, salvo algunas excepciones, me dejan o


mueren y no quiero tener que encariñarme con ella, solo para ver cómo al
final se va.

Paulina debe haber pensado mucho en eso durante la noche, porque su voz
suena casi monótona cuando dice aquello, como si lo hubiera estado
repitiendo un par de veces.

¿Tan larga es la lista de personas que ella ha perdido? Es una pena lo injusta
que ha sido la vida con Paulina y como por decisiones de otros, ella ha
empezado a creer que es su culpa, a tal punto de preferir alejar ella mismo a
las personas, antes que dicha persona la deje.

—Luna no hará nada de eso.

Sus ojos se fijan en mí, tan claros y fríos como las capas de hielo en el
ártico.

—¿Me estás diciendo que no la vas alejar de mí? ¿Qué el día que consigas
lo que quieres, no vas a tomar a tu hija y prohibirle que me vea?

—¿Crees que haría eso?

Paulina me hizo el villano de su historia sin conocerme, no fue justo y es


por eso que yo la volví la villana de mi historia, porque pensé que de esa
forma se equilibraría la balanza. Pero el mundo parece a veces muy
pequeño para soportar eso.

—Sí, tú y yo nos odiamos, es obvio que no vas a querer a tu hija cerca de


mí.

Odiar es una palabra muy fuerte, a veces no la soporto y la mayoría del


tiempo creo que ella está loca, pero no la odió. Aunque estado cerca de
hacerlo.

—Jordán, está bien sí haces eso. En realidad, sería lo mejor que alejes a
Luna de mí.

Es ahí cuando lo entiendo, es justo en ese momento cuando muchas de sus


actitudes cobran sentido.

—No te asusta que yo aleje a Luna, sabes que quien se va alejar eres tú. Es
lo que has estado haciendo, es lo que siempre haces.

Paulina siempre parece estar corriendo lejos de todos y de todo, incluso


cuando está presente, como ahora, se siente como si ella estuviera a millas
de distancia, y sin importar cuánto uno la quiera alcanzar, solo para ver
cómo está, ella sigue alejándose. Corre tan lejos que llegará un momento,
dónde ya no le quedará hacia donde correr y deberá enfrentar todo aquello
de lo que huye.

—No voy alejar a Luna de ti, pero sí tú te vas alejar de ella, hazlo ahora,
ella ya ha sufrido mucho y merece algo de estabilidad.

—Es por eso que prefiero alejarme de ella.

—No, eso no lo haces por ella, lo haces por ti. Tienes miedo.

La forma en que su mirada me atraviesa es casi irreal y abre sus labios para
decir algo, pero ningún sonido sale de ellos y los vuelve a cerrar. Parece aún
más cansada que antes, como si el peso de una realidad a la cual ella no se
ha querido enfrentar, ha tocado su puerta y se niega a irse.

—Sí, tengo miedo, porque la realidad es que no sé cómo quedarme. Soy


bueno alejándome o haciendo que las personas me dejen, pero no sé
quedarme.

Paulina es una sobreviviente, correr es su forma de seguir sobreviviendo,


siente que sí se detiene, todo de lo que lleva huyendo va a caer sobre ella.
Piensa que todos los muros, barreras y límites que se ha establecido por
años, van a colapsar sí ella deja de correr.
—No confíes en mí, Jordán. Porque no sé quedarme, lo único que siempre
hago es alejarme y no me importa el daño que dejo detrás de mí mientras
me voy.

Ella me mira fijamente y me sorprendo que no logro distinguir nada en su


mirada, es como un cascarón vacío, casi como si fuera incapaz de sentir
ninguna emoción. Es igual a la mirada que dan los villanos cuando se
sienten derrotados.

Creo que de la única historia donde Paulina es la villana, es en la de su


propia historia.
CAPÍTULO 15
"En un reino lejano, había una vez, una villana que intentaba reescribir su
historia y el reino entero contuvo el aliento esperando el cambio".

Me doy cuenta del daño que le he causado justo cuando las palabras salen
de mis labios, pero incluso al ver el dolor en sus ojos, no me retracto y sigo
retorciendo el puñal en su pecho, porque, al final de todo, eso es en lo que
soy buena.

—No entiendo, estamos en una relación y me dices que jamás me vas a


dejar entrar.

Es que no lo entiendo, Paulina. ¿Qué se supone que significa eso? ¿A qué


clase de juego estamos jugando? No puedes decir que me amas un día y
quererme alejar al día siguiente.

Yo no le digo nada, porque me duele un poco escuchar el tono en que ha


dicho todo eso, y mi intención no es lastimarlo o no lo era al inicio de esta
discusión, es solo que a veces no puedo evitar tirar de las cuerdas para ver
qué tan resistente son, para tantear el terreno y saber cuánto puede
soportar la otra persona, y siento que debería detenerme con Milo, pero no
lo hago porque las cosas se salieron de control y yo soy demasiado
orgullosa como para dar mi brazo a torcer ahora, así que me mantengo
firme dejando que él sufra por algo que ni siquiera es verdad.

No, no soy una buena persona y lo peor es que ni siquiera intento serlo o
me importa cambiar. Y sé que debe haber algo en mí, algo relacionado con
mi niñez y la forma en que crecí, algo que explicaría lo jodida que estoy y
como no me importa lastimar incluso a las personas que digo amar, porque
me gusta probar cuánto amor son capaces de dar, y lo hago porque no
recibí amor en mi niñez y ahora estoy sedienta de amor, sin querer ofrecer
nada a cambio, porque cuando ofrecí mi amor, no lo supieron valorar.

—¿Qué quieres que haga, Milo? ¿Quieres que mienta y te diga que sí? No
es así, no puedo dejarte entrar, no puedo darte el mismo amor que tú me
das, te amo, pero no me pidas más de lo que puedo dar. Lo que te doy, es
todo lo que hay, tú elijes si te quedas o te vas.

Recuerdo esa discusión porque fue la primera que tuvimos en nuestra


relación y también recuerdo cómo lo desafié con la mirada, y que incluso
abrí la puerta para que se vaya, pero él no se fue y dijo que me amaba. Sí yo
hubiera sido otro tipo de persona, lo hubiera dejado ir esa misma noche,
incluso aunque él quería quedarse, porque yo siempre he sido consciente
del patrón que repito en las relaciones en general, al momento de crear
lazos afectivos. Pero lo dejé quedarse porque me gustaba estar con él,
porque lo amaba, incluso aunque muchos digan que no.

¿Y que saben ellos? ¿Quiénes los nombró jueces del amor? Yo amaba a
Milo, de verdad lo amaba, el problema es que no lo amé de la forma
correcta y eso podría quitarle algo de mérito a mi amor, pero al final del día,
sigue siendo amor, solo que empañado por los defectos humanos y traumas
del pasado.

Saco mi teléfono y marco el número de alguien que me va a entender.

—Oye, ¿dónde estás?

—Con una amiga, ¿por qué? ¿qué sucede?

—Crisis existencial.

La mujer al otro lado de la línea casi grita su nombre para llamar su


atención, pero él sigue concentrado en nuestra conversación.

—Estoy en camino. Ve sacando la botella de whisky.

—Ya lo hice. No demores.

Termino la llamada y camino con la botella y dos vasos en la mano hacia la


sala.

Dejo la botella sobre la mesa de vidrio y recuesto mi espalda en el sofá.


Pienso en como inicio mi discusión con Milo aquella noche, no recuerdo el
detonante exacto, pero si él momento cuando supe que todo se estaba yendo
al carajo porque en el momento que las palabras inofensivas de Milo
salieron de sus labios, pude sentir como mi rostro se contraía ante la
molestia, dejando a un lado la sonrisa cínica que tenía hace un momento
atrás.

—¿De verdad crees que necesito que me cuides? Porque no lo necesito,


Milo, mírame bien. Soy más que capaz de cuidarme sola y será mejor que
retrocedas con ese tipo de comentarios, porque están fuera de lugar, mucho
más allá de los límites que hemos establecido.

Pero Milo no se enoja o se altera por mi tono déspota, al contrario, hace


una señal de retroceder y de intentar aminorar la situación que, por su
expresión, no sabe cómo ha tomado este giro extraño. Y siendo sincera, yo
tampoco lo sé con exactitud, solo que no me gusta cuando hablan sobre
cuidarme, sobre protegerme porque tengo el amargo recuerdo de como lo
hicieron mis progenitores y a veces no puedo evitar pensar que todos lo
harán igual. Que cuando hablan de cuidarme y protegerme, no se refieren
al tipo de cuidado y protección que tuve en mi niñez, y me cuesta
diferenciarlo porque eso es toda la referencia que he tenido sobre el tema.

—Paulina, estamos en una relación, el cuidarnos y protegernos no son


cosas que se piden, el cuidarnos el uno al otro viene implícito en lo que
conlleva formar parte de una relación. Así es como funciona.

Creo que él se olvida que está es la primera relación seria que tengo, que
todo para mí es nuevo y requiere mucho más esfuerzo.

—Me da igual como creas que funciona una relación, no tenemos que ser
como los demás porque yo no quiero que me cuides y tampoco esperes que
yo te cuide.

—Paulina.

—No, nada de lo que digas me hará cambiar de opinión, porque siempre


me las he arreglado yo sola sin la ayuda de nadie, y estoy bien. Además, ya
te dije que dejemos de hablar de ese tema que para mí es sobrepasar los
límites de esta relación.

Es ahí cuando levanto el cuchillo y lo atravieso lentamente en Milo, sin


apartar mis ojos de los suyos, como queriendo ver el impacto que tienen
mis palabras sobre un tema que ya habíamos tratado y que se creía
solucionado.

—¿Límites? Paulina, ya hemos hablado de eso, las relaciones no se tratan


de límites y de amenazas cuando no se hace lo que el otro quiere.

—Así funciona conmigo, lo tomas o lo dejas. Me amas o te alejas.

Él suspira con cansancio, pero no se mueve y yo sonrió en mi interior


porque en el fondo sé que Milo no se irá, me ama demasiado como para
hacer eso, y de todas formas sigo tirando la cuerda y observando cuánto de
esto él puede aguantar, como si todo esto se tratara solo de un tipo
retorcido de experimento social.

—Entonces ilumina el camino, Paulina. Hablemos de los límites de nuestra


relación, dime lo que puedo saber de ti y las partes que siempre van a
permanecer ocultas.

Yo doy un paso hacia él.

—Milo, ¿aún no lo has entendido? Nunca te voy a dejar entrar.

La puerta suena en el momento justo para alejar esos amargos recuerdos de


mi mente y me levanto abrir.

—Pasa.

—Espero que no hayas empezado a beber sin mí.

Yo regreso a sentarme en el sofá y lo veo quitarse los zapatos y caminar en


calcetines hasta la sala, dónde se sienta en el mismo sofá que yo y nos sirve
un vaso de whisky a cada uno, me tiende mi vaso. Lo veo recostarse contra
el respaldo y poner los pies sobre la mesa de vidrio que está frente a
nosotros y dónde descansa la botella de whisky.
—Bien, te escucho.

Le doy un sorbo al trago en mi mano para humedecer mis labios antes de


empezar hablar.

—Milo me preguntó esa vez en la fiesta, porque me acosté con Gideon sí yo


sabía que él y yo teníamos una oportunidad.

—Se que no estoy aquí porque esperas que yo te ilumine con la respuesta,
te conozco, ya sabes cuál es y puedes decirme. Entre nosotros no nos
juzgamos.

¿Recuerdas?

Lo sé, Miguel y yo no conocemos muy bien en ese sentido y siempre


acudimos al otro cuando necesitamos decir algo que los demás no
entenderían.

—Me acosté con Gideon porque Milo no llegó y quería lastimarlo, pensé
que, si yo estaba sufriendo, él también merecía sufrir. Y cuando no alcancé
a impedir su boda, me dije, bueno, al menos sufrió igual que yo. Ahí radica
la diferencia entre Milo y yo, porque él jamás hubiera hecho eso.

Por eso no quise responder a su pregunta, porque sé lo mal que suena, sé


que hice mal. Yo sabía todo eso mientras lo hacía y no me detuve, a veces
siento que soy una especie de tsunami, que empieza a recoger sus aguas en
silencio y de un momento a otro, ataca con toda la fuerza que tiene y no hay
nada que lo detenga, dejando solo destitución, dolor y caos.

—Hay mucho que procesar, primer, ¿en serio intentaste impedir su boda?
¿Por qué?

Me encojo levemente de hombros.

—Jamás hice nada romántico o ese tipo de cosas cuando estábamos juntos y
pensé que, si me escuchaba, iba a regresar conmigo. Quería que regrese
conmigo.

—¿Por qué?
Doy otro sorbo a mí bebida antes de responder, está vez es un poco más
largo que el anterior.

—Soy egoísta y como jamás nadie me amado de la forma en que él me


amaba, no quería perder eso.

—A veces con tu cara de ángel, es fácil olvidar el demonio que eres.

—¿Tan mala crees que soy?

—Paulina, ¿en serio? Eres egoísta por naturaleza y rara vez tienes cargo de
conciencia, hay muchas personas que incluso dudan que tengas conciencia,
pero yo te conozco y sé que la tienes, solo que no la escuchas.

Miguel hace una pausa para darle un sorbo a su whisky y continúa


hablando.

—Y cariño, te quiero, pero no puedes vivir tu vida justificando tus acciones


con la infancia que tuviste, más que nada, porque no haces algo al respecto.
Solo das vuelta en el mismo círculo vicioso y necesitas romper ese círculo.

—No justifico mis acciones, no espero que las personas sientan lastima por
mí.

—¿Entonces que esperas?

—Recibir ahora todo el amor que no recibí antes sin yo tener que dar amor
a cambio, porque antes lo di y no lo supieron valorar, y ahora me he
quedado sin ganas de querer dar más.

—Es lo que digo, traumas de la infancia. Los tienes y los reflejas en tus
relaciones.

Me gusta hablar con Miguel porque él no me juzga, solo se dedica a


escucharme y aconsejarme solo si yo se lo pido.

—Milo dijo que ama a su esposa, pero que también me ama a mí. ¿Crees
que eso es posible?
—Sí, claro, por algo existe el poliamor. Pero sí, una persona puede amar a
dos al mismo tiempo y no es confusión o como le quieran decir, es parte de
nuestra naturaleza humana. No podemos pretender que todos tengan el
mismo concepto del amor, ni debemos menospreciar el amor de otros solo
porque no es como nosotros esperamos que sea. Cada quien ama a su
manera y cada quien lo demuestra a su manera.

—¿Por qué crees que no funcionó lo mío con Milo? A parte de lo obvio.

—Tú no estabas lista para estar en una relación, porque no te ibas a


comprometer con lo que tenían. Cómo tú dijiste, solo quieres que te amen y
no dar nada a cambio.

Lo único que daba es lo suficiente para mantener a la persona enganchada y


que no se aleje.

—Estas dudando si realmente amabas a Milo, ¿cierto?

—Sí.

—¿A qué viene la duda?

—Me di cuenta de que Jordán sabe cosas de mí, que Milo jamás supo. Si yo
lo amaba, ¿por qué jamás les dije esas cosas?

Ha sido una semana muy larga.

—Es fácil para ti decirle esas cosas a Jordán porque lo que tienes con él no
es real, no hay riesgo en revelarle esas partes de ti que nadie más sabe, pero
con Milo era diferente porque había sentimientos de por medio y sentías
que si revelabas demasiado eso te haría vulnerable y él podría usarlo en tu
contra para lastimarte.

—Vaya, Miguel, al parecer ese curso de psicología sí te sirvió de algo.

—Al parecer sí. Y, por cierto, sí me lo preguntas a mí, sí, lo amabas. Pero al
final del día, si lo amabas o no, es algo que solo tú sabes.
—Sí, lo amaba, y no solo porque él me hacía sentir amaba y esas cosas, lo
amaba porque me hacía reír en mis malos momentos y siempre sabía que
decirme para ponerme de mejor humor. Lo amaba porque era paciente y
dios sabe que se

necesita tener mucha paciencia conmigo. Lo amaba por lo bueno y lo malo,


pero Milo, él solo veía lo bueno en mí.

—Y Gideon solo ve lo malo.

Sí y al principio, eso fue exactamente lo que me atrajo de él, porque fue casi
liberador estar con alguien que no esperaba nada de mí, que no se inmutaba
ante mis acciones o comentarios de la forma que lo hizo Milo.

A Gideon le gustaba mi lado malo, y a Milo le gustaba intentar sacar mi


lado bueno.

—Sí, y yo quiero alguien que vea y ame ambos lados de mí. Lo bueno y lo
malo, todo o nada.

Aunque no quiero nada de eso ahora, porque tengo mucho que sanar y muy
pocas ganas de invertir tiempo en una relación.

—Hay un proverbio africano que dice, que el niño que no fue abrazado por
su tribu, cuando sea adulto quemara su aldea solo para sentir su calor.

Él me señala con el dedo cuando dice eso y después choca su vaso con el
mío.

—¿Tú crees que yo puedo cambiar?

—Creo que ya estás cambiando, solo que no te has dado cuenta. No han
sido cambios drásticos, pero los pequeños cambios hacen la diferencia.
Porque la Paulina de hace algún tiempo atrás, jamás hubiera ayudado a
Jordán y tampoco se estaría cuestionando nada de esto.

—Bien porque creo que he terminado con esa Paulina

—¿De verdad? Vaya, eso es. . Vaya. ¿Qué te hizo pensar en cambiar?
—Milo fue a la fiesta porque le preocupa mi felicidad, incluso después de
todo, él aún se preocupa por mí. Me puse a pensar que él podría cambiar su
forma de ser, por estar con personas como yo, y que el mundo necesita más
Milos y menos Paulinas. Además, hay algunas personas que quiero que
permanezcan en mi vida y para eso, debo aprender a quedarme.

También siento que Milo y yo éramos las personas correctas, pero no era
nuestro momento. Aunque tal vez hubiera sido nuestro momento sí yo me
hubiera comprometido con lo que teníamos y no me hubiera dado cuenta de
lo mucho que lo amaba, solo cuando ya lo había perdido.

—Me asusta que está sea la mejor versión de mí. Que lo que soy ahora, es
todo lo que podré ser, porque llevo tantos años siendo de esta manera, que
ya no sé cómo ser de otra forma.

—Escúchame bien lo que te voy a decir.

Miguel hace una larga pausa dramática y me pide permiso con la mirada
para poner sus manos en mis hombros y yo asiento en su dirección.

—Tienes tu propia brújula moral, eres la representación del antihéroe y tal


vez jamás te conviertas en un héroe, lo cual está bien, porque al hacerlo,
dejarías de ser quién eres. No debes cambiar todo de ti, solo pulir algunas
cosas, porque ahora eres absolutamente asombrosa.

—Tomara tiempo, ¿verdad?

—Sí, pero da igual, estoy aquí prima.

Terminamos nuestra bebida y dejamos que el resto de la conversación fluya


en temas más agradables.

Cuando me preguntan la razón de porque escogí mi carrera, yo respondo


que se debe a que me gusta el arte y los libros, y conservar la esencia de
ellos, mantener intacta su alma y el arduo trabajo de su creador. No es
mentira, aunque la razón principal es que yo pensé, que sí no puedo arreglar
mi vida, al menos puedo intentar arreglar aquellas cosas que me gustan y tal
vez, tan solo tal vez, de alguna forma consiga arreglar todo lo demás.
—¿Por qué estás sonriendo? Pareces loca.

Levanto mi mirada de mi teléfono hacia mi hermana que ha entrado en mi


oficina como si fuera la de ella.

—Luna me mandó una foto de mis plantas.

—¿Ella tiene teléfono?

—Por supuesto que no, tiene cinco años. Es del teléfono de su papá, pero
mira, luce adorable.

Le enseño la foto a Mae y ella no se inmuta en absoluto ante la imagen.

—Te estás encariñando con la niña —comenta Mae.

—¿Crees que eso es malo?

—No lo sé, tú dime.

—Tú eres la que sacó el tema a flote.

—Yo solo comenté lo que vi.

Las discusiones con Mae siempre son así.

—¿Por qué estás aquí?

—La inauguración a la exposición de Washington, es hoy.

No puedo evitar sonreír un poco cada vez que ella llama a Will por otro
nombre.

Ni siquiera sé exactamente porque lo hace, pero es Mae, muchas cosas que


ella dice o hace no tienen sentido.

—¿Y cuál es el problema con eso? Él ya sabe que no vas a ir, seguro te
envío la invitación solo por cortesía.
—Travis me dijo que sí no asisto a la inauguración, voy a herir los sentidos
de Will. Pero no entiendo la razón.

—¿Te importa herir los sentimientos de Will?

—No me gustan las personas, las odio a casi todas, pero no lo odio a él.

No es fácil saber que siente Mae, ella nunca expresa sus emociones o lo que
siente, en ningún sentido. Ni con expresiones, gestos o acciones, ella
siempre se mantiene estoica ante cualquier situación. Y así ha sido siempre,
desde que era una bebé y escucharla ahora decir que no odia a Will es algo
que jamás creí vivir para presenciar.

—Es difícil para mí reconocer lo que otros sienten, principalmente porque


no me importan. La empatía nunca ha sido mi fuerte. Pero sé que, si no
asisto, voy a herir a Will.

—¿Quieres ir a la exposición de arte?

—No me gustan las fiestas, ni los lugares con muchas personas, tampoco
me gusta hablar con personas. .

Si no la interrumpo la lista no tendrá fin.

—Mae, eso no fue lo que pregunté.

—Lo sé.

—Mira, el simple hecho que te cuestiones sí ir o no, lo va a lastimar, ya


significa mucho.

—El creó una exposición sobre mí y ¿debe conformarse con que yo me


cuestione si él me importa o no? No me parece justo o equitativo.

—Eso no sonó para nada a ti.

—Es porque me lo dijo Travis.

Yo ya debería aprender que a veces ella es así.


—¿Vas a ir Mae?

—Sí, a veces debemos hacer cosas que no nos gustan por ciertas personas.

—¿Quién te dijo eso?

Ella me señala con el dedo.

—Tú, cuando empezaste a salir con Milo.

Vaya, no lo recordaba.

—Sí que decimos estupideces cuando estamos enamorados —murmuro—.


Pero no tienes que hacer nada que no quieras, aunque eso ya lo sabes.

—Para mí, las personas siempre dicen estupideces, sin importar su estado
sentimental.

Travis entra en ese momento a mi oficina y luce algo pálido.

—¿Que sucede?

—Tienes visita.

—¿Quién es?

—La mamá de Jordán. ¿La hago pasar?


CAPÍTULO 16
"Había una vez, una bruja malvada que llegó al reino, sin saber que ya
había una villana en este cuento".

Esto se siente muy similar a ese momento en la Tv, cuando enfocan a dos
leonas de la misma manada que se miran entre ellas y empiezan a pelear por
el dominio.

Dos depredadores que quieren demostrar quién es el que manda para poder
quedarse con la presa.

Yo le sonrió a la madre de Jordán, que, al verla, entiendo que él, al menos


en lo físico, se parece mucho a su mamá. Cómo en la forma del rostro y
tanto la forma de sus ojos, como su color. Astrid es mucho más parecida a
su madre, incluso en el color de cabello. Pero la mujer frente a mí tiene un
mal aura, una desagradable vibra, que ni siquiera Jordán, en todo lo mal que
me cae, ha logrado trasmitir.

Entonces entiendo que los rumores sobre la mujer sentada frente a mí deben
ser ciertos.

—Soy Claire Campbell. Y tú eres la esposa de mi hijo.

—La esposa de su hijo tiene un nombre y uno muy bonito. Soy Paulina
Montenegro.

Ella estira su mano y yo hago lo mismo para estrechar la de ella de forma


casi amigable.

—Es un gusto conocerte al fin, Paulina.

—Eso ya lo veremos.

Ella suelta una risa que es falsa aquí y en la china, pero para cualquiera otra
persona que no está acostumbrada a este tipo de gestos falsos y
conversaciones hipócritas, la risa le pudo resultar genuina, pero yo soy muy
buena con ese tipo de risa y me río frente a ella, demostrándole que sé que
todo esto es una falsa cortesía solo para sacar sus garras en cualquier
momento.

Ella vino a tratar un punto en específico, quiere algo y parece que no se va a


ir hasta conseguirlo. Es jueza, entiendo su afán por "ganar".

—¿A qué vino?

La veo llevar sus dedos al collar de perlas en su cuello y pasar sus dedos
por las cuencas.

La mujer tiene clase y estilo, de eso no hay duda. Le gustan las cosas caras
y elegantes, lo demuestra con su traje Chanel a lo Jacky Kennedy, la forma
en que se mueve y los accesorios que utiliza. Puedo ver qué está
acostumbrada a ciertos lujos, y que no piensa vivir sin ellos.

—Ya te dije, a conocer a la esposa de mi hijo y madre adoptiva de Luna.

Ella habla en un tono un poco bajo y algo pausado, casi como si estuviera
aburrida con toda esta interacción.

—Ya me conoció.

—Te acabo de ver, me gustaría al menos tener la oportunidad de saber algo


de la mujer que está tan presente en la vida de dos personas que son muy
importantes para mí.

Claire recorre mi oficina con la mirada y se detiene en los diplomas que hay
en la pared y los mira casi con burla, al parecer, mis títulos no son
suficientes para ella.

Por suerte, yo no vivo para complacer a personas frustradas con sigo


mismo, así que estoy bien. Aunque su gesto, me recuerda un poco a la
forma despectiva que tiene mi padre de hablar sobre mi carrera, e
irónicamente, ambos han ido a la escuela de leyes. Creía que todos los
abogados eran así de pretensiosos, pero Andrea nunca lo fue y Jordán
tampoco, él incluso muestra interés por mi profesión.
Ella se da cuenta de que yo no he dejado de observarla y tal vez espera que
yo le diga algo por sus expresiones, pero se va a quedar esperando, porque
yo no pienso caer en su juego.

—Soy restauradora de arte y de libros, trabajo aquí, en la casa de subastas


de mi familia. Me gusta leer e ir de compras en mi tiempo libre, también me
gustan las plantas. ¿Algo más que quiera saber?

La veo observar el anillo en mi dedo anular, anillo que ha permanecido en


ese dedo desde la noche del lunes en aquel bar, porque me di cuenta de que
no me fastidia llevarlo y combina con casi toda mi ropa, así que lo dejé en
mi dedo y ahora me felicito mentalmente por hacer eso.

—Disculpa mi franqueza, pero no entiendo cómo mi hijo se casó contigo.


Porque sin ofender, tú no eres su tipo.

Suelto una pequeña risa, ya que en la mayoría de las veces que se dice esa
frase, viene justo antes de decir algo hiriente y que va a ofender a la otra
persona.

—No me ofende, porque no estoy plagada de inseguridades. Además, tal


vez antes no era su "tipo" como usted dice, pero por suerte, las personas
mejoran sus gustos.

—Tienes carácter, tal vez eso le atrajo de ti. Pero dime, niña, ¿realmente
conoces al hombre con el que te casaste? Yo creo que no, porque se ser así,
no estarías con él.

Ella utiliza la palabra niña hacia mí con desdén, como si yo fuera inferior a
ella.

—Y yo creo que no es asunto suyo, sí yo conozco o no a mi esposo.

Ella enarca una ceja, para nada impresionada con mi respuesta.

—Es mi asunto, porque él es el padre de mi única nieta, y me preocupo por


ella. Sí supieras lo que sé de él, no dejarías al cuidado de nadie, porque
siempre ha sido como un cachorro perdido, tan fácil de manipular que casi
me provoca asco.

Ella tiene un modo muy pasivo-agresivo de actuar. Es fría y algo déspota en


su forma de hablar sobre Jordán. Una madre que ama a su hijo, jamás se
expresaría de esa forma.

—Y si usted supiera la mitad de mi historia, no estaría aquí sentada.

—Te conozco, no hubiera venido a verte de no ser así.

—No señora, no me conoce, pero vamos a fingir que es así, que le sigo el
juego y me interesa lo que usted tenga que decir. Vamos a fingir que me
afecta el discurso que tiene preparado sobre mis inseguridades o mis
problemas paternales. ¿O acaso sobre mi madre o hermana? Porque sí no se
enteró, ambas se suicidaron y yo encontré ambos cuerpos.

Recuesto mi espalda contra el respaldo del sillón.

—Ve, nada de eso me afecta.

Claire me sostiene la mirada, lo cual no me sorprende, no parece ser el tipo


de mujer que se rinde con facilidad, y seguro vino aquí con algún plan de
respaldo porque eso es lo que años de carrera dejan.

—¿Te contó la razón por la que estuvo en el ejército? O dime, ¿te habló de
Ginger y Helen? ¿De las drogas? Dudo que sí te hubiera hablado de algo de
eso, tú estarías aquí defendiendo una causa perdida, porque eso es Jordán,
una triste causa perdida. Siempre lo fue y nada lo cambiará.

Ya voy entendiendo hacia donde se dirige ella con ese comentario.

—Y como es una causa perdida no puede cuidar a su hija.

—Él no quería a esa niña, le dio dinero a su madre para que abortara y
como esa mujer está loca, no lo hizo y apareció años después con la niña en
brazos, niña que él dejó en mi puerta sin mirar atrás. A él no le importa esa
niña, y no podría cuidarla porque ni siquiera puede cuidarse a él mismo. Lo
mejor que le puede pasar a esa niña es estar conmigo.
Trato de no mostrar ninguna emoción mientras la escucho contarme
aquello.

—Luna, la niña se llama Luna y Jordán es un excelente padre, uno que no


pidió serlo, pero es mucho mejor que padres con paternidad planeada. Ama
con su vida a su hija y haría cualquier cosa por ella. Es un gran hombre que
usted jamás ha tenido el gusto de conocer. Y le voy a pedir que se mantenga
alejada de Luna y de mi esposo, no la quiero cerca de ninguno de ellos.

Sus gestos son pequeños y rápidos, asimilando mis palabras y sin inmutarse
en respuesta. La veo darme una media sonrisa y tomar el pequeño bolso que
hay en su pierna antes de ponerse de pie.

—Nos volveremos a ver, Paulina —eso suena a una amenaza, pero no me


asusta y le sostengo la mirada para demostrar mi punto—. Y dile a Jordán
que Helen le manda saludos.

Casi al instante que la madre de Jordán ha salido, Astrid entra a mi oficina.

—Astrid, hola, ¿qué estás haciendo aquí?

Ella parece algo consternada y mira hacia la puerta antes de sentarse frente
a mí escritorio. Me dice que casi corrió hasta aquí evitando a su madre.

—Maeve fue a la exposición de Will, fue temprano porque así no hay nadie
y le dijo que mamá estaba aquí y él me mandó para ver cómo estabas. Pero
al ver la forma en que mi madre salió de tu oficina, creo que te fue muy
bien.

No siento que gané, pero sé que tampoco perdí. Creo que todo se definirá
en nuestros siguientes encuentros, porque estoy segura de que nos
volveremos a encontrar y aquel segundo encuentro será mucho menos
amistoso.

—Fue una interesante conversación, pero al final ella me dijo que le diga a
Jordán que Helen le manda saludos. ¿Sabes lo que eso significa?
Por la expresión de horror en la cara de Astrid, asumo que Helen no es
sinónimo de nada bueno. El horror se desvanece de su rostro y da paso a
una expresión de molestia, antes de chasquear la lengua con desagrado.

—¿Quién es Helen?

Astrid se encoje de hombros.

—Una mujer que le hizo pasar por muchas cosas a mi hermano y la cual le
hizo que sea difícil para él confiar en las personas.

—Eso suena malo, ¿qué le hizo esa tal Helen?

Astrid aparta la mirada y suelta un pequeño suspiro antes de negar con la


cabeza, sus ojos parecen estar llenos de pena.

—Ella rompió a mi hermano y ella es. . Es la madre de Luna.

Mierda.

Gracias a la pequeña interacción que tuve con su madre, puedo entender un


poco mejor a Jordán, su forma de ser y porque a veces actúa como lo hace.
Pero también me ha permitido sentir algo más que fastidio y desagrado por
él, porque ahora lo veo más como una persona y menos como una
sanguijuela. Y no sé si al final eso es bueno o malo. Lo que, si sé ahora, es
que no es para nada bueno, que esa tal Helen este en contacto con la madre
de Jordán o que se encuentre cerca de él, no solo por el daño que le ha
causado en el pasado, también por el daño que le puede causar a Luna.

—Creo que debemos omitir, al menos por ahora, decirle a Jordán sobre ella
—le digo a Astrid—. Al menos hasta que yo pueda averiguar qué quiso
decir la bruja de tu mamá con eso de que ella le manda saludos.

Astrid parece estar de acuerdo conmigo.

—Sí, será mejor no decirle nada a Jordán sobre ella.

—¿Decirme sobre quién?


Tanto Astrid como yo miramos hacia la puerta de mi oficina donde está
Jordán de pie.

Veo como Astrid me da una mirada y yo solo asiento con la cabeza, porque
sí, yo puedo manejar está situación. Dejo que Astrid salude y se despida de
su hermano antes de hablar, ella le dice que no se puede quedar porque debe
regresar a la pastelería y se disculpa conmigo antes de irse.

—Asumo que Will te dijo sobre la visita que tuve y por eso estás aquí.

—Sí.

Me levanto de mi sillón y camino alrededor de mi escritorio pensando en


una forma de evadir el tema de su madre, sin evadirlo del todo.

—Tú madre ha dicho que yo no soy tu tipo. Pero lo soy, ¿verdad? Y ¿Por
qué te estoy preguntando esto? Por supuesto que crees que soy hermosa.
¿Verdad, Jordán? Es decir, mírame, por supuesto que soy hermosa. No te
quedes callado, di algo.

—¿Qué?

Jordán me mira confundido porque seguro no esperaba que nuestra


conversación tome este giro tan extraño.

—¿No crees que soy hermosa? Pero que mierda te pasa, como puedes creer
que yo no soy hermosa. Soy una diosa, divina, preciosa. Y tú eres un
imbécil, idiota y arrogante.

—Ni siquiera me has dado tiempo de responder.

—No es algo que debes pensar, tu respuesta debe ser automática. ¿Crees
que soy hermosa? Sí. . Eres una diosa, y más aún porque soy tu esposa, eso
es lo que tienes que decir. ¿Crees que soy la mujer más hermosa del
mundo? Y sigues sin responder, bien he terminado contigo, no puedo estar
con alguien así.

Hago varios movimientos con mis manos para enfatizar mis palabras.
—¿Y ahora que hice?

—Me acabas de llamar horrenda.

Él levanta sus manos hacia el techo con exasperación.

—Pero sí ni siquiera me has dado tiempo de responder.

—Y vuelves a lo mismo, te lo juro que no puedo contigo, Jordán. Lo único


que tienes que hacer es decirme que soy la mujer más hermosa del mundo,
que no hay nadie más hermosa que yo.

—Paulina, es obvio que eres mi tipo porque eres la mujer más hermosa del
mundo y tengo tanta suerte de tenerte. ¿Estás feliz ahora?

—Sí.

Yo me encuentro sentada en el filo de mi escritorio y él está parado muy


cerca de mí, en medio de nuestra discusión, no me di cuenta la forma lenta
y gradual en la que nos fuimos acercando.

Ambos nos sostenemos la mirada hasta que la puerta de mi oficina se abre.

—Lamento interrumpir, pero tienes una reunión Paulina.

Jordán retrocede un par de pasos y yo me bajo del escritorio.

—Estaré ahí en un momento, Travis.

Cuando mi primo vuelve a salir, me doy cuenta de que Jordán no ha dejado


de mirarme.

—Nos vemos está noche, para ir a la inauguración de Will.

—Sí, te recogeré a las ocho. ¿Te parece bien?

—Sí.
Es solo hasta que él se va, que me pregunto mentalmente, ¿qué es esa
extraña tensión que está surgiendo entre nosotros?

En la noche, la pregunta sigue girando en mi mente hasta que veo la hora y


me apresuro a terminar de arreglarme cuando veo la hora, porque Jordán es
un hombre muy puntual. Así que me pongo mis aretes y mis tacones, tomo
el abrigo negro y mi bolso que están sobre mi cama y salgo hacia la sala
casi al mismo tiempo que el timbre suena.

—Buenas noches, Paulina —me saluda Jordán cuando abro la puerta—.


¿Ya estás lista?

—Sí, vamos.

Recorremos el camino hasta su auto en silencio, no me sorprende, Jordán y


yo no tenemos mucho de qué hablar, pero cuando él abre la puerta para que
yo me suba al auto, me detiene.

—Paulina.

Yo giro mi cabeza hacia él y enarco una ceja.

—Dime.

—Solo quiero, ya sabes, yo solo.

Lo veo pasarse una mano por su cabello y negar con la cabeza, es la


primera vez que lo veo de esa forma, parece estar nervioso y no sabe cómo
decir lo que quiere expresar.

—¿Qué pasa?

—Solo quiero decir gracias.

Yo lo miro sin entender nada.

—¿Por qué me estás agradeciendo?


—Por defenderme hoy frente a mí madre, no sé muy bien como fue la
conversación, pero ella mencionó que dijiste que soy un buen padre.

Casi por impulso, levanto mi mano y la llevo a su hombro dónde le doy un


ligero apretón.

—No tienes que agradecerme por eso, Jordán. Soy tu esposa y para eso
estoy.

Él lleva su mano hacia la mía que aún descansa sobre su hombro, y me da


unas ligeras palmadas, es solo un pequeño roce que me hace sonreír y
aunque me está

"tocando" no tengo la necesidad de apartar mi mano. También noto que


Jordán, al igual que yo, ahora utiliza su argolla matrimonial en su dedo
anular.

Entiendo que no debe haber muchas personas en la vida de Jordán que lo


hayan defendiendo, incluso me atrevo a creer, que tal vez nadie lo ha
defendido antes y por eso se siente tan agradecido por lo que yo le dije a su
madre. Eso es algo muy triste y no puedo evitar sentir pena por él.

—Paulina, sé que mi madre te mencionó un par de cosas y personas, y yo te


voy a explicar todo. Lo prometo.

Me dice él cuando llegamos a la galería de arte. Yo pongo una mano en su


antebrazo y lo detengo.

—Jordán, no tienes que explicarme nada, tu pasado te pertenece solo a ti.

—Pero quiero hacerlo, me estás ayudando y defendiendo, creo que lo


mínimo que puedo hacer es contarte sobre mi pasado.

Entiendo que él piensa que al contarme sobre Helen y la otra mujer, o las
demás cosas que han sucedido en su pasado, yo voy a opinar diferente de él
y dejar de defenderlo, él seguro piensa eso por todo lo que ha pasado, y
porque de esa manera lo han hecho sentir casi toda su vida.

Jordán no se siente digno de nada.


—Bien, puedes contarme lo que quieras, pero seguiré creyendo que eres un
buen padre, Jordán. Créeme, eso no va a cambiar.

—Gracias, Paulina.

Coloco mi brazo alrededor del suyo y juntos entramos a la galería de arte.

Es interesante como está noche empezó con pequeños toques entre los dos,
como esta tarde hubo un sutil acercamiento entre nosotros. Cómo en este
día he conocido más a Jordán, de lo que hubiera imaginado conocer, y debo
reconocer que este Jordán que he vislumbrado hoy, me agrada mucho.
CAPÍTULO 17
"Había una vez una villana que descubrió como sus malas decisiones,
alteraron la historia de otros personajes. La pregunta es, ¿qué hará la
villana de esta historia con esa información?".

Soy muy buena fingiendo, aparentando que las cosas son de una manera,
cuando realmente son de otra. Puedo fingir que estoy bien, incluso aunque
mi mundo entero está colapsando encima de mí y yo no puedo hacer nada
para impedirlo.

Fingir que todo está bien, es algo que aprendí de niña, no fue algo que nos
enseñaron de tal manera, solo lo aprendimos dadas las circunstancias en las
que vivíamos y los problemas de mi madre. Ya que siempre teníamos que
justificar por qué mis padres no podían ir a la escuela o porque cuando no
había niñera a cargo, íbamos sin peinarnos, sin bañarnos o pasábamos
tiempo sin comer.

Me resulta un poco difícil tenerle que explicar a ciertas personas como todo
esto influyó en la forma que mis hermanas y yo teníamos de enfrentar una
situación o que cada una, a pesar de pasar lo mismo, lo manejamos de
formas diferentes. Por ejemplo, Andrea dejó que todo se le venga encima y
jamás pidió ayuda, cosa que en el fondo no le puedo reprochar porque así
fue como crecimos y es difícil dejar eso que se aprende de niño y que te ha
moldeado hasta la adultez, de un momento a otro. Mae, por el contrario,
jamás expresa nada, jamás se pone de parte de nadie y jamás sabes cómo se
siente. Ella también es la única persona a la que mi papá quiere y eso
porque le gusta la forma de ser y actuar de mi hermana, como ella no deja
que ninguna emoción la domine porque a Mae no le gusta sentir nada por
nadie y es algo que Will, recién está empezando a entender.

—Le dije que la amaba —me cuenta Will—. Y Maeve me pidió que no lo
haga, no hemos hablado desde entonces porque ella dijo que será mejor de
esa manera.
Will me contó, como en la tarde de su exposición de arte, Mae fue y él le
mostró cada pieza que ha sido inspirada en ella y que le dijo que la amaba,
que no pensaba decirlo, pero sintió que ya no podía seguir conteniendo
aquel

sentimiento. Pero Will debió recordar que la palabra sentimiento y Mae, no


van juntas en la misma oración.

Él se inclina hacia delante en la banca del parque y recuesta sus codos sobre
sus muslos para poder enterrar su cara entre sus manos.

—Sí Maeve no quiere hablar contigo, no lo hará y no te digo que le des


tiempo porque eso tampoco funciona con ella.

No le veo sentido a endulzar la verdad, a llenarlo de falsas esperanzas en


algo que tal vez no sucederá.

Sonrío al recordar el hermoso discurso que dio Will sobre mi hermana al


inicio de la exposición, a pesar que Mae ya le había dicho que no la ame.

—No estoy molesto con ella, ni decepcionado, porque Mae siempre fue
clara desde el principio y no puedo pretender que ella cambie su forma de
ser, porque sí lo hiciera, ya no sería la mujer de la que me enamoré. Me
gusta tal y como es, incluso aunque mis sentimientos no sean
correspondidos.

Pero eso no evitar que a él le esté doliendo todo lo que está pasando.

Veo a Luna ayudar a una niña a subir a la resbaladera y sonrío en su


dirección cuando ella me ve.

—¿Quieres que hable con ella?

—No, solo quiero saber sí debo rendirme o esperar.

—Will, las cosas con Mae no son difíciles de entender, sí te dice que no te
enamores de ella, entonces es que no debes hacerlo. Y sí te dijo que no
deben volver hablar, ella no va a volver hablar contigo. Es así de sencillo.
—Eso es justo lo que pensé.

Pongo una mano en su espalda y le doy un par de palmadas.

—Ustedes las Montenegro han roto un par de corazones en estos días.

Creo que él lo dice porque hace unos días fue San Valentín, pero aparte de
Tracy y Ate, nadie en la familia le gusta celebrar esa festividad. A mí en lo
personal, no me gusta para nada, solo acepté la tarjeta que Luna hizo para
mí, porque fue ella quien medio el detalle.

—Hablando de corazones rotos, ¿cómo está Raymond?

Will aparta las manos de su cara antes de responder.

—Intentando olvidar a Atenea. ¿Tú has hablado con ella?

—No, pero me mandó un mensaje el otro día para preguntarme por


Raymond, ella está preocupada por él.

—¿Sabes una cosa? Por un momento creí que ellos terminarían juntos.

Creo que hubo un momento dónde todos pensamos eso.

—Pero ya ves, las cosas rara vez terminan como uno cree.

—Sí, así parece.

Era normal que todos creyéramos que Atenea y Raymond terminarían


juntos y felices, no solo porque se llevaban bien, ellos parecía que tenían
una extraña conexión que los hacia funcionar muy bien juntos, o eso es lo
que los demás veíamos, porque sí dicha conexión hubiera existido, las cosas
entre ellos no finalizarían como lo hicieron.

—Por cierto, hablé con mis contactos y no hay rastro de Helen ingresando
al país.

—Eso es bueno, al menos sabemos que sigue en el extranjero, solo


esperemos que se quede ahí por el bien de mi hermano y Luna.
Me muerdo el labio para evitar preguntar más sobre Helen, no solo porque
es un tema delicado que no debería ser hablado a la ligera, también porque
se siente como violar la privacidad de Jordán, ya que él mismo me dijo que
me contaría sobre ella y asumo que aún no lo ha hecho, porque no se siente
listo para hacerlo y yo entiendo muy bien ese sentimiento.

—Me voy, cuñis. Nos vemos después y gracias por la charla, me sirvió
mucho.

Will se levanta de la banca y se despide con la mano, lo veo acercarse a


Luna para despedirse y empezar a caminar, pero se detiene cuando ve a una
mujer muy hermosa de cabello rojo y ojos verdes. Ella le dice algo que le
hace sonreír y se despiden, cuando él se va, la mujer mira alrededor del
parque y camina hasta el espacio vacío que hay junto a mí en la banca.

El anillo brillante de compromiso en su dedo llama mi atención, es muy


bonito y algo extravagante.

—Paulina, mira, encontré un centavo de la suerte —me dice Luna con


emoción llamando mi atención.

Yo veo el centavo que ella sostiene en su palma.

—Vaya, eso es bueno. Nunca nos viene mal un poco de suerte extra.

—¿Se lo podemos llevar a mi papá? Tiene un caso nuevo y quiero que


gane.

Yo frunzo el ceño y pienso en el tipo de caso que debe estar trabajando


Jordán y el cual espero que no gane. Pero no le puedo decir que no a Luna.

—Está bien, vamos al trabajo de tu papá a llevarle un poco de suerte extra.

Ella sonríe feliz y yo no puedo evitar devolverle la sonrisa.

Cuando llegamos a la que creía era la empresa donde trabajaba Jordán, me


dicen que él hace tiempo no trabaja ahí y tiene sentido, porque al llegar
Luna me dijo que ahí no trabaja su papá, debo llamar a Will para corroborar
ese hecho y él me dice que Jordán dejó de trabajar ahí casi al tiempo que
Luna empezó a vivir con él, al parecer, Luna lo ha cambiado más de lo que
yo pensaba.

—¿Aquí sí trabaja tu papá?

—Sí.

—Bien, vamos a verlo.

Entramos al edificio donde queda el bufete de abogados dónde ahora trabaja


Jordán y vamos en el ascensor hasta el piso que me dijo Will. Al bajarnos
del ascensor no tenemos que buscar a Jordán porque lo vemos de pie junto a
la recepción, hablando con nada más y nada menos que Cecilia, la mujer
con la que él se iba a casar.

¿Qué hace ella aquí?

Luna corre hacia su padre a penas lo ve y la Cecilia se pasa una mano por
su cabello y luce un poco incómoda por la escena que se desarrolla frente a
ella. Por lo que escuché, ella nunca conoció de manera formal a Luna,
porque Jordán quería esperar hasta después de la boda, ya que es muy
receloso con las personas que entran a la vida de su hija y, sin embargo, me
dejó entrar a mí, me pregunto por qué lo hizo.

—Hola, no queríamos interrumpir, pero Lu quería traerte algo.

—Por supuesto que no interrumpen —nos dice él—. Paulina, Lu, ella es
Cecilia, Cecilia ella es Paulina y Luna, mi hija.

Luna le sonríe a Cecilia y extiende su mano hacia ella. Yo hago lo mismo,


pero sin la sonrisa amable que tiene Luna en su cara.

—¿Trabajas aquí con mi papá?

—Sí, somos colegas y trabajamos aquí juntos.

Así que el imbécil de Jordán trabaja con su ex prometida, mujer con la cual
podría estar casado sí yo ni hubiera por accidente impedido su boda. Ahora
que lo pienso, Cecilia no debe ser fan de mi persona.
—¿Quieres ir a la oficina de papá, Lu?

—Síp.

Yo le hago una seña para que él vaya, que lo alcanzaré en un momento y


Jordán me da una mirada de advertencia antes de dirigirse hasta su oficina.

—No sabías que trabaja con Jordán. ¿Verdad?

—No, pero está bien, yo confío en él.

Y de todas formas esto no es real así que me da igual sí él trabaja con ella o
no, porque recuerdo que Cecilia dijo que era mejor que Jordán amara a
alguien más, porque ella no lo amaba a él.

—Es un gran hombre, tienes mucha suerte.

—Él también tiene suerte al estar conmigo.

Ella se ríe, no es una risa falsa, pero tampoco una risa feliz.

—Debería odiarte —me empieza a decir ella—. Por arruinar el que debía
ser el día más feliz de mi vida, por quedarte con el hombre que amo, pero
no te odio.

—¿El hombre que amas? Dijiste ese día en la iglesia que no era así.

Ella hace una mueca y chasquea la lengua.

—Estaba siendo humillada frente a mí familia y amigos, ¿qué esperabas


que dijera? Lo dije para salvar mi orgullo.

—Entonces, ¿amas a Jordán?

—Sí, pero eso no importa, porque él solo se iba a casar conmigo por Luna y
ahora tú estás ocupando ese lugar, lugar que iba a ser mío.

—¿Jordán lo sabe? ¿Él sabe que lo amas?


Ella mira hacia la oficina de Jordán, pero no responde a mí pregunta y se
marcha hasta una puerta con su nombre en ella. Y yo me quedo con esa
pregunta dando vueltas en mi cabeza.

—¿Paulina? Mis padres nos invitaron a una cena está noche en su casa.
Quieren poder conocerte mejor.

—Que sigan queriendo.

He notado que Jordán se refiere a su madrastra como mamá y a su madre a


veces la llama por su nombre, también me he dado cuenta de que Astrid
hace lo mismo.

—Paulina.

Yo conocí a los padres de Jordán en la inauguración de Will, solo fue un


hola y chao, pero para mí eso es suficiente, al parecer, para los padres de
Jordán, no lo fue.

—Es una mala idea, Jordán, yo nunca le agrado a los padres. Tengo algo
que provoca que no les agrade.

—Les caíste bien esa noche.

—Sí, porque solo fue de hola y chao. Si pasas más de cinco minutos
conmigo se pierde ese efecto y me empiezas a odiar.

—Cuando te conocí pasé menos tiempo contigo y no me caíste bien.

—Imbécil.

Veo a Cecilia salir de su oficina y darnos una mirada de soslayo mientras le


entrega una carpeta a la mujer que está en recepción. Yo recuerdo lo que
ella me dijo, mientras veo la mirada que Jordán y ella comparten, antes que
ella regrese a su oficina.

Es extraño pensar que sí yo no me hubiera equivocado de boda, justo ahora,


yo no estaría aquí y no conocería a Luna. Que la mujer que estaría
asistiendo está noche a la cena, sería Cecilia y que no estaría preocupada
por agradarle a sus suegros porque ella luce muy parecida a las princesas de
los cuentos, es de ese tipo de personas que tienen algo en encantan a
quienes conocen. Algo que por lo visto yo no tengo.

—Bien, iré a la cena. Pero te lo advierto, las cosas van a salir mal.

—Correré el riesgo.

Llamo a Luna que se ha quedado en la oficina de Jordán, para ya irnos a


casa.

—Jordán, una última cosa. Será mejor que no te quites ese anillo de tu dedo
porque a mí no me gusta tener adornos en mi cabeza y sí eso llegara a
suceder, bueno, no quisiera ser tú. ¿Estoy siendo clara?

Luna viene corriendo hacia mí y estira los brazos en dirección a Jordán,


pero él no aparta la mirada de mí mientras toma a su hija entre sus brazos.

—Sí, muy clara.

—Bien. Lu, despídete de tu papá, ya es hora de irnos.

—Adiós, papi. Te veo en casa.

—¿Y Jordán? Me alegra que ya no estes trabajando para esas sanguijuelas.


Este lugar te queda mucho mejor.

En la noche, antes de irnos a la casa de los padres de Jordán, Luna no deja


de dar pequeños saltos de emoción porque, dicho varias veces por ella, ama
mucho a sus abuelos y tiene tiempo sin verlos.

—Sigo creyendo que esto es una mala idea —le digo a Jordán cuando ya
estamos llegando.

—No lo será, Will y Astrid también estarán ahí.

—El que Will esté ahí no me tranquiliza mucho.

—Yo también estaré presente.


—No pues que apoyo, sí tú y yo solo pasamos peleando. Y la mayoría del
tiempo ni si quiera nos agradamos.

—Lo sé, pero, ¿recuerdas nuestro trato?

—Cuando estamos con otras personas, sin importar quienes sean, debemos
fingir que nos amamos —le digo casi en un susurro para que Luna, que va
sentada en su asiento para niños y mirando un vídeo en su tablet, no nos
pueda escuchar.

—Exacto.

Paso mis dedos casi de forma inconsciente por la argolla de matrimonio en


mi dedo y me dedico a ver por la ventana el resto del viaje.

Al llegar a la casa de los padres de Jordán, Luna chilla de emoción y sale


corriendo hacia la puerta. Nosotros somos recibidos por el padre de Jordán,
un hombre que es casi tan formal como Jordán. Porque, aunque físicamente
no se parece mucho a su padre, en su forma de ser y actuar sí.

—Paulina, es un gusto volver a verte.

Él no hace ademán de acercarse a mí y saludarme, porque seguro Jordán le


dijo que no me gusta el contacto físico innecesario y casi sonrió al pensar
que él siempre está pendiente de esos pequeños detalles hacia mí.

—Gracias por la invitación.

—Oh, no tienes que agradecer, mi esposa se moría de ganas por conocerte


mejor, y yo también. Vamos, Astrid y Will están en la sala.

Y yo no entiendo por qué. Quizás la señora Helena piensa que yo soy como
Cecilia, pero sí espera eso, se va a llevar una gran decepción cuando me
conozca mejor.

—Paulina, que bueno verte de nuevo, te ves hermosa —me saluda la señora
Helena.

—Sí cuñis, llevo tanto tiempo sin verte.


Pongo los ojos en blanco en dirección a Will.

—Siempre es bueno verte y como sabía que venías a cenar, te traje una caja
se rollos de canela.

—¿En serio? No sabes cuánto te quiero en este momento, Astrid.

—¿También trajiste algo para mí, tía?

—Sí corazón, siempre tengo algo para ti.

En mi mente cuento el tiempo para saber si el efecto dónde les agrado se


empieza a pasar y les empiezo a caer mal, como suele suceder en la mayoría
de los casos, pero al parecer no sucede así.

—¿Eres tú? Mírate Jordán, eras un joven soldado muy guapo.

Le digo mientras me acerca a mirar las fotos que están en una repisa de
madera en una esquina de la sala.

—¿Cuántos años tenías aquí?

—Diecinueve.

—Te ves tan guapo y triste. Una extraña combinación.

—Él siempre ha sido un joven muy apuesto, ¿verdad cariño? Las


muchachas suspiraban por él.

—Mamá, me avergüenzas —le dice Jordán a la señora Helena.

Jordán pone un brazo alrededor de la señora Helena y ella le sonríe con


mucho aprecio y amor.

—Como podrás ver cuñis, mi hermano siempre ha sido el favorito de


nuestra madre.

Sonrió al ver la forma en que ella trata a Jordán y Astrid y como no hace
ninguna distinción entre su hijo y ellos dos. Para la señora Helena, los tres
son sus hijos y ellos se expresan hacia ella como su madre, porque la ven de
esa manera.

—¿Ves? No fue una mala noche, ellos te adoraron.

Me dice Jordán cuando hemos acostado a Luna después de regresar de la


cena.

—Sí bueno, aún no me conocen bien.

Todo se siente tan doméstico que me resulta un poco abrumador.

—¿Por qué siempre haces eso?

Nos detenemos en mitad del pasillo, uno frente al otro, pero manteniendo
una clara distancia entre los dos.

—¿Hacer qué?

Él hace un gesto con su mano en mi dirección.

—Eso, pensar que no te van a querer si te llegan a conocer.

—Tal vez porque cada vez que me conocen dejan de quererme. De todas
formas, no me importa cuando se van y cierran las puertas para evitar que
yo regrese. A veces lo prefiero de esa manera.

Él da los cortos pasos que lo separan hacia su habitación y abre la puerta.

—Bueno, yo voy dejar la puerta abierta.

Es una metáfora muy interesante y yo inclino un poco la cabeza sin saber


cómo responder.

—Deberías cerrarla, no es seguro dejar la puerta abierta, Jordán.

Él baja la mirada y asiente en comprensión a mis palabras.

—Buenas noches, Jordán.


Ignoro la sensación que me provocan sus palabras, porque es un poco
aterrador el empezar a sentir algo por la persona que consideras tu enemigo,
¿cómo podría no estar asustada por eso?

—Buenas noches, Paulina.

Cuando él entra a su habitación, veo que ha dejado la puerta abierta y yo


levanto mi mano hacia el pomo para cerrarla, pero mi mano cae hacia mi
costado y decido dejar la puerta de esa manera. ¿Qué daño puede hacer una
puerta abierta?
CAPÍTULO 18
"Érase una vez, una villana no tan mala, que se sintió tentada por el ardor
de las llamas y el calor que ellas emanan".

Cuando llego a la casa de Jordán soy recibida por un aroma dulce al que ya
me estoy acostumbrando, porque siempre que Astrid recoge a Luna del
Kínder, hornea algún dulce, por eso elijo quedarme en casa de Jordán, los
días que sé que Astrid va a recoger a Lu.

—Paulina.

—Hola, pequeña. ¿Qué tal el kínder?

Tomo a Luna entre mis brazos y ella me da un beso en la mejilla.

—Vamos a tener una obra escolar. Yo seré una flor.

—Vaya, eso suena muy interesante.

—Lo es, ¿irás a verme? Todos irán, ¿tú también vas a venir?

—Sí, Lu, claro que voy a ir.

La bajo de mis brazos para quitarme el abrigo y guardarlo en el armario


junto a la puerta.

—Papa aún no llega, dijo que iría a cenar con algunos colegas del trabajo.
Pero mi tía Astrid está aquí.

¿Colegas del trabajo? Asunto que Cecilia debe estar incluida entre esos
colegas.

Pero como me dije antes, no me importa sí Jordán aún la ama o sí ella aún
lo ama a él.

—Bien, voy a saludar a tu tía Astrid.


Luna regresa a la sala, a seguir viendo la película que miraba antes que yo
llegara y yo me dirijo a la cocina, dónde veo a Astrid encorvada sobre el
mesón comiendo magdalenas de chocolate y manjar. Cuando ella me ve me
ofrece una magdalena que yo por supuesto acepto con una sonrisa.

No es un secreto para nadie que me conozca, que yo adoro las cosas dulces,
una vez, incluso gané un concurso de comer pasteles contra unas monjas
algo tramposas.

—¿Qué sucede, Astrid?

Ella suspira con cansancio.

Sé que algo no está bien con ella, porque no tiene su habitual buen humor y
su forma alegre de ser, hoy ella está apagada, como si se hubiera quedado
sin batería.

—Hoy almorcé con mi madre y me volví a sentir como la adolescente


insegura y con algunos problemas de peso. Me dijo que debo cuidar lo que
como o nunca nadie se fijará en mí.

La veo darle un mordisco a la magdalena y como su mirada triste se posa en


la bandeja a su lado.

—E igual a como hacía antes, me refugio en la comida —me dice ella con
tristeza—. Yo solía tener problemas con la comida cuando estaba en mi
adolescencia porque nunca fui delgada como tal, no como las demás chicas
y solían burlarse de mí, me hacían sentir mal y algo acomplejada con
respecto a mi cuerpo y mi apariencia. Mi madre solo empeoraba eso y hoy
que la vi, me recordó todas esas inseguridades.

Los problemas alimenticios son uno de los peores problemas que un


adolescente puede tener, y es que estamos tan susceptibles a caer en ellos y
a veces ni siquiera nos damos cuenta de la forma lenta que caemos en este
tipo de problemas hasta que ya es muy tarde. Otras veces, vemos el
problema y no queremos salir de él, porque sentimos que es lo único que
está bien.
Después del suicidio de mi madre, mi papá me culpo de eso y yo empecé a
tener problemas con la comida, empecé a dejar de comer, lo hacía como una
forma de castigarme por lo que le había hecho a mi mamá y para intentar
llamar la atención de mi padre. Él nunca se dio cuenta y eso que tuvieron
que hospitalizarme. Incluso ahora, él sigue sin saberlo. Es un poco triste
pensar que yo me estaba matando lentamente al dejar de comer y mi padre
no lo notó o no le importó, y no sé cuál de las dos es peor.

—Mi madre suele hacer siempre eso —me sigue diciendo Astrid, volviendo
mi atención a ella y dejando mis malos recuerdos a un lado—. Toma alguna
inseguridad que tengas y la utiliza en tu contra. Ya debería estar
acostumbrada a

eso, pero nunca es sencillo. Con Jordán suele ser mucho peor porque dice
ella que le recuerda a nuestro padre.

El timbre de la casa suena y le digo a Astrid que yo atenderé.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto a Miguel mientras me hago a un lado


para dejarlo pasar.

—Te estoy buscando, ¿qué más voy hacer? Dios, que bien huele, no sabía
que ahora cocinabas, Martha Stewart.

—No seas idiota, Astrid está aquí, ella cocinó.

—Sí eso tiene más sentido.

Miguel se acerca a saludar a Luna y la eleva en el aire provocando una


fuerte risa por parte de ella.

—Necesito pedirte un favor —me dice Miguel cuando regresa después de


saludar a Lu.

—¿Qué hiciste ahora?

—Conocí a una mujer en el club. .

—Y la embarazaste.
—¿Qué? No, por supuesto que no, y anulo cualquier maldición que puedan
ocasionar tus palabras. Ahora déjame hablar. Cómo te decía, conocí a una
mujer en un bar y ella está loca. Loca. Me acosa a dónde quiera que voy, en
el trabajo y ya incluso sabe dónde vivo. No sé qué hacer, tienes que
ayudarme.

No puedo evitar reírme ante la angustia de Miguel, porque él suena muy


asustado por lo que le está sucediendo.

Le hago una seña para que me siga hasta la cocina dónde está Astrid y ella
se para erguida cuando nos ve y la veo limpiar las migajas de magdalenas
que han quedado en su ropa antes de saludar a Miguel. Veo como ella le
ofrece casi de forma tímida una magdalena a mi primo y él la acepta con
una sonrisa, pero sin mirar en dirección a Astrid. Típico de Miguel.

—¿Qué esperas que yo haga?

—Que la asustes, tú das miedo. Así que ve y asusta a esa loca.

—¿Quieres que vaya y asuste a alguien solo porque tú me lo pides? No, así
no es cómo funciona querido primo, dime, ¿qué gano yo a cambio?

Miguel esta vez sí mira hacia Astrid en busca de apoyo, pero ella se encoge
de hombros y niega con la cabeza.

—Eres cruel, me ves sufrir y a cambio me pides algo para ayudarme. Bien,
si así es como nos tratamos ahora, dime qué es lo que quieres.

—Me invitarás el postre y el café por un mes.

—Bien. ¿Ahora sí irás asustar a esa loca?

—Sí.

Le digo a Astrid que me voy con Miguel a solucionar su problema, que


regreso más tarde, Luna me pregunta si voy a regresar y yo le digo que sí,
que debo ayudar a Miguel y que después de eso regreso.

—La vida se casada te asienta, se te da bien el papel de madre.


—Eso solo sucede porque no es real.

—¿Qué quieres decir?

—Que soy buena en esto porque no tengo ninguna presión, no es real,


puedo salirme en cualquier momento. No estoy casada de verdad y con la
presión de hacer funcionar un matrimonio o con la responsabilidad de una
hija. Amo a Luna, pero no quiero ser su madre, prefiero ser como una tía
que la visita de vez en cuando.

Es algo que siempre he dicho, el matrimonio y la maternidad no es para mí,


no entiendo porque se niegan a escucharme.

—Me estás diciendo que, ¿en todo este tiempo, no has dudado ni un poco
sobre todo el asunto del matrimonio y la maternidad? No te creo. Tuviste
que al menos en un pequeño momento considerar eso.

Bueno, la realidad es que la parte difícil de fingir un matrimonio con


Jordán, compartir una casa y una niña, es lo fácil que todo eso resulta, más
que nada porque lo último que yo esperaba es que se sintiera tan normal. En
el fondo de mi cabeza, no sé qué esperaba con exactitud, pero no es lo que
obtuve, porque me gusta como están las cosas y hay días donde debo
recordarme con más fuerza, que esto no es real, que solo fingimos que nos
agradamos por el bien de Luna.

Pero entonces él hace algo bueno por mí, como regalarme aquel disco de
vinilo que llevo años buscando o compararme una nueva planta solo porque
la vio y pensó en mí, y la realidad se distorsiona un poco y me encuentro
disfrutando de todo.

En especial cuando Jordán me dedica esa sonrisa melancolía que me ha


empezado a gustar.

—Ya te he dicho, no soy de las que se casa y tiene hijos. Eso no es lo mío.

Aunque por alguna razón que no voy a profundizar, la idea de tener una
familia, ya no me asusta tanto como antes, hay noches donde me imagino
teniendo mi propia familia y la idea suena agradable en mi mente. Eso no
quiere decir que voy a salir corriendo a tener una familia, porque después
de todo, sigo siendo yo.

—Serias una buena madre, Paulina.

—Lo sería por un tiempo y después, me cansaría de eso. Ambos sabemos


que es así. Y cuando me canse, porque lo haré, también haré algo para
alejar a esas personas y provocar que cierren sus puertas para que yo no
pueda regresar.

—Pensé que querías cambiar.

—Estoy cambiando, Miguel. Porque antes hubiera sido muy sencillo para
mí experimentar con la idea de una familia, poner primero mis intereses
antes que él de otra persona, pero ahora, incluso aunque quiero
experimentar con eso, no lo voy hacer porque soy consciente que hay
personas que van a salir heridas si lo hago. ¿Ves? Es un pequeño cambio,
pero un cambio, al fin y al cabo.

Miguel me mira de reojo y sonríe en mi dirección.

—Estoy orgulloso de ti, Paulina.

Ayudar a Miguel resulta más sencillo de lo que esperaba, lo que me deja


pensando, es cuando estamos de camino hacia la casa de Jordán y él me
recuerda que falta menos de una semana para mí cumpleaños, y yo estoy a
punto de decirle que no, que solo la semana pasada fue San Valentín, que es
imposible que ya sea mayo, pero entonces miro el calendario en mi teléfono
y veo que él tiene razón. ¿Cómo pasó tan rápido el tiempo?

Pienso en la rutina en la que me he sumergido incluso aunque nunca me han


gustado por lo predecibles que son y que a mí no me gustan las cosas que
uno puede predecir, porque eso me resulta aburrido. Pero entonces, ¿por
qué he seguido por meses está especie de rutina doméstica con Jordán? Aún
me sigo quedando tres noches en su casa, aunque a veces se vuelven cuatro
porque Luna insiste en que me quede y a mí me resulta difícil decirle que
no. Analizo la forma en que he dejado de hacer planes, de ir a bares o mi
"rutina" antes de casarme y verme envuelta en todo este lío. Y ni siquiera
puedo predecir el momento exacto en que dejé que mi vida empezará a girar
en torno a Luna y Jordán.

—Oye, ¿sabes si Will y Mae han vuelto a verse?

La pregunta de Miguel me regresa al presente y niego con la cabeza.

—No que yo sepa, Mae fue muy clara sobre ese tema. Pero presiento que,
por primera vez, ella podría dar su brazo a torcer.

—Han pasado tres meses y ella sigue en pie con eso. Esa mujer sí que es
dura.

—Ni lo menciones.

Cuando llego a la casa de Jordán, él ya ha llegado y Astrid se ha ido, yo me


siento con Luna a ver una película hasta la hora de la cena. De nuevo, todo
es tan doméstico. ¿Y que esperaba yo? Todo gira en torno a una niña, por
lógica las cosas deben tener está sensación de hogar.

¿Qué piensa Jordán sobre todo esto? A veces no me gusta pensar en su


reacción, así que me mantengo simple sobre el tema, para no dar pie a
hablar sobre eso, y eso me hace preguntarme ahora sí tal vez Jordán no está
haciendo lo mismo que yo. Lo cual sería extraño porque implicaría que
ambos estamos bailando alrededor del otro, o quizás yo estoy sobre
analizando este tema.

—¿Cómo estuvo tu día? —me pregunta Jordán en medio de la cena.

—Estuve ayudando a Travis con su coqueteo porque hay una persona a la


que quiere conquistar. Le di un excelente piropo.

—¿De verdad? Y cuál es ese piropo.

—Cuando me estaba bañando, me resbalé con un Jabón, cai por la tubería y


aterricé en tu corazón.

Yo le guiño un ojo y él se ríe, Luna se una a su risa y al final los tres nos
reímos y empezamos a compartir líneas de conquista. Yo lo llamo gurú de
las conquistas y él me guiña un ojo.

Esa es otra cosa que ha cambiado entre nosotros, el coqueteo y a la forma


que ahora bromeamos entre nosotros con más frecuencia y eso no quiere
decir que hemos dejado de discutir, aún lo hacemos, solo que lo alternamos
con bromas. A veces yo solo intento hacerlo enojar y ver cuánto tarda él en
enojarse, otras veces siento que Jordán hace lo mismo conmigo.

—Buenas noches, Jordán.

—Buenas noches, Paulina.

De nuevo, noto que ha dejado la puerta abierta.

Por eso todo lo que está pasando y que no me había dado cuenta de que está
sucediendo, me resulta extraño, porque antes cuando había un pequeño
coqueteo entre nosotros, ambos sabíamos que detrás de eso solo había odio,
pero ahora también hay sentimientos buenos y cálidos, me atrevería a decir
que incluso hay

afecto. Y eso no debería de estar pasando, Jordán y yo deberíamos odiarnos


de por vida, no deberíamos ser personas amigables jugando a las casitas.

Pero al parecer, toda mi vida cambio ese día que decidí robar su pastel de
chocolate.

—Estúpido Jordán. Por tu culpa no puedo dormir.

Me levanto de la cama y bajo a la cocina, para encontrar un sándwich


cortado a la mitad en un plato. Se que lo hizo Jordán, ¿quién más? Pero él
ha estado haciendo eso desde que yo le conté que suelo comer en la
madrugada. Me resulta un gran gesto de su parte, porque incluso aunque él
sabe que hacer esto no me llevará mucho tiempo, sé que es su forma de
decirme que me escucha.

—Jordán, Jordán, ¿estás despierto? Soy yo, Paulina.

Toco su brazo para despertarlo y deben ser por sus años de ejército, pero él
se levanta algo sobresaltado y yo retrocedo unos pasos.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien, Luna está bien?

—Sí todo está bien, no pasa nada.

—Entonces, ¿por qué me despiertas en mitad de la madrugada?

Lo veo sentarse en la cama y recostar su espalda contra el cabecero.

—Quería saber, ¿por qué siempre dejas un sándwich para mí?

—¿Por eso me despertaste? ¿No podías esperar hasta mañana para hacerme
esa pregunta?

—No, ahora responde.

Lo veo cruzarse de brazos e incluso en la oscuridad de la habitación noto


como su mirada cambia.

—Paulina, hay cosas que prefiero no decirte y está es una de esas cosas.

Sé que me dice eso por molestarme, porque sabe que detesto quedarme con
la intriga de algo.

—Quiero saber esas cosas, Jordán y para tu información, yo siempre


obtengo lo que quiero.

Jordán sonríe, pero su sonrisa no dura mucho y lo veo levantarse con


cuidado hasta acercarse a mí y que nuestros rostros estén frente a frente. Lo
veo estudiar con determinación mis ojos grisáceos antes de acercarse y
susurrar a mi oído.

—No esta vez, Paulina.

Él está jugando con fuego creyendo que a mí me asustan las llamas, pero no
es así, yo suelo disfrutar de su calor, me gusta verlas arder, aunque siempre
me cuido de no arder en ellas.

—Siempre, Jordán. Yo siempre obtengo lo que quiero.


—Y dime, Paulina, ¿qué es lo que quieres?

Ahora estamos cara a cara, a solo centímetros del otro, y yo debería


alejarme y tratar de mantener mi espacio personal, pero no me muevo. Hay
algo en toda esta situación que me resulta demasiado atrayente e
interesante, como para retroceder.

—Ya te dije lo que quiero.

Puedo sentir como mi corazón empieza a latir más rápido y me preguntó si


él también puede escucharlo.

—Lo hago porque dijiste que a nadie le importabas y no quiero que te


sientas así.

¿Yo le dije eso? Sí, lo hice y me sorprende que él lo recuerde porque en ese
tiempo, ni siquiera nos llevamos bien.

—¿Eso es todo lo que quieres, Paulina? ¿O hay algo más que quieras? Sí es
así, este es tu momento para decirlo.

Soy yo o aquí está empezando a subir la temperatura.

Vamos, Paulina, responde, ¿hay algo más que quieras? Porque el diablo no
va a ofrecer el plato por siempre e incluso aunque lo haga, la comida tiene
tiempo de caducidad.

—Responde, Paulina, ¿o acaso te comió la lengua el gato?

Mi mirada va hacia sus labios y la sonrisa felina que él me da.

—Sí, eso es todo lo que quiero. Buenas noches, Jordán.

Le digo para alejarme de las llamas, porque como dije, me gusta ver las
llamas arder, pero no estoy interesada en arder en ellas y tener algo con
Jordán, sería igual a quemarme en la hoguera.
CAPÍTULO 19
Jordán.
La mayoría de las veces, me cuesta poder dormir toda la noche porque las
pesadillas no me dan tregua y me torturan como si yo tuviera alguna deuda
con ellas y me rehusado a pagar, pero incluso aunque sea así, a estas alturas
ya he pagado incluso con creces cualquier deuda que pueda tener, aunque
eso a mis pesadillas parece no importarles. Porque el silencio que las
acompañan es ensordecedor y el miedo que ataca parece que va ganando.

Sé que intentar volver a dormir es absurdo porque lo único que conseguiré


es regresar a esas pesadillas, volver mis recuerdos al calor sofocante de
Afganistán, el caos y el dolor. Si intento volver a dormir, solo recordaré las
vidas que perdí y las que quité.

Así que dejo de intentar conciliar el sueño y bajo en silencio a la sala, pero
me detengo al ver a Paulina sentada casi al filo del sillón con una botella
abierta frente a ella y un vaso en su mano. Estudio su postura para saber que
tan borracha está, pero noto que no está borracha, es más, no creo que ella
haya bebido ni una gota de alcohol, porque la botella está casi llena y lo
único que se ha servido en el vaso, aún sigue ahí intacto. Me pregunto
porque ella no ha bebido nada a pesar que parece que lleva tiempo ahí
sentada.

—Paulina, ¿está todo bien?

No hago ademán de acercarme a ella.

La veo levantar la cabeza sorprendida por escucharme y mirar el vaso en su


mano antes de dejarlo junto a la botella y hacerme una seña con el mentón
para que me siente en el sofá.

—Hoy es mi cumpleaños —me dice ella.

No puedo ocultar mi asombro al saber eso, no sabía que hoy era su


onomástico, en parte porque Paulina suele ser muy reservada con ese tipo
de información sobre ella.
—Hoy veintidós de mayo, cumplo treinta años. ¿No es eso fantástico?

Hay un toque amargo en su voz.

La mayoría del tiempo estoy tratando de leer entre líneas a Paulina, porque
con ella es así, pero ahora, ella luce agotada tanto física como
emocionalmente, que no eleva sus muros y pone las barreras para
protegerse de los demás, en cambio, me deja leerla con total claridad.

—Esta botella me la dio mi hermana, recién la abrí, la estaba guardando


para nuestro siguiente cumpleaños porque Andrea amaba celebrarlo, pero
ella ya no va a cumplir más años. Es triste saber que ni siquiera llegó a
cumplir treinta.

Veo que ella tiene dos vasos junto a la botella y que uno de esos vasos está
vacío.

No me imagino lo difícil que debe ser para ella celebrar su cumpleaños


sabiendo que su hermana gemela, ya jamás va a celebrar con ella. Pero
Paulina es fuerte y está buscando una forma de enfrentarse a la situación,
está buscando una alternativa a su dolor.

—Estoy muy, pero muy triste Jordán. De verdad muy triste.

Ella levanta sus ojos grisáceos hacia mí y me mira con seriedad, su aliento
no huele alcohol, huele a menta y algo dulce, pero no logro identificar que
es. Por un momento, al escucharla hablar con tanta franqueza, me preocupó
que estuviera algo borracha, pero no lo está.

Pensar en sí ella está borracha o no, me hace recordar la vez que la vi en


aquel club, dónde después de ayudarla y que Atenea y Raymond vinieron
por ella, Atenea me dijo que Paulina estaba así porque se enteró que su ex
estaba en una relación seria.

—Oh, gracias a dios que por fin llegaron, estaba a punto de poner una
cinta en su boca —le digo a Atenea y Raymond cuando los veo llegar, y
Pauliana, a pesar de todo lo que me ha hecho pasar, tiene el descaro de
reírse divertida por toda esta situación, aunque también creo que se debe a
que ha bebido bastante alcohol, como si quisiera ahogarse en él—. No
quiero volver a estar cerca de ella y mucho menos tener que cuidarla,
porque es una amenaza.

Paulina me mira y hace un sonido con su lengua.

—Que cruel eres, Jordán —me dice ella, arrastrando las palabras mientras
habla, yo la miro y pongo los ojos en blanco porque por la cantidad de
alcohol que bebió y que a mí me tocó pagar, que ella no pueda hablar con
claridad, no es ninguna novedad—. Yo creí que nos estábamos uniendo,
incluso planeaba hacerte un brazalete de amistad que diga: Jordán y
Paulina, amigosx100pre.

Esta vez es mi turno de chasquear la lengua en su dirección.

—No, Paulina, créeme cuando te digo que no quiero nada que venga de ti.
Y, por cierto, la próxima vez que salgas, deberías llevar un letrero que diga
que las personas alrededor tuyo necesitan seguridad especial.

Por supuesto, está de más decir que la lengua castiga y que uno jamás debe
de decir de esta agua no beberé, porque en momentos de sed y de
deshidratación, cualquier agua es buena.

Paulina jamás recordó esa noche y no me sorprende, yo tampoco sé lo he


mencionado porque como le dije, hay cosas que prefiero no decirle.

—Y extraño tanto a mi hermana.

—A veces nos perdemos a nosotros mismos mientras nos aferramos a


personas que ya no están, que no volverán, que ya nos han dejado ir y han
seguido adelante. Perdemos parte de quienes somos mientras mantenemos
la puerta abierta para personas que no van a regresar.

Ella entiende que no estoy hablando solo de su hermana, ella es una mujer
inteligente y no refuta lo que le digo o pregunta la razón de porque lo hago.
En su lugar, ella se inclina hacia delante y me sirve un poco de aquel trago
que ahora noto que es una botella de vino tinto de una cosecha muy vieja y
buena.
—¿Sabes que era lo que siempre quise cuando era niña? Una de esas
máquinas para hacer helados, aunque también quería el horno. Nunca me lo
regalaron, tal vez yo misma me lo compre, ni siquiera sé porque aún no lo
he hecho.

Me extraña que ella no esté bebiendo en copas y haya preferido utilizar


vasos.

Pero Paulina es así, rara vez hace lo que debería hacer, he descubierto que a
ella le gusta nadar contra la corriente.

—Bebe conmigo —no es una petición, es casi una orden.

Esa es su voz de no voy aceptar un no como respuesta. La reconozco


porque ella lo utiliza mucho conmigo, pero también la escuchado utilizar
ese tono con otras personas, como Miguel o Will. En especial con Miguel.

Nunca me ha molestado escuchar ese tono de su parte, o cuando ella me


empieza a molestarme para ver cuánto tardo yo en enojarme. Su tono bajo y
la ferocidad de su mirada, deberían encender una alerta en mi cabeza, ese
tipo de señales que empezaron aparecer en mi mente después de Helen y
todo el caos que ella trajo a mi vida, pero Paulina no me hace sentir nada de
eso. Cuando ella está cerca, siento como si el caos y de mi pasado no me
pudieran alcanzar. Tal vez se deba a qué hay una parte de mi mente que
sabe que Paulina no es como Helen y aunque sea un pensamiento doloroso
y algo amargo, al mismo tiempo me reconforta saber que Paulina no es así.

Estar cerca de Paulina me hace sentir algo más que no logro identificar,
siento que merezco más de lo que estoy seguro que puedo llegar a merecer,
y no solo porque ella me hace sentir a su manera, seguro. Es más que nada,
por su forma frontal de ser. Incluso si ella siempre dice que es la villana,
jamás ataca sin que le den una razón. Porque incluso aunque tenga que
leerla entre líneas, sé cuáles son sus intenciones.

—En que piensas tanto, Jordán. Pareces muy sumido en tus pensamientos.

—Estoy pensando en ti.


Paulina me mira con asombro y le da un pequeño sorbo al vino, parece que
solo humedece sus labios para probar el sabor.

—¿Buenos o malos pensamientos?

—Buenos, estaba pensando que me haces sentir seguro.

La veo mirarme con incredulidad y negar con la cabeza.

—No mientas, ¿cómo yo podría darte seguridad?

—No atacas sin ninguna razón.

—¿Y eso qué? ¿Acaso te suelen atacar sin ninguna razón muy seguido?

Yo no respondo y ella deja de sonreír cuando me mira.

Yo entiendo la necesidad de ella de no querer contacto físico innecesario,


porque a mí me sucede igual, eso y comparto tanto su miedo, como la
confusión de tener a alguien cerca, de dejar que una persona se acerque
demasiado. Porque al igual que ella, sé el dolor que pueden causar y el
desastre que dejan cuando se van.

—Mi madre solía pegarme la mayor parte de mi infancia, es un poco


irónico considerando que es una prestigiosa jueza de la corte familiar.

Hay cicatrices en mi espalda que demuestran que ella se equivocó de


carrera, que jamás debió tener la potestad de estar sentada decidiendo sobre
el futuro de otros, que él puesto le quedó grande porque ella solo aparentaba
ser la madre perfecta e ideal.

Pero no todas mis cicatrices son hechas por mi madre, otras me las hizo
Helen, porque a veces ella se ponía violenta y me atacaba sin ninguna
razón. Después lloraba y me decía que se arrepentía, que no podía dejarla o
se quitaría la vida.

Con ella, siempre tenía miedo de lo que sucedería a continuación, de que


otra manera ella conseguiría manipularme, porque Helen era muy buena en
ese juego de manipular y conseguir siempre lo que quisiera.
—Jordán, no tienes que contarme eso sí no quieres. Está bien, yo entiendo
lo difíciles que son los traumas de la niñez. Podemos hablar de otra cosa.

Es otra de las razones por las que me resulta fácil estar con ella, porque
Paulina entiende toda la carga de tener malos padres y traumas del pasado.

—¿De qué podemos hablar?

Ella vuelve a humedecer sus labios, al parecer quiere permanecer sobria o


no quiere terminarse la botella de vino porque fue un regalo de su hermana.

Cualquiera de las dos opciones es muy probable.

—¿Qué te hizo querer ser abogado?

La respuesta a esa pregunta es sencilla.

—Mi madre me dijo que no podía, entonces me convertí en abogado para


demostrarle que si podía. No sé si sería abogado sí ella no me hubiera dicho
eso.

Fue por mi madre que dejé de creer en el sistema, pero entonces Luna llegó
a mi vida y mejorar ese sistema roto, se volvió mi propósito, porque es lo
mínimo que mi hija se merece. Luna merece un mundo mejor y yo voy
hacer lo que este en mis manos para darle eso.

—Pienso que igual lo serías, amas tu trabajo y me alegra que ahora estés del
lado de los buenos, ya que creo que eres uno de los buenos.

—¿Por qué crees eso?

—Ganabas el doble o más en tu otro trabajo, pero lo dejaste por un trabajo


que te permite marcar una diferencia y ayudar a otros. Eso te hace una
buena persona, o al menos alguien que está intentando ser una buena
persona.

Tal vez los cumplidos de Paulina significan más porque ella no dice nada
por compromiso o con la intención de hacer sentir mejor a la otra persona.
Sí ella dice algo, es porque quiere decirlo y siente que es así.
—¿Qué te hizo querer ser restauradora de arte?

—El poder arreglar cosas, ya que no puedo arreglar mi vida, al menos


puedo intentar conversar el arte maravilloso que otros han creado.

Ambos compartimos una mirada y me sorprendo un poco cuando la veo


estirar su mano y dar unas pequeñas palmadas sobre mi rodilla, es un ligero
roce y no lo hace en señal de coqueto, como otras veces, lo hace como gesto
de agradecimiento.

No puedo evitar mirar la argolla matrimonial en su dedo.

—La otra noche, no te agradecí por tu gesto de preparar un sándwich para


mí cada vez que me quedo aquí. Gracias por hacer eso, me hiciste sentir que
yo importo, no hay muchas personas que me hayan hecho sentir así.

Ella suena muy sincera y conmovida por el gesto, porque en su niñez jamás
le prestaron atención, como ella mismo dijo, jamás les importó a sus padres
y creo que a veces siente que no le importa a nadie. Es bueno que sienta que
hay personas a quienes ella le importa.

—Eres uno de los buenos, Jordán —me dice ella mientras se levanta a
recoger la botella y los vasos—. No deberías tener tu puerta abierta, porque
hay personas que no saben valorar a los buenos.

No hay que saber leer entre líneas para entender que Paulina está hablando
de ella. Lo más probable es que diga eso por como terminó su última
relación, porque, aunque no sé todo el contexto, lo poco que ella me ha
dicho, me da a entender que fue ella quien dio la estocada final para dar por
terminada esa relación o como dijo Paulina, para que él cerrara la puerta
para ella.

—Gracias por compartir este trago conmigo. Buenas noches.

Ella me sonríe y se inclina hacia adelanta para besar mi mejilla, el beso dura
menos de un segundo, pero viniendo de parte de Paulina, es un gran gesto y
sé que lo hace como una forma de agradecerme el preparar un sándwich
para ella cada vez que se queda aquí.
Ella no entiende que aquel gesto no es nada comparado con lo que ella
hace, porque Paulina me ayuda a mantener a Luna conmigo y jamás nada
me alcanzará para agradecerle por hacer eso.

—Buenas noches, Paulina.

Pero ella ya se ha ido y no alcanza a escuchar mis palabras.

Cuando amanece, ella está en la cocina bebiendo café y comiendo pan


dulce. Me dice que va a ir al cementerio a visitar a su hermana, que le
llevará un ramo de flores, porque a su hermana le gustan.

—¿A ti no te gustan las flores? —le pregunto.

—No, las flores tienen espinas y mueren muy pronto.

—Las flores son bonitas.

—Prefiero los girasoles.

Ella se va y yo subo a despertar a Luna.

—Oye, princesa. ¿Te gustaría ayudarme a preparar una sorpresa para


Paulina?

Veo como los ojos de Luna se iluminan y no puedo evitar reírme al ver la
forma en que se sienta en la cama.

—Sí, me encantaría.

—Es su cumpleaños y ella está un poco triste porque su hermana no está


con ella.

—Ella dijo que quería una máquina de hacer algodón de azúcar. Le


podemos dar eso como regalo.

Por supuesto que Paulina quiere eso, a veces pienso que su cerebro piensa
solo en dulces y no deja espacio para nada más, si ese es el caso, explicaría
muchas cosas.
Recuerdo lo que ella me dijo sobre la máquina para hacer helados y el mini
horno. Cielo Santo, ¿cómo es que a esa mujer no le ha dado diabetes? Come
demasiado dulce, y ni siquiera tiene caries.

—Bien, vamos a comprar eso y debemos llamar a tu tía Astrid para que nos
ayude con el pastel.

—No le digamos al tío Will, porque él es chismoso y puede arruinar la


sorpresa.

—Sí, justo estaba pensando en eso.

Por un momento pensé en organizarle una fiesta sorpresa, porque a las


personas les gusta ese tipo de cosas, pero recordé que Paulina no esta se
humor de compartir con muchas personas, así que solo le digo a Miguel y le
pido que él le comunique a Mae, Tracy y el hermano de ella, Travis. Miguel
me responde que también le dirá a Raymond y al final a Will, para que no
arruine la sorpresa.

Cuando llegamos a la pastelería, Astrid ya tiene listo el pastel.

—¿Cómo lo terminaste tan rápido?

—Will me dijo que era su cumpleaños. ¿Qué le van a regalar?

—Le compramos muchas cosas, y una máquina para hacer algodón de


azúcar —

responde Lu.

—Paulina va amar ese regalo. ¿Sabes que podrías hacer? Una feria en tu
jardín.

Conozco a alguien que nos puede prestar máquinas para hacer palomitas de
maíz y ese tipo de cosas que hay en las ferias. ¿Qué te parece?

—Eso suena increíble, tía. Paulina va amar eso.


Dado que Paulina ama todo lo que tenga que ver con dulces, sí, lo más
probable es que ella disfrute eso.

El amigo de Astrid se encarga de llevar las cosas hasta el patio de mi casa, y


ella me ayuda a poner una mesa con los regalos y el pastel. Ella también
trae rollos de canela y otros dulces que a Paulina le gustan, aunque a ella le
gustan todos los dulces.

—Me siento traicionado, herido y no querido. ¿Cómo es posible que me


dijeran al final sobre está fiesta? —empieza a decir Will cuando llega detrás
de Miguel y Raymond— Yo que soy su cuñado favorito. Pero no sé
preocupen, porque hay un Dios que todo lo ve.

—¿Ya estás haciendo drama, Will? ¿No crees que es muy temprano? —
pregunta Maeve.

La expresión de mi hermano cambia cuando ve a Mae entrar con una bolsa


negra de regalo y su expresión habitual. Junto a ella viene Tracy con
muchos globos de colores y una gran bolsa de regalo. Travis, su hermano,
llega un poco después.

—Paulina tiene mucha familia —me dice Luna—. Ella me dijo que ellos
ahora también son mi familia

—¿Ella te dijo eso?

—Sí, a veces vamos al parque con Miguel o a tomar un helado con Tracy y
su hermano, Tracy cuenta buenas historias. Incluso salimos con su hermana,
Mae.

No sabía lo mucho que Paulina ha involucrado a Luna en su vida.

Cuando escuchamos el auto de Paulina estacionarse nos ponemos en el


lugar que nos pide Tracy y todos gritamos sorpresa cuando la vemos.

—Feliz cumpleaños, Paulina.

Y la expresión de felicidad en su cara, vale cada minuto de esfuerzo.


CAPÍTULO 20
Andrea tenía una lista de cosas que hacer antes de cumplir los treinta. La
hoja está arrugada en mi mano y la repaso con cuidado frente a su tumba,
como me pidió ella que debía hacer en la carta que me dejó. No entiendo
porque me pidió que haga esto, pero aquí estoy, la mañana de nuestro
cumpleaños leyendo una lista de deseos que ella jamás llegó a cumplir.
Porque de todas las treinta cosas que escribió para antes de cumplir los
treinta, solo realizó once.

Hay algunas cosas de la lista que me sorprenden, otras me las esperaba,


pero en absoluto estaba preparaba para leer lo que dice al final de la lista:
30 Conseguir que Paulina se perdone a sí misma. ¿Por qué cosa debería yo
perdonarme?

Andrea no tiene una descripción o algo que explique la razón de porque


puso eso al final.

—Andrea, no es justo que me hagas esto, porque sí pensabas suicidarte y


hacerme leer esto en nuestro cumpleaños lo mínimo que podías hacer es
explicar la razón de porque pensabas que yo necesito perdonarme a mí
mismo. Sabes que detesto quedarme con la duda de algo.

Andrea y yo éramos muy diferentes en nuestra forma de ser, Andrea


siempre prefirió evitar los problemas o aquellas cosas que le provocarían un
problema. Es por eso que ella no se acercaba mucho a mamá, y a pesar de
eso, todos piensan que ella era la más unida a nuestra madre, pero no era
así, Andrea solo fue la que lloró más fuerte en el funeral, pero Andrea no
estaba junto a mamá, a veces ni siquiera en sus días buenos. Yo estaba con
ella, incluso a pesar de la forma que me trataba, a pesar de las cosas que me
gritaba.

Yo puse sobre mis hombros la responsabilidad de cuidar a nuestra madre,


nadie me lo pidió, pedo yo quise hacerlo porque mamá se veía tan rota,
vacía y sola. Al principio lo único que la hacía sentir bien era encerrarse en
su estudio y reparar las obras de arte que le mandaban, con el tiempo,
incluso eso dejó de ser suficiente para lograr que ella se levante de la cama.
Andrea era muy parecida a mi mamá, ella no lo notaba porque no estaba
con nuestra madre, pero yo sí lo noté y estoy segura de que mi padre
también lo hizo, pero ignoró los problemas de Andrea de la misma forma
que ignoró los problemas de nuestra madre.

—¿Por qué debería perdonarme? ¿Qué sabías sobre mí que yo desconozco?


Tal vez debiste compartir un poco de tu conocimiento conmigo mientras
aún seguías viva, mientras aún estabas conmigo y podías darme respuestas
claras. Porque

ahora es un poco difícil hablar contigo, ya que no voy a obtener ninguna


respuesta de tu parte.

Vuelvo a leer la lista una vez más antes de guardarla en mi cartera y


colgarla sobre mi hombro.

—Me pregunto qué hubieras hecho este día, seguro estarías preocupada
porque estás cumpliendo treinta y no has hecho ni la mitad de las cosas de
tu lista. Pero a mí me gusta pensar que estás en Hawái, bebiendo piña
colada en un bar frente a la playa, esperando por mí. Sé que me estás
esperando, hermana y también sé que nos volveremos a ver, porque somos
la mitad de la otra. ¿Recuerdas?

Y está mitad se siente muy sola.

—No pensaba celebrar mi cumpleaños, porque se siente mal que no sea


nuestro cumpleaños, pero te conozco muy bien y sé que quisieras que
célebre. Así que llamaré a los demás y les diré para ir a cenar o algo así. Y
espero que estés donde estés, tú también célebres y estés bien. Te quiero,
hermana y feliz cumpleaños.

Suelto un largo suspiro y le dedico una pequeña sonrisa a la lápida antes de


dar media vuelta e irme, veo que mi padre está a lo lejos, esperando a que
yo me vaya para acercarse, él tiene un ramo de rosas en sus manos. Ambos
nos ignoramos y seguimos nuestros caminos como sí no hubiéramos visto al
otro, es mejor de esa manera, así ambos nos evitamos un mal sabor de boca.
Conduzco hasta la playa cerca del puente Golden Gate, porque me gusta ir
ahí a pensar y relajarme. Al llegar, veo que hay otro auto estacionado cerca
de donde yo siempre me sé estacionar.

—Sabias que iba a venir aquí. ¿Verdad?

Él me sonríe y asiente con la cabeza.

—¿Quieres que me vaya?

—Eso depende. ¿Tienes un regalo de cumpleaños para mí?

Milo suelta una risa y saca una caja de su bolsillo que extiende con cuidado
hacia mí.

—Sabes que sí.

Él extiende la caja en mi dirección y yo la sujeto con una sonrisa de


agradecimiento antes de abrirla y ver una sencilla pulsera de plata con un
girasol.

—¿Sabías que cuando maduran, los girasoles dejan de girar en busca del
sol?

Ellos se quedan fijos mirando al este.

Milo niega con la cabeza.

—No, no lo sabía —me responde—. ¿Sabes alguna otra curiosidad sobre


los girasoles?

Yo le indico que coloque la pulsera alrededor de mi muñeca derecha y él así


lo hace.

—En la mitología griega, la ninfa Clitia se enamoró con todo su ser del dios
del sol: Helios. Y aunque Clitia era muy bella, él no correspondió a su
amor. Y esto provocó que a Clitia se le partiera el corazón y murió
transformándose en un girasol que sigue constantemente al sol con el fin de
ser capaz de ver a su ser amado.
Fue Miguel quien me contó esa historia hace muchos años atrás, cuando yo
le dije que me gustaban los girasoles.

—Esa me parece una historia muy romántica.

Yo lo miro a los ojos.

—¿Por qué estás aquí Milo?

—Para ver cómo estás y para decirte feliz cumpleaños. También para poder
darte tu regalo.

—No tenías que molestarte.

—Te equivocas, no es ninguna molestia.

Aparto mi mirada de él y recuerdo la última conversación que mantuvimos


en este mismo lugar y como han cambiado las cosas desde entonces.

—¿Eres feliz, Milo?

—¿Por qué me preguntas eso?

—Bueno, tú siempre quieres saber sí yo soy feliz, y a mí también me


gustaría saber si eres feliz.

Más que nada porque él merece serlo.

Lo veo pasar una mano por su cabello antes de responder.

—Sí, creo que sí.

—No suenas muy convencido.

—Paulina, ¿desde cuándo te preocupa la felicidad de alguien más que la


tuya?

Él no suena molesto o amargado, Milo me hace la pregunta en un tono


suave a pesar del contexto de la misma, incluso hay cierta curiosidad detrás
de su pregunta, pero ni un solo rastro de enojo o molestia.

—Estoy intentando cambiar.

—¿De verdad? Eso es bueno.

—¿No me vas a cuestionar por cambiar ahora y no cuando estaba contigo?

Milo puede hacer eso, no me molestaría con él si lo hace, yo lo entendería.

—No le veo ningún sentido el reprocharte algo, me da gusto que quieras


cambiar.

Me duele un poco porque decidiste eso ahora que no estamos juntos, pero
eso es algo con lo que yo mismo debo lidiar.

Lo miro a los ojos y veo lo genuinas que son sus palabras, yo no podía
esperar menos de él, después de todo, es Milo y su corazón siempre fue
demasiado grande.

—No pudiste hacer nada diferente, Milo. Tú nunca fuiste el problema,


siempre fui yo.

Sé que mis palabras no le dan el consuelo que él espera, pero es lo mejor


que puedo hacer.

—Nunca te consideré un problema, Paulina. Incluso si lo eras, me gustaba


que seas mi problema.

—A mí me gustaba ser tu problema.

—Y ahora eres el "problema" de alguien más.

Pienso en Jordán y en como él tiene suficientes problemas en su vida como


para agregarle uno más. No, Jordán esta mejor sin tenerme en su vida.

Paso el resto de la tarde realizando algunos pendientes que tenía por realizar
e incluso voy a comprar un nuevo vestido para utilizar hoy, o en alguna
ocasión
que lo amerite. Y mientras estoy terminando de pagar mis compras recibo
un mensaje de Jordán para preguntarme si voy a ir a cenar a su casa, y yo lo
pienso por un corto tiempo antes de responder que sí y que estoy de camino.

—Sorpresa —gritan todos cuando me ven y mis ojos buscan a Jordán entre
todos los presentes porque sé que fue idea de él organizar esto.

Cuando nuestros ojos se encuentran, le sonrió y me acerco a él para besar su


mejilla, igual a como hice en la madrugada, solo que ahora me demoro un
poco más, disfrutando el pequeño momento y de la sensación de mis labios
contra su piel.

Luna se lanza a mis brazos y canta feliz cumpleaños para mí antes de llenar
mi cara de besos y yo no puedo evitar reírme por su entusiasmo.

—Te compramos muchos regalos —me dice Lu.

—¿Sí?

—Sí y te van a gustar mucho, pero mucho. También hay pastel y muchos
otros dulces, papá cree que son muchos dulces, pero para ti nunca son
suficientes.

¿Verdad?

—Por eso eres mi chica favorita, Lu.

Bajo a Luna de mis brazos para poder saludar a los demás, pero a excepción
de Luna, nadie más me abraza o besa mis mejillas. Pero todos me dan sus
felicitaciones y regalos. Miguel hace una broma sobre cómo ahora
pertenezco al club de los treinta y Tracy con lo sentimental que es, suelta
algunas lágrimas.

Miguel hace una video llamada con Ate y ella chilla de emoción cuando nos
ve.

—No sabía que tú y Jordán eran tan.. Ya sabes.


Enarco una ceja hacia la pantalla de mi teléfono donde está la cara de
Atenea y me giro para mirar a Tracy, pero ella solo se encoge de hombros.

—¿Somos qué? —le pregunto.

Atenea me hace un gesto con la mano y para ella eso podría explicar
mucho, pero para mí no explica nada.

—Bueno él me llamó para preguntar qué cosas te gustarían y yo le hablé de


tus plantas, parecía muy interesado en saber más sobre ti.

—Y hoy ella le dio un beso en la mejilla —agrega Miguel que aparece de la


nada y se acaba de unir a la conversación.

—¿Lo besaste? Porque nadie me dijo que Paulina y Jordán se besaron. No


es justo, siempre me dejan afuera de todo —se queja Atenea.

—Dioses, suenas como si fuera algo peor de lo que es, solo le di un


pequeño beso en la mejilla para agradecerle por la fiesta.

—Es sorprendente porque tú no haces esas cosas —me explica Tracy—. Y


es obvio para todos, que ustedes se han vuelto cercanos. De no ser así, no lo
hubieras besado en la mejilla. Es un pequeño gesto para los demás, pero es
algo grande e importante para ti.

—Sí, exacto, sí tú lo hubieras golpeado no nos sorprendería, pero besarlo es


woao, fue muy inesperado.

Miguel y Atenea siempre suelen exageran las cosas, ellos culpan a sus
raíces griegas, y yo creía que está es solo otra de esas veces donde ellos
exageran una

situación sí Tracy no me mirara de aquella forma que me dice que está de


acuerdo con Ate y Miguel.

—Pero dinos una cosa, ¿tú y jordán están juntos?

Espera. . ¿qué? Bien, eso sí es exagerar. ¿Le doy un beso en la mejilla y ya


creen que estoy saliendo con él? Ni siquiera puedo creer que me estén
preguntando eso.

—No, no estoy saliendo con nadie y ahora me voy a ir a comer dulces para
poder disfrutar mi cumpleaños.

Me giro y camino hacia la mesa de dulces dónde tomo una trufa de


chocolate.

—Tu hermana me llamó Will.

—Bueno, así te llamas.

—Pero ella jamás me ha dicho así.

Yo pongo una mano en su hombro.

—Es porque las cosas ya no son como antes.

Él asiente en comprensión y también toma un dulce de la mesa.

Miguel pone una música muy movida y empieza a bailar, lo veo sacar a
bailar a Astrid, que al principio se rehúsa, pero al final acepta bailar con mi
primo y Miguel la hace reír mientras hace algunos pasos raros, y yo sé que
lo hace solo por hacer reír a Astrid y que no se sienta tan cohibida.

Después de un momento todos estamos bailando y mientras disfruto junto a


mi familia, miro hacia el cielo y le sonrío a Andrea. Me la imagino
sonriendo en mi dirección con un cóctel en su mano y sus mejillas
enrojecidas por el sol de Hawái.

—¿Qué te gustaría hacer para finalizar tu cumpleaños? —me pregunta


Jordán cuando baja las escaleras después de hacer dormir a Luna.

Yo estiro una copa de vino hacia él y pienso en su pregunta por un


momento.

—Baila conmigo.
Él frunce un poco las cejas por lo que acabo de decir y le da un sorbo al
vino.

—¿No bailaste ya suficiente? Estuviste bailando toda la noche.

Me dice él con una sonrisa suave.

—No contigo —le digo—. Y quiero bailar contigo, aquí, dónde solo
estamos tú y yo, sin fingir.

Él abre los labios para decir algo, pero me mira a los ojos y los vuelve a
cerrar. Lo veo dejar su copa sobre el mesón y caminar hacia el equipo de
música para poner la primera música que está en la lista, la cual resulta ser
Die Alone de Finneas y me resulta muy apropiada.

—¿Aceptarías bailar conmigo está pieza? —me pregunta él mientras estira


su mano hacia mí.

Yo sonrió y le doy un sorbo a la copa antes de dejarla a un lado y tomar la


mano de Jordán.

—Sí.

Él pone con cuidado su mano en mi cintura y yo pongo la mía en su


hombro. Esto es lo más cerca que hemos estado desde que nos conocimos y
la tensión se puede palpar en el aire, pero ninguno de los dos lo menciona,
preferimos ignorar el

cosquilleo que sentimos en la piel, el calor que emanan nuestros cuerpos y


la necesidad de más que crepita a nuestro alrededor.

Al menos por esta noche, conseguimos ignorar el calor de la pequeña llama


que ha empezado a arder entre nosotros, la pregunta es, ¿por cuánto tiempo
más conseguiremos ignorar lo que está sucediendo? Por el bienestar de
ambos, espero que el tiempo suficiente.

*******

Maeve y Will. (Narrado en tercera)


A Maeve siempre le han intrigado las personas, le gusta sentarse y
estudiarlas a pesar que sus hermanas y otros familiares le dicen que no lo
haga porque es algo extraño, Maeve no entiende porque es extraño estudiar
personas de la manera en que ella lo hace, cuando hay personas analizando
a otras todo el tiempo y Maeve sabe eso, porque pasa mucho tiempo en
silencio observando a otras personas interactuar, pero incluso con las horas
que le dedica a ver interacciones humanas, ella sigue sin entender a las
personas y la forma complicada que tienen de ver las cosas.

Pero sobre todo, Maeve no entiende las emociones y a veces no puede


identificar que está sintiendo porque todo lo referente a las emociones es
confuso y extraño para ella, es por eso que prefiere no acercarse a las
personas, porque a otros les cuesta entender como ella no puede saber lo
que otros sienten y a veces dicen que ella es cruel, pero Maeve no se
considera cruel, solo honesta y para evitar malos entendidos, ella suele decir
frases que otros le han dicho, de esa forma se ha dado cuenta de que sus
interacciones con otras personas pueden mejorar.

—No me gustan los cumpleaños, no entiendo porque hay que celebrar que
estamos un paso más cerca de la muerte.

A Tracy, que está de pie junto a Mae, no le sorprende este comentario por
parte de su prima, porque todos saben que a ella no le gustan muchas cosas
y entre esa larga lista, se incluyen actividades que involucren a más de
cuatro personas, incluyéndola a ella.

—Es el cumpleaños treinta de tu hermana, Mae. Es algo bueno.

—Yo debería tener dos hermanas celebrando hoy.

De nuevo, ella no suelta ese comentario para incomodar a alguien, solo lo


dice porque es lo que está pensando y a veces sus pensamientos son tan
directos como ella.

—Sí, lo sabemos, pero aún tienes una hermana que celebrar hoy. Deberías
estar emocionada.
Pero a Maeve no le gustan las emociones y tampoco le gustan las personas,
en especial las personas que están felices todo el tiempo. Ella piensa que
ese tipo de personas esconden muchos secretos y por eso prefiere
mantenerlas lejos.

No es difícil para ella mantener a las personas alejadas, porque suelen


asustarse con su apariencia y rostro inexpresivo, algunos a veces se sienten
intrigados por ella, y Mae no entiende porque, ya que ella se considera
alguien sencilla de entender: no sonríe y no muestra emociones porque no
le gustan ningunas de esas dos cosas. ¿Qué hay de complicado en eso?

—¿Tú y Will ya volvieron a ser amigos?

Miguel no puede evitar sentirse intrigado por la relación entre Mae y Will,
él había apostado con Travis y Paulina sobre esa relación, fue Paulina quien
ganó y para desgracia de Miguel, se regodeó a lo grande con su victoria.
Pero Miguel aún cree que hay algo entre Mae y Will, o al menos tiene la
esperanza que lleguen a tener algo. ¿Quién diría que el Playboy de la
familia en el fondo tendría un corazón romántico?

—No podemos volver a ser algo que nunca fuimos —es la respuesta que da
Mae.

Y no es la respuesta que esperaba Miguel, quien creía que su prima de


alguna manera que solo ella puede entender, extrañaba estar con Will. Pero
él debió esperar esa respuesta porque después de todo, es Mae y ella no
extraña a las personas, se acostumbra a vivir con las ausencias y deja de
pensar en los que ya no están.

Pero a Miguel, quien le ha tomado un gran afecto a Will y lo considera un


amigo, no se va a rendir con facilidad, así que vuelve a preguntar.

—¿Y no lo extrañas ni un poco?

A Mae le molestan ese tipo de preguntas porque las personas siempre


terminan decepcionadas con sus respuestas y ella piensa que sí van a
lamentarse con lo que ella va a responder, deberían optar por no preguntarle
nada.
—No.

Para Mae, extrañar también es una emoción confusa y prefiere no tenerla,


entonces no, ella no extraña a Will. A veces piensa en él, pero el
pensamiento muere tan rápido como llega, porque para ella, el pensar en
personas que no quieres tener en tu vida, sin importar sí son buenas o malas
para ti, es igual a perder el tiempo y a Maeve no le gusta perder algo tan
valioso como su tiempo.

No los quieres en tu vida, no piensas en ellos. Así de sencillo es para


Maeve, y ella no entiende como los demás se complican con ese tema.

—Bueno, Will sí te extraña y mucho. Lamento sí te molesté, te dejo sola.

Miguel sabe cuándo darse por vencido y cuando ha molestado a una de sus
primas con un comentario, sí fuera otra persona, le haría una broma para
aligerar la situación, pero es Mae y él sabe que con ella es mejor dejar las
cosas como están y alejarse, porque a Mae le gusta estar sola.

Hay muy pocas cosas que a Maeve le gustan, a ella le gustan los animales y
el otoño, el aroma del café y la ropa negra. Le gusta su termo gris, sus
calcetines felpudos, la forma que tienen a veces las nubes y ver caer la
nieve, pero solo le gusta verla caer, en general odia la nieve, algo similar le
sucede con la lluvia.

También le gusta su trabajo, la música clásica, los libros clásicos y estar


sola. No hay nada que disfrute más que el estar sola.

—Oye, ¿está todo bien?

Paulina conoce a su hermana, sabe que odia las fiestas y que en este tipo de
reuniones le gusta estar sola, pero también conoce al resto de su familia y
sabe que la van a interrogar sobre Will. Paulina no lo hizo porque no vio
sentido a cuestionar a su hermana, sí Mae dice una cosa, eso es justo lo que
va hacer, porque a Maeve no hay que leerla entre líneas como a ella.

—Sí.
Will, que ha permanecido lejos de Mae para no molestarla con su presencia,
se pregunta si ella lo extraña y descarta ese pensamiento porque sabe que
Maeve no lo está extrañando, lo cual provoca un profundo dolor en su
pecho. Hasta antes de conocer a Mae, había pensado que sabía lo que era
sufrir por amor, porque ya había tenido un par de desilusiones amorosas en
su pasado, pero entonces conoció a Mae y se dio cuenta de que a pesar que
ella solo utiliza ropa negra y que su paleta de colores va del gris oscuro al
negro, Maeve llenó su vida de otras tonalidades que no sabía que existían.
Y Will sabe que ese es un pensamiento un poco cursi, pero es lo que Mae le
hace sentir. Para Will es una pena que él no haga sentir lo mismo a ella.

Para Will, estar sin Mae es igual a ver la vida en sepia.

—Suspirar por ella no la va a traer de regreso a ti, créeme lo sé.

Raymond mira a su amigo con pena, él mejor que cualquier otra persona
aquí, entiende lo que es tener el corazón roto, porque así es como él se
sentía hace algún tiempo atrás, el recuerda como tenía su corazón: roto en
diferentes partes.

Dónde había bordes tan filosos que raspaban dentro de su pecho y le


causaban mucha agonía, pero no dijo nada porque Raymond sabía que él
único culpable de su dolor, era él mismo.

Raymond se preguntaba casi todas las noches, ¿qué hubiera pasado sí. .?
Pero las respuestas no importan, ya que nada de esos posibles escenarios
van a suceder.

Ahora él ya ha dejado de preguntarse eso.

—¿Algunos de ustedes quiere un dulce? Son tartaletas de mora. Están muy


buenas.

Cuando Astrid vio tanto a su hermano como a Raymond con cara triste,
pensó que tal vez un dulce podría hacerlos sentir mejor. A veces las
personas subestiman el poder de los postres y la forma que tienen de curar
las heridas que nadie más que nosotros podemos ver. Y eso es algo que
Astrid sabe por experiencia propia, pero también es algo que no le gusta
compartir con los demás.

Raymond sonríe en dirección a Astrid, ella siempre le ha parecido alguien


tan dulce como los postres que prepara, para Raymond, Astrid es el tipo de
persona que solo un gran idiota sin corazón podría lastimar, porque ella es
una de las mejores personas que conoce, alguien que siempre está poniendo
a los demás por delante de ella. Raymond considera que Astrid se merece
más reconocimiento por lo que hace.

—Gracias, hermana —agradece Will, mientras fuerza una sonrisa en su


cara.

Will no sabe por cuánto tiempo más va a poder seguir evitando mirar en
dirección a Maeve o seguir manteniendo esa sonrisa falsa en su cara.

Astrid sabe lo mucho que su hermano está sufriendo por Maeve, a ella le
gustaría poder hacer algo más para ayudarlo, pero ella también agradece
que Will tenga a Raymond a su lado, porque a pesar que Raymond también
tiene el corazón un poco roto, está ahí para Will. Astrid cree que Raymond
es más fuerte de lo que él cree, porque ella sabe lo difícil que fue para él
superar la muerte de su prometida y como está intentando superar a Atenea.

—¿Crees que conseguiré superarla algún día?

Astrid ve como Raymond pone una mano en el hombro de su hermano y le


da unas palmadas.

—Ahora parece algo difícil, pero créeme, lo harás.

—¿Tú ya superaste Atenea?

—No del todo, pero sí, hecho un gran avance. Es más fácil que antes.

Por alguna razón que desconoce, saber eso hace sonreír a Astrid.

Y mientras está hablando con Raymond, los ojos de Will se encuentran con
los de Maeve, y ella le sostiene la mirada.
—No creo que yo pueda superar a Maeve.

Tracy mira a su prima que se ha quedado quieta mirando un punto fijo,


cuando Tracy sigue la mirada de Mae, ve que ella está mirando a Will.

—No sería algo malo sí vas y te acercas a él.

Maeve no entiende porque Tracy sugiere algo como eso.

—¿Por qué haría eso?

—Porque parece que es lo que quieres hacer.

—Eso no es lo que quiero.

—¿Y qué es lo que quieres?

Maeve vuelve a mirar a Will, que ahora conversa con Raymond y Astrid.

—Lo que quiero es poder entender a Will y lo que siento por él.

Maeve Montenegro nunca ha entendido a las personas, no le agradan, están


en su lista de cosas que odia, pero por extraño que parezca, incluso para
ella, Maeve no odia a Will y ella no sabe qué hacer con eso.
CAPÍTULO 21
Mi tía Beatriz, es la hermana menor de mi papá, ella nunca se casó o tuvo
hijos.

Por un largo tiempo la razón de esa decisión, era un misterio para todos
porque podíamos ver el anhelo en su mirada y la forma que veía a los hijos
de sus hermanos. También hubo ocasiones dónde ella comentaba que le
hubiera gustado casarse de blanco, fue a raíz de esos sutiles comentarios
dónde ella pensaba que nadie la podía escuchar, que yo entendí que ella no
era como yo, que ella sí es de las que se casan y tienen hijos.

La curiosidad me pudo más y un día le pregunté la razón de porque jamás


se casó y dice que no tiene intención de hacerlo. Fue ahí cuando ella me
habló de Harold mientras me enseñaba una foto que ella guarda en su
billetera. Una foto donde ella está junto a ese hombre, Harold y se ven muy
felices juntos.

—Harold fue mi primer amor, el primer y único hombre que me ha hecho


sentir mariposas en mi vientre y sonreír como tonta todo el día sin ninguna
razón. Él y yo estábamos muy enamorados, pero mi padre no lo aceptaba
porque Harold era hijo de unos artesanos y yo una Montenegro, la cual no
debía conformarse con el segundo lugar, porque ese es el primer lugar para
los perdedores o eso es lo que decía tu abuelo.

Ella hace una pausa a su relato y pasa con cuidado sus dedos por la
fotografía y sonríe con nostalgia y dolor.

—Con la ayuda de mi hermano, el padre de Miguel y Ate, yo solía escapar


de casa para ir a ver a mi Harold, pero una noche, mi padre nos descubrió
y se enfadó conmigo porque ya me había advertido que no quería que yo
vuelva a ver a Harold, que debía mantenerme lejos de él.

Siempre han dicho que mi abuelo era un hombre cruel, que la razón por la
cual sus hijos son de la forma que son, es por él. El padre de Tracy dijo
que, si nosotros creemos que nuestros padres son crueles, es porque no
conocimos al abuelo.

—Cuando todo eso sucedió yo ya tenía dieciocho y le dije que me iba a ir


con Harold, que lo amaba y no necesitaba su dinero para ser feliz, y no
mentí, ¿de qué me servía el dinero si no era feliz? Es por eso que, con la
ayuda de tu tío, le mandé una carta a Harold y le dije que aceptaba irme
con él. Yo estaba tan feliz, tan pero tan emocionada por todo, que no
previne lo que tu abuelo estaba planeando.

Porque antes que yo me pueda ir, mi padre me llevó a un convento y me


hizo ingresar como aspirante a la fuerza. Yo lloré y pataleé por salir de ahí,
pero no me dejaron. Estuve encerrada en ese horrible lugar por años, pero
conseguí escapar tan solo unos pocos días antes que me obligaran a tomar
los hábitos. Al escapar, lo primero que hice fue buscar a Harold porque no
había tenido noticias de él desde que me fui. ¿Cuál fue mi sorpresa? Me
contaron que Harold se había enlistado en el ejército y había muerto solo
unos meses después que yo ingresara al convento.

Hay unas cuantas lágrimas acumuladas en sus ojos cuando ella termina de
contar su historia. Una historia trágica y dolorosa, porque cualquiera se
puede dar cuenta de que ella no ha conseguido olvidar a Harold y que aún
sigue enamorada de él y de la historia de amor que no pudieron tener.

Ella me vuelve a señalar la foto donde ambos están sonriendo y felices.

—Esta es la última fotografía que nos tomamos, y en mis sueños, siempre


regreso a ese momento, porque en mis sueños, él y yo seguimos juntos. Solo
estoy esperando el momento en que nos volvamos a encontrar.

Mi tía Beatriz merecía un final cliché, de esos que tanto le gustan a Atenea,
mi tía merecía hijos y una familia con su gran amor de juventud. Ella
merecía más que esperar sentada con una fotografía en su billetera como
único recuerdo de su gran amor. Pero una vez más, podemos ver cómo la
vida se escribe a regalones torcidos y escala de grises.

Mi abuelo fue el villano en la historia de mi tía, y ella no lo supo hasta que


ya fue muy tarde, porque la mayoría de las veces así sucede, no vemos a los
villanos hasta que están a punto de atacarnos o incluso hay veces que solo
los vemos después que nos han lastimado.

—¿Te hice esperar mucho, cariño? —me pregunta mi tía Beatriz mientras
regresa a la sala de su casa, dónde me pidió que la espere un momento
mientras subía a buscar algo.

—No, tía.

Ella me sonríe y se sienta cerca de donde yo estoy, veo que sostiene una
caja marrón entre sus dedos y la pone sobre mi regazo con cuidado.

—No te pude ver el día de tu cumpleaños, pero aquí tengo un regalo para ti.

Ella me hace una seña para que abra la caja y al hacerlo, veo una hermosa
cadena.

—Es la medalla de San Benito, Harold me la regaló en mi cumpleaños


número dieciocho, nos prometimos que yo se la daría a nuestros hijos y
ellos a los suyos, pero nunca tuvimos hijos, así que me prometí que se la
daría al primer hijo de mis sobrinos.

—Pero yo no tengo hijos.

—Tienes a Luna.

—Ella no es mi hija, tía.

Veo la medalla con cuidado y sonrió por lo hermosa que es. Al frente de la
medalla aparece San Benito con una cruz en mano y el libro de las Reglas
en la otra mano, con la oración: "A la hora de nuestra muerte seamos
protegidos por su presencia".

Mi tía me explica que la medalla de San Benito se utiliza como símbolo de


protección.

—Bueno, hagamos algo, tienes la opción de darle la medalla a Luna o


guardarla hasta que uno de tus primos o primas tenga un hijo y le das está
medalla a ese bebé.
Entiendo lo que ella me quiere decir, que sí le doy la medalla a Luna,
significa que la considero mi hija.

—La guardaré, estoy segura de que Tracy pronto nos dará la noticia que
está embarazada.

Me sorprende que aún no nos haya dado esa noticia.

—Veo que volviste a pintar tus mechones del cabello.

Yo paso mis dedos por los mechones que caen junto a mi cara que dos días
después de mi cumpleaños pinté de plateados, tal y como los tenía antes. No
sé porque dejé de pintarlos, siempre me gustó de esta forma. Y ahora, al
tener los mechones pintados, me resulta más sencillo poder mirarme frente
al espejo y ya no ver a Andrea, quizás se deba porque a mi hermana jamás
le gustó pintar su cabello, ya que la única vez que lo hizo fue un desastre.

—Te queda bien.

Cuando llega la hora del almuerzo, me dirijo al restaurante donde quedé en


almorzar con Travis y Miguel. Al llegar, veo que ellos ya están ahí,
esperando por mí y agradezco eso porque aprecio mucho la puntualidad.

—Hola querida prima, ¿cómo estás?

Me saluda Miguel y yo conozco ese tono.

—Bien, estoy muy bien y ¿ustedes cómo están?

Miguel y Travis comparten una mirada y me maldigo internamente porque


siento que he hecho justo la pregunta que ellos esperaban.

—Nosotros estamos con mucha curiosidad. ¿No es así Travis?

—Sí, Miguel, muy curiosos por saber cómo trata la vida de casada a nuestra
querida prima.

Ellos interrumpen lo que están diciendo cuando vienen a tomar nuestra


orden y es obvio que han preparado eso. Como si yo no los conociera.
—Alto ahí a ustedes dos, dejen de hacer eso.

Ellos me miran con fingida inocencia como si no supieran de lo que yo


estoy hablando.

—No entiendo, Pau —me dice Miguel—. ¿Detener qué? Solo sentimos
curiosidad por el hombre que ha conquistado el corazón de nuestra prima.
¿Acaso eso es un pecado?

—¿Conquistar mi corazón? ¿Acaso estás drogado? No hay nada entre


Jordán y yo.

Nada.

No entiendo porque Norberto y Gilberto, se han creado la idea en sus


cabezas que hay algo entre Jordán y mi persona. Que yo recuerdo no hemos
hecho nada que de pie a esas ideas. ¿Verdad? Es decir, sí, en mi fiesta de
cumpleaños estuvimos muy amigables, pero eso es normal, porque fue
Jordán quien me organizó la fiesta y yo me sentí muy feliz porque él haya
hecho eso por mí.

—Vamos, Paulina, en serio crees que Miguel y yo nos vamos a creer que no
hay nada entre tú y Jordán.

—Sí, porque no creo que veas con ojos lujuriosos a todos tus amigos y sí
haces eso, tienes más problemas de los que pensé.

—Ni siquiera sé porque a acepté salir almorzar con ustedes dos, ambos son
insoportables

—Sales con nosotros porque eres odiosa y no tienes amigos —me dice
Miguel con una sonrisa.

—Sigue riendo, pero ya sabes lo que dicen. Él que ríe al último, ríe mejor.

Travis deja de sonreír y me mira algo asustado, pero Miguel sigue riendo y
sí él supiera lo que tengo planeado para vengarme de ellos por lo que me
hicieron en la fiesta que organizó mi tía Beatriz para celebrar mi boda, no
estaría tan felices.
Estamos en medio de nuestro almuerzo cuando mi teléfono suena y a pesar
que detesto atender llamadas cuando estoy en la mesa, veo que es Jordán,
así que contesto.

—Hola

Evito mirar a Miguel y Travis porque ya puedo imaginar lo que dirán a


continuación.

—Paulina, disculpa que te llame. Pero Luna quería saber si vas a venir está
noche.

—¿Solo Luna quiere saber eso?

Puedo imaginar la sonrisa en su cara y la forma en que me estaría mirando


sí estuviéramos frente a frente.

—¿Vienes o no?

—Depende, ¿qué harás de cenar?

—Pasta.

—Entonces sí, iré.

—Bien, nos vemos en casa está noche.

Casa. ¿Por qué esa simple palabra me ha causado una sensación de malestar
y angustia? No sé si se deba a la forma en que la palabra se ha deslizado de
los labios de Jordán con facilidad o que ambos hemos caído en una especie
de normalidad entre los dos que decir casa es algo fácil. Cualquiera que sea
el motivo, sé que ninguno de los dos considera este matrimonio como algo
permanente, ambos somos conscientes que tarde o temprano tendremos un
punto de quiebre y todo entre los dos va a terminar. También sabemos que

cuando esto termine y colapse frente a nosotros, uno de los dos saldrá
herido, aunque aún no sabemos cuál de nosotros será.
Dejo el teléfono en la mesa y sigo comiendo el risotto. Pero me detengo
cuando miro la forma en que Miguel y Travis me miran.

—¿Y ahora qué?

—Bueno, sí antes tenía dudas que había algo entre tú y Jordán, las acabas
de eliminar.

Travis asiente con la cabeza de acuerdo con lo que dice Miguel y agreda
con una sonrisa.

—Él te gusta.

—Sí, me gusta, es atractivo y yo tengo dos ojos que funcionan bien. Por
supuesto que me gusta.

Pero Travis mueve un dedo frente a mi cara con una sonrisa enorme en su
rostro.

—No, él te gusta de gustar y mucho. Pero está bien, porque a él también le


gustas.

No, ambos se equivocan, a mí no me gusta Jordán de esa manera.

—Cállate, está viendo cosas donde no las hay.

—No, tú no estás viendo lo que sucede frente a tus ojos lujuriosos —


comenta Miguel—. ¿Sabes una cosa? Tu vida está mejor que esas comedias
románticas que me obliga a ver Atenea.

Les podría decir algo más, pero entiendo que es caso perdido discutir con
ellos y les dejo creer que han ganado, más que nada porque me deleito por
dentro con lo que tengo planeado para ellos.

Cuando llego a casa de Jordán, Luna está sentada en su mesa plástica


teniendo una fiesta de té a la que me invita a participar.

—Me gusta estar contigo —me dice Luna—. Me hace feliz que seas la
esposa de mi papá. ¿Tú eres feliz con nosotros?
—Por supuesto, Lu.

Ella me sirve un poco de té y yo le agradezco mientras toma el té


imaginario.

—¿Por qué crees que mi mamá no me quería? —me pregunta ella.

Ella muerde la parte interna de su mejilla y sus ojos están algo tristes, no sé
qué le ha hecho preguntarme eso, pero no me gusta verla así o que ella
tenga esas preguntas en su cabeza.

—Cariño, ven aquí —le hago una seña y ella se acerca a mí hasta sentarse
en mis piernas—. Las decisiones de tu mamá, no tienen nada que ver
contigo. No hay nada malo contigo, nada, y sí tú mamá no te quería, es
porque en el fondo ella no sabe lo que es querer.

—Eso suena muy triste.

—Lo es, y no pienses en eso, porque tienes un papá que te ama con todo su
ser y haría cualquier cosa por ti.

—Y también te tengo a ti.

Yo abrazo un poco más fuerte a Luna.

—Sí, Lu, también me tienes a mí.

Ella se vuelve a sentar dónde estaba antes y nosotras seguimos con nuestra
fiesta del té, hasta que mi teléfono suena y sonrió al ver que es una llamada
de Miguel.

Yo le hago una seña a Lu antes de levantarme a contestar.

—Hola querido primo, ¿ya me estás extrañando?

—Tú, ¿cómo te atreves? ¿Cómo pudiste hacerme esto? Paulina, pero en qué
demonios estabas pensando.

Yo muerdo mi labio para evitar reírme.


—Miguel, no sé de qué estás hablando.

—No, no, conmigo no te sirve jugar a la inocente. Porque esto tiene tu


nombre escrito por todas partes. Tú hiciste esto. ¿Quién más que tú?

Él suena muy molesto, pero eso no le servirá a no molestarme. Miguel


mejor que nadie debería saber que quien me la hace, me la paga.

—Debes arreglar eso.

—¿Y sí no lo hago qué?

—¡Paulina!

—Sí, ese es mi nombre, no lo desgastes.

Puedo imaginar la forma en que debe estar presionando el tabique de su


nariz para evitar maldecirme.

—Paulina, esta vez fuiste muy lejos, no puedo. .

—Oh, Miguel, hay interferencia y no te puedo escuchar bien. Hablamos


después y recuerda, el mal humor es malo para las hemorroides.

Cuando termino la llamada no puedo evitar reírme.

—Por tu risa entiendo que sí fue tu idea lo de las vallas publicitarias —me
dice Jordán—. ¿Por qué esperaste tanto para vengarte de tus primos?

Yo me encojo de hombros y guardo mi teléfono.

—Porque así ellos no lo vieron venir y el impacto es mejor. Pero debieron


saber que yo haría algo, quien me la hace, me la paga y yo disfruto mucho
de la venganza.

—Créeme, lo sé y mi auto también lo sabe.

Parece que fue toda una vida atrás cuando ambos estábamos en guerra.
—Raymond me dijo que Miguel está muy molesto. No le hizo nada de
gracia que pongas una foto de él en una valla publicitaria de un anuncio de
pomada para hemorroides.

Yo me vuelvo a reír.

—Y puse a Travis en una publicidad de pañales para adultos. Ambos me


deben estar odiando en este momento, y es una pena no a ver visto sus caras
cuando vieron esas vallas.

También me iba a vengar de Will, pero creo que él ya tiene suficiente con
tener el corazón roto por Maeve.

—Me gusta tu pulsera, es muy bonita —me dice Luna cuando nos sentamos
en la mesa para cenar.

—Sí, lo es, me la dio Milo en mi cumpleaños.

Jordán termina de colocar los platos en la mesa y lo veo mirar de reojo la


pulsera, pero no dice nada.

Yo apago mi teléfono durante la cena porque Miguel no deja de llamarme, y


cuando terminamos de cenar y he puesto los platos en el lavavajillas, decido
tender algo de piedad por mi primo y atiendo su llamada. Él sigue molesto,
pero ahora me pide de favor que quité esa valla publicitaria porque estoy
dañando su reputación. Yo le digo que lo voy a consultar con la almohada y
termino la llamada.

—He perdido la cuenta de las veces que le he contado esa historia —le digo
a Jordán cuando salimos del cuarto de Luna después que ella se ha quedado
dormida.

Ambos nos paramos en medio del pasillo, como hemos acostumbrado hacer
y nos miramos a los ojos.

—Me alegra que Luna te tenga en su vida, Paulina.

—¿De verdad?
—Sí.

Yo le devuelvo la sonrisa.

—¿Y tú? ¿Te alegras de tenerme en tu vida?

—Mas de lo que te imaginas, Paulina.

Cuando Jordán dice eso, no puedo evitar acercarme hacia él, pero a pesar
que obviamente soy yo quien inicia las cosas, Jordán me encuentra a mitad
del camino. . y nuestros labios se juntan, nos besamos y la llama que quería
mantener extinta se enciende entre nosotros ardiendo con fuerza, porque eso
es lo que sucede cuando él fuego se acerca a la gasolina. Las llamas bailan
y ascienden, mientras mi lengua se junta con la suya y sus brazos me
envuelven con fuerza y pienso que, si estaba condenada a quemarme, me
alegra que sea Jordán quien encienda la llama que va a consumirme en la
hoguera.

—Esta noche vas arder conmigo —le digo a Jordán.

—Bien, ardamos juntos, Paulina.


CAPÍTULO 22
Yo mejor que nadie debería saber que no se puede luchar contra las llamas,
más que nada, si uno se encuentra cerca de objetos inflamables. Y sí yo soy
la llama, Jordán es la gasolina que me hace arder, y no tengo idea de que
formamos los dos.

—No tienes idea de cuánto tiempo había querido hacer esto —le digo a
Jordán antes de volver a besarlo.

Cuando Jordán me escucha decir eso, algo cambia en él y yo lo empujo


hacia su dormitorio, mientras gimo contra sus labios al sentir sus manos
recorrer mi espalda. Yo sonrió contra sus labios y me aferro a él mientras
siento sus manos recorrer mi cuerpo.

No estoy segura de cuánto tiempo estuvimos besándonos, pero cuando


ambos nos separamos por falta de aire, junto mi frente con la suya porque
todo esto se siente tan caótico y al mismo tiempo, siento que ambos
estamos en control, si es que eso tiene algún sentido.

—Jordán..

No termino mi frase porque él me vuelve a besar.

—Quiero que me folles —le susurro al oído antes de empujarlo hacia el filo
de la cama.

Paso mis dedos por su camisa y quito uno a uno los botones antes de lanzar
la camisa hacia algún lado de la habitación. Y mis ojos recorren las
cicatrices que hay en su pecho y guardo está información para después, veo
que él retrocede un poco, casi por instinto cuando yo intento tocar su pecho
de nuevo, pero me sonríe y toma mi mano para dejarla justo sobre su
corazón.

—Tus deseos son órdenes para mí —me responde él.


Sin apartar sus ojos de mí, él me acerca y me gira para bajar el cierre de mi
vestido y dejar besos por toda mi espalda. Cuando mi vestido cae al suelo,
lo aparto con el pie, me acerco a Jordán y me siento ahorcadas sobre él,
envuelvo mis manos alrededor de su cuello y lo vuelvo a besar. Sus dedos
recorren con pericia mi espalda y me mira esperando mi confirmación para
quitar mi sostén.

—Puedes hacerlo, está noche tienes permitido tocarme —le digo.

Sus labios besan mi cuello y bajan por mi clavícula hasta mi hombro


mientras sus dedos apartan mi sostén.

—Estamos un poco en desventajas aquí —murmuro contra sus labios.

—¿Y qué piensas hacer al respecto?

Yo muerdo mis labios para contener una sonrisa pícara y llevo mis manos
hasta su cinturón para quitarlo.

A mí siempre me gusta llevar el control, me gusta evitar a toda costa que


me toquen, suelo amarrar las manos o dejar claro que sí tocan demás, todo
terminará antes de empezar, pero ahora siento casi la necesidad de que
Jordán toque mi piel, que recorra con sus dedos cada centímetro de mi
cuerpo. Y es una necesidad que solo va en aumento cuando nuestros
cuerpos desnudos se juntan de nuevo.

Pero cuando la mañana llega y el lívido, la pasión y las otras emociones que
nublaron mi juicio, se han calmado, pienso en que a pesar que yo había
querido mucho que suceda lo que sucedió, es una mala idea. No por mí, si
no por Jordán y Luna. Porque nada bueno puede resultar de dejarnos llevar
por la lujuria, más que nada cuando yo estoy involucrada.

No pienses en lo doloroso que será si esto termina, porque aún no han


empezado nada —me digo en mi mente—. No pienses en lo mucho que le
va a doler cuando rompas su corazón.

¿Jordán siente algo por mí? No lo creo, fue solo sexo y la lujuria del
momento, tal vez le gusto, pero no tiene sentimientos más allá de eso.
¿Cierto? Y esa es la razón por la cual debo detener esto ahora, antes que él
empiece a sentir cosas reales por mí y termine lastimado porque yo soy
demasiado egoísta como para valorar los sentimientos de los demás o
preocuparme por la felicidad de alguien más que la mía.

¿Por qué siempre tengo que dar amor en pequeñas cuotas y con intereses
muy altos? —me pregunta la voz de mi conciencia y ni siquiera sabía que
tenía una.

Y yo odio el tener que estar de acuerdo con mi conciencia, pero tiene razón.
Lo que pasó anoche no debió suceder, porque al final solo terminaremos
lastimados, en especial Jordán y por extensión Luna.

—Buenos días —me saluda Jordán y yo me alejo de él, levantándome para


recoger mi ropa y pensando en que decir ahora.

—¿Está todo bien, Paulina?

Yo no respondo y eso debe encender una alarma en la cabeza de Jordán


porque se levanta para ponerse su bóxer y su pantalón de chándal, pero no
hace ademán de acercarse a mí.

—Sí, todo está bien. ¿Por qué algo estaría mal? Tuvimos sexo, somos
adultos, no hay que hacer un gran alboroto de eso.

Entiendo que esas no son las palabras adecuadas, pero no sé qué más decir.

—¿Crees que lo de anoche no fue la gran cosa? —Jordán me pregunta en


un tono carente de emociones, ese es su tono de abogado. Es su forma de
mantener algo se control en este tren sin control al que yo lo subí— Y yo
que creía que tal vez había algo más entre los dos, que tú también sentías
algo más.

No, no digas eso. No sientas nada por mí, eso no es bueno para ti, Jordán.

Si fuera la antigua Paulina, sonreiría ante sus palabras y tomaría lo que él


me tiene que dar, sin darle nada a cambio. Tomar lo que pueda de Jordán
hasta que no le quede nada por dar y luego hacer algo para que él se vaya y
cierre la puerta.

Porque era muy buena haciendo eso. Pero por suerte para Jordán, estoy
intentando no ser esa Paulina, así que no puedo ser egoísta con él cuando
me conozco muy bien y sé el daño que yo puedo causar.

—No, no hay nada entre nosotros. Solo son ideas tuyas —le miento, porque
esa es otra cosa en la que soy buena.

Algo en mi pecho duele cuando digo eso y evito mirarlo a los ojos porque
dudo sí podré sostener mi mentira si Jordán me mira.

—Entonces, ¿lo de anoche no significó nada para ti?

Cómo decirle que anoche significó más de lo que me gustaría, que me gustó
la forma que mi mente no estaba preocupada por la cercanía o el contacto
físico porque era Jordán quien me tocaba y yo me sentía segura entre sus
brazos de una forma que jamás me he sentido antes. Cómo decirle que
anoche dejé caer mis barreras y muros, porque confío en él y me gusta la
forma que me hace sentir, y más que nada, me encanta la persona que soy
cuando estoy con él, porque no sé si es por Luna o por ver lo mucho que
Jordán ha cambiado por su hija, que, al estar con él, soy una mejor versión
de mí, una versión que creía que no podía ser.

¿Cómo decirle que estoy empezando a sentir demasiadas cosas por él?

—No —respondo casi en un susurro—. Solo fue un error.

Y esas simples palabras raspan mi garganta y dejan un sabor amargo en mi


boca, así como un agujero en mi pecho.

Me termino de vestir y lo veo ponerse una camisa gris.

—Pero estamos bien, ¿verdad? Seguimos siendo amigos.

Lo escucho tragar con fuerza y lo veo caminar hasta la puerta.

—¿Amigos? No, Paulina, no podemos ser algo que nunca hemos sido.
Después de decir eso, él sale de la habitación y me deja sola embargada de
sentimientos de culpa y remordimiento. Y está sería la primera vez que
siento eso, y no sé cómo debo manejarlos o qué hacer con ellos.

—Tonta, tonta y mil veces tonta. ¿Por qué tenía que besarlo?

Me duele la forma en que dijo que no somos amigos porque pensé que al
menos habíamos tenido una especie de acercamiento entre los dos, ya que
hemos compartido inseguridades, miedos y traumas pasados. Pero entiendo
la razón de porque lo dice y no lo puedo culpar. Es obvio que está dolido
por la forma en que yo he manejado todo.

Camino hasta la habitación que tengo aquí y me meto a la ducha para


intentar arreglarme antes de que Luna se despierte. Al terminar de
arreglarme, tomo todas mis cosas y en silencio bajo las escaleras, pero Lu
ya está despierta y corre a saludarme cuando me ve.

—Bajaste justo para desayunar —me dice ella con emoción.

—Es que no tengo mucho apetito, Lu.

—Pero le dije a mi papá que haga panqueques de chocolate, son tus


favoritos.

Es verdad, y por un momento pienso si Jordán no le ha puesto veneno a la


masa de panqueques, pero descarto la idea, él no haría eso. Al menos no
frente a su hija.

—Está bien, creo que puedo comer unos cuantos panqueques.

—Sí, vamos. Ya he puesto la mesa.

Él desayuno transcurre de forma tranquila e incómoda, con largos silencios


que son llenados por la voz de Luna, quien ignora lo que está pasando entre
los adultos en la mesa. Porque en lugar de las bromas habituales que suele
haber entre Jordán y yo, o las pequeñas discusiones por cualquier tema,
ahora ni siquiera nos miramos. Hay un silencio pesado entre los dos que
solo va en aumento conforme el tiempo transcurre, y cada vez puedo sentir
la incomodidad con más claridad.

—Creo que ya es hora de irme, Lu. Nos vemos después.

—¿Vas a regresar más tarde?

Me permito mirar a Jordán de reojo antes de responder.

—Hoy no cariño, tengo algo de trabajo acumulado.

—Está bien, no trabajes hasta muy tarde.

Me inclino para darle un beso en la frente.

—No lo haré, nos vemos.

—¿No te vas a despedir de mi papá?

Me congelo ante la pregunta de Luna y pienso en una buena respuesta


mientras ella me mira con ojos atentos, y sería más fácil para mí mirarla si
ella no tuviera los mismos ojos que su papá.

—Ya me despedí de él.

—Pero sí recién dices que te vas y mi papá está en la cocina. Déjame


llamarlo para que le digas adiós.

Yo tapo los labios de Luna.

—No, Lu, no hagas eso. Porque mejor no vas y tú te despides de él por mí,
es que ya me debo ir. ¿Harías eso por mí?

—Sí, le diré que dices adiós.

—Bien, nos vemos.

Al llegar a mi auto suelto un ligero suspiro y recuesto mi cabeza contra el


respaldo por un largo momento antes de encender mi auto para ir a mi
apartamento.

Me preguntó si las cosas serán así de incómodas de ahora en adelante con


Jordán, porque la idea no me hace muy feliz. Ya que incluso cuando no me
agradaba, me gustaba discutir con él, era divertido y refrescante, y ahora
que he aprendido lo interesante que es hablar con Jordán, porque él sabe un
poco de cada tema y siempre tiene algo interesante que acotar, sería difícil
andar en silencio a su alrededor y con cuidado de no decir algo que no
debo, porque yo no soy así y no sé si es algo que podré hacer. Pero creo que
debo intentar hacerlo, más que nada ahora que hay una especie de distancia
forzada entre los dos y no sé cómo vamos a lidiar con la convivencia de
ahora en adelante.

Cuando llego a mi apartamento, saco mi teléfono y barajeo mis opciones


para ver a quien llamo. Me molesta saber que mis opciones son muy
limitadas.

—¿Raymond? ¿Estás ocupado? Espero que no, ¿crees que puedes venir a
mi apartamento? Necesito alguien con quién hablar.

—Buenos días, Paulina. Me da gusto saber de ti, y sí, puedo ir a tu


apartamento.

Estaré ahí en media hora.

—Gracias.

Termino la llamada y deambulo por la sala sin saber que hacer, así que me
pongo a regar mis plantas, limpiar un poco y hacer cualquier cosa para
hacer tiempo hasta que la puerta suena y veo a Raymond parado con una
sonrisa, yo me hago a un lado y lo invito a pasar.

—Me sorprende que me hayas llamado.

Le ofrezco algo de beber y él me dice que un café está bien.

—Bueno, no puedo llamar a Ate porque está es una conversación que


prefiero tener cara a cara con alguien, tampoco a mi hermana porque ella
decidió suicidarse y mi otra hermana no entiende sobre emociones
humanas. Miguel y Travis me odian en este momento, lo cual es malo
porque son los siguientes en mi lista. Tampoco puedo hablar con Will o
Astrid porque son hermanos de Jordán, el involucrado en mi problema. Y
Tracy es demasiado dulce para estos temas, así que solo quedas tú.

Le entrego la taza de café a Raymond y le hago una seña para que siga
hasta la sala.

—No sé si debería estar halagado por ser una opción u ofendido por estar al
final de tu lista.

—Raymond, deja tu drama para otro momento y céntrate porque tengo un


serio problema.

—Bueno, dime qué pasa.

Tomo aire antes de empezar hablar y empiezo a organizar mis ideas para
saber cómo empezar.

—Tuve sexo con Jordán.

Raymond abre mucho los ojos y la imagen me resultaría algo cómica sí no


estuviera con tantas cosas encima.

—¿Y cuál es el problema? ¿No te gustó?

—No, el sexo fue bueno, sí solo hubiera sido sexo, pero se involucraron
posibles sentimientos y sí hay algo para lo que soy buena, es para lastimar a
quienes me quieren.

La lista de personas que pueden dar fe de eso, es muy larga.

—Y sí tú sabías eso, ¿por qué tuviste sexo con él?

—Porque lo deseaba mucho y me dejé llevar, y no me mires así, sé que hice


mal.

Pero lo hecho, hecho está, ahora necesito saber que hacer a continuación.
El teléfono de Raymond empieza a sonar y me dice que es Jordán, yo le
digo que conteste y que no le diga que está conmigo.

—Hola, Jordán, ¿qué sucede? —contesta Raymond tratando de parecer


casual.

Yo pongo los ojos en blanco.

—Ahora estoy resolviendo algo, pero cuando me desocupe voy a tu casa —

Raymond hace una pausa mientras escucha lo que está diciendo Jordán y yo
me muero de la intriga por escuchar—. Sí, lo entiendo y tienes razón, las
Montenegro son complicadas.

Yo golpeó el brazo de Raymond y él se queja en silencio.

—Sí, estoy bien, solo me tropecé con algo —le dice Raymond a Jordán—.
Pero como te decía, sí son complicadas y difíciles de entender. Pero no creo
que debas culparte por lo que sea que haya pasado entre tú y Paulina, tal
vez solo debas darle algo de espacio y dejarla aclarar sus ideas.

¿Jordán se siente culpable por lo que pasó? No, él no debería sentirse así.

Yo he tratado con todas mis fuerzas no pensar en lo que sucedió anoche,


pero ahora no puedo evitar que mi mente se desvíe un poco ante el recuerdo
de las manos de Jordán recorriendo mi piel, la forma que sus dedos se
ceñían con fuerza sobre mi cuerpo, pero al mismo tiempo, pienso en la
delicadeza con la que me acariciaba. Recuerdo cómo sus labios me besaron,
la sensación de su cuerpo sobre el mío, y la forma que me miró, como si yo
fuera algo valioso e importante para él.

—¿Paulina? ¿Sigues aquí?

Raymond deja de mover su mano contra mi cara cuando se da cuenta de


que le estoy prestando atención.

—¿Me decías algo? Es que me fui por un momento.

—Sí, me di cuenta.
Yo cubro mi cara con mis manos y reprimo el impulso de gritar de
frustración.

—Es aterrador, y casi paralizante el entregarnos a una relación cuando


nuestra anterior relación no terminó muy bien. Asusta y solo pensamos en
lo mal que todo va a terminar, en el desastre que podemos provocar. Pero
nos olvidamos que nada pasa de la misma manera dos veces, que hay
personas por las cuales vale la pena arriesgarnos.

—¿Y sí al final no funciona?

—Eso es un riesgo, y solo queda en ustedes decidir si vale la pena


arriesgarse o es mejor dejar las cosas como están.

Al menos por ahora, creo que es mejor dejar las cosas como están, porque
no hay fuertes sentimientos de por medio y creo que ambos podemos
manejar lo que

tenemos y de esa forma mitigar el daño y el impacto que provocarían dejar


que las cosas entre los dos avancen.

—No, lo mejor será que Jordán cierre la puerta para mí.

Y me convenzo de esa idea los siguientes días que evito ir a su casa, aunque
no puedo evitar el lugar por siempre, así que me encuentro de camino ahí
esperando que estos días que hemos estado separados hayan servido de
algo, o al menos ahora podamos dirigirnos la palabra.

—Paulina, viniste. Me alegra mucho que estés aquí —me saluda Luna y al
menos a ella le da gusto verme—. Es tarde, papá dice que ya es mi hora de
dormir.

¿Puedes contarme una historia?

Veo que ella está vistiendo un pijama con arcoíris y sus pantuflas de
unicornio.

Miro alrededor y escucho a Jordán en la cocina, seguro está ahí tratando de


evitarme, lo cual es muy comprensible.
—Claro que sí, cariño.

Llevo a Luna hasta su habitación y la ayudo acomodarse en su cama.

—Lu, ¿cómo ha estado tu papá estos días? ¿Se veía triste o molesto?

Luna me mira algo confundida y yo me regaño por estar interrogando a una


niña de cinco años.

—Olvídalo cariño.

—Estaba confundido o eso fue lo que le dijo a Ray y a mi tío Will.

—¿Confundido? ¿Por qué?

Luna abraza a su chanchito de peluche y yo paso una mano por su cabello.

—No lo sé, pero tío Will dijo que lo mejor será que deje las cosas como
están.

—Sí, Will tiene razón.

—Papa dijo lo mismo.

Entonces él va a dejar las cosas como están. Vaya, eso es bueno. . creo.

—¿Qué historia quieres que te cuente, Lu?

—La historia del gigante egoísta.

Yo le dedico una sonrisa antes de empezar con la historia y cuando termino


de narrar el cuento, Luna ya ha caído en un profundo sueño.

Al salir, me detengo en seco al ver a Jordán recostado contra la pared junto


a la puerta de su habitación.

—Tenías razón, Paulina. Lo que pasó entre nosotros fue un error. Solo eso,
un gran error.
Muerdo mi labio sin saber cómo se supone que debo reaccionar ante eso, o
que debo decir. Recuesto mi espalda contra la pared frente a él y miro el
piso, esquivando a propósito su mirada y si él se da cuenta de eso, no me
importa mucho.

Una parte de mi quiere estar molesta con Jordán por decir eso, pero ¿cómo
puedo molestarme si él solo está haciendo eco de lo que yo le dije?

¿Por qué todo tiene que ser tan peligroso y arriesgado? —me pregunto— ¿
Por qué hay tanto en juego entre nosotros? Y es que todo sería un poco más
sencillo sí solo fuéramos solo los dos.

—Pero antes de esa noche, yo creía que había algo pasando entre nosotros.
Algo que podría ser bueno, muy bueno y yo. . Paulina, solo dime qué no
estuve

imaginando cosas, que no era el único que se sentía de esa manera. ¿Puedes
decirme sí tú también lo sentiste? Sí tú también pensaste, aunque sea por un
momento, que pudimos tener algo bueno.

Veo como él intenta mantener la fachada, la expresión fría y distante, pero


le cuesta un poco y entiendo la razón de ello, porque Jordán creció
creyendo que no es digno de muchas cosas y las mujeres con las que ha
estado no han ayudado a mejorar ese pensamiento y es por eso que Jordán
cree que lo imaginó todo, porque en el fondo de él, siente que no es digno
de mí.

—No lo imaginaste, Jordán. Yo también lo sentí, pero sigue siendo un error


y verás que, a al final, esto será lo mejor.

Trago con fuerza el dolor que arde en mi garganta y reprimo el impulso de


acercarme a él.

—¿Lo mejor para quién? Creo que esto solo es lo mejor para ti, porque para
mí no lo es. Buenas noches, Paulina.

Lo veo caminar los cortos pasos hasta su habitación y observo como cierra
la puerta de un golpe suave y silencioso. Y no entiendo porque siento que el
hueco en mi pecho se expande, si se supone que esto era lo que yo quería.

¿No era eso lo que querías? —me pregunta con burla mi conciencia—
¿Qué él cierre la puerta para ti? Bien, ya lo conseguiste.

Esto es justo lo que yo quería, entonces, ¿por qué me duele tanto?


CAPÍTULO 23
Algunas cosas no se pueden deshacer, no es algo que haya aprendido en
libros, no tiene que ver con teorías, es más bien algo que he aprendido en el
día a día, es una cuestión de hechos. Hay cosas que decimos o hacemos que
incluso aunque nos retractemos poco tiempo después, causan un impacto,
dejan una herida, marcan y lastiman; y ese daño que causamos no se
deshacer del todo, siempre deja un recordatorio.

Es por esa razón que cuando alguien nos lastima, cuando alguien nos
miente o engaña, nos resulta difícil volver a confiar y ponemos en tela de
juicio todo lo que nos dicen después de la traición o engaño. Las cosas
jamás vuelven a ser igual, la confianza es algo difícil de restaurar, las
grietas que algunas cosas dejan, suelen sangrar ante la mínima situación. Es
por eso que tenemos que tener cuidado con las cosas que decimos o
hacemos, pero también, con las cosas que callamos y elegimos no hacer.

—¿Así de mal están las cosas con mi hermano? —me pregunta Astrid
mientras me ofrece otra dona rellena de manjar.

Yo coloco mis codos sobre la pequeña mesa blanca en la que ambas


estamos sentadas en su pastelería y tomo una dona.

No es que las cosas estén del todo mal, es más que nada, la tensión que hay
entre los dos, la falta de comunicación o interacción. La forma en que nos
movemos alrededor del otro como fantasmas de lo que un día fuimos, la
forma que sus pisadas suenan por la casa y de alguna manera crean un eco
recordándome lo herido y dolido que debe estar por la última
"conversación" que ambos

mantuvimos. Pero, sobre todo, es como él sigue siendo un caballero, amable


y teniendo buenos gestos había mí, cuando es obvio que no se siente bien.

—Odio la forma en que todo sucedió, pero sigo creyendo que es lo mejor.
Sí, ahora parece una mala decisión, parece que debería dejar mis miedos y
caer en los brazos de Jordán, que eso sería lo mejor para ambos. Y lo sería,
sí yo tuviera la certeza que no voy a cambiar de parecer el día de mañana,
que en un mes o dos, no me voy a despertar aburrida de la relación, de una
vida que jamás he querido y sintiéndome atada a todo lo que conlleva una
vida doméstica. Pero al menos ahora, yo no tengo la certeza de nada de eso,
porque sigo en una especie de limbo sobre lo que quiero y no quiero, y
tanto Jordán como Luna, merecen algo estable que yo ahora no les puedo
ofrecer, y tal vez jamás pueda.

—¿Me odias por lastimar a tu hermano?

Astrid me dedica una sonrisa amable y me dice que no. Siento que Luna
heredó la dulzura y buen corazón de Astrid.

—No, te entiendo y no soy quién para juzgarte o señalar tus decisiones y


elecciones, porque al final del día, eres tú quien va a tener que vivir con
ellas y sus consecuencias.

—Yo sí me odio un poco por lastimarlo.

Las campanillas de la tienda suenan y muerdo mi labio inferior al ver entrar


a Miguel en la pastelería, él entra sonriendo, pero cuando me ve, la sonrisa
desaparece de su cara.

Astrid lo mira y lo llama con su mano, y él parece dudar un momento antes


de acercarse a nosotras.

—Hola querido primo.

Él saluda a Astrid y se sienta con su cara girada hacia ella, ignorando de


forma deliberada, mi presencia.

—Miguel, no puedo creer que aún sigas molesto conmigo, lo de las vallas
publicitarias fue hace varios meses atrás.

Él se gira de forma brusca y su ceño se frunce tanto, que sus cejas casi se
llegan a tocar.
—No puedo creer que seas tan cínica, eso sucedió hace solo dos semanas,
cuatro días y dieciséis horas.

—Pero ya las hice quitar.

—Tuviste esas enormes vallas por cuatro días. ¡Cuatro días! Y no conforme
con eso, al quitarlas pusiste una gigantografía en la puerta de mi
apartamento.

¿Sabías que mi vecino de setenta años me preguntó cómo se debe aplicar


esa pomada?

Tanto Astrid como yo no podemos contener la risa y Miguel maldice por lo


bajo mientras sujeta el tabique de su nariz y cuenta hasta diez para evitar
decir algo de lo que después se pueda arrepentir.

—¿Y le dijiste como se aplica la pomada? —le pregunto.

—Paulina —me dice Astrid en tono bajo y niega con su dedo.

Miguel hace ademán de pararse para irse, pero yo lo sujeto del brazo.

—Está bien, está bien. No más bromas.

—Me voy a vengar de ti.

—Deberían dejar de vengarse, nada bueno puede salir de eso —nos sugiere
Astrid.

La miro por un momento y estoy a punto de decirle que gracias a mi


venganza con Jordán lo conocí, pero no digo nada. ¿Desde cuándo yo soy
tan sentimental?

Me siento empalagada por mis propios pensamientos.

—Oh, Miguel, ¿en serio no aprendes? Sí me haces algo, yo voy a pensar en


algo peor que las vallas publicitarias.

—¿Peor que las vallas publicitarias?


—Sí.

Él lo piensa por un minuto o dos.

—Bien, estamos a mano.

—¿Vuelvo a ser tu prima favorita?

Le dedico una sonrisa y él al final se rinde y me sonríe de regreso.

—A pesar de todo, nunca dejaste de serlo.

Yo miro mi reloj y siento curiosidad de saber qué hace Miguel en una


pastelería un sábado a esta hora.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Yo miro entre Miguel y Astrid con los ojos entrecerrados.

—¿Acaso no puedo venir aquí?

—Se están acostando juntos.

Astrid se atraganta con un pedazo de dona y cuando se recupera sus mejillas


siguen rojas y ella me dice que no.

—No, lo intenté, pero a ella le gusta Raymond —dice Miguel y cuando se


da cuenta de que hablado de más, abre los ojos y le susurra un lo siento a
Astrid.

—Se supone que era un secreto, Miguel.

Vaya chisme que me vine a enterar sin querer.

—Primero, jamás esperes que Miguel pueda guardar un secreto, es igual de


chismoso que Will. Segundo, ¿te gusta Raymond? Picarona te lo tenías bien
guardado.
No me sorprende mucho que Miguel haya intentado acostarse con Astrid, él
es así, todo un play boy, pero jamás promete algo que no vaya a cumplir y
jamás les miente a las mujeres con las que se acuesta. Y yo soy partidaria
que si lo que haces no lastima a nadie, no hay motivos para que dejes de
hacerlo.

—Sí me gusta, pero no importa, él jamás se fijaría en mí. Además, es el


mejor amigo de Will, solo me ve como la hermanita de su amigo.

El cliché de enamorarse del mejor amigo del hermano.

—¿De qué hablas? Eres absolutamente hermosa —le dice mi primo—.


Pero, sobre todo, eres una buena persona y haces los mejores postres de San
Francisco.

—Astrid, mi primo tiene razón, eres hermosa y Raymond no es de los que


se fija en lo físico. Solo necesitas a los enviados de cupido para ayudarte.
Porque sí usted tiene un problema en su relación o hay dos corazones que
necesitan ser unidos. . aquí están los enviados de cupido.

Miguel y yo chocamos nuestras manos y Astrid nos mira sin entender que
está pasando. Pero no hay una forma de explicarle que eso surgió mientras
estábamos borrachos en la boda de Tracy.

—Nosotros ayudamos a que Atenea y Raymond estén juntos, y ellos jamás


se dieron cuenta —le explica Miguel. Porque así de buenos somos nosotros,
los enviados de cupido.

—Aunque dado como terminaron y que a ti te gusta Raymond, no es buen


ejemplo. Pero también ayudamos a que Will y Mae estén juntos, aunque de
nuevo, tampoco es un buen ejemplo porque no están juntos. Pero como
dicen, la tercera es la vencida.

Sonrió emocionada porque esto me sirve como distracción para olvidar un


momento los problemas que tengo.

—No lo sé, no creo que sea buena idea.


—Astrid, hermosa y dulce, Astrid. Confía en los enviados de cupido,
sabemos lo que hacemos —le dice Miguel mientras pasa su brazo sobre los
hombros de Astrid.

—Ninguno de los dos tiene una relación estable.

—Porque nosotros somos el ejemplo de lo que no se debe hacer —le


respondo—.

¿Cuándo fue la última vez que tuviste novio?

La mirada en la cara de Astrid me hace enarcar una ceja en su dirección.

—¿Nunca has tenido novio?

—No.

Vaya, eso me sorprende un poco, pero al mismo tiempo lo entiendo, más


que nada con la madre que tiene y los complejos con los que la hizo crecer.

—¿Y cuándo fue la última vez que tuviste sexo?

Las mejillas de Astrid se tornan rosadas por mi pregunta y agacha su cabeza


mirando fijamente la caja casi vacía de donas.

—¿Por qué eso sería importante?

—No lo es, solo sentí curiosidad —le respondo—. Porque no me pareces el


tipo de mujer de una sola noche.

Ella dice algo entre dientes y yo miro a Miguel para saber si le entendió,
pero él mueve su cabeza y se inclina un poco más hacia ella.

—No te entendimos.

Astrid cubre su cara con sus manos antes de responder.

—Yo nunca he tenido sexo.


—¡Eres virgen!

Miguel me regaña con la mirada y me hace un gesto con la mano al ver que
he saltado un poco de la silla al escuchar la respuesta de Astrid.

—Cielos, prima, dilo un poco más fuerte que no te escucharon en New


York.

—Lo siento, lo siento, es que. . Vaya, no me esperaba eso. Eres como una
criatura mística. Como los unicornios en Harry Potter.

—Sí, al verte, siento que debería pedir un deseo.

—Ustedes dos no son de mucha ayuda —nos regaña Astrid.

Miguel y yo compartimos una mirada.

—Tienes razón. Activando modo serio —le digo y paso una mano por mi
cara mientras Miguel hace lo mismo—. Ahora centrémonos en lo
importante. ¿Cómo conquistar a Raymond?

—Les repito, es una pérdida de tiempo, no soy su tipo. Él no se fijaría en


mí.

Astrid suena muy triste al decir eso, a pesar que lo dice con una sonrisa en
su cara, sé que lo hace de esa manera para hacernos creer que ella está bien,
pero por algo dicen que no hay nada que duela más, como la sensación de
amar a alguien que no te ama.

—Entonces nuestro primer paso será averiguar sí tú le gustas y de eso me


encargo yo —nos dice Miguel.

Mi teléfono suena y es un mensaje de Jordán. Yo frunzo un poco los labios


mientras leo el mensaje y resoplo por lo bajo antes de volver a poner mi
teléfono sobre la mesa.

—¿Está todo bien? —me pregunta Miguel con preocupación.

—Sí, no es nada. Jordán me dice que también tiene planes con Lu mañana.
—¿No has visto a Lu? —me pregunta Astrid.

—A ella la he visto —le respondo—. A quien no he visto es a su papá y a


este paso creo que me vendría bien comprarme un consolador sí quiero algo
de acción en mi vida.

Miguel suelta una risa y Astrid abre mucho los ojos. Eso me da una idea.

—¿Quieres ir a un sex shop, Astrid? Asumo que nunca has ido y a mí me


viene bien la distracción.

—Sera divertido —dice Miguel al ver la expresión de Astrid—. Paulina


trabajó en un sex shop unos meses mientras estaba en la universidad, pero
la despidieron por decirle a sus clientes, eso te lo puedes meter por el culo.

—¡Porque por ahí se lo tenían que meter!

Mi teléfono vuelve a sonar y pienso que es otro mensaje de Jordán, pero


pongo los ojos en blanco al ver que es una llamada de Gideon. ¿Y ahora
que quiere este estúpido? Pienso en dejar que la llamada vaya al buzón de
voz, pero sé que eso solo hará que siga llamando.

Me disculpo con Astrid y Miguel, y me levanto para atender la llamada.

—Habla rápido porque no tengo tiempo.

—Estoy afuera de tu apartamento.

—¿Y qué quieres que yo haga?

Él siempre consigue acabar con la poca paciencia que tengo.

—Necesito hablar contigo.

—No tengo tiempo.

—Paulina, cuando tú me necesitaste yo estuve ahí, podrías dejar tu mierda


de egoísmo a un lado y devolverme el maldito favor.
Yo pongo los ojos en blanco.

—Para que quede claro, lo que estás haciendo se llama manipulación.

Termino la llamada y regreso a la mesa, tomo una última dona y me despido


de Astrid y Miguel.

—Lo de ir a la tienda de sex shop está pendiente. Nos vemos después, debo
ir a solucionar algo a mi apartamento.

—¿Todo bien?

—Sí, Miguel.

Le dedico una sonrisa a mi primo antes de irme.

Me demoro más de lo usual para llegar a mi apartamento y veo el auto que


Gideon suele utilizar para venir a verme, estacionado a unas cuadras. Al
llegar a mi apartamento, me quito los zapatos y solo unos segundos
después, la puerta suena y dejo entrar a Gideon, que luce algo desaliñado.

—¿Qué sucede? —le pregunto.

Le sirvo una copa de whisky y lo veo caminar en círculos por mi sala hasta
que saca una pequeña grabadora negra.

—Esto —me responde antes de reproducir el audio.

Me toma un momento reconocer las voces y darme cuenta de que soy yo, la
noche que lo conocí, cuando me hice pasar por Andrea en la fiesta del
bufete de abogados dónde ella trabajaba.

—¿Y cuál es el problema con eso?

—Que mi futura ex esposa lo está utilizando en la demanda de divorcio.


Como si ella no me hubiera sido infiel con cualquier hombre que se le ponía
en frente.

—¿Tu esposa sabe que soy yo?


Él niega con la cabeza.

—No, piensa que es Andrea.

Sé que está mal lo que estoy pensando y probablemente me gane un pase al


infierno por esto, pero, ¿qué daño le puede hacer Andrea que la esposa de
Gideon piense eso sí ella está muerta?

—Bien por mí, lo último que quiero es estar metida en eso. ¿Qué piensas
hacer?

Lo veo beber todo el contenido del whisky de golpe y mover el vaso vacío
entre sus dedos con una expresión que yo reconozco muy bien.

—Podría decir que no es Andrea, que en realidad eres tú.

Sus ojos se clavan en los míos y yo levanto un poco el mentón mientras me


cruzo de brazos y le sostengo la mirada.

—¿Por qué harías eso? Y aunque lo hagas, la historia suena muy rebuscada
para que alguien te crea. Sería mi palabra, contra la de un infiel.

—No, sería la palabra de un hombre que ya no tiene nada que perder, contra
la palabra de su amante que no quiere perder su familia feliz.

Sí Gideon cree que me va a poder intimidar con eso, está muy equivocado y
se nota que jamás me llegó a conocer.

—Entonces hazlo, di que soy yo —le digo con una sonrisa mientras me
acerco a él—. Di eso y espera sentado para escuchar lo que yo tengo que
decir. Y créeme, tengo mucho que contar.

Él lanza el vaso contra la lámpara junto al sillón y ambos se hacen trizas en


un pequeño estallido.

Los ojos de Gideon arden con furia y se acerca mi para sujetar mi rostro con
fuerza entre su mano, yo lo empujo, pero él no afloja su agarre. Me empuja
contra la pared más cercana y sus dedos se ciñen alrededor de mi cuello de
una manera que estoy segura dejará una marca, pero eso es lo que menos
me

importa. Después de un momento, aparta sus dedos de mi garganta y coloca


su mano junto a mi cara.

—No juegues conmigo, Paulina.

En un movimiento rápido, levanto mi rodilla y lo golpeó en sus testículos


antes de empujarlo hacia atrás.

—Te vas arrepentir de esto, Gideon.

Él me maldice mientras se levanta y toma la grabadora, se gira hacia mí de


nuevo y la puerta suena. Ambos miramos hacia la puerta y yo camino para
abrir, porque seguro es algún vecino o el conserje, pero no, cuando abro la
puerta, veo a Jordán y Luna

—Sorpresa —me dice Lu—. Vinimos a verte para invitarte a un picnic con
nosotros.

Yo fuerzo una sonrisa y esquivo la mirada de Jordán mientras paso una


mano por mi cabello y saludo a Luna.

—Miguel nos dijo que estabas aquí —me pregunta Jordán—.


¿Interrumpimos algo?

Yo miro de soslayo al interior de mi apartamento antes de responder.

—Nada importante. ¿Les importaría esperarme en el auto? Yo ya los


alcanzo.

Luna asiente feliz por mi respuesta, pero la mirada que me da Jordán, me


dice que sospecha algo, aunque estoy segura de que él no hará ningún
comentario al respecto.

—Te esperamos abajo.

—No tardo.
Cierro la puerta de mi apartamento y le digo a Gideon que debe irse.

—¿Cuánto más crees que puedas soportar esa vida doméstica? El papel de
esposa y madre anegada no te queda muy bien.

—Eso no es asunto tuyo. Quiero te vayas, que alejes tu mierda y problemas


de mí, que no me vuelvas a buscar o llamar. No te debo nada y no me
importas en lo más mínimo. Porque si vuelves a buscarme o llamarme, te
juro que voy hablar y tu esposa tendrá suficiente material para dejarte sin
nada. ¿Estoy siendo clara?

Abro la puerta para él, y sale de mi apartamento hecha una furia, pero para
mí mala suerte, se topa con Jordán y Luna en el pasillo. Jordán mira entre
Gideon y yo, antes de mover levemente su cabeza.

—Lu quería saber si puede usar tu baño.

—Sí, sí claro. Ve cariño, hasta eso yo me arreglo.

Lu corre por mi apartamento hasta el baño y me quedo sola con Jordán, que
está mirando la lámpara rota y los vidrios del vaso que están esparcidos por
la sala.

—¿Está todo bien, Paulina?

Pienso de nuevo, que Jordán tiene suficientes problemas en su vida, como


para que yo agregue más.

—Sí, todo está muy bien.

Yo me apresuro a recoger los pedazos de vidrio y él se acerca ayudarme.

—Mira, sé que no estamos en nuestro mejor momento ahora, pero sí tienes


algún problema, puedes decirme. Solo quiero que sepas eso, que estoy aquí
si necesitas a alguien. Siempre estaré aquí para ti.

Yo pongo mi mano en su antebrazo, disfrutando de la cercanía que tenemos


ahora y que no me había dado cuenta de que extrañaba tanto.
—Gracias, Jordán.

Terminamos de recoger todo justo cuando Lu sale del baño, y yo les digo
que me esperen cinco minutos mientras entro a mi habitación para
arreglarme y tapar cualquier error.

Cuando llegamos al parque colocamos toda para el picnic, Lu empieza a


correr cerca de nosotros soplando burbujas y riéndose al verlas reventarse
en el aire.

Cuando me inclino a tomar una fresa, noto que Jordán me está mirando.

—¿Qué pasa?

Él mueve su cabeza y me decida una sonrisa, mientras me dice que no pasa


nada.

—Solo me pregunto, ¿cómo llegamos aquí? —yo lo miro un poco


confundida por su pregunta y él se apresura agregar—. Tú y yo, ¿cómo
terminamos sentados en un picnic un sábado por la tarde? Porque yo estaba
seguro que seríamos enemigos por siempre, que nos odiaríamos por la
eternidad.

Yo también me hecho esa pregunta varias veces.

—Aunque sigo creyendo que estás loca y hay momentos dónde no te


soporto.

No puedo evitar reírme por eso y estiro mi mano para colocarla sobre la
suya, mirando la forma en que mi mano encaja con la de Jordán.

—No sé cómo llegamos aquí, pero está bien para mí. Me gusta.

Es la respuesta más sincera que le puedo dar mientras siendo como mi


corazón se acelera ante la forma que sus ojos recorren mi cara y por un
momento pienso que él me va a besar, pero el momento se corta y Jordán se
aleja, retirando su mano y apartándose de forma sutil de mí.
—Sería un error —murmura él y yo asiento un par de veces con la cabeza
antes de apartar mi mirada.

Me resulta irónico como yo evitado casi toda mi vida el contacto físico y


ahora solo quiero que Jordán me envuelva entre sus brazos. Y a raíz de ese
pensamiento, me doy cuenta de que todo se está complicando entre los dos
y que tal vez la persona que salga lastimada de esto, seré yo.
CAPÍTULO 24
Paso con cuidado mis dedos por los cardenales que se han formado
alrededor de mi cuello, que ahora ya se están desvaneciendo siendo solo un
recordatorio de lo que sucedió. Pienso en Gideon, y el caos que trae a mi
vida, en como dejé que las cosas avancen hasta este punto porque pensé que
podía manejar la situación, que tenía las cosas bajo control. Pero no es así,
¿acaso no aprendí nada en mi pasado?

Al parecer no, porque veo las marcas en mi cuello que he cubierto con
maquillaje y pienso en todas las veces que las niñeras cubrieron las marcas
que dejaban mis padres, la forma que ellas callaban lo que pasaba en
nuestra casa solo porque mi padre les pagaba. Porque por lo visto, los años
pasan y yo sigo atada por voluntad propia a un círculo de violencia,
manipulación y mentiras.

Yo sabía que él no era bueno, siempre lo supe y fue esa parte oscura que
hay en Gideon lo que me gustó y me atrajo. Yo no quería lo bueno, quería la
parte oscura

y retorcida de él, porque pensaba que iba acorde con quién yo era, Atenea
me dijo una vez que a mí me gusta lo prohibido, que soy fanática de lo que
no puedo tener, ¿Jordán es solo algo que quiero por qué no puedo tener?
Hay momentos que siento que es así, que una vez que lo tenga, ya no lo voy
a querer. Ya que algo así sucedió con Gideon cuando lo conocí y no lo
podía tener. Me gustó la forma que no tenía que reprimirme con él, en su
momento, me gustó estar con Gideon, pero entonces lo tuve y me cansé. Y
sí, antes eso estaba bien conmigo, pero ahora ya no quiero ese tipo de
situaciones o personas en mi vida, siento que puedo hacerlo mejor en todos
los sentidos y que no soy solo caos y problemas como me lo han hecho ver
siempre.

—Paulina, Paulina. ¿Qué voy hacer contigo? —me pregunto frente al


espejo del tocador.
Estoy cepillando mi cabello cuando ni teléfono suena avisándome que
tengo una solicitud de vídeo llamada de Atenea.

Atiendo su llamada con una sonrisa.

—Ate, ¿a qué debo el honor de ver tu rostro?

Por el cambio de horario, asumo que debe ser muy temprano en la mañana
allá en El Cairo.

—Quería saber cómo estás, que tal todo.

Dejo el teléfono frente a mí y vuelvo a tomar el cepillo para pasarlo por mi


cabello.

—Ate, te conozco. ¿Qué quieres saber?

—¿Cómo van las cosas con Jordán? Miguel me contó lo que sabe, pero no
sabe mucho.

—Eso se debe a que no hay mucho que contar.

Dejo el cepillo en el tocador y recojo mi cabello para aplicar el


desmaquillante en mi rostro.

—¿De verdad? No creo que sea de esa manera.

—Es cierto, además, ahora estoy enfocada en ayudar a Astrid con su interés
amoroso.

Atenea se coloca más cerca de la pantalla de su teléfono y me mira con


mucha atención esperando a que yo le siga contando el chisme de Astrid.

—Vamos, cuéntame, no me dejes con el chisme a medias.

—Es un secreto, pero ¿a quién se lo podrías decir tú? Estás en El Cairo, así
que te diré —hago una pausa dramática mientras limpio mi cara con agua
micelar—. A Astrid le gusta Raymond.
No sé qué reacción yo esperaba obtener de Atenea, pero la forma que su
sonrisa desaparece poco a poco y retrocede como si la hubiera abofeteado,
está muy lejos de lo que yo esperaba.

Ella no parece muy contenta con lo que le acabo de decir y no entiendo


porque reacciona de esa manera, ella dijo que ya lo había superado, que
había seguido adelante. Sería muy egoísta de su parte regresar ahora y
Atenea puede ser muchas cosas, pero no es egoísta, por el contrario, ella
suele poner la felicidad de otros por encima de su propia felicidad. Por eso
me sorprende la forma en que ha reaccionado al saber que a Astrid le gusta
Raymond.

—Pensé que ya habías superado a Raymond.

Ella se toma un minuto para reponerse antes de responder.

—Sacarse un amor de la cabeza, no es lo mismo que sacarlo del corazón —


me dice en un tono algo abatido—. Hay amores que te marcan, personas
que producen un gran impacto en nuestra vida, y que sin importar el tiempo
siempre hay algo que nos hinca a querer regresar a él, a lo que teníamos.
Eso no quiere decir que uno deba volver. Solo digo que hay amores que son
difíciles de superar, que logran salir de nuestra mente, pero siguen en
nuestro corazón.

Oh, Atenea.

—¿Eso es Raymond para ti?

—Sí —me responde ella en tu tono muy bajo.

Atenea estaba enamorada de la idea del cliché romántico, del romance


perfecto.

Pero la vida real no es así, hay altos y bajos, a veces más bajos que altos. Y
el amor no siempre será color de rosa y la persona que amamos, no siempre
será perfecta. Cometerá errores y tal vez nos lastime, y nosotros tal vez
hagamos lo mismo. Porque sin importar lo mucho que queramos un
perfecto romance cliché, solo somos personas imperfectas tratando de amar
y ser amados.

Atenea estaba enamorada de una fantasía, ella pretendía que Raymond sea
algo que no es, idealizó tanto la idea del amor y el romance, que cuando las
cosas se volvían complicadas en su relación, ella se ahogaba en ese dolor y
jamás supo cómo lidiar con una relación real, porque eso era lo que ella
tenía, algo real y no algo que ella había idealizado en su mente. No un
sueño que tuvo cuando era adolescente. Raymond era real, con
sentimientos, dolores y un pasado, igual que ella. Y la realidad fue
demasiado para Atenea.

—Olvida lo que dije, estoy feliz por él, de verdad. Ella es una gran persona
y él también. Serían perfectos juntos.

—Ate, no hay tal cosa como una pareja perfecta. Nadie es perfecto y mucho
menos lo es el amor, ¿cómo podría serlo sí es sentido y experimentado por
seres imperfectos? No tiene mucho sentido que esperemos algo diferente a
eso. La realidad es que amas y a veces te aman de regreso y logran hacer
funcionar las cosas, y otras veces se aman, pero las cosas no funcionan. Es
así de sencillo.

Claro, hay más trasfondo en una relación que solo amar y hacer que las
cosas funcionen, pero esa es la esencia de una relación.

—Y lo mío con Raymond no funcionó.

—Eso solo lo saben Raymond y tú.

—Él no me dijo te amo, un año juntos y no logró amarme.

—Te equivocas, él te amaba, lo más probable es que aún te ame un poco.


Pero tú esperabas que te ame de la misma manera que tú lo amabas a él, que
exprese sus sentimientos como tú expresabas los tuyos, pero él no es tú, por
lógica su forma de amar y demostrarlo sería diferentes, pero tú invalidaste
sus emociones porque no eran acordes con los tuyos. Además, se honesta,
tú no querías a Raymond como tal, querías un personaje de una comedia
romántica cliché y vivir el sueño de tu adolescencia.
Él no le dijo te amo y eso la destruyó porque ella viene cargando años de
inseguridades y decepciones, pero, aunque yo no lo aplico en mi vida, sé
que

cuando uno empieza una relación, debe dejar atrás esos equipajes porque no
ayudan a que una relación avance. Y creo que Raymond no dijo te amo
porque no lo sintiera, tal vez él no entendía lo que sentía. Y no, no siempre
aplica que cuando amas a alguien lo sabes, porque en la vida real no todas
las personas vemos la vida en blanco y negro, algunos vemos matices
dispersos y luchamos con emociones que no entendemos porque son más
complejas debido a sucesos de nuestro pasado que nos han marcado.

Raymond perdió a su prometida en un accidente, la vio morir junto a él sin


poder hacer nada justo después que le había dicho te amo. No me imagino
el trauma que esa palabra debe acarrear para él.

—Fue lo mejor —me dice Ate después de un par de minutos en silencio—.

Terminar fue lo mejor, espero que sea feliz y. . ¿Podrías asegurarte que él
sea feliz? Por favor, sé que es mucho pedir, pero quiero que Raymond sea
feliz.

Para Raymond y Atenea, nunca parece ser el momento correcto.

—Sí, yo me voy asegurar de eso. Pero dime, ¿quién se asegura de que tú


seas feliz?

Ella me da una sonrisa forzada.

—Estoy bien.

—No te creo.

—Voy a estar bien, Paulina. ¿Tú vas a estar bien? Nunca me dijiste como
está las cosas con Jordán.

Termino de aplicar mi crema hidratante y miro la pantalla de mi teléfono.


—Soy un cubo rubrik y Jordán es daltónico. Ya puedes hacerte una idea de
cómo estamos.

—Vaya, ¿así de mal?

—Algo así, casi no hablamos, las cosas están algo tensas y la tensión es
electrizante.

En este punto de lo que sea que hay entre los dos, nos acercamos lo
suficiente al otro para hacer sentir nuestra presencia, pero no estamos tan
bien con el otro como para disfrutar la cercanía, lo que provoca que
busquemos alejarnos casi de forma automática.

Somos dos cargas positivas, flotando a la deriva sin poder conectarnos.

—¿Crees que más cosas entre ustedes van a mejorar?

La pregunta de Ate me hace pensar en la discusión que tuvimos al inicio de


la semana, cuando él me preguntó de nuevo sí algo había pasado con
Gideon en mi apartamento y yo le contesté de forma cortante que no era
asunto suyo.

—¿Alguna vez vas a dejarme entrar, Paulina?

—No, te lo dije, la puerta está cerrada.

La respuesta sale de mis labios y al instante pienso que debería


retractarme, porque no quiero decir eso, no a él, pero estado dando la
misma respuesta por años, que ahora es normal y automático dar esa
respuesta cuando escucho esa pregunta.

Milo es testigo de eso porque le di la misma respuesta ensayada cada vez


que él me preguntaba sí lo dejaría entrar.

Es solo una respuesta ensayada, pero no me retracto porque sé que en


fondo a pesar que confío en él y me siento segura, no quiero dejarlo entrar
y no sé si alguna
vez pueda. ¿Dónde nos deja eso a nosotros? Creo que estamos a la deriva,
como muchas otras cosas en mi vida.

Después de esa discusión las cosas solo fueron de mal en peor. Y la


siguiente vez que discutimos, lo hicimos mientras ambos estábamos heridos
por diferentes motivos, pero a causa de un mismo factor decisivo: yo.

—¿Podrías al menos mirarme? Sé que la respuesta que te di no es lo que


esperabas, pero Jordán, yo soy así y siempre te lo he dicho. Pensé que a
diferencia de los demás, tú veías por quien soy y no por lo que quieres que
sea. Y yo no sé qué hacer para mejorar la convivencia porque estamos
llegando a un punto de no retorno.

Se forma una especie de remolino en mi pecho mientras veo la forma en


que él se aparta, intentado mantener la distancia de mí.

—Yo tampoco sé que podemos hacer, Paulina, pero tampoco sé que más
esperas de mí. ¿No te das cuenta de que estoy haciendo lo mejor que puedo
con las decisiones que tú tomaste por ambos? No sé qué más puedo hacer,
pero por ahora, esto es lo mejor que te puedo ofrecer.

Cuando él dijo eso y se marchó, dejándome sola en la sala en medio de la


madrugada con las luces apagadas, sentí como si la habitación hubiera
bajado varios grados centígrados y una pared de concreto se formaba entre
los dos para terminar de separarnos.

—No, no creo que las cosas mejoren —le respondo—, pero está bien, he
pasado por esto antes, sé cómo manejarlo.

Mi video llamada con Atenea termina y yo me acuesto en la cama en la


habitación en casa de Jordán para intentar dormir un poco, pero es en vano,
como era de esperar, el sueño no llega y yo doy vueltas en la sala intentando
conciliar el sueño, pero nada. Al final me rindo y bajo a la sala para comer
el sándwich que Jordán ha dejado preparado para mí. Porque a pesar de
todo, él sigue haciendo eso.

La música scared to be lonely suena fuerte en mi auto mientras estoy de


camino a recoger a Luna a la guardería. Pero es solo cuando estaciono el
auto y recuesto mi cabeza sobre el respaldo del asiento, que escucho con
atención la letra y pienso en Jordán, así que saco mi teléfono y casi por
impulso le mando un mensaje.

Paulina: Escucha scared to be lonely del minuto 0.34 al 1.14.

No sé porque le escribo, lo más seguro es que ignore mi mensaje de la


misma forma que me ignora a mí.

Me bajo del auto para recoger a Lu y mientras camino hacia la entrada mi


teléfono suena en el bolsillo trasero de mis pantalones oscuros.

Veo que es un mensaje de Jordán.

Jordán: Escucha Attetion del minuto 0.40 al 1.07

Reconozco la música y mis labios se abren por la impresión de que él me


haya casi dedicado esa música. ¿Él cree que yo busco atención? Bueno sí,
tal vez y tiene razón, pero de todas formas me molesta la insinuación. No
me da tiempo a responder su mensaje porque me acerco para indicar que
vengo por Luna, y como ya me conocen y tengo la autorización de Jordán
para venir a verla, Luna me está esperando con una sonrisa.

—Paulina —me saluda ella con emoción—. Mira lo que hice hoy. Somos
nosotros en el picnic de ese día.

Veo el dibujo de Luna y le digo lo hermoso que está, ella me dice que está
feliz porque su maestra le dio una estrella por el dibujo.

—¿Podemos ir a enseñarle mi dibujo a mi papá? Por favor.

Yo le abrocho el cinturón de su asiento para niños y le doy un beso sonoro


en su mejilla.

—Está bien, pequeña bandida.

Ella se ríe por mi respuesta y yo le doy otro beso en su mejilla antes de


subirme al auto.
—Sabes que mi cumpleaños se acerca, voy a cumplir seis.

—Lo sé, pero aún falta un poco para eso, tu cumpleaños es en agosto y
estamos junio.

—¿Sabes que quiero de regalo?

Yo la miro por el espejo retrovisor.

—No, pero dime y trataré de regalarte lo que quieras.

—¿De verdad?

Ella luce muy emocionada por la idea.

—Sí, pero dime, ¿qué quieres de regalo?

—Un hermanito.

Santo Cristo redentor y sus clavos.

¿Ella me acaba de pedir un hermanito? Por suerte y el semáforo está en rojo


y me puedo tomar un momento para tranquilizarme.

—¿Me vas a dar un hermanito? Por qué sé lo puedo pedir a Papá Noel, pero
falta mucho para navidad.

El semáforo se ha puesto en verde y yo soy consciente de eso cuando el


auto detrás del mío pita para que yo avance.

—¿Por qué quieres un hermanito Lu?

—Todos en mi clase tienen uno y los bebés son muy lindos.

—Lu, cariño, no puedo darte eso. Pide otra cosa.

—¿Por qué no puedes?

—Es complicado.
—¿No te gustan los niños? ¿No te gusto yo?

Mierda.

¿Cómo es que terminamos teniendo esta conversación?

—Claro que me gustas Lu, sabes que sí. No puedo darte un hermanito
ahora, eso es lo que quería decir. Los bebés tardan un tiempo en llegar.
Mucho, pero mucho tiempo.

—¿Y cómo se forman los bebés?

Oh, no. Esa no es una conversación que yo vaya a tener con ella.

—¿Sabes una cosa Lu? Estamos cerca de la oficina de tu papá y estoy


segura de que él querrá responder esa pregunta para ti. Esperemos a llegar
ahí. ¿Está bien?

—Sí, me parece bien.

Bien, porque yo estaba a punto de empezar a sudar frío sí ella seguía con
esa línea de preguntas.

—¿Le podemos poner Peter a mi hermanito? Cómo Peter Pan.

—Le pondremos como tú quieras cariño.

—No, mejor Max como el personaje de Dónde viven los monstruos. Ese es
mi libro favorito.

—Bien lo llamaremos Max. Tu hermanito se llamará Max. Aunque también


podría ser una niña.

¿Pero qué me pasa? ¿Por qué le doy ideas?

Siento que el camino hasta la oficina de Jordán se está haciendo eterno.

—Sí es así, se puede llamar Wendy o Sol y así seríamos Sol y Luna. Sí,
quiero una hermanita que se llame Sol.
Y yo quiero un Lamborghini y unas vacaciones en alguna isla paradisíaca.
Pero uno no siempre obtiene lo que quiere. Aunque obvio no le voy a decir
eso a una niña de cinco años, me lo reservaré para cuando ella cumpla seis.

—Llegamos —le digo a Lu.

Ella se baja emocionada por irle a enseñar su dibujo a su papá y cuando


llegamos, Jordán está en mitad del pasillo conversando con Cecilia. ¿Por
qué siempre que venimos él está con ella? ¿Acaso no tienen otra cosa que
hacer? Les pagan por trabajar y no por perder el tiempo.

—Papi, mira el dibujo que hice. Me dieron una estrella.

Luna corre a los brazos de su padre y él sonríe de forma automática al


escuchar a su hija.

—Vaya, eres toda una artista. Igual a tu tío Will le dice Jordán mientras la
carga en sus brazos—. ¿Por qué no le enseñas tu dibujo a Cecilia?

Luna saluda a Cecilia y le muestra su dibujo. Veo como ella le dedica un


par de cumplidos y algo se revuelve en mi estómago al ver la imagen frente
a mí, porque ellos lucen como una familia y Cecilia podría darle a Luna el
hermano o hermana que tanto quiere.

No creo que Jordán sienta que ella busca atención.

—Sí, Luna, tienes mucho talento. Creo que para tu cumpleaños te voy a
regalar una caja enorme con colores y otros materiales de dibujo —le dice
Cecilia, porque seguro Jordán le contó sobre el cumpleaños de Luna.

Bien podría él quedarse con ella, para lo que a mí me importa. Porque sí


existe una princesa en la historia de Jordán, seguro es Cecilia y Jordán tal
vez sea el príncipe de ella, y cabalguen juntos hasta la puesta de sol. Lo más
probable es que sea así, y yo solo fui la villana de la historia que separó al
príncipe de su único amor, pero como en todo cuento, al final quizás la
princesa recupere al príncipe y la villana se queda sola. ¿Hay otra forma de
terminar la historia? No lo creo.
Jordán y Cecilia se dan su beso de amor verdadero o esas ridiculeces que
dicen en los cuentos y yo al final quedo sin nada.

Dioses, que amargada sueno.

—Paulina me va a regalar una hermanita y le pondremos Sol.

—¿Paulina hará qué?

Tardo un segundo en procesar la conversación y veo la expresión de Jordán


y como sus ojos se dirigen a mi vientre, Cecilia hace una observación
similar solo que ella lo disimula un poco mejor.

—No me mires así, no hay bebé ahí —le digo mientras señalo mi vientre.

—Sí papá, porque los bebés tardan mucho en llegar.

—Lu, porque no vas y pones este dibujo en el escritorio de papá.

—Sí.

Jordán baja a Luna y ella sale corriendo hacia su oficina. Cecilia se despide
de mí y se aleja.

—¿Hay algo entre ustedes dos?

Jordán enarca una ceja y me mira a los ojos.

—¿Y sí fuera así qué? Tú y yo no tenemos nada. No tendría nada de malo


que yo tuviera algo con ella o con cualquier otra persona mientras lo
mantenga en privado y nadie se entere.

Doy un par de pasos hacia él.

—¿Estás reconociendo que me eres infiel? ¿Acaso quieres morir?

—No estoy. .
—¿Sabes qué? Olvídalo, has lo que quieras. Me da igual. Puedes acostarte y
estar con todas las mujeres de San Francisco, no me interesa.

Él da un paso hacia mí mientras me sostiene la mirada.

—¿Acaso estás celosa?

—¿Qué? Ya quisieras, yo jamás he celado a nadie y no voy a empezar


contigo.

Luna sale en ese momento de la oficina de su papá.

—Vamos Lu, dejemos a tu papá con su amoureux.

—Paulina.

Me dice él, pero yo lo ignoro.

—Adiós papi, nos vemos en casa.

—Adiós cariño, adiós Paulina.

Yo tomo la mano de Lu y miro a Jordán.

— Au revoir, infidèle.
CAPÍTULO 25
Al despertarme noto que tengo un mensaje de Miguel para que nos
reunamos a desayunar. Cuando nos encontramos yo le cuento un poco sobre
la conversación que tuve con Atenea.

—¿Crees que Atenea aún lo ama?

—No lo sé, Ate tiene un grado muy bajo de dependencia emocional e


idealiza las personas con las que sale, y por experiencia propia, sé lo difícil
que es llenar el papel que alguien se ha hecho en su cabeza sobre nosotros.

—Sera mejor no interferir —me dice Miguel —, dejar que las cosas fluyan
si tienen que fluir entre Astrid y Raymond.

—Sí eso será lo mejor.

Miguel abre la puerta de la cafetería y caminamos hasta nuestra mesa


habitual.

—Te das cuenta de que ninguno de nosotros tiene una relación estable
ahora, Paulina

—Sí, tienes razón. Somos un caso perdido.

—Y también somos los enviados de cupido.

—Sonriendo por fuera y rotos por dentro.

Cuando estamos en medio de nuestro desayuno, Miguel recibe una llamada


de Will y nos pregunta si podemos ir a su estudio. Miguel me mira para
saber si quiero ir y yo le digo que sí, no tengo planes para hoy y eso sirve
para evitar ir a la reunión de apoyo a las que mi terapeuta me sugirió que
debía asistir.

—Oye, Pau, ¿qué mierda te pasó en el cuello?


Llevo mis dedos hasta los cardenales y Miguel me da una mirada aguda sin
apartar sus ojos de las marcas.

—¿Quién te hizo eso?

—Miguel, estamos en público.

—Un maldito desgraciado te lastimó y ¿crees que me importa estar en


público?

Dime quién te hizo eso.

Me resulta un poco interesante que por la cabeza de Miguel no pase la idea


que pudo ser Jordán quien me hizo eso, él sabe que Jordán no sería capaz.

—Fue Gideon y mira, ya está solucionado. Solo quiero olvidar todo lo que
pasó.

—Maldito hijo de. . ¿cómo se atreve hacerte eso? Dime qué le hiciste algo
porque si tú respuesta es no, me levanto ahora mismo y voy a buscarlo para
encargarme de él.

—No hice nada. . aún, pero tengo algo en mente. Solo quiere que las aguas
se calmen y dejaré caer la bomba.

—Bien —me dice él un poco más calmando—. ¿Tú estás bien? ¿Él te hizo
algo más?

Yo niego con la cabeza.

—Estoy bien, no pasó a mayores. Además, lo que sucedió me ayudó a


darme cuenta de que ya no quiero nada de mí antigua y caótica vida. Creo
que a veces hay que tocar fondo para darnos cuenta de la forma que
estamos llevando nuestra vida e intentar mejorar y buscar cosas mejores.

—Bien, pero te aseguro que sí lo veo, no me hago responsable de mis actos.

Yo le doy un sorbo al café antes de hablar.


—La violencia no se debe responder con violencia, porque eso solo provoca
seguir con el mismo ciclo enfermizo. Debemos ser mejores que eso.

—¿Hablas en serio, Pauliana?

Miguel luce casi preocupado mientras me hace esa pregunta.

—Por supuesto que no, quiero ser mejor persona, pero tampoco soy la
madre Teresa de Calcuta y no pretendo serlo, porque eso sería muy
aburrido. Si ves a Gideon, golpéalo muy fuerte sí quieres, el bastardo se lo
merece.

—Bien, porque me estabas asustando con tu aire de Gandhi. No te va bien.

Terminamos de desayunar y nos dijimos al estudio de arte de Will para ver


qué le sucede. Al llegar vemos que Will está conversando con Travis.

—Oye, T, ¿qué haces aquí? —le pregunta Miguel mientras se acerca a


saludar a Will.

—Vine como mensajero. ¿Ustedes qué están haciendo? Esperen un


momento,

¿salieron a comer sin mí? Son un par de fariseos.

Está familia tiene un serio problema con el drama y la exageración.

—Deja el drama Meryl Streep —le digo a Travis antes de girarme hacia
Will—.

¿Por qué nos hiciste venir?

Will nos hace una seña para que lo sigamos hacia la parte de atrás de la
galería y nos muestra un pequeño cuadro antiguo sobre Viena. Es muy
bonito y es obvio que ha sido restaurado de forma resiente.

—Mae me mandó a regalar este cuadro y no sé cómo debo tomarlo. ¿Qué


significa? ¿Qué debo hacer? No sé si debo ilusionarme o no.
Me acerco hacia el cuadro y paso con cuidado mi dedo sobre el marco
analizando las reparaciones que ha realizado Mae, la técnica y textura. No
es de un artista famoso, pero es bueno y parece tener por lo minino unos
ochenta años de antigüedad.

Yo saco mi teléfono y marco el número de mi hermana.

—¿Qué estás haciendo? —me pregunta Miguel.

—Llamando a mi hermana, sí hay algo que debes saber de ella Will, es que
no debes desvelarte los sesos intentando saber que quiere, con ella solo
debes preguntar. . Hola, Mae.

—¿Por qué me estás llamando?

Y sí, Mae odia las llamadas telefónicas.

—¿Por qué le mandaste ese cuadro a Will?

—Lo vi y pensé en él, por eso se lo mandé a dejar con Travis.

Es un poco curioso que ella haya visto un cuadro sobre Viena y pensado en
Will porque la música favorita de Mae es Viena de Billy Joel.

—¿Por qué no viniste tú a dejar el cuadro?

—Porque no quería ir.

—Bueno, Will está aquí junto a mi preguntándose si debe ilusionarse


contigo o dejar pasar el tema. ¿Qué le digo?

—Que no sea ridículo.

Muerdo mi labio inferior para evitar reírme.

—Mae, no le puedo decir eso, romperé su corazón.

—Los corazones no se rompen.


—Pero las personas sí y sé que no quieres lastimar a Will, ahora busca muy
dentro de ti, pero muy, muy en el fondo oscuro de los sentimientos que creo
que tienes y dime, ¿Will se debe ilusionar o no?

Will me mira expectante y Travis levanta las cejas esperando la respuesta de


Maeve y yo por un momento pienso que ella ha colgado la llamada, pero
no.

—No sé, los sentimientos y las emociones son confusas. Los odio.

Pobre Mae.

—Está bien, hermana.

Will me hace una seña y yo aparto el teléfono un momento.

—¿Puedes decirle algo por mí? Dile que a pesar que yo soy una pintura
policromía y ella una monocromática, untos podríamos ser una buena obra
de arte.

Eso suena tan cursi y meloso de una forma no tan desagradable.

—¿Escuchaste eso? —le pregunto a Mae mientras vuelvo a poner el


teléfono en mi oído.

—Sí.

—¿Y qué dices?

—Que me gustaría ver esa obra de arte.

No puedo evitar sonreír ante la respuesta de mi hermana y levanto mi


pulgar hacia Will, al ver mi gesto, Miguel y Travis celebran junto a quien,
al parecer, podría ser de nuevo mi casi cuñado.

—Bien, hermana, hablamos después —termino la llamada y guardo mi


teléfono—. Mae dice que le gustaría ver esa obra de arte. No debes
ilusionarte mucho, pero puedes mantener una pizca de esperanza.
Al salir de la galería y caminar con Miguel hasta su auto, no puedo dejar de
pensar en Mae y Will, en Atenea y Raymond e incluso en Astrid y
Raymond. Y en como él amor nos complica tanto la vida.

—Oye, ¿cómo están las cosas con Jordán?

—No hablemos del infiel de mi esposo

—¿Infiel? ¿Jordán? No lo creo.

—Pues créelo. ¿Y sabes con quién me es infiel? Con su ex y creo que con
medio San Francisco. Y no entiendo sí tanto la quiere a ella porque se casó
conmigo.

—Porque estaban borrachos y fue tu idea.

Golpeo en el brazo a Miguel.

—Cállate y apóyame en mi drama, o te vuelvo a golpear.

Miguel se pasa una mano en dónde le he golpeado y me pregunta porque


siempre recurro a la violencia.

—No creo que Jordán te sea infiel, lo que sí creo es que te estás haciendo
ideas en tu cabeza.

Mi teléfono suena y es un mensaje del infiel de Jordán.

Jordán (estúpido infiel): Escucha nowhere fast del minuto 1.50 al 2.17

Sonrió porque esa fue la primera música que escuchamos en su casa, la


primera noche que pasé ahí.

—Sí, puede que tengas razón y solo estoy viendo cosas donde no las hay.
Pero no estoy celosa.

—No, por supuesto que no.


Ese pensamiento me acompaña casi todo el día y me impide conciliar el
sueño, así que bajo a la cocina a comer mi sándwich de media noche.

Al terminar de comer, pienso en regresar a mi cama e intentar descansar,


pero niego con la cabeza ante la idea y me pongo un abrigo para salir un
momento a sentarse en la entrada del pequeño patio que hay en la parte de
atrás de la casa porque la brisa de esta época es fresca y agradable.

—Oye, ¿qué haces aquí afuera a esta hora? ¿Está todo bien?

Giro un poco mi cabeza para toparme con la mirada curiosa y llena de


preocupación de Jordán.

—Sí, está todo bien.

Estuve a punto de decirle que no, que las cosas están mal, pero Jordán aún
está molesto conmigo y a pesar que ahora sé pueda sentir preocupado por
mí, eso no quita que siga molesto, y yo no quiero hacerlo sentir obligado a
ser amable conmigo e intentar hacerme sentir mejor, porque a pesar de lo
molesto que

pueda estar, sé que Jordán buscaría la forma de hacerme sentir mejor, he


descubierto que él es así y me gusta eso de él. Sé que Jordán se sentaría a
mi lado y me escucharía con atención, y buscaría la forma de mejorar mi
situación.

Jordán haría eso, porque yo sé lo estoy pidiendo, en el fondo no sé si él


quiera hacerlo y detesto esa inseguridad que ha nacido en mí, así como la
variable desconocida de saber si él me ayuda porque quiere y no porque yo
sé lo pido.

A veces es desesperante lo complicadas que podemos ser las personas sobre


unos temas y tan despreocupados sobre otros.

—¿Quieres hacerme compañía? Solo sí quieres, puedes irte sí no es así.

Él no duda en sentarse cerca de donde yo estoy, pero manteniendo la


distancia a la que nos hemos acostumbrado estos días.
—¿No me vas llamar infiel?

—No esta noche.

—Bien, y solo quiero que sepas, que no hay nada entre Cecilia y yo. Solo
somos colegas.

Lo veo pasar su mano por su cabello un par de veces y veo una pequeña
pestaña en su mejilla derecha, sonrío y me inclino hacia él para quitar la
pestaña, y cuando me doy cuenta lo cerca que estamos y la forma atrevida
con la que he invadido su espacio personal, me alejo de forma abrupta.

—Lo siento, no debí hacer eso.

—No te disculpes, tú tienes permitido tocarme. Privilegios de ser mi


esposa.

Ante esa declaración lo miro a los ojos para ver si encuentro en ellos un
rastro de mentira, pero no veo nada. ¿Cómo mierda hacen las personas para
leer las miradas? ¿Qué clase de súper poder es ese?

—¿De verdad?

—Sí y sé que no te gusta tocar a las personas o que te toquen, pero, de todas
formas, tú puedes tocarme cuando quieras.

—Eso sonó algo sucio.

—Solo porque tienes una mente sucia.

Ambos compartimos una ligera risa, la primera en mucho tiempo y sé siente


bien, y algo acogedor, tanto así que me da miedo decir algo a continuación
y romper el momento.

—Tú también tienes permitido tocarme.

—A ti no te gusta el contacto físico innecesario, Paulina.

—No, pero me gusta cuando eres tú y es un privilegio por ser mi esposo.


Ambos nos quedamos en silencio un momento, sin sentir la presión de
hablar para llenar el silencio que hay entre nosotros. Es agradable y
reconfortante estar así con Jordán después de las semanas que hemos
tenido.

—¿Puedo preguntarte algo, Jordán?

La mano de Jordán cae sobre mi rodilla y se acerca a mí casi de forma


imperceptible. Yo me siento tentada apoyarme contra él en busca del
consuelo que tanto estado queriendo obtener, pero eso no es algo que
hagamos desde un tiempo para acá, así que no me muevo y disfruto del
pequeño contacto de su mano contra mi rodilla.

—Por supuesto.

Yo aparto mi cabello hacia atrás y me giro hacia Jordán, pero antes que yo
pueda responder su pregunta, sus ojos se oscurecen y su mano se levanta
hacia mi cuello. Yo al principio no reacciono, pero entonces recuerdo los
cardenales y sé que ya es tarde para ocultarlos porque él ya los vio.

—Paulina, ¿qué pasó? —me pregunta con la mandíbula apretada mientras


sus dedos recorren con demasiada suavidad y delicadeza los cardenales que
ya se están desvaneciendo.

—¿Quieres la historia larga o la historia corta?

—La historia completa.

Cierro los ojos disfrutando de la sensación de sus dedos sobre mi piel y los
abro cuando él aparta su mano esperando a que yo empiece hablar.

—Yo siempre he sido algo caótica, pero conocí a Milo y él era tan
tranquilo, tan pacífico, justo lo opuesto a mí, era justo lo que yo necesitaba.
Me gustaba la persona que era cuando estaba con él, pero no podía ser la
persona que él esperaba que sea. Entonces terminamos y yo había estado
reprimiendo mis demonios por tanto tiempo que necesitaba liberarlos de
alguna manera y ahí es cuando entra Gideon a escena. Estar con él fue
liberador, porque era similar a mí en muchos sentidos y no debía
reprimirme.

No sé si estar con él era lo que necesitaba en ese momento o sí fue una mala
decisión, solo sé que es lo que hice y ahora debo lidiar con las
consecuencias.

Aunque si pudiera regresar el tiempo, jamás me he hubiera acercado a él.

—Con Gideon todo era caótico, intenso y no vi las banderas rojas, y no es


que él antes no haya sido violento cuando lo conocí, porque lo era, pero yo
crecí en un hogar donde la violencia tanto física como verbal era normal, y
ahora me cuesta un poco diferenciar lo que está bien y lo que está mal en
una relación, así que era normal para mí la forma que Gideon reaccionaba a
veces, su forma posesiva o lo manipulador que era y yo me decía que estaba
bien con eso porque yo lo podía manejar. Pero no estaba bien y yo no lo
debía aceptar. Porque solo llevó a que él tenga su mano en mi cuello y mi
cabeza golpeando la pared.

Porque todo comienza con un pequeño gesto un acto que parece inofensivo,
algo ligero que solo va en aumento, que no se detiene hasta que se pone
todo demasiado violento y nos preguntamos ¿cómo llegamos a eso? Y es
que el camino hasta ese punto, es tan silencioso que no notamos los baches
y la forma que todo se va oscureciendo conforme avanzamos.

—¿Él te hizo esto? ¿Él se atrevió a lastimarte así, a ponerte un dedo encima
de esta forma?

Me pregunta Jordán como si la idea que yo sea lastimada sea algo atroz
para él.

—Sí, esa tarde, cuando llegaste con Luna. Discutimos y todo se salió de
control.

—¿Te ha vuelto a buscar después de eso?

—No.
Estira su mano y me hace una seña para saber si puede acercarse y yo
asiento con la cabeza mientras dejo que se acerque a mí y envuelva sus
brazos alrededor de mi cuerpo, dándome la seguridad que tanto estado
anhelando sentir.

—Paulina, eres libre de hacer y ver a quien quieras, pero. .

—No lo quiero cerca de mí.

—Bien, porque me encargaré que no se vuelva acercar a ti.

—¿Qué vas hacer?

Él pasa una mano por mi cabello y besa mi frente, es un gesto muy dulce
que me saca una sonrisa involuntaria.

—¿Confías en mí, Paulina?

—Sí.

—Entonces déjame encargarme de esto.

—No quería contarte porque no quiero que te metas en problemas por mí,
ya tienes suficiente con lo que lidiar, no quiero tener que agregar uno más.

Centro mi mirada en cualquier parte menos en sus dedos recorriendo mi


brazo, una sensación que me resulta un poco irreal. Esto es lo más cerca que
hemos estado desde esa noche donde lo jale directo a las llamas y lo aleje
cuando él fuego se había apagado.

—No quiero que te mezcles conmigo —le digo.

—¿Por qué no quieres eso?

—Jordán, ¿por qué alguien en sus cinco sentidos elegiría meterse en algo
caótico?

Porque seamos honestos, estoy ligada al caos.


—Paulina, no eres un caos, estás algo loca y eres un poco impulsiva en
ciertas cosas, también eres algo vengativa. .

—Sera mejor que tengas algo bueno que decir sobre mí después de eso o te
golpearé.

—Y eres un poco agresiva, pero también estás llena de otras cualidades.


Cómo, por ejemplo, eres muy inteligente y leal con quiénes quieres,
defiendes a tus seres queridos y tus ideales. Eres fuerte, honesta y con
manías muy extrañas que me encantan.

Es la primera persona que me dice que le gustan mis manías, a la mayoría


les desespera, pero Jordán las ve como una cualidad.

—¿Dónde nos encontramos, Paulina? —me pregunta Jordán, rompiendo de


esa forma el silencio que había entre los dos.

—No lo sé —le respondo de forma sincera—. Lamento no poder darte una


mejor respuesta que esa, pero es la verdad, no lo sé.

Me separo de él para poder mirarlo a los ojos.

—Está bien, Paulina, tomate tu tiempo. Yo estaré aquí.

Le sonrió y me acerco hacia él para darle un beso en la frente que toma con
la guardia baja a Jordán, por lo tierno del gesto, y son estás pequeñas
interacciones entre nosotros que parecen insignificantes, pero que importan
tanto, que me hace cuestionar que lo que sea que hay entre nosotros, es un
poco más intenso de lo que yo pensaba.

—No podrían funcionar las cosas entre nosotros, Jordán.

Él lleva su mano hacia mi mejilla y acuna parte de mi rostro con ternura. Es


un gesto muy tierno e íntimo, y me gusta.

—¿Por qué crees que no vamos a funcionar?

Yo tomo su mano entra la mía y disfruto observando el contraste entre


ambas manos.
—Porque tengo demasiada locura en mi vida y tanto tú cómo Luna
necesitan estabilidad. Y yo no les puedo dar eso.

Jordán se vuelve alejar de la misma forma que se acercó y yo dejo que se


aleje, repitiéndome en mi mente que esto es lo mejor para todos, a pesar del
agudo dolor en mi pecho cuando lo siento alejarse de mí y volver a subir el
muro de concreto que nos separa.

A pesar de todo el dolor que esto nos provoca, al final es lo mejor.


CAPÍTULO 26
Nunca he sido una persona sentimental, de esas que guardan recuerdos y
obsequios significativos, guardé un par de cosas de Milo, aún las tengo en
mi armario, pero no las veo todo el tiempo mientras me emborracho. Por
momentos, ni siquiera recuerdo que están ahí porque no me gusta ese tipo
de sentimentalismo. Pero a pesar de eso, cuando me desperté hoy después
de soñar con Andrea y recordar algo, sentí la necesidad de venir a la casa
dónde crecimos y buscar algo que ella dejó aquí.

Es solo una pulsera roja que ella hizo para mí con nuestras iniciales cuando
estábamos en secundaria, y la dejé de usar antes de ir a la universidad.

—¿Qué haces aquí?

No me muevo para ver a mi padre de pie en la puerta de la que era mi


habitación.

—Estoy buscando algo.

La mayoría de mis cosas no están aquí, pero sí algunas cosas de Andrea.

—Tuve un sueño y recordé algo que Andrea me dio y lo quiero de vuelta.

—¿Él remordimiento no te deja dormir? Es bueno saber eso.

Dejo de buscar lo que vine a ver y me giro para mirarlo a la cara. ¿Cómo él
tiene el descaro de decirme tal cosa? No puedo creer como en su mente
retorcida cree que yo tuve la culpa de lo que le pasó a mi hermana o a mi
madre.

—¿Por qué tendría remordimiento? —le pregunto y me levanto del piso del
armario.

Me cruzo de brazos y espero a que él responda, pero mi padre suelta una


risa amarga y me señala con el dedo antes de señalar la habitación.
—Porque tú le hiciste eso a tu hermana, de la misma forma que se lo hiciste
a tu madre. Eres el único denominador en común entre ambas, me alegra
que no puedas dormir, que la conciencia te pese por lo que les hiciste, por el
daño que les causaste.

La primera vez que fui a terapia, recuerdo que la pregunta que más se
repetía en la mayoría de las sesiones es: ¿Qué sientes con lo que le pasó a tu
mamá? No era una pregunta simple de contestar y no era algo con lo que
me sintiera cómoda, no quería hablar de eso porque me educaron para no
hablar de mis emociones, para callar y ocultar los problemas. Solo fui a
terapia por qué mis tías insistieron, dijeron que lo necesitaba porque fui yo
quien vio a mi madre lanzarse de la terraza, fui yo la persona que la vio
morir. Mis tías dijeron que era algo traumático con lo que lidiar y que
necesitaba ayuda, mi padre me dijo cuando ellas se habían ido, que sí yo
necesitaba ayuda para lidiar con mis problemas, solo

reflejaba lo débil que era y que pronto podría terminar como mi mamá. Esa
idea me asustaba, aún hay noches donde me asusta terminar como ella o
Andrea.

—¿Cómo te atreves a decirme eso? ¿A culparme por sus muertes? Tú les


hiciste eso, tú eres el único culpable aquí. Las destruiste y me destrozaste a
mí. Estoy rota y jodida por tu culpa, me cuesta expresar mis emociones
porque me hiciste así. Recibo amor, pero no lo puedo aceptar porque me
hiciste creer que no lo merecía. Tú me hiciste esto. . Y te odio por eso. Te
odio porque no puedo permitirme ser feliz, porque cada vez que lo intento,
solo escucho tu voz en mi cabeza, diciendo que todos los que amo están
mejor sin mí en sus vidas. Me hiciste crecer con esa idea y ahora está tan
arraigada en mi mente que alejo a quienes amo para evitar lastimarlos
porque siento que soy la villana de sus historias. Tú me hiciste esto.

Yo le dije a mi terapeuta que no recordaba lo que sucedió con mi madre.


Mentí.

Lo recordaba muy bien, aún lo hago, no es algo que se pueda olvidar.


Recuerdo el brillante sol sobre su piel blanca y la forma que la falda larga
de su vestido negro se ondeaba con el viento. Recuerdo que ella me vio
desde lo alto de la terraza y yo la saludé con mi mano, ella me devolvió el
saludo y su sonrisa se hizo más amplia antes de dar un paso y saltar.
Recuerdo la sangre y la forma en que su cuerpo impacto contra el césped.
Recuerdo todo con detalle, de la misma forma que recuerdo encontrar el
cuerpo sin vida de Andrea en la bañera y el agua manchada de sangre
desbordándose por el baño.

Dos personas a las que yo amaba se suicidaron por su culpa y él jamás va


asumir la responsabilidad.

—Y estoy tan jodida que me creí tu cuento de que soy la villana, tanto así
que me empeño mucho en serlo —le digo mientras dejo caer mis brazos
hacia los costados—. Puede que yo sea la villana de algunas historias,
porque lo reconozco, hice cosas malas en mi pasado y he lastimado a
muchas personas, pero no soy la culpable de la muerte de mi madre o de mi
hermana, y no me harás cargar con esa culpa. Suficiente tengo con todos los
traumas y miedos que diste en mi infancia y adolescencia.

Yo amaba a mi mamá, a pesar de todo. La amaba incluso después que ella


intento ahogarme en la bañera porque dijo que estaba cansada de mí y de la
forma que la cuidaba. La amaba incluso cuando ella me lanzaba cosas
porque yo no le dejaba consumir alcohol o sus pastillas. Yo amaba y
cuidaba a mi mamá, y ella me dejó.

Algo similar sucedió con mi hermana. Es un poco difícil lidiar con el hecho
que dos personas a las que amé y cuidé, me dejaron de esa forma. Y no
basta con dar vuelta a la página y seguir. ¿Cómo se sigue adelante después
de algo así? Es difícil, tan duro que a veces me quiero rendir, ceder y dejar
de luchar contra el sentimiento de culpa y el remordimiento de que yo lo
pude hacer mejor, y que sí lo hubiera hecho ellas estarían aquí.

—Eres tan patética y débil, llorando como una niña perdida porque no
puede afrontar lo dura que es la vida. ¿No te das cuenta? Tienes lo que
mereces, y sí, eres una villana, una antagonista mal elaborada que no puede
cumplir bien con su papel. Eres tan patética que me das asco.

No es la primera vez que él me dice algo como eso.


—¿Qué es lo quieres de mí, papá? ¿Por qué me odias tanto? Y en serio
siento curiosidad por saberlo, porque nunca lo entendí, jamás comprendí
porque me odiabas tanto. Que fue la cosa tan horrible que hice para
provocar que me desprecies y me odies de la forma en que lo haces.

Mi padre me mira de pies a cabezas y no me responde, suelta un bufido de


fastidio y sale de la habitación dejándome sola con la duda de si aquello que
hice es tan terrible que lleva años odiándome he intentado hacerme pagar
por aquello que ni si quiera sé que es. Así que como lo he hecho con todas
las demás discusiones que he tenido con él, pongo la discusión que
acabamos de tener en una caja en mi mente y la pongo en un lugar apartado.

No encuentro la pulsera y dejo de buscarla porque siento que no puedo


seguir en esta casa que está cargada de malos recuerdos y habitada por una
persona que desprecio tanto, porque sí, odio a mi padre y no tengo intención
alguna que ese sentimiento cambie. Tampoco pienso perdonarlo por todo el
daño que me hizo, porque él no se merece tal cosa como mi perdón.

—¿Qué te pasa? —me pregunta Maeve.

Ella está caminando hacia la entrada de la casa, pero se detiene a mi lado.

—Discutí con papá, dijo que soy culpable de la muerte de Andrea y mamá.

Mae no es la primera opción a la que uno puede recurrir en busca de


consuelo, pero a mí me gusta hablar con ella, tal vez porque mi hermana no
me va a llenar de palabrerías baratas para intentar hacerme sentir mejor.

—Lo bueno es que tú sabes que eso no es verdad —me dice Mae—.
¿Quieres ir por un helado? Tienes cara que te vendría bien uno. Yo invito,
pero no te acostumbres, solo lo hago porque pareces un gato ahogado.

—No tienes que hacer eso por mí. Viniste a ver a papá, ve a verlo. Yo estoy
bien.

Mae se coloca las gafas oscuras sobre sus ojos y me empuja hacia mi auto.

—Solo conduce hasta una heladería, Paulina. Yo te sigo.


—Mejor vamos por un rollo de canela a la pastelería de Astrid.

—Bien.

Le dedico una sonrisa antes de subirme a mi auto, Travis y Miguel me


llaman cuando estaciono el auto en la pastelería y les digo que se reúnan
con nosotras.

—Miguel y Travis vienen, ¿estás bien con eso?

—No, pero he aprendido a tolerarlos e ignorarlos.

—Esa es la actitud hermana.

Abro la puerta para Mae porque veo que no se ha puesto aún sus guantes de
cuero, y a ella no le gusta tener contacto directo con cosas que todo el
mundo toca. Es muy quisquillosa sobre los gérmenes y bacterias. Es la
razón principal de porque ella lleva sus propios cubiertos cuando salimos a
comer.

Al entrar en la pastelería noto que Astrid no está detrás del mostrador.

—¿Por qué fuiste a casa de papá? —me pregunta Mae cuando nos
acercamos a realizar nuestro pedido.

Ella no pide nada, pero me deja pedir los rollos de canela que yo quiera.

—Fui a buscar algo —le respondo cuando nos paramos a un lado del
mostrador a esperar nuestra orden.

—¿Qué era?

—La pulsera roja que me hizo Andrea en la secundaria, pero no la encontré.

Cuando nos entregan nuestra orden caminamos hasta una de las pequeñas
mesas blancas para esperar que Miguel y Travis aparezcan.

Mae me hace una seña con la cabeza cuando Astrid entra en la tienda, ella
al vernos nos sonríe y yo la llamo para que se siente con nosotras.
—¿Estás ocupado o puedes quedarte?

—Solo debo ir a revisar algo y puedo quedarme. Ya regreso —nos dice ella.

—Bien.

Ella se dirige a la parte trasera de la tienda. Un poco después, las


campanillas suenan cuando Miguel y Travis aparecen.

—Miren a quienes tenemos aquí, son nada más y nada menos que mis
primas favoritas —nos dice Miguel.

—No seas ridículo —le dice Mae.

Esa parece ser la nueva palabra favorita de mi hermana.

—Hieres mis sentimientos, Mae.

—Como sí me importara.

Travis se ríe y se sienta frente a nosotras, Miguel hace lo mismo e intenta


tomar uno de mis rollos de canela, pero yo golpeo su mano y le digo que
no.

—Te tengo algo que contar —me empieza a decir Miguel—. ¿Sabes con
quién estaba hablando Raymond?

—Dime que no con Atenea porque yo la mato.

—No, con Astrid. Se estaban mandando mensajes y quedaron en ir a un


mercado artesanal juntos. Pero también tenía mensajes con Ate, aunque no
sé qué decían y eran recientes.

—¿Cómo sabes eso? —le pregunta Travis a Miguel— Raymond no nos dijo
nada.

—No, pero yo con cierto disimulo y por pura casualidad, leí sus mensajes y
no me juzguen, ¿qué hubieran hecho ustedes en mi lugar?
Yo les hago una seña para hacerles saber que Astrid se acerca y Miguel
cambia de tema para evitar avergonzar a Astrid. Cuando ella se sienta con
nosotros le preguntamos qué tal su día y ella responde que estaba con Will y
Luna, porque Jordán estaba trabajando en un caso con Cecilia.

¿Acaso ella es la única que trabaja en ese bufete? ¿Por qué él siempre tiene
que estar con ella?

—A ti no te importa que él este con ella, ¿verdad Paulina? —me pregunta


Miguel— O que ellos tengan cosas en común, que se conozcan bien y me
refiero a muy bien, porque te recuerdo que son ex, que se han visto
desnudos y que. .

—Suficiente, cállate, no quiero escuchar más de él y de ella, y mucho


menos pensar en ellos teniendo sexo. Y no es porque yo esté celosa. Yo no
soy una persona celosa, jamás lo he sido, porque los celos reflejan las
inseguridades de una persona y no es lo mío.

Ahora por el estúpido de Miguel no puedo quitar de mi mente la imagen de


ellos desnudos y cierro los ojos para apartar esa horrible imagen.

—No debes preocuparte, Paulina. Mi hermano no te haría eso.

—Es verdad prima, Jordán no es de esos —agrega Travis.

—Eso no quiere decir que no lo quiera hacer.

Mae se levanta y le pega en la noche nuca a Miguel por lo que acaba de


decir.

—Mae eso dolió, tienes una mano pesada.

—Te lo mereces.

—Sí es verdad, tal vez me lo merezco. Lo siento, Pau.

Travis cambia de tema y nos sumergimos en algunas anécdotas del trabajo


hasta que recuerdo algo que teníamos pendiente.
—Oigan, nosotros quedamos en ir a una Sex shop. ¿Quieren ir ahora?

—Por supuesto —dice Miguel.

—¿Por qué no? Será divertido.

—Esa es la actitud Travis —le digo y miro a Mae y Astrid que no han
respondido—. Vamos, será divertido y he tenido unos días muy malos,
necesito una distracción. Por favor.

Sé que las estoy manipulando con eso, pero sí me logro salirme con la mía,
no me importa mucho el método que utilizo para conseguir lo que quiero.

—Está bien, vamos.

—Gracias cuñada.

—No —me responde Mae.

Yo miro a mi hermana.

—Mae.

—No.

—¿Por mí?

—No.

—Sí no vienes, voy abrazarte por cinco largos minutos o tal vez más.

Sí ella mostrará alguna emoción, creo que ahora me miraría con coraje. Yo
termino de comer mis rollos de canela y todos nos dirigimos a la sex shop.
Y la expresión de Astrid al entrar es única, mientras que Mae se pone sus
gafas oscuras y se cruza de brazos con indiferencia.

Veo a Astrid mirando con curiosidad una cola de gato.

—¿Cómo se utiliza eso? —me pregunta ella.


Miguel y yo compartimos una mirada antes que yo responda.

—Te lo debes meter por. .

—Está bien, ya entendí —me dice ella y sus mejillas se tiñen de rosa.

Mae no se mueve de dónde está y Travis intenta que ella se una a nosotros,
pero ella lo ignora, y yo entiendo que está en su mundo.

La sección de disfraces llama mi atención y veo dos que se encuentran al


frente y saco mi teléfono para tomarles una foto.

Paulina: ¿Cuál crees que me quede mejor?

Pulso enviar y sonrío con picardía.

—¿Marcando territorio prima?

Me sobresaltado al escuchar a Travis.

—Me asustaste idiota, y no. Solo quiero saber la opinión de mi esposo.

—Para una persona que siempre ha huido del matrimonio, la palabra esposo
sale con mucha naturalidad de tus labios.

Me dice él antes de alejarse hacia donde Miguel y Astrid están parados. Veo
que Miguel le está explicando a Astrid cómo funcionan ciertos juguetes y
las

expresiones de ella me causarían risa si no estuviera analizando lo que


Travis me acaba de decir.

Alejo esos pensamientos cuando recibo un mensaje de Jordán.

Jordán (posible infiel): El rojo.

Sonrió y tomo el disfraz de diabla, y me detengo en medio camino, al


darme cuenta de que no tiene sentido que yo compre esto porque Jordán y
yo ni siquiera tenemos sexo. Aunque bueno, tal vez esto ayude para que
tengamos un desliz y podamos calmar la tensión que se acumulado entre los
dos. No tendríamos que mezclar sentimientos, podría ser solo sexo.

—¿Vas a llevar eso?

—Sí, Miguel.

—Alguien irá al infierno antes de tocar el cielo. Bien por ustedes.

—Idiota.

Al llegar a la casa de Jordán, él aún no está y yo me dirijo a mi habitación


para tomar una larga ducha, y al salir me pongo una camisa ancha y un
short.

—Oye, no sabía que ya estabas aquí.

Me dice Jordán y yo lo miro de reojo antes de volver mi mirada hacia la


pantalla de la Tv.

—Sí, llegué hace más de una hora. ¿Cómo te fue con Cecilia?

No puedo evitar el tono amargo en que hago la pregunta.

—Solo trabajamos, Paulina.

Él está vestido de forma casual, me gusta mucho cuando se viste de esa


manera.

—No te pedí explicaciones.

—Lo sé, pero yo quiero dártelas.

—¿Dónde está Lu?

—Se quedará a dormir dónde Will.

Yo dejo el control sobre el sofá y me levanto para pararme casi frente a él.
—No estoy celosa.

—Lo sé, y no tienes motivos para estarlo. Ninguno.

Omito decirle que, si yo llegara a tener celos, lo cual no es así, sí tendría


motivos porque Cecilia es su ex.

—Bien. Porque sería una pena que te portaras mal y no puedas ver el
disfraz rojo que me compré.

Su mirada adquiere un tono más oscuro y veo que he llamado toda su


atención con mi comentario.

—¿Entonces podré verlo?

—Depende.

—¿De qué?

Paso una mano por mi barbilla y finjo analizar la situación mientras lo miro
de pies a cabeza.

—De cuánto tiempo quieras posponer esto.

—¿A qué te refieres con esto?

Yo pongo los ojos en blanco y nos señalo a ambos.

—A posponer lo que ambos queremos, y por eso, yo tengo una propuesta


para ti.

Estado pensando en esto desde esa noche en la madrugada cuando me


abrazó y dijo que se encargaría de Gideon por mí, tal y como lo haría el
príncipe de un cuento para salvar a la princesa en apuros, excepto que yo no
soy una princesa, pero eso es otra historia.

—¿Qué clase de propuesta, Paulina?

—Una propuesta dónde ambos salimos beneficiados.


A mí siempre me ha gustado jugar con fuego y ahora no es la excepción.

—Te refieres a una propuesta sobre sexo.

—Sí.

Yo estoy prestando total atención a su reacción.

—¿Quieres que seamos amigos con beneficios?

—Exacto, pero no hay otros amigos y tampoco hay algo más que sexo.

—¿Solo sexo? ¿Sin compromisos, ataduras, ni nada más?

—Sí. ¿Estás de acuerdo con esto, Jordán?

—Estoy de acuerdo, Paulina.

No hay ningún rastro de duda en su tono.

—¿Por qué? —le pregunto con seriedad.

Él da un paso decidido hacia mí y lleva su mano hasta mi cuello rozando mi


nuca y parte de mi cuero cabelludo.

—Ya nos quemamos en las llamas una vez, ¿qué diferencia hace otra
noche?

Yo paso mi lengua por mis labios y él sigue ese movimiento con la mirada.

—Eres consciente que te estoy usando. ¿Verdad, Jordán?

Antes que se pueda agregar algo más, los labios de Jordán están sobre los
míos y el beso comienza de forma lenta, es casi un suave roce de sus labios
sobre los míos, pero yo no quiero suavidad, quiero fuego e intensidad, así
que enredo mis dedos en su cabello y lo atraigo hacia mí para dejar que el
fuego que arde en mí lo consuma un poco en cuerpo, mente e incluso su
alma.
Lo beso con pasión y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello mientras
sus manos se ciñen en mi cintura para acercarme un poco más hacia él de
una forma casi posesiva que con cualquier otra persona me molestaría, pero
no con él.

—Y yo te estoy utilizando a ti, Paulina. Ambos compartimos las


consecuencias, no me estás obligando a nada que yo no quiera.

Lo miro a los ojos buscando alguna duda, pero es en vano, sigo sin tener el
súper poder de leer las miradas, al menos no la de Jordán, quien es bueno
ocultando lo que siente. Pero intento ver si hay algo en Jordán que me diga
que esto es una mala idea, tal y como yo siento que será. Pero Jordán parece
muy seguro y decidido.

Y tal vez no sea experta leyendo las miradas de Jordán, pero sí puedo
diferenciar la mirada que él me da ahora porque es una mirada cargada de
deseo.

—Estoy cansada de fingir que no te deseo —le digo mientras envuelvo mis
manos alrededor de su cuello—. Estoy tan cansada de fingir, Jordán.

Esta vez, a diferencia de la primera noche que estuvimos juntos, mis


palabras tienen un significado ambiguo escondido entre líneas y sé que él lo
entiende a pesar que no dice nada al respecto.

—Yo también estoy cansado de fingir, Paulina.

Y Jordán dice justo lo que yo quiero escuchar, porque sin siquiera darse
cuenta, lo estoy corrompiendo hacia el infierno, pero está bien, porque
prometo llevarlo al paraíso después.
CAPÍTULO 27
Sé que es mitad de la madrugada cuando me despierto porque la calidez que
envolvía mi cuerpo, me abandonado de forma repentina y siento cierta
frialdad en la piel de mis brazos. Me muevo un poco, esperando
encontrarme con el pecho de Jordán, pero cuando no siento la calidez de su
cuerpo, abro los ojos buscándolo en medio de la oscuridad y con cierto
temor que al abrir mis ojos él no esté allí. Pero cuando mis ojos logran
enfocar su figura, suelto el aire que estaba conteniendo y veo que Jordán
esta acostado de espalda a mí, acostado sobre su lado izquierdo, y pienso
que tal vez se cansó de dormir del otro lado y por eso se movió, que no lo
hizo con la intención de alejarse de mí y que incluso sí ese es el caso, no
debería importarme.

Me doy cuenta lo aprensiva e inquieta que me siento al contemplar la


posibilidad que él se aleje en medio de la noche o con la sola idea que él se
aleje, es un poco desconcertante como parece dolor la idea de despertar y
no encontrarlo a mi lado. Me reprendo un poco en mi mente por la forma en
que he dejado que Jordán Rhodes afecte mi estabilidad emocional y en
general, toda mi vida.

—¿Cuándo tomaste tanto control sobre mí? —le pregunto en un suave


susurro mientras me levanto de su cama.

Bajo a la cocina por un poco de algodón de azúcar de la máquina que


Jordán y Luna me regalaron para mí cumpleaños, y regreso a la cama,
dónde Jordán aún sigue durmiendo. Me siento en mi lado de la cama y lo
miro dormir mientras pienso en como Jordán parece sentirse a gusto
conmigo y mi presencia en su vida a pesar que sabe que tengo un lado
oscuro, una parte no tan buena. Pero Jordán dice que también ve la luz y los
espacios intermedios entre la luz y oscuridad que hay en mí.

Lo veo moverse y pasar una mano por su cara antes de abrir sus ojos.

—¿Estás comiendo algodón de azúcar en la cama? —me pregunta con voz


ronca.
—Sí.

—¿No crees que es. .?

Yo no dejo que termine su pregunta y pongo un trozo de algodón de azúcar


en su boca antes de darle un casto beso en sus labios y cuando me alejo de
él, sonrió al ver su expresión.

Jordán se sienta en la cama y prende la lámpara que está junto a su lado de


la cama.

—Hoy es primero de agosto —le digo y él me mira con cierto desconcierto


—.

Hemos estado casados 213 días, así que quiero 213 girasoles como regalo
de aniversario. Solo te estoy avisando.

Yo sigo sin saber leerlo por completo, pero ambos hemos realizado un gran
avance y sé que en algún punto que no puedo distinguir, algo cambio entre
los dos, de una forma que ya no se siente que sea solo sexo entre ambos,
aunque

ninguno le da otro nombre o busca ponerle otra etiqueta a lo que tenemos.

Sabemos que hay algo más ardiendo entre nosotros tratando de buscar cierta
sincronía entre ambos.

Eso no quiere decir que sea algo bueno lo que está sucediendo. Ambos
sabemos que no lo es, por eso preferimos ignorarlos. Además, dejar los
sentimientos a un lado y poner el sexo en automático nos funciona. ¿Por
qué querríamos cambiar las cosas?

—¿Doscientos trece? Creo que son muchos girasoles.

Yo finjo que pienso en eso por un minuto y tomo un gran pedazo de


algodón de azúcar para dejarlo derretir en mi boca antes de responder.

—Sí, bueno, entonces solo regálame siete girasoles, uno por cada mes que
llevamos casados.
Él asiente y acomoda una de las almohadas blancas detrás de su espalda.

—Eso me parece más accesible, Paulina.

Su sonrisa me hace pensar en la noche anterior y la forma que dejamos caer


nuestras ropas al piso antes de llegar a la cama, donde la pasión entre ambos
se intensificaba con cada caricia, con cada suspiro, sintiendo que lo que las
barreras que ambos nos hemos impuesto, se desvanecen, caen y nosotros no
podemos detenernos, no queremos parar.

—¿Qué crees que hubiera pasado sí nos hubiéramos conocido de otra


forma? Ya sabes, de una manera más amigable —le pregunto.

Hay noches o días donde me pregunto eso y creo posibles escenarios de


nuestros encuentros, pero en ninguno de los escenarios que he imaginado
podemos mantener una conversación amigable, por alguna razón siempre
terminamos discutiendo.

—No lo sé, creo que igual terminaríamos discutiendo por algo.

—Yo pensé lo mismo.

Pongo otro pedazo de algodón de azúcar en su boca y esta vez él lo acepta


sin decir nada.

Yo dejo que mis ojos recorran sus muñecas, analizando los tatuajes que
tiene ahí, Jordán me dijo que son un par a juego. Yo inclino un poco la
cabeza para analizar mejor el kanji, como Jordán dijo que se llamaban y
recordando cómo pasé mis dedos por ellos anoche.

—Quizás me hubieras invitado a salir porque soy alguien irresistible.

—Estabas con Milo en ese tiempo y yo conocí a Cecilia un poco antes.

Parece que Cecilia está primero en todo.

—Recuerdo que cuando le conté a Will de ella, me dijo que tal vez Cecilia
podría ser mi feliz para siempre, como en un cuento de hadas.
Creo una nota mental de pedirle a Mae que torturare un poco a Will por
andar diciendo ese tipo de estupideces.

—¿Y tú crees eso?

Lo miro a los ojos esperando su respuesta, analizando si debo decirle o no


qué Cecilia aún lo ama, que nunca dejó de hacerlo y solo intentaba
mantener su dignidad por la forma en que yo interrumpí su boda.

—En ese momento no dije nada, pero ahora siento que ella no era mi feliz
para siempre.

—¿No es así? Porque tengo algo que confesarte.

Muerdo mi labio y fijo mis ojos en su rostro.

—Ella me dijo que aún te ama, me lo dijo hace varios meses atrás, pero yo
no quise decir nada y ni siquiera sé porque te digo esto ahora.

Puede que al saber eso él cambie de parecer y vea toda la situación desde
una nueva perspectiva, porque existe la posibilidad que solo se haya metido
en la cabeza que ella no era su final feliz como una forma de preservación
ante un posible e inminente corazón roto.

—Eso no cambia lo que pienso. Sigo creyendo que sí tengo la posibilidad


de un final feliz, Cecilia no es parte de él. Porque con ella yo necesitaba ser
una persona diferente. Entonces no, yo no soy su príncipe azul y Cecilia no
es mi princesa.

—Yo tampoco soy una princesa.

Ni siquiera sé porque le digo eso, pero Jordán me sonríe y suspira con


alivio.

—Lo cual me parece muy bien porque yo tampoco soy un príncipe.

—Tampoco necesito ayuda para matar dragones y escapar de las torres.

—Lo sé, el dragón es quien necesitaría ayuda para huir de ti.


Le doy un suave golpe en su hombro.

—Quizás quien te hubiera invitado a salir sería yo —le digo con una media
sonrisa—. Eres algo divertido y sexy. Sí, si nos hubiéramos conocido de
otra manera, creo que te hubiera invitado a salir.

Pero de ser así, no hubiéramos durado mucho porque en ese tiempo yo era
tan diferente a como soy ahora y también mucho más egoísta.

—¿Crees que podemos empezar de nuevo? —le pregunto.

Jordán me mira con curiosidad.

—¿A qué te refieres con empezar de nuevo?

—Conocernos de nuevo, como dos personas que se conocen de casualidad


en la calle.

Me termino el algodón de azúcar y dejo el palillo en la mesa de noche junto


a mi lado de la cama.

—No lo sé, a pesar de todo, me gusta la forma como nos conocimos.

—Vamos, Jordán. Al menos podemos intentarlo.

—¿Por qué quieres que volvamos a empezar?

—Porque soy mejor ahora y además tú no eres la sanguijuela que trabajaba


para explotadores. Y ya no deseamos que el otro este muerto.

Al decir eso en voz alta me doy cuenta de que no soy la única que ha
cambiado, Jordán también lo ha hecho y mucho.

—Nunca deseé que estuvieras muerta —me dice él y yo le dedico una


mirada de incredulidad—. Bueno, está bien, tal vez lo pensé un par de veces
y sí, tienes razón, ya no deseo eso ahora. Pero no necesitamos volver a
empezar porque hemos visto la evolución del otro y eso hace que él estar
aquí justo como estamos ahora, sea mucho mejor.
Yo solo quiero que él vea que he cambiado y no me cuestiono la necesidad
de eso porque no quiero pensar en todo lo que ese pensamiento implica.

—Aunque aún hay cosas que no conocemos del otro.

—Es verdad.

—¿Qué quieres saber de mí? Pregunta lo que quieras.

Él puede preguntar, eso no quiere decir que yo vaya a contestar todas sus
preguntas, pero al menos intentaré ser lo más sincera que pueda.

—¿Por qué tienes miedo a que te toquen?

No es la pregunta que esperaba, porque está es fácil de responder.

—No es miedo, solo no me gusta.

—¿Por qué?

—En mi familia no mostrábamos emociones o afecto entre nosotros, para


mí no es normal estar por ahí abrazando o dejando que me abracen, así
como tampoco vamos hablando de lo que sentimos y con nuestro corazón
en la manga. No sé cómo reaccionar cuando alguien me toca, no me siento
cómoda. Pero no me da miedo.

Es muy extraño cuando las personas se acercan para dar un beso en mi


mejilla o un abrazo porque se siente como algo muy personal e incluso algo
íntimo. En mi casa no había abrazos, besos o palabras afectivas. Y como a
Mae no le gustaba que la toquen, todos en casa modulamos nuestro
comportamiento por ella.

—Algunos creen que es un mecanismo para mantener a las personas


alejadas, puede que lo sea, pero la respuesta sencilla es que no me gusta, no
hay mucho trasfondo ahí, algunos solo quieren ver más allá de lo que hay.

Hay personas que les gustan los abrazos y a otros no, es así de sencillo. No
a todos nos gusta lo mismo y eso no quiere decir que allá un iceberg detrás
de aquel gusto.
—Ahora es tu turno de preguntar.

—¿Crees que ya estás listo para hablarme sobre Helen?

No pretendo ser imprudente o causar alguna incomodidad con mi pregunta,


solo siento curiosidad y le hago ver qué él puede hablarme del tema o no,
de todas formas, yo entenderé.

—Helen y yo nos conocimos por Ginger, su hermana, cuando los tres


estábamos en la secundaria. Ginger y yo éramos buenos amigos, pero ella
estaba teniendo problemas con las drogas, yo jamás consumí, aunque mi
madre piensa que sí. Yo solo quería ayudar a Ginger, pero no lo conseguí,
ella murió de una sobredosis en la fiesta de fin de curso. Fue muy doloroso
y traumático para mí, y no ayudó mucho que mi madre dijera que fue mi
culpa.

Veo lo difícil que esto puede resultar para él y estiro mi mano para tomar la
suya, porque yo entiendo por lo que él paso, se lo duro que es cargar con la
culpa de algo que no tuvimos nada que ver, que no pudimos hacer algo para
evitar.

—Jordán, no tienes que contarme tu historia, no tienes que decirme nada.


Está bien, entiendo lo difícil que es.

Él sujeta mi mano y la lleva hasta sus labios dejando un beso en mi palma


antes de volver a colocar nuestras manos entrelazadas sobre el colchón.

—Quiero contarte, siento que mereces saber y tal vez así entiendas.

—¿Qué se supone que debo entender?

—A mí.

Suena tan vulnerable cuando dice esa sencilla palabra, y me cuestiono si


debo dejar que él me cuente sobre su pasado, sí este es el momento
adecuado para abrir la caja de la Pandora.

—Te escucho —le digo después de un momento en silencio.


Él no suelta mi mano y empieza a hablar.

—Fue por la muerte de Ginger que decidí enlistarme en el ejército, fue una
decisión apresurada, porque no sabía que más hacer, yo no era un joven
ejemplar en esa época, vivía siendo menospreciado por mi madre en casa y
solo quería escapar, y en ese momento creí que el ejército era una buena
idea. Al regresar entré en la universidad, tenía otros pensamientos e ideales,
fue en la universidad donde me volví a encontrar con Helen.

Lo veo estremecerse al decir el nombre de ella, veo la forma en que sus


hombros caen y su mirada vacila.

—Al principio las cosas estaban "bien". Pero Helen siempre fue muy frívola
y manipuladora, y yo ni siquiera me di cuenta en qué momento ella había
empezado a consumir. Ella solo tenía que ser el centro de atención en todo,
Helen tomaba mis inseguridades y aquellas cosas que yo le había contado
porque confiaba en ella, y las utilizaba en mi contra. Con Helen, las cosas
se volvieron violentas muy rápido.

No la conozco en absoluto y no entiendo cómo alguien así, puede ser la


progenitora de alguien tan bueno y dulce como lo es Luna.

—Hace tiempo me dijiste que yo no ataco sin razón y ahora dices que las
cosas se pusieron violentas con ella, ¿ella te lastimó? ¿Ella fue quien te hizo
esas otras cicatrices?

—Paulina. .

Yo muevo mi cabeza.

—Jordán no soy ciega, me doy cuenta la forma que te estremeces cuando te


tomo desprevenido y te toco, como si esperarás ser lastimado.

Y siempre intuí que eso se debía algo más que su tiempo en el ejército.

—Ella se ponía violenta sin razón alguna, lo más probable es que fueran las
drogas. Me atacaba y después me pedía disculpas, hubo una vez que las
cosas se pusieron muy feas, caóticas y ella me suplicó que no la deje, que
iría a rehabilitación y lo hizo, dejó las drogas, buscó un trabajo y todo
parecía estar mejor. Pero algo insignificante pasaba y ella volvía atacarme,
se disculpaba y el ciclo continuaba.

Escucho como su voz tiembla un poco hacia el final de su oración y yo solo


quiero envolver mis brazos alrededor de él y decirle que todo estará bien.

—Quisiera decir que yo la dejé, pero la verdad es que un día ella empacó
todo y se marchó, no sin antes gritarme que yo era el culpable de todo, que
yo sacaba lo peor de ella y de todos los que me rodean.

Helen solo lo dijo eso para dar la estocada final, porque en un juego de
manipulación y poder, gana el que más daño causa y eso yo lo sé muy bien.

Porque dejando la agresión a un lado, la violencia y las drogas, ¿qué tan


diferente soy de Helen? Ella era egoísta, manipuladora y lastimaba a otros
solo para conseguir lo que quería, de la misma forma que lo hago yo. . O lo
hacía, pero, ¿en

serio dejé de ser esa persona? ¿Quién me asegura que no la sacaré a flote en
cualquier instante?

—Con ella aprendí que es mejor mantener a las personas alejadas.

Yo aparto mi mano de la suya de forma sutil y descruzo mis piernas un par


de veces antes de colocarlas como las tenía al inicio de la conversación.

Jordán se inclina hacia mí para alisar la arruga que se ha formado entre mis
cejas.

—¿Qué pasa?

—Soy como Helen.

—¿Qué?

Él intenta tomar mis manos y yo me rehusó al principio, pero Jordán no se


rinde y me jala hacia su regazo, dejando que yo recueste mi espalda contra
su pecho al mismo tiempo que él envuelve sus brazos alrededor de mi
cuerpo.

—Paulina, no, quita esa idea de tu cabeza, porque no podrías estar más
alejaba de la realidad. Eres lo opuesto a ella, ni siquiera deberías
compararte con alguien como Helen o con nadie.

—Pero yo también manipulo y engaño, miento. .

—Y yo también hice esas cosas en algún momento, pero no soy como


Helen.

Tanto tú cómo yo, hemos cometido errores en el pasado, pero no podemos


vivir atados a ellos o dejando que esas malas acciones de antes nos
condenen por siempre. Estamos intentando ser mejores, no es fácil para
ninguno de los dos, pero lo intentamos. Ahí radica la diferencia.

¿Cuándo se volvió Jordán experto en que decir para hacerme sentir mejor?

¿Cuándo empecé a buscar consuelo en sus palabras? Sí yo jamás he


buscado consuelo en nadie que no sea yo, así como tampoco muestro mis
inseguridades o miedos. Creo que es fácil con Jordán porque él ha pasado
por cosas similares y me entiende.

Escucho una voz de fondo diciendo mi nombre, pero con Jordán hablamos
hasta altas horas de la noche que lo único que quiero hacer ahora es dormir,
y aunque lo intento, la voz me sigue llamando.

—Lu, ¿qué pasa?

Yo me siento en la cama y paso una mano por mi cara, veo que Luna aún
lleva su pijama.

—¿Por qué estás dormida en la cama de mi papá?

Mierda.

Esto no hubiera pasado si no me hubiera quedado hasta altas horas de la


madrugada conversando con Jordán, porque yo siempre me cruzo a mi
habitación antes que Luna se despierte para que las cosas no sean confusas
para ella.

—¿Estás enferma? Porque mi papá me deja dormir aquí cuando estoy


enferma.

Por suerte yo llevo mi pijama puesta o esa sí sería muy difícil de explicar.

—Sí, estaba enferma y por eso me dormí aquí. Pero ya estoy mejor.

—¿De verdad?

Tiro de ella hacia mis brazos y ella se ríe mientras yo nos cubro con el
edredón y le digo que de verdad ya me siento mucho mejor.

—Te quiero mucho, Paulina —me dice ella cuando la abrazo y beso su
frente.

Paso una mano por su cabello.

—Yo también te quiero Lu.

—¿Hasta la luna y de regreso?

—Un poco más que eso.

La abrazo muy fuerte y ella me dice que su papá está preparando el


desayuno, y yo a regañadientes me levanto para bajar a desayunar.

—Hoy es uno de agosto y eso quiere decir que ya solo faltan cuarenta y
siete días para mí cumpleaños.

El cumpleaños de Luna es el diecisiete de septiembre.

—Sí, ya en dos semanas empezaremos a comprar las cosas para tu fiesta.

Jordán me entrega una taza de café a penas llego a la cocina y yo le sonrío


en agradecimiento.
—Eres el mejor.

—Todo sea por mantener feliz a mi esposa —me dice él y me guiña un ojo
—.

¿Qué te parece sí desayunamos afuera? Es un día muy bonito.

Yo le digo que sí y tomo la mano de Luna para dirigirnos al patio y


acomodar todo, y miro de reojo que Jordán nos sigue y se adelanta a
nosotras para abrir la puerta y mostrar el patio lleno de girasoles.

—Doscientos trece girasoles —dice él en mi oído—. Felices siete meses de


casados.

¿Cómo se supone que no mezcle sentimientos sí él hace este tipo de cosas?


Oh, Jordán, no te das cuenta de que haces que todo está situación sea aún
más difícil de lo que ya es.
CAPÍTULO 28
Jordán.
Paulina me preguntó una noche sí yo veía las señales de advertencia que
giran a su alrededor y yo le contesté que solo un ciego podría ignorarlas.

Te sorprendería a cuántos ciegos me he tomado a lo largo de mi vida —fue


la respuesta que Paulina me dio.

Me he dado cuenta de que a Paulina le gusta advertir a las personas de


cómo es ella para ver quién se queda y quién se va, la mayoría se queda
porque deciden no tomar muy en serio lo que ella dice, y Paulina, fiel a su
advertencia, les demuestra lo que pasa con las personas que deciden ignorar
las banderas rojas sobre ella, porque a Paulina le gusta tomar de otros todo
lo que pueda, tirar de sus puntos débiles y ver cuánto pueden soportar, hasta
que los deja sin nada que dar y entonces, ella hace que se vayan porque ya
ha tomado todo de ellos y va en busca de alguien más.

Tomar y desechar, así es como funciona para mí —me dijo casi después de
nuestro trato.

Hace poco me dijo que estaba cansada de eso, que él sentimiento de


felicidad que le dejaba duraba tan poco que ni siquiera le daba tiempo de
disfrutarlo, y que cuando la bruma se evaporaba no le gustaba lo que
quedaba, ni la forma que se

sentía. Que había un vacío que la consumía y eso es lo que la llevaba a ir a


buscar a alguien más de quién podría tomar todo lo que ella quisiera sin dar
nada a cambio. Me contó que se había acostumbrado a tomar sin dar nada,
porque sentía que, si daba algo, era similar a demostrar vulnerabilidad, que
en su pasado dio lo mejor que tenía y no sirvió de nada y por eso dejó de
dar.

—¿Crees que estamos rotos, Jordán? —me pregunta Paulina. Yo muevo mis
ojos hacia ella y veo que está sentada en la cama, comiendo palomitas de
maíz dulce y mirando una película francesa en su laptop, mientras yo estoy
revisando algunos informes sobre el último caso en el que estoy trabajando.
Nos hemos quedado así tantas veces en estos meses, que he perdido la
cuenta.

—No entiendo a qué te refieres con eso.

Ella se inclina hacia mí y pone una palomita de maíz dulce en mi boca, le


gusta siempre darme a probar los dulces que está comiendo, lo cual no
entiendo, porque a Paulina no le gusta mucho compartir su comida.

—Míranos, las personas "sanas" no hacen este tipo de cosas. Tienen


relaciones normales y buscan conexiones reales. Deberíamos ser como esas
personas, pero dime, ¿crees que estamos rotos?

Cuando ella me dijo sobre este acuerdo y después que tuvimos sexo, me
repetí en mi mente una y otra vez que no debo involucrar sentimientos
cuando se trata de Paulina Montenegro, que su vida personal y problemas
no tienen nada que ver conmigo, porque nada bueno podía salir al hacer
eso. Pero entonces ella me daba esa mirada que gritaba que estaba mal y
yo siento un molesto dolor en mi pecho, dolor que solo aumenta cuando
ella dice en ese tono apagado que está bien cuando está claro para ambos
que no lo está. Y sé que tiene algo que ver con su papá, su hermana o algo
sobre ella, porque hay muy pocas cosas que ponen mal a Paulina.

Y basta solo eso o mucho menos, para que yo tire mis resoluciones a un
lado y busque una forma de hacerla sentir mejor, de alejar su dolor y verla
sonreír. Incluso a pesar de los problemas que eso me pueda causar.

—No creo que estemos rotos, solo somos más complicados que los demás. Y
sí un día estás rota, no te preocupes, porque yo te ayudaría a arreglarte.

—Me lo prometes.

—Lo prometo.

No sé de dónde ha venido la pregunta, lo único que sé es que ella se ve


triste y un poco vulnerable, incluso un poco más que aquella noche de su
cumpleaños mientras recordaba a su hermana. Sé que Paulina mantiene
casi de forma constante una pelea con ella mismo, con quién era y con
quién quiere ser, y eso parece estarle pasando factura ahora.

—A ella le gustas y mucho —me dice Miguel, trayéndome de regreso al


presente—. Solo basta con ver cómo es contigo.

Miguel está mirando hacia el frente, dónde está Paulina jugando con Luna
en el patio, ambas están haciendo burbujas cerca de donde Maeve y Will
están sentados, en unas sillas de madera cubiertos de una sombrilla.

—¿Qué quieres decir con eso? —le pregunto a Miguel.

Él me mira de soslayo antes de responder.

—Solo basta notar la forma que se comporta a tu alrededor, como es


contigo.

Jordán, conozco muy bien a mi prima y confía en mí, jamás la he visto


poner las necesidades de otros por encima de las suyas. Quiere hacerte feliz
y le gusta buscar la forma que lo seas, en especial sí es con ella.

Sonrió al saber que al menos le gusto a Paulina, aunque ahora no soy su


persona favorita, incluso creo que podría estar en su lista negra y no me
sorprendería sí ahora mientras juega de forma inocente con mi hija, está
pensando en una manera de vengarse de mí por la discusión que tuvimos
ayer en mi oficina.

La mirada que Paulina me está dando ahora, mientras tiene sus manos en
mi escritorio y su cuerpo un poco inclinado hacia delante, podría con
facilidad atravesar un iceberg. Ella invade de manera intencional mi
espacio personal, lo hace como un desafío y yo no me muevo, ya hemos
discutido de esta forma antes, así que le sostengo la mirada y espero a que
ella hable.

—¿Por qué dejaste que Luna fuera a comer con tu madre? ¿En qué
demonios estabas pensando al aceptar eso?
Sabía que ella no estaría feliz ante esa idea, por eso no le conté y debí
prever está reacción.

Yo no le respondo enseguida y me recuesto sobre el respaldo del sillón sin


apartar mis ojos de ella, veo que se empieza a enfadar más conforme pasan
los segundos y yo no le respondo.

—No tuve muchas opciones, sabes cómo es mi madre, además, Luna estaba
con Will y Astrid.

—¿No tuviste opciones? Esa mujer le dijo a Luna que cuando tuviéramos
un hijo ya no la iba a querer porque yo no soy su madre y Luna estaba muy
triste cuando me contó eso. No la quiero cerca de Luna y eso no está en
discusión.

—Paulina. .

—No, ella no se acercará a Luna.

Paulina resopla y se inclina un poco más tomando mi corbata y tirando de


mí hacia ella, dejándome a solo centímetros de su rostro.

—¿Estoy siendo clara? —me pregunta.

—Sí.

Una pequeña sonrisa algo sórdida se dibuja en su cara y pienso que ella es
un poco de miedo cuando se pone así, pero al mismo tiempo luce muy sexy
y casi feroz por la mirada que me da antes de inclinarse y besarme.

La puerta se abre de forma abrupta y ambos nos separamos, veo la


molestia de Paulina y la forma que aprieta la mandíbula al ver que es
Cecilia quien ha entrado a mi oficina.

—Hola, Cecilia, ¿tus manos están bien?

—Paulina —le digo por lo bajo en señal de advertencia, porque la conozco


y sé hacía donde va.
Cecilia saluda a Paulina y se observa ambas manos.

—Sí, mis manos están bien. ¿Por qué?

—Lo decía porque no te escuchamos tocar la puerta y pensé que no lo


hiciste porque le sucedía algo a tus manos. Pero es bueno saber que están
bien, y como consejo, no cuesta nada levantar la mano y tocar.

Paulina le sostiene la mirada de forma desafiante a Cecilia, quien suele ser


una mujer muy intimidante en la corte, pero justo ahora, parece no saber
que decir.

—Lamento no tocar, no sabía que estabas aquí, porque a Jordán no le


molesta que yo entre sin avisar, lo tendré en cuenta para la próxima
ocasión. Solo vine a dejar esto.

Cecilia me sonríe y deja una carpeta sobre mi escritorio antes de


despedirse de Paulina y salir de mi oficina.

—No hay nada entre Cecilia y yo, solo somos colegas —le digo y miro su
reacción.

Si creía que la mirada de antes podía atravesar iceberg, está podría


atravesar la corteza terrestre.

—¿Colegas? Estoy harta de esa palabra y que la utilices como excusa para
estar cerca de ella y dejar que ella entre de esa forma a tu oficina. ¿Pero
sabes qué? Has lo que quieras, incluso sí decides hacer cosas buenas que
parecen malas.

La veo girar con la intención de irse y yo rodeo el escritorio para pararme


frente a la puerta.

—No, eso no va a suceder. No vas alejarte de esa manera y dejar las cosas
así. Te vas a quedar y vamos a discutir hasta que podamos resolver como
personas civilizadas lo que sea que te está molestando.

Ella se muerde el labio inferior y veo sus ojos grises brillar llenos de enojo.
—Tú no me vas a decir lo que yo tengo que hacer, no eres mi dueño, no eres
mi nada —sisea casi en un tono burlón que no logra disfrazar su enojo—.
Ahora muévete y déjame ir.

—No hasta que me digas que te molesta.

Sé lo que a ella le molesta y quiero que ella lo admita, pero por su


expresión dudo que lo vaya hacer, hasta que la veo cuadrar sus hombros y
clavar sus ojos en los míos.

—Ella, eso es lo que me molesta. Ella y el hecho que siempre está cerca de
ti. Es tu ex y me molesta que este cerca de ti. También me molesta que eso
me moleste y tú también me molestas.

—¿Y yo que hice?

—¡Existir!

Ella no está siendo racional, pero es Paulina, muchas veces no lo es y es


algo a lo que ya estoy acostumbrado.

—Escucha, entiendo que te moleste y no utilizo el decir que ella es mi


colega como excusa, porque eso es todo lo que es, no hay nada más. Ni
siquiera la veo fuera del trabajo. Y hablaré con ella sobre entrar de esa
forma a mi oficina.

—¡Y no estoy celosa!

Ella jamás admitirá que lo está, pero por mi está bien.

—No, claro que no lo estás.

—Sigo molesta contigo.

—¿Por qué?

Ella me mira como si fuera obvio.


—Jordán, soy tu esposa, no necesito una razón para estar molesta contigo,
estoy molesta contigo y ya.

Dicho esto, ella toma la bolsa marrón con el postre que me mandó Astrid y
sale de mi oficina, porque algunos hábitos tardan en morir, y una vez
ladrona de postres, siempre ladrona de postres.

—¿Con quién habla tanto Raymond? —me pregunta Miguel mientras mira
hacia donde está parado Raymond con su teléfono en su oreja.

—Con tu hermana.

—¿Atenea?

Mira a Raymond un momento antes de volver a mirarme a mí.

—¿Acaso tienes otra hermana? Sí, con ella.

—Creí que le gustaba tu hermana y que ya había superado a mi hermana.

Will ya me había comentado algo como eso, y él intentó que Astrid diga
algo, pero nuestra hermana es una persona muy reservada y ni siquiera Will
con lo persuasivo y experto en chisme que es, pudo conseguir algo de
Astrid sobre el tema de lo que hay entre ella y Raymond. Raymond
tampoco a dicho mucho y todo se ha vuelto un poco confuso.

—¿Crees que a Raymond le gusta Astrid?

—Eso solo lo puede responder Raymond.

Y esa es la verdad, nadie más que él sabe lo que siente, incluso aunque
muchos puedan suponer que creen y entienden, no es así.

—Pero si Raymond y mi hermana deciden intentarlo bien por ellos, incluso


sí funcionan o no, al menos se quitaron el que hubiera pasado sí.

Raymond no ha salido con nadie de forma sería desde que terminó con
Atenea, pero al menos no ha vuelto a tener sus reglas, esas que usaba como
mecanismo de defensa para protegerse de las relaciones y del peso que
conllevan, esas reglas que se impuso después de la muerte de su prometida.

—Astrid estará bien si las cosas no funcionan, la conozco, le dolerá y se


levantará como el gran ser humano que es. No sé si pueda decir lo mismo
de Raymond, me preocupa mucho ahora que Atenea va a venir —le
comento a Miguel.

Paulina nos contó que Atenea viene por dos semanas o tal vez tres como un
préstamo del museo del El Cairo para el museo donde trabaja su padre y
Miguel.

—Atenea también sufrió mucho por tu amigo, él fue quien no la supo


valorar. Te recuerdo que ella dijo te amo y él no respondió.

¿Por qué todo siempre recae sobre las cosas que no se dicen? ¿Qué hay de
los gestos y otras muestras de amor? Las palabras no lo son todos porque
algunas personas les cuesta decirlas y prefieren expresarse de otra manera,
un ejemplo es Will, que expresa su amor mediante el arte o incluso Mae,
que demuestra a otros cuánto le importan cuando ve algo que le recuerda a
esa persona y lo compra para dárselo de regalo.

—Mi amigo amaba a tu hermana, pero ella no pensó ni por un momento en


lo difícil que era para él estar en una relación.

—Bueno, sí era difícil para él estar en una relación, no debió estar en una.

Claro que Raymond quería una relación y también quería Atenea, el


problema fue que no supo expresar aquello que sentía y cuando logró
hacerlo, ya era tarde.

—Y tu hermana no debió idealizar las cosas esperando que todo sea color
de rosa solo porque su pasado fue triste, así no funciona la vida.

—Y Raymond no debió esperar que mi hermana aceptara todo su equipaje


solo porque él seguía llorando por la muerte de su prometida. Atenea
merecía más que eso.
—Bueno, él merecía más que una mujer adicta al amor para la cual nada era
lo suficientemente perfecto o romántico. Porque seamos honestos, ella no
quería a Raymond, quería un cliché.

Eran muy diferentes a pesar de todas las cosas que tenían en común. Y
según lo que dijo Atenea en el viaje que hicimos a las Vegas, ahora ella
tiene la relación cliché que siempre quiso, me pregunto sí ahora que tiene
eso es feliz.

—A la única conclusión que podemos llegar es que ambos se equivocaron.


No supieron comprender lo que el otro necesitaba y solo se enforcaron en
sus propios traumas del pasado. Su relación jamás iba a funcionar.

—¿Crees que vuelvan a estar juntos? —le pregunto a Miguel.

Miguel se encoge de hombros.

—No lo sé, pero sí o funcionaron antes, ¿por qué lo suyo funcionaría ahora?
Y no sé si Atenea siga conociendo a ese hombre del que nos habló o sí ya
son novios, no sé mucho del tema.

—Las relaciones son tan difíciles.

—Y es por eso que yo no estoy en una.

Veo a Will hacer expresiones y gestos a Mae mientras le conversa algo, y


como ella se baja un momento sus gafas oscuras para verlo mejor. Cerca de
ellos Paulina y Luna están teniendo un pequeño partido de fútbol, en el que
por lo visto Luna va ganando.

Me gusta ver esa parte de Paulina, su lado dulce y algo vulnerable porque es
una parte de ella que no lo deja ver muy seguido y casi frente a nadie, y es
por esa razón que yo siempre me siento como el hombre más dichoso del
mundo cuando solo estamos los dos en mi habitación y ella se nuestra de
esa manera.

—¿No te interesa nadie ahora, Miguel?

—No, soy un hombre libre. Me gusta mi Libertad.


Escucho la risa de Paulina y mis ojos la buscan, al verla pienso en lo mucho
que me gustaría tomarla entre mis brazos y pedirle que se quede a mi lado,
pero no puedo pedirle que se quede, al menos no cuando ella parece tan
dispuesta a irse y tan aterrada por quedarse. Entonces no digo nada y la dejo
marchar, porque ella merece ser feliz y si para eso yo tengo que suprimir
mis emociones para que ella esté bien, eso es lo que voy hacer.

Noto la mirada que me da Raymond cuando regresa de hablar con Atenea.

—No —digo en dirección hacia Raymond.

Él levanta las manos y niega con la cabeza

—¿No qué? Ni siquiera sabes lo que te iba a decir.

Miguel mira a Raymond y luego a mí, lo veo fruncir su ceño algo molesto
por estar perdiéndose el chisme.

—Sé lo que ibas a decir y por eso me acojo a la quinta enmienda.

Raymond pone los ojos en blanco y se acomoda en una de las sillas.

—Veamos cuánto te dura eso Jordán.

—¿No saben que es de mala educación no contar el chisme para todos? —


nos pregunta Miguel— Par de maleducados.

—Deja el drama, Miguel. Solo miraba a Raymond porque no deja de mirar


a Paulina con ojos en forma de corazón.

—¿Los mismos ojos que tú tenías mientras hablabas con mi hermana? Y


dime,

¿de qué tanto hablaban?

Miguel le da una mirada sería a Raymond mientras espera a que él


responda.

—¿De qué hablan? —pregunta Paulina mientras se une a nosotros.


Will la ha relevado en el partido de fútbol y Mae los observa.

—Raymond nos va a contar sobre lo que estaba hablando con Atenea —le
respondo.

Y Paulina gira su cara con intereses hacia Raymond dándole una mirada
similar a la de Miguel.

—Trabajo, solo eso y me ofrecí como voluntario para irle a recoger al


aeropuerto mañana. Y no me miren así, prometimos ser amigos a pesar de
todo y ese es el tipo de cosas que hacen los amigos.

—¿Quién dijo amigos? Sí te conozco mucho más sin la ropita sé que tienes
ganitas. .—canta Paulina.

Yo suelto una risa y ella me guiña un ojo.

—Mira, tú mejor ni digas nada —le dice Raymond.

Ella alza las manos con una sonrisa.

—¿Y le vas a llevar flores? Porque yo también soy tu amigo y nunca me


has traído flores.

—Miguel, no empieces.

—No respondiste la pregunta, ¿le vas a llevar flores? —insiste Paulina.

Todos sabemos que sí, él le va a llevar un gran arreglo de flores porque a


Atenea le gustan ese tipo de cosas.

Hago una nota mental para hablar con Astrid sobre el tema porque no
quiero ver a mi hermana lastimada, pero tampoco puedo suponer sobre los
sentimientos de otros o entrometerme en la vida y decisiones que ella toma.

—Sí, le llevaré flores. Pero solo porque somos amigos, ella tiene novio y
por lo que escuché la última vez, está muy feliz con él.
Mientras habla, Raymond roza de forma accidental el brazo de Paulina, él
no lo nota, pero yo veo la forma en que ella se estremece y retrocede,
alejándose del contacto. Recuerdo casi de forma vaga la primera vez que
ella tocó mi hombro, y como se estremeció incluso aunque había sido ella
quien hizo el primer movimiento.

La veo acercarse a mí y sentarse sobre mi regazo, ella pasa un brazo sobre


mis hombros de forma casual, como si fuera algo normal y común entre
ambos.

Miguel, que la conoce bien, mira con asombro en nuestra dirección y sonríe
antes de mirar a Raymond que está hablando sobre su llamada con Atenea.

—Aúnsigo molesta contigo —susurra ella en mi oído—. Y está noche te


demostraré cuánto.

Inclina sus labios muy cerca de mi cuello antes de besar mi mejilla.

—Estás loca. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí, pero te encanta mi locura.

—Por mi seguridad diré que sí, que me encanta tu locura.

Ella se ríe y se acerca un poco más hacia mí.

—Bien, Jordán, ya estás aprendiendo. Tal vez haya esperanza para ti.

Claro que veo las señales de advertencia que hay sobre ella, pero nadie
antes me ha hecho sentir tanto en tan poco tiempo o me ha dado la
seguridad que Paulina me da con su sola presencia o una sonrisa de esas
petulantes que me dedica cuando ella sabe que me está haciendo enojar.
Entonces, incluso aunque vi todas las banderas rojas y escuché como ella
me decía entre líneas que me alejara, yo no puedo evitar quedarme a su
lado, al menos, hasta que ella decida que ha tenido suficiente de mí y se
vaya.

Después de todo, Paulina es el infierno que siempre quise y no me importa


tener que arder en las llamas por ella.
CAPÍTULO 29
—¿Por qué estás tardando tanto?

Él se ríe contra mis labios y me besa de forma lenta.

—Me gusta tomarme mi tiempo cuando se trata de ti —me responde


cuando nos separamos y él mantiene firme sus manos sobre mi cintura—.
Porque eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida, pero eso ya lo
sabes.

Sí fuera cualquier otro hombre pondría los ojos en blanco y dejaría pasar el
cumplido, pero es Jordán y la forma en que me está mirando ahora, como si
yo fuera el motivo por el cual brillan las estrellas, me hacen sentir que de
verdad soy la mujer más hermosa del planeta.

—Jordán, te necesito ahora.

La ropa sale volando por su habitación y dejamos que la necesidad y la


desesperación de sentirnos piel con piel inunde nuestro cuerpo. Jordán me
levanta sin esfuerzo y me deposita en la cama, dejando que mi cabello
negro se esparza por las sábanas mientras él me está quitando mi ropa
interior, y cuando Jordán me penetra, la sensación de placer, bienestar y
satisfacción que recorre mi cuerpo es casi asfixiante, pero de una buena
manera, se siente similar a la sensación que uno tiene al regresar a casa
después de estar mucho tiempo lejos, o la emoción de estar bajo la lluvia
después de meses de sequía.

—Mírame —le pido y él así lo hace.

Jordán me mira a los ojos queriendo ver mi reacción y sonríe antes de


volver a besarme. Yo me muevo debajo de él, queriendo más, presionando
mi cuerpo contra el suyo, gimiendo su nombre en voz baja y dejándome
llevar por el momento.

—Mas, necesito más.


Llevo mis labios a su cuello, chupando su piel de esa forma que sé que
tanto le gusta, y eso es suficiente para conseguir qué sus embestidas
aumente, me sonríe antes de tomar mi pierna izquierda y colocarla sobre su
hombro para embestir dentro de mí de una forma que me lleva a un intenso
clímax. Poco después, el gime mi nombre como un suave mantra antes de
conseguir su propia liberación.

Y al final, solo somos él y yo, al menos por un momento.

Jordán lleva una mano a mi mejilla y acaricia mi pómulo con mucha


delicadeza.

—Eres tan hermosa, adoro. .

—No, no digas más —lo interrumpo poniendo un dedo contra sus labios—.

Recuerda nuestro acuerdo, no nos debemos decir ese tipo de cosas.

Y se supone que solo somos personas que buscan satisfacer impulsos, no


buscamos crear conexiones. Es por eso que no me gusta que me llene de
comentarios que solo provocan que me confunda cada vez más. Que
empiece a olvidar que esto es solo un acuerdo y ya.

Él aparta la mano de mi rostro y su mandíbula se tensa, pero no sé aparta de


mí y yo paso una mano por su cabello oscuro.

—Porque esto es solo un acuerdo de sexo. ¿Verdad, Jordán?

Jordán me mira a los ojos, negro analizando el gris.

Se inclina para besar mis labios y asiente con la cabeza en señal de


afirmación cuando nos separamos.

—Sí, solo es un acuerdo.

No sé porque una parte de mí esperaba y casi anhelaba otra respuesta de su


parte. Ni siquiera sé porque pensé que el diría que este acuerdo ya no es
suficiente y él quiere estar conmigo como algo más. Pero Jordán no dice
nada de eso y como casi todas las noches, yo me acuesto cerca de él hasta
que son las cinco de la mañana y me cruzo a mi habitación con un profundo
dolor en mi pecho, que ni siquiera entiendo cuando se formó o que es lo que
lo provoca.

Y todas las noches terminamos igual, yo le pregunto sí esto es solo un


acuerdo y él me dice que sí antes de besarme y dejar que yo me vaya Un
simple acuerdo.

Nada más que eso.

Hay un extraño quejido de pesar que escucho entre sueños y abro los ojos
para ver a Jordán moviéndose un poco entre las sábanas con su rostro lleno
de dolor.

Él está teniendo una pesadilla. Hay un leve rastro de sudor en su frente y


murmura no un par de veces, seguido de ten cuidado y hombre caído.

—Jordán —lo llamo en un murmullo porque no quiero asustarlo—. Jordán,


soy yo. Despierta, está todo bien.

Le toco el hombro para moverlo un poco y Jordán me toma de la muñeca


con fuerza con la intención de apartarme, aún sigue dormido y su agarre es
tan fuerte que suelto un pequeño quejido que lo hace despertar de forma
abrupta y cuando se da cuenta lo que está haciendo, suelta mi mano y se
aleja de mí.

—Paulina, lo siento tanto, yo. . Lo siento, lo siento.

Yo enciendo la luz junto a mi lado de la cama. Veo que él sigue temblando y


la forma agitada con la que se mueve su pecho por las respiraciones rápidas
que él está tomando.

—Jordán, está bien, no pasó nada.

—No, lo siento, de verdad lo siento.

Hay un toque de desesperación en su voz que me desconcierta un momento,


ya que él siempre parece tener el control de todo o al menos finge tenerlo,
pero ahora no es el caso.
—Está bien, estoy bien, Jordán.

Dudo entre acercarme a él o incluso moverme porque no quiero hacer nada


que pueda asustarlo. Inclino mi cabeza y busco su mirada, pero Jordán no
me mira.

—Jordán —digo y me muevo un poco hacia él.

Lo veo tragar saliva con fuerza y empezar a hiperventilar mientras lleva una
mano a su pecho.

—No puedo respirar, no puedo respirar.

Su agarre sobre su pecho se hace más fuerte y veo la desesperación y


pánico en sus ojos.

—Escucha, creo que estás teniendo un ataque de pánico —levanto mi mano


muy despacio hacia él y busco su mano para tomarla entre la mía— Estoy
aquí, ¿ves?

Solo concéntrate en mi voz y mi mano sosteniendo la tuya. Ya pasará, ya


has sentido esto antes y lo superaste.

Deslizo mi otra mano hacia su espalda y dibujo suaves círculos con la


intención de tranquilizarlo.

—Respira de forma lenta y respiraciones largas.

Llevo su mano hacia su vientre.

—Siente el moviendo de tu vientre conforme vas respirando. Toma


respiraciones largas y retén el aire por tres segundos y ahora déjalo ir.

Él estira su mano sobre su vientre y yo coloco mi mano sobre la suya.

—Reconoce la emoción, ya las has sentido antes y lo superaste. Esta vez es


igual.

Respira y siente el aire llenar tu cuerpo.


Lo siento relajarse un poco y como sus respiraciones se van normalizando.
Eso es bueno, parece que su ataque de pánico está pasando.

—Todo es bien, Jordán. Estás a salvó, estás en casa y yo estoy contigo.

Él aleja su mano de su vientre y entrelaza sus dedos con los míos dándome
un suave apretón en mi mano y yo mantengo su agarre firme mientras
muerdo mi labio inferior para contener el dolor al verlo sufrir de esta
manera por el trágico pasado que lo atormenta.

—¿Te sientes mejor?

Él tarda un momento en responder, pero cuando lo hace me relajo al


escucharlo más tranquilo.

—Sí.

—Bueno.

Pero ninguno de los dos nos movemos.

—Lamento despertarte.

—No lo lamentes, nunca lamentes despertarme cuando te sientas mal.

—Gracias, Paulina.

Él ya se ve mucho mejor ahora y nos acomodamos en la cama, yo recuesto


mi mejilla contra su pecho para poder escuchar los latidos de su corazón y
asegurarme que está bien.

—¿Cómo sabes manejar un ataque de pánico?

Jordán envuelve mi cuerpo entre sus brazos y yo me relajo contra él, sin
sentir la necesidad de pedirle que no me toque o correr lejos del contacto de
piel con piel.

—Mi mamá también los tenia, y yo la ayudaba a lidiar con ellos.


—Eras solo una niña.

—Sí, pero mi mamá no tenía a nadie más.

Solo estaba yo, siempre con ella en su habitación cuidando que no se


lastime, que tome su medicamento y que no se exceda con las pastillas o
consuma alcohol.

—Debió ser muy duro para ti tener que lidiar con eso siendo solo una niña.

Lo fue, pero también es algo que ya he superado.

—Un poco, la mayoría del tiempo no, excepto cuando ella se ponía violenta
y me pegaba porque no le daba lo que quería.

No me dolía tanto cuando me pegaba, me dolía más las cosas que me


gritaba.

—¿Estás bien, Pauliana?

No, claro que no.

Yo había olvidado lo duro que es cuidar de otra persona o mostrar interés y


bondad por alguien, porque ser mala es fácil, tan sencillo que uno se adapta
a eso con mucha tranquilidad. Hay algo adictivo en dejar de pensar en los
demás, en sus necesidades, problemas y el dolor que les pueda causar. Pero
ser buena y preocuparse por alguien es todo lo contrario, es agotador,
estresante y muy desgastante.

—Soy yo quien debería preguntarte eso.

—Estas evadiendo mi pregunta.

—Estoy bien y tú estás bien, así que volvamos a dormir.

Siento como su cuerpo se tensa y muevo mi cabeza para colocar mi mentón


en su pecho y verlo a los ojos que se han vuelto a empañarse por la
preocupación.
—¿Qué sucede?

Paso mis dedos por sus brazos y espero a que él responda.

—No quiero que sientas que debes cuidar de mí de la misma forma que
cuidaba de tu mamá. Lamento que estés aquí ayudándome a lidiar con mi
ataque de pánico, porque eso debió traer recuerdos de tu pasado.

Sería absurdo negar que está situación no me recuerda a las múltiples veces
que yo estuve ayudando a mi mamá, la forma que yo debía mantener la
calma y control de mis emociones para ayudarla a superar cada una de sus
crisis. De ahí nace mi forma de actuar, de mantener a las personas lejos, de
no involucrarme mucho en problemas ajenos. Pero, sobre todo, de ahí nace
mi forma de no mostrar emociones, a veces incluso dudo sí sigo siendo
capaz de sentir.

—Jordán, es muy diferente ayudarte, que ayudarla a ella. Por la simple y


sencilla razón que, así como yo estoy cuidando de ti ahora, tú también has
cuidado de mí y sé que lo seguirás haciendo. Mi madre jamás cuidó de mí,
jamás le importé. Tú y yo, nos ayudamos y cuidamos mutuamente, ¿verdad,
cielito lindo?

Levanto mi cabeza hacia él para encontrarlo sonriendo en mi dirección y


una sensación de calidez y alivio invade mi cuerpo. Porque no me gusta
verlo mal, triste o preocupado, lo cual es difícil de entender para mí porque
no recuerdo cuando fue la última vez que me preocupé tanto por alguien.
Pero ahora me parece importante que Jordán esté bien.

—Hace mucho que no nos decimos así.

—Tienes razón, dejé de decirlo porque al inicio lo dije en son de burla y


poco a poco dejó de sentirse de esa manera.

—Y yo dejé de decirte ladrona.

Yo chasqueo mi lengua y él se ríe.

—No soy ladrona y el otro día me llamaste así.


—Porque robaste mi café y mis panecillos.

—Estaba llegando tarde al trabajo, supéralo.

Jordán pasa con cariño sus dedos por mi cabello, lo veo envolver uno de sus
dedos alrededor de un mechón y hacerlo girar un par de veces.

—Luna me contó hace mucho tiempo, que cuando ella está triste, tú cantas
para ella. Y me preguntó, ¿quién canta para mí cuando yo estoy triste?

—¿Qué le respondiste?

—Nada, en ese momento no había nadie y no creo que antes de eso yo


hubiera permitido que alguien me vea en mi estado más vulnerable.

—¿Y ahora, Paulina?

Jordán intenta ocultar la esperanza en su voz.

—Ahora estás tú.

Él acerca sus labios a los míos en un casto beso.

—Buenas noches, Jordán. Sueña con los angelitos. No, no te atrevas a soñar
con angelitos —le digo—. Sueña conmigo, porque sí sueñas con alguien
más, te mato.

—En serio estás loca.

—Y a ti te encanta mi locura.

—Sí y algo debe estar mal conmigo para que me guste tu locura.

Él me da un beso en mi cabello y yo sonrió.

—Probablemente se deba a qué no puedes vivir sin mí.

Levanto mi cabeza y lo veo decirme que no.


—Te tolero, que es algo muy diferente.

—Sí, sí, como tú digas. Buenas noches.

—Buenas noches.

Es casi inevitable la sensación de déjà vu que me invade mientras estoy en


el aeropuerto junto a Jordán, quien sostiene un hermoso ramo de flores,
esperando a Atenea cuyo vuelo parece que se ha retrasado un poco.

—¿Van hacer otra vez esa escena ridícula de correr a los brazos del otro?
Porque esta vez si los golpearé.

Me emociona mucho ver Atenea, no es lo mismo hablar con ella por video
llamada que tenerla frente a mí. La extrañado tanto, no puedo creer que ha
estado tanto tiempo lejos y ni siquiera sé cómo lo ha soportado.

—No prometo nada —me responde Raymond, quien también parece


emocionado por verla.

—¿Van a volver a estar juntos?

Raymond aparta sus ojos de las puertas de llegada y me mira, hay algo en
su mirada que me da la respuesta incluso antes que él la verbalice.

—No. Somos amigos, funcionamos de esta manera y eso no quiere decir


que no la ame porque lo hago, pero ya no estoy enamorado de ella y Atenea
no está enamorada de mí.

Hay tanta seguridad en la voz de Raymond, que no hay duda que las cosas
sean así.

—Tuvimos algo bonito, pero las relaciones no siempre duran y es algo que
hay que aceptar. Que amamos, y a veces debemos separarnos, soltar y
seguir adelante. Nuestro mundo no se va acabar porque una relación no
funcionó, incluso sí era una buena relación.

—Te entiendo, mejor de lo que crees, porque cuando terminé con Milo sentí
que eso era todo, que no había nada más y que no iba a encontrar nadie
como él.

Sentía que siempre iba a estar enamorada de Milo. Pero entonces el tiempo
pasa y poco a poco vamos sanando, entendemos que no es sano seguir
anhelando y esperando regresar a algo que ya se acabó.

Yo suelto un largo suspiro como una forma de ponerle más dramatismo a


esta situación.

—Quería que fuera ella, por eso la esperaba, pensaba que, a pesar de todo,
al final sí estaríamos juntos. Pero al final igual no funcionamos y entendí
que debo dejar de esperarla, dejar de insistir y seguir, incluso sí es duro,
ambos debemos superar lo que tuvimos y seguir.

Pongo mis manos sobre su hombro y le doy un par de palmadas antes de


apartar mi mano. Levanto la mirada cuando escucho la voz de Ate llamando
a Raymond.

Otra vez la escena cliché del aeropuerto.

La veo soltar su maleta y correr a los brazos de Raymond que la encuentra a


mitad de camino. Ella pone sus piernas alrededor de la cintura de Ray y
envuelve sus brazos alrededor de su cuello con fuerza.

—Te extrañé tanto —la escucho decirle.

La escena parece tan íntima que siento que salgo sobrando y no entiendo
porque me pidió que venga a recogerla sí iba a estar como media hora en
los brazos de Raymond mientras yo estoy parada cerca de ellos cumpliendo
la misma función que una planta.

Me digo que sería muy cruel de mi parte romper su momento, pero siempre
he sido cruel así que lo hago.

—Ate, que bueno verte. Me da gusto y felicidad ver la forma que te


emociona mi presencia. Más que nada, porque fuiste tú quien me pidió de
favor que venga.
Ellos se separan cuando escuchan mi voz y lucen unas enormes sonrisas
tontas en sus caras. Y a pesar que las palabras de Raymond sonaban
seguras, ahora mismo al verlos, no sé qué pensar.

Ella se acerca a mí y me envuelve en un fuerte abrazo que dura demasiado


tiempo, aunque según ella solo fueron cinco segundos, pero el gesto me
tomó por sorpresa y no sé si ella ha olvidado que no me gustan los abrazos
o la emoción le provocó un lapsus brutus.

—Paulina, no tienes idea de cuánto te extrañado y tenemos tantas cosas que


hablar.

—Sí, pero eso deberá esperar porque tengo que ir a la casa de subastas, al
parecer tengo pasantes ineptos —saco mi llave de mi cartera y la pongo en
su mano—. Está es la llave de mi apartamento, ve y no hagas nada
indecoroso.

Le digo y señalo entre ella y Raymond.

—Nos vemos después, Paulina.

—Adiós a los dos. Pórtense bien.

Cuando llego a la casa de subastas Travis me informa que tenemos


problemas con el último lote que se guardó en bodega y que ya estaban
listos para ser subastados la otra semana, el problema es que al parecer no
todos los objetos han sido tasados.

Reúno a los pasantes y los demás ayudantes para revisar el lote y


determinar los objetos que sí fueron evaluados de los que aún faltan.
Mientras hacemos eso, yo los regaño por su incompetencia.

—¿Estás bien? —me pregunta Travis casi al final de mi jornada laboral—.


Hoy has estado un poco irritable.

Llevo una mano a mi cabeza, suelto la coleta alta que tenía y masajeo mi
cráneo.

—Sí, no es nada.
—No parece no ser nada.

—Es Jordán, estoy preocupada por él. Y no quiero estarlo, pero tampoco
puedo evitarlo.

Jordán, Jordán, Jordán.

No creo que él sepa la forma que ha impactado en mi vida, como me ha


cambiado el estar con él y Luna. No creo que Jordán entienda la magnitud
de sentimientos encontrados que tengo por él y que a pesar que esto debía
ser solo un acuerdo para ayudarlo a mantener la custodia de su hija, y
aunque aún es eso, estoy muy segura de que algo ha cambiado entre los dos
de una manera que yo jamás hubiera esperado.

—Es normal que estés preocupada por él, tú siempre te preocupas por las
personas que amas.

—¿Qué acabas de decir?

Travis me mira algo desconcertado por mi tono.

—Que siempre te preocupas por quienes amas. Es parte de quién eres, lo


has hecho siempre. Primero con tu mamá, luego con tus hermanas, nosotros
tus primos, incluso algunos que consideras tus amigos. Es una de tus
cualidades.

Él toma la carpeta con el informe que vino a buscar y sale de mi oficina


dejándome más confundida de lo que ya estaba.

Pero Travis se equivoca, yo no amo a Jordán, él y yo hablamos de eso, no


de forma directa porque Jordán entiende que muchas veces debe leer entre
líneas cuando se trata de mí. Pero le dije que no debemos mover el barco, él
al principio no entendió y luego yo procedí a explicarle que una vez leí que
cuando dos personas inician una relación de forma metafórica se dice que
empiezan a construir un barco que puede o no llevarlos a navegar a través
de una relación. A veces solo se tiene el barco, es decir solo es sexo y jamás
se tiene la intención de llevar ese barco a navegar en las aguas turbulentas
de una relación, y como no se quiere eso, no se debe mecer el barco porque
podría sin querer llevarlos a navegar por aguas para las que no está
preparado y eso solo puede terminar en un naufragio.

—Oye extraña.

Giro mi cabeza para buscar la persona dueña de esa voz y sonrió cuando lo
veo.

—Milo, ¿qué estás haciendo aquí?

Él está parado cerca de su auto afuera de la casa de subastas.

—¿Crees que podemos hablar?

Esas palabras rara vez significan cosas buenas.

—No necesitas anestesia para lo que me vayas a decir. Solo dilo.

Pero Milo duda y mira alrededor negando con la cabeza y sugiriendo ir a


otro lugar, pero yo insisto en que eso no es necesario.

—Solo dilo, Milo.

Él me mira a los ojos y sé en ese momento, que lo sea que me vaya a decir,
me va a lastimar un poco.

—Mi esposa está embarazada. Vamos a tener un bebé.


CAPÍTULO 30
Jordán.
Cuando la veo en medio de la acera, justo frente a la casa de subastas
platicando con Milo, no puedo apartar mis ojos de ella y la forma relajada
de su cuerpo porque raras veces la veo de esa manera. Observo como Milo
pasa una mano por su brazo y como ella no se estremece ante el toque,
estando muy familiarizada con él. También veo como ella se inclina un
poco más cerca de él y sonríe de forma amplia ante algo que Milo le está
contando.

Yo no estoy muy lejos de ellos, aunque lo suficiente para que no noten mi


presencia e incluso con la clara distancia que mantengo con ambos, siento
que yo salgo sobrando. Paulina no me nota porque está muy ocupada
mirando a Milo y dándole esas sonrisas que creía que solo las daba en
momentos y ocasiones especiales. Y yo ni siquiera sé porque tengo este
errático pensamiento de que la mirada suave con la que mira a Milo debería
ser para mí, aunque no puedo recordar algún momento dónde ella me haya
mirado así, lo que provoca que una sonrisa amarga se dibuje en mis labios
mientras aparto la mirada.

Tanto dolor provocado por un amor no correspondido.

—¿Jordán? —la escucho llamarme.

Giro mi cabeza en busca de su mirada y cuando nuestros ojos se


encuentran, ella me llama con la mano.

—¿Qué haces aquí? —me pregunta ella sin dejar de sonreír.

Milo me mira y me saluda con amabilidad, él siempre ha sido amable las


pocas veces que nos hemos topado y a mí me gustaría que fuera un gran
imbécil, al menos de esa manera podría justificar mi molestia hacia él. Pero
me alegra que no sea un imbécil porque él significa mucho para Paulina y al
parecer, es un sentimiento que no va a desaparecer.

—Vine a recogerte, ya que tienes tu auto en el taller.


Ella coloca casi de forma casual su brazo alrededor del mío.

—No tenías que molestarte, pero gracias por ser tan caballeroso.

Paulina parece estar de muy buen humor y me atrevo a suponer que se debe
a la visita de Milo, ¿por qué otra razón sería?

—Justo estábamos hablando de ti —interviene Milo sin apartar los ojos de


Paulina.

—¿De mí?

Me sorprende porque no creo que haya mucho que hablar de mí y muchos


menos con Milo. Además, a ella no le gusta ir por ahí hablando de otros,
excepto que con quién ella está hablando es Milo y Paulina siempre actúa
diferente con él, es más suave y paciente, incluso si ella no se da cuenta.
Por lo general ella solo es dulce, amable y considerada con Luna y a veces
con sus primas.

Y después de meses de convivencia y otros pocos de mantener una relación


física con ella, me doy cuenta los cercanos que nos hemos vuelto, tanto así
que noto esas pequeñas cosas de ella, que para los demás pasan
desapercibidas. ¿Cómo pasamos de ser enemigos a conocer las facetas más
vulnerables del otro? En especial cuando Paulina empezó diciendo que a
ella le gusta su espacio y mantener a las personas alejadas y yo estuve de
acuerdo con ella, porque me gustan las mismas cosas.

—Sí, le estaba contando sobre ti, en realidad sobre nosotros —me dice ella.

Hay un toque extraño en su tono cuando pronuncia la palabra nosotros y tal


vez se deba a qué nosotros, implica algo y Paulina no quiere nada serio, al
menos no conmigo.

—Le contaba a Milo lo feliz que soy contigo, con Luna y en general, feliz
con la vida que tengo ahora.

Su respuesta cae sobre mi como una repentina avalancha y la esperanza que


tal vez ella podría. . Pero no, no voy a ser ingenuo y a ver cosas donde no
las hay, porque de por sí ya es duro para mí no pensar en cómo podría ser
todo. Porque si hay algo que sé con certeza de Paulina Montenegro es que
una relación seria conmigo no es lo que ella quiere, no ahora y lo más
probable es que nunca. Así que empujo las esperanzas y esos otros
pensamientos lejos de mi mente.

—Yo también soy muy feliz contigo —le digo.

—Y lo dije lo mucho que me alegro por ella —responde Milo—. Yo


también le estaba dando un par de buenas noticias.

Siento como el agarre de Paulina alrededor de mi brazo se hace más fuerte.

—Sí, Milo me contó que él y su esposa van a tener un hijo. ¿No es eso
fantástico?

Sus ojos grisáceos esquivan los míos y de paso los ojos de Milo, y aunque
su sonrisa no vacila, la forma que sus uñas perforan mi saco me da una idea
del porque la forma tan surrealista de su sonrisa y forma de actuar tan
animada. Es solo una fachada. Paulina lo está utilizando como una
armadura para afrontar una situación que se le escapa de las manos y la cual
le está afectando más de lo que ella se atrevería a mostrar.

—Me alegro mucho por ti y porque hayas conseguido lo que siempre has
querido, Milo.

Por su tono, siento que ella se lamenta porque todo eso que Milo consiguió,
no es con ella.

Me pregunto si ella aún sigue enamorada de él después de todo este tiempo


y sé que no debo hacer esa pregunta en voz alta porque me dolerá mucho la
respuesta.

—Yo también me alegro que seas feliz, Paulina.

Y de nuevo, siento que yo salgo sobrando aquí.

Ellos se despiden y Milo se despide de mí, antes que Paulina y yo nos


dirijamos a mi auto. Pero ella se queda de pie en la puerta y no entra.
—En realidad, creo que voy a caminar.

La fachada ha caído un poco y la sonrisa que mantenía antes ya no está,


dejando ver solo un rastro vago de cuánto le afectado la noticia del
embarazo de la esposa de Milo.

—Paulina.

Estiro mi mano para tomar la suya, pero ella se aparta de forma brusca,
como si lo último que quisiera ahora es ser tocada.

Ella se da cuenta de la forma que ha reaccionado y no dice nada al respecto,


solo se gira y se va, dejándome solo junto a mi auto tratando de entender
cómo se debe sentir ella para así buscar una forma de ayudarla.

La veo irse y mi corazón se hunde un poco al ver la forma que se aparta de


mí.

Aunque me gustaría, no puedo señalar un punto exacto, un momento crucial


en el que me enamoré de Paulina, solo sé que fue un descenso gradual hacia
las llamas prohibidas de las que ella tanto hablaba, fue similar a la caída de
Lucifer hacia el infierno, solo que ese no es mi reino, solo soy un visitante
más, alguien que pronto será desterrado hacia ningún lugar en especial.

—¿Buscas a mi hermana? —me pregunta Mae que se acercado a mí de


forma silenciosa.

Yo cierro la puerta del copiloto y asiento con la cabeza.

—Sí, pero ella tenía ganas de caminar.

El rostro inexpresivo de Mae se gira hacia donde Paulina se ha ido.

—¿Qué le pasó? Ella no es fanática de caminar excepto cuando algo


sucede.

—Milo vino y le dijo que pronto será padre.

—¿Y cuál es el problema?


Yo me encojo de hombros.

—No lo sé, quizás ella sigue enamorada de él. Eso tendría sentido.

Me pregunto si Milo ya no está enamorado de ella, ¿qué hizo para dejar de


amarla? Porque me gustaría saberlo para ponerlo en práctica.

Me gustaría saber cuándo me enamoré de ella, pero solo puedo pensar en


nuestras largas pláticas en la madruga, las botellas de vino que compartimos
en los días malos o los dulces en los días buenos. La forma que ella ponía la
manzana prohibida frente a mí o como se deslizaba a mi alrededor como la
serpiente del Edén, invitándome a morder el fruto prohibido y pecar.
Aunque yo no necesitaba ser convencido, al menos no por ella, pecar por
Paulina y no sentir remordimiento se ha vuelto casi un hábito en mi vida.

—No es eso, ella ya no lo ama.

—¿Ella te dijo eso?

—No necesita hacerlo, la conozco.

—No la viste antes.

—El que parece que no la ves eres tú. Jamás he visto a Paulina así de feliz y
es algo insoportable, ¿sabías que canta en su oficina? No cantaba antes.

Mae levanta su puño y me pega en el brazo, me dice que eso es por hacer
que su hermana cante.

—¿Crees que ella siente algo por mí?

—Jordán, ni siquiera sé que siento yo, mucho menos lo que siente mi


hermana.

Solo te digo lo que veo, sí quieres saber lo que Paulina siente, habla con
ella.

Recibo un mensaje de Astrid para decirme que ella irá a recoger a Luna, y
que la llevará al parque.
—Gracias por el consejo Mae.

—Una última cosa. Sí lastimas a mi hermana, te asesinaré.

Si las palabras vinieran de cualquier otra persona, tomaría la advertencia a


la ligera, pero viniendo de Mae no, porque ella sí tiene cara que me vaya
asesinar.

Cómo la amenaza viene de Mae, la tomo muy literal.

—Parece que no tenía muchas ganas de caminar —dice Mae y señala con el
mentón hacia la figura de Paulina que viene caminando hacia nosotros—.
Estás advertido y dile hola a Luna de mí parte.

Ella se da vuelta y camina hasta su auto, saludando a su hermana con la


mano antes de subirse al vehículo.

Paulina se para frente a mí con las manos dentro de su chaqueta.

—¿Qué sucede? —le pregunto.

Ella hace un gesto con la mano y procede a encogerse de hombros.

—Me di cuenta de que no quería caminar.

—Bueno y, ¿qué es lo que quieres, Paulina?

—A ti. ¿Me puedes abrazar? —la pregunta sale de forma tan silenciosa de
los labios de Paulina, que debo inclinar un poco mi cabeza hacia ella,
porque me asustado el tono que ha utilizado. Paulina es muchas cosas:
explosiva, dramática, algo exagerada, pero nunca una persona callada, al
menos que se encuentre tan mal que las palabras le pesan en la boca y eso
sucede en muy pocas ocasiones.

Me acerco despacio a ella y le doy un beso en la frente antes de envolver


mis brazos alrededor de su cuerpo.

—¿Quieres hablar sobre eso?


—No, no quiero hablar. Tampoco es que haya mucho de qué hablar, él va a
tener un hijo, era de esperarse. Milo siempre quiso eso, una esposa y una
familia.

—Paulina, está bien sentirse triste.

—Es que no estoy triste por Milo, ese es el problema.

La aparto un poco para poder mirarla a los ojos.

—No te entiendo.

Ella se muerde un momento su labio inferior y entiendo que está pensando


en que decir a continuación.

—Ya no estoy enamorada de Milo, estoy feliz por él. El problema es que,
hablando de forma hipotética, porque no es que yo esté enamorada de
alguien ahora, me asusta un poco estar con alguien que no quiera las
mismas cosas que yo y separarnos, para que tiempo después venga y me
diga que está feliz y tiene aquello que yo no le pude dar.

Mi mente repite un par de veces la primera oración, tratando de ocultar un


poco mi emoción porque incluso aunque ella no está enamorada de él, eso
no quiere decir que tenga sentimientos por mí. No creo ser digno de tener
algo tan preciado cómo es el amor de Paulina Montenegro.

—No soy un romántico y no te daré un discurso motivador sobre el amor,


pero como tú tampoco eres así, estará bien. Lo único que te puedo decir es
que la persona correcta querrá las mismas cosas que tú, incluso sí no es así,
harán que funcione su relación, porque será la persona indicada.

Ella suelta un leve bufido antes de recostar su mejilla en mi pecho y


murmurar que le gusta escuchar los latidos de mi corazón.

—¿Cuándo te volviste una persona de abrazos? —le pregunto cuando ya


estamos en mi auto conduciendo hacia su apartamento donde están Miguel,
Atenta, Raymond y Will.
Ella me mira un momento antes de volver a mirar su teléfono y seguir
buscando una música adecuada para su estado de ánimo, porque a ella le
gusta elegir la banda sonora de su vida.

—Sí le dices a alguien que te pedí un abrazo, te mato.

—Tengo tanta suerte de tenerme en mi vida, Paulina.

—Aunque lo dices con sarcasmo, en el fondo sabes que es verdad.

Ella me sonríe de esa forma presuntuosa que a veces me molesta y otras me


fascina.

En el camino, ella me va conversando que ya tiene casi todo para la fiesta


de Lu que será en menos de dos semanas. Y yo no sé quién está más
emocionada por la fiesta, sí Lu o Paulina.

—Nosotras no teníamos fiesta de cumpleaños —me confiesa ella a la ligera


cuando estamos entrando a su edificio.

Es solo cuando estamos en el elevador hablando sobre que vamos a cenar


hoy, que me doy cuenta de que ella no ha estado en su apartamento en casi
tres y no lo había notado hasta ahora. ¿Paulina se ha dado cuenta de ese
hecho?

Ella me detiene antes de entrar a su apartamento y me empuja hacia la


pared para besarme.

—¿Por qué fue eso?

—Un agradecimiento por hacerme sonreír.

Yo cepillo con mis dedos por su cabello hacia atrás.

—Paulina, nunca debes agradecerme por eso. Además, a mí me gusta


hacerte sonreír.

Ella sigue con sus brazos alrededor de mi cuello y me vuelve a besar.


—A veces siento que podría matarte, pero sé que no lo haría porque no me
gusta la idea de no tenerte en mi vida. ¿Ves lo que me haces Jordán?

Yo miro hacia el pasillo y sonrió al notar que muchas de nuestras


conversaciones sobre sentimientos ocurren en los pasillos. ¿Qué tipo de
poder tienen los pasillos sobre nosotros?

—¿Y tú tienes una idea de lo que me haces a mí, Paulina? Me enloqueces,


mujer.

Su sonrisa se hace aún más presuntuosa y me guiña un ojo.

Quiero decir más, darle una declaración elaborada, pero ni a ella le gustan
ese tipo de cosas, ni yo sé cómo hacerlo. Así que digo algo que se acerque
al menos un poco a lo que ella me hace sentir. Porque a pesar de nuestras
sonrisas, miradas compartidas y largas conversaciones, no hay nada
implícito entre nosotros. Paulina sugirió ese trato por algo.

Y solo espero que ella pueda entender el trasfondo de mis palabras.

—Como ya te he dicho muchas veces, te encanta mi locura. Ahora vamos,


veamos que desastres están haciendo en mi pobre apartamento.

No hay ningún daño a la vista cuando entramos, todos están en la sala


conversando y poniendo al día Atenea sobre todos los acontecimientos que
han pasado en el tiempo que ella no ha estado.

—Mae hizo una tierna declaración de amor, tierno en lo que a ella


concierne —le dice Paulina.

Yo me siento en uno de los sillones individuales y veo como ella me sonríe


antes de sentarse en mi regazo, como el otro día. No paso desapercibida la
mirada que Atenea comparte con su hermano.

—¿Mae hizo qué? No eso no suena a Mae, ¿qué le hiciste a mi prima?

—Amarla —responde Will.

—Ridículo —murmuran Miguel y Paulina a coro.


Igual que el otro día, Paulina empieza a dibujar patrones irregulares en mi
espalda.

—¿Que dijo Mae?

—Que le gustaría ver esa obra de arte.

Atenea mira a todos sin entender el significado de eso y pide contexto, es


Miguel quien da un resumen, a su manera, de lo que sucedió.

—Y Raymond está "saliendo" con Astrid —comenta Paulina mirando de


forma directa a Atenea, como midiendo su reacción.

Atenea le devuelve la mirada y yo miro a Raymond que sonríe por lo que a


dicho Paulina, al parecer muy cómodo con la idea. Demasiado cómodo diría
yo.

—Sí, ya hablamos de eso —responde Atenea.

La conversación va hacia otros temas y yo miro de reojo a Paulina para


saber si ya está un poco mejor, y parece que la crisis esta casi superada,
aunque eso solo lo sabré con certeza cuando ya solo estemos los dos,
porque ella es buena ocultando sus emociones y a pesar de eso, siente que
no debe ocultar como se siente frentes mí, tal vez porque también me ha
visto en mi estado más vulnerable.

—¿Cómo va tu relación, Atenea?

Ella mira a Will y suspira antes de plasmar una sonrisa falsa en su cara. Las
primas Montenegro parecen ser buenas en eso.

—Fue bueno, dulce y lleno de romanticismo. Él me dio el cliché romántico


que yo siempre quise, y me gusto por un tiempo, hasta que entendí que
siempre estuve anhelando una ilusión. Que el amor no es como lo muestran
en televisión, películas o libros. Que puede ser algo desordenado, confuso y
no siempre sabemos lidiar con eso, pero que eso no está mal —ella hace
una ligera pausa dónde mira a Raymond de reojo—. Yo estaba enamorada
de la idea del cliché y del amor, más que de una relación real y no importa
cuánto me esforzara, jamás hubiera funcionado.

Paulina comentó que Atenea idealiza a las personas con las que sale,
esperando que se ajusten a los moldes de los libros o películas cliché que a
ella le gustan, pero nadie en la vida real puede ser tan perfecto. Que por
lógica cometeremos

errores, diremos cosas incorrectas o a veces no diremos nada, nos


equivocaremos más de lo que nos gustaría, pero aprenderemos de dichas
equivocaciones. Me pregunto sí por eso no funcionó su relación con
Raymond, porque lo idealizo tanto, que él jamás pudo llenar sus
expectativas.

—¿Y ahora que buscas? —le pregunta Raymond con cariño— Porque te
conozco, tú siempre estás buscando algo, escarbando por respuestas.

—Te lo he dicho, soy arqueóloga, no lo puedo evitar. Y como si fuera poco,


una cuarta parte de mi es griega. Imagínate.

Raymond se ríe y asiente con la cabeza.

—Lo sé, Nea y es una de las cosas que me gustan de ti. Pero eso no
responde mi pregunta, ¿qué estás buscando ahora?

—Justo ahora, no estoy buscando nada, Ray-Ray.

Hay algo en la forma que ellos se miran, que nos da a entender que nos
estamos perdiendo una conversación privada que ellos han mantenido.

Paulina se acerca un poco más hacia mí y susurra cerca de mi oído.

—Tengamos sexo.

—¿Qué?

Ella pone un dedo en mis labios

—Nunca hemos tenido sexo en mi cama. Así que ahora sígueme.


Yo la miro para saber si ella está bromeando, pero veo que habla muy en
serio.

Ella se levanta y camina hasta su habitación, y me hace una seña mientras


me guiña un ojo. Yo digo que iré al baño y como todos están sumergidos en
una conversación, no notan nada extraño.

—Me gusta cuando haces justo lo que yo te digo —me dice ella antes de
besarme.

No hay tiempo para quitarnos la ropa y ni siquiera llegamos a su cama, la


cargo hasta su tocador y la siento en el filo, ella hace caer algunas cremas,
pero no le presta atención, porque está aprovechando el tiempo quitando mi
cinturón mientras yo arranco sus bragas de encaje.

—Debemos ser rápidos y silenciosos. ¿Crees que podrás ser silenciosa,


Paulina?

—¿Crees que podrás ser rápido?

Ella insiste en tener sexo en la cama y deja escapar un chillido de sorpresa


cuando la cargo y la llevo hasta su cama, su chillido se convierte en una
suave risa y sus dedos recorren mis mejillas y yo no puedo apartar mi
mirada de ella, observando sus ojos grisáceos, sus mejillas sonrosadas y su
cabello negro esparcidos por la almohada.

—Me gusta cuando me miras así.

Yo distingo esa mirada, ese anhelo en su voz y la forma que sus piernas se
envuelven alrededor de mi cadera.

—Me gustas —me dice antes de besarme—. Y me gusta estar contigo y sé


que yo te gusto.

No es una gran declaración, pero es más de lo que podría pedir de ellas, más
de lo que pensé que ella me daría.

—No te des por vencido conmigo.


—Nunca.

Algo ha cambiado entre nosotros y como muchos otros cambios, no sé en


qué momento empezó, pero lo puedo sentir en el aire a nuestro alrededor y
en la forma que ella me mira o como sostiene mi rostro antes de besarme.

—Nunca, Paulina.

Regresamos a la sala varios minutos después y a pesar que ambos creíamos


que nadie iba a notar nuestra ausencia, al regresar, todos nos miran.

—Jordán me estaba ayudando a buscar. .

—¿Tu pudor? —le pregunta Miguel.

—No seas idiota, me ayudaba a buscar. .

—¿A mi segundo sobrino? —pregunta Will.

—Oh, váyanse a la mierda. No tengo porque darles explicaciones de porque


tengo sexo con mi esposo en mi apartamento.

Todos se ríen, en especial Miguel y Will.

—Haces eso porque te hace falta Jesús —le dice Atenea.

Raymond se gira hacia ella y chocan sus manos.

—Amén, Nea.

Ellos siguen bromeando sobre la situación, pero a mí no me importa,


porque solo me interesa la forma que Paulina sostiene mi mano o como
recuesta su cuerpo sobre mi costado.

—Ellos son unos idiotas, dejémoslo y vayamos a casa.

Hay una llama ardiendo entre nosotros, es suave y cálida, casi de una forma
familiar y nos envuelve en ella por completo.
—Sí, vamos a casa, Paulina.

Entonces ella me sonríe y sé que hay algo más que una mentira para
mantener la custodia de mi hija, algo más que un acuerdo sobre sexo. . Hay
algo más entre nosotros, algo real y que podría ser maravilloso.
CAPÍTULO 31
Una de las primeras cosas que quiso hacer Atenea, es conocer en persona a
Luna, porque ellas ya han hablado por video llamada y Lu logró conquistar
el corazón de Ate, es por eso que le pedí a mi prima que me acompañe a
recoger a Luna.

Estamos esperando a que sea la hora de salida de Luna cuando veo a la


madre de Judy, la compañera de Luna que siempre la está molestando y
haciéndola sentir mal.

—Mierda, que mala suerte, ahí viene la desagradable madre de Judy.

—¿Quién es Judy? —me pregunta Atenea.

—La mocosa que siempre molesta a Lu, y Melisa, su madre, no es mucho


mejor que ella y ahí viene, déjame poner una sonrisa hipócrita en mi cara.

Desde que nos conocimos no nos agradamos, la razón principal es que ella
defiende a su Chucky y no admite que la niña está haciendo algo mal.
Incluso una vez exigió que Luna se disculpe con Judy por algo que su
mocosa endemoniada había hecho.

—Paulina que bueno verte, hace días que no te dejas ver. ¿Todo bien?

Melisa es alta, de figura esbelta y cabello negro corto que le llega un poco
más abajo de la barbilla, es muy hermosa.

Una de las primeras cosas que crítico Melisa fue mi argolla matrimonial
negra y la ausencia de un anillo de compromiso.

—Sí, todo bien. Mira, te presento a Atenea, mi prima. Ate, ella es Melisa,
madre de una compañera de Luna.

Melisa le dedica una falsa sonrisa a Atenea y extiende su mano con


delicadeza, Ate me mira de reojo antes de estrechar la mano de Melisa con
demasiada fuerza.
—Es bueno conocerte. Y dime, Paulina, ¿ya hiciste el donativo para el
evento de recaudación de fondos? Porque asumo que no vas ayudar de otra
forma.

Detesto su forma pasivo-agresiva de actuar.

Jordán ya me había hablado de la recaudación de fondos y sí, ambos


acordamos dar un donativo porque no somos muy participes de socializar y
convivir con otros padres para ayudar de otra forma. Pero eso no es algo
que pienso admitir frente a Melisa.

—Lamento decirte que te equivocas, aparte del donativo iba hablar contigo,
para ver en qué más podemos ayudar. No hay nada más importante para
Jordán y para mí, que involucrarnos en los eventos que hay en la escuela de
Luna.

Por supuesto ella es la presidenta del consejo de padres de familia. Melisa


sonríe y junta sus manos cerca de su pecho con falsa alegría y busca algo en
su cartera.

Atenea me jala de la chaqueta, pero yo la ignoro.

—Mira, justo estaba buscando un voluntario para el evento principal de la


recaudación de fondos —me dice ella mientras saca una hoja y me la
entrega—. Y

ya que dices que Jordán también quiere participar, esto será perfecto para él.

Yo reviso la hoja y me maldigo en mi mente por mi gran bocota.

—Claro, sí piensas que es demasiado difícil para ti coordinar eso o


conseguir voluntarios, puedo dárselo a alguien más. Son pocos días para
organizar todo.

¿Pocos días? La recaudación de fondos es en dos días. No tengo casi nada


de tiempo y ella lo sabe, no espera que yo acepte.

—No, déjalo, yo puedo hacerlo.


—Bien, te pasaré el resto de formularios a tu correo.

Ella no hace ademán de despedirse de mí con un beso en la mejilla como lo


hace con Atenea, porque la primera y última vez que lo intentó, la amenacé
a ella y a toda su descendencia.

Cuando Melisa se alejado lo suficiente y sé que no me puede escuchar


maldigo en voz alta.

—¿Qué tienes que hacer?

—Jordán no estará nada feliz con esto.

Le entrego la hoja a Atenea y ella se empieza a reír muy fuerte, llamando la


atención de algunas personas.

—Subasta del hombre más deseado. Oh, santo cielo, pagaré lo que quieras
por ver la reacción de Jordán al saber que va a participar en esta subasta.

—No te rías de mi desgracia.

—¿Por qué aceptaste esto?

—Melisa siempre actúa como si fuera mejor que yo y su hija es un


verdadero fastidio.

Sé que a Jordán eso no le parecerá razón suficiente para que yo lo haya


ofrecido como voluntario en una subasta y a mí tampoco me hace mucha
gracia ver a mujeres pujando dinero para estar con él, pero es por una buena
causa: el que yo le demuestre a Melisa que soy mejor que ella.

—Y aún tienes que conseguir otros seis voluntarios.

Mierda. Es verdad, debo conseguir otras seis personas que quieran


participar en esto. Empiezo a pensar en aquellos que puedo obligar a
participar, como Miguel y Travis. Aunque también puedo obligar a Will o
hacer que Mae lo obligue y Raymond no será muy difícil de convencer, en
especial sí tengo a Ate de mi lado.
Pero me siguen faltando dos hombres. ¿A quién más puedo pedirle que sea
voluntario?

Milo. Él no me va a decir que no.

—Solo me falta conseguir un voluntario para la recaudación de fondos.

—Sí que trabajas rápido. Asumo que entre tus voluntarios están mi
hermano, Travis, Ray-Ray y Will. ¿Quién es la otra persona que tienes en
mente?

—Milo. ¿Sabías que va a ser padre? Me siento feliz por él, pero para pedirle
este favor, voy a fingir que me afectó un poco la noticia y que él puede
hacerme sentir mejor ayudándome con la recaudación.

—Olvidé que tú escribiste el manual de manipulación 3000. Bueno, ahora


solo te falta una víctima, es decir, un voluntario.

Sigo pensando en la persona que me falta y en cómo le diré a Jordán,


porque dudo que salte en un pie por la felicidad cuando estuche en lo que va
a participar y peor se pondrá cuando vea las preguntas que debe responder.

—También me falta saber cómo le voy a decir a Jordán. Ya habíamos


acordado solo dar el donativo porque no nos gusta este tipo de eventos.

Escuchamos la voz de Luna e interrumpimos nuestra conversación para


saludar a Lu, que corre hacia nosotras con una hoja en la mano.

—Atenea —dice Lu cuando ve a mi prima.

Ate abre los brazos y saluda de forma efusiva a Lu mientras le dice lo feliz
que está por conocerla cara a cara después de verla solo a través de una
cámara.

—Ate vino a invitarte a comer pizza, Lu. ¿Quieres ir?

Le pregunta ya conociendo la respuesta, y en efecto, Luna grita que si con


emoción.
—Ama la pizza —le digo a Ate cerca de su oído.

En el trayecto, Ate le pregunta sobre su cumpleaños y ella empieza a contar


sobre la temática y como esta vez no la va a cambiar, aunque eso está por
verse.

—Y Paulina me va a dar un hermanito o hermanita como regalo.

Tengo que decirle a Lu que lo mejor será no contar esa parte de la historia.

Atenea gira su cabeza hacia mí como la niña del exorcista y veo de reojo
que tiene los ojos muy abiertos y mira mi vientre plato.

—No seas tonta Ate, no hay bebé.

—Todavía no —agrega Lu—. Los bebés tardan mucho en llegar.

Atenea se lleva una mano a su pecho con cierto toque dramático muy
característico de ella.

—Vaya que susto me disté Ate, ya en mi mente empecé a organizar el


babyshower.

Y no dudo ni por un segundo, que eso sea cierto.

En la pizzería, mientras esperamos nuestra orden, Lu me pide permiso para


ir a la sección infantil a jugar en la piscina de pelotas y yo le digo que sí.

—¿Hermanito o hermanita? No sé qué me sorprende más, que le hayas


ofrecido ese regalo o que no pareces espantada con la idea.

—Yo no le ofrecí nada, ella me empujó a ofrecerle ese regalo y no estoy


asustada porque no va a pasar. No me han hecho una lobotomía, sigo siendo
yo.

Ate pone sus codos sobre la mesa y recuesta su mentón en sus manos
mientras me observa con una sonrisa.

—Has cambiado y es lindo de ver.


Yo pongo los ojos en blanco, pero le devuelvo la sonrisa.

—Dejemos de hablar de mí, ¿tú cómo estás? ¿Con cuántos galanes te has
acostado desde que terminaste con tu novio?

Conozco Atenea muy bien para saber que a pesar que no parece afectada
por romper con su ex, ella tampoco está del todo bien. Más que nada,
porque vio como aquello que siempre había querido, no es lo que realmente
quiere.

Ella chasquea con la lengua y mueve un poco la cabeza.

—¿Qué galanes? Acabo de terminar una relación hace menos de dos meses,
aún sigo en periodo de luto.

—¿De qué estás hablando? ¿Luto? Si no se ha muerto nadie, excepto por lo


visto tu vida sentimental, aunque eso siempre ha tenido un pie en la tumba.

—Tampoco quiero correr y acostarme con nadie.

—Lo entiendo.

—Tal vez me haga monja.

Lo peor no es el comentario, es la expresión de seriedad en la cara de


Atenea al decirlo.

—¿Por una relación que terminó? Eres tan dramática. Ahora serás la Virgen
Atenea, patrona de las épocas de sequía a quien le pedimos paciencia
cuando estamos en momentos de abstinencia, a quien rogamos por un poco
de acción, cuando llevamos tiempo sin que alguien nos baje la ropa interior.

No puedo aguantar más mi risa y suelto una carcajada a la que poco tiempo
después se une Atenea.

—Te extrañé mucho, en El Cairo tienen un sentido del humor diferente. A


veces toman todo tan literal.

—¿En El Cairo dijiste que querías ser monja?


Ella me dice que sí y yo me vuelvo a reír.

—Ya voy a ver sí te sigues riendo cuando Jordán te diga que no.

—Jordán no va me dice que no.

—Siempre hay una primera vez para todo.

Y espero que no sea está, porque no le voy a dar la satisfacción a Melisa de


decirle que no podemos colaborar. Esa mujer no me dejaría olvidar esto ni
mil años después.

—Jordán es un hueso duro de roer, peor, ¿me has visto? Soy irresistible.

—Sí tú lo dices.

Atenea parece estar de muy buen humor hoy y no quiero preguntarle nada
que le pueda cambiar el ánimo, me gusta verla sonreír de la forma en que
sonríe ahora.

Es bueno estar en una relación, pero por ahora, la única persona con la
que me interesa estar, conocer y amar, soy yo —me dijo Atenea hoy en la
mañana mientras esperábamos nuestro café.

También me dijo que ya no tiene expectativas sobre las relaciones o las


personas, pero lo que me dejó pensando fueron las cuatro preguntas que me
dijo que leyó en un libro sobre relaciones sanas. Las preguntas iban
dirigidas para saber si una relación es buena para nosotros y nos hace
felices, eran preguntas sencillas:

¿Desde qué estás con tu pareja, tu vida ha mejorado? A su lado, ¿puedes ser
tú mismo? ¿Sientes que esa persona te admira? ¿Esa relación te aporta paz y
bienestar? Yo pensé en Jordán cuando ella me hizo esas preguntas y las
respuestas me hicieron muy feliz.

—¿Podemos ir a la pastelería de mi tía Astrid? Podríamos comer postres ahí


sugiere Luna cuando salimos de la pizzería.


Yo miro a Atenea porque no sé si tenga ánimos de ver a la nueva novia de
su ex.

—Por mí no hay problema, me vendría bien un postre.

Yo también digo que sí y empiezo a conducir hacia la pastelería de Astrid.


Sé que Atenea no hará ningún show, ella se lo tomará de la mejor manera
posible y será muy cordial con Astrid. Sí yo estuviera en su lugar, no sé si
haría lo mismo.

Al llegar a la pastelería, Luna corre a saludar a su tía que se encuentra


detrás del mostrador.

—Que agradable sorpresa, no esperaba verlas —nos dice ella mientras toma
a Luna en sus brazos—. Hola, Atenea es bueno verte de nuevo. Me alegra
que estés aquí.

Por supuesto que Astrid también es amable con la ex de su casi algo.

—Pidan lo que quieran, la casa invita. Es un regalo de bienvenida de mi


parte.

Astrid me da tanta ternura.

—Gracias, cuñada.

Atenea se acerca a la vitrina a observar los postres y yo le digo que tomaré


lo de siempre, mis amados rollos de canela.

Giro mi cabeza ante el sonido de las campanillas y veo a Will entrar con
Raymond, quien lleva una caja con magdalenas para Astrid, él no nota a
Atenea hasta que Will lo golpea con el codo. Que sutil. Atenea finge estar
muy concentrada en los postres que lleva tiempo observando.

Luna saluda a su tío y a Raymond, y él se acerca a Astrid para darle las


magdalenas y le dice que las preparó él mismo, que lo hizo porque ella
siempre está haciendo postres para otros y es momento que alguien haga
postres para ella.
—Pero miren a quienes tenemos aquí, si son dos de mis hombres favoritos.
Me alegra tanto verlos —les digo mientras me acerco a ellos—. Creo que
jamás les he dicho lo guapos que son. Deben tener a más de una mujer
suspirando por ustedes.

Ambos comparten una mirada y se cruzan de brazos mientras me miran.

—Solo dinos que es lo que quieres, cuñis.

—Y a parte guapos, inteligentes —yo les doy una de mis mejores sonrisas
antes de continuar—. ¿Les interesa ayudar en una recaudación de fondos en
la escuela de Lu? Es para una buena causa.

—Sí. .

Raymond detiene a Will y niega con la cabeza.

—Primero dinos, ¿qué tenemos que hacer?

Oh Raymond, me alegra que Ate te haya hecho sufrir en el pasado.

—Es algo sencillo, vamos digan que sí.

Pero ambos siguen exigiendo saber de qué se trata y yo saco la hoja para
que lean.

—No me convence la idea de ser expuesto como un pedazo de carne.

—No lo veas así Raymond, las ofertas serán para una buena causa y él que
más recaude será escogido como el más apuesto de San Francisco. Y con
los guapos que son ustedes seguro quedan entre los cinco mejores.

Ellos no lucen muy convencidos con la idea.

—No sé.

—Will, es para pelear con la madre de la niña que molesta a Lu. Además, sí
no me ayudas, le diré a Mae que fuiste tú quien rompió sus gafas oscuras
favoritas y no un mapache como le dijiste.
Will me mira algo asustado.

—Cuñis, no hay necesidad de amenazas, por supuesto que te ayudaré, me


encanta la idea. Anótame.

—Genial, te mandaré el formulario que debes llenar. También te mandaré el


tuyo Raymond.

—Yo no he aceptado nada.

Yo le hago un gesto con la mano para restarle importancia a eso.

—Pero vas aceptar. ¿Verdad? ¿O también tengo que amenazarte con algo?
Porque te advierto, tengo muchas municiones preparadas.

—Sí, está bien, acepto. De todas formas, ustedes, las primas Montenegro,
nunca pierden.

Yo salto de emoción y me alejo de ellos para llamar a Travis, sé que él no


será difícil de convencer. Quien me dará un poco de problemas es Miguel,
pero al final sé que ayudará o eso espero.

Cuando termino la llamada con Travis, llama mi atención la forma que


Astrid mira en dirección a donde están sentados Atenea y Raymond,
mientras Will conversa con Luna a unos pasos de ellos.

—¿Todo bien, Astrid?

Ella me mira, como si recién fuera consciente de mi presencia y me da una


media sonrisa.

—¿Has escuchado sobre la ley de lo que buscas, Paulina?

—No.

—Bueno, dice que siempre encuentras lo que buscas cuando buscas otra
cosa o cuando dejas de buscar.

Ya veo por donde va su dilema.


—Y tú siempre buscaste a Ray y ahora que lo tienes te da miedo perderlo.

Yo no pregunto, afirmo y ella se da cuenta de eso.

—Me da miedo no significar para él, lo mismo que él significa para mí. Me
da miedo no ser el amor de su vida.

Pongo una mano en su hombro.

Antes que yo responda, Raymond mira en dirección a Astrid y le da una


gran sonrisa.

—Mi terapeuta me dijo que "el amor de nuestra vida" es solo una etiqueta
que le damos al amor romántico. Que en la vida podemos tener varios
amores y que se sienten diferentes porque nosotros somos diferentes con
cada uno de ellos.

Recuerda que jamás encuentras a la misma persona dos veces, ni siquiera en


la misma persona, Astrid.

Sé qué no es el único miedo que ella tiene y que aquellos miedos,


dependiendo de cómo vaya su relación con Raymond, podrán desaparecer o
fortalecerse. Todo depende de cómo se lidie con ellos.

Yo le pregunto a Will si puede dejar a Luna en casa de Jordán porque yo


debo ir donde Miguel y Atenea quedó en cenar con su mejor amigo. Él me
dice que sí, y yo me despido de Lu para ir donde Miguel, quien se
sorprende por mi visita.

—¿Quieres que te cuente algo? —le pregunto mientras me acomodo en su


cocina.

Miguel está cocinando una receta que vio en internet y llamó su atención, él
a veces hace eso.

—Me ofende tu pregunta. ¿Acaso tú le preguntas al santo sí quiere que le


enciendas una vela?
Me siento en el mesón y él extiende una cuchara para darme a probar la
salsa y yo levanto mi dedo en señal de aprobación después de probar.

—Ofrecí a Jordán como voluntario para una subasta del hombre más
deseado, en una recaudación de fondos benéfica en la escuela de Luna.

Miguel deja de hacer lo que está haciendo y me mira para ver si estoy
bromeando, cuando se da cuenta de que no, se empieza a reír muy fuerte.

—Pobre hombre, que mal habrá hecho en su vida pasada para merecer ese
karma.

—¿Y quieres escuchar otra cosa divertido?

—Por supuesto.

—Raymond, Travis y Will también van a participar.

Miguel se vuelve a reír y saca algunos vegetales de su nevera que empieza a


picar con mucha pericia.

—Paulina, te conozco y la respuesta es no.

—No he preguntado nada.

—No es necesario, sé que viniste para que yo también participe y la


respuesta es no.

—Ni siquiera sabes de qué trata, Miguel.

Él vierte las verduras que ha picado en un sartén para sofreírlas.

—Bien, dime en qué consiste.

—Déjame empezar diciendo que es para una buena causa, y lo único que
tienes que hacer es ser tan guapo como siempre y dejar que algunas mujeres
pujen dinero por ti.

—Suena denigrante.
—No seas exagerado.

No sé qué está cocinando Miguel, pero huele muy bien, así que me
autoinvito a cenar con él.

—Miguel, ¿acaso no me quieres?

—Te quiero y la respuesta sigue siendo no.

Me cruzo de brazos y lo miro algo molesta, pero él sigue cocinando


ignorando mi actitud.

—¿Sabes a quien vi hoy en el centro? A Iris Ross. ¿Te acuerdas de ella?

—De cara no la recuerdo, sí la veo no la reconozco, pero recuerdo que ella


estaba enamorada de ti y tú la rechazaste. Rompiste su corazón en la
secundaria. ¿La saludaste?

Miguel niega con la cabeza.

—No, solo la vi, tiene un bonito anillo de compromiso, se va a casar.

—¿Por qué estamos hablando de Iris?

Lo veo encogerse de hombros.

—Lo mencioné para distraerte, y ayudarte a dejar de hacer pucheros y


aniquilarme con la mirada.

A veces olvido lo bien que me conoce Miguel.

—Me vas a ayudar. ¿Verdad?

Él no responde y me pide que siga poniendo la mesa, y mientras yo estoy


colocando los platos, pienso que llevo tiempo sin cenar con Miguel, Travis
o Mae.

Creo que he dejado que los problemas, el trabajo y otros asuntos absorban
mi tiempo y energía que me dejan sin ganas de hacer nada más.
—Miguel, por favor.

—¿Por qué es tan importante esa recaudación de fondos para ti?

Yo procedo a contarle sobre Melisa, su hija y la rivalidad que tengo con esa
antipática mujer y lo que me dijo hoy cuando fui a recoger a Luna.

—Y tú cómo mi primo y mi mejor amigo, debes apoyarme. ¿Acaso no soy


tu mejor amiga?

—Eres mi mejor amiga.

—Y también la única que tienes, por eso debes ayudarme.

—Te advierto que voy a conseguir nuevas amigas, pero está bien, te
ayudaré.

Yo me levanto y lo abrazo, algo que lo toma por sorpresa y le digo que es


solo porque estoy feliz porque él me esté ayudando.

—Y aunque consigas diez amigas nuevas, ninguna mejor que yo.

Anoto en mi mente un "voluntario" menos en mi lista y ya solo me falta


conseguir.

Lo ayudo a recoger los platos y aunque me ofrezco para lavarlos, pero él me


dice que no.

—Pau, ¿no has vuelto a ver a Gideon?

—No, desde lo que pasó esa vez no lo he visto. ¿Por qué?

Miguel me mira de soslayo antes de responder.

—Curiosidad, solo eso. No te acerques a ese hombre, es peligroso.

—Lo sé.
—Una cosa más y esto te digo porque te quiero, no puedes vivir huyendo de
lo que sientes.

—Miguel, ahora no.

Mi respuesta sale en un tono bajo y algo roto, con un ligero toque de


cansancio que oculta un dolor detrás de aquella sencilla respuesta.

—¿Entonces cuando?

—No lo sé, ¿sabes lo que sí sé? Que odio que Jordán y yo seamos un cliché.

Tal vez sí no fuéramos un cliché, todo sería diferente.


CAPÍTULO 32
De camino a casa de Jordán, voy preparando mi discurso para saber cómo
puedo convencerlo. Al menos solo tengo que convencerlo a él porque dudo
que Milo me diga que no, sí le digo que es para una buena causa, y Atenea
me mandó un mensaje para decirme que Mike, el esposo de Tracy se
ofreció como voluntario.

Eso es un buen hombre.

—Cariño, ya llegué a casa.

Sí fuéramos una pareja como las demás, Jordán no vería nada raro en mi
saludo, pero como no somos como los demás, me mira con suspicacia
mientras me acerco a saludarlo.

—¿Luna ya está dormida?

—Sí, hace una media hora. ¿Cómo estuvo tu cena con Miguel?

Me pregunta él mientras subimos las escaleras camino a su habitación.

—Bien. ¿Sabes que sucedió hoy? Hablé con Melisa, sobre la recaudación
de fondos.

—¿Sobre qué hablaron?

Jordán se empieza a quitar la corbata y yo me acerco a él para desabrochar


los botones de su camisa.

—Bueno, nos ofrecí como voluntarios para organizar uno de los eventos de
la recaudación. ¿No es eso genial?

Él me conoce lo suficiente como para saber que estoy intentando y aparta


mis manos de su pecho y me mira a los ojos.

—¿Y qué se supone que tenemos que hacer?


Yo intento acercar mis manos a su pecho, pero él no me deja.

—Solo tienes que ser igual de guapo, sexy y adorable como siempre y dejar
que mujeres pujen dinero por ti.

—Tengo que dejar. . ¿Qué? No, no y no.

Lo veo retroceder y colocar sus manos sobre sus caderas mientras me mira
serio.

—Es una recaudación de fondos dónde se va a elegir al hombre más


deseado mediante una subasta.

—Creo que no escuchaste la parte dónde dije que no.

—Y creo que tú no escuchaste la parte donde te dije que nos ofrecí como
voluntarios. Ya no puedo retractarme. Debes participar.

Jordán pasa una mano con frustración por su cabeza y la mueve un poco en
señal de negativa.

—No.

—Jordán, así está la cosa, me ayudas o te tocará dormir en el sillón por una
larga, muy larga temporada.

Él suelta una risa irónica y levanta una ceja.

—¿Hablas en serio? ¿Me estás botando de mi propia habitación sí no hago


lo que tú dices?

—Sí, porque no puedo estar durmiendo en la misma cama con un hombre


que no quiere ayudar a una buena causa y más sí es de la escuela de su
única y amada hija.

Estoy siendo más dramática de lo normal y Jordán se da cuenta.

—Y te advierto, Jordán, no hay sexo si no me ayudas, pero sí participas,


haré que valga la pena.
—Vaya que suerte tengo, ¿sin sexo y me toca dormir en el sofá? Bien, lo
tomo. Te recuerdo que estuve en el ejército, esto no es nada para mí.

Yo le lanzo una almohada y le digo que es por si se siente solo en el sofá, y


que no hay manta porque ya está acostumbrado al frío de su corazón.

—Bien, veamos quién se rompe primero.

—No seré yo, cielito lindo, porque la extorsión no va conmigo —espeta él.

Yo le sonrió de forma lasciva y llevo mi mano hacia el cierre de mi falda


antes de bajarlo muy despacio y dejo caer la falda.

—Es dulce de tu parte, creer que te puedes resistir a mí, Jordán.

Deslizo mis dedos hasta mi blusa y la quito de mi cuerpo, me inclino a


recoger la falda y le doy la espalda a Jordán mientras doblo mi ropa y la
dejo en el pequeño sofá del rincón.

—¿Sigues sin querer participar de la subasta? Porque puedo ser muy


amable contigo si participas. Además, tu hermano, Miguel, el esposo de
Tracy, Raymond y Travis también están participando. Solo faltarías tú y
Milo, pero él nunca me dice que no.

Mi última oración obtiene el efecto que yo esperaba.

—¿Milo? ¿Vas a invitar a tu exnovio?

Yo me encojo de hombros y lo miro con falsa inocencia.

—Sí, necesitaba siete voluntarios.

—¿Y pensaste en él?

—De nuevo, la respuesta es sí, y no entiendo cuál es el problema.

Veo como él adopta casi de forma sutil, su porte como abogado y yo me


siento intrigada por saber lo que está pensando.
—Está bien, acepto. Me encantara que mujeres hermosas pujen dinero para
pasar tiempo conmigo. Será divertido.

La sonrisa abandona mi cara y me pongo sería.

—Jordán —digo en tono de advertencia.

Y es su turno para mirarme con falsa inocencia.

—Pero está bien, porque es para una buena causa. Y en la escuela de Lu


hay unas madres solteras, divorciadas y viudas muy hermosas.

—Se lo que estás haciendo, Jordán y no va a funcionar. Te lo he dicho, no


soy una mujer celosa.

Y cortaré las manos a quien se atreva a tocar de más.

—No estoy haciendo nada, cielito lindo. Nada más que ayudar en la
recaudación de fondos en la escuela de mi única y amada hija —dice él
imitando mi tono de voz.

Yo aprieto mi mandíbula y me trago un par de comentarios que quiero


hacerle.

—Milo no me hubiera dicho eso, él siempre era muy complaciente.

Oh, ahí estás vieja Paulina.

Jordán suelta una pequeña risa y da un paso largo hacia mí, quedando a solo
centímetros de mi cuerpo, me mira de pies a cabeza con esa mirada felina
que me encanta. Jordán acerca sus labios a los míos y creo que me va a
besar, pero los lleva hasta mi oído.

—Yo no soy Milo, pero ya que estamos en eso, Cecilia no me obligaría


hacer este tipo de cosas.

El imbécil de Jordán me acaba de dar una cachetada con guante blanco y yo


debo hacer un enorme esfuerzo para no demostrar cuánto me afectado su
comentario.
—Bueno, entonces ve con ella. La puerta está abierta. No hay nadie aquí
que te detenga.

Ambos nos sostenemos la mirada, y sus siguientes palabras me toman con


la guardia baja.

—Date la vuelta —me dice y yo lo miro con un toque de curiosidad, pero


no cuestiono nada y hago lo que él me dice, sonriendo en mi interior por
saber lo que viene—. Pon tus manos en el tocador.

Él me está mirando atreves del espejo y su mirada provoca un escalofrío en


mi espalda. Yo hago lo que él me pide y Jordán sonríe de forma sórdida.

—Ahora se buena y abre las piernas para mí, cariño —susurra en mi oído y
sus dedos se deslizan por mi espalda hasta mi trasero.

Sus ojos están aún más oscuros y se clavan con fiereza en mis ojos
grisáceos.

Jordán sonríe complacido cuando ve que yo abro las piernas tal y como él
me pide.

—Tengo tanta suerte al tenerte como esposa. Tan hermosa y mojada.

—Jordán.

—Fuiste tú quien dijo que sí aceptaba participar, harías que valga la pena y
seamos sinceros, ambos queremos que esto valga la pena.

Yo observo como él se quita el cinturón y los pantalones, quedando solo en


bóxer detrás de mí. Yo recorro su cuerpo con la mirada a través del espejo.

—Voy a disfrutar mucho esto, tanto así que nuestros encuentros pasados se
sentirán como un juego de niños.

Su mano se enreda en mi cabello y tira de él hacia atrás para tener acceso a


mi cuello, el cual empieza a besar.

—Me gusta como suena eso, Jordán.


Arqueó la espalda hacia él, necesitando más, él sonríe con malísima y
desliza muy despacio mis bragas lejos de mi cuerpo. Pone su mano en una
de mis piernas y crea un camino de besos húmedos hasta mi trasero.

—Jordán.

—Paulina. .

Y él no mintió, hizo que valga la pena cada maldito segundo, no poder


caminar con normalidad al día siguiente es un sacrificio que estoy dispuesto
a cumplir.

—¿Cuál es mi cita ideal? —me pregunta Jordán mientras lee el cuestionario


para la subasta del hombre más deseado—. No sé qué responder a eso, ni
siquiera sé porque debo responder a esto.

Yo le paso su taza de café y dejo mis manos sobre sus hombros.

—No te preocupes, ya lo he llenado por ti y ya se lo envíe a Melisa.

Siento su cuerpo tensarse y me toma del brazo para moverme frente a él.

—Dime, por favor, que no hiciste eso.

—No entiendo cuál es el problema, son preguntas sencillas, como color de


ojos, altura y eso. Cómo tu esposa, obvio sé esas cosas de ti.

Me he dado cuenta de que siempre sonríe, aunque sea un poco, cuando yo


digo que soy su esposa o lo llamo a él mi esposo.

—Me preocupa porque te conozco. ¿Qué pusiste aquí en la pregunta de la


cita ideal?

—Cualquier lugar o momento siempre y cuando esté con mi esposa —


respondo con una sonrisa.

—No puedes poner eso.

Yo me cruzo de brazos y lo miro sería.


—¿Puedo saber por qué? ¿Acaso es mentira? Porque sí me dices que tu cita
ideal no tiene que ver conmigo, eso será lo última que dirás.

Él se ríe, está de muy buen humor está mañana y yo escondo una sonrisa al
saber la razón de su buen estado de ánimo.

—Lo bueno es que no eres celosa —me dice él—. Y no creo que las
mujeres interesadas en pujar dinero para pasar tiempo conmigo, quieran
saber que esa es mi cita ideal.

Yo ignoro lo que acaba de decir porque no me interesa lo que otras mujeres


piensan y puse eso con la intención clara de señalar que él está casado y
deben mantenerse alejadas sus manos lujuriosas de mi esposo.

—Oye, Paulina, ¿tampoco vas a ir a tu grupo de apoyo está semana?

Me pregunta Jordán cuando me siento frente a él con cuatro wafles de


chocolate frente a mí. Mi terapeuta habló sobre cómo puedo dejar de comer
en números pares y como adquirí esa necesidad para tener cierto confort por
los problemas que tuve en el pasado con la comida y mi miedo a que
regresen.

Debí saber que Jordán se daría cuenta de que he estado faltando a mi grupo
de apoyo, pero no le veo la necesidad asistir, no me ayudado mucho. Claro,
Miguel, dice que me ayudaría sí yo hablara en ese grupo, pero bueno, no es
Miguel quien perdió a su gemela.

—No, y antes que digas algo, no siento que me esté ayudando mucho.
Prefiero dejar de ir.

—Es tu decisión y yo la respeto, sí crees que es lo mejor para ti está bien.

—Respetas mi decisión, pero no crees que debería dejar de ir.

—¿Importa lo que yo piense?

Yo doy un leve asentamiento de cabeza.


—A mí me importa, Jordán. Mira, puede que parezca que no te escucho,
pero lo hago. ¿Recuerdas que me sugeriste hablar con mi terapeuta sobre lo
que sucedió con Gideon? Bien, lo hice y me ayudó mucho.

—También te sugerí que lo denunciaras, es lo correcto, es lo que se debe


hacer cuando alguien te agrede ya sea de forma verbal o física.

Miguel también me dijo lo mismo, y yo lo he considerado, porque tal y


como dice Jordán, es lo que se debe hacer. Pero Gideon no es solo abogado,
también es un político con muchos recursos y aunque me gustaría confiar
con plenitud en nuestro sistema legal, sé que al final haría algo para evitar
cualquiera pena. Así que estoy pensando en otra forma de condena.

Ningún agresor debe quedar impune —me dijeron Jordán y Miguel, y yo


estoy de acuerdo con ellos.

—¿Tú cómo estás? Y no me mires así, no estoy intentando evadir el tema,


solo quiero saber cómo estás.

—Yo también te escucho, Paulina. Estoy hablando sobre mi estrés post


traumático.

Yo no puedo evitar sonreír.

—¿Te ayudado?

—Mucho. Ya no tengo pesadillas todas las noches y la carga se ha vuelto


más ligera. La terapia ayuda.

—Te lo dije y ya deberías saber que casi siempre tengo razón.

Ponemos pausa a nuestra agradable conversación porque es momento de ir


a despertar a Luna para ir a la recaudación. Los demás nos encontrarán ahí
y les dije que llevarán sus hojas con las respuestas del cuestionario.

—¿Pero qué demonios llevan puesto? Es una recaudación de fondos en una


escuela, no una fiesta de solteras. ¿Acaso mandaron sus neuronas de
vacaciones?
Will, Travis y Raymond están vestidos con disfraces que seguro sacaron de
una tienda para eventos de strippers. No lucen indecentes, pero tampoco
están muy decentes que digamos.

Will está vestido con un pantalón caqui holgado, lleva una boina roja y algo
de pintura en su torso desnudo. Travis está vestido como un sexy marinero
y Raymond como un policía, incluso lleva unas gafas oscuras para
completar el look.

—Miguel nos dijo que teníamos que venir disfrazados —me responde Will
—.

Incluso nos ayudó a escoger los disfraces. Casi me obliga a venir de


vaquero.

Miguel que está parado justo detrás de mí, retrocede unos pasos y se
empieza a reír muy fuerte.

—Oh, chicos, no puedo creer que accedieran a vestirse así —se burla
Miguel entre risas—. No siquiera sé porque me creyeron.

—Claro que nos íbamos a vestir así porque pensamos que Paulina lo pidió y
ella nos asusta —le comenta Raymond.

—Yo no quería ser marinero, quería ser cocinero, pero no me dejaron.


¿Puedo ser cocinero la próxima vez?

¿Me pueden denunciar por promover la indecencia en una escuela? Espero


que no y sí es así, que suerte que mi esposo sea abogado.

Yo me acerco al telón rojo y observo a las personas que han asistido a la


recaudación, son mucha más de las que yo había previsto, creo que se debe
a la publicidad que hizo Melisa a los participantes para la elección del
hombre más deseado, que será el hombre que logré ganar más dinero en la
puja. Y eso me da una idea. Puede que no sea tan malo el que ellos hayan
venido así, porque entre más dinero recauden, mejor para mí.

—Miguel, quítate la camisa.


—¿Qué? Olvídalo, ya te estoy dando mi dignidad, no te daré también mi
camisa.

Yo lo miro molesta y le doy un golpe en el hombro.

—Miguel, entre más atrayente seas para esas mujeres u hombres, mejor.

—¿Me estás diciendo que no soy muy atrayente vestido de esta forma?

Yo me cruzo de brazos y suelto un ligero suspiro.

—Lo eres y está mal lo que te estoy pidiendo, porque entiendo lo hipócrita
de mi petición, ya que, si fuera al revés, esto crearía un gran alboroto. Pero
quiero ganar y no me interesa mucho ser moralmente correcta ahora. Así
que se buen primo y quítate la camisa o al menos desabrocha un par de
botones.

Miguel intenta contener la risa por la forma dramática en la que acabo de


decir todo eso y yo sonrió cuando veo que hace lo que le pido.

Miro alrededor en busca de Jordán, pero veo que aún no ha llegado, a quien
sí encuentro es a Atenea y me sorprendo al verla aquí junto Mae.

—Oye, Mae, ¿qué haces aquí?

—Vino a pujar dinero por su hombre, para que nadie se lo quite —responde
Atenea y se gana un manotazo de mi hermana—. Mae no seas grosera,
tienes la mano pesada.

Mae saca una cámara y me la enseña.

—Miguel me pagó para que grabe todo.

—¿Y que más te dijo Miguel?

—Que iban hacer el ridículo y eso es algo que no me puedo perder.

Tiene sentido para mí.


Veo a Astrid entrando con una bandeja de magdalenas y nos ofrece una
mientras nos saluda.

—Son los favoritos de Raymond —comenta Atenea—. Ayer en el museo


comentó que moría por comerlos, se pondrá feliz.

La sonrisa de Astrid se congela.

—¿Estuviste ayer con Raymond?

Vaya momento incómodo.

—Sí, pero solo por cuestiones de trabajo.

Astrid fuerza una gran sonrisa y asiente con la cabeza.

—Les llevaré el resto a los demás, para que tengan fuerzas antes de la
subasta —

nos dice ella antes de alejarse y caminar detrás del escenario.

Veo que Atenea la sigue con la mirada.

—¿Sabían que Raymond entró en un curso de repostería para poder cocinar


postres para ella? —nos pregunta Ate.

Sí, yo lo sabía porque Jordán me lo dijo, pero no le vi ningún sentido a


contarle eso a mí prima.

—No entiendo —murmura Mae.

—¿Que no entiendes?

Ella vuelve a guardar la cámara antes de responder.

—Todo lo que tiene que ver con el romance y las relaciones. Estuve
leyendo un libro y al terminarlo fui a leer los comentarios y no entendí
nada.
A Mae le cuesta entender todo lo relacionado con emociones y la forma de
actuar y reaccionar de las personas ante diferentes situaciones, entonces al
finalizar, ya sea una película, serie o libro, ella busca comentarios para
entender mejor las interacciones humanas.

—Por ejemplo, si un hombre lucha por el amor de una mujer es algo


romántico, hermoso y digno de admirar, pero sí una mujer lucha por el amor
de hombre, es alguien patético y que le falta amor propio. No entiendo
porque la reacción positiva o negativa hacia una misma situación depende
del género de la persona que realiza la acción.

No es una pregunta sencilla de responder porque eso no solo se aplica a las


relaciones, es algo que se puede utilizar en diferentes situaciones. Es algo
que está mal, es cuestionable y no sé habla mucho del tema.

—Tampoco entiendo porque es correcto y de igual manera romántico que


dos hombres luchen por el amor de una mujer, pero incorrecto y denigrante
que dos mujeres luchen por el amor de un hombre. Me parece curioso como
en esta sociedad está bien que una mujer se sienta superior a un hombre,
pero no que un hombre se sienta superior a una mujer.

Para cualquiera persona que no conozca a Mae, podría tomar a mal su


comentario, pero al igual que Atenea, ambas conocemos a Mae y sabemos
que lo único que está haciendo es comentar una duda que le molesta.

—Deberías hablar con Raymond sobre eso —le sugiere Ate—. Es


antropólogo, te dará una opinión científica que entenderás y va a satisfacer
tu curiosidad.

—Haré eso, me molesta no entender ciertas cosas.

—Igual que a muchos, pero deja de pensar en eso y vamos a sentarnos.

Atenea me dice que nos veremos después de la subasta y camina junto a


Mae a sus respectivos asientos.

—Pueden cambiarse si quieren, no quiero que se sientan incómodos o


expuestos.
No es correcto —les digo cuando regreso detrás del escenario.

—No nos sentimos así, en realidad nos estamos divirtiendo mucho —me
dice Will—. Apostamos por quién de nosotros van a pujar más dinero.

—¿De verdad no sé sienten incómodos?

Miguel niega con la cabeza y Travis me dice que la única incomodidad que
tiene es que no lo dejaron disfrazar de chef.

—Además, es para una buena causa.

Sí, para ayudar a los niños que no pueden pagar su tratamiento contra el
cáncer.

—Está bien y una cosa más, gracias por hacer esto por mí.

Mike, el esposo de Tracy llega y se une a los demás, por suerte, él está
vestido con un elegante traje. Poco después también llega Milo y sonrió al
verlo, él viste un traje oscuro que hace resultar sus ojos.

—Milo —lo saludo con alegría.

De alguna manera, ahora me da felicidad verlo.

—Paulina, es bueno verte. ¿Me veo bien?

—Te ves perfecto. Solo déjame ayudarte con la corbata.

Yo me acerco a él y pongo mis manos sobre su corbata para anudarla de


forma correcta, Milo nunca aprendió hacer bien el nudo y yo siempre tenía
que ayudarlo.

Alguien se aclara la garganta detrás de nosotros y yo giro mi cabeza para


ver a Jordán.

—¿Me perdí de algo? —nos pregunta él.

Yo muevo mi cabeza.
Él ya no tiene a Luna en sus brazos así que asumo que la dejó con su grupo
de compañeros.

—Solo le decía a Milo lo guapo y sexy que se ve. ¿Verdad, Milo?

Milo se ríe, ya conociendo como soy.

—Pero, sí yo tuviera que pujar dinero por uno de los dos, cosa que no voy
hacer porque la oferta mínima es de mil quinientos dólares, apostaría por mi
esposo que justo ahora me está matando con la mirada.

Me alejo de Milo y pongo mis brazos alrededor del cuello de Jordán, que
me mira serio y no muy divertido por mi cercanía a Milo.

—Es bueno estar que mi exnovio y mi actual esposo se lleven bien, me hace
la vida más sencilla.

Jordán me da una sonrisa algo forzada y me golpea con el codo de forma


sutil, yo suelto una ligera carcajada y le digo que los dejo para que se
conozcan mejor.

No sé cuál de los dos me odia más en este momento, sí Milo o Jordán.

—Oye, dice Raymond que en su presentación digas que es un policía muy


hábil con las manos y que sabe manejar muy bien su arma —me dice
Miguel.

Yo miro por encima de su hombro hacia donde está Raymond hablando con
los demás.

—Dudo mucho que él haya dicho eso.

—Está bien, no lo dijo, pero imagínate su cara cuando leen eso. Te daré
cien dólares si lo haces.

—Claro que no acepto, tengo principios.

—Te daré cien dólares que puedes gastar en dulces.


Me maldigo en mi mente por ser tan débil.

—Bien, pero sí se molesta diré que fue tu idea.

Veo que Travis está preparando cómo va a salir al escenario y le da algunos


consejos a Mike y Raymond para captar la atención del público.

—¿Tú también vas a bailar? —le pregunto a Jordán cuando se une a mí.

Él mira hacia donde le señalo para ver a Miguel sacando sus mejores pasos
de baile.

—Tiras demasiado de la cuerda, Paulina.

—Esa es mi especialidad.

Una mujer, que reconozco de forma vaga como otra madre del curso de
Luna, pasa con un portapapeles y un micrófono en la mano, cerca de donde
nosotros estamos.

—Ve a conquistarlos, cariño. Pero no conquistes demasiado y mantén esas


manos para ti, o dormirás en el sofá.

Le doy un beso rápido en los labios, pero él me detiene y profundiza el


beso.

—¿Marcando territorio? —le pregunto en son de broma.

—No veo razón para hacerlo.

—No, no la hay.

La subasta empieza y Travis es el primero en salir y deslumbrar a todos con


poses de marino que dudo mucho que lo verdaderos marinos hagan.

—Pondré ese vídeo en la fiesta de fin de año —dice Miguel a mi lado


mientras observamos a Travis, quien se ha tomado muy en serio todo este
asunto—. Eso primo, así se mueve un falso marinero. Eres mi ídolo. ¡De
grande quiero ser como tú!
Yo me río de las ocurrencias de Miguel.

Uno a uno, todos van pasando y es Miguel quien logra recaudar más dinero
y queda como el hombre más deseado, título que lleva con orgullo y que no
nos va a dejar olvidar nunca. Jordán queda en segundo lugar, ganando todo
un día con una mujer que no me desagrada del todo.

Y aunque Jordán queda en segundo lugar, para mí siempre será el primero.

—Abran paso al hombre más deseado —nos dice Miguel cuando llegamos
al restaurante para cenar—. Muévanse que este es mi momento para brillar.

Aunque yo brillo todo el tiempo, así de fabuloso soy.

Maeve amenaza con golpearlo sí no se queda callado y Atenea a su lado


pone los ojos en blanco hacia su hermano.

—Miguel es muy gracioso —murmura Lu.

—Sí, cariño, pero no sé lo digas porque ya tiene el ego muy grande hoy.

Ella asiente de forma obediente.

—¿Obtendré alguna recompensa está noche por quedar en segundo lugar en


la subasta? —me pregunta Jordán al oído— Tienes suerte de ser la esposa
del segundo hombre más deseado.

Yo suelto una pequeña risa.

—Creo que te ganaste una recompensa, después de todo, tengo suerte de ser
la esposa del segundo hombre más deseado —le respondo y le guiño un ojo.

Lo que tuve con Milo siempre fue frágil, siempre estaba atenta al momento
que eso llegara a su fin, pero lo que sea que tengo con Jordán, aunque
parezca extraño, es sólido.

CAPÍTULO 33
—Astrid es genial —murmura Atenea desde la sala sacándome de mis
pensamientos.

Yo termino de servir el café y regreso a la sala con ella, que está


envolviendo los lazos alrededor de las bolsas de regalo para la fiesta de
Luna que será en pocos días.

—Ate, solo somos nosotras tres aquí, no tienes que fingir que Astrid te
agrada, porque incluso sí ella es increíble, no tiene porqué gustarte.

Sin mencionar que Maeve ni siquiera está prestando atención a nuestra


conversación.

—Lo sé, pero ella es muy buena y eso hace que sea muy difícil que no me
agrade.

Le paso una taza de té porque Atenea no bebe café y me siento en el sillón


individual con mis piernas levantadas.

—Te entiendo, siento lo mismo hacia Cecilia. Cada vez que la veo me dan
ganas de romper cada uno de sus perfectos dientes. Y no pienso eso porque
yo sea una persona celosa.

No puedo recordar una vez, antes de Jordán, que yo haya sentido celos por
alguien más, la principal razón es que en ese sentido soy una persona muy
segura consciente de la suerte que tienen los demás al tenerme en sus vidas.
¿Por qué Jordán lo hace todo tan difícil?

—Pero no lo vas hacer, ¿verdad?

La pregunta llama la atención de Mae y mira en mi dirección.

—No, claro que no. Por ahora los dientes de ella están a salvo.

—El por ahora, es lo que me preocupa.

Yo dejo pasar su tono de preocupación y la miro esperando que me diga lo


que sé que quiere decirme.
—Astrid es genial en todos los sentidos y sé que ella podrá hacerlo muy
feliz, pero hay una espina en mi costado que me hinca con la idea que yo
también puedo. . Podría. Es que cada vez que los veo juntos solo pienso que
quien debería estar con él soy yo, no ella. Quien debería tomar su mano y
arruinar sus planes soy yo.

Cuando Atenea conoció a Raymond, él tenía reglas y ninguna intención de


entablar una relación con nadie. Atenea fue quien logró que él dejara a un
lado sus reglas y miedos. Lo que Atenea le molesta es que ella trabajó duro
por hacer que Raymond dejé caer sus barreras y supere sus miedos, para
que venga otra persona y solo disfrute de los frutos que ella con tanto
esfuerzo cosechó.

—Lo que más me duele es que nunca es nuestro momento, jamás seré yo —

finaliza Atenea.

—La definición de locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando


obtener un resultado diferente —comenta Mae.

El comentario de Mae va dirigido hacia Ate, pero yo dejo que las palabras
se filtren en mi mente y pienso que también tienen sentido para mí. Más del
que me gustaría admitir.

—¿Aún estás enamorada de él? —le pregunto.

Cuando le pregunté a Raymond sobre el tema, él me dijo que ambos ya no


están enamorados del otro, pero a veces cuando los veo creo que solo se
están intentando convencer de eso, porque de esa manera es más fácil.

Están practicando la autopreservación y una forma de no volver a lastimar


sus corazones.

—Paulina, no me preguntes eso —me dice ella y sus palabras suenan a una
súplica—. Por favor, no me preguntes eso.

Yo asiento con la cabeza y pasamos a otro tema, dejo la taza a un lado y


sigo decorando las bolsas de regalo para la fiesta de Lu.
Miguel me comentó que a Atenea le molesta estar ahora en segundo lugar
en la vida de Raymond, es un pensamiento egoísta con el que me puedo
identificar. No es que Ate piense que él debe estar por siempre suspirando
por ella, es solo que le cuesta ser la segunda por el lema de nuestra familia,
porque gracias a ese lema del segundo lugar es el primer lugar para los
perdedores, cada vez que no somos los primeros en algo, no sentimos la
peor basura del mundo. Y la terapia ayuda con eso, pero como yo tengo
muchos más problemas que ese, las horas de terapia al mes no parecen ser
suficientes.

—¿Qué le vas a regalar a Luna?

—Bueno, ella me pidió un hermanito o un gato, y ya te puedes imaginar


que le voy a regalar.

Él hermano ni siquiera está en discusión.

Eso es algo de lo que Jordán y yo no hemos hablado, en realidad, hay


muchos temas que prefiero no topar con él, como el tema de los hijos y el
tema de que somos. Sé que no es un mecanismo muy sano, pero me
funciona y me acojo a él porque me asusta saber sus respuestas. Ya que aún
es difícil para mí aceptar que sí yo decido empezar una relación con Jordán,
tendría que ser la madrastra de Luna, y eso me asusta mucho. Hay noches
donde no puedo dormir pensando en ser la esposa de Jordán de forma
oficial y no como estamos ahora.

—¿Jordán sabe que le vas a regalar un gato a Luna?

—No y seguro se va a enfadar cuando se entere, pero está bien por mí, hace
días que no tenemos una buena discusión.

No es un secreto para nadie que a mí me gusta discutir y tener la razón, y


Jordán es igual que yo, por lógica casi siempre estamos discutiendo y
muchos tratan de intervenir cuando eso sucede, es ahí cuando nosotros les
explicamos la diferencia entre una discusión y una pelea. Jordán y yo no
peleamos, al menos no ahora, solo discutimos y a pesar que algunas
discusiones se suben de tono, siguen siendo solo eso. Y lo mejor viene
después, cuando tenemos sexo de reconciliación.
—¿Alguna vez te imaginaste que, de todas, aparte de Tracy, quien estaría en
una relación estable y casi normal sería Maeve?

—Ni en un millón de años —respondo.

—Yo no estoy en una relación.

—Bien, estas casi en una relación.

—Tampoco.

Atenea y yo giramos nuestras cabezas hacia ella.

—No entiendo.

En momentos como este me gustaría que Maeve sea expresiva y así al


menos tendría un indicio de lo que ella siente con solo verla.

—Lo que yo no entiendo es porque las personas están esperando todo el


tiempo a que yo cambie. Las personas quieren que yo sea como ellos y
esperan a que de pronto, yo quiera las mismas cosas que ellos quieren.

Las respuestas de Mae casi siempre son monosílabas y es algo a lo que


estamos acostumbrados, nos toma un poco con la guardia baja su respuesta
larga dicha en tono carente de emoción y sin mover ni un solo músculo de
su cara.

—¿No quieres una relación?

—No.

—¿Y quieres a Will?

—Los sentimientos me confunden, pero creo que sí, aunque no quiero estar
todo el tiempo con él y tampoco quiero estar en una relación.

Mae no nos mira mientras responde y casi podría parecer aburrida del tema,
pero es solo parte de quién es.
—¿Will sabe eso? —le pregunto.

Ella asiente con la cabeza.

—Sí, le dije que quiero estar con él, pero sin etiquetas. Y que me de mi
espacio, mucho espacio.

Ya voy entendiendo su punto. Mae no quiere una relación porque son


confusas y ella no las entiende, ya de por sí es difícil para ella estar lidiando
con lo que sea que siente por Will, como para tener que lidiar con la idea
que tiene la sociedad sobre una relación.

—¿Se han besado?

—No, y sí él intenta besarme, lo mato.

—¡Mae!

—¿Qué? No quiero besarlo, eso suena asqueroso. Le dije eso y él solo se


empezó a reír, creo que tiene problemas.

—Tú también tienes problemas -le dice Ate—. Te ha picado el bicho del
amor.

Jamás creí vivir para ver este momento. Señoras y señores, existe un
hombre con la valentía suficiente como para querer una relación con
Maeve.

Maeve le lanza una almohada a Ate con fuerza.

—Ridícula —le dice mi hermana—. No me picado ningún bicho. Y solo es


cuestión de tiempo.

—¿Para qué?

—Para que Will vea lo diferentes que somos y que no vamos a "funcionar".

—Pero si él te ama. .
Mae la interrumpe.

—Esta es la vida real, no una tonta comedia romántica, Atenea. Las


personas se cansan de esperar y eso no está mal. Pero no quiero que él
desperdicie su tiempo esperando a que yo cambie.

—¿Crees que él quiere que tú cambies?

Mae me mira.

—En el fondo, todos esperan a que yo cambié.

Jamás en la vida me había sentido tan identificada con mi hermana, como


en este momento. Porque a pesar que no son situaciones iguales, yo también
siento lo mismo. Sé que las personas esperan a que yo, de la noche a la
mañana, quiera ser la esposa anegada y la madre devota y eso me hace
preguntar, ¿acaso no me conocen ni un poco? Esa no soy yo y aunque
quiera mucho a Luna, más de lo que quiero a algunas personas en mi vida,
eso no quiere decir que vaya a saltar en un pie por la felicidad al saber que
estar con Jordán significa ser su madrastra.

El único que me entiende es Miguel y es por eso que cuando en las noches
pienso en salir corriendo, lo llamo y él me ayuda a lidiar con mis miedos.

Al día siguiente Miguel me invita a almorzar porque dice que extraña


nuestras conversaciones y a nosotros se une Will.

—¿Por qué no invitaste a Atenea y Raymond? —le pregunto después que


hemos ordenado.

—Lo hice, pero ella me dijo que tiene planes con papá. Y Raymond iba a
salir con Astrid.

Miguel y yo compartimos una mirada.

—Ayer hablé con mi hermana —empiezo diciendo en dirección a Will—.


Ella cree que tú estás esperando a que ella cambie.
—Lo sé, me lo ha dicho y sé que será muy difícil convencerla de lo
contrario porque por años le hicieron creer que debía cambiar y ser como
los demás. Pero yo no quiero que ella cambie, me gusta tal y como es. Mae
es una obra maestra ante mis ojos.

Él no se equivoca, a Mae la llevaron a cientos de especialistas para tratar


que alguno les diga a mis padres porque mi hermana actuaba de la forma
que lo hacía. Mis padres, en especial papá, intentaban que Mae sea como
los demás.

Yo siempre le he dicho a mi padre que él es la razón de porque somos como


somos, de la forma que actuamos y los miedos que ocultamos. A él no le
importa y lo más probable es que no crea que eso sea cierto. En la mente de
mi padre, él jamás ha sido el malo en nuestras historias, solo un personaje
que no logró ser comprendido. Según mi padre, él es la víctima de la
historia y ni siquiera entiendo cómo llegó a esa conclusión, pero así es para
él. Mi padre también dice que mi abuelo era peor, y sé que en eso no miente
porque todos lo aseguran, y cuando yo era pequeña justificaba las acciones
de mi padre basándome en lo que él vivió. Justifique la forma que me hacía
sentir y lo que me decía, esforzándome por ser la mejor porque el segundo
lugar es el primer lugar para los perdedores.

—Will sé que puede ser difícil de entender y que parece que a Mae no le
importas, pero ella quiere estar contigo y lo admitió en voz alta, lo que es
todo un reto para ella.

—Sí, ella quiere estar conmigo y eso es todo lo que a mí me importa —nos
dice Will con una enorme sonrisa y un tono lleno de felicidad.

Las relaciones no son fáciles para nosotras, pero me alegra que Mae tenga a
alguien como Will a su lado.

—Y dinos prima querida, ¿cómo van las cosas con tu esposo?

Su pregunta me hace pensar en la última cita que tuve con mi terapeuta y


aquello que me dijo.
Debes aprender a sanar heridas, porque son justo esas heridas que aún
sangran que hacen que evites las relaciones sanas porque las consideras
aburridas y que no son lo tuyo — me dijo mi terapeuta y un poco después
agregó—. Estás tan acostumbrada al caos y a la inestabilidad de las
relaciones tóxicas, que crees que no podrías manejar otro tipo de relación y
es también por ese motivo que evitas otro tipo de relación.

Y yo lo estoy intentando, lo intento con tanta fuerza porque quiero que esto
funcione, quiero poder disfrutar de lo que tengo con Jordán sin la carga
emocional o las heridas a medio curar que me atormentan. Jordán sabe que
yo lo estoy intentando, él es muy comprensible sobre el tema y no me
atormenta exigiendo más de lo que puedo dar. Porque justo ahora, esto es lo
mejor que puedo ofrecerle.

—Estamos lo mejor que podemos dado que somos una relación casi real
ahora.

Ni Miguel o Will hacen un comentario por qué acabo de decir casi.

—Aún hay momentos dónde pienso en salir corriendo en la madrugada y


mudarme a España. Lejos de él y Luna, lejos de todo, pero entonces Luna
hace algo o Jordán me mira de esa forma que pone mi mundo de cabeza y
me encanta, y yo deshago mentalmente las maletas.

Jordán entiende que ambos tenemos diferentes formas de regular nuestras


emociones y enfrentar diversas situaciones. Es por eso que siempre
logramos llegar a un punto medio donde buscamos lo que ambos
necesitamos y con lo que nos sentimos cómodos. Aunque no siempre es
fácil y estamos trabajando en eso de forma constante.

—Lo estoy intentando y Jordán se da cuenta, él también lo intenta.

Solo espero que todo el esfuerzo que hacemos valga la pena.

Mi teléfono empieza a sonar cuando estoy de camino a mi apartamento a


recoger algunas cosas, veo con el ceño fruncido que es una llamada de la
casa de Jordán.
—Hola, ¿está todo bien?

Escucho a Lu soltar un pequeño hipo y doy vuelta el auto para dirigirme a


casa de Jordán.

—Paulina, papá está molesto conmigo y dijo que ya no tendré fiesta de


cumpleaños —me dice Lu entre sollozos.

—¿Jordán está molesto contigo? Eso no puede ser posible, cielo.

—Lo es y ya no tendré fiesta.

—Por supuesto que tendrás tu fiesta. Escucha estoy de camino a casa, todo
estará bien. Por favor, Lu ya no llores, no me gusta saber que estás llorando.

La escucho contener otro sollozo e imagino que se debe estar limpiando las
lágrimas de sus mejillas.

—Estaré ahí pronto, Lu.

—Bien, te espero.

Termino la llamada y voy pensando en cómo mantener la calma para evitar


matar a Jordán cuando lo vea. Pienso que no debo sentenciarlo antes de
escuchar su defensa y que se merece el beneficio de la duda. Claro que todo
eso es más fácil pensarlo que hacerlo porque al bajarme del auto y caminar
a casa, debo

contar hasta treinta y uno, para evitar hacer algo de lo que me arrepentiré
después.

—Habla —es lo primero que digo cuando él abre la puerta.

—Paulina, es bueno verte. Espero que no hayas violado alguna ley de


tránsito al venir hasta aquí.

Jordán habla con mucha calma y eso no ayuda a manejar mi molestia hacia
él.
—Jordán, no estoy de humor. Habla, dime por qué Lu dice que no tendrá
fiesta de cumpleaños.

—Eso se debe a que ella no va a tener una fiesta.

Yo me cruzo de brazos e igualo su mirada fría y calculadora.

—Espero que tengas una magnífica razón para eso.

—Ella golpeó a una compañera.

—¿Qué? ¿Por qué lo hizo?

—El fin no justifica los medios. Lu golpeó a su compañera porque se burló


de ella y dijo que nadie iría a su fiesta.

Sé a qué niña se refiere Jordán.

—Esa niña siempre se está burlando de Lu. El golpe se lo ganó a pulso.

—¡Paulina! Eso no es algo que quiero que Lu aprenda, no quiero que ella
crezca con la idea que debe solucionar todo a base de violencia.

Respiró hondo y pienso en por qué Jordán siente eso, sé que tiene motivos
para estar preocupado por la forma de educar a su hija y son motivos
válidos, pero Lu no es una persona agresiva y no justifico lo que hizo, pero
la comprendo.

—¿Y qué quieres que aprenda? ¿A dar la otra mejilla y ya? Eso no sirve de
nada y lo sabes. El mundo aplasta a ese tipo de personas.

—Tampoco quiero que piense que golpeando se van a solucionar sus


problemas.

—Bueno, difiero contigo en eso porque hay personas que solo entienden a
base de violencia. Y no es justo que después de todo lo que le ha hecho
pasar esa niña, dejes a Lu sin fiesta.

—Luna se equivocó, hizo algo malo y debe ser castigada por eso.
Paso una mano con mi cara por la frustración de ver qué no estamos
llegando a ninguna parte con esta discusión.

—¡La estás dejando sin fiesta! Eso no es justo, podrías castigarla de otra
manera, no con eso. Luna tendrá su fiesta.

—No, ya dije que no y esa es mi última palabra.

—No me importa lo que hayas dicho. Yo digo que sí.

—No, no hay fiesta.

Creo que tal vez Jordán no haría un gran problema del asunto y lo
manejaría con más calma y menos severidad, sí la madre de Luna no
hubiera sido alguien violenta. Sé que tal vez Jordán tiene miedo de que
Luna sea igual que su madre.

—La fiesta sigue en pie.

—Paulina, yo soy el padre de Luna y digo que no.

Retrocedo por sus palabras, no porque lo haya dicho de una forma hiriente,
es más que nada por el peso que tienen y la realidad de todo me golpea y
me molesta. Porque entiendo lo que él está tratando de decir.

Jordán es padre de Lu, es quien toma las decisiones respecto a su crianza.


Yo no soy nada y no porque él no quiera, es porque así lo he decidido yo.

—Tienes razón, tú eres el padre y puede que yo no sea su madre, pero amo
a Luna y tampoco quiero que crezca pensando que la violencia es la
solución, pero tiene cinco años y esa otra niña la molestaba todo el tiempo
haciéndola sentir mal, entonces perdón por no molestarme con Luna cuando
se defendió de una niña que no la agredió de forma física, pero sí de forma
verbal.

Empiezo a caminar hacia la puerta y aparto la mano de Jordán antes que


pueda tocarme.
—Luna no merece el castigo que le estás dando, estás siendo muy injusto
con ella, porque ella no es como Helen. Y siendo sincera, no quiero verte
ahora. Me iré a mi apartamento, pasaré la noche ahí. Buenas noches,
Jordán.

—¿Entonces te vas? ¿Por qué siempre te alejas, Paulina?

Lo escucho llamarme un par de veces, pero yo lo ignoro y me subo a mi


auto para poder alejarme de él.
CAPÍTULO 34
Al llegar a mi apartamento, me sorprendo al ver a Raymond sentado en la
acera afuera del edificio.

—Oye, llanero solitario. ¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunto mientras
me siento a su lado.

Él está con la cabeza agachada y sus brazos extendidos sobre sus rodillas.

—No tenía a dónde ir y vine hablar con Nea, pero ella aún no llega. Y me
quedé aquí esperando por ella, porque como te dije, no tengo a dónde más
ir.

Raymond luce muy abatido, cansado y algo vacío.

—¿Que sucede?

Exhala con cansancio un par de veces antes de responder.

—Astrid terminó conmigo, aunque no sé si terminar es el término correcto


porque no llegamos a tener nada —me dice él y ya entiendo porque se ve de
esa manera. Raymond estaba muy ilusionado con lo que parecía estar
empezando entre él y Astrid—. Ella dijo que es lo mejor para ambos. Creo
que debo darme por vencido en términos del romance.

—¿Por qué dices eso?

—Paulina, todas mis relaciones fracasan y yo soy el denominador común en


cada uno de esos fracasos. No importa lo que haga, el esfuerzo que pongo,
siempre termino solo sentado en una acera. ¿Tan mala persona soy que no
merezco ser feliz?

Yo he perdido la cuenta de las veces que me he hecho esa pregunta.

—Solías tener mucho autosabotaje y una extraña costumbre al dolor


mientras estabas con Ate. Recuerdo que veía la forma que te reprimías al
estar con ella, como si pensarás que, al ser feliz, podías perderla. Eres
diferente con Astrid.

Atenea no se daba cuenta, en realidad, muchos alrededor de Raymond no lo


hicieron y creo que yo lo noté, porque entiendo el sentimiento.

—Me sentía justo de esa manera. Recuerdo que estaba con ella y me sentía
tan dichoso, feliz, y sentía que todo estaría bien, pero mis miedos
regresaban y me hacían recordar lo efímera que es la vida y pensaba,
aunque suene estúpido, que sí le decía te amo podría perderla.

Para alguien cuya vida no ha estado empañada por algunos traumas, podría
ser algo estúpido, pero esas personas estarían opinando desde el privilegio,
no desde la realidad. Siento que hay personas que se olvidan que no todos
tenemos la misma vida y la misma forma de afrontar los problemas, y que
eso no está mal.

—La amaba, recuerdo que la veía dormir en mis brazos y le susurraba te


amo antes de dormirme a su lado y a veces no podía dormir por el miedo de
despertar y no encontrarla ahí—me confiesa Raymond—. Pasé mucho
tiempo arrepintiéndome de no decirle te amo cuando ella me lo dijo, porque
yo sabía que la amaba, lo sabía incluso antes que ella. ¿Cómo no podría
amarla? Solo que dejé que mis miedos ganen y no dije nada. No quería
cometer los mismos errores con Astrid, quería ser mejor para ella.

Los miedos son armas tan poderosas, rara vez le damos la importancia que
tienen y eso solo los fortalece, porque mientras nosotros los ignoramos,
ellos van creciendo y ganando más terreno. Hasta que llega un punto que
todo lo que nosotros somos es miedo.

—Oh, Raymond, te entiendo.

—¿Tú por qué estás aquí?

—Tuve una discusión con Jordán y nos dirigimos a un terreno inestable,


entonces me aleje porque, lo digo por experiencia, suelo ser una bomba de
tiempo en ese tipo de terrenos. Y no quiero lastimar a Jordán.
—Tampoco te quieres lastimar a ti. Huir es tu manera de protegerte —él nos
señala y yo asiento con la cabeza—. ¿Por qué le tenemos tanto miedo amar
y recibir amor?

Eso es sencillo de responder, se debe a que, en el pasado, a ninguno de los


dos les fue muy bien en ese tema y ahora creamos mecanismos de defensa
que rara vez notamos, para evitar salir lastimados.

—Debemos dejar de huir, Raymond y creo que deberías decirle a Astrid


como te sientes.

Raymond niega con la cabeza.

—¿Qué sentido tiene hacer eso? Si lo hago, ¿vamos a estar juntos y


seremos felices por siempre? No lo creo.

—No lo sé, pero al menos podrás sacar eso de tu sistema.

—¿Y tú le dirás a Jordán como te sientes?

Buen punto.

—No está tan fácil, Ray.

—No, no lo es.

Estoy un poco asustada, tengo tanto miedo de amar y miedo de ser amada.

También estoy algo cansada de luchar contra el pensamiento que nadie


podría amar cada parte de mí. ¿No sé supone que eso es el amor? ¿Amar lo
bueno y lo malo de alguien? Las personas siempre aman un solo lado de mí,
y sé que Jordán conoce ambos lados de mí, pero lo que no sé es si él podrá
amar ambos lados.

—Cuando empezamos era fácil porque sabíamos que no era algo


permanente, no puedo definir lo que vino después, pero era algo y a pesar
que no nos garantizaba un final feliz, nos funcionaba, y entonces eso dejó
de ser suficiente. Nos entendíamos bien, sabíamos lo que el otro necesitaba,
pero en el fondo nos sentíamos vacíos.
—¿Y qué vas hacer ahora, Paulina?

—No tengo idea.

Nuestra conversación se ve interrumpida cuando vemos la figura de Atenea


bajarse de un taxi. Ella al principio nos sonríe, pero al ver la expresión de
Raymond sabe que algo está mal, y se acerca a nosotros con paso firme y
sin apartar sus ojos de Ray. Le tiende su mano, veo como él mira la mano
antes de sonreír y tomar la mano de Atenea entre la suya.

Ambos aparecen compartir un momento privado.

—¿Vas a subir? —me pregunta Ate.

—No.

Le sonrió y veo como ella entra al edificio junto a Raymond.

No voy a subir porque como le dije a Raymond, es momento de dejar de


huir, así que me levanto de la acera y conduzco de regreso a mi problema.
Al llegar a la casa de Jordán, las luces están apagadas, pero distingo su
figura sentada en el sofá con un vaso de whisky en la mano.

—Regresaste —me dice con incredulidad.

Mi naturaleza competitiva hace que me resulte casi imposible que yo pueda


rehuir a una discusión, y como mecanismo de defensa para evitar decir
cosas de las que después me puedo arrepentir, suelo alejarme de situaciones
explosivas, tomar algo de aire y analizar la discusión desde otra perspectiva.
Además de eso, ahora intento caminar en dirección contraria al de la
persona con la que estoy discutiendo y de esa manera evitar herirla como yo
solía hacer.

Ahora estoy intentando no apuñalar y retorcer el cuchillo en la herida.

—Sí, pero aún estoy molesta contigo.

Me siento a su lado y le quito el vaso de la mano para darle un sorbo, los


ojos de Jordán siguen cada uno de mis movimientos.
—¿Por qué regresaste? No tenías que hacerlo, entiendo que estás molesta y
necesitas tu espacio. Ya te he dicho, no me molesta que tengas que tomarte
un momento para respirar.

A él le molesta que yo siempre me estoy alejando, no de las discusiones, de


lo que hay entre los dos. Es como si yo buscara el mínimo defecto a todo
como una excusa para alejarme.

—Regrese porque. . mira, esta soy yo intentando. No quiero ponerle


etiqueta a lo que somos, pero quiero que sepas que quiero esto —le digo
mientras nos señalo a ambos—. Y también quiero pegarte, pero bueno,
lidiemos con una sola cosa a la vez.

Quiero esto, aunque no sepa que es, el problema es que no sé muy bien
como tener una relación "normal" algo sano dejando a un lado mis
tendencias egoístas y mi naturaleza manipuladora. Pero estoy trabajando en
eso con mi terapeuta.

—Seguimos sin mecer el barco. ¿Cierto? —me pregunta él con una sonrisa
triste tirando se sus labios.

Jordán lo entiende porque sabe que no es solo por mi o él que no quiero


mecer el bote, es más que nada por Luna.

—Sí, seguimos sin mecerlo, al menos no sí queremos evitar naufragar.

Uno de los dos debería apartarse ahora, para reafirmar nuestras palabras,
porque es obvio que estamos entrando a un terreno muy peligroso, pero
ninguno de los dos nos movemos.

Yo reconozco la mirada que me da Jordán, y sonrió al pensar en lo que va a


pasar ahora.

—¿Sabes qué, Paulina? A la mierda con no mecer el barco, ya hemos


estado bailando mucho tiempo uno alrededor del otro, jugando a las casitas
y estoy cansado. Quiero hacer esto de verdad y a pesar de tus miedos, sé
que tú también quieres.
Yo lo miro sorprendida por la audacia de sus palabras y lo veo poner una
mano en mi cuello antes de atraerme hacia él y besarme casi con
desesperación, bebiendo cada detalle de lo que nos está sucediendo.

Y mientras Jordán me besa, pienso que a mí tampoco me importa mucho lo


que le suceda al barco. No me importa llegar a naufragar, porque después de
todo, yo aprendí a nadar y un pequeño naufragio no me va asustar

—Aún no hemos llegado a un acuerdo sobre el tema de la fiesta de Luna.

Luna siempre ha sido un tema delicado para ambos, pero nosotros no somos
las personas que utilizamos guantes para tratarnos y esta vez tampoco es la
excepción. Es parte de nuestra relación golpear dónde duele sí eso ayuda a
la otra persona, en gran parte, porque sabemos cuánto puede soportar el
otro. Es lo nuestro y aunque parezca extraño, nos funciona.

—Paulina, son las seis de la mañana y no hemos dormido nada. ¿Está


conversación podría esperar al menos hasta que tome algo de café?

Él me mira a los ojos mientras yo me siento en la cama.

—No, pero, yo podría hacer que valga la pena —deslizo uno de mis dedos
por su pecho con una sonrisa algo lasciva y Jordán atrapa mi mano cuando
está bajando demasiado.

—No estás jugando limpio.

Sé que él está intentando no verse afectado por mi toque.

—Te gusta cuando juego sucio.

—Paulina.

Me gusta cuando dice mi nombre en ese tono.

Yo hago un ligero puchero antes de inclinarme hacia él y besarlo.

—Estoy segura de que podremos llegar a un acuerdo —le digo cuando


empiezo a recorrer su mandíbula con mis labios y desciendo hasta su cuello.
Pero recuerdo que esto es lo que solía hacer la vieja Paulina cuando quería
conseguir algo. Yo solía intercambiar sexo por lo que sea que quería.

Me aparto de Jordán, pero él no comenta nada al respecto.

—Solo me estás usando para conseguir lo que quieres. Te conozco, Paulina.

La sonrisa que había desaparecido de mis labios segundos antes, vuelve


aparecer.

Con Jordán no tengo que ocultar mis partes malas, él las conoce y las sabe
manejar, porque él también tiene las suyas.

—Jordán, es obvio que te estoy usando. Pero hablo en serio, no te vas


arrepentir porque sí me das lo que quiero, yo te daré algo que tú quieras.

Él pone una mano en mi rodilla.

—Te quiero a ti.

—A mí ya me tienes.

—¿No crees que es muy temprano para que empecemos a ser cursis?
Podríamos enfermarnos.

—Se nos permite ser cursis si estamos solos, de lo contrario no, porque no
podríamos perder nuestra reputación, Jordán.

Me gusta cuando somos solo nosotros dos, agarrando la mano del otro,
sosteniéndonos mutuamente mientras descendemos hacia la hoguera o nos
hundimos en el naufragio. No importa lo que pase, somos nosotros dos, que
estamos un poco rotos y con algunos traumas del pasado, pero que nos
esforzamos por ser mejores. Lo intentamos.

—Típico de los hombres ceder a cualquier pedido a cambio de sexo.

Le digo mientras me vuelvo a poner mi pijama para bajar a desayunar.

—Eso es lo que soy para ti, ¿un hombre típico?


Los ojos de Jordán me miran con diversión.

—Sí, pensé que ya lo sabías, pero está bien para mí.

—¿Y por qué está bien para ti?

—Porque he aprendido a manipularte —le digo y le guiño un ojo.

—Y eso está bien para mí, porque si tengo que ser manipulado por alguien,
me gusta que seas tú.

Le lanzó una almohada y le digo que ya ha sido suficiente cursilerías por


hoy o de lo contrario vomitaré.

—Ve a despertar a Luna y pídele disculpas.

—¿Algo más ama?

Yo enarco una ceja hacia él.

—Oh, Jordán, esas palabras te costarán muy caro más tarde.

Él se inclina para darme un rápido beso antes de dirigirse a la puerta.

—Cuento con eso, cielito lindo.

Yo busco mi teléfono y le mando un mensaje a Mae para que me acompañe


hacer algunas compras para tener todo listo para mañana. Ella me dice que
está bien y yo entro a la ducha para bañarme.

—Ni siquiera sé porque te acompaño, no me gustan los cumpleaños.

—Lo sé, pero Lu va a cumplir seis y se merece un buen cumpleaños, ella ha


pasado por mucho.

Siempre me sorprendo por lo fuerte que es Lu al ser tan pequeña y afrontar


las cosas de la mejor manera. A pesar de la inestabilidad que ha tenido en
su vida, ella parece estar bien, Jordán es un excelente padre.
—Sí veo un payaso en la fiesta me voy.

—No hay pasado a Luna tampoco le gustan. Ahora entremos aquí, esta
tienda me gusta.

A pesar del odio de Mae por los cumpleaños, ella me ayuda a elegir algunas
cosas, dice que solo lo hace para que yo la dejé de molestar.

—Will me invitó a conocer a sus padres.

—¿El almuerzo del próximo sábado? Yo también iré, los padres de Will y
Jordán no son nada comparados con nuestros padres. No te van a disgustar
mucho.

—A mí no me gusta conocer personas, ya conozco suficientes.

Nos detenemos en un pequeño restaurante vegano cerca de la plaza donde


estamos y nos acomodamos en una mesa al aire libre y ordenamos.

—¿No vas a ir?

—Iré, pero me vengare de él.

Mae siempre se termina vengado cuando le piden que haga algo que no
quiere.

—Por suerte Will sabe eso.

Le agradecemos a la amable camarera cuando nos trae las ensaladas que


hemos ordenado.

—Te he dicho, odio a casi todas las personas, pero no odio a Will —me
comenta Mae—. Me gusta tenerlo en mi vida y a veces, cuando me hace
enojar, imagino lanzándolo en una nave espacial hacia el sol, muy lejos de
mí.

—¿Por qué me estás diciendo eso?


Mae suele expresar ciertas cosas cuando necesita que le ayuden a esclarecer
algún tema en específico.

—Atenea me dijo que nos volvemos esclavos de lo que no decimos.

—Ella tiene razón. ¿No hay otra razón por la cual me dices eso?

—No.

—¿Y le has dicho eso a Will?

Mae se baja un poco las gafas oscuras y aunque su mirada es inexpresiva


entiendo lo que me quiere decir.

—Sí, se lo has dicho. Eso es bueno, Will es una buena persona.

—Lo sé y él tiene tanta suerte de tenerme en su vida. No creo que Will


pueda estar con alguien mejor que yo. Incluso si me deja, siempre va a
pensar en mí.

—¡Mae! Que egocéntrica.

—No es ego, es un hecho. Son dos cosas diferentes y excluyentes.

Al llegar a la casa de Jordán, soy recibida por Luna, que está radiante.

—Paulina, mira lo que me dio mi papá —me dice Luna mientras me enseña
una muñeca de trapo muy bonita con cabello trenzado.

Asumo que esa fue la manera de Jordán de pedirle disculpas a Lu.

—Me la regaló porque ayer me hizo llorar, a pesar que lo que yo hice
estuvo mal.

Le prometí que no lo voy a volver hacer y es en serio. ¿Sabes qué otra cosa
me dijo? Que sí tendré fiesta.

Yo la cargo entre mis brazos y beso sus mejillas.


—Me alegra que estés feliz Lu y eres una buena niña, lo que hiciste estuvo
mal, pero sigues siendo una niña buena. ¿Sabes que ganan las niñas buenas?
Helado, vamos a esa heladería que tanto te gusta y después podemos ir al
parque.

—¡Sí!

Ella salta de mis brazos y corre a buscar su abrigo para ir por un helado.

—La consientes demasiado —me dice Jordán.

Yo envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y le doy un beso.

—Déjame, ella es mi persona favorita.

—¿Así que ella es mi competencia? Vaya, es bueno saber.

Yo lo vuelvo a besar.

—No tienes competencia, Jordán. Pero que no se te suba a la cabeza.

Jordán va con nosotras al parque y al anochecer vamos al lugar favorito de


Luna a cenar como una previa por su cumpleaños, incluso le cantamos
cumpleaños con una pequeña vela en su postre.

Cuando amanece, con Jordán preparamos un desayuno especial para Luna,


que le encantan ese tipo de detalles. Ella chilla de emoción cuando ve como
hemos decorado todo para ella y nos llena de besos mientras nos agradece
por quererla mucho. Me duele un poco el que ella sienta que debe agradecer
ser amada.

—Te ves hermosa, eres la niña más hermosa de todas —le digo cuando la
termino de arreglar.

Ella da vueltas por su habitación mostrando su vestido color lila.

—Tengo un regalo especial para ti —le digo y me arrodillo frente a ella


mientras le enseño la cadena de San Benito—. Está medalla es para que te
proteja. Me la regaló mi tía para que yo sé la obsequie a la persona más
importante en mi vida y por eso te la regalo a ti.

Le enseño la medalla y veo como la sonrisa en la cara de Luna crece.

—¿Soy la persona más importante en tu vida? —me pregunta Lu.

—Por supuesto, Lu. Eres mi número uno.

Coloco la medalla alrededor de su cuello y Luna se lanza a mis brazos


porque le ha encantado la cadena.

—Gracias mamá.

La palabra tarda un poco en filtrase en mi cerebro, pero cuando lo hago,


alejo un poco a Luna para mirarla a la cara y ella abre mucho los ojos al ver
mi expresión de absoluta sorpresa.

—Lo siento, ¿te molestó? ¿Te hice enojar?

Ella hace un puchero y sus ojos se llenan de unas cuantas lágrimas.

—No, no Lu. Solo me tomaste por sorpresa.

—¿No estás enojada conmigo por decirte mamá? No lo diré sí te molesta,


es que yo pedí de deseo en mi anterior cumpleaños tener una mamá y. .

—Lu, está bien. No estoy enfadada.

La acerco a mí y la abrazo mientras le digo que todo está bien y que no


estoy molesta. Y mientras hago eso busco la forma de asimilar lo que acaba
de suceder porque una gran parte de mí sigue en shock por el peso de esa
palabra.

Luna me acaba de llamar mamá.

—Luna, no quiero que tomes a mal mi pregunta, pero ¿sabes lo que


significa que me digas mamá?
Ella asiente con la cabeza.

—Quiere decir que me amas mucho y que cuidas de mí. Que no me vas a
dejar y que vas a cantar para mí cuando yo este triste.

Ella me acaba de decir mamá —pienso de nuevo sin poder creérmelo.

Jamás quise ser la esposa de nadie o la madre de alguien y ahora no solo


estoy casada, también hay una hermosa niña frente a mí que me llama
mamá.

—¿Quieres ser mi mamá? Por qué yo quiero que lo seas. No quiero otra
mamá que no seas tú.

Hay una especie de alegría burbujeando dentro de mí y me doy cuenta de


que esto que estoy sintiendo ahora, la felicidad, incredulidad y un poco de
miedo, es lo que se siente al amar a alguien con todas nuestras fuerzas, un
amor tan profundo que lo único que deseamos es que esa persona sea feliz y
buscar la forma de hacerla feliz.

No hay lugar para el egoísmo en esta clase de amor, ni para el rencor o para
el autosabotaje. Está es la clase de amor que muchos esperan sentir y de la
que todos hablan.

—Yo también quiero ser tu mamá, Lu.

La vuelvo abrazar muy fuerte.

—Pero debemos decirle a tu papá.

—Ya le dije, él me dijo que iba hablar contigo sobre eso.

Por supuesto que Jordán dijo eso, ese hombre tiene tanta fe en mí que a
veces no sé qué hice para merecerlo.

—Está bien, pequeña bandida, es hora de bajar a tu fiesta. Tus invitados


esperan.
Le doy un beso en la frente y tomo su mano, antes de recoger mi teléfono
de la cama y noto que tengo un par de llamadas perdidas.

—Lu, adelante, yo ya te alcanzo.

—Está bien, mamá.

No creo que en algún momento me acostumbre a la felicidad qué siento


cuando ella me dice así.

Marco el número de la persona que me estaba llamando, es un conocido al


que le pedí de favor que me mantenga informada sí Helen entraba al país.

—Hola, lamento no responder antes. ¿Para qué me llamabas?

Incluso antes de escuchar su tono, yo sabía que lo que él me iba a decir no


era nada bueno.

—La persona que me pediste investigar aterrizó ayer a las nueve y


cincuenta de la noche en San Francisco.

Ella está aquí, Helen está en San Francisco y no puede ser una coincidencia
que llegue justo antes del cumpleaños de Luna.

Helen va a venir a la fiesta.


CAPÍTULO 35
Busco a Miguel entre los invitados de la fiesta y capto la mirada de Jordán,
pero lo ignoro mientras me acerco a mi primo que está conversando con
Astrid y Will. Le hago una sutil seña a Miguel para que me acompañe, y
años de conocernos hace que él capte la seña enseguida, Miguel se disculpa
y me sigue dentro de la casa.

—¿Qué está pasando?

Yo camino hasta la ventana y muevo un poco la cortina marrón para


observar la entrada de la casa.

—Me avisaron que Helen llegó anoche aquí a San Francisco.

—¿La madre de Lu? Eso no puede ser bueno, pero, ¿por qué no le has dicho
a Jordán?

Me paso la mano por mi cabello y enrollo uno de los mechones plateados


alrededor de mi dedo.

—No quiero preocuparlo, al menos no hoy en el cumpleaños de su hija.

—¿Qué piensas hacer?

—Vigilar y asegurarme que esa mujer no arruine la fiesta.

Miguel está de acuerdo conmigo y se ofrece como voluntario para vigilar


primero y que yo pueda ir a disfrutar de la fiesta y me detengo en mitad de
camino, recordando la conversación que tuve con Luna y algunos traumas
de mi pasado regresan en caravana, provocando que me deba sentar por el
impacto de su llegada.

—¿Paulina? ¿Qué sucede? —me pregunta Miguel intrigado por mi cambio


de actitud.

Yo solo muevo mi cabeza y no le respondo nada.


Recibo amor, pero no lo puedo aceptar porque me hiciste creer que no lo
merecía

—fue lo que le dije a mi padre la última vez que hablamos.

La peor parte de ese pensamiento es que permanece fresco en mi mente y


en mi forma de ser y actuar. Es por ese pensamiento que una minúscula
parte de mí que parece estar creciendo un poco día a día, piensa que Jordán
se merece algo mejor y espero a que él se dé cuenta de eso y me deje.

—Son solo. . —empiezo a decir, pero no consigo terminar mi oración—.


No sé cómo quitar el chip de mi cerebro dónde creo que el amor es una
cuerda que se enreda alrededor de nuestro cuello y con cada movimiento
tira un poco más, hasta dejarnos sin respirar. Hasta dejarnos ahorcados y sin
saber cómo terminamos así.

Me gustaría sacar ese pensamiento de mi cabeza, pero crecer con una idea e
intentar sacarla de nuestra mente no es tan sencillo como parece, porque
nosotros ya estamos condicionados a esa idea, tanto así que orbitamos a su
alrededor sin poder alejarnos demasiado porque sentimos que podríamos
perdernos en el espacio. Ya que esa idea es todo lo que conocemos y nos
asusta que pasará sí intentamos explorar nuevas cosas.

—Ahora no solo debo manejar mis sentimientos y responsabilidad afectiva


por Jordán, también por Luna. ¡Jamás pedí ninguna de esas dos relaciones!
Y yo solo. .

No quiero estropear nada y eso me asusta un poco porque quiero esto, pero
la mayoría de cosas que he querido no han durado.

Miguel se arrodilla cerca de donde yo estoy sentada, me mira con mucha


atención y suelta un par de palabras en griego que no logro entender.

—Un pequeño golpe de realidad aquí, Paulina, pero la evitación mantiene el


problema, sí evitas tus emociones, como el miedo, solo estás manteniendo
tu problema.

—Suenas como mi terapeuta.


—Y ella suena como una mujer inteligente.

Tomo aire un par de veces y paso mis dedos por mi cuello, no sé porque lo
hago, tal vez para aflojar el nudo imaginario de una cuerda inexistente.

—Gracias por ser mi mejor amigo, Miguel.

—Gracias por existir, Paulina.

Él suele decirme eso con mucha frecuencia, lo dice más seguido desde que
Andrea sé suicido, es su forma de hacerme saber que agradece que yo siga
viva y que debo mantenerme así.

—¿Qué crees que diría Andrea sí me viera ahora?

Miguel lo piensa por un momento antes de responder.

—Se pondría muy feliz por ti y te diría que no lo estropees.

No seas tan, Paulina —me solía decir Andrea.

En ciertos momentos si guardo silencio creo escuchar su voz en el viento


susurrándome eso, y yo tomo aire, doy un paso atrás e intento no ser como
la vieja Paulina para evitar que mi hermana se moleste conmigo.

—Extraño mucho Andrea.

—Lo sé, Pau, pero ahora debes salir a esa fiesta y sonreír, porque es un día
feliz para Lu.

—Ella me llamó mamá.

Miguel abre los ojos por la sorpresa y lo veo luchar para encontrar las
palabras correctas.

—Ya entiendo tu colapso de hace un momento. ¿Qué le respondiste?

—Que me gustaría que me diga mamá.


Miguel me mira algo preocupado.

—¿Y estás bien con eso?

—Sí.

—Bien, no quiero que te sientas presionada por decir o sentir algo, tomate
tu tiempo.

Yo le doy un abrazo que dura muy poco, pero Miguel entiende y me sonríe
cuando me alejo.

Camino al patio donde se está celebrando la fiesta, paso mis dedos por mi
cerquillo y lo termino de peinar porque a veces cuando estoy pensando
mucho en un tema, tiendo a pasar mis manos por mi cerquillo casi de forma
constante y brusca.

A la primera persona que veo es a Raymond, que está de pie junto a la mesa
de postres.

—Oye, ¿cómo estás, llanero solitario?

Él levanta la mirada de algunos postres y me mira, yo me acerco a tomar un


par tartaletas de mora porque son deliciosas.

—Intentando encontrar una forma que Astrid hable conmigo.

—¿No te vas a dar por vencido esta vez?

—No —me dice él con determinación.

Sea lo que sea que Atenea le dijo, parece que surgió efecto y Raymond se
ve motivado por recuperar a Astrid.

—He estado sola desde que soy pequeña y me acostumbré a esa soledad y
ahora cuando algo bueno me empieza a suceder yo lo estropeó y lo alejo
porque en el fondo creo que solo merezco soledad. Y cuando escuché lo
que sucedió entre tú y Atenea, pensé en mí y en lo cruel que todos dicen
que soy a veces y la forma en que yo tampoco digo te amo cuando otros me
lo dicen, me hiciste dar cuenta de muchas cosas Raymond —Raymond
asimila mis palabras con atención—. Lo que quiero decir es que tardé
mucho en entender que no merezco soledad, que merezco más y es
momento que tú también empieces a creer en eso.

Estiro mi mano y le doy una palmada cerca de su hombro mientras ambos


compartimos una sonrisa.

—Consigue a la chica —le digo antes de alejarme.

Busco a Luna y cuando la encuentro, la tomo en mis brazos y la llevo a una


pequeña esquina para que nadie pueda escuchar nuestra conversación.

—Lu, ¿le conversaste a alguien que me dijiste mamá?

—No, aún no le digo a nadie. ¿Por qué?

Yo paso mis dedos por su cabello, he descubierto que le gusta mucho este
gesto.

—Bueno cariño, creo que mejor no le decimos a nadie hoy. Es tu día


especial y quiero que se trate sobre ti.

Más que nada, porque Helen, la madre biológica de Luna, podría aparecer
en cualquier momento.

—No me importa compartir mi día especial contigo.

—Lo sé, pero, ¿podemos decirles a todos después? Podríamos hacer una
cena y le contamos la buena nueva.

—Sí, eso me gusta mucho.

Abrazo a Luna y le digo que siga disfrutando de fiesta, ella me da una


sonrisa antes de regresar al grupo de niños con los que estaba antes que yo
la trajera a esta esquina.

—¿Está todo bien? —me pregunta Jordán y me sobresalto al escucharlo.


—Sí, todo esto bien. ¿Por qué no lo estaría? Sí, me disculpas, voy a ir
hablar con los demás.

Me mezclo entre los invitados y comparto conversaciones, risas y alguno


que otro comentario, pero la felicidad de todo se ve empañada por la
llamada que recibí.

Incluso cuando Luna corta el pastel y dice que quiere que yo obtenga el
primer pedazo, yo no puedo evitar sentir un nudo en mi garganta y una
extraña sensación de pesadez en mi pecho, al pensar que esto podría
terminar justo cuando acaba de empezar.

Me siento junto a la puerta de entrada en el patio trasero y recojo mis


piernas cerca de mi pecho mientras observo lo que ha quedado de la fiesta
de Luna.

Hay unos cuentos globos aún con helio en la mesa larga dónde estaba la
torta y los dulces. Hay serpentina y algo brillante que ha sido arrastrado por
el viento hacia un rincón del patio. No queda mucho y sé siente como un
presagio de la que está por suceder, la calma que hay ahora que todos se han
ido y el silencio que recorre cada centímetro de este pequeño patio, me
recuerda que todo está por cambiar y que al final, algo similar a lo que
quedó de la fiesta de Lu, es lo que va a quedar en mi vida.

—¿Pensando en la inmortalidad del cangrejo?

Levanto la mirada hacia Jordán, que sostiene una manta oscura y la coloca
sobre mis hombros antes de sentarse cerca de donde yo estoy, pero
mantenimiento una clara distancia.

—Algo como eso.

—¿Qué sucede? Estuviste rara toda la fiesta, sé que algo sucede. ¿Qué es?

Lo miro a los ojos y le digo que sí, que algo está sucediendo.

—Helen está en San Francisco.


Su reacción es lenta, él se toma un momento largo para procesar lo que
acabo de decir y cuando entiende el significado y el impacto de eso, varias
emociones cruzan por su rostro y no soy capaz de seguirlas todas, solo
distingo la ira y la preocupación porque son las que más se repiten.

—¿Cómo te sientes? —le pregunto, más que nada, porque me preocupa un


poco la quietud de sus movimientos, la forma sutil con la que ha dejado
caer los hombros y como parece resignarse poco a poco hacia lo inevitable.

Coloco mi mano sobre la suya y los ojos de Jordán caen sobre nuestras
manos.

—Estoy bien.

Él sabe que no suena convincente, Jordán puede mentir mucho mejor que
eso.

—Jordán, sabes que está bien sí no lo eres. No tienes que ser fuerte frente a
mí, solo soy yo.

Lo escucho tomar una respiración larga, durante toda la conversación no ha


apartado sus ojos de nuestras manos. Podría aventurarme a la idea que lo
está haciendo apropósito para evitar mi mirada.

—Lo sé.

No quiero que él me mienta, que sienta que necesita hacerlo para


protegerme. No es la clase de relación que quiero tener y lo tomo del
mentón para obligarlo a mirarme.

—¿Cómo te sientes? —le vuelvo a preguntar.

Veo que entiende que esta vez espero la verdad.

—Estoy un poco asustado.

—Entiendo el sentimiento, Jordán.


El miedo provoca reacciones extrañas en nosotros, porque, mientras el
miedo recorre nuestro sistema, los músculos y huesos adquieren un gran
peso y se sienten difíciles de poder moverlos, y no solo eso, una sensación
de ahogamiento nos invade. Nuestros músculos pesan tanto que solo nos
queda hundirnos más y más hasta llegar al fondo porque no tenemos la
fuerza de intentar sobrevivir.

Esa sensación persiste incluso ahora que estoy junto a Jordán.

—¿Tú cómo estás?

Me encojo de hombros y él vuelve a preguntar.

—Jordán, Lu me llamó mamá y no recuerdo que haya sentido antes un tipo


de felicidad como el que sentí cuando ella me llamó así. Y eso me asusta,
porque no quiero perderla y tampoco quiero perderte a ti.

Ella me llamó mamá.

En mi mente, todo se siente un poco surrealista y creo que no he terminado


de procesar lo que ha sucedido.

—Paulina, no sabemos qué sucederá mañana, pero pase lo que pase,


estaremos contigo. Nunca dudes de eso. No nos vas a perder.

Sus palabras me hacen pensar en mi mamá y en mi hermana, en como yo


las amaba a ambas y ahora ninguna de las dos está conmigo. Ambas me
dejaron, ya no están y no hay manera que regresen.

—Yo siempre termino perdiendo a quienes quiero —murmuro más para mí,
que para él.

Miro hacia el patio, terminando de recorrer con la mirada lo que ha quedado


de la fiesta de Lu.

—¿Estás diciendo que me quieres, Paulina? —me pregunta Jordán en un


tono casi burlón y entiendo que lo hace para tratar de aligerar la situación.
—¿Qué? No, estás tomando a mal mis palabras. Ya te lo he dicho, a penas y
te soporto.

La mirada que Jordán me da es intensa, no nos comunicamos de forma


mágica con nuestras miradas como dicen algunos libros de romance, pero
creo que sí existe una persona a la que yo le dejaría leer mi mirada y ver mi
alma, esa persona seria Jordán, por eso no aparto mis ojos de los suyos.

—No tengo garantías que ofrecerte, pero voy hacer todo lo que esté en mis
manos para que estemos bien. Pero Paulina, estoy aquí, cualquier cosa que
necesites, yo estoy aquí para ti.

Jordán no necesita decirme que va hacer todo lo que esté en sus manos, yo
lo sé, pero siempre hay algo más que se puede hacer.

Una de las razones por las que a muchos nos atrae el romance con un
villano es porque sabemos que el villano no se limita, llega a los extremos
con tal de conseguir su objetivo. Ellos ponen a su ser amado por encima de
cualquier otra cosa, incluso dejarían que el mundo entero arda en llamas sí
con eso consiguen salvar a la persona que aman. Para un héroe, su deber y
el bien común siempre irán primero, pero un villano quemaría el mundo por
una sonrisa de su amada.

Y por suerte, yo siempre he sido la villana de la historia.

—Prométeme algo, Paulina —me dice Jordán sacándome de mis


pensamientos—.

Cuando tu mente te lleve alguna parte, no vayas sola, llévame contigo.

Mis ojos recorren su rostro sin entender el trasfondo de sus palabras.

—No entiendo.

Lo veo levantar una mano y llevarla hasta mi cuello, sus dedos recorren mi
nuca y parte de mi cuero cabelludo con delicadeza.

—Lo digo porque veo cómo te pierdes en tus pensamientos, como dejas que
ciertas cosas den vueltas en tu mente y como eso te afecta, aunque tú no lo
admitas —murmura Jordán en un tono suave y cariñoso, bañado con el
toque justo de preocupación que me saca una sonrisa involuntaria—. Y no
quiero que te sientas sola, por eso te pido que me digas cuando eso suceda,
para poder acompañarte. No necesitas cargar con el mundo tu sola.

En momentos de crisis, siempre se busca un héroe, sin saber que el héroe te


puede dejar morir por un bien mayor, porque un héroe no puede ser egoísta,
pero al villano se le permite serlo y querer quemar el mundo por un último
beso.

—Te prometo eso, sí tú me prometes lo mismo. Quiero que me prometas


que vendrás a mí sí necesitas algo, que te apoyaras en mí y que no
enfrentarás esto solo. Somos un equipo, estamos juntos.

Cuando me inclino para besarlo, no puedo evitar encontrar consuelo en sus


palabras, a pesar que, como él mismo dijo, no son garantías de que todo va
a estar bien, yo sé que cualquiera que sea la situación o dificultad que surja
después, nada de eso importa porque estamos juntos.

Me permito dejarme llevar por el confort del momento, por la calidez de sus
brazos alrededor de mi cuerpo y sus labios sobre los míos.

Nos ponemos de pie para entrar en la casa y me detengo cuando veo a


Jordán observando algo en el jardín con mucha atención. Yo sigo su mirada
y enfoco mis ojos en una hoja verde donde una pequeña libélula descansa.

—¿Te gustan las libélulas?

—Lu piensa que son mágicas.

Sonrío y me recuesto contra él.

—Ella cree que son de buena suerte y sé que es absurdo, pero al verla me
hace sentir un poco mejor. Es tonto lo sé y yo en otras circunstancias no
creería en este tipo de cosas, pero Lu cree que son mágicas y a veces en la
vida necesitamos creer que lo imposible es posible.
Yo sigo mirando al pequeño animal que descansa de forma inocente sobre
la hoja y niego con la cabeza.

—No es tonto lo que dices. Me gustó.

Él se inclina hacia mí y me da un beso en la frente antes de decirme que


entremos a la casa porque debemos intentar descansar. Y a pesar que lo
intentamos, el sueño no llegó esa noche y tampoco la siguiente, o a los días
que vinieron después de ese, más que nada, porque no hemos tenido
noticias de Helen desde que llegó a San Francisco. Miguel murmura de
regreso del aeropuerto después de dejar a Atenea, que parece que a Helen se
la hubiera tragado la tierra, pero Jordán comenta que ella solo se está
preparando para el ataque, porque Helen nunca va a la guerra sin tener
suficientes municiones.

Así es como los días van pasando y es recién a finales de septiembre que
junto a Jordán logramos organizar una cena con toda nuestra familia para
contarles a todos que Luna me dice mamá, tal y como le prometí a Lu el día
de su cumpleaños. Por supuesto la felicidad no se siente completa, está
empañada con un toque de preocupación al no saber lo que va a suceder.
Jordán ya analizado los posibles escenarios y se ha reunido con abogados
del bufete dónde trataba para saber cómo se debe proceder ante esta
situación.

—Se que mamá está detrás de todo esto —me comentó Astrid en la cena—.
No sé cuál es el daño que le hicimos o porque nos odia tanto.

Varias veces me hice la misma pregunta referente a mi padre, a mi madre la


comprendía porque ella estaba enferma, pero jamás entendí porque mi
padre me odiaba tanto. Porque nada de lo que yo hacía era suficiente.

Los días fueron pasando y conforme las hojas de los árboles van cambiando
a un tono naranja y rojizo que me encanta, traen consigo el mes de octubre,
que pasa de forma lenta por algunos días y de forma acelerada en otros.
Luna se disfraza

de Moana y junto a Jordán la acompañamos a pedir dulces, es la primera


vez que salgo hacer algo como esto. De niña, mis padres jamás lo
permitieron y es fascinante ver la alegría de los niños al decir dulce o truco.

—Antes de este día, sabía que mis padres me habían quitado mucho —le
digo a Jordán cuando salimos de la habitación de Luna—, pero me doy
cuenta de que me quitaron más de lo que yo imaginaba. Me dejaron sin
niñez y sin mi adolescencia, sin una familia y sin este tipo de recuerdos. Y
son cosas que jamás voy a recuperar.

Jordán me atrae hacia él en un fuerte abrazo.

—Lamento que hayas tenido el tipo de padres que tuviste, y que no tengas
recuerdos felices de tu niñez, y aunque no puedo cambiar eso, intentaré
darte buenos recuerdos de ahora en adelante, Paulina.

Con esa reconfortante conversación despedimos octubre, dónde tampoco


obtuvimos noticias de Helen. Nada. Como si en efecto, la tierra se la
hubiera tragado.

—¿Crees que papá se va a molestar con nosotras? —me pregunta Luna y su


pregunta me regresa al presente.

Yo sonrío con picardía y le digo que sí.

—Pero se le va a pasar Lu, ya verás.

Ella sonríe y se sienta sobre el sofá con el pequeño gato blanco sobre sus
piernas.

El minino se acurruca junto a ella y cierra los ojos mientras Lu pasa sus
manos por su pelaje.

Ambas miramos hacia la puerta cuando escuchamos el clic. Yo le hago una


seña para que se quede ahí y me paro frente a la puerta a recibir a Jordán.

—Llegaste —le digo a penas él abre la puerta.

No le doy tiempo a decir nada y lo abrazo, Jordán se sorprende por el gesto


efusivo, pero me devuelve el abrazo, dejando caer su maletín a un lado.
—¿Qué hicieron? —nos pregunta él—. Siempre que hacen algo, tienen esa
mirada en sus caras.

Yo le doy una mirada a Lu antes de mirar a Jordán.

—No hicimos nada terrible, solo le compré un gatito a Luna.

—Tú hiciste, ¿qué? Sabes que no me gustan los animales.

—Pero sí el gato no es para ti, es para Lu y a ella le encanta.

—Sí papá, mira es muy lindo. Se llama mantecado, dile hola a papá,
mantecado.

Luna levanta el gato para que Jordán lo pueda ver y yo muerdo mi labio
para evitar reír al ver la expresión de él.

—El gato se queda —le digo a Jordán con una sonrisa.

—¿Cómo es que yo soy abogado y tú siempre terminas ganando todas


nuestras discusiones?

Yo envuelvo mis manos alrededor de su cuello.

—Soy más inteligente que tú.

—Y también más egocéntrica.

Le doy un beso en la mejilla y lo llevo de la mano hacia donde está Luna


para que Jordán conozca a mantecado, la nueva mascota de la familia.

Y no es hasta un miércoles en la tercera semana de noviembre, que llega


una notificación del juzgado, pero no fue esa la sorpresa porque ya era algo
que esperábamos, lo que nos sorprendió fue que el abogado que lleva el
caso es nada más y nada menos que Gideon.
CAPÍTULO 36
Cuando era niña, soñaba con ir al País de Nunca jamás, me asomaba por la
ventana y miraba el cielo con la esperanza de escapar. A mi hermana
Andrea nunca le gustó cuando yo hacía eso, porque ella le tenía miedo a
Peter Pan, le asustaba que él venga en la noche y se la lleve al País de
Nunca jamás.

No sé porque todos ven a Garfio como el villano, él no va por los niños,


Peter Pan sí.

Él es quien se los lleva de sus casas, es el verdadero villano de la historia.


Garfio solo quiere detenerlo —me decía Andrea.

Para ella, el verdadero villano de esa historia era Peter Pan. Maeve era un
poco más trágica y decía que Peter era el ángel de la muerte y que se
llevaba a los niños a su reino y por eso jamás crecían.

Lo que Peter Pan quiere es tu alma —decía Maeve.

Eso solía asustar mucho a Andrea.

Pero lo que ellos no sabían es que a mí no me importaba quién era el bueno


o el malo, yo solo quería escapar. Quería la alegría de sentirme libre
volando por el cielo a un mundo sin adultos, porque en ese tiempo, los
adultos eran los villanos de mi historia y pensaba que ya sea Garfio o Peter
Pan, no podían ser peor de lo que eran mi mamá o mi papá.

—Lamento interrumpir, pero necesitamos hablar —me dice mi tío


Francisco mientras entra en mi oficina. Mi tío es quien dirige la casa de
subastas y ya me puedo hacer una idea sobre el tema que quiere que
hablemos.

—Está bien, tío. Pasa.

Dejo uno de los primeros ejemplares del libro de Peter Pan que estoy
restaurando y me dirijo a sentarme detrás de mi escritorio. En el camino, me
voy quitando los guantes negros.

—Como sabes, me voy a retirar en unos meses y como hemos acordado, es


un miembro de la familia quien debe dirigir esta casa de subastas y después
de pensar mucho en el asunto, he decidido darle ese puesto a Travis. Creo
que nadie se lo merece más que él.

—¿Travis? Sí hasta hace unos días era solo un interno. Él no tiene la


experiencia, ni la capacidad para ese puesto y lo sabes.

Podría preguntar porque razón escoge a Travis, que uno de esas razones no
es porque él sea mejor que yo o que este más capacitado. Yo sé que la única
razón es que Travis es hombre.

—La única razón por la que le das ese puesto, es porque Travis tiene algo
que cuelga entre sus piernas y yo no.

Mis tíos y tías siempre han dicho que mi carácter es muy fuerte, que mis
palabras son muy bruscas o que soy demasiado directa. Pero mi carácter no
es muy diferente al de mis tíos o primos, la única diferencia es que yo soy
mujer y según

la sociedad debería callar y aceptar las migajas que los hombres quieran dar.

Pero nunca he sido buena para quedarme callada.

—No hay nadie en esta casa de subastas, que merezca ese puesto más que
yo. He trabajado duro por eso, me he esforzado el doble e incluso el triple.
Sacrifiqué vacaciones y días festivos para que todo marche de maravilla. ¿Y
crees que Travis merece el puesto? Sí eso crees bien. Dáselo a él, yo
renuncio.

Nadie lo merece más que él —acaba de decir mi tío—. Cómo sí mi esfuerzo


nunca hubiera importado.

Empiezo a guardar mis cosas en mi bolso, tomo mis llaves y mi abrigo.

—Vendré por mis cosas después.


—¿Vas a renunciar porque no consigues lo que quieres? Este no es
momento de hacer una pataleta, Paulina y tampoco hará que cambie de
decisión.

Él no lo entiende y no esperaba otra cosa, porque mi tío no tuvo que


esforzarse un poco más que los demás para demostrar que es tan bueno en
el trabajo o incluso mejor que las personas que lo rodean. Él no tuvo que
demostrar su valía ante una sociedad que grita lo contrario.

¿Cómo alguien con cero experiencia y que recién está conociendo este
mundo está mejor calificado que yo para el puesto?

Mi tío no entiende la frustración y decepción de saber que un novato se va a


quedar con el puesto que yo luché por años, solo porque es hombre y yo
mujer.

—¿Una pataleta? ¿Eso es lo que crees que estoy haciendo? Pues te


equivocas, lo que hago es no dejar que menosprecien mi trabajo y esfuerzo
solo porque no tengo pene. Pero no te preocupes, compenso esa carencia
con un gran y brillante cerebro. Algo que por lo visto a muchos de aquí les
hace falta.

Siempre me ha gustado hacer salidas dramáticas y encuentro ahora una gran


oportunidad para hacerlo, por lo tanto, me permito disfrutar de mi
momento.

Mi teléfono empieza a sonar cuando estoy en mi auto y yo ignoro el sonido


para tratar de controlar mi mal humor e irme de aquí. Cuando consigo
tranquilizarme conduzco hasta mi lugar favorito y al llegar antes de bajarme
del auto veo que tengo una llamada perdida de un número que no tengo
registrado, pero que reconozco.

Él contesta al segundo tono.

—Pensé que no querías hablar conmigo.

Me quito los zapatos y sumerjo mis pies en la suave arena antes de


sentarme en una gran roca cerca de la orilla.
—No quiero hacerlo, pero dadas las circunstancias, no me queda otra
opción.

¿Qué quieres? Porque asumo que quieres algo.

—No veo la necesidad de hacer esa pregunta, Paulina. Tú sabes lo que yo


quiero.

Su voz suena baja, casi amenazante detrás de la falsa cordialidad.

—Siendo sincera, no lo sé. Déjate de juegos, Gideon y dime porque tomaste


ese caso.

Él suelta una pequeña risa, estoy segura de que está disfrutando de esta
llamada.

—Sigo siendo abogado y no pude decirle que no a la pobre madre que está
sufriendo por no estar en la vida de su pequeña hija. ¿Cómo está la niña?
¿O ya te cansaste de jugar a las casitas?

Aparto el teléfono de mi oreja un momento y tomo aire.

—No me he cansado, encuentro este juego de la casita, como tú lo llamas,


algo muy bueno. Me gusta. Me di cuenta de que no es el juego lo que me
molestaba, era con quién jugaba. Nos vemos en el juicio, Gideon. Suerte,
porque tú y las mujeres que te contrataron, lo van necesitar.

Termino la llamada y suelto el aliento que estaba conteniendo y guardo mi


teléfono antes de gritar con fuerza para sacar un poco la frustración del día.
Por algo dicen que las desgracias nunca vienen solas.

A pesar de la confianza en mi voz al decirle eso a Gideon, no estoy tan


tranquila, más que nada porque conozco el sistema y las causas justas no
siempre ganan.

Andrea lo decía todo el tiempo, mi padre también y Jordán lo menciona a


veces.

Es una triste realidad, pero es lo que hay.


Regreso a mi auto y conduzco hasta la escuela de Luna para recogerla,
intento dejar todo mi mal humor atrás porque no es justo para ella.

—Mami —grita ella cuando me ve.

Yo estiro mis brazos como siempre lo hago y la abrazo fuerte.

—¿Cómo te fue hoy, cielo? —le pregunto mientras tomo su maleta.

Ella toma mi mano para dirigirnos a mi auto y en el camino da pequeños


saltos mientras me cuenta sobre su día, pero la veo detenerse y mirar algo a
lo lejos.

Sigo su mirada y veo a una mujer parada cerca de mi auto. La reconozco


por la foto que Jordán me enseñó.

—¿Conoces a esa mujer Lu?

Ella niega con la cabeza.

—La vi el otro día, cuando fui donde tía Astrid. Me saludó. No sé quién es.
¿La conoces?

Yo le sonrió para hacerle notar que todo está bien y llamo con mi mano a
una de las maestras que está cerca de la puerta.

—No, pero creo que quiere decirme algo. ¿Me haces un favor? ¿Te puedes
quedar un momento con la profesora? Será rápido.

Luna me mira y mira a la mujer antes de decirme que sí y tomar la mano de


la profesora, a quien yo le gesticulo que la lleve dentro.

No es hasta que veo que Luna está dentro de la escuela que camino hacia
Helen.

—No quiero hacer un escándalo —es lo primero que me dice ella —. Solo
quería ver a mi pequeña. Después de todo, yo soy su madre. Además,
también quiero conocer a la esposa de mi querido Jordán.
La estudio de pies a cabezas, recordando todo aquello que Jordán me contó
sobre ella y deseando no estar en un lugar público.

—Tú no eres su madre, solo eres la mujer que la tuvo en su vientre por
nueve meses. No sabes nada sobre ella, la dejaste sin importar sí Luna
estaría bien, sin saber si era feliz. La dejaste y, ¿ahora vienes aquí
pretendiendo ser la víctima?

Ella cuadra los hombros y la forma que arruga la nariz me recuerdan un


poco a Luna, veo que tiene algunas características de su madre, como su
cabello o la forma que arruga el arco entre sus cejas.

—Tenía problemas, hice lo que creía que era mejor para ella. Eso es lo que
una madre hace, pero tú que podrías saber, no tienes hijos. Porque Luna es
mía y pronto la voy a recuperar, me la llevaré lejos y no volverán a saber de
ella.

Sí hay algo que detesto es la forma que las personas siempre intentan
justificar sus malas acciones jugando al papel de víctima.

Yo doy un paso hacia ella y Helen me sonríe antes de dar de forma


desafiante un paso hacia mí.

—No te tengo miedo —me dice ella—. Pero tú sí deberías tenerme miedo,
no sabes de lo que soy capaz.

Yo no puedo evitar soltar una risa.

—Oh, Helen, Helen. Pobre y tonta Helen, ¿qué piensas hacer?


¿Manipularme? ¿A mí? No me hagas reír. Yo inventé el juego de la
manipulación, creé las reglas y las rompo a mi antojo. Para mí no eres nada,
igual que no eres nada para Jordán o Luna.

La sujeto del brazo y la alejo de mi auto.

—Jordán me ama, está algo herido, pero aún me quiere. No sabes nada de
nuestra historia y tampoco sabes que yo podría tenerlo en la palma de mi
mano justo ahora sí eso quisiera. Él baila al son que yo canto.
Tengo que contener el impulso de no golpearla en la cara y armar un
escándalo cerca de la escuela de Lu.

—¿Por qué me interesaría conocer su historia? Y puedes decir lo que


quieras, yo estoy muy segura del matrimonio que tenemos. Y ya sabes
cómo es esto, pero espera, no lo sabes porque Jordán y tú nunca se casaron.

—Fui yo quien lo dejé.

—Y soy yo ya que se casó con él —le digo con una sonrisa—. Y planeo
seguir así.

Ahora vete, debo llevar a mi hija a casa, porque mi esposo nos espera.

Espero a que ella se mueva, pero no lo hace, se queda quieta con una
mirada vacía e histérica, sus ojos me recorren de pies a cabeza y veo como
aprieta sus manos en puño con fuerza, tanto así que sus nudillos se vuelven
blancos.

Helen retrocede un paso y luego otro, pero no aparta sus ojos de mí.

—Todo lo que tienes me pertenece. Todo eso es mío. ¿Por qué te quedaste
con todo lo que es mío? No es justo, yo no tengo nada, nada y tú tienes a
Jordán, Luna y la vida perfecta que debía ser mía.

Hay un tono hueco detrás de la amargura que destilan cada una de sus
palabras.

—Perdí a mi hermana por una sobredosis, luché por años sola contra las
drogas porque mis padres nunca han estado presentes y jamás les hemos
importado. No tengo nada, tú me lo quitaste todo. No es justo y tampoco es
justo que todos me condenen por querer recuperar lo que me pertenece,
porque Luna es todo lo que me queda y no voy a renunciar a ella.

—No puedo quitarte algo que nunca ha sido tuyo, algo que nunca has
tenido.

Luna no es un objeto que puedas dejar empeñado por un tiempo y regresar


tiempo después a recuperarlo, no funciona así. Ella es un ser humano que tú
y la madre de Jordán han lastimado demasiado, haciéndole creer que debe
agradecer el ser amada, que le preocupa no ser suficiente o que se puedan
aburrir de ella. Y

sobre mi cadáver tú vas a poner un dedo sobre Luna.

No me conmueve o me importa lo que ella acaba de decir, las escusas para


su comportamiento salen sobrando.

—Helen, conmigo ahórrate los discursos depresivos porque no me


conmueven y tampoco me interesan. ¿Crees que eres la única que ha tenido
una vida difícil?

Aterriza de esa nube de fantasía, y aunque lo fueras, eso no te da excusa


para ser como eres y te lo digo yo, que he hecho daño a muchas personas y
no me importaría lastimar a otras pocas.

—¿Me estás amenazando?

—No, te estoy advirtiendo, pero yo no advierto dos veces.

—Dicen que los perros que ladran no muerden.

Suelto una risa suave y hago un gesto con mi mano.

—Ya veremos lo que sucede. Ahora vete.

Helen me vuelve a mirar de pies a cabeza antes de girar y caminar hasta


doblar en una esquina, yo me espero a ver si regresa, pero cuando los
minutos pasan y ella no vuelve, suelto un largo suspiro y voy a buscar a Lu.

—¿Todo está bien?

—Si, cielo. Ven aquí, dame un fuerte abrazo.

Ella me sonríe antes de correr a mis brazos donde la mantengo por un largo
tiempo. Y se supone que de aquí debo llevarla con Astrid porque pasará la
noche con ella, pero me siento tentada a llevarla a casa donde yo pueda
vigilarla y mantenerla segura. Pero Luna parece muy emocionada con la
idea de ir a ver a su tía y con todo lo que está pasando no tengo corazón
para decirle que no. Así que la llevo a casa por sus cosas y después la voy a
dejar dónde Astrid, pidiéndole que tenga mucho cuidado y contándole de
forma vaga mi encuentro con Helen.

Cuando llego a casa de Jordán, le mando un mensaje contándole que me


encontré con Helen y más o menos de lo que trató la conversación. Después
de enviar el mensaje, me siento en el sofá con una copa de vino tinto en mi
mano.

—Un día difícil —me dice Jordán cuando entra en la casa y me ve.

Yo solo asiento con la cabeza y lo veo quitarse el saco y dejarlo junto a su


maletín antes de sentarse a mi lado. Yo llevo mis dedos hasta el nudo de su
corbata para quitársela y cuando lo hago la dejo sobre la mesa de café frente
a nosotros.

—Esto sonará tonto —le digo—, pero te extrañé mucho hoy.

Me recuesto contra su costado y Jordán pasa un brazo por mis hombros.


Muevo mi cabeza un poco para mirarlo y me doy cuenta de que me está
sonriendo.

Busco su otra mano y entrelazo nuestros dedos, recordando el tiempo donde


a penas y toleraba que él este cerca o como todo empezó con un simple roce
que fue tan sutil, que pudo pasar desapercibido para cualquier otra persona,
pero Jordán entendió la importancia del gesto. Jordán siempre entiende y
eso provoca una gran emoción dentro de mi pecho.

—Yo también te extrañé.

Su mirada se vuelve aún más suave mientras se inclina para besarme.

—Dime que necesitas, Paulina y yo intentaré dártelo —Jordán suena


preocupado.

Él no trae a colación el tema de Helen o la razón de porque me siento


derrotada, Jordán sabe que no me gusta que me presionen.
—A ti —respondo con una media sonrisa.

—A mí ya me tienes.

—No necesito nada más.

Me siento ahorcadas sobre él y envuelvo mis manos alrededor de su cuello.

—Tuve un día terrible.

Sus dedos cepillan mi cabello hacia atrás y coloca un mechón rubio detrás
de mí oreja.

—¿Qué pasó?

—Mi tío me dijo que Travis estará a cargo de la casa de subastas cuando él
se retire, así que renuncie. Ahora tienes que mantenerme.

—Lamento escuchar eso.

Todo lo que he luchado por ese puesto no sirvió de nada, dudo que al menos
me hayan considerado para el cargo.

—Merezco ese puesto.

—Entonces no renuncies, ve ahí y demuestra que lo mereces. Has que te


escuchen, eres buena en eso, además, tú no te rindes sin luchar.

—Lo sé, pero estoy cansada, Jordán. Cansada de luchar todo el tiempo, por
todo y contra todo. Hay momentos dónde me siento tan cansada y solo
quiero tirar la toalla, pero todos esperan que no lo haga, esperan tanto de mí
y por miedo a decepcionarlos sigo luchando, pero estoy cansada.

Recuesto mi mejilla contra su pecho y sus brazos envuelven mi cuerpo.

—Toda tu vida tuviste que luchar sola, no había nadie ahí a quien pudieras
acudir y jamás te detuviste. Pero, Pauliana, eso era antes, ahora somos un
equipo, tú mismo lo dijiste. Me apoyo en ti y tú te apoyas en mí. Así es
como funcionan las cosas ahora.
— Ahora, suena como un tiempo muy limitado.

—Bueno, no quiero asustarte utilizando el para siempre.

Nunca me gustaron las promesas que tenían que ver con el futuro, las
promesas de voy a estar contigo pase lo que pase, porque entendí a las
malas que son el tipo de promesas que más fácil se rompen. Tampoco me
gustan las personas que llenan a otros de promesas y promesas, porque
comprendí que son el tipo de personas que no van a cumplir ninguna.
Jordán no es ese tipo de persona y eso me gusta. Me gusta el hecho que
confío en él y en las promesas que me hace.

¿Cuándo te di tanto poder sobre mí, Jordán Rhodes?

—Para siempre suena bien.

Me levanto despacio mientras extiendo mi mano y él la toma con una


sonrisa.

Al llegar a la habitación, lo empujo hasta el filo de la cama, le hago una


seña para que espere y busco algo en un cajón.

—Creo que es momento de un poco de diversión —le digo mientras le


muestro las esposas planeadas.

Él sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.

El estridente sonido de un teléfono me impide seguir durmiendo e intento


alcanzarlo, pero algo corta mi piel y al abrir los ojos veo que sigo con las
esposas y pateo a Jordán.

—¿Paulina? ¿Qué hice ahora? ¿Por qué me estás pateando? —me pregunta
aún con los ojos cerrados.

Yo lo pateo un poco más fuerte y él se levanta de forma brusca, pasando


una mano por su cara y yo le enseño mis manos aún esposadas. Él intenta
contener una risa, pero no lo consigue y salta de la cama antes que yo lo
pueda volver a patear.
—No me mires así, yo quise quitarte las esposas, pero no encontramos la
llave y tú tenías sueño. Eso no es mi culpa.

El sonido de un teléfono vuelve a llamar mi atención y veo que es el mío, le


pido a Jordán que lo sostenga junto a mi oreja.

—¿Hola?

—Paulina, hay una junta en la casa de subastas y debes estar presente. Es


importante —me dice mi tía Beatriz—. Te gustará estar ahí, cariño. No
faltes.

Me sorprende un poco el que se vaya hacer una junta porque no es muy


común que suceda y mucho menos que mi tía este llamando para confirmar
nuestra asistencia.

—Sí, tía. Ahí estaré.

—Bien. Es hoy a las nueve. No llegues tarde.

Me despido de mi tía y Jordán aleja el teléfono. Yo miro mis manos


esposadas y maldigo por no recordar dónde dejé la maldita llave.

—Necesitamos quitar esto de mis muñecas.

—Conozco a alguien que puede ayudarnos, pero no viene a domicilio.

Yo enarco una ceja en su dirección.

—¿Por qué razón, motivo o circunstancias tú conoces a alguien que pueda


ayudarnos con esto?

—Porque soy abogado.

—Si yo me entero que es por otro motivo, ya verás. Ahora ayúdame a


vestirme.

Él se ríe, pero hace lo que le pido y me ayuda a buscar ropa que pueda
utilizar ahora y cubre las esposas con un suéter sobre ellas.
—La próxima vez serás tú quien va a utilizar las esposas.

Jordán me ayuda a bajarme del auto para entrar al puesto del cerrajero que
nos va ayudar, pero me detiene en medio de la acera.

—Te amo —me dice.

Al principio creo que escuché mal, que él dijo otra cosa, pero al ver la
forma que me mira y la sonrisa en su cara entiendo que escuché bien.

—¿Qué? ¿Ahora? No puedo creer que me digas eso justo mientras estoy sin
peinarme o maquillada, en la acera con esposas en mis muñecas. ¿No
pudiste escoger un mejor momento?

Mis palabras salen entre pequeñas risas por la emoción de saber que me dijo
te amo.

—Te amo, Paulina. Lo he sabido por mucho tiempo y tienes razón, este no
es el momento más romántico o convencional, pero nosotros tampoco
somos muy tradicionales. Te amo, a pesar que me enloqueces todo el
tiempo.

—Te encanta mi locura.

—La amo.

No puedo dejar de sonreír y suelto una pequeña risa porque jamás imaginé
que Jordán me diría te amo justo ahora.

—Bésame ahora, Jordán o te pegaré si no lo haces.

Él se ríe y acuna mi rostro entre sus manos.

—Tus deseos son órdenes para mí.

A veces no importa el final del cuento, si no los sucesos que transcurren


hasta ese momento.
CAPÍTULO 37
La sala de reuniones está llena, mi tío Francisco está sentado a la cabeza y
su melliza, mi tía Leonor junto a él, seguido por mi padre, mi tía Violet y mi
tía Beatriz que está sentada frente a ella. También están aquí Maeve y
Travis.

La tensión que hay en el aire es palpable y todos nos miramos esperando a


que la reunión inicie. Es mi tía Leonor, la melliza de mi tío Francisco, quien
rompe el silencio y se levanta para tomar la palabra.

—Como todos sabemos, Francisco se va a retirar en unos meses y va a


elegir un sucesor, él, sin consultar a los demás hermanos y herederos que
también tenemos voz y voto en esto, eligió a Travis. Lo cual estaría bien, sí
mi hijo tuviera la experimentar y estuviera apto para el cargo. Pero no es
así. Es por ese motivo, que Beatriz se pudo en contacto conmigo y
discutimos está situación.

Mi tía Leonor le hace una seña a mi tía Beatriz antes de sentarse y mi tía le
sonríe antes de levantarse.

—Por años, las mujeres de esta familia fuimos renegadas a segundos


lugares, a estar tras bambalinas y jamás pudimos ni siquiera intentar
demostrar de lo que somos capaces. Jamás se nos ha considerado para
cargos de líderes. ¿Por qué?

Somos igual o más capaces que cualquiera de ustedes. Y la época dónde


nos quedamos sentadas y en silencio terminó, ya no nos vamos a quedar
calladas.

Mi tía Beatriz mira fijamente a mi padre y a mi tío Francisco con sus manos
firmes sobre la mesa redonda. Ella les da una sonrisa llena de satisfacción
antes de señalar a mi tía Violet y sentarse. Mi tía Violet se levanta y camina
alrededor de la sala de reuniones, ella hace resonar sus tacones y cuando se
detiene, sus ojos se fijan en mi tío Francisco que ante la mirada de mi tía se
suelta un poco el nudo de la corbata.
—Ustedes mejor que nadie, saben cómo nuestro padre nos quitó la voz y
voto en todo solo por ser mujeres, como nos denigraba y como eso nos
hacía sentir. ¿Y

aun así piensan seguir en ese círculo? Pues no, se acabó, estamos cansadas
de no ser escuchadas, de estar detrás de ustedes. ¿Cómo es que ninguna de
nosotras fue considerada para este cargo? —les pregunta ella—. Paulina
estará a cargo de la casa de subastas, así lo hemos decidido nosotras, que
juntas somos mayoría. Y es una decisión tomada.

Mi tío Francisco de levanta para decir algo, pero mi tía Beatriz lo detiene.

—¿Por qué te molestas, Francisco? Así lo han hecho ustedes por años.
¿Cuándo ustedes lo hacen está bien, pero cuando lo hacemos nosotros es un
problema?

La satisfacción y la dicha en la voz de tía es casi contagiosa, ella se siente


victoriosa, porque tal vez no estará ella a cargo y esto no le devolverá los
años de

ser reprimida, pero sí está siendo escuchada, está decidiendo por ella por
primera vez y puedo ver cómo está felicidad se apodera de ella.

—Ya hemos decidido, hermano, y como te dije, somos mayoría.

Las tres se levantan y se paran juntas frente a sus hermanos.

—Una mujer está a cargo de la casa de subastas ahora, supérenlo.

Recorro con la mirada a los presentes y me quedo fija en Mae, quien nunca
sonríe y quién solo lo ha hecho en unas contadas ocasiones, tanto así que
dichas ocasiones pueden contarse con los dedos de una mano y sobran
dedos, pero ella tiene las comisuras de sus labios ligeramente hacia arriba,
es casi un movimiento mínimo, pero yo no noto y veo que mi padre
también.

Es una sensación abrumadora ver a mis tías pelear de esa forma, defenderse
de años de opresión y al mismo tiempo, me llena de emoción saber que no
estoy sola en ciertas luchas, que me están respaldando.

—Felicidades, Paulina. Serás la nueva CEO de la casa de subastas.

Mis tías aplauden y tanto mi hermana como Travis se unen a los aplausos, y
a regañadientes mi padre y mi tío también aplauden.

Yo siento que no podría ser más feliz.

Las felicitaciones y los abrazos rápidos, porque siguen sin gustarme mucho,
incluso en estas circunstancias, no tardan en llegar y me permito disfrutar
este momento.

—Felicidades, prima —me dice Miguel cuando nos reunimos para cenar—.

Travis me contó la buena noticia. ¿Cómo te sientes?

Él mueve la silla para que yo me siente, como todo un caballero.

—Feliz. Ayer me sentía derrotada, cansada y creía que tenía todo en contra,
pero hoy es un buen día. Muy bueno.

—Me gusta verte feliz.

—Gracias, pero ya es suficiente de hablar de mí, ¿tú cómo estás?

Miguel me mira con suspicacia y sabe que hay algo que no le estoy
diciendo, pero como me conoce bien, sabe que no es algo malo, solo que no
sé cómo abordar el tema.

Él me da tiempo para ordenar mis ideas mientras me conversa como está, lo


que ha hecho y yo le realizo un par de preguntas sobre ciertos temas que
llaman mi atención, siempre me ha fascinado el trabajo de Miguel y me
encanta cuando me habla sobre eso.

—Digamos que alguien te dijo que te ama, y eso te puso muy feliz, a pesar
que tú no le respondiste lo mismo —le empiezo a decir a Miguel—. Y no es
porque no lo sientas, es que no sabes la razón de porque no dijiste nada.
Hacemos una pausa a nuestra conversación cuando el camarero viene con lo
que hemos ordenado.

—Estas asustada, es normal, es parte del amor, Paulina. Hay momentos


dónde no vas a saber que va a pasar a continuación y en otros momentos
vas a saber justo lo que está por suceder. El amor no siempre es tranquilo, a
veces causa revolución y algo de caos. No lo pienses tanto, solo dile lo que
sientes.

—Haces que parezca tan sencillo.

—Lo es.

Miguel hace una mueca extraña, similar a las que hacía cuando éramos
niños y quería hacerme reír.

—Lo que sucedió hoy en esa junta fue increíble. Tenías que estar ahí.

—Odio perderme eso, pero estoy tan orgulloso de ti. Lo mereces, mereces
cada cosa buena que te suceda.

—¿Y las cosas malas?

—Paulina.

Me río y hago una seña para restarle importancia a la situación y seguimos


conversando sobre lo que sucedió en la reunión de la mañana.

Cuando nos despedimos frente a mi auto le digo que le diré a Jordán


mañana lo que siento por él.

—¿Por qué mañana?

—Mañana cumplimos once meses de casados. ¿Puedes creerlos? Han


pasado once meses y no nos hemos matado en el proceso. Once meses y me
emocionan los siguientes meses que vienen, y sí le dices a alguien que me
puse romántica, te asesinaré. Recuerda, sé dónde vives.

—Y ahora me arrepiento de darte una llave de mi casa.


Le doy un rápido abrazo de despedida.

Conduzco hasta la casa de Jordán y voy pensando en un par de cosas que


hemos pasado por alto, como el hecho que yo aún conservo mi apartamento
a pesar que paso casi todo mi tiempo en casa de Jordán. Incluso he llevado
mis plantas ahí, y entiendo que lo hago como un seguro por si las cosas
salen mal. Pero no quiero pensar en que las cosas podrían destruirse en un
parpadeo, quiero creer que estaremos bien.

Siempre terminas perdiendo todo lo que amas —me dice una voz en mi
cabeza.

Es una voz molesta que me atormenta de vez en cuando y a la que estoy


aprendiendo a ignorar. La terapia ayuda mucho.

—¿Cómo están mis personas favoritas? —pregunto cuando llego a la casa.

Luna deja a Mantecado en el suelo y corre a saludarme, no puedo evitar


sonreír cada vez que ella me recibe de esa forma.

Le doy un beso en la mejilla a Jordán que está en una llamada telefónica y


anotando algunas cosas en un bloc amarillo.

—Mira mami, papá me compró una casa de muñecas. ¿Te gusta? Porque
está muy bonita.

La casa es grande, de colores pasteles y con todo amueblado, incluso las


lámparas que la decoran se las puede encender. Es hermosa.

—Es verdad, es muy bonita, yo siempre quise una cuando era pequeña. Está
es perfecta.

—¿Quieres jugar conmigo?

—Sí, Lu. Eso me gustaría mucho.

Dejo mis cosas sobre el sofá y me quito mis zapatos para sentarme con ella
en el piso.
Ahora que Luna tiene seis años dice que quiere ser doctora y salvar bebes,
aunque el otro día dijo que quería ser astronauta e ir al espacio, a veces
incluso dice que quiere ser abogada como su papá o restauradora de libros,
como yo. Su

color favorito es aguamarina y le encanta pintar como a Will, está en el


equipo de soccer y también en un curso de pintura. Le gustan las
matemáticas y hace un mes empezamos a leer Harry Potter y lo adora.

Al verla solo puedo pensar en lo rápido que está creciendo y como me


gustaría poder mantenerla a salvo de todo lo malo que hay en el mundo.

—¿Se están divirtiendo? —nos pregunta Jordán cuando termina la llamada.

Luna responde que sí y da pequeños saltos de felicidad.

—Sí, justo ahora, mi niña interior está muy feliz.

Jordán me sonríe y me da un beso en la cabeza.

—Me alegra escuchar eso.

Mi teléfono suena justo después que me he terminado de arreglar para


dormir y veo que es una llamada de Maeve.

—Besé a Will —me dice ella cuando atiendo la llamada sin darme tiempo a
decir nada.

Yo me siento en el filo de la cama y Jordán me mira con atención, pero yo


niego con la cabeza en su dirección.

—¿Y eso es bueno o malo? Espera no me digas, ¿tenía mal aliento? ¿Qué
habían comido antes de eso?

Mi conversación ha llamado la atención de Jordán que me mira intrigado


por saber con quién y de qué estoy hablando.

—No tenía mal aliento.


—Bueno, entonces, dime qué pasó.

—Pasó que besé a Will.

Pongo los ojos en blanco.

—Eso ya sé Mae, pero dime, ¿te gustó el beso? ¿Qué te llevó a besarlo?
Detalles, dame detalles.

Siento que de alguna manera he regresado a la secundaria y le estoy


preguntando a una amiga como estuvo su encuentro con el chico que le
gusta. Mae puede ser muy madura sobre algunos temas y tan inocente en
otros.

—Quise besarlo y lo besé, me gustó, ¿son suficientes detalles para ti?

—No. ¿Solo se besaron o pasó algo más? ¿Usaste protección? Dime qué lo
hiciste porque no estoy lista para ser tía.

—Yo tampoco estaba lista y me diste una sobrina de cinco años.

Muerdo mi labio para contener una risa.

—Te recuerdo que ahora tiene seis.

—Lo sé, estuve recorriendo tiendas contigo para decorar su fiesta. Fue
horrible, odio ir de compras.

Me doy cuenta de que nos estamos desviando del tema.

—Mae, ¿eres feliz?

—La felicidad es relativa y subjetiva. Pero según los conceptos y


paradigmas que tiene la sociedad sobre la felicidad, sí lo soy.

—Bien, esos son todos los detalles que necesitaba saber.

Ella se despide de mí, pero antes de colgar dice mi nombre.


—Estoy orgullosa de ti, hermana.

—Gracias, Mae.

Me despido de ella y termino la llamada.

Dejo mi teléfono sobre la mesa de noche junto a mi lado de la cama y veo


que Jordán está esperando que le cuente sobre la conversación que tuve.

—Will y Mae se besaron y esos son todos los detalles que sé.

—Vaya, solo les tomó cerca de tres años. Es un progreso.

Ellos van a su propio ritmo y eso está bien, me gusta que Will no presione a
Mae para avanzar más rápido y que, por el contrario, se haya adaptado al
ritmo de ella.

No puedo evitarlo, me encanta la pareja que hacen.

—Tengo un regalo para ti —me dice Jordán, sacándome de mis


pensamientos—.

Lo vi y pensé en ti.

Él me entrega una caja algo pesada y al abrirla veo una esfera de cristal con
girasoles dentro y al moverla cae brillo. Es hermosa.

—Dijiste que siempre quisiste una y yo quiero que tengas todo lo que
siempre has querido.

Jordán se inclina hacia mí y me da un casto beso en los labios.

—Es hermosa, Jordán. Gracias.

—Felicidades por tu nuevo puesto.

Dejo la esfera en la cómoda y me lanzo a sus brazos.

—Estoy muy orgulloso y feliz por ti, Paulina.


Mis labios se juntan con los suyos y al poco tiempo, nuestra ropa abandona
nuestro cuerpo y queda esparcida en el suelo.

Cuando me despierto me doy cuenta de que Jordán no está a mi lado, veo la


hora y apenas son las siete de la mañana. Me levanto, tomo mi teléfono y
reviso mi correo, mi agenda y organizo mi día antes de ir a ducharme. Al
salir y terminar de arreglarme puedo escuchar la voz de Luna preguntando
por su suéter de flores, en estas últimas semanas ella solo quiere utilizar ese
suéter.

Veo a Luna asomar su cabeza por la puerta.

—Buenos días, cielo.

—Buenos días, mami. ¿Estás ocupada?

Yo niego con la cabeza y le hago una seña para que pase.

—Nunca estoy ocupada para ti, ¿qué necesitas?

—¿Puedes por favor, trenzar mi cabello?

Ella extiende su cepillo y le digo que se siente en el banco frente al tocador


para peinarla.

Cuando termino de peinar a Luna y bajamos a la sala, veo que Jordán está
hablando por teléfono y sostiene un papel en su mano. Por su postura puedo
notar que no es nada bueno.

—¿Qué sucede? —le pregunto cuando he terminado de servirle el desayuno


a Luna.

Él me entrega el documento que está sosteniendo.

—Me acaban de citar al juzgado y conozco a la jueza que lleva el caso, es


buena amiga de mi madre, aunque es difícil demostrarlo. Ambas saben
moverse en ese medio. Hay muchas cosas en mi contra en este caso,
Paulina. Señalan que no soy
apto para cuidar a Luna por mi estrés post traumático, me llaman alguien
peligroso para ella y que pongo su seguridad y bienestar en riesgo.

No sé qué decir ante eso, y después de un largo momento, la voz de Jordán


rompe el silencio y me saca del tren descarrilado que son mis pensamientos.

—No sé qué haré si pierdo a Luna.

Lo veo sentarse en el sofá individual y poner los codos sobre sus piernas,
enterrar su cara en sus manos y quedarse así por un largo rato, hasta que
aparta su cara y me mira.

—No quiero perderla.

Podría decirle que no la va a perder, que todo saldrá bien, pero él es


abogado, no cree en promesas sin bases que la sostengan. Tampoco confía
mucho en el sistema y sabe que hay personas que se encuentran arriba en la
pirámide y controlan lo que sucede. Gideon es una de esas personas,
porque, aunque me cueste admitirlo, él tiene mucho poder. Su bufete de
abogados es uno de los mejores y él tiene una excelente reputación en el
juzgado.

Yo jamás pierdo un caso —solía decirme.

Jordán me dice que se reunirá con su equipo de abogados, porque quiere


estar preparado para la cita que tiene en la corte. Yo le pido que me
mantenga informada y llevo a Luna a la escuela.

Los días se vuelven largos y pesados, tratamos de mantener una falsa


sonrisa cuando estamos cerca de Luna, pero ella es muy inteligente e
intuitiva, sabe que algo está pasando.

Todo está bien, cielo —le digo para intentar tranquilizarla.

El día de la citación finalmente llega y yo me quedo con Luna en casa,


Miguel se queda conmigo porque Will y Astrid están acompañando a su
hermano.
—Quiero ser optimista, pero al mismo tiempo no —le digo a Miguel
mientras vemos a Luna jugar en el jardín—. Ella no merece nada de esto,
Miguel. No es justo.

Siempre pierdes a quienes amas. ¿Por qué creíste que esta vez sería la
excepción? —

me pregunta esa desagradable voz en mi cabeza.

Ni siquiera sé porque he permitido tener fe, tal vez se deba a qué me


contagie del optimismo de Luna.

—Todo saldrá bien, ya verás. El abogado de Jordán es muy bueno, sabe


cómo manejar esto.

Pero Gideon también es excelente en su trabajo. Él era jefe de Andrea y ella


siempre señalaba que admiraba que Gideon jamás haya perdido un caso. ¿Y
sí está es otro caso que él no va a perder?

Llevo la mano a mi cuello y recuerdo de lo que él es capaz.

—Aúnno le he dicho a Jordán que lo amo. No he encontrado el momento


adecuado, han pasado tantas cosas que ni siquiera hemos tenido tiempo para
conversar.

—Pronto esto será solo un mal recuerdo.

Me pregunto cuántos otros malos recuerdos acumularé a lo largo de mi


vida.

¿Hay un límite de malos recuerdos que una persona puede soportar?


Debería ser así.

—¿Ese es el auto de papá? —nos pregunta Lu.

Yo giro mi cabeza y le dedico una sonrisa antes que ella corra dentro de la
casa para saber si es Jordán.

—Sí, es papá. Ya llegó.


Miguel me da unas palmadas en la espalda antes de entrar a la casa y solo
me basta con ver la expresión de Jordán al regresar de la corte, para saber
que no trae buenas noticias.

En estos momentos me gustaría poder tener esas conversaciones con la


mirada que se supone las personas tienen, pero lo único que veo en su
mirada es que las cosas han ido mal.

—Gracias por venir acompañarme —le digo a Miguel.

—No tienes nada que agradecer. Llámame si necesitas algo, Paulina.

Me despido de Miguel en la puerta y regreso a la sala, dónde Luna está


conversando con Jordán, contándole sobre su día y la escuela. Es una
escena muy bonita de ver y decido dejarlos solos e irme a mi habitación.

En ciertas situaciones me gusta aislarme de todos y de todo, analizar y saber


sobre que suelo me toca caminar. Este es una de esas veces, y podría irme a
mi apartamento, pero no tengo ganas de conducir, así que me encierro en la
habitación que tengo en casa de Jordán y pongo a mi mente a trabajar.

Unos golpes en la puerta me sacan de mis pensamientos.

—¿Podemos hablar? —me pregunta Jordán desde el otro lado de la puerta.

Él me conoce bien y sabe que no estoy dormida.

—Sí, adelante.

Él abre la puerta y entra, cerrándola con el pie. Lo veo mirar alrededor de la


habitación sin saber qué hacer y yo le indico que se siente a mi lado en la
cama, pero él recuesta su espalda contra la pared y me mira.

—La jueza le concedió visitas a Helen mientras dure el proceso. Ella puede
pasar tiempo con Luna y no solo eso, también pasará un fin de semana con
ella —él me suelta todo sin anestesia y sin darme tiempo a nada, lo cual
agradezco.

¿Cómo él pudo permitir algo como eso?


Helen va a poder estar con Luna, ¿alguien se ha detenido a pensar en cómo
será eso para Lu? ¿Cómo se supone que le van a decir que su mamá
biológica regresó por ella?

—¿Cómo lo permitiste?

—Paulina, eso no estaba en mis manos. No había nada más que yo pueda
hacer.

Hicimos lo que pudimos.

—Debiste hacer más.

Debo controlar mi enojo porque veo la hora y me doy cuenta de que Luna
ya debe estar durmiendo.

—Debiste hacer más —repito.

—Mi abogado está encargándose de eso.

—No es suficiente y lo sabes. Tú abogado puede ser bueno, pero no tanto


como Gideon. No vas a ganar.

Eso no es lo que él quiere escuchar, pero es la verdad.

—No digas eso, ¿crees que escuchar que no voy a ganar me hará sentir
mejor? Me duele toda esta situación, me duele no poder proteger a mi hija.
Sé que tengo muchas cosas en contra, pero no puedo centrarme en eso
ahora, debo mantener la fe porque de lo contrario creo que voy a
enloquecer.

¿Cómo es que Jordán no entiende que no hay mucho que pueda hacer?
Gideon va a ganar, siempre gana y no sirve de nada que Jordán mantenga la
fe o esperanza, porque lo único que importan en estos casos son los hechos.

Le doy la espalda para buscar las llaves de mi auto y mi abrigo.

—¿Vas a salir? ¿A esta hora?


Yo no le respondo, me pongo mis botas negras y me dirijo a la puerta.

—Paulina.

—Jordán, yo solo. . Necesito ir a otra parte. Te mandaré un mensaje.

No lo miro mientras salgo de la casa y no me detengo a pensar sí está bien


hacia donde estoy conduciendo, solo conduzco y dejo mi mente en
automático.

Cuando me bajo del auto, tomo aire un par de veces y cierro los ojos para
intentar controlar mis emociones antes de dirigirme a la casa y tocar.

—Paulina, te estaba esperando. ¿Por qué tardaste tanto?

Él se hace a un lado y me deja pasar. Veo que está vestido con ropa informal
y que parece como sí me hubiera estado esperando. No era muy difícil saber
que yo vendría aquí al escuchar lo que Jordán tenía que decirme.

Lo veo dirigirse hacia su mini bar y servirse un vaso de coñac.

—¿Qué puedo hacer por ti, Paulina?

Gideon camina hasta pararse a centímetros de donde yo estoy.

—Quiero que pierdas el caso.

Su mano se levanta y desliza un mechón con cuidado detrás de mí oreja,


acariciando mi cuello y descendiendo por el escote de mi blusa, pero yo
aparto su mano antes que pueda llegar más lejos.

Él se ríe y le da un pequeño sorbo al coñac.

—Podría hacer eso, incluso podría encargarme que Helen se vaya muy lejos
y no vuelva molestar con recuperar la custodia de su hija. Pero si hago eso,
¿qué gano yo?

—¿Qué quieres a cambio?


—¿Me darás lo que yo quiera?

—Sí.

Nada de lo que él me pueda pedir, será bueno para mí. Porque a veces el
amor tiene un precio y ese precio es el dolor. Y yo estoy dispuesta a pagar
el precio.
CAPÍTULO 38
En los cuentos de nuestra infancia es en dónde aprendemos a diferenciar
entre héroes y villanos; entre lo bueno y lo malo; aprendemos que a veces
las buenas personas deben hacer sacrificios por un bien mayor, y esos
sacrificios la mayoría del tiempo tienen que ver con sus seres amados, pero
que al final todo vale la pena. También nos enseñan que los villanos son una
causa perdida y que no debemos invertir nuestro tiempo en ellos.

Lo que no nos enseñan es que el personaje varía dependiendo del punto de


vista de quién cuenta la historia, es fácil que el héroe se vuelva el villano, y
que el villano se transforme en héroe. Porque la única diferencia entre
ambos, es quien de los dos cuenta la historia.

—¿Qué es lo que quieres? Habla, Gideon y déjate de rodeos.

Lo veo caminar a mi alrededor como un depredador que rodea a su presa,


sus ojos me recorren de pies a cabeza y veo como se regodea, veo ese brillo
en su mirada que he empezado a detestar.

Él deja el vaso sobre una mesa redonda de cristal y pasa un dedo por su
labio inferior.

—¿Sabes lo que es poder, Paulina? Es algo que puede alterar el curso de tu


vida.

Yo tengo el poder ahora, cariño.

Mi estómago se revuelve cuando lo escucho llamarme cariño.

¿Me deseas, cariño? —solía preguntarme.

Sí —era mi respuesta.

Y lo hice, lo deseaba. Disfrutaba estar con él, porque Gideon se asemejaba


a mí, él se llevaba bien con la vieja Paulina. Ambos se entendían de
maravilla. A la vieja yo, no le importa las cabezas que tenía que aplastar
para conseguir lo que quería o las personas que lastimaba en el camino, a la
vieja Paulina no le importaban los sentimientos de desconocidos. Rara vez
sentía empatía por otros que no sean mis amigos o seres queridos.

Muchas veces incluso aconsejé a Gideon con esta clase de planes, fui
cómplice de sus acciones y vi como destruía a otros, pero no me importaba
porque esos otros no me afectaban. Ahora todo cambia porque quien está
recibiendo el golpe soy yo, y es un poco hipócrita de mi parte quejarme de
la traición y la forma en que él se regodea frente a mí. Es un poco hipócrita
quejarme del dolor, cuando yo también lastimé y herí a otros de una forma
similar.

—Quiero una sola cosa, a ti —susurra en la habitación y ese suave susurro


logra poner el vello de mi cuello de punta, ya que conozco el tono y la
razón de porque lo utiliza—. Pero como soy un hombre benévolo, te daré
dos opciones: opción uno, pasamos una noche juntos y después de eso
puedes o no decirle a Jordán lo que pasó entre los dos. Opción dos, te alejas
de Jordán y la pequeña niña, sin decirle una palabra de porque lo estás
haciendo.

Por algo dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo.

No hay forma que gane con ninguna de las dos opciones, porque sí me
acuesto con él y no le digo a Jordán, la culpa me va a carcomer, tal vez
antes pude callar y seguir después de hacer algo como eso, pero no ahora y
no a Jordán. Aunque decirle tampoco es una opción porque Jordán no lo
tomaría bien. La única opción sería alejarme de él y Luna.

—Y no intentes jugar a la listilla conmigo, Paulina. Te conozco y también


conozco todos tus trucos, sí intentas engañarme, te costará muy caro. Tú
sabes de lo que soy capaz.

Él se para detrás de mí y aparta con cuidado mi cabello hacia un costado en


un ágil movimiento, yo intento alejarme, pero coloca su mano alrededor de
mi cuello

y sus dedos se ciñen sobre aquella piel sensible y me revuelvo contra él


cuando el aire me empieza a faltar.
—Es extraño que te quejes por esto —susurra cerca de mi oído mientras
suelta el agarre de mi cuello, pero me mantiene cerca de él—. Solías
disfrutarlo mucho cuando lo hacía en la cama.

En un rápido movimiento me alejo de él y me muevo hasta que quedamos


cara a cara. Gideon parece divertido por toda esta situación y sus ojos
brillan con malicia mientras me examina.

Gideon intenta volver acercarse y yo le advierto con la mirada que no lo


haga, y lo veo detenerse en seco con la maldita sonrisa descarada plasmada
en su cara.

—¿Por qué? ¿Por qué yo?

Esto se siente casi como mendigar de su parte, a pesar que dice él que tiene
el poder, pero está aquí, frente a mí pidiendo una noche que yo le he
negado. Y

Gideon no es de los que ruega.

—Siempre queremos lo que no podemos tener —me responde con una


media sonrisa—. Nos parecemos en eso. ¿Verdad, cariño?

No puedo evitar fruncir los labios cuando lo vuelvo a escuchar llamarme de


esa manera.

—Ya no soy esa Paulina.

Él se ríe, de forma seca y ácida. Una amargura que no había visto antes en
él, brilla en sus ojos mientras me mira fijamente casi con burla.

—Aúnlo eres. Tú misma lo dijiste una vez, que las personas no cambian,
solo esconden sus demonios por un tiempo y después lo sacan a flote.

Él siempre ha sido bueno en eso, en el juego de atacar y envolver a otros


con sus propias palabras, aprendí a dominar ese juego por Gideon, y una
parte de mí siempre supo que lo usaría en mi contra.
Todo lo que digas podrá y será usado en tu contra, cariño —me decía casi
siempre—. Nunca debes olvidar eso.

Bajé la guardia y dejé que él gane terreno, que se sintiera a gusto y


perfeccione su juego, e incluso de forma inconsciente lo dejé que ataque
primero. Pude ganar, pero no supe mover las piezas a tiempo y ahora me he
quedado sin cartas, sin fichas y sin opciones más allá de las que él me da.

—¿Qué opción vas a elegir, Paulina?

Pensaba que no había nada más que él pudiera quitarme, pero yo estaba
equivocada. ¿Qué podría ganar yo al enfrentarme a Gideon? No hay nada
que pueda ofrecerle a parte de lo que él me está pidiendo.

—El tiempo se acaba y también mi oferta. Piensa rápido.

Gideon una vez me confesó que yo soy para él como la reina en un tablero
de ajedrez, es decir, que soy la pieza más importante y poderosa que tiene,
pero que, a pesar de su poder y relevancia, la reina también es prescindible.
Me lo repetía mucho y también me repetía sus estrategias, las piezas que le
gusta mover para dominar el juego y como siempre protege a la reina
excepto cuando la única forma de ganar y conseguir lo que quiere, es
sacrificándola.

Lo más importante del juego, es ganar. Jaque mate, cariño —murmuraba


cuando ganaba algún caso o una partida de ajedrez que teníamos de vez en
cuando.

—Vete al infierno, Gideon.

—Lo haré —me dice con una sonrisa sórdida—. Pero tú vendrás conmigo.

Él quiere una respuesta y mi tiempo se acaba, he intentado pensar en algo


que puede utilizar contra él, pero no tengo nada. Y quizás está tortura a la
que me voy a someter, es una especie de justicia poética, una forma que
tiene el universo de arreglar sus cuentas y poner la balanza en su lugar.
Quizás esto sea mi precio justo a pagar.
Mi sentencia antes del juicio final.

—Se que eres cruel, Paulina. Pero yo soy mucho peor que tú.

Atenea me dijo hace años, creo que mientras aún estaba con Raymond, que
cuando uno ama a alguien, está dispuesta hacer ciertos sacrificios. En ese
momento no lo entendí del todo, pero ahora lo hago y estoy dispuesta a
sacrificarme por aquellos que amo.

—Elijo la segunda opción.

Su sonrisa se hace más amplia y aplaude un par de veces, feliz con mi


elección, él ya debió proveer este movimiento y me siento más allá de la
indignación, pero intento mantener mi rostro inexpresivo. No le voy a dar
más satisfacción de la que ya le dio mi elección.

Después de hacer un movimiento, debes ser paciente y esperar la reacción


de tu oponente — me dijo Gideon, aunque ahora no recuerdo porque lo hizo
—. No atacas y vuelves atacar en seguida, porque tú adversario va a estar
esperando ese segundo ataque. Después de tu primer movimiento, debes
esperar y atacas cuando él enemigo ha bajado la guardia, ese siempre es el
mejor momento para el ataque.

No entiendo cómo pasé por alto todas las advertencias que él me dio. Me
siento estúpida por haber caído en su juego.

—Tienes cinco días para dejarlo, y no intentes engañarme, porque sí lo


haces, jamás volverán a ver a esa niña.

Diría que es una advertencia tirada al aire, pero no es así con Gideon.
Nunca ha sido así con él.

Sin decirle nada más, salgo de su casa y me dirijo de prisa a mi auto,


encendiendo el vehículo a toda prisa porque no quiero estar ni siquiera a
unos metros de él.

¿Alguna vez has amado tanto a alguien que te duele amarlo? —me
preguntó Atenea un poco después que terminó con Raymond, mientras ella
hacia sus maletas para ir a El Cairo—. Me duele tanto amarlo, y me duele
dejarlo. Pero terminé con él, porque nada duele más que estar a su lado y
el amor no debería doler.

Sus palabras me hicieron reflexionar mucho, entender algunas cosas con las
que luchaba en esa época, como la muerte de mi hermana o mi separación
con Milo.

Entendí que sentía que estaba bien que el amor duela porque fue así como
crecí, era normal para mí ver a mis padres sufrir y ellos se decían que se
amaban. Crecí con esa idea sobre el amor, incluso la mantuve mientras
estaba con Milo, porque a pesar que yo lo amaba, no estaba dispuesta a
cambiar por él.

La vieja Paulina solo quería recibir amor sin dar nada a cambio.

Y entonces mi camino y el de Jordán se cruzaron, él pidió mi ayuda, yo me


rehúse, pero al final lo terminé ayudando y esa fue una de las mejores
decisiones que

pude tomar porque me permitió conocer a Luna y entender que el amor no


va ligado al dolor como nos hacen creer. Amor es comprender, escuchar y
ayudar al otro a superarse en todos los ámbitos. Amor es que Jordán prepare
todas las noches un sándwich para mí, que haya llenado la casa de plantas
solo porque a mí me gustan, amor es que se quede a mi lado incluso en mis
días malos. Amor son las conversaciones con Luna y cuando me dice que
agradece que yo sea su mamá.

—Paulina, ¿está todo bien? —me pregunta Travis.

Yo veo que me he quedado quieta mirando una caja con artículos que
debemos tasar y los pasantes me observan sin entender mi actitud de hoy.

Yo tomo aire y cuadro mis hombros dejando esos pensamientos que me


atormentan a un lado y me centro en mi trabajo y las cosas que hay que
hacer aquí. Me concentro en el trabajo porque al menos eso es algo que
puedo controlar, algo que está en mis manos y después de todo, mi trabajo
es todo lo que tengo.
—Dices que estás bien, pero llevas cuatro días actuando de forma extraña
—me confronta Travis cuando estamos lejos de los pasantes y ya no nos
pueden escuchar—. Estoy preocupado por ti.

—Solo estoy pensando que hoy es el quinto día y me sorprende la


relatividad del tiempo. Eso es todo.

Travis me mira confundido y noto su genuina preocupación por mí. Yo


pongo una mano en su hombro y le digo que estoy bien, que no me haga
caso y me dirijo a mi oficina.

Cuando abro la puerta veo a Mae sentada frente a mí escritorio.

—¿Qué puedo hacer por ti?

Le pregunto mientras rodeo mi escritorio sin mirarla y me siento a terminar


de revisar unos documentos.

—Jordán está preocupado por ti, no estás atendiendo sus llamadas.

—Tengo cosas más importantes que hacer que atender las llamadas de
Jordán.

Estoy concentrada en los documentos que tengo sobre mi escritorio que no


siento cuando ella se levanta y pone su mano sobre los papeles que estoy
revisando.

—Eso no funciona conmigo, yo no soy como los demás, Paulina. Sé lo que


estás haciendo y quiero saber porque lo haces.

—No sé de qué hablas, Mae. Ahora sí me disculpas, tengo trabajo que hacer
y te recuerdo que tú también.

Ella aparta su mano, pero me sostiene la mirada.

—Ya perdí una hermana a causa de la depresión y malas decisiones. No voy


a perder otra.

—¡No soy como Andrea!


—Y Andrea decía que no era como mamá, pero ambas están muertas ahora
porque no pedían ayuda y creían que podían con todo. Eso al final les pasó
factura y perdieron las ganas de vivir.

Quiero decirle que exagera, que no es igual, pero no puedo culparla por
preocuparse porque yo haría lo mismo en su lugar. Yo conectaría los puntos
y

llegaría a la misma conclusión. Y creo que cualquiera que hubiera pedido a


su madre y a su hermana a causa de un suicido pensaría lo mismo.

—Voy a estar bien.

Tal vez dentro de muchos, pero muchos años después, yo vuelva a estar
bien.

—Debo irme, tengo que llevar este informe a Raymond. Después de eso iré
hablar con Jordán. Lo prometo.

Tomo la carpeta marrón con el informe que Raymond pidió sobre los
artículos que trajo la semana pasada a la casa de subastas y recojo mis cosas
para ir al museo.

Su asistente me dice que Raymond me está esperando y al entrar en su


oficina veo que está en video llamada con Atenea.

—Hola, Ate.

Ella me saluda con entusiasmo mientras yo le doy la carpeta a Raymond.

—¿Raymond? ¿No crees que yo merezco mucho más que un hola Ate, por
parte de Paulina?

Casi sonrió ante el drama de Atenea. Sí ella estuviera aquí, culparía a su


parte griega.

—Así es, kardia mou.


El apodo me resulta algo familiar, pero ahora no tengo cabeza para pensar
de dónde lo recuerdo.

—¿Cómo me dijiste, Ray-Ray?

— Kardia mou. Porque incluso aunque ya no estamos juntos, tú siempre


serás mi kardia mou.

Observo su interacción y pienso en la relación que ellos tuvieron. Pienso


que la difunta prometida de Raymond fue su primer amor, que Atenea fue
su amor épico y que tal vez, Astrid sea su amor verdadero, pero que eso
solo el tiempo lo dirá.

Me despido de Raymond y Atenea para ir a casa de Jordán, en el camino le


pido a Astrid que se quede con Luna está noche, porque necesito hablar de
algo con Jordán. Ella no me cuestiona y me dice que no me preocupe.

—¿Paulina? No esperaba verte —dice Jordán desde la sala cuando me


escucha llegar—. Pero me alegra que estés aquí.

No esperaba encontrarlo aquí todavía, creía que él estaría en la oficina. Que


tendría tiempo para recoger todo.

Siempre me sorprende la cantidad de paciencia que Jordán tiene conmigo,


porque en mi experiencia, cuando yo alejaba a las personas, ellos no hacían
el intento por quedarse, solo daban media vuelta y se iban. Yo los miraba
irse y estaba bien con verlos partir. Pero Jordán no se va, sin importar
cuánto lo aleje o lo indiferente que le muestre, él permanece conmigo.

—Iré arriba.

No espero una respuesta de su parte, tampoco le dirijo una mirada. Solo me


dirijo a la habitación y actuó en piloto automático recogiendo todo lo que
puedo y metiéndolo en las maletas que utilicé para venir aquí. No me
preocupo por recuperar las cosas que tengo en la habitación de Jordán
porque no creo poder
soportar el entrar ahí. Así que solo recojo todo lo que puedo e intento dejar
las cosas como estaban antes de mi llegada, excepto por la pared con las
plantas.

Este es el punto de ruptura —pienso mientras bajo las maletas y las dejo
junto a la puerta de entrada.

Agradezco que Jordán no esté a la vista y me permito llevar las maletas a


mi auto, pero cuando regreso de tomar mi bolso de mano que dejé en la
habitación, él me estáesperando en el pasillo y mi corazón late con fuerza
dentro de mi pecho mientras me paro frente a él y le sostengo la mirada.

—Ya no puedo hacer esto. Ha sido suficiente para mí.

Pienso en como la mayoría de nuestras conversaciones más importantes han


sucedido en los pasillos.

—¿Qué estás tratando de decir, Paulina?

Me mantengo implacable mientras escucho su pregunta y el titubeó en su


voz.

—Que esto ha llegado a su fin. Me voy, Jordán.

—¿Qué acabas de decir?

Lo escucho susurrar la pregunta, y veo como mantienen la esperanza que yo


no repita aquellas palabras, aferrándose a la idea que no son ciertas, que tal
vez él escuchó mal.

—Mira Jordán, he terminado de jugar a las casitas contigo, de fingir ser


algo que no soy. He terminado con esto porque ya no hay nada aquí que me
interese.

Nunca supe cómo poder comunicarnos con la mirada, sí es que eso es


posible, pero sí aprendí a reconocer como se siente y aunque no lo supiera,
el dolor crudo que siente ahora, se refleja con claridad en sus ojos.
—No puedes estar hablando en serio, y no entiendo porque estás diciendo
todo esto, pero te conozco, tú no harías algo como eso. Porque tú misma
dijiste que somos un equipo, que nos respaldamos.

Casi como si lo hubiera ensayo, una risa hueca se escapa de mis labios y lo
veo retroceder ante el sonido.

—Te dije lo que querías escuchar. ¿Acaso no aprendiste nada? Cuando


empezamos con esto te dije que fingir y manipular es mi especialidad, y tú
caíste, Jordán y ahora ya no tienes nada más que me interese. Ya no tengo
razón para seguir fingiendo.

—¿Eso es lo que hiciste todo este tiempo? ¿Fingir?

Jordán suena más dolido de lo que pretende, y a pesar de eso, se sigue


aferrando a nosotros. Lo veo intentar dar un paso hacia mí y yo levanto la
mano para detenerlo.

—Sí, solo fingí.

Soy consciente que mis palabras lo atraviesan como cientos de pequeñas


dagas incrustadas en su pecho. Puedo ver el desconcierto en su rostro y la
forma que su corazón se rompe cuando termina de asimilar todo lo que he
dicho.

—Mientes. Lo que tenemos es real, la forma que tu corazón late cuando


estás conmigo es real, la sonrisa que tienes todas las mañanas al despertar
es real. Esto entre nosotros es real y. .

—¿Y qué? ¿Qué más vas a decir? No es real, Jordán. Nada lo fue, todo esto
solo es parte de mi acto y no eres el único con el que he hecho esas cosas.
Es lo que

siempre hago, estar con alguien y tomar todo el amor que tienen que ofrecer
sin dar nada a cambio. Y me voy porque ya no me interesa el amor que
tienes para ofrecerme.
Con cada palabra que digo, siento como al aire a mi alrededor se vuelve
cada vez más denso y la opresión en mi pecho se fortalece al ver cómo
Jordán me mira ahora.

—Nunca te dije que te amaba, porque nunca lo sentí —lo miro fijamente—.
No te amo, Jordán y nunca te amaré.

Lo estuve sosteniendo a varias millas de altura y de un momento a otro lo


suelto, dejando que caiga de golpe y sin paracaídas.

—No importa lo que digas, Pauliana o lo que nos pase, a pesar de todo, yo
soy tuyo. Siempre seré tuyo —me dice él con voz rota y luce cansado,
hábito y derrotado, porque se ha resignado a pensar que miento y ahora cree
que lo que digo es verdad.

Y yo solo quiero estar con él, tener una familia. Lo quiero todo con él,
incluso aunque me cuesta un poco admitirlo. Y ahora estoy perdiendo algo
que pude tener, la familia feliz que pudimos ser, el hogar que siempre quise
cuando era pequeña y mientras crecía.

Lo siento tanto, Jordán —le digo en mi mente—. Lamento tener que


romper tu corazón.

Estuve a punto de tener aquello que no sabía que quería. Porque pienso que
Milo fue mi primer amor, pero Jordán es ese amor épico del que había leído
en libros de romance y visto en películas cursi. Jordán es ese tipo de amor
que no creía que llegaría a tener.

—El problema aquí, Jordán es que yo no quiero o me interesa que seas mío.

Pienso que como nunca creí que tendría un amor épico, como lo qué siento
por Jordán, tiene algo de sentido que no dure, después de todo, soy yo y
siempre pierdo a los que amo. Pero al mismo tiempo, quiero aferrarme a lo
nuestro con todas mis fuerzas, y me está matando tener que dejarlo y dejar a
Luna, dejar la familia que siempre quise.

Al final siempre pierdo a quienes amo —pienso con amargura.


Y ya debería aprender esa cruel y dura lección para poder dejar de esperar
lo contrario.

—Está bien si no me quieres o no quieres mi amor, de todas formas, yo sigo


siendo tuyo.

¿Por qué él tiene que hacer todo esto tan difícil?

—¿Incluso si yo no soy tuya? ¿A pesar que no te amo y jamás te amaré?

Yo no estoy intentando ser una mártir o una heroína, porque nada de eso es
lo que soy. Lo único que hago es representar mi papel, soy la villana en una
historia escrita a reglones torcidos, una villana que debe hacer un pacto con
el enemigo para salvar a quienes ama.

—Sí, soy tuyo a pesar de todo.

Yo me acerco a él de forma lenta y dejando que mis pies resuenen sobre el


piso.

—Ahora soy la villana de tu historia porque fuiste demasiado ingenuo para


ver cómo realmente soy. ¿Y a pesar de eso me sigues proclamando tu amor?
Eres patético y ni siquiera entiendo como perdí mi tiempo contigo.

Yo siempre fui la villana y Jordán se volvió mi debilidad, y tal como relatan


algunos cuentos, los villanos somos capaces de todo por aquellos que
amamos.

—Ahora soy la villana de tu historia porque fuiste demasiado ingenuo para


ver cómo realmente soy. ¿Y a pesar de eso me sigues proclamando tu amor?
Eres patético y ni siquiera entiendo como perdí mi tiempo contigo.

Yo siempre fui la villana y Jordán se volvió mi debilidad, y tal como relatan


algunos cuentos, los villanos somos capaces de todo por aquellos que
amamos.

—¿Qué hay de Luna?


Aparto la cara de Lu, de mi mente porque sí dejo que ella se meta en mis
pensamientos no voy a poder hacer lo que debo.

Luna estará triste y le dolerá mucho, pero estará con su papá y la van a dejar
tranquila. Estoy segura de que con el tiempo ella ni si quiera se va acordar
de mí, y aquel pensamiento me desgarra un poco más por dentro.

—¿Qué hay con ella?

—¿Tampoco la amas a ella?

Sí tan solo supieras, Jordán que todo esto lo hago porque la amo tanto y
quiero que sea feliz.

Me quito el anillo negro que él me dio cuando empezamos esto y lo


extiendo en su dirección, Jordán gira su mano y yo dejo caer el anillo en su
palma. Y él se queda observando ese pequeño anillo por demasiado tiempo.

—No. Yo no soy de las que se casa y tiene hijos, está no soy yo. Te
enamoraste de una ilusión, ya te dije, nada fue real.

—Paulina. .

—Nunca fuiste suficiente para mí, Jordán, así que deja de insistir y déjame
ir.

Esas palabras son la estocada final, el golpe definitivo en esta cruel masacre
en dónde Jordán no tuvo advertencia u oportunidad alguna de sobrevivir.

—Deja la puerta abierta al salir, Paulina.

Lo veo agachar la cabeza y señalar el pasillo, yo lo miro un último


momento antes de dar media vuelta y salir de su casa con mi corazón
destrozado y mis lágrimas ardiendo en mis ojos gritando ser liberadas.

Lo fuimos todo por un momento, pero al final no somos nada y ese tal vez,
siempre fue el final que estaba destinado para nuestra historia CAPÍTULO
39
Se ha terminado.

Todo se ha terminado —pienso cuando llego a mi apartamento.

Dejo las maletas a un lado y mi espalda se encuentra con la pared y me


deslizo poco a poco hasta el suelo porque mis piernas se sienten incapaces
de sostenerme. Ahora no queda nada del autocontrol que tenía mientras
estaba con Jordán o cuando lo dejé y conduje hasta aquí. Mi autocontrol se
ha ido y en su lugar ha quedado un dolor crudo y agudo que se apodera de
mi cuerpo, como en

un juego de títere y el titiritero. El dolor se siente tan fuerte que incluso me


roba el aliento, haciendo luchar por poder respirar mientras intento
controlar los sollozos que se escapan de mis labios resecos.

Todo lo que bastó para terminar entre nosotros fue un momento de


vacilación, un instante de duda acompañado de un par de mentiras y una
culpa amarga por un pasado que no se puede cambiar. Y ahora que todo ha
llegado a su fin me pregunto sí las señales estaban ahí, sí tal vez yo no vi
algo que los demás sí, porque en mi mente imaginé que estaríamos juntos
más tiempo que esto. Soñé con un futuro a su lado, pero ahora que hemos
terminado pienso que quizás esté era el único final para nosotros.

Él amor es doloroso y sí soy honesta, ya no tengo más que dar —me digo
mientras sigo sentada en el piso sin ganas de quererme levantar— Ya no me
quedan fuerzas para volverlo a intentar.

¿Cómo se supone que siga adelante ahora? No solo perdí a Jordán, también
perdí a Luna, mi dulce y hermosa Lu, que seguro va a llorar y sufrir mucho
cuando regrese a casa y no me vea. Ella no merece sufrir y tampoco su
papá, la vida ha sido muy injusta con ambos. Pero la vida también ha sido
muy injusta conmigo.

—Ya no tengo nada más que perder, ya me lo han quitado todo. No me


queda nada.

Esto es lo que quería Gideon, verme de esta manera sentada en el piso


llorando por lo que he perdido y sí tuviera un gramo más de fuerza o sí no
hubiera luchado ya tantas batallas, me levantaría y le demostraría que esto
no me va a vencer, pero como lo he dicho antes, ya estoy tan cansada de
luchar. Estoy tan casada y solo quiero un pequeño momento de paz. ¿Acaso
eso es mucho pedir?

Sé que estoy permitiendo que mis errores del pasado se interpongan entre
mi felicidad, creyendo que este dolor es una especie de karma, y aunque
una parte de eso es cierta, también es verdad que no podía darme el lujo de
poner en riesgo la felicidad y seguridad de Luna. Incluso si para poder
mantenerla a salvo debo sacrificar mi propia felicidad. Recuerdo con
claridad las palabras de mi padre, que jamás nadie me podría amar, porque
yo no soy digna de ser amada y como termino lastimando a todos a mi
alrededor. Pienso en eso y también pienso en Lu, en como ella me ama, en
la forma que Jordán me demuestra su amor. Durante años yo creí en lo que
decía mi padre y no es para menos, porque yo no era una buena persona y
siempre temí que Jordán se diera cuenta de eso y se alejara, pero el vio las
peores partes de mí e igual se quedó.

Y ahora los he perdido a ambos.

—Travis, hoy no voy a ir a la casa de subastas, le mandé un correo a Mae


con algunas indicaciones y ya te voy a enviar uno a ti.

Estiro mis piernas en el suelo y dejo caer mi cabeza contra la pared.

—¿Está todo bien?

Mi voz suena ronca y rasposa por todo el llanto de la madrugada.

—Sí, todo está bien. Sí surge algo importante me mandas un mensaje, de lo


contrario hablamos mañana.

Termino la llamada y estoy a punto de dejar mi teléfono a un lado cuando


recibo un mensaje de un número privado, y ni siquiera tengo que leer el
mensaje para

saber quién es o que es lo que quiere. En el mensaje Gideon me pregunta sí


llevé a cabo la segunda opción y yo solo respondo que sí, el siguiente
mensaje que me él me manda es un documento adjunto de unos papeles de
divorcio. Yo le respondo que no voy a firmar nada hasta que él cumpla con
su parte del trato.

Y sé que él no tardará en cumplir con su parte, porque a Gideon no le


interesa Helen, la madre de Jordán o lo que ellos quieran conseguir, él solo
se aprovechó de la situación y la utilizó a su favor.

Me levanto del piso y tanto mi espalda, como mis piernas me duelen por
pasar toda la noche sentada contra la pared llorando y lamentándome por lo
que he perdido. Debo poner una mano contra la pared para ayudarme a
mantener el equilibrio antes de dirigirme a mi habitación.

—¿Este lugar siempre fue tan silencioso y frío?

Caminar por mi apartamento se siente como caminar entre ruinas y cenizas,


a pesar que el lugar se encuentra en orden y limpio. Pero con cada paso que
doy la sensación de ahogamiento crece y el dolor en mi pecho se hace más
fuerte. De nuevo, soy parte del juego del títere y el titiritero, en dónde el
dolor mueve los hilos de mi cuerpo y hace que yo hago lo que él quiere,
dejándome a mí sin voz para discutir.

Camino hasta la ducha y la abro despacio, dejando que el vapor del agua
caliente se esparza a mi alrededor, y aún con ropa, entro debajo del chorro
de agua porque siento que me estoy congelando, que cada fibra de mi ser
grita por algo de calor y consuelo, por volver a sentir esa seguridad y amor
que calentaba mi cuerpo. Por volver a tener lo que perdí.

A veces cuando ganamos algo, perdemos otra cosa a cambio —me dijo
alguien, pero no recuerdo quien fue o la razón de sus palabras—. Ganas
algo, pierdes algo, así es la vida.

Me siento debajo del chorro de agua y levanto mis piernas contra mi pecho
para poder abrazarlas y recostar mi mejilla sobre mis rodillas mientras
cierro los ojos y me debo embargar por cientos de miles de recuerdos.

— Only love, only love can hurt like this —canto con voz ronca y cansada
—. Only love can hurt like this.
Estoy tan sumida en mi dolor que no escucho las pisadas de alguien más o
soy consciente de su presencia hasta que veo a Miguel sentarse a mi lado en
la ducha.

Él no hace preguntas, tampoco me cuestiona por qué estoy sentada aquí con
la ropa puesta y mucho menos intenta darme frases motivacionales baratas
para que yo intente dejar a un lado mi dolor. Todo lo que Miguel hace es
sentarse a mi lado y decirme que está aquí para mí.

—Estoy aquí —repite él.

Cuando Andrea sé suicidó, fui yo quien encontró el cuerpo, y esa imagen


me torturó por mucho tiempo. Mi ropa, manos y brazos quedaron
manchados por la sangre que se mezclaba con el agua de la tina y cuando
llegué a mi apartamento no tuve la fuerza de quitarme la ropa para poder
limpiarme, solo me senté debajo del agua, tal y como estoy ahora, me senté
así por horas hasta que Miguel me encontró y se sentó a mi lado. Cuando él
llegó, recuerdo que yo empecé a llorar y

a gritar, a retorcerme del dolor porque todo se estaba volviendo real.


Acababa de encontrar el cuerpo sin vida de mi hermana y el dolor ardía
fresco por mis venas.

No puedo, no puedo imaginar un mundo sin Andrea—repetía sin control,


porque me rehusaba a vivir en un mundo sin mi gemela— No puedo vivir
sin mi hermana.

Pero sobreviví y sé que a pesar del dolor que siento ahora, voy a superar
esto, porque eso es lo que yo soy, una sobreviviente. No importa lo que la
vida me lance, los obstáculos en el camino o los enemigos que me
encuentre en el recorrido, yo puedo con todo eso. Solo necesito un
momento para lamer y remendar mis heridas, para sanar y surgir de las
cenizas.

—¿Te vas a quedar a mi lado mientras el dolor toca mi puerta? —le


pregunto a Miguel.

Abro los ojos y lo veo mirándome con atención y mucha preocupación.


—Siempre, Paulina.

No volvemos hablar y él tampoco exige saber que ha sucedido. Él sale de la


ducha cuando le digo que ya estoy mejor y deseo bañarme, me dice que va
a preparar algo de comer y a pesar que mi estómago se revuelve ante la
mención de la palabra comida, le digo que está bien.

Me pongo ropa cómoda y envuelvo una toalla alrededor de mi cabello antes


de regresar a la cocina, dónde veo a Miguel terminar de cocinar algo.

—Hice macarrones con queso.

—Me voy a divorciar de Jordán.

Mi apartamento está en silencio, a excepción del ruido que hace Miguel


mientras coloca los platos sobre el mesón.

—¿No vas a cuestionar mi decisión?

—Esa no es la clase de relación que tenemos. Nosotros no cuestionamos al


otro, nos respaldamos e incluso sí no fuera así, te conozco lo suficiente
como para saber que debes tener buenos motivos para llegar a tomar esa
decisión.

Me siento tentada a contarle a Miguel lo que pasó con Gideon y la razón de


mi decisión, pero no lo hago porque primero quiero que Gideon cumpla con
su parte del trato.

Mientras comemos, Miguel llena el silencio con historias sobre su último


viaje, me cuenta algunas anécdotas e incluso logra sacarme una pequeña
sonrisa.

Después de comer nos sentamos frente al televisor y yo le digo que quiero


ver la Propuesta de Sandra Bullock porque es una de mis comedias
románticas favoritas e incluso me sé los diálogos de memoria. Esa película
siempre logra hacerme reír.

—Ya preparé la habitación de invitados.


Miguel levanta su mirada de su teléfono y me da una pequeña sonrisa.

—No tenías que hacerlo, Paulina, yo mismo lo iba hacer.

—Gracias por hacerme compañía, Miguel. Pero tengo una pregunta. ¿Cómo
sabías que estaba mal?

Ahora que el dolor se ha disipado lo suficiente como para dejarme pensar


con algo más de claridad, me pregunto cómo supo él lo que me sucedía.

—Travis me dijo que faltaste al trabajo.

—¿Y eso qué?

—Paulina, tú jamás faltas a trabajar y la última vez que faltaste fue por la
muerte de Andrea. Fue por eso que supe de inmediato que algo estaba mal.

Debió sentirse como un dejá vü para Miguel el entrar y verme así.

—Ya sé que te lo he dicho antes, pero quiero decirlo de nuevo. Eres mi


mejor amigo, y aunque Jordán podría ser el amor de mi vida, tú eres mi
alma gemela.

—Y tú la mía. Ahora ve e intenta descansar, ambos sabemos que lo


necesitas.

Nos decimos buenas noches y yo regreso a mi habitación, sé que no voy a


conciliar el sueño está noche y tal vez tampoco las siguientes noches que
estén por venir, pero al menos hago el intento.

Doy vueltas por la cama y cuando mi reloj marca las tres y media de la
mañana, me rindo y me levanto para comer mi sándwich nocturno, aunque
lo hago más por hábito que por ganas de comer.

—Dios, Miguel. Me asustaste, ¿qué estás haciendo aquí?

Miguel está en la cocina con solo una luz encendida, cuando me ve, él
también se sobresalta un poco y al acercarme puedo ver qué está
preparando un sándwich.
—Alguien me dijo que haga esto para ti, para que no sientas que no le
importas a los demás.

Jordán. Él se lo pidió.

Yo rompo su corazón y él sigue preocupándose por mí.

Lo hago porque dijiste que a nadie le importabas y no quiero que te sientas


así —

me dijo Jordán cuando le pregunté la razón de porque dejaba un sándwich


para mí en la madrugada.

Miro el sándwich que ha preparado Miguel y noto que lo ha partido en dos,


otro dato que Jordán debió decirle, y al saber eso mi pecho duele un poco
más, mi respiración se vuelve irregular y las lágrimas no tardan en salir. Y
la frase que solo el amor puede doler así se repite en mi cabeza mientras el
dolor me consume.

—Me duele mucho, Miguel. Me duele tanto. Por favor, has que el dolor se
detenga.

Me alejo de la cocina porque siento que me estoy asfixiando y camino


alrededor de la sala como un león enjaulado.

—Me lo han quitado todo. ¿Qué más tengo que perder? ¿Qué más me
pueden quitar? Jamás tuve una infancia porque tuve que crecer rápido y
cuidar de mi madre adicta desde que yo tenía cuatro años. Tampoco tuve
una adolescencia porque está ocupada cuidado a mis hermanas. Jamás tuve
padres que me hicieran sentir amada o segura. Perdí a mi madre y a mi
hermana a pesar de lo mucho que me esforcé por salvarlas. Las perdí.

Lanzo con fuerza una lámpara contra la pared y alcanzo la siguiente cosa
que tengo cerca y también la lanzo con fuerza.

—Y ahora he perdido la oportunidad de tener la familia que siempre quise.


Tenía a Jordán y a Luna, y ahora no tengo nada.
Caigo al piso de rodillas, cerca de donde están un montón de vidrios rotos
de un adorno que compré en El Cairo cuando visité a Atenea por su
cumpleaños. En un pequeño movimiento un vidrio corta mi palma y siseo
del dolor, Miguel se inclina

hacia mí para curar la herida y me aleja con cuidado de los vidrios,


llevándome hasta el sofá.

Él se va un momento para conseguir algunas cosas para curar mi palma y


regresa un momento después.

—Tocar fondo y no hablo solo de hundirnos un poco, si no de caer en lo


más profundo del océano, a veces puede ser algo bueno, porque, aunque
parezca un poco irónico ese puede ser el impulso que necesitamos para salir
adelante —me dice Miguel mientras termina de curar mi palma.

—No entiendo.

—Tal vez no lo entiendas ahora, pero pronto lo harás.

Lo veo regresar al baño para dejar el botiquín y yo me recuesto en el sofá.


Y debí quedarme dormida en algún punto entre un recuerdo y el presente,
porque cuando me despierto estoy en mi habitación. Me levanto de mi cama
y me empiezo arreglar para ir al trabajo.

Salgo ya lista para ir al trabajo y Miguel se sorprende al verme.

—¿A dónde vas?

—A trabajar. Tengo una casa de subastas que dirigir.

Me termino de poner mi reloj y busco algunos documentos que debo


presentar hoy y los guardo en mi bolso.

—Tuviste un colapso hace solo unas horas. Necesitas descansar.

—No tengo tiempo para eso, tengo trabajo que hacer.


Me coloco mi abrigo, el bolso y tomo las llaves de mi auto, pero Miguel me
detiene.

—¿Podrías por un momento dejar que otros te cuiden? No eres débil por
pedir ayuda o por decir que no puedes con todo sola.

—Miguel, he podido sola con todo desde que soy pequeña. Yo puedo con
esto.

—Eso no quiere decir que este bien.

No me enojo con Miguel porque entiendo que él lo hace porque se preocupa


por mí.

Yo pongo mi mano en su hombro.

—Voy a estar bien, además, necesito mantener mi mente ocupada.

—Bien, pero llámame si necesitas cualquier cosa.

—Lo haré.

Cómo ya lo había previsto, el trabajo ayuda a mantener mi mente ocupada y


ha no sobre pensar las cosas.

Tres días después de terminar con Jordán, me llegó un mensaje de Gideon


para avisarme que Helen se ha retractado sobre su demanda para solicitar la
custodia total de Luna. No sé cómo lo hizo, pero me dijo que no debía
preocuparme más por ella, pero que la madre de Jordán aún sería un
problema, aunque esa batalla de la dejaré a Jordán, estoy seguro que puede
con ella. Al finalizar esa misma semana, presenté la demanda de divorcio,
aunque la realicé con un abogado diferente al que Gideon sugirió e incluso
hice que redactara otros documentos.

Sería muy estúpida si confiara en Gideon sobre eso.

Los días pasan de forma lineal, un avance lento entre todo este caos dónde
el dolor aún me quita el sueño y me hace lamentarme en algunos
momentos. Los
días se vuelven cortos y las noches largas. Vuelvo a salir de la forma que lo
hacía antes de estar con Jordán, como una forma de acortar las noches y no
ahogarme en la soledad de mi apartamento.

—Voy, voy —digo mientras camino abrir la puerta de mi apartamento.

Me sorprendo al ver Atenea parada con una maleta y una cara molesta.

—¿Qué haces aquí?

Ella no me pregunta sí puede pasar, solo lo hace y se acomoda en mi sofá.

—Venir a ver porque razón has vuelto a caer en tus hábitos


autodestructivos.

Miguel debió ponerse en contacto con ella, decirle lo que está pasando y
Atenea no pensó dos veces y solo vino aquí.

—Es una historia larga.

—Suerte para ti, tengo tiempo.

Ella se relaja un poco, pero aún mantiene su ceño fruncido.

—Podemos hablar de eso después, Ate.

—¿Cuándo? ¿Cuándo estaría bien hablar sobre lo que está pasando?


¿Cuándo lo hayas enterrado en el fondo de tu mente como lo haces con todo
lo que no quieres enfrentar? Estamos preocupados por ti y no quiere
presionarte, pero hasta ahora hemos hecho lo que has querido, te dimos
espacio y dejamos que lidies con las cosas a tu manera, pero eso no está
funcionando. Estás cayendo en ese círculo autodestructivo del cual te costó
mucho salir y no me voy a quedar sentada y ver cómo vuelves a él.

Quiero decirle que se equivoca, que es solo una etapa y que mañana estaré
bien, pero ella no me va a creer.

Me dejo caer en el sofá y cierro mis ojos mientras recuesto mi cabeza en el


respaldo.
—Solo quiero adormecer el dolor.

—El dolor no se adormece, se aprende a vivir con él. Y tú sabrías eso sí no


hubieras dejado de ir a terapia, porque sí, sé que dejaste de ir. E incluso
dejaste de ir a ese grupo de apoyo para personas que han perdido a un ser
querido.

—¿Cómo sabes todo eso? —le pregunto aún con los ojos cerrados.

La escucho chasquear la lengua y puedo imaginar la expresión en su cara.

—Tengo mis contactos.

Al estar sentada y dejar de caminar de un lado a otro, al dejar de hacer cosas


para mantenerme ocupada, el cansancio de estas semanas cae sobre mí y me
cuesta incluso volver abrir los ojos.

—Regresaré a terapia, lo prometo y también dejaré de salir como lo estoy


haciendo. Yo tampoco quiero volver a ser la vieja Paulina. Confía en mí, sé
lo que estoy haciendo.

Hablamos un poco más, hasta que ella dice que necesita una ducha porque
su vuelo ha sido largo y cansado. Al regresar, ella prepara palomitas de
maíz, trae algunos dulces que tengo y nos sentamos hacer un maratón de
The office.

—Cuando me enteré que Raymond estaba con Astrid, hice un playlist con
canciones de desamor para escucharlas mientras comía helado y veía las
películas que habíamos visto juntos. Fue algo muy masoquista de mi parte,
pero ayudó.

Giro mi cabeza hacia Atenea que me mira sería.

—¿Qué músicas tenías en ese playlist?

Ella saca su teléfono y me lo entrega para que yo vea. Comienza con


Someone like you, que me parece muy triste y apropiado para ellos, seguido
de Happier de Ed Sheeran y luego está break my heart again, otras músicas
igual de triste y termina con Send my love de Adele.
—Imagino cuanto debiste llorar escuchando esto.

—Sí, pero cuando terminé de llorar me sentí mejor —ella suena un poco
triste y veo que aún le cuesta hablar del tema—. Él y yo nos amamos, solo
que no en el momento adecuado. Hay tantos hubiera bailando a nuestro
alrededor y yo dejé ir todo eso. Estoy feliz por él y Astrid, aunque una
pequeña parte de mí aún piensa que pude ser yo.

—¿No quieres regresar con él?

—No —ella suena segura y firme en su respuesta—. Funcionamos mejor


como amigos y es algo que nos costó entender, pero ahora lo sabemos y
estamos bien con eso.

Atenea ha tenido tiempo para procesar eso, para entenderlo y ver qué no
siempre las cosas que queremos son lo mejor para nosotros. La distancia la
ayudó a sanar, a comprender y avanzar.

A la mañana siguiente recibo un sobre marrón con los papeles de divorcio


que le mandé a Jordán. Al revisarlos veo que los papeles ya están firmados.

—¿Qué sucede? —me pregunta Atenea.

El sobre se vuelve pesado en mis manos y arrastro mis piernas hasta


conseguir sentarme en el sofá dejando caer los papeles sobre mis rodillas.

—Sucede que realmente hemos terminado.

Sí, todo se ha terminado.


CAPÍTULO 40
Cierro los ojos ante el punzante dolor de cabeza que tengo después de llevar
horas mirando el tablero de ajedrez sin saber que pieza debo mover, que
jugada debo hacer y cuál sería mi mejor estrategia.

Atenea está envuelta en oropel cantando send my love de Adele por quinta
vez en esta mañana mientras termina de decorar el árbol de navidad. Ella
tiene una sería obsesión con esa canción que de forma indirecta se la dedica
a Raymond, aunque ninguno de los dos lo vaya admitir. Yo tampoco saco el
tema, porque ella no me presiona por saber la razón de mi divorcio y por
qué me alejé de Jordán.

Aunque el tema del divorcio no me afecta como creí que lo haría, y creo
que eso se debe a que nunca le encontré significado a la idea de estar casada
y todo el concepto del matrimonio. Para mí solo es un papel, no veo la
necesidad de demostrar a otros cuánto amas a una persona o porque ese
amor se debe reflejar en un pedazo de papel.

Tal vez por eso, firmar los papeles no fue tan difícil como pensé.

—Me encanta la navidad.

Pongo los ojos en blanco porque cada vez que se termina esa música de
Adele, Atenea dice que ama la navidad antes de volver a poner la dichosa
música, y esta vez no es la excepción. ¿Por cuánto tiempo más la va a
escuchar?

Me doy cuenta de que debí hacer la pregunta en voz alta porque ella se
detiene en seco y me mira.

—Hasta que deje de sentir que debía ser yo —me responde, antes de
continuar con la decoración del árbol.

—¿Duele? ¿Verlos felices te duele?

Ella parece meditar mi pregunta y se encoje un poco de hombros.


—A veces. Más que nada me duele lo que pudimos ser, también me duele
un poco qué él sea con ella de una forma que jamás fue conmigo.

Yo me recuesto en la silla y la observo moverse por la sala en busca de


adornos.

La escucho cantar a todo pulmón la misma música que lleva sonando toda
la mañana.

—¿Por qué estamos hablando otra vez de mí? Mejor hablemos porque
llevas días obsesionada con ese tablero de ajedrez.

Yo vuelvo a mirar el tablero y las piezas que no se han movido de sus


casillas.

—Es relajante.

—Has maldecido toda la mañana porque no sabes que piezas mover.

—Maldecir me relaja.

—¿Sabes que me relaja a mí? Cantar.

Ella empieza a cantar de nuevo a todo pulmón y crea una extraña


coreografía que no va para nada acorde con la música, y yo no puedo evitar
reírme y agradecerle en mi mente por estar aquí. Por hacer más llevadera
toda esta situación.

La puerta suena y Ate me dice que ella va abrir.

—Hola hermoso, Grinch. ¿Qué te trae por aquí?

Mae ignora a Ate y entra en mi apartamento con su actitud inexpresiva de


siempre.

—Lindo gorro —le digo y señalo su gorro negro de elfo.

—Will lo compró para mí y me gustó, y sí haces un comentario sobre eso,


te asesinaré mientras duermes.
—¡Mae! ¿Por qué siempre eres tan drástica?

—Y eso, señoras y señores, es el espíritu navideño de mi prima Mae.

Mae le lanza a Atenea un adorno que encuentra cerca, pero Ate solo se ríe y
toma el adorno para ponerlo en el árbol.

Mi hermana está así porque a ella no le gusta este tipo de celebraciones,


según ella, está celebración no tiene sentido y solo se centra en el
capitalismo. Y, además, odia los adornos coloridos, las luces y la música
navideña. En resumen, ella detesta la Navidad.

—¿Estás jugando ajedrez sola?

—Estoy practicando algunas jugadas.

Por supuesto que el tablero de ajedrez llama la atención de Mae y ella se


sienta frente a mí para jugar conmigo. Y mientras jugamos, ella aclara un
par de dudas que tengo referente a la importancia de algunas piezas y
algunas jugadas que parecen muy arriesgadas.

—¿Cómo estás?

Levanto mis ojos del tablero y miro a Mae.

—Bien.

—Te divorciaste, no creo que estés bien.

—Para empezar, nunca me quise casar, solo lo hice porque estaba en las
Vegas y borracha.

Firmar un papel y terminar algo que nunca quise no es la parte dolorosa,


quizás para quienes soñaban con una boda y un matrimonio puede parecer
difícil y doloroso firmar esos papeles y ponerle fin a todo ese asunto. Pero
para mí fue sencillo, porque no me dolió que finalizará el matrimonio, me
dolió lo que esto representa para Jordán y Luna.

—Todos sabemos eso, y también sabemos que ambos se aman.


—Se necesita más que solo amor para que un matrimonio funcione.
Además, ninguna de las dos le encuentra sentido a estar casada y para
ambas eso es solo un pedazo de papel, nada más.

Tengo la teoría que sentimos eso por el matrimonio de nuestros padres y la


forma disfuncional y tóxica que tenían de llevar ese matrimonio.

—¿Por qué te divorciaste?

Es la primera vez que alguien pregunta de forma directa la razón de mi


divorcio.

—Hay que hacer sacrificios por las personas que amamos.

—Luna te extraña mucho. Will me lo dijo.

La pieza se tambalea en mis dedos y cae contra el tablero cuando Mae me


dice eso.

No hay un día donde no piense en Lu y mi corazón duela al saber lo triste


que ella debe estar, las mil y un preguntas que debe tener, lo confundida que
se debe sentir. Sé que ya no sonríe como antes, y eso lo sé porque a veces la
observo desde lejos cuando la llevan al parque y mi corazón se parte un
poco más, al mirar su cara triste.

Es una niña, pronto se le pasará —me repito en mi mente.

—¿Por qué me dices eso, Mae?

Recojo la pieza que se me ha caído de los dedos e intento recordar que


jugada iba hacer.

—Tenías una buena jugada en tus manos, solo te estaba debilitando, para
que no veas que me podías ganar.

Yo enarco una ceja en su dirección y como siempre, ella tiene esa misma
expresión en su cara carente de cualquier emoción.

—Eso es cruel.
—Es un juego, Paulina. Todo está permitido.

A este punto ya he olvidado que jugada tenía planeado hacer y debo realizar
otra.

—¿Estás comiendo?

—Sí, Mae. Miguel se encarga que coma, Atenea que duerma y tú me vigilas
en el trabajo. Estoy bien.

—Lo hacemos porque te queremos.

Y porque no quieren que sienta que no le importo a nadie, lo cual es muy


dulce de su parte.

Atenea termina de decorar mi apartamento con estilo navideño y Mae dice


que debí ponerle un límite porque hay demasiados adornos y luces, yo le
digo que la deje, porque parece que Ate necesitaba eso.

—Ese debe ser Miguel —dice Ate cuando la puerta suena.

Y sí, es Miguel. Otro Montenegro que no tiene espíritu navideño.

Dios. Somos una familia de amargados.

—Llegas temprano.

—Sí, porque te vine a buscar. Hay un lugar al que quiero que vayamos.

Yo espero a que él diga algo más sobre ese lugar, pero no dice nada y solo
me pide que me vaya arreglar. Y a pesar que me quejo porque no me gustan
las sorpresas, Miguel no me dice nada en todo el trayecto hasta que nos
detenemos en el estacionamiento y yo le digo que no me voy a bajar.

Mantengo mi mirada al frente mientras él apaga el auto y suelta un largo


suspiro.

—Paulina, eres mi mejor amiga, mi alma gemela y no tienes una idea lo


mucho que me duele verte sufrir.
—A mí también me duele cuando tú estás triste.

—Lo se. Mira, sí no quieres hacerlo por ti, al menos hazlo por mí. Por
favor.

Miguel sabe que es una de las pocas personas a las cuales no le puedo negar
algo.

No respondo de forma verbal, pero me quito el cinturón de seguridad y me


bajo del auto para entrar a la reunión del grupo de apoyo.

—Nunca sé que decir —le confieso a Miguel cuando estamos cerca de la


puerta de entrada.

—Solo di lo que sucedió y como eso te hace sentir. No es una evaluación,


no hay cosas correctas o incorrectas. Solo di como te sientes.

Después de la llegada de Atenea, yo regresé a mis citas con mi terapeuta,


las cuales nunca debí dejar, porque hablar con ella me da otra perspectiva
de las cosas y, además, me aconseja cómo debo manejar diversas
situaciones.

La reunión empieza como siempre, yo me renuevo incómoda un par de


veces en la silla y Miguel está a mi lado dándome apoyo.

—¿Puedo contar mi experiencia?

La mayoría del grupo me miran algo sorprendidos porque en todo el tiempo


que he venido aquí, jamás dije nada o reaccioné ante algo.

Me dicen que sí y yo le digo que prefiero quedarme sentada mientras hablo.

—Tenía cuatro años la primera vez que presencié a mi mamá intentar


suicidarse.

No lo comprendí en ese momento, pero sí un poco después de eso y un


enorme miedo empezó a recorrer mi cuerpo. Tenía miedo de dejarla sola y
que ella se lastime. A nadie más parecía importarle, ni siquiera a mi propia
madre. Pero a mí me importaba y desde ese punto empecé a tener miedo por
ella. He tenido miedo por veintiséis años.

Les cuento que cuando mi madre murió Mae compartimento el dolor, como
lo hace con las demás emociones y siguió su vida.

La muerte es parte de la vida. No hay nada que podamos hacer. Ya está


muerta, lamentarnos no ayuda en nada —fueron sus palabras.

No me enojé con ella, porque Mae procesa diferente las cosas, ellas no las
siente, solo las compartimenta y continúa. Pero yo no podía hacer eso,
aunque lo maneje

mejor que Andrea, a quien le afectó mucho la muerte de mi madre. Creo


que sí mi madre hubiera muerto por circunstancias naturales, el dolor sería
más llevadero.

Porque cuando un ser querido se quita la vida, una se pregunta ¿qué pude
hacer para ayudarlo? ¿Cómo no vi las señales?

—Y cuando mi hermana murió, todo el miedo, dolor y demás cosas que


venía arrastrando desde la muerte de mi madre, se abalanzaron sobre mí.
Pensé que sí los ignoraba se iban a ir, pensé que sí no hablaba de eso es
como si no existiera.

Pero el dolor no se va, y todo sigue ahí.

Hay momentos dónde olvido lo que ha sucedido y pienso en llamar a


Andrea, incluso le he llegado a escribir mensajes que después procedo a
borrar. Y les cuento eso, ellos entienden porque han pasado cosas similares
y no es hasta que termino de hablar y he dejado salir todas esas pequeñas
cosas que cambié desde la muerte de mi hermana, que me siento
comprendida. Porque las personas que me rodean también han perdido
hermanos, hermanas, madres o padres, e incluso amigos.

Hablar ayuda, y quizás yo era renuente a conversar mi dolor con un grupo


de extraños porque crecí con la idea que no se debe mostrar emociones en
público.
—¿Cómo te sientes? —me pregunta Miguel cuando estamos caminando de
regreso a su auto.

—Mejor, me siento mejor. Gracias.

—Vamos, regresemos a tu apartamento y evitemos que Mae asesine a


Atenea.

Me río, pero ambos sabemos que eso es una posibilidad.

La navidad pasa sin mucho entusiasmo porque a aparte de Ate, ninguna


disfruta de esta celebración.

—Alguien me pidió que te dé esto —me dice Mae mientras me entrega una
caja con una tarjeta.

Para la princesa del cuento —leo en la tarjeta y mi mano tiembla porque


así es como me llamó Lu, un poco después que la conocí.

Al abrir la caja veo que ella ha hecho un dibujo de Jordán, ella, mantecado
y mi persona, y al final del dibujo escribió familia y que me extrañan
mucho. Debajo de la carta está el cerdito con alas con el que ella duerme, y
hay una pequeña nota que dice que me lo regala para que no me sienta sola.

—Feliz navidad, hermana —me dice Mae.

—Gracias por esto, Mae.

—También me dijo que te diga, que ella aún va a cantar para ti sí te sientes
triste.

No sé lo que significa, pero sonó muy importante cuando lo dijo.

Oh, mi dulce Lu, no tienes idea cuánto te extraño.

Después de Navidad, los días pasan de forma lenta hasta la llegada de fin de
año, dónde nos organizamos para estar en casa de Miguel sin mucho
alboroto.
—¿Hay algo que quieras para este nuevo año? —le pregunto a Miguel.

Él niega con la cabeza.

—Tengo todo lo que quiero, Pau.

Hay una invitación para una exposición de arte y él me cuenta de que se


dará en la galería de Will.

—Estoy patrocinando esa exposición —me confiesa él—. Will me enseñó


un par de pinturas y me gustaron.

—¿Llevarás alguna hermosa y afortunada dama de tu brazo?

—¿Es tu forma de decirme que te lleve?

—Sí.

Él se ríe y me dice que pensaba llevar a Valeria, y yo ni siquiera sé quién es


Valeria, pero tampoco pregunto por ella porque en poco tiempo ya no estará
en la vida de Miguel, porque a mi primo no le gustan las relaciones o el
compromiso.

No estamos vestidos para una fiesta, solo estamos con ropa casual sentados
en la sala con la televisión encendida en el especial de fin de año.

—Me ofrecieron un puesto de trabajo en New York —nos cuenta Ate —,


pero no sé si debo aceptarlo. Hablé con mi padre y me dijo que es una gran
oportunidad y que yo tengo la decisión final.

Atenea sabe que quien va a dirigir el museo cuando mi tío se jubile es


Miguel, porque él tiene más experiencia. No es cuestión de favoritismo, es
cuestión de hechos. Entonces ella no se puede quedar estancada y debe
seguir construyendo su camino. New York sería una excelente oportunidad
para Ate.

Es cerca de la media noche cuando recuerdo nuestra celebración en las


Vegas, a Jordán y la loca idea que tuve de casarme para saber lo que siente
estar casada.
Recuerdo su expresión y la forma que yo enloquecí en la mañana cuando
descubrí lo que había hecho la Paulina borracha. No puedo creer que ha
pasado un año de eso.

—Hace un año, a esta hora estaba sentada bebiendo con Jordán y hablando
sobre cuánto ambos odiábamos la idea del matrimonio.

Miguel aparta la copa de sus labios y me mira.

—Podrías ir a verlo sí quisieras.

Yo niego con la cabeza.

—No. Es mejor así.

Recojo mis piernas sobre el sofá y Miguel las cubre con una manta mientras
ambos vemos la pantalla del televisor mirando como cae la esfera de fin de
año.

El inicio de año no me trae tanta emoción, yo sigo con mi rutina, me centro


en mi trabajo y en mi salud mental. Adquiero algunos hábitos más sanos,
como salir a correr en la mañana y dejar de saltarme las comidas. Tampoco
me excedo en el trabajo y pido ayuda cuando siento que algo es demasiado
para mí. Son hábitos que me sugirió mi terapeuta y me han ayudado mucho.
Las charlas en el grupo de apoyo también han sido de mucha ayuda.

—No te olvides del informe que te pedí, Travis.

—No, ya casi lo he terminado. Te lo daré mañana a primera hora.

Yo le entrego los papeles firmados y él los revisa para ver si todo está en
orden.

—Te ves bien —me comenta Travis.

—Sí, ya me lo han dicho. Me siento bien, me gusta cuando tengo control de


las cosas y cuando todo sale como quiero.

—Eso suena a qué tienes algo entre manos.


Yo le sonrió.

—Travis, yo siempre estoy planeando algo, incluso cuando parece que no


hago nada, yo tengo una razón para hacerlo.

Ambos terminamos con la reunión y le digo que ha sido todo por hoy. Lo
veo salir de mi oficina y yo apago el ordenador para dirigirme a mi
apartamento.

Al llegar, me quito los zapatos y camino descalza por la sala dejando mi


bolso sobre el sofá mientras me dirijo a la cocina para preparar un poco de
té, y mi teléfono suena mientras estoy en la cocina. Contesto casi al último
tono, porque estaba sumida en mis pensamientos y no era consciente del
sonido de mi teléfono.

Me tenso al ver que es el número privado de Gideon.

—¿Y ahora qué quieres?

Miro la hora en el reloj de mi pared y sujeto mi teléfono con desgana.

—¿Por qué están tan a la defensiva? Solo quiero saber cómo estás. Me han
dicho que te han visto mal y no me gustó escuchar eso.

Es él quien debió verme. No soy estúpida como para saber que es él quien
está vigilando mis movimientos para saber sí estoy o no cumpliendo mi
parte del trato.

—Estoy bien.

—Ya dos meses sin él. Debe ser difícil de manejar.

—Estoy bien —repito.

Gideon se ríe de forma burlona y me siento tentada a terminar la llamada.

—¿Solo llamaste para eso?


—Y para decirte que te extraño, Paulina. ¿Has reconsiderado pasar una
noche conmigo? Solo una noche.

Está vez, quien se ríe soy yo.

Hay una larga pausa en dónde ninguno de los dos dice nada y yo miro de
nuevo el reloj en la pared antes de suspirar y terminar la llamada.

Guardo mi teléfono en mi bolso y recojo las llaves de mi auto. Pero mi


maldito teléfono vuelve a sonar, y me relajo al ver que es Miguel.

—¿Estás ocupada? Porque quería invitarte a comer.

Bajo las escaleras del edificio porque en el ascensor no tengo señal.

—Estoy de salida, pero aceptaré tu oferta otro día, como por ejemplo
mañana.

—Está bien, Pau. Cuídate y llámame sí necesitas algo.

Vuelvo a guardar mi teléfono y me subo a mi auto para manejar hacia un


lugar cuyo camino recuerdo muy bien.

Al llegar a la casa la encuentro a oscuras, no es una sorpresa porque no hay


nadie aquí, por suerte para mí, yo no necesito encender ninguna luz porque
conozco bien el camino, me muevo por el lugar en silencio recorriendo los
pasillos en busca de atar un par de cabos que han quedado sueltos, de
encontrar unas piezas perdidas y algunas cosas que faltan de tachar en mi
lista.

—Esto es justo lo que estaba buscando —murmuro cuando encuentro la


pieza que me faltaba.

Al terminar de atar los cabos sueltos y tener la pieza ganadora en mis


manos, muevo la silla del comedor para darme una excelente visión de la
puerta

principal y me siento a esperar, porque no hay ningún otro lugar en el que


preferiría estar.
Tic.. Tac.. Tic.. Tac

La puerta se abre con un suave clic y yo sonrió en la oscuridad mientras me


acomodo mejor en la silla para poder disfrutar del espectáculo que viene a
continuación.

—Hola, cariño.

Incluso en las tinieblas lo puedo ver retroceder ante la sorpresa de escuchar


mi voz y me delito con el desconcierto en su cara cuando enciende una
pequeña lámpara que se encuentra cerca de él y que alumbra lo suficiente
para que vea el arma que sostengo en mi mano y que estoy apuntando en su
dirección.

Oh, Gideon, bienvenido a mi juego.

—Estaba pensando que hace tiempo que tú y yo no jugamos, y tengo el


juego perfecto para nosotros —le digo sin poder dejar de sonreír.

Él deja caer su maletín y lleva sus dedos a su corbata, quitando el nudo y


pensando en que decir a continuación.

—¿Y qué juego sería ese? —me pregunta.

Yo muevo el arma de una mano a la otra sin apartar mis ojos grisáceos de
los suyos.

¿Quién tiene el poder ahora, Gideon?

—Uno muy divertido. Y un spoiler del juego, solo uno saldrá con vida de
aquí y ese alguien seré yo.

Veo como intenta mantener la compostura y tomar el control de la situación,


pero es difícil controlar algo que desconoces, algo que no tenías previsto y
es que Gideon jamás esperó esto. Y debió hacerlo, porque fue él quien me
dio todas las cartas ganadoras y me mostró como mover las piezas en el
tablero. Fue él quien me enseñó como ganar en este juego. Cada palabra
que él me dijo, cada enseñanza y jugadas se han repetido en mi cabeza para
saber cómo vencerlo y ganar este juego perverso.
Gideon da un paso en mi dirección y yo niego con la cabeza mientras mi
sonrisa se hace aún más amplia y sujeto el arma apuntando hacia su pecho.

—Jaque mate, cariño —digo antes de aplastar el gatillo.


CAPÍTULO 41
Dime tus pecados, cruel pecador.

Mira que estoy afilando el cuchillo.

¿Cómo surgió este plan? No voy a decir que siempre lo tuve porque esa
sería una mentira descarada, no tenía nada y había perdido las esperanzas,
hasta que es Gideon me mandó un mensaje diciendo lo de Helen y que ya
no debía preocuparme por ella, justo en ese momento algo hizo clic en mi
cabeza y recordé una conversación similar que ambos tuvimos sobre
enemigos y personas que no queremos en nuestra vida, y cuál sería la mejor
manera de eliminarlos.

Al enemigo siempre se le gana en su propio juego —fueron sus palabras


exactas.

Porque para Gideon todo es eso, un juego, él ve la abogacía y el estar en un


juzgado como un juego de poder dónde dicho poder solo aumenta cada vez
que gana, por eso perder no es una opción —en eso me recuerda a mi padre
y creo que tengo más problemas de los que pensaba— Hay que ganar o
ganar. ¿Pero cómo podía ganar en un juego que él había creado? Pensé que
no podía, que todo estaba perdido hasta que analicé mejor la situación y me
di cuenta de que sin él saberlo, me había dado las armas para ganar. Porque
cada conversación del pasado, cada charla banal y juegos de ajedrez que
parecían no llevar a ningún lugar, me trajeron aquí y solo debía esperar el
momento correcto.

El mejor momento para atacar es cuando tú adversario ha bajado la


guardia, solo debes ser paciente y esperar —me dijo al finalizar un juego
de ajedrez.

Fue ahí cuando las ruedas en mi cabeza empezaron a girar y girar


planeando, analizando cuando sería el mejor momento para atacar, que
debía hacer para envolverlo en mi telaraña, cómo podría arrastrarlo a mi
juego. La respuesta fue sencilla: su ego. Gideon es muy inteligente y él lo
sabe, se aprovecha de eso y lo usa a su beneficio, pero nuestra mejor
característica, también suele ser nuestra mayor debilidad. Y para él lo fue,
porque se confío y creyó que había ganado, cuando vio lo rota que yo
estaba y como regresaba aquel círculo autodestructivo en el que estaba
antes. Porque yo sabía que él estaba observando mis movimientos, así que
le hice creer que había ganado el juego.

Suplica perdón, aclama misericordia y

Si veo arrepentimiento en tus ojos

No te lanzare a los perros para que te devoren.

Actúe como si no tuviera pensado hacer nada, seguí mi vida como antes y él
me creyó. ¿Tan poco me conoce que pensó que me quedaría de brazos
cruzados sin hacer nada? Por supuesto que al principio me iba a lamentar,
me dolió lo sucedió e hirió mi inteligencia al arrástrame de esa forma a su
perverso juego. Pero soy yo, no hacer nada y dejar que otro gane, no es una
opción porque crecí con el lema que el segundo lugar es el primer lugar
para los perdedores, y yo no soy una perdedora, soy una sobreviviente.

—No sé a qué estás jugando, Paulina, pero es un juego muy peligroso y


será mejor que te detengas ahora.

Yo muevo la cabeza sin bajar el arma y Gideon levanta las manos hacia mí
para intentar calmarme, pero yo estoy tranquila, quien está empezando a
transpirar por la preocupación es él.

—¿No quieres jugar, cariño? Es extraño porque nunca te negaba a jugar


cuando estábamos en la cama.

Ves, Gideon. No eres el único que puede utilizar las palabras que otros
dicen en su contra, tú me enseñaste cómo hacerlo y ese fue un gran error.

Tic.. Tac.. Tic.. Tac..

El reloj en la pared es el único sonido que se escucha por un largo tiempo


mientras ambos nos sostenemos la mirada. Él sabe que, si se mueve, yo no
dudaré en disparar, Gideon me conoce los suficiente como para saber de lo
que soy capaz.

—Paulina, baja esa arma.

—¿Por qué debería hacerlo? ¿Acaso tienes miedo? Es solo un juego, a ti te


gusta mucho jugar y creí que estarías feliz de verme. Después de todo, tú
querías pasar una noche conmigo. Bueno, aquí me tienes.

Bajo poco a poco el arma y muevo el cartucho del revolver.

—Es un revólver calibre 38 —le informo—. ¿Te resulta conocido?

El revolver es de él, lo tenía en su caja fuerte y eso es lo que vine a buscar,


porque para mala suerte de Gideon, él me había dicho la combinación de
dicha caja.

Le enseño la pequeña bala dorada antes de ponerla en el cartucho antes


vacío y hacerlo girar, produciendo un sonido que es como música para mis
oídos.

—Paulina, basta de esto. Ya he tenido suficiente.

—¿No quieres jugar a la ruleta rusa?

—No.

Yo le sonrío y asiento de forma lenta con mi cabeza.

—Bien, porque tengo otro juego más divertido en mente.

Yo me levanto y coloco otra bala en el cartucho mientras me acerco a él. Lo


miro de pies a cabeza y sigo llenando el cartucho con todas las balas que
tenía guardadas en el bolsillo. Cuando el cartucho está lleno, lo acomodo en
su lugar en un rápido giro que hace estremecer levemente a Gideon y me
saca una risa casi involuntaria.

Paso mi lengua por mi labio inferior y lo miro a los ojos antes de levantar el
revólver hacia su cabeza.
—De rodillas —le ordeno—. Quiero escucharte suplicar.

Este plan inicio con ese mensaje, pero se pulió con el recuerdo de sus
palabras sobre mí y como yo soy la reina en su tablero de ajedrez,
comparándonos con un Gambito de dama y un Gambito de Rey. Porque, a
diferencia del gambito de rey, el gambito de dama es un falso gambito, ya
que el banco puede recuperar el peón en cualquier momento, y si el negro
se empeña en conservar el peón de más, suele caer en posiciones perdidas, y
en todo caso inferiores. Supe ahí que es lo que tenía que hacer y cómo
ganar, el resto vino con naturalidad porque yo lo conozco, sé sus hábitos y
rutinas, sé sus horarios y sus debilidades.

Y solo debía esperar el momento de atacar.

—¿No me escuchaste? De rodillas.

Él está furioso, lo veo apretar sus manos en puño con tanta fuerza que sus
nudillos se blanquean.

—¿Qué crees que estás haciendo? No me vas a ganar en mi propio juego.

—¿Aún no te has dado cuenta? Ya gané. Ahora, de rodillas o voy a tener


que dispararte.

Él adopta su postura aún más erguida y me desafía con la mirada. Yo solo le


sonrió antes de disparar en dirección a su rodilla izquierda. Y suceden un
par de cosas interesantes después del disparo, primero él gime de dolor y
me mira con incredulidad antes de llevar su mano a la herida y tratar de
detener el sangrado haciendo un torniquete con su cinturón porque yo le
digo que sí da un paso más, vuelvo a disparar. Y segundo, él entiende que
no estoy bromeando, que esto es en serio.

¿Qué pensó él? ¿Qué podía amenazarme, hacerme dejar a quienes amo y
lastimarme, y yo me quedaría sin hacer nada? Eso no suena como una
buena villana y yo siempre intento ser la mejor.

—¿Acaso te volviste loca? ¡Me acabas de disparar!


—Te dije que lo iba hacer.

Le indico con el arma que se arrodille y Gideon maldice un par de veces,


tanto por el dolor, como por la humillación de tener que arrodillarse frente a
mí. Pero lo hace, se arrodilla y yo me regodeo frente a él, tal y como él lo
hizo cuando me propuso ese trato y me dio aquellas dos opciones.

—Antes que nada, para que veas que no soy ingrata, voy agradecerte,
porque te encargaste de mis enemigos. Me pusiste la victoria en bandeja de
oro.

Yo dejé que él se deshiciera primero de Helen e indirectamente de la madre


de Jordán. Sabía que él lo haría porque ambas eran un problema, pero me
puse a pensar, ¿cómo él conseguiría que dejen de ser un problema? ¿Cómo
se iba a deshacer de ellas? Y una respuesta vino a mi mente, una que él me
dio de forma indirecta hace mucho tiempo atrás y yo pasé por alto, pero que
ahora cobró mucho sentido.

Los mejores enemigos son los que están bajo tierra, por eso me gusta que
todos mis enemigos y a quienes no me agradan, estén debajo del suelo por
el que yo camino

—me dijo él con esa sonrisa arrogante que tanto empezando a odiar.

Gideon no manda a sus enemigos lejos, él los manda a vivir bajo tierra. Y
eso fue lo que debió hacer con Helen, y yo solo debía descubrir el cómo y el
cuándo.

Sin arma, no hay delito. Sin cuerpo, no hay delito—me decía— No existe el
crimen perfecto, pero si crímenes que se acercan a serlo.

Veo el esfuerzo que hace por mantenerse de rodillas a pesar del dolor que
debe tener por la bala en su pierna.

—¿Sabes cuál fue tu mayor error, Gideon? Decirme todo. Me volviste tu


reina en el tablero y no sabía de la importancia de la reina hasta que empecé
a mover las piezas de forma diferente, dejando a un lado tu juego y
entrando al mío.
—Si me asesinas irás a prisión. ¿Eso es lo que quieres?

—Dijiste que iría al infierno contigo. Este es mi infierno y, ¿ahora te quejas


por el ardor de las llamas? ¡Tú me volviste esto! Me hiciste está persona
que ves frente a ti, tú me arrastraste hasta ese punto, así que no te quejes de
las consecuencias.

Él niega de forma frenética con la cabeza y levanta su mano en puño en mi


dirección lo que provoca que se tambalee y caiga hacia delante, pero evita
chocar con el piso al colocar su mano y amortiguar la caída.

—Tú me pediste un favor y yo te di opciones.

—Y como yo soy una persona benévola, también te voy a dar opciones.

—Paulina detén esto, aún estás a tiempo.

—Pero sí esto apenas está empezando. ¿No tienes curiosidad por saber el
final?

Parece que el tic tac del reloj hace eco en el silencio de la habitación.

—No me interesa el final.

—Debería.

Cuando las piezas cayeron en su lugar pensé en contarle a alguien sobre mi


plan, pedir ayuda cómo me lo han sugerido, y tal vez lo haga después, pero
esto, esto es

mío. Este momento de deleite al verlo de rodillas frente a mí después del


daño que me ha hecho, me pertenece solo a mí.

— Who's got the power now, darling?

Camino a su alrededor sin bajar el arma, él me sigue con la mirada y me


pide poder al menos revisar su herida con un botiquín, pero yo le digo que
no.
—Te lo dije, uno de los dos no saldrá vivo de aquí.

—¿Y por qué estás tan segura de que serás tú? ¿Sólo porque sostienes el
arma?

—No, el arma es importante, pero no es la razón.

A mí nunca me gustó mucho el ajedrez, sé jugarlo, pero no soy experta.


Mae, por el contrario, es una excelente jugadora y es quien me dio, sin ella
saberlo, la información que yo necesitaba. Ella me encontró la mañana de
navidad mirando el tablero de ajedrez con la reina dado vueltas entre mis
dedos y le pregunté porque era tan importante la reina.

Depende. Al principio sirve para proteger al rey, pero casi al final es una
ficha atacante. Porque al eliminar una ficha, la reina ocupará ese lugar —
me respondió ella.

—¿Sabes por qué estoy tan segura de que yo voy a salir viva de aquí?
Porque se algo sobre ti y el escondite que tienes.

Si mis palabras lo perturban, él no lo muestra.

—¿De qué estás hablando?

Yo miro el reloj un momento antes de regresar mi mirada hacia él.

¿No dirás nada? Te di tu oportunidad

¿No darás alguna ofrenda? Aún podría sentir piedad.

—Las antigüedades que tienes aquí y que yo tase para ti. ¿Las recuerdas?
Esas que están en tu despacho, frente a la mesa de madera, ese hermoso
tablero de ajedrez con fichas de oro y plata, que perteneció a la dinastía
Persa y tú adaptaste a la época.

Él sonríe, no es una sonrisa feliz o desdeños, sonríe casi con orgullo y para
mi sorpresa, aplaude un par de veces en mi dirección.

—Todo tuvo sentido.


—¿Qué tuvo sentido según tú?

—Bueno, cuando supe la importancia de la reina, entendí que debía buscar,


así que vine aquí y busqué dentro de la reina y encontré una memoria USB
con muchos archivos importantes. Estaban muy bien guardados.

Camino hasta mi bolso y saco mi teléfono. Él me mira sin entender nada.

—Tengo la memoria USB en mis manos y también tengo tu libertad. Así


que te doy dos opciones: opción uno, le entrego el USB a la policía y tú vas
a presión de por vida. O puedes elegir la opción dos, y es usar este revólver
y dispararte en la cabeza. ¿Qué opción vas a elegir?

Marco el número en mi teléfono y él me mira con los ojos muy abiertos


mientras se empieza a mover frenético para evitar que yo continúe con la
llamada y yo termino la llamada antes que atiendan.

Le sonrío de forma burlona.

—¿Qué opción vas a elegir, cariño?

—Dame el arma, escojo la segunda opción.

Yo pongo en la bala que falta en el cartucho.

—Pero dime una cosa, Paulina. ¿Podrás dormir tranquila sabiendo que
tienes mi sangre en tus manos?

—Tuve la sangre de mi hermana en mis manos y aprendí a lidiar con eso —


le respondo—. Tener su sangre, es casi como un premio.

¿Cómo podría afectarme la muerte de alguien que ha causado tanto daño?


¿Qué ha lastimado a tantas personas, incluyéndome a mí?

—¿Y qué le dirás a la policía?

—¿Yo? Nada, tú ya les dijiste todo. ¿Recuerdas aquella vez en mi


apartamento?
¿Cuándo golpeaste mi cabeza y me asfixiaste? Fui a denunciarlo, pero no
procedió porque dije que tenía miedo y sabía que eso me iba a servir más
adelante. Cuando vengan, les diré que tú me llamaste, me amenazaste y
pediste verme.

—Yo te di todo para que me condenes.

Lo hizo. Me dio la información, las estrategias y la llamada que, sin él


saberlo, era todo lo que estaba esperando para hacer mi siguiente
movimiento.

Tomo mi teléfono y lo dejo a un lado.

—¿Tú mataste a Helen?

—No con mis propias manos, pero hice que alguien se encargue de ella.
¿Eso es lo que querías saber? ¿O quieres que te de una descripción detallada
de que sucedió?

—¿A cuántas personas le hiciste lo mismo que a Helen?

Él se ríe de forma abierta y amarga.

—¡Maldita sea, Paulina! No lo sé, yo era el alcalde y era abogado, tenía


enemigos y no podía darme el lujo de dejarlos libres. Tenía que silenciarlos
de una forma y que mejor manera que con una bala en sus cabezas.

No hay arrepentimiento en su voz o en su mirada, cada uno de sus gestos


solo gritan la molestia que siente al verse descubierto, pero no por las cosas
que ha hecho.

—Ni si quiera te arrepientes. ¿Qué clase de monstruo eres?

—Solo dame la maldita arma y acabemos con esto.

Yo niego con la cabeza.

—No te acerques a mí, Gideon.


Todos los villanos tienen una debilidad, y de alguna manera, sin saber cómo
o porque, yo fui la debilidad de Gideon, el cabo suelto en cada uno de sus
planes.

Porque siempre dijo que su enemigo no debía saber más que él, y sí lo hacía
debía desaparecer, pero incluso aunque yo sabía demasiado, él no se
deshizo de mí. No pudo hacerlo.

Y ese fue su mayor error.

¿No me suplicaras perdón?

¿Mereces perdón?

Dime algo porque estoy afilando el cuchillo.

Si él no se hubiera confiado, pudo prever que yo haría algo. Pero se dejó


guiar por la imagen dolida que le mostré y la cereza del pastel fue la llegada
de Atenea, algo

que no tenía previsto, pero que ayudó mucho, porque así Gideon creyó que
era cierto mi camino hacia la autodestrucción.

—Elijo la segunda opción, Paulina.

Las sirenas de la policía llaman nuestra atención y en un descuido, él se


abalanza sobre mí mientras escuchamos las voces de varios policías
alrededor de la casa.

Él forcejea y me golpea para intentar quitarme el arma, e incluso con lo


débil que se encuentra, tiene la fuerza suficiente para dejar algunas marcas
en mis brazos y cuello. Gideon me da un cabezazo y me quita el arma, se
aparta dándome un golpe en las costillas. Pero a penas y se ha levantado,
cuando la policía entra en la casa y yo le sonrió aún desorientada en el piso
por el golpe, mientras veo como él mira a la policía y luego a mí antes de
dispararse en la cabeza y caer al piso, porque esa era la única opción que le
quedaba.

Te dije, Gideon, que solo uno de los dos saldría vivo de aquí.
—¿Está bien? ¿Está herida? —me pregunta uno de los policías mientras me
ayuda a levantarme.

—Estoy bien, solo. . —dejo de hablar y él policía lo entiende.

No necesita saber mucho porqué yo marqué al 911 antes de preguntarle sí


mató a Helen y toda esa parte de nuestra conversación quedó grabada.

Me piden mi declaración y yo la doy, les digo que él me llamó para que


revise sus piezas de ajedrez porque la reina tenía una grieta y quería saber
cómo repararla sin alterarla. Les digo que él no estaba cuando llegué y que,
al revisar la reina, encontré la memoria USB y que él llegó y me vio, que no
me dio tiempo de nada y empezamos a discutir, el oficial entiende que por
ese motivo yo sigo con mis guantes negros. Les digo que Gideon siempre
ha sido violento y que me dijo que debíamos jugar a la ruleta rusa de una
forma diferente. Qué en un descuido logré marcar el número del 911 y
cuando él se dio cuenta de que iría a prisión prefirió quitarse la vida.

Les entrego la memoria y ellos la revisan en una portátil, quedando


horrorizados con la información que tienen y con las cabezas que van a
rodar gracias a esa pequeña memoria.

—Permítame llevarla a casa —me dice uno de los oficiales cuando yo me


niego a ir al hospital, alegando que estoy bien y que solo quiero ir a casa.
Así que acepto su oferta.

Él me dice que tal vez deba ir a la estación para corroborar mi declaración,


pero que intentarán que todo sea la más rápido y sencillo posible. Que
tienen mucho que trabajar con la información que consiguieron de la
memoria.

—¿Quiere que la acompañe a su apartamento?

—No, estoy bien.

—Llámenos si necesita algo o se siente insegura.

Yo le doy una media sonrisa.


—Gracias oficial, eso haré.

El oficial me ayuda a bajarme de la patrulla y espera junto a su auto a qué


yo entre al edificio.

Cuando el ascensor se detiene en mi piso y las puertas se abren, miro con


desconcierto a Jordán que está parado frente a la puerta de mi apartamento.

—¿Jordán? ¿Qué haces aquí?

Cuando él escucha mi voz se gira hacia mí y corre abrazarme.

—¡Dios mío! Pensé que algo te había pasado. ¿Estás bien? ¿Qué pasó?

—Estoy bien.

Él me aparta un poco de su lado para estudiarme y hace una mueca ante mi


aspecto, le digo que se ve peor de lo que es. Que solo me duelen un poco las
costillas y el moretón de mi mejilla, pero que en general todo está bien.

Jordán abre la puerta de mi apartamento por mí y se hace a un lado para


dejarme pasar.

—¿Cómo te enteraste que algo me había pasado?

—Uno de los oficiales te reconoció y me llamó, me dijo que mi esposa


había estado en una escena del crimen y que un oficial la había llevado a su
apartamento.

Yo me dirijo a la cocina por un vaso de agua y él me sigue en silencio.

—Gideon está muerto.

—Lo sé.

—¿No me vas a preguntar sí yo lo maté?

Jordán niega con la cabeza.


—Lo único que me importa es que tú estás bien.

Le dedico una sonrisa y Jordán me vuelve atraer hacia su pecho


envolviendo en sus brazos con fuerza. Ninguno de los dos dice nada.

—Necesitamos hablar —le digo.

Nos dirigimos hacia el sofá, él me acerca hacia su costado y yo me acerco


hacia él feliz de volver a estar entre sus brazos.

—Lo sé, Paulina, pero no ahora. Ahora solo necesito saber qué estás bien.

Dejo que su brazo rodee mi cuerpo mientras su otra mano busca la mía para
entrelazar nuestros dedos.

—Escucha Paulina, yo no estoy seguro de muchas cosas en esta vida, pero


te amo y. .

—Vamos a estar bien, Jordán.

—Sí.

Me aparto un poco para mirarlo a los ojos y tal y como dice la canción,
puedo ver el para siempre en su mirada, a pesar de lo cursi que eso suena.
Pero está bien, porque justo ahora puedo ver nuestro futuro y me encanta lo
que veo.

Sí, vamos a estar bien.


CAPÍTULO 42
Jordán se limita a mirarme con una intensidad que no había visto antes en
él, es casi abrumador la forma que sus ojos me miran. Yo dejo escapar un
suspiro e inclino la cabeza hacia un costado sin apartar la mirada,
analizando cómo sus ojos pasan de ser brasas ardientes a suaves chispas.

—Paulina. . —empieza Jordán, pero deja que mi nombre flote en el aire por
un largo momento, como sí no supiera como continuar o como expresar lo
que intenta decir— ¿Estás bien

Su mano titubea en el aire mientras intenta tocar mi mejilla dónde seguro se


ha formado un cardenal por el golpe que me dio Gideon, y yo tomo la mano
de Jordán que aún se encuentra en el aire y entrelazo nuestros dedos.
Porque todo lo que pasó con Gideon despertó muchos traumas y fantasmas
de mi pasado, pero también me ayudó a lidiar con ellos y dejar de evitarlos,
así que no me siento mal por lo que pasó, me siento mal por el dolor que le
causé a Jordán y Luna en el proceso.

Estos meses alejados de él y Lu, fueron uno de los peores meses de mi vida,
y vaya que he tenido meses malos, pero nada como estos. Desearía nunca
haberlos dejado, más que nada por el pasado de Lu y sus traumas de
abandono. Y lo único que quiero ahora que al parecer ha pasado la
tormenta, es volver a estar con ellos, abrazar a Lu y besar a Jordán. Los
quiero de nuevo en mi vida y espero que me acepten de nuevo en la suya.

—Estoy bien porque estás aquí —le respondo.

La mirada de él se intensifica, como si estuviera tratando de leer entre


líneas, Jordán solía bromear sobre ese tema, decía que conmigo siempre
debe leer más allá de lo que digo porque escondo códigos en mis palabras.
Él exagera. . un poco Jordán me sonríe y por impulso yo me inclino hacia él
para darle un rápido beso en los labios que lo toma desprevenido.

—Necesitas descansar, Paulina.


—¿No me darás un beso de buenas noches?

No hemos hablado sobre el tiempo que hemos pasado separados, tampoco


sobre lo que pasó con Gideon, en realidad no hemos hablado. Yo fui a
bañarme mientras él cocinaba algo y cuando terminamos de comer venimos
al sofá a mantener está casi conversación.

—Se que primero necesitamos hablar, pero. .

Él no me deja continuar y me besa, no es rápido como él beso que yo le di,


Jordán me besa con pasión y ferocidad. Ambos solo queremos verter en este
beso todas las emociones que hemos estado reprimiendo, recordar todo lo
bueno y sepultar lo malo. Así que apago mi cerebro y llevo mis manos a su
cuello y lo atraigo más hacia mí mientras me siento ahorcadas sobre él, pero
entonces el dolor de mis costillas hace acto de presencia y Jordán se aleja
de mí.

—Necesitas descansar —repite.

Yo asiento con la cabeza y me acurruco contra su costado.

Estamos juntos ahora, no importa lo demás.

En algún momento debí quedarme dormida en brazos de Jordán, y al


despertar, me encuentro sola en mi cama. Antes de levantarme pienso que
Jordán se ido a su casa porque el reloj junto a mi cama dice que son las
cuatro de la mañana. Y

estaría bien sí él se hubiera ido, pero escucho un sonido proveniente de


alguna parte de mi apartamento y sé que Jordán sigue aquí. Lo cual no
debería sorprenderme, porque es Jordán y él no se rendiría sobre nosotros
con tanta facilidad, tampoco me dejaría sí sabe que estoy mal.

Es reconfortante saber que hay alguien ahí para mí cuidando mi espalda a


pesar de todo.

—Pensé que tendrías hambre —me dice él cuando entro en la sala y lo veo
dando vueltas por mi cocina—. Y antes no comiste mucho, así que pensé en
hacer un sándwich más elaborado. Es una receta que vi en internet.

Jordán me cuenta de que ha estado aprendiendo nuevas recetas de sándwich


en el tiempo que no hemos estado juntos.

Eso me hace sonreír como tonta mientras me acomodo en el banquillo


frente al mesón y lo veo calentar el sartén.

—¿Por qué hiciste eso?

Él me mira de reojo.

—Bueno, quería sorprenderte cuando regresaras a casa.

Esa confesión me desconcierta. ¿Cómo sabia él que yo estaba planeando


algo para regresar? Pero a pesar de mi desconcierto no puedo evitar estar
feliz porque él estaba esperando a que yo regrese.

¿Qué hice para merecer a este hombre?

—¿Qué te hizo creer que iba a regresar?

Justo ahora, mientras veo a Jordán terminar de preparar un sándwich para


mí, en la cocina de mi apartamento, siento que nunca antes he amado a una
persona de la forma en que lo amo a él. Y eso no me asusta, por el
contrario, me hace muy feliz y algunas lágrimas arden en mis ojos mientras
mi cerebro procesa todo lo que ha pasado y el peso de los hechos caen poco
a poco, pero a pesar de eso, esto es lo más segura y en calma que me he
sentido en meses.

—Sabía que tenías un plan.

—¿SÍ? ¿Qué te hizo pensar eso?

Él me da una de esas sonrisas que tanto amo y yo pongo los ojos en blanco
con burla.

—Paulina, a pesar de todo lo que dijiste esa noche, yo sé que lo que


tuvimos fue real, tú no bajarías la guardia y permitirías que cualquiera te
vea en tus puntos más vulnerables, ni siquiera por conseguir algo. Sé que
me amas y sé que amas a Luna, y pensé que la única razón que tenías para
dejarnos y ser cruel esa noche, es porque tenías un plan para evitar que
Helen se quede con Lu.

Claro que Jordán sabe y entiende que no fue fácil para mí dejar caer mis
barreras, muros y confiar en él, mostrarle partes de mí que no he mostrado a
nadie más y que había mantenido ocultas por mucho tiempo por miedo al
rechazo. Y él sabe que le mostré todo eso porque confío en él y lo
importante que es la confianza para mí.

Jordán deja el plato con mi comida frente a mí en el mesón y se inclina


hacia delante para besar mi frente.

—Estaba seguro que tenías un plan y que sería muy bueno, solo debía
esperar y verte en acción. Aunque no sabía que tu plan consistía en que
Helen y Gideon pasen a mejor vida.

—No era mi plan inicial, pero todo resultó bien.

Es casi satisfactorio saber que ni Gideon, ni Helen nos van a volver a


molestar. Sé que debería sentir algo de remordimiento, pero no lo siento, sí
lo hiciera, no sería yo. Y me alegra saber que esa parte de mí no ha
cambiado.

—¿Cómo lo hiciste? ¿Qué sucedió?

No porque Gideon este muerto me resulta más sencillo contar el trato que
tuvimos, la forma que eso me hizo sentir y lo vulnerable que me encontraba
días después. Le cuento cómo todo el plan empezó con el mensaje de
Gideon para avisarme que Helen ya no sería un problema y como mi cabeza
empezó a maquinar un plan a raíz de las cosas que me él me ha dicho a lo
largo del tiempo que nos conocemos.

—A partir de ahí, fue fácil. Solo tuve que hacerle creer que me conocía
mejor de lo que yo lo conocía a él, y cuando Gideon pensó que yo estaba
derrotada y él había ganado, bajó la guardia y yo ataqué. Él le enseñó hacer
eso.
Le cuento todo, desde la llamada hasta que fui a su casa y lo que encontré.
Cómo lo esperé y su reacción al llegar. Le cuento cómo sucedieron las
cosas y también le cuento cómo se desarrollaron hasta el final.

Jordán me envuelve en sus brazos cuando yo termino de hablar y me vuelve


a preguntar sí estoy bien, yo debo asegurarle un par de veces que me
encuentro bien.

—No lo maté, no quería tener su sangre asquerosa en mis manos.

—Solo lo envolviste en su propia telaraña e impediste que se escape. Lo


dejaste sin opciones.

—Sí, tal y como él hizo conmigo.

Repaso con Jordán lo que le dije a los oficiales y él, como abogado, me
felicita, no solo por el plan sino también por la forma que desarrollé la
historia. A pesar de eso y de la falta de lagunas en mi declaración, él llama
a un colega para estar preparado y le informa de lo sucedido. Lo veo dar
vueltas por la sala mientras habla por teléfono, pero por su postura relajada,
sé que todo está bien.

Jordán termina la llamada y se sienta junto a mí en el sofá, por su mirada


entiendo que a pesar que las cosas sobre Gideon y lo sucedido se han
aclarado, aún hay otros temas que debemos de conversar.

—¿Alguna vez te has enamorado? —le pregunto a Jordán.

Me acomodo en el sofá con las piernas levantadas y mi cuerpo girado hacia


él.

Nosotros no hemos hablado mucho sobre otros amores, él sabe sobre Milo y
yo sobre Helen, pero no sé más allá de ella. Y quiero saber todo sobre él.

Me gusta que no hay vacilación en Jordán antes de responder.

—Sí, pero al mismo tiempo no —yo lo miro confundida y él procede a


responder
—. Estaba enamorado de Helen, y también de Carol, una colega de la
universidad.

Pero eso que sentí por ellas no se compara en absoluto a lo que siento por ti.
Esto es diferente, tal vez porque yo soy diferente ahora, no lo sé. Me gusta
lo que tenemos, aunque me vuelves loco la mayor parte del tiempo.

—Amas mi locura.

Él le dice que no va a elevar más mi ego diciendo que sí, y continúa


hablando.

—Nunca he amado a nadie como te amo a ti, Paulina.

—A veces eres tan romántico.

—Te gusta que sea romántico.

—Un poco.

Le doy un rápido beso y me vuelvo a sentar como estaba antes.

Lo miro a los ojos y pienso en los libros, películas y series de romance que
he visto, en donde uno de los protagonistas crea un hermoso y elaborado
discurso para dar su declaración de amor. Y yo podría decir que me gusta
cada parte de él, y lo fuerte e inteligente que es. Le diría que yo podría
hacer casi cualquiera cosa que me pida, que siempre lo voy apoyar sin
importar nada.

Pero no digo nada de eso, solo lo miro a los ojos y me arrodillo en el sofá
para sujetar sus mejillas entre mis manos.

—Te amo, Jordán

Las palabras salen con suavidad y confianza, una declaración que llevo
tiempo queriendo hacer y se siente tan bien por fin poder hacerlo.

—Yo tampoco he sentido esto por nadie —le confieso contra sus labios—.
Amaba a Milo y mucho, pero lo que siento por ti es diferente en el buen
sentido y. . Dios te amo tanto. Jordán incendiaria el mundo por ti, dejaría de
comer dulces sí me lo pidieras. ¿Te das cuenta de lo mucho que te amo?
¡Dejaría de comer dulces por ti!

Y lo haría porque soy yo, en todo mi hermoso esplendor, cuando estoy


contigo y aun así me amas, me apoyas y me haces sentir segura.

Cada día me enamoro más de él, y me gustaría poder tener todo con Jordán,
incluso las cosas que no quería antes. Pero antes no conocía a Jordán o
Luna, y la idea de ser madre me resultaba horrorosa y algo inconcebible. Yo
no consideraba que pudiera ser buena madre, estaba demasiado jodida, con
un mal pasado y un terrible historial familiar como para considerar traer un
niño a ese caos. Pero Jordán y Lu, lo cambiaron todo, fue un cambio tan
bueno y que no sabía que necesitaba. Estar con Jordán me hizo reconsiderar
lo que decía sobre mí y que no soy de las mujeres que se casan y tiene hijos.

Sí me preguntan ahora, la idea de tener hijos no suena tan mal, porque


Jordán sería el padre de esos hijos y no puedo imaginar nada mejor.

—Gracias, Paulina —me dice Jordán con voz tranquila.

Al principio pienso que imaginé que él dijo eso, porque su voz sonó tan
suave que se pierde en el silencio de mi apartamento, hasta que él vuelve a
repetir esas palabras.

—¿Por qué me agradeces?

Él cepilla un mechón de mi cabello negro detrás de mí oreja y deja que su


dedo recorra el contorno de mi rostro mientras habla.

—¿Recuerdas que dije que Will creía que Cecilia era mi felices por
siempre? —yo hago una mueca ante la pregunta y murmuro que sí, y me
recuerdo en mi mente volver a pegarle a Will por andar diciendo
estupideces—. Bueno, te dije que yo no sentía que ella lo sea, pero tengo la
plena certeza que tú lo eres. Así que gracias por ser la razón que tengo de
creer en los felices por siempre y ese tipo de cosas.

Gracias, Paulina.
Me lanzo a sus brazos y él se ríe mientras me abraza, y mientras estamos en
brazos del otro, ambos nos sentimos plenos y felices, porque no hay mejor
sensación que amar y ser amado.

—Vamos a casa, Paulina.

Yo solo le digo que sí y me levanto para empezar a recoger mis cosas, por
supuesto no termino de empacar todo, pero ya vamos a tener tiempo para
eso, por ahora solo quiero ir a casa.

—Baila conmigo —le pido mientras dejo el bolso en el suelo junto a la


puerta—.

Porque la primera noche en tu casa bailamos. ¿Recuerdas? Y quiero bailar


contigo en mi última noche aquí. ¿Bailarinas conmigo?

—Sí, claro que sí. ¿No sabes a estas alturas de nuestra relación que yo haría
todo lo que tú quieras?

Yo le sonrió y le digo que tome mi teléfono para buscar nuestra música.

—¿Todavía me tienes guardado en tu teléfono como Jordán (posible infiel)?

Yo termino de regar mis plantas para que no se sequen hasta que pueda
venir por ellas, y levanto la mirada hacia Jordán.

—Uno nunca sabe, Jordán. Una nunca sabe.

—Yo nunca te engañaría.

Yo pongo las manos en mis caderas mientras lo miro.

—Y si pusieran un arma en tu cabeza y te dicen que te van a matar si no te


acuestas con tal mujer y después me van a matar a mí, ¿no me serías infiel?

Jordán resopla y murmura que solo a mí se me podría ocurrir algo así.

—¿Paulina de dónde sacas tantas locuras? Eso no va a pasar, está es la vida


real.
—Eso podría pasar. ¿Acaso no has visto mentes criminales? En la cuarta
temporada hay un caso así.

Él no dice nada más y busca la canción.

—No recordaba que teníamos una canción —me confiesa.

Yo empiezo a bailar al ritmo de nowhere fast, y me acerco a Jordán para


mover sus brazos al ritmo de la música de una forma similar a como hice la
primera noche en su casa.

—¿Cómo no puedes recordar que tenemos una música? Voy hacer una nota
mental para pegarte en dos días.

—¿Por qué en dos días?

Yo lo hago girar y me río ante la expresión en su cara.

—Acabamos de regresar, no es justo que te pegue ahora.

—Lo justo sería que no me pegues, cariño.

Yo me congelo ante esa palabra y desagradables recuerdos vienen a mi


mente, Jordán se da cuenta del cambio y me mira preocupado.

—¿Podrías evitar decirme de esa manera? Al menos por un tiempo.

—Claro que sí, Paulina.

—¿Podemos seguir bailando?

Él me sonríe y me hace girar, riéndose cuando yo lo hago girar a él. No nos


decimos nada, solo nos miramos y compartimos un par de caricias y risas
hasta que la música llega a su fin.

No paramos de conversar en todo el trayecto hasta la casa, me siento algo


nerviosa y emocionada por ver a Lu, después de todo este tiempo separadas.
Yo llevo el cerdito que ella me dio para navidad en mis manos y le confieso
a Jordán que lo abrazaba en las noches cuando intentaba dormir.
—¿Paulina? —dice Astrid cuando entramos a la casa— En serio eres tú, es
bueno verte. Me alegra mucho que estés de nuevo aquí.

Yo me acerco a ella y la abrazo, algo que la toma por sorpresa, veo que
Raymond también está aquí y él también parece feliz de verme.

Desde que me separé de Jordán, evité a todos los que tenían algún tipo de
relación con él, como Astrid, Will o Raymond.

—Yo también los extrañé mucho, pero sobre todo extrañé los rollos de
canela de tu pastelería.

Todos se ríen, aunque yo no entiendo porque sí yo hablo muy en serio.

Astrid nos dice que Lu sigue dormida, y tanto ella como Raymond se
despiden de nosotros para darnos algo de privacidad. Con Jordán
conversamos para saber cómo explicarle a Lu todo lo que ha pasado. Ayuda
mucho que Jordán le haya dicho que yo me encontraba de viaje, y podemos
manejar las cosas desde ahí.

—¿Aún tienes el anillo que te di?

Jordán me dice que sí y saca una cadena de su cuello y me muestra los


anillos.

Yo extiendo mi mano hacia él y le digo que quiero mi anillo de regreso,


porque a pesar que ya no estamos casados, quiero lo que ese anillo
representa para ambos.

—Me vuelves loco.

—Ya te he dicho, te encanta mi locura.

Él se ríe y toma mi mano para colocarla el anillo.

—Sí, amo tu locura. ¿Me harías el honor de casarte de nuevo conmigo y


enloquecerme toda la vida?
Me río y lo beso, envolviendo mis brazos alrededor de él y cuando nos
separamos yo le digo que no con la cabeza.

—No.

—¿No te quieres casar conmigo?

—No. Mi amor por ti no va a cambiar por un pedazo de papel, yo siento


que así estamos muy bien.

Nos tenemos el uno al otro, somos un equipo y nos amamos. ¿Por qué sería
necesario una boda? Ya tenemos todo lo que queremos y no necesitamos
más.

—Te amo, y respeto sí no te quieres casar. Y no, no necesitamos nada más.

Nuestra conversación se ve interrumpida por una llamada a mi teléfono, yo


le hago una seña mientras me alejo para contestar la llamada de Miguel, y
veo que Jordán empieza a subir mis cosas a nuestra habitación.

—Uno de estos días me vas a matar de un infarto —me regaña Miguel


cuando yo atiendo la llamada—. ¿Estás bien? Dime que estás bien.

—Estoy bien, Miguel. Estoy aquí en casa con Jordán y Lu. Todo está bien.

Lo escucho soltar un leve bufido y decirme que le volvió el alma al cuerpo.

—Te voy a dejar pasar el día con tu familia, pero mañana a primera hora
estoy en tu casa y quiero que me cuentes todo.

Sé que no viene solo por eso, también lo hace porque necesita asegurarse
que yo estoy bien. Y entiendo el sentimiento, yo estaría igual o peor en su
situación.

—Lamento mucho preocuparte Miguel.

—Está bien. Te quiero, y por favor, ya no te metas en problemas. Al menos


por una semana.
—Eres igual de dramático que Ate, pero te prometo que me voy a portar
bien.

Él me dice que se enteró de lo que estaba sucediendo por Mae, a quien se lo


contó Will y asumo que a él se lo debió contar Raymond porque Astrid no
es chismosa.

Yo termino la llamada y guardo mi teléfono en mi bolsillo.

—¿Mamá?

Giro casi en cámara lenta al escuchar la voz de Lu y la veo en el último


escalón con su pijama de cebra y sus ojos pequeños por el sueño.

—Mi amor hermoso —le digo con la voz entre cortada por la emoción de
verla.

Veo como ella abre mucho los ojos y salta del escalón para correr a mis
brazos donde yo la envuelvo con fuerza y le digo lo mucho que la extrañado
mientras ella llora en mi pecho porque pensó que nunca me volvería a ver.
Le repito a Lu, que no le voy a ir, que regresé para quedarme y ella me hace
prometerle un par de veces que no la volveré a dejar.

Nos acomodamos en el sofá y yo la mantengo sentada en mi pierna


mientras ella me cuenta de todo lo que me he perdido mientras no estaba
aquí. Me habla de la escuela, la navidad y los regalos que recibió.

—Papá iba a invitar a Cecilia a cenar por Navidad, pero yo le dije que no
porque tú no querrías eso. ¿Verdad, mami?

Yo le doy un beso en la cabeza a Lu y miro molesta a Jordán que levanta las


manos con falsa inocencia.

—Por supuesto que no, Lu.

—Eso es lo que le dije a papá.

Nunca le había sentido tan orgullosa de ella.


—Y no la invité, solo planeaba hacerlo porque ella no tenía con quién pasar
navidad.

—Igual que otras miles de personas en San Francisco, Jordán. ¿Acaso los
vas a invitar a todos?

Él se ríe y dice que no va discutir conmigo porque yo siempre termino


ganando y que en su lugar solo me va a dar la razón. Jordán se sienta a mi
lado y pasa un brazo por mis hombros. Yo me recuesto contra su costado y
Lu se sienta en medio de ambos.

—Me alegra que estés otra vez con nosotros, mami.

—A mí también me alegra estar de nuevo aquí en casa.

Creía que los cuentos de hadas no eran reales, que ese tipo de cosas no
sucedían en nuestra realidad, pero en este momento junto a Jordán y Lu,
esos cuentos se sienten bastante reales para mí, al menos por un tiempo.
CAPÍTULO 43
Sí tuviera que escribirle una carta a mi yo de hace algunos años atrás, sería
algo como esto:

De: Una Paulina en construcción.

Para: Una mejor versión de Paulina.

Solo espera, porque incluso aunque no lo parezca, hay un final feliz para ti,
porque te has esforzado por conseguirlo, porque lloraste hasta cansarte e
incluso seguiste luchando cuando lo único que querías hacer era rendirte.
Hay un final feliz esperando por ti porque lo mereces, y no dejes que nadie
te haga creer lo contrario, en especial tú.

No agregaría nada del amor y comprensión, porque eso es algo que ella
debe de aprender en el camino. Aunque creo que también le diría que la
vida seguirá siendo dura, que seguirá rodeada de algunas personas
detestables y que el amor sí existe, pero que no lo va a encontrar a menos
que logre sanar y aprenda amarse a sí mismo. Le diría que no es su culpa
muchas cosas que suceden y que no era su responsabilidad cargar con la
felicidad y decisiones de su mamá y hermana. También le daría un fuerte
abrazo porque lo necesita y me quedaría a su lado porque esa Paulina tenía
miedo a estar sola, pero no sabía cómo estar acompañada.

—¿Qué estás haciendo?

Dejo caer la pluma y giro mi cabeza hacia Jordán, que me mira con
curiosidad.

—Le escribo una carta a mi yo del pasado, mi terapeuta me pidió que lo


haga.

—Me sorprendió un poco despertarme y no encontrarte a mi lado en la


cama.
Ya no es muy frecuente que me despierte en medio de la madrugada, al
menos no desde hace unos pocos meses atrás. Porque cuando regresé aquí
después de lo sucedido con Gideon, solía despertarme sobresaltada en mitad
de la noche y a Jordán le sucedía algo similar. Él se despertaba preocupado
por qué yo no estuviera a su lado. Nos costó mucho poder lograr sanar y
empezar a poder conciliar el sueño con tranquilidad.

Y lo que antes eran largas noches sin poder dormir, noches de dar vueltas en
la cama con demasiados malos pensamientos en mi cabeza, llena de miedos
y problemas, han sido reemplazados por noches de descanso, por métodos
para manejar ese tipo de pensamientos. Y debo agradecer a mi terapeuta por
eso, aunque ella también dice que me debo un gran agradecimiento a mí,
porque ahora estoy poniendo de mí parte y por eso las cosas han empezado
a mejorar.

—¿Sabes que deberíamos hacer juntos? Escribir una lista de deseos, Ate me
dio esa idea y me encantó. ¿Qué te parece?

Él mueve una silla del comedor y se sienta cerca de donde yo estoy.

—Me parece una buena idea, aunque no sé qué podría desear.

Yo termino de guardar mi carta en el sobre y enarco una ceja en su


dirección.

—¿Qué quieres decir? ¿No hay nada que desees?

Él niega con la cabeza.

—Vamos, Jordán. Piensa al menos en una cosa.

Jordán suelta una suave risa y me dice que le dé un momento para pensar
antes de mirarme con exasperación por mi insistencia. Lo veo sacudir la
cabeza, pero incluso aunque lo intenta, Jordán no puede reprimir la sonrisa
en su cara cuando me mira y yo me burlo de él porque ni siquiera puede
fingir estar frustrado por mi insistencia sobre este tema.

—No sé qué más podría desear, Paulina. Ya tengo todo lo que quiero.
No puedo evitar sonreír cuando él dice eso.

Atenea mencionó su lista de deseos mientras estuvo de visita hace dos


semanas, para ella ahora es más fácil visitarnos porque ahora solo está a
cuarenta y tres horas de distancia en auto. En esta última visita, Atenea me
dijo que aceptar ese trabajo en New York fue una de las mejores decisiones
que pudo tomar.

—Debes al menos tener un deseo en tu lista, Jordán.

—Creo que tengo algo.

—Bien, dime. ¿Qué es?

Él hace una pausa dramática y yo sé que lo hace solo para molestarme,


porque sabe que odio ese tipo de silencios.

—Quiero pasar lo que me queda de vida contigo y Lu.

Tal vez suene un poco trillado lo que voy a decir, pero el tiempo parece
detenerse un momento cuando Jordán dice eso, y mi mente tarda en
reconocer las palabras, y no es que yo desconozca ese deseo de Jordán, lo
que me impacta es el profundo anhelo en su voz, y el amor detrás de sus
palabras.

Está bien que él quiera eso, porque Jordán es mi presente y sé, qué a pesar
de todo, también será mi futuro. Y yo no podría estar más feliz con esa idea.

—Recuerdo que cuando te conocí, supe de inmediato que me causarías


muchos problemas —me empieza a decir él—. Conforme te iba conociendo
aprendí lo brillante, tenaz, obstinada y cabeza dura que eres. Pero también
aprendí que a pesar de tu fuerte exterior, tu personalidad distante para con
los demás, tenías miedo y yo me sentí identificado con el sentimiento. Otra
cosa que aprendí es que me gusta discutir contigo. Estar contigo es la mejor
experiencia que he tenido y sí tuviera una lista de deseos pondría eso, que
quiero pasar el resto de mis días contigo y Lu. No puedo imaginar nada
mejor que eso.
¿Cuándo nos volvimos tan abiertos sobre nuestros sentimientos? Recuerdo
que al principio ni siquiera nos hablábamos y evitábamos tratar temas que
no sean superficiales, y ahora aquí estamos, hablando sobre nuestro futuro
juntos.

—Ese también sería mi deseo, Jordán

—No puedes copiar mi deseo, eso es hacer trampa.

Pongo los ojos en blanco y él imita mi gesto.

—No es trampa porque fue mi idea la lista de deseos, entonces yo puedo


desear lo que quiera.

—Bien, bien. Mientras me quieras a tu lado, no tengo problemas con lo que


desees.

—Suficiente cursilerías por hoy, es muy temprano para ser así de cursis.

Él me pregunta sí quiero un sándwich y yo le digo que sí, que la pregunta


me ofende y nos mudamos hacia la cocina.

—Hay una cosa que faltó en tu lista de deseos.

—¿Qué es? —me pregunta Jordán con curiosidad.

—No tomaste en cuenta a nuestro futuro hijo o hija —veo a Jordán abrir
mucho los ojos y detener todos sus movimientos —. No estoy embarazada,
y este no sería un buen momento para eso, acabo de asumir la
responsabilidad de la casa de subastas.

Hemos hablado sobre el tema de los hijos, él me dijo que no quiere que yo
me sienta presionada sobre el tema, que no quería que yo haga nada que me
haga

sentir mal. Que me seguiría amando igual sí yo no quiero tener hijos y yo lo


amo aún más por decir eso.

—Me gustaría tener una mini Paulina.


Yo no puedo evitar reírme.

—¿En serio Jordán? Sí conmigo te vuelves loco imagínate con una mini
versión de mí. No creo que el mundo esté listo para eso.

También hemos hablado sobre el tema del matrimonio cuando seis meses
después que firmamos los papeles de divorcio nos llegó la notificación que
estábamos oficialmente divorciados. Yo me mantengo en que no me quiero
casar y Jordán no insiste sobre el tema, pero él mandó a enmarcar nuestro
certificado de bodas y lo colgó en la pared de la sala, según Jordán, como
una constancia que hubo un tiempo donde estuve casada con él.

La conversación se vuelve ligera y cuando ambos terminamos de comer,


regresamos a la cama a intentar conciliar el sueño.

—Buenos días mi corazón hermoso. ¿Puedo saber por qué estás despierta
tan temprano?

Luna camina hasta donde yo estoy sentada en el sofá y se acurruca en mi


regazo, yo la mezo entre mis brazos y tarareo una canción para ella, parece
que ha tenido un mal sueño.

—Soñé que no estabas.

Yo paso una mano por su espalda y ella se relaja en mis brazos.

—El año pasado no estuvimos juntas en esta fecha.

Ella tuvo pesadillas los días previos a navidad, parecía estar más relajada
cuando pasamos la navidad en familia, pero hoy, al ser el último día del
año, ella parece estar de nuevo algo asustada.

—Estoy aquí, Lu y te prometí que no me iría. ¿Recuerdas?

—Sí.

—Bien, que te parece sí empezamos arreglarnos y hacemos algunas cosas


divertidas en nuestro último día del año.
Ella me dice que sí, y vamos a su habitación para empezar arreglarla.
Jordán se levanta un poco después y le prepara el desayuno a Lu mientras
yo me arreglo.

—Regresamos en unas horas. Diviértete con tus hermanos —le digo a


Jordán cuando estoy saliendo de casa.

Acomodo a Lu en su asiento para niños y pongo ese playlist que tanto le


gusta. En el camino vamos discutiendo sobre las mejores películas de
Disney, y ambas acordamos que Mulán es la mejor princesa.

Pasamos por ese lugar que nos gusta y compramos algunas mascarillas, ella
también escoge barniz para uñas color lila y unos broches para el cabello.

Después de comprar vamos a almorzar a la casa del té, porque es el lugar


favorito de Lu.

—Hola hermosa Lu, hola querida prima —nos saluda Miguel cuando él y
Mae se reúnen con nosotros en la casa del té.

Mae mira el lugar con mucha atención antes de tomar asiento y tomar una
pequeña taza.

—¿Por qué no me habías invitado antes a este lugar? —me pregunta Mae.

Miguel y Lu comparten alguna conversación privada y yo me centro en mi


hermana.

—A ti no te gustan este tipo de lugares.

—Este me gusta.

Yo le sonrió a mi hermana y ella me da una de sus características miradas


sin emociones.

—Lo tendré presente. ¿Cómo van las cosas con Will?

Mi pregunta llama la atención de Miguel y Luna, a quien sus tíos han


corrompido con su amor por el chisme.
—Aún no lo asesino mientras duerme, así que creo que estamos bien.

Han llegado a un punto en su relación, dónde Mae aceptado que Will se


quede un día a la semana en su apartamento, pero solo un día. Su acuerdo es
muy reciente y nos intriga saber cómo se van a desarrollar las cosas entre
ellos.

—¿Podrías por favor no lastimar a mi tío? Yo lo quiero mucho.

Yo reprendo a Mae con la mirada, pero ella me ignora y se gira hacia Luna.

—Lo intentaré, no prometo nada —le responde mi hermana.

—¡Mae! —decimos Miguel y yo a coro.

Y como Lu ya está acostumbrada a las respuestas de Mae y a su forma de


ser, deja pasar el tema.

Atenea se une a nosotros un poco después.

—Lamento llegar tarde, el tráfico y esas cosas.

—¿Tráfico? ¿Así le decimos ahora? —le pregunto con una sonrisa.

Miguel me mira preguntando por información, pero yo solo me encojo de


hombros.

Las mejillas de Ate se tornan un poco rojas e intenta desviar el tema, pero
yo no sé lo permito.

—Vamos, Ate. ¿Ya nos podrías decir quién es tu amante misterioso?

Tapo los odios de Luna cuando digo en voz baja la palabra amante y ella se
ríe cuando me mira.

—No es nadie. No importa.

—¿Estás feliz? Porque eso es todo lo que nos importa, hermana.


Ate le da un beso en la mejilla a Miguel y le dice que sí, que está feliz. Y sí,
lo parece, porque ahora ella ya no idealiza el amor o a las personas que
están a su lado, ya ha dejado de correr porque entendió que el amor no es
una carrera.

Miguel comenta que, para ser el último día del año, todo se siente muy
tranquilo y yo le digo que es algo que agradezco, porque he tenido mucha
inestabilidad, caos y momentos de tensión en mi vida y ahora, todo lo que
quiero es tranquilidad. La tranquilidad y paz de terminar un año, que
empezó muy mal, solo con mi familia y seres queridos. Porque al inicio de
este año sucedieron muchas cosas, Jordán y yo no estábamos juntos, tenía a
Gideon observando cada uno de mis movimientos y a la madre de Jordán
amenazando con la custodia de Lu.

Ahora todo eso son solo fantasmas del pasado, amargos recuerdos que
intentamos olvidar. Porque Jordán y yo estamos juntos, Gideon está muerto
y la madre de Jordán se encuentra lejos gracias a los archivos secretos de
Gideon y

toda la mierda que ahí escondía. Jordán me pidió encargarse personalmente


de su madre y yo lo dejé, porque entendí la razón de porque, él quería hacer
eso.

¿Él trabajaba solo? ¿Qué hay con la gente que trabaja para él? —me
pregunto Atenea con preocupación.

Sí, trabajaba solo porque no confiaba en nadie y quiénes se encargaban de


sus asuntos, solo lo hacían por el dinero. No les importaba él, nadie va a
venir a vengar su muerte sí eso es lo que te preocupa —le respondí a
Atenea.

—Siento la demora. ¿De qué me perdí? —nos pregunta Travis.

—Ate nos contaba sobre su novio secreto —le responde Miguel—. No dijo
mucho.

—Pero dijo que está feliz —agrega Lu.


Él teléfono de Miguel vibra sobre la mesa y veo que le llega un mensaje de
alguien a quien él tiene agrada como Min kære y hago una nota mental para
preguntarle sobre el tema.

—Es bueno escuchar eso —comenta Travis—. Porque ya estaba cansado de


las músicas de Adele, y no me malinterpreten, amo Adele, pero Ate ya
cansaba. Ponía las mismas cinco músicas todo el tiempo.

—No son cinco, son siete —agrega Mae—, y sí, todos odiamos escuchar las
mismas canciones. Miguel tuvo que detenerme cuando iba a destrozar tu
teléfono para detener esas músicas.

—¡Mae!

—No me arrepiento de nada.

Por supuesto que mi hermana no se arrepiente.

—¿Puedo ir a pintar mi cara? —me pregunta Lu y yo le digo que sí, pero


que tenga cuidado.

La veo acercarse a la fila y como una chica le empieza a enseñar diseños.

—No quiero que ella se sienta desplazada cuando tenga un hermano o


hermana

—comento a la ligera.

Todos en la mesa sueltan algunas exclamaciones, a excepción de Mae y una


encargada nos llama la atención por el alboroto.

—¿Estás embarazada? —me pregunta Ate y veo que ya está lista para
levantarse y felicitarme.

Yo pongo los ojos en blanco.

—¡No estoy embarazada!

—Genial, a este paso no seré madrina de nadie.


—Yo también podría quejarme, Ate. Tú tampoco estás muy cerca de
hacerme madrina.

El resto del almuerzo en la casa del té transcurre casi igual. Y cuando nos
despedimos le pido a Miguel que me acompañe a un lugar, él no me
pregunta por detalles y me dice que sí. Paso dejando a Lu en casa de Astrid
y Raymond, quienes recientemente se mudaron juntos. En su nuevo hogar,
están los hermanos Rhodes más Ray teniendo un almuerzo familiar, yo no
me uní a ellos porque tenía mi propio almuerzo con mi familia.

Llegamos al cementerio y Miguel me acompaña en silencio mientras


caminamos hasta la tumba de mi hermana.

—Hola gemela.

Dejo las flores que compré para ella y me quedo un momento observando
su foto.

—¿Qué tal Hawái? ¿Has preparado nuevos cócteles?

Me gusta creer que ella está feliz, que está preparando cócteles en Hawái
como quería y sonriendo tanto que no recuerde todas las sonrisas que le
fueron robadas en esta vida.

—Solo quería decirte que estoy bien, que a pesar que aún intento hacer las
paces con lo que te sucedió y lo que le pasó a mamá, las cosas son más
fáciles de sobrellevar. Ya no oculto como me siento e intento ser más
abierta sobre mis emociones. Creo que estarías orgullosa de mí.

Las cosas no mejoraron de forma mágica, porque los problemas e


inseguridades que generan ciertos traumas no desaparecen de la noche a la
mañana, siguen ahí y uno debe trabajar para aprender a lidiar con ellos. Hay
días donde es más sencillo que otros días, pero aún hay días donde no
puedo dormir y sobre pienso todo.

Pero sigo luchando contra eso y las posibilidades parecen estar a mi favor.
—También quería decirte que ya no espero volar hacia lo más alto del cielo
y girar en la segunda estrella a la derecha, y volar hacia el amanecer. Ya no
espero eso porque estoy en un buen lugar ahora.

Algunos días todavía es doloroso ver mi reflejo en el espejo y no pensar en


ella.

—Estoy bien, hermana. No te preocupes por mí. Tanto Mae como yo,
estamos bien y espero que tú también lo estés. Te amo y te extraño todos los
días.

Me quedo mirando la foto en su lápida antes de despedirme de ella y


empezar a caminar junto a Miguel de regreso a mi auto.

—¿Cómo van las cosas con mi tío?

—Él me ignora, yo lo ignoro, así que creo que las cosas están bien —le
respondo.

Yo coloco mi brazo alrededor del brazo de Miguel y le sonrió.

—Me gusta verte feliz, la felicidad te sienta bien.

—¿Y tú? ¿Cómo estás?

Nos detenemos frente a mi auto, pero no hacemos ademán de entrar.

— Træde i spinaten.

—¿Desde cuándo sabes danés?

Él mira su reloj y me señala el auto con el mentón.

—Ahora ya no tenemos tiempo, pero ya después te contaré mi historia.

Yo le hago prometer que me contará todo.

—Estoy orgulloso de ti, Paulina—me dice Miguel antes de bajarse del auto
—. Y
sigues siendo mi villana favorita.

Sonrío ante eso, porque a pesar de todo, me gusta ser una villana en ciertas
ocasiones y con algunas personas.

Cuando llego a casa, Jordán está preparando la cena y Lu está mirando una
película. Yo me siento junto a Lu para mirar la película y ella se recuesta
contra mi costado.

—Te quiero mucho, mami.

Yo le sonrío y le doy un beso en su cabello.

—Yo también te quiero mucho, cielo.

—Yo también las quiero a las dos. Ahora vengan aquí, la cena está lista —
nos dice Jordán.

No tenemos grandes planes para despedir el año, solo beber una copa de
vino y ver el festival de fin de año que pasan en la televisión, y es justo l
que haremos después de llevar a Lu a la cama.

—¿Pueden contarme otra vez la historia de la princesa que robó el pastel


del príncipe y así fue como robó su corazón? —nos pregunta Lu cuando la
acostamos en su cama porque ha llegado su hora de dormir.

Fue Jordán quien le contó esa historia en el tiempo que no estábamos


juntos, y Luna se enamoró de la historia.

—La mejor historia de todas —murmura Jordán antes de empezar a


contarle a Lu como la hermosa princesa robó aquel mágico pastel de
chocolate.

Jordán y yo jamás hacemos las cosas de forma convencional, estamos


acostumbrados a eso y nos gusta. No seríamos nosotros sí lo hiciéramos de
otra manera. Pero incluso con todos los accidentes que tuvimos de por
medio, ahora estamos juntos y felices, lo demás no importa.
Ambos compartimos una sonrisa cuando vemos que Lu ha caído en un
profundo sueño, así que salimos despacio de su habitación y bajamos a la
sala para sentarnos a beber nuestra copa de vino.

—Cuéntame, ¿cómo estuvo el almuerzo con tu familia?

—Will me contó que Mae dispuso de todo un cajón para él, y le dijo que, si
tocaba algo o movía alguna cosa de su sitio, iba a cortar sus manos.

Mae siendo Mae.

—Dile a Will que será mejor que no toque nada, porque mi hermana habla
muy en serio.

—Créeme, Will sabe eso.

Seguimos conversando, me gusta que nunca nos quedamos sin tema de


conversación, me gusta que podamos hablar de cualquier cosa.

—No entiendo. ¿Cómo siempre haces eso? —le pregunto con curiosidad y
Jordán me dice que no entiende mi pregunta—. Me refiero a la forma que
tienes de siempre saber lo que estoy pensando, sintiendo o aquello que
necesito o no quiero. Me sorprende porque a veces sabes esas cosas incluso
antes que yo.

Jordán se ríe y me da un casto beso en los labios antes de responder.

—Eso se debe a que te amo. Y no debería sorprenderte mucho, porque tú


haces lo mismo conmigo, Paulina.

—Lo sé, somos bastante asombrosos —le digo—. Y yo también te amo.

Él choca su copa con la mía.

—Somos un gran equipo, cielito lindo. Nunca dudes de eso.

—Nunca jamás.
La voz del presentador anunciando el conteo regresivo para el nuevo año
llama nuestra atención y ambos dejamos la copa sobre la mesa de café
frente a nosotros.

10. .9. . 8. . 7

Nunca he sentido emoción por el inicio del año, y aunque ahora tampoco
me encuentro emocionada por eso, sí me da felicidad empezar un nuevo año
junto a Jordán y Luna.

6. . 5. . 4

Yo tomo su rostro entre mis manos y lo miro a los ojos.

—Jordán.

3. . 2. . 1

—¿Te casarías conmigo? —le pregunto, igual a la primera vez que le pedí
casarnos. Solo que esta vez ambos estamos sobrios y no nos odiamos.
Ahora estamos juntos, con una hija durmiendo arriba y no podríamos ser
más felices.

Sí bien Jordán no responde de forma verbal, la emoción y felicidad en sus


ojos es toda la respuesta que necesito. Porque él me dice que sí con cada
mirada, caricia y cada beso que me da.

—Nada me haría más feliz que casarme contigo y dejar que me enloquezcas
toda la vida, Paulina.

No sé con exactitud cómo será nuestro final, como terminará nuestra


historia juntos, me gusta creer que será dentro de muchos, pero muchos
años más, cuando ya estemos llenos de canas y rodeos de nietos, nuestros
hijos y sus familias. Me gusta imaginar que al final estaré sosteniendo la
mano de Jordán, en una suave caricia porque fue así como empezaron las
cosas entre nosotros, con suaves gestos.

Me gusta creer que seremos el cliché más popular de todos y terminaremos


con, y fueron felices por siempre.
—Y pensar que todo empezó con una borrachera en las Vegas —digo
contra sus labios.

—No, todo empezó mucho tiempo atrás, con un pastel de chocolate que fue
robado.

Yo me río y ambos empezamos a discutir sobre cuando empezó nuestra


historia mientras un nuevo año empieza y nuestra historia se sigue
escribiendo.

—Creo que este sería el momento perfecto para poner el punto final a
nuestra historia, Paulina.

Cuando somos pequeños, es fácil creer en finales felices, porque la vida es


más sencilla en esa época y todo parece ser fácil de solucionar, estamos
cargados de esperanza y creemos que todo es posible, pero conforme vamos
creciendo, la esperanza se va desvaneciendo y los finales felices empiezan a
ser solo parte de los libros y películas, al crecer dejamos de creer en esos
finales porque vemos que la vida no es perfecta o fácil. Dejar de creer es
fácil. Y uno de los problemas que tenemos cuando crecemos es que
descubrimos que hemos idealizado demasiado los finales felices, cuando la
vida no se trata sobre el final, sino de todo lo que nos sucede en el trascurso
de la historia.

—No, prefiero poner solo puntos suspensivos. Quien sabe lo que pueda
suceder después. .

Un final feliz no siempre incluye aquello que esperábamos de niños, como


una boda y vivir en un castillo, a veces es despertarte un domingo feliz
porque te amas lo suficiente que ya no importa lo demás, feliz porque
lograste sanar y

tienes el trabajo que siempre quisiste, estás justo donde querías estar. Un
final feliz también puede ser el poder reconstruirnos, el dejar atrás nuestros
miedos y aventurarnos a lo desconocido. Porque a veces un final, puede ser
una oportunidad para volver a comenzar y sanar.
Hay que aprender que un final no es el fin, es solo el cierre de una historia
para dar paso a otra. . Y tal vez, esa sea justo la historia que estábamos
esperando.
FIN.
EPÍLOGO
Hay cajas amontonadas en la sala y pasos fuertes que resuenan en alguna
parte de la nueva casa seguido por un quejido de Lu y una suave risa de
Jaden. Yo sigo desempacando la cocina cuando veo a Lu entrar en mi
campo de visión con aparente molestia.

Yo levanto mi cabeza hacia ella y Lu suelta un suspiro muy dramático que


estoy segura lo aprendió de Miguel o Ate.

—Mamá no es justo —me empieza ella a decir y veo que intenta contener
la risa que se esconde detrás de su falsa molestia—. La idea de mudarnos a
una nueva casa es que cada uno tenga su habitación y Jaden sigue en mi
cuarto. ¡Y dice que no va a salir de ahí! Eso me sonó como una amenaza.

Sí, lo más probable es que lo sea. Jaden a veces me recuerda un poco a


Mae, aunque también veo que tiene mucho de Andrea y un poco de Will en
lo bromista. Ojalá y hubiera heredado el carácter pacífico de Astrid.

Pero al menos hasta ahora, no parece tener mi carácter terco o lo cabezota


dura que es Jordán.

—Te recuerdo que tú querías un hermano de regalo y eso es justo lo que te


dimos.

Lu se cruza de brazos y aunque lo intenta, no puede seguir reprimiendo la


sonrisa en su cara.

—Tenía cinco años, ahora tengo doce y entiendo mejor la vida, y un


hermano de cuatro años que corre por mi habitación junto a mi gato, ya no
me suena a un buen regalo.

Ella se ríe de sus propias palabras y yo me uno a sus risas.

—Bueno, querida hija, lo malo es que no se aceptan devoluciones.


Jaden grita desde el segundo piso que ahora la cama de Lu es su cama y que
nadie lo sacará de ahí.

—Si el siguiente es como Jaden, ¿lo podemos devolver?

Lu le da un beso a mi ligeramente abultado vientre y le susurra que sea un


buen bebé, y le pide que no se parezca a su hermano Jaden.

—No, creo que no podemos —le respondo—, aunque al menos Jaden fue
planeado.

Habíamos estado intentando un tiempo concebir y no lo habíamos


conseguido, yo empecé a creer que quizás era una especie de castigo del
universo por decir tantos años que no quería tener hijos. Y ya habíamos
hecho una cita con un

especialista de fertilidad cuando tomé una prueba casera y dio positivo,


recuerdo que tomé seis pruebas más porque no podía creer que sea verdad.

Luna fue la más emocionada de todos con la noticia.

—Estoy rogando porque este sea una niña.

—¿Y eso por qué?

Lu me mira como si la respuesta fuera obvia.

—Nos podrían superar en número mamá y no podemos permitir eso.

—Claro que no podemos permitirlo.

Ella me ayuda a desempacar la cocina porque dice que es caso perdido


intentar desempacar su habitación, ya que Jaden no va a salir de ahí hasta
que se aburra y quiera jugar.

Cuando hemos terminado de desempacar la cocina, vamos a la sala para


empezar a sacar algunas cosas de las cajas, porque ni a Lu, ni a mí nos
gusta el desorden que generan las mudanzas.
—Mamá, ¿qué estás haciendo? Deja esa caja ahí, estás embarazada.

—Cielo, estoy embarazada, no invalida.

—Papá me pidió que te cuide mientras él no está.

Luna me ayuda con la caja que yo estaba cargando y me regaña con la


mirada, ella es igual de sobreprotectora que Jordán.

La puerta suena y Lu me dice que ella abrirá.

—¿Cómo está mi embarazada favorita? —me pregunta Miguel cuando me


ve.

Él me envuelve en un fuerte abrazo y yo le digo lo mucho que lo he


extrañado, y Miguel me responde que el sentimiento es mutuo.

—Estaba cargando cajas pesadas —responde Lu.

Miguel me regaña y me dice que debo cuidarme más.

—Ustedes me sobreprotegen demasiado.

—Lo hacemos porque te queremos.

Él saca un par de regalos para Lu y llama a Jaden para darle los regalos que
le ha traído. Lu y yo nos miramos cuando escuchamos la voz de Jaden que
suena muy emocionado por la idea de recibir regalos y lo vemos correr
hacia Miguel para abrazarlo.

Jaden salta de emoción cuando ve que Miguel le ha regalado un tren a


escala y le pide ayuda a Lu para armarlo.

—En tu habitación, Jaden. No en la habitación de Lu.

Él me dice que sí y toma la mano de su hermana para dirigirse arriba.

—Es un niño adorable y lo amo, pero a veces quisiera que Lu sea hija
única.
—¡Paulina! No digas eso, él bebé te puede escuchar —me dice Miguel
mientras señala mi vientre.

—Lo sé, pero también puede sentir cuánto lo amo. ¿Verdad bebé que sabes
que mamá te ama mucho?

Le sonrió a mi vientre y paso una mano con cariño, acariciando justo donde
acabo de sentir una patada.

—Está patentado —digo emocionada—. Y si le dices a alguien que le hablo


así a mi bebé, te golpearé muy duro.

Tomo la mano de Miguel y la pongo justo donde el bebé está patentado y


dice que es algo extraño sentir eso, y que era aún más raro cuando Atenea
estaba embarazada porque ella tenía gemelos.

Atenea era tan adorable cuando estaba embarazada, sus gemelos son
adorables bebés de tres años, y también dos terremotos que cuando se
juntan con Jaden no hay quien los controle.

—¿Dónde está Jordán?

—Comprando víveres. No tenemos nada aquí.

Él se acomoda las mangas de su camisa oscura hasta los codos y me


empieza a ayudar con las cajas pesadas, yo le digo que no debe molestarse,
pero Miguel insiste. Mientras desempacamos la sala él me cuenta sobre su
viaje y los nuevos acontecimientos de su vida.

Recibo una llamada de Ate preguntando que le puede dar a uno de los
gemelos porque al parecer el sol hizo que su piel se irrite un poco. Yo le doy
el nombre de la crema que utilizo con Jaden y Lu. Ella se despide y antes de
terminar la llamada me dice que va a intentar venir a San Francisco, para
conocer mi nueva casa.

—Quien diría que Ate al fin consiguió su príncipe, se casó y tiene dos
hermosos hijos, que a veces nos provocan dolores de cabeza, pero a los
cuales amamos mucho.
—Lo sé, me siento como una madre orgullosa cuando la veo.

El timbre vuelve a sonar y Miguel se dirige a la puerta para abrir.

—Querida cuñada. Te ves reluciente esta tarde, el embarazo te ha dado un


brillo especial.

—Es sudor —le redondo a Will.

Miguel y Will se ríen, y yo me acerco a mi hermana que sostiene una


bandeja con magdalenas.

—¿Son para mí?

—Sí, eres un poco insoportable ahora que estás embarazada y estás de


mejor humor cuando estás comiendo —me responde mi hermana—. Come.

No refuto nada porque las magdalenas están deliciosas.

Y eso me hace pensar en el antojo que tuve la otra noche.

El reloj marcaba un poco más de las dos de la madrugada y me giro un


poco para poder ver a Jordán que mantiene un sueño profundo y tranquilo.

Yo muerdo mi labio y me digo que esto lo hago por él bebé.

—¿Jordán? —lo llamo y llevo mi mano hasta su hombro para sacudirlo un


poco—.

Jordán, despierta.

Él se sienta sobre la cama de forma brusca y mira alrededor de la


habitación antes que sus ojos se posen en mí.

Llevo sus dedos hasta mi cerquillo y lo peina con cuidado.

—¿Qué sucede? —me pregunta— ¿Está todo bien?

—Sí, yo estoy bien, pero el bebé quiere helado.


Lo miro con un pequeño puchero en mis labios y lo veo pasarse una mano
por su cara, ya acostumbrado a mis antojos a horas de la madrugada.

—Bien, iré a la cocina por helado.

—No, él bebé no quiere ese helado, quiere helado de chocolate con nuez y
almendras.

Le dedico una pequeña sonrisa después de mi petición.

—Amor de mi vida —me empieza a decir Jordán—, solo hay de chocolate


con fresa.

Ese también te gusta mucho.

—Sí, pero no quiero ese ahora.

—Paulina son las dos de la madrugada —intenta razonar conmigo, pero se


detiene cuando ve que estoy haciendo un esfuerzo por no llorar—. Está
bien, está bien, iré por tu helado de chocolate con nuez y almendras.

Apoya su rodilla sobre la cama y se inclina hacia mí para dejar un beso en


mi frente.

—Oh, Jordán, por eso te amo.

—¿Por qué puedes hacer conmigo lo que quieras?

—Entre otras cosas.

Ambos compartimos una sonrisa y él se termina de arreglar para ir por el


helado.

—Ya regreso con tu helado.

—Lo quiere el bebé.

—Bien, querida esposa, ya regreso con el helado para nuestro bebé.


Jordán merece un premio por soportar todos mis antojos y caprichos sin
quejarse, aunque claro, ya tuvo practica antes que yo estuviera embazada,
porque según él, siempre he sido igual.

—Astrid y Raymond dijeron que pasarían mañana por aquí, porque Aurora
tiene hoy una fiesta de cumpleaños.

Raymond y Astrid dejaron que Lu escoja el nombre de su hija, pero amaron


el nombre y Luna adora a su prima.

—Hay demasiados niños en esta familia. No me gustan los niños.

—Pero te gustan tus sobrinos. ¿Verdad, Mae?

Ella mira en mi dirección y se encoje de hombros sin mostrar ninguna


emoción.

—A veces.

Will se disculpa en nombre de mi hermana y ambos se sientan en el piso


para ayudarme a desempacar la sala.

Con el tiempo, he aprendido que la felicidad, como muchas otras cosas en


la vida, es relativa. Lo que para algunos es felicidad, para otros es una
tortura, un claro ejemplo a eso somos Mae y yo, a mí me hace feliz la vida
que tengo, pero para mí hermana es detestable la idea de casarse y tener
hijos, dice que no es lo suyo y Will lo respeta, no la presiona, porque él
sabía de eso cuando conoció y se enamoró de Mae. Para Miguel, la
felicidad es viajar y explorar nuevos lugares, a Miguel le hace feliz ser el
mejor en su trabajo y estar junto a su familia.

También he aprendido que la felicidad no dura mucho, que lo que perdura


es el recuerdo de los momentos que fuimos felices. Y que por eso debemos
apreciar cada momento, incluso aquellos que parecen insignificantes.

—Mira está foto —nos dice con emoción Miguel mientras nos enseña una
imagen de nuestro viaje a las Vegas, yo ni siquiera sabía que tenía esa foto
—. Nos vemos tan jóvenes y con mucha resaca.
Es una imagen rápida que nos tomamos cuando terminamos de desayunar,
antes de dirigirnos al aeropuerto y regresar aquí a San Francisco. Quién
diría que ese viaje lo cambiaría todo.

La puerta de la casa se abre y Jordán entra cargado con varias bolsas del
supermercado. Tanto Miguel, como Will, se levantan ayudarlo a entrar
todas las compras y acomodarlas en la cocina.

—Tienes que ver está foto que encontró Miguel —le digo a Jordán cuando
ellos han terminado de ordenar todo en la cocina —. Mira cuánto nos
odiábamos aquí.

¿Recuerdas que un poco antes de este viaje había dañado tu auto?

Will se ríe y me dice que es una forma extraña de conquistar a alguien y


Miguel le responde que pudo ser peor.

—Sí y recuerdo que yo robé tu auto en venganza —me dice Jordán.

—Sí, que buenos tiempos.

—Ustedes son el uno para el otro, prima querida.

Yo me levanto para colocar la foto en un bonito marco y colgarla en la


pared, junto al certificado de nuestra boda en las Vegas, porque es un
recuerdo que me gusta atesorar.

Empezamos a contar anécdotas de esa época y recordamos la primera


subasta del hombre más deseado, pero yo les digo que la segunda subasta
en la que participaron fue mucho más divertida. También hablamos de mi
sencilla boda con Jordán y del día que adopté de forma legal a Luna.
Recordamos nuestro viaje a la sex shop y como casi terminamos en prisión.
Nos reímos cuando encontramos una foto de pascua dónde Will y Miguel
están vestidos del conejo de pascua.

Recordamos muchas cosas buenas hasta que la noche llega y ellos se


despiden de nosotros, haciéndonos prometer que haremos una reunión para
inaugurar la casa.
Yo le sonrió de nuevo a Jordán cuando nos hemos quedado solos.

—Gracias por hacerme feliz por casi siete años.

—Nunca tienes que agradecerme por eso, porque sí hay algo que me llena
de dicha es verte feliz. Te lo dije una vez y te lo repito ahora, quiero que
tengas todo lo que quieres en esta vida y yo tengo la suerte de ser la persona
que está a tu lado mientras consigues todo lo eso que quieres.

Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y lo beso.

Jordán se abrió camino hacia mí y mi corazón, preocupándose por mí,


cuidando y estando a mi lado de forma silenciosa, incluso cuando yo
pensaba que lo único que quería era estar sola, él se quedó y escuchó, no me
dejó para que yo me ahogue en la autocompasión. Y yo hice algo similar
con él, porque como siempre he dicho, somos un equipo. Nos apoyamos
mutuamente y nos respaldamos en todo.

—No, no y no. Nada de demostraciones públicas —nos dice Luna—.


Además, aún no hemos hecho nuestra tradición familiar.

Jordán y yo sonreímos porque ya sabemos a lo que ella se refiere. Jordán va


a buscar a Jaden mientras yo enciendo el equipo de sonido y dejo que
nowhere fast empiece a sonar por toda nuestra nueva casa.

Tomo las manos de Lu y empiezo a bailar con ella hasta que Jordán y Jaden
se nos unen.

—Esta es mi música favorita.

—Dices eso de todas las músicas, Jaden —le dice Lu.

Luna toma las manos de su hermano y lo hace girar por toda la sala,
provocando que Jaden se ríe fuerte, algo que le provoca una risa suave a Lu.

—Te amo, Jordán.

Jordán me atrae a sus brazos y besa mis mejillas.


—Yo también te amo, mi felices por siempre.

Siento que podría quedarme aquí por mucho tiempo, bailando con mi
esposo e hijos en la sala de nuestra casa. Y es que todo aquí parece un poco
surrealista, casi sacado de un cuento de esos que Andrea me hacía leer
cuando éramos niñas.

Porque estoy aquí y tengo un esposo que me ama, dos hijos asombrosos y
otro en camino, tengo una familia. Jamás pensé que tendría una, que la
palabra casa y hogar tendría un significado especial, que llegaría adorar que
me digan mamá y tener un esposo que me respalde.

Porque está es mi familia y este es nuestro hogar, dónde nos sentimos a


salvo, seguros y a dónde regresamos felices todos los días. Eso es algo que
jamás tuve cuando era niña y que pensé que jamás llegaría a tener. Y la
emoción de ver todo lo que he logrado, provoca unas cuantas lágrimas de
felicidad, porque por muchos años solo sentí dolor, culpa y soledad, y ahora
todo eso es solo parte del pasado. Un pasado que intentamos dejar atrás.

—¿Aquí sí podemos colocar el punto final a nuestra historia, Paulina?

Yo le doy un beso en su mejilla antes de responder.

—No, aún nos quedan un par de historias que contar.

—¿Cuáles historias?

—Bueno. .
EXTRA
No la he visto en años. Cinco años y medio para ser exactos, pero, ¿quién
está contando? Y a pesar que no hemos estado en la misma habitación por
más de cinco años, en el momento exacto que escucho su risa, la reconozco
al instante y mi cabeza se mueve por voluntad propia para buscar la fuente
de dicho sonido, como un sediento en busca de un oasis. O un marinero en
busca de un faro.

Entonces la veo, distingo su silueta entre la multitud de personas. Ella está


saliendo de una heladería, lleva su cabello suelto y parece que los años no le
han pasado. El aliento se queda en mi garganta cuando mis ojos se posan en
ella.

Paulina. Ella es maravillosa, siempre lo fue, solo que ahora está


deslumbrante, con una sonrisa en los labios y sus ojos llenos de alegría.

Un recuerdo en específico viene a mi mente al verla.

Tiene sus piernas recogidas sobre el sofá y sus ojos fijos en el artículo que
está leyendo, su mano se mueve hacia el bol junto a ella que está lleno de
M&M.

Está molesta por algo.

—Hola, cariño.

Arruga la nariz cuando escucha la palabra cariño. Siempre tiene el mismo


gesto.

—Me dan ganas de vomitar cada vez que me llama así, pero bueno. Hola.

Sonrío, ella besa mi mejilla y regresa a sentarse en la misma posición que


estaba antes. No le gusta que la toquen mucho, no está acostumbrada al
contacto físico y detesta el contacto innecesario.

—¿Milo?
—Si, dime.

—¿Eres feliz conmigo?

La pregunta me toma con la guardia baja, sin embargo, mi respuesta es


inmediata.

—Lo soy. Mucho. ¿Tú eres feliz conmigo?

—¿Cómo puedes ser feliz si no te puedo dar aquello que quieres? Yo no soy
de las que se casa, Milo y mucho menos de las que tienen hijos.

—¿A qué viene todo eso, Paulina?

Ella deja caer el artículo que estaba leyendo y me mira con sus ojos grises
demasiado fríos para que una persona que no está acostumbrada a esa
mirada, pueda tolerar.

—Tu mamá vino hoy, dijo que ya era hora que nos casemos, que tú hablaste
con ella sobre eso.

—Paulina. .

—No voy a cambiar de parecer. No quiero casarme. Nunca.

Y ahora estamos aquí. .

He visto su nombre en algunas revistas, sus fotos de pasada en algunas


redes sociales, pero verla en persona es diferente, más aún al notar que está
embarazada y no solo eso, que hay un pequeño niño sosteniendo su mano.

Es un niño de unos cuatro o cinco años, sus ojos de un tono gris que son el
reflejo de los ojos de su mamá. El niño se mueve con mucho entusiasmo
esperando a que Paulina le dé una cucharada de helado.

—Cuidado, cariño —le dice Paulina al niño, en un tono dulce y el apodo


amoroso se desliza de sus labios con facilidad, como si fuera algo que dice
todo el tiempo y asumo que así debe de ser.
Jordán viene detrás de ellos, a su lado está la pequeña Luna, que ahora ya
no es tan pequeña, debe tener unos doce o trece años.

Unas gotas de helado resbalan hacia la camisa del niño y Jordán se acerca a
limpiar la mancha.

—Típico de Jaden —murmura Luna con una sonrisa.

No debería estar mirándolos. Es intrusivo. Podría dar un paso más hacia


ellos y saludar o simplemente dar media vuelta e irme. Pero al parecer, no
puedo hacer que mis pies se muevan porque hay algo en la sonrisa de
Paulina que me tiene fascinado.

Creo que nunca la he visto tan feliz de como se ve ahora.

—Milo.

No era consciente de lo mucho que extrañaba escucharla decir mi nombre


hasta que la escucho.

Sus ojos se encuentran con los míos y no tengo otra opción que acercarme a
ellos para saludar.

—Hola, Paulina. Ha pasado un tiempo.

Me fui de San Francisco después de mi divorcio porque a mi ex esposa le


ofrecieron un trabajo en New York y yo no quería estar lejos de mi hijo.

—No sabía que estabas en San Francisco.

Ya no tiene su cerquillo platinado y tampoco los dos mechones que caían


cerca de su cara.

—Por trabajo he estado entre San Francisco y New York estos meses —le
respondo—. Es bueno verte.

Y sí, suena como una línea ensayada, pero lo digo en serio. Me da gusto
verla, en especial al verla tan feliz.
—A mí también me da gusto verte, Milo —me dice y veo que es honesta y
me muestra una sonrisa genuina para acompañar sus palabras—. Ya
conoces a Luna, aunque era una niña la última vez que la viste y ahora está
cerca de convertirse en una adolescente insoportable.

—¡Mamá! Sabes que eso no es cierto.

Paulina se ríe y Luna finge estar ofendida por las palabras de Paulina.

—Y este es Jaden. Dile hola a Milo, cariño.

Las manos del niño sujetan el abrigo de su mamá, pero ante mi saludo, él
esconde parte de su cuerpo cerca de Paulina.

—Normalmente no es tímido —me dice Jordán, quien había elegido estar al


margen ante el intercambio—. Hola, Milo.

Veo que Paulina le está haciendo cosquillas con su mano libre a Jaden,
quien tiene cuidado de no lastimar el abultado vientre de su madre.

—Sí, normalmente es insoportable —agrega Luna—. Y es por eso que


quería que el nuevo bebé sea niña, pero mamá prometió que tendría otro y
que ese si sería niña. ¿Verdad, mamá?

—Yo no prometí nada, Lu y si prometí tal cosa, seguro estaba drogada


cuando lo hice.

—Paulina —le dice Jordán y mira a su hijo que está comiendo


tranquilamente su helado.

El niño parece compartir el amor de Paulina por los dulces y no solo eso,
mientras más lo observo, más noto lo parecido que es a Paulina.

No soy de las que se casa y tiene hijos —me dijo hace años.

Ahora está aquí frente a mí, casada, con dos hijos y uno en camino. Incluso
el contacto físico ya no parece ser un problema para ella, al menos en lo que
a su familia respecta. Tal vez se deba a que ya no tiene restricciones a la
hora de amar y ser amada. Quien sabe.
—Te ves feliz —digo y lamento mis palabras en el momento que las digo.

Es un poco extraño, pero recuerdo muy bien a la Paulina que conocí. Una
Paulina que no se parece mucho a la mujer que está frente a mí. La Paulina
que recuerdo era fría, egoísta y siempre se alejaba de las relaciones o las
personas antes que todo se vuelva serio. Odiaba el compromiso y le gustaba
tomar lo que podía de las personas, y cuando no quedaba más nada que
tomar, simplemente las dejaba.

También recuerdo a la persona que se convirtió después del suicidio de su


hermana.

Paulina entiende la mirada en mis ojos, el significado oculto de mis


palabras, porque su mirada se suaviza cuando me mira.

—Sí, lo soy —responde.

Jaden tira de la mano de su hermana hasta que ella se agacha frente al niño,
para que él pueda susurrarle algo al oído.

Sea lo que sea que le dice el niño, hace sonreír a Luna y procede a decírselo
a su mamá, y la risa que Paulina emite en respuesta es melodiosa.

—Puedes decirle, cariño. Milo es un buen amigo.

Las palabras duelen, no deberían doler porque es la realidad, eso es lo que


soy y lo único que he sido durante varios años, solo un amigo. A pesar que
hubo un tiempo donde fuimos más, mucho más.

¿Importa eso ahora? No, ya no importa.

—Tu barba es graciosa —me dice el niño.

No puedo evitar reírme, porque Paulina me dijo algo similar hace años y
sonrío aún más al ver que aquel niño es más parecido a Paulina que solo en
lo físico.

Sonrío y duele porque aquel pequeño es idéntico al niño que había soñado
que ella y yo tendríamos, aquel hijo que esperaba que pudiéramos tener. Yo
siempre pensé que un día ella superaría su miedo al compromiso, que
superaría su advección a la idea del matrimonio y que nos casaríamos. Que
seriamos una familia y viviríamos felices. Era muy ingenuo en aquella
época.

—Tu mamá piensa lo mismo —le digo al niño.

Siento una pequeña satisfacción que da paso a una genuina alegría cuando
veo como Paulina les cuenta la vez que ella me dijo aquello. Pensé que ella
ya no lo recordaría, tiende a intentar olvidar aquello que no considera
importante en su vida.

—¿Cuánto tiempo estarás en San Francisco?

Me obligo a dejar de mirar a Paulina y a sus hijos para mirar a Jordán.

—Solo hasta esta noche, regresaré a New York en la mañana.

Jordán asiente, mientras las manos de su hijo sujetan sus piernas y cuando
Jordán lo mira, el niño le hace una seña para que lo levante, sosteniendo al
niño en sus brazos.

Luna murmura algo que yo no alcanzo a escuchar.

—Tienes que avisarnos la próxima vez que estés en la ciudad —me dice
Paulina—. Te invitaremos a cenar.

Jordán está de acuerdo con su esposa y es obvio que es una oferta genuina
por parte de ambos y no solo una mera cortesía.

—Lo haré —le digo y Paulina sonríe—. De verdad fue un gusto verte,
Paulina, pero creo que debería irme. Fue bueno conocerte Jaden, adiós,
Jordán, Luna.

Paulina da un paso hacia delante y pasa una mano por mi antebrazo.

—De verdad me alegró verte, Milo.

—A mí también, Paulina.
Me siento feliz por ella, muy, muy feliz y, sin embargo, hay una punzada en
mi pecho al verla.

Son una familia perfectamente feliz.

Si no conociera tan bien a Paulina me preguntaría como consiguió vencer


sus temores, dejar atrás todos aquellos miedos que le impedían ser feliz. Si
no la conociera, le hubiera preguntado cómo hizo para crear la familia que
ella siempre mereció tener, mientras a la par se convertía en directora de la
casa de subastas de su familia.

Pero ella es Paulina Montenegro y no hay nada que se proponga que no


pueda conseguir.

—Adiós.

El niño mueve su mano en señal de despedida y deja caer su cabeza en el


hombro de su padre, Paulina pasa una mano con ternura por su mejilla y
comparte una mirada con Jordán.

—Será mejor que llevemos a este pequeño a casa y luego a la cama —le
dice a su esposo y luego se gira hacia mí—. Cuídate y llámame, me gustaría
saber cómo estás.

—Lo haré.

Ella me da una última sonrisa antes de tomar la mano de su hija y caminar


junto al resto de su familia por la acera hasta el auto en la esquina.

Nunca quiso casarse y mucho menos tener hijos, y aquí está, varios años
después, casada y con hijos. Una parte de mi me duele que no haya sido
conmigo, pero otra parte, una mucho más grande, se alegra al ver lo feliz
que Paulina es, de ver lo buena que ha sido la vida con ella. Paulina lo
merece.

Porque Paulina Montenegro siempre será el amor de mi vida, incluso si yo


nunca fui el de ella.

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